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DROGAS Y ADICCIÓ N.

COEVOLUCIÓ N PLANTAS-
MAMÍFEROS

Antonio Fernández Guerrero

Dirige: PROFESOR F. J. Rubia

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PRIMERA PARTE. MECANISMOS DE DEFENSA DE LAS PLANTAS ANTE LAS
ESPECIES DEPREDADORAS. TAXONOMÍA DE LOS ALCALOIDES.

INTRODUCCIÓN PREVIA: EL CONCEPTO DE COEVOLUCIÓN

Antes de adentrarnos en mayor profundidad en nuestro tema, en aras de esclarecer


mejor los desarrollos futuros, será conveniente repasar previamente, aunque lo hagamos de
forma breve (pues no es el tema principal de estudio), el concepto biológico de coevolución.

Los estudiosos de la biología o la ecología saben que las especies pueden afectarse unas a otras
en su proceso evolutivo de maneras complejas. De forma genérica podemos definir el concepto
de coevolución como la situación que se da cuando el curso evolutivo de dos especies queda
permanentemente ligado porque una de las especies tiene una característica que actúa como
presión de selección sobre la otra, y a la vez la segunda especie posee una característica que
actúa como presión de “contra-selección” sobre la primera.

Las interacciones coevolutivas pueden ser expresadas como relaciones parasitarias, o


depredadoras, en las cuales una especie se beneficia a expensas de otra; o relaciones mutuas, en
las cuales ambas especies se benefician en simbiosis (sin embargo, las simbiosis se producen en
realidad por intereses egoístas que convergen en un beneficio mutuo para las especies
implicadas).

Restringiéndonos a lo que nos atañe a nosotros, los animales herbívoros son dependientes de las
plantas por constituir la fuente de su alimento. Ello ha impulsado evolutivamente a las plantas a
que, como mecanismo de defensa ante sus depredadores, sean frecuentemente espinosas,
nocivas o tóxicas en su consumo.

Un ejemplo ilustrativo es el siguiente: la planta del tabaco (Nicotiana tabacum) sintetiza


nicotina, lo cual la protege de que la ingieran los insectos ya que dicho alcaloide es susceptible
de unirse a los receptores colinérgicos de sus cerebros (activados normalmente por el
neurotransmisor aceltilcolina), lo cual desencadena que de forma casi inmediata los insectos
queden indefectiblemente paralizados. Sin embargo, los depredadores de las plantas también
pueden desarrollar mecanismos para contrarrestar y defenderse ante esta clase de ataques
bioquímicos. Por ejemplo, en el caso expuesto de los insectos y la planta del tabaco, en los
insectos han evolucionado patrones de conducta y estrategias biológicas orientadas a proteger
sus sistemas nerviosos de esta parálisis; por ejemplo, un discernimiento de las partes de la
planta donde la concentración de nicotina pueda ser despreciable o nula, recubrir sus neuronas
con moléculas orgánicas que bloqueen el acceso de la nicotina, o, directamente, sintetizar
enzimas que sean capaces de descomponerla con suficiente rapidez.

Sin embargo, la coevolución con las plantas no siempre ha de estar basada en la competición
basada en la defensa y el contraataque. Más interesante e importante para nosotros resulta el
caso en que se produce una simbiosis en la evolución conjunta de las especies. En efecto,
sabemos que los depredadores de las plantas (sobre todo los mamíferos herbívoros y los
insectos) también ayudan a éstas, pues son ellos quienes intervienen en el reciclado de sus
nutrientes al producir desechos orgánicos, dispersan las semillas de las plantas y les sirven
además como polinizadores (actuando como vectores de un órgano sexual sustituto).

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Como ejemplo de esta clase de coevolución, que es beneficiosa tanto para las plantas como para
sus depredadores, así como de la tendencia universalmente presente en las especies naturales de
consumir alcaloides, está el de las abejas y las plantas del café (los cafetos o Coffea) y del
tabaco. Los biólogos han descubierto que si las abejas tienen opción de elegir, prefieren tomar
un sorbo de néctar que contenga pequeñas trazas de nicotina y cafeína al néctar puro a secas (la
nicotina se encuentra en el néctar de las flores del árbol del tabaco, mientras que la cafeína es
común en las flores de los cítricos y de la parra).

Además, se pudo comprobar que si se ofrecen a las abejas distintos tipos de néctar con
concentraciones distintas de estos alcaloides (sean naturales o artificialmente producidas por los
investigadores), éstas siempre se decantan por aquellas donde la concentración de estas
sustancias adictivas fuera mayor. De este modo, se deduce que las plantas que evolucionaron
para producir niveles más altos de estas sustancias alcaloides tuvieron ventajas evolutivas
evidentes para su reproducción. Así, vemos que la antiquísima relación mutua entre las plantas
y sus depredadores está lejos de ser superflua.

MECANISMOS DE DEFENSA DE LAS PLANTAS: LAS DROGAS ALCALOIDES Y SU


PAPEL EN LOS ECOSISTEMAS

Cuando examinamos un ecosistema con abundante vegetación, como un bosque o una


selva, encontramos que, sorprendentemente, la mayoría de las plantas y sus hojas no presentan
apenas daños causados por los mamíferos herbívoros e insectos que los rodean, pese a ser una
fuente potencial de ingente alimento para todos sus depredadores. Nos surge entonces la
cuestión de explicar esta aparente contradicción; la solución defensiva de las plantas, así como a
la postre del equilibrio del conjunto del ecosistema, son las sustancias alcaloides.

Tanto las hojas de plantas de zonas templadas como tropicales, están profusamente embebidas
en compuestos químicos nocivos, algunos muy conocidos por los humanos, como la nicotina.
Según el biólogo evolutivo norteamericano Daniel Janzen: “A los ojos de los herbívoros, el
mundo no está coloreado de verde, sino más bien está pintado de morfina, L-desoxifenilalanina
(L-DOPA), oxalato de calcio, cannabinol, cafeína, aceite de mostaza, estricnina, rotenona, etc.”
Muchos venenos y estimulantes muy conocidos por el hombre, drogas que van desde el curare
hasta la cocaína, provienen de hecho de plantas tropicales.

Los fisiólogos vegetales a menudo denominan a éstas y muchas otras sustancias químicas
presentes en las plantas compuestos secundarios, porque la mayoría parece carecer de una
función metabólica directa (como intervenir en la fotosíntesis). Sin embargo, los compuestos
secundarios tienen una función vital, como veremos en este trabajo.

Las plantas contienen muchos tipos de compuestos secundarios diferentes, y cualquier planta
particular puede poseer docenas de ellos. Debido a que colectivamente ayudan a proteger a las
plantas, en general se los llama compuestos defensivos o aleloquímicos (al fenómeno se le
denomina alelopatía). Es probable que se originaran como subproductos metabólicos genéticos
accidentales o desechos químicos que, por casualidad, proveyeron algún grado de protección a
la planta ante los ataques de microbios, insectos y herbívoros.

Tales mutaciones confieren gran vigor a la planta, y así la selección natural favorece el rápido
almacenamiento de estas sustancias. La mayoría de los investigadores no atribuyen una función
metabólica directa a los compuestos secundarios, arguyendo en cambio que sirven por completo
para la defensa. Sin embargo, hay evidencia de que algunos de los compuestos secundarios
podrían ser directamente funcionales, participando activamente en las rutas metabólicas de las

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plantas. No obstante, existen numerosas pruebas a favor del argumento que propone que la
función primaria de muchos compuestos secundarios es la defensa de las plantas, al disuadir
tanto a insectos como a animales herbívoros mediante su sabor o aroma.

La mayoría de las especies de plantas contienen una variedad impresionante de compuestos


defensivos que representan varios grupos de compuestos químicos importantes. La función
principal de algunos compuestos defensivos es proteger a la planta contra los herbívoros, otros
las protegen específicamente contra los ataques de bacterias y hongos.

Los alcaloides derivados de las plantas se encuentran entre las drogas más adictivas y
conocidas. Sustancias tan conocidas en nuestra sociedad como la cocaína (de la planta de coca o
Erythroxylum coca), morfina (extraída de la amapola del opio, Papaver somniferum), cannabis
(Cannabis sativa), cafeína o nicotina son todas alcaloides. En total hay más de 4.000 alcaloides
catalogados hasta la actualidad, que están globalmente distribuidos entre 300 familias de plantas
y más de 7.500 especies.

Una sola especie de planta puede contener cerca de cincuenta alcaloides diferentes o incluso
más. Por ejemplo, el cannabis contiene alrededor de sesenta moléculas distintas de
cannabinoides. Aunque las especies de plantas tropicales concentran probablemente la mayoría
de los alcaloides del mundo, éstos también están presentes en las plantas de zonas templadas.
Además, los botánicos estiman que aproximadamente el 20% de todas las especies de plantas
vasculares (es decir, las que constan de raíz, tallo y hojas, también llamadas cormofitas)
contienen alcaloides. Los alcaloides no sólo están presentes en las hojas de la planta, sino
prácticamente en cualquier parte, incluyendo las semillas, raíces, brotes, flores y frutos.

