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Un equipo de 20 periodistas de Ecuador, Colombia y Francia investigaron el

secuestro y asesinato de Javier Ortega, Paúl Rivas y Efraín Segarra en la frontera


norte. Trabajaron cuatro historias sobre el crimen y el contexto de violencia en una
de las zonas con más cultivos de coca del mundo. Estos son los hallazgos.

Tres vidas perdidas entre demasiadas manos


El secuestro y asesinato de los periodistas del diario El Comercio, y las
negociaciones de los Gobiernos que buscaban su liberación, permanecen llenos
de contradicciones, vacíos y preguntas sin respuestas. Seis meses después de la
tragedia, los familiares no han podido reconstruir la historia porque el acceso a
la información continúa vedado.
23 de octubre del 2018

Fotografía / Juan Diego Montenegro

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Casi libres

A las 18:00 del miércoles 28 de marzo de 2018, el fiscal Carlos* llegó a la Base Naval de San
Lorenzo, cerca de la frontera con Colombia, sobre la costa norte de Ecuador, con una
misión: recibir al equipo periodístico del diario El Comercio que había sido secuestrado 48
horas antes por el Frente Oliver Sinisterra, un grupo nacido a mediados de 2016, dedicado
al narcotráfico y la extorsión, y liderado por alias Guacho, cuya identidad ecuatoriana es
Walther Patricio Arizala Vernaza (en Colombia tiene otra identidad: Luis Alfredo Pai
Jiménez), exmiembro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
Alguien del Comité de Crisis, desde Quito, le pidió al fiscal que esperara allí al periodista
Javier Ortega, al fotógrafo Paúl Rivas y al conductor Efraín Segarra, que habían sido
liberados y llegarían en cualquier momento. El plan era acompañarlos en helicóptero
hasta el aeropuerto de Tachina, en la ciudad de Esmeraldas (norte de Ecuador), desde
donde volarían en avión hasta Quito. Pasaron casi cinco horas, pero los periodistas nunca
llegaron.

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El jueves 19 de abril, a casi una semana de la confirmación de a muerte de los periodistas, sus
amigos y colegas volvieron a salir a la Plaza Grande para exigir justicia. Foto: Periodistas sin cadenas

Alrededor de las 19:00, diario El Tiempo de Bogotá reportó la supuesta liberación como un
hecho: la presión conjunta de las tropas ecuatorianas y colombianas había provocado la
liberación de los tres secuestrados. “Según las autoridades, los periodistas y el conductor
se encuentran en buen estado de salud y están en poder del Ejército ecuatoriano”, decía la
nota.

Esa noche, 48 horas después del secuestro, diario El Tiempo de Bogotá reportó la supuesta
liberación como un hecho. El diario atribuía su información a altas fuentes militares de
“altísima” credibilidad y verificó la información en terreno; Yadira Aguagallo, pareja del
fotógrafo Paúl Rivas le contó a esta alianza periodística que tuvo conocimiento de que la
información vino del entonces Ministro de Defensa colombiano, Luis Carlos Villegas. Este
equipo solicitó en varias ocasiones a su oficina de prensa una entrevista cuando estaba en
el cargo para consultarle del tema, pero no fue posible obtenerla.

En Quito, algunos alcanzaron a festejar: en las afueras del palacio de Carondelet, sede
presidencial, amigos y simpatizantes se abrazaban y comentaban con júbilo que pronto los
cautivos estarían de vuelta.

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Vigilia en la Plaza Grande de Quito, símbolo de la petición de liberación y justicia de Paúl, Javier y
Efraín. Foto: Periodistas sin cadenas

“Aquí gritamos todos. Fueron unos segundos de alegría indescriptibles. Un compañero se


puso a llorar, pero nos duró segundos porque en la publicación hablaban de dos liberados;
entonces, la preocupación era por el tercero. ¿Quién es? ¿Qué pasó con él?”, dijo Geovanny
Tipanluisa, editor de la sección Seguridad de El Comercio a la que pertenecía Javier Ortega.
Las autoridades en Ecuador les dijeron que no tenían datos sobre la supuesta liberación.

Mientras los teléfonos de periodistas, familiares y amigos de los secuestrados no paraban


de sonar, las autoridades ecuatorianas se sumían en un silencio angustiante. Al día
siguiente, el entonces ministro del Interior de Ecuador, César Navas, dio unas escuetas
declaraciones: calificó de irresponsable esa información y negó que hubiera una
liberación. Pero los hechos cuestionan sus palabras.

***

Después de seis meses del secuestro y asesinato de Segarra, Rivas y Ortega, el Gobierno
ecuatoriano no ha dado respuestas claras sobre qué pasó. En una entrevista que Navas
dio, ya fuera del cargo, dijo que el Ministerio de Defensa preparó un avión para trasladar a
los tres periodistas una vez liberados. Supuestamente se le avisó al presidente Lenín
Moreno, y la Secretaría de Comunicación estaba organizando una rueda de prensa para
anunciar el desenlace. En una entrevista concedida en París, el exministro de Defensa de
entonces, Patricio Zambrano, negó que se hubiera preparado un helicóptero y un avión.
“Falso, eso no es verdad”. Al insistirle sobre la versión de que había un helicóptero

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esperando en la Base Naval de San Lorenzo para salir hacia Tachina, duda. “No tenía
conocimiento de esa información que tienen”, dijo. “No lo sé, para mí nunca sucedió.
Podía haber estado un helicóptero preparado en el caso de que fuera cierto, pero es lógico,
es una zona en la que están militares, pero que haya habido una disposición porque
teníamos la certeza de que estuvieran liberados, no, no es cierto”. Tampoco cree que los
periodistas hayan sido liberados jamás y aseguró que nunca estuvieron en manos del
Ejército ecuatoriano. “Si hubieran sido entregados a militares ecuatorianos, la muerte de
ellos habría sido en Ecuador, no en Colombia”, dijo.

Para tratar de llenar los vacíos de las versiones oficiales, este equipo intentó conversar
además con autoridades ecuatorianas: el exministro del Interior, el Secretario de
Comunicación, el exdirector de la Unidad Antisecuestros y Antiextorsión (Unase). Ninguno
respondió.

Durante la crisis, Navas y Zambrano cayeron en imprecisiones y contradicciones. Yadira


Aguagallo, pareja de Paúl Rivas, dice que al enterarse de la supuesta liberación, ese 28 de
marzo, el hermano de Paúl, Ricardo, habló por teléfono con Navas, quien le dijo que se
había enterado a través de los medios colombianos. Dos meses después, en una entrevista
con el medio digital Plan V, Navas se contradijo: “La información me llegó a través de la
Dirección Nacional de Inteligencia y teníamos información cruzada con Colombia”. Dos
líneas después, en la misma entrevista, se desdijo: “Sale la noticia de que los habían
liberado y no sabíamos nada. Nos llama el Ministro de Defensa (de Colombia, sic) a
felicitarnos. Nunca pasó. Nunca nos escribió Guacho sobre la supuesta liberación. Todo lo
contrario, siguió presionando con los mensajes”.

Navas presidía el llamado Comité de Crisis, un cuerpo colegiado cuyo propósito era
coordinar acciones para salvaguardar la vida de los periodistas. Además de él, estaba
conformado por Zambrano, el Fiscal General, el Defensor del Pueblo, un delegado de la
Secretaría de Comunicación, el Jefe del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas, el
Director Nacional de Delitos Contra la Vida, Muertes Violentas, Desapariciones, Extorsión y
Secuestros, el Jefe de la Unidad Antisecuestros y Antiextorsión (Unase) y el oficial del caso.
La familia de cada periodista estaba, también, representada en el comité.

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Manifestaciones en Quito pidiendo la liberación de los periodistas secuestrados en la frontera. Foto:
Periodistas sin cadenas.

Para que el fiscal Carlos se trasladara a la base naval tuvo que haber sido notificado por
una autoridad del Comité de Crisis. Si a las 18:00 del 28 de marzo estaba allí, Navas sabía
de la supuesta liberación por lo menos una hora antes de que la noticia saliera en El
Tiempo. ¿Por qué entonces el exministro dijo haberse enterado por medios colombianos?

Los familiares de las víctimas se hacen esta y otras preguntas. Tienen dudas sobre las actas
que surgían de cada reunión del Comité. En la primera cita, celebrada la misma noche del
secuestro —lunes 26 de marzo—, consta el nombre de Carolina Rivas, hija de Paúl, pero ella
no asistió, se enteró del secuestro en la madrugada del 27, cuando se lo contó Yadira.
Ninguna de las actas está firmada por los asistentes (ni las autoridades, ni los familiares de
los periodistas). La inexistencia de firmas es solo una de las inconsistencias que los
familiares han señalado durante el tiempo que duró el secuestro, incluida la investigación
de la Fiscalía ecuatoriana.

***

Aguagallo cuenta que el 3 de abril, ocho días después del secuestro, a su correo, al de una
periodista de El Comercio y al de un periodista de diario El Universoles llegó un mensaje con
dos fotos: en una se leía un breve mensaje escrito a mano por Paúl Rivas, en la otra
aparecían los tres secuestrados. Había además dos videos.Quien remitía el email, en los
tres casos, era una persona que se identificaba con nombre y apellido y aseguraba ser

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camarógrafo de un canal de televisión colombiano. El mensaje decía que le llegó este
material de un número desconocido y pedía que, por favor, conservaran la fuente en
secreto. Localizamos a esa persona y confirmamos que era quien decía ser y que
colaboraba para el medio colombiano en mención. Mantenemos en reserva su nombre
para preservar su seguridad.

El equipo de este reportaje tuvo una breve conversación vía telefónica en la que confirmó
que él había sido quien envió el mail por pedido expreso de alias Guacho, que lo contactó
en la zona de Tumaco, donde trabaja el periodista en cuestión. Al verse obligado, envío la
información que recibieron Aguagallo y los otros dos periodistas. Dijo, además, que la
gente de Guacho le envió más material y lo presionó para que siguiera divulgándolo, pero
él se negó. En un momento dado, las amenazas de Guacho y su gente llegaron a tal punto,
que el periodista tuvo que ser protegido y trasladado fuera de Tumaco. Según el
periodista, ni la Fiscalía ecuatoriana ni la colombiana lo han requerido para pedirle
información sobre el material que recibió, las amenazas de Guacho y cualquier otra
información que pudiera ayudar a esclarecer el caso.

Cuando Aguagallo vio el correo electrónico se encontraba en diario El Universo, a donde la


habían convocado para que viera lo que el periodista había recibido. Desde allí, se
contactó con la Unase para que investigara el origen del mensaje que había sido abierto en
una computadora de ese medio. La Unase acudió y se hicieron las pericias. El parte con los
resultados, al que este equipo periodístico tuvo acceso, es sumamente confuso en su
redacción. Queda claro que se logra identificar una IP que los familiares creyeron que
estaba vinculada a una casa ubicada en el centro de Quito.

El texto dice: “En horas de la noche se procedió a verificar información que habrían
recibido en un pedazo de papel los familiares del señor Paúl Rivas verificando la dirección
Manuel Larrea y Riofrío”. Abajo adjuntan una imagen del “pedazo de papel” que, en
realidad, nunca se recibió, pues lo que llegó como adjunto a Yadira Aguagallo, y a los dos
periodistas de El Comercio y El Universo en el correo electrónico enviado por el periodista
de Tumaco, fue la foto de una carta escrita a mano por Paúl, sin ninguna dirección.

No está claro qué tiene que ver la casa y el nombre del propietario (incluido en el parte de
la Unase), pero están dentro de la investigación. A pesar de eso, según una fuente que tuvo
acceso al proceso, el fiscal Wilson Toainga, a cargo de la investigación del caso, no ordenó
el allanamiento de la vivienda, ni investigó quiénes viven ahí ni convocó al propietario a
declarar, tampoco averiguó qué vínculo puede tener con alias Guacho.

Hay también un mensaje de texto que habría sido intercambiado por miembros de las
Fuerzas Armadas. Este fue reenviado por una fuente desconocida a un periodista, como
prueba de que hubo un intento de liberación. Este equipo periodístico recibió una copia
del mensaje. En la jerga militar el mensaje está textualmente escrito así: “QTH 7/4
recibiendo fritada 3 periodistas retenidos por irregulares 26032018. Estarian siendo

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liberados a 1K de Mataje y llevados a RTNIM y de ahí Y Mataje - San Lorenzo para
disposición final. Estoy confirmando si hay fritada positivo envío material. Manten linea
tengo mi gente adentro. QAP 7/3”.

QTH es el anuncio de una ubicación. El general del Ejército (en servicio pasivo) José Luis
Castillo asegura que se usa el término “fritada” para referirse a muertos; querría decir que
la entrega era de cuerpos, no de los periodistas con vida. RTNIM es el Retén Naval de
Infantería de Marina. Una fuente de la Secretaría de Inteligencia, que pidió no ser
identificada, confirma que “fritada” es el encargo y que QAP significa: manténganse en
espera, y 7/3, saludos cordiales.

Familiares de los periodistas secuestrados salieron a las calles de Quito para pedir su
liberación. Foto: Periodistas sin cadenas

Mientras tanto, esa noche de incertidumbre del 28 de marzo, en Colombia las autoridades
tampoco se habían pronunciado. A los medios se les informó que el Ministerio de Defensa
daría una rueda de prensa el día siguiente, pero a última hora se canceló sin ninguna
explicación. Los periodistas de El Tiempocreían que la información podría estar
relacionada con la liberación, pues la convocatoria se habría dado minutos después de la
publicación de la noticia en ese diario.

Jhon Torres, editor de la sección Justicia de El Tiempo, dijo que se había esperado hasta el
sábado 31 de marzo para recibir noticias de la liberación, pero no ocurrió nada. El Tiempo,
sin embargo, no se desdijo: su fuente era de “altísima credibilidad”, y había sido

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comprobada en varias ocasiones. Para ellos también falta una pieza que permita entender
lo que ocurrió el miércoles 28 de marzo.

***

Aunque no llegaría a concretarse, la liberación como posibilidad estuvo flotando alrededor


de los cautivos. En el expediente sobre este caso, la Fiscalía colombiana posee una
transcripción de un interrogatorio realizado el 22 de junio a uno de los testigos protegidos.
Según él, alias Pitufo o Pitufín —uno de los líderes de la estructura criminal y exjefe del
testigo— aseguró que los periodistas iban a ser liberados. El testigo no menciona la fecha
en la que esto habría ocurrido.

