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Casi libres
A las 18:00 del miércoles 28 de marzo de 2018, el fiscal Carlos* llegó a la Base Naval de San
Lorenzo, cerca de la frontera con Colombia, sobre la costa norte de Ecuador, con una
misión: recibir al equipo periodístico del diario El Comercio que había sido secuestrado 48
horas antes por el Frente Oliver Sinisterra, un grupo nacido a mediados de 2016, dedicado
al narcotráfico y la extorsión, y liderado por alias Guacho, cuya identidad ecuatoriana es
Walther Patricio Arizala Vernaza (en Colombia tiene otra identidad: Luis Alfredo Pai
Jiménez), exmiembro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
Alguien del Comité de Crisis, desde Quito, le pidió al fiscal que esperara allí al periodista
Javier Ortega, al fotógrafo Paúl Rivas y al conductor Efraín Segarra, que habían sido
liberados y llegarían en cualquier momento. El plan era acompañarlos en helicóptero
hasta el aeropuerto de Tachina, en la ciudad de Esmeraldas (norte de Ecuador), desde
donde volarían en avión hasta Quito. Pasaron casi cinco horas, pero los periodistas nunca
llegaron.
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El jueves 19 de abril, a casi una semana de la confirmación de a muerte de los periodistas, sus
amigos y colegas volvieron a salir a la Plaza Grande para exigir justicia. Foto: Periodistas sin cadenas
Alrededor de las 19:00, diario El Tiempo de Bogotá reportó la supuesta liberación como un
hecho: la presión conjunta de las tropas ecuatorianas y colombianas había provocado la
liberación de los tres secuestrados. “Según las autoridades, los periodistas y el conductor
se encuentran en buen estado de salud y están en poder del Ejército ecuatoriano”, decía la
nota.
Esa noche, 48 horas después del secuestro, diario El Tiempo de Bogotá reportó la supuesta
liberación como un hecho. El diario atribuía su información a altas fuentes militares de
“altísima” credibilidad y verificó la información en terreno; Yadira Aguagallo, pareja del
fotógrafo Paúl Rivas le contó a esta alianza periodística que tuvo conocimiento de que la
información vino del entonces Ministro de Defensa colombiano, Luis Carlos Villegas. Este
equipo solicitó en varias ocasiones a su oficina de prensa una entrevista cuando estaba en
el cargo para consultarle del tema, pero no fue posible obtenerla.
En Quito, algunos alcanzaron a festejar: en las afueras del palacio de Carondelet, sede
presidencial, amigos y simpatizantes se abrazaban y comentaban con júbilo que pronto los
cautivos estarían de vuelta.
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Vigilia en la Plaza Grande de Quito, símbolo de la petición de liberación y justicia de Paúl, Javier y
Efraín. Foto: Periodistas sin cadenas
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Después de seis meses del secuestro y asesinato de Segarra, Rivas y Ortega, el Gobierno
ecuatoriano no ha dado respuestas claras sobre qué pasó. En una entrevista que Navas
dio, ya fuera del cargo, dijo que el Ministerio de Defensa preparó un avión para trasladar a
los tres periodistas una vez liberados. Supuestamente se le avisó al presidente Lenín
Moreno, y la Secretaría de Comunicación estaba organizando una rueda de prensa para
anunciar el desenlace. En una entrevista concedida en París, el exministro de Defensa de
entonces, Patricio Zambrano, negó que se hubiera preparado un helicóptero y un avión.
“Falso, eso no es verdad”. Al insistirle sobre la versión de que había un helicóptero
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esperando en la Base Naval de San Lorenzo para salir hacia Tachina, duda. “No tenía
conocimiento de esa información que tienen”, dijo. “No lo sé, para mí nunca sucedió.
Podía haber estado un helicóptero preparado en el caso de que fuera cierto, pero es lógico,
es una zona en la que están militares, pero que haya habido una disposición porque
teníamos la certeza de que estuvieran liberados, no, no es cierto”. Tampoco cree que los
periodistas hayan sido liberados jamás y aseguró que nunca estuvieron en manos del
Ejército ecuatoriano. “Si hubieran sido entregados a militares ecuatorianos, la muerte de
ellos habría sido en Ecuador, no en Colombia”, dijo.
Para tratar de llenar los vacíos de las versiones oficiales, este equipo intentó conversar
además con autoridades ecuatorianas: el exministro del Interior, el Secretario de
Comunicación, el exdirector de la Unidad Antisecuestros y Antiextorsión (Unase). Ninguno
respondió.
Navas presidía el llamado Comité de Crisis, un cuerpo colegiado cuyo propósito era
coordinar acciones para salvaguardar la vida de los periodistas. Además de él, estaba
conformado por Zambrano, el Fiscal General, el Defensor del Pueblo, un delegado de la
Secretaría de Comunicación, el Jefe del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas, el
Director Nacional de Delitos Contra la Vida, Muertes Violentas, Desapariciones, Extorsión y
Secuestros, el Jefe de la Unidad Antisecuestros y Antiextorsión (Unase) y el oficial del caso.
La familia de cada periodista estaba, también, representada en el comité.
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Manifestaciones en Quito pidiendo la liberación de los periodistas secuestrados en la frontera. Foto:
Periodistas sin cadenas.
Para que el fiscal Carlos se trasladara a la base naval tuvo que haber sido notificado por
una autoridad del Comité de Crisis. Si a las 18:00 del 28 de marzo estaba allí, Navas sabía
de la supuesta liberación por lo menos una hora antes de que la noticia saliera en El
Tiempo. ¿Por qué entonces el exministro dijo haberse enterado por medios colombianos?
Los familiares de las víctimas se hacen esta y otras preguntas. Tienen dudas sobre las actas
que surgían de cada reunión del Comité. En la primera cita, celebrada la misma noche del
secuestro —lunes 26 de marzo—, consta el nombre de Carolina Rivas, hija de Paúl, pero ella
no asistió, se enteró del secuestro en la madrugada del 27, cuando se lo contó Yadira.
Ninguna de las actas está firmada por los asistentes (ni las autoridades, ni los familiares de
los periodistas). La inexistencia de firmas es solo una de las inconsistencias que los
familiares han señalado durante el tiempo que duró el secuestro, incluida la investigación
de la Fiscalía ecuatoriana.
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Aguagallo cuenta que el 3 de abril, ocho días después del secuestro, a su correo, al de una
periodista de El Comercio y al de un periodista de diario El Universoles llegó un mensaje con
dos fotos: en una se leía un breve mensaje escrito a mano por Paúl Rivas, en la otra
aparecían los tres secuestrados. Había además dos videos.Quien remitía el email, en los
tres casos, era una persona que se identificaba con nombre y apellido y aseguraba ser
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camarógrafo de un canal de televisión colombiano. El mensaje decía que le llegó este
material de un número desconocido y pedía que, por favor, conservaran la fuente en
secreto. Localizamos a esa persona y confirmamos que era quien decía ser y que
colaboraba para el medio colombiano en mención. Mantenemos en reserva su nombre
para preservar su seguridad.
El equipo de este reportaje tuvo una breve conversación vía telefónica en la que confirmó
que él había sido quien envió el mail por pedido expreso de alias Guacho, que lo contactó
en la zona de Tumaco, donde trabaja el periodista en cuestión. Al verse obligado, envío la
información que recibieron Aguagallo y los otros dos periodistas. Dijo, además, que la
gente de Guacho le envió más material y lo presionó para que siguiera divulgándolo, pero
él se negó. En un momento dado, las amenazas de Guacho y su gente llegaron a tal punto,
que el periodista tuvo que ser protegido y trasladado fuera de Tumaco. Según el
periodista, ni la Fiscalía ecuatoriana ni la colombiana lo han requerido para pedirle
información sobre el material que recibió, las amenazas de Guacho y cualquier otra
información que pudiera ayudar a esclarecer el caso.
El texto dice: “En horas de la noche se procedió a verificar información que habrían
recibido en un pedazo de papel los familiares del señor Paúl Rivas verificando la dirección
Manuel Larrea y Riofrío”. Abajo adjuntan una imagen del “pedazo de papel” que, en
realidad, nunca se recibió, pues lo que llegó como adjunto a Yadira Aguagallo, y a los dos
periodistas de El Comercio y El Universo en el correo electrónico enviado por el periodista
de Tumaco, fue la foto de una carta escrita a mano por Paúl, sin ninguna dirección.