La mayoría de los alcaloides tienen sabor amargo (pues químicamente son básicos, con
excepción de la colchicina, que es ácida). En los mamíferos, dependiendo del nivel de dosis
ingerida, tienden a interferir tanto con la función hepática como con la membrana celular.
También se ha encontrado que pueden interrumpir la lactancia, causar aborto o defectos de
nacimiento en los mamíferos que las consumen.

Aunque no todas, la inmensa mayoría de las sustancias alcaloides son adictivas. De todas las
características anteriores, probablemente el sabor amargo, combinado con la dificultad en las
funciones digestiva y hepática, sea lo que desaliente a los animales a ingerir vegetación rica en
alcaloides, y consiguientemente, protegiendo a las plantas.

Por ejemplo, se ha demostrado experimentalmente que la cafeína disuade a los insectos del
trópico de alimentarse. La cafeína es un tipo de alcaloide llamado metilxantina (su nombre
químico es 1,3,7- trimeltilxantina), y tanto ésta como las metilxantinas sintéticas dificultan
seriamente el funcionamiento de los sistemas enzimáticos del gusano del tabaco (Manduca
sexta). El daño biológico se produce a concentraciones consideradas normales para plantas
silvestres; así la cafeína, a pesar de ser un estimulante para el hombre, es en realidad una forma
de insecticida que protege a la planta. Sin embargo, la mayoría de los alcaloides no parecen
funcionar como inhibidores de alimentación para insectos. Por tanto, algunos investigadores han
sugerido que es posible que la función principal de algunos alcaloides sea más la de almacenar
carbono y nitrógeno que la de actuar como compuestos defensivos.

Como sabemos, los alcaloides son compuestos nitrogenados que se sintetizan a partir de
aminoácidos. Sin embargo, estos aminoácidos no tienen por qué ser proteicos (es decir, los
presentes en las proteínas de los animales), de lo cual se deriva otro tipo de mecanismo
defensivo de las plantas frente a sus depredadores (y que constituye una subclase de drogas
alucinógenas); algunas plantas tropicales, especialmente los miembros de la familia de las judías
y el guisante (leguminosas), contienen aminoácidos inútiles para construir proteínas, pero que
además interfieren con la síntesis normal de éstas, y por tanto, inciden negativamente en la salud

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del animal si las ingiere. Por ejemplo, la canavanina imita molecularmente a la arginina, un
aminoácido esencial.

Este tipo de estrategia de las plantas en que reaccionan defensivamente sintetizando moléculas
que imitan las propias del organismo depredador, no sólo ocurre a nivel del sistema digestivo y
su asimilación metabólica posterior, sino también, lo que será más importante para nosotros, del
sistema nervioso y del cerebro.

El más conocido de los aminoácidos tóxicos es la L-DOPA, que además puede ser un potente
alucinógeno. Se ha encontrado que tanto la canavanina como la L-DOPA se concentran en
semillas de algunas especies de plantas tropicales. En general, la función principal de los
aminoácidos no proteicos, al menos en las legumbres, parece ser tan sólo la de disuadir a los
herbívoros depredadores de su consumo.

En cuanto a la distribución geográfica de las plantas alcaloides, se ha determinado que un 27%


de las especies herbáceas templadas contienen alcaloides, comparado con un 45% de las
especies tropicales. Las plantas más antiguas evolutivamente, como las magnolias (muchas de
las cuales son tropicales), contienen en general más alcaloides que las especies de familias más
recientes.

En Kenia, el 40% de las especies de plantas estudiadas contienen compuestos alcaloides,


mientras que en Turquía sólo un 12,3% y en Estados Unidos un 13,7%. Sin embargo, en Puerto
Rico, un área tropical pero de mucho menor tamaño que los Estados Unidos, el 23,6% de las
plantas estudiadas contienen algún tipo de alcaloide. De este modo, el análisis de los datos
anteriores revela una reducción lenta pero sostenida del porcentaje de plantas con alcaloides
desde el Ecuador hacia el Norte, una tendencia llamada “clina latitudinal”.

Una posible explicación a esta clina aduce que al estar menos sujetas a la presión por plagas,
muchas especies no tropicales no hayan desarrollado altos contenidos de alcaloides. Otra
posibilidad es que la presión por plagas, al variar sustancialmente entre las áreas tropicales y
templadas, haga que se seleccionen diferentes compuestos químicos defensivos, no
necesariamente compuestos alcaloides.

Los compuestos defensivos están presentes en plantas de virtualmente todos los hábitats, pero es
posible deducir algunas tendencias características del tipo de hábitat particular. Por ejemplo, los
bosques tropicales de tierras bajas, manglares pantanosos, desiertos y bosques montanos
lluviosos y nubosos, son todos hábitats donde los compuestos defensivos abundan. En cambio,
el bosque y las praderas alpinas, así como las áreas alteradas por los humanos, poseen menos
plantas que contengan compuestos defensivos.

De todos los anteriores, el lugar en que más abundan los compuestos defensivos probablemente
sea en los bosques de tierras bajas que se encuentran en los suelos blancos y arenosos, pobres
en nutrientes, del norte de la región amazónica.

Las hojas de la vegetación de los bosques de suelos blancos, costosas de remplazar, poseen una
vida larga y su concentración de compuestos defensivos es tal que, aun después de caer de la
planta, ningún herbívoro las puede comer. De hecho, sus compuestos defensivos deben ser
lavados por la lluvia para que la hoja pueda ser desmenuzada y sus minerales reciclados.

La razón más probable para las altas concentraciones de compuestos defensivos en los bosques
de suelo blanco y arenoso, es que las plantas deben ser más eficientes en producir hojas
cargadas de éstos en vez de estar remplazando continuamente las hojas destruidas por
patógenos microbianos, hongos o herbívoros, ya que debido a la escasez de minerales en el
suelo, remplazar las hojas es una tarea biológicamente más costosa que sintetizar compuestos
defensivos que promuevan la longevidad de la planta.

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Por otra parte, los ecosistemas que disponen de más fuentes nutritivas para sus plantas tienden a
producir especies herbáceas que invierten en sus compuestos defensivos de manera diferente a
como sucede en suelos más pobres y estériles. La mayoría de las especies de plantas que nacen
en suelos más enriquecidos compiten entre sí por maximizar sus tasas de crecimiento, y para
ello sintetizan sustancias alcaloides, glicósidos fenólicos y cianogénicos, todos presentes en
bajas concentraciones y cuyo coste energético conjunto es relativamente bajo. En contraste, las
plantas de suelos pobres en nutrientes han de invertir más en compuestos defensivos de alto
coste metabólico, como polifenoles y fibra (por ejemplo lignina), que son retenidos como
defensas pasivas en sus hojas y corteza, por lo que sus árboles crecerán más despacio, pero en
cambio estarán mejor protegidos durante su crecimiento en zonas agrestes.

Así, vemos que estos patrones defensivos opuestos en las plantas están directamente
relacionados con la disponibilidad de recursos inmediatos en su entorno. En resumen, en lugares
pobres en recursos, los compuestos defensivos duraderos, aunque costosos energéticamente, son
los predominantes, mientras que en zonas copiosas en recursos, las plantas tienden a desarrollar
compuestos defensivos simples en su síntesis química y de menor duración, ya que son capaces
de dedicar suficiente energía para un crecimiento rápido, así como de remplazar los compuestos
defensivos según su necesidad.

Respecto a su relación con los animales del ecosistema, sabemos que muchas especies de
plantas están sujetas a ser dañadas por los herbívoros. Por ejemplo, las cecropias crecen rápido y
suelen observarse con las hojas muy dañadas por sus depredadores. Esto seguramente ocurre
porque las cecropias sacrifican la protección de los compuestos defensivos en aras de lograr un
crecimiento más rápido. También se observan hierbas y enredaderas profundamente dañadas en
áreas adyacentes a bosques maduros, en los que el daño en las hojas del sotobosque era en
cambio mucho menor.

En general, las áreas que experimentan una proliferación vegetal temprana serán áreas ricas en
recursos; sin embargo, mientras más especies de animales invaden y crecen en dicho lugar, la
competencia entre las especies reduce la disponibilidad total de recursos por animal, y hace
prevalecer a las especies mejor adaptadas a crecer más lentamente pero con persistencia.

El ya citado biólogo D. Janzen estimó que la densidad de insectos parasitarios consumidores de


plantas alcaloides es de cinco a diez veces mayor en áreas de mayor proliferación que en el
estrato bajo del bosque lluvioso maduro (donde es menor), presumiblemente porque las especies
de plantas que se encuentran en este tipo de zonas más favorecidas son más apetecibles para los
insectos.

Además, puede darse una dura “batalla” entre los insectos y animales herbívoros y una planta
del ecosistema, como es el caso por ejemplo de Piper arieianum en los sotobosques de Costa
Rica. Se ha observado que el daño que los insectos causan a esta especie varía marcadamente de
una planta a otra. La explicación es probablemente que algunos ejemplares de Piper resultan
genéticamente más resistentes a los herbívoros que otros, a causa de mutaciones genéticas
relacionadas con la producción de sus aleloquímicos.

