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uno
dos
tres
quatro
cinco
seis
siete
ocho
nueve
diez
once
doce
trece
catorce
quince
dieciséis
diecisiete
dieciocho
diecinueve
veinti
veintiuno
veintidos
veintitres
veinticuatro
veinticinco
veintiseis
epilogo
La otra conexion by Maya
Category: Fanfiction, Humor, Hunting, Mystery, YouTubers,
paranormal, sweden, vlogger
Status: Completed
Published: 2023-01-03
Updated: 2023-06-10
Packaged: 2023-10-28 10:29:17
Chapters: 27
Words: 33,307
Publisher: quotev.com
Summary:
Para el youtuber Jonas, no hay nada mejor que hacer vídeos u
organizar reuniones ilegales de fans. Pero cuando recibe una carta
de YouTube invitá ndole a un campamento, no puede negarse y parte
hacia Dinamarca con sus amigos Moritz y Luki. Pero ninguno de
ellos sabe que nunca llegará n al campamento.
uno
Berlín
13 de septiembre
Un escalofrío helado me recorrió la columna vertebral. Miré primero
a mi izquierda y luego a mi derecha, queriendo asegurarme de que
estaba sola. No se ve ni un alma. Sin embargo, no podía deshacerme
de la ominosa sensació n de que me seguían. Algo parecía distinto de
lo habitual, pero aú n no sabía qué era. Intenté que no cundiera el
pá nico y puse un pie en la calle llena de charcos, pero enseguida me
detuve en seco al oír distintos sonidos detrá s de mí. ¡Pasos! Después
de todo, alguien me estaba siguiendo...
De un salto me di la vuelta, dispuesta a enfrentarme directamente al
peligro, sin estar segura de si habría sido capaz de defenderme
después. Era un cobarde, una de esas personas con las que puedes
tropezarte en la calle y aun así disculparte educadamente.
A veces, sin embargo, deseaba ser menos razonable, menos miedosa,
má s valiente y valerosa. Uno de los héroes sobre los que se
escribieron có mics y cuyas historias se llevaron al cine. Pero yo no
era un héroe y no había có mics sobre mí. Soy Jonas Ems, un cobarde
a tiempo completo, y aquella noche no tenía ganas de divertirme,
sobre todo desde que me di cuenta de que me seguían.
Como ya he dicho, me di la vuelta presa del pá nico.
Pero mi miedo había sido en vano. No pude reconocer a nadie. ¿Mi
mente asustada me estaba jugando una mala pasada? El zumbido de
la autopista por la noche, el ronco graznido de un cuervo en un alero
lejano y el tic-tac regular de mi reloj de pulsera, cuyo volumen me
dificultaba conciliar el sueñ o cada noche: todos estos sonidos eran
claramente perceptibles, eran reales. ¿Pero los pasos también lo
eran?
Antes de que pudiera seguir pensando en ello, alguien me tocó de
repente en el hombro. Por reflejo, pero sobresaltada al mismo
tiempo, me volví y só lo pude percibir un puñ o que salía disparado
hacia mí a una velocidad vertiginosa. Antes de darme cuenta, estaba
tumbada en el suelo y cerré los ojos.
Supongo que eso era todo ...
"Y corten", llamó una voz familiar desde la tienda de control
improvisada a la vuelta de la esquina. Tobi, un viejo amigo de la
escuela y al mismo tiempo cá mara de gran talento, me ayudó a
levantarme.
"Impresionante, casi daba la sensació n de que temías de verdad por
tu vida", me elogió . Tenía que estar de acuerdo con él, realmente
parecía muy real. Casi olvidé las incó modas circunstancias en las
que me encontraba en ese momento.
Normalmente me gustaban mucho nuestros proyectos de
cortometrajes. El desarrollo creativo de un guió n, la organizació n
previa, la reunió n de un equipo de rodaje que trabaja
diná micamente y, por supuesto, cada día de la producció n con sus
altibajos: siempre he apreciado todo eso hasta ahora.
Sin embargo, esta vez fue diferente. Estaba claro que me había
excedido, ya todo el mes. Demasiado poco sueñ o, estrés unido a
agitació n y desorden, todo ello con el regusto amargo de hacer
mucho trabajo, pero sin obtener resultados satisfactorios. Ahora
también pasamos una semana trabajando en un nuevo proyecto
cinematográ fico, con escenas bastante complejas.
En la escena de hoy, por ejemplo, me perseguía una figura psicó pata:
pelo rubio y revuelto, dos ojos parpadeantes que daban miedo,
sobre unas mejillas hinchadas de há mster. Una sonrisa asesina digna
de un Oscar que te atravesaba hasta el tuétano. El clímax teatral de
este personaje llamado Niklas fue derribarme en la calle y luego
secuestrarme. Emocionante de ver, pero difícil de jugar.
El material aú n tenía que verse y cortarse esta tarde, después de
todo, la película debía publicarse en mi canal de YouTube pasado
mañ ana, los espectadores ya esperaban impacientes, el plazo se
acercaba.
Para colmo, mañ ana tengo que firmar autó grafos durante seis horas
porque quiero organizar un acto de "Meet & Greet" en Berlín con
unos amigos, voluntariamente, pero por desgracia sin avisar, es
decir, al límite de la legalidad. Legalmente, este tipo de cosas son
bastante críticas, sobre todo cuando hay muchos niñ os y
adolescentes gritando, pero no hay seguridad en el lugar. Pero hacía
añ os que no organizá bamos una reunió n de espectadores y no
encontramos un lugar má s adecuado que el Mall of Berlin, un
céntrico centro comercial de -como su nombre ya indica- Berlín.
Só lo quedaba esperar que no se llenara demasiado. Si así fuera, al
menos estaríamos todos juntos en la mierda. Nosotros, por cierto,
éramos Moritz, Luki, Fitti y yo, un equipo de amigos que llevá bamos
añ os trabajando juntos.
Al principio, todos nos conocimos y nos enamoramos por una
afició n comú n: hacer vídeos en YouTube.
Hoy, nuestra amistad ha ido mucho má s allá . Moritz, cantante de
talento y amigo desde hacía mucho tiempo, era de Berlín, igual que
yo, así que era uno de los pocos concursantes de mi círculo de
amigos con los que seguía reuniéndome regularmente, entre todas
las sesiones de guió n, ediciones de vídeo y momentos de secuestro
en carretera abierta.
Luki, por su parte, también uno de mis amigos má s fieles de los
viejos tiempos, desgraciadamente vivía al otro lado de Alemania, por
lo que rara vez nos veíamos. Ademá s, el tercer miembro del grupo,
Fitti, había desaparecido casi por completo de mi radar. No porque
hubiera habido incidentes o discusiones, en absoluto, sino
simplemente porque nos habíamos distanciado como personas. É l
perseguía sus sueñ os y objetivos y yo perseguía los míos. ¡Tanto
mejor que mañ ana por fin podamos volver a vernos y pasar tiempo
juntos!
Ayudé rá pidamente a nuestro pequeñ o equipo de rodaje a recoger el
equipo de cá mara, me despedí superficialmente y corrí hacia la
estació n de metro má s cercana. Esa noche tenía otra cita con una
chica llamada Sarah, a la que había conocido a través de Swanity,
una aplicació n para planificar eventos y reuniones.
Nunca la había conocido en persona, pero en su perfil me había
parecido simpá tica y abierta. Yo era un gran aficionado a las citas
por Internet, sobre todo porque la "vida real" aú n no me había dado
mucha suerte en lo que se refería a las mujeres.
Sarah, por su parte, alegó que nunca había probado en serio las citas
por Internet y que só lo quería conocerme "como excepció n"; a mis
ojos, sin embargo, la típica excusa de muchas chicas.
Sin embargo, su largo pelo castañ o, su nariz pequeñ a y sus
descaradas gafas con cristales gigantes me parecieron sumamente
atractivos.
Mi decepció n fue aú n mayor cuando descubrí en el Café Einstein de
Ku'damm que Sarah no era realmente Sarah. Claro, puede que
tuviera el mismo nombre. Pero llevaba el pelo largo y castañ o
recogido en un moñ o extrañ amente informe, su nariz no era tan
respingona y bonita en la vida real como aparecía falsamente en su
foto de perfil, y o bien había sustituido las gafas por lentillas, o bien
eran só lo un accesorio de moda sacado de la caja de disfraces.
En pocos segundos ya estaba adivinando en qué acabaría este
encuentro.
"Yo pago, no pasa nada", le decía, y volvía sola a mi casa para volver
a quitarle la amistad de su perfil.
Sin embargo, esto no se debió a que su aspecto me decepcionara -
después de todo, aú n podría dejarme boquiabierta con su
personaje-, sino simplemente a que resultó ser una fangirl infinita.
Por supuesto, tenía má s de dos millones de suscriptores en mi canal
de YouTube y sí, por supuesto que no era improbable que saliera
con una de ellas. Pero ¿tenía que ser ella, de entre todas las
personas, una colegiala de diecisiete añ os llamada Sarah Hauer? Lo
ú nico que quería era una cita agradable.
En lugar de eso, me hizo saber que dentro de una semana tenía
vacaciones de otoñ o, lo que obviamente la animó aú n má s a
parlotear sin parar sobre sí misma y sus planes y luego a
preguntarme sobre mí y mis planes. ¡Qué horror!
Considerando que: El hecho de que se acercaban las vacaciones de
otoñ o me asustaba. Este otoñ o parecía verano, días soleados, fiestas
en la piscina y, bueno, todavía mucha gente con calcetines en las
sandalias por las calles.
Pero el hecho de que "Sasa", como la llamaba cariñ osamente su
madre segú n su emocionante relato, me preguntara ahora
incesantemente por YouTube era aú n má s aterrador.
"¿Es cierto que la plataforma está realmente tan rota?"
Negué con la cabeza, interrogante. "¿Qué quieres decir con roto?"
"¡Bueno, que todos los YouTubers se odian a muerte!" Dio un sorbo
a su té de jengibre y limó n, que goteó un poco sobre su blusa blanca,
pero no pareció molestarle.
"Bueno, tanto odio..."
"Vale, pero no os gustá is, ¿verdad?". Sasa era muy tenaz. Pero no se
equivocaba.
La escena YouTuber alemana se había ido a pique en los ú ltimos
añ os.
En el pasado, recuerdo con cariñ o, era lo má s normal del mundo
hacer vídeos junto con otros YouTubers, apoyarse mutuamente y
compartir suscriptores. Hoy ha sido completamente diferente. La
competencia invisible parecía demasiado grande, una presió n
numérica externa y una competencia por las visitas y los
suscriptores que amenazaba con aplastar a cualquiera que
participara en el juego.
Para disgusto de los espectadores, que ya no pudieron ver ningú n
vídeo emocionante.
Para tristeza de los YouTubers, cuyas opiniones empeoraron.
Para disgusto de la propia plataforma, que también generó menos
ingresos debido al menor nú mero de visitas.
"¿Y tú ?" Sarah me sacó de mis pensamientos. "¿Tienes muchos
enemigos en YouTube?"
Ni se me ocurrió confiarle nada, así que le conté cualquier cosa.
Probablemente habría tenido una cita má s honesta con un
chimpancé.
Pero en realidad yo tampoco era del todo inocente. En secreto, yo
mismo había desarrollado una gran aversió n por muchos otros
YouTubers en los ú ltimos añ os, en parte por envidia, a veces por
desdén o porque pensaba que podía juzgarlos basá ndome en
superficialidades.
Por eso fue tanto má s gratificante que mañ ana pudiera
desprenderme de todo eso, liberarme por completo. Claro, mis
amigos también eran YouTubers y, por tanto, sobriamente
considerados, de la competencia, pero seguían siendo mis amigos, y
lo habían sido durante muchos añ os. Eso tenía que tener un valor
superior, estaba seguro de ello. Lo importante que fue esta toma de
conciencia, lo aprendería mucho má s tarde...
dos
Berlín
14 de septiembre
¿Cuá nto tiempo después tenía que enterarme?". Frustrado, Moritz
me miró . El hecho de que me hubiera olvidado de llevarle un
rotulador para firmar las tarjetas de autó grafos le parecía bastante
secundario.
"Hace una semana nos dijeron que nos encontraríamos en
Alexanderplatz".
Le hice un gesto de disculpa con la cabeza: "Lo siento. Olvidé
ponerte al día".
Me espetó una palabrota no del todo seria, lo que zanjó de nuevo el
asunto, a pesar de que me había esperado toda una hora antes en un
lugar de encuentro completamente equivocado. Yo misma atribuyo
mis olvidos al mes cargado. Así que estar ocupado también tenía sus
cosas buenas, a partir de ahora tendría que responder de todos mis
errores como una excusa só lida.
Mientras pensaba có mo explicarle a Moritz que no le había traído un
Sharpie como le había prometido, llegamos al centro comercial.
Unos metros antes de la entrada, nos sorprendió ver que todo el
centro comercial estaba abarrotado de adolescentes, jó venes y
mayores, algunos muy jó venes, otros claramente en la pubertad,
unos con bolsas de la compra, otros con ropa de abanico, y un chico
algo mayor, con el pelo castañ o y ondulado, chorreaba helado de
chocolate sobre sus vaqueros pitillo blancos demasiado ajustados.
"Es imposible que estén todos aquí por nosotros", se maravilló
Moritz. Me alegré de que Moritz no estuviera pensando ahora en su
rotulador.
"¿Cuá ntos crees que hay?" Me miró interrogante. Siempre se me ha
dado mal calcular cosas así. Secretamente supondría que unos 500,
pero como no quería decir nada desagradable, me limité a
responder con mi habitual tono cínico: "Supongo que hay al menos
dos".
Moritz sonrió .
"¿Y dó nde deja eso a Luki y Fitti?" Miré a mi alrededor, pero no pude
dar una respuesta a Moritz. En realidad, ya deberían haber llegado.
