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Escena 1:

Dos hermanos viven en un barrio marginal con su abuelo, siendo éste un malhumorado y
tirano, obligando a su nietos, Efraín y Enrique a trabajar en la calle recolectando basura para la
comida de su cerdo Pascual. Y si algún día fallaban en traer suficiente comida, el abuelo les
insultaba y los golpeaba.
A las 6 de la mañana, don Santos empieza a gritar…

Don Santos: ¡Efraín! ¡Enrique! ¡Ya es hora!

Efraín y Enrique: Ya vamos abuelo…( se frotan los ojos lagañosos)

Mientras que se van aseando, don Santos va al chiquero y golpea con su larga vara el lomo del
cerdo que todavía se revuelca entre los desperdicios.

Cerdo Pascual: ¡Ay! Eso dolió.

Don Santos: ¡Todavía te falta poco, marrano! Pero aguarda nomás, que ya llegará tu turno.

Efraín y Enrique se van a la calle, y se demoran arrancando moras o piedras de los árboles.
Después de un breve descanso, empiezan con el trabajo dividiéndose por cada acera de la
calle, vaciando cada cubo de basura que se encuentren para encontrar los restos de comida y
llenarlos en las latas que tenían; y así continúan haciendo hasta que se den cuenta que ya está
oscureciendo.

Llegan a su casa y don Santos los espera con el café preparado.

Don Santos: A ver, ¿qué cosa me han traído? (husmeaba entre las latas)

Don Santos: ¡Idiotas! ¿Qué han hecho hoy día? ¡Se han puesto a jugar seguramente! ¡Pascual
se morirá de hambre!

Efraín y Enrique huyeron hacia el emparrado, con las orejas rojas de tan fuerte que les había
pellizcado su abuelo, mientras que él se iba al chiquero.

Cerdo Pascual: ¡Ya tengo hambre! (empieza a gruñir)

Don Santos: ¡Mi pobre Pascual! Hoy día te quedarás con hambre por culpa de estos vagos
inservibles, ellos no te engrien como yo. (le aventaba poca comida) ¡Habrá que meterles mano
para que aprendan!

Cerdo Pascual: ¿Es en serio? Tengo hambre, con esto no me lleno. Ni siquiera ocupa un octavo
de lugar en mi estómago, ¿para que me tienes si no me vas a alimentar bien? (molesto)
Escena 2:

Al comenzar el invierno el cerdo estaba convertido en una especie de monstruo insaciable.


Todo le parecía poco y don Santos se vengaba en sus nietos del hambre del animal. Los
obligaba a levantarse más temprano, a invadir los terrenos ajenos en busca de más
desperdicios.
Al llegar a un acantilado oscuro y humeante donde les había mandado el abuelo, los pies se les
hundían en un alto de plumas, excrementos, materias descompuestas o quemadas y
enterrando las manos comenzaron la exploración.
Después de una hora de trabajo regresaron al corralón con los cubos llenos.

Don Santos: ¡Bravo! Habrá que repetir esto dos o tres veces por semana.

Efraín y Enrique: Como usted diga abuelo.

Fue al regresar de una de esas excursiones que Efraín sintió un dolor en la planta del pie. Un
vidrio le había causado una pequeña herida.

Efraín: ¡Ay, qué dolor!

Enrique: ¿Qué te pasó, hermano?

Efraín: Pisé un vidrio y se me encarnó en la planta del pie, me duele mucho.

Enrique: Vámonos a la casa o la herida empeorará.

Efraín: No, tenemos que seguir trabajando o sino el abuelo nos molestará.

Enrique: Pero se puede infectar.

Efraín: Eso ya no importa, sigamos con el trabajo. (quejándose de dolor)

Cuando regresaron del trabajo no podía caminar, pero Don Santos no se percató de ello.

Don Santos:¡A trabajar, a trabajar! De ahora en adelante habrá que aumentar la ración de
pascual.

A la mañana siguiente, Don Santos despertó a sus nietos, pero Efraín no se pudo levantar.

Enrique: Tiene una herida en el pie, ayer se cortó con un vidrio, abuelo.