El ejemplo particular de Piper resalta la fuerte influencia selectiva en la evolución de las


defensas de las plantas que han supuesto desde siempre sus depredadores. Algunos ejemplares
de Piper arriesgan en invertir más en crecer y reproducirse rápidamente que en compuestos
defensivos, mientras que otros crecen y se reproducen más lentamente pero están mejor
protegidos por el gasto en la producción química de sus defensas, esto es, las toxinas alcaloides.
Finalmente, las plantas con pocas defensas pueden estar parcialmente protegidas si se
encuentran entre plantas que sí se encuentran bien defendidas, donde los herbívoros son más
escasos.

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BREVE DISCUSIÓN SOBRE LA RELACIÓN DE LAS PLANTAS ALCALOIDES CON
LOS SIMIOS: CLAVES SOBRE EL PASADO EVOLUTIVO HUMANO

Existe una multitud de pruebas (genéticas y anatómicas) que llevan a los biólogos a
inducir que la estirpe filogenética de la cual procede el Homo sapiens ha estado en contacto con
sustancias y plantas psicoactivas a lo largo de millones de años de evolución.

El alcohol constituye un ejemplo de este contacto ancestral. El etanol es muy fácil de encontrar
en las frutas (concentraciones que rondan un 0,5% son muy frecuentes en climas cálidos y frutas
maduras), y ya que los mamíferos han estado expuestos al etanol durante millones de años,
comparten numerosas enzimas para su catálisis metabólica, que han desarrollado
evolutivamente para adaptarse a su consumo. Prueba de esto es que la enzima alcohol
deshidrogenasa, por la que empieza su catálisis metabólica, podría datar incluso de la época de
aparición de los primeros peces vertebrados, hace unos 450 millones de años.

Por tanto, como modelo de trabajo (aunque simplificado) de la relación entre las plantas
alcaloides y los ancestros del hombre, podemos estudiar en qué términos se produce la relación
actual entre los simios con su entorno natural, los bosques y selvas. De hecho, tenemos razones
para justificar este modelo, pues sabemos que nuestros antepasados los Austrolopitecos
africanos (hace 4 millones de años) se alimentaban y abastecían a base de una dieta compuesta
principalmente por frutas y hojas (se sabe que los homínidos de hace más de 25 millones de
años de los que descendemos ya eran frugívoros), no muy distinta de la de los monos
neotropicales o los africanos, también frugívoros y vegetarianos.

Aclaramos que la interacción coevolutiva entre plantas y mamíferos no es particular sólo de


nuestros ancestros, sino que intervienen todas las especies de animales e insectos en contacto
con las plantas, a quienes éstas llevan usando como vectores que dispersan sus semillas y
elementos de la red de reciclado orgánico en la cadena trófica desde hace al menos más de 100
millones de años.

Como ya planteamos más arriba, las relaciones entre los depredadores y las plantas no dejan de
ser siempre algo paradójicas: los monos son esencialmente vegetarianos y viven en lo que
exteriormente parece un hábitat idílico para ellos, rebosante de hojas y frutos, pero para su
propia protección y supervivencia, las plantas han debido desarrollar evolutivamente toda clase
de compuestos defensivos, que almacenan en sus tejidos vegetales.

Si esto ha sido así, ¿cómo logran entonces sobrevivir los monos en un mundo tan atractivo
desde el exterior pero tóxico, venenoso y hasta mortal en su interior? El biólogo y antropólogo
norteamericano Kenneth Glander estudió este asunto en Costa Rica, mientras observaba monos
aulladores de la especie Alouatta villosa.

En una ocasión, un mono se desorientó y cayó desde un árbol de considerable altura, pero el
mono no estaba ni enfermo ni herido previamente. Por otra parte, Glander pudo comprobar que
en el área de estudio había más aulladores que habían muerto al caer al suelo. La hipótesis que
planteó fue que estos monos se habrían envenenado con los compuestos defensivos presentes en
el follaje que habían ingerido. Los monos se alimentaban de hojas del árbol Madera Negra
(Gliricidia sepium), árbol que contiene multitud de alcaloides en sus hojas, pues de hecho, los
habitantes locales usaban sus hojas machacadas para obtener rotenona, usado como veneno para
ratas.

Lo siguiente que hizo Glander para entender cómo podía finalmente subsistir la población de
monos fue marcar cada uno de los 1.699 árboles en el área de estudio con objeto de documentar

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los árboles exactos de los que se alimentaban los monos. Gracias a este procedimiento,
comprobó que los monos eran extremadamente selectivos con sus opciones alimentarias, pues
de un total de 149 árboles Madera Negra en el área de estudio, los monos solamente se
alimentaban de tres, que siempre eran los mismos. De este modo, encontró que las hojas de
estos árboles en cuestión estaban libres de alcaloides y glucósidos cardiacos, mientras que el
resto de árboles Madera Negra contenían altas concentraciones de alcaloides defensivos. La
conclusión era irrebatible: los monos habían aprendido qué árboles eran los seguros para comer.

En base a este “experimento”, Glander propone que los compuestos alcaloides defensivos
pueden haber supuesto un factor determinante en la evolución de la inteligencia de los
homínidos (y del resto de nuestros parientes primates). Los venenos alcaloides ejercen una
considerable presión selectiva en los animales para que amplíen su capacidad de observación,
ya que deben utilizar sus instintos y percepción sensorial, y memorizar qué frutas, plantas y
hojas
son seguras y cuáles no. Además, han de transmitir y comunicar la información sobre las clases
de plantas al resto de miembros del grupo. Más aún, la propia estructura social de los monos
aulladores en particular, y del resto de especies de monos en general u homínidos, puede estar
directamente relacionada evolutivamente con las presiones impuestas por el hecho ineludible de
tener que sobrevivir en un mundo lleno de árboles y vegetales con alcaloides tóxicos.

En consecuencia, como mecanismo defensivo los monos han aprendido a saber discernir y
preferir las hojas jóvenes, cuyo valor nutritivo es relativamente alto y aún no están muy
cargadas de compuestos defensivos por no haber madurado completamente. En caso de no tener
otra alternativa que comer hojas maduras y repletas de alcaloides nocivos, los monos sólo
comen un poco y luego se dirigen a un árbol de otra especie para seguir alimentándose, por lo
que por medio de esta conducta evitan ingerir dosis altas de un sólo tipo de compuesto
defensivo (que es lo que los envenenaría, pues la toxicidad de distintas clases de alcaloides no
se acumula). Como otro mecanismo defensivo a veces sólo comen el pecíolo de la hoja, donde
el contenido de alcaloides es más bajo, ignorando el resto.

TAXONOMÍA DE LOS ALCALOIDES

El neurobiólogo David Linden ofrece en su libro La brújula del placer (2011) la


siguiente taxonomía para las drogas:

1. Los estimulantes: compuestos que aumentan la vigilia y excitan la función mental,


como la cocaína, la cafeína o el khat (Catha edulis, de consumo tradicional en los países
árabes). En general tienen efectos positivos sobre el estado de ánimo, pero también
pueden provocar ocasionalmente ansiedad y agitación.

2. Los sedantes: sustancias que tranquilizan e inducen al sueño, pero que también alargan
el tiempo de reacción y pueden provocar descoordinación motora. Por ello, los sedantes
han sido también utilizados para calmar el estado de ánimo de los toxicómanos de
drogas estimulantes. Ejemplos son: las benzodiazepinas (regularmente usadas en
medicina como ansiolíticos o anestésicos), el éter o el alcohol.

3. Los alucinógenos: drogas que alteran la percepción distorsionando los sentidos, y a


veces, provocando percepciones sinestésicas (caso frecuente bajo los efectos de la
dietilamida de ácido lisérgico o LSD), así como otras alteraciones profundas en la
cognición y el estado de ánimo. Se les atribuye el poder de disolución del “yo” o ego y
de sentimiento de unidad con el universo, motivo por el cual han sido frecuentemente

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utilizadas en rituales religiosos a lo largo de la historia por toda clase de culturas. Por
ejemplo, se sabe que los aztecas consumían muchas clases de hongos y setas
alucinógenas que usaban en sus prácticas religiosas. En la antigua Grecia, el ingrediente
catalizador para entrar en contacto con los dioses en los misterios eleusinos era el
kykeon, psicotrópico que modernamente llamaríamos amida de ácido lisérgico o LSA
(molécula precursora de la LSD), que se obtenía a partir de cereales parasitados por el
hongo cornezuelo del centeno (Claviceps purpurea). Ejemplos: psilocibinas, ayahuasca
(brebaje que preparan los chamanes de Mesoamérica y Sudamérica a partir de la planta
Psychotria viridis combinada con la liana Banisteriopis caapi, el componente básico),
peyote (Lophophora williamsii) o hierba María (Salvia divinorum, planta no alcaloide).