"El acuerdo era que nos reuniríamos aquí", le dije a Moritz. Asintió
brevemente y echó a andar. "¡Si no está n aquí, quizá ya estén
dentro!"
No necesitaba que me lo dijeran dos veces. Disfrutando por ú ltima
vez del aire rico en oxígeno y ¡al barro!
Fuertes gritos, chillidos y aullidos emocionados nos recibieron a
Moritz y a mí tras los primeros pasos en el centro comercial.
Inmediatamente siguieron las primeras peticiones de fotos,
autó grafos o abrazos. Moritz y yo, por supuesto siempre amistosos y
cumpliendo los deseos de los espectadores, nos abrimos paso entre
la exigente multitud hasta el punto en que sospechamos de Fitti y
Luki. Pero aquí tampoco había rastro de ellos.
Justo cuando el chico de los pantalones manchados me instaba a
saludarle en mi pró ximo vídeo, con media boca llena de helado de
fresa -al parecer había añ adido un nuevo sabor-, mi teléfono mó vil
empezó a vibrar. Luki estaba en ello. "¡¿YAAA?!", grité al teléfono.
La calidad de la llamada era frustrantemente mala, probablemente
debido a los enormes muros de hormigó n del complejo de edificios,
lo que significaba que só lo podía entender una de cada dos palabras
de Luki. Gritaba algo sobre el primer piso y la persecució n, pero no
pude contextualizarlo.
"¿Quién era?", preguntó Moritz con impaciencia. Le conté lo que
sabía, que bá sicamente era nada.
Se rascó la cabeza, pensativo.
"¿Puedes darme ya el rotulador, que quieren autó grafos?"
Estaba a punto de hacer uso de mi excusa del exceso de trabajo y el
olvido cuando de repente oímos unos gritos fuertes pero familiares
procedentes del piso de arriba.
Una mirada a la galería comercial abierta diagonalmente sobre
nosotros y pude adivinar inmediatamente el contenido de la llamada
de Luki. Allá arriba, Luki y Fitti corrían, apresurados y a toda
velocidad, seguidos de cerca por una horda de adolescentes furiosos
que parecían haber perdido toda decencia, un poco como una
manada de gacelas persiguiendo a dos leones, salvo que Fitti y Luki
no parecían precisamente majestuosos.
Luki tenía el pelo completamente revuelto y revuelto -siempre lo
tenía así, no se debía a la persecució n-, los zapatos abiertos, de
modo que en cualquier momento tenías que temer que estuviera a
punto de tropezar peligrosamente con los cordones. Ademá s, los
pantalones le colgaban hasta las rodillas como a cualquier patinador
ejemplar, pero los calzoncillos a cuadros estaban afortunadamente
donde debían.
Por otra parte, el peinado de Fitti seguía en plena forma y sus
pantalones también estaban en su sitio, pero su condició n física
parecía estar muy por debajo de lo necesario en esta situació n. Un
aficionado notablemente demacrado, con largas uñ as, vestido todo
de negro, casi le había alcanzado y parecía como si quisiera comerse
a Fitti en el momento siguiente. Le deseé a Fitti toda la suerte del
mundo para que lo hiciera rá pidamente y sin dolor.
Así que, mientras contemplaba el espectá culo con una sonrisa, me
fui dando cuenta poco a poco de la gravedad de la situació n. "¡Jonas,
todos corren hacia nosotros ahora mismo!", gritó Moritz hacia mí.
Tuve que darle la razó n, Luki y Fitti bajaron corriendo las escaleras
y esprintaron directamente hacia nosotros. Intenté dejar claro con
gestos de controlador aéreo que Fitti y Luki debían volver a correr
en la otra direcció n. Pero ni siquiera lo pensaron, tan sobresaltados
estaban por la jauría. Pero quizá mis conocimientos sobre el control
del trá fico aéreo no eran tan buenos.
"REEENNT", gritó Luki y agitó los brazos salvajemente mientras él y
Fitti nos adelantaban. Moritz y yo no necesitá bamos que nos lo
dijeran dos veces. Fitti, Luki, Moritz y yo íbamos delante y cientos de
jó venes detrá s de nosotros, esperando una foto, un bonito autó grafo,
un saludo para enviar a sus mejores amigos por mensaje de voz o
incluso un grito en Instagram. Sin equivocarme: Me gusta mucho mi
pú blico y mi comunidad y creo que es genial a quién puedes llegar y
conocer. Pero con las reuniones con pú blico, te sientes
completamente abrumado de principio a fin, apenas puedes seguir
el ritmo y secretamente desearías poder satisfacer todas las
necesidades de los participantes a la vez con un simple hechizo. Mi
mayor deseo ahora, sin embargo, era que saliéramos de la situació n
de una pieza, al igual que todos los que venían en la horda detrá s de
nosotros.
"¡Esto es mega peligroso!", grité a Luki y Fitti.
"No es culpa nuestra, de repente corrieron hacia nosotros", me gritó
Fitti. Doblamos una esquina y poco a poco conseguimos
distanciarnos de los espectadores.
"¡Si aquí se destroza algo, será culpa nuestra!", volvió a gritar Moritz
a la multitud, sin contribuir precisamente a calmar la situació n.
Conseguí divisar a cierta distancia una elegante tienda de caballero,
hacia la que ahora corría resueltamente, seguido de cerca por mis
amigos. A estas alturas, la multitud estaba a una buena distancia de
nosotros, por lo que podíamos entrar en la tienda sin ser vistos. Pero
no parecía haber pasado tan desapercibido después de todo, porque
los primeros curiosos empezaron a gritar el nombre de la tienda en
la que está bamos.
"Por aquí", dijo Luki, dirigiéndose directamente a uno de los
vestuarios. Só lo quedaba uno.
"Ahora no vamos a entrar todos juntos, ¿verdad?". Moritz nos miró ,
nosotros le miramos. Y de repente está bamos todos en el mismo
vestuario y cerramos las cortinas detrá s de nosotros. ¡Seguridad!
Ahora nos dimos cuenta de que una chica preguntaba por nosotros a
un dependiente de la tienda. Por supuesto, la pobre mujer estaba
completamente abrumada, así que en vez de eso le recomendó a la
niñ a un caro traje de hombre, que era lo ú ltimo que necesitaba en
esta situació n.
"¿Qué demonios estaba pasando allí?", empecé de nuevo, porque por
mi vida no podía imaginar có mo se había producido el escenario que
acababa de describir.
"Bueno...", empezó Fitti, aú n completamente sin aliento. Estaba
seguro de haber notado un arañ azo en la nuca causado por unas
largas uñ as.
"Íbamos a reunirnos con el pú blico en el primer piso, como
habíamos acordado. Vosotros aú n no estabais allí, así que ya hemos
empezado".
"Sí, porque Jonas se olvidó de recogerme", Moritz se sentó a
horcajadas sobre mí. Puse los ojos en blanco, pero era plenamente
consciente de mi culpabilidad.
Fitti continuó : "De todos modos, cada vez había má s y má s y en
algú n momento nos empujaron hacia atrá s, no teníamos forma de
apartarnos."
"Había allí 3000 personas seguras", añ adió Luki. Me pregunté si yo
estaba má s equivocado con mi estimació n de 500 personas o él con
3000.
"¿Y ahora qué hacemos?", preguntó Moritz.
En ese momento, las cortinas del vestuario se abrieron de par en
par. Ya contaba firmemente con el chico del chocolate cuando un
joven empleado se presentó ante nuestros ojos. Tenía una cara
bonita cubierta de pecas y una figura respetable, llevaba una falda
demasiado ajustada y, obviamente, no llevaba sujetador. Estaba
seguro de que Fitti, Luki, Moritz y yo está bamos pensando lo mismo
en ese momento.
"Disculpen, caballeros, pero ¿qué está pasando aquí?".
Nos miramos horrorizados. Fitti empezó a tartamudear y temí que
dijera algo parecido a "sujetador", así que intervine: "Nos estamos
probando trajes".
"Pero no llevas ningú n traje contigo", respondió ella, en lo que, por
supuesto, tenía toda la razó n. Me molestó mi estú pida respuesta.
Ahora podría liarla pidiéndole después su nú mero.
"Primero nos mediremos las tallas", respondió Moritz de forma
convincente, empezando a quitarle el top a Fitti de forma
demostrativa.
Apuesto a que Fitti habría querido resistirse, pero la situació n no se
lo permitió .
"¿Está s midiendo sus tallas? ¿Aquí dentro? ¿Cuatro?"
Asentimos robó ticamente, con Fitti ya entre nosotros, en topless y
aturdida.
La mujer nos miró con escepticismo durante un momento, pero
luego volvió a correr las cortinas, probablemente má s por vergü enza
o quizá incluso por miedo a nosotros, los psicó patas.
"¡No vuelvas a desnudarme!", siseó Fitti.
Luki, Moritz y yo nos echamos a reír.
"Chicos, ¿qué os parece una nueva reunió n de fans un poco má s
grande la semana que viene?". Luki se felicitó por la estú pida
pregunta.
"Seguro que conseguimos un anuncio gordo", respondió Moritz un
poco abatido. Fitti negó con la cabeza.
"Tonterías, ni siquiera saben quiénes somos". En ese momento
oímos fuertes gritos desde fuera: "¡FI-TTI, MO-RITZ, JO-NAS, LU-KI!".
Estupefactos, nos miramos, conscientes de que probablemente
tendríamos que aguantar aquí unas horas má s.
"Empezaré a medir vuestras tallas". Con eso, me dejé caer al suelo y
me acomodé entre perchas y una solitaria corbata que se había
dejado.
tres
Berlín
19 de septiembre
Me relajé en mi tumbona mientras bebía un refrescante zumo de
naranja. El sol brillaba intensamente sobre mi vientre demasiado
pá lido, que se embadurnó preventivamente con una gruesa capa de
protector solar.
Rebusqué impacientemente los auriculares en el bolsillo cuando mi
mó vil me indicó con una rítmica vibració n que había recibido un
correo electró nico. Supuse lo peor.
Tras el terrorífico desastre del "Meet & Greet" de la semana pasada,
que por suerte no dejó heridos pero sí medio centro comercial
destrozado, temía cualquier nuevo correo electró nico entrante con
el desagradable asunto "liquidació n de siniestro", así que la
vibració n que sentí en ese momento me puso la piel de gallina.
Sin embargo, cuando abrí mi aplicació n de correo electró nico, me
tranquilicé por el momento. Ningú n correo electró nico del Equipo
de Seguridad de Berlín, sino directamente de YouTube.
Eso no ocurría a menudo.
Normalmente, só lo recibías mensajes de YouTube cuando había
ocurrido algo especialmente grande o malo.
Por ejemplo, cuando superé la marca del milló n de suscriptores,
YouTube se puso en contacto conmigo. Cuando accidentalmente
puse una canció n protegida por derechos de autor en mis vídeos y
recibí un aviso al respecto, YouTube también se puso en contacto
conmigo.
Así que estaba preparada para cualquier cosa, lo principal era la
indemnizació n por siniestros en tiendas Hollister destrozadas.
Emocionada, intenté concentrarme en el contenido del mensaje.
Estimado JONAS,
muchas gracias por ser un creador de vídeos web durante tantos
añ os y por enriquecer la plataforma con tu contenido creativo.
Tuve que sonreír porque se notaba claramente lo generalmente
vá lido y aplicable a todo el mundo que estaba formulado este correo
electró nico. No se podría hablar realmente de un enriquecimiento
de la plataforma a través de mis vídeos. En su mayor parte, producía
vídeos de entretenimiento aburridos que no estaban diseñ ados para
profundizar en el contenido. Ademá s, siempre fui secretamente
consciente de que podría utilizar mi alcance alto de forma má s
innata, al menos algunos días. Por ejemplo, quizá algú n día escriba
un libro, preferiblemente uno con una buena causa detrá s. No
obstante, absorbí los elogios como una esponja reseca.
Como agradecimiento, a tu equipo de YouTube le gustaría ahora
devolverte algo.
Mientras hojeaba esta línea, ya estaba pensando en qué material
podría consistir esta vez el Botó n de reproducció n, que
normalmente só lo recibías cuando alcanzabas un determinado hito
de suscriptor.
¡Te invitamos cordialmente al YouTuber Creator Camp de este añ o
en Suecia! Tres días de talleres y seminarios gratuitos, intercambio
con auténticos profesionales, mucha diversió n y pasió n, así como
fiestas inolvidables por la noche.
Y lo mejor de todo, ¡empieza en só lo una semana! ¡Un autobú s
lanzadera te recogerá y te llevará directamente al campamento!
Vaya, ahora sí que estaba impresionado. Por supuesto que habría
sitio para má s botones de juego en mi pared, pero esta invitació n
sonaba realmente atractiva.
¿Un Campamento de Creadores só lo para YouTubers? Suena como la
versió n emocionante de un viaje de estudios, en el que só lo
participaban los compañ eros que compartían tus intereses.
Hojeé las ú ltimas líneas del correo electró nico. Aparte de la petició n
de una pronta respuesta y de la informació n de que se trataba de un
correo electró nico generado automá ticamente, también había una
lista reveladora de participantes.
Para mi gran alegría, tanto Fitti como Moritz y Luki estaban
invitados, de modo que por un momento pensé que podría tratarse
de un e-mail encubierto de los operadores del centro comercial que
querían tomarnos el pelo.
Sin embargo, descarté rá pidamente este pensamiento cuando leí los
otros YouTubers de la lista.
Una sensació n incó moda me invadió . La mayoría de estas personas
no me caían bien, en parte porque estaba segura de que yo no les
caía bien. Y saber que ahora tendría que pasar unos días con ellos en
un mismo lugar no me gustó nada.
No juzgues demasiado rá pido, me dije. ¡Eso siempre es un error!
Dije que sí, tomé otro gran sorbo de zumo de naranja y estaba a
punto de volver a centrar mi atenció n en el sol cuando mi mó vil
volvió a vibrar al ritmo familiar de los correos electró nicos.
