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Luna

Luna es negra con ojos anaranjados brillosos, solo cuando está tranquila estos pueden notarse, ya
que se vuelven negros por emoción. No es muy grande ni muy pequeña, pero por su pelaje espeso
parece otra cosa. Por su color negro se desaparece entre la ropa, sweters, sombras y cajas vacias.

Tiene alma de viajera de tejas, visitas otros amigos y techos. Ella sin cuidado, pero su dueña con
terror y miedo. Es un mundo descuidado.

No es agresiva pero tampoco muy cariñosa. Algo malhumorada diría su compañera.

A mitad de la noche se escuchan golpes y resuena la escalera de aluminio. Son Dolce y Luna,
jugando como niños en el parque a media tarde cuando sus padres les indican que cinco minutos
más y a casa, lo hacen como si nunca fueran a jugar otra vez y como si este fuera su
descubrimiento.

Ella recibe un visitante pero no es de su agrado, lo llamaron Vaca, en vez de Toro. Él es muy
intenso, desea jugar y estar acompañado y ella demasiado odiosa, aunque disfruta su compañía a
la hora de la siesta. A medida que fue pasando el tiempo Vaca aprendió a estar cerca de Luna sin
invadirla, la fue conociendo poquito a poquito, le costó pero lo razono.

Esta gatita no fue la primer compañía de su dueña, antes estuvieron perros, conejos, canarios,
loros, un carroñero, mulitas o armadillos, mariposas, pollitos, gallinas, gallos, caracoles, peces, una
rana, arañas no porque le daban terror. Pero si tuvo muchos compañeros de vida que la
acompañaron en su vida, todos se ganaron un lugar en su corazón, en sus recuerdos. Luna a pesar
de no ser la primera, es la primera felina que integro a su vida.

Jamás habría creído que iría a tener tanto impacto su llegada. Se dio cuenta que nunca había visto
gatos en la calle hasta que llego ella y ahora cada vez que camina y sale a las calles observa la
infinidad de gatitos que hay. Como si se tratara de algo nuevo, como si antes fueran invisibles.

¿Cómo ocurrió esto? Pues no fue la mismísima dueña, sino el hijo de ella, que no le interesaban
mucho los perros, sino que se enloquecía en parar a querer acariciar a cada gatito que se le
cruzara. Esto cuando apenas era un pequeño bebé de un año. Le costó entender que debía ser
más delicado al momento de querer acercarse ya que se asustaban con facilidad.

A la dueña le dolía el corazón el hecho de ver como se escondían, ya que el mundo es un lugar
descuidado donde les pegan, los echan, les disparan porque ellos también sienten hambre, miedo,
dolor, enfermedades. Este es el mundo al que se le tiene miedo y una sola persona no puede
hacer mucho para cambiarlo.

Pero aun así lo intenta. Su abuela también lo intenta ya que en el patio apareció un gato naranja,
muy miedoso pero que se encariño con ella. La abuela no es una persona sencilla, en realidad no le
gustan los animales a menos que sean pajaritos pequeños, pero ese gato sin nombre le enterneció
el sentimiento de amar a otros animales.
Entonces es cuestión de ver más allá de lo que digan otras personas acerca de alguien o algo. La
dueña de Luna siempre escucho malos comentarios de los gatos pero al conocerla decidió abrir su
corazón y amarla en su locura gatuna.

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