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Una Corona de Huesos Dorados - Jennifer L. Armentrout
Una Corona de Huesos Dorados - Jennifer L. Armentrout
ISBN: 978-84-18480-91-1
—¿Los Arcanos?
—Estás de broma, ¿no? —exigió saber Casteel—. Tenía la
impresión de que los Arcanos habían sido desarticulados o
habían muerto mucho antes de la Guerra de los Dos Reyes.
—Eso es lo que creíamos todos —admitió el rey Valyn—.
Hasta hace poco.
—¿Qué son exactamente los Arcanos? —pregunté.
El rey miró hacia atrás y fue entonces cuando me fijé en
la mujer. Era alta y musculosa, su piel de un marrón claro
con trasfondo dorado, el pelo negro como el carbón a la luz
de los focos, recogido en una peculiar trenza apretada
mucho más pulcra que la que solía llevar yo. Iba vestida de
blanco, como los guardias de la corona, pero unos bordados
dorados cruzaban el centro de su pecho. Sujetaba una
espada en una mano y la empuñadura de otra era visible a
su espalda. El rey y ella intercambiaron una orden
silenciosa y la mujer asintió. Luego dio media vuelta,
envainó su espada y soltó un silbido grave.
Varios guardias más emergieron de entre las sombras de
los árboles y de los espacios en los que no penetraban los
focos.
—Registrad todo el lugar —les ordenó—. Aseguraos de
que no haya nadie que no pertenezca aquí.
Observé cómo los guardias se apresuraban a obedecer. Se
separaron y fueron todos en direcciones diferentes,
pasando por al lado de Jasper, que se acercaba a nosotros
en su forma de wolven. Fuese quien fuere esta mujer,
ocupaba un puesto de mando. En cuestión de unos
momentos, era la única guardia que quedaba allí.
El rey se volvió hacia nosotros. Hacia mí.
—¿Quieres que entremos? —me ofreció—. Al parecer te
pillaron desprevenida y no estabas preparada para la
batalla ni para las visitas.
Sin olvidar la daga que llevaba en la mano, crucé los
brazos delante del pecho.
—Ponerme ropa más apropiada no cambiará el hecho de
que ya me hayáis visto sin nada más que una camisa —dije,
y fue una sorpresa incluso para mí misma. No estaba
acostumbrada en absoluto a llevar tanta piel a la vista, pero
bueno, acababa de enfrentarme a un puñado de criaturas
sin rostro. Que mis piernas fuesen visibles no era una de
las cincuenta primeras cosas que me preocupaban en ese
momento—. Yo estoy bien, si vos lo estáis. Me gustaría oír
detalles sobre lo que sea que son los Arcanos.
Sentí diversión irradiar tanto del rey Valyn como de su
hijo. Una medio sonrisa que me resultaba familiar apareció
en la cara del rey y, cómo no, había un indicio de hoyuelos.
—Por mí, perfecto —convino él. Luego le dio la máscara a
la guardia y envainó su espada—. Esta es Hisa Fa’Mar. Es
una de mis personas de mayor confianza. Comandante de la
guardia de la corona.
La mujer dio un paso al frente y, desde el momento en
que la vi, supe que era atlantiana, posiblemente una
elemental. Hizo una leve reverencia por la cintura, primero
en dirección al príncipe, luego a mí.
—No creo que nos hayamos visto antes —comentó
Casteel.
—No, no nos conocíamos. —La sonrisa de la mujer fue
rápida, luego deslizó sus ojos dorados hacia mí—. Eres
bastante buena en combate. Te vi durante unos segundos —
añadió—. ¿Has entrenado?
—Sí. Se supone que no debía, pero no quería sentirme
impotente como la noche en que un grupo de Demonios
atacó una posada en la que estábamos mis padres y yo —
expliqué, cuando me llegó el sabor fresco y crujiente de la
curiosidad, consciente de que el rey Valyn estaba
escuchando con intensidad—. Uno de mis guardias
personales me entrenó para que pudiera defenderme. Lo
hizo en secreto con gran riesgo para su carrera e incluso
para su vida, pero Vikter era valiente de ese modo.
—¿Era? —preguntó el rey Valyn en voz baja.
Un nudo de aflicción se me atascó en la garganta, como
me pasaba siempre que pensaba en Vikter.
—Lo mataron los Descendentes durante el ataque al Rito.
Aquella noche murió mucha gente. Gente inocente.
—Siento oírlo. —Una oleada de empatía emanó del rey—.
Y siento enterarme de que los partidarios de Atlantia
fueron la causa.
—Gracias —murmuré. Me miró durante un largo
momento antes de empezar a hablar.
—Los Arcanos eran una antigua hermandad que se
originó hace al menos mil años, después de que hubieran
nacido ya varias generaciones de atlantianos y hubieran
arraigado otros linajes. Más o menos cuando… —Respiró
hondo—. Cuando las deidades empezaron a interactuar más
con los mortales que vivían en tierras alejadas de las
fronteras originales de Atlantia. Los antiguos empezaron a
temer que los atlantianos y los otros linajes no apoyasen
del todo sus decisiones con respecto a los mortales.