No está claro qué tiene que ver la casa y el nombre del propietario (incluido en el parte de
la Unase), pero están dentro de la investigación. A pesar de eso, según una fuente que tuvo
acceso al proceso, el fiscal Wilson Toainga, a cargo de la investigación del caso, no ordenó
el allanamiento de la vivienda, ni investigó quiénes viven ahí ni convocó al propietario a
declarar, tampoco averiguó qué vínculo puede tener con alias Guacho.
Hay también un mensaje de texto que habría sido intercambiado por miembros de las
Fuerzas Armadas. Este fue reenviado por una fuente desconocida a un periodista, como
prueba de que hubo un intento de liberación. Este equipo periodístico recibió una copia
del mensaje. En la jerga militar el mensaje está textualmente escrito así: “QTH 7/4
recibiendo fritada 3 periodistas retenidos por irregulares 26032018. Estarian siendo
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liberados a 1K de Mataje y llevados a RTNIM y de ahí Y Mataje - San Lorenzo para
disposición final. Estoy confirmando si hay fritada positivo envío material. Manten linea
tengo mi gente adentro. QAP 7/3”.
QTH es el anuncio de una ubicación. El general del Ejército (en servicio pasivo) José Luis
Castillo asegura que se usa el término “fritada” para referirse a muertos; querría decir que
la entrega era de cuerpos, no de los periodistas con vida. RTNIM es el Retén Naval de
Infantería de Marina. Una fuente de la Secretaría de Inteligencia, que pidió no ser
identificada, confirma que “fritada” es el encargo y que QAP significa: manténganse en
espera, y 7/3, saludos cordiales.
Familiares de los periodistas secuestrados salieron a las calles de Quito para pedir su
liberación. Foto: Periodistas sin cadenas
Mientras tanto, esa noche de incertidumbre del 28 de marzo, en Colombia las autoridades
tampoco se habían pronunciado. A los medios se les informó que el Ministerio de Defensa
daría una rueda de prensa el día siguiente, pero a última hora se canceló sin ninguna
explicación. Los periodistas de El Tiempocreían que la información podría estar
relacionada con la liberación, pues la convocatoria se habría dado minutos después de la
publicación de la noticia en ese diario.
Jhon Torres, editor de la sección Justicia de El Tiempo, dijo que se había esperado hasta el
sábado 31 de marzo para recibir noticias de la liberación, pero no ocurrió nada. El Tiempo,
sin embargo, no se desdijo: su fuente era de “altísima credibilidad”, y había sido
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comprobada en varias ocasiones. Para ellos también falta una pieza que permita entender
lo que ocurrió el miércoles 28 de marzo.
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Fotógrafos de diario El Comercio levantaron sus cámaras en protesta por el secuestro de sus
compañeros. Foto: Periodistas sin cadenas
Nada de esto se conocía en Ecuador la noche del 28 de marzo. Los familiares de los
periodistas estaban reunidos en casa de la madre de Paúl Rivas revisando el manual
antisecuestro de las Naciones Unidas, cuando se enteraron de la supuesta liberación a
través de El Tiempo. Enseguida preguntaron a las autoridades, pero solo recibieron
respuesta dos horas después. Hacia las 21:00, cuando el fiscal Carlos aún permanecía en la
base naval, Navas se comunicó con los familiares, que nunca supieron de la presencia del
fiscal en la base, y les dijo que la información de la liberación era falsa. ¿Por qué, entonces,
un fiscal seguía esperando? ¿Quién le ordenó que se trasladara a la Base Naval de San
Lorenzo?
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Aunque las familias de Paúl, Javier y Efraín han solicitado documentos que comprueben
las acciones que las autoridades dicen haber realizado, no han recibido nada. A mediados
de agosto de 2018 pidieron una ampliación de los documentos desclasificados —en la
primera parte, han dicho, casi no había información de valor—. La respuesta del Ministerio
del Interior ha sido que muchos de los acuerdos se hicieron de forma verbal y que no
existen papeles que los respalden.
Los familiares pidieron, por ejemplo, documentos que demuestren en qué fecha el
Gobierno ecuatoriano contactó a Monseñor Eugenio Arellano, obispo de Esmeraldas, que
habría conocido a Guacho cuando era niño. La respuesta: “Se informa que por pedido
verbal del Presidente de la República, del 11 de abril de 2018, se mantuvo una reunión con
el Monseñor Eugenio Arellano”. Pero no hay nada que respalde la afirmación.
Algo similar ocurrió con la información que Navas dio en un encuentro con medios
extranjeros el 9 de abril, cuando habló de cuatro escenarios que estaban contemplando.
“No se ha encontrado la rueda de prensa del 9 de abril del exministro Navas a la que se
hace referencia”, respondió el Ministerio del Interior en un oficio firmado por Andrés de la
Vega, viceministro de esa cartera de Estado aún en funciones.
La despedida
Seis meses después del secuestro y asesinato de Paúl Rivas, Efraín Segarra y Javier Ortega,
sus familiares aún recuerdan con angustia el día del viaje. El domingo 25 de marzo los tres
salieron de sus casas para trasladarse a la frontera, una zona que en las últimas semanas
había sido escenario de violencia patrocinada por Guacho. Habían estado allí más de una
vez en 2018, y varias veces se habían despedido de sus familias.
Le dijo Yadira Aguagallo a su pareja, el fotógrafo Paúl Rivas, el 24 de marzo. No era su turno
de viaje, pero los jefes en El Comerciole pidieron que fuera. Ese fin de semana el diario
había publicado la noticia sobre un cadáver abandonado en la carretera cerca de Mataje,
que nadie se atrevía a recoger y que era una supuesta advertencia del grupo de Guacho.
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—No quiero que te vayas, siento que es muy riesgoso.
Yadira insistió, pero la decisión estaba tomada. Al día siguiente, el domingo 25 de marzo,
Efraín Segarra recogió en su camioneta Mazda azul a Paúl Rivas y al periodista Javier
Ortega.
Ella subió al vehículo junto a los tres para que la dejaran en la casa de su madre. En el
camino, Paúl le dijo que durante esa semana de ausencia ella debía buscar un tatuaje con
un diseño que fuera una suerte de lazo, para hacérselo juntos al regreso. Ella pensó que era
una propuesta de matrimonio, pero no dijo nada. Poco después se bajó, cerró la puerta y
con la mano se despidió de Paúl. La camioneta arrancó.
El adiós de Galo, el padre de Javier, fue más inusual. No pudo darle el abrazo que siempre
le daba cuando se iba de viaje, porque estaba algo enfermo y le costaba levantarse del
sillón desde el que se despidió de su hijo. Así lo relata:
—Llegó el momento en que se fue. Apenas me levanté. Le di un abracito, que no fue como
las demás veces, y se marchó. Yo en la puerta lo quedé mirando, él no regresó ni a ver y se
fue. Que le vaya bien, le di la bendición y se fue.
Galo Ortega, padre de Javier Ortega, junto al perro que dejó a su cuidado el periodista
asesinado. Foto: Periodistas sin cadenas
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respondía el teléfono, de la oficina de personal llamaron a Cristian para preguntarle si a su
padre le interesaba un seguro, debido al viaje que haría dos días después. El hijo dijo que sí
y pagó para que se fuera “de alguna forma tranquilo”.
Como en tantos otros viajes hacia la frontera, los tres salieron de Quito, tomaron la vía
Panamericana Norte y luego la carretera que lleva a Esmeraldas. Su destino era la Hostería
El Pedregal, en las afueras de San Lorenzo, donde solían hospedarse los colegas del diario.
Su destino era una cobertura periodística que terminaría en tragedia.
