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Lecciones de Dcho Eclesiastico
Lecciones de Dcho Eclesiastico
LECCIONES DE DERECHO
ECLESIÁSTICO DEL ESTADO
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LECCIONES DE DERECHO
ECLESIÁSTICO DEL ESTADO
Tercera edición,
corregida y ampliada
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ISBN: 84-7698-723-4
D.L.:
N. H. Kleinbaum
en El club de los poetas muertos
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INTRODUCCIÓN A LA 3ª EDICIÓN
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INTRODUCCIÓN A LA 3ª EDICIÓN
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Módulo I
FUNDAMENTOS BÁSICOS
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TEMA 1
1. LA DENOMINACIÓN DE LA ASIGNATURA
Digamos que el término «Derecho eclesiástico del Estado» es, cuando me-
nos, desafortunado, y lo es por diversos motivos que la doctrina ha reiterado has-
ta la saciedad; se aduce, por un lado, que es etimológicamente incorrecto, pues
«eclesiástico» hace referencia a «Iglesias», y eso sería, en principio, aplicable
solamente a las cristianas; también se afirma que es paradójico –como refiere
SOUTO– seguir llamando «Derecho eclesiástico» a un derecho que actualmen-
te va referido a la libertad religiosa, cuando se trata de una disciplina que surge
precisamente para todo lo contrario: para atentar contra aquélla, para asegurar la
confesionalidad del Estado; por otro lado, hallamos un problema de fuentes,
pues al decir «del Estado», parece que nos estemos refiriendo sólo a la normati-
va interna, con lo que no tendrían cabida las fuentes pacticias, por mucho que se
resuelva esta cuestión diciendo que se estudia la regulación religiosa desde la
perspectiva del Estado.
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Todas las disciplinas que se han disgregado del ius commune han tenido que
luchar ante la comunidad científica por su autonomía, y nosotros no íbamos a ser
menos, por mucho que nos parezca una perogrullada tener que defender, a estas
alturas, nuestra completud, precisamente en un sistema jurídico con tantas espe-
cializaciones como es el español.
Es muy acertada la definición de GISMONDI al respecto, por lo que de ella
vamos a partir: «la autonomía científica de una ciencia jurídica puede encontrar-
se siempre que un conjunto de normas llegue a un desarrollo tal que se destaque
y desvíe del ordenamiento originario, dando vida a un sistema completo, destina-
do a regular una especial categoría de relaciones que se concreta precisamente en
un derecho especial».
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Por lo que ahí queda dicho, creo que nosotros cumplimos las exigencias: en
primer lugar, tenemos el conjunto de normas, perfectamente identificables por su
materia y por su origen estatal – sea unilateral o bilateral (cuando se trata de
acuerdos)– que, en nuestro caso, no se hallan recopiladas en un Código, en un
cuerpo legal unitario, sistematizado y organizado, sino que están dispersas por el
ordenamiento jurídico; por ello no podemos hablar de autonomía legal, pero sí de
autonomía científica, sin olvidar que la autonomía legal no es condición ni nece-
saria ni suficiente para la autonomía científica.
En segundo lugar, nos hallamos ante «un sistema completo que regula una
especial categoría de relaciones»: estamos frente a un derecho especial. Éste or-
dena el fenómeno religioso de forma propia y específica; no se trata ni de un de-
recho general (pues tiene su regulación concreta) ni de un derecho privilegiado
(ya que no se beneficia a nadie en particular, sino que se organiza el sistema en
global). En nuestro caso nos encontramos con un bloque normativo con sus prin-
cipios informadores propios aunque, eso sí, extraídos de la Constitución –cosa
que no nos debería extrañar, pues en un Estado de Derecho, todo principio infor-
mador del ordenamiento tiene que obtener el beneplácito de la Norma Suprema–.
BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA
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TEMA 2
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Este tema ha sido redactado en colaboración con el Prof. Dr. D. Ignacio Zabalza Bas.
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gido por Él). Los sacerdotes sólo tienen funciones de culto. El Rey, a quien no se
puede divinizar, por ser ello incompatible con las creencias judías monoteístas, es
quien dialoga con Dios. No se diviniza al Rey, pero sí al poder; de ahí que la re-
sultante sea una teocracia monoteísta.
2. EL CRISTIANISMO
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Volvamos donde nos encontrábamos, con Teodosio el Grande, que fue el úl-
timo emperador que mantuvo unido el Imperio Romano; a partir de su muerte
(año 395), el Imperio se divide en dos: el de Oriente, con capital en Constantino-
pla, sobre el antiguo Bizancio, y el de Occidente, con capital en Roma.
A. Centrémonos en el Imperio de Oriente: permanecerá hasta 1453, año en
el que Constantinopla es tomada por los turcos, convirtiéndola en la actual Istan-
bul. Aquí se mantiene el césaropapismo en su máxima expresión, entre otros mo-
tivos porque el Papa se encontraba en la lejana Roma. Tal es la reafirmación del
césaropapismo que finalmente se llega al Cisma de Oriente, por el cual los empe-
radores bizantinos quisieron crear su propia Iglesia –a cuya cabeza se sitúan– des-
oyendo la autoridad del Papa.
Pero antes de la definitiva quiebra, el Papa Gelasio I (finales del s. V) in-
tenta reinstaurar el dualismo cristiano (llamado ahora dualismo gelasiano), tra-
tando de forzar al Emperador de Oriente a que respete los dos poderes. Formu-
la dogmáticamente la existencia de una única sociedad, con dos poderes, cada
uno independiente del otro en su propia materia. El Papa se debe someter a las
leyes, en cuanto a ciudadano que es, y el Emperador se tiene que someter a los
preceptos del Cristianismo, en cuanto a fiel. Cada cual es el máximo Pontífice
en su terreno.
B. Mientras tanto, en el Imperio de Occidente, la evolución es bien distinta:
el Imperio desaparece unos años más tarde (año 476), reinando la anarquía de los
invasores bárbaros, hunos, suevos, ostrogodos, vándalos, visigodos, etc. Con la
desaparición del Imperio, también desaparece el poder político, y con él toda la
organización administrativa del Imperio Romano de Occidente. Los reinos bárba-
ros que lo sustituyen, asentados en el territorio, no están en condiciones de llenar
este vacío de poder, lo que lleva a la Iglesia a tenerlo que hacer ella.
El Papa y los Obispos son ahora las únicas personas con autoridad en medio
de una civilización hundida, y se convierten en los defensores civitatis al comien-
zo de la Alta Edad Media; frente a la potestas de los reyes bárbaros se alza la auc-
toritas de los Obispos, que los propios reyes reconocen. Los concilios son asam-
bleas político-religiosas que emanan normas no sólo espirituales sino también
temporales. Tal es la admiración de los reyes bárbaros por el desaparecido Impe-
rio, que siglos después se construyó una nueva edición del mismo (año 962), el
Sacro Imperio Romano Germánico, cuya última fuente de poder es la Iglesia, ya
que es el Papa quien confiere la dignidad imperial (Carlomagno recibió la coro-
na de Emperador de manos del Papa León III en el año 800).
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Príncipe pierde toda legitimidad (que, recuérdese, era religiosa) frente a sus súb-
ditos, que quedan liberados del sometimiento a él porque, si ha sido colocado ahí
por Dios, y su representante en la Tierra estima que se ha apartado de la senda de
la fe, significa que Dios ya no quiere que siga ostentando esta situación de poder.
Con el tiempo, el Pontificado se siente cada vez más poderoso (apoyado en
fuerzas tales como Cluny, el Císter, nuevas órdenes de franciscanos y dominicos,
las grandes universidades de fundación papal y el impulso religioso de las cru-
zadas), con lo que se inaugura un período de hegemonía papal que propicia el
asentamiento de la hierocracia o hierocratismo, cuya traducción literal no es otra
que el «gobierno de los sacerdotes». En lugar de distinguir entre la autoridad
efectivamente atribuida a la Iglesia por su fundador (Cristo) y la que la Historia
puso en manos de la jerarquía eclesiástica, se confundieron ambas, haciéndose
con ello imposible distinguir entre «lo que Cristo ha confiado a Pedro y lo que
Pedro ha recibido de la Historia» (DE LA HERA). Esta situación, que comien-
za en los siglos VI y VII no deja de desarrollarse, con los evidentes altibajos que
se producen en tan largo período histórico, hasta su decadencia al final de la
Edad Media (siglo XIV).
Como reflexión final, podríamos decir que, tanto el césaropapismo como la
hierocracia, son el resultado de una interpretación abusiva del concepto dualista
mantenido a nivel teórico por parte de la Iglesia desde su fundación; en el primer
caso, es el poder político el que invade las competencias del poder religioso; en
el segundo, la situación se presenta a la inversa, al ser el poder religioso el que se
arroga potestades que, en estricta aplicación del dualismo cristiano, únicamente
pertenecen al ámbito temporal.
Desde el punto de vista de las relaciones entre el poder político y el poder re-
ligioso, el césaropapismo y la hierocracia desaparecen con la Edad Media. La cri-
sis del sistema hierocrático vendrá dada por la pérdida de prestigio del papado,
por dos motivos esenciales: por una parte, por causa de los abusos políticos de po-
der que habían cometido los Pontífices, y por la otra, por todo el problema del lla-
mado conciliarismo (las decisiones del Concilio están por encima de las del Pa-
pa), que provoca que éste tenga que dedicar todo su empeño a solventar las lu-
chas internas de la Iglesia, descuidando el dominio de lo externo, de lo temporal.
Por su parte, el Emperador también pierde fuerza por causa de los incipien-
tes nacionalismos; mantiene su título, pero no su poder real, que va quedando
paulatinamente mermado. Así, esta forma de peculiar dualismo (el hierocratis-
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mo), irá perdiendo su razón de ser, porque los monarcas dejan de depender en la
práctica de las decisiones papales.
Para acabar de complicar la cuestión, cuando la unidad religiosa europea vol-
vía a ser pacífica, deviene la Reforma protestante. Gran parte de culpa la tiene el
viciado entorno de Roma, que hace que Lutero (un hombre sencillo, con una pro-
funda vida interior y unas férreas convicciones religiosas) aborrezca de ellos y se
escinda tras visitar con enorme fe y devoción la ciudad que, para él, debía ser el
centro neurálgico de la espiritualidad universal y encontrarse con un ambiente
cortesano en el que reinaban las más bajas pasiones del ser humano.
El protestantismo rechaza la idea de una Iglesia jurídica y jerárquica, porque
no cree en los sacramentos ni en la interpretación unitaria de la fe. La jerarquía
espiritual no tiene por qué ser diferente de la temporal: el criterio dualista deja de
tener sentido; se entrega el poder religioso al poder político, volviendo de nuevo
al monismo. Las guerras de religión acaban con la Paz de Westfalia, que erige el
principio cuius regio eius religio, que viene a significar que cada Príncipe impo-
ne a sus súbditos su propia religión. Surgen así las nuevas Iglesias Nacionales, cu-
ya cabeza es el Rey.
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De este modo, donde el Estado central era poderoso, se creó una Iglesia
Católica cohesionada y afín al poder político central del propio Estado
absoluto (por ejemplo, en Francia); en cambio, donde el Estado central
todavía no estaba suficientemente vertebrado, nacen las llamadas «Igle-
sias territoriales o nacionales menores», o si se prefiere, particulares,
dentro de la Iglesia nacional y estatal, que luego, como en España, ac-
tuaron a su vez de forma autónoma respecto de los intereses estatales y
eclesiales del Estado en cuestión (por ejemplo la Iglesia vasca o la ca-
talana en el caso español).
El fundamento doctrinal del regalismo se encuentra en la idea de que el Mo-
narca ha sido colocado en ese lugar por Dios, y que Dios quiere que tenga poder
temporal y que estructure políticamente a sus súbditos a la vez que defiende la
Religión. Dios le permite, asimismo, intervenir en ciertas materias religiosas por
medio de las llamadas iura maiestatica circa sacra, o potestades regalistas. No se
niega la autoridad papal, pero el Pontífice tiene que ceder para no perderlo todo.
En los distintos países católicos este mismo fenómeno, que se produce con
mayor o menor intensidad recibirá diferentes denominaciones; así, en España y
Portugal, se llamará regalismo; en Francia, galicanismo; en Italia, jurisdicciona-
lismo; en Alemania, febronianismo, en Austria, josefinismo; etc.
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El texto reza así: «El Congreso no podrá hacer ley alguna para el reconocimiento de cualquier religión,
o para prohibir el libre ejercicio del culto, o para limitar la libertad de palabra o de prensa, o el derecho
que tienen los ciudadanos de reunirse en forma pacífica y de dirigir peticiones al Gobierno para la re-
paración de los errores sufridos».
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8. LA TEOCRACIA
BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA
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TEMA 3
ANTECEDENTES CONTEMPORÁNEOS
DEL DERECHO ECLESIÁSTICO ESPAÑOL
1. EL REGALISMO
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de cultos, abogando por la unidad religiosa; además, está el lastre del Concordato
de 1851, aún vigente. El resultado será el reconocimiento de la confesionalidad ca-
tólica con libertad de cultos para extranjeros residentes en España y para españoles
«que profesen otras religiones» (art. 33): estos matices vienen de la asociación de
ideas entre «extranjero» y «protestante». La Iglesia considera que se ha roto la uni-
dad religiosa española, liberalizando el culto y despreciando el Concordato.
Poco después, en 1870, se promulgará la Ley de matrimonio civil obligato-
rio (sin divorcio), por primera vez en nuestro país; se trata de un avance realmen-
te significativo, porque se ve claramente que la confesionalidad católica es una
mera proclamanción retórica por necesidades políticas del momento, pero que la
realidad es otra bien distinita, dado que en las tradicionales «cuestiones mixtas»
se ignora dicho principio, tratándolas desde una perspectiva exclusivamente civil;
también la legislación ordinaria reconocerá la libertad de cátedra y la libertad de
enseñanza –la otra de las grandes «cuestiones mixtas», rompiéndose así la hege-
monía docente religiosa católica.
Con la abdicación de Amadeo I de Saboya se supera el principio monárquico
y se declara la I República. Se prepara una nueva Constitución con el principio
«Iglesia libre en el Estado libre». El Proyecto se aborta antes de proclamarse.
Mientras tanto, han ido surgiendo nuevas medidas anticlericales: se proclama la li-
bertad de asociación, pero exceptuando de ella a las asociaciones religiosas y a las
organizaciones de órdenes religiosas; se aceptan algunos privilegios eclesiásticos
y se prohiben otros de forma inconexa, según la conveniencia del momento, etc.
4. LA RESTAURACIÓN BORBÓNICA
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5. LA II REPÚBLICA
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6. EL RÉGIMEN FRANQUISTA
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la propia fuente que inspira el sistema. Se tiene que promulgar la Ley de Liber-
tad Religiosa de 1967, que encuadra a las confesiones no católicas dentro de los
límites del derecho de asociaciones de un Estado Autocrático.
Mientras, la Iglesia, sigue ostentando privilegios y Franco continúa mante-
niendo potestades regalistas. Pablo VI pide al Caudillo que renuncie a estas po-
testades (y muy en concreto al derecho de presentación de obispos y cargos
eclesiásticos), respondiéndole Franco que eso pasa por una modificación global
del Concordato de 1953.
Comienzan unas eternas y dilatadas negociaciones para una modificación
que, en el fondo no interesaba a ninguno de ambos. No se concluirán hasta des-
pués de la muerte de Franco, ya con el nuevo sistema constitucional.
Entre tanto, las demás confesiones se hallan en situación de tolerancia
del culto privado pero no del público ni del proselitismo (y esto, porque lo
exige la Iglesia Católica pues, de otro modo no hubieran sido ni siquiera
consentidas).
7. EL ESTADO DEMOCRÁTICO
BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA
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TEMA 4
1. CLASIFICACIÓN
Como el Derecho eclesiástico español es, ante todo, derecho español, el sis-
tema de fuentes de éste es –obviamente– el de aquél. Así, el art. 1.1 del Código
Civil, establece que son fuentes «del ordenamiento jurídico español la ley, la cos-
tumbre y los principios generales del derecho».
Con la ley no hay problemas, sea la Constitución o sea cualquier modesta nor-
ma reglamentaria de carácter administrativo. La costumbre es más delicada, ya que
debe ser una costumbre conforme a la Constitución, y todavía no ha habido tiem-
po de que se hayan decantado en sentido constante y uniforme los usos sociales en
nuestra materia. Los principios generales del derecho mantienen toda su vigencia,
pero habrá que referirlos, en todo caso, a las normas constitucionales.
Encontramos distintos tipos de fuentes, que se pueden clasificar en función
de diversos criterios:
3 Este tema ha sido redactado a partir de la base del material proporcionado por el Prof. Dr. D. Manuel
de Delás y de Ugarte.
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2. LA CONSTITUCIÓN DE 1978
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En general, los Tratados internacionales son fuente del Derecho interno, son
directamente aplicables (art. 1.5 del Código Civil) y forman parte del ordena-
miento jurídico interno cuando se cumple el requisito de su publicación en Espa-
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f) Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño: apro-
bada el 20 de Noviembre de 1989. Se reconoce al niño la libertad de pensamien-
to, de conciencia y de religión y el derecho-deber de los padres «de guiar al niño
en el ejercicio de un derecho de modo conforme a la evolución de sus facultades».
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pio de cooperación del art. 16.3 de la misma: «los poderes públicos tendrán en
cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consi-
guientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesio-
nes». En realidad, los Acuerdos con la Santa Sede y las otras confesiones son al-
gunos de los ejemplos más clásicos de relaciones de cooperación.
Para entender las características de los Concordatos con la Santa Sede, hay
que partir de ciertas premisas:
a) Autoconsideración de la Santa Sede como el único interlocutor válido de
la Iglesia Católica ante los Estados; a pesar de que hoy día hay tenden-
cias doctrinales que propugnan una mayor competencia en la materia por
parte de las Conferencias Episcopales y de las Iglesias locales (hay di-
versos ejemplos de pactos en tal sentido, incluso a nivel general, como el
Acuerdo entre el Episcopado polaco y el Gobierno de Varsovia).
b) Independencia de la Santa Sede frente al poder temporal (personalidad
internacional de la Santa Sede): desde los tiempos de Pipino el Breve
(siglo VIII), la Santa Sede goza de soberanía internacional por tener la
de un Estado (los Estados pontificios), cosa que hoy tiene continuidad
en la simbólica soberanía sobre el Estado de la Ciudad del Vaticano –cu-
yas bases jurídicas fueron establecidas por los Pactos de Letrán firma-
dos al 11 de Febrero de 1929 entre Pío IX y Mussolini, que ponen fin a
la «cuestión romana»-.
Incluso hasta 1929, podía sostenerse la personalidad internacional de la San-
ta Sede, en virtud de la praxis internacional que así lo reconocía (mantenimiento
de nuncios por parte de la Santa Sede y de embajadores por parte de los Estados),
tanto como por el hecho de que el propio Reino de Italia, por ley de 13 de Mayo
de 1871, establecía unilateralmente una serie de garantías jurídicas en favor del
Papa al que, sin reconocerle soberanía territorial, se le reconocían prerrogativas
reservadas a los soberanos.
Los Concordatos con la Santa Sede tratan del estatuto jurídico de la Iglesia
en el Estado de que se trate y de los derechos y deberes de los católicos en ese te-
rritorio, en relación al ejercicio de los derechos civiles en materia religiosa. Tie-
nen forma de negocios bilaterales entre entes soberanos, es decir, de solemnes
convenciones diplomáticas entre la Santa Sede y el Estado.
Aunque convencionalmente, el término «Concordato» se suele reservar para
aquellos Acuerdos que contemplan todo el conjunto de las relaciones de la Santa
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Sede con un Estado –con cláusulas que afectan a un elevado número de mate-
rias–, el término «Convenio» o «Acuerdo» se reserva para aquéllos que se limi-
tan a tratar de materias específicas.
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el cambio en las partes contratantes (de la Iglesia o del Estado, a partir de un cam-
bio constitucional o del cambio de régimen político; aunque la doctrina interna-
cionalista es concorde en afirmar la irrelevancia de los cambios de régimen en re-
lación con la permanencia de las obligaciones asumidas en los tratados, en la
práctica ha sucedido así en diversas ocasiones).
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a) Los acuerdos firmados por el Estado Español: por el momento son tres,
todos de 28 de abril de 1992 (dieron lugar a las Leyes 24, 25 y 26/1992 de 10 de
noviembre de 1992):
1º) Acuerdo de cooperación del Estado español con la Federación de Co-
munidades Israelitas de España (FCI).
2º) Acuerdo de cooperación del Estado español con la Federación de Enti-
dades Religiosas Evangélicas de España (FEREDE).
3º) Acuerdo de cooperación del Estado español con la Comisión Islámica
de España (CIE).
b) Los sujetos de los acuerdos: como es lógico, los sujetos son el Estado,
por un lado, y la confesión o comunidad religiosas de la que se trate, por el otro.
Cuando hablamos del Estado estamos integrando la competencia del Gobierno pa-
ra negociarlo, de las Cortes para traducir lo acordado en ley española y del Rey pa-
ra sancionar, promulgar y ordenar su publicación. Cuando hablamos de las confe-
siones religiosas, nos referimos a los órganos que legítimamente las representen.