—¿Qué tipo de decisiones eran esas? —pregunté, medio
temerosa de la respuesta, por las cosas que ya me habían
contado.
—Las deidades querían aunar todas las tierras, los mares
y las islas en un solo reino —explicó el rey Valyn. Eso no
sonaba tan mal… durante un instante—. No les importaba
que algunas de esas tierras ya tuvieran gobernantes.
Creían que podían mejorar las vidas de otras personas,
como habían hecho con las tierras justo al otro lado de las
montañas Skotos que ya habían sido ocupadas por
mortales. Muchos atlantianos y otros linajes no estaban de
acuerdo con ellos, pues creían que era mejor reservar la
atención y la energía para las vidas de los atlantianos. Las
deidades temieron una revuelta, así que crearon a los
Arcanos para que sirvieran como una… red de espías y
soldados, designados a aplastar cualquier tipo de rebelión
antes de que empezara. Eso se lograba a base de mantener
en secreto las identidades de los Arcanos. De ese modo,
podían moverse con libertad entre la gente de Atlantia
como espías. Y cuando llegaba el momento de ser vistos y
oídos, llevaban máscaras fabricadas para parecer wolven.
—En cierto modo, estaban imitando lo que había hecho
Nyktos —añadió Kieran, mientras se pasaba el dorso de la
mano por delante de la cara—. Es obvio que fue un intento
bastante débil, pero bueno.
—¿Cómo se sentían los wolven acerca de eso? —me
pregunté en voz alta.
—No creo que por aquel entonces les importara —repuso
el padre de Casteel mientras Jasper seguía caminando con
sigilo a nuestro alrededor, atento a cualquier señal de un
intruso—. Tanto los Arcanos como los wolven tenían el
mismo objetivo: proteger a las deidades. O al menos eso
era lo que pensaban los wolven.
Tendrían los mismos objetivos entonces, porque estaba
claro que esos motivos habían cambiado y divergido.
—Los Arcanos no se parecían en nada a los wolven. Eran
más bien un grupo de extremistas —aportó Casteel—.
Atacaban a cualquiera al que consideraran una amenaza
para las deidades, aunque esa persona solo estuviese
haciendo preguntas o no estuviera de acuerdo con lo que
querían las deidades.
—Eso me recuerda a los Ascendidos. —Enrosqué los
dedos de los pies sobre el suelo de piedra—. Nadie podía
cuestionar nada. Si lo hacías se te consideraba un
Descendente, y eso era algo que nunca acababa bien. No
obstante, si los Arcanos fueron creados para proteger a las
deidades, ¿por qué vendrían a por mí?
—Porque así fue como empezaron. No como terminaron.
—Me miró a los ojos un instante—. Los Arcanos juraron
proteger a la corona y al reino, pero no a las cabezas sobre
las que reposaban dichas coronas. Al final, se volvieron en
contra de las deidades. Cuál fue la causa, todavía no está
del todo claro, pero comenzaron a considerar que algunas
de las elecciones de las deidades con respecto a los
mortales no eran ya lo mejor para Atlantia.
De inmediato, se me vinieron a la mente Alastir y Jansen.
Eso era lo que habían afirmado los dos: que lo que habían
hecho era lo mejor para su reino.
—Así que los disolvieron —continuó el rey Valyn—. O al
menos eso era lo que todo el mundo creyó durante al
menos mil años.
—¿De verdad crees que Alastir estaba con ellos? —
preguntó Casteel con una mueca—. ¿Un grupo de hombres
que se siente castrado por el hecho de que las verdaderas
guardias de Atlantia sean todas mujeres, de modo que se
aferran de manera desesperada a su grupito especial?
—Alastir dijo que pertenecía a una especie de hermandad
—le recordé a Casteel—. Se llamó a sí mismo un Protector
de Atlantia.
—No tenía conocimiento de la implicación de Alastir en
nada de esto antes del ataque a las Cámaras —aclaró el rey
—. Pero después de ver esas máscaras en las ruinas,
empecé a preguntarme si no serían los Arcanos. Si no han
regresado y si no son responsables de un montón de cosas
más.
Pensé en lo que me había contado antes Kieran. Casteel
pensaba más o menos lo mismo.
—¿Te refieres a las cosechas destruidas, los incendios y el
vandalismo?
Los labios de su padre estaban apretados en una línea
fina cuando asintió.
—No creemos que hayan estado activos durante todo este
tiempo —dijo Hisa—. Y si han estado practicando, no lo
hacían bajo ningún juramento. Sin embargo, eso ha
cambiado. Y cambió antes de la noticia de que el príncipe…
—Dejó la frase en el aire y frunció el ceño mientras parecía
buscar cómo expresar lo que quería decir a continuación—.
Cambió antes de la noticia de que el príncipe tenía una
relación contigo.
Relación sonaba mucho menos incómodo que captura, lo
cual me pareció un punto a su favor. La mujer tenía tacto.
