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TIPOLOGÍAS TEXTUALES

Existen diversas clasificaciones de textos, según el punto de vista que se


utilice para hacerlo.
Según el ámbito temático o el lenguaje especial utilizado:
Textos científico-técnicos.
Textos humanísticos.
Textos periodísticos.
Textos literarios.
Textos jurídico-administrativos.
Textos publicitarios.
Según la adecuación de una estructura fija a una intención comunicativa
concreta
Textos narrativos. Textos literarios o no literarios en que se relata una
sucesión de acontecimientos. Narrar es contar una historia, real o imaginaria,
en que varios personajes participan en una sucesión de hechos encadenados.
Ejemplos son cuento, novela, leyenda, noticia, crónica, reportaje,
documental, relato oral de sucesos, cómic, etc.
Textos descriptivos. Textos consisten en atribuir rasgos a personas, animales,
lugares, tiempos, objetos o entes. Describir es detallar los aspectos exteriores
o propiedades de un objeto o bien los rasgos físicos, cualidades o actitudes
de un ente. Pertenecen a este tipo cualquier descripción literaria, o de de
objetos y procesos (científica, técnica o expositiva).
Textos expositivos. Centrados en la actividad de explicar, declarar, presentar
o formular, de manera no narrativa, nociones, situaciones o hechos. Informar,
exponer, explicar o dar a conocer, de una manera clara, ordenada, los
distintos aspectos de un tema o cuestión. Son ejemplos cualquier tratado,
glosa, discurso, ensayo, índice, esquema, definición, receta, instrucciones,
disposiciones legales, informe, documento histórico, libro de texto, apuntes,
diccionario, desarrollo escrito de un tema, dosieres, etc.
Textos argumentativos. Tienen como finalidad suscitar la adhesión del
receptor a las tesis propugnadas por el emisor y que consiste en justificar una
opinión mediante el razonamiento. Argumentar es intentar convencer a los
receptores por medio del razonamiento de la validez o la inconveniencia de
una idea o tesis. Ejemplos son artículo de opinión, crítica de espectáculos,
publicidad, instancia, ensayo, sermón, valoración personal de una obra
artística, comentario crítico, etc.
Textos dialógicos. En ellos predomina la forma de comportamiento lingüístico
según la cual dos o más personas toman la palabra alternativamente,
intercambiando sus roles. Se caracteriza por la pluralidad de participantes,
pluralidad de códigos (palabra, lenguaje no verbal) y por la posibilidad de
incorporar cualquiera de los otros tipos de discurso. Ejemplos son diálogo
literario, conversación, teatro, guion cinematográfico, entrevista, tertulia,
debate, etc.

Ejercicio: atendiendo a los conceptos leídos clasifica los siguientes textos


según la tipología textual a la que pertenecen.
1. Cada persona es de esta manera una obra olfativa única. Nuestros
olores constituyen una pieza de aquel gran rompecabezas que compone
nuestra identidad. Y con ellos marcamos los espacios. A nuestra casa no
la reconocemos únicamente por los muebles y objetos que, con su mera
presencia, establecen senderos por donde circular y estar. La
distinguimos más bien por su peculiar e irreproducible olor, por la
atmósfera de nuestro planeta privado, aquella extraña dimensión
paralela en la que habitamos gran parte de nuestros días y que usamos
de guarida antes de emprender nuestro retorno cotidiano a aquello que
llamamos realidad: la calle, el trabajo, el mundo. Nuestro espacio
íntimo es un espacio aromatizado, o en palabras del escritor argentino
Julio Cortázar, “recintos donde un aire pesado va y viene con un
perfume viejo y un silencio”.
Federico Kukso, Los mil y un olores del cuerpo humano
2. Todo el día, sentados en el patio en un banco, estaban los cuatro hijos
idiotas del matrimonio Mazzini-Ferraz. Tenían la lengua entre los
labios,
los ojos estúpidos y volvían la cabeza con la boca abierta. El patio era
de
tierra, cerrado al oeste por un cerco de ladrillos. El banco quedaba
paralelo a él, a cinco metros, y allí se mantenían inmóviles, fijos los ojos
en los ladrillos. Como el sol se ocultaba tras el cerco, al declinar los
idiotas tenían fiesta. La luz enceguecedora llamaba su atención al
principio, poco a poco sus ojos se animaban; se reían al fin
estrepitosamente, congestionados por la misma hilaridad ansiosa,
mirando el sol con alegría bestial, como si fuera comida. Otras veces,
alineados en el banco, zumbaban horas enteras, imitando al tranvía
eléctrico. Los ruidos fuertes sacudían asimismo su inercia, y corrían
entonces, mordiéndose la lengua y mugiendo, alrededor del patio.
Pero casi siempre estaban apagados en un sombrío letargo de
idiotismo, y pasaban todo el día sentado en su banco, con las piernas
colgantes y quietas, empapando de glutinosa saliva el pantalón. El
mayor tenía doce años, y el menor ocho. En todo su aspecto sucio y
desvalido se notaba la falta absoluta de un poco de cuidado maternal.
Horacio Quiroga, La gallina degollada

3. Era un hombre de unos cuarenta años, de estatura y constitución


normales; el subido color de su semblante ponía en evidencia un
temperamento sanguíneo; su expresión era fría, y en sus facciones, que
nada tenían de particular, sobresalía una nariz asaz voluminosa, a guisa
de bauprés, como para caracterizar al hombre predestinado a los
descubrimientos; sus ojos, de mirada muy apacible y más inteligente
que audaz, otorgaban un gran encanto a su fisonomía; sus brazos eran
largos y sus pies se apoyaban en el suelo con el aplomo propio de los
grandes andarines.
Julio Verne, cinco semanas en globo
4. Las mujeres somos nuestras mayores tiranas, y a menudo también las
mayores tiranas de las demás mujeres. Porque no sólo nos
contemplamos a nosotras mismas con ojos que, más que de rayos X,
son de resonancia magnética con contraste, sino que también solemos
aplicar esa mirada implacable, deformada, microscópica y patológica a
las pobres prójimas con las que nos cruzamos, y siempre con afán
comparativo: “Pues esa tiene las caderas más anchas que yo y mira los
pantalones tan apretados que lleva… A esa, en cambio, se le ven unos
brazos estupendos, es mayor que yo y los tiene más firmes”. Y así de
loquinarias vamos todo el día, unas más y otras menos, pero todas
cayendo alguna vez en la tontería. La mujer que no haya mirado de
reojillo alguna vez la silueta de otra mujer comparándola con la propia
que tire la primera piedra.
Rosa Montero, De playas, celulitis y gaznápiros

5. —¿Quién eres? —dijo el principito—. Eres muy lindo.


—Soy un zorro —dijo el zorro.
—Ven a jugar conmigo —le propuso el principito—. ¡Estoy tan triste!
—No puedo jugar contigo —dijo el zorro—. No estoy domesticado.
—¡Ah! Perdón —dijo el principito. Pero después de reflexionar agregó:
—¿Qué significa domesticar?
—No eres de aquí —dijo el zorro al principito—. ¿Qué buscas?
—Busco amigos —dijo el principito—. ¿Qué significa “domesticar”?
—Es una cosa demasiado olvidada —dijo el zorro—. Significa “crear lazos”.
Antoine de Saint-Exupéry, El Principito

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