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La espada ardiente.

Alejandro era un joven guerrero griego: el sonido de las espadas, el calor de la lucha, la
defensa de su ciudad, le daba sentido a su vida. Era todo un espartano: alto, fornido, atlético,
su piel cubierta de cicatrices que recordaban su estirpe: nacido y forjado para la guerra.

Tenía un gran sueño: salvar a un territorio conquistado y oprimido, retirarse y vivir como un
rey: cubierto de oro con abundante comida …. Estaba tan distraído en sus pensamientos que
no vio al anciano que le pedía limosna: le arrojó casi con desprecio una moneda. Este tomó su
mano, le agradeció y le habló con la cabeza gacha:

- Tienes manos fuertes, sos un gran luchador. ¿Cuál es tu mayor deseo?

- ¡Ja,ja,ja! ¿Por qué le diría a un mendigo? - le respondió. Hoy es tu día de suerte te lo voy a
contar: deseo salvar a las personas que están dominadas, que sean libres del tirano que los
castiga. Así podré alejarme de las guerras y vivir como un rey.

De pronto, el cielo se oscureció y bajó Belerofonte montado en su Pegaso, se acercó y le


obsequió una espada en llamas. Miró al vagabundo y le dijo: A tus órdenes, Ares, dios de la
guerra, mi misión está cumplida.

Asombrado, el joven guerrero notó como el pordiosero se transformaba en el varonil Ares, el


cual le dijo:

- Esta espada es poderosa, cuida de ella y obtendrás tu deseo.

Montó en su caballo y rescató junto a su espada a numerosos pueblos oprimidos hasta que
logró su objetivo: fue nombrado rey. Fueron años luminosos: oro, comida un palacio lleno de
lujos, muchos súbditos….

Con los años, la avaricia se apoderó de Alejandro. Aquel que no pagaba un fuerte tributo era
sometido a la espada de fuego. Se había convertido en un tirano.

Cierto día decidió recorrer su reinado y vio, cuán empobrecido, hambriento y enfermo estaba
su pueblo. Así que clamó por la presencia de Ares y le suplicó por su vida anterior, lejos de la
espada ardiente.

Ares le aceptó la espada e inmediatamente, Alejandro se convirtió en un débil anciano


pordiosero-

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