Asustada, miré la pantalla, só lo para leer inmediatamente después el
temido asunto "Liquidació n de siniestros".
Afortunadamente, podría pasar los siguientes días inmersa en
Suecia hasta que se calmara la polvareda.
quatro
Berlín
26 de septiembre
Ya crecían hierba y maleza entre los adoquines del antiguo
aparcamiento de la fá brica, tan descuidado y poco visitado estaba.
Moritz y yo llevá bamos un buen rato esperando el prometido
autobú s lanzadera, que debía llegar al Campamento Sueco de
Creadores en menos de diez horas. No nos dijeron el destino exacto,
pero sí que tendríamos cada uno nuestra propia suite con una cama
king-size.
Impaciente, Moritz se paseaba de un lado a otro, volviéndome loco.
"¡Podéis dejar de hacer eso, por favor!"
Me miró irritado, se detuvo un momento y luego, provocativamente,
empezó a pasearse arriba y abajo de forma aú n má s nerviosa. Justo
cuando iba a ponerle la zancadilla, oímos ruidos de motor.
Para mi regocijo, el autobú s de enlace que dobló la esquina unos
segundos después podría haber sido sacado de una película clá sica
de adolescentes yanquis, tenía un aspecto tan amarillo y clá sico.
"No sabía que hubiera autobuses así en Alemania", se maravilló
Moritz, impresionado. Asentí con la cabeza.
El autobú s se detuvo con un chirrido malsano justo delante de
nosotros y las puertas delanteras se abrieron estrepitosamente. El
hombre al volante tenía unos cuarenta añ os y no parecía el clá sico
conductor de autobú s. No llevaba camisa ni corbata, sino un chaleco
manchado. Unos pantalones cortos cubrían su cuerpo velludo y su
rostro estaba adornado con un bigote. Con tono agresivo, nos pidió
que subiéramos al autobú s: "¿Será pronto o ya está is arraigados?".
No dejamos que volviera a preguntarnos y entramos en el autobú s,
demasiado fresco y con aire acondicionado. Se programó un
resfriado.
De un vistazo, deduje que el autobú s seguía bastante vacío.
Obviamente, recogeríamos al resto de la gente en las pró ximas
horas, o habría varias lanzaderas a Suecia.
En la ú ltima fila, Fitti ya nos saludaba alegremente, recordá ndome a
un perrito deseando que su amo volviera por fin a casa.
En la fila de delante se sentaba un YouTuber llamado Luca, también
conocido como "Concrafter" en YouTube. Estaba escuchando mú sica
y parecía poco impresionado por el frío reinante, pues só lo llevaba
una camiseta blanca y unos vaqueros rotos a la moda. Movía la
cabeza al ritmo de la mú sica y no parecía haberse dado cuenta de
que habíamos entrado en el autobú s. No nos conocíamos
personalmente. Pero como hacía sobre todo entretenimiento y
comedia en YouTube, igual que yo, me cayó bien enseguida.
En la fila de enfrente se sentaba Julia Beautx -al menos así se me
había presentado en nuestro primer encuentro-, que también hacía
vídeos de entretenimiento. La conocía desde hacía tiempo e incluso
había rodado con ella de vez en cuando. A ella, en cambio, parecía
afectarle mucho má s el frío, porque iba acurrucada en un cá lido
jersey rojo desde el que era difícil distinguir su saludo.
Le devolví el saludo y me dirigí con Moritz hacia la fila de cuatro que
Fitti nos tendía.
"¿Dó nde está Luki?", pregunté a Fitti con interés, suponiendo que
llegaría con él.
"No va a venir. ¿No te lo ha dicho?" Irritada, miré a Fitti y sacudí la
cabeza hoscamente.
"Luki enfermó . Totalmente pésimo". Fitti se encogió de hombros.
Saqué el mó vil y volví a mirar el historial de Whatsapp con Luki.
Para mi sorpresa, no pude leer nada sobre una enfermedad. El
autobú s se puso en marcha con un fuerte zumbido.
La siguiente parada fue unas tres horas má s tarde, en un
aparcamiento mucho má s limpio. Berlín podría aprender algo de
ello.
Como estaba sentada en medio de la fila de cuatro, no podía ver
quién estaba de pie fuera del autobú s. Pero, evidentemente, también
necesitaron un segundo intento hasta que se tragaron la profesió n
del conductor del autobú s y accedieron a su petició n de entrar en él.
Llegaron Marcel Scopion y Sonny Loops, una pareja de YouTuber
con la que definitivamente no tenía una buena relació n,
principalmente debido al hecho de que hacíamos contenidos tan
idénticos que siempre se afirmaba que nos copiá bamos ideas y nos
robá bamos contenidos mutuamente. No es que nunca surgiera
directamente entre nosotros, nunca habíamos intercambiado
palabras, pero había un malestar negativo en el aire cuando
nuestras miradas se cruzaron. No me gustaban y yo no les gustaba a
ellos. Así tenía que ser.
Los dos tomaron asiento en la primera fila del autobú s, sin duda por
comodidad.
Les siguieron dos YouTubers llamados Nico, que se hacía llamar
"Inscope21" en YouTube, y Julian, má s conocido como "Jarow". No
había tenido nada que ver con ninguno de los dos antes, así que me
resultaba difícil formarme una opinió n sobre ellos. Producían vídeos
en parte satíricos, así que, por supuesto, he sido víctima de ellos
alguna que otra vez. Pero en su mayor parte me gustó lo que
hicieron.
Nico era un chico ancho, de pelo corto y ojos brillantes, enamorado
de una chica por excelencia. Tenía unos brazos tan fuertes que
estaba segura de que podría levantarnos a Luki y a mí con el dedo
meñ ique.
Juliá n no era tan musculoso. Llevaba una camiseta negra lisa y unos
vaqueros azules cortos. El pobre seguiría pasando mucho frío,
pensé.
Como só lo íbamos a viajar tres días, llevaba una mochila
considerablemente grande, que metió en uno de los compartimentos
situados encima de los asientos.
Ambos tomaron asiento en medio del autobú s para que Ralf -como
se nos había presentado el conductor del autobú s en un anuncio-
pudiera arrancar de nuevo el autobú s y seguir por fin su camino.
Durante el viaje, sentí que los ojos me pesaban poco a poco. Aquella
mañ ana había tenido que levantarme temprano de la cama porque
nos tenían que recoger a las seis. Nadie nos había dicho antes que
Ralf también conducía a lo que parecía una velocidad de paseo por la
autopista y que, por tanto, llegaría considerablemente tarde.
Así que cerré los ojos un momento y cuando volví a abrirlos, unos
segundos después, miré unos ojos familiares. Por un momento
pensé que estaba soñ ando, porque Luki se había acomodado en el
asiento de al lado. Pero cuando el burló n Fitti me golpeó en los
hombros, me di cuenta de que só lo se estaba burlando de mí.
Menudo có mico.
"Si ahora hubiera estado realmente enfermo, no te estarías riendo
así", volví a decir, contenta de que Luki estuviera allí después de
todo.
"¡A Schwerin!", nos animó Luki, aunque yo no estaba segura de si la
siguiente parada sería realmente Schwerin o si la confundía con
Suecia.
Mientras tanto, má s YouTubers habían subido al autobú s. Unas filas
delante de nosotros, la secció n de belleza de YouTube había
ocupado sus asientos. Liderados por Alicia, la mayor bloguera de
moda de Alemania, junto a Lisa-Marie Schiffner y Denise, a las que
só lo conocía fugazmente por Instagram.
Alicia, en cambio, estaba en boca de todos y pertenecía a ese tipo de
personas con las que o eras amigo o enemigo, apenas había espacio
intermedio.
No quería ni pensar en cuá ntas personas con las que no tenía una
buena conexió n estaban ahora sentadas aquí en el autobú s, pero me
sorprendió descubrir que había alguien má s que me caía aú n peor.
Miré a la veinteañ era, que me devolvía la mirada con el ceñ o
fruncido.
Larc era bloguero de opinió n y crítico. Su forma de criticar era de
todo menos constructiva. Prefería utilizar todo tipo de palabrotas en
sus vídeos y dirigía sus comentarios llenos de odio sobre todo a
YouTubers que tenían muchos seguidores. De este modo, él mismo
llegó a tener muchos abonados con el tiempo.
También había traído a sus dos sú bditos, oficialmente só lo amigos,
por supuesto. No conocía sus nombres.
"¿Cuá nto tiempo he estado durmiendo en realidad?", pregunté en la
ronda, pero no encontré muchos oyentes, ya que todos, excepto
Luki, estaban escuchando mú sica.
"Subí hace una hora y para entonces estabas profundamente
dormida".
Me froté los ojos, intentando no parecer un gatito cansado que se
pasa las patitas por la cara. En ese momento me di cuenta de que el
cansancio probablemente había sido causado por las pastillas para
el viaje que había tomado esa mañ ana.
Cuando el autobú s se detuvo bruscamente, jugué brevemente con la
idea de echar unas cuantas en la bebida de Larc. Evidentemente,
habíamos llegado a un á rea de descanso.
cinco
Área de descanso de Marienwerder
26 de septiembre
Me detuve, jadeante, después de trotar tres vueltas alrededor del
desolado á rea de descanso. Pasaría las cinco horas siguientes
rodeada de Luki y Fitti en un asiento incó modo de un autobú s
traqueteante. Cualquier oportunidad de hacer ejercicio era un
cambio bienvenido.
Miré un poco a mi alrededor. Ralf estaba a punto de encender su
quinto cigarrillo, pero le costó mucho debido al viento.
A lo lejos pude distinguir a Larc con sus dos amigos, que
evidentemente estaban discutiendo acaloradamente con Nico y
Julian, pero no pude entender de qué discutían. Aunque me habría
interesado el contenido, también me habría sentido muy inmadura
si me hubiera quedado allí parada.
Justo cuando estaba considerando si debía orinar contra un á rbol o
en uno de esos urinarios asquerosamente malolientes de los
lavabos, oí otra discusió n.
Seguí las voces alrededor del autobú s y presencié una pelea
estereotipada, el tipo de pelea de la que só lo se oye hablar en la
escuela. ¿Estaba alguien a punto de llegar a las manos?
"¡Puedes besarme el culo, monstruo!" Alicia parecía fuera de sí.
Estaba segura de que bajo la extensa capa de maquillaje se estaba
poniendo roja como un tomate.
"Y repito que no fue intencionado", tartamudeó Fitti, visiblemente
intimidado.
"Bueno, claro, tú entra en el bañ o de las chicas y haz fotos", continuó
Denise, de pie justo detrá s de Alicia, con Lisa defendiéndola.
Poco a poco me fue surgiendo una imagen, pero no encajaba en
absoluto con Fitti. Moritz, que también estaba de pie en medio de la
conmoció n, se unió : "¿Qué queréis en realidad? Pensó que eran los
caballeros, y se acabó ".
Las chicas jadearon, fuera de sí como una bandada de gallinas
enfurecidas.
"Sois todos iguales, está is completamente mal de la cabeza". Alicia
no quería parar en absoluto: "¡Si no borras esa foto ahora mismo, te
denunciaré!"
Para mi gran pena, Fitti ni siquiera llegó a responder, estaba tan
asustado, mientras Alicia se hacía cada vez má s grande delante de él.
Mi momento de intervenir: "¿Podéis callaros todos?".
Ahora todo el mundo me miraba. Por un momento deseé no haber
dicho nada.
"¿Qué quieres ahora, rubita? Será mejor que te vayas a jugar a la
carretera -me siseó Alicia. No supe có mo reaccionar sabiamente
ante aquella frase y ahora yo misma me estaba sonrojando, lo cual
no mejoraba la situació n para mí.
Justo cuando Alicia estaba a punto de dar un paso má s, alguien habló
detrá s de mí: "Para alguien que estafa suciamente a sus
espectadores todos los meses con un sorteo, tienes una boca muy
grande".
Marcel había entrado en la ronda. Alicia levantó la vista,
sobresaltada, antes de que Marcel añ adiera:
"¿Por qué no dejas en paz a la gente que no ha hecho nada?" No
sabía si su frase se refería a su pú blico o a nosotras, pero en
cualquier caso surtió efecto y Alicia se volvió con un movimiento
arrogante y caminó hacia el autobú s, Lisa y Denise la siguieron a
toda prisa.
"Menuda gilipollez", dijo Moritz, dá ndose golpecitos burlones en la
cabeza.
"¿De verdad hiciste fotos en el bañ o de chicas?", le pregunté a Fitti
con una sonrisa. Ahora ya no me sonrojaba.
"No, te lo juro, só lo estaba escribiendo un mensaje en mi teléfono
cuando fui al bañ o. No había visto que éste era el bañ o de las
chicas...". Fitti aú n parecía un poco fuera de sí.
"Realmente lo era", intervino ahora Sonny, la novia de Marcel, "yo
misma lo vi. Alicia está completamente limitada".
Un gesto de aprobació n recorrió el grupo. Al mismo tiempo, era
evidente que Ralf se había fumado su paquete de cigarrillos, porque
ahora volvió a convocarlos a todos para continuar el viaje.
Mientras los demá s subían, yo me dirigí al prado con los bancos
donde acababa de hacer mis ejercicios deportivos. Le había
prometido a Luki que le recogería allí cuando continuá ramos
nuestro viaje, pues estaba hablando por teléfono con auriculares y
ya no podía oír nada del mundo exterior.
"Hermano, ahora nos vamos otra vez".
Luki dejó claro con un gesto que necesitaba otro momento. Me senté
a su lado en el banco y observé el á rea de descanso.
Me fascinó este lugar. Siempre fue só lo un medio para que la gente
se tomara un descanso, tal vez durmiendo, haciendo sus necesidades
o simplemente queriendo respirar aire fresco un momento. Este
lugar siempre fue só lo una parada, nunca el destino.