Fotógrafos de diario El Comercio levantaron sus cámaras en protesta por el secuestro de sus
compañeros. Foto: Periodistas sin cadenas

Nada de esto se conocía en Ecuador la noche del 28 de marzo. Los familiares de los
periodistas estaban reunidos en casa de la madre de Paúl Rivas revisando el manual
antisecuestro de las Naciones Unidas, cuando se enteraron de la supuesta liberación a
través de El Tiempo. Enseguida preguntaron a las autoridades, pero solo recibieron
respuesta dos horas después. Hacia las 21:00, cuando el fiscal Carlos aún permanecía en la
base naval, Navas se comunicó con los familiares, que nunca supieron de la presencia del
fiscal en la base, y les dijo que la información de la liberación era falsa. ¿Por qué, entonces,
un fiscal seguía esperando? ¿Quién le ordenó que se trasladara a la Base Naval de San
Lorenzo?
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Aunque las familias de Paúl, Javier y Efraín han solicitado documentos que comprueben
las acciones que las autoridades dicen haber realizado, no han recibido nada. A mediados
de agosto de 2018 pidieron una ampliación de los documentos desclasificados —en la
primera parte, han dicho, casi no había información de valor—. La respuesta del Ministerio
del Interior ha sido que muchos de los acuerdos se hicieron de forma verbal y que no
existen papeles que los respalden.

Los familiares pidieron, por ejemplo, documentos que demuestren en qué fecha el
Gobierno ecuatoriano contactó a Monseñor Eugenio Arellano, obispo de Esmeraldas, que
habría conocido a Guacho cuando era niño. La respuesta: “Se informa que por pedido
verbal del Presidente de la República, del 11 de abril de 2018, se mantuvo una reunión con
el Monseñor Eugenio Arellano”. Pero no hay nada que respalde la afirmación.

Algo similar ocurrió con la información que Navas dio en un encuentro con medios
extranjeros el 9 de abril, cuando habló de cuatro escenarios que estaban contemplando.
“No se ha encontrado la rueda de prensa del 9 de abril del exministro Navas a la que se
hace referencia”, respondió el Ministerio del Interior en un oficio firmado por Andrés de la
Vega, viceministro de esa cartera de Estado aún en funciones.

La despedida

Seis meses después del secuestro y asesinato de Paúl Rivas, Efraín Segarra y Javier Ortega,
sus familiares aún recuerdan con angustia el día del viaje. El domingo 25 de marzo los tres
salieron de sus casas para trasladarse a la frontera, una zona que en las últimas semanas
había sido escenario de violencia patrocinada por Guacho. Habían estado allí más de una
vez en 2018, y varias veces se habían despedido de sus familias.

—Por favor no, esta vez no.

Le dijo Yadira Aguagallo a su pareja, el fotógrafo Paúl Rivas, el 24 de marzo. No era su turno
de viaje, pero los jefes en El Comerciole pidieron que fuera. Ese fin de semana el diario
había publicado la noticia sobre un cadáver abandonado en la carretera cerca de Mataje,
que nadie se atrevía a recoger y que era una supuesta advertencia del grupo de Guacho.

Era el episodio de violencia más reciente registrado en las poblaciones ecuatorianas de la


Costa cercanas a Colombia. El primero se dio el 27 de enero, cuando un carro bomba
estalló frente al Comando de Policía de San Lorenzo sin dejar víctimas. El segundo fue el 18
de febrero, cuando militares que patrullaban el caserío de El Pan fueron atacados a tiros.
En marzo hubo atentados con explosivos en las comunidades esmeraldeñas de Borbón, El
Pan y Alto Tambo. El más grave ocurrió en Mataje, cuando un artefacto estalló al paso de
una caravana que patrullaba y mató a cuatro infantes de marina: Luis Mosquera, Jairo
Sandoval, Sergio Elaje y Wilmer Álvarez. Dos meses inusualmente violentos para la zona y
para el país.

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—No quiero que te vayas, siento que es muy riesgoso.

Yadira insistió, pero la decisión estaba tomada. Al día siguiente, el domingo 25 de marzo,
Efraín Segarra recogió en su camioneta Mazda azul a Paúl Rivas y al periodista Javier
Ortega.

Ella subió al vehículo junto a los tres para que la dejaran en la casa de su madre. En el
camino, Paúl le dijo que durante esa semana de ausencia ella debía buscar un tatuaje con
un diseño que fuera una suerte de lazo, para hacérselo juntos al regreso. Ella pensó que era
una propuesta de matrimonio, pero no dijo nada. Poco después se bajó, cerró la puerta y
con la mano se despidió de Paúl. La camioneta arrancó.

El adiós de Galo, el padre de Javier, fue más inusual. No pudo darle el abrazo que siempre
le daba cuando se iba de viaje, porque estaba algo enfermo y le costaba levantarse del
sillón desde el que se despidió de su hijo. Así lo relata:

—Llegó el momento en que se fue. Apenas me levanté. Le di un abracito, que no fue como
las demás veces, y se marchó. Yo en la puerta lo quedé mirando, él no regresó ni a ver y se
fue. Que le vaya bien, le di la bendición y se fue.

Galo Ortega, padre de Javier Ortega, junto al perro que dejó a su cuidado el periodista
asesinado. Foto: Periodistas sin cadenas

Cristian Segarra, también periodista de El Comercio,habló el viernes 23 con su padre,


Efraín, que prestaba servicios al diario como conductor. Ese mismo día, como su padre no

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respondía el teléfono, de la oficina de personal llamaron a Cristian para preguntarle si a su
padre le interesaba un seguro, debido al viaje que haría dos días después. El hijo dijo que sí
y pagó para que se fuera “de alguna forma tranquilo”.

—Jamás me imaginé a lo que se iba a enfrentar. Simplemente me despedí de mi


padre como cualquier día normal. No dimensioné el riesgo.

Como en tantos otros viajes hacia la frontera, los tres salieron de Quito, tomaron la vía
Panamericana Norte y luego la carretera que lleva a Esmeraldas. Su destino era la Hostería
El Pedregal, en las afueras de San Lorenzo, donde solían hospedarse los colegas del diario.
Su destino era una cobertura periodística que terminaría en tragedia.

La Hostería El Pedregal es el lugar desde donde se vio salir por última vez a los tres
periodistas asesinados. Aquí solían hospedarse trabajadores de El Comercio para
todas sus coberturas en la zona.Foto: Periodistas sin cadenas

En el registro del hotel están sus nombres escritos a mano. Al otro día empezaría la misión
que los llevó a la muerte, confirmada 19 días después. El lunes 26 de marzo, pasadas las
07:00, según revelaron las cámaras del hotel, salieron hacia Mataje, un pueblo fronterizo
ubicado a unos 23 kilómetros o 20 minutos de viaje por carretera.

De ahí en adelante solo hay versiones de testigos, contradicciones de autoridades


ecuatorianas y colombianas, e hipótesis que resultan insuficientes para esclarecer los

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hechos. De acuerdo con el Ministerio del Interior de Ecuador, Efraín, Javier y Paúl dejaron
el hotel a las 07:10, y a las 09:00 pasaron por el control militar de ingreso a Mataje, donde
fueron registrados y, según las autoridades, advertidos del peligro en la zona.

Dos fuentes que pidieron no ser identificadas, que conocen bien el lugar y que conversaron
con habitantes del sector conocido como Nuevo Mataje dicen que las versiones de los
pobladores coinciden en que los periodistas llegaron, parquearon la camioneta y salieron
a caminar. Aseguran que cruzaron “al otro lado”, a territorio colombiano, atravesando el
río Mataje, sin violencia. La gente del pueblo vio que mientras caminaban se les acercó
alguien, conversaron y lo siguieron.

“Ellos le van siguiendo a ese señor (…), se embarcan en una canoa y los pasan al otro lado.
Pero ellos fueron sin presión, y cuando llegan allá y los meten más adentro (les dicen):
‘ahora sí, están detenidos’. Se los llevan”, dijo una fuente que trabaja en la zona al resumir
sus conversaciones con varios pobladores de Mataje poco después del secuestro. Pidió
omitir su nombre y profesión por temas de seguridad.

Muertos que caminan

A las 17:02 del 26 de marzo, el mayor de la Policía de Ecuador Alejandro Zaldumbide, jefe
de Gestión Logística del Distrito de Vigilancia San Lorenzo, recibió un mensaje de un
número colombiano. Una persona que se identificó como Guacho le informó que tenía en
su poder a tres periodistas de El Comercio.

Veinte minutos más tarde, desde el mismo número, le llegó a Zaldumbide la primera
prueba de vida: al menos tres fotografías de los secuestrados. La foto no ha sido divulgada
hasta hoy, y es parte de la investigación. Los tres periodistas aparecen con la misma ropa
que vestían al salir del hotel. Lucen serios, pero en sus expresiones no parece haber miedo,
como sí se vería más tarde en los videos que se difundieron. Al fondo se pueden ver
sembríos de coca.

Esa noche, sus familiares fueron contactados, pero solo hasta el otro día se informó
oficialmente del secuestro en Ecuador, en una rueda de prensa donde nunca se
mencionaron los nombres de los secuestrados.

Hasta hoy no está claro cómo se desarrolló el intercambio de mensajes entre Guacho y las
autoridades ecuatorianas: no se sabe en qué tiempo hubo una respuesta a estos primeros
mensajes ni en qué términos se hizo. El Gobierno ecuatoriano se ha negado a entregar la
información sobre las conversaciones. La indagación que realiza la Fiscalía de Ecuador es
reservada, y el acceso a los documentos es restringido.

Los integrantes del Frente Oliver Sinisterra no pedían algo que fuera nuevo para la Policía
de Ecuador. Desde enero, a través de mensajes y llamadas telefónicas, le exigían a

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Zaldumbide la liberación de tres de sus miembros que permanecen detenidos en
Latacunga (centro de Ecuador), y la cancelación de un acuerdo entre Ecuador y Colombia
de lucha contra el narcotráfico. Zaldumbide notificó cada una de estas conversaciones
mediante partes policiales, los mismos que están incluidos en el expediente de Fiscalía
sobre el atentado al retén policial de San Lorenzo, el 27 de enero de 2018. Según la versión
de un testigo protegido de la Fiscalía en Colombia, que dio la información sobre el lugar
donde se habían enterrado los cuerpos y la ubicación de cinco artefactos explosivos
alrededor de las fosas, no haber atendido estas exigencias habría causado el asesinato de
Segarra, Rivas y Ortega.

Los hombres cuya liberación buscaba Guacho eran tres: Patrocinio C. P., o alias Cuco,
James C. A. y Diego T. V., capturados después de un operativo en Mataje, el 12 de enero de
2018, de acuerdo con el acta de audiencia de flagrancia realizada en San Lorenzo. Al menos
dos de estos hombres tenían un valor especial para Guacho. Cuco es una de las personas
más cercanas al líder del Frente. Él y Guacho estuvieron juntos en las FARC, dedicados al
transporte de drogas y armas en lancha, según las versiones que tres testigos protegidos
han dado en Colombia. En sus declaraciones, recogidas por la Fiscalía de Ecuador en el
marco de la cooperación internacional, señalan que Cuco era el jefe de las milicias en la
zona baja del río Mira, uno de los principales delegados en Ecuador y encargado de
“organizar a los muchachos” de Mataje. Añaden que alias James integraba el anillo de
seguridad de Guacho. En las versiones de los testigos, Diego T. V. no es mencionado.

Tan importante era Cuco para Guacho, que el atentado con coche bomba en el cuartel
policial de San Lorenzo, el 27 de enero, fue una respuesta a su detención, conforme cuenta
uno de los testigos. Él asegura, además, que tres personas fueron secuestradas para un
canje dos semanas después de la detención de Cuco, pero fueron liberadas.

Las amenazas de esos atentados se mantuvieron desde enero a través de los chats y
llamadas a Zaldumbide, en los que siempre exigían la liberación de los tres “muchachos”.
Diez días antes del secuestro, las advertencias arreciaron. Un allanamiento de los
uniformados ecuatorianos a la casa de la madre de Guacho en Mataje despertó nuevas
amenazas contra civiles. El secuestro del equipo de El Comercio pudo ser el cumplimiento
de esa amenaza.

***

Contradicciones, vacíos, confusión y el manejo errático de la información han sido el telón


de fondo de esta tragedia que aún no encuentra verdades. Que los apresaron en Ecuador,
que en Colombia, que en Ecuador... y el modo tampoco está confirmado. El expresidente
colombiano Juan Manuel Santos sorprendió a los medios cuando se confirmó el asesinato
el 13 de abril:

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—Estos hechos ocurrieron en el Ecuador, fueron secuestrados en el Ecuador, por un
individuo de nacionalidad ecuatoriana.

Tras recibir información de inteligencia, Santos debió admitir que habían sido asesinados
en Colombia, y que sus cuerpos estaban en ese país, en una región donde se disputan el
control territorial el Frente Oliver Sinisterra y otros grupos dedicados al narcotráfico.

El 18 de julio, el entonces ministro de Defensa de Colombia, Luis Carlos Villegas, anunció la


captura de Gustavo Angulo Arboleda, alias Cherry. Según Villegas, se presumía que fue él
quien interceptó a los tres y luego los trasladó a Colombia. Días después, la Fiscalía de ese
país dijo en la audiencia de imputación que fue Cherry, como encargado de la comisión de
secuestro del Frente, quien recibió en territorio colombiano a Efraín, Javier y Paúl, después
de que alias Roberto y alias Cristian los retuvieron en Mataje. Presuntamente Cherry “dio la
orden de retenerlos y pasarlos a Colombia”, dijo la fiscal del caso.

El último lugar que visitaron los periodistas by Periodistas sin cadenas on Sketchfab.
Mira la animación completa.

En el expediente del secuestro, el colombiano Cherry está acusado de concierto para


delinquir agravado con fines de homicidio y secuestro extorsivo agravado. Además, está
señalado como autor material de la retención de otros dos ecuatorianos —Óscar Villacís y
Katty Velasco— 15 días después del secuestro de los periodistas, también asesinados por la
gente de Guacho, y como coautor de la muerte de tres agentes de la Fiscalía colombiana el
11 de julio. Cherry no aceptó estos cargos. Su abogado accedió dos veces a una entrevista
para este reportaje, pero después canceló y no fue posible ubicarlo.

