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La ley natural y su aplicación a la realidad hispanoamericana en Domingo Muriel

Dulce María Santiago


(Universidad Católica Argentina)

El jesuita Domingo Muriel (1718-1795) fue uno de los catedráticos más destacados de
la Universidad de Córdoba, de la cual llegó a ser nombrado Rector poco antes de la
expulsión de la Compañía en 1767. Atilio Dell Oro Maini afirma que era considerado
como la “más alta cumbre de la cultura jesuítica de la colonia” 1; un juicio semejante
sostiene Guillermo Furlong. En la vasta tarea docente de Muriel se puede observar la
clara intención de mostrar el acuerdo esencial que existe entre el orden natural y la
revelación cristiana. Gran conocedor del pensamiento moderno y de la ciencia nova,
supo discernir en ambos sus desvíos de la sana filosofía.
El derecho natural constituye uno de los temas clave del pensamiento murieliano y
considera su aplicación en el contexto hispanoamericano, particularmente en referencia
a las culturas aborígenes. Respecto de ellas, Muriel sostiene la tesis de una atenuación
del derecho natural y manifiesta su inclinación a encontrar en éste un fundamento para
el diálogo de la cultura hispánica con las culturas originarias de América.

Vida y obra

Su vida abarca casi todo el siglo XVIII: nació en León en 1718. Estudió teología en
Salamanca. Fue secretario del Padre Luis de Losada quien incorporó la enseñanza de la
física y de la filosofía moderna a sus Cursus, los cuales fueron utilizados en la
Universidad de Córdoba. Llegó a Buenos Aires en 1749. Primero fue designado
vicerrector de la Universidad de Córdoba y luego rector del Colegio convictorio Nuestra
Señora de Monserrat. Luego fue secretario del Padre Provincial y visitó las misiones
guaraníes. Más tarde, viaja a Europa donde lo sorprende el decreto de la expulsión de
los Jesuitas de 1767 y se dirige a Faenza donde fallece en 1795.

Pensamiento

Su pensamiento puede ubicarse en el contexto de la segunda mitad del siglo XVIII que
está enmarcado por la renovación de la escolástica. La escolástica pre-moderna había
constituido la única filosofía enseñada en Hispanoamérica. Pero, a partir de los

1 D
ell Oro Maini, Atilio, La conquista de América y el descubrimiento del moderno derecho internacional. Ed. Kraft,
Buenos Aires, 1947. P. 26

1
descubrimientos científicos que originaron la “revolución copernicana”, la ciencia nova
irrumpe en el pensamiento provocando un cambio cosmovisional que dio lugar a un
replanteo filosófico. Como dice el historiador español José Luis Abellán: “Es pues, toda
una cosmovisión la que se pone en entredicho en estos pensadores, y por eso hablamos
de “primera crisis de la conciencia española” al referirnos a este movimiento”2.
En este panorama, Alberto Caturelli señala que Muriel, quien ocupó cargos directivos
en la universidad, “pugnó por poner al día los estudios y trató de renovar desde dentro a
la misma filosofía escolástica”3. Pero en el análisis de su obra destaca que “se percibe su
propósito de mostrar el acuerdo esencial entre el orden natural (en el cual se inscribe su
conocimiento del pensamiento moderno y los aportes de las ciencias corrigiendo en
ambos los desvíos inmanentistas) y la revelación cristiana” 4. Y destaca que su filosofía
del derecho fue “pensada en la circunstancia y en la óptica iberoamericanas”5.

El derecho natural

El derecho natural constituye un tema clave en nuestro autor. Quedó registrado en su


obra Elementos de derecho natural y de gentes (Rudimenta Iuris Naturae et Gentium),
publicada en el año 1791.
Siguiendo la tradición escolástica, Muriel parte de la premisa de que “es bueno el acto
que concurre a la conservación y perfección del agente; es malo el acto que destruye al
agente o lo hace imperfecto y deteriora” 6. El bien es tal en cuanto hace referencia a una
norma justa, cierta y constante conocida por la inteligencia y apetecida como bien por
la voluntad.
Dios es el fundamento último de la ley natural y su autor; por lo tanto, le compete a
Dios por esencia, y a las creaturas finitas por participación. Es promulgado por la recta
razón que comprende también la Revelación.
Este derecho natural promulgado por la recta razón es ley común a todos los hombres:
“como escrita en el corazón de los hombres”7, como ya lo había afirmado Cicerón, pero
cuando los gentiles no tienen ley escrita, ellos son ley para sí mismos.