—¿Cómo podéis estar seguros de que son responsables
del vandalismo? —preguntó Kieran.
—La máscara. —Hisa levantó la que todavía sujetaba—.
Encontramos una en la escena de un incendio que destruyó
varias casas cerca del mar. No estábamos seguros de que
todo ello estuviese conectado, sigue sin haber pruebas
contundentes. Pero ¿con esto? —Miró a nuestro alrededor
por el patio ahora desierto—. ¿Y luego, cuando llevaban
estas máscaras en las ruinas? Tienen que estar vinculados
con todo esto.
—Creo que tiene razón —aporté—. Me recuerda a los
Ascendidos. Ellos utilizaban el miedo, las medias verdades
y mentiras flagrantes para controlar a la gente de Solis. A
menudo creaban histeria, como hizo el duque después del
ataque al Rito. ¿Recuerdas? —Lo pregunté mirando a
Casteel, que asintió—. Les echaron la culpa del ataque de
los Demonios a los Descendentes cuando, en realidad, ellos
mismos habían creado a esos monstruos. Pero hacerlo,
crear agitación y sospecha entre la gente, los hacía más
fáciles de controlar. Porque la gente estaba demasiado
ocupada señalándose con el dedo, en lugar de unirse y
mirar hacia los Ascendidos como la raíz de todos sus
infortunios. —Remetí un mechón de pelo detrás de mi
oreja, poco acostumbrada a tener a tanta gente
escuchando, mirándome—. Solo estaba pensando que si los
Arcanos estuviesen detrás de la destrucción de las
cosechas y del vandalismo, tal vez sería para crear más
agitación, para que la gente se enfadara y empezara a
sospechar, justo a tiempo de proporcionarles alguien a
quien culpar por lo que está sucediendo.
—¿Y esa alguien serías tú? —preguntó el rey. La tensión
se coló en mis músculos.
—Eso parece.
El rey Valyn inclinó la cabeza mientras me miraba con
atención.
—La agitación y la ansiedad son dos elementos muy
poderosos para desestabilizar a cualquier sociedad. Da
igual lo grande que pueda ser, puede deshacerse pieza a
pieza desde el interior, y a menudo debilita los cimientos
hasta el punto del colapso antes de que nadie se dé cuenta
de lo que está sucediendo.
¿Para ellos?
Me eché atrás y miré a Casteel a los ojos. Él asintió y yo
me levanté sobre mis piernas temblorosas para mirar por el
jardín ahora silencioso. Deslicé los ojos por delgados
carillones de cristal que colgaban de ramas delicadas, y por
flores amarillas y blancas tan altas como yo. Entreabrí los
labios por el asombro. Casi media docena de personas se
habían reunido dentro del jardín, sin contar a los wolven.
Todas ellas se habían hincado sobre una rodilla, las cabezas
inclinadas. Me giré hacia donde Kieran había estado de pie
antes.
Se me cortó la respiración. Él también estaba arrodillado.
Observé su cabeza gacha y luego levanté la vista para ver
que el curandero, que no había creído que pudiera ayudar,
que se había enfadado incluso al creer que estaba dando
falsas esperanzas a los padres, también se había
arrodillado, una mano plana sobre el pecho y la otra contra
el suelo. Detrás de él y de la valla de hierro forjado, todos
los que habían estado en la calle ya no estaban de pie. Ellos
también habían hincado una rodilla en tierra, una mano
apretada contra el pecho y la palma de la otra contra el
suelo.
Cerré una mano en torno a mi vientre y me giré otra vez
hacia Casteel. Me sostuvo la mirada mientras se arrodillaba
también y ponía la mano derecha sobre su corazón y la
izquierda en el suelo.
Ese gesto… lo conocía. Era una variante de lo que habían
hecho los wolven cuando llegué a la Cala de Saion.
Entonces me di cuenta de que ya lo había visto. Los
sacerdotes y las sacerdotisas hacían esto mismo cuando
entraban por primera vez en los templos de Solis, para
reconocer que estaban en presencia de los dioses.
Eres una diosa.
Mi corazón tropezó consigo mismo mientras miraba a
Casteel. Yo no era una…
Ni siquiera podía forzar a mi cerebro a terminar ese
pensamiento porque no tenía ni idea de lo que era. Nadie la
tenía. Y cuando mis ojos bajaron hacia donde la niñita
seguía abrazada con fuerza por su madre y ahora también
por su padre, no… no pude descartar esa posibilidad, por
imposible que pudiera parecer.
—Mami. —La voz de la niña atrajo mi atención. Había
enroscado los brazos en torno al cuello de su madre,
mientras su padre las abrazaba a ambas y plantaba un beso
sobre la cabeza de la niña y luego de la madre—. Estaba
soñando.
—Ah, ¿sí? —La madre tenía los ojos apretados con fuerza,
pero las lágrimas rodaban por sus mejillas.