Para suscribir acuerdos, las confesiones deben estar inscritas en el Registro
y, por su ámbito y número de creyentes, tienen que haber alcanzado “notorio
arraigo» en España, cosa que en su momento se verá de qué se trata.
La comunidad judía está integrada por distintas Comunidades inscritas en
el Registro de Entidades Religiosas, que han constituido la «Federación de Co-
munidades Israelitas de España» (FCI), como órgano representativo e interlo-
cutor ante el Estado, para la negociación, firma y ulterior seguimiento del
Acuerdo adoptado.
Muchas Iglesias de religión evangélica –cuya práctica totalidad también es-
tán inscritas en el Registro de Entidades Religiosas–, y algunas Iglesias ortodo-
xas han constituido la «Federación de Entidades Religiosas Evangélicas de Espa-
ña» (FEREDE), como órgano representativo ante el Estado.
La comunidad islámica está representada por toda una serie de comunida-
des inscritas en el Registro e integradas en alguna de las dos Federaciones tam-
bién inscritas, la «Federación Española de Entidades Religiosas islámicas» y la
«Unión de Comunidades islámicas de España» que –a su vez– han constituido
la «Comisión islámica de España» (CIE) como órgano representativo del Islam
ante el Estado.
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En realidad, todas estas Federaciones son fictícias, pues sólo se crearon por
exigencia del Estado Español para poder tener un interlocutor (a semejanza de
lo acostumbrado con la Iglesia Católica, cuya personalidad jurídica internacio-
nal facilitaba mucho la relación) con el que negociar; tanto es así que, realmen-
te, no cumplen función alguna, más allá de lo relacionado estrictamente con el
Acuerdo.
c) La naturaleza jurídica de los Acuerdos: hay que partir de la base del art.
7 de la LOLR, que dice que los Acuerdos se aprobarán por «ley de las Cortes Ge-
nerales», lo cual implica que hay dos fases fundamentales: 1º) Acuerdo entre el
Gobierno y los representantes de la confesión, y 2º) ley de las Cortes Generales.
Algunas de las cuestiones que nos podemos formular, entre otras, son las si-
guientes:
A. ¿Es un Tratado Internacional como los Acuerdos del Estado con la Santa Se-
de? No, no se trata de un Tratado Internacional, aunque sólo sea porque las
confesiones religiosas no gozan de personalidad jurídica internacional, como
sí ostenta la Santa Sede.
B. ¿Es, en cambio, una ley interna del Estado, es decir, una ley unilateral? Unos
dicen que se trata de normas unilaterales (MARTÍNEZ TORRÓN), otros los
califican como «leyes con negociación previa» (GARCÍA-HERVÁS); otros
consideran que, si bien el acuerdo es un presupuesto previo para la forma-
ción de la voluntad política de las Cortes (LLAMAZARES), su resultado ter-
mina siendo «de Derecho público interno», tratándose de «una ley unilateral
ordinaria»; por fin, cierto sector doctrinal, los caracterizan como «leyes pac-
cionadas o leyes-pacto» (LOMBARDíA).
En este sentido, creemos que se trata de unas leyes estatales internas (por lo
menos desde el punto de vista formal) que surgen como consecuencia de un
pacto previo que las convierten en «convenios de derecho público», por la es-
pecial naturaleza del fenómeno asociativo religioso y por la evidente incom-
petencia del Estado en estas materias.
C. ¿Qué relevancia tiene el acuerdo previo en la génesis y mantenimiento de la
ley? ¿puede el Estado derogarla o modificarla unilateralmente? La doctrina,
a efectos prácticos, parece conforme en concluir que «las Cortes Generales
no pueden modificar unilateralmente el contenido del acuerdo sin desvirtuar
su naturaleza» (MARTÍNEZ BLANCO). No tiene sentido, de otra forma,
que los Acuerdos se molesten en prever la creación de las «Comisiones Mix-
tas y Paritarias» entre la Administración y las confesiones para la aplicación
y seguimiento del acuerdo.
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cerlo, porque los Acuerdos son más específicos que aquélla y, a mayor abunda-
miento, no se encuentran contradicciones serias entre ambas normas.
De este modo, a nivel general, se puede decir que, aunque el régimen jurídi-
co de la Iglesia Católica esté regulado en los Acuerdos con la Santa Sede, su nor-
ma supletoria, en todo lo que aquéllos no establezcan, será la LOLR; pero no cre-
amos que esto es excepcional, porque lo mismo ocurre con las otras confesiones
minoritarias que tienen Acuerdo de cooperación con España.
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BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA
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TEMA 5
LA LIBERTAD RELIGIOSA
Y LA IGUALDAD RELIGIOSA
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integral; si, por contra, toma opciones frente al acto de fe o los coacciona en es-
te sentido, los estará considerando cono meros vasallos, sujetos en todo a él, sin
capacidad de opinión propia ni de autodeterminación.
El principio de libertad religiosa incorpora no sólo las concepciones éticas
del individuo, sino también una concepción global de todas las cosas en función
de la opción de fe tomada por él. Existen dos pasos distintos que debe dar el Es-
tado democrático, y que se corresponden con los dos diferentes campos de la li-
bertad religiosa:
A. Primero el Estado debe reconocer (si quiere ser democrático) el derecho
fundamental de libertad religiosa. A partir de él, se garantiza jurídicamen-
te la plena inmunidad de coacción en materia religiosa, tanto a los ciuda-
danos como a las confesiones, y tanto frente a los demás como frente al
propio Estado.
La inmunidad de coacción significa que el Estado ni puede reprimir ni pue-
de coartar el libre ejercicio de la fe religiosa, ni tampoco puede «sustituir» al ciu-
dadano, erigiéndose en Estado supremo y exclusivo en cuestión religiosa.
B. En un segundo paso, cuando el Estado reconoce la libertad religiosa como
principio informador del sistema, además de lo anterior, tampoco puede co-
existir ni concurrir, en materia de fe, con el individuo en ningún sentido: de
este modo, no puede optar por ninguna postura determinada, sea de una con-
fesión en concreto, sea declarándose ateo, sea de signo agnóstico, sea esta-
bleciendo un sistema laicista.
De concurrir con sus ciudadanos, se estaría reconociendo que el Estado es
sujeto de libertad religiosa, lo cual es incompatible con el principio informador
(no así con el mero derecho fundamental).
Así, reconoceremos que un Estado se rige por el principio de libertad reli-
giosa como cúspide del sistema «cuando además de prohibirse a sí mismo cual-
quier coacción y cualquier sustitución, se prohibe también a sí mismo, como Es-
tado, cualquier concurrencia junto a sus ciudadanos en calidad de sujeto de actos
o actitudes ante la fe, sean del signo que fueren» (V. REINA).
d) Las acepciones del principio de libertad religiosa: dos son las vertien-
tes en las que se desdobla este principio:
1º) Acepción positiva: «al colocar el principio de libertad religiosa –la fe es
libre de Estado– como primer principio definidor del Estado ante la
cuestión religiosa, tal Estado asume (...) un principio de estricta natura-
leza estatal y de ahí que, por él, ese Estado es, ante la esfera de la racio-
nalidad y conciencia del ser personal de cada uno de sus ciudadanos, só-
lo Estado. Sirve a la persona sin coaccionar, sustituir o concurrir con
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Ya RUFFINI sostuvo hace muchos años que tan injusto es tratar igual las si-
tuaciones desiguales como tratar de forma desigual situaciones idénticas; lo ma-
nifestaba diciendo que «el verdadero principio de igualdad no es el de a cada uno
lo mismo, sino a cada uno lo suyo».
«Mientras en el plano de la titularidad básica y ejercicio potencial ante el de-
recho del Estado todos son igualmente sujetos, con la misma y única categoría o
calidad, de un mismo derecho de libertad religiosa; en el terreno del ejercicio ac-
tual o concreto, cada sujeto de la libertad religiosa la realiza según su libre, pro-
pia y singular personalidad. Así pues, la igualdad radical como sujetos se tradu-
ce, en el orden existencial de la vida social, en un pluralismo libre» (V. REINA).
Lo anterior viene a significar que el Estado debe tratar como sujetos iguales
tanto a los individuos como a las confesiones religiosas, porque su derecho de li-
bertad religiosa es el mismo, pero que eso no quiere decir que no se deban obser-
var las diferentes peculiaridades de cada confesión, no tratándolas a todas de la
misma manera.
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Lo que, en todo caso, debe quedar claro es que hay que atender a las especi-
ficidades de cada cual y, en función de ello, cooperar o relacionarse, de la misma
manera que se haría con otra confesión en las mismas circunstancias.
Para terminar este punto, deberíamos volver a remarcar un dato que quedó
dicho al comienzo del epígrafe: el principio de igualdad actúa como límite (o
como contrapunto necesario en constante relación dialéctica) del principio de
libertad religiosa: la libertad de cada uno no puede llegar tan lejos que lesione
la igualdad de los demás. No se puede negar a un grupo lo que se concede a
otros iguales. La igualdad actúa como valor contra la discrecionalidad o la pro-
mocionalidad del Estado.
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BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA
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TEMA 6
Ante todo, hay que decir que, aunque algunos autores llaman a este princi-
pio el de «laicidad», nosotros vamos a preferir denominarlo de «aconfesionali-
dad», –pues tengo la impresión de que el término laicidad evoca al «laicismo»–
considerado, bien como indiferentismo según la concepción liberal del siglo XIX,
o incluso como «laicismo beligerante», tal como se entendió en algunos períodos
de nuestra historia–. Por ello, aunque se trate del mismo fenómeno, para su con-
cepto actual me inclino por el termino «aconfesionalidad», dejando para el con-
cepto decimonónico –en cualquiera de sus variantes– el nombre de «laicidad».
Ya ha quedado dicho, en el tema anterior, que este principio se deduce bino-
mio libertad-igualdad en un Estado social, por lo que, en puridad, no era preciso
que la Constitución lo mencionase expresamente (máxime cuando resulta ser algo
que el Estado «no es»: el Estado «no es» confesional). No obstante, al erigirse en
la cortapisa más clara para el comportamiento –necesariamente cooperacionista–
del Estado, en los debates constitucionales previos a la promulgación de nuestra
Norma Suprema, se consideró apropiado incorporarlo en el art. 16.3 del texto.
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puedan ser objeto de protección sino que, antes al contrario, el respeto de estas
convicciones se encuentra en la base de la convivencia democrática».
Yendo un poco más lejos, aquí entra en juego otro dato que se va vislumbran-
do en todo el argumento: la Constitución no ordena cooperar con opciones fide-
ísticas (cuyo tratamiento sigue, en realidad, la misma suerte que las no fideísti-
cas), ni siquiera con los grupos religiosos fideísticamente positivos, sino mera-
mente con aquéllos que, cumpliendo lo anterior se hayan institucionalizado, so-
metiéndose a las directrices marcadas por el sistema.
En el fondo, al Estado no le interesa, en sí mismo, que se imparta determi-
nada religión en las escuelas, o que los presos tengan asistencia religiosa de uno
u otro signo, eso son detalles puntuales civilmente intrascendentes; en el sentido
de la cooperación, lo que le incumbe es que los individuos puedan ejercer los dis-
tintos aspectos de su libertad religiosa en ciertos grupos organizados, con implan-
te social y jurídicamente estructurados, y no porque eso sea más o menos positi-
vo para el ciudadano (pues no entra en esa cuestión), sino porque la Constitución
ha decidido colaborar expresamente con estos especiales grupos sociales. Se co-
opera con ellos, en tanto en cuanto son una realidad social contemplada por la
Norma Suprema, y no porque sea mejor, o peor, encuadrarse en un grupo religio-
so institucionalizado.
Por otra parte, sería difícil cooperar con la realidad social religiosa conside-
rada de forma individual: el Estado necesita interlocutores de suficiente entidad
como para que merezca la pena el dispendio que –de un modo u otro– siempre
supone la cooperación. Además, por lo general, el individuo que no quiere inte-
grarse en una institución cerrada, que no tiene vocación de grupo, raramente que-
rrá colaborar con otra institución como el Estado, aparte de que si no tiene corre-
ligionarios, tampoco tendrá ni objetos de cooperación (pues no precisará de na-
die más que de sí mismo para ejercer o facilitar su religiosidad), ni posibles suje-
tos destinatarios de la misma (pues nadie necesitará de su intervención).
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incluso es posible, que a la propia confesión le repugne –en aras de sus dogmas–
el hecho de la cooperación, y eso es algo, como mínimo, digno de respeto.
Los poderes públicos, a la hora de cooperar (sin entrar a cuestionar los con-
tenidos fideísticos de la confesión) deben valorar «su inserción en la sociedad es-
pañola como hecho social, que es, en definitiva, lo que el Estado debe proteger y
regular jurídicamente» (SOUTO). A partir de las especificidades de ese hecho so-
cial, se cooperará, o no, en un sentido o en otro.
Al hilo del anterior argumento, quisiera contradecir a algún autor –como
PRIETO– que ha sostenido la necesidad de que el Estado realice un mayor es-
fuerzo de cooperación con las confesiones religiosas minoritarias, aunque resul-
te desproporcionado con respecto a la mayoritaria, porque ese es el mejor modo
de fomentar el pluralismo religioso (hay que decir, que para este autor el plura-
lismo religioso es otro de los principios informadores); así se lograría que el gru-
po mayoritario no asfixiase a los demás.
Pienso que el principio de igualdad exige cooperar con cada uno en su justa
medida y que, siendo el único criterio constitucional para la cooperación que se
«tengan en cuenta las creencias de la sociedad», colaborar –por norma– más con
los que tienen menor arraigo social, no es una pauta que se pueda desprender de
la Norma Fundamental. Otra cuestión sería que el legislador lleve a cabo una con-
creta política general de integración y fomento de las minorías, y que, acogiéndo-
se a ella, cooperase especialmente con los grupos religiosos más débiles, pero aun
así, sería de difícil encaje en el sistema.
Es cierto que el pluralismo religioso es positivo para que haya un clima adecua-
do de ejercicio de la libertad religiosa, pero de ahí a que sea el Estado el que «fabri-
que» o promocione las variedades que le parezcan adecuadas, hasta que el abanico de
posibilidades sea –a su entender– lo suficientemente amplio, hay un abismo. Los po-
deres públicos, en este sentido, deben conformarse con fomentar las condiciones pa-
ra el ejercicio de la libertad religiosa: es la sociedad la que ha de reaccionar asumien-
do, o no, las distintas opciones que se le ofrecen. El Estado no puede ser más que «só-
lo Estado», pues de otro modo convertiríamos la implantación de las confesiones en
una cuestión de «política religiosa», concepto que es incoherente en sí mismo.
He querido darle autonomía a este epígrafe, porque tanto podría haberse en-
cuadrado en el referido al principio de igualdad, como en el de cooperación, co-
mo en el de aconfesionalidad.
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«notorio arraigo», proviene, bien de que ya tiene por sí misma reconocida la per-
sonalidad jurídica internacional, en cuanto a lo primero, bien de que el legislador
ordinario tomó la opción de cooperar con ella sin que demostrase su expresa im-
plantación social, en cuanto a lo segundo.
La Norma Suprema no obligaba al legislador a cooperar sólo con quienes ve-
rificasen tener un determinado nivel de adeptos (simplemente le llamaba a «tener
en cuenta» las creencias de la sociedad española); la constatación del «notorio
arraigo», es un requisito puramente legal, no constitucional que, por cierto, esta-
blece una norma posterior a la celebración de los Acuerdos con la Santa Sede. Pe-
ro se trata de algo contingente: fue regulado así, como se pudo haber optado por
cualquier otra solución, pues el «tener en cuenta las creencias» que establece la
Constitución, ofrece multitud de lecturas.
Existe otro dato en favor de este criterio que, aunque resulte menos jurídi-
co, quizá sea –dadas las circunstancias– más significativo y concluyente: si se
leen las discusiones previas a la Norma Fundamental, se observará que el deba-
te fue candente, incluso se podría decir que, en ocasiones, hasta hiriente. Allí se
acusaron unos a otros de las más ocultas y viscerales intenciones y, me parece,
que si nadie sacó a colación una argumentación con visos de juridicidad –como
lo hubiera sido la innecesariedad de constatación del «notorio arraigo» de la
Iglesia Católica para los futuros e inminentes Acuerdos–, cuando los argumen-
tos en pro de la mención eran absolutamente insustanciales, es porque se puede
afirmar –sin demasiado riesgo de equivocarse– que no estaba en la mens legis-
latoris del constituyente.
Que después, en la praxis, se haya utilizado para algo inapropiado, no justi-
fica, ni mucho menos, que se mantenga la interpretación de que, desde su géne-
sis, la mención a la Iglesia servía para eso.
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pos susceptibles de afectación social que las demás se cooperase con ella en me-
nor medida que con las otras.
De ahí que se pueda afirmar –aún a riesgo de parecer coloquial–, que la
mención de la Iglesia Católica en la Constitución Española es más antiestética
que discriminatoria: no significa nada: se debe agotar en sí misma. Hasta el ex-
tremo de que, si por medio de esa expresión se le otorga a dicha confesión cual-
quier tipo de privilegio, se estaría conculcando la constitucionalidad del precep-
to que lo estableciera.
BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA
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TEMA 7
LA LIBERTAD RELIGIOSA
COMO DERECHO FUNDAMENTAL
1. CONCEPTO
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2. CONTENIDO
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do sólo puede garantizar las condiciones necesarias para que se pueda realizar. Es
por eso, por lo que el contenido del derecho de libertad religiosa se tendrá que
concretar jurídicamente en estos términos (que en realidad serían solo los de la li-
bertad de conciencia), y a partir de la enumeración de las distintas exteriorizacio-
nes, o zonas de inmunidad, que podrá recabar el sujeto de libertad religiosa.
En función de esas premisas, el contenido esencial del derecho de libertad
religiosa, se podría sistematizar del siguiente modo:
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3. LÍMITES
Como derecho fundamental que es, la libertad religiosa sólo se puede ver
limitada por el necesario mantenimiento del orden público constitucional (que
no es el orden público policial) y por el respeto al desarrollo de los demás de-
rechos fundamentales.
Pero algo tan simple como eso, no estuvo exento de problemas en los deba-
tes preparatorios de la Constitución: en el art. 16 CE se quiso decir expresamen-
te que se garantizaba la libertad religiosa «sin más limitaciones en sus manifesta-
ciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden publico protegido por la
ley». Y eso no resultó una mera cláusula de estilo: se dijo lo que se quería decir;
se trataba de un límite real.
Aunque, en principio, estemos ante uno de los denominados conceptos ju-
rídicos indeterminados, éste es perfectamente determinable en cada momento.
No se trata de dejar una puerta abierta a la discrecionalidad de la Administra-
ción (no estamos, como ya se ha dicho, ante el orden público administrativo o
de policía), sino que nos hallamos frente al orden público internacional. En es-
te caso, lo correcto para interpretarlo es tomar el art. 9.2 Convención Europea
de 1950, que viene a decir que el ejercicio de los derechos dimanantes de la li-
bertad religiosa y de culto tiene como único límite la protección del derecho de
los demás al ejercicio de sus libertades personales y derechos fundamentales,
así como la salvaguardia de la seguridad, de la salud y de la moralidad pública
elementos constitutivos del orden público protegido por la ley en el ámbito de
una sociedad democrática.
De todos modos, hay que saber diferenciar los límites del derecho de liber-
tad religiosa en los dos momentos, ya clásicos, del mismo: 1º) en el momento
de ejercer el acto de fe –con su garantía de inmunidad–, el derecho fundamen-
tal es absoluto e incondicionado. Eso no se somete al orden público, porque no
puede en ninguna medida atacarlo; 2º) en el momento del ejercicio externo del
derecho, sea del modo que sea (expresión, exteriorización de la fe o culto) es
cuando el orden público puede verse afectado: ahí sí que el Estado puede inci-
dir acotando el derecho.
En cuanto a los elementos constitutivos del orden público que he menciona-
do (seguridad, salud y moral publica), me detendré un poco más en el último, la
moralidad pública. Está claro que se trata de un concepto evolutivo civil; no es la
moralidad de una confesión religiosa, ni siquiera de la mayoritaria, sino que se
compone de la moral social que existe en una cultura determinada y en un mo-
mento dado. Supone el mínimo ético que la sociedad considera que todo indivi-
duo debe respetar, con independencia de que él esté o no de acuerdo.
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4. TITULARIDAD
5. LA PROTECCIÓN JURÍDICA
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B. La tutela judicial: hay diversas vías de actuación frente a una eventual con-
travención de alguno de los contenidos del derecho:
a) Procedimiento de Protección Jurisdiccional de los Derechos Fundamen-
tales, de carácter preferente y sumario.
b) Invocación ante los Tribunales ordinarios, por medio del procedimiento
común.
c) Posibilidad de recurso de amparo ante el Tribunal Constitucional por
vulneración de la libertad religiosa en resolución judicial.
d) En virtud de la Convención Europea de Roma de 1950, se puede acudir
ante la Comisión Europea de Derechos Humanos.
e) Asimismo, es posible, ir al Tribunal de Derechos Humanos de Estras-
burgo, ya sin el antes preceptivo, informe previo del Comité de Minis-
tros del Consejo de Europa
C. Tutela penal: aunque también sea parte de la tutela judicial, he preferido con-
cretarla en un apartado diferente. Se encuentra en los arts. 510 a 528 del Có-
digo Penal, en el Libro II, Título XXI («Delitos contra la Constitución»).