2
José Luis Abellán, Historia crítica del pensamiento español. Vol III: “Del Barroco a la Ilustración”,
Espasa-Calpe, Madrid, 1981, p. 342
3
Alberto Caturelli, Historia de la filosofía en la Argentina. 1600-2000, Editorial Ciudad Argentina.
Buenos Aires, 2001, p. 96
4
Alberto Caturelli, Historia de la filosofía en la Argentina, p. 96
5
Alberto Caturelli, Historia de la filosofía en la Argentina, p. 95
6
Domingo Muriel, Elementos de derecho natural y de gentes. Universidad Nacional de La Plata, La
Plata, 1911, p. 5
7
Domingo Muriel, Elementos de derecho natural y de gentes, p. 47

2
A su vez, la ley natural es reafirmada por la Revelación; por eso Muriel rechaza al
iusnaturalismo racionalista y sostiene que “la ley natural es connatural a la gracia y nace
intrínseca y connaturalmente de la luz misma de la fe”8.
El derecho natural es así “el conjunto de leyes naturales directivas y coactivas y el
derecho de gentes es el conjunto de leyes directivas y coactivas relativas a las relaciones
entre pueblos y gobierno”9. De este modo, el derecho natural constituye una especie de
jurisprudencia divina que nos permite conocer la voluntad de Dios en cada acto
humano, por eso dice: “El derecho natural es el modo práctico de conocer la voluntad de
Dios, legislador supremo, y de aplicarla a toda clase de actos que puedan ocurrir, así
como los casos y hechos individuales. Puesto que esta ciencia tiene por objeto un
derecho emanado de Dios, puede llamarse también jurisprudencia divina”10.
Siguiendo a Suárez, nuestro autor sostiene que los actos libres provienen de la voluntad
imperante, pero dirigidos por el intelecto. El juicio que pronuncia la inteligencia es el
dictamen de la razón que llamamos conciencia. Ésta es ya una argumentación que
infiere de la ley una conclusión: “El dictamen de la razón, o sea el juicio de la
inteligencia sobre la justicia o injusticia de los actos, sobre su honestidad o
deshonestidad, llámase conciencia; la cual es un raciocinio, discurso, una
argumentación por lo menos virtual, pues no se requiere -como lo quiere Heinesius- que
la conciencia se forme con meros silogismos”11.
Esta conciencia puede ser recta, errónea, segura o probable, afirma Muriel, y el
remordimiento no proviene de una amenaza externa sino del interior: es el mismo Dios
que condena o absuelve por medio de ella. Por eso, el juicio o dictamen de la conciencia
es la norma interna de los actos libres y nuestro autor lo aplicará al problema de la
conciencia moral de los indígenas.
Muriel coloca el principio de moralidad en la recta razón que, como dijimos, es término
común a Dios por esencia y a las creaturas por participación. Así, como la recta razón es
común a Dios y a las creaturas, el acto libre debe armonizar con la Sabiduría Divina. De
esto surgen los deberes de la creatura racional, que son participación de esa rectitud
divina. Por esto, la razón divina se llama ley.
Habrá que considerar entonces cuáles son los deberes propios del hombre. El deber es
lo que la recta razón aconseja hacer, por tanto tiene que haber conformidad del acto

8
Domingo Muriel, Elementos de derecho natural y de gentes, p. 62
9
Domingo Muriel, Elementos de derecho natural y de gentes, p. 6
10
Domingo Muriel, Elementos de derecho natural y de gentes, p. 9
11
Domingo Muriel, Elementos de derecho natural y de gentes, p. 14