La Hostería El Pedregal es el lugar desde donde se vio salir por última vez a los tres
periodistas asesinados. Aquí solían hospedarse trabajadores de El Comercio para
todas sus coberturas en la zona.Foto: Periodistas sin cadenas
En el registro del hotel están sus nombres escritos a mano. Al otro día empezaría la misión
que los llevó a la muerte, confirmada 19 días después. El lunes 26 de marzo, pasadas las
07:00, según revelaron las cámaras del hotel, salieron hacia Mataje, un pueblo fronterizo
ubicado a unos 23 kilómetros o 20 minutos de viaje por carretera.
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hechos. De acuerdo con el Ministerio del Interior de Ecuador, Efraín, Javier y Paúl dejaron
el hotel a las 07:10, y a las 09:00 pasaron por el control militar de ingreso a Mataje, donde
fueron registrados y, según las autoridades, advertidos del peligro en la zona.
Dos fuentes que pidieron no ser identificadas, que conocen bien el lugar y que conversaron
con habitantes del sector conocido como Nuevo Mataje dicen que las versiones de los
pobladores coinciden en que los periodistas llegaron, parquearon la camioneta y salieron
a caminar. Aseguran que cruzaron “al otro lado”, a territorio colombiano, atravesando el
río Mataje, sin violencia. La gente del pueblo vio que mientras caminaban se les acercó
alguien, conversaron y lo siguieron.
“Ellos le van siguiendo a ese señor (…), se embarcan en una canoa y los pasan al otro lado.
Pero ellos fueron sin presión, y cuando llegan allá y los meten más adentro (les dicen):
‘ahora sí, están detenidos’. Se los llevan”, dijo una fuente que trabaja en la zona al resumir
sus conversaciones con varios pobladores de Mataje poco después del secuestro. Pidió
omitir su nombre y profesión por temas de seguridad.
A las 17:02 del 26 de marzo, el mayor de la Policía de Ecuador Alejandro Zaldumbide, jefe
de Gestión Logística del Distrito de Vigilancia San Lorenzo, recibió un mensaje de un
número colombiano. Una persona que se identificó como Guacho le informó que tenía en
su poder a tres periodistas de El Comercio.
Veinte minutos más tarde, desde el mismo número, le llegó a Zaldumbide la primera
prueba de vida: al menos tres fotografías de los secuestrados. La foto no ha sido divulgada
hasta hoy, y es parte de la investigación. Los tres periodistas aparecen con la misma ropa
que vestían al salir del hotel. Lucen serios, pero en sus expresiones no parece haber miedo,
como sí se vería más tarde en los videos que se difundieron. Al fondo se pueden ver
sembríos de coca.
Esa noche, sus familiares fueron contactados, pero solo hasta el otro día se informó
oficialmente del secuestro en Ecuador, en una rueda de prensa donde nunca se
mencionaron los nombres de los secuestrados.
Hasta hoy no está claro cómo se desarrolló el intercambio de mensajes entre Guacho y las
autoridades ecuatorianas: no se sabe en qué tiempo hubo una respuesta a estos primeros
mensajes ni en qué términos se hizo. El Gobierno ecuatoriano se ha negado a entregar la
información sobre las conversaciones. La indagación que realiza la Fiscalía de Ecuador es
reservada, y el acceso a los documentos es restringido.
Los integrantes del Frente Oliver Sinisterra no pedían algo que fuera nuevo para la Policía
de Ecuador. Desde enero, a través de mensajes y llamadas telefónicas, le exigían a
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Zaldumbide la liberación de tres de sus miembros que permanecen detenidos en
Latacunga (centro de Ecuador), y la cancelación de un acuerdo entre Ecuador y Colombia
de lucha contra el narcotráfico. Zaldumbide notificó cada una de estas conversaciones
mediante partes policiales, los mismos que están incluidos en el expediente de Fiscalía
sobre el atentado al retén policial de San Lorenzo, el 27 de enero de 2018. Según la versión
de un testigo protegido de la Fiscalía en Colombia, que dio la información sobre el lugar
donde se habían enterrado los cuerpos y la ubicación de cinco artefactos explosivos
alrededor de las fosas, no haber atendido estas exigencias habría causado el asesinato de
Segarra, Rivas y Ortega.
Los hombres cuya liberación buscaba Guacho eran tres: Patrocinio C. P., o alias Cuco,
James C. A. y Diego T. V., capturados después de un operativo en Mataje, el 12 de enero de
2018, de acuerdo con el acta de audiencia de flagrancia realizada en San Lorenzo. Al menos
dos de estos hombres tenían un valor especial para Guacho. Cuco es una de las personas
más cercanas al líder del Frente. Él y Guacho estuvieron juntos en las FARC, dedicados al
transporte de drogas y armas en lancha, según las versiones que tres testigos protegidos
han dado en Colombia. En sus declaraciones, recogidas por la Fiscalía de Ecuador en el
marco de la cooperación internacional, señalan que Cuco era el jefe de las milicias en la
zona baja del río Mira, uno de los principales delegados en Ecuador y encargado de
“organizar a los muchachos” de Mataje. Añaden que alias James integraba el anillo de
seguridad de Guacho. En las versiones de los testigos, Diego T. V. no es mencionado.
Tan importante era Cuco para Guacho, que el atentado con coche bomba en el cuartel
policial de San Lorenzo, el 27 de enero, fue una respuesta a su detención, conforme cuenta
uno de los testigos. Él asegura, además, que tres personas fueron secuestradas para un
canje dos semanas después de la detención de Cuco, pero fueron liberadas.
Las amenazas de esos atentados se mantuvieron desde enero a través de los chats y
llamadas a Zaldumbide, en los que siempre exigían la liberación de los tres “muchachos”.
Diez días antes del secuestro, las advertencias arreciaron. Un allanamiento de los
uniformados ecuatorianos a la casa de la madre de Guacho en Mataje despertó nuevas
amenazas contra civiles. El secuestro del equipo de El Comercio pudo ser el cumplimiento
de esa amenaza.
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—Estos hechos ocurrieron en el Ecuador, fueron secuestrados en el Ecuador, por un
individuo de nacionalidad ecuatoriana.
Tras recibir información de inteligencia, Santos debió admitir que habían sido asesinados
en Colombia, y que sus cuerpos estaban en ese país, en una región donde se disputan el
control territorial el Frente Oliver Sinisterra y otros grupos dedicados al narcotráfico.
El último lugar que visitaron los periodistas by Periodistas sin cadenas on Sketchfab.
Mira la animación completa.
Alias Roberto, ecuatoriano cuyo nombre es Jesús Segura Arroyo, fue capturado a inicios de
agosto en Nariño, Colombia. Según el Ministerio de Defensa colombiano, fue él quien
interceptó al equipo periodístico y, “mediante engaños”, lo habría llevado hasta territorio
colombiano. Hasta el momento está pendiente su vinculación formal al proceso y
permanece detenido en la cárcel de Pasto (sur de Colombia).
Hay al menos dos versiones sobre cómo inició el secuestro: que fue el mismo Cherry quien
los detuvo en Mataje y cruzó a Colombia con ellos; o que fue Roberto quien hizo el primer
contacto y luego los llevó ante Cherry. En cualquier caso, el resultado fatal fue el mismo.
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Un video en el que Javier, Paúl y Efraín aparecen con su propia ropa, la misma de las
primeras fotografías, también llegó también vía WhatsApp, de acuerdo con el informe que
Ecuador envió a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). Javier habla y
dice que están bien, sin mayores detalles. Un representante de cada familia pudo ver este
video el 29 de marzo; hasta ahora no se ha hecho público. Allí los tres no tienen cadenas en
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sus cuellos, como después aparecerían en otro video. Hasta entonces, el Gobierno
ecuatoriano había informado que estaban negociando. “Estamos en un proceso propio de
las negociaciones, demandas y demás…”, dijo Navas al confirmarse el secuestro. Pero la
realidad era distinta y el diálogo comenzó realmente unos días después.
Solo cuando Maldonado entró en juego, cinco días después del secuestro, comenzó la
negociación. Ese mismo 31 de marzo, a las 16:06, se recibió un mensaje: “Liberen a mis
muchachos, que si no los sueltan los matamos hoy mismo”, reporta el Ministerio del
Interior. La respuesta fue: “Vamos a revisar el tema legal de sus muchachos para buscar
una mejor solución”.