CapítuIo IV («De los delitos relativos al ejercicio de los derechos fundamen-
tales y libertades»), en las dos Secciones en las que se divide.
La evolución de los tiempos ha logrado modificar el bien jurídico protegido
con estos delitos: si antaño fuere la Religión, hoy, en cambio, es la libertad de to-
dos de escoger las convicciones religiosas. Uno de los avances que se ha conse-
guido (aparte de la supresión de los datos de confesionalidad estatal) es que se ha
superado la defensa exclusiva de las posturas positivas o fideísticas, incluyendo,
por ello, también la protección de las opciones negativas –ateas o agnósticas–.
Las figuras tipificadas son:
1º) En la Sección I («De los delitos cometidos con ocasión del ejercicio de
los derechos fundamentales y las libertades públicas garantizados por la
Constitución»):
A. Discriminación, odio o violencia contra grupos religiosos o difusión de inju-
rias contra ellos: (art. 510. 1 y 2 CPe). Incorpora otros tipos de discrimina-
ción, pero esta es la que a nosotros nos interesa.
a) Tipo básico: provocación de la discriminación odio o violencia; la pena
es de prisión de uno a tres años y multa de seis a doce meses.
b) Variante: asociaciones ilícitas que promuevan la discriminación religio-
sa (art. 515.5º CPe); la pena depende del sujeto del que se trate:
a’) Fundadores, directores o presidente: prisión de dos a cuatro años,
multa de doce a veinticuatro meses e inhabilitación especial para
empleo o cargo público de seis a doce años (art. 517.1 CPe).
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BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA
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Módulo II
LA DIMENSIÓN INSTITUCIONAL
DE LA LIBERTAD RELIGIOSA:
LAS CONFESIONES RELIGIOSAS
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TEMA 8
4
Este tema se basa esencialmente en la monografía de CAMARASA citada en la bibliografía recomen-
dada al final del mismo.
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3. EL PROCEDIMIENTO ADMINISTRATIVO
El art. 5.2 LOLR sólo dice que «la inscripción se practicará en virtud de so-
licitud, acompañada de documento fehaciente, en el que consten su fundación o
establecimiento en España, expresión de sus fines religiosos, denominación y de-
más datos de identificación, régimen de funcionamiento y órganos representativos
con expresión de sus facultades y de los requisitos para su valida designación».
Lo primero que nos llama la atención es ver qué significa la expresión «do-
cumento fehaciente»; si tratamos de averiguarlo en el RRER, nos encontraremos
con que el art. 3 considera que aquél es el «testimonio literal del documento de
creación debidamente autenticado o el correspondiente documento notarial de
fundación o establecimiento en España».
Lo cierto es que se trata de una distinción de lo más absurda, ya que el pri-
mer tipo que nos marca como documento fehaciente (el testimonio literal), no es
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4. EL RÉGIMEN DE RECURSOS
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Partamos del concepto de cancelación; se trata del supuesto en el que, por me-
dio de un asiento nuevo, se niega el contenido de un asiento anterior. Sus efectos
son los mismos que los de la inscripción: su eficacia es igualmente constitutiva.
El art. 5.3 LOLR establece que «la cancelación de los asientos relativos a
una determinada entidad religiosa sólo podrá llevarse acabo a petición de sus ór-
ganos representativos o en cumplimiento de sentencia judicial firme». Lo mismo
dice el art. 6 RRER, sólo que en este último caso, se concreta que la legitima-
ción la tienen, no los órganos representativos, sino los representantes legales de
dichos órganos; esos representantes, pueden ser los mismos que constan como
tales en el Registro o los que se deduce que poseen esa facultad, a partir de los
estatutos de la confesión.
No tenemos ningún problema con la legitimación para cancelar los asientos,
bien de los representantes de la entidad, o bien de los tribunales por medio de sen-
tencia judicial firme (a instancia de la Administración). El problema viene con la
tercera legitimación, que no aparece ni en la LOLR ni en el RRER, pero que exis-
te por mor de la supletoriedad de la Ley de Procedimiento Administrativo Común
(LPAC). En ella, se dice que la Administración puede anular el acto de inscrip-
ción por medio de la revisión de oficio de los propios actos. Se prevé para supues-
tos en los que los actos sean nulos o anulables, y no para abrir una vía de hecho
a un eventual control de oportunidad.
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BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA
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TEMA 9
El Acuerdo Jurídico entre España y la Santa Sede –en adelante AJ– (de 3 de
enero de 1979), regula el régimen jurídico de las entidades de la Iglesia Católica,
mientras la LOLR (de 5 de Julio de 1980) establece el que será el régimen gene-
ral aplicable a las entidades religiosas. De este modo, la ley superior en rango y
más especial es cronológicamente anterior a la más general, que la complementa
en todos aquéllos extremos en que se produzcan lagunas. Es, cuando menos, com-
plejo realizar el ajuste de adecuación entre estas dos normas.
Por si eso no fuese complicación suficiente, nos encontramos con el proble-
ma añadido de que la normativa canónica que da base al Acuerdo de 1979, en el
momento de su promulgación, era el código de Derecho Canónico de 1917
(CIC17), que se derogó y modificó sustancialmente con el Código de Derecho
Canónico de 1983 (CIC83), por lo que ni siquiera en todos los supuestos coinci-
de la nomenclatura entre el Acuerdo Jurídico y el Código que define en la actua-
lidad las instituciones que allá se regulan.
Incluso nos damos cuenta de que hay alguna institución, y me refiero en con-
creto a la Conferencia Episcopal, que se menciona en el Acuerdo Jurídico, pero
que ni se relaciona con el CIC17 ni con el ClC83, sino que va referida a su pro-
pia fuente de creación, que es el Decreto Christus Dominus, sobre el oficio Pas-
toral de los obispos, de 28 de octubre de 1965 (n. 37 y 38), del Concilio Vatica-
no II; el motivo de ello está en que en el momento de firmar el AJ esa era la úni-
ca norma de referencia vigente.
En otros casos, los desajustes terminológicos y normativos vienen dados por
la modificación sustancial de la legislación canónica, aún no del todo previsible
cuando se firmó el AJ: por ejemplo, en el art. I.2 AJ se habla sólo de circunscrip-
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ciones territoriales –a las que se otorga personalidad jurídica civil–; en aquel mo-
mento eso es lógico, ya que en el CIC17 así se organizaba la división de la Igle-
sia: pero, en el vigente CIC83 no sólo existen demarcaciones territoriales, sino
que también se crean circunscripciones de base personal. De ahí que, al interpre-
tar el AJ tengamos que hablar más bien de «entidades orgánicas» de la Iglesia Ca-
tólica, pues es un término que encaja mucho mejor con la realidad actual.
Otros problemas terminológicos los encontramos en expresiones, como la
del art. I.4 AJ, en las que se realiza un listado de entidades hoy totalmente supe-
rado: «órdenes, congregaciones religiosas y otros institutos de vida consagrada y
sus Provincias y sus Casas»; en el CIC83 sólo se habla ya de «institutos de vida
consagrada» como algo unitario.
Por citar un ejemplo más, y con este lo dejaremos, el AJ se refiere a la perso-
nalidad jurídica de las entidades asociativas, y en concreto, hace mención a las
«instituciones, asociaciones y otras entidades eclesiásticas»: también estos térmi-
nos nos resultan confusos, en primer lugar, porque el CIC83 actualmente se refie-
re a asociaciones públicas (asociaciones institucionales y asociaciones de fieles) o
a asociaciones privadas de fieles; y en segundo lugar, porque en el cajón de sastre
«otras entidades eclesiásticas» no se sabe exactamente qué pueda tener cabida.
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d)La personalidad jurídica civil se adquiere ope legis y surte eficacia civil
retroactiva desde el momento en que la tuvo canónica.
e) El ámbito de la capacidad civil resultará el mismo que tenga canónica-
mente.
A. La Conferencia Episcopal Española: (art. I.3 AJ): según el c. 447 CIC «La
Conferencia Episcopal, institución de carácter permanente, es la asamblea de
los Obispos de una nación o territorio determinado que ejercen unidos algu-
nas funciones pastorales respecto de los fieles de su territorio...»; a su vez, el
c. 449.2 CIC establece: «La Conferencia Episcopal legítimamente erigida
tiene de propio derecho personalidad jurídica»; por último, el c. 451 CIC di-
ce: «Cada Conferencia Episcopal debe elaborar sus propios estatutos, que
deben ser revisados por la Sede Apostólica, en los que, entre otras cosas, se
establezcan normas sobre las asambleas plenarias de la Conferencia, la co-
misión permanente de Obispos y la secretaría general de la Conferencia y se
constituyan también otros oficios y comisiones que, a juicio de la Conferen-
cia, puedan contribuir más eficazmente a alcanzar su fin».
Es preciso remitirnos a los tres cánones transcritos para entender el sentido
de la expresión del art. I.3 AJ, cuando dice que «El Estado reconoce la per-
sonalidad jurídica civil de la Conferencia Episcopal Española, de conformi-
dad con los Estatutos aprobados por la Santa Sede». El primero de los cáno-
nes, nos define la institución de la que estamos hablando; el segundo, esta-
blece el preceptivo requisito previo de la personalidad jurídica canónica (a
partir de la legítima erección de la entidad); y el tercero nos aclara que para
dicha legítima erección se precisa el establecimiento de unos estatutos apro-
bados por la Santa Sede, requisito sin el que la Conferencia Episcopal nun-
ca adquiriría personalidad canónica. En esos estatutos, también se determi-
nará el alcance de la capacidad jurídica y de obrar de la entidad, dato igual-
mente necesario por referencia expresa del Acuerdo, pues la capacidad canó-
nica trasladada, será el contenido de la capacidad civil reconocida.
Sólo nos queda precisar que, actualmente, la Conferencia Episcopal Españo-
la posee, a la luz del Derecho eclesiástico del Estado, una capacidad absolu-
ta para adquirir, retener, administrar y enajenar.
B. Las demás entidades orgánicas: el art. I.2 AJ establece: «La Iglesia puede or-
ganizarse libremente. En particular, puede crear, modificar o suprimir Dió-
cesis, Parroquias y otras circunscripciones territoriales, que gozarán de per-
sonalidad jurídica civil en cuanto la tengan canónica y ésta sea notificada a
los órganos competentes del Estado».
Como en el anterior caso, es necesaria la posesión previa de personalidad ju-
rídica canónica. Se mencionan las Diócesis, Parroquias y «otras circunscrip-
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3. EL RÉGIMEN TRANSITORIO
Se nos plantea el problema de qué ocurre con aquellas entidades que ya po-
seían personalidad jurídica civil antes de la entrada en vigor del AJ, pero que, en
muchos casos, estaban sometidas al régimen general para las fundaciones civiles.
La solución nos la ofrece el AJ en su art. I.4.1. De nuevo, debemos distinguir en-
tre una variada tipología:
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Como norma general hay que decir que el medio común de prueba son los
asientos del RER, con excepción de algunas situaciones muy especiales, exclusi-
vas de la Iglesia Católica (que no rigen para ninguna otra confesión religiosa).
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Los tres Acuerdos con la FEREDE, FCI y CIE tratan poco este tema; se pue-
de decir que les pareció bien el régimen establecido por la LOLR en general, y
que con eso tuvieron suficiente (ver el tema 8): solamente hicieron alguna pun-
tual y breve referencia: en concreto, en los tres textos se estableció en sus arts. 1.3
qué autoridad expedirá en cada caso el certificado de finalidad religiosa de las en-
tidades asociativas de cada cual:
a) La FEREDE: expide el certificado la Comisión Permanente de la FE-
REDE.
b) La FCI: se encarga la Secretaría General de la FCI.
c) La CIE: puede expedirla la Federación a la que pertenezca la entidad en
cuestión, de conformidad con la CIE, o esta misma si no pertenecen a
Federación alguna.
Aunque nada se dice acerca de los medios de prueba de la personalidad ju-
rídica, es evidente que tiene que ser –por necesidad– la inscripción en el RER.
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BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA
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TEMA 10
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d) Sistema del impuesto religioso: el Estado recaba a los fieles de una con-
fesión un cierto tributo, que va a parar íntegramente a la propia confesión.
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tar ya ésta la propiedad de buena parte de su patrimonio. Es por eso, por lo que el
art. 11 de la Constitución de 1837 establece, por primera vez, que «La Nación se
obliga a mantener el culto y los ministros de la Religión Católica que profesan los
españoles». Es un modo de indemnizar a la Iglesia por todo lo que se le había arre-
batado. Expresiones como la anterior se repetirán en lo sucesivo en otros textos pos-
teriores (Concordato de 1851, Constitución de 1869, Constitución de 1876, etc.).
La continuidad se quiebra con la Constitución republicana de 1931 en la que
se suprime el presupuesto eclesiástico para que se vaya extinguiendo en un perí-
odo de dos años. Poco dura esta situación pues, con la Ley de 9 de noviembre de
1939, el Movimiento franquista retrotrae la situación al estado en que se encon-
traba durante el período monárquico.
Más adelante se reorganizará el sistema por vía concordataria, inicialmente
a partir de acuerdos parciales (Acuerdo de 16 de julio de 1946), y después por
medio de un Concordato general (el de 1953). En este último Concordato no se
hace otra cosa que elevar al rango de Acuerdo algo que ya la praxis venía hacien-
do desde los Presupuestos Generales del Estado de 1940: el Estado Español se
compromete a cooperar con la Iglesia Católica en la consecución de un patrimo-
nio «congruente con su función», si bien, mientras eso no se logre, cubrirá el suel-
do del clero, a la vez que subvencionará la conservación del patrimonio eclesiás-
tico subsistente. La recuperación del patrimonio eclesiástico quedó en utopía; la
consignación presupuestarla por piezas se justificó por la concepción del Estado
confesional, y a modo de compensación por los bienes perdidos por la Iglesia du-
rante la desamortización; asimismo, las subvenciones no se consideraron dona-
ciones o liberalidades estatales, sino contraprestaciones justas y debidas a la Igle-
sia por su contribución al bien común.
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irá descendiendo lo dado por el Estado como dotación presupuestaria (art. II.2. 2º
inciso AE); de este modo, y durante otro período mínimo de tres años, se manten-
drá el mismo nivel de ingresos, pues el Estado suple hasta donde no alcance la
asignación. Se trata de la fase en la que, en la práctica nos encontramos, si bien
teóricamente ya habríamos pasado a la siguiente.
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BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA
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TEMA 11
EL PATRIMONIO CULTURAL
EN EL DERECHO ESPAÑOL
1. CUESTIONES PREVIAS
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Art. 28.1 L.PH: «Los bienes muebles declarados de interés cultural y los
incluidos en el Inventario General que estén en posesión de institucio-
nes eclesiásticas, en cualquiera de sus establecimientos o dependencias,
no podrán transmitiese por titulo oneroso o gratuito, ni cederse a parti-
culares ni a entidades mercantiles. Dichos bienes solo podrán ser enaje-
nados o cedidos al Estado, a entidades de Derecho Público o a otras ins-
tituciones eclesiásticas».
D.T. 5ª LPH: «En los diez años siguientes a la entrada en vigor de esta
Ley, lo dispuesto en el artículo 28.1 de la misma se entenderá referido a
los bienes muebles integrantes del Patrimonio Histórico Español en po-
sesión de las instituciones eclesiásticas».
Queda claro que el Estado se asegura de que la Iglesia no transmita los bien-
es culturales a nadie que no sea ella misma o el propio Estado. Aunque se refie-
ra a las «instituciones eclesiásticas», la principal afectada –aunque no la única–
por estos preceptos es la Iglesia Católica.
2º) Problemas de aplicación de la LPH: veamos algunos de los principales
problemas que se presentan a la hora de aplicarla.
a) Está hoy en día claro que la regulación de la LPH incluye el patrimo-
nio cultural de la Iglesia Católica, y ello por diversos motivos: el más
obvio es que, no sólo no se excluye en ningún momento dicho patri-
monio en la LPH, sino que en ocasiones se cita expresamente; otro
motivo, de puro sentido común, es que si la LPH no se referirse al pa-
trimonio eclesiástico, quedaría prácticamente vacía de contenido, pues
el 80% del patrimonio cultural español está, en poder de la Iglesia Ca-
tólica; en todo caso, incluso en el documento mencionado de la Comi-
sión Mixta se hace referencia, indirecta pero clara, a la LPH (art. 3º d).
b) Aunque la LPH no esté mucho en la línea de la cooperación con la
Iglesia Católica, que se predica en el AEAC, como la fórmula de és-
te fue tan sumamente ambigua como para aceptar casi cualquier sis-
tema, no se puede decir que la LPH sea frontalmente contraria a
aquél. Además, al ser una ley general para la globalidad del patri-
monio cultural, tampoco era preciso el acuerdo con todos los titula-
res implicados.
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Estamos ante uno de los pocos casos en los que los tres Acuerdos de coope-
ración no son unánimes, pues sólo hallamos la regulación de este aspecto en el de
la CIE y en el de la FCI; el de la FEREDE nada estableció. El art. 13 de los Acuer-
dos de la CIE y la FCI dicen que:
a) Existe un compromiso de cooperación «en la conservación y fomento
del patrimonio histórico, artístico y cultural».
b) El patrimonio cultural de la confesión está al servicio de la sociedad pa-
ra su contemplación y estudio.
c) Se fijan los términos concretos de la cooperación en las siguientes acti-
vidades: catálogos e inventarios, creación de patronatos, fundaciones u
otras instituciones de carácter cultural.
En cuanto al tema de la aplicación de la LPH nos damos cuenta de que tam-
bién habría que hacer aquí mención del comentado art. 28.1 LPH, pues en él se
refiere al patrimonio en manos de las «instituciones eclesiásticas» (empleado en
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BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA
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Módulo III
LA DIMENSIÓN INDIVIDUAL
DE LA LIBERTAD RELIGIOSA:
LOS DERECHOS Y LIBERTADES
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TEMA 12
LA LIBERTAD DE ENSEÑANZA
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BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA
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TEMA 13
ASPECTOS CONSTITUCIONALES DE LA
LIBERTAD DE ENSEÑANZA
1. LA LIBERTAD DE CÁTEDRA
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tura de sus axiomas en los hechos de la vida privada, que el exacerbado segui-
miento de las mismas, con meras palabras a las horas de clase. Eso sí, no perda-
mos la perspectiva de que las actitudes vitales, en todo caso, deben ser notorias y
evidentes, y tienen que poder incidir en la labor educativa del centro de forma
contraria al ideario preestablecido públicamente.
Considerar esto de otro modo, pondría en peligro dos de los derechos funda-
mentales que dimanan directamente de la libertad de enseñanza, como son tanto
el que estamos mencionando, es decir, el derecho de los titulares a establecer un
ideario educativo en sus propios centros, como los derechos de elección de los pa-
dres, que han escogido esa y no otra institución, confiados en que allí se inculca-
rá a sus hijos un determinado sistema de valores, que es el que configura el pro-
yecto educativo hecho público por ellos.
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el que fuese contraria la filosofía moral o religiosa que los padres prefieran, la es-
cuela privada no vendría obligada a impartirla, porque –como ya se ha dicho en
alguna ocasión– los derechos de los padres se autolimitan por propia voluntad, es
decir, a partir de la propia elección realizada.
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La fuerza de este derecho del alumno reside en que actúa como el principal
dique de contención con el que se enfrentan los derechos de los otros miembros
de la comunidad educativa: gracias a él, por poner un ejemplo significativo, se
acota la libertad de cátedra en los centros públicos de enseñanza superior, que de
otro modo sería casi absoluta.
Al igual que ocurría con los derechos de los padres, también los alumnos,
aparte de lo que es el desarrollo estrictamente constitucional de su libertad de en-
señanza, han sido tenidos en cuenta en la redacción de la LOCE (art. 2) al tratar
de sus derechos y obligaciones legales; en este sentido, se parte de unas premisas
iniciales para después concretar los derechos y deberes; dichas premisas serían:
a) Tienen iguales derechos con independencia de su edad y nivel educativo.
b) Tienen el derecho y el deber de conocer la Constitución Española y su
respectivo Estatuto de autonomía.
c) Tienen derecho a que su dedicación y esfuerzo sean valorados y reco-
nocidos con objetividad y a recibir orientación educativa y profesional.
En cuanto a los derechos básicos de los alumnos se establecen en la Ley los
siguientes:
a) A recibir una educación integral que colabore en el pleno desarrollo de
su personalidad.
b) A que se respeten su libertad de conciencia, sus convicciones religiosas
y morales.
c) A que se respeten su integridad física o moral y su dignidad personal
f) A recibir ayudas y apoyos que compensen sus carencias o desventajas.
h) A participar en el funcionamiento y en la vida escolar.