Alias Roberto, ecuatoriano cuyo nombre es Jesús Segura Arroyo, fue capturado a inicios de
agosto en Nariño, Colombia. Según el Ministerio de Defensa colombiano, fue él quien
interceptó al equipo periodístico y, “mediante engaños”, lo habría llevado hasta territorio
colombiano. Hasta el momento está pendiente su vinculación formal al proceso y
permanece detenido en la cárcel de Pasto (sur de Colombia).

Hay al menos dos versiones sobre cómo inició el secuestro: que fue el mismo Cherry quien
los detuvo en Mataje y cruzó a Colombia con ellos; o que fue Roberto quien hizo el primer
contacto y luego los llevó ante Cherry. En cualquier caso, el resultado fatal fue el mismo.

***

Un video en el que Javier, Paúl y Efraín aparecen con su propia ropa, la misma de las
primeras fotografías, también llegó también vía WhatsApp, de acuerdo con el informe que
Ecuador envió a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). Javier habla y
dice que están bien, sin mayores detalles. Un representante de cada familia pudo ver este
video el 29 de marzo; hasta ahora no se ha hecho público. Allí los tres no tienen cadenas en

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sus cuellos, como después aparecerían en otro video. Hasta entonces, el Gobierno
ecuatoriano había informado que estaban negociando. “Estamos en un proceso propio de
las negociaciones, demandas y demás…”, dijo Navas al confirmarse el secuestro. Pero la
realidad era distinta y el diálogo comenzó realmente unos días después.

Entre el 26 y el 31 de ese mes, el canal de comunicación seguía siendo el celular de


Zaldumbide. Según el informe del Ministerio del Interior presentado a la CIDH, el canal
“exclusivo” para la negociación se creó el 27 de marzo, mientras que el jefe de la Unidad
Antisecuestros y Extorsión (Unase), el coronel Polibio Vinueza, dijo que fue el 31. De
acuerdo con la versión que rindió Zaldumbide en la Asamblea Nacional el 20 de junio del
2018, él entregó el canal el 31 de marzo, después de escribir un mensaje en el que
compartió el contacto del coronel Carlos Maldonado Mosquera, asesor del Ministerio del
Interior, quien sería el negociador. Su teléfono lo entregó a la Fiscalía el 18 de abril.

Solo cuando Maldonado entró en juego, cinco días después del secuestro, comenzó la
negociación. Ese mismo 31 de marzo, a las 16:06, se recibió un mensaje: “Liberen a mis
muchachos, que si no los sueltan los matamos hoy mismo”, reporta el Ministerio del
Interior. La respuesta fue: “Vamos a revisar el tema legal de sus muchachos para buscar
una mejor solución”.

De acuerdo con Interior, ese 31 de marzo se iniciaron los acercamientos con Cuco y los
otros dos hombres requeridos por Guacho. A las 21:00 de ese día, un funcionario de la
Unase y otro del Ministerio del Interior se acercaron al Centro de Rehabilitación de
Latacunga para hablar con los detenidos y hacer dos videos que enviaron esa noche. La
respuesta de Guacho al día siguiente fue tajante: “Yo no soy de tiempo. Si usted no pudo, le
voy a enviar uno a uno en bolsa, me libera a mis muchachos y le libero a sus periodistas”.
Los agentes contestaron: “Que ya hemos conversado con uno de sus muchachos y vamos
por buen camino”.

El 2 de abril, la comunicación entre los secuestradores y las autoridades ecuatorianas


tomó un giro. El Frente Oliver Sinisterra filtró a través de un medio de comunicación
colombiano dos videos. En ellos, Javier habla mientras Paúl y Efraín miran a la cámara.
Javier pide el intercambio de los tres detenidos y la anulación del acuerdo binacional.
“Señor presidente Lenín Moreno, en sus manos están nuestras vidas”. Su semblante era
distinto. En sus miradas puede verse el temor. Aparecen amarrados de sus cuellos con una
cadena que está asegurada con candados; visten ropa ajena, la misma con la que serían
encontrados sus cuerpos más de dos meses después.

Wilson Toainga, el fiscal de la causa contra Cuco y los otros dos detenidos, pidió al día
siguiente continuar con el juicio para obtener una sentencia. Mientras tanto, los mensajes
desde la selva siguieron: “A mí no se me da nada matarlos. Quiero ver a mis muchachos.
Mándeme videos”.

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La razón para buscar terminar con el proceso judicial era que, una vez emitida la sentencia,
el presidente Moreno firmaría un indulto presidencial para los acusados, según lo ha
indicado el exministro Navas. Hasta ese día, no se evaluó la posibilidad de liberarlos por
fuera de la vía legal. “Si queríamos un indulto, teníamos que tener sentencia y hubo
reuniones con Fiscalía y Judicatura para un método abreviado (en el que el procesado se
declara culpable y se lo sentencia)”, dijo el exministro Navas en una rueda de prensa el 15
de abril de 2018. Pero el proceso abreviado nunca se concretó.

“Para cuándo me libera a mis muchachos o mato a los periodistas, y dígale a ese ministro
del Interior que le tengo en la mira y mis ataques y bombas van a continuar. Hoy las 3 les
mando el video de uno de ellos muerto”, decía el mensaje que llegó a las 09:00 del 7 de
abril, a 12 días del secuestro. Esa sería la última comunicación recibida por el “canal
exclusivo”.

Sin comunicaciones a través del chat y sin avance en el proceso judicial, en la rueda de
prensa del 9 de abril, Navas se contradijo. Indicó que no había ningún proceso de
negociación y que se habían abierto cuatro escenarios de posibles desenlaces. En el peor,
los tres no volverían vivos.

***

Un semestre ha transcurrido desde su muerte y tampoco se ha podido esclarecer


plenamente dónde estuvieron los periodistas secuestrados, qué hicieron durante esos días
o quiénes los mantuvieron cautivos en las zonas por donde se movieron. Los testimonios
de testigos protegidos y otras versiones recibidas por la Fiscalía colombiana coinciden en
varios puntos: fueron llevados por distintos sitios en un movimiento constante, entre
caseríos que no aparecen en los mapas, o por fincas y sembradíos de coca.

Los tres estuvieron siempre escoltados, a veces por más de una docena, a veces por pocos
subalternos de Guacho que iban siempre armados. Estas zonas, a ambos lados de la
frontera, se encuentran abandonadas por los Estados, sin servicios públicos, con caminos
de tierra, cobijadas por una vegetación espesa, cálida y húmeda y cruzadas por ríos que
permiten a los grupos irregulares moverse y evacuar sus embarques de cocaína rumbo al
océano Pacífico.

Según testimonios recogidos por la Fiscalía colombiana, en algún punto los secuestrados
estuvieron en manos de Jesús Vargas Cuajiboy, alias Reinel. El 7 de julio, Reinel se convirtió
en el primer detenido por este caso, acusado de secuestro extorsivo agravado y concierto
para delinquir agravado. Él tampoco aceptó los cargos, aunque admite que perteneció al
Frente. Un testigo afirma que los secuestrados estuvieron bajo custodia de Reinel porque
alias Pitufo, que era el responsable de los cautivos, sufrió un accidente y Reinel lo
reemplazó. Carlos Viveros, su abogado, lo niega: “Él nunca estuvo con los periodistas, pero

17
sí tuvo conocimiento de que los tenían en otra comisión. Lo vinculan porque al parecer
ellos pernoctaron en alguna ocasión en la casa que pertenecía a los padres de él; la casa
estaba abandonada, en la vereda de El Azúcar”.

La investigación de la Fiscalía colombiana sigue su curso. Para inicios de noviembre esa


dependencia tiene previsto presentar la acusación formal ante juez contra Reinel y Cherry.
Existen seis órdenes de captura vigentes, se solicitarán tres más y otras tres personas serán
vinculadas al proceso en una fecha aún no definida.

Sobre Reinel, la información de inteligencia policial lo señala como cuarto en la línea de


mando en la estructura de Guacho, después de alias Fabián o Gringo y alias Pitufo o
Joaquín, que siguen prófugos. El abogado Viveros sostiene que Reinel no tenía mando.

Casi todos los relacionados con el Frente Oliver Sinisterra integraban los dos grupos de las
FARC que operaban en el suroeste de Colombia antes de que esa guerrilla se desarmara: la
Columna Móvil Daniel Aldana y el Frente 29. Otros hacían parte de “milicias” o grupos de
apoyo logístico a la exguerrilla.

Respecto al trayecto que habrían seguido Efraín, Javier y Paúl junto a sus captores, uno de
los testigos de la Fiscalía dice que fue Pitufo quien ordenó cuidarlos y montó “guardias
especiales”. Después de que Cherry le dijo: “quieto y se los llevó”, los secuestrados pasaron
a manos de Munra en la vereda Mata de Plátano, del lado colombiano. Luego fueron
llevados a Brisas de Mataje, caminando como una hora hasta una finca. Ahí permanecieron
dos días y reiniciaron la caminata a un lugar no identificado, desde donde salieron en
camionetas al sector de La Mina.

Ubicación Geográfica: Posible trayecto by Periodistas sin cadenas on Sketchfab. Mira


la animación completa.

Desde ese lugar fueron trasladados en bote por el río Mira hasta el caserío Quejambí (o
Quejuambí). Permanecieron tres noches en una casa y siguieron por el río hasta La Corozal,
“hacia donde la familia de Reinel”. Allí estuvieron en otra casa y luego volvieron a moverse
hacia El Azúcar, a la residencia de otro “guerrillero” y su familia. Fue ahí, según la versión
tomada por la Fiscalía, que alias Halida y su hijo, alias Barbas (ambos con algún nivel de
mando en el Frente), grabaron el video, ocho días después del secuestro, que fue difundido
el 3 de abril como prueba de supervivencia. Su recorrido no terminó ahí.

***

¿Hubo o no negociación? En una entrevista con Plan V, Navas ha dicho que sí pero, a su
juicio, Guacho nunca tuvo voluntad de negociar. Para esta investigación, se buscó al
coronel Maldonado a través de la Secretaría de Inteligencia, donde ahora trabaja como

18
Subdirector General, pero el pedido nunca tuvo respuesta. También se contactó al
exministro Navas y a la Unase, con el mismo resultado.

Aunque Navas habló de varios escenarios durante la negociación, descartó las operaciones
militares en la frontera. Lo cierto es que en un momento los tres periodistas fueron
conducidos a la vereda Los Cocos, muy cerca del río Mira. Según un testigo de la Fiscalía
colombiana, fue en ese momento en que Efraín Segarra entendió que su suerte estaba
echada y preguntó si los iban a matar. Perú, que era un gatillero, le habría contestado:

— Sí, porque el Gobierno ecuatoriano no había cumplido con el acuerdo.

Aunque este equipo realizó peticiones de información al Ministerio de Defensa de


Colombia, este no ha informado ni siquiera a la Fiscalía sobre las operaciones realizadas
durante el cautiverio.

Un día después del anuncio donde Navas desmintió las negociaciones, se analizó la
posibilidad de un canje “previo a lo legal”. Pero el 11 de abril los medios colombianos
filtraron un comunicado del Frente: Efraín Segarra, Paúl Rivas y Javier Ortega habían sido
asesinados. “El gobierno de ecuador (sic) y el ministro de Colombia no quisieron salvarle la
vida a los tres detenidos. (...) Lamentamos profundamente la muerte de los dos periodistas
y el conductor”. Los de Guacho dijeron que llevaban dos meses de diálogo con Maldonado.

Las autoridades de ambos países nunca confirmaron la autenticidad de ese comunicado


(ni de los dos posteriores) — en el que se atribuía la muerte de los periodistas a
desembarcos militares en la zona— contradiciendo la versión del testigo protegido. Ese
mismo día, a dos semanas del secuestro, durante una reunión en la casa de Gobierno, el
presidente Moreno pidió a representantes de la iglesia católica su mediación para el canje
de los tres detenidos por los tres periodistas, según él mismo señaló en una rueda de
prensa al confirmarse las muertes. Pero en menos de 24 horas llegaron a un medio
colombiano las fotografías de los tres cuerpos.

Disparos bajo la lluvia

—Está en sus manos, señor presidente, nuestra vida.

Así lo expresó Javier Ortega en un video divulgado por el Frente. “Pitufo les dijo lo que
tenían que decir”, declaró uno de los testigos protegidos en su versión ante la Fiscalía
colombiana. De acuerdo con ese mismo testimonio, después de grabar el video, los
periodistas fueron trasladados a otra finca cercana. Volvieron a moverse por el camino a La
Corozal, a una zona cocalera, donde estuvieron dos días. Entonces recibieron la orden de
moverse nuevamente. Fueron a Quejambí, y desde ahí en dos botes partieron al sector de
Los Cocos, donde el largo martirio terminó. Si el testimonio del testigo protegido es cierto,
fueron asesinados y enterrados bajo una noche oscura y lluviosa.

19
Ubicación de los cuerpos by Periodistas sin cadenas on Sketchfab. Mira la
animación completa.

Según el informe del Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses de Colombia, los
mataron con tiros de armas de fuego de calibre 9 milímetros, en la parte posterior
izquierda de la cabeza. Todos tenían disparos en otras partes del cuerpo. Tras una lectura
de la información contenida en el informe de Medicina Legal, el médico forense Aníbal
Navarro dijo que se descartaba que los periodistas y el conductor hayan muerto por fuego
cruzado: fueron ejecutados a sangre fría por sus captores.

El testigo que narra el trayecto hasta el lugar donde Efraín, Javier y Paúl fueron ejecutados
no menciona la fecha, pero fue en la tarde del 12 de abril cuando la cadena RCN recibió las
fotos de los cuerpos con heridas de bala. Al día siguiente, el Gobierno ecuatoriano
confirmó oficialmente las muertes.

Pasarían más de dos meses para que equipos forenses y policías consiguieran rescatar los
cuerpos, el 21 de junio, gracias a la información entregada por una fuente que pidió no ser
identificada cuando rindió su versión ante la Policía Judicial de Colombia. Cuando los
encontraron, Rivas, Ortega y Segarra ya no tenían las cadenas que los apresaron durante
su infame cautiverio. En las fosas encontraron un cuarto cadáver que correspondería a
Fernando Vernaza Castro, un primo de Guacho, al que habrían asesinado por sospechas de
que colaboraba con el Gobierno de Ecuador, como consta en el expediente del caso en
Colombia. Según confirmó Medicina Legal de ese país, el cuerpo permanece aún en
“condición de no identificado”. Es una más de las tantas respuestas que los Estados de
Ecuador y Colombia deben. Mientras tanto, la información confusa sigue. La más reciente:
el 15 de septiembre, el nuevo presidente colombiano, Iván Duque, dijo que Guacho había
recibido disparos en una operación militar y había huido gravemente herido. Dos días
después, el comandante de las Fuerzas Militares, general Alberto Mejía, señaló que no
podía “confirmar ni desvirtuar” la situación del hombre más buscado por los dos
Gobiernos.