De acuerdo con Interior, ese 31 de marzo se iniciaron los acercamientos con Cuco y los
otros dos hombres requeridos por Guacho. A las 21:00 de ese día, un funcionario de la
Unase y otro del Ministerio del Interior se acercaron al Centro de Rehabilitación de
Latacunga para hablar con los detenidos y hacer dos videos que enviaron esa noche. La
respuesta de Guacho al día siguiente fue tajante: “Yo no soy de tiempo. Si usted no pudo, le
voy a enviar uno a uno en bolsa, me libera a mis muchachos y le libero a sus periodistas”.
Los agentes contestaron: “Que ya hemos conversado con uno de sus muchachos y vamos
por buen camino”.
Wilson Toainga, el fiscal de la causa contra Cuco y los otros dos detenidos, pidió al día
siguiente continuar con el juicio para obtener una sentencia. Mientras tanto, los mensajes
desde la selva siguieron: “A mí no se me da nada matarlos. Quiero ver a mis muchachos.
Mándeme videos”.
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La razón para buscar terminar con el proceso judicial era que, una vez emitida la sentencia,
el presidente Moreno firmaría un indulto presidencial para los acusados, según lo ha
indicado el exministro Navas. Hasta ese día, no se evaluó la posibilidad de liberarlos por
fuera de la vía legal. “Si queríamos un indulto, teníamos que tener sentencia y hubo
reuniones con Fiscalía y Judicatura para un método abreviado (en el que el procesado se
declara culpable y se lo sentencia)”, dijo el exministro Navas en una rueda de prensa el 15
de abril de 2018. Pero el proceso abreviado nunca se concretó.
“Para cuándo me libera a mis muchachos o mato a los periodistas, y dígale a ese ministro
del Interior que le tengo en la mira y mis ataques y bombas van a continuar. Hoy las 3 les
mando el video de uno de ellos muerto”, decía el mensaje que llegó a las 09:00 del 7 de
abril, a 12 días del secuestro. Esa sería la última comunicación recibida por el “canal
exclusivo”.
Sin comunicaciones a través del chat y sin avance en el proceso judicial, en la rueda de
prensa del 9 de abril, Navas se contradijo. Indicó que no había ningún proceso de
negociación y que se habían abierto cuatro escenarios de posibles desenlaces. En el peor,
los tres no volverían vivos.
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Los tres estuvieron siempre escoltados, a veces por más de una docena, a veces por pocos
subalternos de Guacho que iban siempre armados. Estas zonas, a ambos lados de la
frontera, se encuentran abandonadas por los Estados, sin servicios públicos, con caminos
de tierra, cobijadas por una vegetación espesa, cálida y húmeda y cruzadas por ríos que
permiten a los grupos irregulares moverse y evacuar sus embarques de cocaína rumbo al
océano Pacífico.
Según testimonios recogidos por la Fiscalía colombiana, en algún punto los secuestrados
estuvieron en manos de Jesús Vargas Cuajiboy, alias Reinel. El 7 de julio, Reinel se convirtió
en el primer detenido por este caso, acusado de secuestro extorsivo agravado y concierto
para delinquir agravado. Él tampoco aceptó los cargos, aunque admite que perteneció al
Frente. Un testigo afirma que los secuestrados estuvieron bajo custodia de Reinel porque
alias Pitufo, que era el responsable de los cautivos, sufrió un accidente y Reinel lo
reemplazó. Carlos Viveros, su abogado, lo niega: “Él nunca estuvo con los periodistas, pero
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sí tuvo conocimiento de que los tenían en otra comisión. Lo vinculan porque al parecer
ellos pernoctaron en alguna ocasión en la casa que pertenecía a los padres de él; la casa
estaba abandonada, en la vereda de El Azúcar”.
Casi todos los relacionados con el Frente Oliver Sinisterra integraban los dos grupos de las
FARC que operaban en el suroeste de Colombia antes de que esa guerrilla se desarmara: la
Columna Móvil Daniel Aldana y el Frente 29. Otros hacían parte de “milicias” o grupos de
apoyo logístico a la exguerrilla.
Respecto al trayecto que habrían seguido Efraín, Javier y Paúl junto a sus captores, uno de
los testigos de la Fiscalía dice que fue Pitufo quien ordenó cuidarlos y montó “guardias
especiales”. Después de que Cherry le dijo: “quieto y se los llevó”, los secuestrados pasaron
a manos de Munra en la vereda Mata de Plátano, del lado colombiano. Luego fueron
llevados a Brisas de Mataje, caminando como una hora hasta una finca. Ahí permanecieron
dos días y reiniciaron la caminata a un lugar no identificado, desde donde salieron en
camionetas al sector de La Mina.
Desde ese lugar fueron trasladados en bote por el río Mira hasta el caserío Quejambí (o
Quejuambí). Permanecieron tres noches en una casa y siguieron por el río hasta La Corozal,
“hacia donde la familia de Reinel”. Allí estuvieron en otra casa y luego volvieron a moverse
hacia El Azúcar, a la residencia de otro “guerrillero” y su familia. Fue ahí, según la versión
tomada por la Fiscalía, que alias Halida y su hijo, alias Barbas (ambos con algún nivel de
mando en el Frente), grabaron el video, ocho días después del secuestro, que fue difundido
el 3 de abril como prueba de supervivencia. Su recorrido no terminó ahí.
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¿Hubo o no negociación? En una entrevista con Plan V, Navas ha dicho que sí pero, a su
juicio, Guacho nunca tuvo voluntad de negociar. Para esta investigación, se buscó al
coronel Maldonado a través de la Secretaría de Inteligencia, donde ahora trabaja como
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Subdirector General, pero el pedido nunca tuvo respuesta. También se contactó al
exministro Navas y a la Unase, con el mismo resultado.
Aunque Navas habló de varios escenarios durante la negociación, descartó las operaciones
militares en la frontera. Lo cierto es que en un momento los tres periodistas fueron
conducidos a la vereda Los Cocos, muy cerca del río Mira. Según un testigo de la Fiscalía
colombiana, fue en ese momento en que Efraín Segarra entendió que su suerte estaba
echada y preguntó si los iban a matar. Perú, que era un gatillero, le habría contestado:
Un día después del anuncio donde Navas desmintió las negociaciones, se analizó la
posibilidad de un canje “previo a lo legal”. Pero el 11 de abril los medios colombianos
filtraron un comunicado del Frente: Efraín Segarra, Paúl Rivas y Javier Ortega habían sido
asesinados. “El gobierno de ecuador (sic) y el ministro de Colombia no quisieron salvarle la
vida a los tres detenidos. (...) Lamentamos profundamente la muerte de los dos periodistas
y el conductor”. Los de Guacho dijeron que llevaban dos meses de diálogo con Maldonado.
Así lo expresó Javier Ortega en un video divulgado por el Frente. “Pitufo les dijo lo que
tenían que decir”, declaró uno de los testigos protegidos en su versión ante la Fiscalía
colombiana. De acuerdo con ese mismo testimonio, después de grabar el video, los
periodistas fueron trasladados a otra finca cercana. Volvieron a moverse por el camino a La
Corozal, a una zona cocalera, donde estuvieron dos días. Entonces recibieron la orden de
moverse nuevamente. Fueron a Quejambí, y desde ahí en dos botes partieron al sector de
Los Cocos, donde el largo martirio terminó. Si el testimonio del testigo protegido es cierto,
fueron asesinados y enterrados bajo una noche oscura y lluviosa.
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Ubicación de los cuerpos by Periodistas sin cadenas on Sketchfab. Mira la
animación completa.
Según el informe del Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses de Colombia, los
mataron con tiros de armas de fuego de calibre 9 milímetros, en la parte posterior
izquierda de la cabeza. Todos tenían disparos en otras partes del cuerpo. Tras una lectura
de la información contenida en el informe de Medicina Legal, el médico forense Aníbal
Navarro dijo que se descartaba que los periodistas y el conductor hayan muerto por fuego
cruzado: fueron ejecutados a sangre fría por sus captores.
