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PROYECTO TRANSVERSAL:

DÍA DE MUERTOS EN LOS PUEBLOS


MESOAMERICANOS.

NOMBRE DE LA ALUMNA: Stefany


Margarita Hernández Díaz.

NOMBRE DE LA MATERIA: Literatura I.

SEMESTRE Y GRUPO: 5° “C”.


DÍA DE MUERTOS EN LOS PUEBLOS MESOAMERICANOS.

Los pueblos mesoamericanos tenían dos fiestas dedicadas al culto a los muertos, la
primera era "Miccailhuitontli" que se conmemoraba en el noveno mes del calendario nahua
(agosto del año cristiano) y la Fiesta Grande de los Muertos era celebrada el décimo mes
del año (noviembre del año cristiano). Estas fiestas, además de dedicarse a los muertos,
también eran propiciatorias de la agricultura, ya que en estos meses se temía la muerte de
las sementeras debido al clima. Dejaron de hacerlo en agosto para así disimular que
celebraban sus festividades y aparentar que festejaban las celebraciones cristianas.
Las cosmovisión de todos los pueblos mesoamericanos coinciden en que la vida continuaba
después de la muerte terrenal.

Cuatro cielos:
Los aztecas consideraban cuatro destinos para las personas, según la manera en la que
murieron:
● Tonatiuhichan: Significa “casa del Sol” era el sitio al que llegaban los guerreros
muertos en batalla, las personas asesinadas para el sacrificio y las mujeres que
murieron en labor de parto.
● Tlalocan: A este lugar llegaban todos los que morían por el agua.
● Chichihualcuauhco: El espacio destinado para los bebés muertos, ahí eran
● amamantados por un enorme árbol nodriza hasta que volvieran a nacer.
● Mictlán: El reino de los muertos, destino de las personas que fallecieron por
diferentes causas a las antes mencionadas.
Cada uno de estos cuatro destinos requería que el difunto fuera lavado y vestido de formas
diferentes, algunas de estos rituales se realizaban cada año, durante los cuatro años
posteriores a la muerte.

Camino al Mictlán:
Como se mencionó anteriormente al Mictlán llegaban la mayoría de los muertos, pero para
arribar a este lugar tenían que esperar cuatro años, tiempo en el que eran devorados por
Tlaltecuhtli, la diosa de la tierra. Al finalizar este periodo debían iniciar el viaje por los nueve
niveles del inframundo:
1. Itzcuintlan: Significa “lugar donde están los perros”, consistía en cruzar el río
“Apanoayan”, con la ayuda de un perro xoloitzcuintle que se encargaba de descubrir si el
difunto era digno o no, y quienes no podían cruzarlo eran obligados a vagar como sombras
alrededor de las orillas del río. En este lugar vivía Xólotl, dios del ocaso y señor de Venus
vespertino.
2. Tepetl Monamicyan: Significa "lugar en que se juntan las montañas", aquí existían dos
enormes cerros que se abrían y se cerraban chocando entre sí, de manera continua. El
viajante debía encontrar el momento exacto para cruzar estos cerros sin ser triturado. Allí
gobernaba Tepeyóllotl, dios de las montañas y los ecos, señor de los jaguares.
3. Itztepetl: Significa "montaña de obsidiana", en este lugar se encontraba una montaña con
un sendero de pedernales de obsidiana que desgarraban a los muertos al atravesarlo, aquí
habitaba Itztlacoliuhqui, dios de la obsidiana y señor del castigo.
4. Cehueloyan: Significa "lugar de los vientos de obsidiana", es la primera región de
Itzehecayan, y es una extensa área congelada con ocho colinas de piedras cortantes
donde siempre caía nieve, es la residencia de Mictlampaehecatl, dios del viento del norte.
5. Pancuetlacaloyan: Significa "lugar donde se tiembla como bandera", es la segunda región
de Itzehecayan, y es una extensa área desértica con ocho colinas donde no existía la
gravedad, y los muertos intentaban salir del sendero a través de los vientos, es la residencia
de Mictlampaehecatl, dios del viento del norte.
6. Temiminaloyan: Significa "lugar donde se flechan saetas a la gente", aquí existía un
extenso sendero y en sus lados habían manos invisibles que enviaban puntiagudas saetas
para herir a los cadáveres de los muertos.
7. Teyollocualoyan: Significa "lugar donde se come el corazón de la gente", en este lugar
habitaban animales salvajes que abrían el pecho de los muertos y al salir del sendero se
encontrarían con un jaguar que le comería el corazón, allí gobernaba Tepeyóllotl, dios de las
montañas y los ecos, señor de los jaguares.
8. Apanohualoyan: Significa "lugar donde se tiene que cruzar agua", allí se encontraba la
desembocadura del río Apanohuacalhuia, formado por aguas negras de donde el muerto
debía salir, para después atravesar los nueve ríos adyacentes del río Apanohuacalhuia, que
eran los ríos de los nueve estados de la conciencia.
9. Chiucnauhmictlan: Significa, "lugar de las nueve regiones de los muertos", era una zona
de niebla donde debían hacer una reflexión de su propia historia para así dejar de padecer y
entrar en el Mictlán, residencia de Mictlantecuhtli y Mictecacíhuatl.

