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Un Engano Inconcebible - Sydney Jane Baily
Un Engano Inconcebible - Sydney Jane Baily
Agradecimientos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Epílogo
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Serie completa
A Philip
¿Quién se parece más a mí?
El comienzo de nuestra historia, muy auspiciosamente,
interrumpió la mitad de esta.
Agradecimientos
Incapaz de cenar, Rose solo tomó una gran taza de cacao antes
de retirarse a su habitación donde permaneció recluida durante
la noche. Deseaba poder ir directamente a casa de Claire antes
de la cena y desahogarse, pero su amiga estaba en Newport en
un baile de debutantes.
La rama de Rhode Island de los Appletons se lo había
montado muy bien y, aunque Claire no conocía personalmente
a la joven señorita Wetmore que iba a ser presentada, había
sido invitada, junto con Robert, a Chateau-sur-Mer para la
gran salida.
Si Rose no hubiera estado tan abstraída por la ridícula
vuelta de Finn de la muerte, y consumida por la culpa de la
devastación que podría producirse con William, se habría
sentido celosa de la excitante oportunidad de Claire. Después
de todo, no había nada como la alegría de los padres de una
muchacha de diecisiete años, extraordinariamente ricos,
cuando se trataba de hacer la fiesta más divina posible.
Sí, Claire se iba a beneficiar de aquel entusiasmo y viviría
una maravillosa extravagancia. Volvería a casa con historias de
esculturas de hielo, champán, platos de codorniz y otras
delicias, sin mencionar la música y los adornos, tanto florales
como de otro tipo.
Mientras tanto, Rose daba paseos arriba y abajo. Sabía que
debería desahogarse con su hermano. Él le daría un sabio
consejo, después de enfadarse, por supuesto. Se paseó un poco
más y finalmente retomó el bordado que siempre estaba
tratando de terminar. En cinco minutos, lo tiró a la alfombra.
Finn se había perdido años de su vida y ella de la suya. No
había tenido que luchar contra el Gran Huracán Blanco, como
llamaban a la ventisca de 1888 que ocurrió el invierno después
de su muerte. O mejor dicho, ¡no murió! Mientras vadeaba a
través de medio metro de nieve, Finn estaba… ¿dónde
exactamente?
Finalmente, decidió bajar al estudio de su padre y eligió un
libro. Regresó a su dormitorio y trató de leer, pero resultó casi
más frustrante que la aguja. Lo tiró a la pared, viendo con
satisfacción como causaba un pequeño desgarro en el papel
pintado. ¡Mierda! Antes de que se redujera a tejer o a practicar
el clavicordio, apagó la luz, esperando que la misma pregunta
no resonara en su asediado cerebro toda la noche.
¿Cómo se lo diría a William?
¿Debería pedirle que caminara con ella antes de su cena
semanal y explicarle su impetuosidad juvenil? Normalmente
dejaba su oficina en la Casa de Gobierno donde trabajaba para
el Vicegobernador Haile y venía directamente a buscarla, el
jueves por la noche. Comían con su madre, sus padres si
estaban en la ciudad, o en un restaurante. Los viernes, William
estaba libre incluso antes, y normalmente iban a montar a
caballo si hacía buen tiempo y hacían planes para las
actividades del fin de semana durante la cena.
Rose no podía imaginar qué circunstancia sería la mejor
para revelarle su pasado. Habría sido una confesión fácil
cuando Finn aún estaba muerto. ¿Por qué, oh, por qué no lo
había hecho entonces?
Ahora, la confesión terminaría con la sorprendente
revelación de que no era viuda sino esposa. No era libre de ser
la prometida de William. De hecho, no podía ser nada para él,
para el hombre que amaba.
Rose había estado despierta desde el amanecer, inquieta y
ansiosa, y el día anterior parecía interminablemente largo hasta
que llegara el momento de ir al restaurante del Chef Ober. Su
madre la acorraló en el comedor, donde era evidente que Rose
no estaba comiendo, sino solo tomando té.
—Suéltalo, mi niña. —Rose realmente saltó. Esa no era la
forma normal de su madre de hablarle—. No parezcas
sorprendida. ¿Crees que llegaré a alguna parte contigo si me
ando con rodeos? Algo está mal y me temo que tiene que ver
con tu compromiso. O algo peor. —¿Peor? Rose consideró lo
que podría ser peor que lo que realmente había sucedido—.
¿Eres infeliz con William? —inquirió con brusquedad.
—No, claro que no. —Rose bebió su té. Su madre tomó
unas tostadas del aparador y se sirvió una taza de té, después
de poner azúcar y leche—. Soy muy feliz con él.
Su madre se sentó en diagonal a ella en la cabecera de la
mesa.
—Sinceramente, estás distraída desde la fiesta. No cenaste
nada anoche y esta mañana, parece que no tienes apetito.
¿Desde cuándo su madre era tan observadora?
Normalmente prestaba más atención a su jardín que a las idas
y venidas de sus hijos adultos.
—Se me ocurre una situación que podría causar este
comportamiento, y quiero que sepas, querida, que puedes
confiar en mí. Esto no es el siglo XVIII. Si han ocurrido
ciertas circunstancias…—Arqueó las cejas y se quedó
esperando.
Rose frunció el ceño. Era la falta de sueño lo que la hacía
entender lentamente, pero de repente, se dio cuenta de que su
madre se preguntaba si estaba embarazada. ¡Dios mío! Al
menos eso no había ocurrido. Si se hubiera entregado a
William, como casi hizo más de una vez cuando estaba con
Finn, y estuviera embarazada mientras seguía casada con otro
hombre, tendría que huir de Nueva Inglaterra. Quizás habría
empezado una nueva vida en California cerca de su hermana.
Sacudió la cabeza, respiró hondo y agradeció a Dios los
pequeños favores.
—Mamá, te aseguro que mi falta de apetito y mi distracción
no son causadas por nada de lo que imaginas.
Y de repente, pensando en lo grave que podría ser su
situación, se sintió un poco mejor. Seguía casada con un solo
hombre y no llevaba el hijo de otro. Y lo que es más, todavía
tenía su virginidad para dársela a quien quedara en pie cuando
aquella pesadilla terminara.
Finn los vio irse y luego salió al frescor de la noche, sin saber
qué hacer con el arrebato de ira que había dejado su corazón
latiendo. Estaba enfadado consigo mismo. Se sentía frustrado
e impotente, un sentimiento que era extraño y desagradable.
Al verse en el escaparate de una tienda, se dio cuenta de la
tontería de haber gastado tanto dinero, ganado con esfuerzo, en
un traje de noche que no volvería a usar. Podría haberse
quedado en el vestíbulo y salvar a Rose de aquellos idiotas con
su ropa habitual. Sin embargo, había sentido la necesidad de
cumplir con sus expectativas de ser igual que cualquier otro
hombre que salía al teatro, y que por mera casualidad se
encontraran.
Ciertamente no había planeado tenerla en sus brazos.
No importaba nada. Ella se había ido con Woodsom.