4. Los opioides: para muchos autores, estas sustancias se incluyen entre los sedantes, pero
se les puede considerar en una categoría propia porque no sólo alivian el dolor, sino que
también provocan una euforia mucho más intensa que otros sedantes con una acción
química diferente. Ejemplos son el opio, la morfina y su derivado la heroína.

La taxonomía anterior no es completamente precisa, puesto que la misma sustancia puede


originar efectos psicoactivos muy distintos según la dosis ingerida, el modo de consumo (por
inyección intravenosa, fumada, esnifada o por vía rectal) e incluso el contexto cultural, social o
religioso.

Por ejemplo, el alcohol en dosis elevadas actúa como sedante (que es como lo hemos clasificado
arriba), y de hecho en el siglo XIX a veces se usaba como anestésico para operar si no se
disponía de una droga más eficiente. A dosis menores tiene un efecto estimulante, si bien a
veces contradictorio, pues como escribía William Shakespeare “el beber es el gran provocador
de tres cosas. ¿Pues qué ha de ser? La nariz roja, el sueño y la micción. En cuanto a la lujuria…
la provoca y no la provoca. Provoca el deseo, pero impide realizarlo, te hace y te deshace, te
excita y te desanima, te persuade y te desalienta, te hace firme pero poco duradero”.

De la nicotina se puede decir algo parecido, pues simultáneamente es sedante y levemente


estimulante, al igual que el cannabis (la droga ilegal más consumida del planeta).

Por otro lado, el 3,4-metilendioximetanfetamina (éxtasis o MDMA) es, además de un potente


alucinógeno, un desinhibidor social por su efecto estimulante, razón por la que se le califica
como “empatógeno”. De hecho, si los efectos alucinógenos resultan más importantes que los
estimulantes o viceversa dependerá intrínsecamente del contexto social.

Finalmente, aparte de la dosis o las variables ambientales y sociales, no debemos dejar de


olvidar y excluir el factor subjetivo de lo que el consumidor cree que está tomando, su estado
anímico en el momento, así como su opinión o prejuicios sobre el efecto que el psicoactivo
provocará, pues como aduce el internacionalmente reconocido estudioso de las drogas Griffith
Edwards, “gran parte de los efectos de una sustancia en la mente se deben a la mente misma”.

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SEGUNDA PARTE. MAMÍFEROS: LAS BASES BIOLÓGICAS, PSICOLÓGICAS Y
GENÉTICAS DE LA ADICCIÓN.

INTRODUCCIÓN. ANÁLISIS DESDE LA BIOLOGÍA EVOLUCIONISTA

Como ya hemos dicho, el consumo de sustancias psicoactivas es connatural al hombre,


pues lo hemos heredado a partir de nuestros ancestros en un proceso evolutivo de muchos
millones de años. La biología evolucionista nos lleva a plantearnos cuál es el propósito
adaptativo de esta conducta universal, es decir, qué clase de ventajas otorga para los fines
naturales de los seres vivos, que son la supervivencia y la reproducción. Según esta disciplina, a
fin de entender las conductas biológicas debemos también investigar los entornos y
circunstancias en los que se originaron. Aun pertenecientes a épocas remotas de la evolución, su
influencia sobre la conducta presente de las especies puede perdurar a través de los genes, cual
es probablemente el caso que nos ocupa.

La biología evolucionista ha presentado diversas teorías que podrían explicar con éxito el origen
de algunas adicciones, por ejemplo, la del alcohol. Como vimos, los seres humanos procedemos
de una estirpe de homínidos frugívoros. La propensión que hemos heredado de nuestros
ancestros por la ingesta de etanol nació de lo que en un pasado tuvo un incentivo adaptativo, a
saber, ingerir frutas de alto contenido energético que contenían más etanol.

Todavía encontramos pruebas de ello en la actualidad, pues se cree haber demostrado que existe
un vínculo genético entre el alcoholismo y el gusto por los sabores dulces (como lo son los de
las frutas), lo cual, si es cierto, puede ser una manifestación de un atavismo evolutivo. El etanol
actúa como un refuerzo que condiciona a los frugívoros a comer las mejores frutas para su
alimentación, estableciéndose dicha asociación, y por ello la evolución probablemente
selecciona estos genes para nuestra especie.

Por tanto, efectuar un análisis evolutivo que considere la exposición de los homínidos a lo largo
de millones de años a las sustancias adictivas presentes en las plantas es indispensable, aparte de
considerar los distintos factores modernos de influencia por el ambiente familiar, rasgos
impulsivos de personalidad, exposición temprana, clase social, trastornos psicológicos o
predisposición genética. Por ejemplo, se reconocen más de 400 genes implicados en la diátesis
genética de la drogadicción, como poseer el alelo A 1 del gen receptor de dopamina D2.
Asimismo, se sospecha que alcoholismo puede tener aproximadamente un 50% de
predisposición genética.

En el proceso de coevolución, los mamíferos han desarrollado mecanismos defensivos que les
protegen contra los ataques al sistema nervioso que puede provocar la ingesta de estas plantas.
A nivel celular están los sistemas enzimáticos hepáticos, que descomponen los aleloquímicos,
así como el citocromo P450, que protege contra la intoxicación. A nivel sensorial, la repulsión
por gusto u olfato, y las defensa por aposematismo de las plantas hacia sus depredadores. A
nivel digestivo, el reflejo de vómito en caso de intoxicación. A nivel conductual, el hombre
practica la fermentación, la cocción, la separación, etc., para liberar a las plantas de su
toxicidad. Asimismo, muchas especies animales cuentan con un instinto que les permite
reconocer qué clase de plantas deben evitar, o cuáles les pueden resultar especialmente
beneficiosas.

En primer lugar, nos cuestionamos cómo es posible que la evolución seleccionara genes
asociados a impulsos que inciten al consumo de alcaloides, puesto que a todas luces la

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drogadicción es devastadora para la supervivencia del mamífero. La solución a esta paradoja es
que no estamos planteando la pregunta adecuadamente. La drogadicción es una “enfermedad”
moderna, que se manifiesta en el mundo actual; el consumo de alcaloides debía suponer una
ventaja adaptativa para nuestros antepasados en el contexto del mundo primitivo, donde
obviamente fue donde se originó y desarrolló. Prueba de ello son las moléculas que ayudan a
prevenir el desarrollo rápido de tolerancia, por ejemplo, la oxitocina respecto a los opioides.

En base a lo anterior, la ingesta de sustancias adictivas debía encontrar un límite en su consumo


en el mundo primitivo para que no derivaran a “enfermedad”, usándose realmente como ventaja
para la adaptación al mundo, no su evasión reiterada. Es posible que ello no sucediera porque
nuestros antepasados ya se sentían suficientemente bien adaptados a su entorno.

Por otra parte, los investigadores han comprobado que una amplia clase de mamíferos e insectos
consumirán diversas drogas si tienen oportunidad, pudiendo incluso llegar a caer en la adicción.
Esto evidencia que dichas sustancias actúan sobre sistemas cerebrales subcorticales heredados
desde muy antiguo a lo largo de la evolución.

La razón del consumo de drogas por parte de nuestros ancestros era biológicamente natural y
adaptativa para el cerebro en ciertos casos. Por esta vía era posible suplir las deficiencias de las
drogas endógenas producidas por el propio organismo. Las sustancias exógenas disponibles
directamente en las plantas alcaloides, sin necesidad de pasar por los precursores moleculares
intermedios (lo cual ahorra energía al metabolismo), se convertían en un valioso recurso
adaptativo en tiempos de precariedad en que, bien sea por la adversidad de causas ambientales,
climáticas u otras, no fuera fácil obtener los alimentos habituales de la dieta. Así, mediante las
plantas alcaloides se podría satisfacer y mantener regulada la demanda bioquímica que requiere
el cerebro para su correcto funcionamiento.

Aparte de servir para suplir un déficit de las sustancias neuroquímicas, manteniendo la


homeostasis del cerebro, otra razón para explicar la coevolución fue que las plantas alcaloides
pudieron aportar resiliencia a nuestra especie en períodos críticos para la supervivencia,
eliminando la fatiga, la enfermedad y el hambre. De esta manera, la sensación de recompensa
que se generaba era auténtica.

Como bien sabemos, la mayoría de drogas alcaloides son químicamente casi idénticas a las
moléculas de síntesis endógena del organismo, cuando no las mismas. Ejemplos son las
endorfinas y las encefalinas (endoopiodes), la anandamida (un endocannabinoide), o la LSD y la
dimetiltriptamina (DMT), que existen exactamente en la misma forma molecular.

Ahora bien, las plantas desarrollan sustancias alcaloides para su propia ventaja y defensa en el
ecosistema, que puedan resultar asimismo beneficiosas para la adaptación de los mamíferos es
una “coincidencia” evolutiva a la cual los mamíferos hubieron de adaptarse para promoverla.

