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FRANZ KAFKA

Al igual que Gregorio Samsa, el protagonista de La Metamorfosis, este murió en el anonimato


el 3 de junio de 1924 a causa de una tuberculosis. A pesar de que su vida personal fue tan tormentosa
como refleja su obra, Kafka fue en realidad un hombre agradable y de trato fácil. Poseía un sentido del
humor que fascinaba a sus amigos, casi todos intelectuales judíos con los que asistía a conferencias
en Praga. En una de ellas conoció al escritor Max Brod, quien a la postre se convertiría en su mejor
amigo y, a su muerte, en un "traidor".

AGRADABLE PERO INCOMPRENDIDO

Franz Kafka fue el mayor de seis hermanos y de él se esperaba que en un futuro se hiciera
cargo del negocio familiar. Pero los planes del joven eran bien distintos, lo que provocó un violento
enfrentamiento con su padre, un hombre dominante y de carácter irascible. Sintiéndose
incomprendido, Kafka ocultó sus sentimientos reales en una especie de caparazón para que nadie lo
tildara de "bicho raro". Tras abandonar el hogar familiar, plasmó sus emociones más íntimas en La
metamorfosis, obra publicada en 1915.

Anteriormente había publicado La condena (1913), donde narra la historia de un padre ya viejo
y aparentemente enfermo que logra recobrar de repente la vitalidad y su autoridad opresiva para
maldecir a su hijo, que tan sólo deseaba vivir su propia vida. La particularidad de esta obra es que fue
escrita de una tirada, desde las diez de la noche hasta las seis de la mañana. Según cuenta Kafka en
su diario personal, cuando la terminó temblaba y tenía las piernas entumecidas de estar tanto tiempo
sentado; las pocas fuerzas que le quedaban las aprovechó para irse a la cama y dormir de un tirón.

Otra de las grandes obras de Kafka es El proceso, libro que se publicó póstumamente en 1925
gracias a su amigo Max Brod. De no haber sido así, esta obra se hubiera perdido para siempre por
expreso deseo del autor. La novela empieza con el arresto de Joseph K. en su casa acusado por
un desconocido de un crimen del que tampoco sabe nada. Desde ese momento, K. se adentra en
una auténtica pesadilla. Ante unos jueces enigmáticos que aparentemente ignoran los detalles del
caso, K. acaba repasando su vida en busca de algún hecho que sea merecedor de la denuncia y su
posterior detención. La inaccesibilidad de las altas instancias de la justicia y del Estado atrapará al
protagonista en un laberinto desmoralizante.
BUSCANDO EL AMOR

Kafka nació en el antiguo gueto de Praga y a pesar de que su padre trató de alejarse de la
comunidad judía y de que su familia fuera declarada oficialmente checa, Franz se interesó por un
tipo concreto de judaísmo: el jasídico, que daba una especial importancia a lo místico y a lo
sobrenatural. Aun así, también estuvo abierto a otros movimientos como el sionismo, que defendía la
creación de un Estado judío en Israel.

Aunque Kafka tuvo cuatro parejas, nunca consiguió tener una relación estable hasta conocer
a Dora Diamant. Su primera novia se llamaba Felice Bauer y era hija de un comerciante berlinés; la
joven deseaba casarse, pero Kafka no tenía clara la relación. Más tarde conoció a Julie Wohryzek,
descendiente de un zapatero judío, lo que fue suficiente que el padre de Franz se opusiera al
compromiso entre ambos y acabara forzando su ruptura. Su relación con la periodista checa Milena
Jesenká fue prácticamente epistolar y sólo se vieron en dos ocasiones, motivo por cual su relación
acabó diluyéndose. La última, Dora Diamant, era hija de un comerciante judío y le acompañaría hasta
el final de sus días. Fue con Dora con quien seguramente el escritor pudo por fin entablar una auténtica
relación de pareja. Gracias a ella se mudaron a Berlín, donde, a pesar de vivir de manera muy austera,
fueron realmente felices. Uno de sus sueños era instalarse en Palestina y abrir un restaurante en el
que ella sería la cocinera y él, camarero. Sueño que finalmente no pudieron cumplir.

A mediados de agosto de 1917, empezó para Kafka su peor pesadilla cuando se despertó
en mitad de la noche vomitando sangre. Su diagnóstico de tuberculosis, una enfermedad bastante
extendida por aquel entonces y que era prácticamente incurable, lo llevó de balneario en balneario.
Según su biógrafo, Radek Malý, Kafka "luchó contra la tuberculosis durante los siguientes siete años,
lo que cambió radicalmente su forma de vida".

UN FINAL AGÓNICO

En una carta escrita por el propio Kafka a Milena Jesenká desde un sanatorio en el norte de
Italia, le preguntaba: "Quién me soportará en el hotel si toso como ayer, de 9:45 a 11:00,
ininterrumpidamente. Luego me duermo, y hacia las 12:00 doy vueltas y más vueltas en la cama y
vuelvo a toser hasta la una". Mientras los pacientes tomaban el sol y seguían sus estrictas dietas,
Kafka se dedicaba a la lectura y la correspondencia. Al salir del sanatorio, Franz se instaló en una casa
que su hermana tenía en el campo y en la que escribió El castillo. Durante el mes de abril de 1924, la
tuberculosis le obligó a ingresar de nuevo en un sanatorio, esta vez en el de Kierling, Austria, donde el
3 de junio de 1924, moría en brazos de su amada Dora. Según palabras de la propia Dora: "Un día
vivido con Franz supera todo lo que jamás hubiera escrito".
EL "ALBACEA"

¿Pero alguien se imagina el mundo de la literatura sin la obra de Franz Kafka? Pues no la
conoceríamos en su totalidad si su íntimo amigo, Max Brod, hubiera hecho caso del último deseo
del autor: "Mi última petición. Todo lo que dejo atrás [...] en forma de cuadernos, manuscritos, cartas,
borradores, etcétera, deberá incinerarse sin leerse y hasta la última página". Estas son las palabras
que Brod halló escritas entre los archivos de casa del escritor. Durante su enfermedad, Kafka, no sabía
si se recuperaría y le dijo a su amigo que los únicos libros que debían sobrevivirle eran La condena,
El fogonero, La metamorfosis, En la colonia penal, Un médico rural y Un artista del hambre.

Kafka era incapaz de destruir su obra e hizo recaer dicha responsabilidad en la persona de su
íntimo amigo, Max Brod. Tras el entierro del escritor, su padre firmó un contrato por el que otorgaba a
Brod el derecho a publicar póstumamente todas las obras de Franz Kafka. En palabras de Brod:
"Debería haber designado a otro albacea si estaba total y completamente decidido a que se cumplieran
sus instrucciones". Brod pasó el resto de su vida ensalzando la figura de su fallecido amigo, al
cual calificó como: "El más profético (y perturbador) cronista del siglo XX".

"Mi última petición. Todo lo que dejo atrás [...] en forma de cuadernos,
manuscritos, cartas, borradores, etcétera, deberá incinerarse sin leerse y hasta la
última página". Franz Kafka.

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