3
libre a la ley. El deber es así una acción que tiene que adecuarse a la ley porque la recta
razón, por la cual se conoce la ley, es la regla primera de la moral, que se llama también
ley. Y, con el mismo dictamen de la conciencia que hace conocer dicha regla, se conoce
también la ley natural que está en la voluntad y obliga.
Muriel distingue entre los deberes del hombre para con Dios, para consigo mismo, y
para con el prójimo.
Los deberes para con Dios se basan en que Dios es el fundamento último de la ley ya
que su misma voluntad es la Ley Eterna. El deber primero del hombre para con Dios es
el amor puro que implica el culto a Dios.
En cuanto a los deberes para consigo Muriel establece que es contrario al derecho
natural el suicidio, en cuanto que se opone al amor de sí y establece como obligaciones:
el cultivo de la inteligencia, para distinguir el bien y el mal, y el perfeccionamiento de la
voluntad para buscar el bien que conduce a la Beatitud que es el fin último del derecho
natural. El hombre ha de dar cuentas a Dios de sus talentos, tanto naturales como de los
dones sobrenaturales y mirará al prójimo, especialmente al pobre, como la imagen de
Dios.
Surgen así los deberes para con el prójimo, basados en la igualdad de todos los hombres
ante Dios. El principio fundamental consiste en “no hacer al otro lo que no quiero que
me hagan a mí”, lo cual ha sido superado por la palabra del Evangelio cuando afirma:
“todo cuanto queréis que los hombres os hagan, hacedlo también vosotros a ellos, esta
es la ley y los profetas” (Mt. 7,12). Se demuestra así cómo la fe confirma a la razón
natural.

El derecho de gentes

Para nuestro autor el derecho de gentes “es el mismo derecho natural adaptado a la vida
social de los hombres, a los negocios de las sociedades y de las naciones íntegras; por él
se percibe lo justo y lo injusto en las sociedades y entre las sociedades” 12. En esta
doctrina Muriel supone la igualdad esencial de los hombres que se fundamenta en la
“libertad”. Para que la sociedad quede constituida es necesario un consentimiento tácito
o expreso y los estados son regidos por el mismo derecho natural que los individuos
singulares. El gobernante debe conducir la sociedad hacia la concordia y, finalmente, a
la “beatitud”13.
12
Domingo Muriel, Elementos de derecho natural y de gentes, p. 217
13
Domingo Muriel, Elementos de derecho natural y de gentes, p. 222

4
El matrimonio, en la enseñanza de Muriel, es de derecho natural y divino, constituye la
primera sociedad imperfecta y debe ser monogámico, ya que la poligamia es contraria al
derecho natural. Su finalidad, y por tanto sus deberes, son la procreación y la educación.
La indisolubilidad del vínculo se sigue de su naturaleza y el divorcio se debe a las
costumbres disolutas.
La sociedad civil es la sociedad que constituye el Estado. Las sociedades del Nuevo
Mundo muestran que su fin no es otro que la “vida tranquila y quieta”, lo que equivales
al bien común. Esta paz, asegura Muriel, no se logra fuera de la voluntad de Dios que es
el autor del orden natural. Siguiendo a Suárez, la sociedad civil se constituye sobre un
pacto, expreso o tácito, y se comporta como un cuerpo moral de personas al cual le es
propio detentar la autoridad que proviene de Dios. En cambio, parece no seguir a
Suárez en cuanto que, para Muriel, al faltar el gobernante el poder no vuelve al pueblo.

La sociedad indígena y el derecho natural

Dice Alberto Caturelli que “Muriel, en cuanto pensador comprometido, toma conciencia
lúcida de la situación nueva desde la cual le es menester reflexionar” 14 y se cuestiona la
Conquista de América y sus consecuencias con una conciencia cristiana, suponiendo la
preexistencia del mundo indígena. Frente a las aseveraciones europeas de un estado
“paradisíaco” en que vivían estos pueblos, Muriel considera que en realidad se trata de
un estado de primitivez de las comunidades indígenas, pero que en ellas existió un
pacto social tácito.
Estima Muriel que es erróneo sostener que existe un desconocimiento absoluto del
derecho natural en las sociedades primitivas. Más bien considera que el derecho natural
se encuentra atenuado, debilitado o disminuido15. Así, por ejemplo, en las costumbres
matrimoniales entre los guaraníes existía una distinción entre matrimonio y concubinato
a pesar de la corrupción por falta de educación moral. Se trata de un cierto
oscurecimiento de la recta razón y de ahí el conocimiento muy atenuado del derecho
natural. De ahí se desprende la misión de evangelizar a estos pueblos.