Tras el episodio, Yadira Aguagallo mencionó en una entrevista radial que para las familias
su captura con vida “sería lo primordial”, pero que su muerte no debería implicar “el fin”
sino “un paso más para la no impunidad”, para conocer la verdad que aún esperan.

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20
La historia inconclusa de Javier
Poco antes de ir por última vez a la peligrosa frontera entre Ecuador y
Colombia, el periodista Javier Ortega fue informado de la existencia de un
canal secreto de comunicación entre la Policía de Ecuador y los carteles de la
droga. Nunca pudo escribir sobre el tema.
19 de octubre del 2018
PERIODISTAS SIN CADENAS/LIGA CONTRA EL SILENCIO/OCCRP/FORBIDDEN STORIES

Primera parte: Tres vidas perdidas entre demasiadas manos Tercera parte: El desangre blanco en el río
Mataje Cuarta parte: Militarizar la frontera, medida poco eficaz

* *Las imágenes compuestas de este reportaje son un homenaje a la labor del


equipo periodístico asesinado en la frontera. En las fotografías aparecen los
objetos que Javier, Efraín y Paúl llevaban cuando salieron a hacer su trabajo y que
luego fueron entregados a los familiares, y otros artículos personales. Junto a esas
fotos están otras de autoría de Paúl Rivas, publicadas por diario El Comercio, y que
buscaban retratar regiones apartadas y olvidadas de Ecuador.

21
El carnet de prensa de Javier Ortega es la única pertenencia que se halló junto
a sus restos en la selva colombiana. Aunque está algo deteriorado, es un tesoro
para su familia. A su padre, Galo Ortega, se le ocurrió dejarlo unos días en cloro
para quitarle el olor que tenía impregnado. Ese lavado le dio una palidez
melancólica, pero todavía se puede ver el rostro del periodista y leer su primer
nombre, Juan, como lo llamaba su familia: Juan, Juanito, el más pequeño de la
casa.

22
Foto: Periodistas Sin Cadenas / Paúl Rivas - El Comercio

La última vez que Ortega vio a su hijo, el calendario marcaba el 25 de marzo de


2018 y eran las 14:00 de un domingo. “Yo estaba bastante delicado de mi salud,
apenas me levanté y le di un abracito. Ese es el dolor que me queda”, se
lamenta. “Otras veces le daba un abrazo muy fuerte, la bendición y un besito en
la mejilla”.

23
La tercera parte de este especial: El desangre blanco en el río Mataje
El especial completo aquí

El padre del periodista se quedó recostado en una butaca en la sala de su casa,


aunque no lo sabía en ese entonces padecía el dolor de alojar piedras en su
vesícula. Desde allí vio marcharse a Javier, con el ánimo distinto a otras
ocasiones. “Me acuerdo que la puerta estaba abierta y no me regresó a ver, se
fue preocupado, lo vi como triste”, recuerda.

Ortega volvería a ver a su hijo junto a sus compañeros del diario y de aquel viaje,
Paúl Rivas y Efraín Segarra, en un video que entregó la disidencia de las Fuerzas
Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) a la Policía. En ella todavía
conservan la ropa con la que habían salido a trabajar, pero ya no tienen sus
pertenencias. Están en la mitad de lo que parece ser un campo de sembríos de
coca. Javier lleva colgada su credencial de prensa y dice que les están tratando
bien.

La última misión del periodista de El Comercio es una historia que se cuenta con
las grabadoras apagadas. Las fuentes consultadas para este texto son parte del
proceso de investigación del secuestro y han pedido la reserva de su identidad.
Las libretas de apuntes y los artículos del periodista permiten completar sus
últimos pasos.

24
Foto: Periodistas Sin Cadenas / Paúl Rivas - El Comercio

Era su tercer viaje a la frontera en 2018. En sus artículos anteriores, había escrito
de lanchas rápidas cargadas de droga, de la presencia de carteles mexicanos, de
los ataques de las disidencias de las FARC y del silencio, como única manera
para sobrevivir en la frontera. Pero Javier nunca pudo publicar una información
que se habría convertido en una de sus grandes exclusivas: la existencia de un
canal de comunicaciones secreto entre la policía de Ecuador y el grupo de
Walther Arizala, alias Guacho.

La misión

Javier Ortega tenía 32 años. Había entrado como pasante en un diario local de
Grupo El Comercio y había ido escalando peldaños hasta llegar a la sección
Seguridad. El narcotráfico y la frontera norte de Ecuador estaban entre sus
constantes. Desde que explotó el coche bomba en San Lorenzo -una ciudad de
40 000 habitantes a menos de 25 kilómetros de la frontera-, en enero de 2018, se
había propuesto desentrañar el complejo ovillo de relaciones criminales,
comunidades pobres y el Estado como factor desequilibrante en una guerra que
parece una espiral eterna.

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Foto: Periodistas Sin Cadenas / Paúl Rivas - El Comercio

Lo acompañaban en su último viaje Efraín Segarra, el conductor de 60 años y un


veterano de El Comercio. Desde 2013, había dejado de ser empleado del diario,
pero con su camioneta seguía prestando el servicio de transporte al periódico.
Se había involucrado tanto en la labor periodística que tenía una cámara de
fotos y había empezado a hacer sus propias imágenes y pedir el visto bueno de
sus compañeros.

El tercer integrante del equipo era Paúl Rivas, de 45 años, otro veterano de El
Comercio. Hacía un tiempo se había convertido en el fotógrafo de frontera y
estaba muy entusiasmado cada vez que iba. Sus compañeros lo recuerdan como
un fotógrafo entrador, que los ayudaba a romper barreras en la reportería. Para
el viaje del 25 de marzo, Javier quería alguien como Paúl.

La meta del equipo de El Comercio era entrar a Mataje, un pequeño caserío


ecuatoriano que está a unos 100 pasos de Colombia, sobre todo cuando el río
que da nombre a la población se seca en verano. Tres militares murieron el 20 de
marzo de 2018 en esa parte de la frontera (un cuarto murió unos días más tarde,
en un hospital de Quito) tras la explosión de una bomba. Muchos reporteros
querían llegar al sitio del atentado, hablar con los testigos, ver cómo vive la
población. Javier tenía que concentrarse en el despliegue militar y probar si era
cierto el rumor de un desplazamiento masivo en el pueblo de Mataje del que ya
se hacía eco el periódico público El Telégrafo.

26
Las alertas al interior de diario El Comercio estaban encendidas. Dos días antes
de la salida de Javier, otro grupo de periodistas, liderado por el reportero
Fernando Medina, acababa de regresar de la región fronteriza con cierta
intranquilidad. En una carretera, encontraron un cadáver con señales de golpes
en el abdomen, custodiado por cuatro sujetos esquivos que no respondieron
ninguna pregunta.

En el reportaje sobre el hecho, que se publicó el 24 de marzo, se dice que estos


hombres “eran altos, corpulentos, tenían el cabello rapado y el torso desnudo”.
Las voces anónimas de pobladores locales, en el mismo artículo, cuentan que
los disidentes de las FARC los tenían amenazados con poner bombas en sus
caseríos si ayudaban a los militares ecuatorianos. Para ellos, la aparición del
cadáver era una advertencia de lo que les podía pasar.

Estas personas les sugirieron a los periodistas de El Comercio que se


identificaran como prensa para que los disidentes no los confundieran con
agentes de inteligencia policial o militar. Por esto se intensificaron las medidas
de seguridad: se mandaron a hacer los adhesivos de prensa que se pegaron en la
camioneta para el siguiente viaje. El seguro contra accidentes se había
implementado “unas semanas antes”, según afirma Carlos Mantilla, director
de El Comercio, sin precisar ninguna fecha concreta. Los chalecos antibalas
estaban previstos desde el primer viaje, pero su adquisición solo se concretó
para el desplazamiento del 25 de marzo.

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Foto: Periodistas Sin Cadenas / Paúl Rivas - El Comercio

No están claras las circunstancias del ingreso de Javier a Mataje, pues la entrada
estaba restringida para todo aquel que no fuera miembro de la fuerza pública o
habitante. Lo cierto es que él y su equipo pasaron el control militar que está a un
kilómetro del caserío alrededor de las 09:00 del lunes 26 de marzo de 2018.
Según los archivos desclasificados que ahora tiene la CIDH, los militares hicieron
fotos de sus credenciales y los dejaron pasar, supuestamente, con las
advertencias de que lo hacían bajo su responsabilidad, tal y como declararon
después en la Fiscalía. El contralmirante John Merlo, jefe militar de la zona,
también fue llamado a dar su versión en la Fiscalía para aclarar cómo pasó el
periodista. Su declaración se mantiene en reserva.

Los compañeros del periódico saben que Ortega no quería fallar en su misión.
En este año, había viajado menos que su otro colega a la frontera y no había
tenido mucha suerte con las historias que había traído, según sus propias
compañeras. Por eso este viaje era especial y tenía la determinación de llegar a
Mataje, aunque cada paso que daba lo sometía a consulta con sus compañeros
en Quito. Una de las posibilidades que contempló fue entrar por el río Mataje,
pero al consultarlo, desistió por el peligro que revestía: es una ruta de
combustible, avituallamiento y transporte de droga de los grupos criminales.

Un ambiente tóxico

28
Solo dos días antes de la entrada de Javier y sus dos acompañantes a Mataje, el
periodista del diario público El Telégrafo Christian Torres también había
ingresado al pueblo fronterizo. Pasó el control militar con el argumento de que
el contralmirante Merlo había dicho que no existía prohibición expresa para
cruzar. La única recomendación de los soldados fue que retirara las placas de
color amarillo que identifican a la camioneta del periodista como un vehículo
del Estado.

Foto: Periodistas Sin Cadenas / Paúl Rivas - El Comercio

Pero Torres permaneció en Mataje apenas diez minutos. Solo consiguió


conversar con un anciano. “Me quedé a cuidar mis animales porque se los
pueden comer”, le dijo al reportero y así quedó reflejado en una crónica. Torres
no contó, sin embargo, que él y su equipo salieron del caserío precipitadamente
cuando una moto con dos hombres a bordo se dirigía hacia ellos. Parecía que
llevaban armas ocultas.

Ningún periodista reparó en el ambiente de hostilidad en el que se movían


durante sus coberturas en la frontera. En algunas tiendas se negaban a
29
venderles una botella de agua. Los lancheros no querían transportarlos. Algunos
escucharon que les gritaron “sapos”, el despectivo habitual para los delatores. A
otros les mandaron a decir con niños que ya no grabaran más. Estaba claro que
no eran bien recibidos, pero solo tras el secuestro y asesinato del grupo de El
Comercio, los periodistas empezaron a compartir estas experiencias y a
dimensionar el riesgo.

Muchos de ellos, sobre todo de Quito, llegaron a la frontera después de la


explosión de un coche bomba en la estación de policía de San Lorenzo, el 27 de
enero de 2018. Era la primera vez que algo así ocurría en territorio ecuatoriano, y
todo el país quería entender qué estaba pasando.

Francisco Garcés, de la cadena televisiva Ecuavisa, llegó a Mataje un día después


de la explosión del coche bomba. Encontró a un grupo que estaba bebiendo en
la calle y que ni siquiera respondió a su saludo. Dio una vuelta por el lugar y
convenció a una persona para ser entrevistada, pero en media grabación un
joven se acercó e intentó quitarle la cámara. Luego, varios hombres rodearon a
Garcés y lo amenazaron: “Tienen cinco minutos para salir, de lo contrario, no
respondemos”.

En medio de este difícil ambiente de trabajo, el equipo de El Comercio fue uno de


los que más presencia tuvo en la frontera luego de la explosión del coche
bomba. Javier Ortega y su compañero de la sección Seguridad, Fernando
Medina, recibieron el encargo de contar todo lo que pasaba. Hicieron relevos
para desgranar el quehacer de los grupos armados. Dieron con locales
comerciales en poblaciones fronterizas donde se vendían joyas con precios que
sobrepasaban los 1 400 dólares, escucharon la anécdota sobre las 150 botellas
de whiskey, tequila y ron vacías que costaban entre 180 y 200 dólares y que se
consumieron en la fiesta de un supuesto narcotraficante. Publicaron más de 20
reportajes desde la frontera en los primeros meses de 2018.

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Foto: Periodistas Sin Cadenas / Paúl Rivas - El Comercio

Javier jamás se sintió intimidado y siempre se manejó con tino, según sus
editores. Avanzó hasta donde los lugareños le dijeron que era seguro, eso está
reflejado en sus publicaciones: “Usted puede pasar a Puerto Rico, pero que lo
dejen volver acá es otra cosa”, le dijo un habitante de Corriente Larga, otra
pequeña población fronteriza con Colombia. “Ellos no los conocen. De pronto
les amarran mientras averiguan quiénes son ustedes”, le soltó una mujer.

Todas estas voces están incluidas en un reportaje que publicó el 25 de febrero,


en el que también identificó a los tres grupos armados que operaban en el lado
colombiano de la frontera: el Clan del Golfo, las Guerrillas Unidas del Pacífico y el
Frente Oliver Sinisterra, la organización que lo secuestraría un mes después.

Las libretas de Javier

En las casi 30 libretas de Javier que el periódico entregó a su padre se lee a un


periodista meticuloso: apuntaba toda la información de contexto que
necesitaba para sus reportajes y solía hacer listados de las fuentes que debía
consultar. También escribía preguntas, quizás las que iba a hacer a sus
entrevistados o las que marcaban el eje de sus notas.

En una de sus libretas, donde están los apuntes que hizo en septiembre de 2016,
durante la décima conferencia de las FARC, en los Llanos de Yarí (Colombia),
habla de la rendición de la guerrilla y escribe en una hoja suelta:
31
“¿Puede haber recrudecimiento de la violencia?”.

Dos años más tarde, él sería parte de la respuesta.