Me preguntaba si yo misma tenía algú n objetivo fijo o si todo aquello
no era má s que una parada o un breve momento para perseguir una
meta imaginaria que, de todos modos, nunca se alcanzaría.
E incluso si uno se propusiera un objetivo, trabajara duro para
conseguirlo y finalmente lo lograra, incluso entonces só lo sería
temporal, só lo satisfactorio y satisfactorio durante un breve tiempo,
un pequeñ o momento, antes de que después nuevos objetivos y
sueñ os volvieran a proyectarse en nuestra mente. Probablemente
era el círculo de la vida.
Impresionados por mis pensamientos, Nico y Juliá n se me acercaron
de repente.
"Qué puto gilipollas, ¿quién se cree que es?". Nico estaba fuera de sí.
"Por culpa de gente como Larc, YouTube Alemania se está yendo al
garete, sinceramente", añ adió Julian.
Eso fue todo lo que pude entender mientras pasaban junto a
nosotros a paso ligero.
Eso también me hizo preguntarme. ¿Có mo había surgido tanto odio
y hostilidad? Que só lo salieran a la luz los malos acontecimientos,
que todo el mundo se hundiera en vez de ayudarse. Quizá eso es lo
que quería el pú blico. O tal vez la iniciativa partió de YouTubers
individuales, por lo que podrías culparles a ellos. O tal vez fuera una
combinació n de ambas cosas que só lo podría superarse si todos
colaboraban.
"¡Vamos!" Luki me sacó de mis pensamientos y empezó a caminar,
yo le seguí.
Una vez en el autobú s, volví a sentir un frío incó modo. Esta vez, sin
embargo, no fue por la temperatura -Ralf ya había apagado el aire
acondicionado-, sino porque el á nimo se había descompuesto. Nadie
dijo ni una palabra má s, la mayoría ya tenía los auriculares en los
oídos.
Só lo se retiraron cuando Ralf -mientras conducía y casi chocaba con
otro autobú s- hizo otro anuncio:
"Queridos jutubares, tengo excelentes noticias. Me acaban de
informar de que hay WiFi gratuito en el autobú s: só lo tienes que
descargarte una aplicació n".
¡Así es como se crea ambiente! Sobre todo en un autobú s lleno de
gurú s de las redes sociales.
Pasaron unos segundos y los dieciséis pasajeros ya habían
descargado en sus teléfonos mó viles la aplicació n recomendada por
Ralf. No teníamos un internet muy rá pido, pero al menos era estable.
¡Las cosas iban mejor!
seis
Tierras salvajes suecas
26 de septiembre
El autobú s llevaba ya un buen rato subiendo. Para oír algo del
exterior y no tener que mirar al lú gubre pasillo, había intercambiado
el asiento con Fitti, que ahora se había quedado dormido.
Á rboles de todos los tamañ os y tonos de verde pasaban a toda
velocidad junto a nosotros, desenfocados. Algunos rayos de sol
atravesaron el denso follaje y brillaron como relá mpagos a través de
los cristales tintados del autobú s.
Nadie se había cruzado con nosotros en má s de una hora, sin duda
debido a que ya no está bamos en una carretera asfaltada, sino en un
camino forestal lleno de baches que parecía conducir al infinito. No
podía calibrarlo, pero supuse que había miles de kiló metros
cuadrados de bosque a nuestro alrededor. Dondequiera que
estuviera el Campamento del Creador, ¡tenía que ser un lugar bonito
con mucha naturaleza alrededor! Segú n el horario, deberíamos
llegar dentro de una hora.
Consulté el reloj una vez má s y miré alrededor del autobú s. Fitti
dormía con la boca abierta y había apoyado la cabeza en el hombro
de Luki, que también tenía los ojos cerrados.
Moritz estaba absorto en un juego de mó vil e inconscientemente
sacó la lengua.
Luca estaba sentado frente a nosotros, todavía escuchando mú sica y
tomando notas. Tal vez estaba trabajando en un nuevo concepto de
vídeo, tal vez estaba jugando al Sudoku, o tal vez estaba esbozando
la pintura de un hermoso paisaje.
Julia también estaba dormida, ahora utilizaba su grueso jersey como
manta y se había metido casi completamente debajo de él.
Má s al centro estaba sentado Larc, con la mirada perdida, o quizá
dormido, no sabría decirlo. Pude ver mejor a sus dos amigos,
estaban hablando de chicas de algú n tipo, haciendo un uso tó pico de
todas las palabras misó ginas que salían de su vocabulario.
Alicia se hacía selfies mientras sus amigas Lisa y Denise dormían.
Denise estaba sentada justo al final del pasillo, así que tenía una
buena vista de ella. Sin pestañ ear, admitiría inmediatamente que era
absolutamente mi tipo. Tenía el pelo rubio y abundante y un rostro
estrecho y muy apuesto, con una bonita nariz. Sus pecas apenas se
veían a través del maquillaje, pero yo las notaba, incluso deseaba
que se maquillara menos para que sus pecas se vieran má s
claramente. Aunque estaba dormida, para mi disgusto parecía de
algú n modo intocable, casi inalcanzable.
Frente a ella estaban sentados Nico y Julian. Obviamente, Nico se
había dado cuenta de que le había echado el ojo a Denise, porque
hizo un gesto burló n que significaba algo así como: "Buena suerte
con ella".
Le asentí torpemente con la cabeza. Juliá n, a su lado, parecía haberse
dormido también.
Justo detrá s de Ralf, que se agarraba tenso al volante del autobú s,
só lo estaban sentados Sonny y Marcel. Cuando mi mirada se desvió
hacia Marcel, él también me miró . Me saludó y yo traté de devolverle
el saludo con la mayor frialdad posible. Sin embargo, enseguida me
di cuenta de que el signo de la paz que formé con los dedos índice y
corazó n de la mano izquierda no me había quedado tan chulo como
me había imaginado.
Sin embargo, ya tenía una impresió n de Marcel mucho mejor de lo
que temía de antemano. Había defendido a Fitti en el á rea de
descanso, eso estuvo bien.
Es emocionante ver có mo pequeñ os gestos, palabras o actos pueden
dar a una persona una imagen completamente distinta.
Volví a sumirme en mis pensamientos y miré por la ventana. A estas
alturas ya só lo íbamos recto y el camino de tierra estaba cada vez en
peores condiciones; para ser sincero, ni siquiera estaba seguro de si
seguíamos por el buen camino, tanto traqueteaba el autobú s sobre
la desastrosa superficie. Las nubes se habían espesado y el sol ya no
podía encontrar un lugar a través de ellas.
Justo cuando pensaba volver a cerrar los ojos durante unos minutos,
el autobú s se detuvo de repente. Se apagó el motor. Ralf sacó
silenciosamente la llave del contacto y abrió las puertas delanteras,
cogió una mochila que presumiblemente le pertenecía y, sin mediar
palabra, salió del autobú s con pasos pesados, sin volverse de nuevo.
"¿Otra vez es la hora del descanso?", preguntó Luki somnoliento,
sacudiéndose a Fitti de encima. Me encogí de hombros
ignorantemente.
¿Me preguntaba si se trataba otra vez de una especie de á rea de
descanso en medio del bosque? Si Ralf só lo necesitaba estirar las
piernas, ¿por qué no dijo nada?
"¿Ya hemos llegado?", preguntó Larc, que evidentemente no acababa
de entender lo que estaba pasando. Burlonamente, salió del autobú s.
Ahora los amigos de Larc también se levantaron y trotaron tras él.
Podía verlos caminar irritados alrededor del autobú s, buscando
cualquier cosa que pudiera acercarse al campamento de los
Creadores. Sin embargo, aparte de á rboles, arbustos, hojas y ramas,
no se veía nada a lo lejos. Ya no había ni rastro de Ralf.
"Probablemente haya ido a mear", tranquilicé a Luki. Mientras tanto,
Moritz también había guardado el mó vil y miraba por la ventanilla:
"Nunca se necesita tanto tiempo para eso".
Pensé en voz alta: "A lo mejor tiene que ir má s grande, eso explicaría
por qué se ha llevado la mochila". Pero eso mismo no me parecía
plausible, después de todo, deberíamos haber llegado al
Campamento del Creador en los pró ximos minutos.
"Chicos, ¿sabéis realmente adó nde se supone que íbamos
exactamente? No me dieron ninguna informació n al respecto". Luca,
de la fila de delante, se había vuelto hacia nosotros.
Respondimos negativamente.
"Ni siquiera encontré fotos del Campamento Creador en Internet",
añ adió ahora Julia, "de todas formas me pareció mega extrañ o".
"No debes asustarte ahora, seguirá en un minuto". Con estas
palabras me eché hacia atrá s mientras me daba cuenta de que, a
estas alturas, todo el autobú s había comprendido la situació n:
está bamos en medio del desierto de Suecia y nadie podía decir
dó nde exactamente. Ni siquiera sabíamos la direcció n de nuestro
destino. Pero lo peor era que el conductor del autobú s se había
bajado y había desaparecido. Nadie sabía si volvería.
siete
Tierras salvajes suecas
26 de septiembre
Habían pasado unos minutos agotadores y, poco a poco, el autobú s
se iba poniendo inquieto. Larc y sus chicos también habían
regresado ya. El hecho de que Ralf hubiera bajado del autobú s sin
decir palabra y desaparecido en las profundidades del bosque tenía
una importancia secundaria. Sin embargo, un verdadero problema
era la falta de conexió n a Internet. En sentido estricto, toda la red
estaba muerta: ni Internet ni recepció n telefó nica. Y sin una llave
para volver a encender el motor, el router del autobú s no podía
funcionar y emitir su propio WiFi. ¡Está bamos completamente
aislados de cualquier civilizació n!
"En realidad tengo una tarifa plana internacional", explicó Lisa,
sacando el teléfono por la ventanilla para captar un ú ltimo resquicio
de recepció n en alguna parte.
"Estamos en medio de la nada, no te servirá de nada", replicó Moritz.
Siguió intentá ndolo hasta que se le cansó demasiado el brazo y
finalmente lo volvió a meter.
Escuché a Larc hablar con sus chicos, que ya empezaban a masticar
sus provisiones de viaje.
"No podemos sentarnos aquí a hacer el tonto con estos tontos, mi
tiempo es demasiado valioso para eso". Larc era claramente el perro
alfa de su manada. Esperé los aplausos.
"Tienes razó n, Larc. ¿Qué sugieres?"
"Só lo seguimos el camino por el que vinimos. Cualquier otra cosa no
tiene sentido". Sus chicos asintieron con entusiasmo mientras se
ponía la mochila.
"Amigos, vamos a despegar", llamó provocativamente al grupo.
Aparte del gesto sarcá stico de Nico, no hubo respuesta. Al final, tres
completos idiotas má s o menos en nuestro autobú s tampoco es
dramá tico.
"¿Qué vamos a hacer ahora?", preguntó Fitti con cautela. pensé
bruscamente. Bá sicamente, había tres opciones realistas. Larc se
había decidido por la primera. Si no podías ir má s lejos,
simplemente tenías que volver por donde habías venido: en algú n
momento, inevitablemente, volverías a encontrarte con la
civilizació n. Sin embargo, el problema era que llevá bamos mucho
tiempo yendo en línea recta. Tal vez el equipo de Larc só lo
necesitara un día de camino si tenía suerte. Si tenían mala suerte,
podían pasar dos o tres días a la intemperie, a merced de la
naturaleza y sin protecció n. Nadie había traído tienda de campañ a ni
sacos de dormir; al fin y al cabo, todos habíamos supuesto que
mañ ana por la mañ ana nos despertaríamos en camas de
matrimonio.
La segunda opció n era la má s sencilla: no hacer nada y esperar
ayuda. En el autobú s, seguro que no te congelabas durante la noche
y estabas a salvo de cualquier cosa que pudiera cruzarse en tu
camino en la naturaleza; no quería pensar demasiado en eso en ese
momento.
El problema era que está bamos atrapados en medio de la nada.
Podrían pasar semanas antes de que alguien nos encontrara. Para
entonces hace tiempo que habríamos muerto de hambre o de sed.
El tercer método, y el que má s sentido tenía para mí, era buscar al
conductor de autobú s desaparecido. Aunque no quisiera seguir
conduciendo por alguna razó n inexplicable, al menos podría darnos
las llaves de contacto y llegaríamos a nuestro destino por nuestra
cuenta. Después de todo, Ralf tenía que estar en algú n lugar del
bosque si no había sido transportado por fuerzas alienígenas.
Convencido de este método, lo presenté al grupo. Luki, Fitti y
también Moritz estaban de acuerdo conmigo, así que recogimos lo
que necesitá bamos y nos pusimos en marcha.
"¿Adó nde vamos?", me preguntó Juliá n al salir.
"Buscamos a Ralf", contestó Moritz por mí, que me estaba poniendo
un jersey porque hacía bastante frío fuera. Só lo era por la tarde,
pero apenas penetraba la cá lida luz del sol a través de la densa capa
de nubes.
"Eso es una estupidez, ni siquiera sabes adó nde se ha escapado",
replicó ahora Alicia bruscamente por detrá s. ¿Por qué estaba así?
¿Por qué tenía que cabrear constantemente a todo el mundo?
Ignoramos a Alicia y salimos del autobú s. Justo cuando está bamos a
punto de irnos, Marcel nos llamó .
"¡Espera un momento!" Ahora él y Sonny también bajaron del
autobú s. "Te ayudaremos. El tipo corrió entre esos á rboles de ahí
delante -señ aló con los dedos entre dos coníferas torcidas-. Algunas
ramas se habían desprendido, lo que sugería que ambos lo habían
visto allí.
Sin decir nada má s, entramos en el bosque. Había un silencio
inquietante. Ni ruido de carretera, ni chirridos provocados por una
horda de ventiladores, ni siquiera murmullos. Só lo muchos arbustos,
á rboles de hoja caduca y coníferas y unas cuantas aves migratorias,
presumiblemente gansos salvajes, que se dirigían a nuevas costas.