Rituales Mayas:
A diferencia de otras culturas los mayas le tenían miedo a la muerte, ya que con ella venían
el dolor, la lástima y el llanto hacia los difuntos, es decir la tristeza.
Cuando un integrante del grupo moría, lo envolvían en una mortaja y le llenaban la boca de
maíz molido y cuentas de jade, para tener qué comer en la otra vida.
Las personas que eran pobres las enterraban debajo de los pisos de sus casas, con figuras
hechas de barro o de piedras que mostraran qué profesión tenían e inclusive hasta su
animal.
Practicaban tanto la inhumación como la cremación, las tumbas iban desde simples
agujeros en la tierra hasta ricas cámaras mortuorias, al igual que las posturas que
presentan los cadáveres, colocados de muchas formas diferentes.
Enterraban a sus gobernantes en falsas cámaras dentro de pirámides y rodeados de
objetos funerarios y sirvientes ejecutados para que acompañaran al alma en su camino al
inframundo, llamado Xilbalbá. El cadáver de los nobles se quemaba, la ceniza se colocaba
en vasijas para luego construir templos sobre ellas, adornados con las pertenencias del
noble.
En las tumbas colocaban platos de cerámica que tenían escritos los vocablos tamal y pozol,
ya que las almas debían comer y beber en su descenso al inframundo Xilbalbá, para
después ascender y encontrarse con Itzamná, el dios maya de la sabiduría.
Para ellos, la muerte era solo por cuatro años, tras los cuales el alma regresaba al cuerpo
para empezar una segunda vida.

Rituales Olmecas:
Tenían una religión politeísta y fue la primera cultura en el área en crear mitología y ritos
alrededor de los difuntos.
Los entierros cambiaban según la clase social, las personas humildes eran sepultadas
directamente en la tierra, la mayoría de veces con sus perros y con algunas piedras
simbólicas.
A los sacerdotes y gobernantes, se les colocaban cerca de sus restos, ofrendas de piedras
como el jade, armas talladas con sus nombres y cerámica.
Una de sus costumbres era sacrificar perros con la idea de que acompañen al difunto en el
viaje hacia la otra vida, además de que también sacrificaban de infantes.

Rituales Zapotecas:
Los zapotecas adoraban a sus antepasados, creían en un mundo paradisíaco, por lo que sí
desarrollaron un culto hacia los muertos.
En las tumbas colocaban figuras que representaban divinidades asociadas con fuerzas
naturales como la lluvia y el viento.
También construían tumbas ex profeso con antecámaras y numerosos nichos, decoradas
con frescos, además tenían panteones, donde colocaban urnas cinerarias y ofrendas.
Los enfermos desahuciados por los médicos podían solicitar que se les enterrara vivos en
las cavernas subterráneas que había en Mitla.
En el ritual fúnebre se colocaban urnas tanto en la casa como en la tumba, con el fin de
protección divina, alimento y agua en el trance.

Rituales Purépechas:
Para los tarascos, la vida alcanzaba su fin con la muerte, en lengua purépecha, morirse se
dice “uirucumani”, que significa “yacer con Uhcumo” o “yacer en silencio”.
La deidad más importante era el fuego, Curicaueri, por lo que quemaban las ofrendas y al
llegar el humo al cielo representaba el contacto entre los seres humanos y la divinidad.
El cazonci era el supremo sacerdote (representante de dios en la Tierra), por lo que su
cadáver merecía el honor de ser quemado como ofrenda máxima al fuego.
Existían dos formas de morir en sacrificio, la primera se daba a los criminales, y otra
honrosa, que se ofrecía a los dioses. Una vez sacrificado, el cadáver era arrastrado hasta
un armazón de madera, llamado en tarasco “eraquarécuaro”, en donde se colocaban las
cabezas de las víctimas.
El reino de los muertos era conocido como "Cumiehchúcuaro" que significa donde se está
con los topos, aquí gobernaba Uhcumo, representado por un topo, estaba localizado en el
interior de la tierra, era considerado como un lugar de deleites.

Rituales Mexicas:
Se creía que el que fallecía viajaba al Mictlán donde viviría eternamente, transformado en
un dios.
Los muertos comunes se incineraban, después se les envolvía con telas en posición fetal y
se les ponía una máscara. Las cenizas se guardaban en una urna y se les ponía un trozo de
jade, como un símbolo de la vida.
El entierro era para las clases altas, se les vestía lujosamente con joyas y máscaras
funerarias y en la boca se depositaba una piedra de chalchihuite que reemplazaba al
corazón verdadero.