Finalmente, y como ningún miembro de la comunidad educativa posee sólo
prerrogativas sin obligaciones, se configuran como deberes básicos del alumno:
a) El estudio, que se concreta en:
1. Participar en las actividades formativas.
2. Seguir las directrices del profesorado.
3. Asistir a clase con puntualidad.
4. Participar en la mejora de la convivencia escolar, respetando el de-
recho de sus compañeros a la educación.
b) El respeto de la libertad de conciencia y de las convicciones religiosas
y morales de los demás miembros de la comunidad.
c) El respeto de la dignidad, integridad e intimidad de los demás.
d) El respeto de las normas de organización, de convivencia y de disciplina.
e) El buen uso y la conservación de las instalaciones y material didác-
tico del centro.
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BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA
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TEMA 14
LA FINANCIACIÓN DE LA ENSEÑANZA
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No ha sucedido otra cosa que lo que los constituyentes esperaban que ocurrie-
ra: ellos decían que acabaría siendo el legislador el que fijase en cada momento
hasta dónde alcanza la obligatoriedad de la enseñanza, dato preciso del que se de-
duciría qué niveles educativos mínimos serán gratuitos por mor de la Constitución.
Otra de las cuestiones que surgen en los debates parlamentarios es el acuer-
do existente entre los constituyentes en el hecho de que el art. 27.4 CE gratui-
za la enseñanza en cualquier centro, sea público o privado; es decir, que todo
padre puede reclamar que –en los niveles obligatorios– se sufrague, por parte
del Estado, el coste total de la educación de sus hijos, allá donde ellos hayan es-
cogido que se les imparta.
Aunque esa sea la línea marcada por la interpretación auténtica de nuestra
Constitución, la STC 86/1985 de 19 de julio le ha dado un sentido contrario a la
cuestión: en dicha sentencia, se sostiene que el art. 27.4 CE no se debe entender
como un derecho que los padres ostentan a la gratuidad de la enseñanza en cual-
quier centro de su elección (público o privado): los poderes públicos ofrecerán la
instrucción gratuita en sus propias escuelas o en las privadas subvencionadas con
capital público (las actuales escuelas concertadas). Si los particulares escogen un
centro diferente a estos –en ejercicio de su libertad de elección– no existirá obli-
gación estatal alguna de cubrir los gastos resultantes. Me parece una decisión ló-
gica, pues el dinero público, desgraciadamente, no es ilimitado, y los escasos re-
cursos con los que se cuenta, se deben repartir con criterios coherentes y objeti-
vos, sin atender a las preferencias o a los caprichos de los particulares. Mientras
la libertad de elección de centros quede garantizada, y el Estado asuma la deman-
da gratuita de enseñanza, los padres no pueden pedir que se sufraguen opciones
no previstas por la oferta pública.
En la misma Sentencia, el Tribunal Constitucional concreta que el derecho de
todos a la educación posee un doble contenido, el de libertad y el prestacional. La
principal manifestación de la vertiente prestacional –ofrecida por los poderes pú-
blicos, que son los únicos obligados por el precepto–, la hallamos en la oferta gra-
tuita que éstas deben hacer de escuelas de niveles obligatorios; eso, claro está, en
el caso de que los padres quieran acogerse a esta opción (pues son muy libres de
pagar por la educación de sus hijos, sí así lo desean, y se lo pueden permitir).
Lo anterior no significa que el Estado sólo tenga que garantizar la enseñan-
za básica gratuita, sino que es el mínimo que la Norma Fundamental le impone:
si los medios presupuestarios lo permiten, se puede decidir ayudar a otros niveles
educativos, como está ocurriendo en la actualidad, pero eso es una cuestión de de-
cisión puramente política.
Lo mismo, pero ampliado, se afirma en otra sentencia, la STC 77/1985 de 27
de junio (que cuestionó algunos artículos del Proyecto de la LODE), donde se di-
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ce que el hecho de que el art. 27.4 CE establezca la ayuda económica a los cen-
tros privados de enseñanza obligatoria, no significa –ni mucho menos– que el Es-
tado sólo pueda subvencionar a este tipo de escuelas; lo único que quiere decir es
que este apartado de la Constitución se refiere a los centros docentes que impar-
tan niveles básicos y que, si los poderes públicos consideran pertinente cooperar
con los demás grados educativos, lo pueden hacer por otras vías (como la que
ofrece el art. 27. 9 CE, que enseguida vamos a ver), que no son constitucional-
mente imperativas como ésta, sino que provienen de la voluntad legislativa.
En esa última sentencia citada, se realiza un comentario al art. 51.2 de la LO-
DE (bastante puntual, por cierto, pero que, puestos a mencionarlo, este es el lu-
gar para hacerlo), que establece que las actividades extraescolares, complementa-
rias o de servicios que brinden los centros privados subvencionados no podrán te-
ner carácter lucrativo; el Tribunal Constitucional, ante la cuestión, afirma que se
trata de un requisito acorde a nuestra Norma Fundamental, pues carecería de to-
da lógica que el Estado esté cubriendo el nivel docente primario, asegurando su
gratuidad para cumplir con el directo mandato constitucional, mientras, por el
otro lado, los titulares están obteniendo un beneficio empresarial por medio de las
actividades secundarias que, aunque contribuyan a la formación integral del
alumno, no son necesarias para su educación básica.
Eso no significa que no se pueda instar a los padres al pago de cierta cantidad
para el estricto sostenimiento de dichas actividades (que deberán tener, en todo caso,
carácter voluntario), siempre que –previa autorización administrativa– se asegure que
el centro no está logrando así ganancia alguna. En esas mismas escuelas concertadas
sí son posibles las actividades lucrativas (tanto docentes como complementarlas o de
servicios), pero en los niveles educativos no sometidos al régimen de conciertos.
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Tal como reza el art. 64.3 LOCE los centros concertados son aquellos «cen-
tros privados sostenidos con fondos públicos» que, sin perder su naturaleza jurí-
dica de centros privados (pues no por percibir dinero estatal se convierten en pú-
blicos), prestan un servicio de interés público a la educación, impartiendo las en-
señanzas declaradas gratuitas (art. 75.1 LOCE). Podrán acogerse al régimen de
conciertos todos aquellos centros que, habiéndolo solicitado, cumplan determina-
dos requisitos legales.
El concierto, en todo caso, establecerá los derechos y obligaciones a las que
se comprometen de forma recíproca el centro privado y la Administración educa-
tiva en cuanto a «régimen económico, duración, prórroga y extinción del mismo,
número de unidades escolares concertadas y demás condiciones de impartición de
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la enseñanza» (art. 75.3 LOCE). Asimismo, podrán afectar a varios centros, siem-
pre que pertenezcan a un mismo titular (art. 75.4 LOCE).
Si el Estado no pudiese cubrir toda la dotación económica que la enseñanza
privada reclama, se dará preferencia a los conciertos con las escuelas que tengan
ciertas características (art. 75.5 LOCE):
a) Las que impartan la enseñanza básica.
b) Las que satisfagan necesidades de escolarización.
c) Las que atiendan a poblaciones escolares de condiciones socioeconómi-
cas desfavorables.
d) Las que realicen experiencias de interés pedagógico para el sistema
educativo.
e) Las que, cumpliendo algo de lo anterior, sean centros cuyo funciona-
miento resulte en régimen de cooperativa.
Una vez se logra firmar el concierto con el Estado surgen una serie de dere-
chos y obligaciones para el centro privado, dignas de ser mencionadas:
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1º El Director.
2º Tres representantes designados por el titular del centro.
3º Cuatro representantes elegidos por los profesores.
4º Cuatro representantes elegidos por el colectivo de padres y/o tuto-
res de los alumnos, uno de ellos, directamente designado por la aso-
ciación de padres más representativa.
5º Dos representantes de los alumnos (a partir de 3º de ESO).
6º Un representante del personal de administración y servicios
7º En aquellos centros que se ofrezcan aulas especializadas, tam-
bién habrá un representante del personal de atención educativa
complementaria.
8º En los centros que se imparta Formación profesional específica, se
podrá incorporar un representante del mundo de la empresa (desig-
nado por las organizaciones empresariales).
9º Podrán asistir a las deliberaciones cuando sean convocados (con voz
pero sin voto) los demás órganos unipersonales del centro.
10º Los alumnos participarán en las deliberaciones y decisiones.
Las funciones que tiene atribuidas son:
a) Intervenir (por mayoría absoluta) en la designación y cese del director.
b) Participar en la designación y despido del profesorado, bien estable-
ciendo los criterios de selección (siempre basados en el mérito y la
capacidad), bien pronunciándose positivamente (por mayoría abso-
luta) acerca del cese.
c) Garantizar el cumplimiento de los criterios legales de admisión de
alumnos.
d) Aprobar el presupuesto anual del centro que propone el titular acer-
ca de los fondos públicos y cantidades autorizadas, así como la ren-
dición de cuentas anual.
e) Informar la programación general anual del centro, aprobada por el
equipo directivo.
f) Participar en la aplicación de la línea pedagógica del centro y ela-
borar las directrices para la realización de actividades escolares
complementarias, extraescolares y servicios escolares.
g) Proponer a la Administración la autorización para percibir canti-
dades de los padres por la realización de actividades escolares
complementarias.
h) Aprobar las cantidades a percibir por los padres (a propuesta del titu-
lar) en concepto de actividades extraescolares y servicios escolares.
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Tal como dije al tratar el art. 27.3 CE en los temas anteriores, considero (en
contra de buena parte de la doctrina) que el derecho fundamental allí estableci-
do resulta una garantía prestacional que el Estado está llamado a sufragar, es
decir, que cualquier padre puede exigir que a sus hijos les sea impartida en con-
diciones de gratuidad la educación religiosa que escoja. Eso es así, en cuales-
quiera de los centros sostenidos con fondos públicos, sean del propio Estado,
sean privados concertados (si el hecho de ofrecerla no colisiona frontalmente
con su ideario educativo). Lo que no se puede reclamar es que la formación re-
ligiosa sea gratuita en las escuelas privadas no subvencionadas, porque no es
coherente sufragar lo menos cuando no se está cubriendo lo más (que es la edu-
cación general en sí misma).
Existen diversos modos de hacer efectiva la financiación de la educación re-
ligiosa en los centros sostenidos con fondos públicos:
a) Que sea el Estado el que pague directamente el sueldo al profesor de
Religión.
b) Que el Estado entregue a la autoridad religiosa del lugar un tanto alza-
do en pago del profesorado en general.
c) Que la propia confesión religiosa desee, por voluntad unilateral, asumir
el coste de su formación religiosa en las escuelas.
Lo que debe quedar claro es que la cantidad máxima que perciba el profeso-
rado de una confesión determinada, en concepto de pago por la formación reli-
giosa escolar en centros públicos o privados subvencionados, se puede convertir
en el paradigma extensivo de lo que pueden llegar a reclamar las demás confesio-
nes si concurren las mismas circunstancias.
Finalmente, resta decir que es un criterio acorde con la Constitución que el
Estado prefiera contratar a un profesor de Religión que ya forme parte del Claus-
tro del colegio en cuestión (impartiendo otras materias) pues el coste que le su-
pone resulta menor. Eso, siempre que el docente esté suficientemente cualificado
para ello, haya sido aceptado tanto por la Administración educativa como por la
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confesión de la que se trate, y que –además– no haya sido obligado por nadie a
impartir la formación religiosa.
BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA
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TEMA 15
LA ENSEÑANZA RELIGIOSA
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gimen general; en todos ellos, con la salvedad del nivel (no obligatorio) de Edu-
cación Infantil (donde se concreta, eso sí, entre sus finalidades el desarrollo «mo-
ral» del niño –art. 11 LOCE–), se incorpora como área de conocimiento obliga-
toria la de «Sociedad, Cultura y Religión»5. De este modo, dicha disciplina será
de recepción obligatoria durante la Educación Primaria (art. 16.2 LOCE), la Edu-
cación Secundaria Obligatoria (art. 23.1 LOCE) –donde además se dará Ética– y
el Bachillerato (art. 35.5 LOCE).
Este área o asignatura, como concreta la D.A. 2ª LOCE, comprende dos op-
ciones, de obligatoria oferta por los centros, de las que, necesariamente, se tiene
que escoger una:
a) La opción confesional: los padres o, en su caso, los alumnos pueden esco-
ger la enseñanza de cualquiera de las confesiones que poseen acuerdo de co-
operación con España, ajustándose, respecto de su contenido, profesorado,
libros de texto y sistema pedagógico a lo que en ellos se haya establecido so-
bre el particular.
Los profesores que, no siendo a la vez funcionarios docentes impartan estas
enseñanzas en los centros públicos, «lo harán en régimen de contratación la-
boral, de duración determinada y coincidente con el curso escolar, a tiempo
completo o parcial» (D.A. 2ª.4 LOCE). Sus retribuciones se equipararán a
las percibidas por los profesores interinos del mismo nivel educativo.
b) La opción no confesional: poco se dice sobre ella, salvo que su contenido
será fijado por el Gobierno como enseñanzas comunes.
5
Hay que decir que el desarrollo curricular actual de la asignatura Sociedad, Cultura y Religión, con
sus dos vertientes, confesional o no confesional, parece que es una de las cuestiones que va a desapare-
cer en breve a partir del nuevo signo político socialista del Gobierno. Todo augura a que volverá a que-
dar como estaba regulado en la LOGSE, esto es, como una asignatura sin valor curricular, de oferta obli-
gatoria por los centros, pero de elección voluntaria por los padres.
Por el momento ha habido ya dos actuaciones en este sentido que retrasan la implantación curricular de
la asignatura: el R.D. 827/2003, de 27 de junio, en su D. T. 1ª, que la aplaza hasta el curso 2006-2007, y
el reciente R.D. 1318/2004, de 28 de mayo, que la vuelve a atrasar hasta el curso2009-2010 (Art. 1.4).
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exigir que su concreta formación –la católica– pueda ser reclamada por cualquier
padre en cualquier centro público o privado (siempre que en estos últimos no co-
lisione con su ideario educativo). Me voy a centrar en las escuelas públicas, que
son las que, como brazos directos de los poderes públicos, tienen que hacer efec-
tivo el derecho de prestación al que el Estado está obligado.
Las características de la formación religiosa católica en los centros públicos,
a la luz del Acuerdo con la Santa Sede sobre Enseñanza son las siguientes:
2ª) Obligación de la oferta religiosa católica para que se pueda llevar a ca-
bo la elección paterna en todos los centros educativos (art. II.1 y 2). No especifi-
ca si sólo es en los públicos o también en los privados, y dentro de estos últimos,
si en los enteramente privados o en los subvencionados; creo que se debe enten-
der que se ofrecerá en todas las instituciones públicas y en las privadas subven-
cionadas en las que la asignatura de religión católica no colisione con el carácter
propio. De ahí que, al comenzar a enunciar las características, se haya dicho que
nos referimos a los centros públicos.
5ª) Designación del profesorado de Religión Católica (art. III): cada año, la
autoridad académica establece el profesorado, de entre aquellos que proponga el Or-
dinario diocesano, prefiriéndose a los docentes que –además– sean profesores de los
niveles educativos en los que enseñarán. Este profesorado, que pertenece a todos los
efectos al Claustro de Profesores del respectivo centro, se somete al mismo régimen
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I. LA ENSEÑANZA
disciplinario general que sus demás colegas (art. VI). Hay que decir que esto no
siempre se ha llevado a la práctica, pues, por ejemplo, en la actualidad, no se permi-
te a un docente que sólo imparta la asignatura de Religión el acceso al cargo de Di-
rector del Centro, con lo que poca equiparación a los demás se le está dando.
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2º) Los centros de ciencias sagradas: Lo primero que hay que decir es que,
aunque pueda parecer que su fundamento constitucional se halla simplemente en
la libertad de enseñanza, en realidad, su verdadera base está en la libertad religio-
sa, pues más que de educación se está hablando de adoctrinamiento religioso, o
mejor, de formación de los futuros ministros de culto (aunque los mismos centros
ofrezcan también los estudios comunes, pretendiendo que adquieran eficacia ci-
vil). Hay dos preceptos que aluden a estos centros, que son:
a) Art. VIII: «La Iglesia Católica puede establecer Seminarios Menores
diocesanos y religiosos, cuyo carácter específico será respetado por el
Estado».
b) Art. XI: «La Iglesia, a tenor de su propio derecho conserva su autono-
mía para establecer Universidades, Facultades, Institutos Superiores y
otros centros de Ciencias Eclesiásticas para la Formación de sacerdotes,
religiosos y seglares».
Entre los dos artículos se extrae la posibilidad de la Iglesia de crear tres ti-
pos de centros:
1. Seminarios menores: (art. Vlll) son aquellos centros en los que se im-
parten los primeros años de la carrera sacerdotal. Según el c. 234 CIC
en ellos se ofrece «una peculiar formación religiosa junto con la en-
señanza humanística o científica», similar esta última a la que recibi-
ría cualquier joven de la misma región para acceder a los estudios su-
periores civiles.
2. Seminarios mayores: (art. XI, en la expresión «otros centros de cien-
cias eclesiásticas») son aquellos centros donde los jóvenes reciben
«tanto la conveniente formación espiritual como la que es adecuada
para el cumplimiento de los deberes propios del sacerdocio (…) du-
rante todo el tiempo de la formación o, por lo menos durante cuatro
años…» (c. 235 CIC).
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de atacar ninguna convicción religiosa, por el respeto que merecen todas por sí
mismas, Eso es algo que deriva de la propia libertad de enseñanza, relacionada
con la libertad ideológica. Una vez más, hay que recordar la necesidad de que la
enseñanza pública sea neutral, para que se lleve a cabo el auténtico respeto de to-
das las creencias.
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BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA:
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TEMA 16
LA OBJECIÓN DE CONCIENCIA
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to, o bien eximiendo de la pena una vez se ha incumplido. En este sentido, debe
quedar claro que la objeción de conciencia no es una autorización para incumplir
el derecho, sino una cláusula que, en atención a la conciencia, permite eludir el
cumplimiento de determinadas obligaciones, o el padecimiento de ciertas sancio-
nes. Cuando existe objeción de conciencia, en realidad no hay desobediencia, si-
no una norma que da cobertura a un incumplimiento.
El hecho de que ciertas objeciones de conciencia se admitan en el ordena-
miento jurídico, puede significar que la obligación en que se fundan esté llama-
da a desaparecer, por haber quedado obsoleta; en otros casos, es posible que se
trate de obligaciones perfectamente legítimas, incluso con rango constitucional,
que el Estado permite que sean incumplidas por cierta minoría, en atención a su
conciencia individual.
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Algunas de las pautas que NAVARRO VALLS sugiere que debe seguir el
juez en su valoración son:
1. El nivel de peligrosidad social que comporte la conducta, siendo más
peligrosas las activas que las pasivas.
2. Las objeciones con trasfondo religioso merecen mayor tutela que las de
mero trasfondo ideológico.
3. La observancia de la diferencia entre los tipos de violaciones pro-
ducidas:
A. Violaciones absolutas: la obligación que se ha tenido que contrave-
nir, suponía que la persona actuase en contra de su conciencia bajo
pena económica o personal.
B. Violaciones relativas: más que de una obligación jurídica, se trata de
que el contenido sobre el que se objeta resulte ser un requisito o
condición para obtener cierto beneficio, siendo el objetor libre de
querer, o no querer, obtenerlo. El objetor tiene que considerar que
se encuentra en inferioridad de condiciones respecto de los que no
comparten sus convicciones. En las violaciones relativas, habría
menos excusa para objetar que en las absolutas.
Como idea final, este mismo autor ha manifestado en alguna ocasión que de
lo que, en el fondo se trata es de «atender a las circunstancias concretas para de-
terminar cuál de los bienes jurídicos en conflicto debe prevalecer y en qué medi-
da se puede conseguir la menor lesión para el derecho llamado a ceder. (…) La
solución de los conflictos debe hacerse caso por caso, ponderando individualiza-
damente los derechos en juego, para llegar a una solución que armonice el ejer-
cicio de derechos y libertades de los ciudadanos con el respeto a los principios
elementales que configuran la sociedad democrática y, en su caso, a los derechos
de los demás» (NAVARRO VALLS).
BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA
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GOTI ORDEÑANA, Juan, Sistema de Derecho eclesiástico del Estado, San Se-
bastián, 2º vol. (Parte Especial) 1992, Imprenta G. Kursaal, págs. 299 y ss.
IBÁN, Iván C. y otros, Curso de Derecho eclesiástico, Madrid, 1991, Ed. Servi-
cio de Publicaciones de la Facultad de Derecho de la Univeridad Compluten-
se, págs. 343 y ss.
LLAMAZARES FERNÁNDEZ, Dionisio, Derecho eclesiástico del Estado. De-
recho de la libertad de conciencia, Madrid, 1991 (2ª edición), Servicio de
Publicaciones de la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense,
págs. 587 y ss.
MARTÍNEZ BLANCO, Antonio, Derecho eclesiástico del Estado, Madrid, (2º
vol.) 1993, Ed. Tecnos, págs. 126 y ss.