Tenían la visió n general, podían verlo todo desde arriba y tenían la
garantía de saber dó nde estaban y adó nde iban. Es una locura lo
perdida que estaba la gente sin ayudas técnicas.
Al cabo de unos metros, llegamos a las primeras barricadas
impenetrables. Una espesura de plantas, cubiertas de largas espinas,
crecía a metros de altura sobre el suelo.
"Nunca andaba por aquí", observó Luki. Tuve que darle la razó n:
"Quizá se apagó antes en algú n sitio.
La perplejidad se reflejaba en nuestros rostros.
"¡RAAALF!", gritó ahora Moritz en voz alta.
"RAAAAAALF", Fitti hizo lo mismo, seguida de cerca por el
"RAAAAAAALF" de Sonny.
No hay respuesta. Ni siquiera voló un pá jaro. No hay reacciones.
"¡Amigo, no me lo puedo creer! Dó nde ha ido ese tío, aquí no hay
nada". Marcel miró en todas direcciones.
"Quizá tengamos que enfocar esto de un modo completamente
distinto", elaboró Sonny, "en primer lugar, deberíamos pensar qué
está pasando aquí. Quiero decir..." Detuvo sus pensamientos.
Entendía lo que quería decir, pero nada tenía sentido.
"¿Crees que Ralf sabía siquiera adó nde iba?" Una pregunta justa de
Fitti.
"Definitivamente llevaba consigo un documento que contenía una
ruta, lo vi". Sonny siguió pensando. "Creo que lo metió en la mochila
y se lo llevó ".
Ahora Luki volvió a intervenir: "Sí, pero ¿acaso creéis que hay un
campamento de Creadores por aquí?". "¡¿Hay siquiera un
Campamento del Creador?!" Sobresaltados, todos nos volvimos.
Detrá s de nosotros estaba Luca, que obviamente había oído la
conversació n.
"Quiero decir... afrontémoslo. Recibimos un correo electró nico,
estamos mega emocionados, acabamos de subirnos al autobú s de un
completo desconocido... cualquiera podría habernos enviado ese
correo electró nico. Ni siquiera sabemos adó nde vamos".
Aquellas palabras calaron hondo. De repente sentí ná useas en el
estó mago, todo empezó a girar a mi alrededor.
Afortunadamente, cuando pensaba en toda mi vida, nunca antes
había estado en una situació n en la que tuviera serias
preocupaciones sobre mí misma y mi vida. Pero esta vez parecía
diferente, esta vez había algo realmente peligroso en el aire...
ocho
En el bosque
26 de septiembre
Hay miles de mosquitos en el aire, ¡mira!".
Luki señ aló con el dedo índice extendido a un enjambre de insectos
que volaban arriba y abajo.
"¡Imagínate, te muerden todos a la vez!" Fitti tuvo que reírse y
estremecerse al mismo tiempo.
"No te preocupes, eso no ocurre. Só lo las hembras pican. Y los que
está n en los enjambres...", señ alé al grupo de mosquitos que
deambulaban por allí, "... son en su mayoría machos. Volando de un
lado a otro, quieren impresionar a posibles parejas". Luki y Fitti
escucharon atentamente mis palabras.
"Pero sobre todo significa que pronto habrá tormenta", terminé mi
lectura. Como la biología siempre había sido mi asignatura favorita,
le había prestado especial atenció n en la escuela.
Luki, Fitti y yo nos habíamos separado de los demá s. Mientras
Marcel, Sonny, Moritz y Luca habían pasado junto a los arbustos
puntiagudos de la derecha, Luki, Fitti y yo habíamos tomado el ala
izquierda. En una película de terror, separarse sería una sentencia
de muerte, pero en nuestro caso seguía pareciendo sensato.
Seguimos un sendero de caza durante unos metros, donde había
huellas claras en el suelo, y finalmente llegamos a una pequeñ a
charca fangosa. Aquí, la flora y la fauna eran mucho má s
pronunciadas; podíamos oír claramente el zumbido de varios
insectos en una amplia variedad de tonos, ahogado só lo por el
graznido desigual de un sapo, que no podíamos ver pero
sospechá bamos que estaba entre los densos juncos.
En el agua turbia, podíamos distinguir pequeñ as y grandes siluetas
de peces que nadaban contentos frente a nosotros. Pertenecían a
este lugar, aquí estaban en casa. No pertenecíamos a este lugar y,
desde luego, no está bamos en casa.
"¡RAAALF!", gritó Luki desmotivado. Se lo pensó un momento.
"Seamos realistas. Si quisiera volver, probablemente ya lo habría
hecho".
Fitti coincidió con él sombríamente: "Llamarle aquí ahora no servirá
de nada. Sinceramente, ni siquiera quiero volver a encontrarme con
él, de alguna manera me da miedo".
Yo también me sentí un poco mareada.
Si no era una coincidencia que hubiéramos acabado aquí y Ralf nos
había conducido a propó sito, entonces tenía que haber una razó n.
Pero si ahora intentá ramos huir de aquí, podría interferir en sus
planes. Y quién sabe de lo que sería capaz entonces. Pensar en ello
me produjo un escalofrío.
"Definitivamente, deberíamos volver con los demá s", sugerí,
encontrá ndome totalmente de acuerdo.
"Entonces vayamos por aquí, seguro que es má s corto". Fitti dio un
paso adelante, pero Luki se detuvo bruscamente.
"Eso no tiene sentido, venimos de allí". Luki señ aló en la direcció n
opuesta. Pensé bruscamente de dó nde habíamos venido
exactamente, pero ya había perdido mi propia orientació n a causa
de los á rboles. Para colmo de males, ya se habían formado a nuestro
alrededor tres grandes enjambres de mosquitos completamente
iguales.
"Mierda, en realidad no estoy tan seguro", admitió ahora Luki. Fitti
siguió insistiendo en su atajo, y aunque yo no estaba segura de si lo
hacía porque no quería admitir que él tampoco tenía un plan, o
porque realmente lo sabía, le seguimos incondicionalmente. Tras
varios minutos caminando, nos dimos cuenta de que está bamos
completamente perdidos. ¡El autobú s debería habernos adelantado
hace tiempo!
Ya empezaba a amanecer y se acumulaba una niebla impenetrable.
Hacía tiempo que había perdido la cuenta del nú mero de mosquitos
aplastados en mi cuerpo cuando de repente nos percatamos de unos
pasos.
Eran pasos sordos y lentos, pero sin duda los de un ser humano, un
ser humano particularmente grande.
"¿Oyes eso?", susurré con cautela. Podría haberme ahorrado la
pregunta, pues el rostro de Fitti ya estaba blanco como la tiza.
"¿Crees que es Ralf?", me preguntó Luki, que aú n parecía bastante
sereno. Noté có mo empezaban a temblarme las rodillas. La niebla
era cada vez má s densa y dificultaba cada vez má s la visió n.
"No tengo ni idea, pero deberíamos averiguarlo". Ya me estaba
arrepintiendo de lo que acababa de pronunciar, pues ahora se
esperaba que siguiera adelante.
Reuní todo mi valor y avancé lentamente, directo hacia la fuente del
sonido. Fitti y Luki me siguieron en todo momento. Nos acercamos
cada vez má s a los sonidos. Mi corazó n empezó a latir con fuerza.
"¿Ya ves algo?", me sobresaltó Fitti por detrá s.
"¡NO!", le siseé.
Justo cuando estaba a punto de avanzar sigilosamente, de repente se
hizo un silencio sepulcral. No se oía nada má s, ni pisadas, ni sapo, ni
insectos. El bosque estaba mudo.
Contuve la respiració n, me quedé muy quieta. Pasaron unos
segundos.
De repente, de la nada, se oyó un estruendo ensordecedor, justo
delante de nosotros. Mis oídos empezaron a chirriar y me tiré al
suelo sobresaltada. A mi alrededor se hizo la oscuridad, puse los
brazos delante de la cabeza en posició n de protecció n. La adrenalina
me recorrió el cuerpo, pero me quedé inmó vil.
"¡Jonas!" Luki me sacudió . "¡Levá ntate, tío, tenemos que salir de
aquí!" Me aparté las manos de la cara. Delante de mí estaban Luki y
Fitti, ambos con los ojos muy abiertos. ¡Pero está bamos vivos!
¡Está bamos vivos!
"¿Qué ha sido eso?", pregunté, sobresaltada.
"Eso era un rifle, una pistola o algo así", tartamudeó Fitti al revés.
Volvimos corriendo en la direcció n de la que habíamos venido, sin
saber en absoluto hacia dó nde corríamos. ¡Lo principal era escapar!
Nuestros pasos dieron un salto mortal, en ese momento habríamos
ganado cualquier carrera con facilidad.
Justo cuando estaba al borde del fracaso físico total, un grupo de
personas se nos acercó de repente. Fitti lanzó un fuerte grito de
asombro y cayó al suelo, pero enseguida se dio cuenta de que só lo
eran Marcel, Sonny, Moritz y Luca.
"¿Qué os ha pasado?", preguntó Moritz, sobresaltado, mientras
ayudaba a Fitti a levantarse.
"¿No lo has oído hace un momento?", le contesté. Luca dio un paso
adelante. "El disparo, sí. ¿Os habéis hecho dañ o?" Respiré con calma
y sacudí la cabeza: "Creo que nos hemos librado de un susto".
Al pronunciar la frase, me di cuenta de lo feliz que me sentía por
ello. Aunque seguíamos atrapados en medio del bosque, me alegré
de haber sobrevivido a la situació n de una pieza.
"Chicos, ¿significa esto que hay un psicó pata corriendo por ahí con
una pistola disparando a la gente?". Marcel nos miró fijamente.
Estaba segura de que ahora también podía ver una expresió n de
miedo en su rostro.
"No sabemos si nos disparó ", aclaró Luki, pero fue interrumpido
directamente por Fitti: "Claro que lo hizo, ¿por qué si no disparó
só lo en el momento en que casi le vimos?".
Todos nos miramos, perplejos. Ya habían ocurrido demasiadas cosas
aquel día, y muy pocas podían explicarse ló gicamente. Decidimos
volver juntos al autobú s.
Cuando llegamos al punto de partida de nuestra aventurera
caminata por el bosque, el vehículo amarillo seguía parado en su
sitio, qué duda cabe. A estas alturas estaba tan oscuro que apenas
podías verte la mano delante de los ojos. Nos acercamos al autobú s y
pudimos oír gritos de rabia desde el interior.
nueve
En el autobús
26 de septiembre
Tu autopercepció n es tan vergonzosa". Julia lo gritó por todo el
autobú s, pero probablemente iba dirigido exclusivamente a Alicia.
"¡Chica, das vergü enza! Supéralo". A Alicia parecía no importarle
nada que hubiéramos vuelto.
"¡Genial, vosotros también vais a volver!" Nico nos miró a todos,
ató nito. Aunque habíamos estado siguiendo una tarea, me sentí de
algú n modo atrapada.
"¿Por qué, qué otra cosa íbamos a hacer?", le pregunté.
Se rió cínicamente y se tumbó en uno de los asientos. Como no era
capaz de situarme en toda la situació n, miré alrededor del autobú s
en busca de pistas.
Estaba claro que Alicia no só lo se había peleado con Julia, sino
también con Denise y Lisa, porque las dos chicas estaban ahora
sentadas sin decir palabra en otra fila del autobú s. Mis ojos
siguieron recorriendo el autobú s. Julian estaba sacando una linterna
de su mochila, una herramienta muy ú til.
Era evidente que Larc y sus amigos aú n no habían regresado, tal vez
hacía tiempo que habían encontrado ayuda o un lugar donde pasar
la noche. ¿Nos enviaría socorristas? ¿O se deleitaría con nuestra
situació n y simplemente no haría nada? Con él nunca se sabía.
En el habitá culo del conductor, reconocí un destornillador y unos
cables atascados en la cerradura de contacto. Ademá s
lo intentaste, asomando los cables por debajo del volante.
Marcel, evidentemente, había visto lo mismo: "Craso, ¿cableando el
coche?".
"Intentado", el énfasis está en "intentado". No "gestionado"". Alicia
se rió burlonamente, aunque estaba exactamente en la misma
situació n que nosotros.
"Cierra el pico", dijo Julia desde detrá s de mí. La miré asombrada,
cosa que ella notó inmediatamente y se explicó : "Se pasa el día aquí
sentada, dando ó rdenes y mandando, sin hacer nada por sí misma".
Ese tipo de cosas me molestan".
Alicia se limitó a encogerse de hombros con desinterés. Asentí a Julia
en señ al de comprensió n.
Nico volvió a sentarse erguido: "Llevas todo el día dando tus paseos
por el bosque y nos habría venido bien que algunas personas nos
echaran una mano".
Podía entenderle, aunque no estuviéramos paseando por el bosque,
claro. Seguimos sin tener éxito.
"Casi nos disparan", soltó Fitti.
"¿Eh, qué? Ni siquiera sabemos si nos han disparado!", replicó Luki.
"¡Cá lmate primero!"
Ahora se desató un caos emocional absoluto, porque Moritz le
espetó ahora a Luki por qué le hablaba a Fitti en ese tono.
Sacudiendo la cabeza, Luki se dirigió hacia el asiento trasero, se
puso los auriculares y se tumbó .
Volvió el silencio.
"Quizá deberíamos echarnos todos una siesta, estamos
completamente agotados". Me gustó especialmente mi sugerencia.
"Si mañ ana no pasa nada, todos moriremos de todos modos", estalló
Alicia. ¿Me preguntaba si tales afirmaciones la hacían má s feliz? Sacó
de algú n sitio un antifaz para dormir y se lo puso.
Suspiré y busqué una de las dos filas vacías para encontrar un sitio
donde pasar la noche.