Lo sorprendente no es que el cerebro posea receptores y sustancias endógenas, sino lo contrario,


es decir, que en una vastedad de plantas hallemos drogas exógenas que, por su parecido
molecular, interactúan con los receptores cerebrales simulando el funcionamiento regular del
cerebro.

Una teoría para dar cuenta de esta coincidencia es partir de que todos los seres vivos del planeta
utilizan moléculas orgánicas no muy distintas, resultado de una química orgánica universal por
el origen común de la vida. Al compartir esencialmente las mismas enzimas y rutas metabólicas
ya que éstas se establecieron en etapas muy tempranas de la evolución y han sido transmitidas a
todos los seres vivos posteriores, tanto plantas como mamíferos han desarrollado eventualmente
las mismas clases de moléculas para realizar sus diversas tareas biológicas, que según el
organismo pueden actuar como alcaloides en las plantas o bien como sustancias neuroquímicas

11
en los animales. De ahí la compatibilidad de los receptores del cerebro con las plantas
alcaloides.

Por ejemplo, los alucinógenos pueden ser clasificados estructuralmente en triptaminas y


fenilatilminas. Tanto plantas, hongos como mamíferos contienen triptaminas (la LSD y la DMT
forman parte de esta categoría de moléculas), que en cualquiera de los anteriores grupos de
seres vivos se sintetizan a partir del aminoácido triptófano por medio de rutas metabólicas y
enzimas muy parecidas o iguales. Pero mientras que las plantas usan las triptaminas como
agentes químicos para ahuyentar los ataques de los insectos (por ejemplo, están muy
concentradas en las acacias), en los mamíferos las triptaminas aparecen como
neurotransmisores, cual es el caso de la serotonina y la melatonina. Por tanto, los receptores
cerebrales de los animales para las triptaminas endógenas les valdrán igualmente para recibir las
triptaminas exógenas, desencadenando respuestas nerviosas similares.

El otro grupo de alucinógenos lo componen la familia de las feniletilaminas, como la 3,4,5-


trimetoxi-β-feniletilamina (más conocida como mescalina) o las anfetaminas. Las
feniletilaminas se sintetizan a partir del aminoácido tirosina, estando presentes en muchas
plantas (por ejemplo, la del cacao, Theobroma cacao o el cactus del peyote), mientras que en los
animales se encuentran como catecolaminas (dopamina, adrenalina y noradrenalina). Estas
moléculas generan la misma serie de efectos sobre el sistema nervioso tanto si su origen es
endógeno como exógeno, esto es, todas las feniletilaminas son estimulantes, broncodilatadores,
etc.

Otra razón que motiva la coevolución es que para el ecosistema resulta una ventaja la semejanza
de la química orgánica subyacente a todos los seres vivos. La posibilidad de poder dar distintos
usos a las mismas moléculas en función del organismo en que se encuentren sería una cuestión
de eficiencia energética para el ecosistema, que resultaría de la necesidad adaptativa de los seres
vivos de aprovechar al máximo las mismas o parecidas moléculas orgánicas para multitud de
fines (sustancias neuroquímicas, alcaloides, etc.), permitiendo un ahorro metabólico para la
comunidad entera. Al circular repetidamente dichas moléculas orgánicas a través de la cadena
trófica de un ser vivo a otro, a éstos les permite la ventaja de reciclarlas para nuevos usos
biológicos, sin que sea necesario sintetizarlas otra vez desde cero.

Consideramos que no hemos evolucionado para someternos específicamente a los efectos


alucinógenos de las plantas alcaloides, y que los receptores cerebrales existan debido a ese
motivo. El hecho de que los mamíferos tienen una antigüedad estimada de 195 millones de años
de historia, junto a más de 300 millones de la mayoría de estas plantas, atestigua que una
coevolución tan larga debe responder a razones biológicas específicas para la supervivencia. La
sensación de recompensa de las plantas alcaloides estaba ligada a una conducta adaptativa real.

Un ejemplo conocido es el cannabis. Esta planta evolucionó hace unos 40 millones de años a
partir del lúpulo, probablemente cerca de la actual Kazajistán, para otorgarle mayor resistencia
ante la luz ultravioleta y repeler, por su sabor desagradable, a los herbívoros a partir del
tetrahidrocannabinol o THC (compuesto que constituye su principal ingrediente psicoactivo).

Por otra lado, para el sistema endocannabinoide, distribuido por la práctica totalidad del cuerpo
humano y cuyos receptores son los más densos y numerosos que tiene el cerebro, se estiman
cifras como 550 millones de años de antigüedad, es decir, mucho antes de que aparecieran los
mamíferos, pero sobre todo si se compara con los aproximadamente 40 millones de años de la
existencia de la planta de cannabis.

La conclusión es inevitable: la función de los receptores activados por alcaloides que posee el
cerebro del mamífero es simplemente la de recibir las sustancias endógenas que fabrica nuestro
propio organismo. Dichos receptores también están presentes en insectos, anfibios y peces, por

12
lo que siendo rigurosos hemos de admitir que desconocemos cuán antiguo pueden llegar a ser
los receptores para las drogas endógenas.

Nosotros opinamos que los receptores para estos compuestos químicos no existen en primer
lugar por las plantas que habitan el ecosistema, sino de forma primordial por los propios
requerimientos del sistema nervioso. “Nosotros somos las drogas”, hablando figuradamente.
Los alcaloides suponen para los receptores cerebrales un excelente sucedáneo mimético que
activa las mismas respuestas biológicas que las sustancias endógenas por coincidencia
molecular, a causa de una química orgánica compartida evolutivamente.

La diferencia en las respuestas cerebrales entre las sustancias alcaloides y las endógenas estriba
probablemente en el nivel de dosis recibido, siendo habitualmente mayor en las primeras
(existen algunas excepciones, como la liberación de endorfinas en las experiencias de dolor
traumático, el enamoramiento, etc.). Es natural para nosotros suponer que el cerebro, en su larga
y compleja evolución, disponga de un arsenal completo de sustancias endógenas en vez de tener
que estar recurriendo continuamente a las plantas. Por ejemplo, en el caso del sistema
endoopioide, que nos protege del dolor, es totalmente lógico asumir que un mecanismo
defensivo tan importante evolucionara muy pronto en los cerebros de los seres vivos para
independizarse del entorno.

Podemos intuir las consecuencias de suponer que dichos receptores evolucionaron por motivos
externos para el consumo de compuestos químicos exógenos. La primera es que esto
introduciría un fuerte elemento competitivo entre los distintos mamíferos consumidores de
plantas, lo que perjudicaría siempre a los animales menos adaptados en dar una respuesta
favorable en la lucha por conseguir los compuestos vitales para el funcionamiento del sistema
nervioso, y traería como consecuencia un crecimiento poblacional más lento.

Pero lo anterior no es eso lo que observamos en general, esto es, a especies animales distintas o
miembros de la misma que compitan constantemente por ingerir drogas alcaloides. Estos
compuestos son necesarios para sobrevivir, pero si observamos que los animales no compiten
entre sí por los alcaloides es porque ya están saciados endógenamente. Sólo lucharán en
momentos de escasez alimenticia, aunque los biólogos han observado que también pueden
hacerlo en ocasiones únicamente por la sensación de recompensa.

Una segunda consecuencia sería que con una competencia entre mamíferos tan fuerte por ingerir
las plantas, éstas se habrían adaptado rápidamente a este hecho, bien modificando sus
compuestos químicos a otra variedad, bien desarrollando mejores toxinas.

Dada la enorme ventaja que suponen las plantas alcaloides para los mamíferos a éstos no les
beneficia abusar del consumo cuando no sea necesario. De aquí derivamos que los mamíferos
podrían haber respetado este trato simbiótico con las plantas alcaloides, puesto que estas
continúan existiendo en la misma forma.

RESUMEN DE ALGUNAS TEORÍAS PARA EXPLICAR LA INGESTA DE


SUSTANCIAS PSICOACTIVAS

Para nosotros, la causa de la drogadicción en el mundo civilizado es que las drogas


causan una falsa sensación de adaptación darwiniana al entorno. En el mundo no civilizado no
existe en general tal “enfermedad” (no se considera como tal en el DSM-IV), porque a pesar de
que estas personas están en contacto permanente con las plantas psicoactivas, las consideran un

13
requisito indispensable en sus prácticas médicas y de sanación. Es conocido que los chamanes,
con su experiencia y conocimientos sobre las plantas, sirven de guía para dirigir correctamente
la ingesta de los psicotrópicos.

La evolución cultural ha sido demasiado rápida para la evolución genética, y puesto que el ser
humano cuenta con una biología que ha permanecido esencialmente igual desde hace miles de
años, el mundo civilizado, que no es el mundo para el que la biología le adaptó, le supone unas
demandas cada vez mayores para sobrevivir.

Lo anterior ha traído como consecuencia que los individuos más predispuestos de nuestra
sociedad caigan bajo el influjo de esta especie de enfermedad. Empero, en el mundo antiguo,
como nos revelan las sociedades no civilizadas que aún perduran, el drogadicto tal como hoy lo
conocemos es probable que no existiese porque las necesidades adaptativas (la sensación de
recompensa) ya estaba perfectamente satisfecha, y el hombre podía sobrevivir de manera
armoniosa en su entorno.