—Había una señora, mami. —La niña se acurrucó contra
su madre—. Tenía… —Sus palabras sonaron amortiguadas,
pero lo que dijo a continuación fue claro—. Dijo que yo…
que siempre tuve el poder en mí…
Siempre tuviste el poder en ti…
Esas palabras me sonaban extrañamente familiares. Me
daba la sensación de haberlas oído ya, pero no lograba
ubicarlas ni recordar quién las había dicho.
Casteel se levantó y, aturdida, observé cómo se dirigía
hacia mí, sus pasos llenos de gracia fluida. Si alguien dijera
que él era un dios, no lo cuestionaría ni un segundo.
Se paró delante de mí y mis sentidos caóticos se
centraron en él. El aire que inspiré estaba lleno de especias
y de humo. Caldeó mi sangre.
—Poppy —dijo, su tono era ardiente. Pasó el pulgar por la
cicatriz de mi mejilla—. Tus ojos brillan tanto como la luna.
Parpadeé.
—¿Siguen así?
Su sonrisa se amplió, y un hoyuelo amenazó con aparecer.
—Sí.
No supe lo que les dijo a los otros, pero sí que les habló
con la confianza serena de alguien que se había pasado la
vida entera en un lugar de autoridad. De lo único que fui
consciente fue de él. Me guio entre la gente, por delante
del hombre que había sentido tanto pánico pero ahora
permanecía arrodillado. Levantaba la vista hacia mí y sus
labios se movían sin parar. Decía gracias una y otra y otra
vez.
Cuando salimos del jardín, los wolven volvían a estar a
nuestro lado. La gente de la calle y las aceras de adoquines
seguía ahí. Se habían levantado, pero estaban ahí plantados
como paralizados, y todos parecían compartir la misma
emoción chisposa y burbujeante. Emoción y asombro,
mientras nos observaban a Casteel y a mí… mientras me
observaban.
En lugar de llevarme hacia donde esperaba Setti, Casteel
miró a Kieran. No dijo nada, pero una vez más, me
maravilló cómo parecían comunicarse o conocerse tan bien
que las palabras no eran necesarias.
No lo fueron ahora, porque una sonrisa lenta se desplegó
por la cara de Kieran antes de hablar.
—Os esperaremos aquí.
—Gracias —repuso Casteel, su mano cerrada con fuerza
en torno a la mía. Luego no dijo nada más, se limitó a
hacerme girar y echó a andar.
Lo seguí. La conmoción por lo que acababa de suceder
dio paso a la curiosidad. Me llevó calle abajo, al parecer
ajeno a las miradas estupefactas, los murmullos, las
reverencias apresuradas. Yo tampoco era muy consciente
de ello, incapaz de sentir gran cosa más allá del sabor
denso y especiado en mi boca y la tensión que aumentaba
en mi estómago.
Me condujo por debajo de un arco color arena y hasta una
callejuela estrecha que olía a manzanas y estaba bordeada
por urnas rebosantes de frondosos helechos. Unas cortinas
vaporosas ondeaban en las ventanas abiertas por encima
de nuestras cabezas mientras me conducía más adentro por
el pasadizo. La suave melodía de una música nos llegó
desde lo alto, más fuerte cuanto más nos adentrábamos.
Torció de repente a la derecha y después de pasar por otro
arco nos encontramos en un pequeño patio. Unas gruesas
vigas de madera cruzaban de edificio a edificio. Cestas de
flores colgantes oscilaban al aire, el surtido de colores
creaba una cubierta que solo permitía entrar deshilachados
rayos de sol. Unos enrejados cubiertos de enredaderas
creaban un recoveco privado alrededor de cientos y cientos
de flores de delicados pétalos blancos.
—Este jardín es precioso —murmuré. Hice ademán de
acercarme a una de las frágiles flores blancas.
—En realidad, el jardín me importa una mierda. —Casteel
me frenó y tiró de mí hacia un rincón oscuro.
Abrí los ojos como platos, pero antes de que pudiera decir
nada, se giró hacia mí y me apretó contra la pared de
piedra. A la tenue luz sus ojos resplandecían, eran de un
color miel chispeante.
—Lo sabes, ¿verdad? —Casteel puso una mano detrás de
mi cabeza mientras se apretaba contra mí. Sentí su
miembro, largo y erecto, contra mi estómago mientras
rozaba mi sien con sus labios—. Lo que hiciste ahí.
Me permití empaparme de su exuberante aroma a pino y
de su calidez, y dejé que se me cerraran los ojos mientras
pasaba los brazos a su alrededor, con espadas y todo.
—La curé.
Me besó en la mejilla, justo sobre la cicatriz. Luego se
echó atrás. Me miró a los ojos y habría jurado que un
delicado escalofrío lo recorrió de arriba abajo.
—Sabes que eso no es lo que hiciste —me contradijo—.
Trajiste a esa niña de vuelta a la vida.
El aire que inspiré se atascó en mi garganta. Abrí los ojos.
—Eso no es posible.
