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Jaime Ignacio del Burgo

Asalto a la democracia
La gran mentira que quiere acabar
con la Constitución y las libertades
Primera edición: marzo de 2022

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© Jaime Ignacio del Burgo, 2022


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ISBN: 978-84-1384-292-9
Depósito legal: M. 1.908-2022
Fotocomposición: Creative XML, S. L.
Impresión y encuadernación: Huertas
Impreso en España-Printed in Spain
ÍNDICE

1. SÁNCHEZ DERRIBA A RAJOY


El eclipse del Partido Popular
La Justicia tritura a Mariano Rajoy
El vendaval Sánchez: moción de censura
El Tribunal Supremo llega tarde
Todos contra el PP. Sánchez presidente
El PNV vacila y Rajoy valora la posibilidad de
dimitir
El canto del cisne de Rajoy y el nacimiento del
gobierno Frankenstein
Sánchez defiende la Constitución de 1978
«El Partido Popular no es un partido corrupto»
(Sánchez)
Echando la vista atrás… El enemigo fuimos nosotros

2. PENSAMIENTOS DEL HÉROE DE LA RESILIENCIA


«Prometo por mi conciencia y honor…»
Las tarjetas black de Caja Madrid. «No sabía nada
de nada»
Vacunado contra el nacionalismo
Un idilio de conveniencia
Complicidad con la Corona: Sánchez valora la
importante función arbitral y moderadora del rey
El PSOE «echa» a Pedro Sánchez
El regreso

3. DE SURESNES (FRANCIA, 1974) AL CAMPO DE LAS


NACIONES (MADRID, 2017): ¿CONTINUIDAD O
RUPTURA?
Suresnes, la revolución en marcha
El revisionismo posmarxista del PSOE. El congreso
extraordinario de 1979
extraordinario de 1979
La Constitución como obstáculo o como palanca
para el cambio revolucionario
Suresnes siempre presente
El «nuevo PSOE»

4. EL GRAN MITO DE LA MEMORIA DEMOCRÁTICA


De la España de la reconciliación y la concordia a la
recuperación antihistórica de la memoria no
democrática
Hacia la confrontación
Algo de historia. La caída de la Monarquía
14 de abril de 1931. Alcalá-Zamora proclama la
República mientras el rey huye del Palacio Real
La falsedad del idilio republicano. Lo que pudo ser y
no fue
El alzamiento del PSOE: la revolución de 1934
El Frente Popular (1936)
La represión de los «demócratas»
Una reflexión al inicio de la Transición

5. CATALUÑA
Bilateralidad encima de la mesa
En el principio estuvo Rodríguez Zapatero
«La dignidad de Cataluña»
La rebelión de Puigdemont (1 de octubre de 2017)

6. ZAPATERO, EL PRECURSOR DEL MESÍAS SOCIALISTA


11-M. El olvido de nuestra memoria histórica
Cuando Durán i Lleida predicaba en el desierto
Deslealtad independentista
Zapatero se quita la careta: la Quinta Internacional
(La Paz)

7. EL FEDERALISMO, UNA SOLUCIÓN QUE CONDUCE A


NINGUNA PARTE
La Declaración de Granada (2013)
Sánchez claudica ante els segadors La Declaración
Sánchez claudica ante els segadors. La Declaración
de Barcelona (2017)
Convicción o chantaje

8. EL NUEVO ESTATUS POLÍTICO VASCO


Hay dos formas de ser vasco
El nuevo estatus político
De nuevo cita con la historia
De la amnistía de 1977 a los pactos antiterroristas
Zapatero negocia con ETA
Asesinato de Miguel Ángel Blanco, vacilación de
Aznar y la gran traición del PNV: la declaración de
Estella
El Plan Ibarreche: el sueño frustrado de convertir a
Euskadi en un Estado libre asociado con España
Al borde de la traición. La negociación de Zapatero
con ETA
El proceso encalla
La rendición de ETA no fue obra del PSOE
Sánchez entra en escena
La «nueva fórmula» de Urkullu: una vuelta al
pasado que es un salto al vacío

9. LA GRAN MENTIRA
Preguntas con respuesta
Sánchez califica de «fantástica» la sanidad pública y
dice que está preparada para luchar contra el
coronavirus
Evolución de la mortandad; la pavorosa frialdad de
la estadística
La suspensión del Mobile World Congress (MWC) de
Barcelona
No caer en el alarmismo
Pedro Sánchez, tras visitar el CCAES, impulsa la
manifestación feminista del 8 de marzo
Y de pronto llegó la pandemia
Declaración del estado de alarma
l ld l d l i
El papel del Estado en el coronavirus 2019
La responsabilidad de la manifestación feminista
del 8 de marzo y los quebraderos de cabeza de
Fernando Simón
La revolución de las mujeres
Punto final. La Justicia se lava las manos (por
ahora)

10. ¿JAQUE MATE A LA CONSTITUCIÓN?


Nuestro manual de resistencia
La Corona en el punto de mira
Asalto al Poder Judicial
El Tribunal Constitucional, el oscuro deseo de todos
los gobiernos
La libertad está en peligro
¿Jaque mate?
A mis queridos nietos Jaime, Lucía, Carolina, Pablo, Carla,
Patricia, Blanca, Martina, Paula, María, Arturo, Yago,
Alejandra y Ulla,
para que tengan siempre presente que la Constitución de
1978 no envejece
por el transcurso del tiempo pues la paz, la libertad, la
justicia, la igualdad,
la solidaridad y el espíritu de concordia son valores y
principios que no
tienen fecha de caducidad.

Pamplona, 6 de diciembre de 2021

Día de la Constitución
1. SÁNCHEZ DERRIBA A RAJOY

El eclipse del Partido Popular

El 1 de junio de 2018 Pedro Sánchez derribó al presidente


Mariano Rajoy y se convirtió en el séptimo presidente de la
democracia. Al día siguiente prometió su cargo ante el rey
Felipe VI. El acceso al poder del secretario general del
PSOE no fue fruto de ningún triunfo electoral. En las
elecciones celebradas el 26 de junio de 2016 el PP perdió
su mayoría absoluta, pero si por ganar las elecciones se
entiende haber tenido el mayor número de votos, el
vencedor fue Mariano Rajoy con 137 escaños frente a 85 de
su contrincante, el PSOE de Sánchez, que perdió cinco
diputados respecto a las elecciones anteriores.
La convulsión de la política española comenzó en las
elecciones generales del 20 de diciembre de 2015. Aquel
día el PP perdió su mayoría absoluta obtenida en las
elecciones de 2011, que pusieron fin al gobierno de
Rodríguez Zapatero. A pesar de que Mariano Rajoy había
conseguido evitar el «rescate» de la Unión Europea a causa
de la gravísima crisis financiera iniciada en 2008 y España
se encontraba ya en un proceso de recuperación real de la
economía, un tercio de su electorado dio la espalda al
Partido Popular, que perdió 63 de los 186 escaños de 2011.
La causa de este batacazo electoral fue el estallido del caso
«Gürtel», magnificado por sus adversarios, logrando
transmitir la idea de que el PP era un partido corrupto y
también la decepción por no haber utilizado su mayoría
absoluta para restaurar los daños provocados en el edificio
constitucional por las cargas de profundidad lanzadas por
Zapatero, que emprendió el proceso de demolición de la
Constitución de 1978 que padecemos hoy día.
Tampoco las elecciones de 2015 fueron motivo de
celebración en el PSOE. El candidato Pedro Sánchez,
concejal de Madrid desde 2003 y que había hecho una
carrera meteórica hasta el punto de ser cabeza de cartel a
la Presidencia del Gobierno, vio cómo su partido, con 90
escaños, perdía 20 diputados respecto a 2011. Después de
Sánchez nadie quiso ser candidato a la Presidencia del
Gobierno, lo que provocó la convocatoria de nuevas
elecciones, que tuvieron lugar el 25 de junio de 2016 —con
Rajoy al frente del PP y Sánchez del PSOE—, donde los
populares pasaron de 123 a 137 diputados, mientras los
socialistas caían de 90 a 85, el resultado peor de la historia
del PSOE desde 1977.
El 1 de octubre de 2016 Pedro Sánchez presentó su
dimisión y el día 29 de octubre renunció a su acta de
diputado, horas antes de que Mariano Rajoy obtuviera
mayoría simple para un nuevo mandato como presidente.
Todo el mundo pensó que la vida política de Pedro Sánchez
se había acabado. Sus acciones dejaron de cotizar en la
bolsa de la política. Pero hay algo que reconocer en
Sánchez y es su capacidad de resistencia y su tenacidad a
la hora de reconquistar y ejercer el poder.
Desde el mismo día de su dimisión, Sánchez decidió
visitar a todas las agrupaciones socialistas de España y
sedujo a una buena parte de los militantes socialistas, que
solo tenían motivos para el desaliento. En las elecciones
primarias celebradas el 21 de mayo de 2017 recuperó la
secretaría general. Consiguió el voto de más de la mitad de
los militantes, derrotando a los otros dos candidatos, la
andaluza Susana Díaz y el vasco Patxi López. La foto de
Sánchez junto a su esposa y los principales colaboradores
que le habían acompañado en la recuperación de la
secretaría, cantando en éxtasis, puño en alto y sin
sonrojarse, La Internacional, el himno que el socialismo
español comparte con los comunistas, era toda una
premonición.1
1 Letra de La Internacional: «Arriba los pobres del mundo, en pie los
esclavos sin pan; alcémonos todos al grito ¡Viva la Internacional! Removamos
todas las trabas que oprimen al proletariado. Cambiemos al mundo de base
hundiendo al imperio burgués. Agrupémonos todos en la lucha final y se alzan
los pueblos por la Internacional. Agrupémonos todos en la lucha final y se alzan
los pueblos con valor por la Internacional. El día que el triunfo alcancemos, ni
esclavos ni dueños habrá, los odios que al mundo envenenan al punto se
extinguirán. El hombre del hombre es hermano, derechos iguales tendrán. La
tierra será el paraíso, patria de la humanidad. Agrupémonos todos en la lucha
final y se alzan los pueblos por la Internacional. Agrupémonos todos en la lucha
final y se alzan los pueblos ¡con valor! por la Internacional». Siempre me he
preguntado si de verdad los socialistas cantan La Internacional sin saber la
letra o la cantan sin saber lo que cantan. De todas formas, con el puño cerrado
y sin la rosa parecen salir del túnel del tiempo, cuando sus compañeros de
antaño sí sabían lo que cantaban y por eso eran temibles.

Sánchez era secretario general del PSOE, pero no tenía


escaño en el Congreso. Eso era un grave inconveniente,
pues estaba al margen de los grandes debates
parlamentarios y, por tanto, del cuerpo a cuerpo, como
principal partido de la oposición a Mariano Rajoy. El PP
gobernaba en minoría. Había superado con éxito la
aprobación de los Presupuestos Generales del Estado para
2017, con apoyo de Ciudadanos, PNV, Coalición Canaria,
Nueva Canarias, Foro Asturias y UPN. Esperaba volver a
superar el trámite presupuestario de 2018, vital para
cualquier gobierno. Para ello necesitaba conseguir 176
votos. Si lo lograba, la legislatura estaba asegurada. Y
Rajoy los consiguió. A los 137 votos del PP, incluidos los dos
de Unión del Pueblo Navarro y el diputado de Foro
Asturias, ambos en coalición con los populares, se sumaron
los 32 de Ciudadanos, más el voto de Coalición Canaria (1)
y Nueva Canarias (1), en total 171. La sorpresa la dio el
PNV, que con sus cinco diputados avaló los presupuestos.
El ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, al conocerse el
resultado de la votación —176 frente a 172— recibió una
gran ovación en la sesión plenaria del 23 de mayo de 2018.
Caras largas en los escaños del PSOE, de Podemos y de
todos los radicales de izquierdas y del independentismo.
El 18 de junio el Senado, con clara mayoría del PP,
aprobó los presupuestos por 155 votos a favor, frente a 29
votos en contra y 60 abstenciones de los senadores
socialistas. El 3 de julio el rey sancionó y promulgó la ley
presupuestaria de 2018, que al día siguiente se publicó en
el Boletín Oficial del Estado. Nadie podía imaginar que el
refrendo del presidente del Gobierno de la sanción del rey
vendría firmado por Pedro Sánchez Pérez-Castejón. Y es
que antes de que se culminara el proceso legislativo de
aprobación por la cámara alta, en España se había
producido un cambio político trascendental. El 2 de junio
de 2018 el secretario general del Partido Socialista Obrero
Español se había convertido en el séptimo presidente del
Gobierno de la democracia española. Pedro Sánchez había
conseguido sentarse a la cabeza del banco azul en el
hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo por derecho
propio, tras derribar a Mariano Rajoy mediante una moción
de censura.
Al haber apoyado el Congreso el primer paso para la
aprobación de los presupuestos, el PNV se vio obligado a
dar explicaciones, ya que apuntalaba a Rajoy hasta el final
de la legislatura, en plena aplicación del artículo 155 de la
Constitución para hacer frente a la rebeldía de la
Generalidad. Recordemos que el 27 de octubre de 2017 el
Parlamento Catalán, envalentonado el sector
independentista con el resultado del referéndum ilegal que
tuvo lugar el 1 de octubre, declaró unilateralmente la
independencia y proclamó la República de Cataluña, cuyo
primer acto sería la convocatoria de unas elecciones
constituyentes. Ante tan clara violación de la Constitución,
ese mismo día, después de un debate que se había iniciado
días atrás, el Senado autorizó al gobierno a aplicar el
artículo 155 de la Constitución.2 Tan pronto como se dio luz
verde a su aplicación, el gobierno presidido por Mariano
Rajoy disolvió el Parlamento autónomo, destituyó al
Gobierno de la Generalidad, incluido su propio presidente,
Carles Puigdemont, y convocó elecciones autonómicas que
tendrían lugar el 21 de diciembre. La aplicación del
artículo 155 cesaría automáticamente en el momento en
que tomara posesión el nuevo consejo ejecutivo de la
Generalidad, lo que se produjo el 2 de junio de 2018.
Durante 218 días la autonomía catalana quedó intervenida
por el Estado.
2 El artículo 155 de la Constitución dice así. «1. Si una Comunidad
Autónoma no cumpliere las obligaciones que la Constitución u otras leyes le
impongan, o actuare de forma que atente gravemente al interés general de
España, el gobierno, previo requerimiento al Presidente de la Comunidad
Autónoma, y, en caso de no ser atendido, con la aprobación del Senado, podrá
adoptar aquellas medidas necesarias para obligar a aquella al cumplimiento
forzoso de dichas obligaciones o para la protección del mencionado interés
general. / 2. Para la ejecución de las medidas previstas en el apartado anterior,
el gobierno podrá dar instrucciones a todas las autoridades de las
Comunidades Autónomas».

Tanto el PSOE como Ciudadanos habían apoyado la


aplicación del artículo 155 de la Constitución, si bien a
condición de que Rajoy procediera a la convocatoria de
elecciones autonómicas que debían celebrarse en un plazo
máximo de dos meses.
El PNV votó en contra de la aplicación del artículo 155
de la Constitución en Cataluña, pero apoyó la ley
presupuestaria después de resolver el gran dilema. La
aprobación de los presupuestos fortalecía a un gobierno
opresor de sus hermanos catalanes. Siempre habían
mantenido estrechas relaciones con Convergencia i Unió e,
incluso, históricamente con ERC. Pero, por otra parte, para
los intereses del País Vasco el acuerdo con Rajoy, cuya
muñidora había sido Soraya Sáenz de Santamaría, que
mantenía un idilio, político, entiéndase bien, con el
presidente vasco Iñigo Urkullu, era muy ventajoso.
Optaron, pues, por el voto favorable a los presupuestos.
Dijeron, en su descargo, que los nacionalistas habían
presionado para el levantamiento del artículo 155 de la
Constitución, cuya aplicación había sentado un
«peligrosísimo precedente» y que «no contribuye a una
relación tranquila de Cataluña y Euskadi con el Estado»,
cuyo final, anunciaban, era cuestión de días. Excusa poco
convincente porque ya se habían celebrado las elecciones
autonómicas y solo faltaba que Joaquim Torra, investido
presidente de Cataluña el 17 de mayo de 2018, concluyera
las negociaciones con sus socios para conformar el
Gobierno de la Generalidad excluyendo a los presos del
procés que se esperaba de un momento a otro y que
suponía el cese inmediato de la aplicación del artículo 155
de la Constitución. Otra cosa es que se hubieran
incrementado las inversiones del Estado en el País Vasco,
entre ellas 300 millones de euros para la construcción de la
Y griega vasca del AVE, así como otras mejoras económicas
y financieras.
Ya hemos dicho que la bancada popular del Congreso,
después de que la presidenta Ana Pastor diera cuenta del
resultado de la votación de los presupuestos, ovacionó al
ministro de Hacienda, que se fundió en un abrazo con la
vicepresidenta Sáenz de Santamaría. Las fotos del
momento reflejan el júbilo de los diputados del PP. Pero hay
dos personas que aplauden mientras miran la escena, pero
no sonríen. Se trata de Dolores de Cospedal, ministra de
Defensa y secretaria general del PP, y el presidente Rajoy.
Quizás sabían ya la tormenta que se avecinaba por causa
de la sentencia de la Sala de lo Penal de la Audiencia
Nacional, que seis días antes, el 17 de mayo, había
condenado a los principales imputados en el caso Gürtel,
aunque todavía no se había hecho público.
Seguro que Pedro Sánchez estaría también al corriente
de que la Audiencia Nacional, en una sentencia cuyo
ponente había sido José Ricardo de Prada Solaesa,
magistrado «progresista» de reconocida militancia
ideológica socialista en la Asociación Jueces para la
Democracia, amigo íntimo de Baltasar Garzón, compañero
sentimental de la fiscal general Dolores Delgado,
condenaba al PP a devolver como «partícipe a título
lucrativo» la cantidad de 133.628,48 euros por gastos
electorales en Majadahonda y 111.864,32 euros en Pozuelo
de Alarcón, considerados delictivos por el Tribunal y cuyos
autores habían sido condenados a penas de prisión. Se
declaraba al PP responsable solidario con los condenados
de la devolución de tales cantidades por un total de
245.492,80 euros.
El ponente Ricardo de Prada y el magistrado Julio de
Diego López en uno de sus fundamentos introdujeron un
párrafo de unas pocas líneas, donde se daba por probada la
existencia de la «Caja B» del Partido Popular —asunto que
no había sido enjuiciado, pues había una pieza separada
pendiente de resolver específicamente centrada en dicha
cuestión—, y ponían en duda la credibilidad de las
declaraciones testificales de los principales dirigentes del
partido, incluido el propio Mariano Rajoy. Un
pronunciamiento extemporáneo que ni siquiera servía de
fundamento jurídico para declarar al PP partícipe a título
lucrativo, condena que no tiene naturaleza penal, sino civil.
El presidente Ángel Hurtado presentó un voto particular
considerando que la referencia a la «Caja B» era
innecesaria, pues se trataba de un asunto ajeno al objeto
del proceso.

La Justicia tritura a Mariano Rajoy

Pues bien, así se desencadenó el vendaval Sánchez que se


llevó por delante a Mariano Rajoy. El 23 de mayo de 2018,
el Congreso aprueba los presupuestos. Al día siguiente, 24
de mayo, la Audiencia Nacional publica una nota
informativa en la que resume la sentencia dictada en el
caso Gürtel. En dicho comunicado oficial se dice:
El Tribunal concluye que el PP debe ser condenado como partícipe a título
lucrativo por los actos electorales que sufragaron las empresas del grupo
Correa en las localidades madrileñas de Majadahonda y Pozuelo cuando
Guillermo Ortega y Jesús Sepúlveda [ambos del PP] eran candidatos a esas
alcaldías. La Sala explica que concurren todos los requisitos del responsable
a título lucrativo, en tanto que los actos delictivos descritos en la sentencia,
«produjeron beneficios económicos cuantificables al Partido Popular,
consistentes en la financiación ilegal de actividades y diversos actos
políticos realizados en campañas y precampañas electorales para sus
candidatos, que de otra manera hubieran tenido que ser sufragados
directamente con recursos económicos propios del partido político en
cuestión». La formación política deberá abonar 133.628,48 euros por los
actos llevados a cabo en Majadahonda y 111.864,32 euros por los de
Pozuelo, al haberse constatado que se produjo un enriquecimiento ilícito en
perjuicio de los intereses del Estado, generándose una obligación civil de
devolución. Lo abonarán de modo directo y solidario con los condenados
Guillermo Ortega, José Luis Peñas, Juan José Moreno, Mari Carmen
Rodríguez Quijano, Francisco Correa, Pablo Crespo (por los gastos de
Majadahonda) y Jesús Sepúlveda (por los de Pozuelo).

Esto significaba que el PP solo pagaría en el caso de que


los condenados no lo hicieran.
Tal como está redactada la nota informativa todo el
mundo concluyó que el Partido Popular había sido
condenado por corrupción, al haberse beneficiado de los
delitos cometidos por el grupo Correa que sufragó unos
gastos electorales —245.492,80 euros— que debió haber
soportado el propio partido.
El 25 de mayo de 2018, se hace público el contenido
íntegro de la sentencia. En su Introducción se inserta un
párrafo también demoledor para el PP:
Mediante el inflado de precios que se cobraban de las distintas
administraciones públicas afectadas, la finalidad buscada era la obtención
ilícita de importantes beneficios económicos a costa del erario público, o
bien comisiones cuando la adjudicataria eran terceras empresas, que luego
se repartían entre el Grupo Correa y las autoridades o cargos públicos
electos o designados corruptos, que recibían cantidades de dinero en
metálico, pero también mediante otro tipo de servicios o regalos prestados
por diferentes empresas de esa trama, como eventos, viajes, fiestas,
celebraciones, etc., de las que en algunos casos se beneficiaron también sus
familiares. También otras cantidades sirvieron para directamente pagar
gastos electorales o similares del Partido Popular, o fueron a parar como
donaciones finalistas a la llamada «Caja B» del partido, consistente en una
estructura financiera y contable paralela a la oficial, existente al menos
desde el año 1989, cuyas partidas se anotaban informalmente, en ocasiones
en simples hojas manuscritas como las correspondientes al acusado
BÁRCENAS, en las que se hacían constar ingresos y gastos del partido o en
otros casos cantidades entregadas a personas miembros relevantes del
partido, si bien estos últimos aspectos que se describen lo son únicamente
para precisar el contexto en el que se imbrican los hechos objeto de este
enjuiciamiento, pero quedando fuera de su ámbito de conocimiento (p. 156).

Más adelante, la Sala argumenta que hay prueba


documental y testifical que, a juicio de la Fiscalía, cuyo
criterio acepta el Tribunal, demuestra que al menos desde
1989 el PP poseía una «Caja B». En cuanto a la prueba
testifical, ningún testigo, incluida la cúpula del PP y el
propio Mariano Rajoy, había admitido la existencia de una
«Caja B» ni haber percibido cantidades opacas. A pesar de
ello, el informe de la Fiscalía, según la sentencia, «rebate
la veracidad de dichos testimonios». El Tribunal declara
compartir la argumentación de aquella, cuando afirma que
«no son suficientemente creíbles estos testigos para rebatir
dicha contundente prueba» (p. 1.078).3
3 El 28 de octubre de 2021, la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional
dictó sentencia en la pieza separada conocida como «papeles de Bárcenas». En
ella se condena al extesorero del PP como cooperador necesario de un delito
continuado de falsedad contable en concurso con un delito contra la Hacienda
Pública relativo al Impuesto de Sociedades de 2007 de la Empresa Unifica en
relación de concurso medial con un delito continuado de falsedad en
documento mercantil cometido por particulares y le impone una multa de 1,2
millones de euros. Asimismo, absuelve a Bárcenas del resto de los delitos de los
que estaba acusado, entre ellos asociación ilícita, delito electoral, tráfico de
influencias, blanqueo de capitales o falsedad documental. La Sala rechaza el
relato acusatorio que habla de una trama organizada por empresarios y
dirigentes del PP para captación de fondos y financiación irregular del partido,
usada para campañas electorales, mantenimiento del partido, sobresueldos,
fondos que procedían de donaciones ilegales procedentes de empresas con
contratos con la Administración Pública, y que dentro de esa trama
responsables del PP y otras personas físicas y jurídicas cometen delitos contra
la Hacienda Pública utilizando como medio la falsedad contable. En la
sentencia no se hace ninguna referencia a José María Aznar, a Mariano Rajoy ni
a ningún dirigente del PP. Sí se condena a dicho partido al pago de 123.669
euros como responsable civil subsidiario por un delito cometido por Bárcenas
que benefició al PP sin su conocimiento. El delito fue la defraudación de una
cuota de 875.521,32 euros en el Impuesto de Sociedades de 2007 concertada
por el gerente con otros miembros de la empresa UNIFICA, constructora de las
obras de reforma de la sede de Génova 13. Algún medio de comunicación ha
publicado los papeles de Bárcenas. Si se examinan con detalle se verá que las
cantidades reflejadas son insignificantes como para justificar el estruendo
mediático e, incluso, la caída de Mariano Rajoy. En aquellos momentos,
Sánchez tenía a sus espaldas varios escándalos de gran magnitud a los que me
referiré más adelante, como el descubierto en Andalucía sobre la
administración de los ERE (expedientes de regulación de empleo).

El fallo incluye 28 delitos de prevaricación que alcanzan


a 194 años de inhabilitación para los condenados. Detalla
24 delitos de cohecho que recaen sobre 12 personas, 26 de
blanqueo, 36 de malversación y 20 delitos contra la
Hacienda Pública, de los que 11 recaen en el matrimonio
Bárcenas-Iglesias. La sentencia incluye un total de 165
penas. A Francisco Correa le condenan a más de 50 años
de prisión y a Luis Bárcenas —gerente del partido entre
1989 y 2008 y tesorero entre 2008 y 2009—, a 30 años. En
ningún caso se les condena por haber establecido un
sistema para la financiación irregular del PP.
La lectura de los 1.649 folios de la sentencia conduce a
una conclusión difícil de rebatir. El caso Gürtel es la
historia de una gran traición y falta de escrúpulos de un
pequeño grupo de altos funcionarios del Partido Popular,
que se concertaron para enriquecerse con otro grupo de
personas también sin escrúpulos cuyo cabecilla era
Francisco Correa, contratado para colaborar en la
organización de mítines y otros eventos electorales por
toda España. Algunos de estos altos funcionarios del
aparato del partido dieron el salto a la política municipal,
convirtiéndose en alcaldes y concejales. La amistad con el
denominado por la sentencia como «Grupo Correa», que
desarrollaba sus actividades mediante una red de
sociedades, se transformó en una trama delictiva que
obtuvo ingentes cantidades de dinero, que en la sentencia
no se cuantifican, por la concesión de contratos públicos,
incurriendo en delitos de cohecho (soborno a autoridades o
funcionarios públicos), prevaricación irregular (dictar
resoluciones injustas o arbitrarias), blanqueo de dinero
negro depositado en cuentas suizas, y delito fiscal. Nadie
podía imaginarse que el estricto controlador de los gastos
del partido, Bárcenas, se hubiera enriquecido —se hablaba
de 40 millones de euros en cuentas opacas en bancos
suizos— utilizando su posición en el partido y sus contactos
personales. No se cuantifica la cuantía del enriquecimiento
ilícito de los condenados. La Fiscalía habla de que la trama
podría haber obtenido contratos por más de 120 millones
de euros, lo que no significa que todos esos millones
hubieran ido a los bolsillos de los condenados. Sorprende
que después de once años de investigaciones incesantes no
se hubiera llegado a determinar con precisión tanto la
cuantía de los contratos ilícitamente adjudicados como de
la «mordida» que obtuvieron los condenados.
Se trata, pues, de conductas personales que el partido
como tal desconocía y que no pueden compararse con otros
escándalos protagonizados por el propio Partido Socialista,
que en 1997 ya hubiera sido condenado por corrupción si
hubiera estado en vigor la ley de 2015 que permite
considerar penalmente responsables a las personas
jurídicas. Me refiero a los casos Filesa, Malesa y Time
Sport, sociedades constituidas por el propio Partido
Socialista a comienzos de los años noventa en tiempos de
Felipe González para blanquear las suculentas donaciones
ilegales que recibió de las grandes entidades bancarias y
financieras del país mediante la facturación de trabajos
inexistentes. A pesar de la campaña de descalificación que
hubo de soportar el magistrado instructor Marino Barbero,
al que el presidente socialista de Extremadura llegó a
comparar con los terroristas de ETA, el proceso siguió su
curso y finalmente el tesorero del Grupo Parlamentario
Socialista y el secretario de organización del Partido
Socialista de Cataluña acabaron en la cárcel. El Tribunal
consideraba acreditado el cobro de donaciones ilegales de
1.200 millones de pesetas (15,6 millones de euros en 2020).
También tenía sobre sus espaldas otro gran escándalo en
Asturias que se saldó con varios dirigentes regionales en
prisión. Tampoco hubiera estado de más que el candidato
que pretendía derribar a Rajoy, el que consintiera que
desde las filas socialistas se acusara al PP de ser una
organización criminal, aunque cuando la suerte estaba
echada rectificó, publicara de manera pormenorizada cómo
se había hecho con los papeles de Bárcenas y diera cuenta
de los miles y miles de millones de condonación, es decir,
de liberación de deudas bancarias del PSOE por parte de
las entidades acreedoras que concedían los créditos a
sabiendas de que no iban a ser amortizados. El PSOE
rechazó todas las propuestas de prohibición de condonar
deudas bancarias formuladas por el PP. Solo se consiguió la
supresión cuando los populares obtuvieron mayoría
absoluta en las elecciones de 2011.4 Se calcula que el PSOE
y el PSC obtuvieron más de 10.000 millones de pesetas (60
millones de euros), si bien nunca se ha realizado una
auditoría sobre este escándalo.
4 La supresión se estableció en la Ley Orgánica 5/2012, de 22 de octubre, de
reforma de la Ley Orgánica 8//2007, de 4 de julio, sobre financiación de los
partidos políticos. El autor tuvo el honor de defender una vez más en el debate
de la Ley de 2007 la propuesta de supresión que fue rechazada por el PSOE,
CiU, PNV y ERC, entre otros.

Pero no hay que ir tan lejos. Al tiempo que Pedro


Sánchez reclamaba el 25 de mayo de 2018 la recuperación
de la dignidad de las instituciones, dos presidentes
nacionales del PSOE, tres presidentes de la Junta de
Andalucía, varios exministros y un sinfín de consejeros y
altos cargos de la Administración andaluza se sentaban en
el banquillo de los acusados para responder de la
disposición ilegal de cerca de 700 millones de euros de los
expedientes de regulación de empleo (ERE), cuya finalidad
es indemnizar a los trabajadores en los casos de
suspensión, reducción de jornada o despido de parte de la
plantilla. Tales fondos fueron distribuidos por la Junta
quebrantando total y radicalmente el procedimiento
establecido, utilizándolos de forma arbitraria y sin control,
con flagrantes casos de amiguismo y administración
desleal. Sánchez no se dio por enterado.
Tampoco movió un músculo, ya presidente, cuando tuvo
conocimiento de que, el 19 de noviembre de 2019, la
Audiencia Provincial de Sevilla dictaba sentencia
condenatoria contra ese grupo de dirigentes socialistas,
que pertenecían a la flor y nata del socialismo andaluz y
español: Manuel Chaves, José Antonio Griñán, Gaspar
Zarrias y Magdalena Álvarez junto a otros consejeros y
altos cargos de la Junta y del PSOE hasta un total de
diecinueve personas. En este caso, todo el mundo sabía lo
que había pasado.5 En el momento de escribir estas líneas
el Tribunal Supremo no ha dictado la última palabra, pero
los hechos probados —que no se discuten— ya son
incuestionables. La corrupción había anidado en Sevilla,
«el corazón del socialismo español» —la frase es de Pedro
Sánchez—, y lugar que eligió para anunciar su candidatura,
por segunda vez, a la secretaría general del partido. De
todo esto no hace ninguna referencia en su Manual de
resistencia.
5 Estos fueron los principales condenados: Manuel Chaves, nueve años de
inhabilitación especial por prevaricación. Expresidente de la Junta de
Andalucía, fue presidente del PSOE nacional, y entre otros muchos cargos
políticos, dos veces vicepresidente del Gobierno, ministro de Trabajo y
Seguridad Social y ministro de Política Territorial y Administración Pública;
José Antonio Griñán, seis años y dos días de prisión y quince años y dos días de
inhabilitación especial por prevaricación en concurso con malversación.
Expresidente de la Junta andaluza, exministro de Trabajo y Seguridad Social,
exministro de Sanidad y Consumo, entre otros muchos cargos. Sucedió a
Ramón Rubial en la presidencia del PSOE, siendo secretario general Alfredo
Pérez Rubalcaba. Gaspar Zarrías, nueve años de inhabilitación especial por
prevaricación. Expresidente de la Junta, fue secretario de Estado de
Cooperación Territorial. Exconsejero de Presidencia, y presidente nacional del
PSOE. Magdalena Álvarez, nueve años de inhabilitación por prevaricación.
Exconsejera de Economía y Hacienda de la Junta de Andalucía, entre los cargos
desempeñados destacan la dirección de la Agencia Estatal de Inspección
Financiera y Tributaria del Ministerio de Hacienda, ministra de Fomento y
vicepresidenta del Banco Europeo de Inversiones.

Aparte de otros muchos escándalos de menor cuantía, durante la vigencia


del régimen democrático de 1978, destaca el que tuvo lugar en Navarra, donde
en 1994 se descubrió que el secretario general del partido y expresidente de la
Comunidad Foral había amasado en Suiza una gran fortuna procedente de la
percepción de comisiones por la adjudicación de obras y que, además, el PSOE
navarro tenía una cuenta en Suiza de 300 millones de pesetas. Fue condenado
en 1998 por la Audiencia Provincial de Navarra a once años de cárcel por
cohecho y delito fiscal y a una multa de 780 millones de pesetas. En la cuenta
suiza del PSN, además del expresidente foral tenía firma el presidente del
partido en Navarra, que falleció de un ataque al corazón poco antes de que se
hiciera público el escándalo. A la misma pena fue condenado el secretario de
organización del partido y exconsejero de Obras. En 2001 el Tribunal Supremo
redujo la pena a cuatro años de cárcel por considerar que la condena por
cohecho excluía la de delito fiscal. La cuenta abierta en Suiza por el PSN pasó
factura a su sucesor socialista en la presidencia de Navarra y secretario
general del partido, al descubrirse en 1996 que estaba a su nombre, al haber
sustituido en su firma al presidente fallecido años atrás. Tan pronto como se
conoció este hecho, dimitió.
En el caso Gürtel, en ninguno de los delitos que fueron
objeto de condena hubo participación alguna del Partido
Popular. Lo que se pone de manifiesto en la sentencia es
que el llamado Grupo Correa, que inicialmente había sido
contratado para organizar mítines y otros eventos del
Partido Popular, aprovechando los conocimientos que tal
actividad le proporcionaba, se concertó con Luis Bárcenas,
cuando era gerente del partido (entre 1989 y 2008), y con
otros miembros de nivel medio en el organigrama de
Génova 13, que más tarde llegarían a la alcaldía de algunos
municipios, y decidieron enriquecerse a título personal
apropiándose de fondos públicos. Pero insistimos, de
ninguno de los delitos de cohecho, malversación, blanqueo
y delitos contra la Hacienda Pública se afirma en la
sentencia que tuviera conocimiento la dirección nacional
del partido.
Precisamente, la responsabilidad como partícipe a título
lucrativo solo puede exigirse cuando el beneficiario no tuvo
conocimiento ni participación alguna en la comisión del
delito. Y de las varias decenas de delitos investigados y
condenados, solo en dos de ellos, que en total suman
245.000 euros de apropiación indebida, se benefició el PP,
sin conocer la ilicitud de tales cantidades que se distrajeron
de los ayuntamientos de Majadahonda y Pozuelo de Alarcón
para pagar gastos electorales que debieron ser satisfechos
por el partido.
No deja de ser ridículo considerar al Partido Popular
como partícipe a título lucrativo, expresión que puede
conducir a error, por transmitir la idea de que el PP se
beneficiaba de forma consciente y dolosa de la actividad
penalmente reprochable de los condenados. Conviene
recordar que el PP cubría con creces el costo de las
campañas electorales con las subvenciones legalmente
establecidas.

El vendaval Sánchez: moción de censura

El 25 de mayo de 2018, el mismo día en que se publicaba el


texto íntegro de la sentencia de la Audiencia Nacional, a las
10.55 horas, el Grupo Parlamentario Socialista, al amparo
del artículo 113 de la Constitución, presentaba una moción
de censura «dirigida a exigir la responsabilidad política del
gobierno presidido por D. Mariano Rajoy Brey para
recuperar la dignidad de las instituciones y restablecer la
imprescindible estabilidad política». Asimismo, «los
firmantes designan como candidato a la Presidencia del
Gobierno a D. Pedro Sánchez Pérez-Castejón, quien firma el
presente escrito en señal de aceptación».6
6 Los 84 diputados socialistas firmaron la moción. En primer lugar, figuraba
Margarita Robles, portavoz del Grupo Parlamentario Socialista en el Congreso.
Junto a Robles aparecía la firma de Pedro Sánchez, en prueba de aceptación de
su candidatura. Ha de recordarse que en las elecciones de 2016 el PSOE
cosechó el peor resultado de su historia democrática.

Dos horas después, a las doce del mediodía, Pedro


Sánchez compareció en la sede de Ferraz para informar
sobre la presentación de la moción de censura. Entre sus
cartas llevaba los ases extraídos de las referencias al PP
insertas por el magistrado Ricardo de Prada y que se
reflejan en el escrito presentado en el Registro del
Congreso:
«El 24 de mayo de 2018 se da a conocer la Sentencia de
la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional sobre la pieza
principal de este caso [Gürtel]. Esta sentencia condena a
diferentes cargos públicos y orgánicos del Partido Popular,
así como a la propia organización política como
responsable a título lucrativo. Y pone de manifiesto que la
trama de corrupción tejida entre las empresas inmersas en
el caso y el Partido Popular, como dice la sentencia, suponía
“un auténtico y eficaz sistema de corrupción institucional”
mediante “la manipulación de la contratación pública
central, autonómica y local”». Añade la moción que
«personas relevantes» del Partido Popular «se
aprovecharon para su realización de sus cargos públicos
obtenidos como miembros de dicho partido, tanto de su
estructura central, como las territoriales, que han sido
enjuiciadas en el presente y que con su actividad delictiva
desarrollada en los términos como se deja constancia en
diversos pasajes de esta sentencia, produjeron beneficios
económicos cuantificables al Partido Popular, consistentes
en la financiación ilegal de actividades y diversos actos
políticos realizados en campañas y precampañas
electorales para sus candidatos, que de otra manera
hubieran tenido que ser sufragados directamente con
recursos económicos propios del partido político en
cuestión (…). El presidente del Gobierno —continúa la
moción—, que también desempeñó las funciones de
Secretario General del Partido Popular en los años 2003 y
2004, y de Presidente del mismo desde 2004 hasta la
actualidad, ha eludido cualquier tipo de responsabilidad
política relacionada con este caso desde su inicio (…). Y, lo
que reviste aún mayor gravedad, la ausencia de
credibilidad que tanto los jueces que forman la Sala como
la propia Fiscalía Anticorrupción otorgan a la declaración
del Sr. Rajoy en sede judicial».
Se recuerda que la responsabilidad penal se dirime ante
los tribunales, pero «la permanencia en la Presidencia del
Gobierno del máximo responsable de una formación
política declarada judicialmente como parte de un
auténtico sistema de corrupción institucional, afectaría
gravemente a la credibilidad de la Presidencia y del
Gobierno y a la propia dignidad de la democracia
española».
La colaboración estable Correa-PP se inició a finales de
los años noventa y principios del año 2000 para la
organización de mítines, eventos, viajes, etc., pero no para
llevar a cabo ninguna actividad delictiva. Fue esta función
de apoyo a la organización del partido la que permitió a
Correa, con la colaboración de Bárcenas y de un pequeño
grupo de personas, establecer un auténtico y eficaz sistema
de corrupción mediante la manipulación de la contratación
pública en un par de municipios de la Comunidad de
Madrid. No hubo financiación irregular de las campañas
electorales del PP ni sus candidatos —en general— se
beneficiaron de ninguna actividad delictiva, sino —insisto—
tan solo los alcaldes de dos municipios madrileños
dispusieron de cantidades que no quedaron reflejadas en la
contabilidad local del partido.
La sentencia es contradictoria en sí misma pues si se
hubiera probado que el PP era el impulsor o cómplice de
ese sistema de corrupción «institucional», en tal caso
hubiera sido juzgado por los mismos delitos que se
imputaron a los condenados en el caso Gürtel, y no hubiera
sido condenado como partícipe a título lucrativo al pago de
la «exorbitante» cantidad de 245.000 euros, lo que
demuestra su total desconocimiento del origen delictivo de
las cantidades destinadas a la campaña electoral en los
ayuntamientos de Majadahonda y Pozuelo, que por cierto
eran cifras de escasa cuantía si se compara con el
extraordinario enriquecimiento por el que, en la misma
sentencia, se condena a los procesados en el caso Gürtel
que actuaron totalmente al margen del partido.
La moción manipula el contenido de la sentencia. Porque
no es cierto que Mariano Rajoy fuera «máximo responsable
de una formación política declarada judicialmente como
parte de un auténtico sistema de corrupción institucional».
Tampoco es cierto que el Tribunal acuse al PP de formar
parte de «un auténtico y eficaz sistema de corrupción
institucional» mediante la «manipulación de la contratación
pública, central, autonómica y local». Y, por último, al leer
que «lo que reviste aún mayor gravedad, la ausencia de
credibilidad que tanto los jueces que forman la Sala como
la propia Fiscalía Anticorrupción otorgan a la declaración
del Sr. Rajoy en sede judicial», ha de puntualizarse que
tales comentarios no pueden considerarse como hechos
irrebatibles habida cuenta de que se introdujeron sin dar al
Partido Popular la posibilidad de defenderse contra
semejante conclusión, por cuanto la existencia de la
supuesta «Caja B» no era objeto del proceso y se introdujo
vulnerando el derecho de defensa. El PP no era parte del
proceso y la sentencia no podía poner en duda su
inocencia.
Sánchez, en su Manual de resistencia, publicado unos
meses después de su acceso al poder, trata de hacer creer
que mantuvo una conducta beatífica antes de tomar la
decisión de interponer la moción de censura. La sentencia
le llegó el 24 de mayo y el día anterior había conversado
con Rajoy dándole pleno apoyo a su postura de no autorizar
el nombramiento por el presidente de la Generalidad,
Joaquim Torra, efectuado el 19 de mayo, de los miembros
de su gabinete, por incluir a dos personas encarceladas por
el golpe de Estado del 1-O. La designación de un gobierno
sin presos el 29 de mayo permitió que la toma de posesión
del gobierno catalán tuviera lugar el 2 de junio, el mismo
día en que lo hizo como presidente del Gobierno Pedro
Sánchez, que inmediatamente después —como estaba
previsto— puso fin a la aplicación del artículo 155 de la
Constitución.
El día 24 de mayo, después de una entrevista que
Sánchez mantuvo en la cadena Ser, comenzó a extenderse
la noticia de que la Audiencia Nacional ya había dictado
sentencia en el caso Gürtel y que esta era muy dura con el
Partido Popular. A media mañana tuvo formalmente
conocimiento de su contenido e, inmediatamente, ordenó a
Margarita Robles que la estudiara con el fin de fijar la
posición del partido sobre tan trascendental asunto. A
media tarde tenían el veredicto: la sentencia era
«demoledora» para el PP. Sánchez ordenó entonces a su fiel
colaboradora que tuviera preparado el escrito de
presentación de la moción de censura por si acaso.
Pablo Iglesias pidió a Sánchez que presentara de
inmediato la moción de censura. Le aseguró que contaría
no solo con los votos de los diputados de Podemos sino
también de sus amigos independentistas. Sánchez solo
tendría que convencer al PNV para conseguir la
investidura. Este vacila, pero junto a su equipo construye el
relato de la manipulación: «La sentencia establece la
existencia de financiación irregular en el PP durante años».
[Falso.] Por lo tanto, desde el punto de vista político el PP
debe asumir responsabilidades. Ni la sentencia ni el voto
particular cuestionan la existencia de la «Caja B» del PP
«que llevaba lustros funcionando. El cabecilla había
constituido una trama societaria para obtener contratos
públicos a cambio de entregar dineros al partido» [falso. El
PP, como partido, había sido condenado como partícipe a
título lucrativo, que como acabo de decir no es lo mismo
que ser autor de un delito de financiación irregular]. Y la
guinda del pastel lo ponen los magistrados que afirman que
la palabra del presidente del Gobierno no resultaba creíble.
Sánchez resume todo este conjunto de falsedades en el
título de uno de los epígrafes de sus «memorias»: «El día
que se probó la financiación irregular del PP».
Es bien conocido, incluso por los ateos confesos, el
proverbio evangélico: «Quien esté libre de culpa, tire la
primera piedra». Pero eso no iba con Pedro Sánchez. Él se
considera limpio de polvo y paja. Pero nada de eso importa.
«La sentencia nos cae sobre la mesa y lo cambia todo»,
explica Sánchez. Pretende hacernos creer que fue un
acontecimiento inesperado. Resulta que de la noche a la
mañana toda la izquierda y el independentismo radical se
pusieron a su disposición. No obstante, decidió esperar a la
reacción de su partido. El PP dio un escueto comunicado a
las 12.53 horas. Recurriría la sentencia. Ha cumplido y
cumple con su compromiso en la lucha contra la corrupción
y ninguno de los condenados está en el partido. Ningún
miembro de la dirección actual o direcciones pasadas ha
sido condenado y algunos acudieron al juicio como testigos,
lo que acredita una absoluta falta de responsabilidad en los
hechos juzgados.
Sánchez, a media tarde, después de conocer su informe,
como hemos dicho, pide a Margarita Robles que prepare el
escrito de presentación de una moción de censura, por si
decide finalmente presentarla. Mientras, emite un
comunicado «reprochando al gobierno su intolerable
renuncia a asumir responsabilidades». El portavoz de
Podemos, Echenique, pide la disolución del PP por tratarse
de una «organización criminal». España es un hervidero de
bulos y rumores. Por la noche, Sánchez sigue desojando la
margarita. Esperaba que Rajoy asumiera su
responsabilidad y dimitiera.
Al anochecer se conoce que Sánchez ha convocado una
reunión «de urgencia» de la Comisión Federal del Partido
para las once de la mañana del día siguiente, 25 de mayo.
En el orden del día figura: «Análisis situación política». La
convocatoria la firma José Luis Ábalos, como secretario de
organización.
Pero solo es una cortina de humo. Después de meditar
toda la noche, por la mañana Sánchez llama a Robles y le
ordena presentar la moción. El escrito se inscribe en el
Registro del Congreso a las 10.22.55 horas. Es decir, la
Comisión Federal no pudo decir ni esta boca es mía. Es
evidente que la decisión estaba tomada desde el día
anterior y que de lo que se trataba era de evitar que nadie
—por ejemplo, Iglesias— pudiera adelantarse. Sánchez
afirma que Rajoy «no esperaba que la presentáramos». En
sus «memorias» no hace ni una sola referencia a la
convocatoria de la Comisión Ejecutiva. Robles demostró
una gran eficacia porque apenas tuvo un par de horas para
recoger la firma de los 84 diputados socialistas y del propio
candidato a sustituir a Rajoy. Esto es un indicio de que todo
estaba perfectamente planificado desde mucho antes.
En sus «memorias» dice Sánchez que inmediatamente
después de presentada la moción, se iniciaron las
conversaciones con los partidos políticos que estaban
dispuestos a acabar con la indignidad de las instituciones
provocada por la corrupción del PP. El objetivo era
asegurar la mayoría absoluta. Pronto estuvo todo el
pescado comprado. Solo faltaba el PNV, cuya postura se
conoció el mismo día de la votación. Curiosamente, la única
condición que le puso —según Sánchez— era que no
hubiera convocatoria inmediata de nuevas elecciones
generales. Y eso coincidía con su proyecto político: moción,
estabilidad, elecciones. Tampoco es creíble. El PNV
acababa de pactar los presupuestos con un partido
corrupto y estaba muy satisfecho. Los nacionalistas no
podían acreditar una hoja de servicios inmaculada. Aunque
electoralmente el PNV es inmune a la corrupción, la salida
a la luz de varios escándalos ponía de manifiesto que podía
aplicarse a Euskadi aquella famosa frase de Shakespeare:
«Algo huele a podrido en Dinamarca».7
7 En el momento de la interposición de la moción de censura, el PNV
arrastraba en los tribunales varios casos de corrupción cuyas sentencias
comenzaron a dictarse a mediados de 2019 con importantes condenas a
«excargos» nacionalistas por actos delictivos cometidos mientras
desempeñaban su función. La primera, cuatro años y medio de cárcel para el
que fuera alcalde de Guetaria por el saqueo del museo Balenciaga, dedicado al
genio de la moda. La última, siete años de cárcel al exdirector de Hacienda de
Guipúzcoa y exsenador Víctor Bravo por un triple delito fiscal. Entre medias, la
Audiencia Provincial de Álava emitió sentencia el 17 de diciembre de 2019 en
el mayor caso de corrupción conocido en el País Vasco. Se trata del llamado
«caso De Miguel» pues el principal imputado y después condenado, Alfredo de
Miguel, había sido diputado foral de Álava y «número dos» del PNV en dicho
territorio histórico. Fue condenado a trece años y tres meses de cárcel.
También fueron condenados otros dirigentes del partido. El caso está pendiente
de recurso de casación ante el Tribunal Supremo. En el momento de escribir
estas líneas (octubre de 2021) lo último que se conoce es que la Fiscalía del
alto Tribunal ha solicitado la confirmación de las penas. También se conoció en
marzo de 2021 que el magistrado Jaime Tapia Parreño, que fue presidente del
Tribunal que condenó a Alfredo de Miguel, ha sido designado asesor de la
consejera de Igualdad, Justicia y Políticas Sociales del gobierno vasco, Beatriz
Artolazabal (PNV), para el diseño del modelo penitenciario del País Vasco, tras
la transferencia de la competencia de prisiones, que Sánchez y Urkullu
pactaron en abril de 2021 y se materializó el 10 de mayo siguiente.

Pasar de Rajoy a Sánchez de la noche a la mañana era un


salto mortal. Por eso llevaron a cabo negociaciones en la
oscuridad e hicieron creer a la opinión pública que no
decidirían el sentido de su voto hasta conocer la respuesta
del candidato a la intervención de su portavoz en el
Congreso. Volveremos sobre este asunto al tratar el
resultado de la votación de investidura.
Sánchez tuvo la habilidad de apoyarse en la
manipulación de la sentencia del caso Gürtel en su propio
beneficio. Pretende hacer creer que nada estaba
predeterminado y todos los que le apoyaron lo hicieron sin
pedir nada a cambio. Lo único que les unía era su intenso
deseo de echar a Rajoy —y con él a su partido—, porque la
derecha y la corrupción son inseparables. No tuvo que
pagar peaje y hubieron de aceptar que gobernara en
solitario. «A partir de ahí —confiesa Sánchez sin ningún
rubor—, he sido un líder autónomo, que podía defender mi
propio proyecto político, que era el proyecto de la
militancia. Eso no significa hacer lo que a uno le dé la gana,
todo lo contrario. He acometido los cambios necesarios,
primero en nuestro partido, después en España, para
implicar a los militantes y a la ciudadanía, para abrir la
organización y las instituciones». En esta frase apunta ya
su pensamiento cesarista y su concepción mesiánica del
poder. Se trata de llevar a cabo «su» propio proyecto
político. No el del partido. El suyo.

El Tribunal Supremo llega tarde

Todo el argumentario de la moción de censura se vino


básicamente abajo cuando la Sala de lo Penal del Tribunal
Supremo dictó el 14 de octubre de 2020 sentencia sobre los
recursos de casación interpuestos por los condenados por
la Audiencia Nacional. También el Partido Popular presentó
un recurso de casación respecto a su consideración como
partícipe a título lucrativo.
Entresacamos los pronunciamientos más relevantes del
Tribunal Supremo en relación con el caso que nos ocupa.

La acción que se ejercita con base al art. 122 del Código Penal8 no tiene
naturaleza penal. Se trata de una obligación civil que no tiene su origen en
la participación en el delito —no se trata de una responsabilidad civil
derivada del delito— sino de modo objetivo en la existencia de un beneficio a
título gratuito de un tercero que desconoce su procedencia delictiva. No se
trata, por tanto, de un precepto penal a los efectos del artículo 2.2. CP (p.
1.607).9

8Código Penal. Artículo 122. «El que por título lucrativo hubiere participado
de los efectos de un delito, está obligado a la restitución de la cosa o al
resarcimiento del daño hasta la cuantía de su participación». Este fue el
precepto aplicado por la Audiencia Nacional al Partido Popular.
9 Código Penal. Artículo 2.2. «No obstante, tendrán efecto retroactivo
aquellas leyes penales que favorezcan al reo, aunque al entrar en vigor hubiera
recaído sentencia firme y el sujeto estuviese cumpliendo condena. En caso de
duda sobre la determinación de la Ley más favorable, será oído el reo. Los
hechos cometidos bajo la vigencia de una Ley temporal serán juzgados, sin
embargo, conforme a ella, salvo que se disponga expresamente lo contrario».

No puede afirmarse la autoría del Partido Popular como autor de delitos


de corrupción y prevaricación irregular, cuando esta posibilidad de que
fuera destinatario de sobornos no fue objeto de acusación, al no solicitarse
su condena en tal sentido y haber sido traído al proceso como partícipe a
título lucrativo que presupone que el beneficiario no solo no participó en el
delito, sino que desconoció su comisión (p. 1.608).
La condena como partícipe a título lucrativo no solo es compatible con la
buena fe y por supuesto con la inocencia, sino que presupone esta última.
Los terceros partícipes a título lucrativo no son culpables sino solo
responsables civiles, lo que implica que, si las cantidades recibidas hubieran
sido reintegradas antes del juicio, su presencia en el mismo no hubiera sido
necesaria, al estar extinguida su obligación civil (p. 1.608).

Por todo lo anterior, el Tribunal Supremo admite en parte


uno de los motivos de recurso formulados por el Partido
Popular por vulneración de los derechos al honor, a la
tutela judicial efectiva sin indefensión, a un proceso con la
garantía de imparcialidad judicial y a la presunción de
inocencia por la innecesaria inserción en la sentencia
impugnada —como afirmaba el voto particular del
magistrado Hurtado— de diversas afirmaciones que
atribuyen al recurrente la posible comisión de un delito que
no se enjuiciaba. Sin embargo, no reprocha que la
Audiencia Nacional hubiera hecho valoraciones de la
prueba practicada en relación con el Partido Popular para
«configurar el contexto» en el que se produjeron los hechos
enjuiciados.
No obstante, el Tribunal concluye:
Bien entendido que ningún reproche penal puede hacerse al Partido Popular
en su condición de partícipe a título lucrativo, quien, incluso en el caso del
partido a nivel nacional, podía ignorar la efectiva percepción de aquellos
fondos, lo que no le eximía de su devolución en el momento de su
reclamación y toma en conocimiento de la realidad de aquellos, de tal modo
que de haberse producido su reintegro, se extinguiría su obligación civil
(art. 1.156, 1 Código Civil) y su condición de parte en el procedimiento
penal (p. 1.651).

De modo que, si el Partido Popular hubiera «devuelto» la


cantidad de 245.000 euros, responsabilidad de carácter
civil, Pedro Sánchez habría tenido que buscar otro pretexto
para fundamentar su moción de censura. Lo que sorprende
es la ingenuidad seráfica de los magistrados del Tribunal
Supremo, dicho con el máximo respeto, al hacer este
pronunciamiento, pues si el PP se hubiera apresurado a
pagar dicha cantidad se hubiera interpretado como prueba
fehaciente de su implicación en la trama corrupta,
constituyendo la devolución un intento de evitar sus
responsabilidades penales.

Todos contra el PP. Sánchez presidente

Aunque no pretendo hacer ninguna elucubración, es más


que sospechosa la sincronización de fechas entre la
publicación del fallo judicial, la aprobación de los
presupuestos con apoyo del PNV y la celeridad en la
presentación de la moción sobre la base del comunicado
emitido por la Audiencia Nacional sobre el contenido de la
sentencia, cuyo texto íntegro no se conoció hasta el mismo
día 25 de mayo. Sorprende la celeridad y entusiasmo con
que inmediatamente después de la intervención de Pedro
Sánchez, dos horas después de su presentación, todos los
partidos de izquierda radical o independentistas
anunciaron su apoyo a la moción. El denominador común
de todos ellos era que había que acabar con un gobierno
corrupto.
Lo cierto es que, en menos de veinticuatro horas, Pedro
Sánchez, a pesar de haber dicho que gobernaría en
solitario, contaba con 175 escaños, al sumar a sus 84
diputados otros 90 representantes de la izquierda radical,
del separatismo catalán e incluso de los filoterroristas de
Bildu. La incógnita estaba en el PNV, cuyos cinco escaños
eran determinantes del triunfo de la moción y que días
antes había dado paso libre a los presupuestos de 2018
propuestos por el gobierno Rajoy.
Esta era la correlación de fuerzas en el Congreso tan
pronto como se anunció la moción de censura. Para que
prosperase había que obtener mayoría absoluta, 176
escaños.
Contrarios a la moción: PP, 137 (incluidos los 134 del PP,
dos de UPN y uno de Foro Asturias), y Ciudadanos, 32.
Total: 169.
A favor de la moción: PSOE, 85 (77 del PSOE, 7 del PSC
y 1 de Nueva Canarias); Unidas Podemos, 71 (se incluyen
todas las diversas siglas que están vinculadas a UP);
Esquerra Republicana de Catalunya, 9; Convergència
Democrática de Catalunya, 8; Euskal Herria Bildu, 2. Total:
175.
Abstenciones: Coalición Canaria, 1.
Indecisos: PNV, 5.
Al final, el destino de España estuvo en manos de los
cinco diputados del PNV. Al sumar sus votos a Pedro
Sánchez inclinaron la balanza a favor de la moción que
salió aprobada por 180 votos a favor, 169 en contra y una
abstención.
El Euskadi Buru Batzar del Euzko Alderdi Jeltzale (EAJ),
es decir, la comisión ejecutiva del Partido Nacionalista
Vasco (PNV), mantuvo el suspense hasta el último minuto,
pues no tomó la decisión de apoyar a Pedro Sánchez hasta
la mañana del día 31 de mayo, la víspera del inicio del
debate en el Congreso. Se dijo que Rajoy y Sáenz de
Santamaría habían mantenido intensas conversaciones con
Urkullu y Ortuzar, presidente ese último del EBB. Pero
Pedro Sánchez no había permanecido quieto. Es bien
sabido que los nacionalistas vascos son maestros a la hora
de negociar con los diversos gobiernos españoles, sobre
todo porque sus diputados en el Congreso han sido en
muchas ocasiones la clave para el acceso al poder de los
dos grandes partidos, razón por la que en España no ha
habido, ni hay, ni parece que pueda haber en el futuro un
bipartidismo perfecto, que permitiría a la formación
vencedora gobernar sin hipotecas.
También se tiene como valor entendido que el PNV pactó
con Sánchez el acercamiento de los presos etarras a las
cárceles del País Vasco, la transferencia de ejecución de la
política penitenciaria, así como las 35 transferencias que
figuraban en un listado elaborado en 2015 para poder
certificar la obsolescencia del Estatuto de 1979 como
consecuencia del incumplimiento del Estado. La verdad es
que la transferencia más difícil de satisfacer es la gestión
económica de la Seguridad Social. Aunque el estatuto
atribuye al País Vasco su gestión económica, la ruptura de
la caja única provocaría un grave problema que afectaría a
la viabilidad de las pensiones y a los principios de igualdad
y solidaridad de los españoles. Hay otras que ya se han
materializado, como las penitenciarías o la cesión de los
paradores nacionales, que mutilan la integridad de una red
turística modélica que ha servido para la restauración y
conservación de auténticas joyas del patrimonio histórico-
artístico español. Ya se ha demostrado que a Pedro Sánchez
no le preocupa que la finalidad de la reivindicación de
muchas de estas competencias sea borrar toda huella del
Estado español en tierras vascas.
Pero sin poner en duda que el pacto alcanzado incluya el
listado de las competencias que se comprometieron cuando
el Estado autonómico daba sus primeros pasos y que nada
impide que puedan revisarse o perfilarse, estoy convencido
de que el verdadero pacto, guardado en secreto, se refiere
a la reivindicación del PNV, acordada con Bildu el 5 de
mayo de 2017, de un nuevo estatus político, para:
Configurar un nuevo modelo de relación con el Estado, bilateral, de respeto
y reconocimiento mutuo, de naturaleza confederal. El nuevo marco político
de relación con el Estado español se estructurará al amparo de la
Disposición Adicional 1.ª CE y la Adicional Única del Estatuto de Gernika
estableciendo un nuevo modelo relacional singular y bilateral que estará
fundamentado en el reconocimiento de ambas partes como sujetos políticos.
La relación será de respeto mutuo y de no subordinación y a tal efecto se
anudará un sistema de relación bilateral efectiva e incorporará un régimen
eficaz de garantías que blindará el autogobierno vasco.10

10 Sin perjuicio de retomar más adelante la reivindicación del nuevo estatus


vasco, radicalmente inconstitucional en los términos en que está redactada,
dejo constancia ahora de que el Parlamento Vasco, el 12 de septiembre de
2018, designó una «comisión de expertos» con el encargo de redactar un
proyecto legislativo que reflejara lo dispuesto en las bases acordadas el 5 de
mayo anterior, dos días después de la disolución de ETA, entre el PNV y Bildu.

Aunque los proyectos de los expertos, tan dispares,


quedaron archivados en el Parlamento Vasco, la
reivindicación contenida en las bases PNV-Bildu continúa.
En la campaña electoral de las elecciones autonómicas de
2020, el presidente del PNV, Andoni Ortuzar, declaró que
«el hito para esta generación es que se reconozca a
Euskadi como nación» y ratificó que «el PNV tiene una
estación final que es un Estado soberano». En la actualidad
el PSOE gobierna con el PNV y Bildu se ha convertido en
un pilar «democrático» para el presidente Sánchez. Hay
otra razón de gran importancia. El PNV está a la espera de
lo que suceda en Cataluña y escucha con atención los
cantos de sirena del gobierno Sánchez para seducir al
independentismo catalán: Estado plurinacional y multinivel,
expresión que ha sustituido a la de federalismo asimétrico,
aunque Sánchez sigue fascinado por la idea de convertir a
España en un Estado federal, lo que supondría el
reconocimiento de la existencia de naciones y de la
cooficialidad en toda España de las lenguas propias de
algunas comunidades, así como la gestión de todas las
infraestructuras de interés nacional (aeropuertos, puertos,
ferrocarriles, etc.). Todo aquello que Cataluña obtenga será
de aplicación al País Vasco, sin necesidad de sudar la
camiseta y ofreciendo una imagen de moderación o
mesura. Volveremos sobre este asunto.

El PNV vacila y Rajoy valora la posibilidad de dimitir

No obstante, hay quien sostiene que la investidura fue


incondicionada. El PNV se había dividido internamente
entre quienes como Ortuzar y Esteban eran partidarios de
mantener el apoyo a Rajoy, otros encabezados por Urkullu
mantuvieron que el partido no podía quedarse solo
apoyando a un partido corrupto, con toda la opinión pública
en contra. Esa es la tesis que sostiene Graciano Palomo en
su excelente libro titulado Iván Redondo. El manipulador de
emociones, publicado por La Esfera de los Libros.
El día 1 de junio dio comienzo el debate sobre la moción.
La suerte de Rajoy estaba echada. Muchos se preguntan
por qué el presidente no dimitió para evitar su
defenestración. Si lo hubiera hecho, el gobierno habría
quedado en funciones y se hubiera abierto un nuevo
proceso de investidura con otros candidatos, comenzando
por Soraya Sáenz de Santamaría. Tal como estaba la
correlación de fuerzas, la investidura hubiera fracasado. El
rey no tendría otra opción que la de Pedro Sánchez y si no
aceptaba, pues no estaba claro que el «todos contra Rajoy»
se transformara en «todos con Sánchez», no quedaba otra
opción que la de convocar nuevas elecciones, cuyo
resultado para el PP estaba cantado. El apoyo a la moción
de censura podía justificarse para los separatistas
catalanes, porque «echar» a Rajoy, que había destituido a
Puigdemont y su gobierno, era en sí mismo una victoria.
Con toda probabilidad, dimitir antes de que se produjera
la votación se barajó en el restaurante donde Rajoy se
refugió con sus íntimos después de su última intervención
en el Congreso, pero si hubo alguna duda, Dolores de
Cospedal se encargó de echar el cerrojo. Los maledicentes
aludieron a la rivalidad existente entre la vicepresidenta y
la exministra de Defensa y secretaria general del partido.
Enzarzarse en el debate de lo que pudo ser, pero no fue,
es un empeño estéril. Pienso que en aquellos momentos
cualquier intento de mantener el poder hubiera fracasado.
Lo importante es analizar el resultado de la votación de
investidura y las consecuencias que la toma del Palacio de
La Moncloa ha tenido para España.

El canto del cisne de Rajoy y el nacimiento del


gobierno Frankenstein

El debate sobre la moción de censura dio comienzo en el


Congreso de los Diputados a las nueve y cinco de la
mañana del día 31 de mayo de 2018. La sesión se levantó a
las once y cinco minutos de la mañana, del 1 de junio, tras
proclamar la presidenta de la cámara, Ana Pastor, el
resultado de la votación (votos emitidos, 350; votos a favor
de la moción de censura, 180; en contra, 169; abstenciones,
1). El 2 de junio, Sánchez juraba su cargo de presidente del
Gobierno,
Así se produjo el canto del cisne de Rajoy, que brilló
como orador en las que serían sus últimas intervenciones
parlamentarias, y la gestación de un futuro gobierno
Frankenstein, expresión utilizada por Alfredo Pérez
Rubalcaba cuando denunció en 2016 que en los planes de
Pedro Sánchez estaba conformar un ejecutivo de coalición
con podemitas y el apoyo de las formaciones separatistas,
incluido el movimiento filoetarra Bildu, lo que suponía tirar
por la borda todo el legado histórico, democrático y
constitucional del Partido Socialista desde la Transición.
Abrió fuego contra Rajoy el diputado José Luis Ábalos,
secretario de organización del Partido. Se basó en la
corrupción urdida por el Partido Popular y llegó a decir que
la Audiencia había determinado que si no le había
condenado penalmente era porque en el momento de los
hechos no se había introducido la responsabilidad penal de
las personas jurídicas.11 Acusó al PP de haber creado «un
verdadero círculo perfecto de corrupción». Caldeó el
ambiente con un discurso cargado de demagogia y el
hemiciclo se convirtió en un teatro de acusaciones
recíprocas. La respuesta de Rajoy fue contundente.
Desmontó una por una las manipulaciones de la sentencia
que contenía la moción. Defendió su acción de gobierno y
comparó la gran mejoría de España en relación con la mala
herencia recibida del gobierno Zapatero. Y no
desaprovechó la oportunidad para poner al PSOE ante el
espejo de su propia corrupción. Lanzó a los socialistas un
envite premonitorio: «¿Cuando llegue la sentencia de los
ERE se van a poner ustedes una moción de censura a sí
mismos?».
11 Precisamente la responsabilidad penal de los partidos políticos y de los
sindicatos se produjo en virtud de la Ley Orgánica 7/2012, de 27 de diciembre.
El Grupo Popular había intentado inútilmente establecer expresamente dicha
responsabilidad en la Ley Orgánica 5/2010, de 22 de junio, auspiciada por el
gobierno socialista de Rodríguez Zapatero, en virtud de una enmienda que
había sido rechazada por el PSOE y los grupos nacionalistas. Gracias al apoyo
del PP en 2012 salió adelante una enmienda similar a la de 2010 presentada
por UPyD que quedó incorporada en la reforma de 2012 del Código Penal.

Sánchez defiende la Constitución de 1978

El candidato Sánchez repitió con distintas palabras el


contenido de la moción. Pero al comienzo de su
intervención hizo profesión de fe de su lealtad
constitucional:
Señorías, el primer párrafo del artículo 1 de nuestra Constitución dice que
España es un Estado social y democrático de Derecho, un Estado que
propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad,
la justicia, el pluralismo político y la igualdad. Quiero comenzar mi
intervención, señorías, reivindicando la vigencia de la Constitución que los
españoles nos dimos hace cuarenta años, en 1978; reivindicar su fuerza
moral que descansa en un texto que nació del consenso entre distintas
fuerzas políticas que teníamos opiniones y visiones sobre nuestra sociedad
muy diversas. Esa Constitución ha ofrecido a nuestro país el mayor periodo
de estabilidad política de su historia y supone la clave de bóveda de nuestra
democracia. Quiero invocar la letra, el valor y la vigencia del espíritu de
nuestra Constitución y hacerlo, además, en nombre del Partido Socialista
Obrero Español, una organización que ha gobernado la mitad de los
cuarenta años de nuestro periodo democrático.

Más no se puede pedir. El problema está en que para


Pedro Sánchez la palabra dada es, como veremos, un
compromiso efímero, pues no le cuesta nada actuar
conforme a la famosa locución: «Donde dije digo, digo
Diego». Visto lo visto, parece claro que esta solemne
introducción de su discurso no tenía otro objeto que el de
tranquilizar a propios y ajenos, inquietos por la llegada al
poder de un presidente con tan solo 84 escaños de un total
de 350, gracias al voto favorable de quienes rechazan de
forma radical la Constitución, bien para establecer una
dictadura populista o bien para romper la unidad de
España.
Mariano Rajoy, en una de sus intervenciones, puso de
manifiesto el oportunismo de Pedro Sánchez. El candidato
había anunciado su voluntad de permitir la aprobación de
los presupuestos de Montoro para 2018 con estas palabras:
«Quiero comprometerme ante esa cámara, en primer
término, a cumplir con las obligaciones derivadas como
Estado miembro de la Unión Europea. De este compromiso
se deriva, y quiero subrayarlo, nuestra voluntad de
gobernar manteniendo los Presupuestos Generales del
Estado aprobados por esta cámara y todavía pendientes de
tramitación en el Senado». Rajoy resaltó que «lo más
importante, por calificar de alguna manera lo que hemos
escuchado esta mañana, es su posición sobre los
Presupuestos Generales del Estado. Es su único punto
programático». Les recordó que habían votado en contra de
los presupuestos «con entusiasmo» porque era uno de los
«no es no». Además, le parecían «espantosos». También
puso de manifiesto la incongruencia de Podemos, que había
dicho que eran los presupuestos de las migajas sociales, los
presupuestos de la estafa; los que consolidaban un modelo
basado en la expresión de extrema desigualdad y en la
precariedad; que abocaban a la mayoría social a vivir en la
más absoluta inseguridad y que reducían al mínimo el
Estado de bienestar. Y acertó en su diagnóstico: «Aquí de lo
que se trata es de que el señor Sánchez llegue. Todo lo
demás es literatura. Con quién llegue ¡qué más da!».

«El Partido Popular no es un partido corrupto»


(Sánchez)

Hubo una referencia a los ERE de Andalucía que le escoció


al candidato. Se defendió diciendo que ni Chaves ni Griñán
eran ya militantes del PSOE y, en consecuencia, habían
asumido su responsabilidad política. Por eso no se le podía
acusar de corrupto al Partido Socialista. Ni tampoco al
Partido Popular: «A diferencia incluso de compañeros del
Partido Socialista, a diferencia de muchas de las personas
que van a intervenir en nombre de los grupos
parlamentarios, yo sostengo, quiero que sea registrado
aquí en la cámara, en el Diario de Sesiones, que el Partido
Popular no es un partido corrupto… Yo digo que el Partido
Popular no es un partido corrupto, porque no hay ningún
partido corrupto. Lo que hay que hacer es prevenir esa
corrupción, actuar cuando se produce esa corrupción y
asumir las responsabilidades políticas cuando se produce
esa corrupción». Y aquí está la clave de esta frase que
causó sorpresa en el hemiciclo: «Ya veremos qué dirimen
los jueces en cuanto al señor Chaves y el señor Griñán. Lo
que es evidente es que ya no son militantes del Partido
Socialista, y usted continúa siendo militante del Partido
Popular, usted continúa siendo presidente del Gobierno de
España y usted debería haber dejado esa principal
institución». Hay que tener mucho aplomo para comparar a
quienes, como presidentes de la Junta de Andalucía, habían
dado luz verde al latrocinio de los ERE, motivo por el que
iban a ser juzgados, con la situación de Mariano Rajoy, en
virtud de una sentencia en la que no se juzgaba al
presidente del Gobierno. Ninguno de sus ministros estaba
involucrado, ni la cúpula de dirección del PP tenía
conocimiento de las actividades delictivas de un grupo de
militantes en connivencia con un grupo de empresarios
colaboradores en la organización de eventos públicos que
habían sido condenados por cohecho, malversación,
blanqueo de capitales y delito fiscal. Eran delitos cometidos
a título personal sin que, como dice la propia sentencia,
pudiera formularse ningún reproche penal al partido, y
toda su responsabilidad, en el ámbito civil, se reducía a la
devolución de 245.000 euros que, sin conocimiento del
partido, se habían destinado a la financiación de elecciones
en dos municipios de la Comunidad de Madrid. Está claro
que Sánchez se curaba en salud. Y puesto que el PSOE no
es un partido corrupto, la condena que se produjo un par
de meses después que afecta a personajes clave en la
política andaluza y española no le conturba, pues sus
autores ya habían hecho frente a sus responsabilidades
políticas al causar baja voluntaria en el partido.
Durante el debate, se pudo comprobar que Pedro
Sánchez es inmune a las hemerotecas que ponen de
manifiesto que es capaz de defender una cosa y la contraria
sin solución de continuidad. Da la impresión de que es
seguidor de Groucho Marx, al que se atribuye aquella
famosa frase: «Estos son mis principios. Si no le gustan,
tengo otros». Las hemerotecas son implacables. Se le
recordó lo que opinaba de Podemos y Pablo Iglesias años
atrás: «No quiero pactar con populistas de los que hay en
nuestro país», «les garantizo rotundamente que el PSOE no
alcanzará acuerdos con Podemos», «pactar con ellos sería
perjudicar a los más débiles y eso no es el programa del
PSOE», «ni antes ni durante ni después pactará el PSOE
con el populismo, porque el PSOE es un partido de
izquierdas que mira al centro y que atrae al centro»,
«Iglesias ha hecho de la mentira su forma de hacer
política», «miente más que habla».
Tampoco Esquerra Republicana de Cataluña salía mejor
parada. «¿Cómo es posible que hayan antepuesto las ideas
racistas y supremacistas de Torra y le hayan apoyado para
ser presidente de la Generalitat?». «La elección del señor
Joaquim Torra ha destapado las vergüenzas racistas del
secesionismo». «Estamos viendo en Europa un auge de
movimientos reaccionarios populistas y xenófobos y en
España se ha materializado este movimiento reaccionario
en Cataluña». «No estoy dispuesto a que la gobernabilidad
de España descanse en partidos independentistas».
Los aludidos por los dardos destructivos de Pedro
Sánchez le sacaron los colores. Pablo Iglesias le reprochó
que su único programa como candidato había sido aplicar
los presupuestos de Rajoy. Para Iglesias, después de mucho
batallar, por fin se entraba en la senda correcta. El primer
gran reto de nuestro país era limpiar al aparato del Estado
plagado de corruptos. Y eso solo lo pueden hacer los
partidos de izquierda con los partidos nacionalistas vascos
y catalanes. Está dispuesto a comerse con patatas, durante
algún tiempo, los presupuestos, pero a esa comida no
estará sentado ningún corrupto. Claro, ningún corrupto de
«las derechas», podría haber dicho, porque los corruptos
del PNV y del Partido Demócrata Europeo Catalán
(PDeCAT) estaban expresamente invitados. El propio
Podemos tendría que pensarlo antes de acudir a la mesa,
dado el origen oscuro de su financiación a través de Irán y
Venezuela. En segundo lugar, hay que acabar con el
desmantelamiento de las instituciones del Estado de
bienestar, la degradación de los servicios públicos, la
precariedad en el trabajo de muchos compatriotas que no
llegan a fin de mes. Y en tercer lugar poner fin al estado de
excepción autonómico. Acusó a Ciudadanos de ser los
cooperadores necesarios de la corrupción y se dirigió a los
partidos políticos que querrían que Cataluña y Euskadi
fueren estados soberanos e independientes. «Hay una
nueva España que no cree en reyes, hay una nueva España
que les pide dialogar. Dialoguemos juntos, hablemos para
construir con ustedes y en la que quepa una nación que se
llame Euskadi, y en la que quepa una nación que se llama
Cataluña. Nosotros estamos dispuestos a construir esa
España, fraterna y plurinacional con ustedes». Y
dirigiéndose a Pedro Sánchez: «Más vale tarde, que
nunca». No es cierto que el PP de hoy sea mejor que el PP
de hace un año. «Usted sabe que los corruptos son
corruptos y que deberían estar fuera de las instituciones
antes y después de esa sentencia que le ha dado la
oportunidad».
El líder burgués del Partido Comunista, Alberto Garzón,
abogó por combatir el Programa de Estabilidad del Partido
Popular pactado con la Unión Europea, que rebajaba la
inversión pública: «Cuenten con nosotros para romperlo».
También se sumó a este coro de voces periféricas el
diputado Fernán Bello, del grupo confederal gallego En
Marea y denunció que Núñez Feijóo —que acababa de
revalidar la Presidencia de la Xunta por mayoría absoluta—
rebajaba hasta extremos increíbles el estatus de
nacionalidad histórica de Galicia, comenzando por la
marginación del gallego y el aislamiento en las
comunicaciones ferroviarias. «España —concluyó—, el
Estado español, debe dejar de ser una deformación
grotesca de la civilización europea».
Quizás lo único destacable de este juego de floretes de
salón entre Sánchez y sus nuevos socios fue que al final
unos y otros proclamaron su respeto a la Transición, tan
denostada sobre todo desde las filas podemitas. «Usted
hace un balance y un examen muy injusto de la
Constitución de 1978. Creo que en absoluto es la
consecuencia de un régimen dictatorial, de una
transfiguración del franquismo en una seudodemocracia.
Creo que nuestra democracia es perfectamente
homologable a las democracias de nuestro entorno».
La última intervención fue la de Pablo Iglesias, que se
permitió dar una lección magistral sobre la Transición:
A propósito del régimen del 78, creo que deberíamos hablar más; tal vez nos
entenderíamos mejor. Lo que trataba de explicar, en particular, citando a
Suárez y a Felipe González, es que el régimen político del 78 fue
enormemente exitoso a la hora de gestionar conflictos inherentes a la
cultura política española y a la hora de establecer amplios consensos.
Siempre que se ha abierto un periodo democrático con la historia de España
desde el siglo XIX ha habido un elemento, la plurinacionalidad, que ha
aflorado. Basta recordar los movimientos junteros y los movimientos
cantonalistas en el siglo XIX y la experiencia de la Primera República, la
experiencia de la Segunda República y la experiencia democrática a partir
de 1977. En España eso se gestiona de una manera muy particular a partir
del reconocimiento de la Generalitat catalana y también a partir de la
autonomía y del reconocimiento de nacionalidad histórica del pueblo
andaluz. Y se construye una cámara extraña, el Senado, que, por desgracia,
no se parece al Bundesrat alemán, que es una cámara de representación de
los Länder, que quizá habría acercado a nuestra patria a un sistema de
representación territorial más sensato. Pero los arquitectos del sistema
político del 78 demostraron una enorme cultura política, a pesar de las
dificultades. Manolo Vázquez Montalbán definía la Transición española como
una correlación de debilidades, burlándose con amargura del viejo término
marxista de las correlaciones de fuerzas y unas élites del franquismo, que no
tenían legitimidad, y unas élites de la oposición clandestina que tenían toda
la legitimidad pero que no tenían la fuerza. Y, sin embargo, a pesar de sus
límites, consiguieron algo que ha dicho usted y que es verdad; consiguieron
hacer en España un sistema político homologable a los sistemas europeos de
las potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial.
Sánchez no cabía en sí de gozo. Iglesias era tan
constitucionalista como él. Y no se podía dudar de la lealtad
del PSOE a la Constitución. Todo eso tranquilizaría a la
gente. Sin embargo, el líder del comunismo bolivariano
español al menos fue sincero, descubrió sus cartas y
propuso a Sánchez jugarlas con él para afrontar como
pareja la emocionante partida que iba a jugarse tras la
caída de Mariano Rajoy.
Iglesias dio por sentado que derribar del poder a la
derecha permitía limpiar a España de la lacra de la
corrupción. Reconoció que el PSOE había conseguido —
como si fuera un mérito exclusivamente socialista— la
extensión sin precedentes de los servicios públicos, con un
sistema de educación bueno, con un sistema de sanidad
pública bueno. Y al mismo tiempo, hubo la construcción del
Estado de autonomías.
El problema, y esto es quizá en lo que no nos hemos entendido, es que esos
consensos del régimen del 78 saltaron por los aires. El sistema político del
78 se basaba en una serie de partidos, dos grandes partidos nacionales y
partidos comprometidos con el sistema, un gran partido catalán como
Convergència i Unió y el partido que mejor ha resistido las crisis políticas en
España, que es el Partido Nacionalista Vasco… Pero en España el 15-M puso
encima de la mesa que había una crisis del sistema del 78, una crisis en la
construcción del modelo social y, al mismo tiempo, puso encima de la mesa
que se arrastraba una enorme crisis en el sistema territorial (…). Eso es lo
que le propongo que asumamos como tareas políticas, no le diría ni siquiera
para los próximos años, ¡las próximas décadas! Son tareas de Estado que
nosotros tenemos que asumir como tareas políticas propias de nuestro país
(…). Creo que usted puede ser el primer presidente de un nuevo socialismo
del sur en Europa. Somos la cuarta economía de la zona euro y creo que un
gobierno amplio, un gobierno que puede liderar usted puede representar
una alternativa de gestión diferente en el marco de la Unión Europea (…).
No podemos consentir que en nuestro país ocurra algo parecido a lo que
está ocurriendo en Francia, Italia, algo parecido a lo que está ocurriendo en
Alemania, y usted tiene la oportunidad de ser una referencia mundial en uno
de los países más importantes de la Unión Europea para plantear una
política distinta.

Iglesias terminó con una hábil referencia a las futuras


elecciones. «Hemos trabajado ya juntos en comunidades
autónomas y nos va bien. Hemos trabajado juntos en
ayuntamientos y nos va bien. Usted ha dicho que tenemos
que ir a elecciones generales. Yo diría que lo que tenemos
que hacer es ganar juntos las próximas elecciones
generales».
Cerró Pedro Sánchez a continuación el debate del 31 de
mayo: «Quiero agradecerle también la generosidad, la
predisposición para poder caminar juntos en muchas de las
políticas que usted ha comentado y, efectivamente, para
crear esas condiciones para que cuando los españoles y
españolas estén llamados a las urnas, la izquierda pueda
ganar las elecciones».
El Pleno se reanudó a las 9.00 horas del viernes 1 de
junio de 2018. Las últimas intervenciones fueron las de
Margarita Robles y Rafael Hernando, portavoces del PSOE
y del PP respectivamente. La primera hizo una breve
intervención, aunque quiso poner su granito de arena como
juez para recordarle a Dolores de Cospedal que los hechos
probados no se revisan en casación. En su intervención,
Hernando respondió a la magistrada socialista
recordándole que las alusiones al PP no estaban entre los
hechos probados, sino que eran valoraciones introducidas
en los fundamentos de derecho. Hernando sacó los colores
a Pedro Sánchez. Primero por la poca vergüenza que
supone invocar una supuesta corrupción del Partido
Popular para justificar la moción de censura, como si los
escándalos de corrupción de su propio partido (más de 700
casos, más de 1.500 imputados, más de 6.000 millones
defraudados, destacando sobre todos el de los ERE de
Andalucía) no le afectaran. Y después pasó revista a
quienes iban a darle sus votos.
A Iglesias le recordó que de joven revolucionario había
pasado a pequeño burgués con chalé y piscina y que un
juez había entendido que era «verosímil» que hubiera
cobrado 400.000 euros de la dictadura venezolana de
Maduro. Le reprochó su alianza con los independentistas
catalanes después de haberles llamado «golpistas» y
acusado de «racista y supremacista» a Torra. Sin olvidar a
Bildu, «¡los viejos amigos de la ETA!» cuyos votos no
hubiera aceptado ni el propio Zapatero. Y puso de
manifiesto las serias dudas sobre la imparcialidad del
magistrado Ricardo de Prada, candidato de Izquierda
Unida a presidir la Sala de lo Penal de la Audiencia
Nacional, y su sintonía con el mundo proetarra, con
declaraciones en las que sostenía que en la Audiencia
Nacional se torturaba a terroristas.
La sesión no dio mucho más de sí. Sánchez eludió
contestar a las preguntas más comprometedoras
formuladas por Hernando. Volvió a reiterar que el Partido
Popular «no es un partido corrupto, de verdad lo creo…
pero lo primero que tienen que hacer es renovar su
liderazgo, regenerarse y representar a esa España
conservadora que quiere ver dirigentes limpios y
ejemplares al frente del Partido Popular». Y «aunque el
Grupo Parlamentario Popular ahora mismo esté viviendo
una situación complicada, difícil, yo —y créame que se lo
digo con toda sinceridad—, en todas las cuestiones que
tengan que ver con el Estado, con la convivencia
constitucional, con el respeto a nuestra Constitución y
también con la posición que debe manifestar el Gobierno
de España en su defensa de los intereses generales en las
instituciones comunitarias y en la Unión Europea, siempre
tenderé la mano al principal grupo de la oposición, en este
caso al Grupo Parlamentario Popular».
El último en hacer uso de la palabra fue el todavía
presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. Felicitó a quien
previsiblemente iba a ser investido presidente en unos
minutos y esta fue su despedida:
Ha sido un honor —no lo hay mayor— haber sido presidente del Gobierno de
España. Ha sido un honor dejar una España mejor que la que encontré.
Ojalá mi sustituto pueda decir lo mismo en su día, se lo deseo por el bien de
España. Señorías, creo que he cumplido con el mandato fundamental de la
política, que es mejorar la vida de las personas. Si alguien se ha sentido en
esta cámara o fuera de ella ofendido o perjudicado, le pido disculpas.
Gracias a todos y de manera muy especial, a mi partido, sin el cual nada
hubiera sido posible. Gracias a todos los españoles por haberme brindado su
comprensión y su apoyo, y suerte a todos ustedes por el bien de España.
Muchas gracias.

Así terminó Mariano Rajoy su dilatada trayectoria


política. Al día siguiente, 2 de junio de 2018, en el momento
en que Pedro Sánchez prestó promesa de ser leal a la
Constitución en presencia del rey Felipe VI, a quien
también prometió lealtad, Rajoy dejaba de ser presidente.
El día 15 de junio dimitió como diputado. Y meses más
tarde, el 20 de julio de 2018, Pablo Casado resultó elegido
presidente en el Congreso del Partido Popular.

Echando la vista atrás… El enemigo fuimos nosotros

De todo cuanto he expuesto sobre la moción de censura mi


propia conclusión es que la vertiginosa concatenación de
«casualidades» pone de relieve que la operación Sánchez
tuvo una planificación previa. La escena de Carles
Campuzano, el portavoz de la antigua Convergència i Unió,
afirmando en el pleno del Congreso que su voto no estaba
decidido y que todo dependía de la respuesta que el
candidato diera a sus requerimientos sobre Cataluña, para
decir a renglón seguido que la intervención de Sánchez le
había convencido —cuando su único y vaporoso
compromiso era el de emprender una política de concordia,
consenso, diálogo en búsqueda de un acuerdo satisfactorio
para todos—, demuestra una burda escenificación. Que la
sentencia fue objeto de manipulación y, por tanto, la
moción de censura es legal pero no puede calificarse de
legítima, también es, en mi opinión, indiscutible.
Es evidente asimismo que fueron de gran ayuda los
párrafos introducidos por un magistrado de marcada
militancia «progresista», al que el PSOE quiere premiar
con un puesto en el Consejo General del Poder Judicial.
Pero todo ello no significa que también podamos y debamos
analizar si el PP actuó con la diligencia debida en el caso
Gürtel, que podía constituir —como así fue— un torpedo en
la línea de flotación del partido.
Pero el problema del PP viene de bastante atrás. Todo lo
que puedo decir ahora lo dije en su momento, primero en
privado y, al no recibir respuesta alguna a mis cartas, en
público a través del diario El Mundo en 2015, 2016 y 2018.
La moción de censura no solo derribó a Rajoy, sino que
estuvo a punto de liquidar la opción popular. Graciano
Palomo descubre que las primeras encuestas de uso interno
sobre intención de voto auguraban el fin del partido de
forma semejante al triste final de UCD, que en octubre de
1982 pasó de 168 diputados a 12. Ante este resultado no
tuvo más remedio que declararse en quiebra y cerrar la
persiana definitivamente. En esta ocasión los estudios
demoscópicos anunciaban que de los 137 diputados de
2016 el PP pasaría a 22 escaños.
Es verdad que la moción de censura tenía aspectos
contrarios a la naturaleza de las cosas. Un partido que
hasta entonces había demostrado su respeto a la
Constitución estaba dispuesto a llegar al poder mendigando
el apoyo de quienes por una razón u otra están empeñados
en destruirla.
En 2008 pasé a la reserva voluntaria en el PP, pero no
por eso perdí mi derecho a expresar con total libertad como
militante de base todo cuanto me sugería la situación del
partido, mi partido. En los partidos políticos los líderes se
rodean de un equipo de incondicionales. Queda muy poco
espacio para el debate libre y enriquecedor en los órganos
de dirección de carácter representativo. Volviendo la vista
hacia atrás, hace tiempo que he llegado a la convicción de
que nuestros enemigos fuimos nosotros. En mi opinión, el
estallido del caso Bárcenas iba a tener efectos mortales si
no se actuaba con decisión y esto no se hizo. Primero
escribí a Mariano Rajoy, con quien colaboré estrechamente
a lo largo de su trayectoria ministerial hasta su conversión
en presidente del Gobierno, y le dije lo que pensaba. Ignoro
si mi carta llegó a sus manos. Pasado un tiempo prudencial,
El Mundo me publicó el 3 de junio de 2015 un primer
artículo titulado «Por la senda de la UCD». Comenzaba
recordando que había vivido el desastre de la UCD y las
consecuencias que tuvo al permitir a Felipe González
gobernar a su antojo, gracias a sus 202 escaños, obtenidos
el 29 de octubre de 1982. La Alianza Popular de Manuel
Fraga no consiguió pasar de 100 diputados hasta que se
convirtió en Partido Popular y se abrió al centro con el
liderazgo de José María Aznar, quien consiguió acceder al
poder y poner fin a quince años de gobierno «felipista».
El 11-M, el atentado que cambió la historia de España,
llevó a La Moncloa en 2004 a José Luis Rodríguez Zapatero,
que en sus ocho años de gobierno comenzó a derribar los
pilares de la Constitución de 1978. La catastrófica gestión
económica hizo que la mayoría del electorado volviera el 10
de noviembre de 2011 a confiar en el PP. Rajoy se centró en
la economía, el gran problema de supervivencia de la
sociedad española. Pero había que afrontar otros cambios,
anunciados en el programa electoral, que tan solo
requerían mayoría absoluta y no se hicieron. La economía
era todo.
Por otra parte, los sabios politólogos de Moncloa no
advirtieron el peligro de la súbita irrupción de un
renovador Ciudadanos y, cuando se percataron de lo que se
venía encima, la reacción se hizo tarde y mal. Esos mismos
sabios especializados en brillantes análisis poselectorales
cometieron otro gran error al convencer a Mariano Rajoy
de que los buenos datos macroeconómicos iban a ser
suficientes para que buena parte del electorado perdonara
lo que se había convertido en el verdadero lastre del PP: la
corrupción.
Precisamente en mi carta le pedía a Rajoy la adopción de
medidas audaces y valientes para limpiar al PP del lodo de
la corrupción, que manchaba el prestigio de los miles y
miles de cargos públicos del partido que actúan con la
máxima honradez. Propuse el nombramiento de comisiones
gestoras para sofocar el incendio en dos de los focos de
mayor corrupción (Madrid y Valencia) que estaban en el
pensamiento de todos. Abogué por exigir a los candidatos,
primero integridad y luego talento. Sostuve que en la
secretaría general del partido no cabía —ni cabe— el
pluriempleo. Finalmente, recomendé que, una vez conocido
el resultado de las elecciones municipales y autonómicas,
previstas para el 24 de mayo de 2015, se convocara un
congreso extraordinario para la refundación del partido,
con renovación total de la dirección nacional y la elección
democrática del candidato a la presidencia. Es cierto que
todos los partidos estaban afectados por casos de
corrupción de grandes magnitudes. Pero a la opinión
pública se le había hecho creer que la corrupción era solo
un problema del PP. En las elecciones autonómicas y
municipales, el PP perdió una gran parte de su poder. No
hubo ninguna reacción a la debacle.
En mi artículo «Por la senda de la UCD», publicado el 3
de junio de 2015, escribí que estaba ciego quien no
quisiera ver que se avecinaba un tsunami político capaz de
arrasar el sistema democrático. Que era un espectáculo
lamentable ver al PSOE suplicar a Podemos, cuyo
certificado de nacimiento revela que pertenece a la
extrema izquierda comunista y bolivariana, que le prestara
sus muletas para llegar al poder, sin percatarse de que se
arriesgaba a recibir el abrazo del oso y verse envuelto en
un nuevo Frente Popular. La inestabilidad política es
incompatible con el progreso económico y social.
Terminaba recordando que el Partido Popular era un
partido ideológicamente cohesionado, defensor de los
principios y valores que inspiran la Constitución y garante
de la unidad de España. Es además un buen gestor tanto en
tiempos de penuria como de bonanza. Y, además, cuando el
partido está motivado se convierte en una poderosa
máquina electoral. Y así terminaba:
Remedando a la Constitución de Cádiz, el Partido Popular no es patrimonio
de ninguna familia, de ninguna persona. Estoy seguro de que Mariano Rajoy,
gran patriota y un hombre de Estado, será consecuente con ello y escuchará
no solo el enfado de sus «barones» —maldita palabra—, sino sobre todo el
de sus militantes y electores, pensando siempre —como gusta repetir— en el
interés general de España. Si no quiere que vayamos, y él el primero, por la
senda de UCD.
Pasaron las elecciones generales del 20 de diciembre de
2015. Volví a escribir a Rajoy. Tampoco obtuve ninguna
respuesta. De modo que el 10 de marzo de 2016 expresé lo
que pensaba en El Mundo, con un artículo titulado «Hacer
mudanza o perecer». En él decía:
De nada sirve haber sido la lista más votada, si al final no se cuenta con
apoyos suficientes para formar gobierno. Es la nuestra, para bien o para
mal, una democracia parlamentaria. Se mire como se mire, la pérdida de 60
escaños es un tremendo batacazo. Y lo peor es que seguimos atrapados en la
tela de araña de la corrupción. Ya sé que no es casualidad que de pronto
hayan aflorado asuntos que venían investigándose desde bastante tiempo
atrás. Pero el problema —en referencia al caso Gürtel— es que para resistir
el vendaval de todos contra el PP resulta imprescindible que los hechos no
sean ciertos y para nuestra desgracia en la mayoría de los casos lo son.

Expresaba la impresión que me produjo ver, unos días


antes, a la Guardia Civil, en funciones de policía judicial,
registrando la sede de la calle Génova del Partido Popular
de Madrid:
Todo un triste y lacerante espectáculo para los miles de cargos públicos y
centenares de miles de militantes honrados que componen nuestro partido.
Para cuantos hemos ejercido nuestra función pública poniendo incluso en
riesgo nuestra propia vida, sentimos una indignación extrema al comprobar
cómo algunos se han aprovechado de nuestro esfuerzo y sacrificio para su
enriquecimiento personal (…) [se requiere] una renovación de arriba abajo
del partido, mejor aún, una segunda refundación. La gaviota chapotea en el
charco de la corrupción y es incapaz de remontar el vuelo. Por eso, la única
opción es, a mi juicio y al de mucha gente de buena voluntad, que antes hoy
que mañana el presidente dé un paso atrás y confíe esa titánica tarea a una
persona o a un equipo de personas que reúnan las condiciones necesarias de
integridad y prestigio para conducir el proceso. Y, en cualquier caso, además
de renunciar a presidir el gobierno permitiendo un nuevo candidato del
partido, elegido —no designado—, en la Junta Directiva Nacional, ya que
quizás no haya tiempo para organizar un proceso de primarias, el presidente
Rajoy debiera anunciar que, en el supuesto de que haya nuevas elecciones
generales, no volverá a repetir como candidato.
Sin duda el interesado pensará que esto no es justo y que su retirada
sería tanto como reconocer su culpabilidad. Mariano Rajoy tiene derecho a
salir de La Moncloa por la puerta grande y con la cabeza muy alta, pero no
es de culpa de lo que toca hablar ahora sino de la asunción de
responsabilidades estrictamente políticas. Se puede llegar a comprender
que, concentrado en sacar a España de la pavorosa crisis económica, no se
percatara de la gravedad de las enormes vías de agua que se abrían sin
cesar debajo de la línea de flotación de nuestro partido. Pero eso es una
atenuante, mas no una eximente, máxime si se tiene en cuenta el estruendo
de unas imputaciones judiciales que llegaron hasta la planta sexta de la sede
nacional. Recuerdo las veces que en los últimos tiempos de Felipe González
le reprochábamos —a veces con razón y otras sin ella— haber incurrido en
culpa in eligendo y en culpa in vigilando.
Es hora de pensar en lo que conviene a España por encima de intereses
personales o partidistas, por muy legítimos que puedan ser. Se dice que una
retirada a tiempo es una victoria. Sé que lo más difícil para un político es
reconocer que su tiempo ha pasado, por muy brillantes que sean los
resultados de su gestión en el pasado. Hacerlo en el momento adecuado
demuestra grandeza de espíritu y sentido de Estado, cualidades que no dudo
adornan al presidente Rajoy, cuya acción de gobierno, con más luces que
sombras, ha estado siempre presidida por el servicio al interés general de la
ciudadanía española.

Terminaba con una cita ignaciana:


Dicen que San Ignacio aconsejaba que en tiempos de tribulación mejor no
hacer mudanza. No hay regla sin excepción. En las actuales circunstancias,
hacer mudanza o perecer.

Y llegó la moción de censura. Cuando todo se había


consumado, regresé a las generosas páginas de El Mundo,
el 3 de julio de 2018, con un artículo titulado «Renovarse o
desaparecer». Alababa, aunque tardía, la retirada de
Mariano Rajoy:
Antes de irse convocó un congreso extraordinario para elegir su sucesor sin
el «dedazo» presidencial. El partido está en condiciones de elegir
libremente a su futuro líder. Dicho esto, pienso que las cosas que le dije al
entonces presidente Rajoy siguen plenamente vigentes. Por eso me irrita
que cuando el Titanic popular se hunde —al parecer sin remedio— en el
único sitio donde no se han enterado ha sido en el puente de mando, donde
los oficiales —en este caso del sexo femenino— se pelean por sustituir al
capitán en vez de solicitar voluntariamente su relevo a la vista de su
manifiesta incapacidad para salvar el barco.

Abogué por Pablo Casado. Las otras dos candidatas —


Sáenz de Santamaría y Cospedal— habían estado en el
estado mayor de Rajoy y no estaban en condiciones de
enarbolar la bandera de la renovación. «Pienso que Pablo
Casado es el indicado para esta tarea titánica. Si, por
desgracia, fracasa en su empeño o no está a la altura de las
circunstancias habrá que ir pensando en el epitafio del
Partido Popular».
Hoy el PP es la gran esperanza en España para poner fin
al intento de Unidas Podemos y los independentistas
radicales de derribar el edificio constitucional de 1978. Es
bien sabido que su objetivo es implantar una nueva
sociedad, basada en una interpretación totalitaria y
liberticida de la vida. Enarbolando la bandera de la
liberación de la mujer, los socios de Pedro Sánchez
defienden un neomarxismo leninista, disfrazado de
feminismo radical que identifica el supuesto patriarcado
masculino con el capitalismo neoliberal, de modo que
resulta imprescindible acabar con este último para acabar
con la opresión de las mujeres. La gran incógnita es saber
si el secretario general del PSOE ha vuelto a los principios
ideológicos del Programa Máximo de 1888, renunciando al
pensamiento de la socialdemocracia europea que asumió a
medias en 1979, o se deja llevar por el chantaje de sus
socios de la ultraizquierda para seguir en el poder.
2. PENSAMIENTOS DEL HÉROE
DE LA RESILIENCIA

«Prometo por mi conciencia y honor…»

El 2 de junio de 2018, en el Palacio de la Zarzuela, Pedro


Sánchez tomó posesión de su cargo de presidente del
Gobierno. Prometió ante el rey Felipe VI, «por mi
conciencia y honor, cumplir fielmente con las obligaciones
del cargo de presidente del Gobierno, con lealtad al rey, y
guardar y hacer guardar la Constitución como norma
fundamental del Estado, así como mantener secreto de las
deliberaciones del Consejo de Ministros». Lo hizo tocando
con su mano derecha un ejemplar de la Constitución,
abierto por el título II, regulador de la Corona. Rompiendo
la costumbre establecida, de la mesa del juramento o
promesa se había retirado el crucifijo y un ejemplar de la
Biblia. Se informó de que se había tratado de una decisión
consensuada entre el rey católico y su presidente ateo.
Pedro Sánchez podía presumir de haber superado una
auténtica carrera de obstáculos12 hasta llegar a la
presidencia desde que en 2014 fue elegido secretario
general del Partido Socialista Obrero Español, pasando por
su dimisión tras el fracaso electoral del 1 de octubre de
2016 y su decisión de presentarse por segunda vez como
candidato a la secretaría general, objetivo cumplido el 22
de mayo de 2017. Una inesperada moción con el apoyo de
todos aquellos que pocos días antes le quitaban el sueño le
permitió convertir el Palacio de La Moncloa desde el 2 de
junio de 2018 en su residencia oficial.13
12 Pedro Sánchez utiliza a menudo la palabra resiliencia como sinónimo de
resistencia en su libro de memorias Manual de resistencia. Resiliencia humana
indica la capacidad que tienen las personas de afrontar situaciones difíciles y
dolorosas y superarlas. Pero, sobre todo, salir fortalecidas de estas
experiencias.

13 Cuenta en sus memorias que el traslado de su familia al Palacio de La


Moncloa se hizo poco a poco, para que sus dos hijas se percataran de que
tenían que abandonar la que hasta ese momento había sido su vivienda
habitual. Negociar con su hija mayor para convencerla de que no podían
esperar hasta septiembre fue «mi primera negociación como presidente del
Gobierno». Por fin consiguió hacer la mudanza de toda la familia, incluida su
perra, a la que llaman Turka.

Decidió que esta gran gesta personal — «heroísmo» la


llama en su libro— era merecedora de ser contada en
primera persona, aunque no resultara frecuente que los
mandatarios europeos publicasen sus memorias al acceder
al cargo de primer ministro sino al cesar. Pero no fueron las
urnas las que le hicieron presidente. Ni tampoco cuando
desde Moncloa convocó elecciones, donde obtuvo un
rotundo fracaso, pues perdió 3 escaños (120 frente a 123
de 2016). Consiguió la presidencia en segunda vuelta por
tan solo 2 escaños gracias al apoyo de los enemigos de la
Constitución y de los antisistema. Y muy lejos de la mayoría
absoluta. Los votos a favor fueron 167 (PSOE, Unidas
Podemos, PNV, Mas País-Compromís, Nueva Canaria,
Bloque Nacionalista Gallego y Teruel Existe); los votos en
contra fueron 165 (PP, Vox, Cs, JxCat, CUP, Navarra Suma,
PRC y Coalición Canaria), con 18 abstenciones (ERH y EH
Bildu).
En febrero de 2019 apareció el libro de Pedro Sánchez,
con el expresivo título ya mencionado, Manual de
resistencia. Nos revela quiénes constituyeron el grupo de
leales que estuvieron con él y también quiénes le
«traicionaron», pero, lo que es más importante, nos
muestra la gran distancia existente entre su pensamiento y
su acción. Y ello explica los vaivenes de su gobernanza y
por qué su palabra no tiene mucho valor, pues no tiene
ningún reparo en hacer hoy lo contrario de lo
comprometido ayer.
Deja claro en el prólogo que el libro fue el fruto de
«largas horas de conversación con Irene Lozano, escritora,
pensadora y amiga», a la que Sánchez nombró secretaria
de Estado de la España Global del Ministerio de Asuntos
Exteriores, más tarde presidenta del Consejo Superior de
Deportes y actualmente diputada del PSOE en la Asamblea
de Madrid. De modo que el libro no está escrito de su puño
y letra, por lo que es realmente meritoria la labor literaria
de Irene Lozano, que va mucho más allá de ser una mera
transcriptora de las palabras de Sánchez.
Desde las primeras páginas se detecta una personalidad
ególatra que se siente investida de una misión mesiánica:
conseguir que la socialdemocracia europea vuelva, a ser
posible bajo su dirección, a beber en las fuertes del
marxismo originario, revisando la conversión al capitalismo
de la socialdemocracia germana que renunció al marxismo
y aceptó la economía de mercado en un congreso
extraordinario que tuvo lugar el 15 de noviembre de 1959
en Bad Godesberg, un distrito residencial de Bonn, por
aquel entonces capital de la República Federal Alemana.
Quizás le marcó haber cursado, aunque no suele aparecer
en su currículo, el Programa de Liderazgo para la Gestión
Pública de la escuela de negocios IESE Business School de
la Universidad de Navarra (curso 2005), que como es
sabido fue fundada por San Josemaría Escrivá de Balaguer.
La primera gran acción de gobierno de Sánchez fue el
rescate del barco Aquarius en el verano de 2018, con 630
inmigrantes a bordo en condiciones infrahumanas. Se
vanagloria de que su actuación significó un antes y un
después en la política migratoria de la UE. El haber
cambiado y salvado la vida de los rescatados, aunque solo
fueran unos centenares de inmigrantes, «compensa todos
los sinsabores de la política», dice Sánchez. Pero también
sirvió para que otros países de la UE llegaran a la
conclusión de que no era posible acoger a todos los
inmigrantes que pretendan establecerse en Europa. Y se da
la circunstancia de que tres años después del gran show
montado por el aparato de propaganda de Moncloa la
suerte de los refugiados todavía no se ha resuelto. El
presidente de la Asociación Aquarius Supervivientes
denuncia que solo 49 de los 629 que llegaron a España han
regularizado su situación, mientras el resto anda a salto de
mata, con grandes dificultades para encontrar empleos
dignos y estables.14
14 El 17 de junio de 2021, en Televisión Española, el presidente de la
Asociación Moses Von Kallon declaró: «Se nos ha acabado el servicio de
acogida, estamos solos», se lamentó. «Podemos trabajar de lo que sea, en el
campo, en la obra… pero sin esa tarjeta no sé cómo vamos a poder vivir». No
todo el monte es orégano. La cruda realidad de los hechos se lleva por delante
hermosas palabras y plausibles propósitos.