NAVARRO VALLS, Rafael (Coord.) y otros, Derecho eclesiástico del Estado Es-
pañol, Pamplona, 1993 (3ª edición), EUNSA, págs. 490 y ss.
NAVARRO VALLS, Rafael, “Laicidad y simbología religiosa”, El Mundo, 22 de
diciembre del 2003.
SOUTO PAZ, José Antonio, Derecho eclesiástico del Estado, El derecho de la li-
bertad de ideas y creencias, Madrid, 1992 , Ed. Marcial Pons, págs. 113 y ss.
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TEMA 17
1. NOCIÓN
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Russell; finalmente, entre las ideologías políticas, sobre todo encontramos la de-
manda en el anarquismo, el neutralismo, el internacionalismo, el nacionalismo, y
otros movimientos contrarios a una guerra determinada.
En nuestro ordenamiento jurídico, como se dijo en el tema anterior, ésta es
la única modalidad de objeción que se encuentra expresamente referida en la
Constitución, aunque, como se verá, de forma bastante parcial; en concreto, en el
art. 30, que dice: «1. Los españoles tienen el derecho y el deber de defender a Es-
paña. 2. La ley fijará las obligaciones militares de los españoles y regulará, con
las debidas garantías la objeción de conciencia, así como las demás causas de
exención del servicio militar obligatorio, pudiendo imponer, en su caso, una pres-
tación social sustitutoria. 3. Podrá establecerse un servicio civil para el cumpli-
miento de fines de interés general. (…)». Este derecho constitucional fue, en su
momento, desarrollado por las Leyes 48/1984, de 26 de diciembre, y 22/1998 de
6 de julio, reguladoras de la Objeción de conciencia y de la Prestación Social Sus-
titutoria (en adelante, L.O.C.84 y L.O.C.98) y el R.D. 700/1999, por el que se
aprueba el Reglamento de la Objeción de conciencia y la prestación social susti-
tutoria. En la actualidad, aunque la nueva Ley 17/1999 de 18 de mayo, de Régi-
men del Personal de las Fuerzas Armadas no derogue expresamente la de Obje-
ción de conciencia (no podría hacerlo, al ser ésta última de mayor rango legisla-
tivo), la ha vaciado de contenido al desaparecer el supuesto fáctico que le daba
fundamento: el servicio militar obligatorio.
La objeción de conciencia al servicio militar es la negativa de un sujeto, por
motivos de conciencia, a prestar el servicio militar obligatorio o a participar, por
reclutamiento forzoso, en un conflicto bélico; la doctrina añade a esa definición
inicial otros dos supuestos que ahí no quedarían incorporados porque, aunque
también sean objeciones de conciencia al servicio militar, poseen su propio tér-
mino definitorio específico: son el caso de que la disponibilidad militar sea con-
dición para obtener un beneficio o un cargo público (la llamada objeción de con-
ciencia relativa), y el que consiste en que la negativa no sólo surja contra la rea-
lización del servicio militar, sino incluso contra la prestación social sustitutoria
(la denominada insumisión). Asimismo, veremos cómo el nuevo establecimiento,
en nuestro Derecho, de un ejército profesional nos obliga a replantearnos otras
posibles acepciones que hasta ahora en España resultaban desconocidas.
El presupuesto previo necesario para que pueda darse esta figura es la exis-
tencia de un servicio militar obligatorio o de un reclutamiento forzoso; la obje-
ción pierde gran parte de su sentido cuando existe la opción alternativa de reali-
zar un servicio civil (la llamada prestación social sustitutoria), aunque se podría
sostener que vuelve a recuperar su fundamento último, si a la conciencia del su-
jeto, no sólo le es imposible realizar el servicio en filas, sino que igual contradic-
ción interna le supone llevar a cabo la prestación social a la que se le obliga (en
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a) Los militares profesionales: a su vez pueden ser de carrera (que son los
mandos con relación de servicios permanente), de complemento (también son
mandos pero con relación de servicios temporal) o de tropa y marinería (no son
mandos y tienen relación de servicios temporal).
b) Reservistas: que pueden ser temporales (los que fueron militares profe-
sionales), voluntarios (que optan a esta condición) y los obligatorios (declarados
como tales por el Gobierno).
De todos estos tipos de militares, la Ley sólo reconoce expresamente la po-
sibilidad de objetar por motivos de conciencia a los últimos, es decir, a los reser-
vistas obligatorios (art. 180 Ley 17/1999). Dicho artículo establece que éstos «po-
drán efectuar declaración de objeción de conciencia a prestar servicio en las Fuer-
zas Armadas y en otras organizaciones con fines de interés general en las que se
requiera el empleo de armas. Dicha declaración, efectuada por el interesado, no
requerirá ningún otro trámite de aprobación. Los que se hayan declarado objeto-
res de conciencia sólo podrán ser asignados a organizaciones con fines de interés
general en las que no se requiera el empleo de armas».
De este modo, a partir de la simple declaración, sin ulteriores controles acerca
de los auténticos motivos de conciencia que provocan la objeción, se asignará di-
rectamente al sujeto a algún servicio que no exija el empleo de armas. Además, se
deduce del texto legal que la objeción tendría que hacerse efectiva al rellenar un
cuestionario voluntario que se remitirá a los declarados como reservistas obligato-
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rios antes de ser incorporados a las Fuerzas Armadas (art. 179 Ley 17/1999); una
vez realizada tal declaración, al objetor se le asignará un destino en alguna organi-
zación de interés general, sin adquirir, por ello, la condición de militar (art. 183 Ley
17/1999); como se ve, sólo se está aceptando la objeción de conciencia previa a la
incorporación, pues una vez el reservista obligatorio entra en filas, le es aplicable el
mismo régimen que a los reservistas voluntarios que se comentará a continuación.
El supuesto que acoge la Ley, también resulta limitado en otro sentido, pues
la objeción no necesariamente tiene que estar referida a la utilización de arma-
mento como tal, sino –quizá– a la participación o colaboración, aún indirecta, en
un conflicto bélico o en el propio sistema defensivo nacional. No siempre se tra-
ta del empleo, por uno mismo, de instrumentos para la muerte, sino, en ocasio-
nes, de la participación en una organización general con finalidades no pacíficas.
En otro sentido, recordemos que sólo se reconoce expresamente la objeción
de conciencia a los reservistas obligatorios, probablemente porque son los úni-
cos de toda la plantilla militar que no han escogido libremente su incorporación;
los demás, parece que no pueden ir en contra de sus propios actos, ejercidos de
forma libre; pero las cosas no siempre son tan simples como parecen: la concien-
cia es un concepto evolutivo y cambiante que se tiene que ir amoldando a las cir-
cunstancias que le sobrevienen; aparte de eso, tampoco hay que olvidar que el de-
recho fundamental de libertad religiosa incorpora en su contenido esencial la po-
sibilidad, no sólo de actuar en conciencia, sino, incluso, de cambiar de conviccio-
nes o de adaptarlas a las distintas realidades vitales.
Con base en lo dicho en el párrafo anterior, se percibe la ausencia del recono-
cimiento de la objeción de conciencia sobrevenida, y no sólo para los reservistas
temporales y voluntarios (a los que se asimila a los obligatorios, una vez incor-
porados), que pudieron errar en su opción; éstos siempre tendrán, o bien la salida
airosa que les ofrece el art. 165 L.17/1999, para los casos de misiones en el extran-
jero, que necesariamente deben tener carácter voluntario, sin petición de ulteriores
explicaciones, o bien, en caso de su «no incorporación» genérica a filas, la espe-
ranza de que la Delegación de Defensa que corresponda –art. 184 L. 17/1999– ten-
ga la suficiente sensibilidad como para considerar que la objeción de conciencia es
una de las «causas justificadas» que la pueden legítimamente provocar, no remi-
tiéndolo a los órganos judiciales competentes que vean el caso en vía penal. Am-
bas soluciones, en todo caso, no resuelven más que por la vía de hecho, un proble-
ma que el derecho se tendría que plantear, pues parece olvidarse que estamos –a
mi entender y en contra de lo que sostuvo durante la anterior concepción militar
nuestro Tribunal Constitucional– ante un auténtico derecho fundamental.
Se echa en falta, también, esa objeción de conciencia sobrevenida para los mi-
litares profesionales que, parece, que por vía contractual renuncian absolutamen-
te su derecho fundamental; la pérdida del derecho a la objeción de conciencia no
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era el objeto de su contrato de servicios con las Fuerzas Armadas, sino un efecto
colateral y, probablemente, no deseado –o incluso, ni siquiera planteado–, de la
aplicación de la L.17/1999 a su condición de militar. ¿O acaso la defensa de Espa-
ña, o el apoyo militar a alguna campaña derivado de un tratado internacional, por
parte de un individuo concreto, está por encima de su propia libertad de concien-
cia? Y ejemplos nos puede dar la realidad, en supuestos como los que nos ofrecen
los recientes avatares políticos, de consideración, por parte de algunos dirigentes
musulmanes integristas, de un conflicto bélico determinado como «guerra santa»;
podría haber en España militares profesionales musulmanes, a los que se planteen
serios problemas de conciencia para ir a luchar, llegado el caso, contra sus corre-
ligionarios; y eso no menoscaba en nada su condición de militar ni su futura dis-
ponibilidad, pues puede tratarse de problemas de conciencia ante un conflicto bé-
lico determinado, y no ante los conflictos armados como tales. Algo similar ha
ocurrido, aunque por motivos más políticos que religiosos, en la guerra contra Irak,
en la que se han planteado supuestos de objeción ideológica al participar junto con
los Estados Unidos y en contra de las resoluciones de las Naciones Unidas.
Pues bien, esos supuestos no están contemplados en la Ley y, ante la negati-
va –en conciencia– de un militar profesional sólo caben las soluciones adminis-
trativas previstas para la generalidad de los casos: o la espera de que finalice el
compromiso temporal adquirido con el ejército, o la renuncia a la condición de
militar, con el correspondiente resarcimiento económico al Estado (con un prea-
viso de seis meses, establecido en el art. 147 L.17/1999), o la resolución del com-
promiso –art.148.k L.17/1999– por «la petición expresa del interesado por cir-
cunstancias extraordinarias», de las que, esperemos, la objeción de conciencia
pueda ser una (esta resolución, también lleva aparejado el resarcimiento al Esta-
do por los costes y duración de los estudios realizados), o, finalmente, el incum-
plimiento de las obligaciones impuestas, que comportaría la sanción discipinaria
o penal, según el caso. En todos estos casos (salvo en el último), el militar profe-
sional pasaría a la reserva temporal, en la que los problemas de objeción de con-
ciencia sobrevenida se reproducirían.
Lo único que no parece contemplarse es el reconocimiento del derecho a la
objeción de conciencia sobrevenida, con la posible continuación de la vida y ca-
rrera militar profesional. De ahí se deduce que el legislador español ha conside-
rado incompatible la condición de militar con el libre desarrollo de la libertad re-
ligiosa en su más radical manifestación.
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este modo paliar la posible desprotección que llevaría aparejada la incorrecta in-
terpretación de su esencia?
Pero todo lo anterior sirve ya de poco, pues, recuérdese que la objeción de
conciencia que ampara el art. 30.2 CE es «una» de las «causas de exención del
servicio militar obligatorio»» y que, en nuestro actual sistema profesionalizado
de las Fuerzas Armadas, el servicio militar ya no resulta forzoso, excepción he-
cha del supuesto de los reservistas obligatorios. Eso comporta que la especialidad
constitucional prevista en el art. 30 CE para la objeción de conciencia planteada
frente al fenómeno del servicio militar obligatorio ha dejado prácticamente de te-
ner sentido, al desaparecer el supuesto fáctico que le daba carta de naturaleza. No
habiendo ya servicio militar obligatorio (salvo, reitero, en el caso de los reservis-
tas obligatorios), la objeción de conciencia deja de ser una de sus causas de exen-
ción, y la materia de la objeción de conciencia del personal profesional o reser-
vista de las Fuerzas Armadas, queda devuelta a su lugar natural, el art. 16 CE, de
donde nunca debió salir.
Eso supone que, como tal derecho fundamental (comprendido en el conte-
nido esencial de la libertad religiosa e ideológica) puede ser directamente ape-
lable por cualquier individuo, sea militar, sea civil ¿O es que los militares van
a ser menos «personas» que el resto de la población? Evidentemente, lo ante-
rior no significa que la extensión de su derecho sea ilimitada, como no lo es la
de ningún derecho, por muy fundamental que sea; en este caso, por expreso
mandato constitucional, debe quedar acotado por el necesario mantenimiento
del orden público; pero un derecho «limitado» no es lo mismo que un derecho
tajantemente «suprimido».
De ahí que se aprecie la necesidad de llevar ya a cabo la regulación jurídica
–orgánica– de las demás objeciones de conciencia que se pueden plantear al res-
to de la comunidad militar, y no sólo la actual de los reservistas obligatorios (que,
si se quiere, son los únicos todavía afectados por la posible «rebaja» constitucio-
nal, del art. 30.2. CE, para su desarrollo legislativo); de otro modo, algo que po-
dría resultar tan sencillo como un mero trámite administrativo se verá abocado a
un proceso jurisdiccional que, por lógica, impedirá su agilidad, provocando, a su
vez un gasto absurdo e innecesario.
Además, al regularlo con las necesarias garantías legislativas, se podrá llevar
a cabo un auténtico debate de fondo acerca de la conveniencia de acotar, en uno
u otro sentido, este derecho para el personal militar, como –de hecho– se hizo en
su momento (o, por lo menos, se debió hacer) al promulgarse nuestras ya deroga-
das Leyes 48/1984 y 22/1998, reguladoras de Objeción de conciencia y de la
Prestación Social Sustitutoria.
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4. RÉGIMEN PENAL
A aquellos que no se les apliquen, aunque sea por vía indirecta, alguna de las
estudiadas posibilidades para poder objetar, lógicamente, se les tendrá que tratar
penalmente, en función de los siguientes delitos, sea en la jurisdicción militar (a
partir de la regulación del Código Penal Militar), sea en la ordinaria (del Código
Penal común). Los tipos previstos son:
a) No incorporación a filas sin causa justificada: (Prisión de seis meses a
dos años e inhabilitación absoluta de diez a catorce años). Art. 604 del
Código Penal.
b) Abandono de destino del militar profesional sin causa justificada por
más de tres días (Prisión de tres meses y un día a tres años. En caso de
guerra, la ausencia por más de veinticuatro horas, de tres a diez años).
Art. 119 del Código Penal Militar.
c) Deserción, o abandono con ánimo permanente de los militares profesio-
nales o reservistas incorporados (Prisión de dos años y cuatro meses a
seis años. En caso de guerra, de seis a quince años). Art. 120 del Códi-
go Penal Militar.
d) Incitación a militares a cometer deserción o abandono de destino (Prisión de
tres meses y un día a seis años. En caso de guerra, la misma pena que para
los autores de los respectivos delitos). Art. 129 del Código Penal Militar.
BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA
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sus propios actos, objetando por unos deberes que –voluntariamente– se ha com-
prometido a cumplir. Es arriesgado decir que la conciencia impide realizar algo
que el objetor mismo ha asumido libremente por voluntad contractual.
No obstante, el argumento anterior es fácilmente rebatible si nos fijamos en
que, en el contrato firmado con la Administración o la entidad de que se trate, no
se suele incorporar de forma explícita la obligación de realizar abortos: lo habitual
es que se remita –en cuanto a deberes– a los propios de la categoría profesional
que ostenta cada cual. La concreción de las obligaciones de cada categoría, pasa-
rá por la necesaria referencia al código deontológico del médico o del sanitario (se-
gún se trate), en el que tanta cabida tiene la opción abortista como la contraria, de-
pendiendo del momento en el que la conciencia, en este caso más que la ciencia,
considere que comienza la vida humana. Llegados a este punto, vemos que se cie-
rra el círculo argumental pues es –de nuevo– la conciencia la que, al fijar las obli-
gaciones profesionales en este extremo (por referencia al código deontológico),
decide si, en el contrato firmado, entran o no las prácticas abortivas: si se conside-
ra que no tienen cabida, nadie puede obligar al médico o al sanitario a realizarlas,
pudiendo éste –en dicho caso– ejercitar libremente su objeción de conciencia.
La defensa de la vida del nasciturus suele fundamentarse con base en cuatro
líneas de pensamiento:
a) Argumento deontológico: el feto es una realidad ontológica diferente de
su madre. No se puede ir en contra de la vida de ninguna de ambas.
b) Argumento ético o moral: «en el problema del aborto, la cronología no
modifica la ontología» (NAVARRO VALLS), lo que significa que el de-
recho a la existencia es un derecho fundamental de todos, porque en él
se apoya la realización del resto de los derechos.
c) Argumento religioso: la mayoría de las religiones están en contra del
aborto, porque lo consideran un atentado directo contra la vida hu-
mana inocente.
d) Argumento filosófico: es paradójico el creciente aumento de las tenden-
cias pro-abortistas, precisamente en una sociedad descreída de lo tras-
cendental, en la que lo único que tiene seguro la persona es su propia
existencia. No tiene demasiada lógica permitir que se vea atacada de nin-
guna manera, ni siquiera cuando aún se trata de una mera expectativa.
En la mayoría de países de nuestra órbita se reconoce hoy el aborto, o por lo
menos, alguna de sus modalidades: en EEUU, a la vez que se despenaliza prácti-
camente durante los primeros seis meses de embarazo, se prohibe cualquier dis-
criminación o sanción a los facultativos que se nieguen a realizarlos; incluso los
propios hospitales (sean públicos o privados) pueden establecer la cláusula de
prohibición de prácticas abortivas en sus instalaciones.
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excepciones se ven libres de condena por voluntad del legislador. Por eso, la ob-
jeción de conciencia al aborto –en el fondo– es una «objeción de legalidad», por-
que el médico que la plantea lo que hace es encuadrarse en la tónica general pro-
hibitiva, sin entrar a valorar si está, o no, frente a una de esas excepciones, que a
veces pueden no estar del todo claras en el supuesto de hecho; incluso, si se trans-
greden un poco los límites de la excepción, se llega a la comisión del tipo delic-
tivo (hecho ante el que el objetor se guarda las espaldas).
Lo expuesto provoca que, en caso de colisión entre la voluntad de la madre
de que se le practique un aborto y la objeción de conciencia del médico a reali-
zarlo, vence el derecho del último, que posee su propia cobertura constitucional,
en tanto que la facultad de la madre sólo se fundamenta en la excepción legalmen-
te establecida a una prohibición general: no existe el «derecho al aborto», sino la
simple garantía de que, si se lleva a cabo en ciertos supuestos, no se castigará.
Por estas razones, el médico o el personal sanitario que objeta, lo puede ha-
cer sin necesidad de proclamarse objetor, llegando incluso a argüir –como se di-
jo antes– que, entre sus obligaciones no se encuentra la de acabar directamente
con la vida humana, o con la expectativa de ésta (de igual modo que han funda-
mentado muchos médicos estadounidenses su negativa a colocar la inyección le-
tal a reos de muerte).
Por su propia naturaleza, esta objeción no puede comportar la opción alter-
nativa de la prestación social sustitutoria.
Esta clase de objeción se plantea en los casos en que ciertos pacientes, por
razón de sus convicciones religiosas, se niegan a recibir determinados tratamien-
tos médicos que pueden ser necesarios para el mantenimiento de su vida o de su
salud corporal. El choque se produce entre dos conciencias: la deontológica, que
hace que el facultativo tenga que intervenir para salvar la vida o para preservar la
salud, y la religiosa, que hace que el paciente tenga que rechazar el tratamiento.
Se trata de una objeción de conciencia impropia, porque el objetor no se opo-
ne a una obligación legal clara: no existe ninguna ley que compela a nadie a recibir
los tratamientos médicos prescritos, aunque la jurisprudencia ha considerado –rea-
lizando una ficción jurídica– que el deber de solidaridad in abstracto provoca una
obligación in concreto de imponer tratamientos médicos en determinados casos.
Algunas de sus principales manifestaciones han sido:
1. Los Testigos de Jehová, que se niegan a recibir transfusiones de sangre,
por creer que es pecado toda ingestión de dicha sustancia. El fundamen-
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Uno de los campos que cada vez está provocando más conflictos de concien-
cia en el ámbito del mundo de la empresa es todo lo tocante a la llamada «gestión
ética» (incorporada en el concepto más amplio de «responsabilidad social corpo-
rativa»), referida al intento de adaptar el mundo de la empresa a un código de con-
ducta ético unitario –heredero de la cultura cristiana occidental– aceptado por to-
dos los implicados (empresarios, trabajadores e interlocutores sociales), a partir
del que, tanto los modelos de funcionamiento, como de distribución y de produc-
ción empresarial cooperen en la consecución de un mundo más sostenible, soli-
dario y respetuoso con los individuos y con el medio ambiente (lo que se conoce
como «Libros Verdes» de las empresas, cuyo reflejo más claro lo hallamos en el
modelo global presentado como «El Libro Verde» de la Comisión de las Comu-
nidades Europeas del 2001).