—No debería serlo —admitió. Deslizó una mano por mi
brazo desnudo y luego por mi pecho. Una espiral apretada
se hizo sentir muy abajo en mi estómago cuando la palma
de su mano rozó mi seno—. Ni para un mortal. Ni para un
atlantiano. Ni siquiera para una deidad. —Su mano bajó por
mi cadera, después por mi muslo. Sentí el calor de su
palma a través del vestido cuando pasó por al lado de la
daga de hueso de wolven—. Solo un dios puede hacer eso.
Solo un dios en particular.
—Nyktos. —Me mordí el labio cuando sus dedos
recogieron la tela del vestido en un puño—. Yo no soy
Nyktos.
—No jodas —dijo contra mi boca.
—Tu lenguaje es muy inapropiado —lo regañé. Él soltó
una risa ronca.
—¿Vas a negar lo que hiciste?
—No —susurré, aunque mi corazón dio un traspié—. No
entiendo cómo lo hice, y no sé si su corazón de verdad
había entrado en el Valle, pero la niña…
—Se había ido. —Me dio un mordisquito en el labio de
abajo. Solté una exclamación ahogada—. Y la trajiste de
vuelta porque lo intentaste. Porque te negaste a rendirte.
Tú hiciste eso, Poppy. Y gracias a ti, esos padres no pasarán
la noche llorando a su hija. La pasarán observando cómo
duerme.
—Yo… mi limité a hacer lo que podía —le dije—. Eso es
todo…
La pura intensidad de la forma en que reclamó mis labios
interrumpió mis palabras. Esa espiral en mi estómago se
intensificó cuando ladeó la cabeza y profundizó el beso.
Un aire cálido se enroscó alrededor de mis piernas
cuando me levantó la falda del vestido. La sorpresa ante
sus intenciones guerreó con el pulso de placer que
despertó.
—Estamos en un lugar público.
—En realidad, no. —Las puntas de sus colmillos rozaron
la cara inferior de mi mandíbula y me dio la impresión de
que se tensaban todos los músculos de mi cuerpo. Subió mi
falda más y más, hasta que sus dedos rozaron la curva de
mi trasero—. Este es un jardín privado.
—Pero hay gente… —Se me escapó un gemido ahogado
cuando la falda subió por encima de la daga—. En alguna
parte.
—No hay nadie ni remotamente cerca de nosotros —me
aseguró, y sacó la mano de detrás de mi cabeza—. Los
wolven se han asegurado de eso.
—No los veo —insistí.
—Están en la boca del callejón —explicó, al tiempo que
pillaba mi oreja entre sus dientes. Me estremecí—. Nos
están dando privacidad para hablar.
Se me escapó una risita.
—Estoy segura de que eso es lo que creen que estamos
haciendo.
—¿Acaso importa? —preguntó.
Lo pensé un poco mientras se me aceleraba el pulso.
¿Importaba? Lo que había ocurrido la noche anterior
destelló ante mis ojos, igual que el recuerdo de ver a
Casteel tirado en el suelo de las Cámaras. Convencida de
que estaba muerto. En un abrir y cerrar de ojos, recordé lo
que había sentido cuando me había quedado sin sangre en
todo el cuerpo, cuando me di cuenta de que no habría más
nuevas experiencias, no más momentos de abandono
salvaje. La niña de esta noche había ganado una segunda
oportunidad, lo mismo que yo.
No la malgastaría.
—No —dije, y Casteel levantó los ojos hacia mí. Con el
corazón a mil por hora, metí la mano entre nosotros. El
dorso de mis temblorosos dedos rozó contra él y dio un
respingo cuando desabroché los botones de la solapa del
pantalón—. No importa.
—Gracias, joder —gruñó, y entonces me besó otra vez,
aniquilando cualquier reserva surgida de una vida entera
de limitaciones. Su lengua acarició la mía mientras rodeaba
mi cintura y me levantaba. Su fuerza nunca dejaba de
provocarme una oleada de emoción—. Enrosca las piernas
a mi alrededor.
Lo hice y gemí ante la sensación de su dura virilidad
apretada contra el centro de mi ser.
Metió la mano entre nosotros y sentí que empezaba a
empujar dentro de mí.
—Solo para que lo sepas —masculló y levantó la cabeza
para mirarme a los ojos—. Estoy completamente en control.
—¿Lo estás?
—Totalmente —juró, y me penetró.
Mi cabeza empujó hacia atrás contra la pared cuando lo
sentí muy adentro, caliente y grueso, y eso me consumió.
Su boca se cerró sobre la mía y me encantó la manera en
que me besó, como si mi mero sabor fuese suficiente para
que él sobreviviera.
Se movió contra mí y dentro de mí, el calor dual de su
cuerpo y los bloques de piedra contra mi espalda fueron un
delicioso ataque a mis sentidos. El empuje de nuestras
lenguas adoptó el mismo ritmo que las embestidas de sus
caderas. Y las cosas… las cosas no siguieron así. Metió una
mano entre mi espalda y la pared y se meció contra mí
hasta que mi cuerpo se convirtió en un fuego que él avivó
con cada caricia y cada beso embriagador. Apretó con
fuerza, presionando contra el pequeño haz de nervios, solo
para retirarse y luego volver con otra embestida profunda.