Su primera anécdota como nuevo secretario general del


PSOE la refiere Sánchez en sus memorias. Los conductores
militantes al servicio del secretario general acuden a
buscarlo al día siguiente a su domicilio. «No dijeron nada,
solo “buenos días” y al subir al coche me preguntaron: “¿A
Ferraz?”. Me acordé de San Juan de la Cruz en Salamanca:
“Como decíamos ayer…”».15 Al llegar a su destino, decidió
hablar con todos los funcionarios del partido —también
militantes— que habían sufrido la lucha interna que
provocaron las primarias. Los reunió en la sala Ramón
Rubial,16 la mayor de las que hay en Ferraz. Les invitó a
seguir trabajando para el partido y por el socialismo sin
fisuras, todos a una, «y sintió, aunque no se oyó, un suspiro
de alivio».
15 Así figuraba en la primera edición del libro. Alguien le advirtió del error,
pues la frase recordada no era de Juan de la Cruz, sino que se atribuye a fray
Luis de León, profesor de la Universidad de Salamanca, que la pronunció al dar
comienzo a su primera clase tras haber pasado casi cuatro años en las cárceles
de la Inquisición.

16 La arenga en la sala de Ramón Rubial y el contexto en que se produjo me


ha hecho recordar la amistad que mantuve con el que fuera presidente del
partido desde el congreso de Suresnes en 1974 hasta su muerte en 1999.
Fuimos miembros de la mesa del Senado constituyente, él como vicepresidente
y yo como secretario. Recuerdo su emoción cuando aprobamos la Ley de
Amnistía en 1977, que significaba borrón y cuenta nueva para todos. Vivimos,
aunque con puntos de vista radicalmente diferentes, el llamado contencioso
Navarra-Euskadi. Fue el primer presidente del Consejo General Vasco,
organismo preautonómico al que socialistas y aberzales de todo el arco
ideológico, y de manera especial el PNV, quisieron incorporar a Navarra sin
conseguirlo, pues al final salió adelante nuestra postura consistente en que el
antiguo reino no sería Euskadi salvo que así lo decidiera el pueblo navarro en
referéndum. Navarra decidió seguir su propio destino y en 1979 me convertí en
el primer presidente democrático de la Diputación Foral. En 1980 fui víctima
de una brutal calumnia que a punto estuvo de enviarme al ostracismo y me
obligó a tener que luchar contra viento y marea por mi honor. Apartado de la
presidencia, fue el Tribunal Supremo el que me repuso en el cargo tres años
más tarde. Pues bien, un buen día un grupo de energúmenos proetarras intentó
asaltar mi casa, obligando a la policía que la custodiaba a disparar al aire
después de que consiguieran entrar en el portal, donde arrojaron un par de
cócteles molotov. La llegada de refuerzos policiales hizo que los atacantes
pusieran pies en polvorosa. A los pocos días recibí una carta de Rubial, de su
puño y letra, que me reconfortó, porque no solo me daba su apoyo, sino que
hacía una reflexión muy atinada acerca de que en ocasiones los enemigos están
en casa: «Amigo Jaime Ignacio: ¡cuán gritan esos malditos a las puertas de tu
casa queriendo asaltarla! Cada vez me encuentro más sorprendido de la
irracionalidad en el comportamiento de tales jenízaros. ¿Quién te ha levantado
los infundios que circulan por todos los periódicos de España? ¿Son los
enemigos que se camuflan en nuestras propias filas para lanzarnos desde
dentro todas las patrañas con las que se encuentran tales desvergüenzas con el
exclusivo objeto de lograr el desprestigio contra quien se lanzan? / Querido
Jaime Ignacio, valor con un abrazo de tu amigo, Ramón». Fue uno de los
mensajes de apoyo que más me confortó. Sobre todo, porque daba en el clavo
sobre los autores de las calumnias.

También en la vuelta a Ferraz, Sánchez recordó haber


leído un texto del futuro presidente de Estados Unidos,
Barack Obama, dirigido a un senador, en el que decía estar
preocupado «por la enorme distancia entre los grandes
desafíos a los que nos enfrentamos y la pequeñez de
nuestros políticos». Eso ocurría también en España. «Todo
eso es lo que yo quería cambiar». Quizás Sánchez ha
llegado a la conclusión de que, dada la pequeñez de sus
adversarios, no vale la pena cumplir su compromiso de
convertir al Parlamento en el centro de la vida política.

Las tarjetas black de Caja Madrid. «No sabía nada de


nada»

Y de pronto estalla el caso de las tarjetas black de Caja


Madrid, reconvertida en Bankia tras la fusión con otras
cajas. Un asunto que amargó a Sánchez los primeros días
de disfrute del poder, según confiesa en sus memorias.
Todos los directivos y miembros del consejo tenían a su
disposición para gastos personales una tarjeta denominada
black porque se le informaba al entregársela de que su
beneficiario no debía declararla a Hacienda como ingresos
profesionales, puesto que ya lo hacía la propia Caja o
Bankia. El sistema venía funcionando desde hacía décadas
y estaban implicadas personas pertenecientes a todo el
arco político e incluso sindical. Todos los partidos y las
organizaciones sindicales representadas en el consejo
habían dado su visto bueno a las tarjetas black como una
retribución opaca. Los hubo del PP, PSOE, IU, UGT y
Comisiones Obreras, además de algunas personalidades
independientes. De los 78 consejeros que habían recibido
tarjetas opacas, se sentaron en el banquillo de acusados 65,
que fueron condenados por el mismo delito continuado de
apropiación indebida a penas diferentes en función de la
responsabilidad apreciada por el Tribunal, que oscilaban
entre los tres años y los cuatro meses, salvo uno de los
representantes de Izquierda Unida cuyos gastos ascendían
a 456.522,20 euros por el periodo comprendido entre 2003
y 2010, ambos inclusive, por lo que fue condenado a cuatro
años. Entre los encausados figuraban personas de alto nivel
profesional, incluidos algunos exministros y exsecretarios
de Estado del PSOE y del PP y hasta un exalto cargo de la
Casa del Rey. Lo grave es que este abuso, fiscalmente
opaco, se había producido en una entidad que nació hace
trescientos años para proteger y ayudar a los más débiles.
El Tribunal Supremo, en su sentencia de casación de 2018,
concluye que el sistema establecido «conducía a cualquier
persona mínimamente formada a concluir que no se
ajustaba a la ley», razón por la que ratificaba las condenas
impuestas por la Audiencia Nacional en 2016.
El escándalo de las tarjetas black se descubrió
precisamente con motivo de la creación de Bankia. Estalló
en diciembre de 2013 como consecuencia de
investigaciones llevadas a cabo por la Fiscalía
Anticorrupción, pues aparecían en las cuentas anuales de
2011. Puesto que la presidencia de la Caja y después de
Bankia había sido ejercida por personas muy vinculadas al
PP, la opinión pública convirtió a los beneficiarios del
PSOE, IU, UGT y CCOO en una especie de víctimas de la
perfidia de los presidentes. En este escándalo está una de
las claves para entender la debacle del PP en 2015, con un
descenso espectacular en el número de escaños, a pesar de
que la reacción de los populares había sido contundente y
todos los impulsores y receptores del sistema opaco
pertenecientes al PP habían sido dados de baja del partido.
A pesar de todo no hay que olvidar que hubo importantes
dirigentes y exministros del PSOE involucrados en el
escándalo. El aura virginal de Sánchez estuvo a punto de
irse abajo. Al menos así lo describe en sus memorias.
Comienza con una afirmación rotunda: «Yo no sabía nada».
A pesar de haber sido concejal del Ayuntamiento entre
2004 y 2009 y de formar parte, por tanto, de la Asamblea
de Caja Madrid, no se enteró de nada. Aprobó varias veces
las cuentas anuales, pero no sabía nada. En diciembre de
2013 se publicó la lista de los beneficiarios. Fue en 2014
cuando se tomaron las primeras decisiones judiciales para
el procesamiento y juicio de los responsables, poco después
del acceso de Sánchez a la secretaría general. Es difícil de
creer que no sabía nada. «Yo no sabía quién estaba
involucrado». Quizás no lo sabía porque según su propia
confesión solo leía prensa extranjera, pero bromas aparte
es difícilmente creíble cuando en sus memorias dice que se
enteró del escándalo por los medios, poco después de su
toma de posesión del cargo de secretario general, y la
noticia le «conmocionó». No es creíble cuando dice que
«era un asunto del que yo no sabía nada, y era el secretario
general. No tenía ni idea de quién podía estar ahí metido ni
de cómo había llegado alguno de los nuestros ahí». Y es
difícil de creer porque Sánchez sabía perfectamente que la
Asamblea nombraba a los miembros del Consejo y de otros
órganos de la Caja y entre 2003 y 2009 formó parte de
aquella en su condición de concejal del Ayuntamiento de
Madrid.
No es creíble porque el escándalo había estallado en
2013 y había impactado en la opinión pública por cuanto se
trataba de un caso de corrupción que afectaba a políticos
de todos los partidos y de los dos principales sindicatos. No
es creíble que no supiera que un vicepresidente de Caja
Madrid, un socialista histórico muy activo, había sido
ministro de Felipe González. Concedamos que no supiera
nada a pesar de que en su condición de concejal de Madrid
había pertenecido durante cuatro años a la Asamblea de la
Caja. Pero se calla que desde el 15 de septiembre de 2009
hasta el 27 de julio de 2011 y desde el 10 de enero de 2013
hasta el 29 de octubre de 2016 había sido diputado en el
Congreso por la circunscripción de Madrid. De modo que
estaba en primera línea de la actividad política cuando
estalló el escándalo.
Para que la ignorancia no volviera a sorprenderle y con
la finalidad de «sacar al partido de ese lodazal lo más
rápido posible» decidió poner en marcha «un
procedimiento veloz, pero con todas las garantías». Los
acontecimientos, según le había dicho el laborista británico
Macmillan, pueden derribar un gobierno. «Tuve esa misma
sensación: la de estar viviendo y sufriendo algo muy grave,
cuya génesis y estallido no tenía nada que ver conmigo,
pero que iba a tener consecuencias duraderas en la política
española».
Vuelve a insistir: «Yo no sabía quién estaba involucrado.
Me pasaron una lista —que se conocía desde hacía dos
años— y me quedé perplejo. No teníamos la menor idea. No
daba crédito ni siquiera a la forma en que me estaba
enterando: cómo podía el secretario general del PSOE
enterarse de esto por los medios, al mismo tiempo que toda
España». De nuevo tuvo que convertirse en el Cid
Campeador de la política española para resistir las
presiones que sufrió de su propio partido. Incluso se
intentó involucrarle por haber sido concejal de Madrid
entre 2005 y 2009. Pertenecer a la Asamblea era una
nimiedad. No tenía poder de decisión en casi nada, ni en
las preferentes (otro escándalo) ni en nada de eso. Él iba a
las asambleas como el resto de los 55 concejales de
Madrid. No era justo involucrarle en nada, pues él era un
joven dirigente que llevaba tres meses al frente del partido
y «repudiaba los comportamientos corruptos». La crisis
black «fue un terremoto de primera magnitud», que
aprovechó Podemos para tratar de erigirse en la primera
formación de la izquierda.
Dado que Sánchez otorga en sus memorias una gran
importancia a este episodio, dejaré constancia de que no
fue en 2014, sino en 2012, cuando la Fiscalía
Anticorrupción destapó el escándalo e identificó a sus
beneficiarios. Los implicados del Partido Popular causaron
baja en el partido y evitaron así un expediente de
expulsión. Rajoy no tardó dos años en enterarse.
Inmediatamente puso en marcha el mecanismo
disciplinario para depurar responsabilidades y una semana
después los que habían sido desleales con el partido y
violado su código ético ya no estaban en él.
Sánchez llegó al poder en virtud de una sentencia en la
que no se juzgó a Rajoy y en la que los tribunales han dicho
rotundamente que no conoció la actuación de quienes
también fueron gravemente desleales con el partido y su
código ético. Pues bien, el escándalo de los ERE andaluces
saltó a la luz el 27 de diciembre de 2010 cuando lo reveló
El Mundo, como un colosal caso de corrupción urdido
desde la cúpula del ejecutivo andaluz del PSOE para
afianzar su poder. Aparecían como principales implicados
dos expresidentes nacionales socialistas (Chaves y Griñán),
que también lo habían sido de la Junta de Andalucía, dos
exministros de Zapatero y altos cargos de la Junta y
miembros de la dirección del PSOE, la mayoría de ellos
pertenecientes a la Comisión Federal del partido. A pesar
de la magnitud del escándalo, ni los implicados
suspendieron su condición de militantes ni se adoptó por el
partido ninguna medida disciplinaria cautelar contra ellos.
Ni siquiera lo había hecho Sánchez —contraviniendo las
estrictas normas implantadas en 2014— cuando estaban
con el agua al cuello, pues en junio de 2016 se había
abierto juicio oral contra la flor y nata del socialismo
andaluz y era inevitable que se sentaran en el banquillo de
los acusados. Sorprende por ello que, en sus memorias,
diga que los procesados Manuel Chaves y José Antonio
Griñán, en un «gesto que agradecí muchísimo, cuando
tuvieron que asumir responsabilidades políticas, lo
hicieron. Como dos señores. No han vuelvo a hacer
declaraciones, han protegido al partido y han tratado de
mantenerlo al margen, incluso sabiendo, como sabemos
todos, que ellos no han obtenido ningún lucro personal en
todo el tema de los ERE. Pero son dos personas muy
conscientes de su figura, de lo que representan, en el
socialismo andaluz [y, aunque no lo diga, en el español] y
cumplieron nuestro código ético escrupulosamente: cuando
a alguien se le abre juicio oral, debe dimitir».
Hay en esta laudatio una gran falacia. Los condenados
por la Audiencia Provincial de Sevilla lo han sido por haber
organizado un sistema ilegal con objeto de disponer a su
antojo de cientos de millones de euros destinados a
socorrer a los trabajadores, con objeto de perpetuarse en el
poder. No se han llenado los bolsillos con los ERE, pero han
corrompido el sistema en su propio beneficio personal y
político. A salvo, claro es, de lo que disponga el Tribunal
Supremo cuando se pronuncie sobre los recursos de
casación de los diecinueve condenados, por prevaricación
en el caso de Chaves (nueve años de inhabilitación) y por
prevaricación y malversación en el de Griñán (seis años de
prisión y quince años de inhabilitación).
En paralelo al asunto de las tarjetas opacas, la Justicia
también abrió un procedimiento penal en el Juzgado
Central de Instrucción número 4 de Madrid por diversas
querellas presentadas por estafa, apropiación indebida,
falsificación de cuentas anuales en conexión con delitos
societarios, administración fraudulenta con motivo de la
fusión del BFA (entidad bancaria constituida por Caja
Madrid, Bancaja, Caja Canarias, Caja Ávila, Caja Laietana,
Caja Segovia y Caja Rioja) con Bankia y su salida a bolsa,
operación que fue un fracaso y provocó el rescate de la
entidad por el Estado. Más no se puede pedir. Las
acusaciones encontraron delictiva la actuación de los
consejos de administración en la aprobación de las cuentas
del BFA en el ejercicio 2010, en el nacimiento de Bankia
como entidad bancaria teniendo al BFA como accionista
único y en su salida a bolsa. También les acusaron de haber
falseado las cuentas del BFA de 2011 así como la
información financiera y no financiera del folleto
informativo para los futuros accionistas. La crisis financiera
provocó el naufragio de la operación, obligando al Estado a
nacionalizar Bankia para evitar que se produjera un efecto
en cascada sobre el resto de la banca.
La prima de riesgo se disparó. La UE concedió una línea
de crédito de 100.000 millones de euros a España para
proceder a la reestructuración de su sistema financiero. En
su alegato final en el juicio, la Fiscalía modificó
sensiblemente sus acusaciones iniciales y puso el foco
fundamentalmente en Rodrigo Rato y su equipo de
colaboradores, incluidos los auditores de cuentas de
Deloitte.
Pues bien, después de casi diez años de linchamiento
personal de los acusados y de utilizar el caso Bankia como
ariete contra la corrupción del PP, la Sala de lo Penal de la
Audiencia Nacional dictó la sentencia 13/2020, de 29 de
septiembre, absolviendo a todos los encausados. No es
frecuente que los tribunales arremetan contra la Fiscalía.
En este caso, el varapalo no puede ser mayor. No solo la
Sala demuestra la inconsistencia y falta de rigor del
Ministerio Fiscal en sus cambiantes acusaciones a lo largo
del proceso, sino que incluso le reprocha haber ocultado
una prueba de la mayor importancia para la resolución de
la causa. La Fiscalía Anticorrupción anunció que no
interpondría recurso de casación ante el Tribunal Supremo.
No querría volver a hacer el ridículo.

Vacunado contra el nacionalismo

En la primera parte del Manual de resistencia, Pedro


Sánchez hace referencia a su estancia en los Balcanes en el
año 1999, que fue muy aleccionadora para él. Lo más
importante es que afirma que su experiencia en Yugoslavia
le puso al descubierto los grandes males del nacionalismo.
Pienso que su relato merece no ser olvidado pues puede ser
aleccionador para un país como España:
Mi experiencia en Sarajevo me vacunó contra los destrozos del nacionalismo
y la política identitaria, que no calibran las consecuencias de sus discursos
de odio, ni las sociales, ni las políticas, ni las económicas. Mejor dicho, no es
que no las calibren, es que alimentan lo peor de sus pueblos, porque ellos
viven a costa de esta confrontación… En la antigua Yugoslavia como en
ningún sitio se ve el poder perturbador de la idea nacionalista. La historia
demuestra que el nacionalismo es una ideología muy poderosa, pero
destructiva, que siempre juega en contra de los intereses de los ciudadanos
y, en los casos más extremos, incluso de sus vidas. La paradoja es que los
más perjudicados son esos ciudadanos ensalzados por sus líderes
nacionalistas: les hacen sentirse diferentes, exaltan esa diferencia, que
luego se torna superioridad, incluso supremacismo. Convencen al pueblo de
alejarse del otro y odiarlo, y en los casos extremos, como allí, aquello acaba
en crímenes de guerra. El sedimento que ha dejado en la sociedad aquel
nacionalismo excluyente y brutal es nefasto y durará generaciones, que han
perdido pluralismo y libertad y se han vuelto más cerradas; por otro lado,
odian al diferente, no quieren convivir con otros, no ha habido
reconciliación. Ya no se matan, pero no hay convivencia real de los distintos
grupos étnicos. Esa es la herencia del nacionalismo exacerbado por políticos
corruptos y mediocres. Resulta asombroso cómo la historia repite ciertos
patrones.

No cabe mejor definición del nacionalismo. Pero para


aprender lo que significa el nacionalismo exacerbado no
necesitaba ir a Sarajevo. Le hubiera bastado hacer un viaje
al País Vasco, no para visitar los palacios de los que
mandan ni los batzoki donde el disfrute de la buena vida y
se dice que también los negocios se imponen a la ideología,
ni las «casas del pueblo», que se parecen mucho a un
batzoki, sino para entrar en las herriko tabernas donde se
reúnen los seguidores de la nueva religión aberzale
impuesta por ETA para organizar las campañas
publicitarias y la acción directa dirigidas a amedrentar a la
población e imponer una cerrada concepción de la sociedad
vasca basada en el odio a lo español y en la búsqueda de la
diferencia mediante la imposición del batua, como un
instrumento indisolublemente unido al pensamiento
separatista. Y, sobre todo, bastaba que hubiera padecido —
aunque solo fuera unos días— saber lo que significa vivir
cuando puedes estar en el punto de mira de ETA.
Todos los gobiernos democráticos han llegado a acuerdos
con el nacionalismo al que en Madrid consideran
«moderado». Han hecho de la necesidad virtud, y el precio
a pagar fue ir vaciando poco a poco de contenido la
presencia del Estado español en el País Vasco, lo que abona
el camino hacia el final separatista que es su meta última.
Se cumple la profecía de Javier Arzallus, el todopoderoso
presidente del PNV. El 22 de abril de 1984 el líder
nacionalista, a través del Euskadi Buru Batzar, había dicho:
«Quede, pues, claro, que queremos un estatuto en plenitud.
Y que una vez lleno el estatuto pensamos en el artículo
150.2 [que permite obtener nuevas competencias estatales
mediante una ley de transferencias o de delegación] y en la
disposición adicional foral (…) hasta tanto fuera posible la
plena restauración foral». Arzallus apostilló anunciando
que reivindicarían la autodeterminación en el caso de que
«una vez “lleno” el estatuto, no se abriera la vía del artículo
150.2 de la Constitución».
Pero ningún gobierno democrático español había pactado
con los proetarras, con los que organizan homenajes a los
asesinos para alcanzar el poder, los que siguen sembrando
odio contra las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado,
singularmente la Guardia Civil, los que quisieran que la
bandera de España se arriara de las instituciones y que se
produjera una retirada de los cuarteles o de las
comandancias de marina y emprendieran una huida similar
a la humillante salida de las tropas aliadas de Afganistán en
el verano de 2021. Y ningún gobierno democrático había
llegado al extremo de otorgar la condición de
«demócratas» a los dirigentes de Bildu, que para mayor
humillación decidieron que sus diputados enseñaran a
Madrid lo que es la democracia.
Lo anterior es aplicable al nacionalismo catalán, sobre
todo desde el momento en que Jordi Pujol anunció a los
cuatro vientos, cuando sabía que estaba a punto de
descubrirse su propia corrupción familiar, que no se sentía
«cómodo» en España porque ya no se respetaba la
identidad de Cataluña como pueblo.17 Y ha llegado a darse
un golpe de Estado al grito de «España nos roba». Es cierto
que en Cataluña no ha habido terrorismo. Pero el
separatismo ha tomado el poder y desde él alimenta la
ideología excluyente y supremacista, basada —al igual que
también en el País Vasco— en un control asfixiante de la
educación y la cultura para imponer su versión de la
historia, las más de las veces manipulada.
17 Visto con perspectiva histórica, la deriva independentista de Jordi Pujol
no puede ser más miserable. O mintió entonces al pueblo de Cataluña, que votó
con entusiasmo a favor de la Constitución en el referéndum del 6 de diciembre
de 1978, o rompió su solemne pronunciamiento en el pleno del Congreso de 21
de julio de 1978 por espurias razones personales. Estas fueron sus palabras
cuando fijó la postura de la minoría catalana sobre el texto de la Constitución:
«Subrayamos, con ocasión de la discusión del artículo 2.º de la Constitución, la
voluntad que tiene Cataluña y la voluntad, por ejemplo, que tiene mi partido,
que es nacionalista, de colaborar en la construcción de una España progresiva,
de una España democrática, de una España para todos... Ya no sabemos cómo
explicar ni convencer a la opinión pública ni a algunos de los diputados del
Parlamento español de que esta radical afirmación nacional, en el sentido de
que nosotros somos lo que somos y queremos seguir siendo lo que somos, es
perfectamente compatible con una actitud de colaboración, de una actitud de
auténtica voluntad de entendimiento y de auténtica voluntad de integración en
el quehacer del conjunto español». Y concluyó: «Muchas veces en España se ha
fracasado. La historia de los dos últimos siglos de España es la historia de los
fracasos, del intento de estructurar, de construir, de estabilizar, de poner las
bases para el progreso del país, de todo el país. Nosotros, esta vez, no
queremos fracasar. Desde nuestra perspectiva catalana, desde la cual a veces
hemos fracasado doblemente, por nuestra condición de españoles, y además,
porque hemos fracasado en aquello que nos afectaba directamente como
catalanes; desde esta perspectiva... nosotros aportamos aquí, por una parte,
nuestra voluntad, nuestra firme decisión de no fracasar esta vez, y nuestra
aportación para que, entre todos, consigamos eso que la Constitución nos va a
permitir: un país en el cual la democracia, el reconocimiento de las identidades
colectivas, la justicia y la equidad sean una realidad».

Ante este panorama destructivo para España, la vacuna


de Sarajevo ya no le hizo efecto a Pedro Sánchez, aunque
para llegar al poder en 2018 y 2019 simuló que su
pensamiento era el mismo. Su maestro en Sarajevo, Carlos
Westendorp, alto representante de las Naciones Unidas, en
1999, mientras Sánchez estaba junto a él, se vio obligado a
tomar la decisión de destituir a Nikola Poplasen, líder
ultranacionalista y presidente por aquel entonces de la
República Serbobosnia democráticamente elegido, que
amenazaba con segregar a Srpska, entidad serbia en
Bosnia, para integrarla en la República Federal de Serbia y
Montenegro. Sánchez aplaude la destitución de Poplasen:
«Aquello probablemente evitó que saltaran por los aires los
Acuerdos de paz de Dayton o, al menos hizo que no
descarrilaran».
El 1 de octubre de 2017 se celebró un referéndum ilegal
de autodeterminación, convocado por la Generalidad, que
desembocó el 27 de octubre en una declaración de
independencia de la «República de Cataluña», aprobada
por el Parlamento Catalán. Ese mismo día, Rajoy, previa
autorización del Senado y con el apoyo del Grupo
Socialista, aplicó el artículo 155 de la Constitución.
Sánchez apoyó la decisión de Rajoy hasta el último
momento. En mayo de 2018 lo veremos mendigando los
votos de los independentistas destituidos o encarcelados
para conseguir echar a Rajoy y, por ende, convertirse en
presidente. Y lo mismo en 2019. Ha acabado concediendo
en 2021 indultos a todos los golpistas condenados por
sedición contra el criterio del Tribunal Supremo. El
presidente Puigdemont consiguió huir y se refugió en
Waterloo. El actual Gobierno de la Generalidad lo reconoce
de facto como presidente —en el exilio— de la República de
Cataluña. En los acuerdos para su investidura en 2019
destaca el compromiso de crear una mesa de negociación
bilateral Cataluña-España para resolver el «conflicto
político».
En el País Vasco, con la misma finalidad de acceder y
conservar el poder, Sánchez ha trasladado a los presos
etarras a cárceles de la Comunidad Vasca o próximas a ella.
Ha transferido las competencias para la ejecución de la
política penitenciaria, lo que implica que pronto la inmensa
mayoría de los asesinos de ETA podrá salir de la cárcel. El
traslado lo ha ejecutado, con puño de hierro, el ministro del
Interior, Grande-Marlaska que, para más inri, forjó su fama
de magistrado valiente en los juzgados de instrucción
vizcaínos en la lucha contra la banda terrorista. Y se ha
sentado a negociar los presupuestos del Estado con los
filoterroristas, aunque en ello se le anticipó la presidenta
socialista de Navarra. Considerar demócratas a los
proetarras para mantenerse en el poder es un insulto a
cuantos han padecido y padecen todavía la tiranía aberzale.
Eso sí, en sus memorias, Sánchez hace profesión del
patriotismo que le embargaba cuando decidió presentar su
candidatura a la secretaría general en las elecciones de
2015:
El lector recordará que oficialicé mi candidatura con la imagen de una
bandera de España de grandes proporciones (…). Siempre he creído que la
bandera y los símbolos constitucionales son de todos, que no pertenecen a
ninguna ideología, pues representan nuestros derechos y libertades. El error
de la izquierda española es no haber lucido esos símbolos como sí lo ha
hecho la derecha (…). Nunca me he puesto una pulsera con la bandera de
España ni nada por el estilo. Sin embargo, como líder de izquierdas sí me
creí en la obligación de lucir nuestra bandera constitucional. Primero, por el
puesto al que aspiraba, la Presidencia del Gobierno de España. Y, segundo,
porque alguien debía reivindicar un espacio que también nos pertenecía a
nosotros, la izquierda española, que siempre luchó por los valores, derechos
y libertades inscritos en nuestra Carta Magna y simbolizados por la
bandera.

En el momento de escribir estas líneas, se tramita en el


Congreso una proposición de ley orgánica cuya admisión a
trámite fue apoyada por PSOE, UP, ERC, EH Bildu, Junts,
Más País, Compromís, la CUP y el BNG, en la sesión del
Congreso del 15 de junio de 2021. De ser finalmente
aprobada quedaría despenalizado el delito de injurias y
ultrajes al rey y a los símbolos nacionales, por considerarlo
contrario a la libertad de expresión. Seguramente, llegado
el momento Sánchez será capaz de votar a favor, eso sí,
envuelto en la bandera nacional para demostrar su amor a
España y a sus símbolos. Ahora bien, si algún desalmado
decide al grito de «puto Sánchez» quemar o ahorcar su
efigie, seguramente el presidente recordará la famosa frase
de José Ortega y Gasset, republicano de la primera hora,
cuando, profundamente decepcionado por la deriva
revolucionaria y totalitaria que había emprendido la
Segunda República, escribió el 6 de septiembre de 1931 en
el periódico Crisol: «¡No es esto, no es esto!».
Pero de momento Sánchez no vacila en pactar con los
que queman banderas españolas y no se conmueve cuando
destrozan, queman o cuelgan la efigie del rey Felipe VI.

Un idilio de conveniencia

«La política hace extraños compañeros de cama». Quizás


sea esta una frase de Winston Churchill, importada hace
muchos años por Manuel Fraga. Eso es lo que sin duda
pensó Pedro Sánchez la noche de las elecciones generales
de 2015, cuando respiró aliviado porque en su primera cita
ante las urnas tras su nombramiento como secretario
general «nadie había ganado» y esa situación le permitía
maniobrar para conseguir apoyos en otros partidos de
centro y de izquierda.
Al PP le había salido un peligroso competidor,
Ciudadanos. No obstante, había sido la lista más votada con
123 escaños después de perder 63. El nuevo partido nacido
en Cataluña, presidido por Albert Rivera, había obtenido de
la nada 40 diputados. Aunque llegaran a un acuerdo con
Rajoy solo se alcanzarían 163 votos, más uno probable de
Coalición Canaria, muy lejos de la mayoría absoluta. Hay
que tener en cuenta que el espacio ideológico del
centroderecha estaba y sigue ocupado en el País Vasco y en
Cataluña por los independentistas «moderados». Si Rajoy
hubiera tenido el apoyo del PNV, con 6 escaños, y de una
coalición liderada por Convergència i Unió, con 8, su
investidura hubiera estado avalada por 177 o 178
parlamentarios.
Pedro Sánchez no podía celebrar la victoria, pero sí había
conseguido con sus 90 escaños, veinte menos que en 2011,
evitar el sorpasso de otra fuerza emergente por la
izquierda. Se trataba de Unidos Podemos, que tenía ya en
su haber cinco europarlamentarios obtenidos en las
elecciones europeas de 2014. El 15 de mayo de 2011 se
había producido un movimiento sobre todo de jóvenes que
se reunieron en asamblea y acamparon en la Puerta del
Sol. Los congregados arremetieron contra el bipartidismo
del PSOE-PP, al que llamaban PPSOE y contra la
explotación capitalista de bancos y grandes empresas. Todo
eso les llevó a aprobar un sinfín de propuestas antisistema.
Pablo Iglesias y los suyos, punta de lanza del comunismo
bolivariano en Europa, financiada por Chávez y por la
dictadura teocrática islámica de Irán, consiguieron hacerse
con el movimiento 15-M y lograron 69 diputados. Su
radicalismo de izquierdas —lo del «populismo» es tan solo
una máscara que oculta su ideología marxista-leninista—, le
impidió obtener la mayoría absoluta, pues aunque hubiera
conseguido los 90 diputados del PSOE, era más que
improbable que los 14 votos del nacionalismo «moderado»
vasco y catalán votaran junto a Bildu y Convèrgencia para
hacer presidente del Gobierno al candidato socialista. Y así
fue.
Puesto que nadie podía formar gobierno —salvo un
acuerdo PP y PSOE rechazado de plano por Sánchez—, este
decidió proteger su flanco izquierdo. Tan solo les separaban
300.000 votos de diferencia. En sus memorias confiesa
paladinamente: «Rajoy no podía contar con la derecha
nacionalista, pero tampoco nosotros podíamos contar con
el apoyo de la izquierda nacionalista, si imponía —como
parecía— condiciones inaceptables». La noche electoral,
Iglesias había cerrado la puerta a cualquier entendimiento
con unas declaraciones «que nos sumieron en la
perplejidad. Salió enarbolando el derecho a decidir de los
catalanes, un tema que deliberadamente habían obviado en
campaña, pues sabían de su impopularidad en el resto de
España y que imposibilitaba cualquier acuerdo con
nosotros». Los 9 escaños de Esquerra Republicana estaban
poco dispuestos a apoyar a Sánchez.
Descartado Rajoy, ni siquiera mediante un voto de
abstención por tratarse de una «derecha corrupta», Pedro
Sánchez se planteó el gran dilema: «¿Qué debe hacer la
izquierda de gobierno en este país? ¿Entenderse o no con
la izquierda radical? Esa es la pregunta: ¿debemos volver a
cometer el error de dividir la izquierda o buscamos
sinergias que nos permitan propiciar los cambios que el
país necesita y la ciudadanía demanda?». Y se responde
defendiendo un «gobierno progresista», siguiendo el
ejemplo de Portugal, donde el Partido Socialista había
pactado con una formación similar a Podemos: «Yo creo
que debemos ir más por el segundo camino que por el
primero. Dejando claro que no significa que cada uno
pierda su esencia o cambie sus objetivos últimos. Podemos
podía seguir defendiendo el referéndum catalán si así lo
deseaba, se trataba solo de aparcarlo para conseguir
acuerdos concretos sobre temas urgentes que beneficiarían
a mucha gente, a los perdedores de la crisis».
Sánchez reconoce que con Podemos hay diferencias
insalvables, pero pactar con ellos es preferible «antes de
que los ciudadanos se echen definitivamente en brazos del
populismo». El lector puede juzgar por sí solo la gran
inconsecuencia y el oportunismo del secretario general del
PSOE. Hasta un párvulo sabe que desde el gobierno o
condicionando su actuación se pueden defender los
objetivos últimos de Podemos. Ya lo hemos visto desde que,
en 2019, España padece un gobierno de coalición con el
populismo social-comunista y el apoyo externo del
independentismo, tanto «moderado» como radical, vasco y
catalán. Y eso se nota porque no descansan. Y poco a poco
van levantando los andamios de la revolución social.
Dicho lo anterior, ¿qué legitimidad tiene el Partido
Socialista para «demonizar» las alianzas a las que ha
llegado o pueda llegar en el futuro el PP con Vox? A título
personal diré que hay muchas cosas que no comparto con
la formación que preside Santiago Abascal, que poco a
poco se desliza hacia el caudillismo. No me gusta la
apropiación de los símbolos nacionales so pretexto de
defender la unidad de España y, por supuesto, me sentí
injuriado, y se lo hice saber a Abascal, cuando acusó al
Partido Popular, en el que tan activamente había trabajado
siguiendo el ejemplo de su padre, héroe de la Transición en
las filas de la UCD vasca y posteriormente en las del PP, de
ser «la derechita cobarde». Rechazo la vuelta al
centralismo del Estado, para suprimir las comunidades
autónomas y dividir España en provincias con sus
gobernadores y diputaciones provinciales. Pienso que Vox
es el pretexto que viene a Podemos como anillo al dedo
para movilizar a la extrema izquierda, que impregna toda la
ideología del partido fundado por Pablo Iglesias, al grito de
«no pasarán» como si las tropas nacionales estuvieran a
punto de entrar en Madrid al término de la Guerra Civil
bajo el mando de los «fascistas» Casado, Arrimadas y
Abascal.
Es indiscutible que el presidente del PP tiene igual
derecho a plantearse, en sentido inverso, el mismo dilema
de Sánchez si las urnas no le otorgan de entrada una
mayoría absoluta en las próximas elecciones generales.
Antes de que España caiga en manos del populismo social-
comunista, ¿debemos cometer el error de dividir las
opciones de centroderecha sin buscar sinergia con la
derecha radical que rechaza y nunca ha ejercido la
violencia? En la defensa de la unidad de España, de la
Monarquía parlamentaria, el acatamiento de la
Constitución y el modelo socioeconómico puede haber
puntos de encuentro para formar un gobierno que devuelva
a los españoles la plenitud de la libertad, haga frente al
desafío independentista, preserve el espíritu de concordia
de la Transición, ponga fin al disparatado y sectario
memorial guerracivilista, y aplique una política económica
y social que garantice el Estado del bienestar mediante una
drástica reducción de los gastos públicos superfluos y,
sobre todo, mediante la promoción de la libre iniciativa
empresarial sobre la que se sustentan el progreso y el
desarrollo económico de España. Un sistema que permite
alcanzar las mayores cotas de igualdad de toda nuestra
historia y la total emancipación de la mujer, sin perjuicio de
seguir avanzando en las exigencias de la justicia.
Complicidad con la Corona: Sánchez valora la
importante función arbitral y moderadora del rey

Nadie podía gobernar porque carecía de los apoyos


necesarios para ello. Ese fue el resultado de las elecciones
de 2015. En aquellas circunstancias, Rajoy decidió no
mover ficha. Prefería unas nuevas elecciones que
permitieran al PP mejorar sus posibilidades de formar
gobierno y no aceptó la propuesta del rey para presentarlo
al Congreso como candidato a la Presidencia del Gobierno.
Rajoy argumentó al monarca que no tenía sentido convocar
una sesión de investidura a sabiendas de que el candidato
iba a ser derrotado.
Conviene recordar que Rajoy había propuesto al PSOE
hacer una «gran coalición» para gobernar juntos del mismo
modo que en Alemania la Democracia Cristiana lo hacía
con el Partido Socialdemócrata. Sánchez rechazó dicha
posibilidad. A su juicio, «cuando se hacen paralelismos con
Alemania, se suele obviar que el mayor lastre del PP no es
que sea de derechas, sino que es un partido corrupto.
¿Debíamos apuntalar a un partido que patrimonializaba las
instituciones, está acusado de graves delitos y cuya
financiación está en cuestión? Resultaba imposible. Eso nos
abocaría a dejar a la izquierda española sin referencias de
gobierno».
A pesar de haber vetado la opción Rajoy, Sánchez se
enfureció cuando el PP anunció que renunciaba a presentar
candidato a la Presidencia del Gobierno. El líder socialista
defendía que al partido más votado le correspondía
ofrecerse al rey como candidato a la investidura. Pero bien
sabía que esta iniciativa estaba condenada al fracaso y este
le permitiría ofrecerse como candidato alternativo de la
izquierda. Decidió trasladar su indignación al rey en la
ronda de consultas. Se encontró con que Felipe VI, según
dice en sus memorias, violando la confidencialidad de las
conversaciones con el jefe del Estado, estaba en la misma
sintonía que él. Es entonces cuando define el papel de la
Corona: «La función del rey es la de arbitrar, en ese mismo
momento de la investidura, el diálogo y las distintas
opciones para configurar un gobierno. Rajoy, al romper el
patrón de lo esperado, obligaba a Felipe VI a buscar una
solución». Y dice más: «Los socialistas, pese a las reservas
de parte de nuestra militancia con la institución
monárquica, siempre hemos entendido que la colaboración
con la Corona resulta fundamental, y más en el delicado
momento en que se encontraba nuestro país. Hay gente en
nuestras filas, sin duda, que cuestiona, desde posiciones
políticas, la Monarquía, pero no la lealtad a las
instituciones. En numerosas ocasiones hemos demostrado,
paradójicamente más que la derecha, una colaboración con
la Corona racional y productiva para España».
Lástima que, como en tantas otras cosas, Sánchez —una
vez en el poder— haya olvidado y obviado el papel arbitral
y moderador que al rey le confiere la Constitución y que él
mismo reconoce de forma tan rotunda. Por el contrario, ha
permitido que sus socios de gobierno utilicen el Poder
Ejecutivo para formular ataques frontales contra la Corona.
Pero lo escrito, escrito está.
Después de la preceptiva ronda de consultas, el rey
propuso a Sánchez como candidato a la presidencia. «En
aquellas semanas de infarto se fraguó entre Felipe VI y yo
una relación de complicidad que superó, y sigue superando
a día de hoy, lo institucional». Recuerda haber sido
compañero de colegio de Letizia, la reina consorte, y
continúa: «Suele decirse que en los momentos difíciles es
cuando se conoce verdaderamente a las personas. En
aquellos días intensos tuvimos la oportunidad de
conocernos de verdad, en lo más personal… Enseguida nos
reconocimos mutuamente como las personas que íbamos a
sacar al país del riesgo de bloqueo».
De modo que la aceptación de la candidatura fue un acto
de servicio a España y de lealtad a la Corona, para evitar la
crisis constitucional que se hubiera producido si el rey no
consigue proponer un candidato al Congreso y, por tanto,
Rajoy tuviera que seguir indefinidamente como presidente
en funciones. Revela que el rey compartía su enfado por la
irresponsabilidad del PP. Y de nuevo surgió su ego: el rey y
él iban a salvar a España.
Todo lo que hemos conocido después, cuando se lanzó a
la carrera para liderar la moción de censura contra Rajoy o
cuando al conocer los resultados catastróficos de su
candidatura en la noche electoral de las elecciones de
2019, en menos de veinticuatro horas se fundía en un
abrazo con Pablo Iglesias para formar un gobierno de
coalición a pesar de haber dicho que nunca gobernaría con
el líder podemita porque «no dormiría tranquilo por las
noches», es demostrativo de que tanto en 2016, como en
2018 y 2019, al margen de frases grandilocuentes, lo único
que le importaba era el poder.
Lo cierto y verdad es que en 2016 Sánchez echó un
órdago para ver si la suerte le llevaba a La Moncloa.
Negoció con todos. Fracasó en su intento de pactar con
Iglesias. Este, que a la audiencia con el rey acudió en
mangas de camisa con una falta total de respeto a la
dignidad del jefe del Estado y al conjunto de los españoles
que Zarzuela no debió consentir, anunció su voluntad de
pactar con Sánchez, autonombrándose vicepresidente y con
otras exigencias de imposible cumplimiento, como el
control del CNI, de la televisión y otras ocurrencias.
También se proclamó defensor del derecho de
autodeterminación. La capacidad de seducción de Sánchez
no funcionó en aquella ocasión, según confiesa, pero fue el
comienzo de una gran amistad.
Más fácil lo tuvo con Rivera, con quien había acordado
un amplio programa de medidas concretas. Pero tan pronto
como Pablo Iglesias conoció el pacto PSOE-Ciudadanos, se
levantó de la mesa porque no estaba dispuesto a facilitar
un gobierno con un programa que parecía diseñado para
pactar con el Partido Popular. Puso énfasis en la
humillación que supone mantener por más tiempo el
artículo 135 de la Constitución, impuesto por la UE al
socialista Rodríguez Zapatero que convenció al PP de la
imperiosa necesidad de garantizar el cumplimiento del
principio de estabilidad presupuestaria, consiguiendo así la
mayoría necesaria para modificar la Constitución. No debe
de ser tan humillante el precepto, pues Sánchez no ha dado
ningún paso para su derogación y Pablo Iglesias y las suyas
no han tenido ningún inconveniente en formar parte del
gobierno sanchista.
Sánchez también sondeó a los independentistas: «Por
supuesto, en aquella ronda de contactos me reuní con todos
los partidos que tenían representación parlamentaria,
incluidos los independentistas. Les dejé bien claro que para
nosotros la integridad territorial de España constituía una
línea roja; nunca la íbamos a poner en cuestión. No solo
eso: desde un punto de vista socialista la igualdad de todos
los ciudadanos es irrenunciable, por tanto, no aceptaríamos
privilegios».
En sus memorias Sánchez echa la culpa a Pablo Iglesias
de que no se hubiera podido llegar a un acuerdo en 2016:
«En aquellas conversaciones me revelaron algo que refleja
hasta qué punto fue equivocada la estrategia de Iglesias.
Me dijeron que hubieran podido abstenerse e incluso
apoyar la investidura sin obtener nada a cambio, pero que,
al insistir Iglesias en el referéndum [de autodeterminación
de Cataluña], los había forzado a ellos a plantearlo
también. Fue su insistencia en este tema lo que propició
nuestro desencuentro desde el primer momento. Curioso:
dos temas que en campaña habían pasado totalmente
inadvertidos se convirtieron en el principal escollo para un
gobierno del cambio».
La verdad es que las memorias son un filón para
constatar la falta de escrúpulos políticos del presidente.
Había dicho, «nunca traspasaremos la línea roja». Y la ha
traspasado con creces. Desde su actual gobierno de
coalición se ha defendido la celebración de un referéndum
ilegal e incluso se ha indultado a los golpistas catalanes con
el compromiso de crear una mesa bilateral de diálogo.
Antes y después de sentarse a la mesa, los representantes
del independentismo golpista catalán han demostrado por
activa y por pasiva —y siguen haciéndolo— que para ellos
lo único importante es que el Estado reconozca el derecho
a la autodeterminación y se fije la fecha del referéndum.
Pretensión que comparte el sector podemita del gobierno.18
18 En Navarra, el socialismo sanchista ha pasado del «no es no» a cualquier
acuerdo con Bildu, a defender la necesidad de emprender una nueva etapa de
entendimiento para buscar la concordia y la reconciliación. Al final esa nueva
política consiste en hacer una y otra vez concesiones a quienes no tienen la
menor intención de abjurar de su pasado criminal, ni de reparar el daño
causado ni de buscar la concordia con aquellos a los que considera traidores a
la patria vasca y colaboradores del Estado opresor. Concesiones que les
permitan dar pasos hacia la independencia. Concesiones que se traducen en
crecientes muestras de control aberzale en materia lingüística, cultural y
educativa. Pero en esta tarea les supera el fervor de Geroa Bai, que comparte
gobierno de coalición con Chivite y no es más que un instrumento de
prolongación del PNV, que si fuera con su propia sigla carecería de
representación apreciable en Navarra.
El relato de Sánchez de sus conversaciones con Albert
Rivera para alcanzar un acuerdo de gobierno con
Ciudadanos ofrece algunas novedades dignas de mención.
Si las memorias de Sánchez son veraces, Rivera estaba
dispuesto a afrontar «una reforma constitucional para
alumbrar una España federal y eso entraba en su visión de
España, mucho más progresista que donde se ha situado
ahora. Es cierto que había un intento de recentralizar
ciertas competencias, pero en un marco federal». Rivera y
Sánchez se reunían para resolver las discrepancias
surgidas en la mesa de negociación. Aunque no dice qué
acordaron en esos temas, revela que «los temas más
espinosos fueron la inmersión lingüística, las cuestiones de
género, las diputaciones y el contrato único».
Según Sánchez, en aquellos momentos allí por donde iba
—como por ejemplo en la panadería donde compraba el pan
— todo el mundo le hablaba con entusiasmo del pacto con
Ciudadanos, que había sido presentado en el Congreso el
24 de febrero de 2016. Resulta muy difícil de creer ese
fervor popular por el pacto si se tiene en cuenta que en las
recientes elecciones solo había obtenido 85 diputados. El
pacto con Ciudadanos podía aportar 32 escaños. En total,
117. A ellos pretendía sumar los 71 del grupo Podemos. El
tripartito podría tener como mínimo 188 votos, bastante
por encima de la mayoría absoluta, que se sitúa en 176.
Pero Rivera no consiguió el apoyo del PP a su pacto con los
socialistas.
La actitud de Podemos despertó a Sánchez de su sueño.
El debate de investidura fue un rotundo fracaso. El 4 de
marzo se produjo la segunda votación. A favor, el candidato
obtuvo 131 votos: PSOE, Ciudadanos y Coalición Canaria.
En contra, PP, UP, En Comú, En Marea, ERC, DiL, PNV,
Compromís, IU, EH Bildu, UPN, Foro Asturias y un
independiente. Ninguna abstención.

El PSOE «echa» a Pedro Sánchez

Por primera vez en la historia de la democracia


constitucional el Congreso rechazó a un candidato
propuesto por el rey, al no ser capaz de aglutinar una
mayoría en torno a él. Dicho esto, cabría preguntarse si
una abstención del Partido Popular, permitiendo un
gobierno PSOE-Ciudadanos, hubiera evitado que Sánchez
se echara en brazos de la izquierda revolucionaria y el
independentismo radical en 2018 y propiciado que
practicara políticas propias de la socialdemocracia
europea. Elucubrar sobre ello es perder el tiempo.
Sánchez sostiene que su «inmolación» había evitado el
riesgo de bloqueo institucional provocado por la laguna de
la Constitución a que anteriormente nos hemos referido,
que según él obligaba a prorrogar sine die al gobierno en
funciones de Rajoy. La magnificación de la posibilidad de
un bloqueo no fue más que una cortina de humo para
ocultar el ardoroso deseo de Sánchez de dormir en La
Moncloa. Para resolver la crisis provocada por la
interpretación literal del artículo 99.5 de la Constitución,
en el caso de que el secretario general socialista tampoco
hubiera aceptado ser propuesto como candidato, el rey
tenía todavía capacidad de maniobra para llenar la laguna
constitucional.19
19 El constitucionalista Manuel Pulido se refirió a esta cuestión en un
artículo publicado el 16 de agosto de 2016 en el diario El Mundo, en el que
concluye que el artículo 99.5 de la Constitución no prevé un mecanismo
electoral reduplicativo, ni tampoco lo hace la legislación electoral (art. 167),
«razón por la que, a tenor de lo expuesto, si se produce una crisis de estado por
la ausencia de candidato investido, entra en escena el monarca para que con el
refrendo de la presidenta del Congreso proponga un candidato que sea
investido presidente por el Congreso, sea del mismo partido o de otro
diferente».

Pero en ocasiones la avaricia rompe el saco. Y eso es lo


que ocurrió. Sánchez fracasó en su intento de investidura.
El rey disolvió las cámaras y convocó elecciones, estas se
celebraron el día 26 de junio de 2016 y en la noche
electoral el patriótico candidato volvió a sentir el sabor
amargo de la derrota. El gran protagonismo que tuvo
durante un par de meses como candidato a la presidencia
se tradujo en una pérdida de 5 escaños, de modo que los 90
de 2015 se redujeron a 85. Eso sí, al menos su nuevo amigo
Pablo Iglesias no le arrebató el liderazgo de las izquierdas,
aunque Podemos y sus partidos asociados consiguieron 71
escaños, 2 más que el año anterior. Tampoco Ciudadanos
estaba para tirar cohetes, pues de 40 había bajado a 32
escaños. Sánchez podía intentar de nuevo un gobierno
tripartito, pero Podemos y Ciudadanos eran incompatibles.
La sorpresa la dio Rajoy al pasar de 120 a 137 escaños.
Con el apoyo de Ciudadanos rozaba la mayoría absoluta. El
PNV volvía a tener la sartén por el mango. Les bastaba con
abstenerse. Pero lo que nadie podía imaginar es que las
abstenciones para facilitar la investidura de Rajoy
procederían de la mayoría del grupo parlamentario
socialista. Sánchez intentó maniobrar in extremis dentro
del partido, pero su propuesta de convocar un Congreso
extraordinario había quedado desautorizada por la
Comisión Ejecutiva Federal el 1 de octubre de 2016 donde
se barajó la abstención del grupo parlamentario socialista
en la investidura del presidente del Partido Popular. Ese
mismo día y antes de tener que acatar la decisión del
partido, prefirió dimitir como secretario general y quince
días después como diputado. Este mes aciago para Sánchez
culminó el 29 de octubre de 2016 con la elección de
Mariano Rajoy como presidente del Gobierno.
La crisis interna en el Partido Socialista venía
fraguándose desde la investidura fallida del año anterior.
Las críticas a Sánchez arreciaron cuando se celebraron las
elecciones gallegas y vascas el 25 de septiembre de 2016.
En las primeras el PSOE tan solo obtuvo 14 escaños en un
Parlamento de 75 miembros, mientras el PP lograba
mayoría absoluta con 41 escaños. El partido hermano de
Podemos, En Marea, empató a escaños con el PSOE, pero
le superó en número de votos, algo humillante para los
socialistas. En las elecciones vascas el PSOE obtuvo 9
escaños, 7 menos de los que tenía, empatando con el PP. A
pesar de ello podía pactar con el PNV, que con 28 escaños
no podía gobernar en solitario. También fue humillante
para el PSOE que Podemos los situara en la cuarta posición
al lograr 11 escaños.
En sus memorias, el entonces exsecretario general
arremete contra el bulo o fake news de su intención de
hacer un gobierno Frankenstein extendido por los medios
de la derecha, que fue uno de los más dañinos que había
sufrido en su vida. Lo que no dice es que, en los cursos de
verano del PSOE en El Escorial, fue Alfredo Pérez
Rubalcaba el que había manifestado su rechazo a la idea de
Sánchez de formar un gobierno Frankenstein, porque los
socialistas «no pueden» ir a la investidura de la mano de
partidos independentistas «que quieren romper aquello que
ellos quieren gobernar», la nación española.
El 24 de octubre, la comisión gestora del PSOE ordena la
abstención de su grupo parlamentario ante la investidura
de Rajoy. Esta decisión hacía innecesario tanto el apoyo
como la abstención del PNV. En la segunda votación,
celebrada el 29 de octubre, Rajoy obtiene el respaldo de
170 votos y registra 111 en contra con 68 abstenciones del
Grupo Socialista, si bien 15 de sus 85 diputados rompieron
la disciplina de voto.20 El resto del arco parlamentario votó
en contra: Esquerra Republicana de Catalunya,
Convergència Democrática de Catalunya, Partido
Nacionalista Vasco, Euskal Herria Bildu, Coalición Canaria
y Partido Nacionalista Canario.
20 Esta es la lista de los 15 «valerosos» diputados que votaron en contra de
la investidura de Rajoy: Meritxell Batet, presidenta del Congreso de los
Diputados; Marc Lamuà, diputado; Manuel Cruz, actual senador, presidente de
la Comisión de Autonomías del Senado; María Mercè Perea, diputada; Lídia
Guinart, diputada; Joan Ruiz, diputado; José Zaragoza, diputado del PSC;
Margarita Robles, ministra de Defensa; Zaida Cantera, diputada en el
Congreso; Odón Elorza, secretario de área de Transparencia y Democracia
Participativa del PSOE; Pere Joan Pons, diputado; Sofía Hernanz, diputada;
María del Rocío de Frutos, actual directora del Instituto Nacional de la
Seguridad Social de Orense; Susana Sumelzo, diputada y secretaria de Política
Municipal del PSOE y María Luz Martínez, diputada. Entre los disidentes no
figuraban el diputado por Valencia José Luis Ábalos, persona de la máxima
confianza de Pedro Sánchez y activo colaborador en su vuelta a la secretaría
general del partido, que tuvo un final inesperado al ser defenestrado
fulminantemente de su cargo de ministro de Transportes, Movilidad y Agenda
Urbana, el 12 de julio de 2021, junto a Carmen Calvo, que era vicepresidenta
del Gobierno e Iván Redondo, director del Gabinete del Presidente, ni Adriana
Lastra, vicesecretaria general del PSOE, que sería portavoz del Grupo
Parlamentario Socialista hasta septiembre de 2021, a los que se consideraba
como otros de los «abstencionistas» leales a Sánchez.

Una de las características de Pedro Sánchez es que


nunca asume su propia responsabilidad y siempre busca un
culpable. En este caso el bulo fue el que destrozó sus
expectativas pues en absoluto habría pactado con los
separatistas el gobierno. En sus conversaciones siempre les
había dicho que la unidad territorial de España era
incuestionable y que lo único que tenía en mente era un
ejecutivo tripartito con Podemos y Ciudadanos. Y a
continuación tira de las orejas a cuantos seguimos
pensando que «no es no» y que hay una «línea roja»
infranqueable. Una lección que a la vista de la constitución
de la mesa bilateral entre el gobierno español y el gobierno
catalán el maestro ha olvidado: «Realmente hay una
identificación dañina e interesada en la política española,
consistente en equiparar el simple hablar con el diálogo; el
diálogo con la negociación y la negociación con la
concesión. De manera que cuando dos dirigentes políticos
hablan, ya estamos en puertas de una claudicación». Por lo
menos reconoce que también su propio partido
«contribuyó» a este rechazo al diálogo cuando en la
resolución, el Comité Federal vetó incluso el «sentarse»
con partidos que defendieran el mal llamado «derecho a
decidir». «Si no te sientas con quienes piensan lo contrario
que tú, ¿qué hacer? ¿No reconoces su legitimidad
parlamentaria? Me parecía entonces, y me sigue
pareciendo, una irresponsabilidad desatender el mandato
de cambio dialogado que nos ha dado la ciudadanía (sic)».
Los bulos que intentaron desacreditar su candidatura le
dan pie para rasgarse las vestiduras ante esta lacra de
nuestra época que son las fake news. Sus víctimas están
indefensas pues si se denuncian «solo se consigue un
efecto perverso y paradójico: al intentar combatir la
mentira amplificas el efecto de esa mentira… Sabemos que
la noticia verdadera de una denuncia por calumnias va a
llegar a mucha menos gente que las falsedades previas, al
tiempo que va a dar oxígeno a la mentira». ¿Qué ha hecho
para evitarla? Lo único que sabemos es que hay un servicio
de escuchas y rastreadores de WhatsApp, que pueden
entrar en cualquier móvil y bloquear la reproducción de
cualquier mensaje sin autorización judicial en contra del
derecho a la privacidad de las comunicaciones. No es
ningún bulo que, cuando menos lo esperas, te aparece en la
pantalla una notificación que dice que el WhatsApp que
pretendes reproducir solo se puede enviar de uno en uno. Y
casualmente coinciden con críticas en serio o en clave de
humor dirigidas contra el gobierno o los dirigentes de la
coalición. Por otra parte, ¿tenemos la seguridad de que el
sistema SITEL, donde quedan grabadas todas las
conversaciones telefónicas en el ministerio del Interior
(Policía y Guardia Civil), no constituye una amenaza a la
libertad de comunicaciones ante la posibilidad de que se
haga un uso espurio del mismo? Amordazar a la prensa
libre y medios de comunicación digitales —los que aún
quedan sin controlar— es una obsesión de Sánchez e
Iglesias. Los mismos que se rasgaban las vestiduras contra
la «ley mordaza» atentan ahora contra un derecho sagrado
en toda sociedad democrática como es la libertad de
expresión. La proyectada ley de Memoria Democrática, al
imponer un relato único de la Guerra Civil y sancionar a
quienes discrepen de él es también una manifestación
inequívoca de una voluntad totalitaria.
Sentado lo anterior, Sánchez defiende en sus memorias el
diálogo y la negociación para resolver el problema de
Cataluña y se apropia de algo que la inmensa mayoría de
los españoles compartimos: que toda idea es defendible
mientras se exprese dentro de la ley y, por supuesto, no
incite o justifique la violencia. «Es lo que ha guiado siempre
al PSOE, y eso nos ha hecho fuertes. Durante cuarenta
años uno de nuestros valores políticos —fundamental para
nosotros, pero sobre todo para España— ha sido nuestra
capacidad de interlocución con todos, de arriba abajo, de
izquierda a derecha».
Es difícil encontrar mayor doblez. Toda idea es legítima,
ciertamente, si se defiende dentro de la ley. Pero cuando la
Generalidad impone en muchas materias una legislación
contraria a la Constitución, que es la ley de leyes, viola o
ignora las sentencias del Tribunal Constitucional o del
Tribunal Supremo —como acaba de ocurrir con la sentencia
sobre la obligación de dedicar el 25 por ciento del tiempo
lectivo a asignaturas en castellano— y toda su actuación
está orientada a la consecución a corto plazo de la
independencia de Cataluña, ¿cabe la negociación con
quienes así actúan? Cada concesión o inhibición, que les
proporciona más poder, solo sirve para fomentar el odio a
lo español y pulverizar la libertad de quienes quieren vivir
dentro del marco constitucional y no desean convertirse en
extranjeros en su propia tierra.
Le recomendaría a Sánchez que relea el pasaje de su
libro sobre la vacuna contra el nacionalismo que recibió en
Sarajevo donde llega a decir —y con razón— que «el
nacionalismo es una ideología muy poderosa, pero
destructiva, que siempre juega en contra de los intereses
de los ciudadanos». Y por último le sugiero también que
repase el Pacto del Tinell21 firmado el 14 de diciembre de
2003 en Barcelona —con el aplauso de Rodríguez Zapatero
— por el socialista Pasqual Maragall con Esquerra
Republicana de Cataluña e Iniciativa per Catalunya Verds,
donde sus firmantes22 se juramentan «a no establecer
ningún acuerdo de gobernabilidad (acuerdo de investidura
y acuerdo parlamentario estable) con el Partido Popular en
el Govern de la Generalitat. Igualmente se comprometen a
impedir la presencia del PP en el gobierno del Estado, y
renuncian a establecer pactos de gobierno y pactos
parlamentarios estables en las cámaras estatales». La
defensa de la unidad de España convierte al PP, con el
apoyo del socialismo catalán y nacional, en un leproso en
Cataluña.
21 El Tinell es un salón del Palacio Real Mayor de Barcelona, sede de los
condes de Barcelona y después de los reyes de la Corona de Aragón, en el
centro de la Ciudad Condal.

22 Firmaron el Pacto del Tinell Pasqual Maragall por el PSC, Josep-Lluís


Carod Rovira por ERC y Joan Saura i Laporta por ICV-EUA. Poco después
compartirían, bajo la presidencia de Maragall, un gobierno tripartito de
coalición que acabó con la era Pujol. Fueron tiempos en los que Convergència y
el PSC se intercambiaban acusaciones de corrupción. Maragall acusaba a Pujol
de cobrar el 3 por ciento como comisiones por la adjudicación de contratos
públicos. Hubo sentencias y Convergència se vio obligada a fundar un nuevo
partido que se denomina Partido Demócrata Europeo de Cataluña (PDeCAT).
Tampoco el PSC estaba inmaculado y pronto afloraron casos de corrupción
protagonizados por cargos políticos del socialismo catalán. El 3 por ciento no
era solo la marca del pujolismo.

Asimismo, el PSC, marca catalana del PSOE, asume el


compromiso «de dejar sin efecto el conjunto de normas
contrarias a la plurinacionalidad, de cualquier rango,
aprobadas durante el periodo gobernado por el PP, así
como la retirada de los recursos interpuestos por el
gobierno del Estado ante la jurisdicción ordinaria o el
Tribunal Constitucional contra normas emanadas de las
instituciones de Catalunya». Este pronunciamiento supone
aceptar que la Constitución no rija en el Principado. Y por
último acuerdan «el establecimiento de un nuevo marco
legal donde se reconozca y se desarrolle el carácter
plurinacional, pluricultural y plurilingüístico del Estado».
Sorprende este compromiso del socialismo catalán.
Sorprende que puedan asumir este compromiso porque
habría que proceder a una reforma de la Constitución y no
podrían hacerla sin el leproso popular y el consentimiento
del pueblo español. Pero más sorprende que el propio
Sánchez cumpla al pie de la letra el contenido de lo
pactado en su día por el partido de su compañero y
ministro Miquel Iceta, de quien admira la forma en que
expone las soluciones para Cataluña.
He reproducido de sus memorias el pasaje donde
presume de que en los últimos cuarenta años uno de los
valores políticos del socialismo «ha sido nuestra capacidad
de interlocución con todos, de arriba abajo, de izquierda a
derecha». Pues bien, después de tres años de ejercicio del
poder ya podemos decir que para Sánchez la interlocución
es un valor que solo ejercita con la izquierda. Durante los
momentos cruciales de la pandemia, ¿cuántas veces dialogó
con voluntad de llegar a acuerdos con el principal partido
de la oposición? ¿Ha consensuado el reparto de los fondos
de ayuda de la Unión Europea? ¿Ha negociado sobre la Ley
de Educación o sobre la de Universidades para conseguir
una reforma educativa duradera y que tenga como objeto
—como ordena la Constitución— el pleno desarrollo de la
personalidad humana en el respeto a los principios
democráticos de convivencia y a los derechos y libertades
fundamentales, entre los que se encuentra la libertad de
enseñanza? ¿Ha formado una mesa de diálogo con la
oposición para tratar de la reforma laboral? ¿Ha buscado
un acuerdo de Estado para afrontar las crisis con
Marruecos o para descalificar y condenar a las dictaduras
bolivarianas que violan gravísimamente los derechos
fundamentales? ¿Pretende pactar reformas
constitucionales o de desarrollo del título VIII de la
Constitución al margen del PP, indispensable para que
puedan aprobarse habida cuenta de que la Constitución
establece un quorum de mayoría reforzada (tres quintos o
dos tercios según las materias a las que afecte la reforma)?
¿Queda un rastro de consenso en la Ley de Memoria
Democrática? ¿Cuántas veces ha dado la espalda a las
exigencias de la Ley de Transparencia? ¿Cómo es posible
que no ponga coto a que un partido minoritario, contrario a
la Constitución, pueda implantar medidas que destrozan el
lenguaje, dictan normas que vulneran el principio de
igualdad, imponen la ideología de género —no la igualdad
de hombres y mujeres—, que como su propio nombre indica
es una manera de entender la sociedad que no tiene por
qué ser compartida por muchos y menos imponerse en las
escuelas mediante medidas coercitivas de adoctrinamiento?
¿Cómo consiente que una ministra de su gobierno sostenga
que la situación de la mujer en España es comparable a la
de las mujeres afganas? ¿Ha informado o consensuado con
el PP la concesión de los indultos y el contenido y objetivos
de su negociación con los independentistas catalanes en la
mesa bilateral? ¿Ha intentado un frente común con el PP
para responder a la pretensión del PNV de negociar un
nuevo estatus político con el País Vasco, que culmine
haciendo trizas la unidad de España en una confederación
de Euskal Herria «con» España? ¿Ha buscado un
entendimiento PP-PSOE para garantizar la estabilidad de
España para hacer frente a la difícil situación política y
económica, comenzando por la concertación de los
presupuestos generales? ¿Por qué se niega a cumplir lo que
decía antes de llegar al poder sobre la elección directa por
los jueces y magistrados de los doce miembros del Consejo
General del Poder Judicial que deben pertenecer a la
carrera judicial? ¿Puede garantizar que tanto la titular del
ministerio de Justicia como la fiscal general del Estado van
a respetar en todo momento la independencia e
imparcialidad del poder judicial? Y así, hasta el infinito.
En una encrucijada histórica como la que vivió España a
consecuencia del golpismo separatista catalán, Mariano
Rajoy le tendió la mano para consensuar la forma de hacer
frente a la crisis y Sánchez, con poca convicción y muchas
limitaciones, se la dio y apoyó la aplicación de un artículo
tan excepcional como el 155 de la Constitución. La excusa
de la corrupción —como si el socialismo fuera una
formación seráfica y angelical— le sirvió de coartada para
alcanzar el poder echándose en manos de la izquierda
revolucionaria e independentista, es decir, con aquellos que
en los temas fundamentales están en las antípodas del
PSOE, o eso creíamos, y todo cuanto hacen conspira contra
los valores y principios que Sánchez dice defender. Si
volviera a conversar con Irene Lozano, ¿se jactaría de
liderar una fuerza política capaz de dialogar de todo y con
todos?

El regreso

Minusvaloraron a Sánchez quienes lo dieron por muerto


políticamente hablando tras su fracaso electoral de 2015.
Para tratar de digerir la derrota se fue con su esposa
Begoña a Estados Unidos, el paraíso del capitalismo.
Después de largas horas de reflexión, decidió que volvería
a Ferraz entrando por la puerta grande. Regresó a España,
se subió a su utilitario y con la ayuda de un experto
conductor como el navarro Santos Cerdán,23 visitó la mayor
parte de las agrupaciones locales del PSOE. Sánchez
presentó su candidatura a la secretaría general en las
elecciones primarias del partido y el 21 de mayo de 2017
salió elegido secretario general, después de derrotar a
Susana Díaz, la expresidenta andaluza, y a Patxi López, que
había sido lendakari vasco y presidente del Congreso de los
Diputados.
23 Santos Cerdán nació en Pamplona en 1969. Vive en Milagro, una de las
villas de La Ribera navarra. Técnico en electrónica industrial, con estudios de
segundo grado FP-II. Desde 2016 es diputado por Navarra. Actualmente es
secretario de organización del PSOE y presidente de la Fundación Pablo
Iglesias.
Al inicio de su campaña electoral, el 20 de febrero de
2017, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid presentó un
«documento ideológico» donde se expresaban los principios
«fundacionales» —la expresión es mía— del nuevo PSOE,
con vocación de permanencia. Seguramente quiso dejar
para la posteridad algo parecido al «Programa Máximo»
elaborado por Pablo Iglesias en 1888, que cayó en desuso a
partir de 1982. En su redacción del documento ideológico
habían participado, entre otros, José Félix Tezanos,24
Cristina Narbona (una «histórica» del partido, exministra
de Medio Ambiente, actual presidenta del PSOE y esposa
de Josep Borrell), Pepe Sanroma (alias «camarada
Intxausti», exsecretario general del partido maoísta ORT
(Organización Revolucionaria de Trabajadores), Teresa
Morán (presidenta y fundadora de Affidávit, empresa
consultora que asesoró a Sánchez en su campaña para la
recuperación de la secretaría general del PSOE y que sería
«fichada» por Irene Lozano, la coautora del libro de
memorias de Sánchez y secretaria de Estado de España
Global en su primer gobierno, para intentar mejorar la
reputación de España dañada por el desafío
independentista de Cataluña), José María Calviño
(exdirector general de TVE y padre de la vicepresidenta
primera del Gobierno, Nadia Calviño) y Manu Escudero
(economista guipuzcoano de reconocido prestigio que
después de participar en la redacción del documento
ideológico de Sánchez fue nombrado embajador de España
en la OCDE con sede en París). «El documento —explica
Sánchez— trascendía la renovación por el liderazgo, era un
proyecto de renovación de la socialdemocracia y del
partido». El lema de la presentación rezaba «somos
socialistas». El logo de un puño en alto sin la rosa suponía
pura y simplemente la añoranza del marxismo originario
del socialismo. «El documento sigue siendo una referencia
para mí y para mi equipo». ¿Y para el partido? He aquí otra
frase demostrativa de que Sánchez considera que hay una
simbiosis entre el socialismo y su persona. A continuación,
reproduzco el manifiesto con algunos comentarios en cada
uno de sus párrafos:
24 El nombramiento de José Félix Tezanos como presidente del Centro de
Investigaciones Sociológicas, nada más asumir el poder, demuestra la escasa
convicción democrática de Sánchez, pues no otra cosa es nombrar a alguien
que forma parte de su círculo íntimo como presidente del centro estatal
encargado de elaborar encuestas electorales, cuya imparcialidad debiera ser la
regla de oro de su funcionamiento, máxime si se tiene en cuenta que se
financian con fondos públicos. Los resultados electorales casi nunca coinciden
con los que a bombo y platillo se difunden en víspera de la celebración de los
comicios. La osadía de este servidor de Sánchez llegó al extremo de publicar en
la revista socialista Temas, el 3 de mayo de 2021, jornada de reflexión de las
elecciones de la Comunidad de Madrid, un artículo desacreditando a la
candidata popular Isabel Díaz Ayuso, a la que definió como «una persona de
escasa entidad intelectual y política». Concluía que estábamos ante «un
despliegue de esfuerzos para intentar que los madrileños y los españoles nos
radicalicemos y nos bipolaricemos al servicio de determinadas operaciones
políticas bien alimentadas y apoyadas desde poderes y estructuras de
comunicación, que aún hoy en día no se han adaptado a la realidad social y
política de la España democrática y moderna». La Junta Electoral Central
rechazó un recurso del PP, argumentando que el artículo no violaba el principio
de neutralidad institucional y estaba amparado por la libertad de expresión al
haberse publicado en una revista privada. La Junta no tuvo en cuenta que
además de las incompatibilidades estrictamente jurídicas de todo miembro de
la Administración, hay incompatibilidades éticas o morales para preservar la
libertad de voto, que es una de las misiones de la Junta Electoral Central
conforme a la Ley Orgánica del Régimen Electoral General (1985) cuando
dispone que su principal función es garantizar la transparencia y objetividad
del proceso electoral. El presidente del CIS, organismo tan vinculado a los
procesos electorales, no tiene doble personalidad y, por tanto, no puede
irrumpir en la campaña electoral cuando sabía por sus datos demoscópicos que
el PSOE y, en concreto, Pedro Sánchez, iban a sufrir una derrota histórica. Un
juzgado madrileño de instrucción ha abierto diligencias al también miembro del
Patronato de la Fundación Pablo Iglesias, para determinar si la utilización
partidista de las encuestas del CIS constituye un delito de malversación de
fondos públicos.
Los grandes retos a los que el PSOE debe dar respuesta nos remiten a
cuestiones como el agravamiento de las desigualdades, el paro, la
precariedad laboral y la marginación de la juventud, con sus consiguientes
efectos de polarización en la sociedad, la igualdad de género y la
consolidación de las políticas sociales, la revolución tecnológica y la
digitalización de la economía, el cambio climático y las migraciones, además
de los riesgos de involuciones políticas. Estamos asistiendo a los primeros
embates de un naciente populismo neoproteccionista, a la emergencia de
una extrema derecha descarnada y xenófoba que ya ha triunfado en Estados
Unidos y que avanza posiciones en Europa. La Unión Europea no cuenta con
un perfil propio en el concierto internacional, y sus instituciones aparecen
exhaustas y carentes de respuestas frente a la extrema derecha populista,
ante la necesidad de recuperación económica, la construcción de una
Europa social o la asistencia debida a los refugiados. En el plano económico
estamos inmersos en un mundo de bajo crecimiento, precarización de los
salarios y una deuda que no cesa de crecer.

Sánchez dulcifica su rechazo a Podemos, al que llama


«populismo neoproteccionista», evitando calificarlo como
comunismo o neocomunismo bolivariano, y lo enfrenta a «la
extrema derecha» que avanza imparable por toda Europa.
Se supone que los dos extremos quedarían excluidos de su
futuro proyecto político. Pero con tal de alcanzar el poder
el populismo revolucionario es socio preferente. Todo lo
demás es una relación de problemas sin aportación de
ninguna solución. La alusión a Estados Unidos, donde ha
triunfado una extrema derecha descarnada y xenófoba, no
parece muy afortunada. Quizás el gesto de Zapatero
ofendiendo a la bandera estadounidense y las apreciaciones
de Sánchez sobre el triunfo de la ultraderecha, así como la
tibieza, cuando no el apoyo explícito, a las dictaduras
hispanoamericanas, donde sí cabe destacar el avance del
comunismo bolivariano, obligan al presidente a humillarse
tratando de buscar fotos con el presidente Biden.
Vivimos tiempos nuevos, en los que se abren grandes avances y
oportunidades de progreso posibilitados por la revolución tecnológica, que
nos pueden permitir superar muchas de las carencias que ha padecido la
humanidad. Ahora los conocimientos alcanzados, los recursos de los que
disponemos, con unas generaciones altamente cualificadas y preparadas y
con los niveles de desarrollo alcanzados, nos permiten enfrentarnos con
éxito a los problemas de la enfermedad, del dolor, a la fatiga en el trabajo y
a las largas jornadas, al hambre y las carencias de tantas personas, a la
incultura y el subdesarrollo. Y todo eso lo podemos —lo podríamos— hacer
orientando los avances del progreso técnico y económico hacia la gran
mayoría de la población.

Es loable enfrentarse a la enfermedad, al dolor, a la


fatiga en el trabajo, al hambre, a la incultura y el
subdesarrollo. Incluso reconocer que, si podemos combatir
todos estos males de la humanidad, es gracias al nivel de
conocimientos y de desarrollo alcanzados, así como de los
recursos disponibles. Sánchez no se pregunta qué modelo
socioe-conómico ha conseguido situarnos en esa posición.
Desde luego, nada debemos a las dictaduras comunistas
que esclavizaron a gran número de países europeos e
iberoamericanos que aún perduran como es el caso de
Cuba y Venezuela y amenazan con extenderse a otros
países de habla hispana. Todo ello mientras la casta
dominante disfruta sin límites de lo que carecen sus
conciudadanos.
Sin embargo, no se está haciendo así, sino que en nuestras sociedades
cunden las desigualdades y la falta de horizontes para muchos, mientras que
el poder y la riqueza tienden a concentrarse en pocas manos. Hemos llegado
a extremos, según se denuncia en el último Informe de Intermón Oxfam, en
los que solo ocho personas (todos varones) acumulan tanta riqueza como la
mitad de la humanidad. Por eso, cunde la preocupación y la indignación ante
la evolución de las desigualdades y el empeoramiento del trabajo.

Esta es una traslación del pensamiento marxista


originario del PSOE fundado por Pablo Iglesias. Creían a
pie juntillas que «los ricos serán cada vez más ricos,
mientras los pobres serán cada vez más pobres». No es
cierto que los pobres sean cada vez más pobres, salvo en
los países comunistas. Es cierto que puede haber fortunas
exorbitantes. Pero el remedio está en una fiscalidad
redistributiva que ya se practica en muchas partes del
mundo. Los paraísos fiscales o han desaparecido o tienen
los días contados gracias a la colaboración internacional.
Cuando en un país como España la sanidad, la educación,
la discapacidad y otros servicios sociales tienen una
respuesta universal de calidad —aunque siempre sean
mejorables—, no se puede hablar de la desigualdad como si
estuviéramos inmersos en el capitalismo explotador de
finales del siglo XIX y principios del XX. Y mucho menos
cuando los predicadores masculinos y sobre todo femeninos
no se caracterizan por una austeridad acorde con la causa
que defienden. Sueldos astronómicos para la inmensa
mayoría de la cúpula directiva de las organizaciones
revolucionarias, viviendas de lujo, costumbres burguesas,
caracterizan a muchos de los líderes de ambos sexos y, muy
especialmente, del femenino. Hoy, en España, el hombre y
la mujer son iguales política, social y económicamente
hablando. Más aún. Hay normas de protección de la mujer
que le otorgan un régimen jurídico privilegiado respecto al
hombre en situaciones semejantes.
Las inmensas posibilidades de progreso contrastan con el clima de regresión
social, de malestar y pesimismo que se vive en muchos lugares. Ante este
horizonte histórico, se precisa una nueva estrategia socialdemócrata, capaz
de impulsar el progreso y recuperar la ilusión política, con un proyecto
renovado, fiel a los principios del socialismo, y alternativo —no subsidiario—
a las posiciones de la derecha, con un liderazgo coherente, honesto y
comprometido con esos objetivos. Y con un modelo de partido autónomo y
democrático, que responda a lo que los socialistas de hoy queremos y
necesitamos. Es decir, un partido de ciudadanas y ciudadanos maduros y
libres con plenos derechos, que piensan, opinan, participan y deciden, y no
un partido burocratizado y decaído, cuyos afiliados sean tratados como
súbditos a los que se les pide que callen y obedezcan.

Hay que leer con detenimiento este último párrafo del


manifiesto. Se necesita una «nueva estrategia
socialdemócrata», capaz de cambiar el mundo. Para esto
hace falta un partido autónomo y democrático, de
ciudadanos libres que piensan, participan y deciden. Hay
que acabar con un partido socialista «burocratizado y
decaído», en el que los afiliados eran tratados «como
súbditos a los que se les pide que callen y obedezcan».
Ahora bien, falta otro elemento esencial. El partido
necesita un «liderazgo coherente, honesto y
comprometido» para impulsar la «nueva estrategia
socialdemócrata».
De todos los objetivos solo uno se ha hecho realidad: el
liderazgo de Sánchez. La experiencia dice —y se ha visto en
el último Congreso celebrado en Valencia a mediados de
octubre de 2021— que muy pocos piensan, opinan,
participan y deciden, salvo el líder. El único debate lo
protagonizó la sección feminista del partido, consiguiendo
algunas modificaciones a favor del colectivo «trans» y otras
cuestiones sobre los vientres de alquiler, la prostitución y el
uso sinonímico de los conceptos «sexo» y «género».
Por lo demás, ha quedado demostrado que, como dijo el
histórico dirigente socialista Alfonso Guerra, «el que se
mueve no sale en la foto». De nuevo cito a Sánchez:
«Queremos un nuevo modelo de partido a veinte años. No
va a ser un parche, sino un legado». Está claro que la
nueva estrategia socialdemócrata no contempla la
posibilidad de la alternancia.
3. DE SURESNES (FRANCIA, 1974)
AL CAMPO DE LAS NACIONES
(MADRID, 2017): ¿CONTINUIDAD
O RUPTURA?

Suresnes, la revolución en marcha

Días después de su elección como secretario general,


Aladino Cordero, un histórico compañero asturiano, le dijo
a Sánchez que el XXXIX Congreso, celebrado en Madrid los
días 16, 17 y 18 de junio de 2017, «suponía, como el de
Suresnes, un punto y aparte en la historia del socialismo
español. Cerrábamos la etapa en la que habíamos tenido
unos líderes y una forma de hacer y entender la política
que había sido exitosa durante los últimos cuarenta años,
pero que ya no se adaptaba a las exigencias de la sociedad
a la que aspiramos a servir. Abríamos una nueva etapa,
renovada, en una auténtica reivindicación de lo que
significa la socialdemocracia: transformación, reforma. En
este caso nuestra propia transformación».
Ni Sánchez ni Cordero demostraron conocer la
verdadera historia del socialismo español. En Suresnes, un
barrio residencial de París, no se produjo ninguna ruptura
ideológica con los principios defendidos desde su fundación
por Pablo Iglesias el 2 de mayo de 1879 y que se contienen
en el Programa Máximo aprobado en el I Congreso del
PSOE celebrado en Barcelona los días 23 a 25 de agosto de
1888.25
25 Texto íntegro del Programa Máximo de Pablo Iglesias (1888):

Considerando:
Que esta sociedad es injusta, porque divide a sus miembros en dos clases
desi-guales y antagónicas: una la burguesía, que, poseyendo los instrumentos
de trabajo, es la clase dominante; otra, el proletariado, que, no poseyendo más
que su fuerza vital, es la clase dominada.
Que la sujeción económica del proletariado es la causa primera de la
esclavitud en todas sus formas: la miseria social, el envilecimiento intelectual y
la dependencia política.
Que los privilegios de la burguesía están garantizados por el poder político,
del cual se vale para dominar al proletariado.
Por otra parte:
Considerando que la necesidad, la razón y la justicia exigen que la
desigualdad y el antagonismo entre una y otra clase desaparezcan, reformando
o destruyendo el estado social que los produce.
Que esto no puede conseguirse sino transformando la propiedad individual o
corporativa de los instrumentos de trabajo en propiedad común de la sociedad
entera.
Que la poderosa palanca con que el proletariado ha de destruir los
obstáculos que a la transformación de la propiedad se oponen ha de ser el
poder político, del cual se vale la burguesía para impedir la reivindicación de
nuestros derechos.
El Partido Socialista declara que tiene por aspiración:
1. La posesión del poder político por la clase trabajadora.
2. La transformación de la propiedad individual o corporativa de los
instrumentos de trabajo en propiedad colectiva, social o común. Entendemos
por instrumentos de trabajo la tierra, las minas, los transportes, las fábricas,
máquinas, capital-moneda, etc.
3. La organización de la sociedad sobre la base de la federación económica,
el usufructo de los instrumentos de trabajo por las colectividades obreras,
garantizando a todos sus miembros el producto total de su trabajo, y la
enseñanza general científica y especial de cada profesión a los individuos de
uno u otro sexo.
4. La satisfacción por la sociedad de las necesidades de los impedidos por
edad o por padecimiento.
En suma: el ideal del Partido Socialista Obrero es la completa emancipación
de la clase trabajadora; es decir, la abolición de todas las clases sociales y su
conversión en una sola de trabajadores, dueños del fruto de su trabajo, libres,
iguales, honrados e inteligentes.

Casi un siglo después, cuando nada hacía pensar que


Franco pasara a mejor vida, los días 11 al 13 de octubre de
1974, se celebró el XXVI Congreso del partido, que se
reafirmó en la ideología marxista del Programa Máximo de
Pablo Iglesias. Las ponencias aprobadas en Suresnes
estaban en línea con la ideología fundacional. No hubo
ninguna ruptura. Lo que sí ocurrió es que un grupo de
jóvenes y militantes veteranos que vivían en el interior
mantenía un pulso con las generaciones del socialismo en
el exterior, encabezadas por Rodolfo Llopis, que había sido
presidente del Gobierno de la República en el exilio. En
Suresnes se resolvió el conflicto interno con el
nombramiento de una nueva ejecutiva, con Felipe González
como secretario general y Alfonso Guerra como
vicesecretario general, cuya legitimidad sería sancionada
por la Internacional Socialista. Llopis abandonó el partido
para fundar el Partido Socialista Obrero Español (sector
histórico) que fracasó estrepitosamente en las elecciones
generales del 15 de junio de 1977, con tan solo 21.242
votos en toda España.
Pues bien, en Suresnes no solo no hubo renovación
ideológica, sino que hubo confirmación del Programa
Máximo de 1888. Todavía media Europa estaba bajo la bota
del Ejército Rojo y todos los países en los que la dictadura
comunista se había implantado por acciones militares o
revoluciones padecían el régimen marxista-leninista.
Regímenes de ausencia total de libertad, impunemente
represores y asesinos de millones y millones de personas
desde su implantación, en medio de una gran miseria salvo
para los miembros de los politburós comunistas en la
URSS, en sus satélites europeos (Polonia, Alemania
Oriental, Hungría, Checoeslovaquia, Rumanía, Bulgaria y
Albania), y en otros países como Yugoslavia, Mongolia,
China, Vietnam, Corea del Norte y Cuba. En África, en la
época de Suresnes, eran países comunistas Angola,
Mozambique, Etiopía, Congo, Benin, y otros, que tras la
caída del comunismo se liberaron de él.
En Portugal, en abril de 1974, un golpe de Estado de un
grupo de capitanes acabó con el régimen implantado en
1932 por Antonio Oliveira Salazar, un profesor universitario
que sin violencia estableció un sistema corporativista (el
Estado Nuovo), reconocido por los países democráticos
occidentales.26 La revolución debía implantar la
democracia, pero el grupo de capitanes con predominio de
los comunistas impuso el régimen marxista, al que
llamaron «Proceso Revolucionario en Curso» (PRC), y la
militarización del Estado. En marzo de 1975 proclamaron la
transición al socialismo. Se comenzó con la nacionalización
de la banca, de la mayor parte de la industria y la
ocupación de las grandes explotaciones agrícolas. Hubo un
momento en que el Estado llegó a controlar el 70 por ciento
del PIB. Se constituyó un Consejo de la Revolución como
garante del cumplimiento del PRC. Se reservaba incluso el
derecho a aprobar la nueva Constitución que debía
redactar la Asamblea Constituyente, comprometida en los
primeros días de la revolución. Todos los partidos se vieron
obligados a aceptar la constitucionalización del Consejo,
pues de no ser así no se hubieran convocado las elecciones
constituyentes. Estas se llevaron a cabo el 25 de abril de
1975, y fue una gran sorpresa la victoria del Partido
Socialista, seguido a gran distancia por el Partido Social-
Demócrata (PSD), que a pesar de tal nombre era una
formación centrista, y por el Partido Comunista. A partir de
entonces el caos se apoderó del país. Se produjeron
grandes purgas entre antiguos salazaristas y militares
contrarios a la revolución. La Asamblea Constituyente llegó
a estar secuestrada por sindicalistas de izquierda,
surgieron guerrillas en el norte de corte fascista y grupos
terroristas de extrema izquierda como el Ejército de
Liberación Nacional. Portugal estuvo al borde de la guerra
civil.
26 Portugal tenía, desde cuatrocientos años antes, importantes colonias en
África a las que consideraba partes integrantes de la nación. Las más
significativas eran Angola, Mozambique, Guinea Bissau, Cabo Verde y Santo
Tomé y Príncipe. Tenían, sobre todo Angola, un grado de desarrollo muy
superior al de otros países circundantes subsaharianos. Pero en todas ellas
surgieron movimientos armados de liberación que obligaban al ejército
portugués, no muy bien equipado, a destinar cien mil hombres para hacerles
frente. Esta sangría humana y económica fue el caldo de cultivo para que
germinaran brotes revolucionarios en el propio ejército. De la noche a la
mañana, el Estado salazarista se derrumbó por la «revolución de los claveles».
El nuevo poder, en manos de capitanes jóvenes en buena parte comunistas, dio
la orden de inmediata retirada de Angola y de Mozambique, pero lo hizo de una
manera totalmente caótica y desordenada, de modo que los movimientos
independentistas de inspiración comunista se hicieron con el poder en los
territorios abandonados. La numerosa población que, sin distinguir entre
blancos y negros, asumía su condición portuguesa protagonizó un terrible
éxodo, con numerosas pérdidas humanas, para conseguir llegar a Portugal.
Según cálculos oficiales del Ministerio de Extranjeros portugués fueron
650.000 las personas que huyeron a la desesperada y con lo puesto para salvar
la vida, en medio de una gran violencia. Un drama humano muy superior al de
la retirada de Afganistán de las tropas de la OTAN en el verano de 2021, pero
sin cámaras de televisión.

En 1976 se aprobó la Constitución que instauraba una


democracia tutelada por el Movimiento de las Fuerzas
Armadas a través del Consejo de la Revolución y que
distaba mucho de ser una constitución democrática. El
pueblo portugués no fue llamado a refrendarla. Se prohibió
la participación en las elecciones del Partido Demócrata
Cristiano y se privó del voto a todos aquellos a los que se
considerasen colaboradores del régimen salazarista. El
sistema económico era radicalmente contrario a la
propiedad privada de los medios de producción, a la
iniciativa privada y al libre mercado. La Constitución era un
instrumento para implantar la sociedad socialista. En 1980
se produjo la primera reforma, en la que se suprimió el
Consejo de la Revolución. Posteriormente hubo varias
reformas constitucionales (1982, 1989, 1992, 1997, 2004 y
2005). Poco a poco, la alianza entre los partidos PSOE y
PSD, además del Partido de Centro Democrático y Social
(PCDS, democristiano), fue homologando la Constitución a
la de los países europeos sobre todo con motivo de su
ingreso en la Unión Europea, dado que muchos de sus
preceptos eran contrarios a los tratados constitutivos de la
Unión. Hay que destacar que el PC portugués y los verdes
votaron en contra de todas las reformas democráticas.
Me he detenido en la Revolución de los Claveles porque
lo ocurrido en Portugal, donde tuvo lugar la última
revolución comunista de Europa hasta el día de hoy, tuvo
una gran repercusión en España, pues alimentaba la
esperanza de quienes defendían la revolución como único
medio de acabar con el régimen de Franco, lo que sin duda
hubiera provocado un baño de sangre. Otros abogaban por
la ruptura democrática, consistente en la apertura de un
proceso constituyente bajo un gobierno provisional
constituido por los partidos de oposición al franquismo, del
que quedarían excluidos los partidos defensores del
régimen. Había quienes se planteaban crear formaciones
políticas de centro y derecha plenamente democráticas,
para evitar que los sectores más radicales de la izquierda
impidieran la implantación de un régimen de democracia
plena. Y finalmente, estaba el sector inmovilista de la
dictadura, dispuesto a evitar que en España se produjera
un derrumbamiento del régimen similar al ocurrido en
Portugal. Confiaban estos últimos en que el ejército se
opusiera a la demolición del franquismo. Conviene tener en
cuenta la gran diferencia con nuestros vecinos, que tenían
fama de no exaltarse fácilmente y además no habían
padecido una terrible guerra civil como la española de
1936.
Pues bien, en este contexto histórico, cuando el
comunismo soviético estaba todavía en su apogeo, el
Partido Socialista Obrero Español en Suresnes reafirma el
Programa Máximo de 1888:
1.º El PSOE cuya inspiración es la conquista del poder político y económico
por la clase trabajadora y la radical transformación de la sociedad
capitalista en sociedad socialista, insiste en la necesidad cada vez más
urgente de implantar en España un régimen democrático como medio para
conseguir aquellos objetivos.

Nótese el matiz. El régimen democrático no es un fin en


sí mismo sino un medio para implantar la sociedad
socialista.
2.º El PSOE entiende que la crisis y descomposición del régimen franquista
es fundamentalmente consecuencia de circunstancias económicas internas
acentuadas por factores de orden determinadas por la nueva etapa que se
anuncia para el capitalismo en España y en la que, el régimen fascista
nacido de la Guerra Civil ya no constituye el mejor cuadro para la burguesía.
Los factores de orden internacional son la repercusión en España de la crisis
actual del capitalismo mundial al que no escapa ningún país de economía de
mercado y que afecta especialmente a los países subdesarrollados
explotados por el capitalismo. Esta crisis es para los socialistas una prueba
más de la intensificación histórica de las contradicciones inherentes al
sistema capitalista condenado ineludiblemente a desaparecer, y abre
perspectivas nuevas de lucha concertada al socialismo internacional.

El sistema capitalista, condenado a desaparecer. La


burguesía pensando en cómo desvincularse del régimen
maldito para salvar el pellejo. Explotación sinónimo de
capitalismo. Lucha concertada con el socialismo
internacional. ¿De qué socialismo internacional hablaban?
Para entonces la socialdemocracia europea alemana y de
los países escandinavos hacía mucho tiempo que había
renunciado al marxismo. La primera en hacerlo y aceptar la
economía de mercado y la libre empresa fue en 1959 la
socialdemocracia alemana, en Bad Godesberg (Bonn).
3.º (…) Se refiere a la descomposición del régimen franquista por la lucha
por el poder, al miedo de los represores y de los corruptos, a la desafección
de sectores económicos, profesionales y religiosos, factores todos ellos para
mantener la lucha contra la dictadura y a la necesidad de concienciar a las
masas explotadas para que tomen conciencia de su condición, sus derechos
y sus responsabilidades.
4.º El PSOE considera que la única salida a la presente situación consiste en
la adecuada formulación de una ruptura democrática, en el restablecimiento
definitivo de un sistema de libertades y la construcción de un sistema de
gobierno que emane de la voluntad soberana del pueblo.

Con esta llamada a la «adecuada formulación de la


ruptura democrática», el PSOE trató de neutralizar la
iniciativa de Santiago Carrillo, secretario general del PC en
el exilio, y Rafael Calvo Serer, miembro del Consejo Privado
de Don Juan de Borbón y perteneciente al Opus Dei, que se
materializó tres meses después con la presentación
simultánea en París y Madrid de la Junta Democrática.27 Su
gran protagonismo permitió al dirigente comunista eclipsar
al PSOE en la Transición cuando pactó con el presidente
Adolfo Suárez la legalización del partido para su
presentación en las primeras elecciones democráticas del
15 de junio de 1977, previa aceptación de la bandera roja y
gualda y la Monarquía parlamentaria como forma política
del Estado español. El gesto no sería muy valorado por el
electorado, pues la izquierda se decantó por el PSOE al
obtener 118 escaños frente a 20 de su competidor
comunista. Hoy el PC reniega de Carrillo y su genuino
sucesor ideológico, Pablo Iglesias, socio de gobierno de
Pedro Sánchez y amigo personal del presidente, ha llegado
a revelar que «yo no puedo decir “España” ni puedo utilizar
la bandera rojigualda».
27 En el acto fundacional participaron también los representantes del
Partido Socialista Popular, el Partido Carlista, la Alianza Socialista de
Andalucía, el Partido del Trabajo de España (PTE), el sindicato Comisiones
Obreras (CCOO), la asociación de juristas Justicia Democrática y una serie de
figuras independientes, como el aristócrata, escritor y actor exiliado en Francia
José Luis de Vilallonga.

El congreso socialista de Suresnes aprobó una resolución


sobre lo que entendía, con carácter inexcusable, por
ruptura democrática:
1. Libertad de todos los presos políticos y sindicales.
2. Devolución de todos sus derechos a las personas que hayan sido
desposeídas por sus actuaciones políticas y sindicales contra la dictadura.
3. Disolución de todas las instituciones represivas.
4. Reconocimiento y protección de las libertades mediante:
a) Libertad de partidos políticos.
b) Libertad sindical.
c) Libertad de reunión y expresión.
d) Derecho de huelga y manifestación.
e) Restitución del patrimonio expoliado a las organizaciones políticas y
sindicales suprimidas por la dictadura.
f) Convocatoria de elecciones libres en plazo no superior a un año a fin
de que el pueblo manifieste soberanamente su voluntad.
g) Reconocimiento del derecho de autodeterminación de todas las
nacionalidades ibéricas.

Sobre este último punto, hay otra resolución del


Congreso, congruente con las resoluciones de anteriores
cónclaves socialistas desde su fundación. Cuando los
dirigentes socialistas se sienten orgullosos de los 142 años
de vida del partido, seguramente no han leído muchas
cosas, pero no quiero creer que Sánchez desconozca esta
resolución sobre «Nacionalidades Ibéricas»:
Ante la configuración del Estado español, integrado por diversas
nacionalidades y regiones marcadamente diferenciadas, el PSOE manifiesta
que:
1) La definitiva solución del problema de las nacionalidades que integran
el Estado español parte indefectiblemente del pleno reconocimiento del
derecho de autodeterminación de las mismas que comporta la facultad de
que cada nacionalidad pueda determinar libremente las relaciones que va a
mantener con el resto de los pueblos que integran el Estado español.
2) Al analizar el problema de las diversas nacionalidades el PSOE no lo
hace desde una perspectiva interclasista del conjunto de la población de
cada nacionalidad sino desde una formulación de estrategia de clase, que
implica que el ejercicio específico del derecho de autodeterminación para el
PSOE se enmarca dentro del contexto de la lucha de clases y del proceso
histórico de la clase trabajadora en lucha por su completa emancipación.
3) El PSOE se pronuncia por la constitución de una República Federal de
las nacionalidades que integran el Estado español por considerar que esta
estructura estatal permite el pleno reconocimiento de las peculiaridades de
cada nacionalidad y su autogobierno a la vez que salvaguarda la unidad de
la clase trabajadora de los diversos pueblos que integran el Estado español.
4) El PSOE reconoce igualmente la existencia de otras regiones
diferenciadas que por sus especiales características podrán establecer
órganos e instituciones adecuadas a sus peculiaridades.

Volviendo a la ruptura democrática, el congreso autorizó


a la Comisión Ejecutiva Federal para negociar con otras
formaciones políticas y sindicales la plasmación de las
resoluciones congresuales de 1974. Felipe González decidió
responder al órdago de Carrillo, que se presentaba como
uno de los defensores del «eurocomunismo»,
aparentemente distanciado de Moscú, para poder
demostrar que su prioridad era el establecimiento de la
democracia en España y nada más. A tal efecto promovió la
creación de la Plataforma de Convergencia Democrática,
que presentó su manifiesto fundamental el 11 de junio de
1975. Sus compañeros de viaje eran el Movimiento
Comunista de España, Izquierda Democrática (los
democristianos de Ruiz Giménez), la Organización
Revolucionaria de Trabajadores (ORT), Reagrupament
Socialista Democràtic de Catalunya, el Consejo Consultivo
Vasco, Unió Democràtica del País Valencia, Unión
Socialdemócrata Española, el Partido Carlista (que había
abandonado la Junta Democrática), el Partido Galego Social
Demócrata y la Unión General de Trabajadores.
Participaron también algunos democristianos y
socialdemócratas sin adscripción.
En su manifiesto reclaman la instauración de la
democracia en España y la apertura de un proceso
constituyente, con el compromiso de promover una
democracia multipartidista, una estructura federal del
Estado, la libertad de los presos políticos y la vuelta de los
exiliados, la libertad sindical y el derecho a la huelga, la
libertad de expresión, de asociación, de reunión, de
manifestación, la supresión de los tribunales especiales y
de todos aquellos organismos y medios de carácter
represivo, elecciones libres, y el derecho de
autodeterminación y autogobierno de las nacionalidades y
regiones del Estado.
Esta posición sobre las nacionalidades y sus derechos
seguiría siendo defendida y ampliamente argumentada en
el congreso de 1976, postura que el PSOE mantendría
hasta el año 1979:
Para los socialistas, la autonomía debe atender en cualquier caso a la
coordinación permanente de esfuerzos entre los trabajadores de los
distintos pueblos del Estado español. Los movimientos nacionalistas y
regionalistas, asumidos por la clase obrera y el campesinado, elevan
cualitativamente sus objetivos con la dialéctica marxista.
En esta perspectiva, los socialistas asumimos plenamente las
reivindicaciones autonómicas, considerándolas indispensables para la
liberación del pueblo trabajador, que ve confluir en este proceso dialéctico
sus reivindicaciones peculiares de clase con la lucha por la autonomía de su
pueblo, objetivo prioritario a cuya consecución afectará positivamente la
lucha unitaria de la clase obrera por objetivos tales como la reforma agraria,
la eliminación del capitalismo monopolista y la expulsión de las
manifestaciones del poder imperialista de nuestro suelo.

Esto último en referencia a las bases de Estados Unidos


en España.
El PSOE, dentro de su perspectiva autogestionaria, estima necesario poner
en práctica una estrategia tendente a prefigurar las instituciones políticas
que van a ser el medio de gestión de la sociedad socialista. En este sentido,
la lucha por las libertades de las nacionalidades y regiones se inserta dentro
de nuestra política para la autogestión de la sociedad.
Estos planteamientos son los que llevan al PSOE, como organización de
clase, a incrementar sus esfuerzos por conjugar el principio socialista de la
libre autodeterminación de los pueblos con el de la imprescindible acción
coordinada y unitaria de la lucha que la clase obrera ha mantenido,
desarrolla y reforzará en el camino hacia su total emancipación.

La utopía de las nacionalidades con capacidad para


decidir si querían pertenecer o no al Estado español daba
aliento a los movimientos separatistas. Unida al
mantenimiento de la lucha de clases como motor de la
historia, con el objetivo final de la implantación de la
sociedad sin clases previa supresión del capitalismo y la
proclamación de la dictadura del proletariado, convertía al
PSOE en un movimiento revolucionario alejado de las
democracias occidentales y más cercano al marxismo-
leninismo teóricamente establecido en la Unión Soviética,
donde de cuando en cuando anunciaban la inminente
llegada a la sociedad sin clases y la supresión del Estado.
Eso no quiere decir que el PSOE mantuviera la legitimidad
de la violencia para obtener los fines de la revolución, tal y
como lo defendieron desde Pablo Iglesias a finales del siglo
XIX hasta Francisco Largo Caballero e Indalecio Prieto en
los años treinta del siglo XX.
Todo esto se pone de manifiesto en la ponencia sobre
Política Internacional. El PSOE se unió al grupo de países
«no alineados», donde se integraban dictaduras socialistas
con el denominador común de rechazo a Estados Unidos
como paradigma de la dominación capitalista mundial, que
era una forma de alinearse con el bloque comunista sin
manifestarlo claramente. Se oponía a la entrada de España
en la Comunidad Económica Europea (hoy Unión Europea)
mientras no se eliminase el régimen de Franco y anunciaba
que desde las instituciones europeas los socialistas
lucharían por la emancipación de los trabajadores del
mundo entero. Se alababa la descolonización de Guinea,
Mozambique y Angola, tan irresponsablemente emprendida
por la revolución portuguesa y se instaba a los trabajadores
de todos los países a luchar contra las dictaduras de la
derecha en Iberoamérica. Ni una sola palabra de reproche
al aplastamiento de las libertades y al fracaso del
capitalismo de Estado propio de los comunistas rusos que
lo impusieron a sus satélites europeos, chinos, vietnamitas,
coreanos norteños, cubanos, etc.
La ruptura democrática, de haber triunfado, hubiera sido
la ruina de España y habría supuesto el renacer de los
odios africanos de la Guerra Civil, con una persecución
política sin precedentes, habida cuenta de que el régimen
de Franco no se había sustentado únicamente en las
bayonetas, sino que tenía numerosos adeptos porque era
innegable la transformación de la sociedad española hacia
un modelo cercano al Estado de bienestar.
Convencidos de que desunidos no llegarían a ninguna
parte, el 26 de marzo de 1976 la Junta Democrática de
Santiago Carrillo y sus coyunturales aliados, y la
Plataforma Democrática de Felipe González se fusionaron y
formaron Coordinación Democrática, a la que
coloquialmente se llamaba Platajunta.
Por fortuna, el destino quiso que, a la muerte de Franco,
ocurrida el 20 de noviembre de 1975, asumiera la Jefatura
del Estado, a título de rey, un príncipe como Juan Carlos de
Borbón, que sabía, y así lo había anunciado antes de su
proclamación, que su misión histórica era poner fin al
régimen franquista e instaurar la democracia, fomentando
un proceso de consenso entre las fuerzas políticas con
respaldo popular que concluyera en la redacción de una
constitución por consenso. Y todo había que hacerlo «de la
ley a la ley»,28 es decir, sin violencia y con espíritu de
concordia. Eso suponía que, si la Constitución debía ser
para todos los españoles, ninguna ideología que respetara
la democracia podía imponerse sobre los demás. El
«milagro español» fue haber secundado al rey en una
Transición modélica de la dictadura a la democracia.
Pensar que todo estaba planificado por las grandes
potencias que obligaron al rey Juan Carlos a llevar a cabo
el proceso democratizador, como si tuviera una varita
mágica para hacerlo de la noche a la mañana con el
aplauso de toda la población española, es sencillamente
ridículo.
28 A Torcuato Fernández Miranda, que fue persona clave para el éxito de la
«operación reforma democrática» del rey Juan Carlos, fallecido en 1980, la
memoria histórica no le ha reconocido su gran aportación al éxito de la
Transición.