Foto: Periodistas Sin Cadenas / Paúl Rivas - El Comercio

Los cuadernos de Javier tienen apuntes sobre el narcotráfico, sobre la


construcción de submarinos para los carteles en el pueblo de Palma Real, sobre
las embarcaciones con doble fondo para llevar cocaína, sobre los envíos que
salen en la noche equipados de GPS, sobre los pescadores que hacen de
“campaneros”, aquellos que dan alertas. Buena parte de este material vio la luz
apenas dos semanas antes de su secuestro, cuando escribió sobre la droga
oculta en playas ecuatorianas, el paso de lanchas rápidas que llegan en la noche
a recoger los cargamentos y el rol de algunos habitantes de la frontera como
informantes de los grupos irregulares.

Una de las personas que entrevistó le explicó: “Les pagan un millón de pesos
(350 dólares) para que les avisen quiénes llegan o si alguien les denuncia.
Incluso ellos ya deben saber que usted estuvo aquí”.

También tenía información de los carteles mexicanos. A finales de febrero


informó – a través de Facebook Live– sobre las actividades del Cartel de Sinaloa
de México, que contó “tiene injerencia en Nariño (Colombia)”, y añadió que
“algunos delegados del cartel podrían estar operando en zonas fronterizas
ecuatorianas”.

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Pero a Javier le quedó pendiente desvelar el canal de comunicación que la
Policía del Ecuador había abierto con las disidencias de las FARC, una
información que habría podido convertirse en una de sus mayores exclusivas.

El chat secreto

Esta alianza periodística ha comprobado que el reportero ecuatoriano fue


alertado por una fuente suya de los chats que mantuvo el mayor Alejandro
Zaldumbide –hoy incluido en varios procesos por el secuestro y la muerte de los
tres periodistas– con los miembros del Frente Oliver Sinisterra.

Foto: Periodistas Sin Cadenas / Paúl Rivas - El Comercio

A la vuelta de su último viaje, debía tirar de este hilo para contar aquella historia
que a la postre ha mostrado las amenazas que se cernían sobre la frontera y la
población civil. Sus compañeros de trabajo estaban al tanto de la existencia de
este canal secreto de comunicación, pero desconocían su contenido.

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Uno de ellos —que prefirió el anonimato— lo compartió en medio de la
turbación que generó el primer comunicado del Frente, que llegó el 11 de abril y
confirmó el asesinato del equipo periodístico de El Comercio. El documento,
firmado en las montañas de Colombia, revelaba que “llevaban dos meses de
diálogo por teléfono” con un representante del Ministerio de Interior.

El canal de comunicación entre la Policía ecuatoriana y los disidentes


colombianos efectivamente se abrió casi dos meses antes del asesinato de los
periodistas, según ha verificado esta alianza periodística. El mayor Alejandro
Zaldumbide, destinado a trabajar en la frontera desde 2016, recibió la primera
llamada de los disidentes el 20 de febrero desde un número de teléfono
ecuatoriano. Era la voz de un hombre con acento colombiano que se identificó
como miembro de las FARC y pedía el retiro inmediato de las Fuerzas Armadas
del Ecuador de la frontera.

Unos días después de este primer contacto, el oficial fue autorizado por el
subdirector general de Inteligencia, Mauro Vargas, para abrir el canal de
comunicación y ganar tiempo. En al menos 18 partes informativos (que están en
la Fiscalía), Zaldumbide detalla los mensajes que intercambió con los disidentes
entre febrero y abril pasados.

Foto: Periodistas Sin Cadenas / Paúl Rivas - El Comercio

En unos hablaba con un miliciano identificado como Andrés Sinisterra y, en


otras, supuestamente con Guacho. Una y otra vez los disidentes pidieron que se
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liberaran a tres hombres detenidos en Mataje el 12 de enero y que Ecuador se
desentendiera de los acuerdos firmados con Colombia para la lucha contra el
terrorismo. En varias ocasiones, el mayor Zaldumbide les ofreció hablar con sus
superiores y también prometió buscar un delegado del Gobierno para que se
reuniera con ellos, pero esto no ocurría, y los ánimos se exacerban más a medida
que transcurrían las semanas.

Los mensajes que se enviaron en marzo, semanas antes del secuestro de Javier,
tenían un tono cada vez más amenazante. Hablaron de atentar contra civiles en
la frontera. El allanamiento de la casa de la madre de Guacho, ocurrido el 16 de
marzo, lo alteró. “Por cada cosa que se le robaron a mi familia le voy a mandar
hacer un atentado, hasta por lo mínimo que se hayan llevado”, afirmaba en un
mensaje cargado de insultos y faltas de ortografía, que en este texto han sido
corregidas para facilitar la comprensión del mensaje. “Píntela como sea. Ya
estoy perdiendo la paciencia y civiles que le coja en la frontera se los mato (...)”.

Zaldumbide le prometió gestionar la reunión, pero sin resultados. Las amenazas


continuaron. Prácticamente Guacho, o quien hablaba por él, anunciaba cada
atentado que iba a hacer mediante el canal de comunicación. Pocos días antes
del secuestro de Javier, Paúl y Efraín, miembros de inteligencia de la Policía
tenían conocimiento de que los civiles estaban en la mira de Guacho. Los
policías también sabían, según un informe de inteligencia hecho en febrero, que
Guacho tenía dos casas de descanso en el pueblo de Mataje. Esta información
tampoco se compartió con los periodistas que se aventuraron en la zona.

El 26 de marzo, sobre las 17:00, el mayor Zaldumbide fue la primera autoridad


en conocer la noticia del secuestro por el chat secreto. Precisamente, por el
mismo canal de comunicación del que Javier tenía información. Nuevamente se
corrigen las faltas de ortografía para facilitar la comprensión del mensaje: “Hola.
Hola. Nunca me vas a aceptar lo que le informo. Tengo 3 personas retenidas
ecuatorianas. 2 periodistas de Quito y el chofer. En sus manos está la vida de
esas personas. Hola. Hola. Que más cuenta. En 10 minutos téngame respuesta o
desaparecerán esos señores”. Una foto de los tres acompaña este mensaje.

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Foto: Periodistas Sin Cadenas / Paúl Rivas - El Comercio

Luego de esto y por recomendación de la Unidad Antisecuestros de Ecuador


(Unase) se abrió un segundo canal de comunicación que fue liderado por un
funcionario del Ministerio de Interior, Carlos Maldonado. Este siguió un libreto
para conseguir la liberación, que resultó inútil como ya se sabe.

El mayor Zaldumbide dejó de hablar con los disidentes, pero el 15 de abril


recibió el último mensaje de los miembros del Frente Oliver Sinisterra. La
confirmación de otro secuestro: el de Óscar Villacís y Katty Velasco, una pareja
de comerciantes que –como Javier, Paúl y Efraín– fueron asesinados en las
selvas de la frontera. Tres días después, según la información de la Fiscalía,
Zaldumbide entregó su teléfono para las pericias necesarias.

36
***

Seis meses después del asesinato de los tres periodistas, las pistas son difusas.
Una de las hipótesis de la Fiscalía en Ecuador es que Javier entró a Colombia
para entrevistar a Guacho. Sin embargo, El Comercio lo rechaza y espera el
informe final de la investigación.

César Navas, entonces ministro de Interior y quien dirigió el Comité de Crisis


creado tras el secuestro, dijo, en una entrevista al medio digital Plan V,
publicada el 28 de mayo del 2018, que no conocía el detalle de las
comunicaciones entre el mayor Zaldumbide y Guacho. Ese oficial, así como su
superior, el exjefe de Inteligencia Pablo Aguirre, fueron trasladados de sus
unidades operativas y fueron llamados por la Asamblea Nacional para que se
expliquen sobre el chat.

Entre tanto, las familias de los tres periodistas se aferran a la poca información
que les entregó el Gobierno y a un par de objetos, desgastados, que emergieron
de las tumbas de sus seres queridos. Siguen de cerca la investigación que lleva la
Fiscalía y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) –que está
recopilando datos en Ecuador y Colombia–. Todavía no les entregan las
pertenencias que hallaron en la camioneta abandonada en Mataje y que
corresponde a casi todo el equipo de fotografía de Paúl Rivas: lentes, baterías,
37
una computadora..., y a los documentos del conductor Efraín Segarra. Tampoco
tienen la ropa que los tres dejaron en el hotel de San Lorenzo.

Su padre dice que Javier no tenía grabadora, porque todo lo registraba en su


celular, uno nuevo que compró 15 días antes del viaje, y que aparte de eso solo
llevaba una libreta de apuntes en la mochila negra con la que se movía a todos
lados. Ninguno de los objetos apareció. De su última misión, solo quedó su
carnet de prensa.

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El desangre blanco en el río


Mataje
Mataje es uno de los ríos limítrofes entre Ecuador y Colombia. Es una de las
principales rutas para el transporte de la droga, pues se encuentra en una de las
zonas con más cultivos de coca en el mundo. En este eje natural, rodeado de
extensa vegetación, se esconden laboratorios y armas. Ante el abandono
estatal de los dos países, los habitantes que lo rodean se relacionan con las
dinámicas del narcotráfico. Su vida se maneja bajo un solo código: el silencio.
19 de octubre del 2018
PERIODISTAS SIN CADENAS/LIGA CONTRA EL SILENCIO/OCCRP/FORBIDDEN STORIES

Primera parte: Tres vidas perdidas entre demasiadas manos Segunda parte: La historia inconclusa de Javier Cuarta
parte: Militarizar la frontera, medida poco eficaz

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Criados para callar
Los niños y el mar en San Lorenzo.

Mataje Nuevo es un pueblo que vive en silencio. A principios de agosto nadie


pasaba por allí, y aunque el calor sofocaba, las puertas y las ventanas de las
casas permanecían cerradas. El comedor La Fronterita –el único sobre la vía
asfaltada– estaba vacío, igual que el coliseo deportivo. Solo un grupo de niños
de la escuela Mi Patria correteaba en el patio. Sus gritos y sus risas
interrumpieron el letargo de esta comunidad recostada al borde del río Mataje,
una frontera natural que separa a Ecuador y Colombia durante 28 kilómetros.
Este cauce es una de las principales rutas para el transporte de narcóticos desde
Sudamérica hacia Centro y Norteamérica.

En ese poblado, el 26 de marzo de 2018, en horas de la mañana, se perdió por


siempre el rastro de los tres integrantes del equipo periodístico del diario El
Comercio, secuestrados y asesinados por guerrilleros disidentes de las Fuerzas
Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) liderados por Walther Arizala,
alias Guacho.

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Mataje. Militares y policías resguardan al personal médico del centro de salud de la zona. Foto: Periodistas sin cadenas

La cuarta parte de este especial: Militarizar la frontera, medida poco eficaz


El especial completo aquí

Desde entonces, cualquier persona –sea periodista, médico, profesor o


funcionario– que quiera entrar a Mataje, solo puede ir con un fuerte resguardo
militar. Estas visitas son incómodas para los lugareños, y se percibe cuando este
pueblo silencioso comienza a hacer ruido.

El 2 de agosto pasado, por primera vez en más de cuatro meses, un equipo de


cuatro periodistas logró entrar a Mataje. Lo hizo con el resguardo de una
caravana de cinco camionetas y un jeep, encabezada por un camión tipo HOWO
y 20 soldados armados con fusiles HK. Un grupo vestido de civil, con chalecos
antibalas, grabó todo el recorrido. Durante la visita, que duró 20 minutos, los

40
agentes también usaron un dron para sobrevolar la zona y evitar sorpresas. Los
vehículos se estacionaron cerca del centro de salud local, donde policías y
militares escoltaban al personal médico encargado de atender a los pacientes
de los caseríos fronterizos.

El coronel Milton Rodríguez, de la Fuerza de Tarea Conjunta de las Fuerzas


Armadas de Ecuador, lideró el recorrido. El grupo salió de la Base Naval de San
Lorenzo hasta Nuevo Mataje, la parte más joven del pueblo, inaugurada en 2006
con viviendas donadas por el Gobierno ecuatoriano. En ese mismo lugar, Paúl
Rivas, Efraín Segarra y Javier Ortega fueron secuestrados.
Noralba Arroyo, poeta y Teniente Política de Ricaurte.

Antes, el 20 de marzo, un atentado había matado allí a cuatro soldados. El


centro de salud estuvo cerrado durante más de dos meses después de la
tragedia. A inicios de julio, poco después de reabrirlo, la doctora Eliana Horta
atendió a un herido de bala, pero nadie habló de las circunstancias del ataque.
Durante la visita de agosto, el coronel Rodríguez permitió solo un pequeño
recorrido a pie sobre la vía aledaña a ese puesto de salud. El trayecto terminó en
el camino de tierra que conduce a Mataje Viejo, donde una patrulla militar se
disponía a entrar en la selva por ocho días.

“¿Por qué me graban? ¡No me graben!”, gritó una mujer, y se cubrió el rostro al
ver las cámaras. Un joven que llevaba un bebé en brazos ignoró el saludo del
coronel Rodríguez y prefirió cruzar al otro lado de la calle. Dos hombres más que
calzaban botas y trabajaban en la cancha deportiva también ignoraron al
militar. “¿Podemos parar?”, preguntó un camarógrafo al pasar frente a la única
estructura de hormigón que hay en esa población. “¡No!”, contestó Rodríguez.

Esa casa de dos plantas, con vidrios polarizados y puerta de metal, contrasta
con las viviendas humildes en la zona y pertenece a la madre de Guacho, líder
del Frente Oliver Sinisterra, que secuestró y asesinó al equipo de El Comercio, y a
Óscar Villacís y Katty Velasco, una pareja raptada en la misma zona. Hoy se
desconoce el paradero de Guacho, después de que el Gobierno colombiano
anunciara que resultó herido en combate. Días después, el Ministerio de Defensa
de ese país admitió que no podía confirmar esta versión.