Ofrendas Prehispánicas:
Las ofrendas prehispánicas recibían el nombre de "tzompantli", eran ceremonias que
consistían en ofrecerles a los difuntos frutas, alimentos, flores e inciensos en un altar con el
fin de iluminar su alma.
Su objetivo era ayudar al difunto a vencer las fuerzas malignas que le imposibilitaba llegar a
su destino final, que era estar al lado de los dioses.
También solían rodear el cadáver de semillas para que germinaran y, así, alentar la fertilidad
de las cosechas.
Los elementos en la ofrenda prehispánica eran:
● Incienso: Usado para ahumar en los ritos funerarios.
● Agua: Se ofrecía para calmar su sed tras la travesía de vuelta al mundo de los vivos.
● Sal: Se colocaba como un alimento importante, ya que representa la purificación.
● Cempasúchil: Con los pétalos se hacía un camino que guiaban a los muertos hasta
la ofrenda, ya que esta flor representa al Sol.
● Gollete: Eran panes de forma circular cubiertos de azúcar rosa y un hoyo al centro,
se colocan ensartados a las cañas para simbolizar al tzompantli (torres de cráneos).
● Petate: Era una alfombra tejida en hojas de palma, se ofrecía porque era un objeto
que se usaba desde el primer día de vida hasta su muerte.
LEYENDA CASA DE LOS MARRANOS.

Se trata de un inmueble ubicado en la 3 Norte, entre 6 y 8 Poniente, que da con la parte


trasera del antiguo Mercado de la Victoria.
Su peculiaridad es que la parte alta está decorada con cabezas de marranos y animales
que parecen ser burros por sus orejas.
Este inmueble pertenecía a Tomás Fuentes y Huesca, quien a mediados de 1521 inició un
negocio próspero de venta de carne.
Por ello, construyó su casa adornada con imágenes de cerdos y con el tiempo se hizo de
más bienes inmuebles en la entidad, incluida una hacienda en Las Ánimas.
Un buen día, en un baile en casa de los Haro, conoció a una joven de impresionante belleza
llamada María Luisa Veraza, de sólo 16 años de edad.
Ese día, todos los apuestos jóvenes se peleaban por la oportunidad de bailar con ella, y don
Tomás no iba a pelear con ellos, fue directamente a hablar con la madre y le planteó el
negocio claramente.
María Luisa lloró muchos días suplicando que no la obligarán a casarse con ese viejo, calvo
y gordo de don Tomás. La madre dejó claro su punto en unas cuantas palabras: “En primer
lugar no es viejo, es maduro y tiene experiencial. No es calvo tiene la ´frente despejada´. No
es gordo, ´es robusto´, y ya lo sabes: “te casas o te vas al convento”.
La boda fue una de las más comentadas y celebradas del año de 1689.
Una vez casados, María Luisa se aburría tanto en una casa tan grande que pensaba
seriamente en el convento como una opción, porque don Tomás no dejaba salir sola a su
bella esposa por temor a que lo engañara.
Pero sin darse cuenta, el esposo provocó lo mismo que trataba de evitar: su joven esposa
todo el tiempo estaba rodeada de hombres en su propia casa, como el cocinero, el
jardinero, los criados y hasta un esclavo negro, ¡y sola!, porque don Tomás se la pasaba la
mayor parte en fiestas “sólo para hombres”.
Así que María Luisa no tardó en engañarlo con el cocinero mayor, un antiguo esclavo chino
que había sido liberado. Su nombre cristiano era José Gaspar, el verdadero era Chen Li Fa.
Había nacido en la ciudad de Cantón, en China, y fue traído a América para ser vendido
como esclavo en un mercado de la ciudad de México.
Pero la mayor revelación de la mujer, fue su esclavo negro José Mandinga: descubrió que
podía ordenarle todo lo que quisiera, y el no tendría otra opción más que complacerla. A
este le siguieron José Pancracio y José Antonio, criados del amo, también los hermanos
José Miguel y José López, y hasta los indios jardineros.
María Luisa había descubierto uno de los pocos placeres que las mujeres de aquel tiempo
podían disfrutar, y aprovechando las ausencias de su esposo cada vez se volvía más
audaz. Pera no previó las consecuencias y para su mala fortuna, comenzó a tener los
síntomas que daban a entender que la familia iba a aumentar muy pronto.
Un grave problema se planteaba con esta situación: María Luisa, ¡llevaba más de tres
meses sin dormir con su esposo! O convencía a su marido que ella había sido inseminada
por la gracia divina, o iba a tener que sufrir las consecuencias de sus actos.
A medida que pasaban los días su preocupación crecía, la joven no encontraba consuelo
ante el vendaval que se venía, entonces llegó a la conclusión que tenía que deshacerse de
su marido. Se lo planteó a sus amantes y todos se mostraron temerosos, ninguno se
comprometió a hacerlo. ¡Cobardes! Sólo quedaba el veneno, el ancestral arma de las
mujeres, pero ¿cómo aplicarlo, cuándo y dónde? El banquete por el santo de su esposo
parecía ser la ocasión apropiada.
El día del festejo la famosa casa de los marranos parecía iglesia de lo llena que se
encontraba. Decenas de invitados llegaron a disfrutar la hospitalidad de don Fuenleal y
Huesca. Estaba el inquisidor, el alguacil de la Santa Hermandad, la policía de la época, los
alcaldes mayores, caballeros de varias cofradías, todos listos para saborear las deliciosas
viandas que sabían se servirían.
María Luisa llevaba un pequeño frasco envuelto en un trozo de tela que nadie vio, y cuando
todos estaban gustosos saboreando la comida, se deslizó sigilosa a la cocina. En la alacena
vertió sobre una de las botellas de vino el líquido mortal.
Cuando se disponía a regresar se encontró con Li Fa quien había observado la escena de
cerca y decidido, trató de detenerla. Luisa gritó en el momento que llegaba su marido, quien
había ido a la cocina por el vino. Al ver la escena, a don Tomás le subió la sangre a la
cabeza y atravesó el corazón del cocinero con el mismo cuchillo con el que había estado
comiendo.
El don no tuvo otro remedio que dar a conocer el hecho al alguacil de la Santa Hermandad,
pero no tuvo ningún problema y la fiesta continuó un rato más. Al momento de brindar por
su santo, don Tomás dio el primer sorbo y dando traspiés cayó muerto ante la concurrencia.
Fue un escándalo, y se habló de ello durante muchos años, las autoridades habían llegado
a la conclusión que el culpable había sido el perverso cocinero chino, y presumían que
había violado a la hermosa esposa del buen don Tomás Huesca. Por supuesto, nadie
comentó que el niño nació negro y no amarillo, pero como el bebé terminó en el orfanatorio
de San Cristóbal, no hubo material para seguir especulando.
María Luisa se convirtió en una viuda muy rica que vivió muchos años. Nunca volvió a
casarse y cuidó a distancia a su hijo. Se dice que en navidad y año nuevo enviaba grandes
cantidades de dulces, frutas y juguetes a los niños de San Cristóbal, y en algunas noches
lúgubres se dibujaba su silueta en la puerta del orfanato.
Muerto Li Fa, Fuenleal ordenó que llevaran su cadáver lejos de las miradas de los
comensales, al quinto patio. Entonces le ordenó a su esposa subir a la habitación y
declararse indispuesta.
LEYENDA DE LA FLOR DE CEMPASÚCHIL.