Si hubiera sido así, la oposición no se hubiera empeñado


en crear las condiciones para una ruptura democrática. Le
bastaba con esperar a la muerte de Franco. Lo cierto es
que, al margen de estas supuestas conspiraciones, el rey no
permaneció impasible. El 5 de julio de 1976 designó
presidente del Gobierno a Adolfo Suárez, en sustitución del
presidente Arias, que a su vez había sucedido por decisión
de Franco al almirante Carrero, tras su asesinato por ETA,
y mantenía posturas inmovilistas o falsamente reformistas.
Adolfo Suárez cumplió la tarea encomendada a la
perfección. Consiguió que las propias Cortes franquistas
aprobaran el 18 de noviembre de 1976 la Ley para la
Reforma Política. Contó con la inestimable colaboración de
Torcuato Fernández Miranda, presidente de las Cortes y del
Consejo del Reino, que había sido autor de la frase «de la
ley a la ley».
La Reforma Política suponía el fin del régimen franquista.
Las Cortes tendrían dos cámaras —Congreso y Senado—,
elegidas por sufragio universal. Se reconocían todos los
derechos fundamentales inherentes a cualquier régimen
democrático. De acuerdo con la Ley de Sucesión de 1947,
la Ley fue sometida a referéndum. Los partidarios de la
ruptura democrática defendieron la abstención.29 Pero los
españoles no querían experimentos rupturistas y votaron
aplastantemente a favor de la ley. La participación fue del
77 por ciento y los votos favorables alcanzaron el 95 por
ciento, superándose en Cataluña dicho porcentaje. Los
detractores de la Transición, que comparten gobierno con
Pedro Sánchez, olvidan todo lo anterior y pretenden hacer
creer —justo al contrario de los que hablan de la
intervención de las grandes potencias occidentales— que
todo se hizo bajo control del franquismo que se reencarnó
en una Constitución tutelada por los poderes fácticos (la
Iglesia, el ejército y el gran capital).
29Defendieron la abstención Coordinación Democrática, Falange Española-
Auténtica, Federación de Partidos Socialistas, Frente Sindicalista
Revolucionario, Movimiento Comunista, Liga Comunista Revolucionaria,
Organización Revolucionaria de Trabajadores, Partido Carlista, Partido
Comunista de España, Partido del Trabajo de España, Partido Socialista Obrero
Español (renovado), Partido Socialista Popular, Partido Socialista Unificado de
Cataluña, Partido Demócrata Popular, Unión Social Demócrata Española,
USDE. [La «r» que acompañó en las primeras elecciones generales al PSOE de
Felipe González tuvo que añadirse porque el PSOE del exilio no reconoció el
congreso de Suresnes y al final tuvieron que concurrir a las elecciones como
PSOE (h) —histórico— y PSOE (r). Los socialistas del exilio no obtendrían ni un
solo diputado el 15 de junio de 1977]. Dieron libertad de voto, y esto es un dato
reseñable, Esquerra Republicana de Cataluña, Unión Democrática de Cataluña
y el Partido Socialista de Cataluña (Reagrupament).

La realidad es muy otra. Con el aplastante éxito de la Ley


para la Reforma Política, Adolfo Suárez se sintió legitimado
para negociar con la oposición la ley electoral, fundamental
para garantizar la pureza de las primeras elecciones
democráticas de nuestra historia. Esta negociación por sí
misma indicaba que la oposición reconocía la legitimidad
del proceso. A tal efecto se creó la llamada «Comisión de
los Nueve», donde estaban representados los partidos de
oposición democrática al margen de su adscripción o no a
la Platajunta.30 El 15 de marzo de 1977 se aprobó el
acuerdo sobre la ley electoral que se promulgó ese mismo
día por un decreto-ley que estuvo vigente hasta 1985. Por
Real Decreto de 15 de junio de 1977, publicado en el
Boletín Oficial del Estado del día 17, se convocaron las
elecciones generales que se celebrarían el 15 de junio de
aquel mismo año.
30 Los nueve miembros titulares de la comisión negociadora fueron Enrique
Tierno Galván y Felipe González (por los socialistas), Francisco Fernández
Ordóñez (por los socialdemócratas), Joaquín Satrústegui (por los liberales),
Antón Canyellas (por los democratacristianos), Santiago Carrillo (por los
comunistas), Jordi Pujol (por Cataluña), Valentín Paz Andrade (por Galicia) y
Julio Jáuregui (por el País Vasco). El autor fue cofundador en Navarra del
Partido Social Demócrata Foral, que se integró en la Federación Social
Demócrata que presidía Fernández Ordóñez y de cuyo comité ejecutivo formó
parte. Esto me permitió seguir muy de cerca el desarrollo de las
conversaciones con el presidente Suárez.
Paradójicamente, Suresnes no estuvo presente en la
campaña electoral de 1977. Y este fue el secreto del triunfo
del PSOE sobre el PC. Felipe González no se presentó como
un líder revolucionario, sino como un socialdemócrata,
apadrinado por los líderes europeos, especialmente
alemanes.
Es un hecho probado que la Fundación Friedrich Ebert,
siendo Helmut Schmidt líder de la socialdemocracia y
canciller de Alemania, proporcionó medios económicos,
materiales y logísticos sin los que un partido minúsculo del
que se decía —y era en buena medida verdad— que había
estado de vacaciones durante el franquismo, con algunas
excepciones como la de Ramón Rubial o Nicolás Redondo,
consiguió darle un rotundo sorpasso al Partido Comunista,
que en algunos momentos había dado dolores de cabeza al
régimen franquista. A pesar de que su secretario general,
Santiago Carrillo, se presentara en 1977 como un converso
demócrata, no logró borrar la acusación de haber sido
partícipe en uno de los mayores crímenes de la Guerra
Civil, como fue la matanza de miles de personas en
Paracuellos del Jarama y otros lugares cuando el gobierno
republicano huyó a Valencia tan pronto como tuvo
conocimiento de que las tropas de Franco estaban a 30
kilómetros de la capital. El joven secretario general de las
Juventudes Socialistas Unificadas fue nombrado Delegado
de Orden Público por la Junta de Defensa de Madrid. Sin
olvidar que el comunismo era considerado por una mayoría
de españoles —con toda la razón— como uno de los
grandes males de la humanidad, Stalin, el sucesor de
Lenin, fue un asesino de una calaña genocida muy superior
a la de Hitler, con el que llegó a pactar y ejecutar el reparto
de Polonia al inicio de la Segunda Guerra Mundial31 y
estuvo detrás de todos los movimientos revolucionarios que
imponían a sangre y fuego el comunismo, como fue el caso
de Fidel Castro y Che Guevara en Cuba. Tampoco el muro
de Berlín era una buena baza electoral para el
eurocomunista Carrillo, al que no obstante hay que
reconocerle el importante papel que desempeñó para que
la Transición no se truncara por la violencia revolucionaria.
31 El 23 de agosto de 1939, Hitler y Stalin firmaron un acuerdo secreto por
el que se repartían Polonia. El 1 de septiembre la Wermacht por el oeste y el 17
el Ejército Rojo por el este invadieron la nación polaca. El pacto duró 22 meses
y se rompió cuando Hitler, el 21 de junio de 1942, cometió el gran error de
atacar por sorpresa a la URSS. Durante esa primera ocupación, los comunistas
soviéticos cometieron la matanza de Katyn, donde asesinaron masivamente a
22.000 personas, pertenecientes a todos los estamentos de la sociedad polaca.

Tampoco hay que olvidar que la marca de la


socialdemocracia alemana era muy valorada, pues junto a
la democracia cristiana de Adenauer, había conseguido
poner coto al capitalismo explotador e implantar lo que se
dio en llamar «Estado del bienestar». Fue en 1959 cuando
la socialdemocracia alemana, dirigida por el gran estadista
Willy Brandt, propuso un radical cambio de la ideología del
partido que hasta ese momento era muy similar al
Programa Máximo de Pablo Iglesias. Como ya dijimos, en el
Programa de Bad Godesberg la socialdemocracia alemana
renunciaba al marxismo, aceptaba la propiedad privada de
los medios de producción y respetaba la libertad de
empresa y la economía de mercado. No se renunciaba a
conseguir una sociedad socialmente más justa y solidaria.
Y, por supuesto, se defendía la democracia sin adjetivos.32
32 Posteriormente, para que no pudiera haber confusión entre la democracia
sin adjetivos, propia de los países occidentales, con la «democracia popular» de
la que hacía gala el comunismo, comenzó a utilizarse la expresión «democracia
liberal».
Suresnes era incompatible con Bad Godesberg. Felipe
González, un tanto calmado su ardor juvenil, escuchó a sus
mayores de la socialdemocracia alemana y escandinava y
renunció a encabezar la revolución, con el apoyo de Alfonso
Guerra y no sin la resistencia, entre otros, del ideólogo del
partido, Luis Gómez Llorente, y Pablo Castellanos, histórico
miembro de la corriente Izquierda Socialista.
A pesar de todo, el PSOE mantenía en sus congresos la
pureza de su pensamiento marxista radical. La Constitución
obligó a un nuevo posicionamiento ideológico en materias
donde resultaba imprescindible llegar a un consenso. El
PSOE presentó una enmienda solicitando la proclamación
de la República, que defendió para guardar las formas y,
tras su rechazo incluso por el propio PC, archivó el
republicanismo del partido. En materia económica y social
la Constitución renuncia a la nacionalización de la banca y
de las grandes empresas sin perjuicio de proclamar la
función social de la propiedad y de atribuir al Estado
instrumentos de planificación de la economía para alcanzar
mayores cotas de justicia e igualdad. Fue el Partido
Socialista quien negoció la integración de España en la
Comunidad Económica Europea, de modo que gracias a
ello vivimos en un sistema de libertad de mercado y libre
iniciativa empresarial. El conflicto religioso no se convirtió
en el gran problema, como había ocurrido durante la
Segunda República, cuando la persecución contra la Iglesia
católica fue avalada por el tan celebrado Manuel Azaña,
que llegaría con malas artes a convertirse en presidente y
fue uno de los responsables del estado de cosas que
desembocó en la Guerra Civil. Azaña llegó a decir en el
debate de la Constitución que España había dejado de ser
católica.
El PSOE renunció también a la escuela pública única y
gratuita, excluyente de los centros privados, y aceptó la
libertad de enseñanza. Y en materia autonómica, rechazó el
derecho de autodeterminación, asumió que las
nacionalidades solo tendrían derecho a la autonomía y no
puso objeción alguna a la solemne proclamación de la
unidad de España como fundamento mismo de la
Constitución.
En el referéndum de 6 de diciembre de 1978 los
socialistas votaron sí a la Constitución.33 Solo faltaba que el
PSOE hiciera formalmente su particular reconversión para
eliminar de su proyecto político todo aquello que fuera
radicalmente contrario a la Carta Magna refrendada por el
pueblo español. Por ejemplo, la dictadura del proletariado
como fase previa a la consecución de la sociedad sin clases.
33 Estos fueron los resultados del referéndum de la Constitución: Censo
electoral: 26.632.180; Votantes: 17.873.271; Abstención: 8.758.009; Votos
válidos: 17.739.485; Sí: 15.706.078; No: 400.505; En blanco: 632.903; Nulos:
133.780. Participación: 67,11 por ciento. Porcentaje de síes: 87,8. Porcentaje
de noes: 3,56.

Felipe González, presionado —esta vez sí— por sus socios


europeos, necesitó en 1979 dos congresos —uno de ellos
extraordinario— para conseguir que el marxismo dejara de
ser el elemento impulsor de la acción política del partido,
pero no llegó a un pronunciamiento tan rotundo como el de
Bad Godesberg, porque tuvo que pactar con el ala
izquierda del partido para evitar una nueva escisión como
la del PSOE histórico en 1974.
En las elecciones generales de 1 de marzo de 1979 UCD
sacó 3 escaños más que en 1977, 168 diputados frente a
165. El PSOE también subió otros 3 escaños, pasando de
118 a 121. El PC había mejorado ligeramente sus
resultados: 23 escaños frente a 20. En cambio, Coalición
Democrática, que incluía a Alianza Popular, el partido de
Manuel Fraga, había descendido de 16 diputados a 10.
El 3 de abril de aquel mismo año se celebraron las
primeras elecciones municipales democráticas, en las que
los socialistas obtuvieron buenos resultados, consiguiendo
alcaldías relevantes como la de Madrid, en la que Enrique
Tierno Galván fue elegido alcalde, si bien hubo de pactar
con el Partido Comunista para arrebatar la vara municipal
a UCD, que era la lista más votada.34
34 El caso de Pamplona fue peor. UCD fue la lista más votada y empató con
Herri Batasuna. Con solo cinco concejales el PSOE presentó su propia
candidatura. Los aberzales se vieron obligados a votar como alcalde al
candidato socialista para evitar que fuera UCD quien se hiciera con la alcaldía,
pero mientras votaban subía de tono la indignación de los radicales proetarras
que llenaban la Casa Consistorial. El nuevo alcalde y sus compañeros tuvieron
que salir a la carrera, entre insultos e intentos de agresión, refugiándose en un
hotel cercano, donde fueron rescatados por la policía.

Estos eran los poderes de Felipe González cuando se


celebró en mayo de 1979 el XXIX Congreso del PSOE en
Madrid. Allí se produjo el gran debate. González iba
dispuesto a renunciar al marxismo y a la revolución social.
Sin embargo, la ponencia política ratificaba que el PSOE
era «un partido marxista y de clase». Felipe González hizo
uso de la palabra y anunció que en tales condiciones no
podía ser candidato a la secretaría general, por lo que
renunciaba a presentarse. En su discurso tuvo palabras
muy duras:
Hay que ser socialistas, antes que marxistas (…) lo dije el primer día. Que no
se tome a Marx como la línea divisoria entre lo bueno y lo malo, lo justo y lo
injusto, porque está contribuyendo a enterrarlo, y mucho más
profundamente que lo entierra la clase burguesa o reaccionaria de este país
y de todos los países del mundo… No se puede tomar a Marx como un todo
absoluto, no se puede, compañeros. Hay que hacerlo críticamente, hay que
ser socialistas antes que marxistas.
Días antes, en un mitin celebrado en Almería, había
manifestado que «Marx dijo cosas interesantes, pero
también se hartó de decir tonterías. ¿O es que Marx era
Dios? Hizo una teoría del Estado que no se tiene en pie y
hoy es una solemne tontería decir que el Estado va a
desaparecer». Asimismo, había declarado en vísperas del
congreso al diario norteamericano editado en París
International Herald Tribune, que era partidario de un
programa socialista que abarcara «una cierta diversidad
ideológica», pues, «el socialismo alcanza áreas de
pensamiento más amplias que las del marxismo
propiamente dicho… Hay cristianos activos en el
socialismo, hay personas que se sienten socialdemócratas y
hay gentes que no se sienten marxistas en nuestro
partido».
Al no poder articularse una candidatura alternativa por
parte del «sector crítico», se nombró una comisión gestora,
presidida por José Federico de Carvajal, un socialista
procedente de la burguesía, comprometido con el
socialismo como abogado defensor de encausados ante el
Tribunal de Orden Público. Su misión era organizar un
nuevo congreso extraordinario donde volvería a debatirse
la ponencia política.

El revisionismo posmarxista del PSOE. El congreso


extraordinario de 1979

Felipe Sánchez fue aclamado como secretario general el 28


de septiembre de 1979 en el congreso extraordinario
convocado por la gestora. Pero había dejado muchos pelos
en la gatera respecto a la definición del partido. Su gran
logro consistió en que el marxismo ya no sería
«exclusivamente» el elemento impulsor del socialismo
español, sino una referencia a tener en cuenta. Se había
empleado a fondo para evitar la palabra marxismo, pero
tuvo que pactar con el sector «crítico» encabezado por Luis
Gómez Llorente, Francisco Bustelo y Pablo Castellano, que
consolidaron como guardianes de la ortodoxia una
corriente dentro del partido denominada Izquierda
Socialista.
El resultado fue un documento que venía a reflejar el
pensamiento marxista en sus aspectos esenciales sin citarlo
expresamente. Sin embargo, la fraseología era puramente
marxista.
Ya no se hablaba de la dictadura del proletariado como
fase previa para la construcción de una sociedad sin clases
hasta llegar a la desaparición del Estado, cuestión que a
González le parecía una solemne tontería. Sin embargo, se
decía que «en la vía de la construcción de una sociedad
socialista es preciso conquistar el poder político por la
clase trabajadora y los diversos sectores sociales que se
aglutinan en torno a ella». Se fijaba como objetivo el
«cambio de sociedad» para «desplazar a las clases
dominantes que se han garantizado a través de ese poder
político su propio predominio social». Eso sí, la conquista
del poder político ha de ser democrática y la estrategia
para alcanzar el socialismo consiste en la profundización y
la ampliación de la democracia.
Es muy significativo el párrafo en el que se cita
expresamente a Engels, que hablaba de la «revolución de la
mayoría» que implica «una política de masas, una política
en la que los socialistas, como fuerza mayoritaria de los
trabajadores y del pueblo, hemos de impulsar la creación
de un amplio y mayoritario bloque social contra la do-
minación capitalista». Se pretende transmitir así la idea de
que el PSOE ya no tiene a Marx como referente ideológico,
ocultando que Engels había sido coautor del Manifiesto
comunista, que ambos publicaron en 1847. Ocurre que
cincuenta años después, en 1895, Engels reconoce que se
habían equivocado Marx y él cuando concibieron el
derrumbamiento súbito del sistema capitalista y creyeron
que las revoluciones de 1848 y la de la Comuna de París en
1871 (primer gobierno comunista de la historia, que duró
dos meses) acabarían con aquel. Engels no reniega del
marxismo, sino que propone una nueva estrategia para el
triunfo de la revolución frente al poder burgués. Y en esta
estrategia el PSOE considera que hay que actuar en tres
direcciones:
En el terreno político-institucional (reforzando, ampliando y profundizando
la democracia y las libertades), en el terreno económico (ampliando el área
de participación y decisión colectiva en los centros de poder económico) y
en el campo de la sociedad civil (creando nuevas formas de organización
cultural de la sociedad, impulsando la hegemonía social de los trabajadores
y del pueblo). Los progresos no serán lineales, ni de golpe, ni simultáneos, ni
los podemos dejar a la espontaneidad de cada sector. El socialismo es
también precisamente esto: este proceso histórico de enfrentamiento contra
la dictadura social de los capitalistas y la aparición germinal de elementos
de la nueva sociedad. Corresponde a los trabajadores, y por tanto a los
socialistas, situarlo bajo su dirección de clase y darle unos objetivos a corto,
medio y largo plazo para evitar los peligros de una «situación catastrófica» o
de una «falsa posición» de los socialistas e ir transformando la relación de
fuerzas sociales existentes.

José Félix Tezanos, el asesor áulico de Pedro Sánchez, en


su Historia del socialismo español (1993) justifica el debate
sobre el marxismo como fundamento ideológico del partido
en la conveniencia de hacer una revisión como la llevada a
cabo por Felipe González. Sin darse cuenta hizo una loa al
franquismo que si la hubiera escrito la Fundación Francisco
Franco se consideraría como una exaltación de su régimen,
sancionable según la legislación sobre la mal llamada
«memoria democrática»:
En ese largo periodo de cuarenta años fueron muchas las cosas que
cambiaron. España había dejado de ser un país rural y atrasado para
convertirse en una potencia industrial; la mayoría de los españoles no
habían vivido la Guerra Civil de 1936; la estructura de clases se había
transformado de manera importante; nuevos núcleos de trabajadores
especializados y amplios sectores de empleados de «nueva clase media»
(oficinistas, funcionarios, profesionales asalariados, etc.) se perciben como
sectores pujantes en la nueva España urbano-industrial.

En suma, ni la miseria, ni el analfabetismo, ni la supuesta


explotación capitalista justificaban el recurso a la
revolución insurreccional, como lo habían hecho dos
laureados dirigentes socialistas, que tienen sendas estatuas
en el edificio de los Nuevos Ministerios de Madrid, en la
fachada del Paseo de la Castellana. Me refiero a Francisco
Largo Caballero, presidente del PSOE y secretario general
del PSOE y de la UGT durante la Segunda República, e
Indalecio Prieto (diputado, ministro de Hacienda, de Obras
Públicas, de Marina y Aire y de Defensa Nacional). En
octubre de 1934, el PSOE se levantó contra el gobierno
republicano con las armas en la mano. Causaron
centenares de muertos y en Asturias, donde los mineros
dominaron la provincia salvo un pequeño núcleo de
resistencia en el entorno de la catedral de Oviedo, se pudo
percibir lo que significaba la implantación revolucionaria
de la sociedad socialista. Todo en nombre de la revolución
social, para acabar con el orden burgués y capitalista e
implantar la dictadura del proletariado.35
35 Reproducimos el número de muertos y otros daños causados durante los
quince días en que los revolucionarios tuvieron el control de Asturias,
recopilados por José María Gil Robles, el jefe de la CEDA (Confederación
Española de Derechas Autónomas), principal partido de la derecha española,
que no cuestionaba la existencia de la República: «En mi archivo constan las
pruebas documentales de los siguientes datos: 1.375 muertos —entre ellos 37
religiosos asesinados— y 2.945 heridos, de los cuales correspondieron a la
fuerza pública 331 muertos y 870 heridos; 935 edificios destruidos —58 eran
iglesias— e incendiados; 66 líneas férreas cortadas; 58 puentes volados; 31
carreteras interceptadas; 14 millones de pesetas robadas; se recogieron a los
sublevados 89.354 armas largas, 33.211 pistolas, 41 cañones, 10.824 kilos de
dinamita, 31.345 bombas, 50.585 cartuchos de dinamita y 335.874
municiones». (J. M. Gil Robles, No fue posible la paz, Barcelona, 1968, p. 669).

La Constitución como obstáculo o como palanca para


el cambio revolucionario

Ya vimos que la actuación del PSOE en la elaboración de la


Constitución nada tiene que ver con los postulados
ideológicos de Suresnes, ni del XXVIII Congreso celebrado
en Madrid en 1976. En realidad, el debate de 1979 sobre el
marxismo es consecuencia de sectores críticos opuestos a
las renuncias y concesiones que el partido había consentido
en aras del consenso constitucional. Felipe González, en la
ponencia del congreso extraordinario de 1979, revela que
su objetivo es un «desarrollo progresista de la
Constitución». Reconoce que esta es la expresión formal
del final del sistema legal franquista. Pero a continuación
hace una afirmación inquietante: «Los socialistas, en tanto
que fuerza más consecuentemente democracia, somos hoy
en España el partido de la democracia».
… los preceptos constitucionales que garantizan la libertad y la igualdad
políticas han abierto nuevas posibilidades a los trabajadores para
organizarse, para luchar en mejores condiciones por la dirección de la
sociedad, para oponerse a la ideología burguesa, para aprovechar las
contradicciones internas de la clase burguesa. En esta perspectiva, el
avance de la democracia es un objetivo actual y fundamental del socialismo,
como lo es la lucha contra todas las tentativas de desestabilizarla o de
reducir su alcance. Esto significa, en primer lugar, velar por el respeto
íntegro de la Constitución y avanzar en la democratización del Estado y de
la sociedad, haciendo realidad todo el contenido democrático del texto
constitucional. No será cosa fácil ni cosa de un día: significará enfrentarse a
la tarea de la transformación democrática del Estado. Las Leyes Orgánicas
que habrán de elaborarse en un inmediato futuro son ya el primer paso en
este camino de confrontación, en la que se enfrentarán una concepción
conservadora y estática y una concepción progresista avanzada.

Una tarea prioritaria sería la democratización del Estado,


porque los socialistas «tenemos plena conciencia de que los
aparatos del Estado han servido hasta hoy a los intereses
de la clase dominante». La lucha por su democratización es
hoy «una perspectiva táctica crucial». Hay que acabar con
«los residuos burocráticos del franquismo» y «suprimir
corrupciones y privilegios». La misma democratización es
aplicable a la administración municipal, introduciendo «el
principio de transparencia y control democrático».36
36 Poco antes de que el congreso extraordinario aprobara la nueva ponencia
política, Alfonso Guerra remitió una circular a los alcaldes socialistas con la
indicación de que las contratas municipales, especialmente las de recogida de
basuras, cuya gestión ya había comenzado a privatizarse, podían ser un buen
instrumento de financiación para el partido. La circular la exhibió y leyó Rafael
Arias-Salgado en el pleno del Congreso en 1979.

En cuanto a las autonomías, desaparece el objetivo de


crear una. No es posible llevar a cabo el programa de
Suresnes sobre las nacionalidades y regiones. Para el
cumplimiento estricto de la Constitución el partido
entiende «que solo un análisis amplio de las profundas
razones históricas, culturales y económicas de todas y cada
una de las nacionalidades y regiones de España propiciará
la adhesión de la población a la existencia de comunidades
autónomas. Aceptando el desarrollo de proyectos de
sociedad en consonancia con sus peculiaridades y dentro
del marco general del Estado». Al final aflora suavemente
otro de los pronunciamientos de Suresnes al afirmar que
«el desarrollo de la democracia y el afianzamiento de una
estructura administrativa del Estado descentralizada, en el
marco de lo que son los entes autonómicos, sentarán las
condiciones objetivas para la transformación de un Estado
centralista en el Estado Federal que el PSOE propugna».
Sorprende que nada se diga sobre la igualdad de la
mujer. En la Comisión Ejecutiva General elegida en el
congreso extraordinario, de 24 miembros solo había dos
mujeres. Eso sí, duplicaban a UCD, en cuyo Comité
Ejecutivo elegido en 1978 solo había una mujer. Sería en el
XXXI Congreso del PSOE, de finales de enero de 1988,
cuando se introdujera la obligatoriedad de que en los
órganos de gobierno del PSOE hubiera una cuota del 25
por ciento reservada a las mujeres.

Suresnes siempre presente

Cuando la portavoz socialista en el Congreso, Adriana


Lastra, defenestraba a los «mayores» del PSOE porque
ellos (y ellas) eran una nueva generación (salvo Tezanos,
que nació en 1946), estaba menospreciando a Felipe
González y Alfonso Guerra, entre otros, que tienen el
récord histórico de votos del socialismo español en toda su
historia. Tres años después del Congreso extraordinario,
tras la noche electoral del 28 de octubre de 1982, Felipe
González contaba para su investidura con un Grupo
parlamentario de nada menos que 202 diputados. Con
semejante mayoría podía haber emprendido la marcha
hacia la utópica sociedad sin clases. No solo no lo hizo, sino
que el ministro de Industria y Energía y más tarde de
Economía y Hacienda Carlos Solchaga, en 1988 llegó a
decir —sin que ningún socialista se inquietara y para atraer
inversores extranjeros— que España «es el país del mundo
donde más rápido puede uno hacerse rico». Él mismo lo
demostró personalmente pasado su tiempo en la política,
junto a otros compañeros de partido, aunque su predicción
fuera también aprovechada por gentes de otros partidos.
La democratización de los aparatos del Estado consistió
en la ocupación socialista del poder en todos los ámbitos.
Los sueños ideológicos pasaron a mejor vida. El XXX
Congreso, celebrado 16 de diciembre de 1984, al que
jocosamente se denominó «el congreso del pesebre»,
demostró dos cosas: que las cuestiones ideológicas
carecían de importancia, y que lo importante era
mantenerse en el poder y para eso había que ganar
elección tras elección. Por otra parte, 120.000 militantes
que no tenían cargo público anhelaban sumarse al
privilegiado número de 40.000 socialistas que sí lo tenían.
Por y para eso la gran mayoría de los 760 compromisarios
que asistieron al congreso decidió entregar un cheque en
blanco a Felipe González, reconociéndolo como dueño y
señor del partido, lo que, a su vez, lo convertía en «el amo
de España», según la acertada expresión de Pedro J.
Ramírez. La chaqueta de pana de dirigente revolucionario
se quedó en el fondo del armario. Había nacido un
«autócrata», que según la Real Academia significa
«persona que ejerce por sí sola la autoridad suprema de un
Estado».
El gobierno de Felipe González duró catorce años.
Durante tan largo periodo de tiempo, es justo reconocerlo,
en España se produjo un gran avance desde el punto de
vista socio-económico. Las condiciones previas a la entrada
en la Comunidad Económica Europea obligaron a España al
desmantelamiento de grandes complejos industriales poco
competitivos, fruto de la autarquía de las dos primeras
décadas del franquismo. Al menos eso dijeron. Miles y
miles de trabajadores fueron al desempleo, pero en el
desmantelamiento de las instalaciones más de uno resultó
afortunado. Es cierto que la compensación vendría a través
de las ayudas europeas cuyo objetivo era la nivelación de
nuestra economía con la del conjunto de países de la CEE.
Gracias a estas ayudas la inversión en infraestructuras fue
espectacular.
El progreso de Europa convirtió a España en uno de los
destinos turísticos más apreciados. Ahora hay quien se
queja del exceso de turistas y pretende acabar con el sector
desde el propio gobierno de España y de algún otro
autonómico, como Cataluña. Pero el problema no era en
aquellos momentos que no vinieran turistas, sino que los
que pisaran nuestro suelo tuvieran capacidad económica
suficiente para hacer rentables los nuevos establecimientos
hosteleros. La industria de la automoción creció de forma
muy notable, al tiempo que también lo hacían otros
sectores como el agroalimentario y el farmacéutico. La
extensión de la enseñanza universitaria y de la formación
profesional a todos los rincones de España es digna de
mención. Al igual que la mejora de la Seguridad Social y la
universalización del sistema sanitario y educativo en
general. Nadie se acordaba, ni siquiera en el PSOE, de la
lucha de clases para implantar las utopías del socialismo
marxista ni proceder a las nacionalizaciones, la supresión
de la propiedad privada y la eliminación de la burguesía.
Por el contrario, floreció la iniciativa privada incluso en el
ámbito de la educación, con la proliferación de la
enseñanza concertada.
Todo el mundo daba por supuesto que el PSOE era un
partido socialdemócrata homologable con la
socialdemocracia europea. Para demostrarlo gráficamente,
en el XXX Congreso celebrado a finales de enero de 1984,
al que se puso punto final con el canto de La Internacional
puño en alto, Felipe González —ante la sorpresa general—
estuvo de brazos caídos.
Como ya he destacado, tras su rotundo triunfo en las
elecciones de 1982 y en 1986 González había descubierto
el enorme poder que tenía en sus manos. Los tics
totalitarios de su gobierno no se producían para implantar
la sociedad socialista, sino para mayor gloria del líder.
Apoderarse de los aparatos de la Administración del Estado
no fue difícil. El Poder Legislativo actuaba a su dictado. Se
permitió nombrar jefe de la oposición, siguiendo la
tradición del Reino Unido, a Manuel Fraga, por ser el líder
de la derecha con un grupo parlamentario de casi 100
escaños. Para halagarle llegó a decir que a Fraga «le cabía
el Estado en la cabeza».
Le faltaba controlar al Poder Judicial. Y no dudó en
intentarlo. Además, revoloteaba el turbio asunto de los
GAL, por el que muchos años después, en 1998, se vio
obligado a testificar ante la Sala de lo Penal del Tribunal
Supremo. Descargó en su ministro del Interior José
Barrionuevo la responsabilidad del secuestro por error del
súbdito francés Segundo Marey en 1983 y negó haber
ordenado la guerra sucia contra ETA. El ministro fue
condenado a prisión, pero a diferencia de la sentencia
sobre el caso Gürtel, no hubo un juez «enemigo» que
deslizara en la sentencia un pequeño párrafo refiriéndose a
la falta de credibilidad del testimonio de González.
La politización de la Justicia arranca de la decisión del
presidente socialista de privar a los jueces de su derecho a
elegir a sus representantes en el Consejo General del Poder
Judicial, derogando en 1985 la Ley Orgánica de 1980 que
así lo establecía en congruencia con lo dispuesto en la
Constitución. Hay quien dice que con esta decisión de
nombrar a través del Congreso y del Senado a todos los
miembros del Consejo se pretendía controlar la Sala
Segunda del Tribunal Supremo y la de la Audiencia
Nacional. Volveremos sobre este asunto en capítulo aparte.
El 12 de marzo de 1986 se celebró un referéndum
consultivo sobre si España debía retirarse de la
Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), a la
que se había incorporado en 1982, siendo presidente del
Gobierno el ucedista Leopoldo Calvo Sotelo, sucesor de
Adolfo Suárez. En aquel tiempo, y como reminiscencia de
Suresnes, el PSOE era contrario a situar a España en el
bloque occidental de defensa. La OTAN era una respuesta
defensiva frente al imperialismo comunista de la URSS. Los
socialistas preferían estar con los ya citados países «no
alineados», donde escaseaban los países democráticos. En
1981 Felipe González defendía la salida de España de la
OTAN. En el programa electoral de 1982 el PSOE se
comprometía a celebrar un referéndum sobre la
permanencia o no en la Alianza Atlántica, en el que los
socialistas defenderían la salida.
Pero años después el pensamiento de González había
cambiado. España debía permanecer y así lo defendería en
el referéndum prometido. Fraga decidió mirar hacia otro
lado para poner en evidencia a González y Alianza Popular
defendió la abstención. Votó el 56,85 por ciento del censo
electoral. Los síes alcanzaron el 56,85 por ciento de los
17.246.454 votantes y los noes sumaron el 43,15. El
referéndum consolidó aún más el poder de González al
haber salido airoso de un trance muy complicado.
La corrupción asfixió al gobierno de Felipe González. Se
ha dicho que el poder tiende a corromper y el poder
absoluto corrompe absolutamente.37 A pesar del intento de
controlar el gobierno de los jueces, no consiguió evitar que
se abrieran numerosas causas penales contra destacados
socialistas. Alguna llevó a la cárcel al exdirector general de
la Guardia Civil, Luis Roldán, por haberse enriquecido
mediante el cobro de comisiones, al presidente de la
Comunidad Foral de Navarra, Gabriel Urralburu, y a uno de
sus consejeros, que además de acumular en Suiza fondos
obtenidos mediante comisiones cobradas por la
adjudicación de obras y servicios públicos, tenían en el país
helvético una cuenta opaca de más de 200 millones de
pesetas cuya titularidad era del partido. También entraron
en prisión el diputado tesorero del Grupo Parlamentario
Socialista, Carlos Navarro, y el senador secretario de
organización del Partido Socialista de Cataluña, Josep
María Salas, ambos por el cobro ilegal con destino al
partido de grandes cantidades mediante sociedades
dedicadas a facturar a bancos y grandes empresas por la
realización de trabajos inexistentes (caso Filesa, Malesa y
Time Sport).
37 El aforismo se atribuye a Lord Acton, un barón inglés, católico, de la
última mitad del siglo XIX.

Poco a poco la estrella felipista se fue apagando. La


dimisión de Alfonso Guerra por las corruptelas de uno de
sus hermanos desde la Delegación del Gobierno en Sevilla
dejó a Felipe González solo ante el peligro. Cometió un
gran error con el «fichaje» de Baltasar Garzón, titular del
Juzgado número 5 de la Audiencia Nacional, implacable en
el asunto de los GAL y en aquella etapa de su vida contra la
corrupción política del PSOE. Con esta trayectoria,
sorprendió a todos cuando de la noche a la mañana el «juez
estrella» colgó temporalmente la toga y apareció como
«número dos» de la lista socialista de Madrid a las
elecciones de 1993. Fue José Bono, por aquel entonces
presidente de Castilla-La Mancha, que resultó ser íntimo
amigo de Garzón, otro hecho también sorprendente, quien
lo llevó de la mano a los pies del líder supremo. Cuando el
juez comprueba que sus aspiraciones a ser ministro de
Interior o de Justicia han de limitarse al desempeño del
para él modesto cargo de delegado del Gobierno en el Plan
Nacional sobre Drogas con rango de secretario de Estado,
decide poner fin a su efímera vocación política y vuelve a
su juzgado, donde reabre el caso de los GAL.
En 1996 González perdió las elecciones y Aznar, que el
año anterior había sufrido un atentado de ETA que a punto
estuvo de costarle la vida, consiguió los 156 escaños que le
permitieron iniciar su primer mandato. González esperaba
volver al poder en seis meses. Pero no fue así y en 2000
Aznar revalidó su cargo por mayoría absoluta. Nadie
esperaba que hubiera un cambio en 2004.
Pero tampoco nadie podía imaginar que un sangriento
atentado terrorista cambiaría radicalmente las cosas. El 11-
M causó un tsunami en la sociedad española, del que se
benefició José Luis Rodríguez Zapatero, que envió al PP a la
oposición. Durante sus dos mandatos, singularmente en el
segundo, Zapatero se comportó como lo hubieran hecho los
críticos de González agrupados en Izquierda Socialista.
Lo malo es que comenzó a colocar cargas de dinamita en
los pilares de la Constitución. Da la impresión de que en su
mesilla de noche Zapatero tuviera un ejemplar de las
resoluciones del Congreso de Suresnes. González las tenía
bien presentes, pero el poder autocrático le pudo más que
la ideología. Pero la crisis económica internacional se
llevará en 2011 a Zapatero por delante y el reloj del
socialismo ideológico auténtico se detuvo hasta 2018.

El «nuevo PSOE»
El «nuevo PSOE» de Pedro Sánchez, el de su Manual de
resistencia, no supone una ruptura, sino una vuelta a
Suresnes, aunque sin la contundencia del ardor juvenil de
sus protagonistas. Por otra parte, es un contrasentido
desatar el vendaval revolucionario totalitario en una
sociedad avanzada que vive en un país plenamente
democrático y ha conseguido un nivel de desarrollo e
igualdad como nunca se había conocido en España. Abogar
o luchar por la democracia, cuando se vive en dictadura, es
levantar una bandera compartida por muchos que no son
socialistas.38 Lo asombroso es volver a predicar la
revolución en un país como España y que se dio a sí mismo
una Constitución elaborada por consenso, incluido el del
propio PSOE, y en el que participaron revolucionarios
históricos y franquistas convencidos de que después de
Franco solo cabía la democracia.
38 En el otoño de 1974 vino a Pamplona Raúl Morodo, cofundador con
Tierno Galván y José Bono del Partido Socialista Popular. Mi nombre se lo había
proporcionado un miembro del Consejo Privado de Don Juan de Borbón que
pertenecía a la Junta Democrática. Me explicó que se había constituido en París
dicha Junta con el fin de impulsar la implantación de la democracia en España.
Me propuso ingresar en ella. Le pregunté qué acciones iba a emprender la
Junta para conseguir su objetivo y me contestó que nada podía hacerse «hasta
que se muera Franco». «Cuando esto se produzca —le contesté—,
hablaremos». Poco antes mi interlocutor había asistido a una cena ofrecida a
don Juan en Estoril para felicitarle por su santo. La reseña del acto refleja la
intervención a los postres de Raúl Morodo: «Se declara socialista acérrimo.
Hace también referencia al nuevo Portugal y dice que el antiguo régimen
portugués [derribado por la Revolución de los Claveles] y el nuestro actual se
parecían mucho porque siempre han mantenido reprimido al pueblo. Declara
su pesimismo en cuanto al futuro del régimen español, y manifiesta su tristeza
al ver los que han traicionado a don Juan [por haber reconocido a don Juan
Carlos, saltándose la línea sucesoria]. Dice que la única manera de llegar la
Monarquía a España será beligerante, pero que él la aceptará si es democrática
y aceptada por el pueblo».
Ahora bien, lo verdaderamente novedoso es que el PSOE
tenga un líder que quiere ser como Felipe González, el
«amo del país», y sueña con la revolución socialista cuando
somos la quinta potencia económica de Europa y la
duodécima del mundo. Ya ha conseguido acallar en el PSOE
cualquier movimiento crítico. Su problema es que para ser
como González necesitaría 202 escaños. Cuando su poder
está en manos de otros que, incluso, están mucho más a la
izquierda de Suresnes, la radicalización es el único medio
de Sánchez para gobernar como si fuera González. Sabe
que es un juego peligroso. Corre el riesgo de acabar como
Kerensky, un burgués liberal que presidió el segundo
gobierno republicano de Rusia tras la caída de los zares.
No supo ver que Lenin le segaba la hierba bajo los pies y al
final tuvo que huir para salvar la vida, como si fuera un
delincuente.39 Solo la pandemia le ha podido levantar el
espíritu a Sánchez. Durante el confinamiento forzoso se
perdieron millones de puestos de trabajo y pronto se
alzaron voces de los socios comunistas de su gobierno
denunciando que la responsabilidad de lo que estaba
pasando era culpa del capitalismo neoliberal, puntal básico
del patriarcado que todavía está implantado en España,
siendo la situación de las mujeres tan humillante que viven
en condiciones de vida similares a las mujeres afganas en
manos de los talibanes.
39 En aquellos tiempos, cuando se hablaba de un revolucionario demócrata
burgués que trataba de implantar la democracia liberal en su país, pero
acababa abriendo la puerta a la revolución bolchevique, se decía que era un
Kerensky.

Pero no es fácil acabar con el régimen constitucional.


Sánchez sabe que no puede asaltar el Palacio Real, pero
sí remover paso a paso los pilares de la democracia. Las
urnas le dieron a González la posibilidad de hacerlo. Y lo
pudo hacer solo, sin ayuda de otros, porque el socialismo
había ocupado la sociedad y se había apoderado de los
aparatos del Estado. Pero resultó que lo único que le
gustaba a Felipe González era ejercer el poder por el poder,
rodeado de un pequeño círculo de favoritos de la fortuna
que tenían acceso a las interminables cenas de la
bodeguilla de La Moncloa, regadas con buenos vinos y
donde se formaba una gran humareda con los habanos
enviados por Fidel.
La corte de Sánchez es reducida. Le gusta vivir mejor
que el rey y recibir el mismo trato y honores que el rey.
Tenemos la suerte de que desde las alfombras del
Patrimonio Nacional no es fácil hacer la revolución. Aunque
hay otros instrumentos que pueden resultar incluso más
efectivos. Ramón Rubial, presidente durante décadas del
PSOE desde que fue elegido en Suresnes en 1974, ejemplo
de luchador socialista en la margen izquierda de la Ría de
Bilbao, solía decir que la revolución solo puede hacerse si
tienes a tu disposición las páginas del Boletín Oficial del
Estado.
Sus socios bolivarianos de gobierno lo saben muy bien y
el BOE está plagado de resoluciones administrativas del
sector podemita del gobierno para imponer el feminismo
revolucionario y otras medidas de exaltación de lo público y
de protección de los transgresores de la propiedad privada,
a pesar de que sus dirigentes pueden considerarse grandes
tenedores de viviendas.
La última novedad es que el congreso celebrado en
Valencia los días 15, 16 y 17 de noviembre de 2021 ha
proclamado a los cuatro vientos su fe socialdemócrata,
entre el entusiasmo de Rodríguez Zapatero y la actitud
gélida, pero al final entregada, de Felipe González. Sin
embargo, la ponencia marco aprobada rezuma marxismo
por todas partes, por más que Sánchez se envuelva en la
bandera de la socialdemocracia (europea), lo que no es
obstáculo para que termine cantando La Internacional con
el puño en alto y cierre la puerta a cualquier entendimiento
con el PP para llegar a pactos de Estado en materias
esenciales para el desarrollo económico y social de España.
Y no duda en poner todo su entusiasmo en impulsar la Ley
de Memoria Democrática que ahonda el intento de dividir
la sociedad española en dos bloques enfrentados, haciendo
saltar por los aires el espíritu de concordia de la
Constitución de 1978.
4. EL GRAN MITO DE LA
MEMORIA DEMOCRÁTICA

De la España de la reconciliación y la concordia a la


recuperación antihistórica de la memoria no
democrática

Veinticinco años más tarde de la promulgación de la


Constitución de 1978, tuve el honor de redactar como
presidente de la Comisión Constitucional del Congreso una
moción que fue unánimemente aprobada el 20 de
noviembre de 2002 sobre la Guerra Civil, después de haber
negociado previamente su contenido junto al portavoz del
grupo popular, José Antonio Bermúdez de Castro, con los
portavoces de los demás grupos parlamentarios, entre ellos
Alfonso Guerra, del Partido Socialista, y Felipe Alcaraz, de
Izquierda Unida, donde se integraba el Partido Comunista
de España.
He aquí los principales puntos de la moción:
La Constitución de 1978, llamada por todos con indudable acierto como la
Constitución de la Concordia, intentó poner punto final a un trágico pasado
de enfrentamiento civil entre los españoles. Guerras civiles,
pronunciamientos revolucionarios, dictaduras, en suma, regímenes políticos
o sistemas basados en la imposición violenta de ideologías o formas de
gobierno, habían sido hasta entonces el negro balance padecido por la
inmensa mayoría del pueblo español, como si nuestro sino histórico fuera el
del fracaso colectivo. Aquel triste lamento del poeta Machado, «españolito
que vienes al mundo, te guarde Dios, una de las dos Españas ha de helarte
el corazón», es fiel reflejo de esta dramática realidad existencial de la nación
española.
Pero, por fortuna, en 1978 una generación de españoles, recordando el
lamento de aquel otro gran español, Manuel Azaña, cuando abrumado por la
magnitud de la tragedia civil pronunció aquellas dramáticas palabras
desgraciadamente caídas en el olvido, «paz, piedad, perdón», decidió no
volver a cometer los viejos errores, mirar hacia delante y apostar, con un
generoso impulso de reconciliación, por un nuevo sistema democrático para
que nunca más hubiera dos Españas irreductiblemente enfrentadas.
Los portavoces de los principales grupos políticos dejaron en las Cortes
Constituyentes testimonios concluyentes de este espíritu de concordia
nacional, que no es ocioso recordar en este momento.
La actual Constitución española está impregnada de esa voluntad de
convivencia. Todos los constituyentes, en aras de aquel consenso básico
orientado al establecimiento de un marco democrático duradero, hicieron
importantes renuncias, incluso de posturas largamente defendidas a lo largo
de la historia, para buscar puntos de encuentro capaces de superar viejos y
endémicos conflictos.
Pues bien, fue a los pocos meses de las primeras elecciones
democráticas, con motivo de la aprobación de la amnistía que puso fin a las
responsabilidades penales de ambos bandos derivadas de la Guerra Civil y
de la posterior represión franquista, cuando se puso de manifiesto esta
voluntad de entendimiento basada en el perdón y el olvido. De entre los
muchos testimonios podemos destacar los siguientes:
«Para nosotros, tanto como reparación de injusticias cometidas a lo largo
de estos cuarenta años de dictadura, la amnistía es una política nacional y
democrática, la única consecuente que puede cerrar ese pasado de guerras
civiles y de cruzadas. Queremos abrir la vía a la paz y a la libertad.
Queremos cerrar una etapa; queremos abrir otra. Nosotros, precisamente,
los comunistas, que tantas heridas tenemos, que tanto hemos sufrido, hemos
enterrado nuestros muertos y nuestros rencores. Nosotros estamos
resueltos a marchar hacia delante en esa vía de la libertad, en esa vía de la
paz y del progreso» (diputado Camacho Abad, portavoz del Grupo
Comunista).
«La amnistía es fruto de la voluntad de enterrar un pasado triste para la
historia de España y de construir otro diferente sobre presupuestos
distintos, superando la división que ha sufrido el pueblo español en los
últimos cuarenta años» (diputado Benegas, portavoz del PSOE).
«La amnistía es simplemente un olvido... una amnistía para todos, un
olvido de todos para todos... No vale en este momento aducir hechos de
sangre, porque hechos de sangre ha habido por ambas partes, también por
el poder y algunos bien tristes, bien alevosos... La amnistía es un camino de
reconciliación, pero también de credibilidad y de cambio de proceder»
(diputado Arzallus, portavoz del PNV).
«La amnistía es el presupuesto ético-político de la democracia, de aquella
democracia a la que aspiramos que, por ser auténtica, no mira hacia atrás,
sino que, fervientemente, quiere superar y trascender las divisiones que nos
separaron y enfrentaron en el pasado» (diputado Arias Salgado, portavoz de
UCD).
El voto prácticamente unánime dado por las Cortes a la Ley de Amnistía
de 1977 fue un acontecimiento histórico, pues puso fin al enfrentamiento de
las dos Españas, enterradas allí para siempre. Es cierto que algunos no
quisieron sumarse a este espíritu de reconciliación y trataron por todos los
medios a su alcance de impedir, mediante la violencia o el terror, que la
voluntad de concordia nacional germinara en frutos de paz y libertad para
todos. No lo han conseguido ni lo conseguirán nunca más.
España ha cumplido en este año el vigésimo quinto aniversario de la
recuperación de las libertades democráticas y el próximo podrá conmemorar
el primer cuarto de siglo de vigencia de la Constitución de 1978. Han
transcurrido sesenta y seis años desde el comienzo de la Guerra Civil de
1936. Apenas quedan supervivientes de la gran tragedia. Y, por supuesto,
nada queda en la sociedad española del endémico enfrentamiento civil
porque, consciente y deliberadamente, se quiso pasar página para no revivir
viejos rencores, resucitar odios o alentar deseos de revancha.
Por otra parte, en estos veinticinco años se han dictado numerosas
disposiciones, tanto por parte de la Administración General del Estado como
por parte de las Comunidades Autónomas, dirigidas a reparar, en la medida
de lo posible, la dignidad de las personas que padecieron persecución
durante el régimen franquista y a proporcionarles los recursos necesarios.
Dentro de este grupo de personas que padecieron las terribles
consecuencias de la guerra se encuentran los exiliados... En la diáspora del
exilio lo perdieron todo y el dolor del éxodo nunca se ha podido superar,
porque el forzado apartamiento de la patria es uno de los mayores
padecimientos. La reconciliación no se compadece, en esta ocasión, con el
olvido de este grupo de personas muchas de las cuales cuando pudieron
regresar a España no lo hicieron porque durante sesenta años habían tejido
sus relaciones personales y familiares en las tierras de acogida...
Por todo lo anterior, el Congreso de los Diputados ACUERDA:
Primero. - El Congreso de los Diputados, en este vigésimo quinto
aniversario de las primeras elecciones libres de nuestra actual democracia,
reitera que nadie puede sentirse legitimado, como ocurrió en el pasado,
para utilizar la violencia con la finalidad de imponer sus convicciones
políticas y establecer regímenes totalitarios contrarios a la libertad y a la
dignidad de todos los ciudadanos, lo que merece la condena y repulsa de
nuestra sociedad democrática.
Segundo. - El Congreso de los Diputados reitera que resulta conveniente
para nuestra convivencia democrática mantener el espíritu de concordia y
de reconciliación que presidió la elaboración de la Constitución de 1978 y
que facilitó el tránsito pacífico de la dictadura a la democracia.
Tercero. - El Congreso de los Diputados reafirma, una vez más, el deber
de nuestra sociedad democrática de proceder al reconocimiento moral de
todos los hombres y mujeres que fueron víctimas de la Guerra Civil
española, así como de cuantos padecieron más tarde la represión de la
dictadura franquista. Cualquier iniciativa promovida por las familias de los
afectados que se lleve a cabo en tal sentido, sobre todo en el ámbito local,
deberá evitar que sirva para reavivar viejas heridas o remover el rescoldo de
la confrontación civil.
Cuarto. - El Congreso de los Diputados insta al gobierno para que
desarrolle, de manera urgente, una política integral de reconocimiento y de
acción protectora económica y social de los exiliados de la Guerra Civil...

De los puntos del acuerdo del Congreso destaca la


condena del recurso a la fuerza como método para imponer
las propias convicciones políticas y establecer regímenes
totalitarios de cualquier signo que fueran, «como ocurrió
en el pasado». Hay en este punto una reafirmación de las
convicciones democráticas y un rotundo rechazo a todos los
actos de violencia política habidos en la España
contemporánea. Recalco, a todos. La condena, por tanto, no
se reduce a la Guerra Civil de 1936 sino a otros
movimientos insurreccionales como el protagonizado por el
Partido Socialista en octubre 1934 —la mal llamada
Revolución de Asturias— y la sublevación de la Generalidad
de Cataluña, presidida por Esquerra Republicana, contra el
orden constitucional al proclamar, en coincidencia con la
insurrección socialista, el Estado Catalán. El Grupo Popular
—PP y UPN— votó a favor del texto convenido, por lo que
es falso decir que no han condenado la Guerra Civil.
En segundo lugar, se proclama como valor fundamental
el mantenimiento del espíritu de concordia y de
reconciliación que presidió la elaboración de la
Constitución.
Por último, el acuerdo del Congreso no hace distinción
entre las víctimas y a todas expresa su reconocimiento
moral, sea cual fuere el bando en el que murieron.

Hacia la confrontación

Por desgracia, lo ocurrido después ha dado al traste con


este pronunciamiento del Congreso. El primero que tomó la
piqueta para derribar la Constitución de la concordia fue el
presidente socialista del Gobierno José Luis Rodríguez
Zapatero, que promulgó la Ley 52/2007, de 26 de
diciembre, por la que se reconocen y amplían derechos y se
establecen medidas en favor de quienes padecieron
persecución o violencia durante la Guerra Civil y la
dictadura, pero solo del bando republicano. Y encima tuvo
la desfachatez de apoyarse en el unánime pronunciamiento
de la Comisión Constitucional para impulsar la
«recuperación de la memoria histórica» generando un
clima revanchista incompatible con el espíritu de la
Transición a la democracia, al tratar de presentar la Guerra
Civil como un trágico episodio en el que los «buenos»
fueron derrotados por los «malos», con la particularidad de
que setenta años después se pretendía hacer creer a la
ciudadanía que en la arena política se enfrentaban hoy los
partidos de izquierda y nacionalistas, que padecieron
persecución por defender la libertad y la democracia, con
un partido como el PP, sucesor a su vez de la UCD, a
quienes se les considera «herederos del franquismo» y, por
tanto, son fascistas puros y duros que anidan en los bancos
del Grupo Popular. En el colmo del despropósito, y
sumándose a este coro de descalificación democrática de la
«derecha», el presidente de un poderoso grupo mediático
progresista, caracterizado desde la Transición por la
manipulación sin rubor de los hechos, poco antes de morir
llegó a acusar al Partido Popular de llevar a España de
nuevo a la guerra civil.
Hay incluso una creciente sospecha de que, en último
término, la recuperación de la memoria histórica no es más
que la tapadera para otra operación política de gran
calado: la recuperación de la legalidad republicana. El
argumento subliminal es bien claro. Si los fascistas
derribaron la República, todo cuanto vino después está
viciado de raíz, incluida la restauración de la Monarquía. Y
si hasta ese momento se respetaba la figura de don Juan
Carlos —un rey bastante republicano, según Rodríguez
Zapatero— es porque impulsó el tránsito a la democracia e
impidió en 1981 el triunfo del golpe de Estado de los
generales Milans del Bosch y Armada. Pero la resurrección
taimada de la dicotomía Monarquía-República ya había
aflorado.
Ocurre que el gobierno de Rodríguez Zapatero, so
pretexto de impulsar la «recuperación de la memoria
histórica», volvió a abrir el telón de la gran tragedia, pero
de momento no parecía tener otro objeto que mostrar los
horrores protagonizados por el bando victorioso.
El hispanista Ian Gibson, en una entrevista publicada en
el diario El País (22 de septiembre de 2005), decía: «Las
heridas de la Guerra Civil [sesenta años habían
transcurrido y llevábamos casi treinta de democracia] solo
se curarán definitivamente cuando ambos bandos acepten
la verdad de lo que pasó en sus respectivas retaguardias
durante la contienda fratricida». Parece una reflexión
razonable. Pero esta proposición de Gibson parte de un
supuesto equivocado, cual es el de la existencia y
permanencia en la España de hoy de los dos bandos
enfrentados en la Guerra Civil. Y eso no es así, en primer
lugar, porque la casi totalidad de los protagonistas de la
gran tragedia han desaparecido y, en segundo lugar,
porque la inmensa mayoría de los españoles creyó, con
todo fundamento, que la Constitución de 1978 cerraba el
paso definitivamente a las dos Españas. A partir de su
promulgación solo habría ciudadanos españoles libres e
iguales. Incluso los partidos de la derecha o del
centroderecha (UCD, PP, UPN o PAR) son formaciones
políticas nuevas que nada tienen que ver con la guerra
civil.
Es evidente que detrás de la llamada recuperación de la
memoria histórica no se encuentra la voluntad de conocer
con objetividad el pasado, sino el propósito de resucitar a
uno de los bandos, que está compuesto por los mismos
partidos de izquierda y nacionalistas de todo signo —hoy en
el Congreso de los Diputados— participantes en la
contienda fratricida, mientras al bando vencedor en la
España de hoy no lo representa nadie, pues solo quedan
algunos grupúsculos con una presencia únicamente
testimonial. Según el actual relato oficial, el bando vencido
en la Guerra Civil, representado por partidos como el
PSOE, PC, el PNV, Esquerra Republicana de Cataluña y
otros partidos catalanistas, fue perseguido por el fascismo
totalitario por defender la democracia, los derechos
humanos y un sistema político, social y económico justo y
benéfico. Los valores cívicos y morales de la Segunda
República habrían sido aplastados por los sublevados de
1936 porque, dicen sus detractores, no podían soportar un
régimen político donde la libertad, la igualdad y la
solidaridad constituyeran el eje fundamental de la acción
de los poderes públicos.
Los vencidos renacen, pues, de sus cenizas, a través de
sus naturales continuadores políticos en la España de hoy,
para vindicar su memoria y, de paso, para denunciar la
ferocidad genocida del bando vencedor, que está
reencarnado en el Partido Popular y en un partido populista
de derecha extrema como Vox. Con el rey a la cabeza
salvaron los muebles y sacaron adelante sus objetivos
políticos de permanencia del régimen anterior, bajo la
tutela de los poderes fácticos del franquismo y de modo
especial del ejército. La memoria histórica —a la que ahora
llaman democrática— es la destrucción del espíritu de la
Transición y proyecta la deslegitimación de la Constitución
de 1978.
Pedro Sánchez, con el entusiasta apoyo de Pablo Iglesias,
ha dado una vuelta de tuerca. Ya no se invoca la necesidad
de resucitar la «memoria histórica» sino de dar a conocer
«la memoria democrática». Hay una gran diferencia entre
una y otra. La historia ofrece numerosas aristas que puede
que no se ajusten a la verdad, pero hay un relato
fundamental que está avalado por hechos y documentos. La
«memoria democrática» parte de la fijación de una versión
oficial de la Guerra Civil impuesta por la izquierda marxista
o socialista para que todos los niños españoles sean
adoctrinados en ella de forma que subliminalmente o sin
tapujos se transmita la idea de que «la derecha» es la
heredera del franquismo y que todo cuanto procede de él
debe ser prohibido o destruido.
Discrepar de la versión oficial puede llegar a ser objeto
de sanción, lo cual es una absoluta aberración y conculca
un derecho tan fundamental como es el de la libre
expresión y opinión. Recuerdo una conversación que
mantuve hace un par de años sobre este asunto con un
destacado dirigente nacionalista vasco, con un papel
relevante en el Congreso de los Diputados. Me dijo que no
había que confundir memoria histórica con verdad
histórica. La memoria es la versión de la historia que tiene
el pueblo sobre su pasado. Lo mismo ocurre con la
memoria democrática. El pueblo soberano considera que
los franquistas cometieron grandes atrocidades y borra de
un plumazo las atrocidades del bando republicano como si
no hubieran ocurrido nunca. Claro es que en esta
concepción torticera de la memoria histórica y de la
memoria democrática el pueblo no ha dicho ni esta palabra
es mía. Pero no importa, los profesionales de la memoria al
servicio del gobierno no dudan en imponer la versión a
través de la enseñanza y la cultura, en una incesante
campaña de adoctrinamiento impuesto.
Hay además otro hecho indiscutible. El bando vencedor
de la Guerra Civil carece, por fortuna, de continuidad
política. Nadie reivindica hoy la dictadura como régimen
político ni trata de justificar los crímenes cometidos
durante la Guerra Civil ni la represión posterior. Los
partidos políticos que protagonizaron el alzamiento de
1936 o han desaparecido o no pasan de ser formaciones
puramente testimoniales. Dicho de otra forma, los partidos
de centroderecha nada tienen nada que ver con el
franquismo. Nacieron y se desarrollaron tras la
instauración de la democracia con el compromiso claro y
nítido de defender el marco de convivencia de nuestra
Constitución. La pretensión de que «las derechas» pidan
perdón por los crímenes cometidos en la retaguardia en la
Guerra Civil y por la represión franquista posterior no tiene
ningún fundamento. Más sentido tendría que quienes se
sientan orgullosos de ser jurídica y políticamente
continuadores de los vencidos en la Guerra Civil pidieran
perdón por los espantosos crímenes cometidos en la zona
republicana, cuando al día siguiente del alzamiento del
ejército de Marruecos consiguieron que el gobierno les
repartiera armas de guerra y proclamaron la revolución
social al mejor estilo marxista-leninista.
Los partidos que hoy gobiernan España formaban el
núcleo esencial del Frente Popular que condujo a la
Segunda República al precipicio.40 Aun con todo, esto no
fue ningún obstáculo para lograr el consenso que permitió
una transición política ejemplar entre 1976 y 1978, pues
todos los partidos metieron en el baúl de los recuerdos su
pasado para mirar hacia delante. A nadie se le preguntaba
de dónde venía, sino a dónde quería ir.
40 El documento de constitución del Frente Popular, hecho público el 16 de
enero de 1936, está firmado por Izquierda Republicana, Unión Republicana, el
Partido Socialista Obrero Español, la Federación Nacional de Juventudes
Socialistas, el Partido Comunista, el Partido Sindicalista y el Partido Obrero de
Unificación Marxista.

Esto de la memoria histórica puede tener otro efecto


perverso si los partidos con historia caen en la tentación de
convertir aquel funesto episodio en una historia maniquea,
de buenos y malos, para que al fin los vencidos de ayer
alcancen su victoria sobre los vencedores de ayer. Los
partidos históricos del actual sistema, cuando reivindican
con orgullo su pasado están en su derecho, pero no tanto
cuando omiten cualquier referencia a sus propias
responsabilidades durante la República y la Guerra Civil.
Se intenta demonizar a la derecha para deslegitimarla
como opción de gobierno. El vicepresidente del Gobierno,
Pablo Iglesias, no se mordió la lengua cuando le espetó al
PP en el Congreso: «Nunca volverán a sentarse en el
Consejo de Ministros de este país». La misma política se
practicó durante la Segunda República con la CEDA de Gil
Robles y tuvo funestas consecuencias, pues a pesar de ser
la formación más votada de la derecha, quedó emparedada
entre las izquierdas revolucionarias y la reacción
ultraderechista. Leyendo a los doctrinarios de la progresía
se percibe la idea de que solo la izquierda tiene derecho a
ejercer el poder, porque la derecha es puro fascismo. ¿Qué
puede ocurrir si se sigue por este camino? Pues que,
finalmente, acaben por reabrirse las heridas de la Guerra
Civil que creíamos totalmente cicatrizadas y eso sí que es
un esperpento o un desatino.
Al comentar la frase del hispanista Gibson dije que su
proposición era imposible de llevar a cabo porque el bando
vencedor ya no existe y es imposible que pida perdón. En
cambio, la izquierda histórica está en plenitud actualmente
en España, pero no parece estar dispuesta a reconocer sus
crímenes y errores, que por otra parte ya son historia por
haber transcurrido más de ochenta años. ¿Entonces? La
solución sería dejar hablar a la historia, con objetividad, sin
apasionamiento ni espíritu revanchista. Y la historia no es
cosa de políticos sino de historiadores. En cualquier caso,
seamos conscientes de que obligar a los nietos o biznietos
de la generación del 36 a tener que averiguar en qué bando
estuvieron sus antepasados es volver a sembrar odio,
resentimiento, confrontación civil. Reivindiquemos, pues, el
espíritu de la Transición. Rechacemos toda suerte de
extremismos. Tendámonos la mano y no cerremos el puño,
ni con rosa ni sin ella. Somos ciudadanos de un país
democrático, libre y hasta ahora próspero. Aprendamos las
lecciones de la historia y por eso neguémonos a repetirla.
Algo de historia. La caída de la Monarquía

Se pretende ahora que la Segunda República era un


régimen plenamente democrático que, un buen día, fue
acometido por un grupo de fascistas que decidió echarse al
monte para matar rojos en nombre de Dios y de la patria.
La izquierda y los separatistas, como auténticos
demócratas, se movilizaron para hacer frente a la
sublevación y en defensa de la libertad. A pesar de su
heroísmo, se impusieron los fascistas que asesinaron a
diestro y siniestro, implantaron una dictadura vitalicia
gracias a una represión sin límites hasta que, después de
cuarenta años de sometimiento del pueblo, murió el
dictador y las izquierdas consiguieron la recuperación de la
democracia perdida.
Este relato de mitificación republicana no se sostiene,
pues se mire por donde se mire la Segunda República fue
un fracaso absoluto. Su legitimidad de origen es más que
discutible. No hubo en 1931 ningún plebiscito para
derribar la Monarquía, ni intervención alguna de las Cortes
para proclamar la República, ni por supuesto nadie
consultó al pueblo. Tampoco la Monarquía, a su vez,
reinaba por voluntad del pueblo sino por una asonada
militar.
Echando la vista un poco más atrás, fue un golpe militar
protagonizado en Sagunto por el general Arsenio Martínez
Campos en 1874 el que, con el apoyo político de Antonio
Cánovas del Castillo, liberal conservador y que contó más
tarde con la complicidad de Práxedes Mateo Sagasta,
liberal progresista, restauró la Monarquía proclamando rey
a Alfonso XII, hijo de Isabel II, que había sido expulsada de
España por un grupo de generales entre los que destacaba
el catalán Juan Prim. Cánovas y Sagasta se turnaron en el
poder, de forma concertada, amañando elecciones. La
Restauración acabó con la Primera República y sofocó la
tercera guerra carlista (1872-1876) obligando a su rey
Carlos VII a volver al exilio, acompañado de miles de
voluntarios fieles a la Monarquía tradicional.
Pero España estaba cuesta abajo y sin frenos. A finales
del siglo XIX perdimos los restos del antiguo Imperio
español (Cuba, Puerto Rico y Filipinas). Por cierto, que su
independencia quedó durante muchos años condicionada
por la permanente intervención norteamericana. Puerto
Rico es hoy un «estado libre asociado» con Estados Unidos.
La revolución cubana de los Castro liberó a la isla de la
intervención norteamericana, pero pronto quedaría su
soberanía condicionada por la URSS y jugaría un papel muy
importante en el enfrentamiento de las democracias
occidentales con la Unión Soviética, quedando bajo su
control hasta que se derrumbó el sistema comunista. Sin la
ayuda soviética, Castro no solo gobernó despóticamente,
sino que sumió a los cubanos en la miseria. En cuanto a las
Filipinas, a pesar de que tras la retirada de España en 1898
se hizo una proclamación de independencia, Estados
Unidos no la aceptó y de hecho permaneció como un
territorio administrado por los norteamericanos hasta
1946, tras la derrota del ejército japonés que se había
apoderado del archipiélago entre 1941 y 1942.
Europa padeció la Primera Guerra Mundial entre 1914 y
1918, pero España no participó en la contienda. A partir de
la caída de los imperios centrales (alemán y austrohúngaro)
los territorios de la Europa central entraron en ebullición.
Hitler se aprovechó o alentó el caos que se había
apoderado de Alemania para conseguir el triunfo del
nazismo, e invocando la pureza y la superioridad de la raza
aria impuso en 1933 un régimen antidemocrático y
totalitario, capaz de actuar de forma tan sanguinaria y
genocida como la Unión Soviética. Mientras tanto, en Italia,
desde 1922, se había impuesto el movimiento fascista,
después de que su líder, Benito Mussolini, fuera nombrado
primer ministro por el rey Víctor Manuel III. En puridad,
fue un régimen más dictatorial que totalitario.
Ideológicamente no tenía ninguna relación con el nazismo.
Su gran error fue decantarse por Alemania en la Segunda
Guerra Mundial.
España, neutral durante la Primera Guerra Mundial,
quedó inmersa en el torbellino europeo de la posguerra.
Los bolcheviques, empeñados en instaurar la dictadura del
proletariado en el mundo entero, constituían una seria
amenaza para la estabilidad de las frágiles democracias
liberales europeas. Por eso, el rey Alfonso XIII aceptó la
dictadura del capitán general de Cataluña, Miguel Primo de
Rivera, para restablecer el orden. Una dictadura sui
generis en la que los únicos realmente proscritos y
perseguidos eran los comunistas. Los socialistas gozaron
de una tolerancia especial. Francisco Largo Caballero llegó
a colaborar con la dictadura formando parte en 1924 del
Consejo de Estado. Pero en 1930, Primo de Rivera dimitió y
se estableció en París, donde murió dos meses después.
Por otra parte, el rey Alfonso XIII —que declaró la
vigencia de la Constitución de 1876— temía, con
fundamento, que los republicanos pudieran pasar de un
momento a otro del griterío antimonárquico a la acción
violenta. No podía quitarse de la cabeza que el 17 de julio
de 1918 toda la familia real había sido asesinada por los
bolcheviques revolucionarios.
El 17 de agosto de 1930, en San Sebastián tuvo lugar
una reunión promovida por un antiguo ministro del rey,
Niceto Alcalá-Zamora (futuro presidente de la República) y
por Miguel Maura, hijo de otro gran político monárquico,
Antonio Maura, que había presidido cinco veces los
gobiernos del rey. Concurrieron representantes de todas las
facciones republicanas que luego tendrían gran
protagonismo durante la Segunda República tales como
Alejandro Lerroux, Manuel Azaña, Marcelino Domingo,
Álvaro de Albornoz, Ángel Galarza, Indalecio Prieto, Felipe
Sánchez Román, Santiago Casares Quiroga, Fernando de
los Ríos, Eduardo Ortega y Gasset. Los reunidos contaron
también con la adhesión del ilustre doctor Gregorio
Marañón. Casi todos acabarán años después desengañados
de la experiencia republicana. Hubo también
representantes del nacionalismo catalán como Manuel
Carrasco y Jaume Aiguader.
En San Sebastián acordaron constituir un comité
revolucionario, presidido por Alcalá-Zamora, de donde
saldría el primer gobierno provisional de la República. El
objetivo del comité era promover un pronunciamiento
militar para provocar el derrocamiento de la Monarquía.
Contaban con algunos militares comprometidos como
Queipo de Llano y el famoso aviador Ramón Franco.41
41 Ramón Franco, hermano del general Franco, junto al capitán Julio Ruiz de
Alda, el teniente de navío Juan Manuel Durán y el mecánico Pablo Rada,
protagonizó en 1926 la gesta del hidroavión Plus Ultra, que consiguió atravesar
el Atlántico en un trayecto de más de 10.000 kilómetros entre Palos de la
Frontera y Buenos Aires. Lo ocurrido a sus protagonistas diez años después es
un ejemplo de la gran tragedia de España. El navarro Ruiz de Alda sería
fundador de la Falange y moriría fusilado en Madrid durante las primeras
semanas de la Guerra Civil. Ramón Franco era un extremista revolucionario
que participó en la sublevación de Jaca. Al conocer la noticia del fusilamiento
de su compañero Ruiz de Alda, se pasó al bando nacional y murió poco después
en Pollensa (Baleares) en una misión de guerra. Pablo Rada, también navarro,
fue con Franco otro gran activista revolucionario y luchó con el bando
republicano durante la Guerra Civil. Después de treinta años de exilio, en 1969
regresó a España para morir poco después en un sanatorio de la Armada en
Madrid. También tuvo un trágico final Juan Manuel Durán, que falleció en el
curso de una demostración de vuelo en el puerto de Barcelona el 19 de julio de
1926.

Sin embargo, el comité no acababa de decidirse y el


golpe militar se posponía una y otra vez. En Jaca, el capitán
Fermín Galán se impacientó y decidió actuar por su cuenta.
Se sabía vigilado por el gobierno tras recibir una carta del
general Emilio Mola, a la sazón director general de
Seguridad. Mola había conocido a Galán en África y por ese
motivo se sintió obligado a advertirle de que el gobierno
era conocedor de sus intenciones golpistas. Resulta
interesante el contenido de esta carta, escrita por quien
más tarde se considerará legitimado para sublevarse:
Sabe el gobierno y sé yo sus actividades revolucionarias y sus propósitos de
sublevarse con tropas de esa guarnición: el asunto es grave y puede
acarrearle daños irreparables. El actual gobierno no ha asaltado el poder, y
a ninguno de sus miembros puede echársele en cara haber tomado parte en
movimientos de rebelión: tienen, pues, las manos libres para dejar que se
aplique el Código de Justicia Militar inflexiblemente, sin remordimiento de
haber sido ellos tratados con menor rigor. Eso, por un lado; por otro,
recuerde que nosotros no nos debemos ni a una ni a otra forma de gobierno,
sino a la Patria, y que los hombres y armas que la nación nos ha confiado no
debemos emplearlos más que en su defensa. Le ruego medite sobre lo que le
digo, y, al resolver, no se deje guiar por un apasionamiento pasajero, sino
por lo que le dicte su conciencia.

Santiago Casares Quiroga viajó a Jaca para disuadir a


Galán de que actuase por su cuenta y aceptara la fecha del
15 de diciembre para la sublevación republicana. Pero
Casares no consiguió entrevistarse con el capitán rebelde,
que el 12 de diciembre sublevó a la guarnición de Jaca y
publicó el siguiente bando:
Como Delegado del comité revolucionario Nacional, a todos los habitantes
de esta Ciudad y Demarcación hago saber: Artículo único: Aquel que se
oponga de palabra o por escrito, que conspire o haga armas contra la
República naciente será fusilado sin formación de causa.

Así, tal cual. El bando es tan contundente o más que los


publicados por los militares contrarrevolucionarios en
1936. La sublevación de Jaca fracasa por la intervención de
fuerzas leales al gobierno. Galán y otro de los alzados, el
capitán Ángel García Hernández, son detenidos, sometidos
a juicio sumarísimo y condenados a muerte. El saldo del
pronunciamiento había dejado un general y varios militares
muertos. Dos miembros de la Guardia Civil fueron
asesinados. La sentencia se cumplió el día 14 de diciembre
y los militares sublevados se convirtieron así en los
primeros «mártires de la República», a pesar de haberse
precipitado en alzarse antes de tiempo, dejando un trágico
e inútil reguero de sangre.
El día 15, secundando el llamamiento del comité
revolucionario, se sublevaron en Madrid el general Queipo
de Llano y el comandante Franco, al que acabo de hacer
referencia. No les siguió nadie, por lo que huyeron a
Portugal. Algunos de los miembros del comité
revolucionario (Alcalá-Zamora, Maura, Largo Caballero)
fueron detenidos para ser juzgados. Otros consiguieron
huir (Prieto, Azaña y Lerroux). El juicio se convirtió en el
mejor medio republicano de propaganda. La sentencia
dictada el 20 de marzo de 1931 prácticamente absolvía a
los encausados del comité revolucionario, en medio del
entusiasmo general.
En un intento de retornar a la legalidad constitucional,
quebrantada por la dictadura del general Primo de Rivera
con el beneplácito del rey y el contento general de la mayor
parte de la sociedad española,42 el gobierno del almirante
Juan Bautista Aznar convocó elecciones municipales, con la
intención de proceder después a la celebración de
elecciones a Cortes. Los comicios locales se celebraron a
doble vuelta: el 5 y el 12 de abril. Ni siquiera está claro que
los republicanos ganaran, pues se contabilizaron en las dos
jornadas electorales 36.168 concejales monárquicos frente
a 7.507 republicanos, aunque quedaron por adjudicar otras
cuarenta mil concejalías cuyo escrutinio nunca se llevó a
cabo. Sin embargo, los republicanos triunfaron en las
principales capitales. En Madrid las masas republicanas se
echaron a la calle y se congregaron ante el Palacio Real. En
Éibar, el 14 por la mañana los concejales republicanos
proclamaron la República desde el balcón municipal. Al
conocer los primeros resultados, el almirante Aznar,
presidente del Consejo de Ministros, pronunciará ante la
prensa aquella frase que le hizo pasar a la historia: «¿Qué
más crisis desean ustedes que la de un país que se acuesta
monárquico y se levanta republicano?».
42 La dictadura permitirá al PSOE y sobre todo a la UGT la continuidad de
sus actividades. Eso le posibilitó incrementar de forma muy notable su
afiliación. El propio Largo Caballero colaboró con la dictadura al aceptar su
nombramiento como consejero de Estado por el dictador. Fue el Partido
Comunista el perseguido y el que estaba en el punto de mira de las fuerzas de
seguridad. La matanza del zar Nicolás y de su familia de junio de 1918 en
Ekaterimburgo todavía perturbaba el sueño de las cabezas coronadas
europeas.

14 de abril de 1931. Alcalá-Zamora proclama la


República mientras el rey huye del Palacio Real

Los acontecimientos se precipitan. El conde de Romanones,


ministro de Estado, negocia el mismo día 14 de abril con el
comité revolucionario «para salvar la vida del rey», lo que
quiere decir que en cualquier momento las concentraciones
pacíficas podrían trocarse en revolución violenta. Se
acuerda la salida del monarca de España esa misma noche,
previa entrega del poder antes del anochecer al comité
republicano. Alcalá-Zamora se compromete a asegurar no
solo la integridad física del rey, sino la del resto de la
familia real, que partirá al día siguiente hacia el exilio. El
futuro presidente del Gobierno provisional y más tarde
presidente de la República hizo a Romanones la
advertencia de que, cada minuto que pasaba, este
compromiso se debilitaba ante la actitud amenazadora de
las masas republicanas.
Alfonso XIII reunió por última vez a su Consejo de
Ministros en el Palacio Real. El ministro de Fomento, Juan
de la Cierva, intentó convencerle de que resistiera, llamase
al ejército a la defensa del régimen y confiase en la
reacción de los monárquicos españoles. Pero enterado
Alcalá-Zamora, que había hecho público un comunicado
exigiendo la abdicación del rey, advirtió al gobierno de que
no garantizaba su seguridad si no se cumplía lo pactado
con Romanones.
Lo cierto es que la posición del rey era muy delicada. El
general José Sanjurjo, director general de la Guardia Civil,
la misma noche de las elecciones había confesado a los
ministros reunidos en Gobernación, entre ellos el conde de
Romanones y De la Cierva, que «hasta ayer por la noche
podía contarse con ella». En cuanto al ejército, la opinión
de Sanjurjo era que tampoco podría garantizarse su
lealtad.
En vista de ello, el rey decidió abandonar el trono. Ante
el Consejo de Ministros a media tarde del día 14 de abril, el
rey leyó un documento redactado por el duque de Maura,
ministro de Trabajo. No abdicaba, suspendía sus funciones
para evitar el enfrentamiento entre los españoles:
Las elecciones celebradas el domingo, me revelan claramente que no tengo
el amor de mi pueblo. Mi conciencia me dice que ese desvío no será
definitivo, porque procuré siempre servir a España, puesto el único afán en
el interés público hasta en las más críticas coyunturas. Un rey puede
equivocarse y sin duda erré yo alguna vez, pero sé bien que nuestra patria
se mostró siempre generosa ante las culpas sin malicia. Soy el rey de todos
los españoles y también un español. Hallaría medios sobrados para
mantener mis regias prerrogativas en eficaz forcejeo contra los que las
combaten; pero resueltamente quiero apartarme de cuanto sea lanzar a un
compatriota contra otro, en fratricida guerra civil.
No renuncio a ninguno de mis derechos, porque más que míos son
depósitos acumulados por la Historia de cuya custodia me han de pedir un
día cuenta rigurosa. Espero conocer la auténtica expresión de la conciencia
colectiva. Mientras habla la nación suspendo deliberadamente el ejercicio
del Poder Real reconociéndola como única señora de sus destinos.
También quiero cumplir ahora el deber que me dicta el amor de la Patria.
Pido a Dios que también como yo lo sientan y lo cumplan todos los
españoles.

Quizás el rey no pensaba que este manifiesto sería el


último de su reinado e implicaba la pérdida definitiva de la
corona. A las siete y media de la tarde del día 14 los
miembros del comité revolucionario llegaron al Ministerio
de la Gobernación. La fuerza pública que guardaba el
edificio les abrió sus puertas y ante la muchedumbre
jubilosa que les aclamaba proclamaron la República.
A las nueve de la noche, el rey Alfonso XIII salía por la
puerta trasera del Palacio Real, que da al Campo del Moro,
en un vehículo custodiado por una camioneta con siete
guardias civiles. Ya de madrugada llegaba a Cartagena
para embarcar en el crucero Príncipe Alfonso, que lo
condujo a Marsella. No volvería nunca más a pisar suelo
español.
En teoría, don Alfonso dejó en suspenso el ejercicio de
sus funciones regias, dejando un vacío de poder que fue
llenado de manera pacífica por los republicanos del comité
revolucionario que se erigieron en gobierno provisional. Se
afirma por ello que la legitimidad democrática de la
Segunda República es indiscutible. Pero no cabe duda de
que el rey se fue por la amenazadora presión popular, que
en cualquier momento podía pasar de las manifestaciones
de júbilo por el discutible triunfo electoral a intentar el
asalto al Palacio Real. Alcalá-Zamora advirtió a los
emisarios del rey que si se prolongaba la situación
peligraba la vida del monarca y de la familia real. Y no se
olvide que el comité revolucionario no se andaba con
chiquitas. El precedente del bando del capitán Galán, que
amenazaba con pasar por las armas a todo el que se
opusiere a la naciente República, no dejaba lugar a dudas.
Por las calles de Madrid la multitud cantaba una y otra
vez: «Lo hemos echau». Se dirá también que Alfonso XIII
había ilegitimado a la Monarquía por haber aceptado la
dictadura de Primo de Rivera, pero se olvida que el general
accedió al poder sin derramamiento de sangre y con la
aceptación de la mayoría para poner fin a un periodo de
inestabilidad y grave crisis nacional, como lo prueba la
colaboración del Partido Socialista y de su líder Largo
Caballero. Otra cosa es que la insurrección republicana
fuera afortunadamente incruenta y que en un primer
momento la ciudadanía pareciera aceptar de buen grado e,
incluso, jubilosamente el cambio de régimen.

La falsedad del idilio republicano. Lo que pudo ser y


no fue

Dentro de la campaña de recuperación de la memoria


histórica —democrática dicen ahora— en la que estamos
inmersos se inscribe el homenaje a los valores cívicos y
sociales de la Segunda República. Se pretende transmitir la
idea de que la republicana fue una etapa idílica de la
historia de España, cuyos intentos de modernización y de
redención de las grandes masas de desheredados que
constituían la gran mayoría del país fueron truncados por
la ambición desmedida de un grupo de militares sin
escrúpulos, que se aliaron con los grandes terratenientes,
industriales y banqueros españoles además del alto clero, a
los que las leyes republicanas privaban de sus exorbitantes
privilegios.
La República comenzó con mal pie. No respetó el
resultado electoral y los monárquicos fueron barridos por
las bravas de los ayuntamientos. Se nombraron comisiones
gestoras de carácter provincial. En Navarra, la Diputación
Foral quedó sustituida por una comisión gestora, bajo la
presidencia del socialista Constantino Salinas. Lo mismo
ocurrió en las diputaciones vascas.
La cuestión catalana surge desde el momento mismo del
nacimiento de la Segunda República. El 14 de abril, en
Barcelona, Francisco Maciá, jefe de un partido separatista
denominado Estat Catalá, embrión de la futura Esquerra
Republicana de Cataluña, tras ocupar el Ayun-tamiento de
Barcelona, se dirigió al antiguo Palacio de la Generalidad
en la Plaza de San Jaime y proclamó «el Estado Catalán
bajo el régimen de la República catalana», sin perjuicio de
la «hermandad con los otros pueblos de España». Ante la
presión del gobierno provisional español, el 15 de abril
matizó un poco más y proclamó «la República catalana
como estado integrante de la Federación Ibérica»,
asumiendo Maciá las funciones de presidente provisional
del gobierno de Cataluña «de acuerdo con el presidente de
la República Federal Española, don Niceto Alcalá-Zamora».
Acuerdo y república inexistentes.
Por otra parte, y a pesar del catolicismo militante de
Niceto Alcalá-Zamora, los brotes de anticlericalismo y de
odio a la religión surgieron de inmediato. El 10 de mayo se
producen graves incidentes cuando un grupo de exaltados
intenta asaltar el diario monárquico ABC tras haberse
propalado la falsa acusación de que el marqués de Luca de
Tena, su propietario, después de asistir a una reunión
monárquica, había asesinado a un taxista. Al día siguiente,
11 de mayo, las turbas incontroladas incendiaron y
saquearon numerosos conventos de la capital de España.
La valiosa biblioteca de los jesuitas, formada por ochenta
mil volúmenes, algunos incunables y otras joyas
bibliográficas acumulados desde siglos atrás, quedó
destruida. Todo esto ocurrió ante la pasividad del gobierno.
El ejemplo de Madrid se propagó a Sevilla, Málaga, Cádiz,
Jerez de la Frontera, Valencia, Alicante, Murcia y otros
muchos lugares donde ardieron conventos e iglesias. Las
llamas y el saqueo destruyeron importantes tesoros del arte
religioso español de incalculable valor.
La Iglesia recibía así un aviso de lo que se le venía
encima. Las masas republicano-socialistas la hacían
cómplice de la Monarquía y la consideraban aliada de los
poderosos para oprimir a los débiles proletarios. En las
casas del pueblo se tenía muy presente la sentencia de
Carlos Marx: «La religión es el opio del pueblo». Y es que
acusaban a la Iglesia de apagar las ansias revolucionarias
al prometer la felicidad eterna a cambio de aceptar con
resignación y mansedumbre las calamidades de este
mundo. Los doctrinarios marxistas hacían responsable a la
Iglesia de ser la principal aliada de los opresores de la
clase trabajadora. Solo así se explica la furia antirreligiosa
de las masas socialistas. Ese feroz anticlericalismo tuvo su
reflejo en la Constitución de 1931.
El 28 de junio se celebraron las elecciones
constituyentes. Pocos días antes, el 16 de junio, el gobierno
había detenido y expulsado por la frontera de Irún nada
menos que a Pedro Segura, cardenal arzobispo de Toledo,
primado de España, bajo la falsa acusación de manifiesta
hostilidad al régimen republicano, supuestamente
expresada en una carta pastoral publicada el 1 de mayo y
en la que el cardenal había hecho público reconocimiento
al rey destronado por sus muestras de respeto a la religión
católica durante su largo reinado. Los nuevos dirigentes
republicanos consideraron que esta referencia implicaba
una clara toma de posición frente a la República.
En las Cortes Constituyentes las fuerzas tradicionales del
antiguo régimen monárquico resultaron literalmente
barridas. Esta fue la composición de las Cortes que
constaban de una sola cámara al haberse suprimido el
Senado: Partido Socialista Obrero Español, 117 escaños;
radicales (partido de centro-izquierda de Alejandro
Lerroux), 93; radical-socialistas (Marcelino Domingo y
Álvaro de Albornoz), 59; republicanos progresistas (de
Alcalá-Zamora y Miguel Maura, aunque este último se
escindió poco después con doce diputados para formar el
partido republicano conservador), 27; agrarios y Acción
Nacional (Martínez Velasco, Romanones y Herrera Oria,
que más tarde se denominaría Acción Popular y que bajo la
dirección de José María Gil Robles sería el núcleo
aglutinante de la Confederación de Derechas Autónomas,
CEDA),43 26; minoría vasco-navarra (carlistas y
nacionalistas vascos, frente común formado para frenar la
marea antirreligiosa), 14; federales e independientes de
izquierda, 14; independientes, 10; republicanos liberal-
demócratas (Melquíades Álvarez), 4; y la anteriormente
poderosa Lliga de Cataluña (Francés Cambó), 3. Como
puede observarse había una aplastante mayoría de
izquierdas que no buscó en modo alguno el consenso con
las formaciones de la derecha. La de 1931 fue una
Constitución de izquierdas que difícilmente podía servir
como marco de convivencia para todos los españoles.
43 Acción Popular se declaraba «accidentalista» en cuanto a la forma de
gobierno, es decir, respetaba el régimen republicano y no se pronunciaba sobre
la cuestión Monarquía-República.

La Constitución republicana no se aparta formalmente


del molde de las constituciones democráticas europeas.
Sobre el papel se respetan los derechos y libertades
fundamentales. No obstante, hay regulaciones de
inspiración marxista. En su artículo primero, con
consecuencias prácticas a lo largo del articulado, se
proclama: «España es una República democrática de
trabajadores de toda clase, que se organiza en régimen de
Libertad y Justicia». El capítulo de derechos y libertades es
correcto, salvo en los aspectos relativos a las confesiones
religiosas, de los que luego hablaré. En cuanto a la
organización del Estado, se prevé la posibilidad de
constituir regiones autónomas. El único estatuto que llegó
a buen puerto fue el catalán de 1932, pues el vasco,
refrendado en 1933 por Álava, Guipúzcoa y Vizcaya (en
Navarra no logró superar el trámite de aprobación de los
ayuntamientos, frustrándose así la aspiración de los
nacionalistas de constituir una región autónoma vasco-
navarra o Euz-kadi) no sería aprobado por las Cortes hasta
el 1 de octubre de 1936, es decir, en plena Guerra Civil,
razón por la que solo tuvo vigencia real en Vizcaya, pues
para entonces Álava y Guipúzcoa se encontraban en poder
de los nacionales. También Galicia logró plebiscitar su
proyecto de estatuto unos días antes del alzamiento.
De haber continuado la República otras regiones se
hubieran sumado al desmontaje del Estado centralista.44
Había un punto positivo en materia educativa en la
Constitución republicana. El Estado se reservaba la
facultad de crear centros en todos los grados para impartir
la enseñanza en el idioma oficial de la República, es decir,
el castellano en cualquier lugar de España. No hubiera
estado de más que una norma semejante se hubiera
incorporado a la Constitución de 1978, pues algunos
desmanes nacional-separatistas sin duda se habrían
conseguido evitar.
44 Obsérvese que carece del más mínimo rigor jurídico la pretensión de que
Cataluña, el País Vasco y Galicia sean definidas como «comunidades
históricas», interpretando así la Constitución de 1978, por el mero hecho de
que durante el periodo republicano hubieran plebiscitado estatutos de
autonomía. Esta interpretación sirvió como pretexto para que dichas
comunidades pudieran acceder en 1979 directamente al régimen autonómico
de mayor contenido competencial sin necesidad de cumplir todos los requisitos
establecidos en el artículo 151 de nuestra Ley fundamental. Este privilegio
procedimental se estableció en la disposición transitoria tercera de la
Constitución de 1978.

Las normas constitucionales sobre el trabajo y la


protección de los trabajadores y campesinos serían hoy
plenamente aceptadas por todos. Amparaban una
legislación tendente a la mejora de las condiciones de vida
de las clases proletarias. El derecho a la propiedad privada
no figuraba en la tabla de derechos constitucionales. No
obstante, se toleraba su existencia, pues la Constitución
permitía su expropiación, pero solo por causa de interés
social y mediante la correspondiente indemnización, a
menos que dispusiera otra cosa una ley aprobada por los
votos de la mayoría absoluta de las Cortes. También se
consagraba como derecho fundamental la libertad de
industria y de comercio. Con la Constitución en la mano, un
gobierno de izquierdas podía aplicar fórmulas propias de
una economía colectivista o socializada al máximo.
El texto constitucional consagraba, como no podía ser de
otra forma, la división de poderes. Tal vez por eso se
atribuyó a las propias Cortes la facultad de resolver sobre
la validez de las elecciones y la capacidad de sus miembros
electos, en lugar de establecer —como hace la Constitución
de 1978— el control judicial de los procesos electorales. El
sistema republicano era un solemne disparate. Si se trata
de decidir acerca del cumplimiento de la ley electoral debe
ser un órgano judicial o independiente, pues de lo contrario
el Congreso o, mejor dicho, la mayoría parlamentaria
acreditada en un principio se convertía en juez y parte.
Esta norma permitió al Frente Popular dar un auténtico
golpe de mano electoral en las cruciales elecciones de
febrero de 1936, donde «las derechas» fueron laminadas
del Parlamento a pesar de haber obtenido cuatrocientos mil
votos más que «las izquierdas», de modo que con una
legislación como la actual no se hubiera constituido el
gobierno de Azaña.
Se conocía la existencia del «pucherazo» porque ni
siquiera se publicaron los resultados globales y había
testimonios que así lo acreditaban. Sin embargo, ahora se
tiene una certeza absoluta gracias al trabajo de
investigación, mesa por mesa, de los historiadores Manuel
Álvarez Tardío y Roberto Villa García,45 a los que no puede
tildarse de fascistas, que concluyeron que se hurtó a las
derechas algo más del 10 por ciento del total de los
escaños en las nuevas Cortes, lo que suponía la privación
de medio centenar. Restados tales escaños, el Frente
Popular no hubiera llegado al gobierno, pues las derechas
le sacaron 700.000 votos de diferencia. De modo que hay
motivos para proclamar que el último gobierno republicano
antes de la Guerra Civil carecía de legitimidad
democrática. Por otra parte, las elecciones, especialmente
la segunda vuelta, se celebraron en un clima revolucionario
con una violencia inusitada. Nunca se publicaron los
resultados globales.
45 Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa García, 1936. Fraude y violencia en
las elecciones del Frente Popular, Espasa, Madrid, 2017.

Pero volvamos a la cuestión religiosa, que fue la piedra


de escándalo de la Constitución republicana por haber
echado gasolina al fuego del anticlericalismo, cada vez más
exacerbado, que se había apoderado de una parte de la
ciudadanía española, con un daño irreparable a la
convivencia pacífica y democrática.
El artículo 26 de la Constitución republicana es todo un
prodigio de despropósitos. Las confesiones religiosas
quedaban sometidas a una ley especial, desconociendo así
el derecho de la Iglesia católica a su organización propia.
Se prohíbe al Estado, las regiones, las provincias y los
municipios mantener, favorecer o auxiliar económicamente
a las iglesias, asociaciones e instituciones religiosas. Quiere
esto decir que los centros benéfico-asistenciales
promovidos por la Iglesia no podrían recibir ningún tipo de
ayuda por parte de los poderes públicos. El presupuesto
para el sostenimiento del clero —establecido en virtud de
concordatos con el Vaticano para compensar el latrocinio
de las desamortizaciones decimonónicas— quedaría
suprimido en el plazo de un año.
El sectarismo republicano llegó a tal extremo que en
virtud de la directa aplicación de la Constitución el
gobierno provisional decretó la disolución de la Compañía
de Jesús. Este inaudito despropósito fue posible al haber
introducido en la Constitución un precepto por el que se
declaraban disueltas «aquellas órdenes religiosas que
estatutariamente impongan, además de los tres votos
canónicos, otro especial de obediencia a autoridad distinta
de la legítima del Estado. Sus bienes serán nacionalizados y
afectados a fines benéficos y docentes». Como es bien
sabido, los jesuitas además de los tres votos habituales de
los religiosos (obediencia, pobreza y castidad) deben
prestar un cuarto voto de obediencia al Papa. Puesto que el
Santo Padre es el jefe del Estado de la Ciudad del Vaticano,
el gobierno entendió que los jesuitas prestaban obediencia
a una autoridad distinta de la legítima del Estado y, en
consecuencia, la Compañía de Jesús entraba de lleno en el
supuesto contemplado en el artículo 26. Y ni corto ni
perezoso, tan pronto como la Constitución se publicó en la
Gaceta de Madrid el 10 de diciembre de 1931, el gobierno
decretó el 24 de enero de 1932, la disolución de la
Compañía y la incautación de sus bienes. La mayoría de los
jesuitas se vieron obligados a abandonar España mientras
otros trataban de continuar con su ministerio sacerdotal en
la clandestinidad. Las protestas del papa Pío XI cayeron en
el vacío y los españoles —muchos de ellos con estupor e
indignación— vieron cómo las Fuerzas de Seguridad
obligaban a los jesuitas a abandonar España. Residían en
ella 2.987 religiosos de la Compañía, que atendían a
cuarenta residencias, ocho centros universitarios, veintiún
colegios de segunda enseñanza y ciento sesenta y tres
escuelas de enseñanza elemental y profesional. La
Compañía contaba en España con seis noviciados y en
nuestro país se formaban profesores y científicos para
Hispanoamérica y para las misiones del Extremo Oriente.
Más todavía. Las demás órdenes religiosas quedaban
sometidas a una ley especial conforme a las siguientes
bases: disolución de las que, por sus actividades,
constituyeran un peligro para la seguridad del Estado,
siempre que aquella fuera una decisión razonable a la vista
de la experiencia de su funcionamiento; inscripción en un
registro especial del Ministerio de Justicia; incapacidad de
adquirir y conservar más bienes que los que, previa
justificación, destinaran a su vivienda o al cumplimiento
directo de sus fines privativos; prohibición de ejercer la
industria, el comercio y hasta la enseñanza; sujeción a las
leyes tributarias y obligación de rendir cuentas anuales al
Estado. Y otra previsión desamortizadora: los bienes de las
órdenes religiosas podrían ser nacionalizados por las
bravas sin indemnización.
Por último, además de prohibir en el artículo 67 que los
eclesiásticos pudieran ser elegidos ni presentados como
candidatos a la Presidencia de la República, en el artículo
27, relativo a la libertad de conciencia y de religión, se
establecía que las manifestaciones públicas del culto —las
procesiones, por ejemplo— habrían de ser, en cada caso,
autorizadas por el gobierno.
La Constitución republicana excitó el sentimiento
anticlerical. Permitió la difusión de gravísimas calumnias e
infamias contra los eclesiásticos. Alentó el odio a la Iglesia
católica. Hirió los sentimientos íntimos de los católicos.
Sobre todo, a raíz del triunfo del Frente Popular, el acoso a
los sacerdotes, que ni siquiera podían transitar con sotana,
se intensi-ficó. La quema de los conventos e iglesias se
prodigó durante toda la etapa republicana y fue el preludio
del asesinato masivo, en nombre de la revolución
proletaria, de más de 7.000 curas, frailes y monjas,
incluidos 13 obispos. La Constitución republicana, en este
punto trascendental, fue una catástrofe y contribuyó de
manera decisiva al estallido de 1936.
El alzamiento del PSOE: la revolución de 1934

Ya he señalado anteriormente que la Guerra Civil de 1936


se explica hoy como una contienda en la que unos, los
perdedores, las izquierdas, luchaban por la libertad y la
democracia, y los otros, los vencedores, las derechas, por la
dictadura y el fascismo. Los primeros querían un orden más
justo y benéfico. Los segundos luchaban por mantener la
injusticia social, los privilegios de clase y el predominio de
los poderosos, en suma, el capitalismo. La Iglesia era
cómplice de los segundos.
Pero las cosas no pueden reducirse a términos tan
simplistas. Entre «las derechas» que aceptaban sin ninguna
reticencia las reglas del juego democrático estaba la CEDA
de José María Gil Robles, por más que algunos pretendan
tildarle ahora de «corporativista», es decir, de ser contrario
al sufragio universal y partidario de la representación
orgánica o de las corporaciones sociales, siguiendo el
modelo fascista de Italia o el implantado en Portugal por
Antonio de Oliveira Salazar. Lo cierto y verdad es que hasta
que el caos no llegó a extremos insoportables en la
primavera de 1936, Gil Robles no llegó a la conclusión de
que la paz no era posible entre las dos Españas y, aunque
no participó en la conspiración, sí ayudó una vez producido
el alzamiento, a su financiación con fondos allegados por la
CEDA.
Había también otras «derechas» más extremas que
emergerían con cierta importancia en las elecciones de
febrero de 1936 y que en el Parlamento se agruparon en
torno a José Calvo Sotelo, uno de los más brillantes
ministros de la dictadura de Primo de Rivera. Calvo Sotelo
no era contrario al sistema democrático y había defendido
la elección del presidente de la República por sufragio
universal. En las elecciones de febrero de 1936, el
exministro de la dictadura de Primo de Rivera era la
principal cabeza pensante de los diversos grupos
monárquicos y conservadores agrupados en Renovación
Española. Esta, a su vez, mantenía buenas relaciones con el
carlismo. Les unía la lucha contra el marxismo y el intento
de proclamar la revolución social e implantar la dictadura
del proletariado, así como la defensa de la religión y de la
unidad de la patria, si bien los carlistas eran radicalmente
contrarios al centralismo del Estado.
Poco antes de las elecciones de febrero de 1936, Calvo
Sotelo anunció que si las derechas triunfaban debían dar
carácter constituyente a las Cortes para sustituir la
Constitución de 1931 por otra que definiera un Estado
autoritario y fuerte, capaz de sacar a España de la
indigencia y del riesgo de disolución. Quiero decir con esto
que el calificativo de enemigos de la democracia debiera
utilizarse con mayor prudencia. Entre otras cosas, porque
en el lado contrario los demócratas eran muy difíciles de
encontrar.
Prueba de ello es que tan pronto como el PSOE conoció
su catastrófico resultado en las elecciones celebradas el 19
de noviembre y el 3 de diciembre de 1933 comenzó a
preparar una insurrección armada con la finalidad de
implantar la dictadura del proletariado.
El socialismo español tenía en su seno dos gallos de
pelea en el mismo corral. Uno era Indalecio Prieto,
afincado en Vizcaya, al que se suponía defensor de la vía
democrática para alcanzar el acceso del proletariado al
poder, y otro Largo Caballero, el «Lenin español», que
consideraba que la democracia a la que calificaba de
burguesa, como la establecida en la Constitución de 1931,
debía ser eliminada para implantar el régimen totalitario
de dictadura del proletariado. En aquella época, el partido
fundado por Pablo Iglesias admiraba el régimen marxista-
leninista ruso y si no estaba en la III Internacional con el
partido comunista soviético era porque no aceptaba su
supremacía. La antología de textos de Largo Caballero
donde se expresa su rechazo a la democracia y su apuesta
por la revolución socialista es interminable.46 Prieto
discrepaba de Largo Caballero y aparentaba ser un líder
moderado, posibilista, partidario de avanzar hacia nuevas
metas sociales por medios democráticos. Ambos se odiaban
cordialmente. Sin embargo, en esta ocasión aparcaron su
rivalidad personal y decidieron organizar la insurrección
armada contra el gobierno de centro y derecha nacido de
las urnas en noviembre de 1933.47
46 He aquí algunos ejemplos. Discurso pronunciado por Largo Caballero
durante la campaña electoral de noviembre de 1933: «Se dirá: ¡ah, esa es la
dictadura del proletariado! Pero ¿es que vivimos una democracia? Pues ¿qué
hay hoy, más que una dictadura de burgueses? Se nos ataca porque vamos
contra la propiedad. Efectivamente. Vamos a echar abajo el régimen de
propiedad privada. No ocultamos que vamos a la revolución social. ¿Cómo?
(Una voz en el público: “Como en Rusia”). No nos asusta eso. Vamos, repito,
hacia la revolución social... mucho dudo que se pueda conseguir el triunfo
dentro de la legalidad. Y en tal caso, camaradas, habrá que obtenerlo por la
violencia... Nosotros respondemos, vamos legalmente hacia la revolución de la
sociedad. Pero si no queréis, haremos la revolución violentamente (Gran
ovación). Eso dirán los enemigos, es excitar a la guerra civil… Pongámonos en
la realidad. Hay una guerra civil… No nos ceguemos, camaradas. Lo que pasa
es que esta guerra no ha tomado aún los caracteres cruentos que, por fortuna o
desgracia, tendrá inexorablemente que tomar. El 19 vamos a las urnas… Mas
no olvidéis que los hechos nos llevarán a actos en que hemos de necesitar más
energía y más decisión que para ir a las urnas. ¿Excitación al motín? No.
Simplemente decirle a la clase obrera que debe prepararse… Tenemos que
luchar, como sea, hasta que en las torres y en los edificios oficiales ondee no la
bandera tricolor de una República burguesa, sino la bandera roja de la
Revolución Socialista». Y en otro momento añadió: «El jefe de Acción Popular
[Gil Robles] decía que los socialistas admitimos la democracia cuando nos
conviene... Pues bien, yo tengo que decir con franqueza que es verdad. Si la
legalidad no nos sirve, si impide nuestro avance, daremos de lado la
democracia burguesa e iremos a la conquista del Poder». Discurso en Gijón, 2
de enero de 1934: «El proletariado no tiene otra salida más que la violencia».
Verano de 1934: «No creemos en la democracia como valor absoluto. Tampoco
creemos en la libertad». Madrid, 1 de octubre de 1934: «Reivindico, citando a
nuestros maestros, la dictadura del proletariado, que considero inevitable...
¿Vamos a decir que los rusos no hicieron lo que tenían que hacer? El que
conozca los episodios de esa revolución... no tiene derecho, en lo que se refiere
a la política interior, a hacer la más mínima objeción». Febrero de 1936: «La
democracia es incompatible con el socialismo».