El problema del dominio y la sociedad indígena

Una manifestación del sentido “americano” que adquiere el pensamiento de Muriel es la


consideración que hace del tema del dominio: considera que hay “comunión negativa”
14
Alberto Caturelli, Historia de la filosofía en la Argentina, p. 106
15
Domingo Muriel, Elementos de derecho natural y de gentes, p. 364

5
de aquellas cosas que nadie tiene derecho a quitar a los demás y “comunión positiva” de
aquellas cosas cuyo dominio tienen sólo algunos miembros de la comunidad, a su vez
esta comunión positiva es propiedad privada o propiedad común. Y considerando que
la gran mayoría de los indígenas carecía de la idea de dominio, Muriel aplica la idea de
comunión positiva mixta que concilia la propiedad personal y la común. Así, distingue
en referencia a la sociedad de los guaraníes el Abambaé que es posesión del hombre
(hominis possessio) y el Tupambaé que es posesión de Dios (possessio Dei). El primero
corresponde a lo que se cultiva para sí, en medio de una posesión común. El segundo, es
posesión común. De esta manera Tupambaé y Abambaé concilian la propiedad privada
y la común. La possessio Dei o Tupambaé está destinada a socorrer a los necesitados,
por ejemplo a los huérfanos, y tiene un sentido de culto a Dios. Muriel señala que en
estas sociedades guaraníticas no existía la preocupación por lo superfluo, aunque no
llegaba a la negación de la propiedad privada y las Reducciones realizaban la comunión
positiva mixta, que significaban el sentido social que debe tener toda propiedad según la
visión del Cristianismo.
En cuanto al derecho de España sobre estas tierras y sobre los Indios –la cuestión de los
Justos Títulos-, Muriel estima que la conquista del Nuevo Mundo supuso el uso tanto
del derecho de gentes cuanto del derecho pontificio, teniendo en cuenta que el derecho
de conquista, ocupación y dominio por parte de los españoles, deriva del derecho
natural de ocupación de los territorios vacantes, como lo eran los del Río de la Plata.
Considera, asimismo, los reinos de Indias como prolongación de los reinos de Castilla y
León y a los municipios como núcleo de la sociedad americana, cuyos cabildos
representan el centro de la vida política, social y espiritual de estas tierras, ya que toda
decisión respecto de éstas se tomaba teniendo presente el derecho municipal indiano.
En este sentido, dice Caturelli: “Mucho más tarde, otros pensadores criollos (Funes,
Saénz, Taborda) verán en los cabildos y en los caudillos la auténtica raíz vital del
federalismo argentino, entroncados en los antiguos municipios españoles. Domingo
Muriel es un antecedente importante relativo al principio constitutivo de la sociedad
hispanoamericana”16.

Conclusión

16
Alberto Caturelli, Historia de la filosofía en la Argentina, p. 111

6
En el año 2002 Juan Pablo II se refirió a la ley natural como el terreno de diálogo entre
creyentes y no creyentes preocupados por la búsqueda del bien común 17. El Santo Padre
constató que la ley natural –“participación de la criatura racional en la ley eterna de
Dios”- ofrece elementos decisivos para la acción de los legisladores cristianos al
servicio de los derechos humanos. En el encuentro, en representación de los presentes,
el cardenal Joseph Ratzinger, entonces prefecto de la Congregación vaticana, constató
cómo la ley natural se está empañando en la conciencia contemporánea. Este
oscurecimiento, comporta evidentes «peligros», pues al perderse los principios éticos
comunes de encuentro, el diálogo entre personas de diferentes culturas y creencias se
hace muy difícil. Por el contrario, la ley natural, como explicó el Papa Juan Pablo II,
ofrece “una amplia base de diálogo con personas de otra orientación o formación, de
cara al bien común”.
En este contexto, podemos valorar que esta visión de la ley natural ya estaba presente en
los autores escolásticos hispanoamericanos, de quienes afirma el profesor Oreste
Popescu: “nacieron en España pero con su larga permanencia y sobre todo por su total
identificación con los problemas del Nuevo Mundo y por su obra, pertenecen a la
historia cultural de América Hispana mucho más que a España o Europa. Es la obra de
hombres cuya nueva vida, como decía Ortega y Gasset, ha hecho de ella hombres
nuevos”18.
Aunque la obra de Muriel tuvo “poca resonancia local” 19, sin embargo, pone de
manifiesto la lúcida intención de dialogar con las culturas precolombinas, en concreto
con la de los guaraníes, basándose en el derecho natural tal como hoy se lo propone la
Iglesia.

17
Cfr. http://www.zenit.org/ZENIT.org 2002-01-18
18
Oreste Popescu, “El pensamiento económico en la escolástica hispanoamericana”. Cuadernos, 1992
(N° 22), pp. 11-35
19
Celina Lértora Mendoza, “Iglesia y poder civil en el Río de la Plata”. Anuario de Historia de la Iglesia.
Universidad de Navarra, 2004 (N° 13), p. 308

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