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Los científicos explican los Nobel: Física

La luz y la imagen conducen al premio


La fotografía digital y las comunicaciones ópticas nacieron hace 40 años

EMILIO MÉNDEZ 14/10/2009

EL PAÍS

Hace dos semanas, de visita en San Sebastián para participar en unas jornadas sobre
nanotecnología, aproveché un rato libre para acercarme a La Concha. Era una de esas mañanas
gloriosas de principio de otoño, en que no hay una nube en el cielo, la luz es pura y el sol calienta, y
la bahía se exhibe en todo su esplendor.

Hace dos semanas, de visita en San Sebastián para participar en unas jornadas sobre
nanotecnología, aproveché un rato libre para acercarme a La Concha. Era una de esas mañanas
gloriosas de principio de otoño, en que no hay una nube en el cielo, la luz es pura y el sol calienta, y
la bahía se exhibe en todo su esplendor. Cautivado por la belleza de la escena, saqué mi cámara e
hice fotos por doquier. Por la noche, ya en el hotel, seleccioné las mejores, conecté mi ordenador
portátil y se las envié a mi hija en San Francisco, que había visitado la ciudad no hacía mucho. Dos
minutos después tenía de vuelta sus nostálgicos comentarios, y no pude dejar de pensar en la magia
de la técnica, que me había permitido capturar un momento irrepetible, compartirlo con alguien a
8.000 kilómetros de distancia, y recibir sus impresiones de inmediato. No podía imaginar que cinco
días después la Academia Sueca de Ciencias honraría con el premio Nobel de Física a Charles Kao,
Willard Boyle y George Smith, tres figuras clave en el desarrollo de las comunicaciones ópticas y la
fotografía digital que habían hecho posible mi experiencia.

En realidad, las comunicaciones ópticas no son nada nuevo. El primer sistema telegráfico moderno,
desarrollado en Francia a finales del siglo XVIII, consistía en una serie de torres de observación, en
cada una de las cuales un operador con un telescopio avistaba la señal que recibía de la torre
anterior y la retransmitía a la siguiente mediante un sistema de banderas. El telégrafo eléctrico y el
teléfono acabaron con ese primitivo método de comunicación. A mediados del siglo XIX se
empezaron a instalar cables telegráficos; en pocos años se podía recibir un mensaje sencillo al otro
lado del océano en cuestión de minutos y, a principios del siglo XX, en tan sólo unos segundos. El
primer cable telefónico transatlántico, tendido en 1956, podía transmitir 36 llamadas a la vez.

Con ondas electromagnéticas, como las de radio, se puede transmitir


más información que con la telefonía por cable, y cuanto mayor la
frecuencia de las ondas mayor es la capacidad de transmisión. Por
eso, tras la invención del láser a principios de la década de los sesenta,
varios laboratorios consideraron la posibilidad de comunicaciones
ópticas, en las que un haz de luz guiado por una fibra de vidrio
transmitiría información con una capacidad cien mil veces mayor que
la comunicación por radio. Además, un sistema óptico sería inmune a
interferencias, y más seguro y menos proclive a accidentes que un
sistema eléctrico de telefonía.

Kao y su colega George Hockham de Standard Telecommunication


Laboratories (Reino Unido), predijeron en 1966 que la comunicación
óptica a grandes distancias podía ser realidad si por cada kilómetro de
fibra al menos el 1% de la luz que entrara por un extremo apareciera en el otro. Aunque en las fibras
de entonces la atenuación era infinitamente mayor Kao no se desanimó, y luchó incansablemente
por convencer a los escépticos (incluidos los directivos de su compañía), a la vez que buscaba la
manera de reducir las impurezas causantes de la atenuación de la luz en el vidrio. Fueron finalmente
los ingenieros de la compañía Corning, en Nueva York, con Robert Maurer a la cabeza, los que en
1970 encontraron el procedimiento para producir fibras de sílice tan puras que su atenuación
quedaba por debajo de lo que exigían los cálculos de Kao y Hockham.

Las fibras ópticas actuales son verdaderas autopistas de la información entre ciudades y continentes,
por las que circulan a la vez millones de conversaciones telefónicas y un ingente volumen de datos
a una velocidad equivalente a la transmisión de varios miles de fotos de alta resolución por
segundo.

Las comunicaciones ópticas requieren la digitalización de la información. La conversión de la voz


en una señal eléctrica y ésta a su vez en una colección de unos y ceros, o la representación de letras
y símbolos en ese sistema numérico binario, es relativamente fácil. Pero, ¿cómo capturar una
imagen y convertirla en una cadena de unos y ceros? La respuesta la dieron Boyle y Smith de Bell
Laboratories, en Nueva Jersey, con su invención de un dispositivo semiconductor conocido por las
siglas CCD (en inglés, charge-coupled device).

En un par de horas de un día de septiembre


en 1969, los científicos bosquejaron la
estructura y funcionamiento del nuevo
dispositivo, que consiste en una matriz de
condensadores semiconductores, o celdas,
organizados regularmente en filas y
columnas. Cuando la luz incide en cada una
de las celdas libera electrones del
semiconductor en número proporcional a su
intensidad, y éstos se acumulan en el
condensador. Se forma así en la matriz una
réplica eléctrica del objeto del que procede
la luz, tanto más fiel cuanto mayor sea la
densidad de celdas (píxeles). Aplicando
pulsos eléctricos de una forma ingeniosa, se puede determinar numéricamente la carga eléctrica
almacenada en cada píxel, y la información, una vez digitalizada, se reproduce como una imagen en
una pantalla o en el papel de una impresora. En 1972, la compañía Fairchild Semiconductor
(California), construyó el primer sensor de imágenes, con diez mil píxeles; las primeras cámaras
con dispositivos CCD primitivas y voluminosas aparecieron en el mercado en 1981.

El impacto del CCD va mucho más allá de nuestras cámaras digitales de bolsillo, que sobrepasan
los diez millones de píxeles. Los detectores digitales de imagen son indispensables en medicina,
cartografía, astronomía y microscopía. Las increíbles imágenes que, gracias a los detectores CCD,
recibimos de Marte o del telescopio Hubble nos llevan a descubrir mundos nuevos, y sin duda
muchos más aparecerán cuando se consiga extender esa tecnología a más regiones del espectro
electromagnético.

Kao, un visionario y un gran vendedor de sueños luego hechos realidad, tenía puesto los ojos en el
Nobel desde hacía mucho tiempo, mientras que Boyle y Smith, apasionados por la vela y jubilados
desde hacía más de 20 años, parecían haber perdido la esperanza del premio. Por fin les ha llegado a
los tres el reconocimiento de la Academia Sueca, bastante después de que la sociedad sintiera el
extraordinario impacto de sus contribuciones, hechas 40 años atrás.

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