El testigo que narra el trayecto hasta el lugar donde Efraín, Javier y Paúl fueron ejecutados
no menciona la fecha, pero fue en la tarde del 12 de abril cuando la cadena RCN recibió las
fotos de los cuerpos con heridas de bala. Al día siguiente, el Gobierno ecuatoriano
confirmó oficialmente las muertes.
Pasarían más de dos meses para que equipos forenses y policías consiguieran rescatar los
cuerpos, el 21 de junio, gracias a la información entregada por una fuente que pidió no ser
identificada cuando rindió su versión ante la Policía Judicial de Colombia. Cuando los
encontraron, Rivas, Ortega y Segarra ya no tenían las cadenas que los apresaron durante
su infame cautiverio. En las fosas encontraron un cuarto cadáver que correspondería a
Fernando Vernaza Castro, un primo de Guacho, al que habrían asesinado por sospechas de
que colaboraba con el Gobierno de Ecuador, como consta en el expediente del caso en
Colombia. Según confirmó Medicina Legal de ese país, el cuerpo permanece aún en
“condición de no identificado”. Es una más de las tantas respuestas que los Estados de
Ecuador y Colombia deben. Mientras tanto, la información confusa sigue. La más reciente:
el 15 de septiembre, el nuevo presidente colombiano, Iván Duque, dijo que Guacho había
recibido disparos en una operación militar y había huido gravemente herido. Dos días
después, el comandante de las Fuerzas Militares, general Alberto Mejía, señaló que no
podía “confirmar ni desvirtuar” la situación del hombre más buscado por los dos
Gobiernos.
Tras el episodio, Yadira Aguagallo mencionó en una entrevista radial que para las familias
su captura con vida “sería lo primordial”, pero que su muerte no debería implicar “el fin”
sino “un paso más para la no impunidad”, para conocer la verdad que aún esperan.
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La historia inconclusa de Javier
Poco antes de ir por última vez a la peligrosa frontera entre Ecuador y
Colombia, el periodista Javier Ortega fue informado de la existencia de un
canal secreto de comunicación entre la Policía de Ecuador y los carteles de la
droga. Nunca pudo escribir sobre el tema.
19 de octubre del 2018
PERIODISTAS SIN CADENAS/LIGA CONTRA EL SILENCIO/OCCRP/FORBIDDEN STORIES
Primera parte: Tres vidas perdidas entre demasiadas manos Tercera parte: El desangre blanco en el río
Mataje Cuarta parte: Militarizar la frontera, medida poco eficaz
21
El carnet de prensa de Javier Ortega es la única pertenencia que se halló junto
a sus restos en la selva colombiana. Aunque está algo deteriorado, es un tesoro
para su familia. A su padre, Galo Ortega, se le ocurrió dejarlo unos días en cloro
para quitarle el olor que tenía impregnado. Ese lavado le dio una palidez
melancólica, pero todavía se puede ver el rostro del periodista y leer su primer
nombre, Juan, como lo llamaba su familia: Juan, Juanito, el más pequeño de la
casa.
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Foto: Periodistas Sin Cadenas / Paúl Rivas - El Comercio
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La tercera parte de este especial: El desangre blanco en el río Mataje
El especial completo aquí
Ortega volvería a ver a su hijo junto a sus compañeros del diario y de aquel viaje,
Paúl Rivas y Efraín Segarra, en un video que entregó la disidencia de las Fuerzas
Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) a la Policía. En ella todavía
conservan la ropa con la que habían salido a trabajar, pero ya no tienen sus
pertenencias. Están en la mitad de lo que parece ser un campo de sembríos de
coca. Javier lleva colgada su credencial de prensa y dice que les están tratando
bien.
La última misión del periodista de El Comercio es una historia que se cuenta con
las grabadoras apagadas. Las fuentes consultadas para este texto son parte del
proceso de investigación del secuestro y han pedido la reserva de su identidad.
Las libretas de apuntes y los artículos del periodista permiten completar sus
últimos pasos.
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Foto: Periodistas Sin Cadenas / Paúl Rivas - El Comercio
Era su tercer viaje a la frontera en 2018. En sus artículos anteriores, había escrito
de lanchas rápidas cargadas de droga, de la presencia de carteles mexicanos, de
los ataques de las disidencias de las FARC y del silencio, como única manera
para sobrevivir en la frontera. Pero Javier nunca pudo publicar una información
que se habría convertido en una de sus grandes exclusivas: la existencia de un
canal de comunicaciones secreto entre la policía de Ecuador y el grupo de
Walther Arizala, alias Guacho.
La misión
Javier Ortega tenía 32 años. Había entrado como pasante en un diario local de
Grupo El Comercio y había ido escalando peldaños hasta llegar a la sección
Seguridad. El narcotráfico y la frontera norte de Ecuador estaban entre sus
constantes. Desde que explotó el coche bomba en San Lorenzo -una ciudad de
40 000 habitantes a menos de 25 kilómetros de la frontera-, en enero de 2018, se
había propuesto desentrañar el complejo ovillo de relaciones criminales,
comunidades pobres y el Estado como factor desequilibrante en una guerra que
parece una espiral eterna.
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Foto: Periodistas Sin Cadenas / Paúl Rivas - El Comercio
El tercer integrante del equipo era Paúl Rivas, de 45 años, otro veterano de El
Comercio. Hacía un tiempo se había convertido en el fotógrafo de frontera y
estaba muy entusiasmado cada vez que iba. Sus compañeros lo recuerdan como
un fotógrafo entrador, que los ayudaba a romper barreras en la reportería. Para
el viaje del 25 de marzo, Javier quería alguien como Paúl.
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Las alertas al interior de diario El Comercio estaban encendidas. Dos días antes
de la salida de Javier, otro grupo de periodistas, liderado por el reportero
Fernando Medina, acababa de regresar de la región fronteriza con cierta
intranquilidad. En una carretera, encontraron un cadáver con señales de golpes
en el abdomen, custodiado por cuatro sujetos esquivos que no respondieron
ninguna pregunta.
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Foto: Periodistas Sin Cadenas / Paúl Rivas - El Comercio
No están claras las circunstancias del ingreso de Javier a Mataje, pues la entrada
estaba restringida para todo aquel que no fuera miembro de la fuerza pública o
habitante. Lo cierto es que él y su equipo pasaron el control militar que está a un
kilómetro del caserío alrededor de las 09:00 del lunes 26 de marzo de 2018.
Según los archivos desclasificados que ahora tiene la CIDH, los militares hicieron
fotos de sus credenciales y los dejaron pasar, supuestamente, con las
advertencias de que lo hacían bajo su responsabilidad, tal y como declararon
después en la Fiscalía. El contralmirante John Merlo, jefe militar de la zona,
también fue llamado a dar su versión en la Fiscalía para aclarar cómo pasó el
periodista. Su declaración se mantiene en reserva.
Los compañeros del periódico saben que Ortega no quería fallar en su misión.
En este año, había viajado menos que su otro colega a la frontera y no había
tenido mucha suerte con las historias que había traído, según sus propias
compañeras. Por eso este viaje era especial y tenía la determinación de llegar a
Mataje, aunque cada paso que daba lo sometía a consulta con sus compañeros
en Quito. Una de las posibilidades que contempló fue entrar por el río Mataje,
pero al consultarlo, desistió por el peligro que revestía: es una ruta de
combustible, avituallamiento y transporte de droga de los grupos criminales.
Un ambiente tóxico
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Solo dos días antes de la entrada de Javier y sus dos acompañantes a Mataje, el
periodista del diario público El Telégrafo Christian Torres también había
ingresado al pueblo fronterizo. Pasó el control militar con el argumento de que
el contralmirante Merlo había dicho que no existía prohibición expresa para
cruzar. La única recomendación de los soldados fue que retirara las placas de
color amarillo que identifican a la camioneta del periodista como un vehículo
del Estado.
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Foto: Periodistas Sin Cadenas / Paúl Rivas - El Comercio
Javier jamás se sintió intimidado y siempre se manejó con tino, según sus
editores. Avanzó hasta donde los lugareños le dijeron que era seguro, eso está
reflejado en sus publicaciones: “Usted puede pasar a Puerto Rico, pero que lo
dejen volver acá es otra cosa”, le dijo un habitante de Corriente Larga, otra
pequeña población fronteriza con Colombia. “Ellos no los conocen. De pronto
les amarran mientras averiguan quiénes son ustedes”, le soltó una mujer.