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Casa de la madre de Guacho en Mataje, que fue allanada el 16 de marzo del 2018. Foto: Periodistas sin cadenas

Cuando los agentes allanaron esa casa, el 16 de marzo de 2018, encontraron


escaleras de metal y pisos cubiertos por baldosas. Hallaron también dos
computadores que contenían las cartas cruzadas entre Guacho y Gentil Duarte,
jefe del frente primero de las FARC. En una de ellas, Duarte le dijo a Guacho que
debía “seguir forjando el auténtico ejército revolucionario de las FARC-EP. Que
hoy más que nunca sigue vigente”. En la casa se encontró también una placa
metálica con el nombre de Arizala Vernaza Juan Gabriel, un hermano de Guacho
capturado en Colombia. Había además un grabador de video digital marca
Hikvision, empresa dedicada a la venta de productos para videovigilancia. El
último objeto que encontraron fue un libro en cuya portada se ve a un niño con
traje militar y un arma atravesado por el título No tuve juguetes, pero tuve un
fusil: de niño guerrillero a instructor militar de Carlos Castaño. El texto, hallado
con sus esquinas dobladas, es la historia de un niño que ingresó a los 12 años a
las FARC y que terminó siendo jefe de 5 000 paramilitares.

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Mujeres de Mataje lavan ropa en el río ante la mirada de los militares. Foto: Periodistas sin cadenas.

Aquel día a principios de agosto, a un lado de la vía a Mataje, un grupo de


mujeres lavaba su ropa en un riachuelo. Ninguna respondió a los saludos. El
golpe de la ropa contra las tablas de madera fue lo único que se escuchó. Allí
todos parecen saber que si hay periodistas, también debe haber militares cerca.
Maxibel Lastra, de Ricaurte, narra cómo detuvieron a su esposo el 16 de marzo de 2018. En la imagen, está con su
hijo.

En Mataje Nuevo, los pocos transeúntes reniegan de los soldados y de las


cámaras. Cuando la camioneta dobló en una esquina y tomó la calle posterior a
la casa de la mamá de Guacho, una mujer que estaba sentada sobre una banca
de madera y junto a su lavacara de ropa hizo un gesto con su brazo como si
dijera: “¡Fuera!”. En el recorrido apareció una casa con sus puertas abiertas,
pero sin ningún rostro a la vista. Solo un perro merodeaba. Más adelante, otra
mujer, sin mirar la camioneta, exclamó algo indescifrable en tono
malhumorado. Un hombre que barría fuera de su casa dio la espalda.

Aunque del lado ecuatoriano no se cultiva coca, el negocio ilegal afecta a ambos
territorios. El suroccidente de Colombia —principalmente los departamentos de
Nariño y Putumayo— es una de las zonas con el mayor número de cultivos de

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coca de este país. Tumaco, en la ribera colombiana del río Mataje, tiene 19 517
hectáreas de esas plantaciones, lo que representa 11 % del total nacional, una
superficie superior a toda la ciudad de Barranquilla. Desde el aire, o en los
mapas satelitales, se puede comprobar el tamaño de la mancha que ha dejado
la tala de bosques para dar paso a las plantaciones ilícitas. A ambos lados de la
frontera, ver y callar es la lógica de supervivencia.

A los pocos minutos de la llegada de un equipo de esta alianza periodística,


canciones de reguetón se escucharon a todo volumen desde una de las casas.
“Así avisan al otro lado que estamos aquí”, dijo un militar. También contó que,
en ocasiones, encienden motosierras para dar avisos. Los militares que
acompañaban al grupo querían terminar pronto el recorrido. Los gritos y las
risas de los niños en Mataje ya no eran el único sonido en el lugar.

Militares hacen fotos en el puente que divide a Ecuador de Colombia en Mataje. Foto: Periodistas sin cadenas

Por la misma calle por la que entró, la caravana salió rápidamente, y luego se
detuvo por un instante en el puente binacional que, del lado colombiano, solo
conduce a la selva. Colombia aún no construye la parte de la vía que le
corresponde. En el puente “hacia la nada” hasta los militares se toman
fotografías. Con su pistola de dotación desenvainada, el coronel Rodríguez
ordenó salir de ahí.
44
La frontera perdida

A 700 metros del Nuevo, está Mataje Viejo, donde viven los habitantes más
antiguos del lugar. Hasta allá solo se accede por un camino de tierra que se
pierde entre los matorrales. En esa misma ruta, el 20 de marzo de 2018 una
patrulla militar fue atacada con una bomba casera que fue activada con cables
eléctricos. Murieron los militares Luis Alfredo Mosquera Borja, Jairon Estiven
Sandoval Bajaña y Sergio Jordán Elaje Cedeño. Quince días después falleció el
soldado Wilmer Álvarez Pimentel por la gravedad de sus heridas. Desde
entonces, el acceso a Mataje se restringió. Solo los habitantes del sector pueden
entrar.

En una primera visita, el 12 de junio de 2018, este equipo periodístico encontró


dos controles sobre la vía de ingreso. Uno estaba integrado por policías y
militares, el otro era un retén militar junto a una pequeña loma, donde hay una
base de la Marina de acceso prohibido para civiles. El retén era una estructura de
palos de madera y techo de plástico donde dos uniformados cumplían su turno.

Control militar a la entrada de Mataje. Después de los hechos violentos en los primeros meses de 2018, el paso a esta
población está restringido. Foto: Periodistas sin cadenas

Lucio Martínez, de la Mesa de Víctimas en San Lorenzo.

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Desde allí los hombres vigilaban, aprobaban o negaban el ingreso de cualquiera.
Dos bloqueos con una cinta amarilla, un cono reflectivo y un rótulo de “PARE”
interrumpían el tránsito. Para permitir fotografías, un militar pidió autorización
por radio, aunque su trabajo consistía solo en anotar los nombres de quienes
ingresaban.

El 15 de agosto, el equipo hizo un nuevo viaje a la zona. Esta vez sin resguardo,
pues las autoridades militares aseguraban que no había mayor peligro. Pero al
llegar, del retén de la Marina salieron tres militares que palidecieron al notar que
la camioneta no era del sector. “¡Usted se arriesgó!”, le dijeron a una reportera.

En los controles sobre la vía, los soldados pidieron al grupo un salvoconducto y


explicaron que la amenaza en el sector era real por la gran cantidad de caminos
que hay cerca de la carretera y que conducen a poblaciones lejanas. “¡Usted
tiene que venir con protección militar y policial!”, insistieron. Ocurrió el mismo
día de la captura de Rito Jayro R., alias el Lanchero, quien se encargaba de la
movilización de alias Guacho por el río Mataje.

Esta no es la primera vez que Mataje se convierte en un pueblo inaccesible.


Crónicas de hace 14 años describen que, en el mismo retén naval, cadenas de
acero impedían entrar. Aunque el viejo camino de tierra ahora es de concreto,
durante los últimos años esa pequeña población ecuatoriana vive arrinconada
detrás de una frontera de miedo.

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Los ríos son usados como rutas para el narcotráfico por grupos armados de la zona. Foto: Periodistas sin cadenas

Febrero de 2001 fue otro mes trágico en Mataje. El teniente político de esa
parroquia, Milton Guerrero Segura, fue asesinado entonces junto a sus dos hijos,
tres hermanos, un primo y dos amigos. Los cuerpos fueron hallados en el río
Mataje y en otros sectores aledaños, con los dedos mutilados, el tórax abierto y
huellas de disparos.

Según la Policía, se trató de un ajuste de cuentas por narcotráfico. Poco antes,


Guerrero había ordenado un decomiso de droga y, de acuerdo con versiones
recogidas por la prensa, se había quedado con una parte. Sobre los autores del
múltiple asesinato se supo que operaban en las riberas del río Mataje. Las
autoridades señalaron a los narcotraficantes colombianos sin aclarar a qué
grupo pertenecían. Un mensaje enviado con un testigo del secuestro los llevó a
concluir aquello: “Es una lección para que sepan que con nosotros nadie se
mete”. Los cuerpos fueron recuperados por los mismos familiares en un
territorio donde la justicia no llega por pánico.
Los fiscales en San Lorrenzo trabajan sin las suficientes medidas de seguridad.

Desde hace décadas, los alrededores del río han sido zona de enfrentamientos.
Los testimonios, sobre todo, llegan desde territorio ecuatoriano, pues hay
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mayor población a ese lado de la frontera. En 2010, en toda la parroquia de
Mataje habitaban 1 475 personas. Al borde del río se asientan nueve
comunidades. La más grande es Mataje Nuevo. Jairo Arizala, secretario del
Consejo Cantonal de Protección de Derechos de San Lorenzo, explica que el
incremento de la población se debió a la migración de colombianos tras la
implementación del Plan Colombia, sobre todo en los años 2004 y 2006, que
sumió a la región en la violencia. En 2001, San Lorenzo tenía 28 180 habitantes;
en 2010 pasó a 42 486. En los archivos se encuentran noticias como la masacre
de 45 campesinos ecuatorianos y colombianos en 2003.

En Mataje se ha registrado históricamente la presencia de paramilitares y de sus


disidencias —como los Rastrojos y Águilas Negras—, y de miembros de las FARC.
El Frente Oliver Sinisterra (FOS), uno de los grupos disidentes de las FARC
conformado durante los últimos meses, es una derivación de la Columna Móvil
Daniel Aldana, que operó en este territorio fronterizo con Ecuador. Se llamaba
columnas a los grupos móviles de combatientes que se desplazaban por un
territorio asignado. Tenían autonomía táctica y operacional y no respondían
directamente a una línea de mando de las FARC. Varios miembros de esta
estructura no se acogieron al Acuerdo de Paz firmado en noviembre de 2016.
Jimena Caicedo, habitante de Palma Real.

Este es uno de los grupos que se ha afincado en Tumaco, muy cerca de la línea
de frontera con Ecuador. El Frente Oliver Sinisterra, las Guerrillas Unidas del
Pacífico y el Ejército de Liberación Nacional se disputan el control del negocio
del narcotráfico. Estos datos son parte del informe de la Fundación Ideas para la
Paz de Colombia, publicado en agosto de este año. También están presentes en
la zona las Autodefensas Gaitanistas de Colombia y bandas delincuenciales
como Gaula NP y Las Lágrimas, según el reporte.

Estos grupos están vinculados a los grandes carteles como Sinaloa, Jalisco
Nueva Generación y el Cartel del Golfo. Lo afirma Fernando Carrión, experto
ecuatoriano en temas de seguridad, quien describe a estas organizaciones
internacionales ilegales como “holdings”. Bajo la vía de la tercerización, asegura,
contratan grupos locales para el cultivo, la producción y el traslado de la droga.
A raíz de la firma de la paz, cuando las FARC salieron de esos territorios, los
lugares no fueron ocupados por el Estado colombiano, y los grupos armados
empezaron la pelea por su dominio, explica Carrión.

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Zona de miedo

En Tumaco el temor es cotidiano. La mayoría de las personas consultadas por


otro equipo de esta alianza internacional no permitió que las entrevistas fueran
grabadas, ni siquiera en audio, por temor a posibles represalias. Varias fuentes
dijeron que los pobladores se abstienen de denunciar los delitos ante la Fiscalía
General, pues algunos denunciantes han sido asesinados, desplazados y
amenazados. Aseguraron que desde la institución se comparte información con
los grupos armados ilegales y que los mismos vigilan quién entra a las
instalaciones de la Fiscalía.
Rodrigo Antonio Sánchez llegó el 23 de enero a San Lorenzo huyendo de la violencia de Colombia.

“No, no puedo hablar” es la frase que usan los habitantes del municipio
colombiano como su garantía de autoprotección. Lo dice Anny Castillo,
personera de Tumaco, autoridad encargada de velar por el cumplimiento de los
derechos humanos en ese lugar. “En muchos de los territorios críticos de
Tumaco, los líderes y lideresas se están yendo a otras ciudades y muchas
comunidades están quedando huérfanas”, dice. Pero José Silvio Cortés,
coordinador de la Guardia Indígena Awá de la zona del Alto Pianulpí, resguardo
Piguambí Pa langala, retrata mejor la vida en la frontera con una frase: “Uno
anda con miedo, se acuesta con miedo”.

Los habitantes de la frontera sienten la pugna por el negocio del narcotráfico.


Entre enero de 2017 y el 21 de agosto de 2018, estos grupos han ejecutado 88
acciones, es decir, casi tres operaciones por semana. Entre ellas,
enfrentamientos, hostigamientos con la fuerza pública, desplazamientos
forzados e incidentes por minas antipersona y explosivos. De estas, 15
ocurrieron en el lado ecuatoriano, según la publicación de la Fundación Ideas
para la Paz de Colombia. El FOS ha sido señalado como el principal autor de los
ataques.

En las investigaciones de estos hechos se encuentran detalles de la presencia del


FOS y de la vida al borde del río. Un desmovilizado de ese grupo armado contó a
la Fiscalía colombiana que los ríos Mataje y Mira son usados para el transporte
de cocaína, municiones y víveres para sus miembros. En lanchas, los
narcotraficantes trasladan aproximadamente 600 kilos de cocaína cuatro veces
por semana: más de 115 toneladas por año. En la desembocadura del río, la
droga es cargada a otras embarcaciones que cubrirán la ruta por alta mar.

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Lola, líder de mujeres, en San Lorenzo.

Las poblaciones a ambos lados del río han sido usadas para la cadena del
narcotráfico. En Ecuador, específicamente en Mataje Nuevo, guardan el
armamento en caletas, asegura un testigo. Las cocinas para el procesamiento de
la hoja de coca se ubicaban en Campanita, aproximadamente a 8 kilómetros de
Mataje, río arriba. También hay presencia de sicarios que circulan por
poblaciones más urbanas como San Lorenzo. Un funcionario judicial, que habló
bajo la condición de anonimato, agregó que esta parte de la frontera sirve para
el abastecimiento de combustibles y precursores para la fabricación de la
cocaína.

En Colombia, además de cultivar la coca, se reúnen los narcos. Esto sucede en


La Balsa, que está a un poco más de 2 kilómetros de Mataje. También se guarda
armamento, como ocurre en Puerto Rico, al frente de Mataje, de acuerdo con la
versión de otro desmovilizado. En Montañita (Tumaco) han ubicado los
campamentos donde más tiempo pasaba alias Guacho, pero el líder del FOS y
altos mandos de su organización han sido vistos en toda esta zona de frontera.

Un niño pesa las hojas de coca recolectadas en el cultivo en El Tandil, Nariño, semanas después que campesinos
fueran asesinados en una protesta contra la erradicación del cultivo de coca en octubre de 2018. Foto: Manu Brabo

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Coronel Milton Rodríguez, de la Fuerza de Tarea Conjunta de las Fuerzas Armadas de Ecuador.

