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Desterrado a Chile el Presidente Francisco García Calderón, por negarse a firmar la paz
con cesión de territorio, asumió el poder el Vicepresidente Contralmirante Lizardo
Montero.
Por razones estratégicas Montero instaló su gobierno en Arequipa, a la cual llegó por
tren procedente de Juliaca el 30 de agosto de 1882, siendo objeto por parte del pueblo
arequipeño de una afectuosa bienvenida, que se cerró con un desfile militar, que
Montero revistó desde las ventanas de la prefectura, que hizo las veces de Palacio de
Gobierno.
Era, por entonces, prefecto del departamento Francisco Ballón y alcalde accidental José
Moscoso Melgar, quien, en la “Memoria” que leyó ante la Junta General de la
Municipalidad en diciembre de 1882, dijo que las señoras de la población solícitas
aceptaron confeccionar, con el tocuyo que les repartió la prefectura, camisas para el
ejército, que ascendió a 7000 más o menos.
No queda allí, por cierto, la contribución de Arequipa a la resistencia contra el invasor
extranjero. Armando de La Fuente en la “Memoria” de sus labores como alcalde, había
dicho en octubre de 1881 que el vecindario arequipeño obsequió sus alhajas para la
compra de un buque blindado.
Esta actitud -según Luis Guzmán Palomino- fue interpretada por dos publicaciones de la
época: el “Diario de Arequipa” y “El Eco del Misti” que proclamaron la resistencia del
pueblo de Arequipa al enemigo invasor y la no cesión territorial, en caso de producirse
un acuerdo. Este, sin embargo, no fue el temperamento del Congreso Extraordinario que
De otro lado, Montero, ante el avance chileno sobre Arequipa por Moquegua,
contrariamente ordenó a las fuerzas del Coronel Francisco Llosa a replegarse. Esta
medida, sumada al desoír del pueblo que pedía la guerra, significó (para Juan Guillermo
Carpio Muñoz) una traición, y, en relación a la reacción de los arequipeños en contra del
gobierno de Montero, según Armando Nieto Vélez, un trágico malentendido.
En tercer lugar, que la decisión del gobierno de Montero de retirarse a Puno obedecería
no a un acto de cobardía sino a un concebido plan con el aliado país de Bolivia para
impedir la incursión de las fuerzas chilenas en Puno. Al respecto, Daniel Parodi
Revoredo sostiene que el plan secreto seguido por Montero fue un acuerdo conjunto
planteado inicialmente por el presidente boliviano Narciso Campero. Es decir, que fue
“la táctica
Poco antes, el Congreso que se reunió en Arequipa, dio una ley -el 23 de junio de 1883-
por la cual se facultaba al gobierno a negociar la paz sobre la base de cesión de territorio.
“Los guerreros”, así llamados los congresistas que se resistieron a firmar la paz en tales
términos, solían reunirse en la casa del diputado Andrés Meneses. Abelardo Gamarra,
“el tunante”, que también formó parte de dicha asamblea, cuenta que la casa del
Diputado Meneses fue entonces el centro de reunión de quienes, como él, se oponían a
lesionar integridad territorial del país.
Los días 27 y 28 de octubre de 1883 la angustia de la población que no avizoraba un
desenlace fue, en algo amainada, por la indesmallable labor de Armando de la Fuente y
José Domingo Montesinos, quienes en agitadas cabalgatas recorrían los barrios de la
ciudad y hasta fueron a Cayma y Yanahuara para informar a los vecinos que las tratativas
para la entrada pacífica de los chilenos estaban en buen camino.
Francisco Mostajo dijo “en honor de Montesinos, que, con su carácter entero, salvó a
Arequipa del horror de la matanza caótica, indistinta y sin objeto ya, entre paisanaje e
invasores, y en honor de la Fuente, que con su carácter afable la salvó de las bárbaras
durezas de la ocupación”.
Esto dio origen a la “leyenda negra” que intentó presentar a Arequipa como una ciudad
que no ofreció resistencia al invasor chileno. Con ello se quiso demostrar el escaso valor
de los arequipeños, poniéndose en duda el título de caudillo colectivo del país, con que
fue reconocida durante el siglo XIX. Jorge Basadre había dicho que Arequipa fue la
pistola que apuntaba al corazón de Lima hasta 1867.