47 La Ejecutiva del Partido Socialista aprobó en enero de 1934, un programa


de acción revolucionaria elaborado por Indalecio Prieto para derribar al
gobierno rechazando la alianza con comunistas y anarquistas. El propio Prieto
se encargó de hacerlo público en un mitin celebrado en el cine Pardiñas de
Madrid, el 4 de febrero de 1934. «En fecha muy próxima el partido socialista y
las organizaciones sindicales han de cumplir el destino que la Historia les ha
deparado. Frente a una burguesía de bárbaros estigmas, no hay más huestes
que las nuestras… Si seriamente nos proponemos la conquista del Poder, el
triunfo es indiscutible e innegable… Frente a estas falanges socialistas y a la
UGT es imposible oponer nada. Somos no solamente los más, sino los más
poderosos. La tragedia para la República es la de que no existen partidos
republicanos. Todas las ilusiones de la masa izquierdista del país descansan en
nosotros… Nuestro triunfo es inevitable. Os llamo la atención sobre cómo
podemos y debemos administrar la victoria. Yo tengo del Poder una
experiencia. No hay más remedio que domeñar a la burocracia española y
hacerla fiel servidora de la República sin contemplaciones. Los órganos de la
Administración deberán estar intervenidos por Comisarios del pueblo. Hay que
democratizar a la fuerza pública y principalmente al Ejército: este debe
desaparecer; pero la necesidad de la defensa del país hace precisa la existencia
de un elemento armado. El Ejército debe ser la síntesis expresiva del alma del
pueblo. No habrá castas entre los soldados. Hay que ir a la dignificación moral
de cabos y sargentos, abriéndoles de par en par las puertas para el ingreso en
la oficialidad y el generalato. Hay que hacer lo que no se hizo, porque no se
pudo o no se quiso, el 14 de abril. Hay que aplastar definitivamente a las
fuerzas que no debieron revivir entonces, y precisa para ello una revolución
honda, sin muchos plazos de meditación. Hay que cerrar la Universidad al
señoritismo y abrirla al proletariado. Urge atender al paro obrero, y eso podría
hacerse con el importe de la plusvalía del oro que guarda el Banco de España,
que yo descubrí siendo ministro de Hacienda. Se trata, nada menos, que de
3.500 millones de pesetas… No creo que se puedan socializar cuantas
industrias existen; pero sí creo que se puede socializar la tierra. Debe
desaparecer la propiedad privada de la tierra y hay que cambiar la estructura
de los cultivos. Todo esto es misión del proletariado. Hágase cargo el
proletariado del Poder y haga de España lo que España merece. Para ello no
debe titubear, y si es preciso verter sangre, debe verterla».

La principal fuerza política en las elecciones de 1933


había sido la Confederación de Derechas Autónomas —la
CEDA—, aglutinada en torno al partido católico de Acción
Popular de José María Gil Robles. Aunque en el seno de la
CEDA había numerosos elementos monárquicos, la CEDA
se proclamaba «accidentalista» en lo referente a la forma
de gobierno, de manera que aceptaba sin reserva el
régimen republicano. La CEDA tenía 115 diputados,
seguida de los radicales de Lerroux con 75. Azaña,
marcado a fuego por los espantosos sucesos de Casas
Viejas donde 13 anarquistas fueron asesinados por la
Guardia Civil cumpliendo la orden —que parece nunca se
dio pero se le atribuyó a aquel— de «tiros a la barriga»,48
solo contaba con 5 diputados. Las izquierdas habían sufrido
una derrota sin paliativos. Por cierto, fue la primera vez en
España que votaron las mujeres (a pesar de la oposición del
PSOE). Los socialistas, que en las Cortes Constituyentes
habían obtenido 116 diputados, descendieron a 55. Los
agrarios, pertenecientes a los restos del Partido
Conservador de Cánovas del Castillo, entre ellos el conde
de Romanones, alcanzaron 29 diputados, mientras que los
carlistas llegaron a 21. Consiguieron un diputado cada uno
el Partido Comunista y los radicales socialistas. Este
resultado fue catastrófico para estos últimos, si se tiene en
cuenta que en la anterior legislatura habían obtenido 56. El
fundador de la Falange, José Antonio Primo de Rivera, fue
elegido diputado. Así las cosas, el presidente de la
República, Alcalá-Zamora, nombró presidente del Consejo
de Ministros a Alejandro Lerroux para formar un gobierno
de centroderecha. Pero en él no había ningún ministro de la
CEDA porque las izquierdas le habían advertido que su
participación en el gobierno sería una traición a la
República por dudar de su fidelidad al nuevo régimen. Esta
actitud era absolutamente antidemocrática, pero así eran
las cosas en la idílica Segunda República española.
48 Este suceso conmovió a España entera y demuestra el grado de
descomposición a que había llegado el régimen republicano. En Casas Viejas,
pueblo de la provincia de Cádiz, la pobreza provocaba situaciones de gran
desesperación. Secundando la convocatoria de una huelga revolucionaria
decretada por la Federación Anarquista Ibérica (FAI), el 11 de enero de 1933
sus seguidores en Casas Viejas tomaron el poder en el pueblo y proclamaron el
comunismo libertario. La Guardia Civil se negó a sumarse a los rebeldes y los
amotinados dispararon contra el cuartelillo matando al sargento y a uno de los
guardias. Doce guardias civiles fueron enviados en refuerzo de sus compañeros
y consiguen reducir a los anarquistas, deteniendo a trece de ellos. Solo se
resistió un pequeño grupo de miembros de la CNT encerrado en la choza de un
cabecilla local apodado «El Seisdedos». Los anarquistas dispararon y tomaron
como rehén a un guardia civil que se acercó a parlamentar. De madrugada
llegó de Madrid una compañía compuesta por 90 guardias civiles. Un delegado
del Ministerio de la Gobernación se presentó en el pueblo y comunicó al
comandante de la fuerza armada que era «orden terminante» del ministro
(Casares Quiroga) que arrasase la choza de los sitiados. Se cumplió la orden y
ardió la choza con sus ocupantes dentro. El saldo fue de ocho muertos, entre
ellos el guardia civil que habían tomado como rehén. Pero lo peor estaba aún
por llegar. A las siete de la mañana el capitán de la Guardia Civil ordenó pasar
por las armas a los doce detenidos que tenía en su poder. En su descargo el
autor de la masacre declaró que creyó cumplir de esa forma las órdenes
recibidas y defender a España de la anarquía que se estaba levantando en
todos lados de la República. En el Congreso, Diego Martínez Barrio —gran
maestre de la Provincia Oriental de la Masonería y que poco después se
convertiría en presidente del Gobierno—, espetaría a Azaña: «Sois el gobierno
de la sangre, el fango y las lágrimas».

Fácil es de comprender la insatisfacción de Gil Robles al


verse obligado a apoyar a un gobierno del que no podían
formar parte ni él ni los suyos. Por fin, en octubre de 1934,
Gil Robles provoca una crisis de gobierno que se cierra con
el nombramiento como presidente de Alejandro Lerroux,
que durante unos meses había estado apartado de la
presidencia. En el gobierno entran tres ministros de la
CEDA, entre ellos el navarro Rafael Aizpún, presidente de
Unión Navarra, para desempeñar la cartera de Justicia. Las
izquierdas consideran estos nombramientos como una
provocación. El día 5 de octubre los socialistas decretan la
huelga general revolucionaria. Da comienzo así la
revolución socialista que durante casi un año venían
preparando Prieto y Largo Caballero.
En Cataluña, el presidente de la Generalidad, Luis
Companys, de Esquerra Republicana, se subleva contra la
República, decreta la ruptura con el gobierno de España y
proclama el Estat Catalá. Pero no cuenta con la poderosa
fuerza anarquista, que no se suma a la sublevación. El
general Batet, por orden del gobierno, envía a la Plaza de
San Jaime un par de compañías de soldados y en pocas
horas acaba con el sueño de independencia. Companys se
rinde y es encarcelado con todo su gobierno. Fueron
juzgados por rebelión por el Tribunal de Garantías
Constitucionales. El 6 de junio de 1935 por diez votos a
favor y ocho en contra, Companys y los miembros de su
gobierno fueron condenados a treinta años de reclusión
mayor e inhabilitación absoluta.
En el País Vasco la sublevación también es reducida por
las fuerzas del orden, pero en Éibar los socialistas
asesinan, entre otros, al diputado carlista Marcelino Oreja
Elósegui. Su hijo póstumo, Marcelino Oreja Arburua, sería
ministro de Asuntos Exteriores en el gobierno de Adolfo
Suárez tras las primeras elecciones democráticas.
En Madrid la coordinación de las milicias socialistas es
un desastre. Fracasan en su intentona de tomar la
Presidencia del Gobierno y otros centros públicos y se
producen tiroteos en otros lugares de la capital, con un
trágico balance de varios muertos y heridos por ambas
partes.
Para el 7 de octubre el gobierno había aplastado la
rebelión socialista, salvo en Asturias. Prieto, fracasada la
revolución, huye de España y el 14 de octubre es detenido
en Madrid Largo Caballero. Con gran flema británica
negará tener nada que ver con la sublevación.
La rebelión de las cuencas mineras asturianas triunfa en
casi todo el Principado de Asturias. También en las cuencas
mineras de León. Los escasos tres mil soldados y miembros
de los cuerpos de seguridad se vieron impotentes para
controlar la situación. La mayoría de los sublevados eran
de UGT, pero también los anarquistas de la CNT y el
Partido Comunista se mostraron muy activos. Todos
lucharon sin tapujos para implantar la dictadura del
proletariado. Pusieron en pie de guerra un contingente al
que llamaron «ejército rojo», que algunos cifran, sin duda
con exageración, en cerca de cincuenta mil hombres, bien
pertrechados con abundantes armas de guerra tras el
asalto a las fábricas de armas de Oviedo y Trubia.
Disponían además de abundante dinamita, que utilizaron
con gran eficacia. Los rebeldes consiguieron hacerse con
Gijón. Pero en Oviedo se luchará calle por calle y las
fuerzas gubernamentales resistirán con grandes pérdidas y
dificultades en el entorno de la catedral.
Para acabar con la sublevación, el gobierno nombra al
general Franco jefe del Estado Mayor y traslada de África a
la península dos banderas de la Legión y un tabor de
Regulares (soldados moros al servicio de España) al mando
del teniente coronel Yagüe. Con estas y otras fuerzas
gubernamentales movilizadas en las zonas circundantes,
entre 18.000 y 20.000 efectivos en total, marcha el capitán
Rodríguez, abuelo del presidente Rodríguez Zapatero, que
en la Guerra Civil tendría un triste final. En realidad, quien
mandó sobre el terreno las tropas del ejército y obtuvo la
victoria fue el general Eduardo López Ochoa.49
49 Al producirse el triunfo del Frente Popular en febrero de 1936 el general
López Ochoa fue encarcelado bajo la acusación de tolerar tales actos de
represión. A pesar de su impecable hoja de servicios a la República, incluso
desde antes de la caída de la Monarquía, fue acusado de ser el «verdugo de
Asturias». Estallada la Guerra Civil los milicianos entraron en el Hospital
Militar de Carabanchel, donde estaba refugiado por consejo de militares leales
a la República, igual que él. Allí fue localizado el 16 de agosto y ejecutado por
los milicianos que le cortaron la cabeza y, clavada en una bayoneta, la pasearon
por las calles de Madrid. Que tal fue el trágico final de López Ochoa está fuera
de discusión. Existen versiones diferentes sobre la autoría, pues los socialistas
atribuyen el bárbaro asesinato a milicianos anarquistas.

Oviedo fue liberado después de duros combates. La


ciudad ofrecía un espectáculo dantesco. Muchas iglesias y
conventos fueron pasto de las llamas. Los mineros
quemaron el Palacio Episcopal y aunque no consiguieron
dinamitar la catedral, redujeron a escombros la Cámara
Santa, donde, entre otros valiosos tesoros, se guardaba la
famosa Cruz de la Victoria del rey don Pelayo, iniciador de
la reconquista contra los moros, que no sufrió daños.
También la universidad y otros edificios públicos fueron
destruidos por los sublevados. La biblioteca universitaria,
con cerca de cien mil volúmenes, fue pasto de las llamas.
En la zona dominada por los revolucionarios hubo
numerosos asesinatos (entre 85 y 115), saqueos y
destrucción por doquier. Entre los asesinados hubo 34
curas y frailes, demostrando así la suerte que se reservaba
a la Iglesia católica en caso del triunfo de la revolución
proletaria. La caja fuerte del Banco de España, otro botón
de muestra, fue dinamitada y los asaltantes se llevaron
cerca de quince millones de pesetas —que equivaldrían
según las tablas del Instituto Nacional de Estadística, a
unos treinta millones de euros—. Solo se recuperaron
cuatro millones de pesetas. Sobre el resto hay diversas
versiones, desde que las consiguió sacar de España un
diputado del PSOE y nunca más se supo de su destino hasta
que sirvieron para financiar durante la República y el
franquismo la lucha revolucionaria en Asturias.
Una vez liberada la ciudad de Oviedo el 14 de octubre, el
general López Ochoa preparó sus tropas para el asalto final
a las cuencas mineras, todavía en poder de los
revolucionarios. Sin embargo, el 18 de octubre el comité
revolucionario decidió pactar con el general la rendición. El
militar aceptó negociar por considerar que ello permitiría
evitar nuevos derramamientos de sangre. El 19 de octubre,
la revolución había terminado, aunque en su última
alocución el comité revolucionario hablara de «una tregua
en la lucha», «un alto en el camino, un paréntesis, un
descanso reparador».
Por cierto, la Fundación Pablo Iglesias conserva las
«instrucciones» elaboradas por la dirección nacional de la
insurrección socialista, que ponen de manifiesto que
cuando se recurre a la fuerza para imponer las propias
convicciones en nombre de cualquier idea política se
pierden de vista los nobles ideales.50
50 He aquí —las cursivas son mías— alguna muestra de las Instrucciones
que se conservan en la Fundación Pablo Iglesias:

Instrucción 35. Además de instruirse convenientemente para el momento de


la acción, se encargarán de facilitar a la Junta local los nombres y domicilios de
las personas que más se han significado como enemigos de nuestra causa o que
puedan ser más temibles como elemento contrarrevolucionario. Estas personas
deben ser tomadas en rehenes al producirse el movimiento, o suprimidas si se
resisten.
Instrucción 43. Rápidamente apoderarse de las autoridades y personas de
más importancia y guardarlas en rehenes.
Instrucción 49. Las casas cuarteles de la Guardia Civil deben incendiarse si
previamente no se entregan. Son depósitos que conviene suprimir.
Instrucción 59. Lanzar botellas de líquidos inflamables a los centros o
domicilios de las gentes enemigas.
Instrucción final a los grupos de acción: Nadie espere triunfar en un
movimiento que tiene todos los caracteres de una guerra civil. En este
movimiento, el tiempo es el mejor auxiliar.
Durante el movimiento revolucionario toda la energía y todos los medios
serán pocos para asegurar el triunfo. Una vez que este se haya logrado, debe
ponerse la misma energía para evitar crueldades innecesarias ni daños, sobre
todo en cosas que puedan ser útiles o necesarios para los fines de la revolución.
El balance de la fracasada revolución socialista de
octubre de 1934, la mal llamada «revolución de Asturias»,
fue extraordinariamente trágico. Como siempre nadie se
pone de acuerdo en las cifras, que oscilan entre 1.375 y
2.000 muertos. Asturias se llevó la peor parte. Algunos
historiadores de izquierda hablan de 3.000 revolucionarios
muertos y 7.000 heridos. La mayoría se inclina no obstante
a considerar que los muertos estarían entre 855 y 1.100,
siendo unas 300 las bajas militares.
Se ejecutaron, tras el correspondiente proceso judicial,
cuatro penas de muerte y hubo diversas condenas a cadena
perpetua. Se detuvo a cerca de 30.000 personas en toda
España, que en su mayoría fueron puestas en libertad. Esto
daría pie a las izquierdas para hablar de la feroz represión
del gobierno Lerroux. Ninguno de los auténticos
responsables de haber lanzado a España por la senda de la
revolución fue condenado. A finales de 1935, Largo
Caballero resultaría absuelto. Prieto salió de la
clandestinidad tras conseguir su acta de diputado en las
elecciones de febrero de 1936. El gobierno del Frente
Popular amnistió a todos cuantos todavía permanecían en
las cárceles.
Se discute hoy si en octubre de aquel trágico año dio
realmente comienzo la Guerra Civil española. Lo cierto es
que España quedó definitivamente partida en dos. Las
izquierdas demostraron estar dispuestas a usar la violencia
para imponer la dictadura del proletariado. Las derechas
más extremas intensificaron la preparación de sus ramas
juveniles para resistir cualquier intentona totalitaria, pero
les hubiera bastado con apoyar al gobierno de turno si se
hubiera empleado a fondo para reprimir los desmanes
revolucionarios. Pero en febrero de 1936 fueron los propios
revolucionarios los que dieron un golpe electoral y se
hicieron con el poder. En ambos lados había gente
dispuesta a justificar el exterminio del contrario. Santiago
Carrillo, recién elegido jefe de las Juventudes Socialistas,51
participó activamente en la dirección de la revolución de
octubre. Fue por ello encarcelado y se benefició de la
amnistía del Frente Popular. Para él, y así lo manifiesta en
sus memorias, la CEDA era fascismo puro y duro y, por
tanto, su entrada en el gobierno suponía una traición a la
República. Lo que hicieron estuvo bien hecho. «¿Qué
hubiera sucedido en España sin el movimiento de octubre,
es decir, si el movimiento obrero hubiese capitulado —como
en otros lugares de Europa— ante el avance de la CEDA,
con la complicidad de lerrouxistas y agrarios sobre el
poder? Pues que en vez de disolución de las Cortes elegidas
en 1933 y la victoria del Frente Popular, en 1936 la CEDA
hubiera ocupado el gobierno». Y España, añado,
probablemente se habría librado de la espantosa Guerra
Civil, pues ello hubiera supuesto la consolidación del
régimen republicano de haber conseguido controlar a los
elementos revolucionarios. Porque la CEDA no era un
movimiento fascista ni pretendía implantar en España
ningún tipo de dictadura. En una situación de anarquía,
como la que vivía España, podía acentuar la necesidad de
restablecer el principio de autoridad con respeto a las
reglas del juego democrático. Es verdad que las juventudes
de Acción Popular le llamaban «Jefe»,52 pero no es menos
cierto que por aquel entonces los anticomunistas no tenían
muy claro que el fascismo —al que se atribuía el gran
despegue económico y la paz social de Italia— fuera un
régimen totalitario y odioso, ni se conocía en toda su
plenitud el rostro racista y xenófobo del nacionalsocialismo,
pues Hitler acababa de llegar al poder por métodos
aparentemente democráticos. Mucha gente en Europa
pasaba por alto ciertos métodos antidemocráticos de nazis
y fascistas, por considerar que eran la única garantía de
contención de la expansión del comunismo soviético.
51 Santiago Carrillo en 1936 defenderá con todo entusiasmo la creación de
un «partido único bolchevique surgido de la fusión del partido socialista
depurado y del partido comunista» (Claridad, 21 de mayo de 1936). Después de
un viaje a Moscú que culmina, según confesión del propio Carrillo, en una
monumental juerga gastronómica que pone de manifiesto la hipocresía de los
directores de la revolución, a principios de abril de 1936 tiene lugar la fusión
de las juventudes socialistas y comunistas que adoptan el nombre de
Juventudes Socialistas Unificadas (JSU) y de las que su promotor se convierte
en jefe. Para los jóvenes marxistas, Largo Caballero será su líder indiscutible
mientras Prieto caerá en desgracia por considerarlo contemporizador con la
democracia burguesa. En trance de recuperar la memoria histórica, Santiago
Carrillo no solo no deplora cuanto dijo e hizo desde su liderazgo al frente de las
Juventudes Socialistas y Comunistas Unificadas. Resulta sorprendente que,
setenta años más tarde, y disfrutando de una envidiable lucidez a pesar de su
avanza edad, hubiera afirmado que el Partido Popular «parece la derecha del
36», o que «nos encontramos ante un gran partido de la derecha española que
sigue pareciéndose a la derecha de 1936 como una gota a otra gota» (24 de
noviembre de 2006). En declaraciones realizadas a Radio Nacional de España
el 25 de julio de 2007, Carrillo insiste en la misma idea preguntándose que si
gana el PP en las elecciones de marzo de 2008 «en su forma actual y con sus
dirigentes», significaría «un simple cambio de mayorías parlamentarias o si
sería también un cambio de régimen». ¿No suena esto a deslegitimar la posible
alternancia en el gobierno, de la misma forma que el triunfo de la CEDA en las
elecciones de 1933 llevó a la dirección del PSOE a organizar una insurrección
armada contra el gobierno de Lerroux, con la acusación de «fascista» a la
formación de Gil Robles? En la España del siglo XXI estoy convencido de que
una insurrección armada no está en la mente de ningún miembro del Partido
Socialista. En cambio, hay voces pertenecientes al comunismo bolivariano que
no rechazarían cualquier acción violenta contra lo que llaman neocapitalismo
liberal.

52 A Largo Caballero en el fondo le encantaba que las masas socialistas le


aclamaran como el «Lenin español».

Al final, el extremismo del Partido Socialista, cuya


aspiración última —por fidelidad a los postulados de su
fundador Pablo Iglesias— era la dictadura del proletariado
como instrumento para la implantación de la sociedad sin
clases, hizo creer a muchos que la única solución para
salvar la civilización —la religión, la paz y el orden— era,
como había sentenciado Oswald Spengler, autor de La
decadencia de Occidente, antidemócrata y
ultraconservador, «un pelotón de soldados». Enfrentado al
nazismo y al fascismo probablemente se habría arrepentido
de ser el autor de semejante dislate.
Años más tarde alguno de los protagonistas de la
revolución socialista se arrepintió de haber emprendido ese
camino. Es el caso de Indalecio Prieto. El mismo que el 3 de
enero de 1934 había dicho en un discurso: «¿Concordia?
No, ¡guerra de clases! Odio a muerte a la burguesía
criminal», se arrepentía diez años después, en 1942, en la
lejanía de su exilio mejicano:
Me declaro culpable ante mi conciencia, ante el Partido Socialista y ante
España entera, de mi participación en aquel movimiento revolucionario. Lo
declaro como culpa, como pecado, no como gloria... Colaboré en ese
movimiento con el alma, acepté las misiones a que antes aludí y me
encontré, ¡hora es ya de confesarlo!, violentamente ultrajado.

Tardío arrepentimiento, pero arrepentimiento al fin.

El Frente Popular (1936)


El triunfo del Frente Popular, como ya dije, estuvo cuajado
de irregularidades. Que las propias Cortes fueran las que,
conforme a lo dispuesto en la Constitución, tuvieran la
facultad de examinar las impugnaciones contra las
proclamaciones efectuadas por las juntas electorales se
prestaba a grandes manipulaciones. Las elecciones se
celebraron, en primera vuelta, el 16 de febrero de 1936. A
pesar de haber cantado victoria desde esa misma noche y
de haber dado «pucherazo» en algunas circunscripciones,
cuando las Cortes se constituyen el Frente Popular estaba
lejos de la mayoría absoluta, al conseguir unas 200 actas de
un Parlamento de 473 diputados frente a 150 de las
derechas. Había que esperar a la segunda vuelta. Pero
constituidas las Cortes sin esperar a la segunda vuelta, el
Frente consiguió que a las derechas se les arrebataran
unos 30 escaños. En señal de protesta, la CEDA y el resto
de los diputados de las derechas se ausentaron
temporalmente del Parlamento. Al final, una vez realizada
la segunda vuelta en las circunscripciones donde hubo de
realizarse por no alcanzar ninguno de los candidatos la
mayoría requerida (más del 40 por ciento de los votos),
gracias al fraude perpetrado, el Frente Popular contaba con
269 diputados frente a 157 de la derecha integrada por la
CEDA, Renovación Española y los carlistas. Los partidos
centristas habían alcanzado 48 diputados. Todo ello en
unas Cortes en las que, coaliciones aparte, había nada
menos que treinta y dos partidos representados.53 Por
último, dejaremos constancia de que el Frente Popular, en
cuanto a número de votos, no consiguió la victoria
arrolladora que se desprendería de su número de escaños.
Gracias al sistema electoral mayoritario, ligeramente
templado, y groseramente manipulado, el Frente Popular
obtuvo 4.540.000 sufragios frente a los 4.300.000 de los
partidos de centro y derecha. Sin el fraude electoral
documentado de forma impecable por Álvarez Tardío y Villa
García, el triunfo de las derechas hubiera sido arrollador.
53 Esta fue la composición final de las Cortes: Izquierda Republicana
(Azaña), 81 escaños; Unión Republicana (Martínez Barrio), 36; Esquerra de
Cataluña, 29; Partido Socialista, 88; Partido Comunista, 17; otros partidos de
izquierda, 18. En el otro lado del arco parlamentario, la distribución de escaños
del centro y la derecha fue la siguiente: Partido Radical (Lerroux), 8; CEDA (Gil
Robles), 94; Partido Agrario (Martínez de Velasco), 13; Partido Liberal
Demócrata (Melquíades Álvarez), 1; Lliga de Cataluña (Cambó), 11; Partido
Conservador (Maura), 3; partidos monárquicos, 24; otros partidos de derecha y
centro, 58. En total, 269 escaños para el Frente Popular y 231 para el centro y
las derechas.

El siguiente golpe de mano del Frente Popular sería la


destitución del presidente de la República, Niceto Alcalá-
Zamora, para entronizar a Manuel Azaña, que el 19 de
febrero se había convertido en presidente del Gobierno,
cuando todavía ni siquiera se conocía el resultado definitivo
de las elecciones.54 El pretexto legal para una decisión de
semejante trascendencia fue la aplicación del artículo 81 de
la Constitución republicana. Conforme a dicho precepto, el
presidente de la República tenía la facultad de disolver las
Cortes, por decreto motivado, hasta dos veces como
máximo durante su mandato. En caso de segunda
disolución, el primer acto de las nuevas Cortes sería
examinar y resolver la necesidad del decreto de disolución
de las anteriores. El voto desfavorable de la mayoría
absoluta de las Cortes llevaba aneja la destitución del
presidente. El Frente Popular consideró que, puesto que la
disolución de las Cortes anteriores era la segunda
decretada por Alcalá-Zamora, procedía la aplicación de
este precepto y, en consecuencia, acordó que no había
motivo para la disolución por lo que el presidente quedó
automáticamente destituido.
54 El Frente Popular no era un grupo monolítico. El PSOE y otros partidos
radicales se negaron a formar parte del nuevo gobierno de Azaña, que quedó
formado fundamentalmente con personalidades de la burguesía republicana
afines al presidente.

El ejecutor de Alcalá-Zamora sería el socialista Indalecio


Prieto, presidente de la Comisión de Actas del Congreso.
De nada sirvió a Alcalá-Zamora la alegación de que no se
trataba de la segunda vez sino de la primera, por cuanto en
1933 había disuelto las Cortes Constituyentes una vez que
dieron por concluida su misión constitucional, por lo que la
de 1936 había sido la única a efectos de la aplicación del
artículo 81. En las Cortes no hubo ni una sola voz en
defensa del presidente. La moción declarativa de la
improcedencia de la segunda disolución fue aprobada por
228 votos a favor y 5 en contra. Los diputados de la
derecha se abstuvieron. Notificado de inmediato el acuerdo
que llevaba aparejada la destitución, se hizo cargo
interinamente de la Presidencia de la República el
presidente del Congreso, Martínez Barrio. El 10 de mayo
de 1936, tras el cumplimiento de los trámites
constitucionales, se eligió a Manuel Azaña presidente de la
República. Su primera intención fue la de encargar la
formación de gobierno a Indalecio Prieto, pero el Partido
Socialista se opuso a que aceptara el cargo porque su
horizonte inmediato era la revolución social. En vista de
ello, designó a Santiago Casares Quiroga, miembro de su
partido Izquierda Republicana, que sería incapaz de
controlar el desbordamiento revolucionario del socialismo y
demás componentes marxistas del Frente Popular
dispuestos a implantar, por las buenas o por las malas, la
dictadura del proletariado.
A esto ha de unirse la ebullición separatista en Cataluña.
Como se recordará, el presidente de la Generalidad, Luis
Companys, de Esquerra Republicana de Cataluña, el 6 de
octubre de 1934 había proclamado por unas horas el Estat
Catalá desligándose del gobierno de España. Desde
entonces el estatuto se hallaba suspendido y el Gobierno de
la Generalidad encarcelado. El 6 de junio de 1935 se
sentenció a Companys y a todos sus consejeros a la pena de
treinta años de prisión por rebelión. Pues bien, antes de
que el gobierno tuviera tiempo de dictar un decreto de
amnistía para todos los condenados con motivo de la
insurrección de 1934, las cárceles ya habían sido asaltadas
para poner en libertad a los camaradas del Frente Popular
encarcelados. Companys regresó a Cataluña, donde fue
recibido en triunfo, asumiendo de nuevo el poder
estatutario de la Generalidad.
Desde el triunfo del Frente Popular el gobierno se vio
desbordado por graves incidentes de orden público.
Asesinatos políticos, linchamientos, quema de conventos e
iglesias, ocupación de fincas, huelgas salvajes y un sinfín
de actos vandálicos se sucedieron por doquier. Ni militares
ni curas podían salir de casa en uniforme o sotana con
garantía de no ser agredidos por los activistas del Frente
Popular. Las derechas ya no se con-gregaban en espacios
abiertos, por temor a incidentes y muchas de sus sedes
fueron asaltadas e incendiadas. Y lo mismo ocurría con sus
medios de comunicación, frecuentemente censurados o
cerrados.
Los anarquistas, por su parte, provocaban desórdenes
cada vez más salvajes con la finalidad de sembrar el terror.
Y, de cuando en cuando, los activistas de Falange Española
—una exigua minoría muy intrépida—, cuya parafernalia
entre patriótica y romántica atraía a muchos jóvenes
dispuestos a enfrentarse a la revolución bolchevique,
respondían con el ojo por ojo diente por diente cuando caía
uno de sus camaradas.55 Se produjo así una siniestra y
creciente espiral de violencia. En ese clima revolucionario,
el país no solo no avanzaba, sino que se empobrecía cada
vez más. España era una república sin apenas
republicanos. Los que decían defenderla con mayor ahínco
en realidad conspiraban para implantar la dictadura del
proletariado y alinearse con Moscú. En las grandes
demostraciones de los partidos revolucionarios se gritaba
«¡viva Rusia!». Las izquierdas defendían la lucha de clases
y, por tanto, el exterminio de la burguesía y de todo aquello
que consideraban inherente al orden burgués, como la
Iglesia, el ejército y la Guardia Civil. El grito de «¡viva
España!» era una provocación fascista. Gritar «¡viva el
rey!», un delito.
55 En el discurso fundacional de Falange Española, que tuvo lugar el 29 de
octubre de 1933 en el teatro de la Comedia de Madrid, José Antonio Primo de
Rivera dijo: «Queremos que España recobre resueltamente el sentido universal
de su cultura y de su historia. Y queremos, por último, que, si esto ha de
lograrse en algún caso por la violencia, no nos detengamos ante la violencia.
Porque, ¿quién ha dicho —al hablar de «todo menos de la violencia»— que la
suprema jerarquía de los valores morales reside en la amabilidad? ¿Quién ha
dicho que cuando insultan nuestros sentimientos, antes que reaccionar como
hombres, estamos obligados a ser amables? Bien está, sí, la dialéctica como
primer instrumento de comunicación. Pero no hay más dialéctica admisible que
la dialéctica de los puños y las pistolas cuando se ofende a la justicia o a la
Patria».

El ejemplo de la sangrienta revolución soviética y el


ensayo que había inspirado el triunfo momentáneo de la
insurrección socialista en Asturias hizo pensar a muchos
que no cabía otro camino que el de la contrarrevolución.
Los historiadores progresistas aducen que lo insostenible
era la situación de pobreza y marginación de obreros y
campesinos. La injusticia era el caldo de cultivo donde se
incubaba la revolución. Y tienen razón. Pero la solución no
estaba en la dictadura del proletariado. Largo Caballero
estaba firmemente decidido a hacer saltar por los aires la
democracia burguesa de Alcalá-Zamora y Manuel Azaña:
«Si triunfan las derechas —había dicho durante la campaña
electoral— no habrá más remisión; tendremos que ir a la
guerra civil declarada. No se hagan ilusiones las derechas,
ni digan que esto son amenazas: son advertencias». Los
anarquistas, por su parte, soñaban con implantar el
comunismo libertario, incluido el amor libre, y lo decían sin
tapujos en Solidaridad Obrera, órgano de la CNT de
Barcelona: «La suerte del pueblo español no se decidirá en
las urnas sino en la calle». Y los comunistas empujaban al
PSOE para que se decidiera a asaltar el frágil cascarón de
la democracia española para inclinar la balanza hacia el
lado soviético: «Bajo la bandera del gobierno obrero y
campesino —anunciaba el PC—, luchamos ligando
estrechamente la acción parlamentaria con la acción
extraparlamentaria, teniendo como norte el objetivo
fundamental de la lucha revolucionaria por el poder y la
instauración del gobierno obrero y campesino».
Este era el clima irrespirable que generaba la acción-
reacción de los movimientos revolucionarios y
contrarrevolucionarios. Todos los partidos preparaban sus
milicias paramilitares. Desde el comienzo mismo de la
proclamación de la República diversos grupos comenzaron
a conspirar contra ella. Primero fueron los monárquicos
nostálgicos sin ningún respaldo popular. Desde la quema de
las iglesias de mayo de 1931, los carlistas resurgieron y
soñaban con una nueva carlistada para continuar la última
de Carlos VII entre 1872-1876. Iban por libre.56 En 1932, el
general Sanjurjo hizo por su cuenta un pronunciamiento
militar que desde el primer minuto estaba condenado al
fracaso. Sanjurjo tenía simpatías por los carlistas, pues su
abuelo materno, José Sacanell, había sido general del
ejército carlista y su padre, Justo Sanjurjo, capitán de
caballería, había muerto en 1873 en un enfrentamiento en
las cercanías de Pamplona. Estos antecedentes familiares
sirvieron para suavizar las relaciones del carlismo con el
general Mola, que estuvieron a punto de fracasar en
vísperas del alzamiento. Por el otro lado, anarquistas y
socialistas, sobre todo estos últimos, se preparaban para la
revolución social en los mismos términos del Programa
Máximo de 1888, y surgen grupos propiamente fascistas
como la Falange y las Juntas Ofensivas Nacional-
Sindicalistas, con jóvenes dispuestos a todo.
56 La caída del último representante de la que para el carlismo era la
«dinastía usurpadora» no produjo ninguna lágrima en los círculos carlistas.
Incluso el monarca carlista en el exilio, don Jaime de Borbón, al proclamarse la
República el 14 de abril de 1931, reclamó a los gobernantes republicanos la
realización de un plebiscito sobre la forma de gobierno, así como la adopción
del sistema proporcional para la elección de los diputados. No solo no fue
escuchado, sino que la quema de iglesias y conventos un mes después le
devolvió a la realidad. La idea de un alzamiento contra la República fue una
iniciativa independiente del carlismo a partir de 1931, como si se tratara de la
cuarta carlistada en defensa de la religión, la patria y el rey legítimo. Solo tras
el asesinato de Calvo Sotelo, que tuvo lugar la noche del 13 de julio de 1936, el
carlismo se sumó prácticamente sin condiciones programáticas al alzamiento
militar. El ideario carlista era incompatible con el fascismo totalitario
inspirador de los 27 puntos de la Falange de José Antonio Primo de Rivera.

En esas condiciones, la inseguridad ciudadana aumentó


exponencialmente y las fuerzas del orden no conseguían
atajarla, cuando no participaban incluso en la perpetración
de crímenes de Estado. Este fue el caso del asesinato de
José Calvo Sotelo, líder de Renovación Española, asesinado
por una dotación de la Guardia de Asalto, de la que
formaron parte miembros de la escolta de Indalecio Prieto.
El clima de violencia subió de tono desde la revolución
socialista y separatista de octubre de 1934 y se agudizó con
la llegada al poder en febrero de 1936 del Frente Popular.
Únicamente diré, para terminar este epígrafe, que no es
cierto que el jefe de la sublevación contra el caos
republicano fue Francisco Franco. El director del
alzamiento era Emilio Mola, que había planeado un golpe
relámpago. Se trataba de caer sobre Madrid con la idea de
que su control hubiera permitido el triunfo rápido de la
sublevación. Franco vaciló e incluso comunicó a Mola que
finalmente no se desplazaría a Marruecos el 17 de julio,
como se había acordado, para sublevar al ejército de África
y pasar de inmediato a la península para caer sobre
Madrid. Unos días antes envió una extraña carta al
presidente del Consejo de Ministros, Casares Quiroga,
ofreciendo su colaboración para evitar la sublevación del
ejército, que no obtuvo respuesta. Solo el asesinato de
Calvo Sotelo le hizo cambiar de opinión. Pero en lugar de
presentarse en Marruecos el día 17 de julio llegó el 19,
cuando la Marina con base en Cartagena, fiel a la
República por haber eliminado la marinería a los mandos
sublevados, ya había bloqueado Ceuta y Melilla impidiendo
el traslado de las tropas del ejército de Marruecos a la
península, que no se pudo hacer hasta mediados del mes de
agosto. Por otra parte, cuando la columna del coronel
Yagüe se acercaba a Madrid, Franco ordenó que se
desviara a Toledo para liberar el Alcázar, donde el coronel
Moscardó resistía heroicamente. Después de conseguir
este objetivo, que dio gran popularidad a Franco en el
bando nacional, las tropas se dirigieron a la capital,
llegando hasta la Plaza de España. Pero al mismo tiempo
entraban por la carretera de Valencia las brigadas
internacionales (controladas por los comunistas soviéticos)
y el asalto a la capital quedó frenado en seco. El frente se
estabilizó en la Ciudad Universitaria, de donde no se movió
hasta el final de la guerra. La realidad es que Mola había
fracasado en su intento de dar un golpe relámpago.

La represión de los «demócratas»

El presidente del Consejo de Ministros, Santiago Casares


Quiroga, demostró una gran ineptitud en el manejo de la
situación desde que llegaron las primeras noticias sobre la
sublevación del ejército de África. Y cometió un error
garrafal. La mitad del ejército permanecía leal a la
República, pero los socialistas, comunistas y anarquistas
pidieron la entrega de armas al pueblo. El jefe del Gobierno
accedió a ello y esa misma noche estalló en Madrid y en
otros lugares de España la revolución social que con tanto
ardor defendían los dirigentes socialistas Largo Caballero y
Prieto. Y también, de forma inmediata, comenzó el terror
rojo, con la proliferación de las «checas» creadas por
milicianos, fundamentalmente del PSOE y en menor grado
por el PC, donde la justicia revolucionaria era dueña de
vidas y haciendas. La primera matanza se produjo en el
asalto al Cuartel de la Montaña el día 20 de julio. En la
zona nacional también comenzaron los juicios sumarísimos
y el asesinato de dirigentes de los movimientos
revolucionarios.
En ambos bandos, en los primeros meses de la guerra,
hubo brutales asesinatos, no solo por razones ideológicas
sino también sobre todo en las zonas rurales por rencillas
vecinales. Se dice que los crímenes se exacerbaron como
consecuencia de los bombardeos sobre la población civil.
Pero bombardeos hubo por ambas partes.
Hay una constante guerra de cifras. Se considera que
bajo la dirección de Santiago Carrillo hubo en el mes de
noviembre una saca de presos de la cárcel Modelo de
Madrid que supuso una matanza de al menos 2.500
personas (militares, curas, frailes y monjas, laicos, nobles y
burgueses y personas de toda condición intelectual y
profesional por el mero hecho de ser considerados «de
derechas») y en las checas se habrían producido 1.800
muertos, de modo que, en todo Madrid, según estudios
recientes, los asesinados no pasarían de 5.000. Si estas
cifras son ciertas, no se comprende que se atribuya al
ejército nacional la masacre en la plaza de toros de
Badajoz, la noche del 14 al 15 de agosto de 1936, de unas
4.000 personas, el diez por ciento de la población pacense,
al caer en manos de la columna mandada por el coronel
Juan Yagüe. Se habla de violaciones, saqueos y robos de
radios entre otras cosas de volumen, que no caben en la
mochila de un ejército que al día siguiente reanudó su
marcha hacia Madrid. Otras versiones más pintorescas,
como que se mataba a los prisioneros como si se tratara de
una lidia taurina ante la derecha badajocense, con sus
mujeres con mantilla española, se han calificado como
fantasiosas aun por historiadores que sostienen la
existencia de la gran matanza.
Lo cierto es que aparecieron grupos de matones en
ambos lados y la retaguardia se tiñó de sangre. La ley de la
memoria democrática ordena eliminar cualquier vestigio
del franquismo. Pero no es de recibo homenajear como
demócratas a quienes no lo fueron. Si alguien tenía razón
la perdió en esta macabra eliminación de todo aquel que se
consideraba enemigo.
Se dice que la represión en el bando republicano fue
obra de incontrolados y se alega una frase de Prieto
exhortando al cese de los asesinatos: «No imitéis esa
conducta, os lo ruego, os lo suplico. Ante la crueldad ajena,
la piedad vuestra; ante los excesos del enemigo, vuestra
benevolencia generosa». Pero en los mismos términos, se
expresa el Jefe Regional de la Comunión Carlista de
Navarra, Joaquín Baleztena, que al tener conocimiento de
los primeros desmanes emitió el siguiente comunicado: «A
los carlistas. Los carlistas, soldados, hijos, nietos y
biznietos de soldados, no ven enemigos más que en el
campo de batalla. Por consiguiente, ningún movilizado,
voluntario ni afiliado a nuestra inmortal Comunión, debe
ejercer actos de violencia y evitar que ante ellos se
cometan. Para nosotros no existen más actos de represalia
lícita que las que la Autoridad militar, siempre justa y
ponderada, se crea en el deber de ordenar». El 20 de
agosto de 1936 Mola, desde Burgos, se dirige al
comandante militar de Pamplona y prohíbe «en forma
terminante, que falangistas o fuerzas similares practiquen
detenciones y cometan actos de violencia que estoy
dispuesto a castigar severamente en juicio sumarísimo,
llegando incluso a la disolución de las agrupaciones que las
realicen». El 15 de septiembre, el gobernador civil ordena
a las organizaciones políticas que «no actúen por su cuenta
y recuerda a los alcaldes que solo pueden practicarse
detenciones por orden estricta de su autoridad». Y el
obispo de Pamplona, monseñor Olaechea, en una alocución
a las afiliadas de Acción Católica, decía en ese mismo mes
de septiembre: «No más sangre que la dictada por
tribunales de Justicia, serena, largamente pensada,
escrupulosamente discutida, clara, sin dudas, que jamás
será amarga fuente de remordimientos… No podemos ser
como ellos: hemos abrazado una ley… que mueran los
odios… Ni una gota de sangre de venganza». Por desgracia,
hubo en la retaguardia quienes desoyeron todas estas
exhortaciones.
Se pretende ahora que los desmanes del bando
republicano se perpetraron sin consentimiento de las
autoridades republicanas. Lo cierto es que el terror se
impuso desde el momento que se repartieron armas de
guerra entre los partidos revolucionarios contrarios a la
Constitución, que inmediatamente proclamaron la
«revolución social» y crearon las tristemente célebres
«checas», centros de detención, tortura e, incluso,
ejecución. No olvidemos que, tras la dimisión de Casares
Quiroga, fue nombrado presidente del Consejo de Ministros
Francisco Largo Caballero, el «Lenin español», que no
tenía un solo pelo de demócrata y sí era un convencido
revolucionario.
Son multitud los ejemplos que demuestran que en una
guerra civil no cabe la distinción entre buenos y malos. Ya
me he referido, en el bando republicano, a la matanza de
Paracuellos del Jarama que inevitablemente es un manchón
en la trayectoria de Santiago Carrillo. Pero hay otro terrible
episodio que responde a una premeditada labor de
exterminio de la Iglesia católica. Están constatados los
asesinatos de al menos 7.000 miembros de la Iglesia (13
obispos, 4.184 sacerdotes seculares, 2.365 frailes y 296
monjas.). Un exterminio en el que participaron socialistas,
comunistas, anarquistas e independentistas radicales de
izquierda. Para que no se me pueda acusar de parcialidad,
me limito a reproducir un Memorándum que en enero de
1937, tan solo seis meses después del comienzo de la
Guerra Civil, elevó al gobierno de Largo Caballero el
ministro sin cartera, Manuel de Irujo, diputado del Partido
Nacionalista Vasco, que había sido determinante para que
el nacionalismo vizcaíno —a diferencia del navarro y del
alavés— se mantuviera fiel a la República, a cambio de la
promulgación del estatuto de autonomía de 1933,
paralizado en su tramitación hasta el 1 de octubre de 1936.
Irujo Ollo fue ministro sin cartera desde septiembre de
1936 a mayo 1937, en los dos gobiernos de Largo
Caballero, y ministro de Justicia en el gabinete del
socialista Juan Negrín, del 17 de mayo al 11 de diciembre
de 1937. En una reunión del gobierno del Frente Popular
de la República celebrada en Valencia el 7 de enero de
1937, presentó el siguiente Memorándum sobre la
persecución religiosa:
La Constitución de la República proclama la libertad de conciencia y la de
cultos. La ley de congregaciones y confesiones regula su ejercicio y lo
ampara. La situación de hecho de la Iglesia, a partir de julio pasado, en todo
el territorio leal, excepto el vasco, es la siguiente:

a) Todos los altares, imágenes y objetos de culto, salvo muy contadas


excepciones, han sido destruidos, los más con vilipendio.
b) Todas las iglesias se han cerrado al culto, el cual ha quedado total y
absolutamente suspendido.
c) Una gran parte de los templos, en Cataluña con carácter de
normalidad, se incendiaron.
d) Los parques y organismos oficiales recibieron campanas, cálices,
custodias, candelabros y otros objetos de culto, los han fundido y aun se
han aprovechado para la guerra o para fines industriales sus materiales.
e) En las iglesias han sido instalados depósitos de todas clases,
mercados, garajes, cuadras, cuarteles, refugios y otros modos de
ocupación diversos llevando a cabo —los organismos oficiales que los han
ocupado— en su edificación obras de carácter permanente, instalaciones
de agua, cubiertas de azulejos para suelos y mostradores, puertas,
ventanas, básculas, firmes especiales para rodaje, rótulos insertos para
obras de fábrica y otras actividades.
f) Todos los conventos han sido desalojados y suspendida la vida
religiosa en los mismos. Sus edificios, objetos de culto y bienes de todas
clases fueron incendiados, saqueados, ocupados o derruidos.
g) Sacerdotes y religiosos han sido detenidos, sometidos a prisión y
fusilados sin formación de causa por miles, hechos que, si bien
amenguados, continúan aún, no tan solo en la población rural, donde se les
ha dado caza y muerte de modo salvaje, sino en las poblaciones. Madrid y
Barcelona y las restantes grandes ciudades suman por cientos los presos
en sus cárceles sin otra causa conocida que su carácter de sacerdote o
religioso.
h) Se ha llegado a la prohibición absoluta de retención privada de
imágenes y objetos de culto. La policía que practica registros domiciliarios,
buceando en el interior de las habitaciones, de vida íntima personal o
familiar, destruye con escarnio y violencia imágenes, estampas, libros
religiosos y cuanto con el culto se relacione o lo recuerda.57

57 Irujo estuvo exiliado hasta 1977. Regresó a España y fue senador


constituyente por Navarra al presentarse en coalición con el Partido Socialista
de Euskadi, que, en aquellos momentos, englobaba a Navarra. Murió el 1 de
enero de 1981.

El Memorándum habla por sí solo.

Una reflexión al inicio de la Transición

El 26 de febrero de 1976, en el Colegio Mayor Larraona de


Pamplona, en lo que fue mi primer acto político tras la
muerte del dictador, dije entre otras cosas lo siguiente:
Nuestra acción ha de ser democrática. Democracia es convivencia, diálogo,
respeto mutuo, participación popular, elecciones, sufragio universal. No es
violencia, coacción, insulto. En un clima de terror, de amenazas, de miedo no
es posible concebir la democracia. Democracia es aceptar el resultado de las
urnas, aunque se pierda. Y admitir al perdedor la libre expresión de sus
ideas, aunque se corra con ello el riesgo de que el poder vaya a sus manos,
si así lo quiere el pueblo en la siguiente consulta popular.
Para que la democracia en España sea factible es preciso restañar
definitivamente las heridas de la Guerra Civil. Yo tengo un profundo respeto
hacia cuantos de buena fe en uno u otro bando creyeron luchar por un
futuro mejor.
Pero a la vista de los horrores de aquella lucha entre hermanos el
corazón se estremece y solo quisiera que esa triste página de nuestra
historia nunca hubiera tenido lugar.
La amnistía debe ser el último acto de la gran tragedia, pero no puede
convertirse en el comienzo de una nueva etapa revanchista. Para que esto
sea así, resulta indispensable que el proceso democratizador no se
interrumpa, a pesar de los obstáculos que la intolerancia de los totalitarios
de la derecha y de la izquierda vayan poniendo en el camino. La legalización
de los partidos políticos y la convocatoria de elecciones libres no pueden
demorarse por más tiempo. El problema de las exclusiones no debe
preocupar demasiado, si nuestra Constitución se modifica con urgencia y en
profundidad para fijar las reglas del juego democrático. Los que no estén
dispuestos a practicar un juego limpio se excluirán automáticamente por
imperio de la ley.
Es cierto que resulta sarcástico oír hablar de democracia a determinadas
personas que formaron parte de la estructura política del régimen
franquista. Pero no resulta menos sarcástico escuchar solemnes
declaraciones democráticas en boca de los representantes de la izquierda
marxista, cuya última finalidad es la implantación de un modelo político
desgraciadamente experimentado en los países del Este, que se ven
obligados a soportar la dictadura totalitaria más represiva que conoce la
historia.
No son las generaciones traumatizadas por la Guerra Civil las que han de
traer la democracia a España. Ni tampoco los que metralleta en mano
pretenden ser intérpretes de la voluntad del pueblo.
La democracia ha de venir a España de la mano de la inmensa mayoría
del pueblo español que no tiene que reconciliarse con nada ni con nadie.
Estoy convencido de que cuando de verdad hablen las urnas se
demostrará que el país rechaza a cuantos pretenden conducirle por el
camino de la violencia y la anarquía. Se probará entonces que el pueblo
desea paz, orden, trabajo y libertad.
Y nacerá entonces una clase política responsable ante el pueblo y
dispuesta a conducirlo por la senda de la democracia, la justicia, la
solidaridad, la igualdad y la libertad. Esta es precisamente nuestra
exigencia, nuestro reto, el mejor legado que podemos dejar a nuestros hijos.

Me equivoqué en este último pronunciamiento.


El 14 de abril de 2021, el PSOE publicó un «Manifiesto»
del que reproduzco el último párrafo:
Al cumplirse 90 años de aquel 14 de abril de 1931, desde el PSOE
recordamos y rendimos homenaje a todos los hombres y mujeres socialistas
y a todas las personas antifascistas que impulsaron aquella democracia,
sufrieron por ello la represión franquista y hasta perdieron su propia vida
por defender la libertad. Con todos y todas ellas tenemos un deber de
memoria. Pero hoy, cuando gozamos de una democracia plena, hemos de
estar alerta ante el resurgimiento en España y en el mundo de movimientos
totalitarios y neofascistas que amenazan los avances logrados en la
convivencia de nuestras sociedades democráticas. Desde el PSOE
renovamos nuestro compromiso en términos de verdad, justicia y reparación
para que los hechos más dramáticos de nuestro pasado no vuelvan de
ningún modo a repetirse, un compromiso ético del «nunca más» para evitar
el retorno a tiempos oscuros de autoritarismo y fascismo.

Este es el relato que el PSOE pretende imponer de forma


autoritaria. No hay el menor atisbo de reconocimiento de
los propios errores. Sánchez debería meditar si dar entrada
en su gobierno a los comunistas o buscar el apoyo de los
revolucionarios independentistas no es la peor amenaza
para los avances logrados en la convivencia de nuestras
sociedades democráticas. ¿Acaso considera que es la mejor
forma de evitar el retorno a tiempos oscuros?
5. CATALUÑA

Bilateralidad encima de la mesa

El 15 de septiembre de 2021 protagonizó Sánchez en


Cataluña uno de los episodios donde se refleja hasta qué
punto es capaz de cruzar todos los límites constitucionales
con tal de mantenerse en La Moncloa. Hay imágenes de su
presencia en el Palacio de la Generalidad de Cataluña que
son más expresivas que mil palabras. El presidente catalán,
Pere Aragonés, quiso demostrar —y lo consiguió— que se
había abierto un proceso de negociación bilateral, de tú a
tú, con España para resolver el «conflicto político»
provocado por la cerrazón del Estado español a reconocer
el derecho de autodeterminación de Cataluña. A tal efecto,
recibió a Sánchez como si se tratara de un igual. El
presidente «español» se comportó como si lo fuera. Se
reunió mano a mano con Aragonés en un salón del Palau
donde las respectivas banderas se situaron junto al sillón
de cada uno de los presidentes, en plano de igualdad, como
si se tratara de dos países distintos. Y tampoco en la sala
donde se reunió la mesa bilateral se respetó la
preeminencia de la bandera de España. Todos los medios
asistieron al grotesco espectáculo de la retirada de la
enseña nacional por un funcionario de la Generalidad, a fin
de que cuando hiciera uso de la palabra el presidente
Aragonés, después de haberlo hecho Sánchez, solo ondeara
la señera. Todo esto supuso una vulneración de la ley de
1981 que regula su uso y ordena que la bandera de España
«deberá ondear en el exterior y ocupar el lugar preferente
en el interior de todos los edificios y establecimientos de la
Administración central, institucional, autonómica,
provincial o insular y municipal del Estado». Es insólito que
el protocolo de Moncloa estuviera de vacaciones.
Es posible que haya quien piense que todo esto carece de
significación porque lo realmente importante es el objeto
de la reunión y lo que en ella se trató. Pero las
declaraciones de Sánchez y Aragonés pusieron de
manifiesto que las posiciones están muy alejadas, que
ambas partes dijeron que se lo iban a tomar con calma.
Aragonés remarcó que se trata de una negociación en toda
regla para buscar una solución que necesariamente
supondrá una modificación o reforma de la Constitución. Y
la bilateralidad para tal menester es, en sí misma, otra
vulneración de la Carta Magna. Se pueden introducir
reformas, pero siempre cumpliendo el procedimiento
establecido. Por de pronto la iniciativa para una reforma
constitucional corresponde (artículo 87.1 de la Constitución
Española) al gobierno, al Congreso o al Senado, pero no
puede ser fruto de un acuerdo bilateral entre el gobierno
de la nación y un gobierno autonómico, como si se tratara
de un tratado internacional. Otra cosa son los acuerdos que
pueden adoptarse para el desarrollo de asuntos que están
dentro de las competencias de las instituciones de Cataluña
y que pudieran plasmarse en un proyecto de ley, siempre
en el marco de la Constitución.
No dudo de que en la mesa bilateral se trate de la
ampliación del aeropuerto de Barcelona o de otras
exigencias de índole económica o social. Pero bien sabemos
que el auténtico objeto de las negociaciones es la exigencia
de amnistía de todos los condenados con motivo del procés
o que todavía no lo han sido, pues la persecución no cesa y,
sobre todo, el reconocimiento de la existencia de un
«conflicto político» entre Cataluña y el Estado español, algo
que Pedro Sánchez no ha dudado en aceptar sin tener en
cuenta que sus interlocutores solo quieren que el Estado
español reconozca el derecho a la autodeterminación de
Cataluña y se fije la fecha de celebración de un referéndum
decisorio sobre la independencia, con reconocimiento
internacional.
Este proceder no es nada nuevo. Lo hizo Escocia y lo va a
volver a hacer.58 Hay otra frase de Aragonés que sintetiza la
euforia contenida del independentismo de izquierdas:
«Hemos conseguido sentar al Estado en una mesa de
negociación».
58 Cataluña nunca fue un reino independiente, a diferencia de Escocia. En
1707 se firmó el Acta de Unión con el reino de Inglaterra, que fue negociada
por representantes de ambos reinos y refrendada por sus respectivos
parlamentos. El tratado era beneficioso para Escocia, que sin perder su
personalidad tendría los mismos derechos que los ingleses en todos los
territorios pertenecientes al naciente Imperio británico. Las tornas han
cambiado y hoy parece existir una opinión favorable a la disolución de la unión,
que está en contra de la permanencia en el Reino Unido entre otras razones
por haber tomado unilateralmente la decisión de separarse de la Unión
Europea. Los monarcas ingleses son también reyes de Escocia. En 2014 se
celebró un referéndum de disolución de la unión en los términos pactados por
los gobiernos de Londres y de Edimburgo. Ganaron los noes por 55,3 frente al
44,7 por ciento. Es bien sabido que una vez celebrado el primer referéndum de
autodeterminación, aunque la opción independentista sea rechazada, no por
ello se ha resuelto la cuestión, pues los independentistas pronto reclamarán la
celebración de un nuevo referéndum. Ahora bien, si los síes se imponen a los
noes, en tal caso ya no hay más referendos. Ni tampoco lo habrá si el gobierno
de Londres no acepta su convocatoria y no parece dispuesto a ello. Por último,
hay que destacar que Cataluña tiene un nivel de autogobierno notablemente
superior al escocés.

El presidente Sánchez reconoció que «seguimos


manteniendo posiciones políticas que están muy alejadas…
Pero también hemos coincidido en que la mesa del diálogo
es el mejor camino para avanzar y para acercar posiciones
y, en consecuencia, encontrar soluciones acordadas». Los
problemas de Cataluña no empezaron ayer ni se van a
resolver mañana, «precisamente por ello hemos coincidido
en trabajar sin prisa, pero sin pausa y sin plazos».
Y a continuación hizo —y lo repitió dos veces— su
habitual descarga de responsabilidades: «Se trata de un
problema larvado en la última década y lo más importante
ahora es avanzar sin poner fechas a la resolución de este
conflicto». Es decir, el conflicto existe y se larva durante los
gobiernos de Rajoy. Y esa afirmación, radicalmente falsa, se
remata con una medalla que se pone el propio Sánchez:
«Todos somos conscientes de que el clima político y social
en Cataluña es mucho mejor hoy que hace un año».
Hace una recomendación a Aragonés: «He trasladado al
presidente de la Generalidad de Cataluña, que cuente con
la opinión de todos los catalanes y no solamente con una
parte de ellos. Creo que el diálogo entre catalanes también
es impostergable».
Sánchez se erige en representante de la sociedad
española cuando dice que hay «tres elementos que unen
hoy al conjunto de la ciudadanía catalana y al conjunto de
la ciudadanía española, con independencia de dónde vivan
y cuál sea su orientación ideológica: la primera, la
superación de la pandemia; la segunda, la recuperación
económica y que esta recuperación sea justa, y la tercera,
la gran oportunidad que nos ofrecen los fondos europeos
para modernizar nuestra economía y, en consecuencia,
ganar el futuro».
Consejos vendo que para mí no tengo. Si Aragonés debe
contar con la opinión de los catalanes que son y se sienten
españoles, ¿ha contado con la opinión de la ciudadanía
española que discrepa, en Cataluña o fuera de ella, de las
cesiones de Sánchez al independentismo?
En otros foros, Sánchez ha manifestado que no aceptará
la autodeterminación ni se adoptará ninguna solución que
no cuente con el respaldo de todos los españoles. Es decir,
rechaza la posibilidad de un referéndum «catalán» y, en
todo caso, habría de ser, si lo hubiera, un referéndum de
toda España.
Está dispuesto a negociar con la Generalidad de
Cataluña sobre asuntos que afectan a la Constitución y a
todos los españoles. No ha consultado con nadie, más que
consigo mismo, aunque ya sabemos que se quedó
encandilado con la concepción sobre el conflicto de Miquel
Iceta, defenestrado —voluntariamente— como secretario
general del PSC en octubre de 2021, y al que Sánchez
nombró en enero de 2021 ministro de Política Territorial y
Función Pública para destituirlo seis meses después,
encomendándole el Ministerio de Cultura y Deporte, si bien
en un ejercicio autocrático del Poder Ejecutivo ha vuelto a
incorporarlo a la mesa bilateral. Al frente del Ministerio de
Política Territorial puso el 12 de julio de 2021 a Isabel
Rodríguez García, con larga trayectoria parlamentaria,
pero a la que no se conoce al menos por el momento un
especial conocimiento como jurista que le permita afrontar
los problemas estructurales y competenciales del Estado de
las autonomías. Tampoco consta si posee un conocimiento
profundo de la sociedad catalana, ni de su evolución
autonómica ni de la abundante jurisprudencia
constitucional. Al menos el ministro Iceta, aunque no tiene
formación jurídica, sí conoce la realidad catalana y la
praxis de su autogobierno. Pero todo ello no fue obstáculo
para que Sánchez la nombrara portavoz del Gobierno.
Todo induce a pensar que la mesa de negociación
trabajará con discreción e incluso podría hacerlo en secreto
por razones de conveniencia política de ambas partes.
Sánchez necesitaba el apoyo de Esquerra Republicana de
Cataluña (ERC) para aprobar los Presupuestos Generales y
terminar la legislatura sin que el problema de Cataluña
pasara a convertirse en una de las preocupaciones
prioritarias de la ciudadanía española. ERC, a su vez,
podría necesitar al PSC para lo mismo y necesita un clima
de tranquilidad que le permita rentabilizar las ayudas
europeas y estatales para que Cataluña «vuelva a ser» el
motor económico de España, que en estos momentos es
Madrid. Sánchez, a tal efecto, se propone desarrollar la
«Agenda para el Reencuentro», dando satisfacción a
propuestas que los gobiernos de la Generalidad han venido
planteando al gobierno central sin haber recibido
respuesta. Tampoco hasta el momento sabe nadie cuál es el
cuaderno de agravios del Gobierno de la Generalidad con
independencia de los objetivos para los que realmente se
ha creado la mesa bilateral.
Lo que habrá que tener muy en cuenta es que la
presencia del ministro Iceta significa que Sánchez está
dispuesto a discutir con Aragonés la «Declaración de
Barcelona» cuyo lema es «Por el catalanismo y la España
federal» y que refleja el acuerdo alcanzado entre la
Comisión Ejecutiva Federal del PSOE y la Comisión
Ejecutiva del PSC el 14 de julio de 2017. Un acuerdo que a
su vez es complementario de la «Declaración de Granada»,
en la que el 6 de julio de 2013, siendo José Antonio Griñán
presidente del partido y Alfredo Pérez Rubalcaba secretario
general del PSOE, se propone «Un nuevo Pacto Territorial:
la España de todos».
El Congreso de Valencia, de los días 15, 16 y 17 de
octubre de 2021, además de la aclamación por papeleta de
Pedro Sánchez, al que se le ha transferido todo el poder del
partido, en su ponencia marco ha apuntado con timidez la
concepción federal del Estado, si bien en el terreno
organizativo se ha dado un paso muy importante al crear la
figura del «secretario de Reforma Constitucional y Nuevos
Derechos», que ha encomendado a Félix Bolaños, ministro
de la Presidencia, Relaciones con las Cortes y Memoria
Democrática. Se interpreta que será Bolaños el encargado
de aunar el esfuerzo de gobierno y partido para promover
una reforma en línea con el planteamiento federal inserto
en la Declaración de Barcelona de 2017.

En el principio estuvo Rodríguez Zapatero

Como ya he dicho, una de las falacias de Sánchez fue decir


que el «conflicto» catalán se había «larvado» hacía una
década. De nuevo demuestra o su manifiesta capacidad de
manipulación o su gran ignorancia. Todo empezó en la
primavera de 2003. Por aquel entonces, Convergència i
Unió y el PSOE habían presentado en el Parlamento
Catalán sendas propuestas sobre el estatus de Cataluña, a
las que no se había prestado gran atención en los cenáculos
madrileños. El título de la propuesta de CiU era
suficientemente expresivo: «Bases para un Nuevo Estatuto
nacional de Autonomía de Cataluña», También el PSC había
presentado las bases de un nuevo estatuto, basado en el
«federalismo asimétrico». El debate de las propuestas se
hallaba postergado hasta después de las elecciones
autonómicas que estaban fijadas para el 16 de noviembre
de aquel año. El 13 de noviembre, vísperas electorales,
Zapatero viajó a Barcelona para respaldar a Pasqual
Maragall que se enfrentaba a Jordi Pujol. En un mitin que
tuvo lugar en el Palau de Sant Jordi, ante un auditorio de
veinte mil personas, Zapatero hizo una promesa
oportunista e irresponsable, pero que daría un duro golpe a
la estabilidad política de España: «Apoyaré la reforma del
estatuto que apruebe el parlamento catalán».
Tras estudiar las propuestas de CiU y del PSE-PSOE,
cuando todavía no se habían debatido en el Parlamento de
Cataluña antes de elevar el proyecto a la Comisión
Constitucional del Congreso, porque como acabo de decir
estaban hibernadas hasta después de las elecciones
autonómicas catalanas del 16 de noviembre de 2003,
publiqué un libro titulado Jaque a la Constitución.
Reproduzco el final del libro:
Es hora de poner punto final a estas reflexiones de un español navarro o de
un navarro español que ama a Cataluña y que no comprende qué ha sido del
tradicional seny catalán. En Navarra estamos acostumbrados a soportar el
desafío permanente del nacionalismo vasco. Hubo un tiempo en que sus
propuestas se presentaban como la única manera de acabar con el
terrorismo de ETA (…).
A diferencia de lo ocurrido en el País Vasco, durante estos últimos
veinticinco años, Cataluña ha aparecido a los ojos de los españoles como un
oasis de buen sentido, de lealtad constitucional, de eficacia a la hora de
ejercer el autogobierno, de pujanza económica y de solidaridad con todos los
pueblos de España. Por eso, no se entiende bien esta nueva deriva
nacionalista. ¿Por qué quieren echar por la borda todo lo conseguido? ¿Hay
alguna razón para poner en peligro, desde Cataluña, la convivencia
democrática y la pujanza política y económica de España, que guste o no ha
conseguido salir del rincón de la historia? (…).
Espero que finalmente prevalezca la cordura y los españoles, incluidos
catalanes y vascos, no tengamos nunca que lamentar este jaque a la
Constitución lanzado desde las filas nacionalistas con la absurda
cooperación del socialismo catalán. En cualquier caso, debemos confiar en
la fortaleza de nuestra democracia y en la solidez de nuestras instituciones
para garantizar la unidad constitucional de España (…).
A la vista de lo que está por venir, presiento que Cataluña lleva camino
de convertirse en un nuevo problema. Durante los primeros años de la
Transición a la democracia, las ciudades catalanas fueron testigos de
manifestaciones gigantescas en reivindicación de «libertad, amnistía y
estatuto de autonomía». El restablecimiento de la Generalidad en la figura
de Josep Tarradellas provocó el delirio de la población catalana. En esta
ocasión, las masas no se han lanzado a la calle ni para defender el
soberanismo de Convergencia ni el federalismo asimétrico de Maragall.
Nadie pierde el sueño en Cataluña por la reforma del estatuto. Estamos tan
solo ante un juego de esgrima de los políticos. Sin embargo, en los juegos
peligrosos puede pasar cualquier cosa. Y si Dios no lo remedia, la vida
catalana está a punto de una radicalización sin precedentes por causa de la
irresponsabilidad de alguno de sus políticos. Y lo que es malo para Cataluña
también lo es para el conjunto de España. No, como advirtió Pujol [en el
debate de la Constitución], no podemos permitirnos un nuevo fracaso.59

59 Lamento haber sido profético. El entonces secretario general del PP,


Mariano Rajoy, me presentó el libro en un acto bastante concurrido en el Hotel
Palace de Madrid, que tuvo lugar el 1 de octubre de 2003. Reproduzco
literalmente su intervención: «Quiero concluir que yo formo parte de los que
siguen apostando por la Constitución y por los estatutos, de los que creen que
nadie unilateralmente puede romper lo que todos los españoles como poder
constituyente nos dimos un día y haré todo lo posible por defender este marco
de convivencia desde la propia Constitución y el Estado de Derecho que ella
misma avala». No imaginaba el futuro presidente del Gobierno que catorce
años después tendría ocasión de demostrar la defensa de la unidad de España
desde la propia Constitución y el estado de Derecho.

Maragall ganó las elecciones, pero lejos de la mayoría


absoluta. Consiguió gobernar gracias a ERC, cuyo líder
Carod Rovira sería el vicepresidente de la Generalidad. En
el seno de la cámara catalana se debatió y aprobó el 29 de
agosto de 2005, con el apoyo del 90 por ciento de los
diputados, la propuesta de nuevo Estatuto. Votaron a favor
CiU, PSC, ERC e ICV-EUiA. El PP lo hizo en contra.
Una delegación del Parlamento de Cataluña negoció el
texto definitivo con la Comisión Constitucional del
Congreso de los Diputados, cuyo dictamen se aprobó el 21
de marzo de 2006. Sin embargo, la Delegación y la propia
Comisión se limitaron a modificar el texto con arreglo a los
acuerdos alcanzados en Moncloa entre el presidente
Zapatero y Artur Mas, de Convergència i Unió. Tales
acuerdos no eran modificaciones sustanciales, sino un
maquillaje para tratar de disimular las graves grietas que
se abrían en el edificio constitucional. El 21 de marzo de
2006 la Comisión aprobó por 22 votos a favor y 17 en
contra el proyecto de nuevo estatuto. La Delegación
catalana por 28 votos a favor y 10 en contra. Estos últimos
ponían de manifiesto el gran enfado de Carod Rovira de
ERC por no ser suficientemente separatista lo aprobado.
El pleno del Congreso celebrado el 30 de marzo de 2006
aprobó el dictamen de la Comisión por 189 votos a favor
(PSOE, CiU, PNV, BNG y Coalición Canaria) y 154 en contra
(PP, ERC y Eusko Alkartasuna). Hubo dos abstenciones
(CHA-Chunta Aragonesista y Nafarroa Bai, conglomerado
que agrupaba a Aralar-izquierda independentista vasca,
PNV, EA, Batzarre e independientes). En el Senado, en la
sesión de 10 de mayo de 2006, los 128 votos del PP a punto
estuvieron de hacer naufragar el proyecto. Para evitarlo los
cuatro senadores de ERC se vieron en la precisión de
abstenerse. Los 128 restantes (PSOE, PSC, ICV, PNV, CiU,
CC, BNG e IU) votaron «sí».
Sometido el proyecto aprobado por las Cortes a
referéndum del pueblo de Cataluña el 18 de junio de 2006,
con una participación del 49,1 por ciento del electorado,
inferior por tanto a la mayoría absoluta del censo electoral,
el 73,9 por ciento de los votantes respaldó el estatuto. Eso
quiere decir que no alcanzó la mayoría del censo electoral,
a diferencia de la Constitución que recibió el 91,1 por
ciento de los votos emitidos con una participación del 67
por ciento, similar a la media nacional.60
60 En Barcelona votó el 67 por ciento del censo alcanzando el 91 por ciento
los votos a favor; en Tarragona votó el 67 con un 91; en Lérida el 67 del censo y
el 91,7 a favor y Gerona batió el récord de participación con el 73,3 por ciento
del censo, de los que votaron a favor el 90,4 por ciento.

El PSC del presidente de la Generalidad, Pasqual


Maragall, pidió el «sí». Lo mismo hizo Artur Mas,
presidente de Convergència i Unió. Sin embargo, el bloque
nacionalista catalán se dividió. Los eurocomunistas de
Iniciativa por Cataluña Verds-Esquerra Unida, liderados
por Joan Saura, también votaron «sí». En cambio, pidió el
«no» Esquerra Republicana, presidida por Josep-Lluís
Carod Rovira, vicepresidente del Gobierno de la
Generalidad. Por razones radicalmente contrarias el
Partido Popular, con Josep Piqué a la cabeza, votó «no».
Finalmente, el rey Juan Carlos promulgó el estatuto
mediante la Ley Orgánica 6/2006, de 19 de julio, de
reforma del Estatuto de Autonomía de Cataluña. Los dos
párrafos finales del preámbulo, al que me referiré más
adelante, dicen así:
El Parlamento de Cataluña, recogiendo el sentimiento y la voluntad de la
ciudadanía de Cataluña, ha definido de forma ampliamente mayoritaria a
Cataluña como nación. La Constitución Española, en su artículo segundo,
reconoce la realidad nacional de Cataluña como nacionalidad.
En ejercicio del derecho inalienable de Cataluña al autogobierno, los
Parlamentarios catalanes proponen, la Comisión Constitucional del
Congreso de los Diputados acuerda, las Cortes Generales aprueban y el
pueblo de Cataluña ratifica el presente Estatuto.

A pesar del retoque estético que pactó con Zapatero,


Arturo Mas se mostraba exultante. El nuevo estatuto
reconoce, por vez primera en la historia, que Cataluña es
una nación. Lo hace en el preámbulo donde, por cierto, no
hay ni una sola línea de recuerdo a su contribución
histórica a la conformación de España ni al papel
desempeñado por el Estado español y el resto de los
españoles en la consecución del actual nivel de
autogobierno, progreso y bienestar de la comunidad
catalana. El preámbulo carece de valor normativo, dicen los
defensores de la fórmula pactada entre el presidente del
Gobierno y el líder de Convergència i Unió, y además no
contiene más que un mero relato histórico. Sería cierto si
se hubiera limitado a constatar que el Parlamento de
Cataluña a finales de los años ochenta definió «de forma
ampliamente mayoritaria» a Cataluña como nación, aunque
no se ajuste a la verdad histórica que tal decisión se
hubiera hecho «recogiendo el sentimiento y la voluntad de
la ciudadanía de Cataluña».
Pero ocurre que, para armonizar las exigencias catalanas
e intentar acomodarlas a la Constitución, en el contubernio
Zapatero-Mas celebrado en La Moncloa se introdujo la
siguiente precisión: «La Constitución española, en su
artículo segundo, reconoce la realidad nacional de
Cataluña como una nacionalidad». Y esto supone una
interpretación falsa del propio artículo que invoca, pues
solo admite la existencia de nacionalidades cuyo único
derecho es el de convertirse en comunidad autónoma. Y,
además, si el artículo 2 de la Constitución equiparase
nacionalidad con nación, dado que no se exige ningún
requisito de carácter objetivo, bastaría con una
manifestación de voluntad en tal sentido expresada en un
estatuto de autonomía para concluir que es una nación. De
modo que España, en el momento actual y por haberse
definido como nacionalidad en sus respectivos estatutos,
tendría siete naciones (País Vasco, Galicia, Andalucía,
Aragón, Baleares, Comunidad Valenciana y Canarias). El
resto son regiones, salvo la Comunidad Foral de Navarra,
que tiene un estatus especial, y las ciudades autónomas de
Ceuta y Melilla.
Volviendo al caso de Cataluña, si a todo esto se añade
que el estatuto regula los «símbolos nacionales» de
Cataluña en función de su condición de nacionalidad, es
evidente que Zapatero consintió la conversión en nación
del histórico condado de Barcelona o principado de
Cataluña —nunca fue reino de por sí—, integrándolo como
tal en el derecho español. Se legitima así a las instituciones
catalanas, no para sentirse nación, sino para «ser nación».
Todo esto retuerce el artículo 2 de la Constitución, que
proclama que la unidad de la nación española es el
fundamento de la misma, sin contar con el pueblo español
titular único de la soberanía nacional. En definitiva, un
estatuto de autonomía fue el instrumento utilizado para
reformar la Constitución sin cumplir con lo dispuesto en su
título X.
El nuevo estatuto catalán aprobado en 2006 transforma
la comunidad autónoma en un auténtico Estado, pues son
de tal calado las competencias que se le atribuyen que su
aplicación práctica ha sido que el Estado español deje de
tener presencia directa en Cataluña. Establece su artículo
tercero que las relaciones con el Estado «se rigen por el
principio general según el cual la Generalitat es Estado».
Pero es este un brindis al sol, porque en realidad lo que se
configura es «otro» Estado. Como vimos en el capítulo
anterior, en 1934 (también esto es memoria histórica),
violando el principio de lealtad a la República, el presidente
Companys proclamó el Estat Catalá, disuelto pocas horas
después por la oportuna intervención de un par de
compañías del ejército. En esta ocasión, el honorable
Pasqual Maragall no necesitó salir al balcón del Palau de la
Plaza de Sant Jaume para hacer tan inconstitucional
declaración. Le bastó con esperar a que fuera el Boletín
Oficial del Estado el que certificara la proclamación de
Cataluña como nación y la conversión de la Generalidad de
facto en el Estat Catalá.
Resulta significativo que en el proyecto de estatuto no se
haga ninguna referencia al delegado del Gobierno en
Cataluña, al que —conforme a lo dispuesto en la
Constitución— corresponde la dirección de la
Administración del Estado y la coordinación, cuando
proceda, con la Administración propia de la comunidad
autónoma. Es posible que no tendrán más remedio que
mantener esta figura, porque es la propia Constitución en
su artículo 154 la que establece que habrá en cada
comunidad autónoma un delegado del Gobierno, que
dirigirá la Administración del Estado y la coordinará con la
de la comunidad de que se trate. Ahora bien, si Sánchez
busca el procedimiento —por ejemplo, controlando el
Tribunal Constitucional— para otorgar a Cataluña las
facultades y competencias que aquel declaró
inconstitucionales o definió en qué supuestos su ejecución
podría vulnerar la Constitución, el delegado del Gobierno
central nada tendría que dirigir ni coordinar, por lo que no
pasaría de ser el «embajador» del Estado en Cataluña.
A pesar de algunas cautelas o limitaciones introducidas
en el trámite de la ponencia, también la actual regulación
del principio de bilateralidad será fuente de grandes
conflictos. No olvidemos que, para los redactores del
estatuto, la bilateralidad se concibe como el derecho de
Cataluña a tratar de tú a tú con la representación de un
Estado que se niega a reconocer su soberanía. El estatuto
vigente prevé la existencia de una «Comisión Bilateral
Generalitat-Estado». Constituye «el marco general y
permanente de relación entre los gobiernos de la
Generalitat y el Estado» en las materias que se definen en
el estatuto. Sin embargo, la mesa bilateral fruto del
acuerdo Sánchez-Aragonés no es la Comisión Bilateral
prevista en el estatuto, que no puede de ninguna manera
tratar sobre el conflicto político ni negociar sobre el
reconocimiento del derecho de Cataluña a la independencia
y la celebración de un referéndum decisorio de
autodeterminación.
El estatuto prevé la posibilidad de su reforma, pero una
cosa es reformar o modificar una norma que se inserta en
el ordenamiento jurídico del Estado español y otra
proceder a la ruptura de la unidad nacional, indisoluble e
indivisible, que es el fundamento mismo de la propia
Constitución. Siendo esto así, no se entiende cómo el
presidente Sánchez está dispuesto a negociar sobre el
conflicto político que, desde el punto de vista del
independentismo catalán, solo puede resolverse mediante
el reconocimiento del derecho a la separación de España.
Podría, eso sí, promover una reforma del artículo segundo
de la Constitución que permitiera la ruptura de la unidad
nacional, pero para ello tendría que someterse a las normas
de reforma total o parcial previstas en título X de aquella.
El proyecto pactado con la Generalidad debería ser
aprobado por mayoría de dos tercios del Congreso y del
Senado. A continuación, se disolverían las Cortes y se
celebrarían nuevas elecciones. Si las nuevas Cortes
aprueban por mayoría de dos tercios en cada una de las
cámaras la reforma aprobada en las anteriores, esta
tendría que ser sometida a referéndum del conjunto del
pueblo español.
De acuerdo con lo dispuesto en la Constitución, el
estatuto aprobado por las Cortes fue sometido a
referéndum del pueblo de Cataluña, sin que hubiera
todavía pasado por el cedazo del Tribunal Constitucional.
Es este uno de los errores de la Constitución, que no se
supo prever en su día. Lo procedente sería someter a
refrendo popular el texto definitivo tras el veredicto del
Tribunal Constitucional, de modo que el referéndum fuera
la última palabra. El hecho de que el Tribunal declarara
inconstitucional alguno de los preceptos del estatuto que
había sido refrendado por el pueblo permite sostener al
independentismo catalán que no se ha respetado la
voluntad popular.
De todas formas, en el caso del estatuto de 2006 el
referéndum puso de manifiesto un importante déficit
democrático puesto que en el referéndum del 18 de junio
de aquel año la participación no superó la mayoría del
censo electoral. Votó el 48,85 por ciento del censo. Los
votos afirmativos fueron el 73,93 por ciento, que
representaban el 35,77 del censo electoral. Los votos en
contra fueron el 20,76 y los votos en blanco ascendieron al
5,34 por ciento de los votantes. En consecuencia, no se
puede sostener que el estatuto representaba la voluntad de
la mayoría del pueblo catalán. En el referéndum de la
Constitución el porcentaje de votos afirmativos en Cataluña
representó el 61,43 por ciento del censo electoral. Los
votos afirmativos fueron el 90,5. Y en el referéndum sobre
el primer estatuto de autonomía celebrado el 25 de octubre
de 1979, la participación fue del 59,6 por ciento. Los votos
a favor representaron el 88,1 de los votantes que a su vez
suponían el 52,63 por ciento del censo electoral.
A la vista de estos resultados, es indiscutible que la
Constitución es la norma jurídica que, hoy por hoy, posee
en Cataluña el mayor grado de legitimidad democrática en
función del apoyo popular en todas las consultas que se han
sometido a la libre decisión de sus ciudadanos. Gracias a la
Constitución se restablecieron las antiguas instituciones
adaptadas a las exigencias de nuestro tiempo democrático,
para ejercer, sin intervención alguna del conde de
Barcelona, es decir, del rey común primero de la Corona de
Aragón y después con toda España, un formidable haz de
funciones legislativas y ejecutivas en casi todas las
materias de la Administración Pública.61 No tenemos en
cuenta los resultados del referéndum ilegal convocado por
el gobierno de Carles Puigdemont para el 1 de octubre de
2017 porque careció de las mínimas garantías
democráticas para ejercer la libre emisión del voto y el
control de la veracidad del recuento.
61 Cada año se conmemora la caída de Barcelona frente a las tropas de
Felipe V, el primer Borbón, que tuvo lugar el 11 de septiembre de 1714. Las
autoridades catalanas desfilan ese día (Diada), convertido en «fiesta nacional»
de Cataluña, ante el monumento a Rafael Casanova, conseller en cap de la
ciudad, gobernador y máxima autoridad militar. Como siempre ocurre,
historiadores catalanistas han manipulado la proclama presentándola como el
último acto de defensa de la independencia de Cataluña. El documento original
lo publicó Mateo Bruguera, en el tomo segundo de su Historia del memorable
sitio de Barcelona. En la proclama se da cuenta a los barceloneses de que la
situación es desesperada y se fa també á saber, que essent la esclavitud certa y
forsosa, en obligació de sos empleos, explican, declaran y protestan als
presents, y donan testimoni als veniders, de que han executat las últimes
exhortacions y esforsos, protestant de tots los mals, ruinas y desolacions que
sobrevingnen á nostra comuna y afligida patria, y extermini de tots los honors y
privilegis, quedant esclaus ab los demés enganyats espanyols y tots en
esclavitud del domini francès; pero com tot se confía, que tots com verdaders
fills de la patria, amants de la llibertat, acudirán als llochs senyalats, á fi de
derramar gloriosament sa sanch y vida, per son Rey, per son honor, per la
patria y per la llibertat de tota Espanya… [«Se hace también saber, que siendo
la esclavitud cierta y forzosa, en obligación de sus empleos, explican, declaran
y protestan los presentes, y dan testimonio a los venideros, de que han
ejecutado las últimas exhortaciones y esfuerzos, protestando de todos los
males, ruinas y desolaciones que sobrevengan a nuestra común y afligida
patria, y exterminio de todos los honores y privilegios, quedando esclavo con
los demás engañados españoles y todos en esclavitud del dominio francés; pero
con todo se confía que todos como verdaderos hijos de la patria, amantes de la
libertad, acudirán a lugares señalados, a fin de derramar gloriosamente su
sangre y vida, por su rey, por su honor, por la patria y por la libertad de toda
España…»]. Los independentistas, maestros en la manipulación de la historia,
ocultan los hechos que prueban que no hay ninguna incompatibilidad entre
amar a Cataluña y amar a España. Pero con Casanova han hecho el prodigio de
sacarlo del olvido y convertirlo en el héroe de la independencia de Cataluña, al
que rinden homenaje todos los años el 11 de septiembre. (Coroleu, José y Pella
y Forgtas, José, Los fueros de Cataluña, Barcelona, 1878, p. 689).

Son muchos los catalanes que sufren en silencio la


aplicación de una inexistente pero real ley mordaza por los
independentistas que forman parte de la izquierda
revolucionaria, se ven obligados a aceptar la imposición
lingüística en la enseñanza, donde cientos de profesores
actúan como auténticos agentes del separatismo catalán, o
ven cómo la televisión catalana no solo no se recata en
constituir un instrumento de propaganda separatista sino
que tiene programas donde se mofa de España o denigra
todo lo español.
Hay un párrafo del estatuto de 2006 que, aunque
contiene pronunciamientos inconstitucionales, refleja una
realidad muy diferente a la que se transmite a la sociedad
catalana, pues, aunque es cierto que la Constitución no
ampara que el autogobierno de Cataluña se fundamente en
unos supuestos derechos históricos del pueblo catalán, no
es menos cierto que en dicho párrafo se afirma
taxativamente que «el autogobierno de Cataluña se
fundamenta en la Constitución» y se afirma que «Cataluña
quiere desarrollar su personalidad política en el marco de
un Estado que reconoce y respeta la diversidad de
identidades de los pueblos de España», lo que quiere decir
que el pueblo catalán es uno de esos pueblos que forman
parte inseparable de la nación española en cuya ley
fundamental se fundamenta su autogobierno. Una
Constitución en cuyo preámbulo se afirma que «deseando
establecer la justicia, la libertad y la seguridad y promover
el bien de cuantos la integran, en uso de su soberanía,
proclama su voluntad, entre otros objetivos, de proteger a
todos los españoles y los pueblos de España en el ejercicio
de los derechos humanos, sus culturas y tradiciones,
lenguas e instituciones».
Nada de esto se estudia en los centros educativos de
Cataluña, a pesar de que figure en el preámbulo del
estatuto de 2006.
La Constitución no es un tótem sagrado ante el que
hayan de postrarse las tribus españolas. Pero si fue hecha
por todos y para todos será preciso el concurso de todos
para alterar el pacto constitucional. La propuesta del
Parlamento de Cataluña, al igual que el Plan Ibarreche,
estaba condenada al fracaso. No se puede pretender que
las Cortes españolas se hagan el haraquiri para entrar en
un nuevo proceso constituyente, aunque desde el acceso de
Sánchez al poder hay miembros de su gobierno, el sector
de Podemos e Izquierda Unida, dispuestos a hacer tabla
rasa de lo que llaman «el régimen del 78». Y el pueblo
español, no se olvide, hoy por hoy es el único titular de la
soberanía nacional y el único que puede autodestruir la
nación en la que conviven los diversos pueblos que la
componen.
El Partido Popular interpuso recurso de
inconstitucionalidad ante el Tribunal Constitucional, algo
que enfureció tanto a sus mentores como a quienes habían
apoyado su texto. Como es habitual, y más en un asunto en
el que hubo presiones de todo tipo, el encargado de velar
por la constitucionalidad de las leyes tardó cuatro largos
años en tomar una decisión.
Socialistas y nacionalistas acusaron al PP de no respetar
la voluntad popular que había refrendado el texto aprobado
por las Cortes. Unos y otros jugaron a ver quién era más
catalanista. El presidente socialista de la Generalidad, José
Montilla, ante la perspectiva de que el alto Tribunal
pudiera declarar la inconstitucionalidad de alguno de sus
preceptos, llegó a proclamar que Cataluña «es una patria
dispuesta a rebelarse cuando se la niega». Y lo dijo en el
acto conmemorativo del 650 aniversario de la creación de
la Generalidad. Las presiones sobre el Tribunal se
incrementaron conforme se filtraban noticias sobre la
posibilidad de que se declararan inconstitucionales alguno
de los preceptos del nuevo estatuto.

«La dignidad de Cataluña»

El 26 de noviembre de 2009 se publicó un insólito editorial


titulado «La dignidad de Cataluña» firmado conjuntamente
por los directores de todos los periódicos catalanes, que
demostraron la fidelidad al pensamiento único que a la
postre impone el nacionalismo. Reproduzco dos de los
párrafos más significativos, que hablan por sí solos:
La definición de Catalunya como nación en el preámbulo del Estatut, con la
consiguiente emanación de «símbolos nacionales» (¿acaso no reconoce la
Constitución, en su artículo 2, una España integrada por regiones y
nacionalidades?); el derecho y el deber de conocer la lengua catalana; la
articulación del Poder Judicial en Catalunya, y las relaciones entre el Estado
y la Generalitat son, entre otros, los puntos de fricción más evidentes del
debate, a tenor de las versiones del mismo, toda vez que una parte
significativa del Tribunal parece estar optando por posiciones irreductibles.
Hay quien vuelve a soñar con cirugías de hierro que cercenen de raíz la
complejidad española. Esta podría ser, lamentablemente, la piedra de toque
de la sentencia.
Hay preocupación en Catalunya y es preciso que toda España lo sepa.
Hay algo más que preocupación. Hay un creciente hartazgo por tener que
soportar la mirada airada de quienes siguen percibiendo la identidad
catalana (instituciones, estructura económica, idioma y tradición cultural)
como el defecto de fabricación que impide a España alcanzar una soñada e
imposible uniformidad. Los catalanes pagan sus impuestos (sin privilegio
foral); contribuyen con su esfuerzo a la transferencia de rentas a la España
más pobre; afrontan la internacionalización económica sin los cuantiosos
beneficios de la capitalidad del Estado; hablan una lengua con mayor fuelle
demográfico que el de varios idiomas oficiales en la Unión Europea, una
lengua que en vez de ser amada, resulta sometida tantas veces a obsesivo
escrutinio por parte del españolismo oficial, y acatan las leyes, por supuesto,
sin renunciar a su pacífica y probada capacidad de aguante cívico. Estos
días, los catalanes piensan, ante todo, en su dignidad; conviene que se sepa.

No puedo menos que deplorar que los responsables de


informar a los ciudadanos y creadores de opinión pudieran
suscribir estas palabras que encerraban una clara amenaza
dirigida a quebrar la imparcialidad del Tribunal
Constitucional aprovechando que pasaba una grave crisis
interna porque los dos grandes partidos nacionales no
acababan de ponerse de acuerdo para su renovación. Al
final fueron diez los magistrados encargados de dictar
sentencia, siendo ponente la propia presidenta María
Emilia Casas Baamonde.62
62 Además de la presidenta Casas, participaron en el debate y votación del
recurso del Partido Popular, entre cuyos firmantes me encuentro, los
magistrados Guillermo Jiménez Sánchez, Vicente Conde Martín de Hijas, Javier
Delgado Barrio, Elisa Pérez Vera, Eugeni Gay Montalvo, Jorge Rodríguez-
Zapata Pérez, Ramón Rodríguez Arribas, Pascual Sala Sánchez y Manuel
Aragón Reyes. El Tribunal aceptó por unanimidad la recusación presentada por
el Partido Popular contra el magistrado Pablo Pérez Tremp, autor de un
dictamen que avalaba la constitucionalidad del estatuto y había sido utilizado
como argumento de autoridad por el Instituto de Estudios Autonómicos de la
Generalidad. El magistrado Roberto García Calvo había fallecido en mayo de
2008, sin que su vacante se hubiera cubierto. En el desfile del Día de la
Hispanidad del 12 de octubre de 2007 se captó un diálogo entre la
vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, y la
presidenta del Tribunal Constitucional en el que la primera se permitía
abroncar a la segunda. Esta era una de las frases de la número dos del
gobierno: «Es un abuso. Para mí... te digo que es una putada. Es igual...». No es
de extrañar que por aquel entonces se hablara de las presiones ejercidas por el
ejecutivo al Tribunal para que confirmara la constitucionalidad del estatuto.

Por fin, y después de varios intentos fallidos, el 28 de


octubre de 2010 se hizo pública la sentencia. El Tribunal
Constitucional declaraba inconstitucionales 14 artículos del
estatuto y respecto a otros 27 declaraba su
constitucionalidad en la medida en que fueran
interpretados tal y como la sentencia expresaba.
Respecto al controvertido asunto de la definición de
Cataluña como nación, la sentencia declara que el uso de
dicho término en el preámbulo es legítimo, aunque
desprovisto de alcance jurídico interpretativo:
De la nación puede, en efecto, hablarse como una realidad cultural,
histórica, lingüística, sociológica y hasta religiosa. Pero la nación que aquí
importa es única y exclusivamente la nación en sentido jurídico-
constitucional. Y en ese específico sentido la Constitución no conoce otra
que la nación española.

El Tribunal Constitucional admite que Cataluña tenga


«símbolos nacionales», pero declara que se refieren
únicamente a «su condición de símbolos de una
nacionalidad constituida como comunidad autónoma en
ejercicio del derecho que reconoce y garantiza el artículo 2
de la Constitución. Se trata, en suma, de los símbolos
propios de una nacionalidad, sin pretensión, por ello, de
competencia o contradicción con los símbolos de la nación
española». Por todo ello, concluía el Tribunal, «los términos
“nación” y “realidad nacional” referidos a Cataluña
utilizados en el preámbulo, carecen de eficacia jurídica
interpretativa… y el término “nacionales” es conforme a la
Constitución en el sentido de que dicho término está
exclusivamente referido, en su significado y utilización, a
los símbolos de Cataluña, “definida como nacionalidad”
(art. 1 EAC) e integrada en la “indisoluble unidad de la
nación española”».
Excede del ámbito de este ensayo analizar los
pormenores de la sentencia en otros preceptos como los
referidos a la lengua, al Poder Judicial, a la bilateralidad, a
las consultas populares y otros aspectos del estatuto, que o
bien se declaran inconstitucionales o bien han de aplicarse
conforme a los criterios interpretativos expuestos en la
sentencia.63
63 La sentencia tuvo cinco votos particulares. Cuatro de ellos fueron
firmados por los magistrados Ramón Rodríguez Arribas, Jorge Rodríguez-
Zapata, Vicente Conde y Javier Delgado, que votaron en contra de la sentencia.
El quinto voto particular fue el del magistrado catalán Eugeni Gay, que votó en
contra, aunque por motivos radicalmente distintos a los expuestos por los
anteriores.

En Cataluña las reacciones fueron de gran indignación.


Solo el Partido Popular expresó su acatamiento a la
sentencia. La declaración institucional del presidente
Montilla64 tuvo un tinte cuasi revolucionario, al anunciar
que no estaba dispuesto a acatar el fallo y haría cuanto
estuviera en su mano para eludir su aplicación.
Convergència i Unió se abrazó a Montilla y ERC, socio
privilegiado del presidente Zapatero desde que accedió al
poder, llegó aún más lejos al afirmar que el único camino
posible después de la sentencia es el de la independencia
de Cataluña. El honorable Montilla no solo dio por roto el
pacto estatutario, sino que proclamó que Cataluña daba
por pulverizado el pacto constitucional de 1978.
64 Desde su designación como presidente de la Generalidad, José Montilla
asumió el lenguaje nacionalista y siempre se refería a Cataluña y España como
si se tratara de dos naciones diferentes en plano de igualdad. Para el honorable
cordobés Montilla, el estatuto catalán era un pacto entre dos naciones en
ejercicio de su respectiva soberanía, por lo que el Tribunal Constitucional
«español» carecía de legitimidad para alterar un ápice su contenido y, mucho
menos, después de haber sido refrendado por el pueblo catalán.

Uno de los argumentos esgrimidos por el catalanismo ha


sido que un estatuto refrendado por el pueblo de Cataluña
no podía ser revisado por el Tribunal Constitucional,
afirmación contraria a la Constitución. Pero ha de
recordarse que fue el gobierno de Felipe González el que,
en 1985, suprimió el recurso previo de inconstitucionalidad
contra las leyes aprobadas por las Cortes Generales,
contemplado en la Ley del Tribunal Constitucional. Al
parecer, el presidente Rajoy y el líder del PSOE, Pérez
Rubalcaba, a la vista de lo que estaba ocurriendo en
Cataluña, coincidían en la conveniencia de restaurar dicho
recurso, de forma que, tras la aprobación de las reformas
estatutarias por las Cortes Generales, el Tribunal
Constitucional pudiera pronunciarse sobre su posible
inconstitucionalidad antes de someter el estatuto a
refrendo popular.
Una década después, el recurso previo al refrendo
popular de los estatutos sigue siendo una reforma
pendiente. Todo esto ocurre entre 2006 y 2010, bajo el
gobierno de Rodríguez Zapatero. Y es entonces cuando se
larva el conflicto que asuela a Cataluña.
La sentencia polarizó a la sociedad catalana. Salvo el
minoritario PP, el resto de los partidos hicieron piña para
protestar. El 10 de julio de 2010 tuvo lugar una magna
manifestación bajo el lema Som una nació, nosaltres
decidim. En la cabecera, el presidente Montilla (PSC)
acompañado de los exhonorables Maragall y Pujol y el
presidente del Parlamento, Ernest Benach, junto a los
expresidentes del Parlamento Heribert Barrera y Joan
Rigol. Las cifras de asistentes fueron mucho menores de lo
que dijeron los organizadores, entre 1.100.000 y 1.500.000
personas, ya que hubo empresas de medición que dieron
cifras radicalmente menores. De todas formas, la
manifestación se iba caldeando por momentos. Los
organizadores decidieron darla por finalizada a las diez de
la noche. Momentos antes, el presidente Montilla fue objeto
de graves insultos e intentos de agresión, por lo que,
custodiado por los mozos, se vio obligado a retirarse de la
manifestación, refugiándose en la Consejería de Justicia. En
la calle el grito más unánime había sido «¡Independencia!».
El 28 de noviembre de 2010 se celebraron nuevas
elecciones autonómicas. El PSE se vino abajo y fue
arrollado por Convergència i Unió. El tripartito PSC,
Esquerra e ICV carecía de votos para mantenerse en el
poder. El nuevo presidente fue Artur Mas, con los votos de
ERC, con la oposición de PSC, PP, Ciudadanos y CUP. El
clima independentista crecía en la calle sin parar. El día 11
de septiembre de 2012 se celebró la Diada con
manifestaciones masivas con el lema «Somos una nación.
Nosotros decidimos». Días después, el 25 de septiembre, la
fragilidad del gobierno hizo a Mas anunciar la convocatoria
de elecciones anticipadas, que tuvieron lugar el 25 de
noviembre de 2012. Aunque se produjo un descenso de
votos de Convergència, el 21 de diciembre de 2012 Artur
Mas pudo volver a ser investido con el apoyo de ERC.
Pero la tormenta catalana se desató en toda su
intensidad tan pronto como se constituyó el nuevo
Parlamento. En el primer pleno de la legislatura que tuvo
lugar el 23 de enero de 2013 se aprobó con 85 diputados a
favor de los 135 que componían la cámara la «Declaración
de Soberanía y del derecho a decidir del pueblo de
Cataluña». En ella se decía que la soberanía correspondía
al pueblo de Cataluña, se anunciaba que el proceso del
ejercicio del derecho a decidir sería ejercido de forma
escrupulosamente democrática, utilizando todos los marcos
legales existentes, se afirmaba que dicho ejercicio se
dialogaría y se negociaría con el Estado español, con las
instituciones europeas y con el conjunto de la comunidad
internacional, se garantizaba el mantenimiento de Cataluña
como un solo pueblo, es decir, no se consentiría la
desintegración aunque fuera democrática del territorio de
la comunidad catalana.
El presidente Mas, con base en esta declaración del
Parlamento, decidió convocar una consulta sobre la
independencia. El gobierno de Mariano Rajoy impugnó dos
veces la convocatoria. Finalmente consintió, dejando bien a
las claras que se trataba de un proceso participativo sin
ningún valor jurídico. El 9 de noviembre de 2014 se celebró
el referéndum donde el 80,76 por ciento de los votos se
pronunciaron a favor de la independencia de Cataluña,
siendo los votos en contra un 4,54 por ciento, pero la
participación fue de tan solo un 37,02 por ciento, por lo que
el fracaso de la convocatoria se puso en evidencia. Los
partidarios de que Cataluña sea un estado independiente
representaban el 29,8 por ciento del censo electoral.
Con esos datos, los independentistas, aunque celebraron
el resultado como una gran victoria porque el 80,7 por
ciento de los votantes habían optado por la independencia,
en su fuero interno sabían que el referéndum había sido un
auténtico fracaso. A pesar ello, desde ese momento,
Cataluña —cuyas instituciones estaban mayoritariamente
en manos de los independentistas— pasó a considerarse
como un Estado oprimido por España, que se negaba a
reconocer la voluntad popular del pueblo catalán. El 14 de
enero de 2015 Artur Mas anunció la convocatoria de
nuevas elecciones, después de conversar con Oriol
Junqueras, presidente de ERC y con los representantes de
dos entidades ultracatalanistas, como la Asamblea Nacional
de Cataluña (ANC), liderada por José María Vila d’Abadal, y
Ómnium Cultural (OM), bajo el liderazgo de Muriel Casals.
La convocatoria se publicó el 4 de agosto de 2015 y se
celebraron el 27 de septiembre de dicho año. Artur Mas
quiso convertir las elecciones en un plebiscito por la
independencia, dando al Parlamento que surgiera de los
comicios naturaleza «constituyente». Esta era la posición
de Convergencia Democrática de Cataluña, Esquerra
Republicana de Cataluña, Demócratas de Cataluña y
Moviment d’Esquerres Candidatura de Unidad Popular-
Crida Constituent (CUP), grupo catalanista de extrema
izquierda que ocupa el espacio que en otros lugares tiene
Podemos. Los llamados partidos constitucionalistas
alcanzaron el 40 por ciento de los votos, con 25 escaños
para Ciudadanos, 16 para el PSC y 8 para el PP. A pesar de
ello, 49 escaños en un Parlamento de 130 diputados no es
un gran resultado para los partidos constitucionalistas.
Sobre todo, si se tiene en cuenta que el PSC era de dudosa
fiabilidad por sus flirteos con ERC.
Artur Mas intentó formar gobierno, pero la CUP lo vetó
de modo que Convergència hubo de sustituirlo por Carles
Puigdemont, impulsor del proceso independentista, que fue
elegido el 12 de enero de 2016. Asfixiada por la corrupción,
el 8 de julio de 2016, CDC celebró un congreso
extraordinario en el que se acordó su refundación con el
nombre de Partido Demócrata Catalán (PDC).