Cuando empezaba a retirarse, apreté las piernas alrededor
de su cintura y lo sujeté contra mí.
Se rio contra mis labios.
—Avariciosa.
—Provocador —dije, e imité su acción anterior pillando su
labio con mis dientes.
—Joder —jadeó, y movió sus caderas para embestir contra
mí, una y otra vez. Sus movimientos aumentaron de
intensidad hasta que se volvieron febriles, hasta que sentí
como si fuera a hacerme añicos. Me daba vueltas la cabeza
a medida que aumentaba el placer. Me daba la sensación
de que Casteel estaba por todas partes, y cuando bajó la
boca a mi cuello y sentí el roce de sus colmillos, fue
demasiado. Los espasmos sacudieron mi cuerpo en oleadas
húmedas y apretadas, llevándome tan arriba que ni
siquiera volví a bajar hasta que él me siguió a ese éxtasis
con un estremecimiento. Mi cuello ahogó su profundo
gemido de liberación.
Nos quedamos así durante un ratito, unidos, y ambos
pugnando por recuperar el control de nuestra respiración.
Aturdida, tardé unos minutos en recobrar la noción de la
realidad, y entonces salió de mí y me depositó con cuidado
sobre mis pies.
Con el brazo todavía apretado con fuerza a mi alrededor,
Casteel miró hacia atrás.
—¿Sabes qué? Es un jardín precioso.
Eloana descruzó las manos y las dejó caer a sus lados. Una
respiración pesada salió por su boca, una que esperaba que
fuera de alivio, o como mínimo de aceptación.
Valyn dio un paso al frente.
—¿Y si impugnamos vuestra reivindicación?
Mi cabeza voló hacia él.
—Podéis hacerlo —dije, antes de que Casteel tuviese
ocasión de responder—. Pero eso no cambiará lo inevitable.
—Vonetta rozó contra mi pierna al avanzar un poco. Lyra
había saltado sobre uno de los bancos de piedra y, sin
mirar, sabía que los otros también se habían acercado más.
Solté mi mano de la de Casteel y di un paso al frente, con
los ojos fijos en su padre—. Las únicas personas a las que
conoceré jamás como mis padres fueron asesinadas para
evitar este momento. Me dejaron dándome por muerta y
llena de cicatrices debido a mi derecho de nacimiento y me
obligaron a llevar un velo debido a mi estirpe. A mi
hermano lo Ascendieron también en virtud de ello. He
pasado muchos años en los que me arrebataron el derecho
a controlar mi propia vida. Gente inocente ha muerto a
causa de lo que se me debe. Yo misma casi muero. Y de
camino hacia aquí, nos han atacado. Nada de eso ha
evitado que llegara este momento. La corona me pertenece,
a mí y a mi marido, y creo que ya lo sabéis.
Valyn me miró desde lo alto, su expresión era
indescifrable, y dudé de que fuese a tener éxito si intentaba
leer sus emociones. Sus ojos se deslizaron hacia donde
esperaba su hijo.
—¿Tienes algo que añadir?
—En realidad, no. —La sombra de una sonrisa teñía su
tono—. La verdad es que lo ha resumido bastante bien.
Sabéis que la corona le pertenece. Nos pertenece a ambos.
Necesitaremos vuestra ayuda, la de los dos, en lo que
respecta a gobernar Atlantia. Pero no nos hace falta un
drama innecesario.
Reprimí una sonrisa y su padre entornó los ojos.
—Mis disculpas, hijo. No querría causar ningún drama
innecesario —repuso su padre con sequedad.
—Disculpas aceptadas —murmuró Casteel y oí el sonido
del aliento de un wolven que se rio detrás de mí. Valyn
volvió a entornar los ojos.
—Casteel tiene razón —continué—. Es verdad que
necesitamos vuestra ayuda. Tengo muchísimas cosas por
aprender y hay muchas cosas que Casteel y yo tenemos que
hacer.
—¿Y tu razón para haber tomado esta decisión? —
intervino Eloana.
Pensé en lo que me había dicho Casteel y la miré a los
ojos.
—Mis razones no importan, siempre y cuando sean mis
razones.
Me miró durante unos instantes, y entonces uno de los
lados de sus labios se curvó hacia arriba. Con un
asentimiento, se giró hacia su marido.
—Es la hora —dijo—. Hace mucho que lo es.
—Lo sé —confirmó Valyn con un gran suspiro—. Solo
espero que los dos comprendáis que esta responsabilidad
no termina cuando lográis lo que buscáis.
—Lo sabemos —contestó Casteel, dando un paso al frente
para situarse a mi lado otra vez.
—Así es. —Asentí.
Valyn y su mujer se acercaron al borde del estrado.
—Sospecho que ninguno de los dos querrá hacer esto al
modo tradicional, ¿me equivoco?
Casteel me miró. Dando por supuesto que el modo
tradicional consistía en bailes y festejos, me giré hacia sus
padres.