Es probable que las conductas del drogadicto no se ajusten al estrés del mundo moderno, y por
tanto no le sirven de orientación para adaptarse a él. Además, el cerebro se desarrolló en una
época donde no estaba sometido a un nivel de estrés tan alto como el actual, y ello podría
guardar relación con la proliferación de adictos en la sociedad actual.

Respecto al ser humano contemporáneo, Sigmund Freud advierte en su obra El malestar de la


cultura (1930) del repliegue al mundo interior facilitado por los estupefacientes como una
manera de evasión de la presión de la sociedad moderna, así como de un refugio que “ofrece
mejores condiciones de sensación y alivio del dolor”.

Además, comenta: “La vida, como nos es impuesta, resulta gravosa: nos trae hartos dolores,
desengaños, tareas insolubles. Para soportarla, no podemos prescindir de calmantes”,
refiriéndose a las sustancias narcóticas como sustitutos de recompensa.

Las tendencias psicológicas que llevan a la adicción en la era moderna serían resultado de un
intento de autorregulación psicológica que intenta compensar las deficiencias adaptativas que el
hombre encuentra en un entorno biológicamente antinatural con las sustancias que, en un
pasado previo a la aparición del mundo cultural, producían una sensación de adaptación que
realmente se podía corresponder con la realidad.

Sin embargo, la explicación de Freud sólo se aplicaría al ámbito de la vida occidental moderna.
Aunque podría explicar la proliferación de drogadictos en la actualidad, no es válida para dar
cuenta de las causas, mucho más complejas y antiguas, por las que los antepasados del hombre
y los animales buscan el consumo de sustancias psicoactivas. El estudio científico de estas
causas es muy reciente, y sus razones evolutivas todavía no están bien comprendidas.

Aparte del instinto básico de supervivencia que motiva el consumo de plantas alcaloides como
fuente de alimento o medicina, que ya explicamos en el apartado anterior, un impulso que
siempre ha estado presente en la naturaleza del hombre y los animales es la ingesta de
sustancias psicoactivas con la única finalidad de alterar el estado de la conciencia.

El psiquiatra americano y experto en drogas Ronald Siegel sostiene que, desde los insectos que
se alimentan de plantas psicoactivas hasta los derviches giróvagos (que giran para entrar en
éxtasis) todos los seres vivos tienen una cierta tendencia innata a la alteración de los estados de
conciencia. Siegel defiende: “esta necesidad es tan fuerte y persistente que actúa sobre nosotros
como un impulso muy parecido al de comer, beber y copular”.

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El deseo de experimentar distintos estados de conciencia por acción de las sustancias
psicoactivas con el fin de lograr adquirir mayor información de carácter trascendente sobre el
medio entorno o la propia conciencia, puede suponer grandes ventajas adaptativas para el
hombre y otras especies animales, aunque parezca paradójico ya que en apariencia implica la
evasión de la realidad natural circundante.

La ingesta de las plantas psicoactivas pudo servir como aliciente que animara a los ancestros del
hombre a continuar su lucha por la supervivencia en la realidad natural, pues el hecho de
experimentar estos otros estados de conciencia (que se producen porque el sistema nervioso
central está actuando de manera distinta) puede generar un sentimiento de reverencia hacia la
naturaleza, de toma de conciencia de una profundidad simbiótica e interconectada y otras
percepciones afines.

Una de las principales razones que son atribuidas por todos los estudiosos para explicar la
ingesta de plantas alcaloides en los mamíferos es simplemente satisfacer la sensación de
recompensa que se obtiene a través del sistema límbico. La recompensa es el mecanismo
cerebral que permite al organismo la repetición de conductas que son importantes para la
supervivencia, como la reproducción.

Hemos de suponer que las mismas o similares experiencias mentales tienen básicamente las
mismas bases moleculares, en particular respecto a las drogas endógenas y exógenas. Ya que de
la neuroquímica cerebral emerge la experiencia consciente, puesto que muchos enfermos
mentales tienen propensión a consumir drogas, ello podría en algunos casos explicarse
suponiendo que existe un desajuste en los niveles normales de drogas endógenas. Es sabido que
algunos tipos de enfermos mentales tratan instintivamente de compensar estos niveles de forma
exógena para propiciar su curación, debiéndose el consumo de las sustancias a una finalidad
inconsciente de homeostasis.

Viceversa, cuando una persona mentalmente sana consume drogas, por ejemplo alucinógenos,
modificará los niveles normales de estas sustancias neuroquímicas en el cerebro. Como
resultado de la química cerebral alterada, es posible que se experimenten estados de conciencia
semejantes a la psicosis o la esquizofrenia. La experiencia alucinatoria de los esquizofrénicos y
la inducida por ciertas drogas alucinógenas (en particular, la LSD) podrían ser muy similares
por una razón de correspondencia a nivel de acción molecular en el cerebro. Es posible que para
los esquizofrénicos y otros enfermos mentales, las alucinaciones que una persona sana
experimentaría transitoriamente por acción de las sustancias alucinógenas no desparezcan en su
caso porque su base bioquímica es endógena, a consecuencia de alteraciones genéticas.

Finalmente, existe la percepción de que el abuso de ciertas sustancias psicoactivas, como el


éxtasis o el cannabis, puede desencadenar en algunos individuos enfermedades mentales
latentes, donde intervienen diversas causas neurobiológicas y epigenéticas. El consumidor,
aunque desconociéndolo, está habituándose a alterar la modulación normal de sustancias
neuroquímicas en su cerebro, lo cual en personas con antecedentes familiares de vulnerabilidad
genética puede resultar fatal e irreversible. Así, parece probado que el consumo de drogas y las
enfermedades mentales poseen una fuerte correlación estadística, pudiendo existir una
comorbilidad en su asociación.

LAS CULTURAS AMERINDIAS COMO MODELO APROXIMADO DE LA


RELACIÓN ENTRE EL HOMO SAPIENS ANTIGUO Y LAS PLANTAS ALCALOIDES

15
Puesto que este tema es sumamente complejo, sólo veremos lo justo para entroncar con
el resto de nuestra exposición. Nos basamos en la hipótesis de que la relación del ser humano
antiguo con las plantas alcaloides no dista mucho de la practicada por las culturas primitivas que
todavía perduran en algunas partes del mundo. Por consiguiente, podremos suponer que las
ventajas adaptativas que supongan éstas plantas para los pueblos del mundo no civilizado serán
similares en ciertos casos a las que obtenían nuestros ancestros en cualquier parte del globo. Los
consideraremos como una ventana al pasado, a los momentos previos a la irrupción de la cultura
civilizada, antes de que se rompiera el vínculo primordial entre el hombre y la naturaleza.

En relación a los nativos indígenas y las plantas alcaloides como modelo del papel y la
importancia que pudieron ejercer dichas sustancias en nuestros antepasados, tomaremos el
ejemplo de la cocaína. Esta sustancia constituyó en su día un valioso apoyo para la
supervivencia y la capacidad de resistencia de los pueblos nativos andinos, como de modo
general ocurrió con las plantas alcaloides para el ser humano antiguo.

Respecto a las ventajas adaptativas de la planta de coca, el médico peruano Carlos Gutiérrez-
Noriega comenta en su libro Estudios sobre la coca y cocaína en el Perú: “La coca —droga que
actúa como un narcótico de las sensaciones vitales, pues suprime el hambre, la fatiga de los
organismos debilitados, la sed, el frío y las más elementales aspiraciones humanas— fue un
factor indispensable para adaptar al organismo a tan deficientes y anómalas condiciones de vida.
Esta droga ha actuado como un extraordinario auxiliar del pueblo andino durante cuatro siglos”.

Químicamente, la cocaína es un alcaloide que se extrae de la planta de coca (Erythroxylum


coca), un arbusto que es cultivado en las laderas orientales de los Andes. La planta de coca
contiene numerosos alcaloides, pero la cocaína es el de mayor concentración. Una hoja de coca
contiene alrededor de un 1% de cocaína, por lo que si se consume mascada, como hacen los
indígenas, sus efectos psicoactivos se ven modificados por los del resto de compuestos
presentes en la hoja.

Estudios nutricionales recientes han demostrado que con ingerir 100 gramos de hojas de coca al
día, una persona puede cubrir todas sus necesidades diarias de calcio, hierro, fósforo y vitaminas
A, B2 y E.

Los antropólogos notifican de los importantes usos tradicionales de la coca entre los pueblos
indígenas de América del Sur. Allí, dicha planta es usada como medicina, alimento nutritivo,
elemento indispensable en los rituales litúrgicos de los chamanes, o simplemente para mascar y
el placer de percibir sus efectos. Otros usos que los indígenas andinos dan a la hoja de la coca
son los de aplicarla sobre heridas leves o hervirla para preparar té o infusión. Al parecer,
aseveran que el té de coca ayuda a mitigar la fatiga y los desagradables efectos del mal de las
alturas en los Andes.