La rebelión de Puigdemont (1 de octubre de 2017)

Puigdemont convocó un referéndum ilegal, que culminó en


el plebiscito celebrado el 1 de octubre de 2017,
desobedeciendo al Tribunal Constitucional que había
suspendido su celebración por ser radicalmente contrario a
la Constitución. Según los datos facilitados por la
Generalidad, el 90 por ciento de los ciudadanos votaron a
favor de la independencia, si bien el índice de participación
había sido del 43 por ciento, lo que demostraba que no
podía concluirse que Cataluña había votado por su
independencia. Solo lo había hecho el 38 por ciento
(2.044.038 síes), un porcentaje que, aun suponiendo que no
hubo fraude electoral habida cuenta de que el control de la
limpieza de la consulta estaba en manos de la Generalidad,
no es suficiente para concluir que el pueblo catalán ha
decidido que Cataluña sea un estado independiente en
forma de república.
Gran impacto tuvo en la sociedad española una
declaración institucional del rey Felipe VI, a las 21.00 horas
del 3 de octubre de 2017. Si había alguna duda en el
gobierno de Rajoy sobre la necesidad de intervenir de
inmediato y con energía para hacer frente al desafío del
independentismo catalán, la alocución del monarca la
disipó por completo. La lectura del discurso del rey es lo
suficientemente elocuente. Lo mejor que podemos hacer es
recomendar su lectura.
El 10 de octubre, Puigdemont dio cuenta del resultado
del referéndum e, inmediatamente, en un salón próximo al
de plenos, 72 diputados de los 135 escaños firmaron una
declaración de independencia,65 sin valor jurídico alguno.
Firmaron la declaración el presidente de la Generalidad,
Carles Puigdemont; su Govern; la presidenta del
Parlamento, Carme Forcadell; y los diputados de JxSí y de
la CUP. El acto se llevó a cabo inmediatamente después del
discurso pronunciado por Puigdemont ante el pleno del
Parlamento, donde dio cuenta del resultado del referéndum
del 1 de octubre y declaró solemnemente: «Asumo
presentarles los resultados del referéndum ante todos
ustedes y ante nuestros conciudadanos, el mandato del
pueblo para que Cataluña se convierta en un estado
independiente en forma de república». No obstante, acto
seguido, añadió: «Con la misma solemnidad el Govern y yo
proponemos que el Parlament suspenda los efectos de la
declaración de independencia para que en las próximas
semanas se emprenda el diálogo».66
65 Texto íntegro de la histórica declaración institucional de Felipe VI:

Buenas noches,
Estamos viviendo momentos muy graves para nuestra vida democrática. Y
en estas circunstancias, quiero dirigirme directamente a todos los españoles.
Todos hemos sido testigos de los hechos que se han ido produciendo en
Cataluña, con la pretensión final de la Generalitat de que sea proclamada —
ilegalmente— la independencia de Cataluña.
Desde hace ya tiempo, determinadas autoridades de Cataluña, de una
manera reiterada, consciente y deliberada, han venido incumpliendo la
Constitución y su Estatuto de Autonomía, que es la Ley que reconoce, protege y
ampara sus instituciones históricas y su autogobierno. Con sus decisiones han
vulnerado de manera sistemática las normas aprobadas legal y legítimamente,
demostrando una deslealtad inadmisible hacia los poderes del Estado. Un
Estado al que, precisamente, esas autoridades representan en Cataluña. Han
quebrantado los principios democráticos de todo Estado de Derecho y han
socavado la armonía y la convivencia en la propia sociedad catalana, llegando
—desgraciadamente— a dividirla. Hoy la sociedad catalana está fracturada y
enfrentada. Esas autoridades han menospreciado los afectos y los sentimientos
de solidaridad que han unido y unirán al conjunto de los españoles; y con su
conducta irresponsable incluso pueden poner en riesgo la estabilidad
económica y social de Cataluña y de toda España.
En definitiva, todo ello ha supuesto la culminación de un inaceptable intento
de apropiación de las instituciones históricas de Cataluña. Esas autoridades, de
una manera clara y rotunda, se han situado totalmente al margen del derecho y
de la democracia. Han pretendido quebrar la unidad de España y la soberanía
nacional, que es el derecho de todos los españoles a decidir democráticamente
su vida en común.
Por todo ello y ante esta situación de extrema gravedad, que requiere el
firme compromiso de todos con los intereses generales, es responsabilidad de
los legítimos poderes del Estado asegurar el orden constitucional y el normal
funcionamiento de las instituciones, la vigencia del Estado de Derecho y el
autogobierno de Cataluña, basado en la Constitución y en su Estatuto de
Autonomía.
Hoy quiero, además, transmitir varios mensajes a todos los españoles,
particularmente a los catalanes. A los ciudadanos de Cataluña —a todos—
quiero reiterarles que desde hace décadas vivimos en un Estado democrático
que ofrece las vías constitucionales para que cualquier persona pueda defender
sus ideas dentro del respeto a la ley. Porque, como todos sabemos, sin ese
respeto no hay convivencia democrática posible en paz y libertad, ni en
Cataluña, ni en el resto de España, ni en ningún lugar del mundo. En la España
constitucional y democrática, saben bien que tienen un espacio de concordia y
de encuentro con todos sus conciudadanos. Sé muy bien que en Cataluña
también hay mucha preocupación y gran inquietud con la conducta de las
autoridades autonómicas. A quienes así lo sienten, les digo que no están solos,
ni lo estarán; que tienen todo el apoyo y la solidaridad del resto de los
españoles, y la garantía absoluta de nuestro Estado de Derecho en la defensa
de su libertad y de sus derechos.
Y al conjunto de los españoles, que viven con desasosiego y tristeza estos
acontecimientos, les transmito un mensaje de tranquilidad, de confianza y,
también, de esperanza. Son momentos difíciles, pero los superaremos. Son
momentos muy complejos, pero saldremos adelante. Porque creemos en
nuestro país y nos sentimos orgullosos de lo que somos. Porque nuestros
principios democráticos son fuertes, son sólidos. Y lo son porque están basados
en el deseo de millones y millones de españoles de convivir en paz y en
libertad. Así hemos ido construyendo la España de las últimas décadas. Y así
debemos seguir ese camino, con serenidad y con determinación. En ese
camino, en esa España mejor que todos deseamos, estará también Cataluña.
Termino ya estas palabras, dirigidas a todo el pueblo español, para subrayar
una vez más el firme compromiso de la Corona con la Constitución y con la
democracia, mi entrega al entendimiento y la concordia entre españoles, y mi
compromiso como rey con la unidad y la permanencia de España.
Felipe R.

66 En su parte dispositiva la declaración de los representantes del pueblo de


Cataluña dirigida al pueblo catalán y a todos los pueblos del mundo, decía así:

CONSTITUIMOS la República catalana, como Estado independiente y


soberano, de derecho, democrático y social.
DISPONEMOS la entrada en vigor de la Ley de transitoriedad jurídica y
fundacional de la República.
INICIAMOS el proceso constituyente, democrático, de base ciudadana,
transversal, participativo y vinculante.
AFIRMAMOS la voluntad de abrir negociaciones con el Estado español, sin
condicionantes previos, dirigidas a establecer un régimen de colaboración en
beneficio de ambas partes. Las negociaciones deberán ser, necesariamente, en
pie de igualdad.
PONEMOS EN CONOCIMIENTO de la comunidad internacional y las
autoridades de la Unión Europea la constitución de la República catalana y la
propuesta de negociaciones con el estado español.
INSTAMOS a la comunidad internacional y las autoridades de la Unión
Europea a intervenir para detener la violación de derechos civiles y políticos en
curso, y hacer el seguimiento del proceso negociador con el Estado español y
ser testigos.
MANIFESTAMOS la voluntad de construcción de un proyecto europeo que
refuerce los derechos sociales y democráticos de la ciudadanía, así como el
compromiso de seguir aplicando, sin solución de continuidad y de manera
unilateral, las normas del ordenamiento jurídico de la Unión Europea y las del
ordenamiento de España y del autonómico catalán que transponen esta
normativa.
AFIRMAMOS que Catalunya tiene la voluntad inequívoca de integrarse lo
más rápidamente posible a la comunidad internacional. El nuevo Estado se
compromete a respetar las obligaciones internacionales que se aplican
actualmente en su territorio y continuar siendo parte de los tratados
internacionales de los que es parte el Reino de España.
APELAMOS a los Estados y las organizaciones internacionales a reconocer
la República catalana como Estado independiente y soberano.
INSTAMOS al Govern de la Generalitat a adoptar las medidas necesarias
para hacer posible la plena efectividad de esta Declaración de independencia y
de las previsiones de la Ley de transitoriedad jurídica y fundacional de la
República.
HACEMOS un llamamiento a todos y cada uno de los ciudadanos de la
República catalana a hacernos dignos de la libertad que nos hemos dado y
construir un Estado que traduzca en acción y conducta las inspiraciones
colectivas.
Los legítimos representantes del pueblo de Catalunya:
Barcelona, 10 de octubre de 2017.
Después de un intento fallido de negociación con el
presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, que no aceptó las
condiciones inconstitucionales propuestas por Puigdemont,
en la sesión del Parlamento de 27 de octubre de 2017 se
ratificó la declaración de independencia. Votaron a favor 70
parlamentarios, 2 en blanco y hubo 10 votos en contra.
Antes de la votación los 53 diputados de Ciudadanos,
Partido Popular y Partido de los Socialistas de Cataluña
(PSC), se habían ausentado. Asimismo, se disponía la
entrada en vigor de la Ley de transitoriedad jurídica
fundacional de la República y el inicio del «proceso
constituyente, democrático, de base ciudadana,
transversal, participativo y vinculante».
La República catalana carecía del menor rasgo no solo de
legalidad, sino de legitimidad. Dar valor a un referéndum
realizado sin la menor garantía democrática forma parte
del pensamiento totalitario del nacionalismo. Creyeron,
quizás, que el Estado se doblegaría ante la política de
hechos consumados.
Se equivocaron. El Tribunal Constitucional suspendió la
declaración el 31 de octubre de 2017 y dictó su
inconstitucionalidad el 8 de noviembre, al afirmar que
vulneraba el artículo 23 de la Constitución (derecho a la
libre participación de los ciudadanos en elecciones
periódicas por sufragio universal) y el 29.1 del Estatuto de
Autonomía catalana (redactado en términos similares al de
la Constitución).
Ante este desafío directo y violación de las normas
constitucionales, el Senado autorizó al gobierno para la
aplicación del artículo 155 de la Constitución por un
periodo de seis meses, que comenzaría a las 20.26 horas
del día 27 de octubre hasta las 12.41 horas del día 2 de
junio de 2018. El gobierno contaba, en principio, con el
PSOE de Pedro Sánchez y con Ciudadanos. Ambos habían
condicionado la autorización a la inmediata celebración de
elecciones autonómicas transcurrido el plazo establecido.
El gobierno destituyó al presidente de la Generalidad y a
todo su gobierno y el 2 de noviembre, por orden del juez,
ingresaron en prisión provisional ocho miembros del
ejecutivo catalán, empezando por su vicepresidente Oriol
Junqueras. El presidente Puigdemont huyó por la frontera
francesa y se estableció en la localidad belga de Waterloo.
Hasta el momento de escribir estas líneas ha conseguido
eludir la acción de la justicia, a pesar de que Sánchez dijo
«Me comprometo hoy y aquí a traerlo de vuelta a España y
que rinda cuentas ante la Justicia». Claro que estábamos en
la campaña electoral de las elecciones generales del 10 de
noviembre de 2019. No mucho después, Sánchez ejercería
el derecho de gracia, que corresponde al rey, e indultaría al
líder de ERC, convirtiéndolo en uno de los socios más
sólidos de su gobierno.
El 21 de diciembre de 2017 tuvieron lugar elecciones
autonómicas en Cataluña. La aplicación del artículo 155
expiraba el 2 de junio, pero la vida política no se había visto
afectada por el hecho de que el Gobierno de la Generalidad
hubiera cesado en sus funciones. De la gobernanza
catalana se ocupaba la vicepresidenta del gobierno central,
Soraya Sáenz de Santamaría, que desempeñó eficazmente
su difícil función. Pero el Parlamento celebraba sus
sesiones y las instituciones y servicios de la Generalidad
mantenían su ritmo habitual. Estaba previsto que el día 2
de junio de 2018, a los seis meses de la imposición del
artículo 155 de la Constitución, finalizara dicha situación
excepcional. Cumpliendo las exigencias de Ciudadanos y
del PSC, el presidente Rajoy convocó elecciones
autonómicas para el día 21 de diciembre de 2017 que
constituyeron un gran triunfo electoral de la líder del
partido naranja, Inés Arrimadas, cuya lista fue la más
votada en las cuatro provincias, con 37 escaños. Sin
embargo, este triunfo electoral quedó disminuido porque
los otros partidos constitucionalistas tuvieron un mal
resultado, con 17 escaños del PSC y tan solo 4 del PP. Este
último se llevó un batacazo electoral pues perdió 7 de los
11 que tenía en 2015.
Las elecciones no redujeron la fuerza de los
independentistas, de modo que el nuevo presidente de la
Generalidad sería —eso sí, después de no pocas discusiones
en las filas separatistas— Joaquim Torra, que fue
desposeído de su cargo en septiembre de 2020 por el
Tribunal Supremo, al ser condenado, como autor de un
delito de desobediencia, a las penas de multa e
inhabilitación especial para cargo público. Sus funciones
presidenciales fueron asumidas en funciones por su
vicepresidente Pere Aragonés, de ERC. Torra, al igual que
Puigdemont, pertenecía a Junts per Cat, partido fruto de
una escisión del Partido Demócrata Europeo Catalán, que
fue creado en 2016 ante la avalancha de casos de
corrupción que afectaban a Convergència de Cataluña y, en
consecuencia, a su sucesor legal el PDeCAT.
Paradójicamente, los creadores de Junts per Cat,
encabezados por Carles Puigdemont, formaban parte del
sector «pujolista» de Convergencia, cuyo líder está
envuelto en un grave caso de corrupción. Aragonés se las
arregló para seguir en funciones hasta el 2 de junio de
2018, la fecha límite, tomando posesión de la Generalidad
el mismo día que en La Zarzuela lo hacía Pedro Sánchez
como presidente del Gobierno de España, después de haber
pactado con Oriol Junqueras su apoyo a la moción de
censura contra Mariano Rajoy. De modo que Sánchez, en
una nueva pirueta política, lo primero que hizo fue poner
en marcha la «mesa de diálogo» así como ejercer las
medidas de gracia que, en teoría, corresponden al jefe del
Estado, concediendo indultos a los golpistas catalanes,
entre ellos Oriol Junqueras. De la cárcel a La Moncloa. En
ambos casos por la puerta grande. El que todavía se
encuentra huido, Carles Puigdemont, que se presenta como
presidente de la República de Cataluña en el exilio, ha
conseguido evitar hasta ahora que Sánchez pueda cumplir
su promesa de traerlo a España para que rinda cuentas
ante la Justicia. El capítulo siguiente es la obtención del
indulto para su conversión en par de Sánchez. Pero cada
día que pasa lo tiene más difícil, pues Aragonés se afianza
en el poder.
Es difícil predecir qué es lo que va a pasar. Tras
conseguir la aprobación de los presupuestos de 2022,
Sánchez tiene asegurada su legislatura. Es verdad que las
cosas de comer cada vez se ponen más complicadas,
porque la recuperación mundial se ha producido de forma
simultánea y eso ha provocado la escasez a corto plazo de
los medios de transporte y el suministro de combustibles.
Pero a pesar de ello es posible que se dedique a pasar a la
historia como el hombre que consiguió la pacificación de
España y el enfriamiento de las ilusiones separatistas.
Ya se ha anunciado que el PSOE ha creado una comisión
que estudia cómo proceder a la transformación de España
en un estado federal. Por de pronto, a los principalmente
aquejados de la fiebre de la secesión les tiene sin cuidado
que el Estado español se convierta en una federación de
estados. Lo único que desean es buscar la fórmula que les
permita abandonar el barco de España, aunque sea en una
lancha rápida situada al costado del crucero hispano,
donde encuentren cobijo en tiempos de tempestad y
puedan navegar libremente en los días de bonanza, sin
alejarse claro es del barco nodriza, salvo que encuentren
otro barco y otro mar que les permita imaginarse que son
algo en la comunidad internacional.
Mientras llega ese momento, Sánchez no solo consiente,
sino que ha convertido en socios y aliados suyos a quienes
siguen fomentando el odio hacia todo lo español y someten
a los ciudadanos de Cataluña a una dictadura ideológica
que duele profundamente cuando se convierte en héroes a
los liberticidas y se acusa de fascistas a quienes tienen
derecho a disfrutar de la paz y la libertad en una sociedad
democrática donde el respeto a la ley y a los derechos de
los demás son fundamento del orden político y de la paz
social. ¿Qué se puede esperar de un presidente que apoya
la dictadura cubana, con sesenta años de opresión violenta
del pueblo cubano, o que permite al expresidente socialista
Rodríguez Zapatero el blanqueamiento de la dictadura
bolivariana, que además de llevar al pueblo venezolano a la
miseria, oculta oscuros negocios y actuaciones irregulares
que podrían explicar por qué miembros de los dos partidos
coaligados en el Gobierno de España hayan expresado
públicamente su apoyo a la dictadura de Maduro?
6. ZAPATERO, EL PRECURSOR
DEL MESÍAS SOCIALISTA

11-M. El olvido de nuestra memoria histórica

El 11-M ya es historia. Nuestra memoria histórica ha


olvidado lo que ocurrió aquel maldito 11 de marzo de 2004.
En un atentado terrorista murieron 193 personas y 1.755
resultaron heridas, por la explosión de artefactos en cuatro
trenes de cercanías de Madrid. La verdad oficial dice que la
autoría de los atentados correspondió a terroristas de Al
Qaeda y del Grupo Islámico Combatiente Marroquí.
Fui uno de los portavoces del Grupo Popular en la
Comisión del Congreso que investigó el atentado. Esto me
permitió publicar en esta misma editorial dos libros sobre
el tema: Demasiadas preguntas sin respuesta (2006) y 11-
M. El atentado que cambió la historia de España (2014).
Solo diré que el pueblo español votó en estado de shock el
14 de marzo de 2004 y fue víctima de una gigantesca
manipulación. Se votó con rabia irracional contra el PP,
como si hubiera sido responsable de lo sucedido.
Zapatero fue el gran beneficiario de la gran insidia
lanzada en la jornada de reflexión por fuentes socialistas en
el sentido de que el gobierno sabía la verdad y la estaba
ocultando a los ciudadanos. Pero ni por esas obtuvo
mayoría absoluta. En las elecciones, el PSOE obtuvo 164
escaños frente a 148 del Partido Popular. Los 12 escaños
que faltaban a Zapatero para alcanzar la mayoría absoluta
y salir investido presidente se los prestó Esquerra
Republicana de Cataluña, que contaba con 8 escaños, a los
que se añadirían los cinco de Izquierda Unida-Iniciativa
Verds. Se le sumaron con su abstención otros aliados: el
Bloque Nacionalista Gallego con 2 escaños y la Chunta
Aragonesista, un escaño. Convergència i Unió (siete), PNV
(siete), Coalición Canaria (tres), Eusko Alkartasuna (uno) y
Nafarroa Bai (uno). Casualmente los mismos socios de
Sánchez desde 2018. Zapatero obtuvo 183 votos a favor, en
contra 148 y 19 abstenciones. Una votación parecida a la
del 1 de junio de 2020.
En el debate de investidura, que tuvo lugar en el
Congreso de los Diputados los días 15 y 16 de abril de
2004, Zapatero descubrió algunas claves de su
republicanismo que pasaron inadvertidas para buena parte
de la opinión pública, entretenida por la propaganda
gubernamental con la exaltación de las virtudes del nuevo
presidente resumidas en dos palabras mágicas, «talante» y
«diálogo», que pretendían ser el hilo conductor de su
acción de gobierno. Talante y diálogo encontrarían su
máxima expresión en el término «buenismo», que tantos
comentarios suscitó. Hay quien sugirió, con acierto a mi
juicio, que el presidente estaba afectado anímicamente en
el momento de su investidura por el hecho de su
traumática subida al poder y por la debilidad intrínseca de
su gobierno al no haber obtenido mayoría absoluta. Estaba
sensiblero y probablemente era sincero cuando proclamaba
que iba a ser «bueno con todos», sin darse cuenta de que
con ello revelaba una enorme debilidad.
Pero talante, diálogo y buenismo se irían al traste en muy
poco tiempo. La cruda realidad era que Zapatero había
quedado en manos de dos partidos de la izquierda más
radical: Izquierda Unida-Iniciativa per Catalunya Verds y
Esquerra Republicana de Cataluña. Pronto se vio que el
buenismo no iba a incluir al Partido Popular ni en la
definición de la política exterior, ni en la reforma
constitucional, ni en la política antiterrorista, ni en la
conformación del nuevo marco autonómico catalán, ni en
los aspectos supuestamente «progresistas» del modelo
social, como el aborto y el matrimonio homosexual, ni en
las relaciones con la Iglesia, ni en la definición de la
política económica y social, en una palabra, en
prácticamente nada. Buenismo, sí, pero solo con los míos o
con aquellos de quienes depende mi supervivencia.67
67 Al final de la primera legislatura de Zapatero el buenismo había
desaparecido de la escena política si es que alguna vez había estado. Un
micrófono abierto al término de una entrevista electoral con Iñaki Gabilondo le
traicionó. Fue el 11 de febrero de 2008, en los prolegómenos de la campaña de
las elecciones del 9 de marzo. Al comentarle Gabilondo sobre cómo pintaban
los sondeos, el candidato contestó sin saber que seguía grabándosele: «Bien,
sin problemas, lo que pasa es que nos conviene que haya tensión. Yo voy a
empezar este fin de semana a dramatizar un poco. Pero nos conviene mucho,
porque si no la gente...». La «tensión» incluía levantar el tono contra la
Conferencia Episcopal. La frase de Zapatero desvela gran parte de la estrategia
socialista —buscar polémicas para luchar contra la abstención de su
electorado, como la confrontación con la Conferencia Episcopal— y la
acusación al PP de ser responsable de generar crispación y de haber practicado
«la oposición más destructiva, intolerante y con más insultos en toda la historia
de la democracia». Podemos imaginar qué hubiera ocurrido si lo de dramatizar
y generar tensión lo hubiera dicho el candidato popular.

El candidato socialista utilizó por vez primera la palabra


«talante» al definir en su discurso de investidura el espíritu
con el que su gobierno se proponía centrar su actividad en
torno a los cinco ejes que había definido durante la
campaña electoral: «La renovación de la vida pública; una
política exterior marcada por una visión europea y
europeísta; un desarrollo económico sustentado en la
educación, la investigación y la innovación que permita la
creación de empleo estable; la puesta en marcha de nuevas
políticas sociales para las nuevas necesidades de personas
y familias; y el desarrollo y extensión de los derechos
civiles y políticos y del valor de la igualdad para lograr una
convivencia avanzada». Parole, parole, parole…
Además, anunció una reforma constitucional «parcial»
con cuatro objetivos. El primero, la reforma del Senado,
que no precisó cómo hacerla, ni supo hacerlo cuando se le
interpeló en el curso del debate, limitándose a decir que se
trataba de convertirla en una cámara de representación
autonómica, que es lo que dice ni más ni menos que la
Constitución. El segundo, la modificación —«sin alterar las
previsiones que afectaban al Príncipe de Asturias»— de las
normas reguladoras del orden de sucesión en la Corona,
con el fin de adaptarlas al principio de no discriminación de
la mujer. El tercero, consistiría en «consagrar, con la fuerza
simbólica que proporciona la Constitución, la denominación
oficial de las diecisiete comunidades autónomas y su
consideración definitiva como parte esencial del Estado». Y
el cuarto, la incorporación de una referencia «a la próxima
Constitución europea, como signo solemne de nuestro
compromiso definitivo con Europa y del valor real que
damos a nuestra condición de ciudadanos europeos».
No cabe duda de que el contenido de las propuestas era,
en principio, razonable, sobre todo la relativa a la sucesión
a la Corona, pues la reforma del Senado era un sonsonete
repetido una y otra vez por toda la clase política española,
aunque nadie sugiera cómo hacerlo. Tampoco resultaba
objetable que la Constitución hiciera mención a las
comunidades autónomas, pieza esencial de la organización
del Estado, y cuya lista no pudo incorporarse en el
momento constituyente, entre otras cosas porque se
ignoraba cómo quedaría configurado el mapa autonómico
tras la aplicación de los preceptos relativos a la creación de
comunidades autónomas, cuya iniciativa quedaba referida a
la voluntad de las provincias, salvo en el caso de Cataluña,
el País Vasco y Galicia, que no necesitaban de ningún
acuerdo previo de sus respectivas provincias por el mero
hecho de haber plebiscitado en la Segunda República
sendos estatutos de autonomía.68 Y por último la mención a
la Constitución europea —que resultaría abortada por el
«no» de franceses y holandeses en sus respectivos
refrendos, amén de las reticencias de británicos y polacos—
no era estrictamente necesaria, por gozar de la cobertura
constitucional del artículo 93 de nuestra ley de leyes.
68 Conviene recordar que de no haber sido por la traumática desaparición
de la Segunda República, como consecuencia de la Guerra Civil de 1936, las
demás regiones españolas hubieran seguido el mismo camino que las mal
llamadas «comunidades históricas».

Pero Zapatero perseguía otro objetivo: relativizar la


Constitución. En 2003, los españoles acabábamos de
conmemorar el XXV aniversario de su promulgación,
brindando por su larga vida, hasta el punto de que su
permanencia se consideraba una muestra de la madurez de
nuestro pueblo. Tan solo un año después, el candidato
socialista abría el gran debate sobre la conveniencia de su
reforma. Es verdad, como ya hemos dicho en otra ocasión,
que la Constitución no es un tótem sagrado y no puede
permanecer inmune ante los vertiginosos cambios de la
sociedad. Los constituyentes jamás pretendieron su
fosilización, como lo demuestran las normas que permiten
abordar su reforma total o parcial.
Es verdad, asimismo, que el propio Zapatero
condicionaba la reforma a la obtención de un amplio
consenso político, similar al que presidió el proceso
constituyente. Pero el candidato no tuvo en cuenta que los
cuatro aspectos de la reforma propuesta en su discurso de
investidura no tenían por qué ser los únicos. No hay ni una
sola encuesta sobre esta cuestión realizada en España en la
que la pregunta «¿es usted partidario de reformar la
Constitución?» no reciba una aplastante respuesta
afirmativa. El problema está en determinar qué merece ser
reformado e incluso no faltan voces que reclaman la
entrada de España en un nuevo periodo constituyente por
considerar «agotado» el «sistema» nacido de la
Constitución de 1978. De modo que hay propuestas para
todos los gustos. Unos cuestionan la Monarquía y
pretenden un régimen republicano (IU, Podemos, ERC,
sectores minoritarios del PSOE); otros querrían borrar el
artículo 2, que consagra como fundamento de la
Constitución la unidad de España, para introducir el
derecho a la autodeterminación (Podemos y la izquierda
radical e independentistas); los hay que abogan por un
Estado federal simétrico o asimétrico (PSOE), idea que se
enfrenta a la de quienes defienden la vuelta al Estado
centralista (Vox). Quizás la corriente menos controvertida
sea la de quienes consideran imprescindible introducir
alguna reforma en el Estado de las autonomías. Ahora bien,
tampoco las voces son unánimes, pues hay quien quiere
restringir sus competencias y hay quien desea
incrementarlas. Sin contar los que aspiran al
reconocimiento de tres o cuatro nacionalidades dotadas de
un régimen diferenciado, al que se inclina Sánchez cuando
habla de un Estado multinivel, y hay quien aboga por la
supresión de las comunidades y la vuelta al centralismo
provincial y el regreso de los gobernadores civiles de cada
provincia.
No debe olvidarse en todo este debate que una iniciativa
de reforma apoyada exclusivamente por la izquierda o por
la derecha está condenada al fracaso, al menos mientras
uno de estos sectores no alcance las mayorías exigidas en
la Constitución y que paso a recordar.Se requiere mayoría
de tres quintos en las Cortes (en cada cámara por
separado) para la reforma de la mayor parte de la Carta
Magna. Ahora bien, en caso de que lo soliciten la décima
parte de los miembros del Congreso (35 diputados) o del
Senado (actualmente 26)69 la reforma deberá ser sometida
a referéndum.
69 El número de diputados no ha variado desde 1977 y asciende a 350, pero
conforme a la Constitución puede oscilar entre 300 y 400. En cuanto al Senado
hay 264 senadores de doble procedencia: los elegidos por sufragio universal a
través de las provincias (208) y los que representan a las comunidades
autónomas y que son elegidos por sus asambleas parlamentarias en función de
su población (56). Los senadores de elección popular son cuatro por cada
provincia peninsular. En las Islas Baleares y Canarias hay tres senadores en
cada una de las islas mayores (Gran Canaria, Mallorca y Tenerife) y uno por
cada una de las islas o agrupaciones menores: Ibiza-Formentera, Menorca,
Fuerteventura, Gomera, Hierro, Lanzarote y La Palma.

Pero si la reforma afecta al título preliminar, a la sección


primera (derechos y libertades fundamentales) del capítulo
II del título I o al título II (la Corona), la mayoría deberá ser
de dos tercios en el Congreso y en el Senado. Su
aprobación lleva consigo la disolución de las Cortes y la
convocatoria de elecciones generales. Las nuevas cámaras,
por separado, caso de que ratifiquen la reforma acordada
por las anteriores, deben proceder al estudio del nuevo
texto constitucional, que deberá ser aprobado por mayoría
de dos tercios en el Congreso y en el Senado. Cumplidos los
trámites anteriores, la reforma será sometida a referéndum
del pueblo español para su ratificación.
Zapatero se refirió a continuación a las diversas
iniciativas que venían produciéndose en diversas
comunidades autónomas para la reforma de sus respectivos
estatutos de autonomía, dejando meridianamente clara su
postura: «Apoyaremos las propuestas de reforma». Ahora
bien, «la legitimidad de las reformas estatutarias solo tiene
para nosotros dos condiciones: el respeto a la Constitución
y su aprobación mediante mayorías que supongan un
amplio consenso político y social». Y añadió: «Porque la
reforma estatutaria solo tiene sentido si incrementa la
cohesión social, nunca si es un elemento de fractura, de
confrontación, de división o enfrentamiento en el seno de
una comunidad. El gobierno socialista garantizará, en todo
caso, la cohesión social entre los ciudadanos y los
territorios de España desde una comprensión positiva de su
pluralidad constitutiva».
Dicho lo anterior expuso cuál era su «visión de España»,
que «descansa en el reconocimiento de su pluralidad como
un valor constitucional. Ello implica que el gobierno de este
país debe hacer un permanente esfuerzo de integración de
la diversidad en la unidad, respetando siempre las
singularidades —lengua, cultura, insularidad— que nuestro
ordenamiento constitucional garantiza y preserva».70
«Estoy dispuesto —dijo Zapatero—, a poner los medios
para lograrlo y para ello me propongo, ante todo, recuperar
el diálogo político con las comunidades autónomas, con
todas las comunidades autónomas. Con este propósito, me
entrevistaré con todos los presidentes autonómicos antes
del verano, como primera manifestación de una iniciativa
que quiero mantener al menos una vez al año. Con la
misma voluntad, quiero instituir una conferencia de
presidentes que nos reúna a quienes ejercemos los
gobiernos de todo el Estado y de cada una de las
comunidades. Una conferencia cuya primera reunión
quisiera celebrar en el último trimestre del presente año.
Una conferencia que será el complemento idóneo de un
Senado reformado».
70 Se olvidó de la foralidad histórica expresamente amparada y respetada
por la disposición adicional primera de la Constitución.

El candidato no hizo ninguna mención ni al proyecto de


nuevo Estatuto de Cataluña ni al llamado Plan Ibarreche,
que pretendía convertir al País Vasco en un estado libre
asociado con España. Por más que quisiera eludir el debate
sobre ambas cuestiones, en el hemiciclo planeaba la
solemne e irresponsable promesa que unos meses atrás, en
vísperas de las elecciones autonómicas catalanas, había
hecho en Barcelona: «Apoyaré la reforma del estatuto que
apruebe el Parlamento Catalán».
Seguramente, los portavoces de CiU y de Esquerra
Republicana de Cataluña, y los diputados del ala
nacionalista del PSC habrían recibido con inquietud las
palabras del candidato Zapatero en las que ponía como
límite para las reformas estatutarias el respeto a la
Constitución y amplias mayorías, pues eso podía significar
que el compromiso de apoyar cualquier iniciativa que
aprobara el Parlamento de Cataluña era papel mojado.
Así que cuando les llegó su turno, los portavoces de las
minorías nacionalistas catalanas, Josep Durán i Lleida y
Joan Puigcercós, le pidieron explicaciones. Y lo mismo hizo,
aunque desde una perspectiva radicalmente diferente,
Mariano Rajoy.
Ha de recordarse que entre los dos grandes partidos
nacionales se había establecido una verdadera convención
constitucional desde la aprobación de la Constitución,
consistente en que no se llevaría a cabo ninguna reforma
estatutaria sin acuerdo entre ambos. El compromiso de
Barcelona pulverizaba este acuerdo. Con la particularidad
de que el nuevo estatuto que discutía el Parlamento
Catalán desbordaba claramente el marco constitucional y
su legitimidad última pretendía sustentarse tan solo en la
voluntad del pueblo catalán. Es decir, soberanismo puro y
duro.
Rajoy fue al grano cuando se refirió a Cataluña durante
su discurso de réplica al candidato con una batería de
preguntas:
Usted dijo que apoyaría cualquier reforma del Estatuto de Cataluña que
aprobase el Parlamento Catalán sin tocar una coma; después, que solo lo
haría si esa reforma respeta la Constitución, pero el señor Maragall dijo que
ese límite no es infranqueable. Después han dicho otras cosas, han hablado
mucho y han generado mucha confusión. Hoy ha dicho que la legitimidad de
las reformas estatutarias tiene como condición el respeto a la Constitución.
Entiendo que esa es su postura, la definitiva ya, y también la definitiva de su
partido, pero, aun así, porque eso lo entiendo, quedan algunas dudas que
me gustaría plantearle. ¿Renuncia usted a que esta cámara pueda, como
dice el texto constitucional, modificar el proyecto de reforma de estatuto
que apruebe cualquier parlamento autonómico? Nosotros, no, desde luego.
Nosotros, no, y le hago una segunda pregunta. Si por la vía del artículo
150.2 se pretende privar al Estado de sus competencias exclusivas, como
exigen algunos de sus socios, ¿qué hará usted?

Zapatero no entró al trapo de Rajoy. Se limitó a reiterar


lo que ya había dicho sobre los dos límites a las reformas
estatutarias, Constitución y amplias mayorías. Aunque dijo
algo más: el respeto a la Constitución había de serlo tanto
en el procedimiento como en el contenido. Y para obtener
amplias mayorías su gobierno haría todo lo necesario para
conseguirlas dialogando «hasta la extenuación». Hizo oídos
sordos a la referencia al mitin de Barcelona y, en lo relativo
a la aplicación del artículo 150.2 de la Constitución —que
permite transferir o delegar en las comunidades materias
de la exclusiva competencia del Estado que «por su
naturaleza» sean susceptibles de transferencia o
delegación—, le recordó que el Partido Popular acababa de
aprobar en Canarias una reforma estatutaria reivindicando
la creación de la policía autónoma y de la agencia tributaria
canaria. Y no le dijo más.

Cuando Durán i Lleida predicaba en el desierto

Durán i Lleida no se anduvo con rodeos. «Quiero dar a esto


una gran solemnidad. España y Cataluña tienen ante sí una
gran oportunidad… A lo largo de esta legislatura llegará a
esta cámara una nueva propuesta estatutaria para
acomodar la nación catalana en el marco del Estado. Será
preciso que su gobierno y el conjunto de la sociedad den
respuesta positiva a este planteamiento. Aquí sí, señor
candidato, sentimos una gran decepción por su
intervención». El discurso de Durán fue el de un catalanista
que no desea la ruptura con España. Fundamentó la
reivindicación de mayor poder político para la «nación
catalana» en la propia Constitución. Invocó el artículo 2,
donde se reconoce el derecho a la autonomía de las
nacionalidades y el artículo 3 relativo a la cooficialidad de
las diversas lenguas de España en sus respectivos
territorios, en la disposición adicional primera, que ampara
y respeta los derechos históricos de los territorios forales,71
en conexión con la disposición transitoria segunda donde
se establece un procedimiento singular para el acceso de
Cataluña, el País Vasco y Galicia a la plena autonomía
política. De ahí concluye Durán que Cataluña es diferente,
por lo que merece un trato diferente. Y da un paso más. La
generalización del modelo autonómico ha tenido por objeto
«ahogar y ocultar la plurinacionalidad de España».
71 Cataluña no es un territorio foral y la disposición adicional solo tiene
como destinatarios a Álava, Guipúzcoa, Vizcaya y Navarra. La pretensión de
buscar en la disposición adicional un portillo por el que pudiera Cataluña
salirse del marco constitucional no tiene ningún fundamento jurídico, ni aunque
fuera de aplicación a Cataluña dicha disposición.
Durán asumía así las tesis sustentadas por Miguel
Herrero y Rodríguez de Miñón, que fue ponente de la
Constitución en representación de UCD junto a Gabriel
Cisneros y José Pedro Pérez Llorca. Herrero ha venido
sosteniendo que la disposición adicional primera de la
Constitución, que ampara y respeta los derechos históricos
de los territorios forales, es también de aplicación a
Cataluña.72
72 Resulta sorprendente que este pensamiento soberanista hubiera
encontrado apoyatura en los argumentos expuestos por Miguel Herrero y
Rodríguez de Miñón, para quien los derechos históricos son consecuencia de la
existencia en España de diversos corpora politica como expresión indisponible
del propio ser de sus titulares. Las nacionalidades históricas, expresamente
reconocidas en la disposición transitoria segunda de la Constitución y, en
concreto el País Vasco, Cataluña y Galicia, así como la Navarra foral
participaron, según Herrero, en la elaboración de nuestra ley de leyes. Lo
hicieron a través de los representantes de los referidos territorios en las Cortes
Generales y de otros agentes políticos y sociales. Cuando se elaboraron los
estatutos de autonomía fuerzas políticas de cada nacionalidad pactaron entre sí
y luego lo hicieron conjuntamente con el gobierno estatal. En consecuencia, el
poder constituyente no fue el ejercicio unilateral de una potestad
incondicionada, sino una serie de «pactos de unión» generadores para todos,
las partes y el conjunto, de un nuevo orden de vida. Esta es, precisamente, la
esencia de lo que se denomina pacto de estatus. En consecuencia, cuando la
comunidad es plural, porque a su vez se compone de diferentes corpora
politica, el proceso permanente de legitimación constitucional, correlato de la
integración política que la Constitución debe instrumentar, solo es posible si se
mantiene la unión de voluntades generadora del pacto de estatus, que es de
suyo irreversible, pero quiebra si cesa la unión de voluntades que lo hace vivir
y, en una sociedad abierta, las consecuencias de esta quiebra no pueden
ocultarse ni inhibirse a la larga. Por otra parte, aunque la Constitución
proclame la unidad de la soberanía, el pactismo surgido del ser de los corpora
politica conduce indefectiblemente a la cosoberanía y a la consideración de
España como una realidad plurinacional. Esto le lleva además a reconocer a los
corpora politica el derecho de autodeterminación, como una indeclinable
reivindicación de la conciencia nacional. La autoidentificación en la que la
autodeterminación consiste, según la construcción doctrinal de Herrero, es
distinta de la autodeterminación reconocida en las declaraciones universales de
los derechos humanos y ha de responder a las señas de identidad de cada
pueblo sujeto de la misma. La autodeterminación no es invención arbitraria
sino necesidad histórica. De esta forma, los derechos históricos, en cuanto a
priori material, posibilitan, pero también delimitan cualquier despliegue de
voluntad de autodeterminación, obligada a respetar la identidad originaria, por
ejemplo, en sus aspectos territoriales, institucionales, relacionales y culturales.
Una autodeterminación así entendida cabe en nuestro bloque de
constitucionalidad. No es de extrañar que quien así se expresa obtuviera el
Premio Fundación Sabino Arana (1998), la Cruz de Sant Jordi de la Generalidad
de Cataluña (2000) y que en 2008 Rodríguez Zapatero lo nombrara consejero
permanente del Consejo de Estado.

Esta tesis no puede ser más desafortunada. Los títulos


históricos, salvo los derivados de la foralidad histórica por
ser consustanciales con la existencia misma de
comunidades como la Foral de Navarra y los territorios
forales de la comunidad autónoma vasca, no pueden
considerarse como factor diferencial más que en aspectos
muy concretos y excepcionales, no de derechos históricos
sino de circunstancias históricas, tales como el
reconocimiento de la facultad de acceder a la autonomía
política plena sin cumplir los trámites de los artículos 143 y
151 de la Constitución por haber refrendado durante la
Segunda República un estatuto de autonomía (caso de
Cataluña, País Vasco y Galicia), o el plus competencial
derivado en materia de educación y cultura inherente a la
posesión de una lengua propia, o la insularidad.
Nadie puede discutir la identidad de Cataluña, en la que
el pasado juega un papel determinante, aunque no sea su
único factor identitario. La historia demuestra que, hasta
1714, el principado, que nunca fue reino, poseía
instituciones vivas y en ejercicio para ejercer lo que hoy
llamaríamos autogobierno. Extremadura no puede alegar
haber sido reino ni principado ni señorío. Pero nadie puede
discutir que en España el pueblo extremeño tiene identidad
propia, aunque no se hubiera reflejado en instituciones
históricas. La Constitución de 1978 facilitó que
Extremadura pudiera convertirse en comunidad autónoma.
Fue el punto cero de una nueva personalidad política
proyectada hacia el futuro. Desde ese momento su
identidad es tan digna de respeto y de consideración como
la catalana, la vasca, la andaluza, la navarra o cualquier
otra.
En 1979 el pueblo catalán, que el año anterior había
refrendado masivamente la Constitución, pudo comprobar
cómo al amparo de esa misma Constitución el histórico
principado se convertía en una de las comunidades más
autónomas de Europa. Sus antiguas instituciones
reverdecieron mediante un proceso de actualización
democrática producido a través de su estatuto. Más aún,
jamás la Generalidad había disfrutado en el pasado de un
poder político tan profundo como el que actualmente
ejercen el Parlamento de Cataluña y el Gobierno de la
Generalidad.
Todo ello no significa que los extremeños —seguimos con
el mismo ejemplo— no tengan derecho a acceder al mismo
grado de autonomía que Cataluña. Porque catalanes y
extremeños son ciudadanos del mismo Estado y tienen en
común su pertenencia a la nación española, algo que
también hunde sus raíces en la historia.
Luego en un Estado de ciudadanos libres e iguales no
cabe establecer otra diferenciación por razones
territoriales que las que se deriven, como ya dije antes, de
la existencia de una lengua propia, de la foralidad histórica
y de la insularidad. Y es eso, justamente, lo que garantiza la
Constitución española. Con la particularidad, de que el
sistema no es como se dice «café para todos», sino que a
nadie se le impone el mismo ropaje autonómico por lo que
la asimetría es también consustancial con el modelo.
Hablar de federalismo asimétrico es innecesario y conduce
a confusión. Si se pretende que no todos los estados sean
iguales en competencias porque disfrutan de algunas
singularidades, en tal caso no es necesario utilizar un
nombre que induce a confusión puesto que en nuestra
cultura occidental el federalismo es consecuencia de la
unión de estados que renuncian a su soberanía originaria.
Ese no es el caso de España.
Y es que la española no es una nación artificial,
consecuencia de la dominación de unos pueblos por otros.
Siglos de empresas comunes, unas veces para defender la
fe común y otras para sostener la hegemonía española en el
mundo, fueron el yunque en el que se forjó la unidad de
España sin mengua de una diversidad que en modo alguno
conducía a la segregación. De ahí que no se puede
confundir la nación con el Estado. Eso ocurrió durante el
centralismo de otros tiempos, en que se negaba la
diversidad intrínseca al concepto de España. En el binomio
Estado-nación, aplicado a nuestro caso, lo que es
indestructible es la unidad nacional, mientras que el Estado
puede ofrecer formulaciones distintas en función de la
voluntad de los ciudadanos españoles.
La Constitución de 1978 se fundamenta en la indisoluble
unidad de la nación española, patria común e indivisible de
todos los españoles, pero al mismo tiempo reconoce el
derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones
que la integran. La Constitución no definió el concepto de
nacionalidad, pero estableció la posibilidad de que
nacionalidades y regiones pudieran disfrutar, si tal era la
voluntad de sus ciudadanos, del mismo régimen
autonómico salvo las excepciones derivadas de los hechos
diferenciales a los que antes he hecho mención. Lo que no
cabe es invocar el derecho a la autodeterminación, salvo
que el pueblo español en su conjunto, como titular único
del poder constituyente, decida hacer pedazos la
Constitución y reconozca la facultad de segregarse de la
patria común.
No es la de España una historia de dominación sino de
integración. Salvo Portugal, que pudo hacerlo, pero al final
decidió seguir un derrotero diferente, todos los demás
pueblos españoles contribuyeron a la consolidación en el
concierto internacional de «una realidad no puramente
administrativa, sino afectiva, de sentimientos entrelazados,
histórica. Hay una serie de vivencias históricas comunes
muy importantes, de contacto de la población [yo diría
mezcla, más que contacto, por no utilizar la palabra
mestizaje], de intereses, de memorias comunes. Todo eso
forma una comunidad y España lo es». Quizás le sorprenda
al lector saber que esta certera definición de la idea de
España es del propio Jordi Pujol. Fue antes de que
abandonara el Palau de Sant Jaume, después de disfrutar
de un poder omnímodo durante tres largas décadas. Los
maledicentes dicen que su campaña de desencuentro
porque Cataluña ya no se siente «cómoda» en España
coincide con el inicio de las investigaciones sobre las
actividades empresariales de algunos miembros de su
familia. Sea lo que fuere, nunca he entendido qué es eso de
sentirse cómodo en España. A mí me gustaría que todos los
españoles se sintieran cómodos en nuestro país. Pero no
hay un baremo para medir los factores reveladores del
índice de comodidad. Porque, sin duda, unos españoles se
sentirían más cómodos en una república mientras que otros
no están incómodos con la actual Monarquía parlamentaria
como forma de Estado. Unos quisieran más autonomía,
otros añoran la vuelta al centralismo. Y así podríamos
describir comodidades e incomodidades hasta el infinito.
Pero por ellas nadie —o casi nadie— reniega de su
condición española.
Para dar la espalda a siglos y siglos de vida en común no
es suficiente argumento que se hubieran producido
periodos de desencuentro, provocados en la mayoría de los
casos por intereses de monarcas ambiciosos o de clanes
nobiliarios ávidos de poder, en los que siempre el único
perdedor era el pueblo llano. España es una comunidad de
sentimientos, de intereses y de cultura. Su Estado es el más
antiguo de Europa. Y de él han formado parte siempre
vascos y catalanes. Si se reconoce que España es una
realidad afectiva, de sentimientos entrelazados, histórica;
si hay entre nosotros vivencias históricas comunes; si los
españoles podemos entendernos en un mismo idioma, al
margen de la existencia de lenguas propias de algunas
comunidades; si con independencia de identidades
culturales diversas existe una cultura española común; si
nadie puede invocar pureza de sangre, entre otras cosas
porque el racismo es una aberración y menos en un país en
el que se ha producido a lo largo del tiempo un profundo
«mestizaje»; si tenemos una memoria común; si somos en
suma una comunidad, ¿cómo se puede negar a España la
condición de nación?
En suma, el pensamiento «soberanista»
preindependentista, inspirador de las palabras de Durán en
el debate de investidura, niega que España sea una nación,
aunque eso suponga desdecirse de lo que los
representantes catalanes proclamaron en los debates
constituyentes, y pretende reducir a España a la condición
de un mero Estado plurinacional, es decir, un mero
cascarón burocrático prestador de servicios comunes del
que pueden desengancharse en cualquier momento y que si
se mantienen en él es por razones puramente económicas,
pues algunos servicios prestados en común, como la
defensa o la diplomacia o las grandes infraestructuras,
resultan más baratos si se comparten los gastos.
Después de esta larga digresión, hora es de volver al
debate de investidura. En su respuesta a Durán i Lleida, el
candidato socialista expuso cuál era su credo sobre tan
candentes cuestiones.
Creo en la España de la diversidad. Creo en la España de la pluralidad. Creo
que el autogobierno es positivo, no solo expresa un derecho de identidad,
sino que es positivo para el funcionamiento de los pueblos y de las
sociedades. Creo que nuestra historia hasta la Constitución de 1978 ha
estado demasiado cargada, siempre en paralelo, de autoritarismo y de
centralismo. Creo que la identidad común de lo que representa España
como proyecto en la Unión Europea, como proyecto en el mundo, se basa
esencialmente en la diversidad y en la riqueza de esa diversidad, que es un
factor de orgullo... La diversidad implica una manera de ser, una manera de
constituirse, una manera de sentir la realidad que permite algo tan objetivo
como las diferencias tan notables, llámense hechos singulares o como se
quiera, que existen entre las nacionalidades y regiones de nuestro país. Son
factores de historia, de cultura, de lengua, de voluntad política, de
identidad, de aspiración de autogobierno, y por ello creo que eso está en el
reconocimiento de mi forma de ver la evolución de este país, de mi forma de
desarrollar este Estado que llamamos España, de mi comprensión profunda
por lo que representa el sentirse con una fortaleza identitaria o nacional
como usted ha expresado en esta tribuna. Sí le diré que tiendo a relativizar
los conceptos que tienen una excesiva carga simbólica y emocional como
nación o soberanía. Hoy caminamos hacia un mundo donde más que discutir
la soberanía, los límites, su contenido, lo que debemos procurar es que las
relaciones intergubernamentales, la cooperación, la ampliación de espacios
que permiten construir y desarrollar políticas juntos, sin duda es lo que
representa mucho más progreso social para la ciudadanía. Y le diré más,
que más allá del respeto y de una comprensión hacia eso, como decía antes,
creo que un modelo de convivencia, con una profunda descentralización, con
proximidad, es un modelo que favorece también el desarrollo de las políticas
sociales, del bienestar y de la cohesión. Lo que sí le tengo que decir, señor
Durán, es que esa voluntad de profundo autogobierno, se sientan o no se
sientan las distintas comunidades como naciones o tengan o no una visión
plurinacional del Estado, está presente en muchos territorios de nuestro
país, con grados distintos, con intensidades diferentes, pero he reiterado en
muchas ocasiones que la autonomía ha sido, sobre todo, un factor positivo
para los territorios y para las regiones menos desarrolladas de nuestro país.
Regiones que estaban muy lejos de la media de desarrollo, según todos los
índices, han tenido la posibilidad de avanzar. Por ello hay una identidad y
una clara correspondencia entre autonomía y solidaridad.

Zapatero defendió su propia idea de España, pero no


renegó de su existencia.
El credo de Zapatero contenía aspectos positivos, que
podemos compartir quienes defendemos la virtualidad de la
Constitución para vertebrar la nación española. No
obstante, la relativización del concepto de nación, que en
otra ocasión proclamó que era «discutible y discutido» o
del concepto de soberanía sería un mal presagio de lo que
vendría después, durante la tramitación del nuevo Estatuto
de Cataluña.73 Y eso, a pesar de que en su réplica a Durán i
Lleida pareció estar arrepentido de su solemne promesa
barcelonesa, aunque siempre dentro de una calculada
ambigüedad: «En cuanto a la reforma del estatuto, creo
que el pronunciamiento que he hecho en torno a esta
cuestión es bastante razonable, y es mostrar mi voluntad
favorable y abierta a que el Estatuto de Cataluña sea
reformado».
73 En la sesión de control que tuvo lugar en el Senado el 8 de noviembre de
2004, el portavoz del Partido Popular, Pío García Escudero, interpeló al
presidente para preguntarle si mantenía unas recientes declaraciones en las
que había sostenido que el concepto de nación estaba ya superado y que no
había diferencias entre nación y nacionalidad. Zapatero fue claro y conciso en
su respuesta. «Como no podía ser de otra manera, el gobierno considera
plenamente vigentes los conceptos constitucionales en todos sus preceptos»,
pero tenía la «obligación intelectual» de que «en algunos casos estamos ante
conceptos discutidos y discutibles». Dicho esto, el presidente se reafirmó en
que si hay un concepto «discutible y discutido en la teoría política y en la
ciencia constitucional» ese es precisamente el de nación.
Después le tocó su turno a Joan Puigcercós, portavoz de
Esquerra Republicana de Cataluña, con cuyos votos
Zapatero contaba para su investidura. Habló alto y claro.
Sus primeras palabras fueron para hacer profesión de fe de
su catalanismo separatista:
Comprenderán ustedes que este es el momento más oportuno para hablar
claro y alto, como hemos hecho siempre, sin ambigüedades, sin doble
sentido, sin complejos, sobre quiénes somos, a quién representamos.
Esquerra Republicana de Cataluña es un partido independentista,
republicano y de izquierdas, de ámbito nacional catalán, es decir, de los
países catalanes. Aspiramos a una nación catalana libre, de ciudadanas y
ciudadanos libres, donde la justicia social prevalezca sobre la explotación y
la desigualdad económica y social, y todo ello mediante la única vía posible:
la voluntad de la mayoría del pueblo catalán expresada democráticamente.
Soñamos, pues, un país libre y soberano, de personas solidarias y
fraternales con los pueblos de España, en el marco de la Europa de las
naciones democráticas y pacíficas abiertas al mundo.

Pero la colaboración entre los dos partidos, tan alejados


desde el punto de vista de la concepción de la nación y del
Estado, quedaba justificada porque ambos —PSOE y ERC
—, al menos así lo manifestó Puigcercós, tenían una
convergencia ideológica. «Estamos convencidos de que las
izquierdas española y catalana tenemos mucho camino que
recorrer juntos», enfatizó. Por ello reclamaba al candidato
valentía para asumir «el legado de ilusión en un cambio
político que millones de ciudadanos y de ciudadanas,
mediante una pluralidad de opciones de izquierda y
nacionalistas, depositaron en las urnas el 14 de marzo». Lo
fundamental era acabar con el «pensamiento único» de la
era Aznar, «que ha coartado las libertades colectivas e
individuales de un país». Resulta chocante este reproche a
la derecha por parte de quienes no vacilan en utilizar todos
los instrumentos de poder a su alcance, como por ejemplo
el adoctrinamiento educativo y el control de los medios
públicos de comunicación, para imponer el «pensamiento
único de la izquierda».
Puigcercós se refirió, como no podía ser de otra manera,
al nuevo Estatuto de Autonomía de Cataluña. «La reforma
del actual —dijo— es una necesidad perentoria que goza
del apoyo de más del 80 por ciento del actual Parlamento
de Cataluña. El Parlamento de Cataluña ha iniciado el
trámite de redacción de un nuevo texto estatutario con la
creación de la comisión. Así, en el plazo de un año el nuevo
estatuto catalán será presentado en esta cámara. Señor
candidato, confiamos en su palabra, ya que fue usted
mismo quien en Cataluña se comprometió a aceptar el
texto que el Parlamento Catalán aprobará. Le pedimos,
pues, que no defraude la expectativa de una mayoría social
muy amplia de Cataluña que demanda mayores cuotas de
poder político para Cataluña».
En su réplica, Zapatero no se dio por enterado de la
alusión a su compromiso de Barcelona. Tan solo le pidió a
Puigcercós que confiaran en él: «Me gustaría que por un
tiempo se mantuvieran a la expectativa y comprobaran
cómo puede ser una España plural de verdad, que
entendieran que puede ser incluso más atractiva desde sus
posiciones y desde esa referencia histórica que desde sus
tentaciones soberanistas. Espero que puedan comprobarlo,
que lo tengamos presente y que por tanto asumamos que
hoy casi nadie puede ser independiente; que la libertad
para un territorio, para un pueblo, no siempre va
acompañada de esa condición, mucho menos en un mundo
globalizado, mucho menos con la Unión Europea como una
gran y nueva formación política, históricamente
desconocida, que abre unas expectativas enormes y que
por ello sin ningún prejuicio podamos dialogar
intensamente sobre todos estos conceptos que son de gran
calado, más allá de lo que representa hoy el debate de
investidura, y que me interesan e incluso me llegan a
apasionar desde el punto de vista ideológico».

Deslealtad independentista

En paralelo al inicio de conversaciones secretas con


Zapatero, la deslealtad independentista brillaba por su
ausencia. Nada menos que el conseller en cap del Gobierno
de la Generalidad de Cataluña, Josep-Lluis Carod Rovira,
líder de Esquerra Republicana de Cataluña y socio
principal del socialista Pasqual Maragall, decidió hacer una
visita a la cúpula de ETA. Fue a convencerles de que no
mataran, al menos en Cataluña, y a exponerles que había
razones muy poderosas para ello, porque estaban a punto
de abrirse nuevos caminos para conseguir el triunfo de sus
respectivos proyectos independentistas. Intentó que la
reunión se mantuviera en secreto, pero pronto quedaría
desvelado que los días 3 y 4 de enero de 2004 se había
reunido con la cúpula etarra en la ciudad francesa de
Perpiñán.74 El conseller en cap del gobierno de Pasqual
Maragall, que por aquellos días estaba de presidente en
funciones de la Generalidad, fue a dicha ciudad francesa
para hacer política de Estado. Y así, los etarras Mikel
Albizu, alias Mikel Antza, jefe del «aparato político» de
ETA, y José Antonio Urruticoetxea Bengoetxea, alias Josu
Ternera, exdiputado vasco huido de la Justicia española,
conocieron de primera mano el alcance del «Pacto del
Tinell». Se percataron de que si el nuevo secretario general
del PSOE, José Luis Rodríguez Zapatero, llegaba al poder
en España, los independentistas podrían asestar un golpe
mortal a la Constitución de 1978. Cataluña sería
reconocida como nación y España se convertiría en un
mero Estado plurinacional. Al Partido Popular, ni agua
porque merecía ser expulsado del sistema democrático.
74 La elección de Perpiñán tenía un significado simbólico. Para un
independentista como Carod Rovira la reunión se celebraba en territorio
catalán, pues esta ciudad francesa había sido la capital histórica del condado
del Rosellón, que pertenecía al principado de Cataluña, y que España se vio
obligada a ceder a Francia en virtud de la Paz de los Pirineos en 1659. Los
enormes gastos producidos por el mantenimiento de la hegemonía española en
Europa obligaron al conde duque de Olivares, valido de Felipe IV, a exigir a los
reinos dependientes de la Corona española un gran esfuerzo económico-militar.
En Cataluña hubo resistencia a tales medidas agravadas por los abusos
cometidos por el ejército real en la guerra con Francia. El descontento popular
se convirtió en una revolución en toda regla de los campesinos o segadors, que
el día del Corpus de 1640 asesinaron al virrey catalán, conde de Santa Coloma.
A partir de ese episodio tan traumático, las instituciones catalanas iniciarán su
primera aventura secesionista. Aprovechando que los ejércitos de la Monarquía
española debían multiplicar su presencia en otros lugares de Europa,
proclamaron la República el 17 de enero de 1641. Seis días duró la experiencia
republicana, pues ante la llegada del ejército enviado por Felipe IV para
sofocar la revuelta, la Generalidad reconoció como conde de Barcelona al rey
Luis XIII de Francia, al que sucedió en 1643 su hijo Luis XIV. El ejército real fue
derrotado y Cataluña pasó a formar parte de la Monarquía francesa. Pero fue
peor el remedio que la enfermedad y el pueblo también se rebeló contra este
disparate, pues los catalanes padecieron en sus propias carnes lo que
significaba vivir bajo el poder absoluto del Rey Sol. El descontento volvió a
apoderarse del pueblo catalán. Por fin, en 1651, el ejército de Felipe IV tomó la
ciudad de Barcelona y con ella volvió Cataluña al seno de la Monarquía. Todos
estos acontecimientos debilitaron a España en el tablero europeo. Nuestro
declive se había iniciado tras la Paz de Westfalia en 1648, que puso fin a la
Guerra de los Treinta Años, pero no a las hostilidades entre Francia y España.
Tras la derrota sufrida por España contra un ejército anglo-francés en la
batalla de las Dunas (Dunquerque), Felipe IV levantó bandera blanca y en 1659
firmó con Luis XIV el Tratado de los Pirineos, en la Isla de los Faisanes situada
en la desembocadura del río Bidasoa. La aventura secesionista catalana será
causante de la pérdida del Rosellón y la Cerdaña. A partir de entonces, la
unidad territorial de Cataluña quedaría rota por gracia de los segadors y los
Pirineos marcarían la frontera entre Francia y España. A pesar de que, en el
pacto de los Faisanes, Luis XIV se comprometió a respetar los fueros o usatges
del Rosellón y Cerdaña, al minuto siguiente se olvidó de ellos y desde entonces
los catalanes de ultrapuertos «padecen» la ominosa opresión del centralismo
francés.

Pero para conseguir todo esto se requería un clima de


tranquilidad. Desde el cruel asesinato de Miguel Ángel
Blanco la gente tendía a identificar terrorismo y
nacionalismo y eso era malo para todos. Por eso ETA debía
hacer un paréntesis en la lucha armada. Si Cataluña
conseguía desestabilizar la España constitucional, Euskadi
podría beneficiarse de ello. Por el contrario, una nueva
escalada terrorista beneficiaría al PP, lo consolidaría en el
gobierno y haría imposible avanzar en el proceso de
transformación de España en un Estado plurinacional,
presupuesto indispensable para dar el último impulso hacia
la independencia. «Estoy convencido de que mi reunión
permitió abrir el camino que será largo, lleno de
dificultades —como ya se está viendo—, pero irreversible»,
declararía el interesado un par de años después.75 Y, en
efecto, las palabras de Carod Rovira surtirían efecto. El 18
de febrero de 2004, ETA irrumpió en la campaña de las
elecciones generales del 14 de marzo anunciando la
«suspensión» de su campaña de acciones armadas en
Cataluña, un anuncio que produjo una gran conmoción
política. El propio Zapatero pidió a Pasqual Maragall que se
depurasen responsabilidades políticas en el seno de ERC o
el cese de Carod Rovira. Por su parte, el lendakari
Ibarreche calificó de «nauseabunda e inmoral» la tregua de
ETA en Cataluña, acusando a la banda terrorista de
«favorecer el interés electoral del PP». Ante semejante
polvareda, Carod Rovira dimitió de su cargo.76
75 En un mensaje a través de Twitter, Carod Rovira escribió el 4 de enero de
2014: «Hoy hace diez años. Me cambió la vida, pero la violencia ha dejado de
existir y de interferir en el independentismo. Tenía que hacerse. Valió la pena».
76 No deja de ser paradójico que fuera Zapatero el que impulsara la dimisión
de Carod Rovira, pues pocos meses después daría su visto bueno a los
contactos con ETA-Batasuna del presidente del PSOE vasco, Jesús Eguiguren,
que condujeron a las deshonrosas negociaciones de paz con la banda terrorista.

Ya hemos visto en qué quedó la política «buenista» de


Zapatero, que nos legó el gran problema de Cataluña.
Pedro Sánchez oía todas estas cosas y las guardaba en su
corazón. Las llegó a escuchar de primera mano en los dos
últimos años de la presidencia de Zapatero. Sin duda tomó
muchos apuntes. Y se convenció de su misión histórica.
Estaba llamado a ser el nuevo mesías del socialismo para
librar a los socialistas europeos de la deriva de la
socialdemocracia alemana que desde los años cincuenta del
siglo pasado adoraba al becerro de oro del capitalismo.

Zapatero se quita la careta: la Quinta Internacional


(La Paz)

La progresiva metamorfosis de Zapatero hasta convertirse


en un defensor de la dictadura social-comunista de Nicolás
Maduro en Venezuela culminó el 8 de noviembre de 2020,
cuando firmó la Declaración de La Paz redactada por Pablo
Iglesias, vicepresidente del Gobierno de España, Alberto
Fernández, presidente de Argentina y Luis Arce, presidente
de Bolivia. Todos los males provienen del neoliberalismo y
un modelo económico para el exclusivo beneficio
empresarial.77 Los sistemas democráticos están
amenazados por el golpismo de ultraderecha, contra el que
los firmantes se comprometen a defender la democracia, la
paz, los derechos humanos y la justicia social.78
77 Recientemente se ha conocido un nuevo escándalo de corrupción que
afecta al que fuera embajador en Venezuela, Raúl Morodo, nombrado en 2004
por José Luis Rodríguez Zapatero, íntimo amigo del entonces ministro de
Defensa, José Bono, que había compartido despacho de abogados con este
último en los años setenta, participando ambos en la fundación del Partido
Socialista Popular de Tierno Galván, integrado en el PSOE en 1979. El
exembajador está encausado en el blanqueo de comisiones ilegales de
miembros de la Sociedad Petrolífera Venezolana mediante la emisión desde su
despacho en Madrid de facturas falsas por trabajos inexistentes realizados a la
petrolera. Se da la circunstancia de que en 2005 se firmó por la empresa
estatal Navantia un contrato para el suministro de varias patrulleras para la
vigilancia costera por un total de 1.237 millones de euros. El contrato se había
concertado verbalmente entre el presidente Hugo Chávez y Rodríguez
Zapatero, y la ejecución correspondió a José Bono, por aquel entonces ministro
de Defensa, que contó con la estrecha colaboración del embajador Morodo.
Este a su vez se había ganado la plena confianza del dictador venezolano. En su
libro Diario de un ministro, Bono se atribuye junto a Morodo el éxito de la firma
del contrato, que tuvo lugar el 28 de noviembre de 2005, y cuenta con pelos y
señales las negociaciones secretas que llevaron el embajador y él con Chávez y
sus colaboradores. Resulta que años después, se descubrió y se abrió un
proceso judicial porque Navantia había firmado un anexo al contrato, días
antes de su firma, por el que se comprometía a pagar a la cúpula venezolana
una comisión del 3,5 por ciento de la operación, por un total de 42 millones de
euros. Un sórdido asunto del que sus protagonistas no han dado hasta el
momento de escribir estas líneas ninguna explicación. La última novedad,
también sorprendente y sobre la que no se ha dado ninguna explicación, es que
José Bono ha obtenido de su amigo el nuevo presidente dominicano, Luis
Abinader, la nacionalidad de la República Dominicana, el nombramiento de
cónsul honorario en Albacete y, por último, ha sido contratado como asesor
para la reorganización de la Policía dominicana, materia sobre la que carece de
experiencia puesto que desempeñó en España el ministerio de Defensa. La
prensa española ha publicado que Bono, tras recibir la nacionalidad
dominicana, creó en su país de adopción cuatro sociedades offshore, Teivelpir
RD, Veleta Sociedad, Vetapir y Grupo Tiseck, según figuran en el Registro
oficial de la Oficina Nacional de la Propiedad Industrial (ONAPI) de la
República Dominicana.

78 El documento de La Paz, de 8 de noviembre de 2020 tiene por objeto


conseguir la activación de la Quinta Internacional, promovida por el presidente
venezolano Hugo Chávez, en 2010. Sus firmantes fueron Evo Morales
(exdictador socialista bolivariano); Luis Arce, de Bolivia (presidente y socialista
bolivariano); Alberto Fernández, de Argentina (presidente y peronista de
izquierda radical); José Luis Rodríguez Zapatero y Pablo Iglesias, de España;
Dilma Rouseff, de Brasil (expresidenta, izquierda marxista); Rafael Correa, de
Ecuador (expresidente, izquierda marxista radical); Andrés Arauz, de Ecuador
(centro izquierda); Alexis Tsipras, de Grecia (izquierda radical); Daniel Jadue,
de Chile (comunista); Gustavo Petro de Colombia (perteneció a la cúpula del M-
19, movimiento guerrillero marxista-leninista); Verónika (sic) Mendoza, de Perú
(socialdemocracia de izquierdas); Jean-Luc Melenchon, de Francia (socialista
radical), y Catarina Martins, de Portugal (comunista).

Resulta que el gran peligro para nuestra democracia está


en la ultraderecha. Lo dicen quienes están empeñados en
sembrar de sistemas social-comunistas la América hispana
y el Mediterráneo europeo:
La crisis vinculada a la grave pandemia que golpea a la humanidad ha
puesto en evidencia las principales debilidades de nuestras formas de
organización social: la fragilidad de los sistemas de salud y de los servicios
públicos; la erosión, resultado de años de neoliberalismo, de los mecanismos
de protección social con los que cuentan los Estados; la insostenibilidad
social, económica y ecológica de los modelos dominantes de extracción para
exclusivo beneficio empresarial; y, con una intensidad especialmente
preocupante, los peligros a los que se enfrentan los sistemas democráticos
en todo el mundo.
Hoy la democracia está amenazada y basta con analizar los
acontecimientos políticos de los últimos meses en Bolivia, país anfitrión de
esta Declaración, para constatar que la principal amenaza a la democracia y
la paz social en el siglo XXI es el golpismo de la ultraderecha.
Una ultraderecha que se expande a nivel global, que propaga la mentira
y la difamación sistemática de los adversarios como instrumentos políticos,
apelando a la persecución y la violencia política en distintos países.
Promueve desestabilizaciones y formas antidemocráticas de acceso al poder.
Esta acción antidemocrática se potencia allí donde encuentra poderes
comunicacionales a su servicio, que acumulando un inmenso poder de
influencia, pretenden manipular y tutelar las democracias en defensa de sus
intereses políticos y económicos.
Reunidos en La Paz con motivo de la toma de posesión de Luis Arce como
presidente del Estado Plurinacional de Bolivia, país que se ha convertido en
referencia internacional de la respuesta ciudadana al golpismo, los
firmantes de esta Declaración, gobernantes, expresidentes y líderes
progresistas en nuestros respectivos países de Iberoamérica y Europa,
afirmamos nuestro compromiso histórico de trabajar conjuntamente por la
defensa de la democracia, la paz, los derechos humanos y la justicia social
frente a la amenaza que representa el golpismo de la ultraderecha.
El entusiasmo de Zapatero por Pedro Sánchez, en el
Congreso de Valencia, celebrado en octubre de 2021,
puede tener un doble motivo. En primer lugar, porque el
gobierno ha demostrado a Maduro que no solo no apoya a
la oposición venezolana, sino que ha tenido gestos
amistosos con el régimen, como por ejemplo permitir la
entrada clandestina en España de la vicepresidenta de
Venezuela, Delcy Rodríguez, contraviniendo la prohibición
de pisar territorio de la Unión Europea, o prestar apoyo al
«diálogo» con las cartas marcadas que mantiene el
dictador con la oposición con vistas a la celebración de
elecciones democráticas. Pero también porque quizás
hubiera leído la «ponencia marco» del Partido Socialista
Obrero Español, ya que en sus 304 páginas hay una gran
coincidencia ideológica con las posiciones del populismo
bolivariano en asuntos sociales, propias del sector
podemita del gobierno español. No podemos descartar la
satisfacción de Zapatero por la destitución de la ministra
de Asuntos Exteriores, Adriana González Laya, que en
febrero de 2021 enfureció al dictador por haber visitado la
frontera de Colombia con Venezuela para conocer la
emigración masiva de venezolanos: «¿Qué hace la canciller
de España en la frontera de Colombia con Venezuela en vez
de irse al Mediterráneo a buscar a los refugiados y a la
gente que huye de África? ¿Por qué la canciller de España
viene a meterse en los asuntos de Venezuela? ¿Por qué va
directa a Cúcuta a hablar contra Venezuela?». Cuatro
meses después Sánchez cesaba a Laya, aunque lo más
probable es que la destitución fuera consecuencia de la
crisis con Marruecos.
Por último, hay un hecho significativo. En la Declaración
de Bogotá no hubo ningún representante de Cuba ni de
Venezuela. Puesto que con ambos países existen relaciones
oscuras tanto de Podemos como del PSOE, su presencia
hubiera podido incomodar a los dos representantes
españoles, máxime si se tiene en cuenta además que en
Podemos hay voces que reconocen que Cuba no es una
democracia y en el caso de Zapatero se da la circunstancia
de que es mediador internacional en Venezuela, que ejerce
con una parcialidad que solo puede tener su origen en
otros asuntos ajenos a la misión encomendada.
7. EL FEDERALISMO, UNA
SOLUCIÓN QUE CONDUCE A
NINGUNA PARTE

La Declaración de Granada (2013)

José Luis Rodríguez Zapatero gobernó gracias a un partido


independentista —Esquerra Republicana de Cataluña
(ERC)— y a otro comunista de ámbito nacional, Izquierda
Unida, donde se cobija el Partido Comunista de España.
ERC era radicalmente contrario al modelo autonómico de la
Constitución de 1978, incompatible con sus ansias de
independencia. IU no era independentista, pero desde la
desaparición de Santiago Carrillo de la escena política,
iniciada en 1985, cuando fue expulsado de la dirección del
PC, defendía la autodeterminación de las nacionalidades y
no ponía ningún reparo a la alianza con los
independentistas catalanes. No obstante, Zapatero tuvo la
habilidad de tener semejantes socios sin que se notara
demasiado.
Lo que sí percibió el electorado fue su incapacidad para
hacer frente a la primera crisis económica de 2007.
Zapatero comenzó por negar su impacto con frases como
«España es la que más partidos gana, la que más goles
mete en la Champions League de las grandes economías
del mundo» o «no hay razones objetivas, no hay ninguna
razón objetiva y fundada que permita sostener con
honestidad un mensaje pesimista, mucho menos
catastrofista. Ni sobre la situación actual ni, aun con mayor
fundamento, sobre el futuro».
Una de las genialidades de Zapatero fue destinar 15.000
millones de euros a la realización de obras municipales que
por su improvisación y mala gestión fueron un gran
fracaso. En 2011 las cosas habían llegado a una situación
extrema. Comenzaron a producirse manifestaciones
populares y así surgió el movimiento del 15 de mayo, el 15-
M. Pablo Iglesias con un discurso propio del comunismo
bolivariano tuvo la habilidad de encauzarlo después a
través de Unidos Podemos, que estuvo a punto de acabar
con la hegemonía socialista. Pero antes, el electorado,
angustiado, volvió sus ojos al centroderecha y Mariano
Rajoy derrotó a Zapatero en las elecciones de noviembre de
2011, y pudo gobernar con mayoría absoluta. Rajoy
consiguió el relanzamiento económico, pero se olvidó de
que la economía no lo es todo y desatendió numerosos
compromisos de índole política y social que no tenían
relación con la crisis de los bolsillos vacíos.
Lamiéndose las heridas de la derrota, los estrategas del
PSOE de 2013 y, en concreto, su secretario general, Alfredo
Pérez Rubalcaba, no perdían el tiempo. El líder socialista,
tan laureado después de muerto, llegó a la conclusión de
que, para recuperar el gobierno, resultaba imprescindible
tender la mano a los independentistas de izquierdas.
Probablemente volvieron a leer las resoluciones del
Congreso de Suresnes. Y, por supuesto, tuvieron presente
el pacto del Tinell, al que ya me he referido, por el que el
PSC, es decir, el PSOE catalán, ERC y la versión catalana
de Izquierda Unida —Iniciativa per Catalunya Verds-
Esquerra Unida i Alternativa (ICV-EUiA)— se habían
juramentado para establecer un cordón sanitario en torno
al PP, de modo que, bajo ninguna circunstancia, llegarían a
pactos de gobierno con un partido al que condenaban por
anticatalanismo. Pero además dieron pasos para la
transformación de España en un Estado federal.
El 6 de julio de 2013 en Granada, el Consejo Territorial
del PSOE, presidido por Pérez Rubalcaba y del que
formaban parte todos los «barones» autonómicos del
partido, aprobó una Declaración para «Un nuevo pacto
territorial: la España de todos». El documento se venía
negociando en los últimos meses entre la Comisión
Ejecutiva Federal y los dirigentes de los distintos
territorios. El día anterior, en el curso de una cena,
Rubalcaba había conseguido cerrar el documento que se
aprobó al día siguiente.
La primera parte del documento es una loa al Estado de
las autonomías. De la noche a la mañana el PSOE no podía
promover una reforma constitucional de tanto calado sin
hacer un canto a las grandes virtudes del Estado
autonómico. No se trataba de innovar, sino de perfeccionar
el sistema. Hay voces en España que pretenden una
recentralización, privando a las comunidades autónomas de
competencias, y otras persiguen la ruptura de la unidad de
España, objetivo al que se ha unido el nacionalismo catalán.
De ahí que sea necesaria una tercera vía. Ni ruptura ni
vuelta atrás. Lo que se necesita es una reforma en
profundidad del sistema, eso sí, con el consenso de todos.
Esto último pretendía ser tranquilizador. La realidad era
que el PSOE, aunque sabe bien que no puede, salvo
cataclismo electoral del centroderecha y de la derecha
extrema, convertir a España en un Estado federal, en la
declaración deja clara constancia de que «la solución, una
vez más, es la reforma en profundidad. El Estado de las
autonomías tiene que evolucionar, tiene que actualizarse y
perfeccionarse. Y tiene que hacerlo en su sentido natural:
avanzando hacia el federalismo, con todas sus
consecuencias».
El salto al Estado federal no podría hacerse mediante
una reforma que afectara solo al título VIII, pues también
hay que revisar de arriba abajo el título preliminar, al
capítulo segundo, sección segunda del título I (derechos
fundamentales) e incluso el título II (Monarquía
parlamentaria). Una reforma integral lo más parecido a una
nueva Constitución. Como ya he dicho anteriormente, una
reforma de tal calado exigiría una mayoría de dos tercios
en cada cámara, la disolución inmediata de las Cortes y
convocatoria de nuevas elecciones generales, la aprobación
por mayoría de dos tercios del nuevo Congreso y Senado,
por separado, de la reforma acordada en la legislatura
anterior y, caso de que fuera aprobada, deberá ser
sometida a referéndum del pueblo español para su
ratificación.
El peligro para la estabilidad constitucional de España
está en que el PSOE anuncie su disposición a emprender
una reforma profunda del Estado autonómico que, en la
práctica, suponga la entrada en un proceso constituyente.
«Si queremos hacerlo de verdad —se dice en la Declaración
— es obligatorio abrir el camino de la reforma
constitucional. Y eso significa restablecer un nivel de
consenso al menos tan amplio como el que hizo posible la
Constitución de 1978».
Han pasado ocho años desde la aprobación de la
Declaración de Granada. Pero su lectura demuestra que
Sánchez ha decidido apoyarse en el acuerdo entre el
Comité Federal y el Consejo Territorial. Lo que ocurre es
que el consenso no quiere alcanzarlo con el PP, sino con sus
socios de gobierno y sus apoyos independentistas. Quizás
su intención sea la de dirigirse, después de obtenido el
acuerdo, al pueblo español para decirle que o se acepta la
reforma o el caos se apoderará de España. Estremece que
en 2013 el PSOE de Pérez Rubalcaba aceptara un
programa que en la práctica solo podía culminar mediante
la pulverización del artículo 2 de la Constitución e
implantar un Estado federal que en la práctica pudiera
facilitar la confederación de las comunidades conflictivas
bajo el eufemismo de «federalismo asimétrico».
Reproducimos el texto de la Declaración:
Necesitamos reformar la Constitución para incorporar a ella expresamente
el mapa autonómico de España. Necesitamos reformar la Constitución para
clarificar y delimitar definitivamente la distribución de las competencias, de
las responsabilidades y de las obligaciones del Estado y de las CCAA. Para
acabar con la confusión actual, que genera toda clase de conflictos.
Necesitamos reformar la Constitución para sustituir el Senado por una
auténtica cámara de representación territorial, sin la que no puede
funcionar un Estado de corte federal. Necesitamos reformar la Constitución
para incorporar los hechos diferenciales y las singularidades políticas,
institucionales, territoriales y lingüísticas que son expresión de nuestra
diversidad. Necesitamos reformar la Constitución para establecer un nuevo
sistema de financiación autonómica justo y equitativo que dé certeza,
estabilidad y equilibrio al sistema de reparto de los recursos públicos, hoy
permanentemente cuestionado y sometido a continuas revisiones.
Necesitamos reformar la Constitución para incorporar como derechos
fundamentales la protección social y la sanidad, y para asegurar la garantía
de los servicios sociales básicos, de la educación, la sanidad y las pensiones,
para todas las personas que viven en España, cualquiera que sea su origen o
su lugar de residencia. Para dar cobertura constitucional a un Fondo de
Garantía del Estado del bienestar. Necesitamos reformar la Constitución
para crear los mecanismos de cooperación institucional que caracterizan a
los Estados federales y de los que hoy carecemos en gran medida.
Necesitamos también constitucionalizar la participación de las CCAA en la
gobernación del Estado y en la presencia de España en Europa, tanto para
contribuir a la formación de la voluntad de España, como para garantizar la
ejecución en sus respectivos territorios de las decisiones que se tomen en la
Unión Europea.
Sánchez claudica ante els segadors. La Declaración
de Barcelona (2017)

En su Manual de resistencia Sánchez alardea de haber


ofrecido su colaboración a Rajoy, que no quiso aceptar sus
reiteradas propuestas para crear una comisión con el fin de
evaluar nuestro modelo autonómico, incluida una reforma
de la Constitución. Todo menos no hacer nada, como era
habitual en Rajoy desde cinco años antes.
Sin embargo, Sánchez pasa como de puntillas por la
Declaración de Barcelona «en la que ofrecíamos una hoja
de ruta para resolver el problema catalán». Todavía no
había llegado al poder. Pero como sus predecesores y
maestros Zapatero y Pérez Rubalcaba, sabía que necesitaba
al independentismo catalán para conseguir su objetivo.
Además, la declaración se había plasmado en un acuerdo
entre la Comisión Ejecutiva Federal y el Comité Ejecutivo
del Partido Socialista de Cataluña, firmado en Barcelona el
14 de julio de 2017. Quizás estaba convencido de que la
oferta al catalanismo, pues eso es la declaración, podía
evitar el proceso de rebeldía emprendido por el honorable
Puigdemont. Si así fuera, él hubiera podido presentarse
como salvador de la patria. Por otra parte, el gran valedor
del acuerdo ante los nacionalistas era Miquel Iceta, cuyo
socialismo catalanista era un aval para la interlocución con
Esquerra y Puigdemont.
Leyendo la declaración se llega a la conclusión, aunque
Sánchez no haya revelado cuál es su estrategia
negociadora en la mesa de diálogo constituida en Cataluña
el 18 de septiembre de 2021, de que si se atiene a ella no
hay duda de que habrá claudicado y sus interlocutores,
salvo que el fanatismo les nuble la inteligencia, habrán
asestado a «los españoles» la primera gran victoria desde
la revolución de els segadors sin necesidad de echar mano
de la hoz.79
79 Els segadors es el himno nacional de Cataluña. Es un himno de guerra, en
recuerdo de los segadores que, como ya dije, se sublevaron en 1640 durante el
reinado de Felipe IV de Austria por las míseras condiciones de vida que
padecían. La letra es muy expresiva: «¡Cataluña, triunfal, / volverá a ser rica y
grande! / ¡Retrocedan esas gentes/ tan ufanas y arrogantes! / ¡Echad mano de
la hoz! / ¡Echad mano de la hoz, en defensa de la tierra! / ¡Echad mano de la
hoz! / ¡Llegó la hora, segadores!». Paradójicamente, tan solo sesenta y cinco
años después veremos a los segadores, como a buena parte de los catalanes,
convertidos en fieles defensores de la legitimidad como rey de España del
archiduque Carlos de Austria y entre 1706 y 1714 lucharían, como también
relaté, «por su rey, por su honor, por la patria y por la libertad de toda
España». Y entre 1833 y 1840 nutrieron el ejército de Carlos V de Borbón,
hermano de Fernando VII, frente a su sobrina Isabel II sostenida por los
liberales centralistas en la primera guerra carlista y volvieron a hacerlo en la
tercera (1872-1876) para llevar al trono de Madrid a Carlos VII de Borbón y
Austria-Este bajo el lema de «Dios, Patria, Rey».

El acuerdo de Barcelona es un llamamiento al


independentismo catalán en el que el PSOE ofrece pactar
todas sus reivindicaciones, a excepción del referéndum.
Reduce el conflicto a un enfrentamiento entre «el
inmovilismo del gobierno central» y «la deriva
independentista unilateral», de modo que se considera
necesario «abrir un nuevo escenario de diálogo y
propuestas concretas que, como es sabido, en nuestra
opinión, debe culminar en una profunda reforma federal».
Situarse entre los dos bandos, tras proclamar su respeto a
la Constitución, contraponiendo el «inmovilismo» y «la
independencia», beneficia a quien pretende destruir la
unidad nacional y perjudica a quien defiende el orden
constitucional. Sánchez e Iceta debían saber que el
envalentonamiento creciente del separatismo había
ofuscado a sus dirigentes hasta el punto de hacerles creer
que esta vez la independencia era imparable.
Mientras Rajoy está obligado a rechazar todo aquello que
conduzca al desmantelamiento del Estado violando la
Constitución y el Estado de Derecho, Sánchez aparenta
apoyar al presidente mientras lanza un mensaje al
independentismo, un compromiso de diálogo y negociación
para evitar «el choque de trenes del próximo 1 de octubre».
El PSOE de Sánchez ha decidido saltar del tren del
constitucionalismo y pretende salir indemne de la
catástrofe que se avecina.
En el acuerdo de Barcelona entre los dos partidos
socialistas (PSOE y PSC) se recuerda la Declaración de
Granada de 2013, donde se aboga por superar el actual
«desencuentro» mediante una «reforma constitucional que
haga de España un Estado federal». En Granada se hablaba
de avanzar hacia el Estado federal. «El nuevo pacto
constitucional deberá ser sometido al voto de la ciudadanía,
como refrendo de su voluntad para verificar la existencia
de un apoyo mayoritario en Catalunya como en el conjunto
de España». Es un misterio saber cómo va a aplicarse este
pronunciamiento. Está claro que Sánchez quiere demostrar
que su proyecto puede ser refrendado por Cataluña de una
parte y por el resto de España de otra.
Analicemos los principales contenidos de la Declaración
de Barcelona:

1. Negociación de las demandas planteadas por el


gobierno de la Generalitat

Salvo la demanda relativa al referéndum, se manifiesta la


posibilidad de llegar a un acuerdo sobre el listado de 46
reivindicaciones planteadas por el presidente Puigdemont
al presidente Rajoy en abril de 2016 (garantía de los
derechos sociales; política fiscal y financiera;
incumplimiento del Estado con Cataluña; y evitar la
judicialización del conflicto).

2. Desarrollo del Estatuto de Autonomía de Cataluña

Existe margen de actuación para reformar las normas de


ámbito estatal en aquellas cuestiones del estatuto que
fueron declaradas inconstitucionales por el Tribunal
Constitucional por razones formales. En este sentido
«vamos a impulsar»:

— La reforma de la Ley Orgánica del Poder Judicial,


incorporando las previsiones sobre el Consejo de Justicia
de Cataluña, lo que supone despojar al Consejo General del
Poder Judicial de sus competencias nacionales.
— La derogación de la Ley de racionalización y
sostenibilidad de la Administración Local, que reconozca la
institución catalana de las veguerías como entidad local
distinta de la provincia. Es decir, supresión de facto de las
provincias. Asimismo, se atribuirá a la Generalidad la
competencia para establecer y regular los tributos propios
de los gobiernos locales.
— La presentación de una proposición de ley en las
Cortes que contemple que las inversiones estatales en
materia de bienes y equipamientos culturales deberán
hacerse mediante acuerdo con los gobiernos autónomos.
— La culminación del traspaso de las competencias
pendientes (salvamento marítimo y protección civil,
formación sanitaria especializada, mutuas de accidentes de
trabajo y ejecución de la legislación estatal en materia de
trabajo y relaciones laborales).80
80 En la actualidad los Mozos de Escuadra están equipados para tareas de
salvamento marítimo y han recibido el adiestramiento por la Guardia Civil. De
acuerdo con la Constitución, la zona marítimo-terrestre, las playas y el mar
territorial son de dominio público estatal. Es evidente que la vigilancia costera
es una competencia del Estado que debe ejercerse de forma unitaria por
razones de seguridad nacional sin establecer fronteras interiores por exigencia
de la Generalidad o del gobierno vasco. Lo mismo ocurre con el
abanderamiento de buques.

— La modificación de las normas necesarias para


reforzar la participación de la Administración de Cataluña
en materia de inmigración. Esto supondrá en la práctica
que el Estado no podrá establecer y controlar una política
nacional en esta materia de tanta transcendencia en todos
los ámbitos y que la lógica dice que se trata de una
competencia del Estado.

3. Abordar la negociación del sistema de financiación


autonómica

Formación de una mesa de negociación política, a través de


la Conferencia de Presidentes y del Consejo de Política
Fiscal y Financiera, para un nuevo sistema de financiación
más justo y equitativo. Los socialistas defenderán sus
propuestas de Granada.

4. Inversión estatal en infraestructuras estratégicas


de Cataluña

El Estado se comprometerá a invertir en Cataluña el


porcentaje de inversión que le corresponda con arreglo al
PIB. Si ese criterio se aplicara a todas las comunidades, las
que tengan poca población o territorio y, en consecuencia,
su Producto Interior Bruto sea inferior al de comunidades
más desarrolladas —en gran medida lo son por las
inmensas inversiones realizadas por el Estado en su
territorio— no podrían beneficiarse de grandes obras
estatales de infraestructuras. El Estado debe realizar todas
aquellas obras de interés general que sean necesarias para
el conjunto de la nación, que no pueden trocearse por
comunidades.
Es de suponer que en el corredor ferroviario del
Mediterráneo entre Algeciras y la frontera francesa se
tenga en cuenta el interés de otras ciudades portuarias y
no solo la conexión con los puertos de Tarragona y
Barcelona.
No hay duda de que la realización de todas estas obras
de infraestructura del Estado obligaría a cambiar el himno
de els segadors, pues sin necesidad de dar un golpe de hoz
Cataluña será más rica y grande y si no lo es alguna
responsabilidad corresponderá a la torpeza o el sectarismo
de quienes tienen las riendas de la Generalidad y del
Ayuntamiento de Barcelona. No estamos tampoco en una
pugna por saber quién es el primero o quién es el motor de
nuestra economía. Todos somos necesarios para que
España esté en el grupo de países más avanzados del
mundo. La igualdad consiste en que todos arrimemos el
hombro y todos participemos y nos beneficiemos por igual
del esfuerzo común. Malo sería que España solo fuera
Barcelona o Madrid. Ser o sentirse nacionalidad no puede
constituir un privilegio medieval. La Constitución lo dejó
bien claro. Las nacionalidades tienen derecho a la
autonomía. Y la autonomía presupone la existencia de un
Estado fuerte y eficaz para garantizar el bienestar y la
igualdad de todos los ciudadanos españoles.

5. Reconocimiento de la lengua, la cultura y los


símbolos de Cataluña
El estatuto de 1979 reconocía la cooficialidad de la lengua
catalana, respetaba y daba a la Generalidad competencias
e instrumentos necesarios para desarrollar la cultura de
Cataluña y, asimismo, determinaba cuáles eran los símbolos
de Cataluña.
Resulta que, según el PSOE de Pedro Sánchez, gran
parte de la «insatisfacción» de Cataluña se deriva de «la
falta de reconocimiento de elementos simbólicos referidos
a su entidad nacional y a su historia».
Para calmar la ansiedad que no deja dormir a los
ciudadanos de Cataluña el PSOE propone una tila
edulcorada que reúna las siguientes propiedades:

— Se aprobará una Ley Orgánica de reconocimiento y


amparo de la pluralidad lingüística de España. No está
claro qué se quiere decir con eso. El catalán es idioma
cooficial, pero en la práctica las instituciones lo han
convertido en el único idioma oficial. ¿Se pretende que en
las instituciones comunes el catalán tenga la misma
consideración que el castellano? ¿En el Poder Judicial? ¿En
la milicia? ¿En la policía? ¿En la escuela o la universidad?
¿En el acceso a la función pública estatal? ¿Se extenderá al
deporte y se reconocerán selecciones nacionales que
participen en los eventos europeos o mundiales en
competencia con la selección española? ¿Cómo se nutriría
en tal caso la selección española? ¿Por qué no se recuerda
el respeto que se debe a la enseña y al himno nacional que
en estos momentos están más necesitados de protección
ante los constantes ultrajes que reciben en las
comunidades regidas por el independentismo? Aquellos a
los que se acusa de ultraderechistas no se dedican a
quemar banderas catalanas o vascas. Sin embargo, la
quema de la bandera española está presente
constantemente en las manifestaciones independentistas
que se han autoproclamado demócratas.
— Se garantizará la presencia de Cataluña en la
UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la
Educación, la Ciencia y la Cultura). La UNESCO es una
organización de Estados que a su vez son miembros de la
ONU. ¿Cómo se va a asegurar la presencia de Cataluña en
la UNESCO? A diferencia del euskera,81 ni el catalán ni el
gallego están en peligro de extinción según el mapa
elaborado por la UNESCO. ¿Se extenderá a las demás
comunidades la garantía de presencia en la UNESCO?
81 El vascuence o euskera (batúa) no está en peligro por ninguna
persecución lingüística. El que hoy llamamos castellano nació en el ámbito de
Navarra y en el entorno de la antigua Vasconia. De modo que puede decirse
que es un idioma tan propio como puede serlo en Castilla. Si la gente no se
expresa en batúa es sencillamente porque no quiere, aunque lo sepa, o porque
no ha querido estudiarlo al haber otras opciones mucho más necesarias como
es el conocimiento de lenguas de uso internacional, como el inglés, o de
lugares con gran peso económico como puede ser el alemán o el chino, o
simplemente por ser castellano o español el idioma materno de todos sus
antepasados. El español también es uno de los idiomas con mayor peso
internacional, al ser el idioma común de la mayor parte del continente
americano.

— En el marco de la cultura se hace referencia a la


anulación del juicio al presidente Lluís Companys, así como
de todas las resoluciones y sentencias o resoluciones
dictadas por órganos penales o administrativos del
franquismo por razones ideológicas, políticas o de
creencias. Suponemos que además de eso, se llevará un
riguroso estudio histórico sobre la actuación del presidente
Companys en relación a la represión durante la Guerra
Civil, así como las razones por las que todas las iglesias de
Cataluña fueron incendiadas y saqueadas al tiempo que se
producía el asesinato genocida de miles de clérigos,
religiosos y religiosas. ¿Cuál es el motivo por el que en
Cataluña se creará una oficina técnica de coordinación de
la presencia en la Unesco de las diversas lenguas y culturas
españolas? ¿No es esa labor de coordinación competencia
del Estado por afectar a varias comunidades?
Por tener una lengua propia ni catalanes, ni vascos ni
gallegos son distintos del resto de España donde solo se
habla el idioma de Cervantes, abierto siempre a la
fraternidad y solidaridad de todos los que habitan a este
lado de los Pirineos y se extienden hasta las Islas
Afortunadas, verdadera avanzadilla de España para la
relación fraterna y solidaria con el continente americano al
que dimos, igual que nosotros recibimos de los romanos,
lengua, cultura, religión, derecho y civilización. Por otra
parte, el respeto al idioma propio no supone
incompatibilidad alguna con la consideración del castellano
como idioma común de todos los españoles. La división
lingüística que algunos pretenden conseguir, con
imposiciones en la educación y en la sanidad, que llegan a
situaciones contrarias a los derechos más elementales de la
persona, todo para expulsar de su territorio al castellano o
español, no es más que una manifestación del totalitarismo
nacionalista que pone por encima lo que consideran rasgos
de su propia nacionalidad para marcar la diferencia con
todo lo español. Resulta inconcebible que quien no sepa
catalán no pueda ser médico en el servicio de salud de la
comunidad balear. O que en un Estado democrático se
establezca una red de rastreadores para identificar a
aquellos profesores que en la enseñanza pública o
concertada no utilicen el catalán lo que presupone son
traidores a la patria. ¿A todo esto le dará carta de
naturaleza Pedro Sánchez?
6. Barcelona

Se dará un trato privilegiado a la ciudad de Barcelona para


reconocer su importancia estratégica y simbólica. El Estado
cooperará con la Ciudad Condal «para que pueda ejercer
también su liderazgo como gran capital catalana, española,
europea y sede de la Unión por el Mediterráneo. Además,
debe albergar organismos de ámbito estatal».
Esto último significará establecer de hecho una barrera
lingüística en tales instituciones, impidiendo así el libre
acceso a instituciones comunes que por su propia
naturaleza deben tener su sede en la capital de España.
Sería un disparate desdoblar las Cortes Generales, de
forma que el Congreso permanezca en Madrid y el Senado
se traslade a Barcelona. Eso sería tanto como privar a los
representantes de los distintos territorios de España de la
posibilidad de ejercer con eficacia la función de control del
gobierno y la labor parlamentaria, desconectando asimismo
a los senadores de la relación directa con los responsables
del gobierno y de la Administración Central. La experiencia
de la Escuela Judicial, donde el rey, como jefe del Estado
español, no puede ir con normalidad a la entrega de
despachos a los nuevos jueces, es paradigmática. Lo mismo
sucedería con la implantación de parques y centros
científicos y tecnológicos, instituciones de innovación y
diseño industrial promovidos por el Estado. Otra cosa es
que el dinamismo de la sociedad catalana, proverbial hasta
ahora, desarrolle la economía de innovación y el
conocimiento, que no es incompatible con que en otros
territorios —y no me refiero solo a Madrid— puedan
impulsar tal desarrollo con ayudas estatales en igualdad de
condiciones con las que se puedan conceder a Barcelona.
El derrumbamiento que se observa en estos momentos
en la ciudad que fue puntera en todas las innovaciones
tecnológicas y de otro tipo hasta hace una década no es por
culpa de España, sino porque movimientos radicales
enemigos del sistema económico de libre mercado y libre
iniciativa se han apoderado de las instituciones catalanas
atribuyéndose el mérito de quienes mejor pueden gestionar
la lucha contra la degradación del medio ambiente. El
esplendor de Barcelona se ha venido abajo porque unas
minorías con enorme poder político han emprendido una
lucha contra las fuentes de riqueza neocapitalistas como es
el caso del sector turístico de calidad, al que se le ha
puesto la proa so pretexto de la aplicación de medidas
contra el Covid-19 o simplemente porque produce una
masificación de la ciudad. Sustituir la escala de cruceros
por el turismo de bicicleta y mochila, que además no
respeta el medio ambiente, conduce a situaciones tan
abracadabrantes como permitir pasear con una cerda por
la ciudad y hacer corro para aplaudir cómo hace sus
necesidades en plena calle, algo que el autor ha visto con
sus propios ojos el verano pasado.
La inseguridad existente y la falta de un marco jurídico
estable que proteja la propiedad privada amenazada por la
permisividad y protección a los okupas, así como por la
consideración de todo propietario de una vivienda como un
buitre carroñero que obtiene pingües beneficios con un
bien de primera necesidad, la salida de la ciudad de
personas y empresas que no quieren vivir y padecer las
destructivas actuaciones del independentismo radical, han
generado el desánimo de la ciudadanía que hasta hace muy
poco tiempo podía presumir del proverbial seny catalán.
La última prueba de la estulticia de los que mandan en
Cataluña es el rechazo a la ampliación del aeropuerto de El
Prat, a la que se han plegado la Generalidad y el propio
gobierno, que suponía una inversión estatal de 1.700
millones de euros. El aeropuerto es vital para el desarrollo
tanto de Barcelona como de todo el principado, habida
cuenta de su situación estratégica para la conexión del
continente americano con Europa. Es una infraestructura
de interés general, competencia del Estado, que también
ha plegado velas. Aparte de lo que significa para el sector
de la construcción y otros sectores la realización de una
inversión de semejante envergadura.

7. La reforma federal de la Constitución española

Para los socialistas la única solución posible de la cuestión


catalana es la reforma de la Constitución para la
transformación de España en un Estado federal. Solo así
podrá responderse «a los anhelos de cambio de una
mayoría de catalanes, así como de una mayoría de
españoles» (como si se tratara de realidades distintas) para
«profundizar en su esencia democrática y para garantizar
su carácter social».
«Esa reforma constitucional —se añade— deberá
contemplar, en lo que se refiere a la organización del
Estado, al menos cuatro grandes cuestiones: el
reconocimiento de las aspiraciones nacionales de Cataluña
[Cataluña es una nación]; unas nuevas reglas para el
reparto competencial que mejoren el autogobierno de la
Generalidad desde el respeto y la lealtad institucional [a un
Estado desnudo]; un acuerdo sobre la financiación
autonómica que dote de recursos necesarios para el
sostenimiento de las grandes políticas públicas [frase
hecha que se proclama por todos desde que se promulgó la
primera ley de financiación de 1980]; y el establecimiento
de un Senado federal como mecanismo de representación
territorial de las Comunidades Autónomas facilitando así la
participación en la toma de decisiones de ámbito estatal».
Si el actual Senado pasara a ser una cámara de
representación autonómica o federal, con facultades
legislativas equiparables al Congreso, habría serias
dificultades. Es evidente que los estados federados más
poblados —Andalucía, Cataluña y Madrid— no aceptarían
que estuviera constituido por el mismo número de
senadores como ocurre en Estados Unidos, pero tampoco
que la elección sea proporcional a la población o sean
nombrados por los gobiernos federales —es el caso de
Alemania— y, mucho menos, sea una mesa de presidentes
autonómicos o federales. Precisamente todas estas
dificultades, y algunas otras más, han impedido que el
Senado haya sido reformado. La más importante es que su
modificación implicaría la necesidad de emprender una
reforma constitucional de mucho mayor calado que el de la
mera revisión de los artículos de la Constitución
reguladores de esta institución del Estado.
Se atribuye a Napoleón la siguiente frase: «Si quieres
que algo se haga, encárgaselo a una persona; si quieres
que algo no se haga, encárgaselo a un comité». La
declaración del PSOE termina con la voluntad de crear una
«subcomisión» parlamentaria, «avalada por un amplio
acuerdo desde los principios de consenso, el diálogo y la
pluralidad». A tal efecto, el PSOE ofrece a la sociedad
catalana y al conjunto de la sociedad española los acuerdos
de Granada y, más concretamente, el documento «Hacia
una estructura federal del Estado» como una propuesta
«para seguir avanzando juntos». La propuesta de convertir
España en un Estado federal no parece que conduzca a
ninguna parte.
Convicción o chantaje

Sánchez cumplió lo prometido en la Declaración de


Barcelona y presentó una propuesta para la creación de
una comisión en el Congreso a fin de estudiar la
modernización del Estado autonómico, que fue aceptada
por el PP, y que inició sus trabajos el 22 de noviembre de
2017.
Hasta el momento no se conoce ningún fruto de esta
comisión. Sánchez no volvió a hablar de convertir a España
en un Estado federal en la moción de censura, en la
campaña electoral de 2019, o en el Nuevo acuerdo para
España de la Coalición Progresista firmada por PSOE y
Unidas Podemos el 12 de noviembre de 2019, donde el
presidente comenzó a dormir tranquilo al acostarse —
dialécticamente hablando— con Pablo Iglesias. Sí lo hizo,
en cambio, en el discurso de investidura pronunciado el
sábado 4 de enero de 2020 al anunciar la creación de una
mesa bilateral con la Generalidad de Cataluña. «El proceso
de descentralización en España —dijo— es inseparable,
incluso en términos históricos, del proyecto de
construcción europea. En este sentido, quiero vincular
ambas corrientes que transitan en paralelo: la
descentralización del poder territorial en nuestro país y
también la construcción europea. Transitan en paralelo
como la manifestación de un gran éxito que es patrimonio
de toda la sociedad española, una España autonómica, una
España descentralizada, una España federal en una Europa
federal y unida».
Por cierto, en ese debate de investidura Sánchez habló
mucho de diálogo, de entendimiento, de ir juntos, de éxitos
colectivos de la sociedad española. Pero los múltiples
portavoces de la izquierda separatista o de la izquierda
marxista no solo no hablaron de concordia, sino que se
comportaron como lo que son: revolucionarios que no
comparten los valores y principios de la Constitución de
1978. Unos socios que hablaban de lucha, de combate, de
resistencia frente al Estado opresor y frente a los jueces
que ponen por delante de la ley su ideología reaccionaria.
Incluso su socio de gobierno Pablo Iglesias terminó su
intervención citando una reflexión que Antonio Machado
ponía en boca de Juan de Mairena, su personaje apócrifo:
«La patria es en España un sentimiento sencillamente
popular del cual suelen jactarse los señoritos. En los
trances más duros, los señoritos la invocan y la venden; el
pueblo la compra con su sangre, y no la mienta siquiera».
La lectura del Diario de Sesiones del 4 de enero de 2020
provoca una sensación desoladora, al comprobar el
resurgimiento de la España de los dos bandos
irreconciliables. Solo que en esta ocasión el PSOE volvía a
encabezar el bando guerracivilista y en el otro lado, por
fortuna, no había nadie. Porque desde 1978 la idea de las
dos Españas había quedado enterrada, creíamos que
definitivamente. Y el PSOE había asistido a su entierro y
llevado su féretro asumiendo desde el alfa a su omega la
Constitución.
El propio representante de Esquerra Republicana de
Cataluña, Gabriel Rufián, le sacó los colores al candidato
Sánchez recordándole su repentino cambio de criterio
sobre lo que defendía hasta entonces y lo pactado con ERC
al conocer los resultados de las elecciones. «Lo que no unió
el afecto lo ha unido el espanto». Y a continuación,
desgranó el contenido del acuerdo que se sintetiza así:
Mesa de govern a gobierno, con cuatro bases claras: una, entre iguales:
reconocimiento mutuo y respeto mutuo institucional, desjudicialización y
activación de la vía política. Dos, sin vetos: se habla de todo y con todos;
nosotros llevamos ochenta y nueve años de historia defendiendo la
autodeterminación de Cataluña, no engañamos a nadie y estaremos
encantados de escuchar sus propuestas. Nosotros vamos por la
autodeterminación y la amnistía. Tres, calendario monitorización, vía
calendario público y claro; que todo el mundo sepa cuándo es la siguiente
reunión. Cuatro, garantías; el acuerdo que se alcance entre las partes será
consultado y refrendado por el pueblo de Cataluña.

El tono de Rufián era arrogante e, incluso, en ocasiones


chulesco. Humillante para Pedro Sánchez. Pero era propio
de quien se consideraba con la sartén por el mango:
Y a la pregunta del millón de cómo hacemos para que ustedes cumplan, de
cómo hacemos para que el PSOE cumpla, intentaré ser muy claro y,
evidentemente, con enorme respeto a todos, incluido, por supuesto,
Podemos, miembro de esa coalición de gobierno que espero nos ayude en
esta labor, intentaré ser muy claro: si no hay mesa, no hay legislatura…
Repito, si no hay mesa, no hay legislatura. Esquerra Republicana ya lo ha
hecho antes —solamente hay que hacer memoria— en defensa de los
derechos civiles, sociales y nacionales del pueblo de Cataluña, y puede
volver a hacerlo. Si esta vez el pueblo de Cataluña vuelve a ser estafado, si
esta mesa no se cumple, si este acuerdo no se cumple, no se estará
estafando a un partido, no se estará estafando a Esquerra Republicana, se
estará estafando a un pueblo.