En una de sus libretas, donde están los apuntes que hizo en septiembre de 2016,
durante la décima conferencia de las FARC, en los Llanos de Yarí (Colombia),
habla de la rendición de la guerrilla y escribe en una hoja suelta:
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“¿Puede haber recrudecimiento de la violencia?”.
Una de las personas que entrevistó le explicó: “Les pagan un millón de pesos
(350 dólares) para que les avisen quiénes llegan o si alguien les denuncia.
Incluso ellos ya deben saber que usted estuvo aquí”.
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Pero a Javier le quedó pendiente desvelar el canal de comunicación que la
Policía del Ecuador había abierto con las disidencias de las FARC, una
información que habría podido convertirse en una de sus mayores exclusivas.
El chat secreto
A la vuelta de su último viaje, debía tirar de este hilo para contar aquella historia
que a la postre ha mostrado las amenazas que se cernían sobre la frontera y la
población civil. Sus compañeros de trabajo estaban al tanto de la existencia de
este canal secreto de comunicación, pero desconocían su contenido.
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Uno de ellos —que prefirió el anonimato— lo compartió en medio de la
turbación que generó el primer comunicado del Frente, que llegó el 11 de abril y
confirmó el asesinato del equipo periodístico de El Comercio. El documento,
firmado en las montañas de Colombia, revelaba que “llevaban dos meses de
diálogo por teléfono” con un representante del Ministerio de Interior.
Unos días después de este primer contacto, el oficial fue autorizado por el
subdirector general de Inteligencia, Mauro Vargas, para abrir el canal de
comunicación y ganar tiempo. En al menos 18 partes informativos (que están en
la Fiscalía), Zaldumbide detalla los mensajes que intercambió con los disidentes
entre febrero y abril pasados.
Los mensajes que se enviaron en marzo, semanas antes del secuestro de Javier,
tenían un tono cada vez más amenazante. Hablaron de atentar contra civiles en
la frontera. El allanamiento de la casa de la madre de Guacho, ocurrido el 16 de
marzo, lo alteró. “Por cada cosa que se le robaron a mi familia le voy a mandar
hacer un atentado, hasta por lo mínimo que se hayan llevado”, afirmaba en un
mensaje cargado de insultos y faltas de ortografía, que en este texto han sido
corregidas para facilitar la comprensión del mensaje. “Píntela como sea. Ya
estoy perdiendo la paciencia y civiles que le coja en la frontera se los mato (...)”.
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Foto: Periodistas Sin Cadenas / Paúl Rivas - El Comercio
36
***
Seis meses después del asesinato de los tres periodistas, las pistas son difusas.
Una de las hipótesis de la Fiscalía en Ecuador es que Javier entró a Colombia
para entrevistar a Guacho. Sin embargo, El Comercio lo rechaza y espera el
informe final de la investigación.
Entre tanto, las familias de los tres periodistas se aferran a la poca información
que les entregó el Gobierno y a un par de objetos, desgastados, que emergieron
de las tumbas de sus seres queridos. Siguen de cerca la investigación que lleva la
Fiscalía y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) –que está
recopilando datos en Ecuador y Colombia–. Todavía no les entregan las
pertenencias que hallaron en la camioneta abandonada en Mataje y que
corresponde a casi todo el equipo de fotografía de Paúl Rivas: lentes, baterías,
37
una computadora..., y a los documentos del conductor Efraín Segarra. Tampoco
tienen la ropa que los tres dejaron en el hotel de San Lorenzo.
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Primera parte: Tres vidas perdidas entre demasiadas manos Segunda parte: La historia inconclusa de Javier Cuarta
parte: Militarizar la frontera, medida poco eficaz
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Criados para callar
Los niños y el mar en San Lorenzo.
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Mataje. Militares y policías resguardan al personal médico del centro de salud de la zona. Foto: Periodistas sin cadenas
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agentes también usaron un dron para sobrevolar la zona y evitar sorpresas. Los
vehículos se estacionaron cerca del centro de salud local, donde policías y
militares escoltaban al personal médico encargado de atender a los pacientes
de los caseríos fronterizos.
“¿Por qué me graban? ¡No me graben!”, gritó una mujer, y se cubrió el rostro al
ver las cámaras. Un joven que llevaba un bebé en brazos ignoró el saludo del
coronel Rodríguez y prefirió cruzar al otro lado de la calle. Dos hombres más que
calzaban botas y trabajaban en la cancha deportiva también ignoraron al
militar. “¿Podemos parar?”, preguntó un camarógrafo al pasar frente a la única
estructura de hormigón que hay en esa población. “¡No!”, contestó Rodríguez.
Esa casa de dos plantas, con vidrios polarizados y puerta de metal, contrasta
con las viviendas humildes en la zona y pertenece a la madre de Guacho, líder
del Frente Oliver Sinisterra, que secuestró y asesinó al equipo de El Comercio, y a
Óscar Villacís y Katty Velasco, una pareja raptada en la misma zona. Hoy se
desconoce el paradero de Guacho, después de que el Gobierno colombiano
anunciara que resultó herido en combate. Días después, el Ministerio de Defensa
de ese país admitió que no podía confirmar esta versión.
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Casa de la madre de Guacho en Mataje, que fue allanada el 16 de marzo del 2018. Foto: Periodistas sin cadenas
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Mujeres de Mataje lavan ropa en el río ante la mirada de los militares. Foto: Periodistas sin cadenas.
Aunque del lado ecuatoriano no se cultiva coca, el negocio ilegal afecta a ambos
territorios. El suroccidente de Colombia —principalmente los departamentos de
Nariño y Putumayo— es una de las zonas con el mayor número de cultivos de
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coca de este país. Tumaco, en la ribera colombiana del río Mataje, tiene 19 517
hectáreas de esas plantaciones, lo que representa 11 % del total nacional, una
superficie superior a toda la ciudad de Barranquilla. Desde el aire, o en los
mapas satelitales, se puede comprobar el tamaño de la mancha que ha dejado
la tala de bosques para dar paso a las plantaciones ilícitas. A ambos lados de la
frontera, ver y callar es la lógica de supervivencia.
Militares hacen fotos en el puente que divide a Ecuador de Colombia en Mataje. Foto: Periodistas sin cadenas
Por la misma calle por la que entró, la caravana salió rápidamente, y luego se
detuvo por un instante en el puente binacional que, del lado colombiano, solo
conduce a la selva. Colombia aún no construye la parte de la vía que le
corresponde. En el puente “hacia la nada” hasta los militares se toman
fotografías. Con su pistola de dotación desenvainada, el coronel Rodríguez
ordenó salir de ahí.
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La frontera perdida
A 700 metros del Nuevo, está Mataje Viejo, donde viven los habitantes más
antiguos del lugar. Hasta allá solo se accede por un camino de tierra que se
pierde entre los matorrales. En esa misma ruta, el 20 de marzo de 2018 una
patrulla militar fue atacada con una bomba casera que fue activada con cables
eléctricos. Murieron los militares Luis Alfredo Mosquera Borja, Jairon Estiven
Sandoval Bajaña y Sergio Jordán Elaje Cedeño. Quince días después falleció el
soldado Wilmer Álvarez Pimentel por la gravedad de sus heridas. Desde
entonces, el acceso a Mataje se restringió. Solo los habitantes del sector pueden
entrar.
Control militar a la entrada de Mataje. Después de los hechos violentos en los primeros meses de 2018, el paso a esta
población está restringido. Foto: Periodistas sin cadenas
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Desde allí los hombres vigilaban, aprobaban o negaban el ingreso de cualquiera.
Dos bloqueos con una cinta amarilla, un cono reflectivo y un rótulo de “PARE”
interrumpían el tránsito. Para permitir fotografías, un militar pidió autorización
por radio, aunque su trabajo consistía solo en anotar los nombres de quienes
ingresaban.
El 15 de agosto, el equipo hizo un nuevo viaje a la zona. Esta vez sin resguardo,
pues las autoridades militares aseguraban que no había mayor peligro. Pero al
llegar, del retén de la Marina salieron tres militares que palidecieron al notar que
la camioneta no era del sector. “¡Usted se arriesgó!”, le dijeron a una reportera.