CONEXIÓN ENTRE LAS DROGAS Y SUS EFECTOS EN EL CEREBRO

16
Las emociones existen porque desempeñan un papel evolutivo en relación con la
supervivencia del mamífero. En ambos casos, la dualidad entre emociones positivas y negativas
se reduce a indicaciones neuroquímicas hacia una mejor adaptación. Podemos describirlas como
sistemas de retroalimentación conductuales; de retroalimentación positiva para las emociones
positivas, y lo contrario respecto a las negativas, condicionando en ambos casos el
comportamiento.

A través de las emociones positivas, en general asociadas al placer o la seguridad, el mamífero


intensificará y repetirá sus causas, ganando en adaptación, como es el caso de la reproducción.
Asimismo, a través de las emociones negativas, como el miedo o la aversión, el mamífero
reducirá o evitará los ambientes y conductas asociadas.

Los circuitos límbicos pertenecientes al sistema de recompensa y el placer coinciden o se


relacionan estrechamente, y por tanto, los animales están naturalmente condicionados para
buscar y repetir lo placentero, que biológicamente es bueno para la supervivencia. Esto es
precisamente lo que ocurre en el cerebro con las drogas. La mayoría de ellas generan hábito y
un fuerte deseo de repetir porque están estimulando los circuitos de recompensa. Sin embargo,
el hecho de que lo adaptativo sea placentero no implica que lo recíproco deba ser
necesariamente cierto, en particular respecto a las drogas en la actualidad.

Cada droga actúa de manera distinta sobre el cerebro, aunque los resultados finales pueden en
ocasiones resultar similares. Por ejemplo, la marihuana estimula los receptores
endocannabinoides CB1 y CB2, y genera placer reduciendo la liberación del neurotransmisor
inhibidor ácido gamma-amino-butírico (GABA), desinhibiendo así las neuronas dopaminérgicas
del área tegmental ventral (ATV) que proyectan a la región periférica del núcleo accumbens (un
núcleo perteneciente al sistema límbico, cuya estimulación eléctrica produce un intenso placer,
tanto en animales de experimentación como en el ser humano), así como a otras distintas
regiones como el hipocampo (relacionado con la memoria), la corteza prefrontal (razonamiento
y planificación) o la amígdala (otro núcleo del sistema límbico asociado al miedo y el temor).

La heroína, el opio y la morfina actúan de forma similar al cannabis, pero uniéndose a los
receptores opioides de diferentes estructuras del sistema límbico.

Es probable además que existan organismos simples que dispongan de un primitivo sistema de
recompensa para orientar su conducta, por ejemplo el nematodo Caenorhabditis elegans (de 1
mm de tamaño), un gusano con tan sólo 302 neuronas, en las que ocho de ellas se activan al
ingerir bacterias. Esto se ha comprobado porque si son “desactivadas” en el laboratorio,
desaparece en el gusano la conducta de comer las bacterias, aunque puede seguir
reconociéndolas por su olfato.

Vimos que la activación del sistema de recompensa produce placer, y que esto es algo de lo que
la evolución se sirve para repetir conductas adaptativas. Lo contrario también es cierto, otras
estructuras del sistema límbico, cuando se activan producen aversión, lo que también sirve para
guiar el comportamiento adaptativo de las especies.

En 1953 se realizaron experimentos por J. Olds y P. Milner, en los que se introducía a una rata
en una jaula provista de una palanca con la que el animal, al activarla, recibía un impulso
eléctrico que activaba el sistema recompensa. El resultado fue que los animales se estimulaban
dos mil veces por hora por períodos de hasta veinticuatro horas, algunos incluso más,
olvidándose de comer y beber, atender a sus crías o del sexo. Gracias a estos experimentos se

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pudieron cartografiar por primera vez las estructuras que forman parte del sistema de
recompensa, que consta del área tegmental ventral, núcleo accumbens, corteza cingulada
anterior, corteza prefrontal, septo, amígdala, núcleo estriado e hipocampo. La semejanza de
estas conductas con la drogadicción es clara, porque el impulso proviene de estimular con
viveza los mismos circuitos.

Experimentos realizados en seres humanos con la introducción de electrodos en esas regiones,


aprovechando operaciones neuroquirúrgicas, ya que el cerebro es indoloro, mostraron que la
estimulación de esas estructuras límbicas producía placer. Cuando se estimulan repetidamente
los circuitos de recompensa por acción de las drogas, éstos comienzan a sufrir alteraciones. A
consecuencia del abuso, se producen cambios estructurales en el núcleo accumbens. Estos
cambios se producen asimismo en corteza prefrontal, hipocampo, y núcleo estriado, lo que
puede explicar los síntomas que se observan en el drogadicto. En el caso de la cocaína, bastan
cinco o seis días de consumo para que los cambios se produzcan.

TERCERA PARTE. CULTURA Y SOCIEDAD.

OPINIONES EXPRESADAS POR DIVERSOS AUTORES ACERCA DEL PROBLEMA


DE LAS DROGAS EN LA SOCIEDAD ACTUAL

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Un fragmento de una entrevista realizada al prominente psicólogo suizo Carl Gustav Jung en la
década de 1950, donde explica, a su parecer, la causa del abuso de drogas en el mundo
civilizado:

“La vida en EE.UU. es en modos sutiles tan unilateral y por eso en su accionar necesitan tener
algo para compensar la naturaleza. Viven teniendo que apaciguar su inconsciente en todos los
aspectos porque éste sufre una conmoción total. Así que fuera de esta provocación existe una
amarga rebelión moral en EE.UU. Mire la rebelión de la juventud moderna en EE.UU., la
rebelión sexual y todo eso. Porque el hombre natural, verdadero, está en franca rebelión
contra una forma de vida totalmente inhumana. Están absolutamente divorciados de la
naturaleza, en cierto modo, eso explica el abuso de drogas.”

El doctor en ciencias botánicas y etnofarmacólogo de la University British Columbia Dennis


McKenna, en un documental para televisión (2010) sobre la bio química de la dimetiltriptamina
(DMT) y sus efectos sobre la conciencia:

“¿Dónde hay DMT en la naturaleza? Una pregunta mejor sería: ¿dónde no lo hay en la
naturaleza? Para mí es muy interesante el hecho de que la DMT sea tan ubicua en la
naturaleza. Desde un punto de visto químico, estructuralmente es la más simple de los
psicodélicos. Es un compuesto muy simple. Y en términos bioquímicos, está solo a dos pasos del
triptófano. El triptófano es un aminoácido, es uno de los aminoácidos esenciales, es universal,
todos los seres vivos tienen triptófano.

¿Acaso todos los organismos contienen DMT? Yo creo que es posible que todos los organismos
contengan rastros de DMT. Hay muchas plantas que contienen DMT, sabemos de al menos 200
plantas, y eso es sólo porque hemos buscado. Tal vez haya miles de plantas, de hecho sospecho
que debido a que el triptófano es tan fácilmente convertible a DMT, creo que si salieras con un
instrumento lo suficientemente sensible y empezaras a tomar muestras de plantas al azar,
encontrarías rastros de DMT en cada planta. Y sabemos que también está bastante disperso en
animales, sabemos que está en anfibios, mamíferos (incluyéndonos), sabemos que está en
organismos marinos, en peces. Y probablemente esté tan cerca de ser universal como podría
estarlo.”

El etnobotánico e historiador del consumo de drogas Terence McKenna (hermano de Dennis),


en una entrevista realizada para la televisión mexicana (1996):

“Cada sociedad elige un pequeño número de sustancias, sin importar cuán tóxicas, y son
socialmente aceptadas en la cultura, luego condena todas las demás sustancias y sus
respectivos usos. […] Necesitamos infinita cantidad de investigación (sobre las drogas). Pero el
hecho de que estas sustancias han sido prohibidas e ilegales en la mayoría de los países en los

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últimos cincuenta años significa que hay un retraso enorme en el entendimiento sobre el
impacto (neurobiológico) de estas sustancias en el ser humano.”

La escritora best seller y filósofa del objetivismo ruso-americana Ayn Rand, en una
conferencia de la década de 1970:

“El aumento de la adicción a las drogas entre jóvenes educados a la moda intelectual de hoy
muestra el insoportable estado interior de hombres que han sido privados de sus medios de
conocimiento y que buscan escapar de la realidad, del terror de su propia impotencia para
hacerle frente a la existencia. Observad el temor de estos jóvenes a la independencia, y su
frenético deseo de “pertenecer”, de juntarse a algún grupo, pandilla o banda. Esperan que la
“tribu” les diga cómo vivir; están listos para ser conquistados por cualquier hechicero, gurú o
dictador.”