Los acontecimientos posteriores demuestran que


Sánchez, por convicción o por el chantaje de quienes tenían
los votos imprescindibles, bien a favor o bien abstención,
para permitir su llegada a la Presidencia del Gobierno,
viene cumpliendo las condiciones. No ha habido amnistía —
la prohíbe la Constitución— pero los indultos han permitido
la salida de la cárcel de todos los condenados. La mesa
bilateral está en marcha. Sánchez está dispuesto a
reconocer que Cataluña es una nación y a convertirla de
hecho en un Estado. También está dispuesto a que el
pueblo de Cataluña refrende el acuerdo, aunque no
conocemos qué maniobra va a realizar para eludir el
cumplimiento de las normas establecidas para la reforma
de la Constitución. Probablemente intente un referéndum
consultivo que se vote solo en Cataluña y, si se aprueba,
constituya un trágala para el conjunto de los españoles.
También es evidente que Sánchez ha pedido tiempo y
Esquerra se lo ha concedido por tener un interés electoral
común a corto plazo. Pero todos estos planes pueden
quedar sin efecto porque nadie sabe cómo van a reaccionar
otros grupos aliados, tanto de Cataluña como fuera de ella.
Porque Esquerra no es el único chantajista.
En la campaña electoral de 2019 todos los electores
recibimos una afectuosa carta del candidato Sánchez en la
que nos prometía entrar en la arcadia feliz sin aludir para
nada al «conflicto» catalán ni al propósito de convertir a
España en un Estado federal con varias naciones en su
seno. Por el contrario, expresaba su compromiso de
enfrentarse «con valentía a los grandes retos que tenemos
por delante», entre ellos «el impulso definitivo de una
España unida dentro de una Europa fuerte». Si volviera a
repetirla, de acuerdo además con lo acordado en el 40º
Congreso del PSOE celebrado a mediados de octubre en
Valencia, cambiaría la frase pues el objetivo será «una
España federal dentro de Europa federal».
Para resolver el «conflicto» provocado por el desafío
independentista catalán, Sánchez ha asumido una serie de
compromisos inconstitucionales que nos han metido a todos
los españoles en un grave problema. Dar satisfacción a las
exigencias de ERC es un desafío al orden constitucional. Y
rechazarlas daría alas al independentismo. Estamos en un
callejón sin salida del que ni siquiera Sánchez sabe cómo
salir. Está inmerso en un proceso revolucionario de
consecuencias imprevisibles.
Sánchez necesitó dos votaciones para convertirse en
presidente. En la primera celebrada el 5 de enero de 2020
necesitaba mayoría absoluta. El resultado fue de 166 votos
a favor del candidato, 165 en contra y 18 abstenciones. El 7
de enero se repitió la votación. El candidato fue investido
presidente por 167 votos a favor, 165 en contra y 18
abstenciones.82 Nada más lejos de un éxito arrollador. Pero
dos votos de diferencia son suficientes para comportarse
como un dictator romano.83 Nadie le ha conferido la
plenitudo potestatis, pero actúa como si así fuera. La
excusa del coronavirus le ha venido como Dios a ver para
debilitar o controlar todos los poderes del Estado. La
proliferación normativa con multitud de decretos ley o con
simples órdenes ministeriales, su alergia a debatir con la
oposición y la proliferación de apariciones propagandísticas
donde no se permiten preguntas son propios de un
gobernante que ha caído en la tentación totalitaria. Todo
ello gracias a Teruel Existe, es decir, al diputado que
inclinó la balanza hacia Sánchez y tuvo su único momento
de gloria.84
82 PSOE, Unidas Podemos, Bloque Nacional Gallego, Nueva Canarias, Más
País, Compromís y Teruel Existe votaron a favor; PP, Vox, Ciudadanos, JxCat,
Coalición Canaria, Partido Regionalista de Cantabria, Navarra Suma (UPN, PP
y C’s) y Foro Asturias votaron en contra; se abstuvieron Esquerra Republicana
de Cataluña (ERC) y Bildu.

83 En la Roma antigua existía la figura del dictator o dictador. Cuando las


cosas se ponían complicadas desde el punto de vista militar o por cualquier
otra circunstancia imprevista, se designaba a un magistrado de la República al
que se le confiaban todos los poderes. Pero lo hacían con una limitación
transcendental. El plazo máximo de ejercicio del poder expiraría a los seis
meses. Sánchez ha anunciado que la implantación de su nueva sociedad o de su
nueva normalidad requiere una larga permanencia en el poder.

84 Tomás Guitarte encabezó la lista de Teruel Existe, una iniciativa


transversal provocada por el sentimiento de los ciudadanos turolenses de estar
abandonados por los poderes centrales y autonómicos. No parece que Teruel
haya percibido hasta ahora la ventaja de investir a Sánchez. Dicho esto, si
todas las provincias españolas hicieran lo mismo, España se convertiría en un
guirigay ingobernable.

Para gobernar se apoya en un partido de extrema


izquierda, de ideología comunista como Unidas Podemos, y
necesita el apoyo de ERC y Bildu, es decir, de todos
aquellos que defienden la destrucción de la unidad de
España y la implantación de un modelo de sociedad
totalitario.
Sin embargo, el 40º Congreso del PSOE, celebrado en
Valencia los días 15, 16 y 17 de octubre de 2021, reveló un
significativo viraje, aunque con toda probabilidad se trate
de un simple repliegue táctico para evitar que los
socialistas de toda España declarasen su total oposición al
Estado federal diseñado para dar satisfacción a las
aspiraciones separatistas. El capítulo de la ponencia marco
dedicado a la «España autonómica y reto demográfico» —
título que en sí mismo llama la atención pues mezcla dos
asuntos de la mayor importancia— no defiende la
conversión de España en un Estado federal. Lo que sí dice
es que el Estado autonómico «requiere de un conjunto de
mejoras en clave federal» sobre cuatro asuntos: «(I) La
clarificación competencial; (II) el perfeccionamiento de los
instrumentos de cooperación y colaboración; (III) la
reforma del Senado como cámara de representación,
debate, acuerdo y adopción de decisiones de índole
territorial; (IV) un modelo de financiación territorial estable
conforme a los principios de autonomía financiera,
suficiencia, solidaridad, corresponsabilidad, coordinación y
garantía de igualdad de derechos para toda la ciudadanía
española». La ponencia declara que «el desarrollo natural
del Estado autonómico no equivale exclusivamente, aun
siendo muy importante, a la transferencia de competencias
del Gobierno de la Nación hacia las CC AA», pues lo
importante es «el esfuerzo de cooperación, lealtad y
solidaridad interterritorial». Se trata pues de «reformas
con vocación federalizante», pero en absoluto se aboga por
un Estado federal. De modo que «dotar a España de una
cultura federal constituye una de las tareas más ambiciosas
y apasionantes de cuantas podamos proponernos para
avanzar en el sentido de la equidad social, la eficiencia de
las políticas públicas y la calidad de nuestra democracia».
Expresiones todas ellas o, mejor, objetivos que pueden
encontrarse en los programas políticos de otros partidos
constitucionalistas, a excepción de aquellos que pretenden
justo lo contrario, que es suprimir el Estado autonómico
para volver al viejo centralismo liberal-franquista de los
siglos XIX y XX.
Llama la atención, desde el punto de vista autonómico,
en un asunto como es el de la enseñanza, que si algo falla
es precisamente el principio de lealtad, que la nueva
socialdemocracia española —como así se autodefine ahora
el socialismo— utilice el presente para afirmar que
«tenemos un marco y un sistema educativo único que
permite una cultura pública compartida y la cohesión
lingüística entre todos los territorios, respetando y
promoviendo las lenguas cooficiales, así como la movilidad
del estudiantado, el profesorado y las familias, factores
todos ellos que aseguran un mercado laboral único y, por
tanto, la necesaria cohesión social y económica». Es esta la
única alusión al bilingüismo que se encuentra en las 2.732
proposiciones de la ponencia marco. Los autores de la
ponencia al parecer nunca han estado en el País Vasco ni
en Cataluña donde hubo una purga de profesores que
desconocían el euskera o el catalán, requisito que es
imprescindible para ingresar en la enseñanza de ambas
comunidades.
Y eso que todavía no había estallado el caso de Canet del
Mar, en cuya Escola de Turó del Drac, un centro público, se
ha producido un infame episodio de intolerancia, acoso y
violencia verbal, contra un niño de cinco años cuyos padres
obtuvieron el 17 de diciembre de 2020 una sentencia del
Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, ratificada
recientemente por el Tribunal Supremo, que reconoce el
derecho a que el niño reciba como mínimo un 25 por ciento
de las asignaturas en su idioma materno y oficial de toda
España. La Generalidad anunció que no iba a cumplir la
sentencia. Y, en el momento de redactar estas líneas, el
conflicto continúa sin resolverse. El trato del niño y de su
familia, cuyos datos personales fueron filtrados a la prensa,
es una forma «pacífica» de asentar el terror entre quienes
quisieran también ejercer el derecho constitucional y
jurisprudencialmente reconocido. No es una limpieza
racista como la que practicó Hitler con los judíos en la
Alemania de los años treinta hasta 1945, pero sí una
limpieza ideológica impuesta por el fundamentalismo
nacionalista: o aceptas la plena inmersión lingüística y tus
hijos aprenden el castellano en su casa o en la calle, igual
que en la época del analfabetismo, o te marchas de
Cataluña. Para más inri, los opresores son los que se
sienten agredidos y acusan «a España» de provocar una
guerra lingüística para acabar con el catalán.
8. EL NUEVO ESTATUS POLÍTICO
VASCO

Hay dos formas de ser vasco

Hay otra manera de entender el País Vasco, distinta de la


que nos transmiten los medios de comunicación y las
reivindicaciones contra el Estado opresor que tiene
sojuzgado históricamente al sufrido pueblo vasco. Hay
incluso quien piensa que el Gobierno Vasco mantiene una
actitud de moderación, que contrasta con la agresividad de
la revuelta del separatismo catalán. Son muchos los
ciudadanos que se sienten vascos y al mismo tiempo
españoles. Que no albergan ningún deseo de renunciar a
esa doble identidad, desde la que compartir, a su vez, el
proyecto europeo. Que entienden que los Fueros
constituyen una limitación de la soberanía del Estado, pero
que no son manifestación de la propia soberanía. Que no
creen que el castellano sea un idioma extranjero ni
impuesto, entre otras cosas porque nació en el seno del
propio País Vasco. Que aspiran a conservar el vascuence o
euskera como manifestación cultural del país, pero que no
desean utilizarlo como arma arrojadiza contra nada ni
contra nadie, por lo que rechazan la política de imposición
lingüística propia de regímenes totalitarios. Que valoran la
aportación de los vascos a la historia y a la cultura
españolas y se sienten orgullosos de la enorme
contribución de los vascos a la forja de la nación española.
Que están cómodos en el marco de un estatuto como el de
Guernica de 1979, que hace del País Vasco una de las
comunidades con mayor autogobierno del mundo
occidental. Que no viven obsesionados con Navarra, porque
respetan el derecho de los navarros a mantener su propia
identidad como comunidad diferenciada y por tanto no la
consideran como si se tratara de un territorio irredento.
Que no sienten otra opresión que la que provoca el terror,
antes de ETA y ahora de los cachorros aberzales que allí
donde controlan las instituciones locales imponen la ley de
la selva. Que se consideran parte integrante de una
nacionalidad histórica vascongada, circunscrita a los
límites de la actual comunidad vasca, sin que ello sea
incompatible con la vocación española. Que se les parte el
corazón cuando ven cómo los liberticidas asesinos salen de
las cárceles y son homenajeados a su vuelta a casa al
considerarlos héroes por haber sido la vanguardia de una
lucha justa como es la liberación del pueblo vasco de la
opresión que padece. Que no aspiran, en fin, a constituirse
en Estado independiente ni reivindican el derecho a la
autodeterminación y se entristecen cuando ven al Gobierno
de España dispuesto a reconocer que Euskadi es una
nación y a negociar un nuevo estatus político, comenzando
por la desaparición de toda huella del Estado en el País
Vasco.
También ser nacionalista aburguesado o aberzale radical
son otras formas de ser vasco. El PNV ocupa en el País
Vasco el espacio que, en el resto de España, salvo en
Cataluña, se identifica con el Partido Popular. Además, es la
única fuerza política que hace frente al radicalismo
aberzale, que es el actual enemigo del bienestar vasco.
Porque los sucesores de Sabino Arana han conseguido que,
desde el inicio de la democracia, sus escaños en Madrid,
salvo mayorías absolutas claras, tuvieran un precio de oro.
Gracias a ello, y a una relativamente eficiente
administración de los recursos garantizados por los
Conciertos Económicos, repudiados en un principio por
Sabino Arana y sus seguidores, en los últimos veinte años
el País Vasco ha dado pasos de gigante en materia
económica y en el terreno social. A cambio de ello, la
población ha permitido que el PNV se convierta en «el
partido» por antonomasia, implantando un auténtico
«régimen» en el que nadie discute su derecho a gobernar
tanto en Vitoria como en las tres poderosas diputaciones
forales, al menos hasta ahora. Los disidentes o se van o se
callan.
Los emprendedores, si quieren obtener ayudas públicas,
licencias o autorizaciones, no tienen más remedio que
pasar por el aro. Lo mismo ocurre en el mundo de la
educación y de la cultura. Ese férreo control político ha
permitido implantar en los dos ámbitos, con el apoyo desde
1979 de ETA y desde 2011, año de su derrota, del
aberzalismo radical o proetarra, la concepción nacionalista,
manipulando la historia, inoculando el odio a todo lo
español y de forma subliminal transmitiendo la idea de que
ser vasco significa pertenecer a un pueblo singular que ha
permanecido desde el inicio de los tiempos en lucha por la
libertad frente a enemigos poderosos.
Ya no se difunden las ideas racistas y xenófobas, ni por
supuesto patriarcales, del fundador del nacionalismo,
Sabino Arana, que podría perfectamente pasar como un
precursor o inspirador del nazismo de Adolfo Hitler, que
consiguió encandilar a buena parte de la población
alemana después de la Primera Guerra Mundial. Pero sí se
trata a quienes defienden que el País Vasco es España como
desleales o traidores a la patria vasca. Se han apropiado de
la lengua venerable, la han convertido en batúa, una
especie de esperanto, y tratan de imponerla a toda costa
por considerar que constituye la principal seña de
identidad de la nación vasca. El objetivo nacionalista es
demostrar que Euskadi, a la que ahora llaman Euskal
Herria, es un pueblo único en Europa que no forma parte
de España —ni de Francia—, países que son responsables
de todos los males que les aquejan e impiden volar en
libertad. A lo sumo, y olvidando el dogma de la unidad de
Euskal Herria, nación compuesta por siete territorios,
cuatro en la Península Ibérica y tres en la falda francesa de
los Pirineos, están dispuestos a confederarse con España
previo reconocimiento de un nuevo estatus político, dotado
de soberanía, mediante un pacto de tú a tú. Ya no defienden
la independencia o, para ser más preciso, han decidido
aparcarla por el momento. Y es que, a pesar de todos sus
defectos, saben que fuera de la Unión Europea hace mucho
frío.

El nuevo estatus político

Para conocer este nuevo proceso de demolición de la


unidad de España, es imprescindible tener en cuenta los
antecedentes. El 5 de mayo de 2018, el PNV presentó en el
Parlamento Vasco una propuesta de Bases para un Nuevo
Estatus Político. Del documento transcribo el final:
Se configurará un nuevo modelo de relación con el Estado, bilateral, de
respeto y reconocimiento mutuo, de naturaleza confederal. El nuevo marco
político de relación con el Estado español se estructurará al amparo de la
Disposición Adicional 1.ª de la Constitución y la Adicional Única del Estatuto
de Gernika estableciendo un nuevo modelo relacional singular y bilateral
que estará fundamentado en el reconocimiento de ambas partes como
sujetos políticos. La relación será de respeto mutuo y de no subordinación y
a tal efecto se anudará un sistema de relación bilateral efectiva e
incorporará un régimen eficaz de garantías que blindará el autogobierno
vasco.

Ni que decir tiene que este planteamiento es


manifiestamente inconstitucional. Solo con una reforma del
artículo 2 de la Constitución, precisamente el que establece
que su fundamento es la unidad indisoluble de la nación
española, podría tener cobertura la pretensión de constituir
una unión confederal del País Vasco «con» España.
Con el exclusivo apoyo de EH Bildu, pues no contó con la
aprobación ni de Podemos, ni del PSOE ni del PP, la
«ponencia para la Actualización del autogobierno de
Euskadi» del Parlamento Vasco instituida por acuerdo del
pleno celebrado el 26 de enero de 2017, aprobó
íntegramente las bases PNV-Bildu en sesión celebrada el 6
de julio de 2018.
En su reunión de 12 de septiembre de 2018, la ponencia
acordó encomendar a un grupo técnico de juristas la
redacción de una proposición de ley de reforma del
Estatuto de Autonomía vigente «en congruencia y de
conformidad con las bases y principios aprobados por la
ponencia parlamentaria para la actualización del
autogobierno de Euskadi». Asimismo, «desde el respeto y
salvaguarda de las bases consensuadas [solo por PNV y
Bildu], se contemplará y procurará la posibilidad de hallar
puntos de conexión de estas con los votos particulares
presentados en la búsqueda de ampliar, si fuera posible, los
consensos ya alcanzados».
Cada grupo parlamentario designó un «experto» para
formar parte del grupo técnico. El Partido Popular del País
Vasco, a través de su presidente Alfonso Alonso, me hizo el
honor de proponerme para representar a su formación
política en el grupo de juristas. Me argumentó que el nuevo
estatus político invocaba la disposición adicional primera
de la Constitución, que ampara y respeta los derechos
históricos de los territorios forales (Álava, Guipúzcoa,
Vizcaya y Navarra) en cuya redacción participé en el
proceso de elaboración de la Constitución de 1978 como
senador por Navarra. El segundo motivo esgrimido era mi
condición de especialista en la historia y el derecho foral de
los territorios vascos y de Navarra. Y por último por mi
larga actividad parlamentaria entre la que destacaba haber
sido presidente de la Comisión Constitucional del Congreso
de los Diputados. Le advertí que mi presencia en la
comisión no sería bien recibida, pero que al margen de ello
con toda probabilidad mi postura en el seno del grupo sería
testimonial, pues «constitucionalizar» el contenido de las
bases promovidas por el PNV de la mano de Bildu me
parecía, como así fue, una tarea imposible.85
85El representante del PNV fue Mikel Legarda, que era —y lo sigue siendo
— diputado en el Congreso; de Bildu, Iñigo Urrutia, profesor de Derecho
Administrativo de la Universidad del País Vasco; del PSOE, Alberto López
Basaguren, catedrático de Derecho Constitucional de la UPV, y de Podemos,
Arantxa Elizondo, profesora titular de Ciencia Política y de la Administración de
la UPV.

El plazo para la presentación del texto articulado, con


sus correspondientes votos particulares o propuestas
alternativas, expiraba el 30 de noviembre de 2019. Fue el
representante de Bildu el primero en presentar su propia
propuesta de texto articulado que reflejaba fielmente el
mandato de la ponencia del Parlamento Vasco. Incluía
además un extenso preámbulo en el que se reflejaba la
concepción aberzale del País Vasco y hacía una historia de
sus vicisitudes hasta llegar a este momento, un texto que
había presentado al comienzo de las reuniones de la
comisión. En mi opinión, estaba lleno de errores,
falsedades y manipulaciones. Decidí entonces redactar una
«refutación» del preámbulo bilduetarra que elevé al
conocimiento del grupo técnico el 11 de septiembre de
2018. Lo publicó la Fundación Popular de Estudios Vascos.
Al final, después de más de un año de reuniones, el grupo
técnico no fue capaz de cumplir el mandato recibido, de
modo que se elevaron a la ponencia parlamentaria tres
textos. Uno, el de Bildu, que acabo de comentar. Otro
firmado por los representantes del PNV, PSOE y Podemos,
que en realidad eran dos textos diferentes pues el
representante socialista formuló numerosos votos
particulares al texto elaborado por el representante
nacionalista, Mikel Legarda, empeñado en lograr la
cuadratura del círculo «constitucionalizando» las bases.
También formuló votos particulares la representante de
Podemos. Finalmente, el tercer texto fue mi propia
propuesta de reforma y actualización del estatuto de 1979,
en una dirección radicalmente contraria, pues defendía la
devolución a las diputaciones forales de las competencias
asumidas por las instituciones comunes que en la práctica
sustituyeron el centralismo del Estado por el centralismo
del parlamento y gobierno vascos. Debo añadir que en el
grupo hubo debates profundos y encontronazos dialécticos,
pero con pleno respeto como corresponde a una discusión
jurídica, aunque se tratara de asuntos políticos. Y también
coincidencias, fundamentalmente en materia de derechos
sociales.
Al final, la ponencia parlamentaria no asumió ningún
texto y archivó los trabajos realizados que se presentaron
el 30 de noviembre de 2018. Debo añadir dos precisiones.
Los trabajos de la comisión de juristas se ralentizaron
durante varios meses. Me sorprendió que, en lugar de
comenzar por la base primera, donde estaban los
fundamentos del nuevo estatus, empezamos nuestro
trabajo por el examen de la base sexta (derechos sociales).
Fue una decisión del representante nacionalista que, como
miembro del grupo mayoritario del Parlamento Vasco, se
encargó de la coordinación de la actividad de la comisión. A
toro pasado pienso que sabía que si empezábamos por el
principio íbamos a entrar en un campo de minas y
estábamos en vísperas, como quien dice, de las nuevas
elecciones a las Juntas Generales, por lo que si el debate
saltaba a la calle podía influir en el resultado, ya que el
futuro estatus afectaba directamente a las competencias de
los territorios históricos. Las elecciones forales se
celebraron el 26 de marzo de 2019.
Pero además se produjo otro acontecimiento de
importancia capital. Mientras debatíamos, cayó el gobierno
del PP y el 2 de junio de 2018 tomaba posesión de la
presidencia Pedro Sánchez. Al debate de la moción de
censura asistió el comisionado del PNV, Mikel Legarda,
diputado en el Congreso. Visto lo visto, cada vez resulta
más evidente que la «traición» del PNV a Mariano Rajoy,
que tardó varios días en consumarse, no se hizo gratis et
amore, sino que fue el resultado de una negociación que
hasta ahora se ha materializado en el acercamiento de los
presos etarras a las cárceles del País Vasco, la
transferencia de las competencias en materia de política
penitenciaria para permitir al Gobierno Vasco regular el
régimen de cada preso, y otras de menor calado, salvo la
gestión económica de la Seguridad Social, donde no es fácil
de buscar una solución que evite la ruptura de la caja
única. ¿Se pactó cómo abordar la negociación del nuevo
estatus político? No lo sabemos, pero no podemos
descartarlo.
La crisis sanitaria provocada por el Covid-19 obligó a
paralizar las conversaciones y además el PNV hubo de
afrontar en plena pandemia las elecciones autonómicas que
se celebraron el 12 de julio de 2020.
Hasta la reanudación de la normalidad en septiembre de
2021, el lendakari Urkullu se había mantenido en un
discreto segundo plano, sin perjuicio de seguir muy de
cerca la evolución del conflicto catalán. Pero la concesión
de los indultos a los condenados por el golpe de Estado del
27 de octubre de 2017, la reunión de la mesa bilateral de
diálogo del 15 de septiembre de 2021, la disposición a
promover las reformas constitucionales que reconozcan a
Cataluña como nación y conviertan a España en un Estado
federal, han reavivado la aspiración nacionalista de
conseguir un nuevo estatus político de naturaleza
confederal.
Ahora bien, el estrechamiento de relaciones entre el
PSOE y Bildu, tanto en Navarra como en Madrid a la hora
de negociar los presupuestos para 2022, vitales para la
permanencia de Sánchez, ha suscitado los recelos del PNV.
El 17 de septiembre de 2021, el lendakari Iñigo Urkullu
intentó recuperar la iniciativa con una audaz propuesta
para fundamentar la bilateralidad de la relación con
España, remontándose nada menos que a la Ley de 25 de
octubre de 1839, de confirmación de los Fueros sin
perjuicio de la unidad constitucional, derogada en la
Constitución por exigencia del nacionalismo, en cuanto a
Álava, Guipúzcoa y Vizcaya. Una ley que había tenido a su
vez su origen en el Convenio de Vergara firmado el 31 de
agosto de aquel año por el general Espartero, jefe del
ejército isabelino y el general Maroto, jefe de las divisiones
de Guipúzcoa, Vizcaya y Castilla pertenecientes al ejército
carlista del Norte.
De nuevo cita con la historia

Durante el régimen franquista, el PNV y el Gobierno Vasco


en el exilio, presidido por el lendakari José Antonio Aguirre,
del que también formaban parte socialistas y comunistas,
mantuvieron su oposición a la dictadura, con escaso éxito
en el interior. Las cosas comenzaron a cambiar a finales de
los años cincuenta y comienzos de los sesenta del siglo
pasado. Un grupo de jóvenes que formaban parte de EGI, la
organización juvenil clandestina del PNV, llegó a la
conclusión de que su partido se había anquilosado y
decidieron pasar a la acción directa. En 1958 constituyeron
una nueva organización denominada «Euskadi ta
Askatasuna» (ETA) - (Euskadi y Libertad). Lucharían, al
igual que los «gudaris» de 1936, con las armas en la mano
para liberar a Euskadi de la opresión española e implantar
una sociedad euskalduna y socialista. Así nació ETA. Lo que
no dijeron es que su lucha armada no sería a pecho
descubierto, sino mediante el asesinato cobarde y alevoso.
A diferencia del PNV, que en el exilio se había
transformado en un partido demócrata cristiano, lo que le
permitió pertenecer a una poderosa internacional, ETA no
ocultó desde el primer momento su carácter revolucionario
similar a los movimientos de liberación nacional de signo
marxista que luchaban en otros lugares del mundo para
acabar con el colonialismo y el capitalismo. Los fundadores
de la banda terrorista bebieron en las ideas de Federico
Krutwig, perteneciente a una familia alemana afincada en
Bilbao y que había sido secretario de la Real Academia de
la Lengua Vasca durante los primeros años del franquismo.
Krutwig fue un decidido impulsor de la unificación de los
dialectos vascos, para convertir el batúa en la lengua
nacional de Euskadi. En 1952 se exilió de España y diez
años después, en 1963, publicó con el seudónimo Fernando
Sarrailh de Ihartza un libro titulado Vasconia, donde
rechaza que la pureza de la raza, como sostenía Sabino
Arana, fuera la principal seña de identidad de la nación
vasca, y defiende que se fundamenta esencialmente en el
euskera. Por este motivo, dirige una tremenda diatriba
contra el lendakari en el exilio Jesús María Leizaola, que a
la muerte de José Antonio Aguirre en 1960 le había
sustituido en la presidencia del gobierno provisional vasco.
Le acusa de no haber transmitido a sus hijos el bien más
preciado de todo vasco que es la lengua vasca: «Pensé —
escribe en Vasconia— que, en realidad, en los pueblos de la
Europa Central, un falso nacionalista que cometiese tal
pecado de lesa patria hubiese merecido ser fusilado de
rodillas y por la espalda, mientras que nosotros aún lo
teníamos por presidente de un gobierno, que el ingenuo
pueblo vasco cree gobierno nacional del pueblo vasco, la
entidad que va a traer la independencia a nuestra patria».
En 1964 Krutwig entra en contacto en Bélgica con
miembros de ETA y se suma a la banda terrorista. En 1975
se aparta de la banda terrorista.
A pesar de sus enormes diferencias ideológicas en cuanto
al modelo de sociedad, el PNV y ETA coinciden a la hora de
definir el futuro de Euskadi. Ambos defienden la
independencia de la nación vasca como objetivo final de su
acción política. Sin embargo, en la Transición a la
democracia se produjo una gran divergencia en cuanto al
método. El PNV rechazaba la violencia y era posibilista.
Convencido de que la independencia era una utopía,
prefirió avanzar por la senda de la Constitución española,
poniendo el reloj autonómico en el punto cero para
impulsar un nuevo estatuto de autonomía.
En 1977, el PNV celebró en Pamplona su primer
congreso en libertad. El navarro Carlos Garaicoechea fue
elegido presidente del Euskadi Buru Batzar. Los
nacionalistas creían que un joven político navarro, formado
en la Universidad de Deusto, con una brillante carrera
profesional y empresarial, sería capaz de seducir a la
sociedad navarra para incorporarla al proyecto de una
Euskadi de cuatro territorios.
Pero en Navarra las cosas se torcieron para los
nacionalistas. En las primeras elecciones democráticas
celebradas el 15 de junio de 1977, mientras el PNV se
convertía en la primera fuerza política del País Vasco,
Garaicoechea, número uno de la lista al Congreso de los
Diputados, sufrió una humillante derrota al no alcanzar
siquiera el 7 por ciento de los votos emitidos en Navarra. A
pesar de ello, la carrera política del presidente del PNV no
acabó aquel día. Dos años después, en junio de 1979, se
convertirá en presidente del Consejo General Vasco, órgano
preautonómico cuya principal misión era promover un
estatuto de autonomía en el marco de la futura
Constitución.
Pues bien, a pesar de que el PNV había promovido una
enmienda al proyecto constitucional donde abogaba por la
reintegración foral de Álava, Guipúzcoa, Vizcaya y Navarra
y de haber aprobado en la Comisión Constitucional del
Congreso la disposición adicional primera de la
Constitución que «ampara y respeta los derechos históricos
de los territorios forales», Garaicoechea decidió votar en
contra de dicha disposición y defender la abstención en el
referéndum constitucional, so pretexto de que los Fueros
no quedaban restablecidos. En realidad, según descubrirá
Javier Arzallus, diputado constituyente, en sus memorias,
todo había sido una estratagema para no tener que votar a
favor de una Constitución que se fundamenta en la unidad
indisoluble de la nación española, como patria común e
indivisible de todos los españoles. Un precepto que produce
urticaria a los nacionalistas.
Sin embargo, para más inri, tan pronto como entró en
vigor nuestra Carta Magna, a pesar de que, conforme a la
disposición adicional, podía haberse emprendido la vía de
la restauración o reintegración foral de Álava, Guipúzcoa y
Vizcaya, Garaicoechea se apresuró a impulsar el Estatuto
de Guernica para convertir a Euskadi en una comunidad
autónoma de naturaleza constitucional. La razón es fácil de
entender. De haber permitido a las Juntas Generales y
diputaciones negociar la restauración o reintegración de su
respectivo régimen histórico, el proyecto de Euskadi
hubiera quedado aparcado sine die, a merced de la
voluntad de cada territorio foral. Esto confirma que su
postura abstencionista en el referéndum constitucional,
alegando que la Constitución no garantizaba la
recuperación de los fueros, era pura farsa.
Será la cuestión estatutaria la que impedirá durante
mucho tiempo la formación de un frente común aberzale,
pues ETA y Batasuna rechazaron rotundamente el Estatuto
de Guernica, lo que no impidió que fuera refrendado por el
pueblo vasco el 25 de octubre de 1979. La «lucha armada»,
o sea, la barbarie aberzale, era a juicio de la banda
terrorista el único camino para lograr la independencia.
Además, repudiaban el estatuto por no garantizar la unidad
territorial de Euskadi al quedar fuera Navarra.
Ahora bien, aunque el PNV condenaba la violencia con la
coletilla «venga de donde venga», que era una forma de
echar agua al vino, lo cierto es que no hacía ascos a
aprovecharse de la acción criminal de ETA que consiguió
ahogar en sangre a los partidos «españolistas»,
permitiendo así a los sabinianos implantar las políticas
dirigidas a «unificación del país» mediante el ejercicio de
las amplísimas competencias que el estatuto otorga a las
instituciones vascas, sobre todo en materia de educación,
cultura y medios de comunicación. Hay una frase
significativa de Javier Arzallus, que en 1985 conseguiría
expulsar a Garaicoechea de Ajuria Enea y convertirse así
en el «santón» indiscutible del PNV: «No conozco ningún
pueblo que haya alcanzado su liberación sin que unos
arreen y otros discutan. Unos sacuden el árbol, pero sin
romperlo, para que caigan las nueces, y otros las recogen
para repartirlas». Los que arreaban, mientras el PNV
campaba a sus anchas para imponer su adoctrinamiento
nacionalista, asesinaron entre 1978 a 1982, ambos
inclusive, a 326 personas, la gran mayoría de ellas en el
País Vasco y en Navarra, a los que hay que añadir cientos
de heridos.
Tras conseguir la práctica expulsión de los partidos
«colaboracionistas con el enemigo» y convertir en
auténticos héroes de la libertad a quienes se atrevían a
desafiar al terror aberzale participando en las listas
electorales del centro y de la derecha, los que movieron las
nueces provocaron otro efecto atroz del que apenas se
habla: el éxodo de entre 200.000 y 300.000 ciudadanos que
marcharon al exilio al verse obligados a abandonar su
tierra vasca, según un informe publicado en 2008 por la
Fundación del Banco Bilbao Vizcaya. Militar en el PNV o en
EA, el nuevo partido presidido por Garaicoechea tras su
defenestración a manos de Arzallus en 1986, se convirtió
en un seguro de vida. En particular para todo aquel que
persiguiera participar en el reparto de las nueces.

De la amnistía de 1977 a los pactos antiterroristas


Hay que decir también que, durante mucho tiempo, ETA
gozó de la simpatía de influyentes sectores de la izquierda
progresista española, sobre todo tras el atentado contra el
almirante Carrero Blanco en diciembre de 1973, nombrado
presidente del Gobierno para aliviar al Caudillo de la
pesada carga de la gobernanza ordinaria. Tales sectores
veían a los etarras como luchadores por la libertad, que se
disolverían tan pronto como España se convirtiera en un
país democrático. ¡Qué error! ¡Qué grande error!
Tras la instauración de la democracia, la primera
decisión de las nuevas Cortes democráticas elegidas en los
comicios del 15 de junio de 1977 fue la amnistía general,
que hacía borrón y cuenta nueva de los crímenes de
naturaleza política, cometidos durante el régimen de
Franco, cualquiera que fuera su autoría. La medida afectó
también a los presos de ETA, que en su totalidad salieron
de las cárceles españolas.
Tuvieron pues los terroristas vascos la posibilidad de
reinsertarse como ciudadanos libres en el nuevo sistema
democrático. Pero muchos no lo hicieron y volvieron a la
clandestinidad. ETA no luchaba por la implantación de la
democracia en España, sino para destruirla. El número de
atentados contra militares creció exponencialmente.
También, como ya vimos, pusieron en su punto de mira a
todos cuantos en el País Vasco y en Navarra defendían —
defendíamos— la unidad de la nación española.
1980 fue un annus horribilis, pues se saldó con casi un
centenar de asesinatos. Eso provocó una gran tensión en
algunos sectores nostálgicos de las Fuerzas Armadas y de
la extrema derecha, que exigían medidas drásticas y
conspiraron para dar un golpe de Estado. El 23 de febrero
de 1981 el teniente coronel Tejero, al frente de un
numeroso grupo de guardias civiles, secuestró al Congreso
de los Diputados interrumpiendo la votación de investidura
como nuevo presidente de Leopoldo Calvo Sotelo,
propuesto por el rey don Juan Carlos como sustituto de
Adolfo Suárez. Este le había presentado su dimisión el 29
de enero de aquel año. La intentona fracasó, gracias a la
firme actuación del rey, y el régimen democrático salió
fortalecido. Seguramente la cúpula de ETA habría preferido
una nueva dictadura en España, porque todavía soñaba con
lograr la independencia e implantar el socialismo marxista
mediante una guerra de liberación nacional o guerra de
guerrillas siguiendo el ejemplo de Argelia, Vietnam, Cuba,
Colombia, Angola y otros países emergentes tras el fin del
colonialismo.
En 1982 Felipe González llegó al poder con una
aplastante mayoría de 202 diputados, que mantendría en
1986 con 184 escaños. Dos años después del fallido intento
de golpe de Estado, ETA cometió un crimen que implicaba
un gran error político. El 23 de febrero de 1984 asesinó en
San Sebastián al senador socialista Enrique Casas. La
cúpula del PSOE, enfurecida, decidió que había que ir «a
por ellos». La llamada «guerra sucia», con algunos
escarceos en la etapa anterior, se trasladó a Francia a
través de los GAL (Grupos Antiterroristas de Liberación),
que fueron una catástrofe para la legitimidad de la lucha
del Estado de Derecho contra el terrorismo. A pesar de
ello, Felipe González —que negó taxativamente toda
connivencia del Estado con los GAL— consiguió que el
presidente Mitterrand pusiera fin al oasis etarra del sur de
Francia.
El 5 de noviembre de 1987 se firmó el Pacto de Madrid,
entre todas las fuerzas políticas democráticas, donde se
concretaban los puntos básicos de la acción frente a ETA.
Lo más significativo era la denuncia de la falta de
legitimidad de ETA para expresar la voluntad del pueblo
vasco, el rechazo a su pretensión de negociar problemas
políticos y la reafirmación del estatuto vasco como marco
de resolución de los conflictos y de la convivencia
democrática en el País Vasco.
El dirigente nacionalista vasco Javier Arzallus traslada la
iniciativa de Madrid a Euskadi. El 12 de enero de 1988 se
firma el Pacto de Ajuria Enea. Destacamos la reivindicación
del estatuto «como punto de encuentro de la voluntad
mayoritaria de los vascos», el rotundo rechazo al
terrorismo y la previsión de que pueda producirse un «final
dialogado» de la violencia, que considero oportuno
reproducir íntegramente:
Si se producen las condiciones adecuadas para un final dialogado de la
violencia, fundamentadas en una clara voluntad de poner fin a la misma y en
actitudes inequívocas que puedan conducir a esta convicción, apoyamos
procesos de diálogo entre los poderes competentes del Estado y quienes
decidan abandonar la violencia, respetando en todo momento el principio,
irrenunciable de que las cuestiones políticas deben resolverse únicamente a
través de los representantes legítimos de la voluntad popular.

También hay en el pacto una referencia a Navarra, que


tanto Pedro Sánchez y María Chivite como Iñigo Urkullu y
Andoni Ortuzar deberían tener muy presente:
Frente a quienes pretenden que Navarra forme parte del régimen
autonómico vasco al margen de la voluntad de los propios navarros y sus
instituciones, proclamamos que solo a los navarros corresponde decidir
sobre su propio futuro.

También en Navarra se formalizó un pacto antiterrorista.


El Acuerdo por la Paz y la Tolerancia se firmó en el Palacio
de Navarra de Pamplona el 7 de octubre de 1988. Los
firmantes fueron Euskadiko Ezquerra, Alianza Popular,
Partido Liberal, Democracia Cristiana, UPN y PSN-PSOE.
Como puede observarse, no firmaron ni el PNV ni EA.
Destaco el siguiente párrafo porque su contenido sigue
teniendo plena actualidad:
Ningún grupo terrorista, ni ningún partido político que apoye la práctica de
la violencia o se sostenga en ella para conseguir sus fines está legitimado
para erigirse en representante del pueblo de Navarra. En consecuencia,
rechazamos toda posibilidad de que ETA, o cualquier organización
respaldada por la misma, sea reconocida en negociaciones políticas que
pretendan condicionar el desarrollo libre del sistema democrático en
general y el propio de Navarra en particular. Solo la voluntad de nuestro
pueblo puede orientar el presente y el futuro de Navarra. Por eso
manifestamos nuestra seguridad de que ETA y sus defensores nada han de
obtener mediante la violencia y la intimidación y de que Navarra continuará
progresando asentada en sus instituciones democráticas y regida por la
voluntad de sus ciudadanos.

Zapatero negocia con ETA

La sorpresa llegó en 1989, cuando el gobierno socialista de


Felipe González anunció la apertura de negociaciones con
la banda terrorista en Argel, al tiempo que abría otro
proceso de diálogo paralelo con HB, tras la tregua
unilateral acordada por ETA en enero de aquel año. El
ministro José Barrionuevo sostuvo una y otra vez que no
había ni habría negociaciones políticas. De lo único que
podría hablarse era de la situación de los presos. El
gobierno estaba dispuesto a sacar a la calle a quienes no
tuvieran delitos de sangre. La reanudación de los
asesinatos en el mes de abril de aquel mismo año puso
punto final a las conversaciones.
Paradójicamente, Arzallus había puesto el grito en el
cielo por la iniciativa negociadora del gobierno socialista.
Negaba que pudieran tratarse cuestiones políticas. No le
movía ninguna motivación ética. ETA exigía una
interlocución directa con el gobierno, pero la paz debería
llevar el sello del PNV o no habría paz.
Para dejar las cosas claras, el 15 de febrero de 1990, el
Parlamento Vasco aprobó una declaración en la que
proclamaba que «el pueblo vasco tiene derecho a la
autodeterminación para la construcción nacional de
Euskadi y reside en la potestad de sus ciudadanos para
decidir libre y democráticamente su estatus político,
económico, social y cultural, bien dotándose de un marco
propio o compartiendo, en todo o en parte, su soberanía
con otros pueblos». La propuesta fue aprobada en la sesión
del 15 de febrero de 1990 con el voto favorable de sus
proponentes: PNV, EA y Euskadiko Ezquerra. Herri
Batasuna y el PP, aunque por razones diferentes, votaron
en contra. La razón esgrimida con acritud por el
representante batasuno era que no se podía «banalizar» el
derecho a la autodeterminación. El PNV confirió gran
importancia a esta declaración al considerar que constituía
un hito histórico porque era la primera vez que un
parlamento democrático vasco había proclamado el
derecho a la autodeterminación.
A principios de los noventa Felipe González se
encontraba políticamente achicharrado, si bien consiguió
contra todo pronóstico una precaria mayoría en las
elecciones de 1993 y se mantuvo en el poder gracias a que
Jordi Pujol llegó en su ayuda y no lo dejaría caer hasta
1996. ETA se dio cuenta de que el PP era el partido
emergente y decidió poner a los populares en su punto de
mira. Asesinó en enero de 1995 cobarde y alevosamente a
Gregorio Ordóñez, que tenía grandes posibilidades de
convertirse en alcalde de San Sebastián. El 19 de abril la
víctima elegida fue ni más ni menos que el presidente del
PP, José María Aznar, que salió milagrosamente ileso del
atentado. A ETA le salió el tiro por la culata, pues unos
meses después, el 3 de marzo de 1996, el PP ganó las
elecciones generales y Aznar se convirtió en presidente del
Gobierno. Pero sus 156 escaños no eran suficientes para
obtener la investidura y se vio obligado a negociar un pacto
de legislatura con Convergència i Unió (16 escaños) y
Coalición Canaria (4 escaños). A pesar de que eran
suficientes, Aznar encontró un aliado inesperado en Javier
Arzallus, que aportó los cinco diputados del PNV mediante
un acuerdo de investidura, sin contrapartidas políticas.
Durante este tiempo hubo una verdadera luna de miel
entre el dirigente nacionalista y Jaime Mayor Oreja,
designado por Aznar ministro del Interior. Este fue quien
más empeño tuvo en llegar al acuerdo con Arzallus.
Recuerdo haber expresado vehementemente mi
disconformidad con un pacto que consideraba innecesario.
Mayor Oreja pasó en un par de años de objeto de la
laudatio nacionalista a ser la oveja negra de la política
vasca, tal y como se lo había vaticinado en nuestras
acaloradas y amistosas discusiones, que sembraron la duda
en José María Aznar.86
86 Muchos años después llegó a mis oídos la confidencia de un alto ejecutivo
del Centro Nacional de Inteligencia que atribuía a Arzallus el veto a Aznar de
mi nombramiento como ministro del Interior o de cualquier otro ministerio.
Seguramente sería un bulo, pero en aquel tiempo mi relación con el presidente
del PP era muy estrecha. También debo decir que desde antes de la
implantación del régimen democrático y hasta la disolución de la banda estuve
en el punto de mira de ETA. En varias ocasiones salvé la vida gracias a mis
ángeles custodios de la Policía Nacional y de la Policía Foral. La última vez que
tuve una advertencia fue una llamada personal de Alfredo Pérez Rubalcaba,
entonces ministro del Interior, dos meses antes del cese unilateral definitivo de
alto el fuego de ETA, que tuvo lugar el 20 de octubre de 2011.

Los pactos antiterroristas habían servido para fortalecer


la lucha contra el terrorismo. Se habían conseguido éxitos
notables y ETA estaba acorralada por las Fuerzas de
Seguridad del Estado. La idea de combatir a las
organizaciones políticas y sociales de apoyo a la banda
terrorista comenzó a abrirse paso. No obstante, habría que
esperar al año 2003 para asistir a la ilegalización de Herri
Batasuna —al igual que sus siglas de recambio como
Batasuna y Euskal Herritarrok— por decisión del Tribunal
Supremo.

Asesinato de Miguel Ángel Blanco, vacilación de


Aznar y la gran traición del PNV: la declaración de
Estella

A pesar del nuevo sesgo de la lucha antiterrorista, los


atentados no cesaban. En 1997 se produciría un gravísimo
suceso que marcó un antes y un después en la lucha contra
el terrorismo. El 10 de julio ETA secuestró al concejal del
PP de Ermua (Vizcaya), Miguel Ángel Blanco. Los
secuestradores lanzaron un ultimátum al gobierno
exigiendo el acercamiento de los presos a las cárceles del
País Vasco. El chantaje era absolutamente inaceptable.
Cuarenta y ocho horas después, en la tarde del día 12 de
julio, los secuestradores asesinaron a Miguel Ángel. Fue
encontrado aún con vida en las cercanías de Lasarte
(Guipúzcoa), maniatado con un cable y dos tiros en la nuca,
sobre las 16.40 horas de aquel día 12 de julio. Nada
pudieron hacer los médicos y el joven concejal vizcaíno
falleció a las 05.00 horas del día 13. España entera
reaccionó con dolor y rabia. En Pamplona una multitud
enfurecida, en plenas fiestas de San Fermín, trató de
asaltar la sede de Herri Batasuna.
El año 1998 lo inició ETA asesinando el 9 de enero al
concejal del PP en Zarauz José Ignacio Iruretagoyena. Tres
semanas después fueron asesinados el también concejal del
PP en Sevilla Alberto Jiménez Becerril y su mujer
Ascensión. El miércoles 6 de mayo de 1998 la banda
terrorista asesinó al portavoz de Unión de Pueblo Navarro
(UPN) en el Ayuntamiento de Pamplona, Tomás Caballero
Pastor, líder del sindicalismo obrero en las postrimerías del
franquismo.
Arzallus se percató muy pronto de que la gigantesca
marea de condena a ETA por el asesinato de Miguel Angel
Blanco podría arrastrar al propio PNV y derribarlo del
poder en las elecciones autonómicas del año siguiente.
Para evitarlo negoció con ETA una declaración de «tregua
unilateral indefinida», que se hizo pública el 16 de
septiembre de 1998. Cuatro días antes, los partidos
nacionalistas PNV, EA y Eusko Herritarrok (que había
sucedido a HB), IU y 19 organizaciones sociales y
sindicales habían firmado la «Declaración de Lizarra»
(Estella), en la que se comprometían a emprender juntos el
camino de lucha, con métodos pacíficos, por la
«construcción nacional de Euskadi en las instituciones
democráticas».
Aunque en un primer momento el ministro del Interior,
Jaime Mayor Oreja, calificó la iniciativa de ETA como una
«tregua-trampa», inexplicablemente el gobierno de José
María Aznar aceptó entablar conversaciones con la banda
terrorista. Pronto saldría de su error. En mayo de 1999, en
una localidad francesa se reunieron las delegaciones de
ambas partes, sin llegar a ningún acuerdo. El 3 de
diciembre del mismo año, ETA decidió reemprender la
«lucha armada». El 21 de enero de 2000 ETA asesinó en
Madrid, mediante el estallido de un coche bomba, al
teniente coronel Pedro Antonio Blanco. En Navarra, el 14
de julio de 2001 asesinó a José Javier Múgica, concejal de
UPN en Leiza, dentro de la campaña de «limpieza
ideológica» de la Montaña, que, junto a otra zona como la
Barranca, los etarras y sus continuadores consideran de
dominio aberzale.
El acercamiento a ETA en Estella permitió al PNV
mantenerse en el poder. En las elecciones de 1998, la suma
del PP (16), PSE (14) y Unión Alavesa (2) sumaba 32
escaños. Les faltaban cuatro para alcanzar la mayoría
absoluta. El PNV tenía 21 escaños. Su aliado natural, EA,
había obtenido seis, por lo que no podían formar gobierno
al sumar tan solo 27 sobre 75. La clave fue el apoyo
expreso de los 14 diputados de Euskal Herritarrok,
organización que nominalmente había sustituido a HB en
las elecciones vascas y era el brazo político de ETA. Juan
José Ibarreche resultó elegido lendakari, en sustitución de
José Antonio Ardanza. El PNV recuperó el poder con votos
manchados de sangre.
Los efectos de la alianza del aberzalismo «moderado» y
del «radical» pronto se hicieron sentir. Rotas las relaciones
con el gobierno Aznar, que en las elecciones de 2000 había
logrado 183 escaños en el Congreso de los Diputados, en
2002 Arzallus decidió resucitar el espíritu sabiniano
fundacional del PNV, claramente separatista, lo que le
permitía establecer puntos de encuentro con la izquierda
aberzale. Sin embargo, el reencuentro con el mundo de
ETA, aunque no fuera difícil de conseguir en el terreno
ideológico, tenía serias dificultades derivadas de la
rivalidad partidista, pues ni la banda criminal ni sus
acólitos políticos y sociales estaban dispuestos a permitir
que fuera el PNV quien recogiera los frutos de una larga
lucha en la que los nacionalistas habían brillado por su
ausencia y mirado hacia otro lado.
A pesar de ello, Arzallus tendió la mano a ETA. Y así el 12
de julio de 2002 el PNV, con el apoyo de Eusko Alkartasuna
(Garaicoechea) e Izquierda Unida en el Parlamento Vasco,
promovió la aprobación de una declaración que suponía la
defunción del Estatuto de Guernica y la pulverización del
Pacto de Ajuria Enea. El Parlamento de Vitoria acordaba
«reconocer la existencia del Pueblo Vasco o Euskal Herria,
esto es, el reconocimiento del sujeto político como una
realidad social y cultural común con identidad propia que
pertenece por igual a los vascos y las vascas de los siete
territorios». Asimismo, se reivindicaba «el derecho a la
libre y determinación del Pueblo Vasco», que «tiene
derecho a ser consultado para poder decidir libre y
democráticamente su estatus político, económico, social y
cultural, respetando la voluntad de los ciudadanos y
ciudadanas de cada ámbito político en el que este se
articula».
Obsérvese la alambicada literatura política del
nacionalismo. Todo son circunloquios para no decir lisa y
llanamente: el pueblo vasco o Euskal Herria tiene derecho
a la autodeterminación y, por tanto, a decidir libre y
democráticamente, si quiere o no constituir una nación
independiente. La apuesta del PNV es la independencia por
lo que este objetivo se convertirá en prioritario para el
partido jelkide. Así lo acordaron y así siguen al día de hoy.

El Plan Ibarreche: el sueño frustrado de convertir a


Euskadi en un Estado libre asociado con España

En el marco de este enrarecido clima político, el 27 de


septiembre de 2002, el lendakari Ibarreche presentó un
proyecto de reforma integral del Estatuto de Guernica. Se
titulaba «Propuesta del Parlamento Vasco para la
convivencia en Euskadi. Nuevo Estatuto Político de
Euskadi». Se trataba de una propuesta de secesión
encubierta, al tratar de convertir al País Vasco en un estado
libre asociado con España. El Pleno del Parlamento Vasco
lo aprobó el 30 de diciembre de 2004 y acordó remitirlo al
Congreso de los Diputados por 39 votos a favor y 35 en
contra. Batasuna había mostrado su oposición al proyecto
por entender que consolidaba la unión con el Estado
español y el plan se limitaba tan solo a los territorios
sujetos a la comunidad vasca. Sin embargo, durante la
votación el portavoz aberzale, Arnaldo Otegui, leyó una
carta del parlamentario Josu Urruticoetxea (Josu Ternera),
fugado de España por su pertenencia a ETA, en la que se
justificaba su apoyo al plan. En consecuencia, para dejar
claro que no era su proyecto, aunque supusiera un gran
avance, tres de los diputados batasunos votaron a favor y
otros tres lo hicieron en contra. Los votos a favor fueron
determinantes para la aprobación del Parlamento.
Coincidiendo con la larga tramitación en la cámara de
Vitoria de la referida propuesta de Ibarreche, en la recta
final de la campaña de las elecciones generales a celebrar
el 14 de marzo de 2004, se produjo el atentado del 11-M en
la estación de Atocha y otros lugares de Madrid que supuso
un cambio radical en la política española. La izquierda tuvo
la gran habilidad de desviar contra el PP la indignación de
los ciudadanos. La «culpa» de la masacre había sido del
alineamiento de Aznar con el presidente Bush en la guerra
de Iraq. España se había merecido el justo castigo de los
seguidores de Alá, a pesar de no haber disparado un solo
tiro en el país árabe. Además, sentenció lapidariamente en
TVE el socialista Alfredo Pérez Rubalcaba, a últimas horas
del sábado día 13 de marzo y en plena jornada de reflexión,
«los ciudadanos españoles se merecen un gobierno que no
les mienta, un gobierno que les diga siempre la verdad».
Esta imputación era falsa. Y Rubalcaba lo sabía. El
gobierno había informado paso a paso de todos los avances
de la investigación, que empezó bajo el valor entendido por
todos de que se trataba de un atentado de ETA. El mismo
día 12 de marzo el ministro del Interior anunció que se
abría una segunda vía de investigación ante un posible
atentado islamista. Y el sábado 13 de marzo se informó de
las primeras detenciones de personas de nacionalidad
marroquí.
Poco se dice que el primero que atribuyó el atentado a la
banda terrorista fue el lendakari Ibarreche, que a las 09.30
del mismo día 11 compareció ante los medios de
comunicación para decir por vez primera, entre otras
cosas: «Cuando ETA atenta, cada vez que ETA ha atentado
y atenta se rompe en mil pedazos el corazón de los vascos y
vascas, porque el pueblo vasco ha sido, es y será, un pueblo
civilizado… El terrorismo es de ETA… ETA, estoy
absolutamente convencido, está escribiendo su final… ETA
está escribiendo sus últimas palabras, terribles,
desgraciadas, pero sus últimas páginas… Está claro que
ETA ha pretendido dinamitar la democracia».
Volviendo al Plan Ibarreche, su pretensión era sustituir el
Estatuto de Guernica por un nuevo marco jurídico, fruto del
pacto con el Estado, para acceder a un estatus de libre
asociación con España. Se invocaban para ello los derechos
históricos del pueblo vasco amparados y respetados por la
hasta ese momento denostada disposición adicional de la
Constitución.
Destaco el artículo 1.º del Plan Ibarreche:
Como parte integrante del pueblo vasco o Euskal Herria, las ciudadanas y
ciudadanos que integran los territorios vascos de Araba, Bizkaia y Gipuzkoa,
en el ejercicio del derecho a decidir libre y democráticamente su propio
marco de organización y de relaciones políticas, como expresión de la
nación vasca y garantía de autogobierno, se constituyen en una Comunidad
Vasca libremente asociada al Estado español, en un marco de libre
solidaridad con los pueblos que lo componen, bajo la denominación de
Comunidad de Euskadi o Euskadi, a los efectos del presente estatuto.

En la sesión del Congreso del 1 de febrero de 2005, el


proyecto fue rechazado por 313 votos en contra (PSOE, PP,
IU, Coalición Canaria y la Chunta Aragonesista) y 29 a
favor (PNV, ERC, CIU, EA, NaBai y Bloque Nacionalista
Gallego). Hubo dos abstenciones (Iniciativa per Catalunya
Verds).
Lo que ignoraba el PNV era que el rechazo del PSOE
obedecía a la intención de Rodríguez Zapatero —que fue
muy aplaudido por su gran firmeza en la defensa de la
unidad de España— de negociar el final de ETA con la
banda terrorista. A tal efecto había ya emprendido
conversaciones secretas con la cúpula de ETA. Por otra
parte, y como veremos más adelante, el Plan Ibarreche de
nuevo Estatuto Político de la Comunidad de Euskadi ha
inspirado en sus puntos fundamentales la nueva propuesta
formulada por el PNV ante la Comisión de Reforma del
Estatuto el pasado 8 de mayo de 2018. La gran diferencia
está en que para convertirse en estado libre asociado hay
un momento, aunque sea un segundo, en el que Euskadi
sería independiente para inmediatamente después
asociarse libremente con España. No hay duda de que ello
supondría la ruptura de la unidad de España y por tanto la
violación del artículo 2 de la Constitución. Además, podrían
plantearse problemas con la Unión Europea que
actualmente está constituida por 27 estados miembros.
Para formar parte de la Unión como nuevo estado miembro
es imprescindible que todos los países estén de acuerdo en
su admisión. Si Cataluña consiguiera separarse de España
para convertirse en un estado independiente la
consecuencia sería su salida automática de la UE. Su
adhesión solo sería posible si así lo acuerdan los estados
miembros por unanimidad. El Plan Ibarreche era inviable.

Al borde de la traición. La negociación de Zapatero


con ETA

Formaba parte de ETA. Por esta causa y por ser una


plataforma de apoyo a la actividad criminal de la banda
terrorista, Batasuna había sido ilegalizada en 2003 por el
Tribunal Supremo. La nueva ley de partidos y otras
medidas normativas habían surtido efecto. El juez Garzón
había clausurado sus sedes, cegado sus fuentes de
financiación y prohibido todas sus actividades. Su poder
municipal se había reducido ante la imposibilidad de
presentarse a las elecciones. Su nombre aparecía en la lista
de organizaciones terroristas contra las que la comunidad
internacional, después del atentado de Nueva York, había
declarado una guerra sin cuartel. Batasuna estaba muerta
legal y políticamente.
En el terreno de los «frentes de lucha» el balance no
podía ser más desalentador para la banda terrorista. ETA
parecía tener los días contados, aunque sus últimos
coletazos todavía podían causar grandes sufrimientos. En
la lucha contra el terrorismo gobierno y oposición hacían
piña gracias al «Pacto por las Libertades y frente al
Terrorismo» impulsado cuando estaba en la oposición por
el líder socialista, José Luis Rodríguez Zapatero.
Mientras todo esto sucedía miembros destacados del
socialismo vasco hacían doble juego. Aparentaban fidelidad
a la política antiterrorista pactada por los dos grandes
partidos nacionales y al mismo tiempo se reunían en
secreto con dirigentes de Batasuna para explorar la
posibilidad de un acuerdo de paz. Las conversaciones se
habrían iniciado durante la tregua de 1998 y no se
interrumpieron ni siquiera cuando ETA decidió reanudar su
actividad criminal al comprobar que el gobierno presidido
por José María Aznar no estaba dispuesto a negociar otra
cosa que la rendición incondicional de la banda terrorista
sin plegarse a sus exigencias de carácter político.
Un mes antes de producirse la masacre del 11-M, la
cúpula de ETA tenía sobre la mesa una sorprendente oferta
del PSOE para iniciar un proceso de negociación. Los
etarras conocían que Jesús Eguiguren, líder de los
socialistas guipuzcoanos, llevaba años de conversaciones
con Arnaldo Otegui, el portavoz de Batasuna y miembro de
ETA, con la finalidad de encontrar una fórmula susceptible
de acabar con el «conflicto». Pero los terroristas
desconfiaban. Habría que comprobar la sinceridad de José
Luis Rodríguez Zapatero. Y, en efecto, su primera actuación
nada más tomar posesión de su cargo de presidente fue la
retirada de Iraq, cumpliendo una promesa realizada en la
campaña electoral. La «valentía» de Rodríguez Zapatero
convenció a la banda de que el nuevo inquilino de La
Moncloa venía con ímpetus renovadores e incluso
revolucionarios.
Como ya hemos dicho, Jesús Eguiguren fue el actor
principal de las conversaciones mantenidas con Batasuna
desde los tiempos de la tregua de 1998. Fue él quien
transmitió a Otegui que el gobierno socialista iniciaría una
política de gestos dirigida a demostrar a la banda que debía
valorar su ofrecimiento de paz con el máximo interés.
Como primera providencia, Rodríguez Zapatero desactivó
el Pacto por las Libertades y frente al Terrorismo —
condición sine qua non para ETA— para poner de
manifiesto el aislamiento político del Partido Popular frente
a la actitud constructiva y responsable de las restantes
fuerzas parlamentarias. El nombramiento de otro peso
pesado del socialismo, Gregorio Peces Barba, como alto
comisionado para las Víctimas del Terrorismo, constituiría
otro gesto de gran alcance. Su misión sería allanar el
camino ante la perspectiva de que la excarcelación de los
presos fuera el precio a pagar por la paz. Pero el alto
comisionado cometió la torpeza de desvelar, de forma
prematura e intempestiva, en su primera reunión con los
representantes de las víctimas, la intención del gobierno de
negociar con ETA al apelar a su generosidad. Se «quemó»
desde el primer momento. La Asociación de Víctimas del
Terrorismo (AVT) denunció lo ocurrido, que sería falsa e
inútilmente desmentido por el interesado, aunque el tiempo
demostraría que habían dicho la verdad.
A pesar de haber permitido que Ibarreche defendiera en
Madrid su plan de nuevo estatuto, ni el lendakari ni los
burukides nacionalistas se habían dado cuenta de que los
etarras ya no estaban dispuestos por más tiempo a mover
el árbol (Arzallus dixit) para que ellos recogieran las
nueces, como había sucedido hasta entonces. Para
Batasuna, la perspectiva de abrir una relación directa con
el gobierno español en el marco de un futuro proceso de
paz dejaba fuera de juego al PNV.
Mientras el presidente vasco soñaba con su famoso plan,
las conversaciones en la oscuridad entre los socialistas
vascos y Batasuna comenzaron a dar su fruto. La clase
política española se hallaba entretenida debatiendo sobre
la última genialidad de Ibarreche, cuando a finales de 2004
hizo su aparición en el horizonte vasco la «propuesta de
Anoeta», aprobada por la ilegalizada Batasuna con la
bendición de ETA. Pocos se percataron de que se trataba de
uno de los acontecimientos más relevantes de los últimos
tiempos por formar parte de una estrategia, si no pactada
formalmente con el gobierno, al menos tratada con sus
interlocutores vascos.
La propuesta de Anoeta contiene una novedad de gran
calado. ETA renuncia por vez primera a negociar
directamente con el gobierno español la solución política
del conflicto, pues la negociación entre la banda terrorista
y los estados español y francés solo tendría por objeto la
desmilitarización del conflicto, la excarcelación de los
presos, el regreso de los deportados y refugiados, así como
la atención a las víctimas (se supone que de ambos lados).
Sentado lo anterior, la solución del «conflicto» habría de
negociarse en el seno de una «mesa» integrada por todos
«los agentes de Euskal Herria». Los estados español y
francés habrían de comprometerse a respetar el acuerdo
alcanzado en dicha mesa y a autorizar su refrendo por los
ciudadanos de Euskal Herria. De todas formas, la renuncia
de ETA a negociar directamente cuestiones políticas era
puramente formal, pues sería Batasuna, la marca política
de la organización terrorista, la encargada de negociar los
aspectos políticos.
Tras una serie de gestos del presidente Zapatero
dirigidos a ETA a lo largo de 2005 para convencerle de su
inequívoca voluntad negociadora y tras intensas
negociaciones llevadas en secreto, por fin el 22 de marzo
de 2006 la banda terrorista hizo pública su decisión de
decretar de forma unilateral un «alto el fuego permanente»
que entraría en vigor a partir de la media noche del día 24
de marzo. La euforia se desató en las filas socialistas y la
maquinaria gubernamental echó las campanas al vuelo.
Hubo besos y abrazos en el Congreso en las bancadas
gubernamentales y nacionalistas.87
87 Desde los años de la Transición trabé amistad con el periodista navarro
Julián Lacalle, acreditado en el Congreso de los Diputados y que había
comenzado su carrera en Diario de Navarra. Llegó a ser entre 1978 y 1980 jefe
de prensa de Manuel Clavero Arévalo, ministro adjunto para las Regiones y
después de Cultura en los gobiernos de Adolfo Suárez (UCD). Los días de
sesión coincidíamos en el restaurante del Congreso, donde Lacalle comía con
un grupo de periodistas, y en ocasiones con Rodríguez Zapatero cuando todavía
era un desconocido diputado por León. Ambos se hicieron muy amigos y
cuando llegó a La Moncloa Zapatero le nombró director general de Información
Nacional de la Presidencia del Gobierno. Pues bien, a la salida de la sesión de
los abrazos mantuve con él, junto a las verjas del Congreso, una larga
conversación en la que le transmití por qué no me sumaba al jolgorio general.
Presencié por eso cómo se le acercó el portavoz del PNV, Emilio Olabarría, y
cómo mientras se fundían en un abrazo le decía: «Muchas gracias, Julián. Sé
todo lo que has hecho para llegar hasta aquí». Este abrazo demostraba que el
alto el fuego había sido negociado con ETA desde La Moncloa y no fue, como se
presentó ante la opinión pública, una decisión unilateral de la banda terrorista.

El gobierno filtró que la palabra «permanente» se había


introducido por exigencia suya, lo que demostraba que se
había producido una negociación en toda regla. La
expresión «alto el fuego permanente» no figuraba en el
texto difundido en euskera. La traducción literal del
comunicado es la siguiente: «ETA ha decidido impulsar la
interrupción permanente de la acción armada a partir de
las 00.00 horas del 24 de marzo». Obsérvese que ETA solo
se comprometía a interrumpir sus acciones «armadas»,
pero nada decía de las demás formas de terrorismo (kale
borroka, extorsión a los empresarios, acoso a los cargos
electos no nacionalistas, etc.).
Lo triste fue que nadie se preocupó de analizar el
comunicado de ETA, cuyo objetivo era «impulsar un
proceso democrático en Euskal Herria para que, mediante
el diálogo, la negociación y el acuerdo, el Pueblo Vasco
pueda realizar el cambio político que necesita». Los etarras
diseñaban el futuro tras el acuerdo, de modo que
«superando el actual marco de negación, partición
[Navarra] e imposición, hay que construir un marco
democrático para Euskal Herria, reconociendo los derechos
que como pueblo le corresponden y asegurando de cara al
futuro la posibilidad de desarrollo de las opciones
políticas». Y concluían que «al final de ese proceso los
ciudadanos y ciudadanas vascas deben tener la palabra y la
decisión sobre su futuro, dando así una solución política al
conflicto».
El propio presidente anunció el 29 de junio de 2006 el
inmediato comienzo de las conversaciones. Rodríguez
Zapatero humilló al Congreso al utilizar su zaguán para dar
carta de naturaleza política a los enemigos del Estado de
Derecho y de la unidad de la nación, sin recabar su expresa
autorización tal y como lo exigía la gravedad del asunto y
su propio y reiterado compromiso. Por sí y ante sí decidió
abrir la negociación con ETA en paralelo con el diálogo con
Batasuna, vulnerando las dos resoluciones del Congreso de
mayo y junio de 2005 que exigían la renuncia definitiva y
expresa de la banda terrorista a la violencia sin
condiciones. Al comprometerse a respetar la decisión de los
ciudadanos vascos, el presidente anunció su disposición a
traspasar las líneas rojas marcadas por la Constitución. En
suma, vino a legitimar de hecho al terrorismo como método
de acción política, pues para conseguir la paz el gobierno
estaba dispuesto a negociar un nuevo marco político con
los apoderados de ETA.
En julio dieron comienzo las conversaciones, primero en
Ginebra y después en Oslo, entre una comisión de etarras
encabezada por Josu Ternera mientras los representantes
del gobierno eran Jesús Eguiguren y el navarro Javier
Moscoso, exministro y exfiscal general del Estado con
Felipe González. Al mismo tiempo, en el interior de los
muros históricos de Loyola emprendieron conversaciones
formales Batasuna, es decir, ETA, con Arnaldo Otegui a la
cabeza, y representantes del PSE y del PNV, que hasta ese
momento había sido el convidado de piedra. Pero pronto el
gobierno se dio cuenta de que Eguiguren les había metido
en un atolladero de difícil solución, pues las pretensiones
de ETA en su mayoría chocaban frontalmente con la
Constitución.

El proceso encalla

A pesar de ello, Zapatero era optimista. El 29 de diciembre


de 2006 el presidente del Gobierno compareció ante los
periodistas al término de la última reunión del gabinete del
año. Ni el robo de pistolas en Francia, ni el descubrimiento
en Amorebieta de un zulo de reciente construcción, ni la
multiplicación de las acciones de guerrilla urbana, ni la
profecía de mal agüero del exbatasuno Chema Montero —
acogido a los pechos de la Fundación Sabino Arana del
PNV— sobre un inminente atentado mortal, ni las
advertencias francesas sobre la activación de nuevos
comandos, ni las denuncias de Batasuna por el
estancamiento del proceso a causa de la cerrazón del
Estado habían hecho mella alguna en el optimismo del
presidente. En su mensaje navideño, el presidente se
vanaglorió del largo periodo disfrutado por España sin
víctimas mortales, en contraste con lo que sucedía en otras
épocas en las que ETA elegía las fiestas de Navidad para
cometer nuevos atentados. Fue entonces cuando pronunció
la tristemente célebre frase de la que no tardaría en
arrepentirse: «Dentro de un año estaremos mejor que hoy».
Dicen que en política se puede hacer todo menos el
ridículo. Mientras el presidente mostraba urbi et orbi su
optimismo, pocas horas después, en la madrugada del día
30 de diciembre, unos pistoleros de ETA introducían en el
aparcamiento de la terminal T4 del aeropuerto de Barajas
una furgoneta-bomba, programada para hacer explosión a
las nueve horas de ese mismo día. Los terroristas alertaron
de la colocación del artefacto una hora antes de la
deflagración, lo que permitió a la policía proceder al
desalojo del aparcamiento. Uno de los cuatro módulos del
estacionamiento se vino abajo. En un principio se pensó
que no había víctimas mortales. Pero el atentado se saldó
con la muerte de dos súbditos ecuatorianos y una veintena
de heridos. Por una trágica paradoja, el vehículo del
diputado por Navarra Juan Moscoso, hijo de Javier
Moscoso, uno de los negociadores del gobierno con ETA,
quedó totalmente destruido.
ETA había dinamitado el proceso de paz. Así lo admitió
un apesadumbrado ministro del Interior, Alfredo Pérez
Rubalcaba, mientras Otegui, sin condenar a sus
mandatarios, echaba la culpa al gobierno por su
intransigencia.
El 15 de enero de 2007 el Congreso celebró una sesión
extraordinaria. Esto dijo la diputada de NaBai, Uxúe
Barcos: «Se ha hablado mucho en este tiempo de precios
políticos, víctimas, libertad y Navarra. Y esta diputada no
puede por menos que detenerse brevemente en esta
cuestión. La cuestión de Navarra, la gran estafa del
proceso, según proclamaron durante meses y meses en
esta cámara y en cientos de foros. Una cosa sí queda clara
hoy o tristemente sí quedó clara el 30 de diciembre. Más
allá de mentiras flagrantes el devenir de los hechos —y
quiero decir que cito este devenir con absoluta tristeza—
ha dejado bien retratados en el debate en torno a la
cuestión de Navarra a aquellos que siempre defenderemos
a Navarra como sujeto político y a aquellos que han hecho,
hacen y harán de Navarra un objeto político de sus
intereses partidarios y electorales. Todo este periplo
retrata a quienes desde el principio hemos defendido,
hemos reivindicado y peleado que el futuro de Navarra lo
decidimos las mujeres y los hombres de Navarra y enfrente
quedan quienes han utilizado Navarra con un objeto de
asaetear el proceso y el camino hacia la paz». Una década
después, la presidenta Barcos guardará silencio o
responderá con evasivas ante los requerimientos de los
medios de comunicación sobre la última propuesta del PNV
de un nuevo Estatus Político para Euskal Herria en cuyas
bases está Navarra presente de forma inseparable.

La rendición de ETA no fue obra del PSOE

En Loyola, el 31 de octubre de 2006, los comisionados


batasunos, socialistas y nacionalistas habían conseguido
consensuar un documento titulado «Bases para el diálogo y
el acuerdo político». En síntesis, este era su contenido:

— Reconocimiento de la identidad del pueblo vasco


(Euskal Herria). Así decía este punto: «Aceptamos que
existe una realidad conformada por vínculos sociales,
lingüísticos, históricos, económicos y culturales llamada
Euskal Herria que se constata en los territorios de Araba,
Nafarroa, Bizkaia y Gipuzkoa en el Estado español y
Lapurdi, Zuberoa y Baxe-Nafarroa en el Estado francés».
— Respeto del Estado a las decisiones democráticas
adoptadas por la ciudadanía vasca y ausencia de violencia.
— Reconocimiento del euskera como lengua oficial tanto
en la Comunidad Autónoma Vasca y en Navarra, donde solo
lo es en las zonas vascoparlantes. La extensión del batúa a
todo el territorio de la Comunidad Foral es una obsesión
del mundo aberzale, pues consideran que no se puede
hablar de Euskal Herria si se demuestra que su idioma,
principal seña de su identidad, no es lengua propia de la
mayor parte del territorio foral.
— Creación de un órgano interinstitucional entre la
comunidad vasca y Navarra, que no deja de ser una
integración encubierta.
— Creación, en el marco de la Unión Europea, de una
eurorregión integrada por todos los territorios de Euskal
Herria: comunidad vasca, Navarra e Iparralde, a la que
pretenden dar un barniz identitario ajeno por completo a lo
que significan las eurorregiones en el resto de Europa.
— El acuerdo final sería ratificado mediante referéndum
de todos los territorios vascos peninsulares.

Además, se fijaba el 2 de diciembre de 2006 como fecha


de celebración de una conferencia de paz en San Sebastián.
Todo se vino abajo tras el atentado de la T4. Pero
Eguiguren y Otegui, con la aquiescencia de Zapatero, no
perdieron la esperanza. El gobierno siguió mandando
mensajes a ETA. Uno de ellos fue la negativa en la sesión
del 15 de enero de 2007 a reeditar el pacto antiterrorista,
como proponía el líder del PP, Mariano Rajoy. Días después,
los batasunos hicieron pública una nueva propuesta en la
que se partía de la aceptación de los dos marcos políticos
—la comunidad vasca y Navarra—, y se proponía que
Navarra se integrara en Euskal Herria con un estatus
propio «tomando como base su identidad y su
personalidad». Nadie pareció entonces hacerse eco de esta
propuesta, que figura en el nuevo proyecto del PNV de
2018. Otro gran gesto fue la excarcelación del terrorista
Iñaki de Juana Chaos, en huelga de hambre desde finales
de octubre de 2006, que fue el comienzo de las afrentas a
la dignidad de las víctimas y a cuantos creemos en el
Estado de Derecho. Unas afrentas que son hoy moneda de
cambio con los etarras de ayer para convertirlos en
demócratas y justificar su conversión en socios o aliados
del gobierno social-comunista.
Zapatero había llegado al poder después de aquella frase
lapidaria: «Los ciudadanos españoles no se merecen un
gobierno que les mienta». Se suele acusar a la oposición de
contar muchas fantasías. Pues después de hacer creer al
pueblo español que se habían cortado todos los contactos
con ETA, resulta que los días 30 y 31 de marzo de 2007
volvieron a mantenerse nuevos contactos, que no llegaron a
fructificar porque en 2008 había nuevas elecciones
generales y cualquier desliz en este asunto podía costarle
caro al PSOE. Afianzado Zapatero en el poder, siguieron los
contactos en la oscuridad. Pero la debilidad de ETA era
cada vez mayor. La Justicia de un lado y las Fuerzas de
Seguridad del Estado y la Gendarmería francesa, codo con
codo, por otro. Durante el año 2010 habían sido arrestados
58 etarras.
El 30 de marzo de 2010 un grupo de personalidades
internacionales, movilizado por Batasuna, presentó un
documento en el Parlamento Europeo en el que pedía a ETA
que declarase un «alto el fuego permanente», instaba a la
izquierda aberzale a defender sus objetivos políticos por
medios «exclusivamente democráticos», requería al
gobierno español que legalizara «los partidos
independentistas» y que permitiera el acercamiento de los
presos a las cárceles del País Vasco. Del grupo, encabezado
por Brian Currin, un ciudadano sudafricano que de la
solución de conflictos había hecho una profesión lucrativa,
formaban parte el arzobispo Desmond Tutu, Premio Nobel
de la Paz; el expresidente de Sudáfrica y también Nobel de
la Paz, Frederik Lecrerc; la Fundación sudafricana Nelson
Mandela; la expresidenta de Irlanda, Mary Robinson; el
expresidente del Gobierno irlandés, Albert Reynolds; el jefe
del Gabinete del exprimer ministro británico Tony Blair,
Jonathan Powell, el exsecretario general de Interpol,
Raymond Kendall y una serie de personalidades de diversas
universidades, especializadas en la investigación y
resolución de conflictos políticos.
A pesar de la espectacularidad internacional de este
golpe de efecto etarra, la persecución de la banda no se
detuvo. Los etarras ya no tenían un lugar seguro para
esconderse y planificar sus atentados. Cuando salían de su
madriguera se exponían a ser detenidos. Por otra parte, el
gobierno ni siquiera estaba dispuesto a aceptar la
mediación del Grupo de Bruselas.
Ante esta situación insostenible, el 10 de enero de 2011,
ETA tiró la toalla y declaró un «alto el fuego permanente,
general y verificable». Sobre el papel aún se atrevía a
poner condiciones:
El proceso democrático debe superar todo tipo de negación y vulneración de
derechos y debe resolver las claves de la territorialidad y el derecho de
autodeterminación, que son el núcleo del conflicto político. Corresponde a
los agentes políticos y sociales vascos alcanzar acuerdos para consensuar la
formulación del reconocimiento de Euskal Herria y su derecho a decidir,
asegurando la posibilidad de desarrollo de todos los proyectos políticos,
incluyendo la Independencia [...]. ETA ha decidido declarar un alto el fuego
permanente y de carácter general, que pueda ser verificado por la
comunidad internacional. Este es el compromiso firme de ETA con un
proceso de solución definitivo y con el final de la confrontación armada. Es
tiempo de actuar con responsabilidad histórica. ETA hace un llamamiento a
las autoridades de España y Francia para que abandonen para siempre las
medidas represivas y la negación de Euskal Herria.

Oficialmente, tanto el presidente Zapatero como el


ministro del Interior, Pérez Rubalcaba, rechazaron volver a
las negociaciones tanto con los terroristas como con sus
corifeos batasunos. El ministro se pronunció con singular
contundencia y claridad:
No es una mala noticia, pero no es la noticia [...]. El único comunicado de
ETA que queremos leer es el que declare el fin irreversible y definitivo [del
terrorismo]. ETA tiene una visión distorsionada de la realidad, y ahora se
manifiesta con la misma arrogancia, con el mismo lenguaje y con la misma
escenografía de siempre. Quiere mantener su posición de tutela, de garante
de una supuesta negociación y sigue pretendiendo que el fin de la violencia
tenga precio. Además, habla de una verificación internacional que el
gobierno ha rechazado rotundamente porque en un estado democrático
quien verifica son las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Si me
preguntan si estoy más tranquilo hoy que ayer, les diré que sí lo estoy; pero
si me preguntan si esto es el final de ETA, les diría que no, y desde luego si
me preguntan si esto es lo que la sociedad espera, les digo rotundamente
que esto no es lo que espera el gobierno. En resumen, esto no es una mala
noticia, pero esta no es la noticia. No ha cambiado hoy lo que venimos
diciendo: que la ilegalizada Batasuna tiene dos opciones para volver a la
vida política: o ETA deja la violencia de forma irreversible y definitiva o
Batasuna rechaza fehacientemente su relación con ETA y no se ha producido
esto. El pasado nunca vuelve y eso tienen que tenerlo en cuenta quienes
quieren seguir participando en la vida política.

¿Era sincera esta firmeza y rotundidad? Las encuestas


hundían a Zapatero. Lo que vino después ya es bien
conocido. El 20 de noviembre de 2011, el PP, con Mariano
Rajoy a la cabeza, ganó las elecciones por mayoría
absoluta. La crisis económica apeó al PSOE del poder.
Desde un principio, el nuevo gobierno dejó bien sentado
que el único camino para ETA era su disolución. Las
Fuerzas de Seguridad continuaron sin cesar su trabajo de
acoso y derribo, al igual que la Justicia. Y esta acción
conjunta gobierno-Fuerzas de Seguridad (españolas y
francesas) y Justicia de ambos países provocó la rendición
de ETA. Zapatero y Rubalcaba decidieron pasar las líneas
rojas, pero chocaron con la intransigencia de al menos un
sector de la banda que no supo valorar la trascendencia del
«final dialogado» que ofrecía el gobierno.
Seis años después, el 8 de abril de 2017 se escenificó la
rendición «militar» de ETA, con la entrega de un
documento de «geolocalización» de diversos zulos de
armamentos en el Ayuntamiento de Bayona. En un
comunicado fechado el 23 de abril la banda terrorista
anunció su inmediata disolución sin pedir perdón a sus
víctimas. Finalmente, el 3 de mayo de 2017, en la localidad
francesa de Cambo, ETA escenificó su final con una
declaración que reproducimos en nota a pie de página.88
88 Declaración final de ETA al Pueblo Vasco.

ETA, organización socialista revolucionaria vasca de liberación nacional,


quiere informar al Pueblo Vasco del final de su trayectoria, después de que su
militancia haya ratificado la propuesta de dar por concluidos el ciclo histórico y
la función de la Organización. Como consecuencia de esta decisión:
— ETA ha desmantelado totalmente el conjunto de sus estructuras.
— ETA da por concluida toda su actividad política. No será más un agente
que manifieste posiciones políticas, promueva iniciativas o interpele a otros
actores.
— Los y las exmilitantes de ETA continuarán con la lucha por una Euskal
Herria reunificada, independiente, socialista, euskaldún y no patriarcal en
otros ámbitos, cada cual donde lo considere más oportuno, con la
responsabilidad y honestidad de siempre. ETA nació cuando Euskal Herria
agonizaba, ahogada por las garras del franquismo y asimilada por el Estado
jacobino, y ahora, sesenta años después, existe un pueblo vivo que quiere ser
dueño de su futuro, gracias al trabajo realizado en distintos ámbitos y la lucha
de diferentes generaciones.
ETA desea cerrar un ciclo en el conflicto que enfrenta a Euskal Herria con
los estados, el caracterizado por la utilización de la violencia política. Pese a
ello, los estados se obstinan en perpetuar dicho ciclo, conscientes de su
debilidad en la confrontación estrictamente política, y temerosos de la
situación que provocaría una resolución integral del conflicto. Por contra, ETA
no tiene miedo alguno a ese escenario democrático, y por eso ha tomado esta
decisión histórica, para que el proceso en favor de la libertad y la paz continúe
por otro camino. Es la secuencia lógica tras la decisión adoptada en 2011 de
abandonar definitivamente la lucha armada.
En adelante, el principal reto será construir un proceso como pueblo que
tenga como ejes la acumulación de fuerzas, la activación popular y los acuerdos
entre diferentes, tanto para abordar las consecuencias del conflicto como para
abordar su raíz política e histórica. Materializar el derecho a decidir para
lograr el reconocimiento nacional será clave. El independentismo de izquierdas
trabajará para que ello conduzca a la constitución del Estado Vasco.
Esta última decisión la adoptamos para favorecer una nueva fase histórica.
ETA surgió de este pueblo y ahora se disuelve en él.
GORA EUSKAL HERRIA ASKATUTA! GORA EUSKAL HERRIA SOZIALISTA!
JO TA KE INDEPENDENTZIA ETA SOZIALISMOA LORTU ARTE!
En Euskal Herria, a 3 de mayo de 2018
Euskadi Ta Askatasuna. E. T. A.

El terrorismo aberzale ya es historia. Al menos por


ahora. Pero ETA pretendía lavar su cara. Su comunicado
anuncia la refundación política del hacha y la serpiente.
Ahora bien, se produce una circunstancia nueva: la
cronología de los acontecimientos que rodearon la
extinción revela la existencia de una acción concertada
entre el PNV y Bildu.
El comunicado final de ETA es del 3 de mayo de 2018. El
4 de mayo el lendakari Urkullu y la presidenta del gobierno
de Navarra Uxúe Barcos comparecieron en el Palacio de
Bertiz, uno de los lugares más hermosos del Valle de
Baztán, en la frontera de Navarra con Francia y con el País
Vasco español, para celebrar el fin de ETA. Estas fueron las
palabras de Urkullu:
«Hemos tenido un proyecto: la paz. Tenemos una meta
por la que seguir trabajando: la convivencia. Hoy hemos
presentado de forma compartida un conjunto de
compromisos y propuestas. Tenemos un proyecto de futuro
y de esperanza con un objetivo central: el encuentro social.
El compromiso ético continúa. Hoy ha terminado algo muy
importante. Tenemos la firme determinación de no parar.
Seguimos trabajando por una convivencia normalizada,
ahora en un escenario mejor. El camino prosigue».
Al día siguiente, 5 de mayo, el PNV hizo público que
había presentado en el Parlamento de Vitoria, de acuerdo
con Bildu, las Bases para la creación de un Nuevo Sujeto
Político, un Estado vasco, que negocie de tú a tú una
relación confederal con el Estado español y el
reconocimiento del derecho a decidir.
El 19 de mayo, el PNV aprobó los Presupuestos
Generales del Estado al gobierno del PP.
El 23 de mayo la constitución de una «Ponencia para la
actualización del autogobierno» fue aprobada por el
Parlamento, con el voto de PNV y Bildu junto al preámbulo
de las Bases del Nuevo Estatus Vasco.
El 25 de mayo el PSOE anunció la interposición de una
moción de censura contra Mariano Rajoy.
El 1 de junio el secretario General del PSOE, Pedro
Sánchez, gracias al apoyo del PNV y de Bildu, entre otros,
derribó a Mariano Rajoy y se convirtió en presidente del
Gobierno.
El 6 de julio la «Ponencia para la actualización del
autogobierno vasco» del Parlamento Vasco aprueba la
totalidad de las bases del Nuevo Estatus Vasco, con el voto
favorable del PNV y Bildu. Podemos, el PSE-PSOE y el PP,
aunque por motivos diferentes, votan en contra.
El 12 de septiembre la ponencia aprueba encomendar la
articulación de las bases a una comisión de expertos o
grupo técnico, a la que anteriormente me he referido,
cuyos trabajos dan comienzo el 30 de septiembre.
Un año después, el día 14 de septiembre de 2019, el
comisionado Legarda presenta una propuesta de
articulación legislativa del Título de las Competencias. En
resumen, partiendo de que según el PNV y Bildu los
derechos históricos que ampara y respeta la Constitución,
ya no corresponden a los territorios forales (Álava,
Guipúzcoa y Vizcaya) sino que pertenecen al pueblo vasco
que es su nuevo titular (lo que contraviene radicalmente la
disposición adicional y la jurisprudencia del Tribunal
Constitucional), convierte en competencias forales
prácticamente la totalidad de las competencias del País
Vasco, de forma que habría que llevar a cabo un pacto
—«concierto político» lo llama Bildu y acepta el PNV—, que
supone en la práctica la expulsión de cualquier rastro del
Estado en el País Vasco, que así no tendría instrumentos
para aplicar en ese territorio las políticas comunes para
garantizar el interés general de España y la igualdad básica
de todos los españoles. No se separan del Estado español,
pero pretenden que el nuevo estatus se base en una
relación confederal y no se renuncia a poder ejercitar en su
día la autodeterminación hasta sus últimas consecuencias.
El proyecto promovido por el PNV y Bildu es
radicalmente inconstitucional. No es una reforma del
Estatuto de Guernica de 1979, sino la creación ex novo de
un nuevo sujeto jurídico-político, al que ni siquiera le ponen
nombre por ahora, que atenta directamente contra el
artículo 2 de la Constitución y otras normas
constitucionales. Para ello declaran que el estatuto vigente
está obsoleto. Ni siquiera acuden al 25 de octubre a
celebrar bajo el Árbol de Guernica el 40 aniversario de su
aprobación en referéndum, que fue un hito histórico, pues,
por primera vez en la historia, aparece como sujeto político
el pueblo vasco, que al amparo de la Constitución es quien
promueve la creación de una comunidad autónoma
integrada por los territorios forales de Álava, Guipúzcoa y
Vizcaya. Anuncian que esta propuesta la someterán a
referéndum consultivo antes de remitirla a la consideración
de las Cortes.
El 28 de septiembre de 2019, en las Campas de Foronda,
junto a Vitoria, con ocasión del Alderdi Eguna o día del
partido, el presidente del PNV, Andoni Ortuzar, defendió el
proyecto pactado con Bildu y, de modo especial, el derecho
a decidir del pueblo vasco y llegó a decir, entre grandes
aplausos, que «no eran españoles ni por el forro».
El 12 de octubre de 2019, en un cara a cara en el
Parlamento de Vitoria con Alfonso Alonso, portavoz del PP,
el lendakari Urkullu reitera el derecho a decidir y su
propósito de alcanzar una nueva relación con España
basada en el principio de bilateralidad.
La verdad es que la opinión pública española no sabe lo
que se está cociendo entre bastidores en el Parlamento
Vasco. Ni siquiera lo sabe la opinión vasca. Del informe
sobre el papel desempeñado por el Gobierno Vasco para
alcanzar el desarme y disolución de ETA se desprende que
Urkullu y Otegui llegaron a un acuerdo sobre los pasos a
dar tras la desaparición formal de la banda terrorista. La
propuesta planteada por el PNV y Bildu es fiel reflejo del
final de la declaración de ETA del 3 de mayo de 2018:
«Materializar el derecho a decidir para lograr el
reconocimiento nacional será clave. El independentismo de
izquierdas trabajará para que ello conduzca a la
constitución del Estado Vasco».
«Estoy deseando que pase el 10-N» (día de las elecciones
generales del 10 de noviembre de 2019, en las que Sánchez
se jugó la presidencia), llegó a decir Urkullu en el
Parlamento Vasco. Fácil es deducir el porqué de esta
ansiedad. Porque a renglón seguido, si Sánchez era el
ganador, de inmediato llamaría a la puerta de La Moncloa
para cobrar el precio de su voto.
Urkullu sabe que Sánchez es rehén de quienes lo
auparon al poder, entre ellos los que tras la sentencia del
Tribunal Supremo sobre el procés habían incendiado
Cataluña. De manera que si Sánchez sigue prisionero del
independentismo catalán y acepta montar una mesa de
diálogo con los pirómanos del 27-O para buscar soluciones
al «conflicto» que podrían culminar en una reforma de la
Constitución para convertir a España en un Estado federal,
el País Vasco no podía quedarse atrás.
Hay algunas incógnitas para resolver. El actual gobierno
de Urkullu (2020) incluye varios consejeros del PSE-PSOE.
En la comisión de expertos, la propuesta defendida por su
representante, el catedrático de Derecho Constitucional de
la Universidad del País Vasco Alberto López Basaguren,
acérrimo defensor del federalismo, era radicalmente
contraria al proyecto soberanista del PNV y Bildu, en
sintonía con el rechazo del PSE en la ponencia
parlamentaria que aprobó las bases del nuevo estatus. El
problema está en que Sánchez no rechaza negociar del
mismo modo que en Cataluña. Ya ha quedado claro que el
PSOE es Sánchez. ¿Cómo justificará el PSOE vasco este
cambio de postura?
Ya sabemos que Sánchez ha dado a Arnaldo Otegui el
carné de demócrata y lo ha convertido en socio preferente,
hasta el punto de haber negociado los Presupuestos
Generales con Bildu. ¿Se mantendrá la alianza del PNV con
su mayor adversario potencial en el País Vasco, que podría
formar en el futuro un gobierno con los socialistas, igual
que ocurre en Navarra, donde justifican el apoyo de Bildu
porque hay que mirar al futuro y ya no practican la
violencia?
Por de pronto, el PNV pretende afianzar su minoría
parlamentaria endureciendo la imposición del euskera en
todo el sistema educativo público y concertado como
idioma vehicular, arrinconando al castellano, a pesar de
que la gran mayoría de la población vasca no habla vasco.

Sánchez entra en escena

En el debate de investidura que tuvo lugar el 4 de enero de


2020, donde el PNV anunció su voto favorable a Pedro
Sánchez, se produjo un diálogo —no exactamente un
debate— entre el candidato y el portavoz nacionalista Aitor
Esteban Bravo. El diputado vizcaíno demostró ser un gran
aficionado al cine, pues utilizó frases de una serie de
películas para justificar su apoyo al nuevo gobierno y
descalificar a quienes se creen dueños y señores de
España, tratando de silenciar a millones de ciudadanos que
tienen otras opiniones. Tuvo palabras cargadas de ironía
sobre el súbito amor entre Sánchez e Iglesias, que después
de un año de desencuentros fueron capaces, dos días
después de celebradas las elecciones, de demostrar que era
posible mezclar el agua y el aceite. Esteban reconoce las
dificultades que va a encontrar el nuevo gobierno. Sobre
todo, porque hay gentes que, como los anglosajones en
Estados Unidos, se creen dueños de su país y todos los
demás están de visita. Gentes que «han convertido España
en una idea reducida a kilómetros cuadrados donde lo
importante es el mantenimiento de las fronteras»,
considerando que millones de personas «son perfectamente
prescindibles, no hace falta tenerlas en cuenta si no están
de acuerdo con esas fronteras o simplemente no responden
a sus estándares patrióticos y se sienten miembros de
naciones diferentes dentro del Estado». Esteban no tuvo en
cuenta que esas fronteras se forjaron con la estrecha
colaboración de sus antepasados vascos y sorianos de
Cañamaque y son otros, generando el terror de la
población, los que quieren expulsar —y lo han conseguido
en gran medida— a quienes tienen derecho a vivir en la
casa común construida con el esfuerzo de generaciones y
generaciones a lo largo de la historia. Los dueños de
España son los españoles, incluido Aitor Esteban Bravo, de
quien nadie considera que cuando toma la palabra en el
hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo está en casa
ajena.
Con ese símil sobre Estados Unidos, Esteban dejó
constancia, sin estridencias, de que Euskadi es una nación.
Y aludió a la existencia de «diferentes sentimientos de
pertenencia nacional y de nada sirve negarlo». «Se ha
puesto el grito en el cielo por el reconocimiento de la
existencia de contenciosos políticos nacionales. No vale la
imposición ni la mera apelación a la ley como algo
inmodificable que debe ser aplicada con rigor penal por
medio del palo y tentetieso. Eso no conduce sino al
enconamiento del problema y a la inestabilidad
institucional, social y económica. Lo estamos viendo: la vía
es el diálogo y el acuerdo, desde el reconocimiento de la
pluralidad y la realidad, un diálogo que desemboque de
manera pactada —pactada— en un acuerdo que modifique,
en su caso, el ordenamiento jurídico y sea ratificado por la
ciudadanía. ¿Qué hay de extraordinario o de inaceptable en
esto? ¿Qué tiene de reprochable en un marco europeo
occidental? Absolutamente nada. Eso es lo que establece
nuestro acuerdo: reconocimiento del problema político que
se origina por el hecho de la existencia de distintas
sensibilidades de pertenencia nacional, voluntad de diálogo
y búsqueda de acuerdo, y modificación en su caso de la ley
en los términos acordados. No valen ni los atajos judiciales
ni la excepcionalidad».
Después de tantos circunloquios, Esteban Bravo acababa
de plantear con meridiana claridad el objetivo de su partido
sin referirse expresamente a un nuevo estatus político.
En su respuesta, el candidato comenzó alabando al
diputado nacionalista por haber hecho «una magnífica
intervención» y por haber anunciado que contaría con sus
votos. Respecto al País Vasco, no fue demasiado expresivo:
«No solamente necesitamos esos grandes consensos
territoriales que trasciendan el ámbito ideológico, sino
también entrar en el diálogo territorial y los contenciosos
territoriales encuentran su epicentro, como es lógico, y nos
ha ocupado muchísimo tiempo a lo largo de esta jornada
parlamentaria en Cataluña por lo urgente, también por lo
importante, sin duda alguna también el País Vasco por lo
importante que es el reto, el desafío —y lo digo en términos
positivos, no en términos absolutamente negativos, sino
positivos— que representa la renovación del Estatuto de
Guernica en el País Vasco y que sabe además de la voluntad
tanto del Partido Socialista de Euskadi como del Partido
Socialista Obrero Español [como si se tratara de dos
partidos diferentes] de caminar en esa renovación que creo
es importante. Hemos hablado de ella en alguna ocasión
aquí en tribuna y tendremos ocasión de hacerlo a lo largo
de esta legislatura».
Sin embargo, no hay una respuesta contundente. Sí se
compromete a reparar la lista de incumplimientos del
Estatuto de Guernica, aunque reconoce que en algunos
puntos —imagino que se refería a la gestión económica de
la Seguridad Social—, mantienen «discrepancias de fondo
con ustedes». Anuncia que se modificará la Ley de Secretos
Oficiales para poner límites temporales a la clasificación de
información, que había sido objeto de una proposición de
ley del PNV, pero que al día de hoy sigue sin materializarse.
Esteban Bravo cerró el debate aferrándose no a lo dicho
en la réplica por el candidato, sino al discurso de
investidura: «Me quedo con una frase que ha pronunciado
usted en su intervención de esta mañana, en la inicial.
Casualmente coincide con el casi mantra que he ido
repitiendo en estas últimas campañas electorales: que la
solución pasa por diálogo, negociación, acuerdo. Y lo ha
dicho usted literalmente, coincido plenamente».
La verdad es que el debate entre Esteban Bravo y
Sánchez fue, metafóricamente hablando, un duelo entre
trileros. Porque no hicieron ninguna alusión al pacto que el
presidente de PNV, Andoni Ortuzar, había firmado con
Pedro Sánchez el 30 de diciembre de 2019 por el que los
nacionalistas se comprometieron a votar a favor del
candidato socialista. En su apartado 4.º ambas partes se
comprometen a:
Impulsar, a través del diálogo entre partidos e instituciones, las reformas
necesarias para adecuar la estructura del Estado al reconocimiento de las
identidades territoriales, acordando, en su caso, las modificaciones legales
necesarias, a fin de encontrar una solución tanto al contencioso en Cataluña
como en la negociación y acuerdo del nuevo Estatuto de la CAV, atendiendo
a los sentimientos nacionales de pertenencia.

El acuerdo implica que Pedro Sánchez está dispuesto:

1.º A abrir un diálogo entre partidos e instituciones, para


impulsar una reforma de la Constitución con el fin de dar
satisfacción a las aspiraciones nacionalistas.
2.º Los que tienen esas aspiraciones pretenden adecuar
la estructura del Estado a las identidades territoriales,
como si estas no hubieran recibido plena satisfacción en el
actual Estado autonómico, dado que las comunidades
autónomas han sido fruto de la constatación de tales
identidades territoriales, surgidas de la voluntad popular
tras la promulgación de la Constitución de 1978.
3.º En el caso vasco no existe ninguna identidad
territorial pendiente de reconocimiento, pues su actual
estatus autonómico reconocido por el estatuto de 1979 fue
fruto de la voluntad «estatuyente» del «pueblo vasco», tal y
como se reconoce en su artículo 1.º, donde por vez primera
en la historia del País Vasco aquel surge como sujeto
político integrado por Álava, Guipúzcoa y Vizcaya.
4.º El pacto de investidura no prevé la reforma del
Estatuto de Guernica, sino el acuerdo del «nuevo estatuto
de la CAV», que encubre la pretensión de constituir un
nuevo sujeto jurídico-político vasco, tal y como se prevé en
las bases pactadas entre el PNV y Bildu el 5 de mayo de
2017.
5.º Por último, el futuro acuerdo ha de atender «a los
sentimientos nacionales de pertenencia», expresión que
implica el reconocimiento implícito de la nación vasca, todo
ello con vulneración de la Constitución que se fundamenta
en la unidad de la nación española y confiere a las
nacionalidades que pudieran existir en el seno del Estado
español el derecho a la autonomía.

El turno de Bildu protagonizado por su portavoz


parlamentaria Merche Aizpurua Arzallus, que fue editora
del periódico proetarra Egin, de la revista Punto y Hora de
Euskal Herria, otro órgano del aberzalismo radical, y
directora del diario Gara, que sustituyó a Egin y es afín a la
izquierda aberzale independentista que encabeza Arnaldo
Otegui, arrojó algunas incógnitas.
La diputada proetarra tuvo una intervención
provocadora. Reprochó a Sánchez que hubiera tenido la
intención de pactar con la derecha para eludir la necesidad
de abordar «la agenda del conjunto del independentismo
del Estado español, ese que pone en cuestión las claves del
diseño constitucional de 1978», que tan solo había dado
«una capa de barniz al viejo régimen». Pero el candidato no
había tenido más remedio que plegarse a la realidad y es
que «las viejas naciones de Euskal Herria, Cataluña y
Galicia volvieron a demostrar que este cálculo erraba» ante
la pujanza electoral de las formaciones independentistas. Y
refiriéndose a «Euskal Herria» y a Cataluña afirmó que son
numerosos los sectores políticos, económicos, sindicales y
sociales «que comparten la idea de que esa Transición no
instauró un modelo realmente democrático, porque
convirtió de la noche a la mañana a fascistas en
demócratas, además de sustentar un pacto de impunidad
para los estamentos policiales, militares, judiciales y
económicos que sostuvieron el franquismo». Esa modélica
Transición «se edificó sobre dos pilares fundamentales: la
indisoluble unidad de España y la economía de mercado y
la propiedad privada».
Acusó al rey Felipe VI, sin que la presidenta del Congreso
Meritxell Batet se inmutara, de haber apelado claramente
en su discurso del 3 de octubre de 2017 con motivo del
«referéndum» catalán «a conformar un bloque político y
mediático capaz de profundizar en la contrarreforma
autoritaria». Después llegó a enervar a parte del Congreso
cuando dijo que Sánchez «ha comenzado a comprender lo
que los vascos y las vascas llevamos décadas intentando
explicar, que queremos respeto a lo que somos y a lo que
sentimos, que existe un camino para que los conflictos
políticos se resuelvan con más política y con más
democracia». Recordó que el estatuto vasco se había
incumplido a pesar de estar refrendado por la ciudadanía
de tres de los cuatro territorios del sur de Euskal Herria, y
en cuanto al amejoramiento del fuero «nunca fue sometido
a consulta de la ciudadanía de Navarra. Al parecer, España
siempre teme a las urnas».89
89 El amejoramiento del fuero no fue sometido a referéndum no por temor a
que fuera rechazado por el pueblo navarro, sino porque no se trataba de un
estatuto de autonomía sino de la reintegración y amejoramiento de un régimen
foral histórico que estaba vivo y en ejercicio y que traía su causa del pacto
entre el gobierno y la diputación alcanzado en 1840 para acomodar los Fueros
a la unidad constitucional, pacto que se incorporó al ordenamiento jurídico
mediante la Ley Paccionada de 16 de agosto de 1841. Y esta relación bilateral
Estado-Navarra, respetada desde entonces, obtuvo en 1978 el refrendo del
pueblo español al incorporar a la Constitución la disposición adicional primera
que ampara y respeta los derechos históricos de Navarra, y ratifica que el
especial estatus foral o autonómico de la Comunidad Foral solo puede ser
modificado previo pacto del Gobierno de España con la Diputación o Gobierno
de Navarra. El pueblo navarro refrendó por mayoría absoluta del censo
electoral la Constitución. Y en 1979 pactó con el Estado la creación del
Parlamento Foral elegido por sufragio universal. Una de sus funciones sería la
posibilidad de poner en marcha el procedimiento para la posible incorporación
de Navarra a la Comunidad Autónoma Vasca, que está prevista en la
disposición transitoria cuarta de la Constitución, iniciativa que, de aprobarse
por mayoría absoluta, ha de someterse a referéndum del pueblo navarro.
Superado este trámite previo un nuevo referéndum tendría que ratificar la
reforma del Estatuto vasco imprescindible para regular la integración de
Navarra. A finales de 1979, una propuesta de Euskadiko Ezquerra, con el apoyo
de Herri Batasuna, PNV y diversas agrupaciones aberzales, fue rechazada en el
Parlamento foral por UCD y UPN, con la abstención del PSOE y del Partido
Carlista. Por el contrario, el Parlamento decidió negociar con el Estado la
Reintegración y Amejoramiento del Régimen Foral, pacto incorporado al
ordenamiento jurídico por la Ley Orgánica de 10 de agosto de 1982. HB
participó activamente en el debate parlamentario de las bases de negociación y
en ninguna de sus enmiendas solicitó que el acuerdo alcanzado fuera sometido
a referéndum. Durante cuarenta y dos años Navarra ha disfrutado, gracias al
amejoramiento, de un régimen de autogobierno que la convierte en una de las
regiones con mayor nivel de autonomía de la UE. En estos momentos, salvo que
el PSOE diera un giro copernicano, cualquier propuesta para poner en marcha
la iniciativa para la integración en la CAV estaría condenada al fracaso. Esto
demuestra que la Constitución, mediante la disposición transitoria cuarta,
garantiza el derecho del pueblo navarro a decidir con plena libertad, sin
imposición de nadie, el mantenimiento de su actual estatus en la España de las
autonomías.
En medio de un gran alboroto, Aizpurua Arzallus se
dirigió al grupo de Podemos para recordarles la invitación
que el etarra Arnaldo Otegui, al quedar en libertad «tras
más de seis injustos años de prisión», les había hecho en el
sentido de que «si surge una oportunidad histórica de que
el Estado español se democratice y avance hacia una
sociedad justa e igualitaria, la izquierda independentista
estará dispuesta a colaborar». Y concluyó con estas
palabras dirigidas a Pedro Sánchez: «Si quieren
democratizar el Estado, respetar su carácter plurinacional,
respetar el derecho a la autodeterminación y repartir la
riqueza, estaremos a su lado, pero, si lo que se pretende
hacer es un lavado de cara al régimen del 78 sencillamente
estaremos enfrente. Ustedes y su gobierno son la última
oportunidad del Estado para demostrar que es posible
resolver democráticamente la cuestión nacional, vasca,
catalana y gallega».
En su réplica, Sánchez manifestó su discrepancia con su
idea sobre la Transición y defendió la legitimidad
democrática de la Constitución de 1978. Se reafirmó en
cuanto el PSOE dirigido por Alfredo Pérez Rubalcaba y él
mismo habían expuesto en la Declaración de Granada de
2013 y en la de Barcelona de 2017, respectivamente,
aunque nada dijo sobre su contenido ni su voluntad de
reformar la Constitución para convertir a España en un
Estado federal. Defendió su concepción europeísta, que
implica una superación de la soberanía de los estados
miembros y que en el marco de ese caminar europeo había
que insertar la solución de las reivindicaciones
independentistas, partiendo de la base de que «hay
elementos del Estado autonómico que se han desgastado y
que tienen que ser revisados». Rechazó que el
independentismo fuera mayoritario en el País Vasco y que
se pudiera determinar «quiénes son los vascos buenos y
quiénes son los vascos malos en función de su afinidad o en
función de su alineamiento con los sentimientos nacionales
que puedan tener las distintas fuerzas políticas». Hablando
de buenos y malos, no pronunció ni una sola palabra para
condenar la violencia terrorista, en la que la diputada
bilduetarra estaba directamente implicada, por lo que
carecía de autoridad moral para hablar como si la
democracia hubiera sido consustancial con la razón de ser
de ETA, ni condenó el sufrimiento que durante más de
cuarenta años habían provocado a la sociedad vasca y al
conjunto de España las acciones criminales de la banda
terrorista.
Reiteró lo que ya había dicho al diputado Esteban Bravo
sobre el cumplimiento del Estatuto de Guernica en relación
a transferencias pendientes, aludiendo expresamente a la
discrepancia sobre la Seguridad Social. No habló una sola
palabra del nuevo estatus político reivindicado por el PNV y
Bildu, aunque sí dijo que «estamos muy pendientes de cuál
sea el debate y cuáles sean la resolución y el acuerdo que
se puedan trasladar por parte del Parlamento Vasco a esta
cámara precisamente para renovar el Estatuto de
Guernica», advirtiendo que si al final «nos quedamos solo y
exclusivamente en el debate del derecho a decidir sobre la
ciudadanía vasca, evidentemente nosotros lo entenderemos
como un fracaso, porque creemos que hay cosas mucho
más importantes para la ciudadanía vasca».
En definitiva, no habrá mesa bilateral de diálogo entre el
Gobierno Vasco y el Gobierno de España. Cualquier
propuesta deberá plantearse en el marco de la reforma del
estatuto, lo que supone que previamente el Parlamento
Vasco consiga un proyecto consensuado, algo que la
comisión de expertos no consiguió. A partir de ahí, se
aplicará el procedimiento establecido en la Constitución y
en el propio estatuto para su reforma. Igual que el Plan
Ibarreche.
Al escuchar la respuesta de Sánchez a la diputada
filoetarra surge la gran pregunta. ¿Reflejaba su verdadero
pensamiento o hablaba para la galería? Los hechos
posteriores demuestran que la luna de miel entre el
presidente y el gran demócrata Arnaldo Otegui continúa.
¿Hay doble juego?