El coronel Milton Rodríguez asegura que en territorio ecuatoriano no existe


ningún grupo irregular. En los pocos minutos de visita a Mataje Nuevo, el 2 de
agosto, el jefe militar apuntó con su dedo índice en varias ocasiones hacia
Colombia. “Al frente, donde está el límite político, a 100 metros, están los grupos
irregulares armados”, aseguró. Sin grabadoras ni cámaras, un alto jefe policial
que habló bajo esas condiciones lo contradijo: “En ese río Mataje no hay
control”.

Policías y militares ecuatorianos, desde enero de 2018, han entrado a Mataje


Nuevo para hacer capturas y allanar casas de personas presuntamente
vinculadas con el FOS. Dos de ellas fueron Dévora Ruiz y su hija Sully Quiñónez,
ambas acusadas por tráfico de armas. En ese proceso, 17 años después, el
nombre de Milton Guerrero volvió a aparecer. En su defensa, Ruiz mencionó que
el intendente político fue su tío. Con ese asesinato como antecedente, dijo,
nadie de su familia se metería con grupos armados. Su hija —quien ya fue
sobreseída por la justicia— declaró: “Nosotros en el pueblo fuimos criados (para)
que lo que vea o escuche (se) tiene que callar”.

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Militarizar la frontera, medida


poco eficaz
A ambos lados de la línea que separa a Ecuador y Colombia se batalla contra
organizaciones criminales ligadas al tráfico de drogas. El aumento de personal
militar decretado por los dos Gobiernos es el mayor en área fronteriza alguna
en Sudamérica, y ha afectado gravemente la vida cotidiana de las comunidades
de zonas rurales de uno y otro lado.
19 de octubre del 2018
PERIODISTAS SIN CADENAS/LIGA CONTRA EL SILENCIO/OCCRP/FORBIDDEN STORIES

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Primera parte: Tres vidas perdidas entre demasiadas manos Segunda parte: La historia inconclusa de
Javier Tercera parte: El desangre blanco en el río Mataje

Control militar a la entrada de Mataje, la entrada y salida a esta población es controlada por el Ejército ecuatoriano.
En esa zona, el 20 de marzo, hubo un ataque contra una patrulla que dejó 3 militares muertos. Un soldado más
falleció después por las heridas. Foto: Periodistas sin cadenas

“Aquí los policías y los soldados parece que brotaran de la tierra”, bromea un
alto oficial del Ejército colombiano desplegado en Tumaco, un puerto sobre el
océano Pacífico en el sur de Colombia, que se ha convertido en los últimos
meses en el epicentro de un gigantesco operativo contra el tráfico de drogas. La
frontera con Ecuador está a menos de 40 kilómetros, donde la respuesta al auge
del comercio de cocaína ha sido la misma: cubrir el territorio con miles de
soldados.

En una región binacional tan grande como el país de Gales, cubierta de selva y
manglar, más de 13 000 policías, soldados, agentes de fuerzas especiales,

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marinos y pilotos combaten contra ocho grupos armados diferentes que pelean
por el control, la producción y exportación de cocaína, pero las comunidades a
ambos lados de la frontera han terminado en medio de un fuego cruzado,
padeciendo la militarización de su territorio, que es usado como base
operacional y que ha puesto sus vidas en riesgo.

Ensayo fotográfico de Manu Brabbo

En Colombia, en octubre de 2017, dos semanas después de que fueran


asesinados ocho campesinos cultivadores de hoja de coca en un área rural del
municipio de Tumaco, el Gobierno colombiano movilizó cerca de 9 000

53
uniformados. La campaña, bautizada Atlas, tenía como uno de sus propósitos —
según el entonces ministro de Defensa, Luis Carlos Villegas— “una lucha frontal”
contra la coca, el lavado de dinero, impedir “la ilegalidad” en los ríos del
departamento, proteger la infraestructura petrolera y eléctrica y “luchar contra
el crimen organizado”.

En Ecuador, mientras las tropas colombianas eran desplegadas, los poblados


fronterizos comenzaban a sentir con rigor los estragos de una guerra
desbordada. En la madrugada del 27 de enero pasado en San Lorenzo, una
pequeña ciudad de la provincia costera de Esmeraldas, un carro bomba explotó
en la parte posterior de un cuartel policial. El atentado —atribuido al Frente
Oliver Sinisterra (FOS) — dejó heridas a 28 personas, causó graves daños a la
edificación y a, por lo menos, 37 casas en un radio de 50 metros.

Control policial con tanqueta antimotines en un barrio de San Lorenzo adyacente al cuartel policial que fue
bombardeado el 27 de enero del 2018. Foto: Periodistas sin cadenas

El ataque dinamitero llevó al presidente ecuatoriano, Lenín Moreno, a decretar


por 60 días el estado de excepción, que le da poderes especiales a la fuerza
pública, y suspendió cuatro derechos ciudadanos: la inviolabilidad de domicilio,

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de correspondencia, la libertad de tránsito y la de asociación o reuniones en las
poblaciones de San Lorenzo y Eloy Alfaro.

Las medidas de excepción y el fortalecimiento de la seguridad no detuvieron las


acciones del FOS, liderado por el exguerrillero de las Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia (FARC) Walther Arizala, alias Guacho. Entre el 17 de
febrero y el 4 de abril de 2018 fue responsabilizado de ataques contra fuerzas
militares y la infraestructura eléctrica de Ecuador. Según las autoridades
ecuatorianas, esa arremetida se debió al incremento de operativos antidroga en
la zona, implementados desde octubre de 2017.

Pero la acción que enardecería a todo el Ecuador fue el secuestro del equipo
periodístico del diario El Comercio, de Quito. El periodista Javier Ortega, el
fotógrafo Paúl Rivas y el conductor Efraín Segarra fueron retenidos en el
poblado fronterizo de Mataje el 26 de marzo. El FOS buscaba, supuestamente,
canjearlos por tres hombres que estaban detenidos en cárceles ecuatorianas.

Un día después de conocerse el plagio, el presidente Moreno anunció la creación


del Comité Nacional de Seguridad Fronteriza, amplió el estado de excepción y
reiteró que iba a hacer todo lo que estuviera a su alcance para liberar a los
periodistas.

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Mataje, San Lorenzo, 2 de agosto de 2018. Un grupo de militares ecuatorianos se disponía a patrullar la zona por
ocho días. Foto: Periodistas sin cadenas

Poco a poco, la frontera del lado ecuatoriano se fue poblando de tropas del
Ejército y de unidades especiales de la Policía. No solo pretendían hallar al
equipo de El Comercio, sino contener al Frente Oliver Sinisterra en esfuerzos
conjuntos con sus pares colombianos. A la provincia de Esmeraldas llegaron 3
500 uniformados.

Del lado colombiano, se alertaron las unidades de la Fuerza de Tarea Hércules


para dar con los secuestradores de los periodistas. Según el comandante del
Comando Especial de Policía del Pacífico Sur, coronel Jhon Aroca, Tumaco es
“uno de los municipios más densamente cubiertos por la fuerza pública”.

La Fuerza de Tarea Hércules está integrada por el Ejército, la Armada y la Fuerza


Aérea. Tiene 8 304 hombres distribuidos en una fuerza de despliegue rápido, un
comando operativo de estabilización y consolidación, cuatro batallones de
operaciones terrestres, dos compañías de fuerzas especiales urbanas y un
batallón de acción integral y desarrollo, una brigada de infantería, dos
batallones de infantería y un batallón fluvial, y un helicóptero de ataque. Su
presupuesto en 2018 supera el medio millón de dólares. Hay además 1 300

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agentes del Comando Especial del Pacífico Sur de la Policía desplegados en
Tumaco.

Según contestó en un derecho de petición el general Juan Bautista Yepes, jefe


del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Militares de Colombia, tras conocerse
el secuestro, “se llevó a cabo una reunión binacional con el objetivo de
coordinar y poner en marcha un plan dirigido a combatir las amenazas comunes
en la frontera” con dos componentes: “intercambio de información de
inteligencia” y “ejecución sostenida de operaciones militares de control
territorial en toda la zona de frontera”.

Sin embargo, los efectos de las medidas tomadas por ambos países fueron
adversos para los empleados de diario El Comercio. El 13 abril, 20 días después

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del secuestro, el Frente Oliver Sinisterra emitió un comunicado declarando que
el aumento de las fuerzas de seguridad en la frontera y la “respuesta militar”
produjo la “muerte de los tres periodistas ecuatorianos”.

En los primeros meses del despliegue, las fuerzas de seguridad colombianas han
perdido cinco hombres y el FOS asesinó a tres investigadores judiciales en julio.
En sus primeros tres meses, la fuerza de tarea hizo más de 100 operaciones en la
frontera, destruyó 130 laboratorios e incautó más de 59 toneladas de cocaína. Y
en menos de diez días, en septiembre, dieron dos grandes golpes: la muerte de
Víctor David Segura, alias David, líder de las Guerrillas Unidas del Pacífico, y un
operativo contra Guacho.

Lo paradójico es que paralelamente al incremento de pie de fuerza del lado


colombiano se ha generado un drástico aumento de los homicidios en la región.
Entre julio de 2017 y el mismo mes de 2018, según la Gobernación de Nariño, los
homicidios aumentaron 34 %, al pasar de 248 a 332. Con 147 asesinatos
registrados en los primeros seis meses de 2018, Tumaco es el municipio más
afectado por ese delito en todo el departamento, reportando un incremento de
55 %.

En Ecuador, al 15 de agosto, la fuerza de tarea conjunta en Esmeraldas había


desarrollado 1 613 operativos militares, que incluyó 995 misiones de vigilancia y
558 operaciones de control de armas. Los militares decomisaron 4 000 galones
de gasolina y 710 canecas de acetona, ambos usados en los laboratorios de
cocaína. Confiscaron además 3 000 cartuchos para fusiles. Y desde enero, la
fuerza aérea ha adelantado 1 378 horas de patrullaje en la frontera.

La Policía, por su parte, reportó en lo que va del año la incautación de 5,1


toneladas de cocaína, 19 toneladas de precursores químicos, la aprehensión de
141 armas de fuego y 797 explosivos. Además, afirma haber desarticulado 48
grupos delictivos y haber detenido a 1 064 personas en 13 operaciones de alto
impacto.

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Esmeraldas tiene la más alta tasa de homicidios de Ecuador. Cifras oficiales lo refieren. Foto: Periodistas sin cadenas

Aunque las cifras de violencia de la provincia de Esmeraldas son menores a las


de Nariño, los homicidios también han crecido a pesar de la presencia reforzada
de las fuerzas de seguridad. Entre enero y agosto de 2017 se registraron 44
asesinatos, mientras que en el mismo periodo de 2018 la cifra alcanzó los 58, un
aumento de 31 %. Con 10,8 homicidios por cada 100.000 habitantes, Esmeraldas
tiene la tasa más alta de Ecuador, cerca de tres veces el promedio nacional.

Los civiles están atrapados entre la fuerza pública y los grupos ilegales. Desde
que los dos Estados decidieron declararle la guerra total al tráfico de drogas;
instituciones públicas, líderes comunitarios y organizaciones campesinas y
étnico-territoriales han denunciado que, en su afán por imponerse en la región,
la fuerza pública ha puesto en grave riesgo a la población civil.

Civiles, impactados en Colombia

La militarización se ha vuelto una pesadilla para los tumaqueños que viven en


densas zonas rurales fronterizas con Ecuador. La situación fue descrita por la
Defensoría del Pueblo colombiana al Ministerio del Interior de ese país el 6 de
mayo de 2018 solicitando atención de diversas entidades del Gobierno nacional

61
para proteger a las comunidades. Según el organismo, tras el secuestro y
asesinato de los periodistas, las operaciones de la fuerza pública colombiana, y
también ecuatoriana, se incrementaron en la zona de frontera, afectando a 22
comunidades campesinas, indígenas y afrodescendientes.

Según la Defensoría, en la región se han presentado dificultades para ingresar a


los territorios, abusos de algunos militares e incluso se registró la captura de
ciudadanos en Colombia a manos de soldados ecuatorianos. Sin embargo,
según el documento, la situación no fue denunciada por temor a retaliaciones.

El pueblo Awá es uno de los más afectados. La Guardia Indígena, encargada de


proteger el territorio y su identidad, ha discutido con distintas unidades
militares que, sin consultar con la comunidad, acampan en sus tierras. La
presencia de efectivos, en opinión de los indígenas, los pone en riesgo frente a
posibles combates.

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Ensayo fotográfico: Juan Manuel Barrero

Un dirigente de la Guardia Indígena de la comunidad de Piguambí Palangala


dice, bajo petición de proteger su identidad, que desde junio de 2018 se
incrementó el tránsito de fuerza pública en la zona. Ese mes los soldados
instalaron campamentos al lado de dos escuelas de la comunidad. Los
profesores suspendieron las clases por temor a ataques armados hasta que la
Guardia convenció a los efectivos de abandonar esas áreas.

“El Ejército anda haciendo daños. Yo mismo los he visto (a los soldados) sacando
los pescados de los estanques y cogiendo las gallinas para cocinar. Para hacer
eso, ellos miran que no esté el dueño de los animales, que es especialmente los

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domingos, cuando la gente sale porque son días de mercado”, explica el líder
indígena.

Otro guardia indígena narra, bajo anonimato también, que varios integrantes de
la comunidad han sido víctimas de señalamientos por parte de la fuerza pública,
por el solo hecho de usar botas de caucho o por su manera de vestir. Dice que a
unos compañeros suyos que estaban guadañando les dijeron: “Muestren las
manos, que ustedes tienen cara de guerrilleros, y si son guerrilleros, los vamos a
prender a plomo”.

Los soldados habrían señalado como guerrilleros a quienes se dedican a la


cacería: “Ahora lo coge a uno la fuerza pública y dice: ‘este es revolucionario’
porque uno anda con escopeta. Pero la costumbre del indígena siempre es su
(calibre) 16, su ‘chimenea’, su horqueta, porque uno siempre ha sido de monte y
ha vivido de la cacería”.

El gobernador de ese resguardo —territorio colectivo indígena con autonomía—,


Segundo Jaime Cortés, dice que la situación se ha agravado porque los militares
desconocen a las autoridades ancestrales, pese a que están amparadas por la
Constitución Política: “A mí me han dicho: ‘¿usted quién es? Nosotros aquí nos
vamos a meter’. Ellos no entienden que yo soy ley en el territorio y que cuando
dialogamos estamos de igual a igual”. Según el gobernador, los soldados los han
presionado para obtener información sobre los grupos armados ilegales.