Las fricciones que surgen entre los distintos intereses en juego pueden pro-
vocar serias colisiones entre los implicados, que, ante la todavía escasa regula-
ción jurídica sobre el particular, por el momento derivan en negativas de los tra-
bajadores ante el cumplimiento de determinadas órdenes del empresario contra-
rias a dicha «gestión ética», o también se manifiestan –lo que cada vez ocurre
con mayor frecuencia– en ataques frontales y directos contra la empresa consi-
derada «no ética», por parte de determinadas organizaciones sociales, que en
muchas ocasiones no tienen soporte legal para su forma de reivindicar, viéndo-
se sus miembros obligados a traspasar los límites de la ley en aras de la sosteni-
bilidad del planeta y de la garantía de los derechos de los más desfavorecidos
(conciencia ecológica y social).
Este tipo de conductas activas suelen ser mucho más difíciles de justificar
que las omisivas (más corrientes dentro de las objeciones de conciencia), porque
su nivel de peligrosidad social es mucho mayor, con independencia de puedan es-
tar realmente fundamentadas en auténticos conflictos de conciencia.
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gro. Sea tu palabra: Sí, sí; No, no; todo lo que pasa de ésta, de mal procede»). Se
plantea, normalmente, entre cristianos muy ortodoxos.
En nuestro país ha habido multitud de normativa que, para cuestiones puntua-
les, establece la doble posibilidad de jurar por Dios o prometer por el honor. Por
ello, el Tribunal Constitucional considera que no son aceptables ninguna de las dos
modalidades de esta objeción de conciencia, afirmando, incluso, que es lícito con-
dicionar el ejercicio de un cargo al previo juramento o promesa.
Existe un caso que, aunque no se fundamenta en motivos religiosos, también
se ha dado en España, que es la negativa de ciertos diputados o senadores electos
a jurar la Constitución para poder acceder a su cargo. No se ha aceptado, pues ju-
rar el acatamiento de aquélla, no significa adherirse a ella ideológicamente, pues
es lícito pretender su modificación por los propios sistemas allí establecidos. Por
eso no ataca la libertad de conciencia.
Como sostiene PRIETO SANCHÍS, es estéril empeñarse en la obligación
de realizar este tipo de juramentos, porque si no derivan de la íntima creencia de
la conciencia libre del individuo, no sirven para nada; forzar así la libertad de
conciencia es innecesario.
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excusas para formar parte de un jurado (art. 12). No obstante, sería posible incor-
porarla en la excusa final abierta, que permite la negativa a «los que aleguen y
acrediten suficientemente cualquier otra causa que les dificulte de forma grave el
desempeño de la función de jurado» (art. 12.7). En todo caso, dependerá de la
sensibilidad del Magistrado-Presidente su aceptación o no. Su no aceptación, la-
mentablemente, abocará al objetor al incumplimiento de sus funciones de jurado,
lo que comporta sanciones penales pecuniarias de nada desdeñable valor.
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BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA
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TEMA 19
LA ASISTENCIA RELIGIOSA6
1. CUESTIONES PREVIAS
Al hablar de asistencia religiosa hay que separar de ella otros conceptos li-
mítrofes que nos pueden distraer en su comprensión, como son el de asistencia
social y el de asistencia espiritual:
1º) La asistencia social es el conjunto de «prestaciones que una persona fí-
sica o jurídica realiza frente a otra que está en la imposibilidad de pro-
curárselas directamente o que aún estándolo, por su particular situación
de incapacidad, resulta inconveniente que lo haga» (BELTRÁN
AGUIRRE); en realidad, la asistencia religiosa no deja de ser un su-
puesto más de la asistencia social.
2º) Por su parte, la asistencia espiritual es un vínculo entre el fiel y su con-
fesión (a través de sus ministros de culto), y que, como tal, forma parte
del contenido esencial del derecho de libertad religiosa.
En otro orden de cosas, para justificar la subsistencia actual de sistemas de
asistencia religiosa en un ordenamiento jurídico como el nuestro, deberíamos
atender a tres claves distintas:
a) Si hoy gozamos del derecho de asistencia religiosa es porque ya des-
de antaño disfrutábamos de esa práctica (que no se convertirá, para
nosotros, en «derecho» hasta que no exista un auténtico Estado de
Derecho).
b) La libertad religiosa reconocida como derecho fundamental en el art. 16
CE, y desarrollada en la LOLR, incorpora expresamente a su contenido
esencial la asistencia religiosa, tanto en general –art. 2.3 LOLR–, como
6 Para la fundamentación y ampliación de este tema, vid. SATORRAS FIORETTI, Rosa Mª, El de-
recho de asistencia religiosa en los tanatorios, Barcelona, 2004, José Mª Bosch Editor.
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3. LA NATURALEZA JURÍDICA
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4. LA TITULARIDAD
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que viene obligado a proteger el ejercicio del derecho de libertad religiosa.» Pa-
ra el Derecho comparado, «en la medida en que se configure la asistencia como
una garantía positiva o actividad promocional del Estado, la titularidad activa co-
rresponderá a los poderes públicos, pasando el individuo a ser el titular pasivo de
la relación, en tanto en cuanto resulta ser el beneficiario de la citada actividad pro-
mocional. (…) Cabe una tercera alternativa derivada del reconocimiento de la
asistencia religiosa como derecho colectivo y no individual. (…) Esta estructura
es recogida en gran número de concordatos». En este caso, el titular del derecho
es la confesión religiosa.
De entre todas estas posibles formas de encajar la titularidad de los distintos
implicados, probablemente la que resulta, a mi entender, más acorde con la actual
configuración de la asistencia religiosa en el ordenamiento jurídico español es la
siguiente, en la que son:
a’) Titulares activos: los poderes públicos, como sujetos obligados a reali-
zar la actividad promocional, si bien ellos no la prestan directamente, si-
no que sólo la hacen posible a través de la eliminación de los obstáculos
existentes (a partir de ese mínimo, se implicarán más o menos en función
del tipo de gobierno y de su política en este punto).
b’) Titulares pasivos: los sujetos individuales que se encuentran en una si-
tuación de dependencia, sujeción o dificultad a los que se destina la
prestación, de la que se beneficiarán.
c’) Instrumentos de la actividad: los instrumentos específicos y necesa-
rios para llevar a cabo la asistencia religiosa son las propias confesiones
religiosas a través de sus ministros del culto, que se convierten en los
instrumentos mediatos. Los ministros de culto realizan directamente la
prestación, pero no es a título personal y en ejercicio de un derecho pro-
pio, sino como delegados de sus confesiones; se hace, por ello, impres-
cindible entablar relaciones de cooperación entre las confesiones reli-
giosas y los poderes públicos.
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siempre es real: hay ocasiones, aunque no suela suceder así como norma general,
en que la realización de «ritos no religiosos» se convierte, sin ningún género de
dudas, en una necesidad real y social (v. gr. en el ámbito de los tanatorios).
Por ello, no hay que cerrar las puertas a eventuales supuestos que se pueden
presentar; además, si atendemos a la constitucionalidad del sistema asistencial,
tenemos que contemplarlo desde la perspectiva del principio de igualdad, estable-
ciéndolo –cuando ello sea preciso– tanto para los ciudadanos que pertenecen a
una religión como para los que no pertenecen a ninguna; «los no creyentes no po-
drán, desde una perspectiva negativa, verse discriminados en su ámbito personal
o patrimonial sobre la base de motivos religiosos o ideológicos; y, desde una pers-
pectiva positiva, tendrán derecho a que el Estado preste iguales instrumentos pa-
ra la difusión de su concepción del universo», ya que, como afirma LLAMAZA-
RES, se trata de que «los derechos y libertades fundamentales de los ciudadanos
tienen el mismo reconocimiento, garantía, tutela y fomento con independencia de
las diferencias religiosas e ideológicas». Por todo ello, cualquier actuación que
supusiera un perjuicio en el ámbito de actuación de las personas, basado en crite-
rios de arbitrariedad, sería claramente inconstitucional» (CONTRERAS).
En resumen, debe quedarnos clara la idea de que lo habitual no es necesaria-
mente lo que debe regir siempre; debemos atender a las peculiaridades de cada
supuesto particular para decidir si cabe, o no, un servicio asistencial en iguales
condiciones para los sujetos que realizaron opciones fideísticas o no fideísticas.
En todo caso, me parece evidente que, en aras del principio de igualdad, si se dan
las mismas circunstancias particulares no podemos negar a unos lo que les otor-
gamos a los otros. El dato previo es, precisamente, que se den iguales circunstan-
cias, lo que raramente ocurrirá, salvo en pocas excepciones.
5. PROPUESTA DE CONCEPTO
Resulta muy difícil encajar todos los posibles tipos de asistencia religiosa en
un solo concepto, aunque debemos intentar hacerlo a pesar de todo; pero para
ello, puede resultar útil desgranar las distintas acepciones de asistencia religiosa
para tratar de acercarnos a ella lo más posible:
1º) Debemos entender por asistencia espiritual aquellas actividades cultuales
o rituales que realizan las confesiones religiosas respecto de sus fieles (sea
en los centros públicos, sea en los privados), por ellos deseadas o deman-
dadas en aras del ejercicio efectivo de su derecho fundamental de libertad
religiosa. La regulación jurídica de esta figura será estrictamente confesio-
nal pues, al ser la religión «libre de Estado», los poderes públicos no po-
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TEMA 20
La utilización de uno u otro de los diferentes modos concretos por los que se
puede hacer efectiva la asistencia religiosa dependen, en realidad, de diversos fac-
tores, como la visión que el poder político gobernante en el momento tenga del
fenómeno religioso en general, las especiales características del centro donde se
tenga que establecer el sistema asistencial, el hecho de que no todas las confesio-
nes religiosas son iguales y que, por lo tanto, un sistema que puede funcionar pa-
ra unas no tiene por qué ser adecuado para otras, el nivel de implantación real de
la confesión, el tipo de Estado del que se trate (cada sistema de Estado suele pre-
ferir unos modelos frente a otros: así, el Estado liberal se desentenderá todo lo
que pueda de la asistencia religiosa, mientras que el Estado confesional autorita-
rio estará más por un régimen de integración absoluta funcionarial, a la propia vez
que el Estado social tenderá hacia los modelos que más garanticen las necesida-
des reales en cada caso, para lo que se suelen conjugar varios sistemas a la vez),
y finalmente, el hecho de que las figuras jurídicas no surgen de la nada, sino que
son producto, reflejo y, a veces, consecuencia de su propia historia.
2. EL MODELO DE INTEGRACIÓN
7 También para la ampliación de este tema, consultar: SATORRAS FIORETTI, Rosa Mª, El derecho
de asistencia religiosa en los tanatorios, Barcelona, 2004, José Mª Bosch Editor.
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3. EL MODELO DE CONCERTACIÓN
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cumpliendo con qué requisitos. La negociación efectiva con las personas físicas
que deban cubrir la asistencia espiritual será un paso que se tendrá que realizar
posteriormente, siguiendo las pautas que se hayan establecido en el convenio.
A la propia vez, también el sistema de concertación puede llevar a otro con-
venio, en el supuesto, por ejemplo, de que primero se produzca un Acuerdo ge-
neral (o un convenio-marco) y después los convenios parciales o particulares pa-
ra cada demarcación territorial o, incluso, para cada determinado centro. Estos
convenios parciales, también pueden ser de aplicación directa o indirecta.
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En este último sistema, se prevé que los internos puedan acudir, cuando lo
deseen (o cuando se den determinadas circunstancias), a satisfacer sus necesidades
espirituales fuera del centro en donde se encuentran internados; sólo se les suele
exigir una solicitud previa a la dirección de la institución.
El gran problema de este modelo es que no resulta aplicable a la mayoría de
regímenes de verdadero internamiento, normalmente porque si –por las caracte-
rísticas del centro– es posible salir a recibir asistencia espiritual cuándo y a don-
de se quiera, es que no tenía verdadero sentido que se pusiesen los medios para
garantizar la asistencia religiosa. En realidad, éste, más que un sistema de verda-
dera asistencia religiosa es, sencillamente, la posibilidad reglada de acceder a la
asistencia espiritual.
En los pocos casos en los que se puede emplear, es el sistema más idóneo,
porque, aparte de resultar perfectamente acorde con todos y cada uno de los prin-
cipios del derecho eclesiástico, no supone gasto alguno para la institución de es-
pecial internamiento; y, lo que es más interesante, en los centros públicos se evi-
ta que el Estado se inmiscuya en las cuestiones religiosas, que tan ajenas le son y
en las que, cuanto menos entre, más garantizará a sus ciudadanos la aconfesiona-
lidad y neutralidad (cuyos límites, en sede de asistencia religiosa, son tan fáciles
de traspasar, vulnerando con ello la Constitución). Pudiendo utilizar el sistema de
libre salida, el Estado se permite verdaderamente ser «sólo Estado».
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Para terminar, quiero decir que se dan ocasiones en las que, a pesar de que
es posible, o viable sin grandes problemas, la salida del interno fuera del centro,
las especiales circunstancias que rodean la situación hacen, si no necesario, sí
aconsejable, que se instale dentro de él un sistema asistencial propio que facilite
el acceso a la libertad religiosa.
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TEMA 21
LA ASISTENCIA RELIGIOSA
EN LOS DISTINTOS ÁMBITOS
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14 R.D. 1145/1990).
6º) Se les retribuye asimilándolos a los funcionarios civiles, aunque no se-
an realmente funcionarios (art. 12 R.D.1145/1990).
7º) No se considerarán pertenecientes al Servicio de Asistencia Religiosa a
aquellos sacerdotes que colaboren a tiempo parcial y complementaria-
mente con el Ejército (O. 376/2000 de 20 de diciembre, por la que se
dictan normas sobre los sacerdotes y religiosos colaboradores del Ser-
vicio de Asistencia Religiosa en las Fuerzas Armadas).
8º) Los miembros de los antiguos cuerpos eclesiásticos castrenses tienen
seis meses desde la entrada en vigor del Real Decreto para optar si pre-
fieren seguir como están o incorporarse al nuevo Servicio de Asistencia
Religiosa –con carácter permanente o no– (art.15 R.D.1145/1990).
9º) La organización del Arzobispado Castrense (también llamado Vicariato
Castrense), que es el que ejerce la asistencia religioso-pastoral católica
(art. 5 R.D.1145/1990) se rige por los principios organizativos estable-
cidos en el Acuerdo entre España y la Santa Sede de 3 de enero de 1979,
sobre la asistencia religiosa a las Fuerzas Armadas y servicio militar de
clérigos y religiosos. Sus bases son las siguientes:
a) El Vicariato General Castrense es una diócesis personal, y no terri-
torial (art. II).
b) La jurisdicción personal se extiende «a todos los militares de Tierra,
Mar y Aire, a los alumnos de las Academias y de las Escuelas Mili-
tares, a sus esposas, hijos y familiares que viven en su compañía, a
todos los fieles que presten servicios estables en las dependencias
militares (...) a los huérfanos menores o pensionistas y a las viudas
de militares» (art. II del Anexo 1 del Acuerdo).
c) La competencia de los «capellanes» (que hoy son los ministros que
prestan la asistencia) es parroquial (art. III del Anexo 1 del Acuerdo).
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nes, sólo que en consonancia con lo que establezca cada uno de los
Acuerdos correspondientes (art. 8 de los tres Acuerdos de cooperación).
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cerdote en especial, previa autorización del Director del centro podría entrar en
la institución, siempre que le acompañe el Capellán que corresponda al lugar.
Según el Acuerdo sobre asistencia católica en los establecimientos penitencia-
rios (O. de 24 de noviembre de 1993), la asistencia religiosa se prestará por me-
dio de sacerdotes nombrados por el Ordinario del lugar y formalmente autori-
zados por la Dirección General de Instituciones penitenciarias (art. 3), pagados
por el Estado a través de un tanto alzado entregado a las distintas diócesis (art.
5), que podrán ser ayudados (de forma gratuita) por voluntariado católico
(igualmente propuesto por el Ordinario del lugar y aceptado por el Estado). Se
remarca expresamente, que los integrantes del Cuerpo de Capellanes deberán
estar afiliados a la Seguridad Social, pero que es la Iglesia, como patronal, la
que asume el pago de las cuotas.
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e) Los titulares del derecho: parece evidente que el difunto no puede ser
titular del derecho de asistencia religiosa, por lo que en principio van a serlo sus
familiares más directos (incluyendo la eventual pareja de hecho), si bien me pa-
rece que, habiendo establecido el finado sus voluntades funerarias por alguno de
los medios adecuados, se debe exigir su respeto (siendo rituales razonables y que
no vulneren el orden público), por encima incluso de los deseos de la familia.
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Los modelos más frecuentes que se dan son los de integración moderada o
concertación (directa o indirecta) para los ministros de culto católicos, junto con
el de libre acceso para éstos y los del resto de confesiones religiosas. A ello hay
que añadir que en muchas Comunidades Autónomas, aunque no en todas, se pue-
de emplear el de libre salida, al que se llega a forzar en determinados lugares por
parte de las propias confesiones religiosas, aunque no es lo habitual.
Para los maestros de ceremonias laicas, en los tanatorios donde los hay, si-
guen el modelo de integración absoluta o moderada, junto con el de libre acceso
(y, obviamente, con el de libre salida en los lugares en donde es posible, si bien
esto último es poco corriente).
Los anteriores serían los modelos más frecuentes, a pesar de que no configu-
ran –ni mucho menos– una regla absoluta, pues la realidad nos aporta excepcio-
nes para todos los gustos.
BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA
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TEMA 22
8 Este tema ha sido redactado a partir de la base del material proporcionado por el Prof. Dr. D. Manuel
de Delás y de Ugarte.
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BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA
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TEMA 23
EL MATRIMONIO CANÓNICO
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Toda persona tiene derecho a contraer matrimonio (ius connubii) salvo que la
ley se lo prohíba. Los impedimentos –tal como reza su propia etimología– justa-
mente es lo que hacen: impedir contraer matrimonio (limitarle su ius connubii) a
alguien que, por otra parte no tiene por qué tener mermada su capacidad consen-
sual. Se trata de personas que podrían consentir pero que el derecho se lo impide.
Hay ciertos elementos que se consideran esenciales e intangibles de la capa-
cidad matrimonial, que son la heterosexualidad, la monogamia y la ausencia de
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consanguinidad en línea recta. Los impedimentos que les hacen referencia son,
por ello, indispensables (vínculo, impotencia y consanguinidad en línea recta –o
adopción– o en segundo grado colateral), siendo, por el contrario dispensables
–con mayor o menor dificultad y acudiendo a diferentes miembros de la jerarquía
eclesiástica– todos los demás.
La imposición de impedimentos dirimentes canónicos (los que afectan a la
validez del vínculo) es competencia exclusiva de la autoridad suprema de la Igle-
sia, mientras que la mera licitud puede ser regulada por las distintas Conferen-
cias Episcopales.
En cuanto a la posible dispensa (relajación momentánea y concreta de la ley,
en atención a un, o a unos, supuesto/-s concreto/-s), dependerá de distinta autori-
dad, en función de la gravedad del impedimento que se trate de levantar; en este
sentido:
a) La Sede Apostólica se reserva la dispensa del impedimento de conyugi-
cidio, del de orden y del de voto público y perpetuo.
b) El Ordinario del lugar (o el Párroco en peligro de muerte) estarán legi-
timados para dispensar todos los demás.
La dispensa a posteriori, convalidará el matrimonio, siempre que se produz-
ca una renovación del consentimiento.
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2º) Impedimento de afinidad: (c. 1092 CIC) la afinidad (c. 109 CIC) surge
del matrimonio válido –incluso no consumado– entre el varón y los consanguíne-
os de su mujer y viceversa. Impide el matrimonio entre estos parientes «políticos»
en línea recta en cualquier grado. Es dispensable por el Ordinario del lugar.
3º) Impedimento de parentesco legal o de adopción: (cc. 1094 y 110
CIC) no pueden contraer entre sí los consanguíneos por adopción en línea recta
ni los colaterales en segundo grado; en este último caso, el impedimento sería
dispensable por el Ordinario del lugar.
4º) Impedimento de pública honestidad o cuasi-afinidad: (c. 1093 CIC)
surge del matrimonio inválido o del concubinato público y notorio entre el varón
y los consanguíneos de su compañera y viceversa. Impide el matrimonio en el pri-
mer grado de la línea recta; es dispensable por el Ordinario del lugar.
E. Matrimonios mixtos:
1º) Impedimento de mixta religión: (cc. 1124-1128 CIC) no se trata de
un auténtico impedimento, sino de una mera ilicitud; en todo caso, se trata de
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3. EL CONSENTIMIENTO MATRIMONIAL
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e) Violencia y miedo (c. 1103 CIC): estos conceptos se han ido ampliando
considerablemente con el tiempo (antes, para ser considerada invalidante del ma-
trimonio, la violencia o el miedo tenían que ser injustos, mientras que hoy se con-
sidera que siempre lo son), aunque todavía no lo suficiente (p.e. aún no se recogen
expresamente algunas situaciones, como las presiones económicas, familiares, so-
ciales, pasionales, educacionales, etc). En el anterior sentido, la jurisprudencia va
reconociendo que se puede estar sometido a presiones psicológicas fuertes, sin ne-
cesidad de que medie una amenaza concreta, externa, a partir de las cuales se emi-
te una voluntad que no es la propia (así, pese a que a la figura le falte el requisito
de la exterioridad, en ocasiones se considera que es igualmente invalidante).