Deslizá ndome hacia delante y hacia atrá s, intenté encontrar una
postura có moda para dormir, pero los cojines eran demasiado duros
y mis piernas tenían muy poco juego libre.
Los demá s también se habían tumbado a descansar, algunos
escuchando mú sica o simplemente cerrando los ojos con la
esperanza de despertarse a la mañ ana siguiente en un lugar
diferente y lejano.
Repasé los acontecimientos recientes en mi cabeza. La loca reunió n
de fans y la impresionante huida al vestuario. Có mo deseaba estar
en ese cá lido lugar ahora mismo. No pude evitar pensar en los
correos electró nicos de reclamaciones pendientes y casi sonreí
satisfecho al desear que ésa fuera mi ú nica preocupació n en este
momento. Me acordé de esta mañ ana, que parecía tan surrealista y
difusa y me parecía que había pasado hace siglos. El viaje en autobú s
y la discusió n en el á rea de descanso. Y la espeluznante figura en la
niebla, sus pasos amortiguados, la persecució n y el disparo de la
nada. Una vez má s, sentí un escalofrío que me recorría la espalda.
diez
En el autobús
A primera hora de la mañana del 27 de septiembre
Algo con muchas patas se arrastró por mi espalda. Intenté
quitá rmelo de encima. Só lo ahora me di cuenta de dó nde estaba. Así
que todo esto no era un sueñ o desagradable, era la amarga realidad,
seguíamos en el mismo autobú s, en la misma situació n desesperada.
No podía calcular exactamente cuá nto tiempo había dormido, así
que miré el reloj: 2.19 h. En mitad de la noche. Todo el mundo en el
autobú s parecía estar dormido, si interpretaba correctamente los
contornos que me concedían los débiles rayos de la tenue luz de la
luna.
Justo cuando estaba a punto de darme la vuelta con dificultad para
volver a dormirme, alguien me agarró por la nuca.
Me levanté de un salto y tuve que reprimir un fuerte grito.
"Jonas", susurró una voz que no pude localizar directamente.
Entrecerré los ojos, pero no pude distinguir ningú n detalle en el
rostro de la figura.
"¿Sí?", le pregunté con cautela.
Obviamente, la persona supuso que ya le había reconocido, porque
no sintió la necesidad de mencionar quién era.
"Alguien gritaba fuera, lo oí claramente".
Ahora me he dado cuenta de quién me hablaba en ese momento.
¡Era Julian!
Aunque su afirmació n me preocupó enormemente, tuve que sonreír.
Julian sube regularmente vídeos de miedo a su canal y ahora, en este
mismo segundo, él mismo estaba en las carnes de semejante historia
de terror. Si lo hubiera sabido antes...
"¿Has oído quién gritaba?"
Julian pareció sacudir la cabeza, luego encendió su linterna y la
iluminó a través del autobú s. Só lo ahora adquirí algo de perspectiva
y, para mi horror, descubrí que faltaban tres personas: ¡Alicia, Lisa y
Denise!
"No sé qué está pasando ahí fuera ahora mismo, pero deberíamos
ayudarles", sugirió Juliá n.
Los pensamientos se agolpaban en mi cabeza. No estaba en absoluto
a la altura de esos momentos. Hacerse el héroe podía ser bueno y
correcto, pero yo seguía temiendo por mi vida. Había un hombre
fuera con una pistola que no temía utilizarla.
Sin saber qué hacer, mis pensamientos se vieron bruscamente
interrumpidos por un grito.
"¡HIIILFEE!"
Julian y yo nos miramos. ¡Era una instrucció n clara! ¡Alguien
necesitaba nuestro apoyo!
Una vez má s la adrenalina se disparó por mi cuerpo, sentí que la
sangre circulaba a doble velocidad, que mi corazó n bombeaba sin
descanso, que mi pulso se aceleraba.
Salimos del autobú s por las puertas ya abiertas. Nos recibió una
brisa fría, pero avanzamos valientemente.
Las ramas y los matorrales crujieron cuando entramos en el bosque.
Entonces nos detuvimos a escuchar. Todo estaba en silencio.
"¿Dó nde está n?", me susurró Juliá n. No lo sabía. Tampoco sabía lo
que podría esperarme en el momento siguiente.
"¿Llamamos?"
Julian negó con la cabeza: "Probablemente no sea una buena idea.
Quién sabe por qué gritaron".
Así que Julian pensó lo mismo que yo. En realidad, ni siquiera quería
preocuparme por ello -de todos modos, só lo causaría pá nico-, pero
pregunté de todos modos: "¿Crees que hay lobos por aquí?".
"No lo sé... Aunque creo que hay algunos en Suecia".
Estuve de acuerdo con él y al mismo tiempo me arrepentí de haber
visto recientemente un documental sobre las tá cticas de caza de las
manadas de lobos.
Está bamos a punto de seguir adelante cuando, de repente, a unos
cien metros de nosotros, oímos un gemido, casi un llanto. Venía
claramente de una de las chicas.
Aumentamos la velocidad, pero seguimos vigilantes. El bosque se
estaba volviendo mucho má s denso y la luz de la antorcha de Juliá n
luchaba por penetrar en el mar de á rboles.
"Deberíamos llegar pronto", anuncié a Julian.
Nos detuvimos una vez má s para escuchar.
"¡HEY!", siseó de repente una voz por encima de nosotros.
Sobresaltados, levantamos la vista, yo siguiendo el resplandor de la
lá mpara.
Para nuestra gran sorpresa, Alicia estaba agazapada en un á rbol.
Estaba arañ ando temblorosamente unas ramas, con el cuerpo
apretado contra el tronco.
"¡Cuidado!", nos advirtió . Presas del pá nico, miramos a nuestro
alrededor pero no pudimos distinguir nada.
No importaba lo que hubiera asustado a Alicia y provocado que se
subiera a un á rbol, ¡tenía garantizado que yo no sería diferente!
"¡Shhh!" Otra voz llamó la atenció n. Julian iluminó con su luz los
á rboles adyacentes. Efectivamente, justo en un á rbol a pocos metros
al lado de Alicia, Denise y Lisa estaban agazapadas, no menos tensas.
Justo cuando iba a preguntarles qué les había llevado a hacerlo y,
sobre todo, có mo habían conseguido trepar a un á rbol tan alto en
primer lugar, oímos pasos a unos metros delante de nosotros.
Esta vez, sin embargo, sonaba menos humano, era má s bien un
pisotó n animal... ¡y venía directo hacia nosotros!
"¡Subid hacia nosotros!", nos gritó ahora Denise.
Julian y yo dimos instintivamente un paso atrá s. Antes de que
pudiéramos darnos cuenta de lo que ocurría, se dirigieron hacia
nosotros, y eran bastantes. Nos miraron con curiosidad, observando
lo que ocurría a continuació n, la luz de la antorcha reflejá ndose roja
en sus ojos. ¡Jabalíes salvajes!
Aliviados de que no fueran lobos, y a la vez aterrorizados porque los
jabalíes también podían ser un peligro, Juliá n y yo nos volvimos en
un santiamén e intentamos agarrarnos a una de las ramas colgantes
má s bajas del á rbol que teníamos detrá s para abrirnos paso hasta
una zona segura.
Julian tuvo suerte enseguida, su rama estaba estable y con unas
cuantas respiraciones se había maniobrado hacia arriba. En aquel
momento sentí un gran respeto por la facilidad con la que se puso a
salvo de una situació n tan precaria.
Mi primer intento de subir al á rbol fracasó estrepitosamente. La
rama era demasiado fina y se rompió en mi primer intento de subir.
Los cerdos se acercaron gruñ endo y tuve la certeza de que só lo unos
metros me separaban de ellos.
La siguiente rama que alcancé estaba un poco má s arriba, pero era
mucho má s firme. Intenté alcanzarlo saltando, pero resbalé porque
el musgo se había depositado sobre él y se había asentado a su
alrededor como una capa resbaladiza.
Heroicamente, Juliá n intentó alcanzarme, reuniendo de nuevo todas
sus fuerzas, pero fue en vano. Algo así só lo funciona en las películas;
era imposible que levantara todo el peso de mi cuerpo con un solo
brazo. Volví a hundirme en el suelo.
Me quedé sin tiempo y miré a mi alrededor en busca de má s á rboles,
pero perdí completamente la orientació n.
De repente, uno de los cerdos estaba justo delante de mí, me había
alcanzado sin darme cuenta. Era un animal fuerte, con colmillos
puntiagudos y pelaje largo y erizado. Raspó con el pie en el suelo,
exhaló ruidosamente, con el aliento hú medo saliendo de su nariz.
Me amenazaba, se preparaba para atacar.
Si corría, me alcanzaría fá cilmente y me cogería por sorpresa. Era
demasiado tarde para trepar a un á rbol. Tenía que afrontarlo y no
mostrar miedo.
Pero tenía miedo, estaba muerta de miedo. El conductor
desaparecido, el autobú s en medio del bosque, la figura en la niebla
y ahora un enorme jabalí... Todo era tan extrañ o y parecía irreal.
¿Podría ser que me lo estuviera imaginando todo, que estuviera
soñ ando? Tal vez tuve una insolació n y seguía tumbada en mi
terraza, a estas alturas probablemente roja como un cangrejo y con
innumerables moscas de la fruta en mi zumo de naranja. Me
concentré en despertarme, cerrando los ojos con fuerza.
Si só lo estuviera soñ ando, me despertaría ahora, pensé. Hice una
cuenta atrá s desde tres.
Tres.
Dos.
Uno.
Me enfrentaba a un jabalí, sin duda. Y estaba despierta, eso tampoco
se podía evitar ahora. No era ni un sueñ o ni la escena de una
película. ¡Esto era real!
El jabalí estaba cada vez má s impaciente, pues ahora hacía má s
ruido y golpeaba el suelo con má s fuerza con sus pezuñ as. Estaba
seguro de que estaba a punto de acabar conmigo cuando, de
repente, alguien gritó desde un lado: "¡HAAARR!".
Sobresaltado, el cerdo retrocedió . Dos personas con antorchas
vinieron hacia mí, rugiendo sin cesar. Al principio, el cerdo pareció
considerar la posibilidad de correr hacia ellos, pero luego se decidió
por la opció n má s conveniente y desapareció en las profundidades
del bosque con sus amigos jabalíes.
"JODER", oigo gritar triunfante a Luki, que por fin había dejado de
iluminarme la cara con su linterna.
Me froté los ojos y les reconocí a él y a Moritz.
"Tío, en el ú ltimo segundo". Julian bajó de su á rbol y dio unas
palmaditas en la espalda a los chicos.
Yo también me animé; no deberían haber tardado mucho má s.
Ayudamos a las asustadas chicas a bajar de sus á rboles, e incluso
Alicia mostró una gratitud sorprendente.
"Tengo que reconocer que sois valientes", alabó , y me pregunté si
eso también iba dirigido a Julian y a mí o só lo a Luki y Moritz.
"Hemos oído gritos, ¿qué ha pasado realmente?" Moritz nos miró
como si hubiéramos venido de otro planeta.
"Nosotros só lo oímos gritos", explicó Juliá n, "así que eso tendrá s que
preguntá rselo a las chicas".
Moritz miró a Lisa expectante.
"¿Por qué me miras así?" Tuvo que sonreír.
"Porque debió de ser idea tuya ir al bosque tan tarde", respondió
Moritz burlonamente. Evidentemente, Lisa le parecía interesante.
Tuvo que reírse, pero negó con la cabeza. Alicia tomó la palabra:
"Tío, he tenido que usar el bañ o para pequeñ os tigres reales de
Bengala, ¿vale? No me apetecía ir sola. No podía saber que nos
atacarían al momento siguiente". Luki tuvo que reírse y pronto
está bamos todos riéndonos, casi sin poder contenernos, tanto
superaba el alivio esta situació n.
Lo habíamos conseguido, juntos y en equipo. ¡Así es como tenía que
continuar!
once
En el autobús
27 de septiembre
Esto no puede seguir así".
Bruscamente, me sacudieron del sueñ o. Me zumbaba la cabeza, la
sentía pesada. La noche anterior había dejado claramente su huella.
Ya había amanecido y los primeros rayos de sol caían sobre el
autobú s a través de las copas de los á rboles.
"Mañ ana ya no tendremos nada que comer, y mucho menos que
beber, tenemos que estar fuera de aquí para entonces". Luca estaba
hablando con Julian, que al parecer la noche anterior no se había
tomado nada.
"Pero tampoco podemos ir a cualquier sitio", explicó Juliá n, "nos
congelaremos por la noche".
Luca tuvo que darle la razó n. Luki, que evidentemente aú n se había
unido a mi fila, se despertó ahora a mi lado.
"Buenos días", dijo somnoliento, recordá ndome a un polluelo recién
salido del cascaró n con las plumas asomando por todos lados.
Yo también le deseé buenos días, estirá ndome y desperezá ndome
largamente. Mi mirada se desvió por la ventanilla y divisé una
pequeñ a hoguera que habían montado provisionalmente con ramas
y piedras junto al autobú s. Acercá ndose a las llamas, Nico, Julia,
Marcel y Sonny se sentaron alrededor del fuego y desayunaron con
fruició n, lo que en realidad só lo estaba pensado para el viaje en
autobú s.
"¡Vaya, ya han encendido el fuego!", dije eufó rico.
Luca me miró negando con la cabeza. "No todos son dormilones
como tú ". Se echó a reír.
De hecho, Moritz y Fitti también parecían seguir profundamente
dormidos, igual que las chicas, que inspiraban y espiraban
rítmicamente con los ojos pacíficamente cerrados.
Decidí no hacer ruido innecesario y salí del autobú s, sentá ndome
con los demá s junto a las llamas que se calentaban.
"¿Estabais frotando palos secos?", preguntó Luki con interés
mientras salía a trompicones del autobú s, tambaleá ndose de sueñ o.