Cuenta la leyenda que hace mucho tiempo existieron un par de niños que se conocieron
desde su nacimiento, la niña se llamaba Xóchitl y el niño Huitzilin.
Ambos compartieron infancia, crecieron juntos y al final su amistad se convirtió en un dulce
y tierno amor juvenil. Tanto era su cariño que un día decidieron subir a lo alto de una colina
en donde el sol deslumbraba con particular fuerza, pues se sabía que allí moraba el Dios
del sol.
Hicieron todo ese largo camino sólo para pedirle a Tonatiuh que les diera su bendición y
cuidado para poder seguir amándose. El Dios del sol al verlos tan enamorados, bendijo su
amor y aprobó su unión.
Desafortunadamente la tragedia llegó a ellos de forma inesperada cuando Huitzilin fue
llamado a participar en una batalla para defender a su pueblo, y fue así como se separaron
para que él marchara a la guerra.
Después de algún tiempo, Xóchitl se enteró que su amado había fallecido en el campo de
batalla. Su dolor fue tan grande que rogó con todas sus fuerzas a Tonatiuh que le permitiera
unirse a él en la eternidad. Este, al verla tan afligida, decidió convertirla en una hermosa flor,
así que lanzó un rayo dorado sobre ella, y en efecto, creció de la tierra un bello y tierno
botón, sin embargo, este permaneció cerrado durante mucho tiempo.
Un buen día un colibrí atraído por el aroma inconfundible de esta flor llegó hasta ella y se
posó sobre sus hojas. Inmediatamente, la flor se abrió y mostró su hermoso color amarillo,
radiante como el sol mismo, era la flor de cempasuchil, la flor de veinte pétalos, que había
reconocido a su amado Huitzilin, el cual había tomado forma de colibrí para poder visitarla.
Así, la leyenda dice que mientras exista la flor de cempasúchil y haya colibríes en los
campos, el amor de Huitzilin y Xóchitl perdurará por siempre.

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