Efraín: Sí, abuelo, no me di cuenta y pisé un vidrio. (quejándose)


Don Santos examinó el pie de su nieto. La infección había comenzado.

Don Santos:¡Esas son patrañas! Que se lave el pie en la acequia y que se envuelva con un trapo.

Enrique: ¡Pero si le duele!No puede caminar bien, por favor entienda abuelo.

Don Santos meditó un momento. Desde el chiquero llegaban los gruñidos de Pascual

Cerdo Pascual: ¡Tengo hambreee! ¿A qué hora me alimentarás?

Don Santos: ¿Y a mí? (preguntó dándose un palmazo en la pierna de palo) ¿Acaso no me duele
la pierna? Y yo tengo setenta años y yo trabajo... ¡Hay que dejarse de mañas!

Efraín salió a la calle con su lata, apoyado en el hombro de su hermano. Media hora después
regresaron con los cubos casi vacíos.

Enrique:¡No podía más, abuelo! Efraín está medio cojo.

Don Santos observó a sus dos nietos como si meditara una sentencia.

Don Santos: Bien, bien (agarró a Efraín del brazo y lo llevó hacia el cuarto). ¡Los enfermos a la
cama! ¡A podrirse sobre el colchón! Y tú harás la tarea de tu hermano. ¡Vete ahora mismo!

Cerca de mediodía Enrique regresó con los cubos repletos. Lo seguía un extraño visitante: un
perro escuálido y medio sarnoso.

Enrique:Lo encontré por ahí y me ha venido siguiendo.

Don Santos:¡Una boca más en el corralón! (Sacándose la vara)

Enrique: ¡No le hagas nada, abuelito! (Poniéndose adelante del perro) Le daré yo de mi
comida.

Perro:Por favor, no me haga nada, se lo suplico.Me portaré bien se lo prometo. (Mira a


Enrique) Que molesto que es este viejo, me cae mal, no entiendo como lo aguantas.

Don Santos:¡Nada de perros aquí! ¡Ya tengo bastante con ustedes!

Enrique: Si se va él, me voy yo también (abriendo la puerta a la calle)

El abuelo se detuvo. Enrique aprovechó para insistir.


Enrique: No come casi nada..., mira lo flaco que está. Además, desde que Efraín está enfermo,
me ayudará. Conoce bien las calles y tiene buena nariz para la basura.

Perro: Eso es cierto, me sé de memoria las calles y para oler basura cerca, soy el mejor.

El abuelo reflexionó y no le dijo ni una sola palabra, simplemente se fue.


Enrique sonrió de alegría y con su amigo aferrado al corazón corrió donde su hermano.

Enrique:Tú te llamarás Pedro (acariciandole la cabeza).

Ingresó donde Efraín. Su alegría se esfumó: Efraín inundado de sudor se revolcaba de dolor
sobre el colchón.

Enrique:Te he traído este regalo, mira (mostrando al perro). Se llama Pedro, es para ti, para que
te acompañe... Cuando yo me vaya a trabajar te lo dejaré y los dos jugarán todo el día. Le
enseñarás a que te traiga piedras en la boca.

Efraín:¿Y el abuelo?

Enrique: El abuelo no dice nada.

Al segundo día sucedió lo inevitable: Enrique no se pudo levantar. Había tosido toda la noche y
la mañana lo sorprendió temblando, quemado por la fiebre.

Don santos:¿Tú también?

Enrique: Me duele mucho el pecho, abuelo (tose).

El abuelo salió furioso del cuarto. Cinco minutos después regresó.

Don santos:¡Está muy mal engañarme de esta manera! Abusan de mí porque no puedo
caminar. Saben bien que soy viejo, que soy cojo. ¡De otra manera los mandaría al diablo y me
ocuparía yo solo de Pascual!
¡Pero no importa! Yo me encargaré de él. ¡Ustedes son basura, nada más que basura! ¡Unos
pobres gallinazos sin plumas! Ya verán cómo les saco ventaja. El abuelo está fuerte todavía.
¡Pero eso sí, hoy día no habrá, comida para ustedes! ¡No habrá comida hasta que no puedan
levantarse y trabajar!