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Los ríos son usados como rutas para el narcotráfico por grupos armados de la zona. Foto: Periodistas sin cadenas
Febrero de 2001 fue otro mes trágico en Mataje. El teniente político de esa
parroquia, Milton Guerrero Segura, fue asesinado entonces junto a sus dos hijos,
tres hermanos, un primo y dos amigos. Los cuerpos fueron hallados en el río
Mataje y en otros sectores aledaños, con los dedos mutilados, el tórax abierto y
huellas de disparos.
Desde hace décadas, los alrededores del río han sido zona de enfrentamientos.
Los testimonios, sobre todo, llegan desde territorio ecuatoriano, pues hay
47
mayor población a ese lado de la frontera. En 2010, en toda la parroquia de
Mataje habitaban 1 475 personas. Al borde del río se asientan nueve
comunidades. La más grande es Mataje Nuevo. Jairo Arizala, secretario del
Consejo Cantonal de Protección de Derechos de San Lorenzo, explica que el
incremento de la población se debió a la migración de colombianos tras la
implementación del Plan Colombia, sobre todo en los años 2004 y 2006, que
sumió a la región en la violencia. En 2001, San Lorenzo tenía 28 180 habitantes;
en 2010 pasó a 42 486. En los archivos se encuentran noticias como la masacre
de 45 campesinos ecuatorianos y colombianos en 2003.
Este es uno de los grupos que se ha afincado en Tumaco, muy cerca de la línea
de frontera con Ecuador. El Frente Oliver Sinisterra, las Guerrillas Unidas del
Pacífico y el Ejército de Liberación Nacional se disputan el control del negocio
del narcotráfico. Estos datos son parte del informe de la Fundación Ideas para la
Paz de Colombia, publicado en agosto de este año. También están presentes en
la zona las Autodefensas Gaitanistas de Colombia y bandas delincuenciales
como Gaula NP y Las Lágrimas, según el reporte.
Estos grupos están vinculados a los grandes carteles como Sinaloa, Jalisco
Nueva Generación y el Cartel del Golfo. Lo afirma Fernando Carrión, experto
ecuatoriano en temas de seguridad, quien describe a estas organizaciones
internacionales ilegales como “holdings”. Bajo la vía de la tercerización, asegura,
contratan grupos locales para el cultivo, la producción y el traslado de la droga.
A raíz de la firma de la paz, cuando las FARC salieron de esos territorios, los
lugares no fueron ocupados por el Estado colombiano, y los grupos armados
empezaron la pelea por su dominio, explica Carrión.
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Zona de miedo
“No, no puedo hablar” es la frase que usan los habitantes del municipio
colombiano como su garantía de autoprotección. Lo dice Anny Castillo,
personera de Tumaco, autoridad encargada de velar por el cumplimiento de los
derechos humanos en ese lugar. “En muchos de los territorios críticos de
Tumaco, los líderes y lideresas se están yendo a otras ciudades y muchas
comunidades están quedando huérfanas”, dice. Pero José Silvio Cortés,
coordinador de la Guardia Indígena Awá de la zona del Alto Pianulpí, resguardo
Piguambí Pa langala, retrata mejor la vida en la frontera con una frase: “Uno
anda con miedo, se acuesta con miedo”.
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Lola, líder de mujeres, en San Lorenzo.
Las poblaciones a ambos lados del río han sido usadas para la cadena del
narcotráfico. En Ecuador, específicamente en Mataje Nuevo, guardan el
armamento en caletas, asegura un testigo. Las cocinas para el procesamiento de
la hoja de coca se ubicaban en Campanita, aproximadamente a 8 kilómetros de
Mataje, río arriba. También hay presencia de sicarios que circulan por
poblaciones más urbanas como San Lorenzo. Un funcionario judicial, que habló
bajo la condición de anonimato, agregó que esta parte de la frontera sirve para
el abastecimiento de combustibles y precursores para la fabricación de la
cocaína.
Un niño pesa las hojas de coca recolectadas en el cultivo en El Tandil, Nariño, semanas después que campesinos
fueran asesinados en una protesta contra la erradicación del cultivo de coca en octubre de 2018. Foto: Manu Brabo
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Coronel Milton Rodríguez, de la Fuerza de Tarea Conjunta de las Fuerzas Armadas de Ecuador.
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Primera parte: Tres vidas perdidas entre demasiadas manos Segunda parte: La historia inconclusa de
Javier Tercera parte: El desangre blanco en el río Mataje
Control militar a la entrada de Mataje, la entrada y salida a esta población es controlada por el Ejército ecuatoriano.
En esa zona, el 20 de marzo, hubo un ataque contra una patrulla que dejó 3 militares muertos. Un soldado más
falleció después por las heridas. Foto: Periodistas sin cadenas
“Aquí los policías y los soldados parece que brotaran de la tierra”, bromea un
alto oficial del Ejército colombiano desplegado en Tumaco, un puerto sobre el
océano Pacífico en el sur de Colombia, que se ha convertido en los últimos
meses en el epicentro de un gigantesco operativo contra el tráfico de drogas. La
frontera con Ecuador está a menos de 40 kilómetros, donde la respuesta al auge
del comercio de cocaína ha sido la misma: cubrir el territorio con miles de
soldados.
En una región binacional tan grande como el país de Gales, cubierta de selva y
manglar, más de 13 000 policías, soldados, agentes de fuerzas especiales,
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marinos y pilotos combaten contra ocho grupos armados diferentes que pelean
por el control, la producción y exportación de cocaína, pero las comunidades a
ambos lados de la frontera han terminado en medio de un fuego cruzado,
padeciendo la militarización de su territorio, que es usado como base
operacional y que ha puesto sus vidas en riesgo.
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uniformados. La campaña, bautizada Atlas, tenía como uno de sus propósitos —
según el entonces ministro de Defensa, Luis Carlos Villegas— “una lucha frontal”
contra la coca, el lavado de dinero, impedir “la ilegalidad” en los ríos del
departamento, proteger la infraestructura petrolera y eléctrica y “luchar contra
el crimen organizado”.
Control policial con tanqueta antimotines en un barrio de San Lorenzo adyacente al cuartel policial que fue
bombardeado el 27 de enero del 2018. Foto: Periodistas sin cadenas
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de correspondencia, la libertad de tránsito y la de asociación o reuniones en las
poblaciones de San Lorenzo y Eloy Alfaro.
Pero la acción que enardecería a todo el Ecuador fue el secuestro del equipo
periodístico del diario El Comercio, de Quito. El periodista Javier Ortega, el
fotógrafo Paúl Rivas y el conductor Efraín Segarra fueron retenidos en el
poblado fronterizo de Mataje el 26 de marzo. El FOS buscaba, supuestamente,
canjearlos por tres hombres que estaban detenidos en cárceles ecuatorianas.
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Mataje, San Lorenzo, 2 de agosto de 2018. Un grupo de militares ecuatorianos se disponía a patrullar la zona por
ocho días. Foto: Periodistas sin cadenas
Poco a poco, la frontera del lado ecuatoriano se fue poblando de tropas del
Ejército y de unidades especiales de la Policía. No solo pretendían hallar al
equipo de El Comercio, sino contener al Frente Oliver Sinisterra en esfuerzos
conjuntos con sus pares colombianos. A la provincia de Esmeraldas llegaron 3
500 uniformados.
56
agentes del Comando Especial del Pacífico Sur de la Policía desplegados en
Tumaco.
Sin embargo, los efectos de las medidas tomadas por ambos países fueron
adversos para los empleados de diario El Comercio. El 13 abril, 20 días después
57
del secuestro, el Frente Oliver Sinisterra emitió un comunicado declarando que
el aumento de las fuerzas de seguridad en la frontera y la “respuesta militar”
produjo la “muerte de los tres periodistas ecuatorianos”.
En los primeros meses del despliegue, las fuerzas de seguridad colombianas han
perdido cinco hombres y el FOS asesinó a tres investigadores judiciales en julio.