"Ralf se olvidó el mechero", respondió Marcel secamente, y yo
aplaudí iró nicamente el comentario de Luki.
"Yo qué sé". Puso los ojos en blanco y abrió una chocolatina que, al
parecer, llevaba tiempo en el bolsillo de Luki.
"Larc lleva fuera desde ayer por la tarde", observó Sonny.
Marcel no parecía especialmente interesado.
"É l eligió esto y debe vivir con las consecuencias". El grupo estuvo
de acuerdo con él.
"¿Crees que saldremos todos vivos de aquí?" Luki nos miró
expectante.
"Claro", respondió Julia, "eso sería demasiado asqueroso si pasara
algo malo de verdad".
Yo también me di cuenta de que mi cabeza y yo aú n no habíamos
asimilado el hecho de que nos encontrá bamos en una situació n
realmente amenazadora. No nos han preparado para sobrevivir
mucho tiempo en el desierto, ninguna escuela ha enseñ ado estos
conocimientos. No tenemos habilidades especiales, ni talentos
especiales que nos ayuden aquí. Saber cantar bien, ser un conductor
seguro o un animador divertido en YouTube, nada de eso tenía valor
aquí. Aquí éramos todos iguales, reducidos a nuestros impulsos y
miedos má s primarios.
"Creo que seré el primero en morir", dijo Marcel sarcá sticamente.
Tuve que sonreír mientras Sonny negaba con la cabeza.
"¿De verdad alguno de vosotros ha sentido alguna vez ganas de
morir?", preguntó Luki al grupo con interés.
No, pensé. Aparte de la experiencia de ayer por la tarde, yo siempre
me he librado de ella por suerte.
"Sí, yo", respondió Nico con prontitud. "Una vez estaba a punto de
adelantar a un autobú s que empezó a dar volantazos en ese mismo
momento. Te juro que en ese momento pensé que eso era todo para
mí. El final. Se acabó ".
Le miramos tensos, deseando saber qué ocurría a continuació n.
"Sí, el autobú s retrocedió entonces afortunadamente, de lo contrario
no creo que estuviera aquí sentada".
Miró a su alrededor: "¿Alguien má s?".
Julia intervino: "Eso fue en la grabació n del vídeo".
La miramos asombrados.
"No, en serio, está bamos grabando un vídeo con hielo seco. Y
entonces una cosa llevó a la otra y mezclamos un có ctel químico de
veneno sin darnos cuenta. De repente nos pusimos cachondos, por
suerte salimos del piso justo a tiempo".
La miré negando con la cabeza: "Y esto es exactamente por lo que
los menores no deberían poder subir vídeos en primer lugar".
"¡Ya no soy menor!" Me hizo un gesto burló n con el dedo corazó n y
se metió en la boca el ú ltimo osito de gominola de una bolsa de
caramelos variados.
Ahora también tenía apetito. Qué estupendo sería un desayuno
suntuoso, compuesto por panecillos crujientes de la panadería,
huevos revueltos, beicon, mermelada y un cruasá n. Añ á dele un café
caliente y zumo de naranja recién exprimido. Ya fuera con amigos o,
en caso de apuro, con familiares jorobados: ¡tenía hambre! Pero tuve
que enfrentarme a la verdad: só lo quedaba medio panecillo de
queso, que, para colmo, estaba sin duda totalmente seco. No
obstante, decidí guardarlo para má s adelante. Esta mañ ana me he
quedado con hambre.
Mientras tanto, Luca y Julian también se habían unido al grupo de la
hoguera y miraban fijamente al fuego, fascinados.
"Deberíamos dividirnos en grupos de bú squeda". Miré alrededor del
grupo.
"Si conseguimos que cada grupo corra en una direcció n cardinal
distinta, tendremos má s posibilidades de encontrarnos con alguien
que pueda ayudarnos".
"O que nos dispare", añ adió Luki bromeando.
"Pero entonces deberíamos saltarnos la direcció n de la que
venimos". Luca señ aló el autobú s.
"De todas formas, sabemos que no va a llegar nada".
Estuvimos de acuerdo con él y disfrutamos de los ú ltimos y cá lidos
restos del fuego hasta que se apagó .
Luego recogimos todo, despertamos a los que se habían levantado
tarde, nos dividimos en grupos y nos pusimos en marcha. Hoy
teníamos que encontrar ayuda o al menos una salida del bosque,
¡mañ ana posiblemente ya sería demasiado tarde!
doce
En el bosque
27 de septiembre
Me di cuenta demasiado tarde de que probablemente debería
haberme dejado el jersey en el autobú s. El sol se había abierto paso
a través de la densa capa de nubes que antes cubría el cielo, dejando
tan só lo unas pocas nubes pequeñ as y blancas que lo adornaban.
Si no estuviéramos en una situació n de emergencia, este lugar sería
realmente un sitio idílico.
Dos mariposas citronela volaban há bilmente alrededor de un
arbusto carmesí que ofrecía una abundante variedad de bayas
azules, venenosas tal vez, pero no por ello menos hermosas.
Hacía tiempo que el silencio agonizante de la noche anterior había
quedado ahogado por un espectá culo pirotécnico de pá jaros que
cantaban alegremente y un concierto de ranas que tenía lugar a lo
lejos.
Denise, Lisa, Moritz y yo habíamos sido asignados a la direcció n
oeste del cielo. En realidad, ninguno de nosotros sabía cuá l era
realmente la direcció n de la brú jula, pero como el autobú s se dirigía
a Suecia desde Alemania, supusimos que se dirigía directamente al
norte cuando se detuvo.
Llevá bamos media hora caminando y aú n no habíamos descubierto
nada digno de menció n.
Como puntos de referencia, con la ayuda de una piedra puntiaguda,
fuimos tallando símbolos en los á rboles que pasá bamos para
encontrar el camino de vuelta. El principio de Hansel y Gretel, pero
má s eficaz.
"¿Por qué no ha venido Alicia con nosotros?", preguntó Moritz, que,
por cierto, era quien má s había hecho para que ambos estuviéramos
en un grupo con Denise y, sobre todo, con Lisa. Yo también estaba
secretamente contenta, porque me daba la oportunidad de conocer
mejor a Denise.
Só lo en ese momento me di cuenta de que apenas sabía nada de
ellos dos.
Lisa era una exitosa bloguera de moda y estilo de vida en Instagram
y YouTube. Colgaba las fotos má s coloridas de su vida, contaba sus
viajes má s hermosos, sus sueñ os y metas o escribía sobre su pasado,
no siempre fá cil, con una llamada al valor para todos los que estaban
atrapados en tiempos igual de duros. Su cabello castañ o y abundante
le llegaba hasta la parte baja de la espalda. También tenía una figura
esbelta y atlética y una risa radiante.
Comprendía por qué Moritz se encaprichaba de ella.
Sin embargo, Denise se ajustaba má s a mi tipo.
Denise también era bloguera. Si me había fijado bien, no por mucho
tiempo. Quizá fue su largo pelo rubio o las pecas bajo sus ojos
marrones de peluche lo que me atrajo.
O tal vez fuera su sonrisa amistosa o las orejitas que a veces
asomaban de entre su pelo cuando estaba contenta por algo. Había
algo en ella que hacía que mi corazó n latiera má s deprisa.
"Ahora mismo está completamente rara, seguro que de hormonas".
Lisa me sacó totalmente de mis pensamientos.
"¿Y por eso ahora tiene que estar siempre sentada en el autobú s o
qué?". Moritz no cejó en su empeñ o.
"En realidad, eso no es tan estú pido", señ aló Denise, "al menos
alguien estará allí cuando pase un coche".
Le expliqué que ningú n coche pasaría por este descampado. Lo má s
probable es que se lo llevara una manada de lobos. Y al expresar
estos pensamientos en voz alta, me di cuenta de lo desesperada que
era también nuestra bú squeda de ayuda. Pero teníamos que hacer
algo. Tal vez encontraríamos una casa o incluso la ciudad má s
pró xima.
"¿Hay lobos aquí?" Lisa miró asustada a Moritz, que luego me miró
molesto.
"Genial, ¿tenías que mencionarlo?"
Seguimos nuestras narices, dibujando diligentemente símbolos en el
á rbol, antes de llegar, al cabo de unos minutos, a un claro con un
pequeñ o lago en medio. El agua del lago era clara, de modo que el
cielo y algunas nubes destacaban sobre la superficie reflectante.
Debido a las altas temperaturas, ya sudaba notablemente bajo el
jersey, por lo que el claro me pareció un refrescante oasis de otro
mundo. Inspiré profundamente y volví a espirar, inhalando el aire
sano.
Que estuviéramos aquí no tenía por qué ser malo. Para escapar por
una vez del aire contaminado de la ciudad, para desconectar y
encontrar la paz interior. Seguramente los demá s ya hacía tiempo
que habían encontrado ayuda y nos recogerían má s tarde.
Habríamos pasado dos días emocionantes y todo estaría bien,
podríamos reírnos de ello má s tarde.
"¿Qué te parece? ¿Un bañ o refrescante?"
Me reí, suponiendo que Moritz bromeaba. Pero no bromeaba.
"¿Y ahora qué, sí o no?"
Denise parecía tan poco impresionada como yo: "¿Habéis traído
bañ adores?".
Moritz sacudió la cabeza: "Tonterías, ¿para qué? ¡Entraremos
desnudos! ¿Quién está conmigo?"
Lisa y Denise empezaron a reírse y a cacarear como dos gallinas,
gallinas humorísticas.
"Te reto a que no lo hagas tú nunca", desafió Lisa a Moritz con ojos
centelleantes. Evidentemente, ella no le conocía tan bien como yo,
porque lo que ocurrió ahora era completamente típico de Moritz.
Primero le tocó el turno a su camiseta, que dejaba al descubierto su
cuerpo bien entrenado con su six-pack, luego a sus pantalones,
calcetines y, tras un bonito giro, incluso a sus calzoncillos bó xer,
dá ndonos una vista sin obstá culos de su trasero. Aparté
rá pidamente los ojos y las chicas se volvieron riendo.
"Vamos, métete en el agua, hombre desnudo", llamó Lisa tras él.
Admiraba a Moritz por este tipo de locura espontá nea. Aunque
nunca lo admitan, ¡a las chicas les gustan esas cosas!
"¿No quieres meterte tú también en el agua? ¿También desnudo?"
Denise me miró con una sonrisa sardó nica. ¿Estaba flirteando
conmigo?
"Bañ arme desnuda con Moritz es algo que hago con demasiada
frecuencia, hoy no", respondí con indiferencia, tras lo cual las chicas
empezaron a reírse de nuevo.
También es una buena forma de conseguir chicas, le dije
mentalmente a Moritz, sin tener que mojarse. Só lo un poco de buen
humor.
Moritz chapoteó feliz y contento en el agua durante unos diez
minutos, hasta que se aburrió , probablemente porque las chicas no
estaban. Se secó bien con la camiseta y luego no se la puso. Yo haría
lo mismo con su cuerpo.
Decidimos marchar un poco má s al oeste, principalmente para que
al final del día pudiéramos afirmar que lo habíamos hecho lo mejor
que podíamos.
Pasamos por amplios prados, arroyos balbuceantes y finalmente
llegamos a una colina pedregosa, sembrada de peñ ascos.
"Separémonos aquí", sugirió Moritz, ya que todos se habían dado
cuenta de la separació n.
Antes de que él y Lisa desaparecieran al doblar la siguiente esquina,
quedamos en volver a vernos dentro de media hora.
Desaparecieron y se hizo un silencio incó modo entre Denise y yo.
"¿Intentamos subir por aquí?", le pregunté a Denise, consciente de
que no era una pregunta especialmente intencionada.
"Claro".
Hicimos nuestros primeros intentos de escalar la pared rocosa, pero
al igual que la noche anterior, descubrí que no era un escalador
especialmente talentoso.
"¿Quieres que te ayude a levantarte?"
Denise, para mi asombro, ya estaba de pie en la cornisa.
"¿Có mo demonios lo has hecho?"
Intenté hacer un esfuerzo adicional y -con una pequeñ ísima ayuda
de Denise- llegué también a la cornisa.
Me enderecé. Para mi sorpresa, en parte porque ya llevá bamos un
rato caminando cuesta arriba, había una vista bastante
impresionante de la zona.
Como me temía, só lo había bosque, hasta donde alcanzaba la vista.
En medio había pequeñ as manchas sin vegetació n,
presumiblemente claros o lagos, y a lo lejos, casi en el horizonte,
había una gran montañ a.
Tardaríamos al menos tres días en llegar. No había nada má s: ni
carreteras, ni aviones, ni casas. Nada de nada.
"¿Ves algo?" Denise me miró interrogante.
"No, nada. ¿Tú ?"
Miró atentamente a lo lejos.
"En realidad, hay muchas".
"¿Gente?", pregunté.
"No. El bosque. Cada á rbol, las hojas y las ramas. 'Nada' es diferente
para mí".
Puse los ojos en blanco. "Sí, bueno, no me refería a eso".
Se rió y de nuevo sus bonitas orejas asomaron entre su pelo liso. Mi
mirada se desvió hacia sus ojos. Su mirada se encontró con la mía,
interesada y expectante.
¿Es éste uno de esos momentos de beso? No estaba segura. Sin
pensá rselo má s, su mirada volvió a apartarse de mí y miró má s allá :
"¡Oh, Dios, esta vez sí que estoy viendo algo!".
Sobresaltada, seguí su mirada. A unos cincuenta metros de nosotros,
apoyados en una pared de roca, reconocí a Lisa y Moritz, que
evidentemente acababan de llegar a dicho momento de besarse.
"Asco". Me volví hacia ella y le tapé los ojos. "Se supone que a tu
edad no debes ver cosas así".
Soltó mis manos de su cara, pero siguió sujetá ndolas, mirá ndome
insistentemente, como si quisiera mirar directamente dentro de mi
alma.