A la hora celeste del tercer día quedó desplomado en su colchón, mientras que Efraín ya no
tenía fuerzas para quejarse.Por las noches, cuando la luna se levantaba, cogía a Pedro entre sus
brazos y lo aplastaba tiernamente.A esa hora el cerdo comenzaba a gruñir y el abuelo se
quejaba como si lo estuvieran ahorcando.
Escena 3:

Cuando el cielo comenzó a desteñirse sobre las lomas, el abuelo abrió la boca y gritó.

Don santos: ¡Arriba, arriba, arriba! ¡A levantarse haraganes!


¿Hasta cuándo vamos a estar así? ¡Esto se acabó! ¡De pie!

Efraín se echó a llorar, Enrique se levantó. Los ojos del abuelo parecían fascinarlo hasta volverlo
insensible a los golpes, queriendo golpear a Efraín.

Enrique: ¡A Efraín no! ¡Él no tiene la culpa! ¡Déjame a mí solo, yo saldré, yo iré a trabajar

Don santos:Ahora mismo... a trabajar... lleva los dos cubos, cuatro cubos...

Enrique se apartó, agarró los cubos y se fue.Cuando abrió la puerta del corralón, Pedro quiso
seguirlo.

Perro Pedro: Déjame acompañarte!! (rogándole) Ese viejo me tratará mal si me dejas, no
quiero quedarme con él.

Enrique: No pasará eso, mejor sólo quédate aquí cuidando a Efraín.

Después de ir a la calle, regresó a casa y don Santos se había quedado inmóvil. Enrique soltó
los cubos y corrió intrigado hasta el cuarto. Efraín apenas lo vio, comenzó a decir:

Efraín: Pedro... Pedro... ¿Qué pasa?

Enrique: Pedro ha mordido al abuelo... el abuelo cogió la vara... después lo sentí aullar (sale a
buscar al perro) ¡Pedro, ven aquí! ¿Dónde estás, Pedro?

Nadie le respondió. El abuelo seguía inmóvil, con la mirada en la pared. Enrique tuvo un mal
presentimiento y se le acercó.

Enrique:¿Dónde está Pedro? (mirando preocupado al abuelo)

Su mirada descendió al chiquero. Pascual devoraba algo en medio del lodo. Aún quedaban las
piernas y el rabo del perro.

Enrique:¡No! (tapándose los ojos) ¡No, no!


Y a través de las lágrimas buscó la mirada del abuelo. Este lo ignoró y no lo miraba.

Enrique: ¿Por qué has hecho eso, abuelo? ¿Por qué?

El abuelo no respondía. Por último, impaciente, dio un manotón a su nieto.


Enrique encontró la vara que tenía el extremo manchado de sangre. Con ella se levantó y se
acercó a don Santos.

Enrique: ¡Voltea!¡Voltea!

Cuando don Santos volteó, sintió el fuerte dolor en su pómulo.

Enrique:¡Toma! (levantó nuevamente la mano de manera temerosa).

Asustado, miró al abuelo casi arrepentido. Don Santos sobándose el rostro, retrocedió
un paso, su pierna de palo tocó tierra húmeda, resbaló, y se cayó de espaldas al chiquero.
Enrique se fue retirando, con el mismo sigilo con que se había aproximado.

Efraín:¡A mí, Enrique, a mí!...

Enrique:¡Pronto, Efraín! ¡El viejo se ha caído al chiquero!¡Debemos irnos de acá!

Efraín:¿Adónde?

Enrique:¡Adónde sea, donde podamos comer algo

Efraín:¡Pero no me puedo parar!

Enrique agarró a su hermano con ambas manos y lo estrechó contra su pecho.


Abrazados hasta formar una sola persona se fueron a la calle, dándose cuenta que la hora
celeste había terminado y que la ciudad, despierta y viva, abría ante ellos su gigantesca
mandíbula. Y desde el chiquero llegaba el rumor de una batalla.

FIN

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