En sus primeros tres meses, la fuerza de tarea hizo más de 100 operaciones en la
frontera, destruyó 130 laboratorios e incautó más de 59 toneladas de cocaína. Y
en menos de diez días, en septiembre, dieron dos grandes golpes: la muerte de
Víctor David Segura, alias David, líder de las Guerrillas Unidas del Pacífico, y un
operativo contra Guacho.
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59
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Esmeraldas tiene la más alta tasa de homicidios de Ecuador. Cifras oficiales lo refieren. Foto: Periodistas sin cadenas
Los civiles están atrapados entre la fuerza pública y los grupos ilegales. Desde
que los dos Estados decidieron declararle la guerra total al tráfico de drogas;
instituciones públicas, líderes comunitarios y organizaciones campesinas y
étnico-territoriales han denunciado que, en su afán por imponerse en la región,
la fuerza pública ha puesto en grave riesgo a la población civil.
61
para proteger a las comunidades. Según el organismo, tras el secuestro y
asesinato de los periodistas, las operaciones de la fuerza pública colombiana, y
también ecuatoriana, se incrementaron en la zona de frontera, afectando a 22
comunidades campesinas, indígenas y afrodescendientes.
62
Ensayo fotográfico: Juan Manuel Barrero
“El Ejército anda haciendo daños. Yo mismo los he visto (a los soldados) sacando
los pescados de los estanques y cogiendo las gallinas para cocinar. Para hacer
eso, ellos miran que no esté el dueño de los animales, que es especialmente los
63
domingos, cuando la gente sale porque son días de mercado”, explica el líder
indígena.
Otro guardia indígena narra, bajo anonimato también, que varios integrantes de
la comunidad han sido víctimas de señalamientos por parte de la fuerza pública,
por el solo hecho de usar botas de caucho o por su manera de vestir. Dice que a
unos compañeros suyos que estaban guadañando les dijeron: “Muestren las
manos, que ustedes tienen cara de guerrilleros, y si son guerrilleros, los vamos a
prender a plomo”.
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También hemos tenido reportes de hurtos por parte de las fuerzas militares a
bienes de personas civiles”, dice.
El Tandil, Llorente, Nariño. 18/10/2017. Una niña estudia en su casa, ubicada en medio de plantaciones de coca.
Foto: Juan Manuel Barrero
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la asociación aseveró que uniformados que hacen presencia en Llorente
“realizan señalamientos, acusaciones y empadronamientos a líderes”.
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La vía a Mataje se conecta con una carretera de segundo orden que lleva El Pan, población que salió desplazada en
febrero de 2018. La mayoría de sus habitantes regresaron, pero aún hay familias en San Lorenzo que no han vuelto
por miedo. Foto: Periodistas sin cadenas.
En abril se sumarían 52 familias de Mataje Nuevo que dejaron sus tierras tras la
incursión militar y policial de por lo menos 3 500 uniformados, que arribaron a la
región luego del secuestro y asesinato del equipo periodístico de diario El
Comercio. La balacera que expulsó a todas aquellas familias aún la recuerda,
con angustia, María Reinalda Tenorio, desplazada de El Pan, quien vive en San
Lorenzo, en medio del hacinamiento en una casa de dos pisos a medio construir,
junto con su esposo, ocho de sus 13 hijos, 11 nietos y sus nueras.
Una niña duerme en una casa en San Lorenzo donde habita una familia desplazada de El Pan. Foto: Periodistas sin
cadenas
La mujer rememora que estaba cocinando cuando escuchó los disparos. Corrió
fuera de su casa, atemorizada. Los militares les dijeron que mejor se fueran de
allí, sin dar explicaciones. “Pero, ¿cómo salimos? Mi esposo no puede caminar, él
es enfermo”, les dijo. No hubo respuestas. María Reinalda y Jesús Caicedo, así
como sus hijos y nietos, huyeron sin preguntar más. Una volqueta los recogió en
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el camino y los trasladó hasta San Lorenzo. La balacera, asegura ella, es la
primera que había escuchado en los 51 años que llevaba viviendo en El Pan.
Durante los enfrentamientos hubo tres detenidos, entre ellos Albeiro, uno de los
hijos de los esposos Caicedo-Tenorio. Un grupo de militares lo interrogó durante
cinco horas y luego lo dejaron ir. “Me arrestaron, me amarraron y me tuvieron
botado en el monte. Me decían que dijera que quién disparaba y yo no sabía.
Como no decía nada, sacaron un cuchillo como queriendo cortarme las piernas
para ver si yo hablaba, pero no sabía nada”.
“La vida en El Pan era bien”, dice la matrona, sentada junto a la mesa que usaba
para exhibir su comida, y rodeada de sus hijas y esposo. “Vivíamos tranquilos, no
pasaba nada. Nosotros nos manteníamos de nuestros animales, de la
agricultura. Hemos estado cuidando la frontera como comunidad y ahora nos
tocó salir desplazados desde allá para acá”. El anhelo del retorno flota en la
conversación. Le preocupa que su finca esté hecho “monte”, pero, a pesar del
dispositivo militar y policial, los frena el temor a salir corriendo otra vez, como
aquel febrero.
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San Lorenzo. Proyecto habitacional del Gobierno ecuatoriano para la reubicación de población desplazada y
afectada por el conflicto en la frontera norte. Las casas aún no han sido entregadas. Foto: Periodistas sin cadenas
Su hijo Albeiro, aquel que fue interrogado y retenido, ahora labora en una
empresa palmicultora y no recibe más de 266 dólares al mes. Con ese dinero,
cuentan, adquieren alimentos para dos comidas diarias, pero no alcanza para
todos los gastos básicos. De la alcaldía solo recibieron un almuerzo, que les
dieron el día que llegaron desplazados de El Pan. Nada más.
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23 miembros de la familia Caicedo Tenorio, desplazada de El Pan, se acomodaron en una casa a medio construir en
San Lorenzo. Once de ellos son niños. Foto: Periodistas sin cadenas
Los militares bloquearon las vías y esto afectó a los habitantes que
acostumbraban ir a San Lorenzo a comprar víveres y regresar por la tarde o
noche. Ya no podían salir porque después de las 16:00 los militares decían que
“no respondían”. “Eso es violar el derecho de libre circulación”, dice. Y agrega
que cuando reclamaban a los soldados por la invasión, ellos siempre decían que
tenían una disposición “de arriba”.
Nastacuaz cuenta que en abril los militares les dijeron que tenían tres horas para
desalojar el pueblo e instalarse temporalmente en el parque de San Lorenzo.
“Pero allá no hay transporte para tanta gente y no pudimos salir todos, entonces
nos quedamos, nadie se movió”.
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Control militar a la entrada de Mataje. Los uniformados revisan los vehículos y a los visitantes a esta población
fronteriza. Foto: Periodistas sin cadenas
Para mucha gente, tanto en Ecuador como en Colombia, las pocas veces que
saben que hay presencia del Estado es cuando ven un uniforme militar. En
Tumaco, el índice de pobreza alcanza 84,5 %. Solo 5 % de la ciudad tiene
alcantarillado, la mortalidad infantil alcanza 65 por 1 000 y el desempleo casi 70
%. Y los habitantes de Tumaco han sido fuertemente golpeados por las distintas
olas de violencia: más de 99 000 personas, la mitad de la población, están
registradas como víctimas del conflicto armado.
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Los cantones San Lorenzo y Eloy Alfaro, de Esmeraldas, son los más pobres del país. El acceso a la educación es uno
de sus principales problemas. Foto: Periodistas sin cadenas
“Si no hay inversión social, es muy poco probable que esta guerra se gane. Usted
puede capturar a Guacho y a los comandantes de cada uno de los grupos, pero
si los problemas de Tumaco siguen siendo los mismos, van a surgir muchos
‘guachos’ más”, sentencia Castillo.
En Ecuador, el Gobierno asegura que las cosas están bajo control y que los
desplazados de El Pan ya volvieron a sus tierras. Pero para muchas familias
como los Tenorio, la realidad es muy distinta. Siguen hacinados en San Lorenzo,
aún recuerdan las balas, aún recuerdan el miedo.
http://www.planv.com.ec/fronteracautiva/index.html
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