El testimonio de un adicto al cannabis (identidad anónima) en una entrevista a la cadena de


televisión británica BBC a propósito de un reportaje sobre las drogas:

“Me pongo a pensar, si lo paro, si lo dejo,… ¿cómo voy a hacer para enfrentarme al mundo
real? Así es como me siento. ¿Cómo voy a funcionar?, ¿cómo me voy a relacionar con la
gente?, ¿cómo voy a conversar con la gente? Yo no estoy acostumbrado a hacer eso, he estado
17 o 18 años inhalando cannabis… Es como si tuviera que empezar todo de nuevo, y pienso que
ya es muy tarde, demasiado tarde. He malgastado mis oportunidades. Soy un adicto. Me detesto
a mí mismo, de verdad.”

Extracto de una entrevista (2009) al catedrático de farmacología Rafael Maldonado:

-Preguntado sobre las consecuencias del consumo de drogas responde:

“Hay consecuencias sociales e individuales. A nivel personal las drogas merman la capacidad
intelectual y motora del individuo, haciendo que éste viva para consumir. La droga tiene un
gran impacto en múltiples temas sociales, como la siniestralidad laboral y accidentes de
tráfico, el rendimiento escolar y universitario, los costes socio-sanitarios e incluso en la
violencia machista. Hay que recordar que uno de cada tres individuos que están en la cárcel es
por las culpas de las drogas. Deberíamos concienciar a la población de que todas las drogas
son peligrosas, y de que el hecho que una sustancia sea natural, no quiere decir que sea menos
peligrosa o menos venenosa. […] El tabaco y el alcohol causan graves consecuencias, pues
nuestro organismo no diferencia entre sustancias legales o ilegales. Nuestro organismo cuando
llega una droga produce un efecto totalmente independiente a las clasificaciones de
sustancias.”

20
-Cuando el periodista le interroga sobre si la presente crisis económica ha aumentado el
consumo de estupefacientes contesta:

“Sí. Ya hay datos que demuestran que hay una incidencia en el consumo de las drogas de
menor coste, como puede ser el caso del alcohol. El problema es la accesibilidad y el
componente emocional que tiene el individuo afectado por la crisis. La tendencia es que las
personas con adicciones en época de crisis buscan las sustancias más económicas y de menos
calidad, provocando un daño mayor.”

-Preguntado sobre si se deben hacer políticas preventivas del riesgo adictivo basadas en la labor
informativa científica afirma:

“Sí, pero también para que la sociedad vea al adicto como un enfermo y no de una forma
despectiva como hasta ahora. El ejemplo más claro es que cuando se abre un nuevo centro
para tratar una enfermedad, los vecinos de la zona se ponen muy contentos, siempre y cuando
no sea un centro para tratar adicciones porque surgen las protestas. Los españoles ven las
adicciones como un vicio y no como una enfermedad mental.”

Randolph Nesse, biólogo y médico evolutivo director del Programa de Evolución y Adaptación
Humana en la Universidad de Michigan:

“Aunque no podemos esperar razonablemente ganar la guerra contra las drogas de abuso,
podemos usar nuestros conocimientos para desarrollar estrategias adecuadas para el manejo,
desde la prevención, tratamiento y salud pública, de un problema que es probable que persista
porque está enraizado en el diseño fundamental del sistema nervioso humano”.

Finalmente, la respuesta de un indio nativo americano, consumidores tradicionales de sustancias


alucinógenas como el peyote o los “hongos mágicos”, a un visitante occidental:

“Las sustancias psicoactivas de mi pueblo son trascendentes y sublimes, pero las vuestras son
sucias, viles e inmorales. Mis sustancias me dan sabiduría y fomentan la creatividad y la
espiritualidad; las vuestras no son más que frágiles muletas que revelan vuestra falta de
fortaleza y voluntad. Os transforman en seres indolentes y repulsivos. Hacen que os portéis
como animales.”

REFLEXIÓN FINAL Y PERSPECTIVAS SOCIALES PARA EL FUTURO

21
El consumo (así como el abuso) de sustancias psicoactivas es un fenómeno
antropólogico universal que es posible encontrar en cualquier etnia, civilización y
cultura a lo largo de la historia de la humanidad. Como hemos visto, podemos afirmar
que los impulsos psicobiológicos por el consumo de dichas sustancias fueron heredados
en el Homo sapiens (aparecido en su forma actual hace unos 150-200 mil años atrás) a
partir de otras especies de mamíferos precedentes, que coevolucionaron con estas
plantas durante períodos que pudieron durar muchos millones de años. Según registros
arqueológicos de plantas psicotrópicas, la interacción entre dichas plantas y los
mamíferos podría remontarse tanto como unos 200 millones de años en el pasado.

Por otra parte, nos gustaría mencionar que algunas personas, gracias a una combinación de
entrenamiento y dotación genética, pueden lograr de forma natural que su sistema nervioso
reaccione como si estuviese sujeto a los efectos de sustancias psicoactivas (y, a diferencia de los
enfermos mentales análogos, disponer de mecanismos para hacer reversible dicha alteración
nerviosa). Por ejemplo, las drogas psicodélicas que ofrecían en la década de 1960 los turistas
norteamericanos a los maestros de meditación orientales no les afectaban en sus trances, como
si de forma previa mostrasen una tolerancia endógena. Además, existen personas, por ejemplo
deportistas de élite, capaces de reducir por sí mismos fuertes dolores porque a través de la
experiencia han aprendido a controlar más eficientemente el sistema endoopioide.

De acuerdo a los antropólogos, ninguna cosmovisión humana creada por una sociedad o período
histórico es mejor que otra, pero sí más eficaz en base a qué tipo de objetivos e intereses sean
primados para la adaptación del hombre al medio. Las sustancias toleradas serán un producto
del paradigma social, como por ejemplo en el caso del opio, ilegal en el occidente moderno pero
muy consumido en el occidente de hace dos milenios, es decir, en la Roma imperial, donde se
usaba como analgésico.

La nicotina, presente en el tabaco junto a más de 60 compuestos cancerígenos, es la droga


adictiva más conocida. Su capacidad de crear adicción supera incluso a drogas ilegales tan
potentes como las anfetaminas o la heroína. La cafeína es más adictiva que el propio éxtasis, y
la ingesta repetida de alcohol puede llegar a ser más perjudicial y letal para el cerebro que el
consumo de hongos que contengan psilocibinas.

No se puede separar el acto de consumo de las circunstancias en las que se produce éste, pues es
la interacción con el entorno lo que determina su ventaja o desventaja adaptativa, ya que las
conductas de los seres vivos siempre se dan en el marco de la búsqueda de adaptación a un
medio. Por esta razón no pudimos dejar de analizar las razones de la epidemia de drogadicción
en la sociedad civilizada sin efectuar un análisis simultáneo del mundo actual (que vimos en el
apartado de teorías para el consumo de sustancias psicoactivas), esto es, del entorno donde esta
“enfermedad” se ha gestado, se manifiesta y se extiende. Si en el pasado nuestros antepasados
consumían alcaloides sin que se produjesen abusos, habría que preguntarse por qué hoy lo
hacen. Nuestra explicación podría argumentar que el ser humano aún no se halla biológicamente
adaptado a este nuevo medio.

La conducta que impulsa al hombre hacia la búsqueda de narcóticos como una evasión de la
realidad nos puede resultar irracional, pues a la postre no es adaptativa. Es de suponer que con
esto se trata de dar una respuesta compensatoria a la falta de adaptación al medio. Si no es
posible esta adaptación, el drogadicto busca su “solución” en la activación artificial de su
sistema de recompensa. Así comienza la enfermedad. Cuando el individuo quiere recuperar su
control ya es demasiado tarde, sintiéndose no normal sin drogas. La decisión de ingerir drogas
ya no es una opción para su organismo, sino una necesidad.

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Podemos cerrar nuestra exposición con un aforismo de la filósofa Ayn Rand, que encaja con
nuestra visión de la lacra de la drogadicción en los países civilizados: “uno puede evadir la
realidad, pero no puede evadir las consecuencias de evadir la realidad”.

BIBLIOGRAFÍA

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Muy interesante, La neurociencia entra en el mundo de los placeres. Edición noviembre de


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neurociencia

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¿el final o un nuevo comienzo? Francisco Javier Bermúdez Silva, John M. McPartland,
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Artículos:

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Documentales:
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La locura de las drogas en el programa “Documentos tv”, TVE (emitido en enero 2012)

Drogas: tabú

LSD: los pioneros psicodélicos

Prevención de drogodependencias documental de la UNED

Paraísos artificiales: LSD y su descubridor Albert Hoffman

Cómo funcionan las drogas

Drogas y cerebro: cocaína y estimulantes (Arte France)

Drogas y cerebro: opiáceos y tranquilizantes (Arte France)

Drogas y cerebro: tabaco y alcohol (Arte France)

Drogas y cerebro: cannabis (Arte France)

Drogas y cerebro: drogas de diseño (Arte France)

Cannabis: the evil weed? (BBC, 2009)

La paradoja del cannabis (Odisea, 2009)

Dentro de la marihuana (National Geographic Channel)

Dentro del LSD (National Geographic Channel)

Carta Blanca: Antonio Escohotado (programa de La 2 TVE, 2006)

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