La «nueva fórmula» de Urkullu: una vuelta al pasado


que es un salto al vacío

Desde que Sánchez asumió la presidencia en enero de


2020, y en el momento de escribir estas líneas, no se ha
dado ningún paso para la reforma del Estatuto de
Guernica. El PNV sabe muy bien que la mayoría de la
población vasca no quiere seguir los pasos de Cataluña.
Solo los fundamentalistas aberzales parecen estar
dispuestos a jugar al todo o nada, es decir, o
autodeterminación con referéndum para decidir sobre la
independencia o el conflicto perdurará.
El pasado 16 de septiembre de 2021, el lendakari Urkullu
sorprendió a todos cuando en el pleno del Parlamento de
Vitoria, quizás para tratar de superar la parálisis actual o
de recuperar la iniciativa, formuló una «nueva fórmula»
consistente en establecer una relación bilateral con el
Estado basada en la devolución de la soberanía originaria
vasca suprimida por la Ley de 25 de octubre de 1839, de
confirmación de los Fueros de las provincias Vascongadas y
de Navarra, cuya abolición respecto al País Vasco se recoge
en el número 2 de la disposición derogatoria de la
Constitución.
El lendakari planteó el futuro esgrimiendo una realidad
histórica que no tiene ningún fundamento. Recordó que
hace ciento cuarenta y cinco años se había sancionado y
promulgado la Ley de 21 de julio de 1876, que no lleva
como nombre la «abolición de los Fueros de Araba, Bizkaia
y Gipuzkoa», pero que liquidaba el marco jurídico-político
en que habían vivido los territorios vascos desde el
Convenio de Vergara de 1839 a pesar de que su peculiar
sistema democrático representativo venía ya condicionado
por la fórmula «sin perjuicio de la unidad constitucional de
la Monarquía», de la Ley de 25 de octubre de 1839.
«Ahora, nos encontramos ante la oportunidad de alcanzar
un nuevo Pacto que reconozca nuestra realidad nacional, la
singularidad del autogobierno vasco, asiente una relación
bilateral con el Estado y favorezca la presencia y
proyección internacional de Euskadi. La actualización del
autogobierno entronca con un arraigo más profundo en los
derechos históricos, que ampara y respeta la Constitución y
que, a renglón seguido, encomienda la actualización
general de ese régimen foral al estatuto. El modelo de
concierto y convenio económico, que no fue en realidad un
privilegio sino una imposición a raíz de la abolición de los
Fueros, se plantea como un punto de referencia eficaz».
Urkullu apeló a una mayor defensa pública del modelo de
concierto económico para abogar por una extensión de este
mecanismo de éxito a una nueva fórmula de «concierto
político vasco». Es decir, «lealtad recíproca y seguridad
jurídica en el ejercicio de un autogobierno actualizado con
el objetivo del desarrollo y bienestar individual y colectivo.
Un autogobierno vertebrador». Y continuó:
Una fórmula de concierto político que dé respuesta a la conciencia social
mayoritaria y contribuya a resolver el denominado «problema vasco».
Una fórmula que, en cumplimiento de la disposición adicional única del
estatuto, la disposición adicional primera de la Constitución y la disposición
derogatoria segunda de la Constitución, nos permita la reintegración foral
plena, es decir, derogar definitivamente las leyes de abolición de los Fueros
y retornar a la soberanía anterior a 1839.
Una fórmula de concierto que consolide un sistema político de
convivencia. Esta opción se puede abrir paso en el orden constitucional,
estableciendo un instrumento que preserve la bilateralidad con garantías de
cumplimiento de lo acordado. La base es un sistema concertado que impida
la modificación unilateral del nuevo pacto político alcanzado. Este
parlamento es el foro de la representación, el diálogo y el acuerdo político.
Tenemos la oportunidad de culminar el trabajo desarrollado por la
ponencia de autogobierno. Planteo un reto compartido: alcanzar en esta
cámara un consenso sólido en torno a un gran proyecto de autogobierno.
Este consenso debe permitir materializar el deseo mayoritario de la
sociedad vasca concretado en una actualización y profundización de nuestro
autogobierno. Esta es una base compartida para avanzar en el
relanzamiento de Euskadi, de la nación vasca. La nación de la igualdad, la
solidaridad, la cohesión social, el progreso y el bienestar.

En realidad, Urkullu venía a plantear, con otra envoltura


dialéctica, prácticamente lo mismo que había pactado con
Bildu en las bases para el nuevo estatus político, si bien en
esta ocasión había una diferencia sustancial. Para Bildu,
Euskal Herria es una nación y el pueblo vasco tiene
derecho a la autodeterminación, si bien estaban dispuestos
a aceptar una relación confederal con el Estado español,
sin perjuicio de la posibilidad de separarse de España en
cualquier momento. La invocación de los fueros no estaba
en su catálogo de agravios. La nueva propuesta de Urkullu
pretende lo mismo, pero lo hace buscando el amparo de la
propia Constitución española invocando la foralidad en
falso.
Hay que tener a la vista la disposición adicional primera
de la Constitución:
La Constitución ampara y respeta los derechos históricos de los territorios
forales.
La actualización general de dicho régimen foral se llevará a cabo, en su
caso, en el marco de la Constitución y de los Estatutos de Autonomía.

La redacción de este precepto fue rechazada por el PNV


y motivó su abstención en el referéndum de la Constitución
por entender que no garantizaba la reintegración foral. Tan
pronto como entró en vigor, el presidente del PNV, Carlos
Garaicoechea, acudió a La Moncloa para negociar un
estatuto de autonomía, en el que por primera vez se
reconocía la existencia del pueblo vasco, como sujeto
político, y se definía a Euskadi como una nacionalidad.
Ahora se invoca para fundamentar un régimen de cuasi
independencia. Se pretende, con base en los derechos
históricos, pactar con el Estado un «concierto político»,
inspirado en la figura del «concierto económico».
Primera objeción. La foralidad no pertenece al «pueblo
vasco» sino que su titularidad es de Álava, Guipúzcoa y
Vizcaya por separado. Nunca, a lo largo de la historia, hubo
una unidad política vasca. El señorío de Vizcaya y las
provincias por antonomasia, Álava y Guipúzcoa, tenían
Fueros distintos. Por tanto, no existe ningún derecho
histórico atribuible al pueblo vasco surgido como sujeto
político en el Estatuto de Guernica.
Segunda objeción. Los conciertos económicos —en plural
— de Álava, Guipúzcoa y Vizcaya fueron un método de
recaudación singular concedido por Antonio Cánovas del
Castillo en 1878, tras el fracaso de las conversaciones con
las Juntas Generales y Diputaciones para cooperar en el
cumplimiento de la Ley de 1876, que suprimieron la
exención del servicio militar y la de contribuir a las cargas
generales del Estado en la misma proporción que las demás
provincias. Los conciertos evolucionaron progresivamente
a lo largo del tiempo hasta convertirse en un régimen de
autonomía fiscal cuya titularidad es de cada uno de los
territorios históricos del País Vasco y forman parte de su
respectivo régimen foral, parcialmente restaurado en el
estatuto.
Tampoco puede invocarse la disposición adicional del
Estatuto de Guernica que dice así:
La aceptación del régimen de autonomía que se establece en el presente
Estatuto no implica renuncia del Pueblo Vasco a los derechos que como tal
le hubieran podido corresponder en virtud de su historia, que podrán ser
actualizados de acuerdo con lo que establezca el ordenamiento jurídico.

Se trata de un brindis al sol. El pueblo vasco nunca ha


tenido derechos históricos como tal pueblo. Entre otras
razones porque nace a la historia jurídica en el Estatuto de
1979. En cualquier caso, si algún derecho pudiera invocar,
su actualización ha de hacerse de acuerdo con lo que
establezca el ordenamiento jurídico, es decir, la
Constitución.
Es una deslealtad propia del sectarismo nacionalista
menospreciar al Estatuto de Guernica, que representa un
hito excepcional en la historia vasca. En el marco del
Estado democrático español, el País Vasco ha alcanzado las
mayores cotas de progreso económico y bienestar social.
Por otra parte, la participación en las instituciones
comunes de la nación española le permite influir en las
decisiones de uno de los países con mayor peso en el seno
de la Unión Europea.
No es necesario un nuevo estatus para el reconocimiento
del sujeto jurídico político vasco, de la bilateralidad
efectiva y del blindaje del autogobierno. El sujeto político
existe desde el momento en que fue la ciudadanía vasca la
que decidió constituirse en comunidad autónoma mediante
un estatuto constitucional, refrendado por el pueblo vasco.
La bilateralidad también, pues la hay en las facultades
forales amparadas por la disposición adicional primera,
como es el caso de los conciertos económicos. Y el blindaje
del autogobierno vasco está en la Constitución y el propio
estatuto, ya que no se puede vulnerar por el Estado y si lo
hace existe el recurso al Tribunal Constitucional. Del
mismo modo que si el Estado es quien vulnera la autonomía
vasca, la comunidad tiene a su alcance el recurso de
inconstitucionalidad o el conflicto de competencia ante el
Tribunal Constitucional. Otra cosa es que la experiencia de
cuatro décadas aconseje introducir reformas en su
composición y en la designación de los jueces
constitucionales para asegurar en todo momento su
imparcialidad e independencia.
Es cierto que el estatuto ha cumplido cuarenta y dos
años. Pero eso no es razón para decretar la defunción de un
régimen autonómico que ha producido resultados tan
positivos para la ciudadanía vasca y le ha concedido el
mayor grado de autogobierno de toda su historia. Los
estudios sociológicos revelan cómo de forma constante
disminuye el número de vascos que son partidarios de la
independencia y aumenta el de quienes se sienten
satisfechos con el actual autogobierno. Lo cierto es que el
Estatuto de Guernica se había convertido en el punto de
encuentro de una sociedad tan plural y políticamente
fragmentada como es la del País Vasco.
Otra cosa es que a la vista de la experiencia de estos
cuarenta y dos años de vigencia y de las nuevas realidades
surgidas durante este tiempo sea aconsejable proceder a su
revisión y actualización, igual que han hecho otras
comunidades españolas, para mejorar la protección por
parte de los poderes vascos de los derechos y libertades,
perfeccionar el ejercicio del autogobierno de forma que la
actuación de aquellos respondan siempre al interés general
y, de paso, para eliminar toda discriminación lingüística así
como el constante adoctrinamiento desde el poder
mediante la utilización de las facultades que otorga el
estatuto a las instituciones de la comunidad en materia de
educación, cultura y medios de comunicación que se
utilizan para imponer un pensamiento único sobre la
historia y la cultura del País Vasco.
Quizás Urkullu desconozca su propia historia. Pretende
conseguir un concierto político siguiendo el ejemplo del
concierto económico. Pero el régimen de conciertos
económicos fue recibido, en su origen, con hostilidad por el
Partido Nacionalista Vasco, recién fundado por el racista,
xenófobo y machista Sabino Arana. El 14 de octubre de
1900 el semanario nacionalista Euskalduna escribía este
ácido comentario:
Nosotros ya hemos manifestado nuestra opinión respecto al particular;
siempre hemos creído que los Conciertos económicos resultan lo que
vulgarmente se dice música celestial, y que siempre su instrumentación
suele desafinar tanto, que con frecuencia hiere los oídos de los buenos
vascongados, y que el único fin que con ello se persigue es el de entretener
por algunos años a este desgraciado País y a la postre quitarle toda la
música como artículo de lujo. Con estas ideas nadie puede defender los
Conciertos económicos como beneficiosos al País; resultan nada más como
una dedada de miel para desarrollar mejor sus planes nuestros enemigos.
Ved si no lo que ha acontecido desde el primer Concierto celebrado; en
aquel tiempo todo fueron concesiones; parecía que no nos íbamos a resentir
nada en nuestra vida especial; vino el segundo Concierto y ya esta vez su
extensión es mermada considerablemente; llega el momento de crear
nuevas tributaciones, y se estrechan más los límites de la pretendida
autonomía; vienen nuevas ocasiones como las presentes, y ya se apunta la
idea de intervención directa del gobierno. Vivir de esta manera no es vivir
con el decoro que en otros tiempos vivíamos; es vivir de prestado y por poco
tiempo, y un pueblo que aprecia su historia, cual debía ser el nuestro, debe
desechar esos mendrugos que le arrojan para que se entretenga y mientras
los roe olvide su verdadera misión, que es la reconquista íntegra de su
verdadero pasado.

Había otras formas de ver las cosas que no compartían la


visión nacionalista:
El concierto económico no es un contrato árido, seco, de mera subrogación
en las funciones recaudatorias de los cupos tributarios, como los
encabezamientos de consumos de Castilla. Es algo más, es mucho más que
esto; es todo un sistema de gobierno, que ilumina con vivos resplandores la
gestión provincial y municipal, animándolas, invistiéndolas con plenas
atribuciones, para lo que es más importante en la vida de los pueblos, para
acordar los tributos, tarifas, organizarlos, reglamentarlos; en suma, es la
autonomía tributaria.90

90 Este escrito pertenece a la pluma de un letrado guipuzcoano apellidado


Orbea, citado por Nicolás de Vicario y Peña, Los conciertos económicos de las
Provincias Vascongadas, Premio especial de la Sociedad El Sitio en los
primeros Juegos Florales celebrados en Bilbao en 1901, Bilbao, 1909, segunda
edición, tomo I, p. 93.

Hoy los conciertos económicos son uno de los pilares


esenciales del autogobierno vasco. Se invocan incluso para
sustentar en ellos la soberanía originaria.
Veremos en qué termina todo esto. Por de pronto, la
nueva fórmula de Urkullu no ha generado entusiasmo. Por
supuesto, ha sido rechazada por el PP. Pero Bildu le recordó
que se ciñera a lo acordado en las bases que
conjuntamente presentaron al Parlamento, lo que solo se
puede traducir en «la creación de un Estado vasco». El
portavoz parlamentario del PSE-PSOE, Eneko Andueza, se
pronunció con contundencia: «El estatus político está
definido». Y «funciona». «En esta cámara se puede llegar a
un texto político que puede contar con una mayoría y que
atienda al ideario nacionalista», pero quien recorra este
camino, «ya conoce el procedimiento, pero también el
resultado». Fue un claro recordatorio del fracaso del Plan
Ibarreche. No parece que el concierto político tenga un
horizonte muy despejado. No se puede transformar las
competencias estatutarias en competencias forales y
atribuir su titularidad al pueblo vasco, privando a los
territorios forales de sus derechos históricos, es decir,
vulnerando su propio régimen foral.
En el acuerdo para la investidura entre el PNV y Pedro
Sánchez figura el compromiso de negociar un «nuevo
estatuto». Pero no es lo mismo negociar un nuevo estatus
político que una reforma del Estatuto de Guernica. Parece
claro que el presidente no está dispuesto a aceptar un Plan
Ibarreche bis. Porque el PNV ya no está solo. Arnaldo
Otegui tiene línea directa con Moncloa. Y si Bildu dice «no
es no», eso va a misa. En vista de ello, Andoni Ortuzar,
presidente del PNV, sondeó a las fuerzas políticas y, al
verificar que no había consenso en el seno del Parlamento
vasco, anunció, y así se publicó en el Diario Vasco del 13 de
diciembre de 2021, que el proyecto de nuevo estatus
quedaba para mejor ocasión. Sin embargo, el 10 de
diciembre, el lendakari Iñigo Urkullu viajó a Pamplona y
firmó con la presidenta del Gobierno foral, María Chivite
(PSOE), un «protocolo general de cooperación» que viene a
ser un instrumento «federalizante» entre Navarra y
Euskadi, pues en lo sucesivo todas las competencias de
ambas comunidades se ejercitarán de forma coordinada y
cooperativa, transmitiendo la imagen de que, aunque cada
una conserva formalmente sus facultades, se crea de hecho
un ámbito común. El protocolo de cooperación se formalizó
sin acuerdo de los respectivos parlamentos y sin la
autorización de las Cortes, como es preceptivo tanto en la
Constitución (art. 145.2) como en el Estatuto Vasco (art.
22.3) y en el Amejoramiento del Fuero Navarro (art. 70.3).
9. LA GRAN MENTIRA

Preguntas con respuesta

Los árboles no dejan ver el bosque. Así ocurre con el


coronavirus. El día a día es tan intenso que bastante
hacemos con sobrevivir y a lo sumo meditar sobre nuestro
futuro. Pues bien, el objeto de este capítulo es analizar
cómo se extendió por España la crisis del coronavirus y
responder a la pregunta de si el gobierno incurrió en
responsabilidad política y aun penal a causa de una
presunta actuación negligente o culpable en el periodo
comprendido entre el estallido de la pandemia en China a
finales de diciembre de 2019 y el 14 de marzo de 2020,
fecha en que se decretó el estado de alarma.
No me he dejado llevar por fake news ni por bulos
difundidos para minar la política del gobierno en la lucha
contra el coronavirus. Lo que sí afirmo es que del análisis
detallado de los propios documentos gubernamentales
publicados durante todo el periodo contemplado se
desprende que el ejecutivo minimizó los efectos del
coronavirus desde que el 31 de enero se produjo el primer
caso en España y no tomó medida alguna para paliar el
impacto de la explosión de la pandemia en Europa por su
obsesión de celebrar a toda costa la manifestación
feminista del 8 de marzo. A esta conducta incalificable y
gravemente dolosa se debe que el Ministerio de Sanidad no
hubiera tomado con antelación suficiente las medidas de
prevención necesarias. Esta irresponsable decisión
permitió que la mortandad provocada por la extensión del
coronavirus en España fuera muy superior —lo dicen
estudios científicos— hasta el punto de situarnos en el
primer puesto del número de personas fallecidas por cada
millón de habitantes.
Asimismo, denuncio la falsedad de las excusas del
gobierno, tales como «la pandemia nos cogió a todos
desprevenidos» o era una nueva peste «que desbordó
nuestro sistema público de salud que no estaba preparado
para semejante contingencia», o «no sabíamos nada del
coronavirus». Todo ello es falso como demostraremos a
continuación.
Se ha publicado, sin que se haya desmentido, que en la
segunda mitad del mes de enero de 2020 el Centro
Nacional de Inteligencia (CNI) habría informado al
gobierno de la gravedad de lo que estaba ocurriendo en
China desde el 31 de diciembre de 2019, fecha en la que la
Comisión Municipal de Salud y Sanidad de Wuhan
(provincia de Hubei) había detectado 27 casos de neumonía
de etiología desconocida, con inicio de síntomas el 8 de
diciembre, incluyendo siete graves, con una exposición
común a un mercado mayorista de marisco, pescado y
animales vivos en dicha ciudad, sin identificar la fuente del
brote. El mercado fue cerrado el día 1 de enero de 2020.
Conviene destacar que Wuhan no es una ciudad perdida en
la China profunda, sino el centro político, financiero,
económico, comercial, cultural y educativo del gigante
asiático. La información sobre lo que estaba ocurriendo la
trasladó la dirección del CNI a la Presidencia del Gobierno
y había sido obtenida por la delegada del Centro en la
embajada en Pekín, Beatriz Méndez de Vigo, que había sido
número dos del CNI entre 2012 y 2017.
Lo que sí está totalmente acreditado es que el 24 de
enero de 2020 el gobierno conocía con precisión lo que
pasaba en China. Ese día se hizo público un extenso
documento elaborado por el Centro de Coordinación de
Alertas y Emergencias Sanitarias (CCAES), del Ministerio
de Sanidad, dirigido por Fernando Simón,91 titulado
«Procedimiento de actuación frente a casos de infección
por el nuevo coronavirus (2019-nCoV)». El documento
contiene un catálogo de medidas muy detalladas, dirigidas
al sector sanitario, para la prevención y control de la
infección. El CCAES sabía perfectamente lo que debía
hacerse. Es justamente lo que se estableció formalmente en
la declaración del estado de alarma del 14 de marzo de
2020. Solo que la sanidad pública no estaba preparada
porque el gobierno no había realizado ninguna actuación
con la finalidad de estar preparados para hacer frente a la
pandemia. A pesar de saber muy bien lo que había que
hacer.
91 Según su biografía oficial, Fernando Simón es licenciado en Medicina por
la Universidad de Zaragoza y diplomado en Epidemiología por la Escuela de
Londres de Higiene y Medicina Tropical.

Entre las medidas se recomienda separar en las salas de


urgencia hospitalaria a los pacientes coronavirus, que
deberán llevar mascarilla, de los demás pacientes y ser
sometidos a aislamiento total debiendo el personal de todo
tipo que los atienda, incluidos familiares, personal de
limpieza, etc. llevar equipo de protección individual que
habría de incluir la bata impermeable, la mascarilla
quirúrgica, guantes y protección ocultar de montura
integral. El personal sanitario que atendiera a casos en
investigación o confirmados también ha de llevar «un
equipo de protección individual para la prevención de
infección por microorganismos transmitidos por gotas y por
contacto que incluya bata impermeable, mascarilla
quirúrgica, guantes y protección ocular de montura
integral». La misma protección ha de proporcionarse a todo
el personal sanitario que atienda a casos confirmados de
coronavirus, al igual que los trabajadores sanitarios que
recogen muestras clínicas, extraen sangre u otros fluidos
corporales. Y detalla incluso las medidas de prevención que
han de cumplirse en el transporte del paciente, que ha de
hacerse en ambulancias expresamente preparadas para la
protección del conductor y del personal que intervenga en
él. Se trata de «recomendaciones mínimas a seguir» por las
comunidades autónomas, que gestionan la sanidad
hospitalaria.
Ahora bien, la sanidad exterior, así como las bases y
coordinación general de la sanidad, son competencia del
Estado, conforme a lo dispuesto en la Constitución, lo que
incluye la dirección de la lucha contra una pandemia
internacional que afecte a todo el territorio nacional,
teniendo en cuenta además que tanto los estatutos de
autonomía como la Ley 16/2003, de 28 de mayo, de
cohesión y calidad del Sistema Nacional de Salud atribuyen
la Alta Inspección al Ministerio de Sanidad. Este tuvo en su
mano desde un principio la coordinación de la sanidad
pública del Estado con las comunidades autónomas para las
normas de contenido obligatorio y pudo ordenar que todos
los hospitales españoles se prepararan para hacer frente a
la pandemia. Simón había mantenido una reunión por
videoconferencia con técnicos de las comunidades
autónomas, sobre «alertas y planes de preparación y
respuesta», pero dada la gran peligrosidad del Covid-19, la
prevención por la que apostaba el Ministerio de Sanidad
debió traducirse en el acopio de los materiales necesarios
tal y como los informes técnicos habían definido con
absoluta claridad: bata impermeable, guantes, mascarilla
quirúrgica y gafas para la protección ocular integral.
A pesar de la contundencia del protocolo de actuación,
ese mismo día 24 de enero Fernando Simón, jefe del
CCAES, emprendió la tarea de minimizar el riesgo para
España de la epidemia china. En rueda de prensa informó
que dos personas acababan de llegar de Wuhan con
síntomas de haber sido contagiadas por el coronavirus,
razón por la que se había decretado su aislamiento. Se
extrañó del «impacto mediático» que este asunto había
tenido en España, ignorando que en Wuhan había tres
empresas españolas que generaban flujos de viajeros en
ambos sentidos y aquí tenemos población china procedente
de dicha ciudad. Pero el responsable de coordinar la lucha
contra las epidemias (que cuando afectan a todo el mundo
adquieren la denominación de pandemias), es decir,
Fernando Simón, afirmó que podíamos vivir tranquilos:
«Como en otras situaciones tenemos que tener un nivel de
preocupación bajo pero activo. Obviamente las personas
que provengan de Wuhan, que no van a ser muchas, deben
ir al médico tranquilamente. Estamos en plena temporada
de gripe, por lo que en cualquier sintomatología la
probabilidad más alta, y con mucha diferencia, incluso
viniendo de Wuhan, es de que sea un cuadro gripal». A
pesar de ello, el Ministerio de Sanidad había descartado
que «por ahora» se fueran a hacer controles en los
aeropuertos, porque la posibilidad de transmisión en
España, «aunque puede ser probable, es muy baja», para
concluir que «es más probable coger una gripe en Wuhan
que el coronavirus». No obstante, ante el riesgo de que el
virus «se exporte como en el resto de países europeos, se
están implementando medidas para evitar que se importe y
para controlarlo en el caso de que entre en España». De
esta forma tan gráfica y contundente transmitió la idea de
que, ante una posible expansión del coronavirus en España,
ya estábamos preparados para su contención. Estamos
hablando del 24 de enero de 2020. El gobierno no tomó una
sola medida durante 49 días. De haberlo hecho se hubieran
salvado más de 20.000 personas y además muchas otras no
se hubieran contagiado, y por tanto no habrían contribuido
a la propagación del virus.
Hubo quien no tuvo en cuenta las manifestaciones
tranquilizadoras del señor Simón, se tomó en serio el
problema y pasó a la acción. El mismo día 24 de enero de
2020, el jefe del Servicio de Prevención de Riesgos
Laborales de la Subdirección General de Recursos
Humanos del Ministerio del Interior, José Antonio Nieto
González, firmó un informe en el que describió con todo
detalle el nuevo virus de China (2019-nCoV) detectado por
primera vez en diciembre de 2019, «que es un tipo de
microorganismo diferente de cualquier otro coronavirus
humano descubierto hasta ahora». Señalaba cómo «en
casos más graves, la infección puede causar neumonía,
síndrome respiratorio agudo severo, insuficiencia renal e
incluso la muerte, según informa la OMS». Describía cómo
la transmisión entre humanos se realizaba por «la vía
respiratoria, por gotitas respiratorias que las personas
producen cuando tosen, estornudan o al hablar». En pocas
palabras, el jefe de Prevención de Riesgos Laborales había
hecho una descripción exacta de la naturaleza de la
enfermedad. Se refirió seguidamente a la necesidad de
adoptar las medidas preventivas recomendadas por la
OMS, tales como «lavarse las manos regularmente,
cubrirse la boca y la nariz, con pañuelos desechables al
toser y estornudar, el uso de mascarillas y evitar el
contacto cercano con cualquier persona que presente
síntomas de enfermedades respiratorias, como tos y
estornudos». Y destacaba esta otra recomendación a la que
el gobierno haría oídos sordos el 8 de marzo de 2020:
«EVITAR LAS AGLOMERACIONES». En el informe todas
las palabras de esta frase aparecían en mayúscula.
El 29 de enero de 2020 los medios de comunicación —en
particular TVE— dieron cuenta de que se habían facilitado
guantes y mascarillas a los agentes policiales destinados a
las zonas fronterizas. La noticia de la televisión española
bajo control del gobierno incluía una entrevista con una
agente de policía en el aeropuerto de Barajas mostrando
los guantes y la mascarilla mientras la reportera leía y
enseñaba el informe de José Antonio Nieto.
Aquel día el vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo
Iglesias, se refirió a la epidemia china tras conocerse que la
ciudad de Wuhan tenía más de 11 millones de habitantes y
se había decretado un confinamiento absoluto de la
población de 75 días de duración. Aseguró el líder de
Podemos que España estaba «en alerta» para «asumir lo
que tenga que venir» asegurando que «estamos preparados
para la situación que venga». Ese fue el discurso oficial que
días después sería refrendado por el propio presidente del
Gobierno.
Por su parte, a pesar de su informe de 24 de enero y el
de la misma fecha del Ministerio del Interior firmado por
José Antonio Nieto González, Fernando Simón continuaba
recomendando tranquilidad. El 27 de enero, en su diaria
comparecencia ante los medios de comunicación, dijo
refiriéndose al virus: «No es excesivamente letal. El
problema es que se transmite más fácilmente de lo que
pensábamos». Simón señaló que la ciudad de Wuhan había
sido puesta en cuarentena por las autoridades locales, «así
que no hay peligro». Y en relación con nuestro país dijo:
«Pero lo cierto es que la posición del gobierno español para
los vuelos que vengan de China a España es no recomendar
ninguna restricción ni a viajes ni a comercio con China».
Todo lo anteriormente expuesto revela que, al menos los
responsables de Sanidad e Interior, habían tenido pleno
conocimiento de la rápida extensión de la epidemia china y
sus primeras recomendaciones iban en la buena dirección,
aunque cara a la opinión pública Simón seguía
minimizando el riesgo para España. Otra cosa es la
inacción deliberada que se produjo tras la llamada del
presidente del Gobierno a la tranquilidad, como veremos a
continuación.
En cualquier país del mundo, se hubiera honrado la
contribución del funcionario José Antonio Nieto González
por haber informado con tanta prontitud y acierto sobre la
naturaleza del coronavirus Covid-19 y las medidas que
habían de adoptarse para hacerle frente. Pero España sigue
siendo diferente. Haber subrayado de manera especial que
había que «evitar aglomeraciones» era un ataque frontal a
las pretensiones de las feministas del gobierno que, por
encima de todo, consideraban que en la manifestación del 8
de marzo les iba la vida. Pero la iniquidad mayor consistió
en el cese fulminante de José Antonio Nieto, que se produjo
en marzo de 2020, pretextando que había distribuido su
informe entre los diversos cuerpos policiales se supone que
sin autorización del ministro. Hubo protestas sindicales por
haberlo «tirado a la calle a tres meses de su jubilación» y
por «dejar sin dirección a la prevención de la Policía
cuando más fuerza hay que hacer para vencer a este virus.
Es una irresponsabilidad y así nos va».92 El ministro
Grande-Marlaska no se dio por enterado. Y del funcionario
que merecía el reconocimiento general nadie se acuerda.
92 Este lamentable episodio se relata en el informe de la Unidad Orgánica de
la Policía Judicial de la Guardia Civil, de fecha 21 de mayo de 2020, que figura
en las diligencias 2020-1019-87.67 del Juzgado de Instrucción núm. 51 de
Madrid, de 21 de mayo de 2020.

Sánchez califica de «fantástica» la sanidad pública y


dice que está preparada para luchar contra el
coronavirus

El 30 de enero de 2020 la Organización Mundial de la


Salud (OMS) acordó declarar Emergencia de Salud Pública
de Importancia Internacional (ESPII), ante la expansión del
brote de coronavirus surgido en China.
He expuesto con detalle el informe del jefe de Riesgos
Laborales del Ministerio del Interior porque es una prueba
irrefutable de la primera de mis consideraciones iniciales, a
saber, que el gobierno tenía pleno conocimiento del riesgo
que suponía el nuevo coronavirus asiático desde al menos
finales de enero. Resultan por ello sorprendentes las
declaraciones efectuadas al diario El Mundo (25 de abril de
2020) por la entonces ministra de Asuntos Exteriores,
Arancha González Laya, en las que afirmaba que tenían
«información deficiente» del virus y que «en febrero hubo
contagio, pero nadie lo había detectado porque nadie sabía
que el virus se transmitía de esta manera». La ministra se
ciñó al discurso oficial del gobierno desde que se declaró el
estado de alarma y que no se ajusta a la verdad. Porque si
alguien tuvo conocimiento de lo que se nos podía venir
encima era tanto el presidente del Gobierno como el resto
de su gabinete, como veremos a continuación.
A raíz de la declaración de la situación de «emergencia
internacional» por la OMS, a causa de la rápida expansión
desde China del Covid-19, el 31 de enero, TVE dio con todo
lujo de detalles información sobre el primer caso de
coronavirus registrado en España, concretamente en la isla
de La Gomera. En dicha información se anunciaba que al
día siguiente estaba prevista una reunión en el Ministerio
de Sanidad, presidida por su titular Salvador Illa, para
evaluar la situación.
También el 31 de enero se publicó en un periódico digital
(Libre Mercado) una llamativa noticia: «Hacienda envía
mascarillas a su delegación del barrio madrileño de Usera
porque hay muchos chinos». Se publicaban fotos de las
mascarillas y guantes llegados a la oficina de la Agencia
Tributaria. Según informó su portavoz esta medida «en
ningún caso se ha tomado porque se haya planteado un
riesgo específico por parte de Sanidad, ni por la propia
Agencia Tributaria», sino porque se trata de una «medida
preventiva más vinculada con eventuales futuros casos en
España» ante la posibilidad de «llegadas en aeropuertos»
de personas que podrían estar infectadas.
Pues bien, la inquietud ante todas estas informaciones
llegó hasta la localidad portuguesa de Beja, donde el
presidente del Gobierno se encontraba para asistir a la
reunión del Grupo Europeo de Amigos de la Cohesión.93 En
rueda de prensa celebrada en la mañana del día 1 de
febrero, el presidente Sánchez se refirió al primer caso
registrado en España del coronavirus, y lanzó un mensaje
de tranquilidad a la ciudadanía española: «Preocupar
preocupa, pero tenemos un Sistema Nacional de Salud
fantástico». Y añadió que había que tener «confianza» en
los «expertos»94 que seguían la evolución de la epidemia. Y
para remachar el clavo difundió desde Beja un tuit con el
siguiente contenido: «Esta mañana se reúne de nuevo el
comité interministerial de evaluación y seguimiento del
coronavirus. España tiene un sistema sanitario fuerte y red
de alerta y detección con expertos profesionales que desde
el primer minuto trabajan siguiendo las recomendaciones
de la OMS».
93 Formaban parte de dicho grupo, Bulgaria, República Checa, Chipre,
Estonia, Grecia, Hungría, Letonia, Lituania, Malta, Polonia, Portugal, Rumanía,
Eslovaquia, Eslovenia y España.

94 La relación de los «expertos» del CCAES a los que alude Sánchez consta
en un documento titulado «Informe Técnico. Enfermedad por Coronavirus,
COVID-19», que se publicó el 10 de febrero de 2020 en el portal del
Departamento de Seguridad Nacional, adscrito al Gabinete del Presidente del
Gobierno. Los informes de Simón se publicaban en el portal del Ministerio de
Sanidad hasta entonces. Desde este día tomó las riendas de la información el
entonces todopoderoso Iván Redondo, director del Gabinete de la Presidencia
del Gobierno. Al frente de los expertos se encontraba Fernando Simón, director
del CCAES. Dicho informe volvió a publicarse el 6 de marzo. Sin embargo, fue
sustituido por una llamada «versión 2: 9 de marzo 2020», redactada por el
equipo de Simón inmediatamente después de la manifestación del 8 de marzo.
En la nueva versión se había suprimido el primer epígrafe del informe inicial
donde se reseñaban las medidas que debían adoptarse para la prevención de la
pandemia. Esta «desaparición» fue fruto de una decisión del Gabinete de
Presidencia. La verdad es que los autores de la revisión del 9 de marzo fueron
bastante chapuceros, pues eliminaron el epígrafe primero del informe inicial,
titulado «Resumen de la situación y aportaciones de actualización», pero
dejaron una huella de su torticera actuación, pues se olvidaron de eliminarlo
del índice, que remite a unas páginas inexistentes. La identidad del equipo que
acompaña a Fernando Simón en el CCAES se incluye tanto en el documento del
10 de febrero como en el de 6 de marzo. En el primero figuran, además de
Fernando Simón Soria (director del CCAES), Laura Díez Izquierdo (médico
residente de Medicina Preventiva y Salud Pública), Monserrat Gamarra
Villaverde (técnica superior de apoyo contratada por Tragsatec a través de
encomienda del Ministerio de Sanidad), Lucía García-San Miguel Rodríguez-
Alarcón (funcionaria interina en el Cuerpo de Médicos Titulares concurso de
méritos 2017), Pello Latasa Zamalloa (investigador galardonado en 2016 con el
premio de la Sociedad Española de Epidemiología por una comunicación sobre
la efectividad de la vacuna celular frente a la tosferina en la Comunidad de
Madrid), Susana Monge Corella (técnico superior de apoyo, contratada por
Tragsatec a través de encomienda del Ministerio de Sanidad), Lina Parra
Ramírez (técnico superior de apoyo, contratada por Tragsatec a través de
encomienda del Ministerio de Sanidad), Jesús Pérez Formigó (técnico superior
de apoyo contratado por Tragsatec a través de encomienda del Ministerio de
Sanidad), Óscar Pérez Olaso (técnico superior del Cuerpo de Médicos Titulares
del Ministerio de Sanidad, convocatoria 2019), Lidia Redondo Bravo (técnico
superior de apoyo, contratada por Tragsatec a través de encomienda del
Ministerio de Sanidad), María José Sierra Moros (jefa de sección en la
Dirección General de Salud Pública y Consumo dentro de la Subdirección
General de Promoción de la Salud y Epidemiología) y Berta Suárez Rodríguez,
funcionaria del Centro. En la actualización del 9 de marzo no participan Laura
Díez Izquierdo, Monserrat Gamarra Villaverde y Jesús Pérez Formigó,
incorporándose al equipo Eva Fernández Bretón (médico interno residente de
Medicina Preventiva y Salud Pública), Adriana Román Vidal (médico interno
residente de Medicina Preventiva y Salud Pública) y Angélica Ortega Torres
(médico interno residente de Medicina Preventiva y Salud Pública). Nunca se
ha publicado la relación de expertos.

El presidente Sánchez estaba orgulloso del sistema


nacional de salud. Conviene destacar que el mismo que dijo
que nada sabía hasta el momento en el que la cruda
realidad le obligó a declarar el estado de alarma el 14 de
marzo de 2020, mes y medio antes anunciaba a bombo y
platillo que ya funcionaba una comisión interministerial del
gobierno para la evaluación y seguimiento del coronavirus.
El CCAES, por su parte, también informa detalladamente
ese mismo día 1 de febrero sobre el primer caso de
coronavirus detectado en la isla de La Gomera. Además, da
cuenta del aislamiento durante catorce días de 19
españoles que fueron repatriados el día anterior desde la
ciudad china de Wuhan, considerada como el foco inicial de
la epidemia. Informa asimismo que el ministro de Sanidad
preside todos los días el grupo interministerial de
evaluación y seguimiento del coronavirus y que el
ministerio se encontraba en permanente contacto con las
comunidades autónomas, el Centro Nacional de
Epidemiología, el Centro Nacional de Microbiología y los
organismos internacionales (OMS, Centro Europeo de
Control de Enfermedades y Comisión Europea), «para
evaluar los riesgos de la situación y coordinar las medidas
de respuesta». Evalúa el riesgo para España: «Con
respecto a la evaluación del Centro de Coordinación de
Alertas y Emergencias Sanitarias (CCAES) del Ministerio
de Sanidad, Consumo y Bienestar Social, no se puede
descartar que aparezca algún nuevo caso en España».
Ahora bien, «si esto ocurriera, nuestro país a través del
Sistema Nacional de Salud está preparado para realizar la
detección precoz de los casos y la instauración temprana
de medidas de prevención y control, lo que reduciría en
gran medida el riesgo de transmisión. En la situación
actual, el riesgo global para la salud pública en España se
considera moderado».
Ante tan rotundas manifestaciones es un hecho probado
irrefutable que el presidente del Gobierno Pedro Sánchez
tuvo plena conciencia al menos desde el 1 de febrero de
2020, cuarenta y dos días antes de la declaración del
estado de alarma, de la existencia de una epidemia
susceptible de propagarse por todos los países tal y como
se desprendía de la situación de Emergencia de Salud
Pública de Importancia Internacional (ESPII) declarada por
la OMS. Sabía también que el ministro de Sanidad,
Salvador Illa, seguía con todo su equipo, minuto a minuto,
la preocupante evolución del nuevo coronavirus que había
obligado ya a China a adoptar medidas excepcionales con
el aislamiento total de una de las ciudades más populosas
del gigante asiático y por eso quiso transmitir a la
ciudadanía española su convicción de que nuestro sistema
público de salud estaba preparado para hacer frente a una
hipotética llegada del contagioso virus a España. Tenía
conocimiento de que se había elaborado un detallado
protocolo sanitario que incluía proveer a todo el sistema
sanitario de las suficientes batas impermeables, mascarillas
y guantes para evitar contagios, recomendación que no se
tomó en serio. Y tanto el presidente como todos los
responsables de tomar medidas para combatir la extensión
del coronavirus conocían el informe del 24 de enero del jefe
de Prevención de Riesgos Laborales del Ministerio del
Interior, donde en letras mayúsculas se destacaba una de
las reglas de oro para la contención del virus: «EVITAR LAS
AGLOMERACIONES».
El 2 de febrero el informe del CCAES proporciona
información sobre la repatriación de treinta y un
ciudadanos españoles procedentes de China, que
permanecían en cuarentena. En cuanto al primer caso
detectado en La Gomera, se informa de que el turista
alemán infectado por el virus «mantiene un cuadro
asintomático». Concluye con una referencia al Comité del
Reglamento Sanitario de la OMS, que advierte que «todos
los países deben estar preparados para la contención,
incluida la vigilancia activa, la detección temprana, el
aislamiento y el manejo de casos, el rastreo de contactos y
la prevención de la propagación de la infección por 2019-
nCov y compartir datos completos con la OMS». Esto
sucedía, lo recalco, el 2 de febrero. Además, advierte que
no se puede descartar que aparezca algún nuevo caso en
España y reitera que si tal cosa ocurriera «nuestro país a
través del Sistema Nacional de Salud está preparado para
realizar la detección precoz de los casos y la instauración
temprana de medidas de prevención y control que reduciría
en gran medida el riesgo de transmisión. En la situación
actual el riesgo global para la salud pública en España se
considera moderado».
La última frase del párrafo anterior se repetirá en todos
los informes CCAES hasta el 14 de marzo de 2020, salvo los
del 14 al 24 de febrero, en que se califica el riesgo como
«bajo», a pesar de que la extensión del coronavirus primero
en Asia y después en Europa era muy rápida. También es
recurrente la afirmación de que en caso de que llegara a
España el coronavirus, con los datos alarmantes que
variaban de día en día, nuestro Sistema Nacional de Salud
estaba preparado para hacer frente a cualquier
contingencia. Asimismo, en todos los informes se califica la
intensidad del riesgo que sufre nuestro país, bien como
«bajo», es decir, poco probable, o bien como «moderado»,
es decir, no extremo ni exagerado.
Por otra parte, el 4 de febrero el Consejo de Ministros
acordó, a propuesta de Carmen Calvo, vicepresidenta
primera del Gobierno, en su condición de ministra de la
Presidencia, Relaciones con las Cortes y Memoria
Democrática,95 crear un Comité de Coordinación
Interministerial ante la amenaza para la Salud Pública
producida por el coronavirus. La presidencia del comité se
asignó a la vicepresidenta del Gobierno y la vicepresidencia
al ministro de Sanidad, Salvador Illa. Formaban parte como
vocales representantes de los ministerios de Asuntos
Exteriores, Unión Europea y Cooperación; Interior,
Defensa; Hacienda; Transportes, Movilidad y Agenda
Urbana; Agricultura, Pesca y Alimentación; Inclusión,
Seguridad Social y Migraciones; Política Territorial y
Función Pública; Ciencia e Innovación; Industria, Comercio
y Turismo; Trabajo y Economía Social; Asuntos Económicos
y Transformación Digital; y Consumo. La función del
Comité era hacer seguimiento y evaluación de la situación
y coordinar la respuesta transversal del gobierno ante
cualquier eventualidad que pudiera producirse.
95 Esta última denominación del Ministerio de la Presidencia es una
utilización partidista y sectaria de las instituciones del Estado para imponer un
relato único sobre la Guerra Civil presentando al PSOE, PC, FAI, POUM, ERC y
otros movimientos revolucionarios de extrema izquierda, como luchadores por
la libertad y la democracia, obviando la sangrienta sublevación del 6 de octubre
de 1934 contra el legítimo Gobierno de la República para proclamar la
revolución social, instaurar la dictadura del proletariado mediante el
exterminio violento de la «clase burguesa» y de la Iglesia católica, e imponer la
socialización marxista siguiendo el modelo totalitario de la revolución soviética
de Lenin en 1917.

Con este acuerdo el gobierno daba la impresión de


haberse tomado muy en serio su obligación de preparar al
país para hacer frente a la amenaza cierta y real del
coronavirus y salvaguardar la salud de los españoles. De
momento lo prioritario era dotar al sistema sanitario de los
medios necesarios de protección y prevención, que como ya
dijimos, consistían en batas impermeables, mascarillas,
guantes y gafas, además de respiradores y procedimientos
rápidos de detección de contagiados. Desgraciadamente no
fue así. El 2 de marzo de 2020 el ministro de Sanidad,
Salvador Illa, prohibió a las comunidades autónomas hacer
compras de mascarillas, alegando que estas se iban a
centralizar en el ministerio. Lo cierto es que hasta el 25 de
marzo no se comenzaron a comprar masivamente por el
gobierno.
Cuando estalló con toda su crudeza la pandemia
inmediatamente después de las concentraciones masivas
del 8 de marzo, el caos comenzó a apoderarse de los
centros hospitalarios públicos de toda España, sobre todo
en Madrid y Barcelona, cuyos aeropuertos contactan con
todo el mundo. Esta inacción suicida es ya incuestionable.
Cuando el ejecutivo se puso en marcha se habían perdido
unas semanas decisivas. Y cuando lo hizo hubo episodios
grotescos, como la compra de mascarillas dañadas. Volvió a
proyectarse la sombra siniestra de la corrupción al
conocerse amiguismo y falta de trasparencia en
contrataciones opacas y «a dedo» bajo el paraguas
protector de los poderes excepcionales proporcionados por
el estado de alarma.96 Por otra parte, la gravísima situación
hospitalaria obligó al gobierno a contar con el sector
privado, que colaboró lealmente y con gran eficacia.
Todavía estamos esperando a que Pedro Sánchez tenga un
gesto de reconocimiento por la labor realizada por el sector
privado. Eso sí, no dudaron en enlodar el buen nombre de
la inmensa mayoría de las residencias de mayores por
casos que Pablo Iglesia se encargó de magnificar.
96 Se han producido numerosas denuncias sobre contratación irregular de
material sanitario por el gobierno, las comunidades autónomas y los
ayuntamientos. En teoría toda la contratación pública es objeto de fiscalización
del Tribunal de Cuentas.

¿Influyeron en la pasividad e incompetencia del comité


gubernamental los informes del CCAES, cuyo director
seguía empeñado en minimizar los riesgos? ¿O fue al
revés? ¿Recibió y cumplió a la perfección la orden de
hacerlo dictada por el gobierno? Es difícil de entender que
una persona de tanto prestigio en materia de prevención
epidemiológica como el que se atribuye a Fernando Simón
sostuviera un día una cosa y otro día la contraria,
jugándose su propia reputación.
Sea lo que fuere, lo cierto es que corporativamente,
desde el 4 de febrero, todo el Consejo de Ministros conocía
la gravedad de la situación y no solo esto, sino que designó
un comité interministerial para ocuparse de la lucha contra
el coronavirus. Insisto una vez más, todo lo anterior
demuestra la falsedad de la consigna que se repitió una y
otra vez hasta el punto de que muchos la siguen repitiendo:
el coronavirus nos pilló desprevenidos porque nadie sabía
nada de él.
Y es irritante comprobar que el CCAES, después de la
creación del comité interministerial y de haber calificado el
riesgo de España como «moderado», cuando cesó el
apagón informativo decretado por el Departamento de
Seguridad Nacional, en su primer informe del 13 de
febrero llegara a definir el riesgo de España como «bajo». Y
esta calificación se mantuvo durante los días 14, 15, 16, 17,
18, 19, 20, 21, 22 y 24 de febrero. El 23 de febrero calificó
el riesgo como moderado, volviendo al bajo el día siguiente.
Ahora bien, aunque resulte paradójico, si alguien en el
gobierno hubiera leído a fondo los informes del CCAES, se
habría percatado de que la conclusión de que nuestro
riesgo era bajo era una gran temeridad. No existe ninguna
explicación objetiva para este cambio, salvo el intento
desesperado de evitar que la suspensión del Mobile World
Congress, decretada por sus organizadores el 12 de
febrero, pudiera poner en peligro la magna manifestación
feminista del 8 de marzo próximo, a cuyo efecto no dudaron
en mantener la Feria Arco de Madrid, que inauguró el rey
Felipe VI a finales de febrero.
Durante todo el mes de febrero los responsables del
gobierno repitieron una y otra vez que, aunque llegara el
virus, nuestro «fantástico» (Sánchez dixit) sistema de salud
pública estaba más que preparado para hacerle frente.
Todo esto obedeció a razones políticas, porque carece de
justificación objetiva que mientras se detectaba el
progresivo aumento del número de infectados no solo en el
este asiático sino también en Europa (Alemania, Francia,
Reino Unido, Italia, Rusia, Bélgica, Suecia y España)
pudiera rebajarse el grado de riesgo.
El 25 de febrero el CCAES vuelve a considerar el riesgo
de España como «moderado». Y como tal se define los días
26, 27, 28, 29 de febrero y 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11,
12, 13 y 14 de marzo. Más aún, en el informe publicado
este último día, es decir, en la fecha en que el gobierno
declaró el estado de alarma, se mantenía que el riesgo para
nuestra salud era moderado.
Evolución de la mortandad; la pavorosa frialdad de la
estadística

El 9 de febrero se detectó un nuevo caso de contagio en


Baleares. Un ciudadano británico había dado positivo
después de estar en contacto en Francia con una persona
infectada.
Los informes del CCAES permiten verificar la evolución
de la terrible epidemia en España desde el primer
contagiado, el turista alemán detectado en La Gomera el 31
de enero de 2020. El frío lenguaje de las cifras produce la
impresión de que la pandemia se reduce a una mera
estadística del total de casos de contagio constatado, del
número de fallecidos y de contagiados curados. Se
comparan las cifras por comunidades autónomas y las
globales de España en relación con las de los demás países
de nuestro entorno, que ofrecen significativas diferencias.
Y todo eso está muy bien. Lo terrible es que detrás de cada
número está el sufrimiento de una persona y de sus
familiares y amigos, que apenas han reflejado los medios de
comunicación. Con casi 30.000 muertos por coronavirus ni
siquiera las banderas ondeaban a media asta con
crespones. Los aplausos —merecidos— al personal
sanitario que luchaba en los hospitales en condiciones
tercermundistas sirvieron para acallar cualquier sentido
crítico. El promotor de los aplausos demostró ser un genio
en el arte de la propaganda política. Se nos hizo creer que
todos juntos estábamos luchando contra el coronavirus y
que todos juntos saldríamos de la pandemia. Mientras
tanto, el gobierno utilizaba el apagón político que afectaba
al propio Parlamento para aprobar por decreto normas y
decisiones de gran calado, que formaban parte del
programa de la sección comunista del gobierno, algunos de
los cuales serían tumbados meses después por los
tribunales de Justicia.
Merecen una mención especial las sentencias dictadas
por el Tribunal Constitucional que, aunque demasiado
tarde, ha llegado a declarar la inconstitucionalidad de las
dos declaraciones de estado de alarma acordadas por
Pedro Sánchez, por vulnerar la Constitución ya que solo
mediante el estado de excepción o de sitio pueden
restringirse los derechos fundamentales y por impedir al
Parlamento el ejercicio de su normal función legislativa y
de control del gobierno. Algo que se desprendía claramente
de la simple lectura del artículo 55 de la Constitución y de
los artículos cuarto a duodécimo de la Ley Orgánica de
1981, sobre la declaración de los estados de alarma,
excepción y sitio. En cualquier país democrático, el
presidente de un gobierno que hubiera violado de forma
flagrante y reiterada derechos fundamentales, con
sentencia declarada por el órgano encargado de velar por
la observancia de la Constitución, estaría fuera de la
política. En España, las sentencias del Tribunal
Constitucional solo han merecido algunos titulares que en
cuarenta y ocho horas se han evaporado.

La suspensión del Mobile World Congress (MWC) de


Barcelona

El 12 de febrero, con dos contagiados en España, los


organizadores del Mobile World Congress (MWC) de
Barcelona adoptaron la decisión de suspender dicho evento
a celebrar los días 24 a 27 de ese mes en la Ciudad Condal.
La decisión fue duramente criticada tanto por el gobierno
como por la Generalidad de Cataluña. Se llegó a hablar de
histeria periodística. La primera en hablar fue la
vicepresidenta primera, Carmen Calvo, que a la pregunta
de si había razones sanitarias para proceder a la
cancelación del evento, contestó con rotundidad: «Como
gobierno tenemos que decir que, por razones sanitarias, no.
Somos un país que ha seguido las recomendaciones
estrictas de la OMS, que tenemos un sistema de respuesta
muy cualificado y muy solvente, y desde luego, por razones
sanitarias, no». Carmen Calvo hablaba con la autoridad de
quien desempeñaba la presidencia del comité
interministerial para la lucha contra el coronavirus, creado
por el gobierno el 4 de febrero anterior. Sabía que estaba
mintiendo.
Al día siguiente seguía la polémica por la suspensión del
Mobile con unas reacciones en cascada. Pedro Sánchez
afirmó que «es una decisión que, de acuerdo con los
expertos y la información disponible, no responde a razones
de salud pública en España». Escudarse en anónimos
expertos es una constante del presidente y de los demás
miembros del gobierno, e incluso, del propio Fernando
Simón, desde el inicio de la crisis a últimos de enero. Ya
hemos visto quiénes eran los «expertos»: el personal
colaborador del director del CCAES, algunos de ellos sin
experiencia ninguna en materia de epidemias. Por eso el
gobierno se negó a facilitar sus nombres y sigue sin
hacerlo, entre otras cosas porque ya no interesa a nadie.
El ministro de Sanidad manifiesta que no hay «ninguna
razón de salud pública para adoptar medida alguna
respecto a cualquier evento previsto en Barcelona,
Cataluña o España».
La ministra de Transición Ecológica y Reto Demográfico
(todo un planteamiento ideológico plasmado en la propia
denominación de su ministerio), Teresa Ribera (PSOE),
actual vicepresidenta tercera del Gobierno, pidió no caer
en el «alarmismo psicológico».
Fernando Simón terció en la cuestión para afirmar que
en España «no hay coronavirus» y «no existe riesgo de
infectarse». Se estaba trasladando a la población una
ansiedad «un poco fuera de lo razonable».
Por su parte, el secretario de Salud Pública de Cataluña,
Joan Guix, denunció una «epidemia mediática y de miedo»
motivada por intereses económicos, competenciales y
políticos contra el Mobile, pues «no hay ningún motivo
sanitario» para suspender el Mobile World Congress
(MWC) de Barcelona, previsto para los días 24 a 27 de
febrero. Y añadió: «Hay muchos otros factores que pueden
intervenir en esto [por la cancelación], de tipo económico,
competencial e, incluso, de tipo político».
El presidente de la Agencia de Información, Evaluación y
Calidad en Salud de la Generalidad catalana, Antonio Trilla
García, negó cualquier posibilidad de que la pandemia
afectase a España y se permitió hacer un chiste de mal
gusto: «Mira que si se descubre que el percebe es el
huésped del coronavirus, la que se iba a liar en Galicia».
Ante tal avalancha de descalificaciones, los
organizadores alegaron que las autoridades no habían
adoptado medidas solventes de prevención. ¿Cómo iban a
hacerlo si, del presidente del Gobierno hacia abajo, incluido
el mayor experto en materia epidemiológica de España,
decían que el riesgo para nuestra salud pública era bajo, no
existía peligro de infectarse y se estaba creando —la frase
es de Fernando Simón— un estado de ansiedad «un poco
fuera de lo razonable»?

No caer en el alarmismo
El director del CCAES acude los días 18 y 19 de febrero a
una reunión en Estocolmo del Foro Asesor del Centro
Europeo para el Control y Prevención de Enfermedades.
Expertos de Francia, Holanda y Alemania advirtieron de la
extrema gravedad del coronavirus y de la falta en el
mercado del material sanitario para combatirlo. Simón
discrepó de sus colegas y continuó minimizando el riesgo
para España. Hasta después de la declaración del estado de
alarma, Sanidad no materializó la compra de material
sanitario, lo que se empezó a hacer —según las propias
manifestaciones del ministro Illa— el día 2 de marzo.
El día 19 de febrero se celebró en Bérgamo, ciudad de
Lombardía, región que se convertiría en principal foco de
infección del coronavirus en Italia, un partido de fútbol
entre el Valencia y el Atalanta, al que acudieron numerosos
aficionados españoles. Muchos de ellos regresaron a
España contagiados, razón por la que la Comunidad
Valenciana registró inicialmente un importante foco de
infección. Pero seguíamos en riesgo bajo.
El 23 de febrero el riesgo ya era moderado. Ese mismo
día, un informe del Centro Europeo para la Prevención y el
Control de Enfermedades afirmaba que los estados
miembros ya habían entregado en febrero más de 30
toneladas de equipos de protección. No consta si en esa
estadística España estaba incluida, aunque el propio
ministro de Sanidad reconocerá que hasta la primera
semana de marzo no se plantearon hacer pedidos de
material sanitario indispensable para luchar contra el
coronavirus.
En otro informe del CCAES de 24 de febrero —que
tampoco se encuentra en el link del Departamento de
Seguridad Nacional— se da cuenta de que las autoridades
de salud pública de Italia habían puesto en marcha medidas
de contención en las áreas y municipios en los que al
menos una persona ha resultado positiva en una prueba
frente a SARS-CoV-2.
Estas medidas eran:

1. Prohibición de entrar o abandonar las áreas afectadas.


2. Suspensión de manifestaciones, eventos públicos y
reuniones públicas o privadas en locales.
3. Suspensión de viajes escolares y de clases en colegios
y guarderías.
4. Cierre de museos.
5. Suspensión de competiciones y otras actividades
públicas, con la excepción del aprovisionamiento de bienes
y servicios públicos esenciales.
6. Cuarentena y vigilancia activa de aquellos en contacto
estrecho con personas afectadas por el virus.
7. Suspensión de determinadas actividades laborales y
cierre de algunos comercios.
8. Acceso, con medidas de protección individual, a los
servicios públicos y comercios considerados esenciales
para las necesidades básicas.
9. Restricciones o suspensión de los transportes de
pasajeros con algunas excepciones claramente definidas.

El gobierno no se daba por enterado. En España no


pasaba nada.
El 27 de febrero de 2020 el informe CCAES informó que
a la vista de la evolución de los casos de fallecidos y
contagiados en España y en los demás países, el riesgo en
la Unión Europea era alto. Sin embargo, seguía
considerándose que el riesgo en España era moderado.
El ministro Illa decía que «no hay que caer en
alarmismos» y afirmaba que «las mascarillas no son
necesarias para ir por la calle».
Este día el gobierno suizo acordó prohibir hasta el día 15
de marzo todos los actos multitudinarios con más de mil
asistentes. Eso incluía el Salón del Automóvil, previsto para
la primera semana de marzo. Como contrapunto, ese
mismo día decenas de miles de separatistas catalanes
traspasaban la frontera para acudir a rendir pleitesía al
autoproclamado presidente de la república catalana en el
exilio, Carles Puigdemont. Dos semanas después, entre el
17 y el 27 de marzo, Cataluña se convirtió en una de las
comunidades más castigadas por el coronavirus.
El 1 de marzo de 2020 el Centro Europeo para el Control
y Prevención de Enfermedades (ECDC) acordó alertar a
todos los países de la Unión Europa con casos de
coronavirus Covid-19, entre los que se encontraba España,
de su rápida propagación que «puede tener un enorme
impacto en la salud pública con resultados fatales en
grupos de riesgo». Por este motivo, desaconsejaba tanto la
celebración de «actos masivos» como los «transportes
abarrotados». A la reunión en que se lanzó esta alerta
europea asistió, en nombre de España, Fernando Simón. Al
día siguiente, 2 de marzo, el Centro Europeo volvió a
insistir en la necesidad de «reforzar las defensas de Europa
contra las enfermedades infecciosas», haciendo hincapié en
que los estados miembros debían aplicar «medidas de
distanciamiento social individual», entre las que destacaba
«evitar» acudir a «actos multitudinarios», medida esta
última que debía haberse aplicado en España dado que
estaba en nivel 1 de contención.
Según informaciones no desmentidas publicadas por el
diario El Mundo, el ministro de Sanidad, Salvador Illa,
prohibió —en uso de las facultades que le otorgaba la Ley
Orgánica de Salud— el 2 de marzo a las comunidades
autónomas que compraran mascarillas al tiempo que se
puso en contacto con los fabricantes españoles para
prometerles una compra masiva de 38 millones de
unidades. Pero el día 14 de marzo, cuando se decretó la
alarma, no había repartido ni medio millón y las CCAA
llevaban ya 12 días sin poder comprar nuevas remesas para
los hospitales de toda España, que estaban empezando ya a
recibir una gran cantidad de pacientes con síntomas de la
Covid-19. Esta es la razón por la que la Agencia Española
del Medicamento del Ministerio de Sanidad envió una carta
a todos los farmacéuticos para restringir la venta de
mascarillas y ordenó bloquear su reparto en la red de
farmacias de toda España.97
97 El diario digital Voz Populi denunció el 19 de julio de 2021 que, a una
pequeña empresa protegida por el entonces ministro de Transportes, José Luis
Ábalos, su ministerio había adjudicado en abril de 2020 la fabricación de
mascarillas y otro material sanitario sin concurso público. La empresa
fabricante, que no había tenido actividad en 2019, había pasado a facturar en
2020, solo en mascarillas, 50 millones de euros. Se ha llegado a decir que el
detonante de su destitución fulminante como ministro y su cese como
secretario de organización del PSOE había sido el descubrimiento de estas
presuntas irregularidades, así como el rescate por 53 millones de euros de la
aerolínea Plus Ultra, propiedad de venezolanos afines al régimen de Maduro.

El 3 de marzo de 2020 la Conselleria de Sanitat


Universal i Salut Pública de Valencia confirmó cuatro casos
nuevos de coronavirus en Valencia, por lo que los casos en
territorio valenciano ascendían a un total de 19, incluido un
paciente que había fallecido el 13 de febrero en el hospital
Arnau de Vilanova de Valencia. El que ya es oficialmente el
primer caso de muerte por coronavirus en España había
viajado al Nepal antes de padecer los síntomas.
El 4 de marzo de 2020 se destacaba en el informe del
CCAES que el Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar
Social, para contener la propagación del coronavirus, «ha
resuelto que se celebren a puerta cerrada los eventos de
competición deportiva profesionales donde se espera una
alta presencia del público que provenga de las zonas de
riesgo» (las cuatro regiones del norte de Italia afectadas,
China, Japón, Corea del Sur y Singapur). Asimismo, se
suspenderían aquellos seminarios y congresos que
implicasen a profesionales sanitarios, puesto que era
necesario que estos se encontrasen disponibles (cuatro días
después de anunciar estas medidas se celebraría la gran
manifestación feminista del 8 de marzo en Madrid y
multitud de eventos de todo tipo en todas las ciudades de
España).

Pedro Sánchez, tras visitar el CCAES, impulsa la


manifestación feminista del 8 de marzo

Ese mismo día 4 de marzo por la tarde Moncloa difunde


imágenes de la visita realizada por el presidente Pedro
Sánchez, acompañado del ministro Salvador Illa, al Centro
de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias. En el
vídeo ofrece imágenes de la reunión que había mantenido
con Fernando Simón, al que acompañaba su equipo de
«expertos». El presidente había recibido las explicaciones
del director del Centro sobre la evolución del coronavirus
en España y había agradecido la labor de los profesionales:
«A todos los que estáis detrás, muchas gracias». Elogió los
trabajos de los expertos, pues su labor «transmite calma y
seguridad a la sociedad».98 Sánchez señaló que seguirían
«trabajando de forma coordinada entre las distintas
administraciones y la UE» frente al brote del nuevo
coronavirus.
98 En las imágenes de esta reunión, detrás del presidente, del ministro de
Sanidad y del director del CCAES aparecían los firmantes del informe al que
hicimos referencia anteriormente.
Esta aparición propagandista del presidente del
Gobierno demuestra que, cuatro días antes de la
celebración de la manifestación feminista del día 8, estaba
perfectamente informado de la evolución del coronavirus
Covid-19 en España, donde el número de fallecidos iba en
aumento. Conocía de primera mano que la situación era
muy grave. Y sabía además todo cuanto sobre medidas de
prevención recomendaban tanto la Unión Europea como la
Organización Mundial de la Salud.
El 5 de marzo hubo tres fallecidos en España (se
minimizaban las muertes advirtiendo que todos ellos
presentaban «patologías previas»). El informe Simón
seguía concluyendo que el riesgo para la población en la
Unión Europea era de bajo a moderado, y en España,
moderado.
El 6 de marzo según el informe publicado en la web del
Departamento de Seguridad Nacional, «España es el cuarto
país de la UE con más casos». Los nuevos casos registrados
en las últimas 24 horas «se concentran en una comunidad
autónoma, concretamente en dos núcleos de transmisión
bien identificados.99 El riesgo de trasmisión comunitaria no
ha aumentado significativamente. Del total de los casos
existen 12 situaciones en las que, por el momento, no se
tiene identificado el vínculo».
99 Según los datos que figuran en el mismo informe, esos dos focos estaban
en Madrid y controlados. ¿Qué medidas se adoptaron para evitar su
propagación? Cuarenta y ocho horas después esos dos focos habían provocado
ocho fallecimientos en Madrid, según reconoció el propio CCAES.

Pedro Sánchez publica ese mismo día 6 de marzo un tuit


animando a participar en la manifestación del día 8. Su
llamamiento iba acompañado de un vídeo publicitario
«institucional», es decir, pagado con fondos públicos,
editado por el Instituto de la Mujer, dependiente del
Ministerio de Igualdad, cuya titularidad ostenta Irene
Montero, por aquel entonces número dos de Unidas
Podemos. El lema de la manifestación era «Libres para
decidir, para pensar, para hacer, para decir». No faltaban
sus palabras: «Os acompañamos [se supone que a las
mujeres] en esta lucha para lograr la igualdad real entre
mujeres y hombres. Sin descanso. Porque sin feminismo no
hay futuro, sin igualdad no hay democracia».
De nada sirvió que la comisaria de Salud de la Unión
Europea, Stella Kyriakides, hubiera instado ese mismo día a
los estados miembros a evitar grandes concentraciones
públicas y al mismo tiempo a «asegurar la capacidad
hospitalaria» y «la información de los trabajadores
sanitarios y la disponibilidad de equipos de protección».
Por otra parte, el Centro Europeo para la Prevención y
Control de Enfermedades (ECDC) recomendó que «si no se
ha hecho ya, los estados miembros deberían activar los
mecanismos de alarma nacional y planes para asegurar la
contención y mitigación con medidas sanitarias,
especialmente la disponibilidad de equipamientos para los
trabajadores sanitarios y camas hospitalarias». Y otra
recomendación de la mayor importancia era que se
garantizase «que la población esté al tanto de que este
brote de Covid-19 puede afectar gravemente a la
sociedad».
Nada de esto inmuta al gobierno. No fue así al gobierno
de Isabel Díaz Ayuso, objeto permanente del oscuro deseo
político del presidente Sánchez. A la vista de la gravedad
de la situación, en el marco de sus competencias, como
veremos, siguió al pie de la letra las recomendaciones de la
UE.
En el informe diario de Fernando Simón del 7 de marzo
se informa de que la Consejería de Sanidad de la
Comunidad de Madrid, donde se registra el mayor número
de casos en España, ha reforzado la plantilla de
trabajadores de los diferentes centros y servicios
sanitarios. Además, se ha decidido el cierre temporal de
más de 200 centros de mayores. Tales medidas estaban en
consonancia con las recomendaciones de la OMS y de la
UE.
En otro ámbito competencial, la Comunidad de Madrid
informó de la decisión de cerrar las escuelas y aislar las
residencias a la Delegación del Gobierno, donde ni siquiera
hubo respuesta.
Asimismo, la Unión del Mediterráneo decidió suspender
la Conferencia Regional sobre Economía Azul, cuya
celebración estaba prevista en Barcelona los días 10 y 11
de marzo.
Ni el CCAES ni el Ministerio de Sanidad dieron cuenta de
que la Organización Mundial de la Salud había informado
de que era «fundamental activar los mecanismos de
coordinación tan pronto como sea posible y mucho antes de
que ocurra la transmisión comunitaria extensamente».
Entre las acciones recomendadas, la OMS pedía «definir la
justificación y los criterios para el uso de distanciamiento
social, como la cancelación de reuniones masivas o el
cierre de escuelas».
El 8 de marzo el informe diario del CAESS daba cuenta
de que el número de fallecidos en España era de 17
personas. Sin embargo, eran muchos más, algo que se
ocultó. Según reveló el ministro Illa en su comparecencia
del 26 de marzo en el Congreso de los Diputados, «sabemos
que la notificación de casos se hace con un retraso de
alrededor de siete días o más después del inicio de los
síntomas, lo que implica que lo que vemos con los datos de
notificación al día de hoy refleja la situación que se produjo
una semana anterior». De modo que el gobierno sabía que
los 17 fallecidos que figuraban en el informe del día 8 de
marzo habían muerto alrededor del 1 de marzo, por lo que
conocía que en el momento de llevarse a cabo la
manifestación la cifra era muy superior. Si el informe del 15
de marzo fija en 288 el número de fallecidos en toda
España, la mayor parte en Madrid, aunque el gobierno no
tuviera la cifra exacta, era plenamente conocedor de que el
número de 17 muertos oficialmente reconocidos por el
Ministerio de Sanidad el 8 de marzo era muy inferior al de
los fallecimientos realmente producidos. Esto es un indicio
racional de la enorme responsabilidad de Pedro Sánchez y
de los ministros directamente implicados.

Y de pronto llegó la pandemia

A pesar de conocer la cruda realidad, el informe CCAES


publicado por el Departamento de Seguridad Nacional el 9
de marzo sorprendía con una ligera disminución de los
fallecidos declarados el día anterior, al pasar de 17 a 16. Se
informaba de que el presidente Sánchez había presidido la
comisión de evaluación y seguimiento del coronavirus.100
Por la tarde, el Ministerio de Sanidad reconocía que se
habían producido 29 fallecimientos. El boom había
comenzado durante la noche del día 8, es decir, después de
la manifestación.
100 Si el presidente del Gobierno presidió el lunes día 9, al día siguiente de
la manifestación de Madrid y así se anunciaba en el informe del día 8, quiere
decir que la convocatoria hubo de hacerse como mínimo por la mañana del
domingo. El gobierno era plenamente consciente de que la situación se había
agravado. Por eso sus miembros femeninos acudieron con guantes y
mascarillas, aunque solo exhibieron guantes al comienzo de la manifestación y
se los guardaron antes de situarse en la cabecera. Si lo hubieran hecho hubiera
sido considerado como un privilegio inadmisible. Las ministras que acudieron
al evento resultaron contagiadas, y también la esposa del presidente del
Gobierno.

Tan pronto como las voceras gubernamentales sintieron


los primeros síntomas de contagio buscaron refugio y
fueron atendidas en centros privados después de haber
pontificado sobre la solidez de la sanidad pública. El caso
de Carmen Calvo fue especialmente significativo.
Para entonces España ya era el quinto país del mundo
con mayor número de contagios detectados y estaba en el
cuarto lugar en cuanto a fallecidos por el Covid-19. Todavía
resonaba en las calles de Madrid el eco de las consignas
coreadas en la manifestación.
Se informó de que la OMS había declarado el 11 de
marzo el actual brote como pandemia. Se trata del primer
caso de pandemia causada por un coronavirus. En la rueda
de prensa en que anunció esta declaración, el director
general de la Organización Mundial de la Salud, Tedros
Adhanom Ghebreyesus, hizo entre otras las siguientes
precisiones: «Pandemia no es una palabra que deba
utilizarse a la ligera o de forma imprudente. Es una palabra
que, usada de forma inadecuada, puede provocar un miedo
irracional o dar pie a la idea injustificada de que la lucha ha
terminado, y causar como resultado sufrimientos y muertes
innecesarias. El hecho de describir la situación como una
pandemia no cambia la evaluación de la OMS de la
amenaza que representa este virus. No cambia lo que la
OMS está haciendo, ni tampoco lo que los países deben
hacer».
Queda, pues, meridianamente claro que el hecho de que
la declaración de pandemia (epidemia de ámbito mundial)
se produjera días después de la manifestación del 8 de
marzo no significa que con anterioridad a dicha fecha no
estuvieran vigentes para los estados las recomendaciones
efectuadas desde el inicio de la crisis en la ciudad china de
Wuhan a finales de diciembre de 2019, reforzadas desde el
30 de enero de 2020, en que la OMS declaró la situación de
«emergencia de salud pública de importancia
internacional», desgranando desde entonces de forma
reiterativa todo lo que los estados debían hacer para
combatir la extensión del virus.

Declaración del estado de alarma

El 14 de marzo el informe recogía en el capítulo de


«actuaciones» en España, que en «el Consejo de Ministros
extraordinario de hoy, se ha decretado el estado de alarma
en todo el territorio nacional, por un máximo de 15 días, de
acuerdo al artículo 116.2 de la Constitución. En la reunión
se ha adoptado un conjunto de medidas excepcionales para
movilizar todos los recursos del Estado para responder a la
emergencia social, sanitaria y económica generada por el
Covid-19».
Entre las principales medidas adoptadas por el Real
Decreto 463/2020, de 14 de marzo, por el que se declara el
estado de alarma para la gestión de la crisis sanitaria,
aprobado por el Consejo de Ministros, se limita la libertad
de circulación en todo el territorio nacional a casos
concretos como los desplazamientos para adquisición de
productos de primera necesidad (alimentación, farmacias),
acudir al lugar de trabajo, asistencia a centros sanitarios,
retorno a la residencia habitual o situaciones de fuerza
mayor. Además, se suspenden las actividades educativas en
todas las etapas y centros, así como la actividad de
comercios minoristas (con excepciones, como alimentación
o salud) y establecimientos no esenciales en los que se
desarrollen espectáculos públicos, actividades deportivas y
de ocio, entre otros. En cuanto al transporte, en el interior
del país el transporte público ferroviario, aéreo, marítimo y
por carretera se reducirá al menos un 50 por ciento, a
excepción del servicio de cercanías y del resto de
transportes de competencia autonómica y municipal
(metro, autobuses urbanos e interurbanos), que
mantendrán su oferta.
La gran falacia del Real Decreto del Consejo de Ministros
es la pretensión del gobierno de demostrar que tan pronto
como la OMS declaró la situación de pandemia el 11 de
marzo, se habían adoptado las medidas necesarias para
hacer frente a la misma: «La Organización Mundial de la
Salud —dice el preámbulo del Real Decreto— elevó el
pasado 11 de marzo de 2020 la situación de emergencia de
salud pública ocasionada por el Covid-19 a pandemia
internacional. La rapidez en la evolución de los hechos, a
escala nacional e internacional, requiere la adopción de
medidas inmediatas y eficaces para hacer frente a esta
coyuntura. Las circunstancias extraordinarias que
concurren constituyen, sin duda, una crisis sanitaria sin
precedentes y de enorme magnitud tanto por el muy
elevado número de ciudadanos afectados como por el
extraordinario riesgo para sus derechos».
El gobierno ocultó deliberadamente que el Reglamento
Sanitario Internacional de 2005, actualizado en 2008, ni
siquiera define el concepto de pandemia, sino que cuando
se produce una epidemia que afecta a un país y es
susceptible de transmitirse a otros países o, como ocurrió
con el Covid-19, constituía una amenaza para todo el
mundo, la Organización Mundial de la Salud decretará
«emergencia de salud pública de importancia
internacional», que se define como «un evento
extraordinario que de conformidad con el presente
Reglamento, se ha determinado que; i) constituye un riesgo
para la salud pública de otros estados a causa de la
propagación internacional de una enfermedad, y ii) podría
exigir una respuesta internacional coordinada». En el
Reglamento Sanitario Internacional no hay distinción entre
epidemia y pandemia. Solo existe la «declaración de
emergencia de salud pública de alcance internacional»,
cuyo ámbito territorial depende de las circunstancias de
cada caso. La OMS establece las recomendaciones que
deben adoptarse en dicha situación. El 11 de marzo la OMS
lo único que hizo fue declarar que todo el planeta estaba en
situación de emergencia de salud pública de alcance
internacional, pues en todos los países existía riesgo de
extensión del coronavirus Covid-19. Pero las
recomendaciones que desde un principio estaban vigentes
desde el 20 de enero de 2020 para hacer frente a la
situación epidemiológica seguían en vigor.

El papel del Estado en el coronavirus 2019

La Constitución reserva al Estado la sanidad exterior, las


bases y coordinación de la sanidad y la legislación sobre
productos farmacéuticos (artículo 149, 1, 16.ª). Y tiene,
además, un instrumento jurídico de enorme eficacia al
permitir la declaración de estado de alarma, cuya
regulación se realizó mediante la Ley Orgánica 4/1981, de
1 de junio. El Estado ha transferido la gestión de la sanidad
y, por tanto, de las comunidades autónomas depende en
gran medida el funcionamiento del sistema público de
salud. Ahora bien, la Constitución reserva al Estado una
serie de competencias sanitarias, y se remite a su
desarrollo mediante leyes orgánicas. Es el caso de la Ley
Orgánica 33/2011, de 4 de octubre, de Salud Pública. En
ella se define la salud pública como «el conjunto de
actividades organizadas por las administraciones públicas,
con la participación de la sociedad, para prevenir la
enfermedad, así como para proteger, promover y recuperar
la salud de las personas, tanto en el ámbito individual como
en el colectivo y mediante acciones sanitarias, sectoriales y
transversales» (artículo primero).
Entre los principios generales de la salud pública,
definidos por la Ley Orgánica, destaca el llamado
«principio de salud en todas las políticas», lo que significa
que «las actuaciones de salud pública tendrán en cuenta
las políticas de carácter no sanitario que influyen en la
salud de la población, promoviendo las que favorezcan los
entornos saludables y disuadiendo, en su caso, aquellas que
supongan riesgos para la salud».
En caso de una emergencia sanitaria, es el gobierno en
pleno quien asume la responsabilidad de dirigir la lucha
contra las pandemias que afectan al conjunto de la nación.
Información y coordinación son las palabras clave en estos
casos. La Ley General de Salud Pública especifica con
absoluta claridad las competencias del Ministerio de
Sanidad que le permiten asumir el mando de la lucha por la
salud pública en un caso extremo y excepcional como el del
coronavirus Covid-19.
Puesto que la comunidad más afectada en un principio
fue la de Madrid a raíz de la manifestación feminista del 8
de marzo, el gobierno no vaciló en eludir su
responsabilidad culpando de lo ocurrido a la mala gestión
del gobierno madrileño. Así dio comienzo a una campaña
en la que todo estaba permitido, salvo el respeto a la
verdad, contra el ejecutivo regional presidido por Isabel
Díaz Ayuso. Comenzaron, paradójicamente, descalificando
una circular de la directora general de Salud Pública de la
Consejería de Sanidad del Gobierno de la Comunidad de
Madrid de 5 de marzo de 2020, que demuestra la diligencia
del gobierno madrileño al aplicar, en el ámbito de sus
competencias, algunas de las principales medidas
recomendadas por las organizaciones internacionales y el
propio Centro de Coordinación de Alarmas y Epidemias
Sanitarias, como el cierre de colegios y el confinamiento de
las residencias de ancianos.101
101 Pablo Iglesias pretendió, una vez declarado el estado de alarma,
encabezar el ataque contra Ayuso, denunciando que en las residencias de
ancianos —privadas o concertadas—, se habían producido miles de
fallecimientos, sobre todo en Madrid, a causa de sus pésimas condiciones
sanitarias. Como vicepresidente segundo del Gobierno y ministro de Derechos
Sociales, anunció el 22 de marzo que asumía personalmente la gestión de las
residencias de ancianos. No consta que Pablo Iglesias hubiera visitado ni una
sola de las residencias cuyo control había asumido en persona. Informes
posteriores demuestran que la causa de los contagios en residencias de
mayores no fue, como se denunció a bombo y platillo por los medios
progubernamentales, el estado lamentable de las residencias por
responsabilidad de sus propietarios que habían convertido a los centros
geriátricos en un negocio basado en la explotación de los ancianos residentes.

Ocurre que no se quiere reconocer —porque hacerlo


llevaría consigo de inmediato consecuencias penales— que
desde finales de febrero se reforzó la política de
minimización del riesgo de extensión del coronavirus de
modo que se falsearon los datos disponibles para poder
celebrar una manifestación cuya realización tendría efectos
letales desde el punto de vista de la extensión del
coronavirus. Se sabía que los contagios se cebaban sobre
Madrid, como lo prueba que casi la mitad de los contagios
de nuestro país en aquellos momentos pertenecieran a
dicha comunidad. Pero al no suspender la manifestación del
domingo 8 de marzo no pudieron suspenderse otros
eventos multitudinarios que en todos los ámbitos se
produjeron aquel fin de semana en toda España (fútbol y
demás campeonatos deportivos, toros, conciertos, cines,
etc.). Es indignante que las portadoras de la pancarta,
miembros del gobierno y la esposa de su presidente,
conscientes de la gravedad de la situación, fueran a la
cabecera de la manifestación con guantes de nitrilo e
incluso mascarillas. Ocurre que tras un contacto con la
prensa de la vicepresidenta Calvo a su llegada a la
manifestación, decidió quitarse los guantes y no hacer uso
de las mascarillas por el efecto negativo que eso podía
tener, de modo que no pudieron evitar ser contagiadas.
A esto se une la torpe gestión del Ministerio de Sanidad,
que impidió que el sistema sanitario público contara con el
material necesario que hubiera evitado no solo la muerte
de miles de pacientes, sino también el contagio del
personal sanitario. Fue realmente trágico el caos
desencadenado en los hospitales de las principales
ciudades españolas. Desgraciadamente durante 2020
tuvimos el triste «honor» de ser el país del mundo con
mayor número de fallecimientos por cada millón de
habitantes, decenas de miles de personas que murieron
solas en una UCI o en el pasillo de un hospital. Pronto se
convertirían en una mera cifra y al día de hoy ni siquiera
sabemos realmente cuál es el número de muertos
provocados por el coronavirus Covid-19.
Desde las inquietantes informaciones procedentes de
Italia y otros lugares de Europa, la semana anterior a la
gran manifestación feminista hubo voces que advirtieron
del grave riesgo que suponía mantener los eventos
multitudinarios. La propia Comisión 8-M convocante se
hizo eco de la polémica y, en rueda de prensa celebrada el
4 de marzo por su «vocera» Sara Naila Navacerrada,
anunció que no se suspenderían las manifestaciones dado
que Sanidad, «por el momento», no veía necesario adoptar
tal medida, si bien pidió que no acudieran personas con
síntomas. Y añadió: «Si hace falta tomar medidas las
tomaremos, las primeras preocupadas somos nosotras». La
declaración de Naila prueba la consciente inactividad de
las autoridades sanitarias. Hasta la portavoz de la comisión
convocante conocía la gravedad de la situación, y en vista
de que Sanidad no les había dicho nada anunciaba que
tomarían medidas, pues ellas eran las primeras
preocupadas.
Día a día, desde el inicio del mes de marzo, crecía de
forma incesante el número de personas infectadas en
España por el coronavirus. Madrid registraba la mitad de
las personas infectadas y en Barajas no existía control
alguno de la llegada de pasajeros de los países donde el
coronavirus se había extendido con rapidez. En Italia la
epidemia parecía incontenible. Transmitir la idea de que
España era prácticamente invulnerable constituyó un
auténtico atentado contra la salud pública. Pedro Sánchez
estaba plenamente informado de la gravedad de la
situación. Al igual que su ministro de Sanidad, Salvador
Illa, que mientras la segunda ola de la pandemia después
del verano de 2020 se hallaba en pleno apogeo huyó de la
quema para concurrir en las elecciones autonómicas
catalanas. En su comparecencia en el Congreso de los
Diputados el 26 de marzo reconoció que el foco máximo de
infectados por coronavirus en la Comunidad de Madrid «se
produjo a finales de febrero», es decir, una semana antes
de la gran manifestación. Todos los responsables de velar
por la salud de los españoles lo sabían. Pero Carmen Calvo
e Irene Montero tenían interés político y personal en que se
celebrara, por encima de todo, el alarde feminista, en el
que estaba en juego el liderazgo del feminismo rebelde o
revolucionario.
Recordemos que el 4 de marzo se produce la visita
sorpresa de Sánchez al CCAES de Fernando Simón, de cuyo
desarrollo informó el aparato de propaganda de Moncloa.
El presidente hace unas manifestaciones tranquilizadoras.
En aquellos momentos se había contabilizado un fallecido,
aunque ya sabía que eran muchos más. Un día después, las
cifras oficiales contabilizaron cinco muertos y el 8 por la
mañana ya eran 17. Insisto, cifras que en realidad se
habían producido siete días antes, por lo que el 8 de marzo
los fallecidos eran muchos más. Hay otro dato relevante. La
visita del presidente del Gobierno al CCAES tuvo lugar el
mismo día en que el informe diario de Fernando Simón
informaba de que el propio ministro de Sanidad había
resuelto que los eventos de competición deportiva
profesionales, donde se esperaba una alta presencia del
público proveniente de las zonas de riesgo, entre ellas las
cuatro regiones del norte de Italia, se celebrarían a puerta
cerrada. Cabe pues preguntarse si nadie informó de que
permitir la manifestación era una temeridad. ¿Cómo podía
controlarse que personas provenientes de las regiones del
norte de Italia no estuvieran ya en Madrid? ¿Cómo es
posible que no tuvieran en cuenta que buen número de
aficionados españoles había acudido a Italia para
presenciar el partido entre el Valencia Club de Fútbol y el
Atalanta de Bérgamo y estaba comprobado que muchos
volvieron infectados? ¿O que no se hubieran suspendido los
vuelos con China impidiendo que entre el 2 y el 8 de marzo
llegaran a Madrid 11 aviones de pasajeros procedentes del
gigante asiático? ¿Acaso no le informaron a Sánchez que,
según las mediciones del propio centro dirigido por Simón,
España estaba en un escenario nivel 1,102 que recomendaba
«suspender eventos con gran número de personas»? ¿Ni
tampoco le dijeron una palabra de que el Centro Europeo
para el Control y Prevención de Enfermedades había
recomendado el 2 de febrero «evitar concentraciones
masivas innecesarias» para frenar la expansión del
coronavirus?
102 El 29 de febrero la OMS anunció la aplicación desde aquel mismo día de
«tres escenarios o niveles de alerta previstos en nuestro país dependiendo de la
procedencia del contagio y el modo de transmisión del Covid-19». En cada
escenario de contención o nivel de alerta se especificaban las medidas que
debían adoptarse, según explicó Simón en rueda de prensa del 4 de marzo.
Pues bien, desde el 29 de febrero hasta el 14 de marzo estuvimos en el
escenario o nivel de alerta número 1. En tal nivel se establecía, entre otras
cosas, la recomendación de «suspender eventos con gran afluencia de
personas».

La responsabilidad de la manifestación feminista del


8 de marzo y los quebraderos de cabeza de Fernando
Simón

Probablemente Fernando Simón, al menos en su fuero


interno, se arrepentirá toda su vida de haber contestado el
7 de marzo, en su rueda de prensa habitual a una pregunta
sobre la asistencia a la manifestación feminista, que él no
recomendaba «a nadie nada» y que cada persona debía
considerar si debía o no celebrar el Día Internacional de la
Mujer, pero que «si mi hijo me preguntara si puede ir le
diré que haga lo que quiera». Y también siempre
perseguirá a la exvicepresidenta Carmen Calvo haber
contestado a la pregunta de si una mujer le preguntaba si
debía o no ir a la manifestación su respuesta fue tajante,
animándola a acudir «porque le va la vida en ello».
Por otra parte, Sanidad tenía un gran dilema. Si impedía
la celebración de la manifestación, el feminismo radical se
le echaría encima, pero si la permitía, en tal caso, no podría
prohibir la celebración de otros eventos multitudinarios,
contraviniendo las recomendaciones de los organismos
sanitarios internacionales. Al final se optó por su
celebración. Solo en la Comunidad de Madrid se
consintieron por la Delegación del Gobierno 77
manifestaciones entre los días 7 y 8 de marzo. Se calcula
que en toda España se consintieron 480 concentraciones
masivas. Entre ellas destaca el mitin de Vox en el Palacio de
Vistalegre de Madrid, que reunió a varios miles de
personas, donde el número dos del partido, Javier Ortega
Smith, acudió a pesar de tener síntomas claros de estar
contagiado por el coronavirus a su regreso de un viaje de
placer a la zona más contagiada de Italia. Hubo numerosos
eventos deportivos y el público llenó los teatros y cines
madrileños. Lo mismo ocurrió en toda España, aunque no
con la intensidad que en Madrid.
La manifestación feminista contribuyó decisivamente a la
explosión del coronavirus Covid-19 en Madrid, agravada
por la falta de adopción de medidas preventivas por el
Ministerio de Sanidad. Estudios de toda solvencia científica
calculan que, de haberse evitado las aglomeraciones con
anterioridad al 8-M, el número de fallecimientos en los
primeros meses a partir de la declaración del estado de
alarma se hubiera reducido casi a la mitad. El 8 de marzo
de 2021 Fernando Simón hizo una revelación sobre la
respuesta que había dado el año anterior respecto a la
asistencia a las marchas multitudinarias como la feminista
de Madrid, en la que había afirmado: «Si mi hijo me
pregunta si puede ir le diré que haga lo que quiera».
«Quizás fui imprudente al decir lo que le recomendaría o
no a mi hijo».
Sin embargo, científicos de la Universidad Rovira i Virgili
de Tarragona y de la Universidad de Zaragoza llevaron a
cabo una investigación sobre la primera ola de la
pandemia. Su conclusión fue que si el confinamiento
domiciliario se hubiera decretado siete días antes se habría
salvado la vida de unas 20.000 personas en toda España.
Catorce días antes y se hubieran salvado 40.000. El estudio
fue coordinado por el físico y catedrático del Departamento
de Ingeniería Informática y Matemáticas de la Universidad
Rovira i Virgili (URV), Àlex Arenas, quien informó el 20 de
febrero de 2021 del resultado del mismo.
Arenas aseguró que su grupo de investigación remitió el
pasado año «cuatro informes al ministro de Sanidad,
Salvador Illa, vía Miguel Hernán (epidemiólogo que asesoró
al gobierno en la primera ola), a partir de los cuales el
presidente Pedro Sánchez decidió el confinamiento total,
como mínimo dos semanas tarde».
Este experto también se puso en contacto con el
presidente de la Generalitat en aquel momento, Joaquim
Torra, y los consellers de la Presidencia, Meritxell Budó, y
de Interior, Miquel Buch, quienes «desde el minuto uno lo
entendieron y pidieron el confinamiento un día después de
saber» los datos. «El ministro Illa y Fernando Simón, con
información aún más precisa que nos requirieron, tardaron
dos semanas más». «Teniendo en cuenta que los muertos
en la primera oleada ascendieron a 28.000, nos habríamos
ahorrado 23.000», declaró el investigador. Lástima que este
informe, como las medidas reclamadas, llegó demasiado
tarde. Para entonces el Tribunal Supremo había dictado ya
su auto de 18 de diciembre de 2020, que inadmitió todas
las querellas y denuncias formuladas contra el gobierno.

La revolución de las mujeres

Desde 1975, todos los años, el 8 de marzo se celebra el Día


Internacional de la Mujer. Se trata de recordar que la lucha
por la igualdad efectiva de la mujer en la sociedad actual
no ha concluido, aunque se hayan dado pasos gigantescos
para eliminar toda discriminación por razón de sexo. La
organización del evento, que en los últimos años había
adquirido grandes proporciones y que se celebraba en las
principales capitales españolas, corría a cargo de las
asociaciones del movimiento feminista de Madrid y de otras
capitales españolas. En teoría la fuerza que consiguen los
movimientos de mujeres en todo el mundo traspasa
fronteras, diferencias culturales, económicas, ideológicas y
de cualquier tipo. Las mujeres unidas tienen el poder de
cambiar el mundo y lograr la igualdad en todos los ámbitos
de la sociedad. Sin embargo, de este noble objetivo se ha
apropiado una concepción del feminismo mucho más
radical y revolucionaria que ha enmascarado bajo el manto
de la lucha de sexos la concepción marxista de la lucha de
clases y de la destrucción de lo que llaman neoliberalismo
capitalista, fruto del «patriarcado» aún imperante en la
sociedad.
En Madrid la Comisión 8-M había programado un mes de
«revuelta feminista», por entender que un día no era
suficiente para expresar el empoderamiento de las mujeres.
La primera manifestación de la «revuelta» tuvo lugar el 8
de febrero, cuando una cadena de 8.000 mujeres rodeó el
centro de Madrid. En ese clima, el 21 de febrero un par de
militantes del feminismo, estudiantes de creatividad, llenó
el centro de la capital de carteles que anunciaban la
muerte de dos mujeres víctimas del coronavirus. Ante la
alarma provocada en las redes sociales, se apresuraron a
reconocer la falsedad de la noticia, si bien dijeron que si
hubieran muerto dos mujeres por coronavirus esa hubiera
sido la portada de todos los periódicos, mientras que nada
había sucedido con la noticia del asesinato de dos mujeres.
La lucha por la igualdad para eliminar cualquier
discriminación por razones de sexo entre hombres y
mujeres queda así desbordada por otros planteamientos
que pueden no ser compartidos por todas las mujeres.
Porque el empoderamiento femenino, tal y como lo
entiende el sector más radical del movimiento, supone una
auténtica revolución pues se trata de la conquista del poder
por las mujeres derribando el «patriarcado» en el que viven
desde el comienzo de la humanidad. La «revuelta
feminista» considera imprescindible liberar a las mujeres
de la explotación y sumisión a las que son sometidas por los
hombres.
Podría decirse que el radicalismo feminista rompe el
principio de igualdad, puesto que pretende subvertir «las
reglas perversas del heteropatriarcado», y por ello no basta
con que la mujer goce de los mismos derechos que el
hombre, sino que son las mujeres, como colectivo, las que
deben empoderarse para acabar con el poder masculino, al
que llaman patriarcal. Se parte del hecho de que el varón
por el mero hecho de serlo ejerce un poder despótico sobre
la mujer. Son, pues, los hombres como colectivo dominante
quienes han de ser desempoderados, es decir, destronados.
El empoderamiento del radicalismo feminista se convierte
así en una nueva ideología que debe imponerse en todos los
ámbitos de la vida y, de modo especial, en el ámbito
político. Una juez feminista radical, Pilar Llop, que hace
unos meses ha sido nombrada ministra de Justicia, llegó a
decir al ser elegida presidenta del Senado en 2019, que un
país en el que «la mitad de la población vierte violencia
sobre la otra mitad no es democracia».
El feminismo radical considera que la actual sociedad
«capitalista» o «neoliberal» es consustancial con el
patriarcado dominante. En consecuencia, la conquista del
poder por los partidos de izquierda es un instrumento
imprescindible para el pleno empoderamiento de la mujer,
puesto que el actual PSOE y, por supuesto, Podemos
parecen estar de acuerdo en que la «nueva normalidad»
poscoronavirus —expresión que ha desaparecido del
lenguaje del presidente que prefiere ahora hablar de
socialdemocracia— no puede ser la continuidad del
anterior sistema capitalista,103 al que culpan de ser el
causante de todos los males de la economía, razón por la
que defienden a ultranza la primacía de lo público.
103 La nueva profesión de fe socialdemócrata de Sánchez se puso de
manifiesto en el congreso celebrado por el Partido Socialista de Madrid el 13
de noviembre de 2021. Sánchez trató de insuflar ánimos a sus militantes,
decaídos ante los resultados de las últimas elecciones, donde se impuso Isabel
Díaz Ayuso, que «hoy somos más reconocidos que nunca como
socialdemócratas» y puso, como ejemplos, la subida del salario mínimo o los
ERTE. «Sabemos muy bien cuál es nuestra razón de ser» porque el PSOE
gobierna para «amplia mayorías sociales». O sea, que Sánchez no gobierna
para todos y resulta que si un gobierno de la derecha sube el salario mínimo,
que no es tan extraño, se convierte en socialdemócrata. El 40 Congreso del
PSOE, celebrado en Valencia entre el 15 y el 17 de octubre de 2021, volvió a
reivindicar la socialdemocracia como seña de identidad del partido.

Por eso el feminismo radical no ve con buenos ojos que


mujeres de los partidos a los que genéricamente llaman
conservadores e incluso tildan de fascistas participen en las
movilizaciones del movimiento, como ocurrió en la
manifestación del 8 de marzo de 2020 en Madrid, donde la
representación de Ciudadanos se vio obligada de forma
violenta a abandonar la marcha al grito de «fuera fascistas
de nuestros barrios». No se olvide que el «Manifiesto
Feminista», síntesis ideológica del empoderamiento,
alentaba a «la lucha contra el patriarcado» y justificaba
que la «revuelta» de las mujeres tenía por objeto mostrar
«cómo queremos que se mueva el mundo».
Dicho lo anterior, en la manifestación del 8 de marzo,
además de discrepancias internas a causa de diferentes
criterios acerca de la transexualidad y la prostitución, se
percibió con toda claridad el pugilato de los dos partidos
cogobernantes para liderar el feminismo radical.
Irene Montero, portavoz del Grupo Parlamentario
Confederal de Unidas Podemos en el Congreso de los
Diputados, ministra de Igualdad, cuya ascensión en la
política se considera por sus adversarios como un vivo
ejemplo del tan denostado patriarcado, publicaba el mismo
día 8 un significativo tuit: «Hoy salimos porque las calles
también son nuestras. Para vivir libres de violencias
machistas, para repartir la riqueza, el tiempo y los
cuidados, para amar a quien queramos y ser quien somos.
Por las que vinieron antes, por las que vendrán. Yo por ellas
madre y ellas por mí». Montero encabezaba la
representación de su partido con una pancarta en la que
podía leerse «Unidas, libres y feministas», coreando un
polémico lema «Sola, borracha, quiero llegar a casa».
Defendió la «alianza feminista», porque «España va a ser
un país mejor si es feminista».
Pero la gran doctrinaria del socialismo feminista sería
Carmen Calvo, vicepresidenta primera del Gobierno y
secretaria de Igualdad del PSOE, que el 6 de marzo dejó las
cosas muy claras en una entrevista concedida al órgano del
partido El Socialista. En ella no tuvo ningún empacho en
atribuir al PSOE logros feministas compartidos por la
inmensa mayoría de la sociedad: «El socialismo del siglo XXI
desemboca en el feminismo». «¡Qué haría el socialismo si
no se hiciera cargo de esa causa… su propia evolución
natural le lleva ahí!». «Hemos sido referente en la ley de
matrimonios de personas del mismo sexo, en leyes de
Igualdad que han salido del PSOE, en los gobiernos
paritarios y más que paritarios… En esto España ha sido
cabeza, vanguardia, y lo vamos a seguir siendo porque hay
una connivencia y una alianza muy fructífera [pues] el
movimiento feminista sabe desde hace muchos años que es
al Partido Socialista al que tiene que presionar
políticamente [para] conseguir logros». «Esos vasos
comunicantes han dado resultados espectaculares».
«Somos el ejemplo en el que se miran otros países [algo
que] vivimos y nos trasladan cada vez que salimos fuera».
«Grandes conquistas del movimiento feminista…
fundamentalmente, la lucha por la integridad de nuestros
cuerpos [y] pelear contra la violencia que nos asesina».
«Poder interrumpir el embarazo según la ley, para decidir
sobre nuestra maternidad». «La anticoncepción, que nos
ayudó mucho a tener libertad sexual».
También presume de la gran aportación del feminismo
socialista a la lucha contra la pobreza. «Al feminismo que
hacemos desde el PSOE le sigue doliendo mucho la
pobreza… se llega [a él] de una manera casi natural y, por
eso, hemos hecho una gran aportación las feministas del
PSOE a la estructura ideológica del partido para este
siglo», que se traduce en «esta revolución cotidiana,
imparable, transformadora, democrática y pacífica que es
el feminismo. España no ha llegado tarde», sino que «está
desde el principio».
En cuanto al hecho de que cada 8 de marzo crezca el
número de las jóvenes que participan en las movilizaciones
y que estas se involucren cada vez más en todo tipo de
manifestaciones, dice que es «grandísima y magnífica
noticia», pues «no hace más de diez años estaban al
margen e incluso pensaban que el feminismo era algo
anticuado, superado, de sus abuelas y madres» (desde ese
punto de vista, la del 8-M, aunque reunió a decenas de
miles de personas, estuvo muy lejos del récord de 2919).104
104 El diario El País cifró en 230.000 el número de asistentes a la
manifestación feminista del 8 de marzo de 2019 en Madrid. En Barcelona
fueron 170.000. Hay que añadir los participantes en las demás ciudades
españolas. A juicio del periódico la fuerza de la movilización parece no tener
equivalencia en ninguna otra parte del mundo, lo que convierte a España en
avanzadilla de la visibilización de la lucha feminista (El País, 9 de marzo de
2019).

La visión de la vicepresidenta del Gobierno, que no tiene


empacho en abrazarse con la ultraizquierda comunista y
totalitaria, no es propia de quien era la número dos del
Gobierno de España: «La derecha y la ultraderecha quieren
un orden absolutamente vetusto, jerárquico, que no
reconoce en realidad derechos ni hay nada en este
momento que transforme más una sociedad que la
participación y el empoderamiento de las mujeres, por eso
somos su objetivo, porque no hay nada en este momento
que transforme más una sociedad que el modelo de familia,
cambiamos los modelos de relación, de consumo, de
comportamiento… lo cambiamos casi todo. Así que la
ultraderecha, que por su propia naturaleza es retrógrada,
nos tiene como objetivo de su deseo macabro». Pero por
eso también —añadió— «nosotras les contestamos» de
manera «muy directa políticamente hablando. Ellos son
negacionistas del clima y de la violencia de género, pero las
asesinadas están ahí y es muy difícil negar nada».
En el curso de la entrevista Carmen Calvo destacó la
enorme importancia que para el feminismo suponía la
manifestación del próximo 8 de marzo. Preguntada por qué
le diría a quien no hubiera decidido aún acudir a una de las
manifestaciones que iban a celebrarse en toda España
contestó: «Le diría que le va la vida (…), tienen que formar
parte de esto, que estamos en el siglo XXI y que por más
que se empeñen quienes se empeñan, y no tiene punto de
retorno, ni en España ni en el resto del mundo». Y remachó
el clavo: «Le va la vida como ciudadana de una
democracia», porque el feminismo «es un movimiento
suficientemente amplio, razonable, humanitario,
progresista y generoso» como para acoger «a cada mujer
que decida que además de su vida personal quiere tener
una lucha colectiva, y a lo mejor sin etiqueta de un
partido».
Al comienzo de la manifestación del 8-M, a la altura del
monumento a los Caídos por España sito en la Plaza de la
Lealtad, la secretaria de Igualdad del PSOE y número dos
del gobierno, que encabezaba la representación de su
partido, tras afirmar que «el feminismo es el punto de
sostenibilidad de la democracia en el siglo XXI», proclamó
que se trataba de una «revolución de las mujeres (…)
imparable, pacífica, absolutamente cargada de
justificación».105
105 En la cabecera socialista, junto a Carmen Calvo, se encontraban Begoña
Gómez, esposa del presidente del Gobierno, la ministra de Exteriores, Arancha
González, el de Interior, Fernando Grande-Marlaska, la de Educación, Isabel
Celáa, la de Asuntos Económicos, Nadia Calviño y la de Política Territorial,
Carolina Darias. También acudió la portavoz del PSOE, Adriana Lastra. A todas
ellas, y también al ministro del Interior, que conocía perfectamente el riesgo
que corrían, se les repartieron guantes de látex morados, «que después de un
rato se retiraron» (El Español, 8 de marzo de 2020). Sin duda, por vergüenza.