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2. Miedo: consternación del ánimo del sujeto causada por una presión psi-
cológica o coacción moral, para librarse de la cual el sujeto se ve obliga-
do a elegir el matrimonio; en este caso se da un vicio del consentimiento.
3. Coacción moral (o vis impulsiva o vis animo illata): es la presión psico-
lógica que, mediante amenaza, el actor ejerce sobre el que la sufre; es
un vicio del consentimiento (por miedo).
Si la violencia es físicamente irresistible, el miedo lo es moralmente.
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2º) Error sobre las cualidades (error vicio): el matrimonio es válido –salvo
excepciones–.
a’) Del negocio (c.1099 CIC): error de derecho.
b’) De la persona (c. 1097.2 y 1098 CIC): error de hecho.
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noce a la persona, pero sólo se quiere de ella una cualidad determinada. Lo cier-
to es que se trata de una figura que, hoy por hoy, no sirve para nada.
2º) Error en cualidad dolosamente causado: (c. 1098 CIC) lo que invalida el
matrimonio no es el dolo en sí, ni el engaño como tal, sino el engaño pro-
vocado por medios dolosos y que ha logrado su objetivo: hacer errar a un
contrayente sobre una cualidad del otro. Precisa cumplir algunos requisitos:
a’) Error sobre una cualidad: se debe provocar un auténtico error sobre
una característica del otro contrayente.
b’) Dolosamente causado: el error lo provoca un engaño doloso (ma-
quinaciones insidiosas); el dolo puede provenir del otro contrayen-
te o de un tercero (es indiferente) y puede ser por acción (conducta
positiva) o por omisión (conducta negativa).
c’) Debe haber una relación de causalidad entre el dolo y el consenti-
miento: la conducta dolosa se dirige, precisamente, a provocar el
error (y lo provoca). El error es el que da causa al contrato (aunque
la motivación no tenga por qué agotarse en él). Se requiere un nexo
causal entre la conducta dolosa y la formación del consentimiento,
teniendo siempre en cuenta las características del que lo sufre.
d’) La cualidad debe ser objetivamente grave: lo suficiente como para
alterar gravemente la vida conyugal (p.e. esterilidad, virginidad, en-
fermedades o taras físicas, etc.).
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2º) Condición virtualmente puesta: se trata de los casos en los que no se du-
da ya (se cree tener claro en el momento de contraer), pero se dudó en el pasado,
en algún momento, y en los que la condición es tan importante como para determi-
nar la propia existencia del matrimonio; en realidad es una condición que, de saber-
la incumplida, el sujeto contrayente no habría tolerado (no habría consentido).
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Ante todo, hay que diferenciar entre dos conceptos acerca de la forma y que,
aunque parecidos y fácilmente confundibles, no son, ni mucho menos lo mismo:
a) Forma de emisión: cómo se otorga el consentimiento matrimonial.
b) Forma de recepción: cómo se realiza el acto de la celebración, quién y
cómo reciben el consentimiento.
Sin emisión no puede haber recepción.
La función que cumple la forma es la de dar seguridad jurídica y certeza; en
este sentido vemos que:
a’) Seguridad jurídica: conocimiento de la existencia, o no, del acto de la
celebración como tal.
b’) Certeza: conocimiento sobre si de la celebración surgió un consenti-
miento cierto (no válido, pues esa sería otra cuestión más compleja
de analizar).
En el derecho canónico la forma es instrumental –aunque necesaria– al ser
lo verdaderamente importante el consentimiento. Si no fuese instrumental, no po-
dría ser dispensable (sanatio in radice), y el caso es que lo es.
B. La forma ordinaria: (c. 1108 CIC) son válidos los matrimonios que se
contraen ante:
1º) Un testigo cualificado, que, estando presente, debe pedir la manifesta-
ción del consentimiento por parte de los contrayentes y recibirla en nombre
de la Iglesia. Pueden serlo:
1) El Ordinario del lugar –c. 134 CIC-.
2) El Párroco en su parroquia.
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E. La celebración: (c. 1119 CIC) se deben observar –fuera del caso de ne-
cesidad– los ritos prescritos en los libros litúrgicos aprobados por la Iglesia o in-
troducidos por costumbres legítimas. Las Conferencias Episcopales (c. 1120
CIC), con el reconocimiento de la Santa Sede, pueden elaborar un rito matrimo-
nial propio.
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BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA
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TEMA 24
9 Una parte de este tema ha sido redactada a partir del material proporcionado por el Prof. Dr. D. Manuel
de Delás y de Ugarte, si bien las innovaciones procesales son obra del Dr. D. Rafael Caballero Lobato.
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El art. VI.2 del Acuerdo entre España y la Santa Sede sobre Asuntos Jurídi-
cos dice: «Los contrayentes, a tenor de las disposiciones del derecho canónico,
podrán acudir a los Tribunales eclesiásticos solicitando declaración de nulidad o
pedir decisión pontificia sobre matrimonio rato y no consumado. A solicitud de
cualquiera de las partes, dichas resoluciones eclesiásticas, tendrán eficacia en el
orden civil si se declaran ajustadas al Derecho del Estado en resolución dictada
por el Tribunal Civil correspondiente».
Esta posibilidad, ofrecida a los que han contraído matrimonio canónico, su-
pone que –paradójicamente– éstos tengan más posibilidades desvinculatorias que
aquellos que solamente han contraído matrimonio civil. En efecto, mientras que
los contrayentes civiles sólo pueden acudir a los Tribunales en demanda de sepa-
ración, divorcio o nulidad civil, los contrayentes católicos pueden acudir, o bien
a los Tribunales civiles, para solicitar la separación, el divorcio o la nulidad civil,
o bien a los Tribunales eclesiásticos para obtener la nulidad canónica o la dispen-
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Como se ha visto, la parte final del artículo VI.2 del Acuerdo establece que
las resoluciones canónicas de nulidad y de dispensa «super rato» tendrán efica-
cia civil si se «declaran ajustadas al derecho del Estado en resolución dictada por
el Tribunal Civil correspondiente» a lo que el artículo 80 in fine, del Código Ci-
vil añade que dicha declaración se realizará «conforme a las condiciones estable-
cidas en el artículo 954 de la Ley de Enjuiciamiento Civil» de 1881 (que no son
otras que las requeridas para el procedimiento de exequatur), que mantiene su vi-
gencia hasta que se promulgue la Ley de Cooperación Jurídica internacional en
materia civil, según reza la D. Derogatoria 1.3 de la L.E.C.
La «declaración de ajuste al derecho del Estado» consiste, así, en una espe-
cie de control de legalidad de la sentencia eclesiástica efectuado por el Juez civil,
que deberá verificar:
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4ª Que la carta ejecutoria sea auténtica: deberá reunir los requisitos que
para el ordenamiento jurídico canónico se precisen para ser considerada como au-
téntica, así como los necesarios para que haga fe en España.
En otro orden de cosas, la doctrina se ha preguntado acerca de la eficacia ci-
vil en España de sentencias canónicas dictadas por Tribunales eclesiásticos radi-
cados en el extranjero. Para mí, el tema está claro, ya que el Reino de España pac-
tó con la Santa Sede (gobierno de la Iglesia Universal) la eficacia civil de las sen-
tencias canónicas, sin establecer restricción alguna acerca de qué Tribunales ecle-
siásticos concretos debían dictarlas.
4. PROCEDIMIENTO
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f) Los efectos secundarios: la LEC actual añade –lo cual no estaba hasta
ahora claro, aunque se venía haciendo en muchos casos– la posibilidad de pedir
en la misma solicitud de homologación de la resolución eclesiástica el estableci-
miento de los efectos secundarios, por ser competencia exclusiva del Estado.
A esto hay que añadirle que, si la solicitud de reconocimiento no provie-
ne directamente de la resolución canónica, sino de un Estado miembro de la
Unión Europea, sólo será posible ejecutar su efecto desvinculatorio así como
las medidas de protección de los menores, y no las consecuencias patrimo-
niales del matrimonio o el resto de medidas accesorias (Preámbulo, 8 R.
(CE) 2201/2003).
BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA
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TEMA 25
10 La principal base científica sobre la que se han extraído los datos de éste y del próximo tema se en-
cuentran en la obra de PERALES AGUSTÍ, Montserrat, publicada en soporte telemático para los Ma-
teriales de estudio del derecho de Iustel.
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do), como a los tribunales civiles que comenzarán a solventar los problemas que
hasta entonces se sustanciaban ante los Tribunales eclesiásticos (inexistentes en
estas nuevas confesiones por su propia naturaleza «desjerarquizada»).
Mas adelante irán emergiendo sobre las mismas bases otras versiones pro-
testantes11 que se extenderán poco a poco por otros países. Todo este conjunto
de confesiones, autónomas entre sí, tendrán como elemento común la carencia
de un Derecho canónico propio, recogido en un Código; las más elaboradas, co-
mo máximo, poseerán algunos reglamentos o normas morales que regulan la vi-
da de sus miembros.
Por la propia evolución de Europa y de las ideas liberalistas imperantes, du-
rante el siglo XIX surgirán las nuevas Iglesias libres que rechazan la idea de Igle-
sia de Estado, cuyo identificador característico será la necesidad de una profesión
individual de fe, por encima del sistema general establecido12.
Para cerrar el panorama hallamos a todo un grupo de Iglesias13, llamadas
«literalistas», que realizan una interpretación exageradamente rigorista de la
Biblia, y que aunque sean sin duda cristianas, no son bien aceptadas como
Iglesias Protestantes.
11 Por ejemplo, la Iglesia Episcopaliana o Episcopales (como se conoce a la Iglesia Anglicana fuera de
Inglaterra) o las Evangélico-luteranas (similares a las históricas).
12 Ejemplos de ellas los encontramos en las Iglesias Metodista, Baptista, Congregacionalista, Cuá-
quera etc.
13 Como los Testigos de Jehová y otras.
14 Sólo es sacramento menor para la Iglesia anglicana.
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donde está implantada. Además, siguiendo el espíritu de los reformadores, que in-
tentan evitar la rigidez doctrinal del catolicismo, no existe un Derecho sustantivo
sistematizado y recogido en un Código, como ya he apuntado.
En el fondo, tratan de evitar «apropiarse» del matrimonio, como había hecho
la Iglesia Católica en la que, al ser sacramento, era materia exclusivamente regu-
lable por ella. Para la mayoría de las Iglesias Protestantes el matrimonio es un
mero mandato del Creador –pero no un sacramento–, que viene recogido en la Bi-
blia, aunque no necesariamente por las Iglesias; normalmente se acepta la regu-
lación por parte del Estado donde se celebra.
Lo único que se suele mantener es en núcleo esencial del matrimonio, en el
que encontramos los impedimentos de parentesco establecidos en la Biblia15, la
monogamia y el preceptivo el consentimiento libre, que impedirá prestarlo váli-
damente a menores o incapaces.
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16 Curiosamente, la Iglesia Anglicana, que nace por solventar un problema matrimonial del monarca,
tiende a mantener la indisolubilidad del vínculo, con muy pocas excepciones.
17 Este derecho había sido común a toda la Iglesia, aunque hoy no se conservan más que vestigios en
la Iglesia Católica actual, como lo es la propia dinámica de elección del Papa.
18 Aparte del Patriarcado de Constantinopla existen otros tres antiguos: el de Alejandría, el de Antio-
quia y el de Jerusalén, que tienen jurisdicción sobre los cristianos ortodoxos de diversos países.
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sacramento19. Quiero reiterar que, aunque los rituales concretos puedan ser di-
ferentes entre unas y otras Iglesias, su esencia es la misma, por lo que se pue-
de hablar de un genérico matrimonio ortodoxo, sin demasiado riesgo de des-
viarnos de su naturaleza.
19 Los siete sacramentos son los mismos en las Iglesias ortodoxas y en la Católica, no en vano provie-
nen de un obvio tronco común, que se escinde más por cuestiones de autoridad y de formas rituales que
de conceptos propiamente dichos o de contenido de fe.
20 Esto no es igual en todas las Iglesias ortodoxas; de hecho en alguna de ellas, como la Rusa, el im-
pedimento de consanguinidad colateral sólo alcanza hasta el cuarto grado (primos hermanos) y tampo-
co admite dispensa.
21 El bautismo ortodoxo es por inmersión completa; para evitar este impedimento, en los bautizos co-
munitarios, después de bautizar a los varones, se cambia el agua de la pila bautismal y se bendice nue-
vamente para la inmersión de las niñas (PERALES).
22 Si más adelante enviuda no podría volver a contraer matrimonio.
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23 La excepción de la disolución por adulterio tiene su fundamento en el llamado “inciso mateano” (Mt,
5: 32 y 19: 9); el Derecho civil bizantino admitía otras causas de disolución matrimonial, además del
adulterio, como la apostasía, una condena penal y la ausencia. En realidad, todas estas causas de diso-
lución se aplicaban con mayor o menor frecuencia en muchas diócesis de la Iglesia Universal antes del
Cisma Oriental y se siguieron aplicando a la Iglesia latina después.
Incluso hay que decir que durante la Alta y la Baja Edad Media, mientras las Iglesias orientales, con-
tinúan con la disolución del matrimonio por adulterio, que el inciso mateano autorizaba, la Iglesia la-
tina, no sólo no es ajena a la disolución matrimonial por el mismo motivo, sino que, en muchos casos
particulares –aunque no se haga eco de ello el magisterio universal-, lo extenderá a otros diversos su-
puestos, no claramente encuadrables en él, pero que sí convienen a las necesidades de la sociedad re-
ligiosa del momento (ingreso en religión, herejía, etc.). La cuestión no se enfrentará hasta el Concilio
de Trento, que por cuestiones más políticas que estrictamente religiosas, deja cerrada la idea de la in-
disolubilidad intrínseca del matrimonio (esto, es, que la disolución no es determinable por los cónyu-
ges de forma personal y subjetiva), pero se ve en la necesidad de dejar abierto el camino de la indiso-
lubilidad extrínseca (determinable por la potestad de la Iglesia), para evitar poner en entredicho, tan-
to la común práctica divorcista de la Iglesia oriental, como la propia conducta permisiva en este pun-
to de la Iglesia latina (de las primeras comunidades cristianas, de los Padres de la Iglesia, de las dis-
tintas Iglesias particulares y de no pocos Papas). La indisolubilidad extrínseca del matrimonio, estuvo
sobre el tapete en el Concilio Vaticano II, pero que, en vista de la enjundia doctrinal del mismo, el pro-
pio Papa se reservó para sí la materia, sin llegar a dar nunca una solución definitiva, más que en los
peldaños más bajos del llamado «magisterio meramente auténtico». Se llegó así a nuestros días, en los
que parece que se ha llegado a una conclusión más o menos definitiva en el Catecismo de la Iglesia
Católica de 1992, en cuyo n. 1640 se dice que «el matrimonio celebrado y consumado entre bautiza-
dos no puede ser disuelto jamás», y que «La Iglesia no tiene poder para pronunciarse contra esta dis-
posición de la sabiduría divina». Sobre este particular es especialmente interesante la obra de GIL
DELGADO, Francisco, Divorcio en la Iglesia, Madrid, 1993, Biblioteca básica del creyente, Ed. So-
ciedad de Educación Atenas, 140 págs.
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BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA
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TEMA 26
EL MATRIMONIO JUDÍO24
1. EL DERECHO JUDÍO
24 Como dije en el tema anterior, la base científica sobre la que se han extraído los datos acerca del ma-
trimonio judío se encuentran en la obra de PERALES AGUSTÍ, Montserrat, publicada en soporte tele-
mático para los Materiales de estudio del derecho de Iustel.
25 La Torá (o Pentateuco) es el gran Código legal judío, que contiene las normas por las que se rige su
vida; se compone de los cinco primeros libros de la Biblia: el Génesis (que tiene pocas normas), el Éxo-
do (plagado de ellas), el Levítico (con buena parte normativa), los Números (también muy normativi-
zado) y el Deuteronomio (prácticamente todo ley). De ellos, la parte legal forma la Halajá y cualquier
otra materia es conocida como Agadá (PERALES).
26 La Misná (o “repetición de la doctrina”) les obliga a grabar en la memoria las tradiciones, por me-
dio de la repetición, para su conocimiento y aplicación. Su recopilación por materias (por obra del Ra-
bino Judá Ha-Nasi, a finales del siglo II) es una síntesis de las tradiciones fundamentales que se habí-
an transmitido oralmente hasta el año 220; trata sobre cuestiones muy diversas y soluciona problemas
de interpretación y aplicación de las normas legales y religiosas de la Torá (PERALES)
27 El Talmud, (que significa “aprendizaje” o “estudio”) recoge los comentarios realizados durante los
siglos III al VI de los sabios y rabinos sobre la Misná, a la que completan. En Palestina se hizo la reco-
pilación de comentarios a principios del siglo V y en Babilonia en el VI. El Talmud de Jerusalén o Pa-
lestina es menos extenso y completo que el de Babilonia, por lo que este último es más utilizado, has-
ta el punto que, cuando se habla simplemente del Talmud, nos referimos al de Babilonia.(PERALES).
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En el Derecho antiguo era el padre quien elegía la esposa para su hijo o hi-
ja; el contrato matrimonial era celebrado por los padres, debiendo los hijos res-
petar su voluntad; existía un precio nupcial («Mohar»), que pagaba el padre del
novio al padre de la novia, en señal de estabilidad del matrimonio y como even-
tual paliativo de las necesidades de la mujer. En cambio, en la doctrina talmúdi-
ca (o enseñanza de los rabinos interpretando la ley oral), aunque el matrimonio
era un deber religioso, se prohibía al padre casar a la hija sin su consentimiento.
La poliginia era común en el judaísmo desde la época de los Patriarcas, si
bien irá desapareciendo con el tiempo; la mujer se consagraba al marido des-
de el momento de los esponsales, pero no al revés28, por lo que él podía tener
varias mujeres29.
En la actualidad, hay que partir del carácter teocrático de la sociedad judía,
en la que lo secular y espiritual continúan muy conectados, entendiéndose por
ello el carácter sagrado del matrimonio así como el rechazo del matrimonio civil
o la radicalidad del impedimento de disparidad de cultos.
El matrimonio judío se concibe como la unión de un hombre y una mujer pa-
ra convivir, cooperar y procrear; es un negocio jurídico por el que se modifica el
estatus de los cónyuges, naciendo para ellos toda una serie de derechos y obliga-
ciones. El matrimonio se considerará válido si las partes son hábiles y capaces pa-
ra celebrarlo. Los requisitos, pues, que deberán cumplir son: la ausencia de im-
pedimentos, el libre y capaz consentimiento y la forma predeterminada.
28 La posibilidad de tener un solo marido era básica para la determinación de la filiación y para la per-
tenencia a una tribu.
29 El adulterio sólo existía en el supuesto de la mujer desposada, pero no al revés y se castigaba con la
muerte de los adúlteros.
30 Levítico 18:6-18
31 La hermana de la esposa está vetada sólo durante la vida de la última.
32 Levítico 18: 20.
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4. La unión homosexual33.
5. La edad: es nulo el matrimonio con mujer menor de doce años o varón
de trece.
En estos casos no hay necesidad de divorciarse porque son uniones inválidas,
excepto en el caso del impedimento de vínculo, que, aunque es nulo, la mujer ne-
cesita el divorcio de ambos.
Asimismo, ninguno de los novios puede estar sujeto a prohibición legal (de
las que hablaré después) si bien la prohibición no anula el matrimonio sino que
es causa de divorcio obligatorio.
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o ketubá34, que se leía o recitaba ante los invitados durante dicha ceremonia. El no-
vio debía entregar a la novia un objeto (con un valor mínimo, o colocarle un ani-
llo) y recitar las palabras rituales35 en presencia de dos testigos. La ceremonia de
los esponsales se celebraba alrededor de un año antes de la del matrimonio, tiem-
po necesario para poder preparar el ajuar y la casa (en la actualidad, ambas cele-
braciones son coetáneas).
La novia estaba ya desposada, esto es, consagrada al varón desde ese mo-
mento y era una mujer casada a todos los efectos excepto para la consumación
(debían esperar hasta el matrimonio). Estaba obligada a guardar fidelidad desde
los esponsales y en caso de incumplimiento se la consideraría adúltera36. La no-
via recibe dicho contrato como prueba de su nueva situación jurídica de casada.
34 El ketubá, hoy por hoy simbólico, es redactado por un especialista en Derecho judío debido a su
complejidad. En estas capitulaciones matrimoniales, normalmente redactadas en arameo, se recogían
todas las estipulaciones deseadas o pactadas, tanto familiares (residencia común de la familia, situación
de los hijos en caso de divorcio), como económicas (quedaba establecido, entre otras cuestiones, el mo-
har, que era el dinero o bienes que entregaba el novio o su familia para la novia, y también la dote del
padre a su hija), que iban a regir las relaciones de la pareja durante el matrimonio y, además, se añadí-
an los pactos necesarios para el caso de divorcio, si se producía (PERALES).