Henry Marín, consejero de Organización y Territorio de la Unidad Indígena del


Pueblo Awá (Unipa), dice que desde el asesinato del equipo del diario El
Comercio arreciaron las operaciones militares en nueve resguardos. Según
Marín, como respuesta a las operaciones militares, las organizaciones armadas
ilegales han sembrado minas antipersona en territorio indígena y proferido
amenazas contra las autoridades tradicionales, tal como ocurrió con el
gobernador y otros tres dirigentes del Resguardo Gran Rosario, quienes tuvieron
que desplazarse de la región por temor a ser asesinados.

La situación es similar en tierras del Consejo Comunitario Alto Mira y Frontera,


territorio de comunidades afrodescendientes, limítrofe con Ecuador. La
personera de Tumaco, Anny Castillo, admite que han tenido problemas con el
Ejército y con la Policía Antinarcóticos por ocupación de bienes civiles. “Militares
están ocupando viviendas de las comunidades y se niegan a reintegrarlas.

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También hemos tenido reportes de hurtos por parte de las fuerzas militares a
bienes de personas civiles”, dice.

El Tandil, Llorente, Nariño. 18/10/2017. Una niña estudia en su casa, ubicada en medio de plantaciones de coca.
Foto: Juan Manuel Barrero

Juan Carlos Angulo, representante legal de la Red de Consejos Comunitarios del


Pacífico Sur (Recompas), reitera que esos y otros hechos han puesto en riesgo a
las comunidades: “La comunidad depende del estigma que le pongan los
militares o los grupos armados. Los soldados acusan a la gente de ‘delincuente’
y ‘guerrillera’, mientras los ilegales dicen ‘este tiene que ser gobiernista’. Aparte,
en el caso del Ejército, parece existir la idea de que todo lo que se haga para ir
detrás de Guacho nos lo tenemos que aguantar”. Para evitar que continúen las
afectaciones, Angulo ha solicitado a los mandos militares de la campaña Atlas
que no presenten resultados operacionales como productos de “la colaboración
de la comunidad” porque incrementa sus riesgos.

La situación de los indígenas la padecen también los colonos. La Asociación de


los Ríos Mira Nulpe y Mataje (Asominuma), compuesta por personas del sur de
Colombia y asentados en territorios de las comunidades afro, también presentó
una denuncia pública por supuestos atropellos del Ejército. En agosto de 2018,

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la asociación aseveró que uniformados que hacen presencia en Llorente
“realizan señalamientos, acusaciones y empadronamientos a líderes”.

Según la denuncia, varios soldados estuvieron buscando a la presidenta de la


Junta de Acción Comunal de la Vereda Vallenato, Alicia Torres, a quien señalaron
como integrante de un grupo armado. Los hechos, según Asominuma, son
“demasiado graves y elevan la situación de riesgo en la que se encuentra la líder
comunitaria”.

La asociación, además, ha denunciado ocupación de casas de familias


desplazadas, allanamientos y detenciones sin orden judicial, presiones contra
presidentes de juntas, sustracción de documentos de censo y contabilidad y
ubicación de la fuerza pública en cercanías a los centros poblados para
“resguardarse” de posibles ataques.

Para atender la situación y teniendo en cuenta las múltiples denuncias de la


población civil, la Defensoría del Pueblo y la Personería de Tumaco trabajan en
el diseño de una propuesta de protocolo de relacionamiento entre la fuerza
pública y las comunidades. Mientras tanto, los dirigentes de las organizaciones
étnico-territoriales, la iglesia y el Ministerio Público le transmiten
constantemente las denuncias al Comando Conjunto con quien, según ellos, se
han encontrado algunas soluciones, sobre todo en el tema de ocupación de
escuelas. Consultado —por escrito y reiteradas veces— para este reportaje sobre
su versión, el general del Ejército Jorge Hoyos, comandante de la Fuerza de
Tarea Hércules, nunca contestó.

El coronel Aroca asegura que, aparte de la investigación criminal, los mayores


desafíos del Comando son la “aceptación de la comunidad” y la mitigación de
los impactos que generan los operativos policiales en la población civil. Según el
alto oficial, “acá (en Tumaco) hay que tener mucha mano dura, pero sabemos
que también hay que tener un acercamiento (con la comunidad), porque la
mayoría no son bandidos y también se ven afectados por el procedimiento. Es
un reto muy grande poner la fuerza y el acercamiento dentro del mismo
uniforme”.

En Ecuador, pueblos desplazados

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La vía a Mataje se conecta con una carretera de segundo orden que lleva El Pan, población que salió desplazada en
febrero de 2018. La mayoría de sus habitantes regresaron, pero aún hay familias en San Lorenzo que no han vuelto
por miedo. Foto: Periodistas sin cadenas.

El Pan es una pequeña comunidad de agricultores al borde del río Mataje, en el


lado ecuatoriano, y comenzó a alarmarse cuando la guerra se desbordó al otro
lado de la frontera y los grupos armados ilegales comenzaron a trasegar por sus
veredas. Los primeros ruidos llegaron el 17 de febrero de este año, cuando
patrullas del Ejército fueron atacadas por hombres armados, y se repitieron dos
días después.
Jesús Caicedo, de 72 años. Es un desplazado de El Pan.

La población civil, atemorizada por estos enfrentamientos, comenzó a


abandonar la zona. Se calcula que, inicialmente, salieron 69 familias. Hombres y
mujeres cargaron a sus hijos en brazos y algunos tuvieron que llevar a sus
enfermos hasta San Lorenzo, a dos horas de El Pan. Atrás quedaron, como
testigos silenciosos, herramientas de trabajo, animales domésticos y algunos
electrodomésticos.

A ese desarraigo se unieron familias de sectores vecinos como Mataje Alto y


Tobar Donoso, a las que también atemorizaron los sonidos de la guerra.
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También hubo desplazamientos en el recinto Las Delicias. En total 98 familias
huyeron de esta región. Se amontonaron en casas, cuartos y áreas de atención
de emergencia en el puerto de San Lorenzo, una ciudad con alrededor de 40 000
habitantes, golpeada por actividades de narcotráfico.

En abril se sumarían 52 familias de Mataje Nuevo que dejaron sus tierras tras la
incursión militar y policial de por lo menos 3 500 uniformados, que arribaron a la
región luego del secuestro y asesinato del equipo periodístico de diario El
Comercio. La balacera que expulsó a todas aquellas familias aún la recuerda,
con angustia, María Reinalda Tenorio, desplazada de El Pan, quien vive en San
Lorenzo, en medio del hacinamiento en una casa de dos pisos a medio construir,
junto con su esposo, ocho de sus 13 hijos, 11 nietos y sus nueras.

Una niña duerme en una casa en San Lorenzo donde habita una familia desplazada de El Pan. Foto: Periodistas sin
cadenas

La mujer rememora que estaba cocinando cuando escuchó los disparos. Corrió
fuera de su casa, atemorizada. Los militares les dijeron que mejor se fueran de
allí, sin dar explicaciones. “Pero, ¿cómo salimos? Mi esposo no puede caminar, él
es enfermo”, les dijo. No hubo respuestas. María Reinalda y Jesús Caicedo, así
como sus hijos y nietos, huyeron sin preguntar más. Una volqueta los recogió en

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el camino y los trasladó hasta San Lorenzo. La balacera, asegura ella, es la
primera que había escuchado en los 51 años que llevaba viviendo en El Pan.

Durante los enfrentamientos hubo tres detenidos, entre ellos Albeiro, uno de los
hijos de los esposos Caicedo-Tenorio. Un grupo de militares lo interrogó durante
cinco horas y luego lo dejaron ir. “Me arrestaron, me amarraron y me tuvieron
botado en el monte. Me decían que dijera que quién disparaba y yo no sabía.
Como no decía nada, sacaron un cuchillo como queriendo cortarme las piernas
para ver si yo hablaba, pero no sabía nada”.

Varias semanas después de su huida a San Lorenzo, los Caicedo-Tenorio


lograron regresar en busca de algunas pertenencias a El Pan, convertida en un
área restringida por el Ejército, y fue poco lo que encontraron: guadañas,
machetes y animales habían sido robados. También sus electrodomésticos y los
dos cilindros de gas que la mujer usaba en su pequeño restaurante.

“La vida en El Pan era bien”, dice la matrona, sentada junto a la mesa que usaba
para exhibir su comida, y rodeada de sus hijas y esposo. “Vivíamos tranquilos, no
pasaba nada. Nosotros nos manteníamos de nuestros animales, de la
agricultura. Hemos estado cuidando la frontera como comunidad y ahora nos
tocó salir desplazados desde allá para acá”. El anhelo del retorno flota en la
conversación. Le preocupa que su finca esté hecho “monte”, pero, a pesar del
dispositivo militar y policial, los frena el temor a salir corriendo otra vez, como
aquel febrero.

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San Lorenzo. Proyecto habitacional del Gobierno ecuatoriano para la reubicación de población desplazada y
afectada por el conflicto en la frontera norte. Las casas aún no han sido entregadas. Foto: Periodistas sin cadenas

Su hijo Albeiro, aquel que fue interrogado y retenido, ahora labora en una
empresa palmicultora y no recibe más de 266 dólares al mes. Con ese dinero,
cuentan, adquieren alimentos para dos comidas diarias, pero no alcanza para
todos los gastos básicos. De la alcaldía solo recibieron un almuerzo, que les
dieron el día que llegaron desplazados de El Pan. Nada más.

Guadualito, un pueblo Awá a 45 minutos de San Lorenzo, también ha sufrido los


embates de la guerra. En febrero de 2018 llegaron 180 militares ecuatorianos
que acamparon durante más de dos meses en la aldea. “Sin el consentimiento ni
la autorización de la comunidad utilizaron centros educativos, la casa comunal,
el puesto de salud y otros espacios para quedarse… nos invadieron”, le dijo a un
periodista de esta alianza Olindo Nastacuaz, un líder de esa comunidad.

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23 miembros de la familia Caicedo Tenorio, desplazada de El Pan, se acomodaron en una casa a medio construir en
San Lorenzo. Once de ellos son niños. Foto: Periodistas sin cadenas

Según el hombre, la comunidad rechazó la militarización pues sabían que la


construcción de retenes en su centro poblado los pondría en riesgo “porque el
grupo de disidentes que está del otro lado de la frontera podría atacar, echar
bomba o cualquier otra cosa que afectara la seguridad y la vida de nosotros”.

Los militares bloquearon las vías y esto afectó a los habitantes que
acostumbraban ir a San Lorenzo a comprar víveres y regresar por la tarde o
noche. Ya no podían salir porque después de las 16:00 los militares decían que
“no respondían”. “Eso es violar el derecho de libre circulación”, dice. Y agrega
que cuando reclamaban a los soldados por la invasión, ellos siempre decían que
tenían una disposición “de arriba”.

Nastacuaz cuenta que en abril los militares les dijeron que tenían tres horas para
desalojar el pueblo e instalarse temporalmente en el parque de San Lorenzo.
“Pero allá no hay transporte para tanta gente y no pudimos salir todos, entonces
nos quedamos, nadie se movió”.

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Control militar a la entrada de Mataje. Los uniformados revisan los vehículos y a los visitantes a esta población
fronteriza. Foto: Periodistas sin cadenas

Menos tropa, más inversión

Para mucha gente, tanto en Ecuador como en Colombia, las pocas veces que
saben que hay presencia del Estado es cuando ven un uniforme militar. En
Tumaco, el índice de pobreza alcanza 84,5 %. Solo 5 % de la ciudad tiene
alcantarillado, la mortalidad infantil alcanza 65 por 1 000 y el desempleo casi 70
%. Y los habitantes de Tumaco han sido fuertemente golpeados por las distintas
olas de violencia: más de 99 000 personas, la mitad de la población, están
registradas como víctimas del conflicto armado.

En la provincia de Esmeraldas (Ecuador), 78 % de la población tiene sus


necesidades básicas insatisfechas, 54 % no tiene acceso a agua potable, 21 % no
tiene electricidad, y en cantones de esa provincia como San Lorenzo y Eloy
Alfaro la pobreza llega a 85 % y 95 %, respectivamente. Y la guerra dificulta aún
más las cosas. Médicos, enfermeras, trabajadores sociales y funcionarios no
pueden entrar a las comunidades sin ser escoltados por patrullas armadas y en
El Pan la profesora huyó tras la ola de violencia.

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Los cantones San Lorenzo y Eloy Alfaro, de Esmeraldas, son los más pobres del país. El acceso a la educación es uno
de sus principales problemas. Foto: Periodistas sin cadenas

Funcionarios locales y dirigentes sociales de Tumaco consideran que la


intervención policial y militar está lejos de solucionar los problemas de
seguridad, entre otras razones por la presión del narcotráfico. La personera
Castillo explica que este negocio ilegal “tiene sus causas estructurales en el
desempleo, las pocas alternativas para acceder a la educación superior, la
insatisfacción de las necesidades básicas y la falta de servicios públicos. Es un
municipio que no genera las condiciones sociales adecuadas para que las
personas puedan encontrar en la legalidad alternativas de vida”.

“Si no hay inversión social, es muy poco probable que esta guerra se gane. Usted
puede capturar a Guacho y a los comandantes de cada uno de los grupos, pero
si los problemas de Tumaco siguen siendo los mismos, van a surgir muchos
‘guachos’ más”, sentencia Castillo.

En ese mismo sentido se expresa el sacerdote Arnulfo Mina, vicario general de la


diócesis de Tumaco, un gran conocedor de las vicisitudes de las comunidades:
“Hay que crear fuentes de trabajo, oportunidades para los jóvenes y mejorar la
calidad educativa para ir disminuyendo el conflicto. Si no hay acompañamiento
(del Estado), vamos a seguir enterrando gente”.
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Parte de las soluciones, según Mina, estaría en la reactivación del puerto y la
creación de empresas de transformación de productos locales como atún,
cacao, coco, camarón, piangua y plátano. Sin embargo, hay un gran escollo: la
debilidad de la institucionalidad local.

En Ecuador, el Gobierno asegura que las cosas están bajo control y que los
desplazados de El Pan ya volvieron a sus tierras. Pero para muchas familias
como los Tenorio, la realidad es muy distinta. Siguen hacinados en San Lorenzo,
aún recuerdan las balas, aún recuerdan el miedo.

http://www.planv.com.ec/fronteracautiva/index.html

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