Durante dos años, Carmen Calvo e Irene Montero han


luchado a brazo partido para demostrar quién es feminista
de verdad. En ese pugilato, Montero llevaba las de ganar,
pues a diferencia de la vicepresidenta primera, que tenía
abiertos numerosos frentes para desarrollar los mandatos
de Sánchez, la secretaria general de Podemos, pareja de
Pablo Iglesias, con quien ha tenido tres hijos, hacía uso del
poderoso instrumento del feminismo más descarnado que
le proporcionaba el Ministerio de Igualdad. En vano
intentaba pelear su rival tratando de hacer naufragar sus
ocurrencias. Cuando la discrepancia alcanzaba un límite
extremo, Montero tenía un recurso infalible, al transmitir a
Pedro Sánchez, a través de Pablo Iglesias, que la coalición
estaba en peligro si fracasaban sus propuestas. El ejemplo
más relevante es la aprobación por el Consejo de Ministros
del anteproyecto de la ley sobre la transexualidad que ha
salido adelante y constituye el triunfo de la ideología de
género, al considerar que no se nace varón o mujer, sino
que el sexo es una decisión personal donde prima la
voluntad de querer ser sobre el capricho engañoso de la
naturaleza. No se nace hombre o mujer. Se es lo que cada
cual quiera ser. Otra victoria de Montero fue la aceptación
por el gobierno del que llaman «lenguaje inclusivo», uno de
los instrumentos más eficaces para destrozar la lengua
española. Después de que en el Parlamento los que ocupan
la tribuna de oradores hacen malabares para sujetarse a la
dictadura del lenguaje feminista, lo cierto es que el
contagio se ha extendido y ha conseguido añadir al «todos
y todas», el «todes» o al «niños y niñas» el «niñes», para
identificar a quienes no se sienten ni hombre ni mujer. En
la Administración se llega al extremo de que cuando se
pregunta sobre el sexo de la persona que se relaciona con
ella o con sociedades públicas, figuran tres casillas:
«hombre», «mujer» o «no lo sabe».
En la crisis de gobierno de julio de 2021, mientras la
salida de Calvo ha dejado huérfano al feminismo socialista,
puede que su contrincante haya perdido el poder que se
derivaba de su estrecha relación con Pablo Iglesias, que ya
no está en la primera línea de la política. Las ministras de
Podemos ya no tienen compañeros de partido en el Consejo
de Ministros. La consecuencia de la salida de Iglesias es
que las ministras rivalizan a la hora de demostrar que su
objetivo es el asalto al poder político o empoderamiento de
las mujeres con propuestas demostrativas de su
estulticia.106 No obstante, en el bando feminista de Unidas
Podemos se ha producido una grieta que no se sabe si es
ideológica o simplemente es una lucha por el poder. Lo
cierto es que la vicepresidenta segunda del Gobierno y
ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, parece estar dispuesta a
presentar en las próximas elecciones generales una opción
política con un planteamiento más moderado y transversal
que, en el fondo, quizás esconda una iniciativa personalista
provocada por el constante incienso que recibe de los
medios de comunicación «progresistas», tal vez alimentado
desde Moncloa, pues la división de Unidas Podemos aleja el
peligro de que el PSOE pierda el liderazgo de la izquierda.
Ahora bien, esta intención de Moncloa de dar palmitas a
Yolanda Díaz, que fractura el bloque creado por Iglesias,
puede tener un efecto bumerán.
106 Ione Belarra, elegida secretaria general de Unidas Podemos en junio de
2021 en sustitución de Pablo Iglesias, al ser nombrada ministra de Asuntos
Sociales, en una de sus primeras declaraciones afirmó que las mujeres de
Podemos no podían vestir «primorosamente». Ferviente comunista, aprueba sin
reserva al régimen totalitario y liberticida de Cuba, paraíso de la igualdad en la
miseria, tiene en su punto de mira la enseñanza religiosa y, a pesar de que
ideológicamente pertenece a una organización criminal con más de cien
millones de asesinados desde la implantación del marxismo-leninismo en 1917,
no ha dudado en dedicar el calificativo de organización criminal al Partido
Popular invocando una sentencia de la Audiencia Nacional que fue anulada por
el Tribunal Supremo. Otra de sus genialidades ha sido la propuesta de sustituir
la palabra «patria» por «matria». En estos momentos, Belarra compite con
Yolanda Díaz e Irene Montero a la hora de hacer propuestas disparatadas como
la creación de una sociedad pública de energía, como si eso fuera la varita
mágica que haría bajar el coste de la electricidad y conjurar el peligro derivado
del desabastecimiento del gas. Montero ha pedido que los fondos de ayuda de
la Unión Europea solo puedan llegar a aquellas empresas que hayan aceptado
la utilización del lenguaje inclusivo. Esto demuestra que para las feministas de
Sánchez lo verdaderamente importante es el empoderamiento de las mujeres.
Todo lo demás, como por ejemplo concentrar todos los esfuerzos en la
recuperación económica y la salida de la crisis, no les interesa.

Punto final. La Justicia se lava las manos (por ahora)

El 23 de junio de 2020 interpuse una denuncia ante la Sala


de lo Penal del Tribunal Supremo. Adjunté, fechado en
Pamplona el 21 de mayo anterior, un estudio sobre la
gestión del Gobierno de la Nación en el coronavirus Covid-
19 desde el momento en que se tuvo conocimiento en enero
de 2020 de la explosión de la epidemia en la ciudad china
de Wuhan hasta el 14 de marzo de 2020, fecha en que se
decretó el estado de alarma en todo el territorio español.
Invocaba en mi escrito el artículo 264 de la Ley de
Enjuiciamiento Criminal que establece que quien por
cualquier medio tuviere conocimiento de la perpetración de
algún delito «deberá denunciarlo al Ministerio Fiscal, al
Tribunal competente o al juez de instrucción o municipal, o
funcionario de policía, sin que se entienda obligado por
esto a probar los hechos denunciados ni a formalizar
querella».
Opté por denunciar ante el Tribunal Supremo porque al
frente de la Fiscalía, órgano jerarquizado, se encontraba
como fiscal general Dolores Delgado, que había sido titular
del Ministerio de Justicia en el primer gobierno de Pedro
Sánchez.107 Deseché asimismo la posibilidad de una
denuncia ante la policía, porque dependía directamente del
ministro de Interior, Grande-Marlaska, presuntamente
implicado en los hechos denunciados como delito.
107 Dolores Delgado, ministra de Justicia en el primer gobierno de Pedro
Sánchez, hasta el 13 de enero de 2020, fue nombrada por el ejecutivo sanchista
fiscal general del Estado el 20 de febrero de 2020. Estuvo en la cabecera de la
manifestación del 8 de marzo, saltando y coreando las consignas feministas
junto a la esposa del presidente y sus antiguos compañeros de gabinete.

Por otra parte, la Sala Segunda de lo Penal del Tribunal


Supremo es la competente para enjuiciar a los miembros
del gobierno, tal y como prescribe el artículo 102.1 de la
Constitución: «La responsabilidad criminal del presidente y
los demás miembros del gobierno será exigible, en su caso,
ante la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo». A tenor de
lo dispuesto en dicho artículo, la denuncia se dirigía contra
las siguientes personas:

1.º Don Pedro Sánchez Pérez-Castejón, presidente del


Gobierno.
2.º Doña Carmen Calvo Poyato, vicepresidenta primera
del Gobierno, ministra de la Presidencia, Relaciones con las
Cortes y Memoria Democrática, así como presidenta del
comité interministerial para luchar contra el coronavirus
creado por Real Decreto de 4 de febrero de 2020.
3.º Don Pablo Iglesias Turrión, vicepresidente del
Gobierno y ministro de Asuntos Sociales y de la Agenda
2030.
4.º Don Salvador Illa Roca, ministro de Sanidad.
5.º Don Fernando Grande-Marlaska Gómez, ministro del
Interior.
6.º Doña Irene Montero Gil, ministra de Igualdad.
7.º Don José Manuel Franco Pardo, delegado del
Gobierno en la Comunidad Autónoma de Madrid.
8.º Don Fernando Simón Soria, director del Centro de
Coordinación de Alarmas y Epidemias Sanitarias del
Ministerio de Sanidad (CCAES).

En el informe adjuntado a la denuncia especificaba la


conducta reprochada a cada una de las personas
denunciadas. Los señores Franco y Simón no son aforados,
pero cumplieron su función de acuerdo con las directrices
recibidas del gobierno y, en concreto, del ministro Grande-
Marlaska y del ministro Illa, respectivamente, por lo que
fueron autores o cooperadores del delito denunciado de
prevaricación administrativa.
Desde el punto de vista jurídico-penal, la prevaricación
aflora con claridad en las conductas denunciadas. Todos los
denunciados conocían el extraordinario riesgo que se
cernía sobre España y desoyeron las recomendaciones de
los organismos de salud internacionales (tanto de la ONU
como de la UE) que desde el 30 de enero de 2020 incluían
evitar las aglomeraciones. Tenían los instrumentos jurídicos
que les permitían y, aun obligaban, a tomar decisiones
preventivas, prohibiendo la celebración de eventos
multitudinarios. Y no lo hicieron por una finalidad espuria:
celebrar a toda costa las manifestaciones convocadas para
el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, especialmente
en Madrid, vital para el sector feminista del gobierno, en
cuyo seno los dos partidos coaligados rivalizaban para
lograr el liderazgo de la revolución de las mujeres en lucha
contra lo que denominan patriarcado masculino, que se
sustenta en el neocapitalismo liberal. De modo que, al no
adoptar a su debido tiempo las decisiones que hubieran
permitido evitar la explosión súbita del coronavirus en
España, incurrieron en uno o varios delitos de
prevaricación por omisión, a sabiendas de que no hacer
nada implicaba una decisión injusta y arbitraria,
generadora de un grave daño a la salud pública.
Otros delitos de homicidio por imprudencia o negligencia
no dolosa, dije en mi denuncia, ofrecían mayor dificultad
porque habría que probar una relación de causa efecto, no
de manera genérica sino en relación con cada caso
concreto, es decir, entre cada muerte producida y la
actuación culposa o dolosa del gobierno o la
Administración, identificando además sus responsables
directos. Concluía que era este un asunto objeto de gran
controversia en el ámbito jurídico sobre el que sin duda
tendrían que resolver las altas instancias judiciales.
Dentro de la jurisdicción contencioso-administrativa,
añadía, no sería descartable la exigencia de
responsabilidad patrimonial a la Administración con la
consiguiente reclamación indemnizatoria de daños y
perjuicios. La Ley Orgánica de los estados de alarma,
excepción y sitio de 1981 establece en su artículo 3.2, que
«quienes como consecuencia de la aplicación de los actos y
disposiciones adoptadas durante la vigencia de tales
estados sufran, de forma directa, o en su persona, derechos
o bienes, daños o perjuicios por actos que no les sean
imputables, tendrán derecho a ser indemnizados de
acuerdo con lo dispuesto en las leyes». Se objetará por la
Administración, sin duda, que en las leyes que regulan su
responsabilidad patrimonial se excluyen los supuestos «de
fuerza mayor».
Los letrados del Estado alegarán que esta circunstancia
concurre en el coronavirus y exime a la Administración de
cualquier responsabilidad. Ahora bien, el supuesto de
fuerza mayor exige que los sucesos no hubieran podido
preverse o que, previstos, fueran inevitables. Es un hecho
probado la concurrencia de ambos supuestos. Pudo
preverse y no se tomaron las medidas adecuadas a su
debido tiempo. Y al no tomarse tales medidas los hechos
previstos se convirtieron en inevitables. Una
responsabilidad que puede exigirse tanto por los familiares
de las víctimas como también por cuantos se han visto
obligados a cesar en su actividad (especialmente
autónomos y pequeñas y medianas empresas) quedando
abocados a la quiebra o al concurso de acreedores a causa
del frenazo en seco de la economía decretado por el
gobierno.108
108El 21 de junio de 2020, el diario El Mundo publicó una entrevista con
Jaime del Burgo Azpiroz, hijo del autor. Sus declaraciones generaron cierta
polémica, pero el tiempo y el Tribunal Constitucional en su sentencia del
pasado 14 de julio de 2021, sobre inconstitucionalidad de aspectos esenciales
del Real Decreto 463, 2020, de 14 de marzo han demostrado que no estaba
desacertado. Transcribo dos de sus respuestas:

«Primero la libertad. No acepto regímenes comunistas. No acepto la


privación de derechos fundamentales. ¿Que hay que proteger a las personas de
riesgo? ¡Quién podría dudarlo! Pero el resto con salud debería acudir a trabajar
porque si no, no habrá quien vaya al campo, ni materia prima, ni gente en las
fábricas, ni distribución. Millones de familias viven además gracias a la caja
diaria que generan sus negocios... No sobrevivirán porque la ayuda pública no
llega a los últimos perjudicados. Los políticos nos hacen pensar que el sistema
aguantará lo que le echen. No es así».
«No soy quién para valorar la eficacia de las normas de carácter sanitario
que ha dictado. Pero sí afirmo que un real decreto declarando el estado de
alarma no puede violar la Constitución y la propia ley orgánica. Me doctoré en
Derecho. A Sánchez le encanta gobernar por real decreto como si fuera un
césar. Pero la libre circulación por el territorio nacional es un derecho
fundamental reconocido en su artículo 19. No se puede ordenar el
confinamiento obligatorio de toda la población en su domicilio sin la previa
aprobación del Congreso. La Ley del estado de alarma faculta al gobierno para
limitar la circulación de personas en horas y lugares determinados. La
supresión universal del derecho a la libre circulación solo está prevista en el
estado de excepción y por supuesto en el de sitio. Me sorprende el silencio de
los juristas. ¿Va a cumplir el gobierno la obligación de indemnizar a quienes
como consecuencia de la aplicación de las disposiciones adoptadas sufran en su
persona, derechos o bienes, daños y perjuicios? Salud versus libertad. Este es
el debate. El personal sanitario, los ángeles de la humanidad, no se quedan en
casa. Lo mismo debería suceder con el resto de oficios. La economía es una
cadena que necesitamos engranada y rodando».
La sentencia del Tribunal Constitucional, que declara inconstitucionales los
artículos 7, 9, 10 y 11 del Real Decreto, confirma la plena vigencia del artículo
3.2 de la Ley Orgánica reguladora de los estados de alarma, de excepción y de
sitio. En el último párrafo de los fundamentos de derecho dice textualmente:
«Por último, al tratarse de medidas que los ciudadanos tenían el deber jurídico
de soportar, la inconstitucionalidad apreciada en esta sentencia no será por sí
misma título para fundar reclamaciones de responsabilidad patrimonial de las
administraciones públicas, sin perjuicio de lo dispuesto en el art. 3.2 de la Ley
Orgánica 4/1981, de 1 de junio, de los estados de alarma, excepción y sitio».
En las conclusiones del informe en que se fundamentaba
la denuncia se decía literalmente:
«En el gobierno todos lo sabían. La principal
responsabilidad política corresponde al presidente Pedro
Sánchez, que la comparte con la vicepresidenta primera
Carmen Calvo —que padeció en su propia carne la
capacidad destructiva del virus por haber mantenido contra
viento y marea la celebración de la manifestación feminista
a sabiendas del riesgo que corría—; con el vicepresidente
segundo Pablo Iglesias —que ante la baja forzosa de la
señora Calvo asumió de facto sus funciones y no dudó un
instante en alentar la participación en la manifestación—;
con el ministro de Sanidad Salvador Illa, que tenía la última
palabra en las materias sanitarias y conocía minuto a
minuto lo que estaba ocurriendo en el mundo y en España,
por lo que a la vista de los datos sobre la extensión de la
pandemia, con 17 muertos registrados entre el día 7 y el 8
por la mañana [eran muchos más, según su comparecencia
en el Congreso de los Diputados de 16 de marzo de 2020]
estaba obligado a aplicar las recomendaciones tantas veces
reiteradas por los organismos internacionales de evitar las
aglomeraciones y, por tanto, prohibir la realización de la
manifestación y de los eventos multitudinarios realizados el
fin de semana del 6 al 9 de marzo, con otra gravísima
responsabilidad añadida, cual es la de no haberse
movilizado en tiempo y forma para dotar al sistema
nacional de salud del material necesario para que el
personal sanitario no estuviera desnudo frente al virus por
carecer un par de semanas de batas impermeables,
mascarillas quirúrgicas, gafas y guantes de nitrilo; con el
ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, el juez
reconvertido en político al servicio del radicalismo
socialista cuyo propio servicio de Prevención de Riesgos
Laborales le había alertado de la necesidad de dotar a las
Fuerzas de Seguridad de mascarillas y guantes al menos en
las zonas fronterizas y aéreas y debió preparar a las
Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado con el material
necesario para hacer frente al coronavirus sin poner en
riesgo su integridad física; y con la ministra de Igualdad,
Irene Montero, que invirtió una ingente cantidad de dinero
en la propaganda institucional de la manifestación
feminista y arengó a las mujeres animándolas a concurrir a
la misma a sabiendas del riesgo que corrían». 109 Por último,
han de contemplarse las responsabilidades del delegado
del Gobierno en la Comunidad de Madrid, José Manuel
Franco. Él estaba obligado a firmar la resolución de
suspensión de la manifestación y de todos los eventos
multitudinarios en Madrid amparados por el derecho de
reunión y de manifestación, porque sabía que al no hacerlo
vulneraba las recomendaciones de los organismos
internacionales. Ahora bien, en este caso, la decisión de
permitir la manifestación no la tomó por sí y ante sí el
Delegado, sino que actuó siguiendo las directrices
emanadas de la Presidencia del Gobierno y de las
autoridades sanitarias, así como las órdenes del ministro
del Interior.110
109 Irene Montero intentó eludir su responsabilidad escudándose en las
autoridades sanitarias. El 26 de marzo de 2020 declaró en relación a la
manifestación del 8-M: «Nosotros hicimos en todo momento lo que dijeron los
expertos y la autoridad sanitaria. Insisto, hicimos todo lo que nos dijeron las
autoridades sanitarias y los expertos que estaban trabajando en el seguimiento
de los casos en España. No solamente no se suspendieron estas
manifestaciones, hubo centenares de eventos deportivos y culturales. El propio
ministro Illa dijo que los expertos estaban situando los contagios posiblemente
un poquito más atrás, en la última semana de febrero». La ministra, en público,
además de no decir la verdad respecto a la evolución de los contagios en la
última semana de febrero, repetía las consignas del gobierno, pero en privado
reconocía que la caída del número de manifestantes pues la manifestación,
aunque multitudinaria, no cubrió las expectativas de las convocantes, que
esperaban reunir un millón de personas, se había debido al coronavirus. Así lo
confesó el 9 de marzo a una periodista de ETB, la televisión vasca, sin saber
que las cámaras estaban abiertas y grabaron la conversación previa a la
entrevista. Después de reconocer que el coronavirus había provocado la
disminución de asistentes a la manifestación, añadió que «no lo voy a decir
pues porque no lo voy a decir». Montero refiere la situación de riesgo que
vivieron cuando no sabía que ya estaba contagiada, pero conocían la gravedad
de la situación igual que su compañero sentimental Pablo Iglesias. Esto es lo
que pensaba mientras repartía besos y sonrisas: «Es que esto es ya cierre del
Ministerio porque la gente todo el rato “un beso, ministra, ¿te puedo dar un
beso? Bueno, dicen que el Coronavirus, pero da igual... mua, mua”». Como
veremos más adelante, la Fiscalía del Tribunal Supremo llegó a considerar la
presencia en la manifestación de Carmen Calvo, la mujer del presidente
Sánchez, Irene Montero, Pablo Iglesias y Fernando Grande-Marlaska, como una
prueba de que resulta compatible y coherente el conocimiento del importante
incremento de fallecimientos y contagios en la Comunidad de Madrid, «que no
se comunicaron de forma oficial» (y así se reconoció por el Ministerio de
Sanidad en una nota de prensa de 26 de marzo de 2020), con el hecho —a
todas luces notorio— de que la mayoría de los querellados, si no todos,
acudieran personalmente a las manifestaciones del 8-M, algunos de ellos
incluso acompañados por sus familiares, incluidos hijos e hijas [el fiscal jefe del
Tribunal Supremo acepta el lenguaje inclusivo de su superior jerárquica, la
fiscal general del Estado], en algunos casos de cortísima edad. En definitiva, las
reglas de la experiencia y de la sana crítica invitan a pensar que solo quien
cree que no existe riesgo alguno para su integridad y la de los “suyos”, o bien
cree que se trata de un riesgo mínimo, o no se aventura a exponerse de aquel
modo en que consta que lo hicieron buena parte de los querellados».

Argumento que queda descalificado si se tiene en cuenta que sus defendidos


—pues ese fue el papel de la Fiscalía— habían previsto el riesgo acudiendo con
guantes y mascarillas, aunque solo los utilizaron a su llegada a la cabecera de
la manifestación, quitándoselos inmediatamente después, sin duda, por
vergüenza torera.

110La titular del Juzgado de Instrucción número 51 de Madrid, Carmen


Rodríguez-Medel, dictó el 24 de marzo de 2020 un auto acordando investigar al
delegado del Gobierno en Madrid, José Manuel Franco, por un supuesto delito
de prevaricación administrativa y lesiones por imprudencia profesional por
permitir el pasado 8 de marzo la marcha por el Día Internacional de la Mujer,
pese a las advertencias días antes del Centro Europeo para el Control y
Prevención de Enfermedades sobre el riesgo de contagio por coronavirus. El 12
de junio de 2020, la juez acordó el sobreseimiento provisional de la causa por
cuanto Franco «no tuvo un conocimiento cierto, objetivo y técnico del riesgo
que para la salud de las personas entrañaba la realización de manifestaciones y
concentraciones» entre el 5 y el 14 de marzo. Según el auto, Franco «no recibió
comunicación o instrucción sanitaria sobre este particular y tampoco la recabó
de oficio de ninguna autoridad competente en el ámbito sanitario». Y añade
que tampoco «ninguna persona física o jurídica, pública o privada, instó del
delegado del Gobierno en Madrid que prohibiera o restringiera de alguna
forma la celebración de concentraciones o manifestaciones por razón del Covid-
19». Volveremos sobre este sobreseimiento que, como veremos más adelante,
revela que la instrucción no fue precisamente exhaustiva y no tuvo en cuenta
elementos esenciales que conducen a la conclusión contraria. El delegado tenía
conocimiento exacto de la situación, como lo demuestra el hecho de haber
tomado la decisión de prohibir la celebración de un congreso de la Iglesia
evangélica previsto para finales de marzo. La Comunidad de Madrid le había
comunicado que, a la vista de la gravedad de la situación, en uso de sus
competencias, cerraba los colegios y las residencias de ancianos. En 2021, sin
que nadie se lo pidiera, permitió la presencia de 500 personas en la
manifestación feminista del 8 de marzo. Y sabía que la OMS había instado a
todos los estados a evitar las aglomeraciones. No es creíble que no hubiera
mantenido ningún contacto con el Ministerio de Sanidad. Es evidente que
desde que Sánchez visitó el CCAES y alentó a acudir a la manifestación, al
igual que la vicepresidenta del Gobierno y presidenta de la comisión
interministerial de lucha contra el Covid-19, así como de otros miembros del
gobierno como Pablo Iglesias e Irene Montero, se limitó a contar el número de
manifestantes.

Y merece capítulo aparte el director del Centro de


Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias
(CCAES), Fernando Simón, a quien no se le pueden exigir
responsabilidades políticas porque ostenta la condición de
funcionario, pero sí encajaría en diversos supuestos
tipificados en el Real Decreto 33/1986, de 10 de enero, por
el que se aprueba el Reglamento de Régimen Disciplinario
de los Funcionarios de la Administración del Estado. De la
lectura de los informes elaborados bajo su dirección
técnica se desprende la existencia de una flagrante
contradicción entre la cruda realidad de los datos que
manejaba y sus palabras en su diaria comparecencia ante
los medios de comunicación para informar a la ciudadanía
de la evolución de la pandemia y de las medidas adoptadas
para combatirla. Es también otro hecho probado que desde
el inicio mismo de la crisis sanitaria su función no fue la de
informar de forma absolutamente veraz e independiente
sobre la situación con arreglo a los datos obtenidos por el
CCAES, sino la de un portavoz político que sirve fielmente a
los intereses del gobierno, justificando todas sus
decisiones. La presentación que se hizo de su trayectoria
profesional calificándolo como el mayor experto de nuestro
país en materia epidemiológica proporcionó al ejecutivo un
escudo protector, al quedar avaladas sus políticas por el
grupo de expertos del Centro de Coordinación. Desde el
punto de vista jurídico-penal, la prevaricación aflora con
claridad en las conductas anteriormente descritas.
Si la Justicia no hubiera dado carpetazo a las querellas y
denuncias y se hubieran abierto al menos diligencias
preliminares en vez de inadmitirlas, con base en un informe
del fiscal jefe del Tribunal Supremo y sin conceder a los
interesados un trámite de audiencia para pronunciarse
sobre dicho informe, hubiera tenido que tener en cuenta el
informe de 20 de febrero de 2021 de las Universidades de
Zaragoza y Rovira i Virgili de Tarragona, al que ya hemos
hecho referencia, en el que se afirma con rotundidad que
de haberse tomado medidas de confinamiento una o dos
semanas antes no se hubiera producido el fallecimiento de
5.000 personas en el primer caso y de 23.000 en el
segundo. Un informe cuyas conclusiones admitió el propio
Fernando Simón el 22 de febrero de 2021.
Estas fueron las palabras finales de mi denuncia:
«Termino con la reproducción de las palabras del
presidente del Consejo de Ministros de Italia, Giuseppe
Conte, que demostró una extraordinaria honradez política
al decir el 9 de marzo de 2020: “Habría sido criminal
ocultar datos del virus o minimizarlo”. Eso fue,
precisamente, lo que ocurrió en España. Otra cosa es que
la propaganda gubernamental, sólidamente apoyada por
una poderosa flota mediática, ha conseguido convertir en
simples estadísticas la gran tragedia que representa la
muerte de más de treinta mil personas como mínimo por
causa de un coronavirus cuya dimensión entre nosotros
pudo haberse mitigado en gran medida. Fallecimientos
anónimos, pues en su inmensa mayoría no se conoce su
identidad, enterrados casi en la clandestinidad, y por
quienes ni siquiera se ha decretado luto oficial. Estoy muy
de acuerdo en que, al responsable máximo, Pedro Sánchez,
no le absolverá la historia. Pero los españoles no podemos
esperar a que se produzca su veredicto. Resulta
imprescindible impulsar la acción de la Justicia, ya que de
diluir las responsabilidades políticas ya se ocuparán los
socios de un gobierno integrado por socialistas radicales,
comunistas bolivarianos e independentistas de todos los
colores, que han visto en el coronavirus y el
derrumbamiento económico producido una oportunidad
para tratar de acabar con la democracia en España».
El Auto de la Sala de lo Penal de 18 de diciembre de
2021, bajo la presidencia del magistrado Manuel Marchena
Gómez, que además fue el ponente, acordó la inadmisión de
las querellas formuladas «por no estar debidamente
justificada la comisión de los hechos punibles atribuidos a
los querellados con fuero procesal en esta Sala».
Por supuesto, quede claro mi acatamiento a la resolución
del Tribunal Supremo. Sin embargo, debo decir que la
inadmisión no supone el sobreseimiento de la causa,
porque el Tribunal no permitió que las querellas y las
denuncias pasaran de la puerta del Supremo. Por otra
parte, acordó la deducción de testimonio de las denuncias y
querellas entabladas «con el fin de que sean remitidas al
Juzgado Decano de los Juzgados de Madrid para que,
conforme a lo que se acuerda y razona en la presente
resolución, se incoen las causas penales que correspondan,
o se acumulen aquellas a las que ya estén siendo o hayan
sido objeto de tramitación». Eso significa que el asunto no
está cerrado, pues si se llega a juzgar la actuación del
delegado del Gobierno en Madrid, Franco, y del director
del CCAES, Fernando Simón, y aparecieran indicios de
criminalidad en miembros del gobierno, el caso volvería al
Tribunal Supremo. En lo que a mí se refiere, debo decir que
he intentado encontrar en el auto alguna referencia a los
hechos recogidos en mi denuncia, que fue resuelta en un
totum revolutum junto a otras denuncias que planteaban
otros presuntos hechos delictivos producidos después de la
declaración del estado de alarma. No hay ningún
argumento que desmienta que el gobierno conoció desde
enero de 2020 la gravedad del Covid-19 y a pesar de ello no
adoptó medida alguna hasta después de la celebración de
la manifestación feminista del 8 de marzo, provocando por
esta causa un incremento masivo del número de fallecidos
por haber sido contagiados en aquel maldito fin de semana.
En el reciente Congreso del PSOE de la Comunidad de
Madrid, celebrado el 19 de noviembre de 2021, el
presidente Sánchez ha presumido de la labor realizada por
su gobierno para hacer frente a la pandemia y ha vuelto a
decir que no sabíamos nada, era una enfermedad nueva y
no había un manual de instrucciones sobre lo que había
que hacer. No es de extrañar que, en mi caso, David no
pudiera con Goliat.
Lástima no haber conocido antes las impactantes
declaraciones de Yolanda Díaz, actual vicepresidenta
segunda del Gobierno y ministra de Trabajo desde 2019,
que en una entrevista concedida el 2 de diciembre a Radio
Cable manifestó que el 15 de febrero del año pasado
convocó a su equipo del Ministerio de Trabajo para pensar
medidas frente al coronavirus, dado que ya se veía que la
pandemia «azotaba fuertemente a Italia» y que podía pasar
también en España. Además, ha apuntado que a principios
de marzo de aquel año ya tenían preparados posibles
medidas de protección social, como es el caso del
mecanismo de los ERTE. La vicepresidenta añadió que el 4
de marzo su ministerio presentó una guía de prevención
ante el covid-19 que en aquella época generó una «enorme
polémica» en el gobierno y algunos la tildaron de
«alarmista». En suma, que Pedro Sánchez y otros miembros
de su gabinete mintieron al afirmar que no tuvieron
conocimiento del Covid 19 hasta después de celebrada la
manifestación feminista del 8 de marzo. Dudo —y ojalá me
equivoque, pero así están las cosas en el momento de
escribir estas líneas— que la Fiscalía impulse una nueva
investigación a raíz de la sorpresiva y sorprendente prueba
de cargo de la vicepresidenta comunista Yolanda Díaz
contra el presidente Sánchez, y que algún tribunal abra, al
menos, diligencias de investigación. De lo que sí estoy
seguro es de que el Congreso no depurará
responsabilidades políticas.
10. ¿JAQUE MATE A LA
CONSTITUCIÓN?

Nuestro manual de resistencia

Quien haya tenido la paciencia de llegar hasta aquí habrá


sacado quizás dos conclusiones. Pedro Sánchez no es el
líder de un nuevo PSOE, sino que ha bebido en las fuentes
del antiguo socialismo. Para mantenerse en el poder
Sánchez tiene como socios a comunistas declarados como
Podemos y el PC, con quienes comparte el Gobierno de la
Nación, a Esquerra Republicana que, por encima de todo,
además de izquierda radical, es una formación separatista
e incluso ha dado carácter de socio preferente a los
proetarras de Bildu, provocando el recelo de los burgueses
del PNV, cuyo maridaje con el socialismo es puramente
interesado, al ser el medio de obtener ventajas económicas
y seguir avanzando hacia el final último del nacionalismo. Y,
en segundo lugar, que Sánchez puede convivir con todos
los grupos revolucionarios que le apoyan porque para él la
libertad no está en el primer lugar de su pensamiento
político. Incluso pacta con liberticidas que han justificado y
aún justifican la lucha armada y rinden homenaje a quienes
consideraron que tenían licencia para matar e imponer a
sangre y fuego su concepción política. Se diría que Sánchez
podría padecer el «síndrome de Estocolmo», pues no se
sabe a ciencia cierta si ha aceptado el chantaje de sus
socios para acceder y conservar el poder o bien ha acabado
por asumir sus planteamientos ideológicos, algo no
demasiado difícil si volvía a beber en las fuentes originarias
del PSOE y en especial en su «Programa máximo»
aprobado en el primer Congreso celebrado en Barcelona
los días 23 a 25 de agosto de 1888, reproducido en todos
los congresos del partido incluidos los primeros de Felipe
González, o en la propuesta de una Federación de
Repúblicas de las nacionalidades que integran el Estado
español, previo reconocimiento del derecho a la
autodeterminación, de acuerdo con la resolución aprobada
en Suresnes en 1974.
Hasta no hace mucho el representante máximo del
comunismo bolivariano le quitaba el sueño. Ahora Sánchez
debe doblegarse a su formación política si quiere
mantenerse en La Moncloa. El mismo que le quitaba el
sueño consiguió que todos los movimientos más extremos
de la izquierda, fueran o no separatistas, le invistieran
presidente. Casi todos ellos tenían una larga historia, en la
que destacaba su participación en el Frente Popular, que se
hizo con el poder mediante un pucherazo electoral en
febrero de 1936.
Todo esto significa que Sánchez desde el 2 de junio de
2018 no rechaza entrar en un proceso constituyente, si es
sincero cuando habla de la «nueva sociedad» y demoniza el
capitalismo; o cuando habla de convertir a España en un
Estado federal, reconociendo a Cataluña, País Vasco y a
Galicia como naciones, y tal vez el derecho a decidir; o
cuando no duda en implantar un modelo educativo
impositivo y adoctrinador de los dogmas oficiales
(feminismo radical, eliminación progresiva de la enseñanza
concertada, supresión de los «privilegios» de la Iglesia
católica, manipulación de la historia eliminando aquellos
momentos estelares en los que se forjó la identidad
española).
Lo cierto es que Sánchez ha resucitado de facto un nuevo
Frente Popular para cerrar el acceso al poder a cualquier
alternativa que no sea social-comunista. Ha impuesto,
dándole el rango de verdad revelada, la versión dogmática
de la Guerra Civil de 1936, elevando a los altares del
sufrimiento por la patria a socialistas, comunistas,
anarquistas, separatistas, a los que tiene por demócratas
hasta el tuétano, razón por la que padecieron persecución y
muerte a manos de los fascistas que todavía perduran y son
un peligro para la convivencia. Al mismo tiempo, pretende
enterrar cualquier referencia a los crímenes infames
cometidos por las milicias del Frente Popular,
mayoritariamente del PSOE, en los territorios controlados
por el gobierno republicano. Y trata de impedir, entre otras
cosas, que las nuevas generaciones, y aun las actuales,
conozcan que en 1934 el PSOE se sublevó contra el
legítimo gobierno de la República para implantar la
dictadura del proletariado, tras declarar como enemigos a
exterminar a la Iglesia católica, el ejército y la burguesía
capitalista.
Hay muchas más cosas. El primer año de la pandemia ha
permitido a Sánchez ejercer un poder absoluto para dar
pasos de gigante en la transformación de la sociedad
mediante decretos-leyes que eludían el debate
parlamentario, o simples reales decretos que tan solo eran
tratados en el seno del gobierno de coalición. Sánchez da la
impresión de que ha interiorizado la idea de que solo él es
capaz de llevar al pueblo a la tierra prometida de la idílica
sociedad soñada por Marx. Se ha comportado como un
verdadero autócrata.
Con un uso torticero de la lucha contra la pandemia del
Covid 19 logró evitar la acción legislativa y de control del
Parlamento, algo absolutamente contrario a la Constitución
según ha declarado el Tribunal Constitucional. El hecho de
que el supremo intérprete de la Carta Magna haya
tumbado los dos reales decretos de declaración del estado
de alarma, por flagrante violación del texto constitucional,
le ha dejado impasible. En un país auténticamente
democrático, un gobernante autor de semejante desafuero
habría dimitido de inmediato.
Otra de sus obsesiones, congruente con su presunta
ideología marxista, es el enaltecimiento hasta el extremo de
«lo público». Solo cuando estábamos con el agua al cuello
tras el estallido de la pandemia el Ministerio de Sanidad
pidió la colaboración del sector sanitario privado. No solo
no ha salido de la boca de Sánchez una sola palabra de
reconocimiento, sino que el anteproyecto de Equidad,
Universalización y Cohesión declara la guerra a los
copagos sanitarios y pretende que la gestión directa y
pública «sea la norma preferente» en el SNS.
Está dispuesto a seguir pagando a parados —que, por
supuesto, deben ser atendidos— o a comprar el voto de los
jóvenes de dieciocho años con un regalo de una mochila
cultural de 400 euros por el mero hecho de llegar a dicha
edad, pero es renuente a la hora de destinar fondos
europeos para promover la iniciativa privada de la que
depende que el Estado tenga los recursos necesarios para
satisfacer el gasto público. Es lamentable que Sánchez no
quiera reconocer que su propio sueldo y los gastos de su
estancia en La Moncloa y en otros palacios reales del
patrimonio nacional de su uso y disfrute familiar salen de la
cadena de producción y comercialización privadas, es decir,
de emprendedores que pagan sus impuestos y arriesgan su
propio patrimonio y que, sin embargo, han visto impotentes
cómo el cierre por decisiones arbitrarias de su gobierno
arruinaba sus empresas. Pero todo eso no importa. Ya no
tenemos el recurso a la Fábrica de Moneda y Timbre, pero
tenemos otro remedio mágico de financiación: el
crecimiento incesante de la deuda pública. En 2017 la
deuda pública española representaba el 98,6 por ciento del
PIB. En 2021 la deuda pública, que es una carga que recae
sobre todos los españoles, asciende al 122,8 por ciento del
PIB, una cifra faraónica que lastra la recuperación de la
economía. A los socios de Sánchez no se les ocurre cosa
mejor que exigir la derogación de la reforma constitucional
del artículo 135 de la Constitución, impulsada por
Rodríguez Zapatero por imperativo europeo, que establece
que «todas las Administraciones Públicas adecuarán sus
actuaciones al principio de estabilidad presupuestaria» y
que la responsabilidad del cumplimiento de dicho principio
se haga recaer sobre «los ricos» y, en último término, no
pagar la deuda.
El manubrio para contratar trabajadores para el sector
público funciona y de esa forma se maquillan las cifras de
desempleo cada vez más preocupantes. Cerca de 300.000
puestos de trabajo se han creado en el sector público. Bien
es cierto que las comunidades autónomas son responsables
de una buena parte de ese crecimiento. Pero el gobierno
tiene herramientas para controlar su actividad. Mientras
esto ocurre, el despilfarro de los poderes públicos en sus
obsesiones identitarias (lengua, educación y cultura propia)
alcanza cifras que podrían ser perfectamente prescindibles.
Las exigencias del gobierno de coalición han obligado a
multiplicar el número de ministerios, que tienen nombres
que dificultan su identificación y que suponen nuevas
cargas presupuestarias para satisfacer toda la parafernalia
ministerial, con la multiplicación del número de asesores y
poder justificar la existencia del departamento que se
manifiesta muchas veces en «ideicas» con las que el titular
o la titular del ministerio trata de encontrar notoriedad.
Todo ello genera un gran incremento de los gastos. Y sobre
todo una gran incertidumbre. La conflictividad social
previsiblemente se incrementará después de las fiestas
navideñas.
La alianza de gobierno contra natura, donde predomina
la animadversión al sector privado —en todos los ámbitos—
es uno de los grandes obstáculos para la recuperación y
desarrollo de la maltrecha economía asfixiada por la
pandemia. Una de las prioridades del adecuado uso de los
fondos europeos es establecer un programa de ayudas a las
empresas privadas, cuyo fortalecimiento es imprescindible
para el sostenimiento y mejora del Estado del bienestar.
Incrementar el déficit público mediante un endeudamiento
descontrolado supone minar aún más nuestras
posibilidades. Convertir en subsidiados a los jóvenes,
haciéndoles creer que el ingreso mínimo vital o la mochila
cultural de 400 euros a los dieciocho años son como un
maná que cae del cielo, es cerrar la posibilidad de una vida
mejor a toda una generación donde muchos caen en el
conformismo, la apatía y la indolencia, y rechazan
cualquier esfuerzo. Por fortuna, son muchos los jóvenes que
tienen espíritu emprendedor, que no se conforman con que
les financien los botellones de fin de semana, sino que
desean poder formarse cada vez mejor para incorporarse a
la revolución tecnológica y poder contribuir, sin demagogia,
al cuidado y protección del planeta Tierra.
Es posible que la Iglesia fuera «el opio del pueblo», como
pretendía Marx, y mereciera ser exterminada como
pensaban Largo Caballero, Prieto y Carrillo, pero lo cierto
es que su red asistencial generosa, alejada de cualquier
gesto propagandístico, y fuertemente social es hoy
fundamental para que miles de personas encuentren lo más
básico para sobrevivir. Estudios solventes demuestran que
la Iglesia le ahorra al Estado español, cada año, ocho mil
millones de euros, el 1 por ciento del PIB. Esa ingente
cantidad la dedica la Iglesia al sostenimiento de comedores
sociales, orfanatos, asilos, albergues de transeúntes para
las personas sin hogar o centros de recuperación para
enfermos de sida. Hay que añadir las labores de
reinserción realizadas en los centros para mujeres que
abandonan la prostitución, luchan por superar su adicción
a las drogas o son expresidiarios. El 70 por ciento del
presupuesto de Cáritas se debe a fondos privados. No se
incluye en estas cifras las ingentes cantidades que la
Iglesia invierte en educación, con 5.141 centros educativos,
desde guarderías hasta colegios y universidades. Sin
embargo, para Sánchez la realidad que no controla o donde
no puede sacarse la foto de propaganda no existe.
Otra de las obsesiones de su enfermizo feminismo es su
empeño en imponer en el sistema educativo, no la igualdad
de género, sino la ideología de género. Y rivalizan entre
ellas sobre quien es capaz de inventar nuevos vocablos
definitorios de su concepción ideológica que ponen los
pelos de punta a los académicos de la Real Academia de la
Lengua por su capacidad destructiva del idioma común de
españoles e hispanoamericanos. Por supuesto, pasan por
alto que la Constitución y las Declaraciones Internacionales
de Derechos Humanos consideran como derecho
fundamental la potestad que asiste a los padres para que
sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de
acuerdo con sus propias convicciones.
Sánchez tiene en el gabinete a ministras de Podemos que
no dudan en alentar la rebelión contra su propio gobierno
apoyando el secesionismo y atacando los fundamentos de la
Constitución de 1978. Que Podemos se permita discrepar
de proyectos impulsados por el propio Consejo de Ministros
es algo inaudito.111 Menos mal que la Unión Europea no
comparte la aprobación de normas que pongan en riesgo la
recuperación económica y no sean congruentes con los
principios de libertad de empresa y libre mercado. España
depende ineludiblemente de los fondos europeos. Ahora
bien. Si nuestro gobierno actúa con escasa transparencia a
la hora de decidir el destino de tales fondos, ¿existe plena
transparencia en las instituciones europeas?
111 Se da la circunstancia de que esos sectores del ejecutivo no dan ejemplo
en su vida personal, a juzgar por su enriquecimiento patrimonial y sus elevadas
retribuciones, que contrastan con un currículo en el que no destaca
precisamente ni la formación ni la experiencia profesional.

En las actuales circunstancias el poder político no puede


estar en manos de aficionados demagogos, sino que ha de
ejercerse por personas bien formadas y capacitadas para
que los servicios públicos no sean una carga pesada, sino
un elemento esencial del progreso social, pero al mismo
tiempo que tengan un respeto reverencial por la libertad.
Necesitamos revisar de arriba abajo nuestras
administraciones públicas para evitar gastos superfluos,
servir a los ciudadanos con prontitud y eficacia, y eliminar
las bolsas de parásitos que abusan de funcionarios
cumplidores sobre los que recae el trabajo que requiere el
servicio al interés general.
Sánchez ha permitido que se transmita la idea de que el
poder es él, habida cuenta de que gobierna su partido con
mano férrea, dirige la acción del gobierno y controla el
Parlamento por su mayoría parlamentaria. Sin embargo,
vuelvo a repetir, la realidad es que solo gobierna por la
alianza con quienes se la proporcionan porque piensan que,
con tal de conservar el poder, Sánchez estará dispuesto a
avanzar en la revolución política y social que defienden sus
socios parlamentarios. La negociación de los presupuestos,
por ejemplo, con discrepancias que se manifiestan en
chantajes en el seno de su propio gobierno además de las
humillantes concesiones a sus demás socios, son prueba de
su debilidad. Los sedicentes demócratas de toda la vida,
conscientes de su poder sobre él, seguramente le susurran
cuando entra con andares majestuosos en el Consejo de
Ministros: «Recuerda que eres un hombre». Pues en
cualquier momento pueden dejarlo caer.
Pero, aunque tenga todos estos flancos débiles, consigue
aparecer ante los electores del antiguo PSOE y de sectores
de centro-izquierda como un nuevo Bismarck, el canciller
de hierro que gobernó el Imperio alemán a finales del siglo
XIX. Es cierto que ha tenido osadías provocadoras que sus
socios no reprochan. Por ejemplo, contra viento y marea
mantiene al frente del Centro de Investigaciones
Sociológicas a uno de sus colaboradores más estrechos,
como José Félix Tezanos, algo que solo puede calificarse
como abuso de poder al utilizar para su propio beneficio
personal una institución que debe ser absolutamente
neutra e inmune a cualquier manipulación o «cocinado» de
encuestas electorales. También el núcleo de la lealtad, el
reducido grupo de personas que se dejó la piel para que
consiguiera recuperar la secretaría general del partido, ha
sido debidamente compensado. Sin embargo, su líder
carismático ha demostrado tener una personalidad carente
de sentimientos por la forma en que destituyó en el verano
de 2021, sin dar ninguna explicación, a quienes habían sido
sus más directos colaboradores, como la vicepresidenta
Calvo, el ministro José Luis Ábalos y el hasta entonces
todopoderoso Iván Redondo, director del Gabinete de la
Presidencia. Y tampoco ha dado ninguna explicación por el
cese fulminante de la ministra de Exteriores, Arancha
González Laya. También se necesita mucho valor y
desprecio a la ciudadanía para nombrar fiscal general del
Estado a una íntima colaboradora suya, exministra de
Justicia de su primer gabinete, Dolores Delgado.112
112 Es público y notorio que la fiscal general convive con el exjuez Baltasar
Garzón, que ejerce la abogacía. Se cuestiona la imparcialidad de la fiscal
general en asuntos penales en los que está involucrado su compañero
sentimental cuyo despacho, según se dice, va viento en popa.

Hay que reconocer que Sánchez es capaz de defender


con el mismo ardor una cosa y la contraria. Su historia está
llena de marchas y contramarchas. No pienso que sea un
gran mérito, sobre todo cuando se trata de compromisos
solemnemente asumidos ante el electorado e incumplidos
cuarenta y ocho horas después. La escena del abrazo de
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias tras suscribir el acuerdo de
coalición para gobernar pasará a la historia de la capacidad
de engaño de la llamada clase política, aunque sería injusto
medir a todos los políticos por el mismo rasero.
Sánchez presentó la moción de censura contra el
presidente Rajoy, según proclamó en la tribuna del
Congreso, para poner fin a la inestabilidad en que vivía
sumida España. Tres años después, la estabilidad pende de
un hilo, pues su gobierno está a merced de un montón de
partidos, con intereses en ocasiones contrapuestos, que no
cesan de chantajearle con la amenaza de que si no satisface
sus pretensiones podrían poner fin a la legislatura. Desde
el inicio de la democracia nunca ha habido un periodo
donde la inseguridad jurídica y la inestabilidad política
sean tan profundas.
En alguna ocasión ha dicho que se siente muy
preocupado por la necesidad de «extender» la libertad de
expresión. ¿Acaso piensa que puede hacerlo con quienes
defienden regímenes totalitarios que allí donde consiguen
imponerse la libertad desaparece? Es cierto que el Partido
Comunista contribuyó en la Transición a la conversión de
España en una democracia. Pero sus seguidores al día de
hoy reniegan de Santiago Carrillo. Y aquel hecho notable
por lo que significó de voluntad de concordia, ¿convierte al
comunismo en un sistema democrático y defensor de las
libertades? ¿Cómo puede pedir al PP que se aleje de Vox,
que hasta el momento no ha protagonizado ningún acto de
violencia constitucional, y tiene como socios a quienes no
solo la practicaron en 2018 sino que la aplican en cualquier
momento y ocasión? El último caso liberticida se ha
producido en Cataluña donde un niño de cinco años y sus
padres, que han cometido «el delito» de pedir a su colegio
el cumplimiento de la sentencia del Tribunal Supremo que
obliga a impartir un 25 por ciento de horas lectivas en el
castellano, lengua española oficial del Estado que todos los
españoles tienen el deber de conocer y el derecho a usar,
han sido objeto de atropellos y vejaciones por parte de los
rectores de la educación en Cataluña, cuya finalidad es
disuadir a quien pretenda ejercer sus derechos lingüísticos
que renuncie a ello si no quiere ser objeto de repudio por
quienes acusan de «xenófobos» contra Cataluña. El catalán
es objeto de total protección y no puede nadie invocar que
se trata de una lengua aplastada por la lengua del Estado
opresor. Lo que en Canet de Mar está en juego es la
libertad. Lo que está en juego es el derecho fundamental a
poder estudiar en una lengua vernácula como es el
castellano en todo el territorio de la nación española
además de lengua materna de buena parte de la
ciudadanía. El aprendizaje y dominio de una lengua no se
adquiere en la calle. Y el colmo de la desfachatez es invitar
a quien además del catalán exija recibir la educación en
castellano a que se vaya de Cataluña. Todo esto son
principios inherentes a un Estado social y democrático de
Derecho. La actual ministra de Justicia, Pilar Llop, ha dicho
que «la sociedad cambia, evoluciona. Por ejemplo, con la
violencia. Cada vez se sofistica más y somos más sensibles,
más intolerantes a ella. Ya no se condena solo una agresión
sexual o física, sino verbal o a través de redes». En el caso
de Canet de Mar tiene la ocasión de demostrarlo, pero no
con palabras sino con actuaciones que demuestren esa
intolerancia con la violencia, como por ejemplo impulsando
la actuación de la Fiscalía caiga quien caiga.
Sánchez teme el avance de los populismos reaccionarios
o fascistas. Pero no de los populismos «progresistas» que
constituyen el sustento de su gobierno. Podemos ya no le
quita el sueño, aunque tal vez sí porque su nueva lideresa
puede disputarle el primer puesto de la izquierda y más
después de haber salido emocionada tras recibir la
bendición papal. Pero los que también debieran hacerle
perder el sueño son los partidos independentistas, que
cuentan en total con 29 escaños y que fueron esenciales
para su acceso al poder, y acaban de darle un buen
revolcón el día de la Constitución.113 Tras denunciar que el
referéndum celebrado hace cuarenta y tres años estuvo
condicionado «por la transición impuesta por la estructura
fáctica heredada del franquismo, con la Monarquía
Borbónica al frente» [en la que destacó de forma especial
el PSOE] y de declarar que la Constitución está «agotada»
y «deslegitimada», así como de advertir que no consentirán
un «nuevo maquillaje, de apariencia abierta o progresista
pero sin tocar para nada los cimientos de esa
Constitución», proclaman:
113 Los firmantes de la Declaración del 6 de diciembre de 2021 fueron ERC
(13 escaños), BNG (1), Bildu (5), CUP (2) y Junts (8).
Esta Constitución se ha convertido en un instrumento para violentar
derechos democráticos básicos. En nombre de esa Constitución se impide
dar cauce al desarrollo de la voluntad democrática de nuestros pueblos y se
criminaliza y reprime cualquier ejercicio democrático que persiga tal
objetivo. Es decir se sitúa como impedimento estructural de un futuro en
democracia para nuestras naciones, siendo indispensable su reforma radical
tanto en modelo de Estado como en derechos sociales.
Seguiremos demandando y luchando por exigir al Estado un modelo que,
desde el reconocimiento de la plurinacionalidad del Estado y del derecho de
autodeterminación de los pueblos, permita a la ciudadanía de nuestros
respectivos pueblos decidir democráticamente su modelo político y relación
con el Estado. Somos naciones y queremos decidir democráticamente
nuestro futuro.

Llegados a este punto, bueno es recordar que la mayor


defensa del constitucionalismo está en la propia
Constitución. Su longevidad es un mérito. Quiere decir que
el país regido por ella es una democracia consolidada,
donde se respetan los derechos y libertades fundamentales,
se celebran elecciones periódicas por sufragio universal en
el marco de un Estado social y democrático de Derecho,
que establece el principio de la separación de poderes
(aunque en este punto nuestra calidad democrática en
ocasiones no responda a los pronunciamientos
constitucionales). No quiere eso decir que con el paso del
tiempo no pueda procederse a una actualización de ciertos
preceptos, sobre todo en el capítulo de derechos sociales o
en el de la organización del Estado.
Pero es la propia Constitución la que establece cómo hay
que proceder para su reforma. Precisamente, son los
cimientos constitucionales los que tienen un mayor grado
de protección de modo que solo cabe su reforma si así lo
aprueba el titular único de la soberanía nacional que es el
pueblo español.
Quien pretenda «tocar» tales cimientos tendrá que
demostrar que tiene el respaldo de una mayoría de dos
tercios en el Congreso y en el Senado y, en caso de que la
propuesta sea aprobada, deberán convocarse nuevas
elecciones y si las nuevas Cámaras ratifican la reforma, la
última palabra la tendrá el pueblo español mediante
referéndum.
Dicho lo anterior me referiré a uno de esos pilares que
está en el punto de mira de los populismos
antidemocráticos e independentistas.

La Corona en el punto de mira

Empezando por su presidente, todos los miembros del


gobierno prometieron por su conciencia y honor cumplir
fielmente las obligaciones de su cargo, con lealtad al rey y
hacer guardar la Constitución como norma fundamental del
Estado.
Pues bien, la Corona es constante blanco de los dardos
lanzados desde el sector ultraizquierdista del gobierno, y
han sido consentidos por Sánchez. Da la impresión, viendo
algunas de sus actuaciones y apariciones públicas, de que
al presidente le gusta comportarse como si fuera el jefe del
Estado. Cuando coinciden en actos oficiales o visitas a
lugares públicos, tiene una expresión de cierta
incomodidad por tener que situarse en segundo plano o no
saber dónde ha de hacerlo. Sin embargo, como ya hemos
visto, el propio Sánchez escribe en su Manual de
resistencia que mantiene con Felipe VI una relación que va
mucho más allá del respeto meramente protocolario, pues
desde el momento en que lo conoció se gestó entre ellos
una gran amistad. Eso es muy bueno para España. Por eso
se echa más en falta que cuando sus socios de Gobierno
alimentan la campaña contra la Corona y no se recatan en
proclamar su ideología republicana, desde La Moncloa se
guarde silencio.
Quizás hay quien añora que alguien, con peso suficiente
en el país, resucite aquel famoso artículo «Delenda est
Monarchia» (hay que destruir la Monarquía), del
renombrado filósofo y escritor José Ortega y Gasset, que
allanó el camino a la revolución casi incruenta114 que acabó
con el reinado de Alfonso XIII en 1931, olvidando que el
filósofo a los siete meses de proclamada la República se
lamentaría en otro memorable artículo «¡No es esto, no es
esto!», en el que se preguntaba por qué los gobernantes
republicanos «nos han hecho una vida agria y triste» y les
advertía de que «el Estado naciente vivirá en continuo
peligro y a merced de que cualquier banda de aventureros
lo amedrente e imponga su capricho».
114 Suele olvidarse que los republicanos intentaron derribar la Monarquía
mediante una insurrección militar. En el capítulo 4 nos referimos a la
sublevación en Jaca de los capitanes Fermín Galán y Ángel García Hernández.
En las refriegas con el ejército y la Guardia Civil murieron un general y varios
soldados, así como dos guardias civiles. Los dos capitanes fueron fusilados.
Según el bando de los sublevados: «Aquel que se oponga de palabra o por
escrito, que conspire o haga armas contra la República naciente será fusilado
sin formación de causa».

En 1931, el rey fue víctima del error de haber consentido


y refrendado la dictadura de Primo de Rivera, aunque el
dictador hubiera sido llevado en triunfo desde Barcelona a
Madrid para que pusiera fin a los grandes males que
afectaban a España, entre ellos el de una agitación social
incontrolable, tarea en la que colaboraría activamente el
dirigente socialista Largo Caballero, que más tarde sería
aclamado como el «Lenin español». Cuando Alfonso XIII
quiso regresar a la normalidad constitucional era
demasiado tarde.
Cualquier parecido con la Transición es pura
coincidencia. Desde su proclamación como rey el 22 de
noviembre de 1975, será el propio don Juan Carlos quien se
ponga al frente de aquella gran revolución incruenta que
fue el tránsito pacífico de la dictadura a la democracia, con
la diferencia respecto a 1931 de que nadie tuvo motivos
para, a los pocos meses de la entrada en vigor de la
Constitución de 1978, proclamar «¡No es esto, no es esto!».
Solo un grupúsculo de militares golpistas lo haría un aciago
23-F en que a punta de pistola secuestraron al Congreso y
al gobierno. El rey les hizo frente con inteligencia y valor e
impidió que España se apartara de la senda de la
democracia constitucional.
Todo lo anterior hay que tenerlo muy en cuenta, no para
pasar página sobre las informaciones que atribuyen a don
Juan Carlos graves irregularidades patrimoniales y fiscales,
que de ser ciertas mancharían una impagable hoja de
servicios a la democracia española. No es de extrañar que
una institución clave de nuestro ordenamiento
constitucional, llamada a garantizar la estabilidad
democrática y fortalecer la cohesión nacional, se encuentre
en horas bajas, aunque también es justo reconocer que
Felipe VI ha sabido disociar a la Casa Real de los
problemas de su padre, por lo que ha recuperado el cariño
y estima de la mayoría de los españoles.
Solo el rey es responsable de sus propios errores
personales, pero no lo es de las conductas de terceras
personas que, tal vez, abusaron de su cercanía y pudieron
violar los deberes éticos exigibles a quienes ocupan un
lugar en el orden sucesorio de la Corona. Sea cual sea el
veredicto de la Justicia, don Juan Carlos prestó grandes
servicios a España. Es el primer Borbón que se ganó la
Corona a pulso y posee plena legitimidad democrática por
haber sido el impulsor del proceso constitucional y haber
defendido la Constitución cuando estuvo gravemente
amenazada. Por todo ello, debe tener un lugar de honor en
la historia de España.
Suele decirse que hay que ser comprensivo con las
debilidades humanas de don Juan Carlos, al fin y al cabo así
son los Borbones.115 En España, a diferencia de otros
lugares, se ha entendido que la vida privada de los políticos
no tiene por qué afectar a su vida pública. Hay algo, sin
embargo, que quienes encarnan la Corona han de tener
siempre presente. Se puede pensar que es un anacronismo
en estos tiempos conferir, con carácter hereditario, la
Jefatura del Estado y la máxima representación de la
nación a una dinastía por más que hunda sus raíces en
nuestra historia. Y sin duda lo es. Pero en nuestro caso,
solo se justifica si la Corona ejerce eficaz y ejemplarmente
su elevada función. Así lo han entendido los países
democráticos que como el nuestro mantienen la institución
monárquica y que figuran entre los más avanzados del
mundo.116
115 Hubo Borbones que llevaron una vida ejemplar, como es el caso de los
pertenecientes a la dinastía carlista, que surgió en 1833 a la muerte de
Fernando VII, siendo su primer monarca Carlos María Isidro de Borbón,
hermano del rey difunto.

116 En Europa, el Reino Unido, Suecia, Noruega, Dinamarca, Holanda,


Bélgica, Luxemburgo y España son democracias plenas con monarquías
parlamentarias. Fuera de Europa son monarquías parlamentarias
democráticas, entre otras, Japón, Canadá, Nueva Zelanda y Australia. Las
monarquías en países musulmanes distan mucho de ser democráticas, pero
contribuyen a garantizar la estabilidad en una zona extraordinariamente
conflictiva por la irrupción del fundamentalismo islámico, aunque demuestran
escasísima solidaridad con quienes se ven obligados a emigrar creyendo que en
Europa encontrarán un mundo mejor, libres de la muerte violenta, de la
destrucción y de la miseria. El problema además es que los inmigrantes de
religión musulmana no se integran en la sociedad en la que viven. Peor aún,
quieren imponer sus propias creencias. Eso no quiere decir que no haya
musulmanes con un comportamiento cívico ejemplar. Pero el Corán está
cuajado de amenazas contra los infieles y establece la total sumisión de la
mujer al hombre, con graves restricciones de sus derechos y libertades. De eso
no hablan las feministas profesionales. Últimamente hay una tendencia a juzgar
por el mismo rasero a las religiones judía, islámica y católica. Esta última está
en la antítesis de las otras religiones, pues el Evangelio es la religión del amor
y del perdón, de la lucha contra la injusticia y la explotación de los más débiles.
Que en otras épocas los cristianos utilizaran la violencia para hacer frente a sus
enemigos, que trataban de sojuzgarlos, y para controlar a sus propios fieles, no
ha impedido que, gracias al ejemplo de otros muchos, el catolicismo haya
perdurado hasta nuestros días. La doctrina social de la Iglesia es todo un
programa avanzado y si se quiere revolucionario, que pone el listón muy alto
para alcanzar una sociedad más justa, más libre, más igual y más solidaria,
rechazando por igual el comunismo totalitario y el capitalismo explotador.

Es precisamente ese servicio permanente a la nación el


que exige a quienes en cada momento encarnen la
institución una dedicación y entrega total y absoluta. El
respeto que se merece el rey y los privilegios inherentes a
su cargo no se deben a él como persona, sino porque es la
encarnación viva de la nación. El rey es rey las veinticuatro
horas del día. No es un trabajo, es un servicio permanente
de entrega a España y los españoles. Tiene derecho a
disfrutar de momentos de ocio y de descanso, pero la
Corona no es una función sujeta a horario, como si se
tratara de un alto cargo de la Administración. Sin duda esto
constituye una servidumbre y una limitación de su libertad
personal, pero quienes no estén dispuestos a soportarlo
deben renunciar a sus privilegios para convertirse en
ciudadanos como los demás. Por eso, la ejemplaridad de su
conducta ha de ser requisito indispensable para mantener
su estatus. Ejemplaridad en su vida personal y familiar.
Hizo bien don Juan Carlos al prescindir de la corte que
en otros tiempos rodeaba al monarca y lo distanciaba del
pueblo. Pero no podíamos imaginar que el lugar de los
«grandes de España» estaba siendo ocupado por una corte
de poderosos personajes del mundo financiero y
empresarial. Es mucho más aconsejable que si el rey quiere
tomar el pulso al pueblo se relacione con el mundo
académico, cultural, científico o con personas de
reconocido prestigio nacional o internacional no
pertenecientes a ningún partido ni grupo de interés. Así lo
hace el rey Felipe VI. No pongo en cuestión, sino todo lo
contrario, que el rey utilice su excelente relación con
numerosos líderes mundiales para lograr todo aquello que
redunde en beneficio de la economía española, pero
siempre que cualquier actuación o gestión que realice en
tal sentido cuente con el refrendo del gobierno, pues ahí
reside la esencia de la Monarquía parlamentaria y en ella
se fundamenta la inviolabilidad e inmunidad que la
Constitución confiere a la persona del monarca. El rey tiene
derecho a administrar su patrimonio personal, con el
obligado asesoramiento de expertos independientes, pero
no debe ni puede hacer negocios por más que la
Constitución no lo prohíba expresamente. Creo que es
innecesario argumentar el porqué de esta aseveración. Por
eso, expertos en la administración de patrimonios, si el rey
los tuviese, debieran ocuparse de esa función.
La Constitución no otorga al rey ningún poder propio. En
las monarquías parlamentarias el rey reina, pero no
gobierna. Ahora bien, reinar es algo más que recibir
embajadores, promulgar las leyes, sancionar los decretos
del gobierno o presidir eventos culturales, deportivos u
otros actos que realzan los miembros de la Corona con su
presencia. Según proclama la Constitución, el rey es el
símbolo de la unidad y permanencia del Estado, arbitra y
modera el funcionamiento regular de las instituciones,
asume la más alta representación del Estado español en las
relaciones internacionales, especialmente con las naciones
de su comunidad histórica (Hispanoamérica), y ostenta el
mando supremo de las Fuerzas Armadas. Tiene derecho a
estar informado sobre los asuntos de Estado e, incluso,
posee la facultad de presidir los Consejos de Ministros,
cuando lo estime oportuno, si así lo requiere al presidente
del Gobierno.
Esta facultad arbitral o moderadora es de contenido
indeterminado, pero descansa en la auctoritas del rey que
la Constitución le reconoce en atención a su alta y
permanente función institucional. En situaciones de crisis
se acrecienta esa función. Felipe VI lo demostró el 3 de
octubre de 2017, en su alocución a la nación con motivo de
los sucesos sediciosos en Cataluña. Mas para que pueda
ejercerla con eficacia es preciso que el rey conserve todo
su prestigio y que intacto lo transmita a su heredera. Para
que sirva de ejemplo de cómo debe actuar para ganarse el
respeto y el afecto de la ciudadanía española.

Asalto al Poder Judicial

Aunque la reforma de los preceptos del Poder Judicial


pueda hacerse sin el rígido procedimiento establecido para
afectar a los cimientos de la Constitución (título preliminar,
capítulo segundo del título I, y título II), no hay duda de
que uno de los pilares del Estado de Derecho es la
existencia de un Poder Judicial independiente. Unos meses
antes de llegar a la secretaría general del PSOE Sánchez
dijo lo siguiente: «Algunas comodidades del bipartidismo
nos han hecho peores. Por ejemplo, yo no estoy de acuerdo
en que seamos los partidos políticos los que decidamos el
órgano de gobierno de los jueces, que eso pasa siempre. Yo
estoy dispuesto a renunciar a todas aquellas comodidades
que han hecho peor al PSOE».
En otra entrevista concedida en diciembre de 2014,
cuando ya había sido elegido, aseguró que estaba
«dispuesto a recortar el poder de decisión del PSOE en
todos esos órganos». «Estoy dispuesto a que el PSOE no
sea quien proponga a los miembros del Consejo General del
Poder Judicial, porque yo soy de los que cree que estas
comodidades del bipartidismo, a quien han hecho peor, ha
sido al Partido Socialista y, por tanto, creo que tiene que
ser una comisión de expertos quien filtre a aquellas
personas que se consideren capaces de gobernar a los
jueces. Quien se postule y que sean los expertos. Quien
decida que sean ellos y no los partidos políticos».
Los constituyentes fuimos muy idealistas y bastante
ingenuos. En aquel tiempo, nadie se hubiera atrevido a
decretar la muerte de Montesquieu. Por el contrario, había
un respeto reverencial al dogma de la división de poderes,
que Charles-Louis de Secondat, barón de Montesquieu,
había acuñado en su obra El espíritu de las Leyes,
publicada en 1748, y de la que extraigo estos expresivos
párrafos:
Cuando los poderes Legislativo y Ejecutivo se hallan reunidos en una misma
persona (...) entonces no hay libertad, porque es de temer que (...) hagan
leyes tiránicas para ejecutarlas del mismo modo. Así sucede también cuando
el Poder Judicial no está separado del Poder Legislativo y Ejecutivo. Estando
unido al primero, el imperio sobre la vida y la libertad de los ciudadanos
sería arbitrario, por ser uno mismo el juez y el legislador y, estando unido al
segundo, sería tiránico, por cuanto gozaría el juez de la fuerza misma que
un agresor. En un Estado en que un hombre solo o una corporación (...)
administrasen los tres poderes (...) todo se perdería enteramente.

Nuestra Constitución establece que la Justicia ha de


administrarse por jueces y magistrados «independientes,
inamovibles, responsables y sometidos únicamente al
imperio de la ley». Para garantizar su independencia, se
despojó al Poder Ejecutivo de cualquier intervención en la
Administración de la Justicia. Así se configuró, como
órgano de gobierno de los jueces, un Consejo General del
Poder Judicial de veinte miembros nombrados por el rey.
Doce de ellos serían designados entre jueces y magistrados
y los ocho restantes nombrados por las Cortes Generales
entre abogados y juristas, «todos ellos de reconocida
competencia y con más de quince años de ejercicio en su
profesión».
En los debates constitucionales, Gregorio Peces Barba, el
portavoz socialista, dejó bien sentado que el artículo 122 de
la Constitución garantizaba la elección directa por los
jueces y magistrados de los doce puestos a ellos reservados
en el Consejo. Y para reforzar aún más la independencia
del Poder Judicial, la Constitución estableció la prohibición
de que jueces y magistrados pudieran desempeñar otros
cargos públicos, ni pertenecer a partidos políticos o
sindicatos. No obstante, se les permitiría constituir
asociaciones para la defensa de sus intereses profesionales.
Esto último fue un craso error. La realidad ha demostrado
que las asociaciones, aunque en total no representan más
que a la mitad de la magistratura, se han polarizado y se
les cuelga una etiqueta política. La asociación Jueces para
la Democracia es de izquierdas y tiene vinculaciones sobre
todo con el PSOE. La actual ministra de Justicia Pilar Llop
pertenece a Jueces para la Democracia al igual que la
ministra de Defensa, Margarita Robles. De la asociación
Francisco de Vitoria se dice que es de carácter centrista.
Pero no se le puede vincular con ningún partido y su
principal objetivo es la defensa y promoción de los valores
y principios constitucionales. Y de la Asociación Profesional
de la Magistratura, claramente mayoritaria, se resalta que
es conservadora y afín al Partido Popular. Digo afín porque
sus miembros rechazan esa supuesta afinidad y son muy
celosos de su independencia e imparcialidad. De modo que
lo que haga un magistrado de Jueces para la Democracia,
en los asuntos donde puede haber un conflicto político, es
mucho más previsible que lo que haga un magistrado de
Francisco de Vitoria o de la Asociación Profesional de la
Magistratura.
Lo cierto es que las previsiones constitucionales saltaron
por los aires como consecuencia de una lamentable
perversión de la Constitución perpetrada en 1985 por
Felipe González y su ministro, Fernando Ledesma,117
promotores de una modificación de la Ley Orgánica del
Poder Judicial de 1980 que le permitió ejercer un control
casi absoluto del Consejo General del Poder Judicial al
quedar en manos del Congreso y el Senado el
nombramiento de todos sus miembros, eliminando la
elección directa por los jueces y magistrados de los doce
representantes que les corresponden de acuerdo con la
Constitución.
117 Fernando Ledesma pertenecía a la carrera fiscal y también hizo
oposiciones a magistrado de lo contencioso-administrativo. Después de ser
ministro de Justicia tuvo una carreara meteórica. Por elección del Congreso de
los Diputados a propuesta del PSOE fue nombrado vocal del Consejo General
del Poder Judicial. En 1986, fue promovido a la categoría de magistrado del
Tribunal Supremo. Fue presidente del Consejo de Estado de 1991 a 1996. Tras
su renuncia del Consejo de Estado, volvió al Tribunal Supremo asumiendo la
presidencia de la Sala Tercera. En 2009, regresó al Consejo de Estado, como
consejero permanente, presidente de la Sección Cuarta (que despacha las
consultas remitidas por Defensa, Industria y Energía, Turismo y Agenda
Digital). Perteneció a la asociación Jueces para la Democracia.

Recordemos que el Consejo está compuesto de veinte


miembros que nombra el rey. Cuatro a propuesta del
Congreso, seleccionados por los tres quintos de la cámara
entre juristas de reconocida competencia. Otros cuatro a
propuesta del Senado, seleccionados del mismo modo. Y
doce entre jueces y magistrados. El Consejo tiene una
extraordinaria importancia y en sus manos está garantizar
la independencia judicial, pues le corresponde el
nombramiento del presidente del Consejo y del Tribunal
Supremo, así como la presidencia de las salas del alto
Tribunal, de los presidentes de los tribunales judiciales de
las comunidades autónomas, y de sus salas, de los de la
Audiencia Nacional y audiencias provinciales. Además,
nombra dos de los doce magistrados del Tribunal
Constitucional.
El argumento dado para modificar la ley de 1980 fue que,
puesto que el Judicial es uno de los poderes del Estado que
emanan del pueblo como titular de la soberanía nacional,
todos los miembros del Consejo debían ser nombrados por
las Cortes. Alfonso Guerra —que hasta su dimisión el 12 de
enero de 1991 fue vicepresidente del Gobierno y compartía
el poder del partido y del ejecutivo con Felipe González—
llegó a decir «Montesquieu ha muerto». Desde entonces, y
hasta la llegada al poder del Partido Popular en 1996,
Jueces para la Democracia copaba el nombramiento de
miembros del Consejo, a pesar de ser la tercera asociación
en cuanto a número de afiliados por detrás de la Asociación
Profesional de la Magistratura y de la Asociación Francisco
de Vitoria.
Contra la Ley Orgánica 6/1985, de 1 de julio, 55
diputados del Grupo Parlamentario de Coalición Popular
interpusieron recurso de inconstitucionalidad. El pleno del
Tribunal Constitucional, en sentencia de 29 de julio de
1986, rechazó el recurso de los populares. Presidido por
Francisco Tomás y Valiente, que sería asesinado por ETA en
1996, el tribunal confirmó la constitucionalidad del cambio
legislativo. En el fundamento duodécimo de la sentencia,
después de afirmar que «es cosa que ofrece poca duda»
que «se alcanza más fácilmente [la pretensión de trasladar
al Consejo el pluralismo de la sociedad] atribuyendo a los
propios jueces y magistrados la facultad de elegir a 12 de
los miembros del Consejo General del Poder Judicial»,
establece que la aplicación de la Ley podría incurrir en
inconstitucionalidad si los partidos políticos se reparten los
nombramientos:
Ciertamente, se corre el riesgo de frustrar la finalidad señalada de la norma
constitucional si las cámaras, a la hora de efectuar sus propuestas, olvidan
el objetivo perseguido y, actuando con criterios admisibles en otros terrenos,
pero no en este, atiendan solo a la división de fuerzas existente en su propio
seno y distribuyen los puestos a cubrir entre los distintos partidos, en
proporción a la fuerza parlamentaria de estos. La lógica del Estado de
partidos empuja a actuaciones de este género, pero esa misma lógica obliga
a mantener al margen de la lucha de partidos ciertos ámbitos de poder y
entre ellos, y señaladamente, el Poder Judicial. La existencia y aun la
probabilidad de ese riesgo, creado por un precepto que hace posible,
aunque no necesaria, una actuación contraria al espíritu de la norma
constitucional, parece aconsejar su sustitución, pero no es fundamento
bastante para declarar su invalidez, ya que es doctrina constante de este
Tribunal que la validez de la ley ha de ser preservada cuando su texto no
impide una interpretación adecuada a la Constitución. Ocurriendo así en el
presente caso, pues el precepto impugnado es susceptible de una
interpretación conforme a la Constitución y no impone necesariamente
actuaciones contrarias a ella, procede declarar que ese precepto no es
contrario a la Constitución.

El razonamiento es abracadabrante en cualquiera de sus


acepciones. Si se reconoce que una ley tan trascendental
en el sistema constitucional como es la reguladora del
funcionamiento del tercer poder del Estado, corre el riesgo
de interpretaciones contrarias a la Constitución, la Ley de
1985 debió ser expulsada de nuestro ordenamiento jurídico
por poner en riesgo un principio esencial de nuestra Carta
Magna, como es la independencia e imparcialidad de la
Justicia. El Tribunal era plenamente consciente del riesgo
que corría, pues al declarar constitucional el nombramiento
de todos los miembros por las Cortes estaba legitimando la
distribución de los puestos a cubrir mediante la asignación
de cuotas entre los partidos («la lógica de los partidos
conduce a actuaciones de ese género»). Porque
necesariamente, y el Tribunal lo sabía perfectamente, para
cubrir las vacantes del Consejo resulta imprescindible el
acuerdo entre los partidos políticos mayoritarios habida
cuenta de que la Constitución exige el quorum de mayoría
de tres quintos para la elección de los vocales reservados
por el Congreso y el Senado.
De modo que en la misma sentencia del Tribunal
Constitucional se daba la bendición a la perversión del
sistema. Resulta difícil de creer que los sesudos juristas del
Tribunal Constitucional no supieran que eso precisamente
es lo que iba a ocurrir. En todas las renovaciones
posteriores a 1985 se ha sabido de antemano a qué sector
ideológico pertenece cada uno de los designados. Incluso
se publica sin rubor el cambio de cromos: te doy la
presidencia, decisión que conforme a la ley vigente
corresponde proponer al Consejo, a cambio de que aceptes
que añada un nombre más a mi lista de candidatos. De todo
ello resultaba inexcusable que el nombramiento de todos
los consejos del Poder Judicial designados desde 1985 ha
sido inconstitucional.
No nos engañemos. La independencia de los jueces de
carrera en los escalones inferiores es incuestionable.
También en los órganos superiores en materias como el
Derecho Civil, el Mercantil, el Laboral o el Militar. La
cuestión surge cuando ha de decidirse la composición de la
Sala de lo Penal o de la jurisdicción Contencioso-
Administrativa, tanto de los tribunales superiores de
justicia, como de la Audiencia Nacional y por supuesto de
las salas correspondientes del Tribunal Supremo. Es
inadmisible que todos esos nombramientos sean realizados
por un organismo inevitablemente politizado por haber sido
elegidos sus miembros mediante cuotas a repartir entre los
grandes partidos. Y hay que señalar que el Consejo nombra
a los jueces y magistrados del llamado «cuarto turno»,
entre juristas cuya capacidad se supone, y que son
propuestos por las asambleas de las comunidades
autónomas.
Sánchez no ha cumplido su promesa de renunciar al
nombramiento de los doce miembros elegidos por las
Cortes en vez de hacerlo mediante elecciones directas de
los jueces y magistrados. No ha tenido tiempo de renunciar
a lo que llama «comodidades» del PSOE.
Se podrá reprochar al Partido Popular que cuando tuvo
mayoría absoluta no derogó la ley de 1985 para restablecer
la de 1980. El reproche es justo. Pero eso no es ninguna
razón que le impida defender dicha reforma legal. En el
momento de escribir estas líneas su renovación está
bloqueada, pues el Partido Popular exige la vuelta a la ley
de 1980 para que sean los propios jueces y magistrados los
que elijan a los miembros del Consejo. El sanchismo, a su
vez, se ha enrocado en que no habrá ninguna modificación
de la ley mientras no se haga la renovación con arreglo a la
ley actual. Pero las instituciones europeas han puesto en su
punto de mira la forma española de designar a los
miembros del Consejo y exigen que los puestos reservados
a los jueces sean nombrados por los jueces. Es el caso de la
Comisión Europea, del comisario europeo de Justicia y del
Consejo de Europa. Los medios progresistas españoles
ejercen una gran presión sobre Pablo Casado, a quien
responsabilizan del grave daño que se está produciendo a
la Justicia como consecuencia de la negativa a la
renovación política del Consejo. Uno de los pilares de la
democracia es un Poder Judicial independiente. Los jueces
son los guardianes de la Constitución y de la legalidad
siempre que no pretendan aplicar un «uso alternativo del
Derecho». Esta teoría neomarxista —con gran éxito en
Italia— implica que, dado que la función de juzgar exige
una interpretación de la norma para resolver el caso
concreto, esta ha de hacerse siempre de tal manera que el
resultado nunca favorezca a la burguesía dominante, sino
que ha de contribuir al triunfo de la revolución proletaria.
De modo que en el procedimiento a seguir para la elección
de los vocales del Consejo General del Poder Judicial es
evidente que a Pedro Sánchez y a sus socios les interesa, y
mucho, el mantenimiento del actual sistema de designación
que permite que jueces «progresistas» de Justicia
Democrática ocupen los puestos clave.
El argumento que repite el gobierno para justificar su
empeño en no volver a la Ley de 1980 y atribuir a los
propios jueces y magistrados la elección de sus
representantes en el Consejo es que, de acuerdo con la
Constitución, todos los poderes del Estado emanan del
pueblo. Es así que la Justicia emana del pueblo y que las
Cortes son la representación de la soberanía popular, luego
todo el Consejo debe ser designado por el legislativo. Este
silogismo produce un efecto perverso y no deseado, pues
en la realidad son los partidos políticos los que se reparten
los nombramientos afectando negativamente a la
independencia del Poder Judicial.118
118 La ministra de Justicia, Pilar Llop, cuya ideología socialista le ha llevado
a alejarse de la judicatura para ejercer funciones políticas, ha llegado a decir
que puesto que los magistrados del Supremo son quienes hacen la
jurisprudencia en todas las materias, resulta imprescindible que exista un
«vínculo con la ciudadanía para no perder la orientación ciudadana». Así se
desprende, dice, del artículo 3 del Código civil que todas las leyes se aplican
por los jueces de acuerdo con el «contexto social» y, por tanto, con el «sentir
mayoritario ciudadano». La realidad es algo más compleja. El artículo dice
literalmente: «Las normas se interpretarán según el sentido propio de sus
palabras, en relación con el contexto, los antecedentes históricos y legislativos,
y la realidad social del tiempo en que han de ser aplicadas, atendiendo
fundamentalmente al espíritu y finalidad de aquellas». Puso como ejemplo el
tristemente célebre asunto de «La Manada» en el que el Supremo rectificó la
sentencia de la Audiencia Provincial de Pamplona por haber provocado, según
la ministra y cito textualmente, una «desafección del sentir mayoritario
ciudadano». ¿Quiere eso decir que unas cuantas algaradas callejeras a la
puerta del Supremo condicionan la decisión del Tribunal? ¿Es esa la verdadera
razón por la que el Gobierno y sus socios se niegan a que sean los propios
jueces y magistrados los que elijan a sus doce representantes en el Consejo?
Hacer mucho ruido en la calle no significa que tal sea el sentir de la mayoría de
los ciudadanos. Si así fuera la aplicación de la ley quedaría al libre arbitrio de
los jueces y en tal caso la ley de la selva sustituiría al Estado de Derecho.

El Tribunal Constitucional, el oscuro deseo de todos


los gobiernos

Pero hay más. El oscuro deseo de todos los gobiernos es el


Tribunal Constitucional. Ocho de sus doce magistrados los
nombran el Congreso y el Senado, a razón de cuatro por
cada cámara, con una mayoría de tres quintos; dos a
propuesta del gobierno y otros dos a propuesta del Consejo
General del Poder Judicial. Eso exige un difícil reparto
entre las formaciones mayoritarias, puesto que en manos
de este supremo órgano jurisdiccional está el
pronunciamiento sobre la constitucionalidad de las leyes y
la resolución de los conflictos de competencia entre el
Estado y las comunidades, amén de la resolución de los
recursos de amparo por violación de los derechos
fundamentales. Por cierto, que en estos momentos se exige
que los recursos de amparo deben superar el trámite de
admisión para el que se ha habilitado un filtro restrictivo
consistente en demostrar que el recurso presentado tiene
«especial relevancia constitucional», que puede llegar a
discriminaciones que por su propia naturaleza son
arbitrarias, pues el único motivo por el cual el recurso ha
sido inadmitido es que no tiene esa especial relevancia por
cuanto el Tribunal ya ha fijado su criterio en otros recursos
de amparo similares. Sin embargo, resulta que cuando se
trata de asuntos de personas de especial relevancia
política, económica o social los recursos de amparo son
admitidos a trámite, al igual que ocurre con los recursos de
amparo interpuestos por los miembros de la banda
terrorista ETA.
Ante esta situación sería conveniente liberar al Tribunal
Constitucional de la resolución de los recursos de amparo
—atribuyendo la competencia a una Sala especial del
Tribunal Supremo— pues el filtro de inadmisión se utiliza
para evitar el colapso del Tribunal. Doce magistrados no
tienen tiempo material para resolver la avalancha de
recursos que se presentan.
Asimismo, habría que establecer una rígida legislación
de incompatibilidades para evitar que lleguen a ser
magistrados del Tribunal Constitucional personas que
hayan desempeñado cargos de naturaleza política en las
Cortes y en los gobiernos nacional y autonómicos. Otra
medida sería establecer para los miembros del Tribunal un
largo periodo de inhabilitación después de su cese para
ejercer cualquier cargo político o para pertenecer a los
órganos de administración de sociedades mercantiles
públicas o privadas.
No puedo dejar de reseñar el escándalo producido en la
última renovación de cuatro miembros del Tribunal
Constitucional cuyo nombramiento correspondía al
Congreso de los Diputados. Se ha producido lo mismo que
ocurriría si los miembros del Consejo General del Poder
Judicial se nombraran por las Cortes. De los cuatro vocales
del Tribunal, dos han sido elegidos a propuesta del PSOE y
los otros dos a propuesta del Partido Popular, en virtud de
un pacto concertado entre los dos grandes partidos. Se ha
vuelto al compadreo. Es cierto que algunas de las personas
elegidas tienen una carrera judicial brillante. Pero no hay
duda de que todo el mundo sabe que alguno tiene o ha
tenido estrecha relación con la política. Los socios de
Sánchez han dado su visto bueno a los candidatos pactados
porque uno de ellos es activista del uso alternativo del
derecho y no oculta su pertenencia a la izquierda extrema,
a pesar de que los socialistas tenían en mente nombrar al
magistrado de la Audiencia Nacional, artífice del párrafo de
la sentencia sobre el caso Gürtel que sirvió para
fundamentar la moción de censura que derribó a Mariano
Rajoy.
El PP ha perdido la oportunidad de demostrar que sus
candidatos eran personas de reconocido prestigio en el
mundo del Derecho, pero además no habían tenido ninguna
relación con la política. Hay entre los nombrados a
propuesta del PSOE una magistrada andaluza que se
caracteriza por su feminismo militante y fue pionera en
aplicar la perspectiva de género como criterio para
interpretar las normas y está especializada en igualdad,
violencia de género y trata de mujeres. Está por ver qué
postura mostrará si algún día se presentan ante la puerta
del Tribunal para su admisión a trámite y posterior decisión
recursos presentados por los condenados por el escándalo
de los ERTE andaluces, en el que fueron condenados los
principales dirigentes del PSOE andaluz que, incluso,
llegaron a desempeñar la presidencia del partido nacional.
En junio se renueva el resto del Tribunal. Socialistas y
podemitas están convencidos de poder conseguir una
mayoría de izquierdas que permita dar el visto bueno a los
acuerdos que se deriven de la mesa de diálogo con
Cataluña o de las relaciones bilaterales con el País Vasco.
Si así fuera, Sánchez estaría en condiciones de «tocar» los
cimientos de la Constitución.

La libertad está en peligro

A lo largo de este ensayo me he referido más de una vez a


la dificultad de saber cuál es el auténtico pensamiento de
Sánchez. Pero está meridianamente claro que su única
obsesión es el poder y todo cuanto hace está orientado a
conservarlo. También es posible que haya vuelto al
socialismo originario de Pablo Iglesias, el fundador del
Partido Socialista Obrero Español, y a los pronunciamientos
de Suresnes en 1974. ¿Por convicción? ¿Por puro
oportunismo? De ahí que hubiera podido entenderse con el
otro Pablo Iglesias, el comunista bolivariano de nuestra
época. Quizás por ello Sánchez no ha sentido ninguna
compasión por el éxodo de millones de venezolanos que
han podido exiliarse antes que seguir soportando la falta de
libertad y la ruina económica provocada por la dictadura
chavista. Ni se ha conmovido por la lucha del pueblo
cubano para alcanzar la libertad y salir de la miseria a la
que la dictadura comunista impuesta por el castrismo
condena desde hace sesenta años al país que antes de Fidel
Castro era el más próspero de Hispanoamérica.
No soy psicólogo y por tanto no me pronuncio acerca de
si nuestro gobernante es un personaje vanidoso, pagado de
sí mismo o endiosado. Me impresionó la foto en que
aparecía flanqueado en la escalinata del Palacio de la
Moncloa por «sus» catorce ministras, para demostrar que
nadie le daba lecciones de feminismo. Inevitablemente
transmitía una imagen de machismo presuntuoso. Entre las
ministras de la escalinata había algunas que sostienen que
en España no hay democracia porque permanece en ella el
patriarcado, que es el instrumento de los poderosos para la
implantación del neocapitalismo liberal, o que «en España
no hay democracia porque la mitad de la población vierte
violencia sobre la otra media», frase por la que la actual
ministra de Justicia, Pilar Llop pasará a la nómina de las
mentes calenturientas, y que fue pronunciada poco antes
de ser elegida presidenta del Senado en 2019.
De todas formas, sea lo que fuere, y, como dice el
Evangelio, por sus obras los conoceréis. Sánchez no se ha
atrevido todavía a tocar un ápice de la Constitución,
aunque haya vulnerado en ocasiones alguno de sus
preceptos, como por ejemplo cuando suspendió derechos
fundamentales durante el confinamiento forzoso sin
declarar el estado de alarma o en otras decisiones tomadas
durante la pandemia, donde pudo ejercer el poder sin
control de un Parlamento amordazado con las mascarillas
antipandemia y afectado por la drástica restricción del
derecho de reunión. Pero no se puede menospreciar todo
cuanto hace para mantener operativas las cargas de
profundidad que colocó en su día José Luis Rodríguez
Zapatero en los cimientos del edificio constitucional.
También está fuera de discusión que Sánchez quiere
resucitar las dos Españas, demonizar a una de ellas, y en la
práctica deslegitimar el proceso de la Transición española
de 1977, por más que diga que reivindica el espíritu de
concordia que lo presidió. Pero la pretensión de amordazar
a los historiadores que pongan de manifiesto las
atrocidades cometidas en el bando republicano durante la
Guerra Civil o los intentos del PSOE de implantar la
dictadura del proletariado o la feroz persecución contra la
Iglesia católica, por poner algunos ejemplos, es
radicalmente contraria al derecho de expresión y de libre
difusión de los pensamientos, ideas y opiniones mediante la
palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción,
a la producción y creación literaria y a la libertad de
cátedra que protege la Constitución.
También es cierto que mantiene sitiado, metafóricamente
hablando, al Palacio de la Zarzuela. El rey es el jefe del
Estado de una Monarquía parlamentaria. En consecuencia,
reina, pero no gobierna. Ahora bien, no es un acólito del
gobierno. Una cosa es que su firma ha de figurar
necesariamente en las leyes que aprueben las Cortes o los
decretos que dicte el gobierno, siempre refrendado por la
Presidencia de las Cortes, del gobierno o de un ministro del
gabinete, según los casos, razón por la que goza de
inmunidad e inviolabilidad por tales actuaciones. Ahora
bien, el rey simboliza la unidad y permanencia del Estado y
arbitra y modera el funcionamiento regular de las
instituciones. Si se deslegitima la Transición, también se
deslegitima la Constitución. Y en tal caso sería la
institución monárquica la primera en caer.
Está también el desafío separatista de Cataluña y el País
Vasco. El compromiso de Sánchez con el Gobierno de la
Generalidad es buscar una solución al «conflicto». La mesa
bilateral no tiene límite de asuntos a tratar, pero no es
órgano legítimo para modificar el Estatuto de Cataluña,
pues son las Cortes y no el gobierno quienes tienen la
última palabra. Por otra parte, su interlocutor —el
Gobierno de la Generalidad— se lo ha dicho alto y claro:
podemos hablar del sexo de los ángeles, pero lo único que
está sobre la mesa es la autodeterminación y la fecha para
el referéndum. De momento, Sánchez está dispuesto a
reconocer que Cataluña es una nación y a llevar el
autogobierno al límite. Promete que habrá un referéndum
en el que votarán todos los españoles. Y su oferta es la de
un Estado federal asimétrico o multinivel. Nada de eso,
aunque lo aceptaran los separatistas catalanes, puede
hacerse sin reformar la Constitución, por afectar al artículo
2 de una Constitución que se fundamenta en la unidad
indisoluble de la nación española, patria común e
indivisible de todos los españoles. Lo que está claro es que
Cataluña sigue siendo el gran problema de España.
Asimismo, Sánchez está dispuesto a negociar con el País
Vasco cualquier propuesta que se presente a las Cortes
previa aprobación del Parlamento de Vitoria. El nuevo
estatus de la alianza coyuntural entre el PNV y Bildu es un
Plan Ibarreche bis. No tiene encaje constitucional. Los
nacionalistas saben que no cabe un nuevo estatus sin
reformar la Constitución.
Debemos tener muy en cuenta que, aunque no se llegue
hasta el extremo de convertir a Cataluña y el País Vasco en
estados confederados, es una realidad que el Estado ha
desaparecido prácticamente de ambas comunidades. No
ejerce en la práctica la Alta Inspección que se le reserva en
materia de educación para el respeto de los derechos y
libertades que la Constitución establece en materia
educativa, potestad que es transcendental para evitar el
adoctrinamiento de las nuevas generaciones. No ejerce
ninguna función en sanidad y ni siquiera en la pandemia,
donde las competencias sanitarias corresponden al Estado.
El único contacto con la Administración del Estado se
produce cuando se trata de obtener o renovar el
Documento Nacional de Identidad, el carné de conducir y el
abanderamiento de barcos y yates, que conforme a las
leyes internacionales deben llevar necesariamente la
bandera española.
La aplicación obligatoria de la llamada ideología de
género en las escuelas es otra clara vulneración de la
Constitución. También el pretexto es garantizar la plena
igualdad entre el hombre y la mujer, que ya existe y el
propio gobierno lo demuestra desde el momento que hay
una aplastante mayoría de ministras. Pero lo que se
pretende en realidad es imponer un pensamiento único
sobre una materia controvertida mediante el
adoctrinamiento de los escolares. El sexo se detecta en el
momento del nacimiento. Por tanto, decir que el sexo es
una cuestión de apreciación del propio interesado, de modo
que ser hombre o mujer queda a su libre albedrío, es
contra natura. Otra cosa es que una persona quiera ser
transexual sometiéndose a procedimientos quirúrgicos que
permitan adquirir la apariencia de ser hombre o mujer.
Quiero dejar bien sentado que ni el proyecto socialista de
Sánchez ni el social-comunista de sus socios puede llevarse
a cabo sin una reforma en profundidad de la Constitución.
Es cierto que les gustaría hacer explotar las cargas de
profundidad de Zapatero. Pero no tienen en cuenta la
fortaleza de la Constitución, que se basa en la soberanía
del pueblo español.
Ya hemos hablado de las crisis provocadas por
separatistas irresponsables y de otros aspectos esenciales
de la Constitución que son objeto de ataques por los socios
de Pedro Sánchez y que han sido alimentados por él. Decir
que el objetivo final es implantar una nueva sociedad, una
sociedad socialista, la nueva normalidad o cosas por el
estilo tiene un fondo totalitario. Es como hablar de
democracia popular, democracia orgánica o corporativa. La
democracia no tiene calificativos, ni siquiera para
denominarla democracia liberal, pues si es una democracia
se sobreentiende que quien vive en ella forma parte de una
sociedad libre, donde se respetan todos los derechos y
libertades fundamentales.
Cuando se dice que la de 1978 es la Constitución de la
concordia se alude al método utilizado para su elaboración.
La concordia supone que prevaleció el consenso entre las
fuerzas políticas de todo el arco parlamentario. Y del
consenso, es decir, del entendimiento de todos, emergió la
Constitución de la libertad.
Me he referido a amenazas contra la libertad en muchos
ámbitos esenciales. No puedo dejar de referirme a otra de
las libertades que están en situación de peligro. Me refiero
a la libertad de empresa en el marco de la economía de
mercado. Una libertad que requiere respetar uno de los
derechos de la ciudadanía como es el derecho a la
propiedad privada, sin perjuicio de su función social en los
términos de las leyes ordinarias, que no podrían dejarlo
vacío de contenido.
Estas libertades y derechos son principios de la Unión
Europea a la que pertenece España gracias, precisamente,
a habernos dotado de una Constitución plenamente
democrática. Principios que forman parte de nuestro
acervo constitucional, a tenor de lo dispuesto en el artículo
96 de la Constitución, es decir, que son inviolables. De
modo que son la garantía del ejercicio del derecho a la
libertad de empresa en el marco de la economía de
mercado, que conlleva la libre circulación de mercancías,
trabajadores, servicios y capitales. Todo lo cual no solo es
compatible, sino que está vinculado al reconocimiento de
un sistema cuyos valores superiores son la libertad, la
justicia y la igualdad, imprescindibles para crear y
mantener el Estado de bienestar. Y no es casualidad que,
en ese marco, Europa —y España no es una excepción—
hayan alcanzado el mayor nivel de vida de su historia.
Hay quien habla mucho de igualdad y rechaza el sistema
de la sociedad occidental. Pero no hay mayor igualdad que
junto a un salario justo haya un salario social que iguala a
la sociedad entera, porque todos tienen derecho a la
educación gratuita, a la universalidad también gratuita, a la
sanidad y a la prioridad en la atención a las personas
discapacitadas. Además, todos los ciudadanos disfrutan de
infraestructuras básicas (abastecimiento de agua,
electricidad, comunicaciones) que solo pueden mantenerse
mediante un régimen tributario justo y no confiscatorio.
Subir los impuestos es la peor receta para la recuperación.
Precisamente, la protección y el apoyo a la iniciativa
privada es la que sustenta el Estado de bienestar. Como el
propio Sánchez reconoció antes de su transmutación
socialista radical, en las sociedades comunistas solo hay
igualdad en la miseria. El Estado es incapaz de generar
recursos para sostener los servicios públicos porque
convertir en servidores estatales a todos los que trabajan
en el tejido económico (sector primario, industria y
servicios) conduce directamente a la miseria. El socialismo
disfrazado de socialdemócrata desconoce que solo el sector
privado proporciona la financiación de los servicios
públicos gracias a su esfuerzo productivo mediante un
sistema tributario que debe ser justo y eficaz. Y si algo está
demostrado es que la obsesión del
socialismo/socialdemocracia de subir los tipos impositivos
conduce al fracaso y además quienes realmente sufren son
los trabajadores y las clases medias. La lucha contra el
fraude fiscal no es un distintivo de la izquierda que siempre
cae en la tentación de politizar la labor de la Agencia
Tributaria. Precisamente lo que hay que garantizar y
proteger es su independencia, gobierne quien gobierne.

¿Jaque mate?

Hora es de contestar a la pregunta que encabeza este


ensayo de esperanza. Hay quien juega a dar jaque mate a la
Constitución. Pero el rey y el pueblo resisten. Porque para
ganar la partida y derribarla hay que doblegar la voluntad
del pueblo español, en quien reside la soberanía nacional.
Se puede reformar la Constitución, pero no para destruir
sus fundamentos. En este punto los constituyentes no
fuimos ingenuos. Teniendo a la vista las numerosas
constituciones y reformas que hubo desde la primera
Constitución de 1808 hasta la de 1931, incapaces de
garantizar ni la paz, ni la estabilidad ni la prosperidad de
España, entendimos —interpretando la voluntad
mayoritaria de los españoles, como se puso de manifiesto
en el referéndum del 6 de diciembre de 1978— que en
cualquier caso la última palabra sobre cualquier propuesta
de reforma la tuviera el titular de la soberanía nacional, es
decir, el pueblo español.
Es este un manual de resistencia constitucional. Escrito
con la esperanza de un futuro mejor. Los radicales no van a
poder. No queremos autócratas. El 4 de mayo de 2021, una
mujer del pueblo y para el pueblo, Isabel Díaz Ayuso,
obtuvo en Madrid una victoria electoral aplastante. Derrotó
a la política autocrática. Sin extremismos. Con autoridad,
pero con sosiego. Sin declarar non grato a nadie. En
defensa de la libertad.
Las perspectivas electorales de lo que llaman «las
derechas» permiten aventurar que cuando se vuelva a
llamar a las urnas para decidir quién ha de gobernar en
España se demostrará que el pueblo rechaza que el poder
esté en manos de quienes quieren destruirla. Y esto no es
ninguna exageración. Si Sánchez está en el poder es
porque los revolucionarios de las izquierdas radicales y los
separatistas prefieren tener un gobierno débil y en sus
manos al que pueden llevar al límite.
Todo esto lo sabe bien Pedro Sánchez. Y por eso acaba de
hacer una nueva pirueta, ¿puramente propagandista?,
afirmando desde su derrota electoral que el PSOE es un
partido socialdemócrata y ha reivindicado que la
socialdemocracia siempre ha estado ahí, en su actuación
durante esos difíciles años de gobierno, y que Europa
abraza la socialdemocracia porque el neocapitalismo es un
fracaso y el «fundamentalismo del mercado» ya no lo
defiende nadie. Como siempre Sánchez fabrica su propia
realidad. Desconoce que Europa nunca ha optado por el
fundamentalismo del mercado y por el contrario ha
impulsado el Estado del bienestar. ¿Quién ha gobernado y
gobierna en la Unión Europea desde su creación? Los
demócratas cristianos y los socialdemócratas que
decidieron enterrar la utopía marxista por ser incompatible
con la libertad.
Desde su reconversión socialdemócrata su discurso es
triunfalista. España va bien e irá a mejor. ¿Quién dijo
quiebra? La amenaza viene de la derecha y la ultraderecha
que se dedican a poner palos en las ruedas del progresismo
salvador. El peligro son los neofascistas. La oposición ha
demostrado que no tiene sentido de Estado. El tono y la
forma en que lo dice encandila a los que añoran los años en
que González y Zapatero repartían entre los suyos la gracia
de Dios.
Sánchez quiere transmitir confianza y espíritu de
victoria, pero demuestra que tiene miedo a perder el poder.
Quiere insuflar optimismo a un partido al que el poder
compartido con quienes eran sus grandes adversarios hace
unos años le desmotiva y desmoraliza. En esa tarea están
los nuevos dirigentes regionales. Una lideresa del partido
ha dicho en Valencia que la derecha «se va a enterar» estos
dos años que quedan.
Ahora bien, Sánchez sabe que España forma parte de la
Unión Europea, de donde nos ha de venir el oxígeno
necesario para la recuperación económica. No le gusta la
iniciativa privada, pero sabe también que, si no se sale del
pozo económico o, dicho de otra forma, si se produce el
hundimiento de la economía que algunos economistas
profetizan, la lava del volcán puede abrasarle.
En sus memorias Sánchez se atribuía una misión
mesiánica. Liderar la socialdemocracia europea. También el
sueño se le ha venido abajo. Porque en los próximos años el
líder auténtico de la socialdemocracia europea se llama
Olaf Scholz, hasta ahora vicecanciller de la democristiana
Ángela Merkel. La reacción de Sánchez al conocer la toma
de posesión de Scholz el 8 de diciembre de 2021 fue fruto
de la soberbia. «Han hablado de lo que llevamos haciendo
desde hace tres años en el Gobierno de España, somos la
vanguardia de lo que tiene que venir en Europa». Afirmó
que su gobierno de coalición es el «espejo en el que se
miran» otros países europeos. A renglón seguido arremetió
contra el PP: los socialdemócratas «gobiernan mejor la
economía» y garantizan una recuperación de la crisis «más
rápida y más justa». «Con la derecha no solo es más lenta,
además es más injusta y con corrupción, cuando aquí lo
que hay es un gobierno ejemplar». Lo que oculta Sánchez
es que Scholz ha compartido el poder con los
democristianos y ahora ha tenido que pactar con los
Verdes, que nada tienen que ver con quienes aquí se
denominan de igual manera, y con el Partido Liberal
Democrático, que no es precisamente un movimiento
antisistema. Consciente de ello, Sánchez ha optado por
lanzar una andanada a Ciudadanos. Los alemanes son
«auténticos liberales», «no como los que tenemos aquí que
solo miran a la derecha». Otra muestra de amnesia: en
2016 pactó un programa de gobierno con Albert Rivera. En
cuanto a la corrupción podría aplicársele aquello de que
«ay de quien ve la paja en el ojo ajeno y no la viga en el
propio».
Pero hay otra forma de hacer política demócrata y social,
la de quien cree que puede ser posible aplicar el adagio
latino: «Suaviter in modo, fortiter in re». Suave en la forma,
fuerte en los principios. El odio es el enemigo de la
democracia. No por gritar, insultar, calumniar e injuriar se
tiene más razón. La alternancia está en la raíz de la
democracia. Nadie tiene derecho a perpetuarse en el poder
so pretexto de implantar su propio modelo de sociedad y
menos aplastando la libertad de los demás. Aceptar que
cada cuatro años el pueblo decide quién gobierna o quién
no, convierte a los enemigos en adversarios. Sánchez, si
fuera un verdadero socialdemócrata, buscaría el acuerdo
con quienes comparten los valores y principios
democráticos, no con quienes quieren destruirlos. No se
puede ir por Europa infectando el aire de comunismo
liberticida. Debería aprender de Scholz, alemán, europeísta
convencido y que quiere engrandecer Alemania y no
contribuir a que se fragmente al capricho de los
antisistema. La justicia social y la lucha contra la
desigualdad no consisten en derribar el capitalismo y
socializar la economía, sino en aplicar políticas que
permitan un mejor reparto de la renta y de la riqueza
(fiscalidad justa no confiscatoria, guerra sin cuartel contra
la corrupción y lucha contra la economía sumergida,
presupuestos austeros, eficientes y sin gastos superfluos,
incremento de la productividad del sector público,
educación libre y acomodada a las nuevas tecnologías y
modelos productivos). Todo ello sin desalentar el espíritu
emprendedor y dejar a los ciudadanos al arbitrio de
visionarios autócratas. Por eso, Isabel Díaz Ayuso hizo de la
libertad su manual —nuestro manual— de resistencia.119
119 Nota final. Considero oportuno manifestar que en este libo he hecho uso
del genérico masculino en el que se incluyen hombres y mujeres. La Real
Academia de la Lengua enseña que este tipo de desdoblamientos son
artificiosos e innecesarios desde el punto de vista lingüístico. En los sustantivos
que designan seres animados existe la posibilidad del uso genérico del
masculino para designar la clase, es decir, a todos los individuos de la especie,
sin distinción de sexos. Por ejemplo: «Todos los ciudadanos mayores de edad
tienen derecho a voto».

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