35 Las palabras rituales son: “De esta forma quedas consagrada a mí por la Ley de Moisés e Israel”.
36 Actualmente esto ha perdido vigor al realizarse la ceremonia propiamente matrimonial a la vez.
37 Parece ser que esto se hace en recuerdo de la destrucción del Templo de Jerusalén en el año 70 por
los romanos.
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38 Jalitsá: literalmente significa “extraer, sacar” un zapato al hermano del difunto marido, muerto sin
descendencia delante de un consejo de ancianos. Se trata de una ceremonia bíblica para liberarse de la
unión con la viuda del hermano fallecido, pues no podía contraer matrimonio religioso con otro hom-
bre mientras no se realizara (Deuteronomio 25: 7-10) (PERALES)
39 Deuteronomio 25: 5-6.
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to. Las partes están obligadas a disolverlo, con independencia de que se cono-
ciera o no la prohibición. Las prohibiciones a las que se somete el vínculo ju-
dío son:
1. Por consanguinidad y afinidad: se prohíbe contraer con el segundo
grado de parentesco (las abuelas y demás ascendientes, las esposas de
los abuelos, las esposas de los tíos, las nueras de sus descendientes, los
descendientes de los nietos y parientes cercanos de la propia esposa).
2. La mujer adúltera está prohibida para su marido y para su amante
(aunque se divorcie del marido).
3. Un Cohen (descendiente de la rama sacerdotal de Aarón, hermano de
Moisés) no puede casarse con una divorciada.
4. No se puede contraer con divorciada o viuda antes de los 90 días des-
de el divorcio o fallecimiento del marido.
5. La mujer con el apoderado del marido para el repudio.
6. La viuda y el testigo único de la muerte del marido.
40 Situación de aguná: la mujer queda reservada a su marido y restringida para los demás hombres, por
lo que no puede celebrar nuevo matrimonio religioso En estos casos, si las agunot se casan civilmente
o se unen a un hombre, sus hijos se considerarán bastardos (mamser), así como todos sus descendien-
tes, con lo que ninguno podrá contraer matrimonio religioso con un judío.
41 Desde el Decreto del Rabino Guersom ben Judá.
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BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA
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TEMA 27
42 La base científica sobre la que se han extraído los datos de este tema se encuentran esencialmente
en dos obras: la monografía de ACUÑA GUIROLA, Sara y DOMÍNGUEZ BARTOLOMÉ, Rocío, “El
Estatuto del musulmán en el orden matrimonial según el derecho islámico”, en MOTILLA, Agustín
(Coord.), El matrimonio islámico y su eficacia en el derecho español, Córdoba, 2003, Servicio de Pu-
blicaciones de la Universidad de Córdoba, así como en PERALES AGUSTÍ, Montserrat, publicada en
soporte telemático para los Materiales de estudio del derecho de Iustel. De la primera de ambas obras,
también se ha seguido en conjunto la sistemática empleada.
43 La Sharia es la ley islámica acerca del estatuto personal del creyente.
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1. EL DERECHO ISLÁMICO
44 El objetivo de esta aplicación legal es siempre la implantación de la Ley coránica, que rige las rela-
ciones entre Alá y los hombres, y, también entre los propios seres humanos, mediante el cumplimiento
de las normas recogidas en el Corán (PERALES).
45 Libro sagrado muy juridificado recibido y transmitido por Mahoma como palabra revelada por Alá.
46 El Corán reconoce el origen revelado del Libro (su. X, al. 37 “Es inadmisible que este Corán haya si-
do creado por otro que no sea Dios”) y establece el conjunto de normas que rigen los ritos y conducta a
seguir sobre el culto y demás aspectos religiosos. También regula la vida social y política, recoge tradi-
ciones y normas legales que deben regir la vida familiar (herencias, matrimonio o algunos contratos). Los
demás libros que existen son aclaraciones sobre las propias reglas coránicas o sobre los dichos y la vida
y el comportamiento del Profeta Mahoma, además de comentarios de los sabios y estudiosos del Islam.
Si bien el Corán empezó a transmitirse oralmente, después surgirán diferentes versiones escritas, que di-
fieren muy poco unas de otras; también hay muchas recopilaciones de sentencias o decisiones jurídicas
que se inspiran en la costumbre, en el consenso de la comunidad o en la analogía (PERALES).
47 Sunna: segunda fuente revelada –implícitamente- del islam, formada por el comportamiento norma-
tivo del Profeta (conjunto de dichos y hechos de Mahoma según testimonios de sus contemporáneos,
que constituyen el modelo de vida a practicar) y los hadiz (conjunto de aforismos del Profeta) o narra-
ciones que recogen los dichos y hechos de Mahoma
48 Un hadiz o aforismo atribuido al Profeta “Mi pueblo jamás podrá ser unánime en el error” fue la ba-
se para que los juristas y teólogos reconocieran el consenso (Iymá) de la comunidad islámica (umma)
como fuente del Derecho derivada de las reveladas (PERALES).
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Además de las anteriores tienen otras fuentes, las no reveladas, que son la
costumbre y la jurisprudencia; también entre ellas se puede considerar a la nueva
ley (kanun), que sirve para adecuar la ley a las nuevas situaciones sociales; final-
mente, son dignas de mención por su enorme influencia jurídica la doctrina legal
(fatwa) y la equidad (istihsan).
En la actualidad, existen dos grandes grupos de países, en lo que a aplicación
del derecho islámico se refiere:
a) Los que tienen la Sharia como única o principal fuente de derecho (Irán,
Afganistán…).
b) Aquéllos en los que la Sharia ha quedado reducida a las cuestiones re-
lativas al estatuto personal del creyente –principalmente, derecho de fa-
milia y de sucesiones– (Túnez, Marruecos…).
En cualquiera de ambos modelos, siempre encontramos al matrimonio (o ni-
kah) incorporado a aquéllas figuras que se siguen regulando por el derecho islá-
mico, teniendo presente que difícilmente dejará de estarlo por el marcado interés
religioso que posee la figura.
49 Para otros, en cambio, no se trata de una auténtica venta de la esposa, sino que el contrato confiere
al esposo potestad sobre la mujer similar a la “manus” romana (MARTÍNEZ BLANCO).
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b) Las propiedades y fines del matrimonio: los fines del matrimonio is-
lámico son la procreación legítima, el remedio de la concupiscencia (zina), la gra-
tificación emocional, la garantía de estabilidad social, la consecución de alianzas
interfamiliares, la solidaridad del grupo y el cumplimiento de un acto piadoso.
En cuanto a las propiedades, son esencialmente la poligamia (en su faceta de
poliginia) y la perpetuidad, aunque pueda parecer contradictorio en un sistema
que permite la disolución.
1ª) La poligamia: el hombre musulmán puede contraer hasta con cuatro
mujeres a la vez; para ello es preciso que se cumpla una condición (que
el marido esté en disposición económica de mantenerlas materialmente
a todas por igual) y que no concurran impedimentos comunes (a éstos
50 Vid. Kitab al Nikah, libro VIII del Sahih Muslim, citado en nota de ACUÑA y DOMÍNGUEZ.
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51 Curiosamente, no todos los incluidos hasta el tercer grado colateral están impedidos de contraer ma-
trimonio de la misma manera; así, no pueden hacerlo con los descendientes de los padres (hermanos o
medio-hermanos) ni con los descendientes de éstos (sobrinos); igualmente está prohibido casarse con
las tías, tanto paternas como maternas, pero está permitido el matrimonio con el tío, paterno o materno.
No alcanza el tercer grado ya el matrimonio entre los hijos de los hermanos o hermanas del padre o la
madre (primos hermanos), y por lo tanto sí está permitido.
52 Es un impedimento evolutivo y muy curioso, teniendo en consideración que el propio Mahoma se
casó con la mujer divorciada de su hijo adoptivo Zayd.
53 Es decir, ni con los ascendientes y descendientes de su esposa, ni con la que fuera esposa de un as-
cendiente o descendiente.
54 Matrimonio entre hermanastros.
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55 Para algunas escuelas menos estrictas, este impedimento es temporal, porque cesaría con la conver-
sión del varón.
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56 Los representantes legales actuarán en nombre de los esposos, o de sus tutores, si son menores de
edad, y en el de la novia virgen, como veremos en seguida.
57 La costumbre de prometer en matrimonio a los niños pequeños no tiene ninguna base en la Sharia,
habiendo sido fuente de constantes conflictos con la legislación de muchos países.
58 La “opción de la pubertad” es la posibilidad de convalidar o anular su matrimonio cuando un o una
menor llegan a la pubertad, habiendo sido forzados a casarse por su padre o tutor. No se encuentra re-
cogido ni en el Corán ni en la Sunna, pero se acepta por la doctrina de casi todas las Escuelas islámi-
cas, aunque no sea muy usado en la práctica (PERALES).
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consentimiento; para la Escuela Hanafí, una joven puede librarse del matrimonio
si puede probar la negligencia de su padre o tutor59.
C. La incapacidad mental por graves trastornos psicológicos también im-
posibilita para prestar válido consentimiento.
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efectiva y que los bienes que la integran sean de lícito comercio y con valor de
mercado (ACUÑA y DOMÍNGUEZ).
B. La asistencia de testigos: sólo es necesario que estén presentes –sin in-
tervenir para nada en la ceremonia– dando testimonio del mutuo consentimiento
y de los pactos estipulados por las partes. Es un requisito esencial que, sin embar-
go, puede convalidarse a posteriori.
En principio62, los testigos deben ser dos varones púberes y mayores de
edad63, de religión islámica, libres de condición y actitud y que no sean sordos,
aunque algunos sectores sunnitas64 permiten que sean mujeres, o un varón y
dos mujeres.
C. El walí: la mujer y el varón impúber deben estar asistidos por un repre-
sentante o walí en el momento de celebrar el matrimonio, lo que también es re-
quisito imprescindible según la Sharia. Este mandatario suele ser un varón que
guarda especial relación, normalmente de parentesco, con la mujer o el menor
(padre, abuelo, etc.). La misión que cumplen es la de prestar el consentimiento de
la persona a la que representan, incluso en contra de su voluntad, cuando son im-
púberes o, siendo la mujer ya mayor, mientras que sea virgen65.
D. Las crisis matrimoniales: ante las posibles crisis matrimoniales que
puedan surgir, el derecho islámico prevé diferentes remedios:
1º) La nulidad del matrimonio:
a) Nulidad absoluta (batil): matrimonio nulo.
b) Nulidad relativa (fasid): matrimonio imperfecto.
2º) La disolución del matrimonio:
a) Por muerte de uno de los cónyuges.
b) Por repudio (talak).
a’) Repudio unilateral.
A. Repudio revocable (talak al-ahsan).
B. Repudio irrevocable (talak bain):
comisoria (convenida por mandatario), la compensada o shighar (doble obligación de dos familias de
otorgarse dotes mutuamente), la fiduciaria (se pospone su cuantificación al momento de contraer, si bien
la mujer se puede negar a la consumación hasta que no se haga efectiva) o la arbitral (en caso de falta
de acuerdo, la determinará un tercero).
62 No en todas las escuelas es obligatoria la presencia de testigos (p.e. para los chiítas), si bien suele
ser recomendable (p.e. para la escuela malikí).
63 El hecho de que sean mayores de edad lo ha impuesto la costumbre, no la Sharia.
64 P.e. los hannafitas.
65 Aún habiendo estado casada.
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66 Hay que decir que no todos los autores consideran que las diferencias entre el batil y el fasid estén
tan claras, pues no hay acuerdo entre las distintas escuelas al respecto. P. e. los chiíes no aceptan una
distinción radical entre ambos, ni tampoco algunas de las escuelas sunníes.
67 Algunas escuelas no lo consideran absolutamente nulo, sino solamente prohibido o imperfecto.
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res, (aunque no fueran mayores de edad), o para algunas escuelas también lo pue-
de ser la falta del consentimiento del padre o tutor, o la celebración sin testigos.
Los efectos que producen estos matrimonios putativos una vez declarados
nulos serían los siguientes:
1º) No imponen período de continencia a la mujer (salvo que hubiese con-
sumación68).
2º) No genera derechos sucesorios entre los cónyuges.
3º) No genera relaciones de parentesco con las respectivas familias (salvo
que hubiese consumación).
4º) Si se consumó, toda la dote corresponde a la esposa; si no, sólo la mitad.
5º) La patria potestad de los hijos habidos 69 corresponderá siempre
al padre.
68 Si el matrimonio se consuma, la unión no puede considerarse como una relación sexual ilícita
(zina), con lo que se deberá guardar el período de tres meses de continencia antes de volver a con-
traer matrimonio.
69 Sostiene PERALES que todas las Escuelas aceptan que la descendencia de los matrimonios nulos es
ilegítima, si bien muchos juristas defienden que son legítimos los nacidos de una unión consumada en
que las partes actuaron de buena fe.
70 O sin el permiso del padre o tutor, para algunas escuelas.
71 En este supuesto, incluso el walí (tutor o guardián) puede pedir la separación de la pareja.
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72 Se dice que Mahoma creía que “de todas las cosas permitidas el divorcio era la más despreciable”.
73 En la actualidad, la legislación de algunos países más aperturistas ha complicado la simpleza de la
tramitación del repudio unilateral, facilitando la complejidad de la petición de divorcio de la esposa.
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74 El repudio puede ser revocado hasta tres veces, pues la última lo convierte en definitivo.
75 No es aceptado por todos los musulmanes; sí lo emplean los sunníes bajo cualquier fórmula y for-
ma, si bien se considera moralmente reprobable; los chiíes, en cambio, lo consideran ilegal.
76 Esto permite que el marido pueda lograr lo que quiera de su esposa, lo que en sentido económico
suele referirse a la pérdida de la posibilidad de recuperar su dote o de recibir alimentos durante el perí-
odo de iddah.
77 En el repudio condicionado, la disolución es automática en cuanto se cumpla la condición, sin que
pueda intervenir la voluntad del marido. Estas condiciones, que pueden estipular cualquier pacto, son
de corriente incorporación por parte de las esposas; actualmente se suele exigir la disolución del matri-
monio si el marido toma una segunda esposa.
78 El repudio por delegación suele ser una disolución condicionada en la que, además, el marido delega
en la esposa la posibilidad de pronunciar el repudio, que suele asociarse al devengo de algún aconteci-
miento pactado. La delegación puede constar en el contrato matrimonial o concederse más adelante.
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unilateral. El marido no podrá volver a contraer con esa esposa mientras ella
no se haya casado con otro hombre, consumado su matrimonio y se haya di-
suelto legalmente.
B. El repudio de mutuo acuerdo (mubarat): en este supuesto, ambos sue-
len pactar la regulación de las cuestiones familiares y económicas. Es diferente
en función de quién ofrezca el pacto al otro (PERALES):
1. Si el marido ofrece el acuerdo a su esposa, no lo podrá retirar has-
ta que ella responda, pues se considera una declaración de repu-
dio en toda regla. Con la aceptación de ella, la disolución será au-
tomática.
2. Si es ella la que inicia el proceso de mutuo acuerdo puede retirar
su oferta en cualquier momento. En este caso no podrá pedir ali-
mentos durante el período de continencia ni el marido podrá que-
darse con la dote.
C. El repudio por causa: también existen otros medios de repudio no ba-
sados en la voluntad, sino fundamentados en una causa objetiva, como son:
1ª) La ausencia de más o menos tiempo en función de las circunstan-
cias de la desaparición.
2ª) La atribución a uno de los cónyuges de la propiedad del otro (al de-
venir el impedimento de esclavitud se produce la ruptura).
3ª) La apostasía, o conversión de uno de los cónyuges a otra religión (la
extinción de la personalidad musulmana acarrea que el matrimonio
musulmán también finalice).
4ª) La existencia de vicios redhibitorios (vicios ocultos) comporta la
rescisión del contrato; se refiere a enfermedades graves o defectos
físicos o psíquicos importantes de cualquiera de los esposos.
5ª) Incumplimiento de las obligaciones propias del matrimonio.
6ª) El pronunciamiento de lian: trae su causa de un adulterio de la
esposa y su finalidad es evitar una paternidad falsa. Este pro-
nunciamiento es el único modo de romper el vínculo paterno-fi-
lial de un concebido constante matrimonio y consiste en cuatro
juramentos consecutivos del esposo ante el juez sobre la infide-
lidad de su mujer; el quinto juramento consiste en la impreca-
ción de que la maldición de Alá caiga sobre el que miente. Si
ella realiza los mismos cuatro juramentos y la imprecación, con
independencia de la disolución del vínculo, podrá librarse del
castigo por adulterio. Los efectos disolutorios son los de siem-
pre, salvo que la esposa pierde el derecho de ser mantenida du-
rante el embarazo.
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6. EL MATRIMONIO IRREGULAR
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BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA
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TEMA 28
1. EL MOMENTO CONSTITUTIVO
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2. EL MOMENTO REGISTRAL
El art. 7.5 de los Acuerdos con la FEREDE y la FCI, y el art. 7.3 del Acuer-
do con la CIE establecen que, «una vez celebrado el matrimonio, el ministro ofi-
ciante extenderá, en la certificación de capacidad matrimonial [entregada previa-
mente por el encargado del Registro Civil], diligencia expresiva de la celebración
del matrimonio [religioso] que contendrá los requisitos necesarios para su ins-
cripción y las menciones de identidad de los testigos. Uno de los ejemplares de
la certificación así diligenciada se remitirá, acto seguido, al encargado del Regis-
tro Civil competente para su inscripción, y el otro, se conservará como acta de la
celebración en el archivo», bien «del oficiante» (FEREDE) o «de la Comunidad
israelita respectiva» (FCI).
Por su parte, el art.7.3 de la CIE dice: « Una vez celebrado el matrimonio, el
representante de la Comunidad islámica en que se hubiera contraído aquél, envia-
rá al Registro Civil, para su inscripción, certificación acreditativa de la celebra-
ción del matrimonio, en la que deberán expresarse las circunstancias exigidas por
la legislación del Registro Civil».
El art. 7.6 del Acuerdo con la FEREDE y de la FCI y el art. 7.4 del Acuerdo
con la CIE establecen que «sin perjuicio de las responsabilidades a que haya lu-
gar y de los derechos adquiridos de buena fe por terceras personas, la inscripción
podrá ser promovida en cualquier tiempo, mediante presentación de la certifica-
ción diligenciada a que se refiere el número anterior».
Por analogía con el Acuerdo con la Santa Sede, se entiende que pueden pro-
mover la inscripción tanto los cónyuges como el ministro oficiante, o incluso un
tercero. Ya se ve que no se fija un plazo determinado para realizarla, por lo que,
en principio, debería hacerse inmediatamente, al no tratarse de un derecho dispo-
nible de los particulares, sino de un compromiso que adoptan.
3. EL MOMENTO EXTINTIVO
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BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA
AA.VV. Acuerdos del Estado Español con los judíos, musulmanes y protesantes,
Salamanca, 1994, Publicaciones de la Universidad Pontificia de Salamanca,
310 págs.
AA.VV. Tratado de Derecho eclesiástico, Pamplona, 1994, EUNSA, Instituto
Martín de Azpilcueta, págs. 895 y ss.
GARCÍA HERVÁS, Dolores (Coord.) y otros, Manual de Derecho eclesiástico
del Estado, Madrid, 1991, Ed. Colex, págs. 327 y ss.
GONZÁLEZ DEL VALLE, José Mª, Derecho eclesiástico español, Madrid, 1991
(2ª edición), Artes Gráficas Iberoamericanas, S.A., págs. 363 y ss.
IBÁN, Iván C. y otros, Curso de Derecho eclesiástico, Madrid, 1991, Ed. Servi-
cio de Publicaciones de la Facultad de Derecho de la Univeridad Compluten-
se, págs. 505 y ss.
LLAMAZARES FERNÁNDEZ, Dionisio, Derecho eclesiástico del Estado. De-
recho de la libertad de conciencia, Madrid, 1991 (2ª edición), Servicio de
Publicaciones de la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense,
págs. 893 y ss.
NAVARRO VALLS, Rafael (Coord.) y otros, Derecho eclesiástico del Estado Es-
pañol, Pamplona, 1993 (3ª edición), EUNSA, págs. 422 y ss.
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Introducción a la 3ª edición . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
MÓDULO I
FUNDAMENTOS BÁSICOS
I. EL DERECHO ECLESIÁSTICO DEL ESTADO
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ÍNDICE
4. La Restauración borbónica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 40
5. La II República . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41
6. El Régimen franquista . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 42
7. El Estado democrático . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 44
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ÍNDICE
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ÍNDICE
MÓDULO II
LA DIMENSIÓN INSTITUCIONAL DE LA LIBERTAD
RELIGIOSA: LAS CONFESIONES RELIGIOSAS
I. LOS SUJETOS CONFESIONALES
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ÍNDICE
MÓDULO III
LA DIMENSIÓN INDIVIDUAL DE LA LIBERTAD
RELIGIOSA: LOS DERECHOS Y LIBERTADES
I. LA ENSEÑANZA
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ÍNDICE
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ÍNDICE
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ÍNDICE
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ÍNDICE
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