—Una vez que nos hayamos ocupado de la amenaza al
oeste, nos gustaría que hubiera una… coronación más
elaborada. Pero no pensamos que este sea el mejor
momento para eso.
Eloana asintió.
—La celebración de la coronación puede tener lugar en
cualquier momento, cuando vosotros queráis.
Un escalofrío me recorrió de arriba abajo. Alargué una
mano y, en un abrir y cerrar de ojos, la de Casteel se cerró
en torno a ella.
—Entonces, ¿qué pasará ahora?
—Es bastante simple —respondió su padre—. En
presencia del Consejo de Ancianos, renunciaremos a
nuestras coronas y os entregaremos el control a mi hijo y a
ti. Y después le anunciaremos a la ciudadanía que la corona
ha cambiado de manos.
Mi corazón se paró un instante cuando miré hacia los
recovecos en sombras.
—¿Eso ocurrirá ahora, dado que el Consejo ya está
presente?
—Puede ocurrir, sí. —Valyn esbozó una sonrisa tenue.
Casteel miró hacia las sombras.
—¿Y alguno de ellos se opone a esta coronación?
Hubo unos momentos de silencio y, entonces, a nuestra
izquierda, un hombre alto salió de entre las sombras. Sus
ojos eran de un vivo tono amarillo y su pelo oscuro
empezaba a ponerse plateado por las sienes, lo cual
significaba que era un atlantiano muy, muy viejo.
—Lord Gregori. —Casteel inclinó la cabeza y dio la
impresión de reconocer al hombre—. ¿Tienes algo que
decir?
—Así es, alteza. —El hombre hizo una reverencia
mientras Eloana le lanzaba a su marido una mirada irónica
—. Sé que no hay nada que podamos decir para suspender
lo que está a punto de suceder, pero como uno de los
Ancianos mayores del Consejo, tengo la sensación de que
debo hablar por mí y por los otros que están preocupados
por este desarrollo de los acontecimientos.
Si era uno de los miembros más viejos del Consejo,
sospeché que sería un cambiaformas. Mis dones apretaban
contra mi piel y permití que mis sentidos se abrieran justo
lo suficiente para echar un vistacito en su interior. El sabor
inflexible de la desconfianza me secó la boca, pero no fue
una sorpresa demasiado grande después de haber oído sus
palabras.
—Vuestras preocupaciones serán tenidas en cuenta —
comentó Casteel—. Pero, como sospechabas, no retrasarán
esto.
Un fogonazo ácido de irritación brotó del interior de lord
Gregori. Empecé a retroceder.
—¿Cuáles son vuestras preocupaciones? —pregunté con
una curiosidad genuina.
Los ojos de lord Gregori saltaron hacia mí. Su expresión
no mostraba nada del recelo que sentía.
—Estamos al borde de una guerra, y algunos de nosotros
creemos que este no es el mejor momento para transferir el
poder.
La ansiedad zumbó en mi pecho mientras lo miraba con
atención. Hace un año, no hubiese tenido la oportunidad de
encontrar el valor para hacer semejante pregunta. Hace
seis meses, puede que hubiese aceptado que lo que sabía
era solo la mitad de la respuesta. Pero hoy ya no.
—¿Y eso es todo?
Lord Gregori me sostuvo la mirada, con la espalda rígida.
—No. No te conocemos —especificó con frialdad—. Puede
que compartas la sangre de los dioses…
—Es una deidad —lo corrigió Valyn con severidad, lo cual
me sorprendió—. Desciende del Rey de los Dioses y es hija
de Malec. No es alguien que simplemente comparte sangre
de los dioses. Ya lo sabes.
Abrí los ojos como platos. Las mejillas de lord Gregori se
motearon de rosa.
—Mis disculpas —murmuró—. Eres una deidad, pero
sigues siendo una extranjera en nuestras tierras.
—Y criada por el enemigo como la Doncella —terminé por
él, al tiempo que me preguntaba si sería demasiado
aventurado pensar que el hombre tal vez fuese
simpatizante de los Arcanos. Quizás incluso los apoyara—.
Nuestros enemigos son los mismos, lord Gregori, igual que
lo son nuestras lealtades. Espero que me deis la
oportunidad de demostrar que eso es cierto.
Un fogonazo de aprobación cruzó el rostro del padre de
Casteel, y mentiría si dijera que no me sentí bien.
—Rezo a los dioses por que lo hagas. —Lord Gregori hizo
una reverencia rígida antes de volver a ocultarse entre las
sombras.
—¿Alguien más siente la necesidad de compartir su
opinión? —preguntó Casteel. No hubo más movimiento,
aunque era obvio que otras personas compartían los
recelos de lord Gregori—. Bien. —Casteel esbozó una
sonrisa tensa—. Porque hay muchas cosas que debemos
hablar con el Consejo.
