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AFASIA PROGRESIVA NO FLUENTE

En el 2010 “conocí” a Sergio Pitol. En ese entonces él tendría


alrededor de 77 años. Fue en una feria del libro en la Ciudad de
México. Pitol daría una conferencia, el lugar estaba abarrotado y al
final habría una pequeña firma de libros para aquellos que lograran
obtener un lugar. El mío estaba asegurado porque antes ya me había
puesto de acuerdo con la organizadora del evento, que resultó ser mi
amiga.
La conferencia empezó. Sergio Pitol leyó un texto confuso sobre
sus influencias literarias y las traducciones que había realizado
durante su estancia en el extranjero. Habló de literatura polaca y rusa,
del cine europeo y la música, de Bruno Schultz y de Rolf Liebermann,
es decir, habló de todas aquellas cosas que tanto le apasionaban y que
lo llevaron a ser un escritor excéntrico incluso para los integrantes de
su misma generación. Pero leyó el texto con un ritmo lento,
entrecortado y, en ocasiones, indescifrable. Al final, los que
asistíamos a la charla aplaudimos con efusión, más por
reconocimiento hacia el esfuerzo que el maestro había puesto en
terminar su lectura, que por el argumento del texto mismo. Sabíamos
que Pitol padecía una enfermedad llamada afasia primaria progresiva
no fluente. En lenguaje coloquial: el autor de El desfile del
amor estaba perdiendo la capacidad del habla.
Un día le pregunté a un amigo médico sobre la mentada
enfermedad y él simplemente alzó las cejas con asombro y chasqueó
la lengua antes decir: “Está cabrona”. Eso, Pitol padeció esa
enfermedad cabrona y degenerativa durante los últimos años de su
vida. Aún se ignora cómo fue y en qué momento la desarrolló.
Navegando por internet uno se da cuenta de que es una enfermedad
extraña y azarosa, a veces derivada de la herencia y otras de la pura
fatalidad. En fin, vuelvo a mi historia.
A la hora de las firmas, al llegar mi turno, me acerqué a Pitol
con bastante timidez para confesarle que también yo, como él, tenía
familia en la región de Huatusco, Veracruz. Él apenas si me entendió.
Simplemente me regaló una sonrisa y no pude decir nada más. Fue un
momento incómodo: llevaba tanto tiempo queriéndolo conocer en
persona y no se me ocurrió otra cosa más interesante que decir. Por
otro lado, dudo que él quisiera intercambiar algunas palabras conmigo
ya que, por su forma de respirar, se notaba que su estado de salud era
precario. Lo que sí hizo fue señalar el libro que yo llevaba entre las
manos: Los mejores cuentos de Sergio Pitol. Evidentemente lo quería
firmar, para eso estábamos ahí, ¿no? Le entregué el libro. A Pitol lo
acompañaba una asistente que a veces parecía hacer la función de
enfermera. La mujer se le acercó con una pequeña libreta roja y la
dejó abierta en una página donde venían escritas las letras del
abecedario y una lista de palabras: “Es”, “Para”, “Cordial”, “Cariño”,
“Abrazo”, “Libro”, etc.
—Diga su nombre al maestro, joven —me dijo la asistente, y yo
la obedecí.
Entonces el maestro fue seleccionando una a una las letras del
abecedario que correspondían a mi nombre y luego, ya con más
tranquilidad, buscó las palabras que pondría en la dedicatoria:
“Para Irán Vázquez, abrazo”. Firmó: “Sergio Pitol”. Luego me
devolvió mi libro con una sonrisa. Me quedé perplejo. No podía creer
que Sergio Pitol ni siquiera pudiera escribir sin el apoyo de su libreta.
Le di las gracias y me retiré, con más pena que gloria. Eso fue todo.
Según supe después, Pitol ya no volvió a asistir a ninguna otra feria.
Estaba cansado. De vez en cuando yo lo buscaba en videos de internet
para indagar sobre su estado de salud y sólo comprobaba que su
enfermedad se hacía cada vez más salvaje. Murió en abril de 2018.
Una pérdida inconmensurable. Su herencia fue motivo de disputa por
parte de sus familiares. No sé hasta dónde llegó aquel pleito o si
todavía se ventila ante los juzgados; me parece una ironía que a Pitol
le haya sucedido esto: bien podría haber constituido la trama de una
de sus novelas. Por mi parte, tengo el gusto de que su letra haya
quedado registrada en mi libro (su libro) aunque de una manera frágil,
convulsa, insegura, similar a la de un niño —¿Vitorio Ferri?— que
apenas comienza a juguetear con las palabras. Guardo aquellos trazos
infantiles con suma admiración. Sergio Pitol: Murió niño / sus
lectores lo recuerdan con amor.

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