—Están impacientes por oír lo que debes compartir con
ellos —repuso Eloana—. Podemos renunciar a nuestras
coronas ahora y, mientras os reunís con el Consejo,
anunciaremos a la gente de todo Evaemon que sus nuevos
reyes los van a saludar —dijo. Se giró y estiró una mano
hacia las altas puertas a la espalda de la estatua de Nyktos
—. Desde los balcones del templo de Nyktos.
Un escalofrío recorrió mi piel mientras contemplaba la
suave piedra negra reflectante del suelo, un poco
perturbada al percatarme de que estaba en su templo.
Tragué saliva y levanté la vista.
—¿Todo eso puede hacerse hoy? ¿El intercambio de
poder? ¿Hablar con el Consejo y luego saludar a la gente?
—Sí —confirmó Eloana. Casteel me dio un apretón en la
mano.
—Entonces, hagámoslo.
Una expresión de cariño se instaló en la cara de su
madre, que nos hizo unos gestos para que nos reuniéramos
con ellos.
—Venid. No deberíais estar más abajo sino delante de
nosotros.
Respiré hondo y Casteel y yo subimos el escueto tramo de
escaleras. Lo que ocurrió a continuación fue surrealista. Mi
corazón se ralentizó y se calmó. El leve temblor se
apaciguó a medida que el zumbido de mi pecho se extendía
por todo mi cuerpo, eliminando el nerviosismo y
sustituyéndolo por una intensa sensación de corrección.
Bajé la vista hacia la mano que sujetaba la de Casteel. Casi
esperaba verla brillar, pero mi piel lucía normal.
—Inclinaos —ordenó la reina con voz dulce.
Siguiendo los gestos de Casteel, hinqué una rodilla en
tierra delante de su madre. Nuestras manos permanecieron
entrelazadas y su padre se colocó justo delante de él. Giré
la cabeza un poco y vi que los wolven se habían tumbado en
el suelo por todo el templo; tenían las cabezas gachas pero
mantenían los ojos abiertos y fijos en el estrado. Kieran,
Naill y Emil habían hecho otro tanto, y vi que Delano se
había reunido con nosotros en su forma mortal y estaba al
lado de ellos.
—De cuerpo presente en el templo del Rey de los Dioses y
ante el Consejo de Ancianos como testigo, renunciamos a
las coronas y a los tronos de Atlantia —anunció Valyn—, y a
todo el poder y la soberanía de la corona. Hacemos esto por
voluntad propia, para allanar el camino de la ascensión
pacífica y legítima de la princesa Penellaphe y su marido, el
príncipe Casteel.
Una oleada de sorpresa me salpicó en respuesta al hecho
de que mi título fuera anunciado antes que el de Casteel.
Eloana levantó las manos y se quitó la corona dorada. A
su lado, Valyn hizo lo mismo con la suya. Las dejaron sobre
el estrado.
Un remolino de aire sopló a través del templo y revolvió
mi pelo. Ante nosotros, los huesos blanquecinos de la
corona que Valyn había depositado en el suelo se
agrietaron y cayeron como copos para revelar el hueso
dorado que había debajo. Ambas coronas brillaron con una
luz procedente de su interior que palpitó con intensidad
antes de difuminarse, hasta que solo refulgieron por efecto
de la luz del sol.
Un suspiro tembloroso brotó de Valyn cuando él y su
mujer recogieron las coronas una vez más. Su voz sonó
serena cuando habló.
—Casteel Hawkethrone Da’Neer, ¿juras cuidar de Atlantia
y de su gente con amabilidad y fuerza, y guiar con
compasión y justicia, desde este momento hasta tu último
momento?
Esas palabras. Desde este momento hasta tu último
momento. Se me comprimió la garganta.
—Juro cuidar de Atlantia y de su gente —respondió
Casteel, su voz gruesa por la emoción—. Con amabilidad y
fuerza, y guiar con compasión y justicia, desde este
momento hasta mi último momento.
—Entonces, que así sea. —Su padre depositó la corona
sobre la cabeza de Casteel.
—Penellaphe Balfour Da’Neer —dijo Eloana, y sentí una
ráfaga de emoción al oír el apellido de Casteel unido al mío
—, ¿juras cuidar de Atlantia y de su gente con amabilidad y
fuerza, y guiar con compasión y justicia, desde este
momento hasta tu último momento?
Mi piel vibraba, pero una vez más hice lo mismo que
Casteel.
—Juro cuidar de Atlantia y de su gente con amabilidad y
fuerza, y guiar con compasión y justicia, desde este
momento hasta mi último momento.
—Que así sea —contestó Eloana, y depositó la corona
sobre mi cabeza.
Unas intensas llamas brotaron de las antorchas antes
apagadas de los dioses que estaban a ambos lados, unas
después de otras, hasta que el fuego brotó también en la
antorcha que sujetaba Nyktos. Las llamas que crepitaban y
ondulaban por encima de las antorchas eran de un blanco
plateado.
—Levantaos —nos ordenó Eloana con dulzura; sus ojos
centelleaban de lágrimas frescas cuando levanté la vista
hacia ella. Sonrió—. Levantaos como el rey y la reina de
Atlantia.
Capítulo 37