"¿Qué se me permite hacer a mi edad?"
Otra vez ese camino desafiante. Me encantaba, me atraía.
"De todas formas, no se te permite ver ese tipo de cosas". Hice una
pausa contemplativa. "Pero seguro que puedes probarlo". Con esas
palabras, le pasé la mano por la nuca y cerré los ojos. Los latidos de
mi corazó n se aceleraron y empecé a sentir un cosquilleo salvaje en
el estó mago. Suavemente, acerqué su tierno rostro al mío y -¡oímos
un fuerte grito de socorro! Sobresaltados, miramos hacia abajo y
reconocimos a un chico, completamente arañ ado y cubierto de
sangre.
trece
En las rocas
27 de septiembre
Todavía manaba sangre de sus heridas. No tanto como poco después
del ataque, pero la hemorragia aú n no se había detenido.
Denise y yo habíamos bajado inmediatamente de la roca y habíamos
corrido hacia él a toda velocidad tras descubrir al niñ o. Lisa y Moritz
llegaron al mismo tiempo que nosotros. Rá pidamente pudimos
identificarlo: era uno de los amigos de Larc con el que no habíamos
hablado ni una sola palabra hasta hoy; ni siquiera sabía su nombre.
Se presentó ante nosotros como Chris, mientras intentá bamos
detener su hemorragia rasgando la camiseta de Moritz y
presioná ndola contra las heridas.
Tenía arañ azos evidentes, sobre todo en el brazo y la sien derecha.
Chris estaba completamente sin aliento y apenas parecía poder
recuperar el aliento, sin saber cuá nto tiempo llevaba corriendo.
Su camiseta estaba rota y ya no llevaba mochila. En cambio, su
pierna estaba cubierta de manchas rojas, probablemente reacciones
alérgicas o picaduras de insectos. En ese momento, no quería
cambiar de lugar con él.
"Ahora dime, ¿qué pasó ?" Las chicas le acribillaron a preguntas.
"¿Dó nde has estado de todos modos?"
Intenté calmar un poco los á nimos pidiendo a Lisa y Denise que
dejaran llegar primero a Chris.
Sin embargo, parecía estar todavía lo suficientemente mentalizado,
porque desoyó mi cortesía.
"Muchas gracias, pero estaré bien". Tuvo que recuperar el aliento.
"Un oso hizo eso". Se hizo el silencio, todos miraron a Chris
asombrados.
"¿Qué?", preguntó Moritz asombrado.
"Sí". Chris se rascó una picadura de mosquito en la pierna. "Ayer
caminamos por todo el sendero del bosque, sin parar. Está bamos
desesperados por conseguir ayuda. Pero al final oscureció ".
Recordé nuestra situació n cuando oscureció y apareció la niebla.
Qué espantoso e inquietante fue ese momento.
"Buscamos refugio e incluso encontramos algo. Yo só lo quería ir a
hacer pis rá pido, y luego ... "
De repente, Chris se puso a sollozar y se le saltaron las lá grimas.
Aunque era un buen amigo del antipá tico Larc, me daba una pena
terrible. Empatizando, le puse la mano en el hombro y sentí có mo un
temblor monó tono sacudía su cuerpo.
"Desaparecieron de repente. Larc y Jim ... desaparecieron. Les llamé,
pero nadie respondió . Apenas podía ver, la batería de mi teléfono se
había agotado y también la funció n de linterna".
Ahora lo sentía aú n má s por él, no podía imaginarme una situació n
peor que estar atrapado a ciegas en un bosque tenebroso. Me di
cuenta de que yo podría haber estado en su lugar, abandonado y
herido.
"De todos modos, de repente me di cuenta de un crujido a mi lado.
Estaba seguro de que era Larc jugá ndome una mala pasada, así que
me dirigí directamente hacia él a pesar de la oscuridad".
"¿Y después?", preguntó Lisa con impaciencia.
"Y entonces sentí algo suave en mis manos, como piel o algo así. Y de
repente só lo oigo un gruñ ido bajo y siento que un golpe enorme me
derriba, desgarrá ndome todo el costado derecho. Corrí tan rá pido
como pude a ciegas en la oscuridad. Al final se me pusieron los ojos
negros y me caí".
Escuchamos con tensió n sus palabras.
"Cuando me desperté de nuevo, ya había salido el sol. Todavía
sangraba y tenía todo el cuerpo lleno de ellos". Señ aló sus puntos.
"Oh, mierda", estalló Lisa. Denise y Moritz asintieron con simpatía.
"¿Ya has encontrado ayuda?" Esperanzado y esperando una
respuesta positiva, Chris me miró .
Le expliqué nuestra situació n y le animé pensando que los demá s
podrían haber encontrado ya ayuda.
Decidimos emprender el camino de vuelta con esta constatació n.
A estas alturas tenía mucha hambre. Llevaba casi 24 horas sin comer
nada só lido, mi botella de agua estaba en el autobú s y só lo medio
llena. Me sentía agotada y, contrariamente a lo que le había dicho a
Chris, era bastante pesimista sobre nuestro rescate.
Después de má s de tres horas de marcha y de buscar frenéticamente
marcas en los á rboles, habíamos llegado al autobú s. Ya estaba
amaneciendo y me alegré de no haberme quitado el jersey.
Aparte de Alicia, que ni siquiera había salido del autobú s, no había
rastro de nadie má s. Cuando le pregunté dó nde estaban, se limitó a
encogerse de hombros y a confesar que había estado durmiendo
todo el tiempo. No parecía importarle que Chris hubiera vuelto.
Curamos a Chris lo mejor que nos permitió el botiquín del autobú s y
luego le dimos un poco de descanso. Queríamos ir en busca de los
otros grupos.
Sorprendentemente, Nico, Julian, Marcel y Sonny ya venían hacia
nosotros. Sus miradas sombrías revelaban que no tenían má s éxito
que nosotros. Así que no tuvimos má s remedio que poner todas
nuestras esperanzas en el ú ltimo grupo.
Los cuatro se unieron a nosotros cuando les explicamos que
queríamos buscar a los demá s. Así que mientras nos adentrá bamos
de nuevo en el bosque, esta vez en direcció n este -la misma
direcció n en la que habíamos encontrado ayer al hombre de la
niebla-, contá bamos emocionados lo que le había ocurrido a Chris.
Al final del relato, se quedaron ató nitos.
¿"Osos"? ¿Hay osos de verdad aquí?" Julian sacudió la cabeza,
exasperado. "Como si los jabalíes no nos asustaran lo suficiente".
Sacudí las manos en señ al de "todo despejado". "En realidad, los
osos no son animales viciosos. No hay que asustarlos, pero eso es lo
que al parecer le pasó ayer a Chris".
Marcel me miró . "¿No eras tú el que ayer casi se mea en los
pantalones porque tenía delante un jabalí?".
Antes de que pudiera contestar, lo hizo Juliá n: "En primer lugar,
eran jabalíes enormes y, en segundo lugar, también pueden ser
peligrosos, ¡sobre todo si tienen crías!". Con eso, se comió la
mezquina discusió n. Para empeorar las cosas, los primeros muros
de niebla estaban entrando.
Nico miró a su alrededor con inquietud. "Puedo entender por qué
ayer te pareció espeluznante estar aquí". Era gracioso oír algo así de
boca de alguien tan musculoso.
"En la niebla yo también una vez ..." Detuvo su narració n y escuchó .
"¿Has oído eso?" Todo el mundo se detuvo ahora, clavado en el sitio,
escuchando el sonido del bosque. El viento silbaba entre los á rboles,
las hojas crujían y en algú n lugar un rató n escarbaba en la espesura.
Pero allí... ¡podían oír algo! En algú n lugar en la distancia la gente
estaba llamando.
"¿Qué gritan?", preguntó Sonny.
Nos miramos, perplejos.
"¡Tenemos que ir a ver, tal vez sea urgente!" El grupo estuvo de
acuerdo y corrimos en la direcció n de donde creíamos que venían
los gritos.
Apenas pasó un minuto antes de que pudiéramos entender con
claridad cristalina lo que se gritaba. ¡Fitti! ¡Estaban llamando a Fitti!
Ahora corríamos aú n má s rá pido, impulsados por el miedo a que le
hubiera pasado algo.
Las expresiones desmotivadas en los rostros de Nico, Julian, Marcel
y Sonny antes no eran nada comparadas con las expresiones
horrorizadas que nos esperaban en el ú ltimo grupo.
La desesperació n se reflejaba en sus rostros, mezclada con tristeza y
rabia.
"¿Qué ha pasado?", soltó Moritz.
Ni Luki ni Luca ni Julia se atrevieron a contestarnos.
"Luki, ¿le pasa algo a Fitti?", intenté.
Luki apretó los dientes y se tomó su tiempo para responder. "Sí, ha
desaparecido. Ni idea de dó nde".
"FIT-TI", volvió a gritar Luca tan alto como pudo. No hay respuesta.
Ni una palabra. Nada.
"¿Cuá ndo le viste por ú ltima vez?", repetí aterrada. Otra vez se me
aceleró el pulso, otra vez se me retorció el estó mago y otra vez dudé
de la realidad de estos terribles sucesos que nos habían ocurrido.
¿Por qué ocurría todo esto?
"Nos separamos por un momento ..." Julia apenas se atrevió a
continuar, así que Luca tomó la palabra.
"Todo el mundo debería buscar en una secció n, eso es mucho má s
eficiente. De repente oímos a Fitti gritar, pidiendo ayuda. Y luego
todo volvió a la calma, como si nunca hubiera pasado nada".
"Tío, llevamos siglos buscá ndole", sollozó Luki, con una lá grima
corriendo por su mejilla.
"¡Ustedes lo dejaron solo!" Moritz señ aló con el dedo al grupo, pero
volvió a bajarlo, dá ndose cuenta de que las acusaciones no ayudaban
a nadie en esta situació n.
"Odio decirlo", dijo Sonny, "pero deberíamos ir otra vez. Está
oscureciendo y nunca encontraremos el camino de vuelta sin luz".
"¡NO!", les espeté, "¡todos estamos en la misma mierda! ¡Nadie
saldrá de aquí hasta que vuelva Fitti!" Ardía de rabia, rabia contra
los demá s por perder de vista a Fitti, rabia contra mí por dividir los
grupos por la mañ ana, rabia contra el bosque por ser tan cruel e
inflexible. Me sentí mareado.
"Jonas." Luca intentó hablarme con empatía. "Esto realmente no va a
funcionar esta noche. Si estuviera aquí, ya nos habría oído.
Tendremos que buscarlo mañ ana, cuando vuelva a amanecer".
No se lo dije, pero por dentro estaba de acuerdo con él. Si Fitti
estuviera atrapado aquí en alguna parte, ya habría aparecido. O
estaba en un lugar completamente diferente, o ya no estaba con
nosotros.
catorce
En el autobús
27 de septiembre
Ya no era capaz de tener ningú n pensamiento sensato. Habían
pasado demasiadas cosas en tan poco tiempo, estaba demasiado
hambriento y deshidratado, demasiado cansado y agotado.
Los miedos y la tristeza pesaron má s que el ú ltimo porcentaje de
esperanza y valor que podría haber utilizado en esta situació n.
Me sentía como un barco maltrecho, aú n no hundido del todo, pero
tampoco capaz de flotar.
Mis temblorosas manos estaban cubiertas de arañ azos, las ampollas
ardían como el fuego bajo mis pies y el jersey de algodó n que me
ceñ ía al cuerpo no daba ni la mitad de calor que prometía
visualmente.
Febrilmente, pensé en dó nde podría estar Fitti ahora mismo.
¿También había sido víctima del ataque de un oso? De ser así,
habríamos tenido que encontrar huellas y los chicos habrían oído un
rugido o gruñ ido.
Sentí que Fitti estaba viva. Estaba metido en un lío tremendo.
"¿No quieres dormir un poco también, hermano?" Moritz me miró
somnoliento. Había anudado una manta con varias partes de arriba.
Asentí con la cabeza, pero aú n no tenía intenció n de dormir. Me subí
a mi asiento delantero porque no quería despertar a Luki, que
dormía a mi lado, y fui por el pasillo hasta los primeros asientos.
Julian aú n estaba despierto y jugueteaba con algo. Me senté con él en
silencio.
"¿Tampoco puedes dormir?", inició la conversació n. Sacudí la cabeza
letá rgicamente.
"¿Qué está s construyendo?"
Levantó unas ramas dobladas y un cordó n de zapato.
"Llevo todo el día intentando hacer un arco de trabajo, pero estas
ramas está n demasiado secas y no paran de romperse". Como
demostració n, rompió un palo deforme con una grieta en el centro.
"Ya veo", respondí secamente. Debió de parecer un desinterés
grosero, porque Julian no dijo nada má s.
Inmó vil, me quedé mirando por la ventana. Aquella noche el cielo
estaba despejado, la luna llena brillaba en todo su esplendor, de
modo que se veían claramente los á rboles doblados por el viento.
Este bosque era peligroso, este bosque era despiadado.
Mientras empezaba a soñ ar despierto, de repente me pareció
percibir una figura. Algo se había movido por allí, ¡había revoloteado
muy brevemente entre uno de los á rboles!
"¡JULIAN!", susurré lo má s bajo que pude. Le di un golpecito y señ alé
por la ventana.
Ahora no se veía a nadie.
"No reconozco nada".
Entrecerré los ojos, intentando distinguir todo lo que podía.
"Había alguien fuera hace un momento, en serio."
"¿Fitti tal vez?"
Sacudí la cabeza. "No, no lo creo. Entraría, ¿no?".
Julian estaba de acuerdo conmigo. "Pero si no fue Fitti, ¿entonces
quién fue?"
Só lo de pensar en un extrañ o merodeando por ahí fuera se me ponía
la carne de gallina.
"¿Está bien cerrada la puerta?", pregunté con cautela.
"Nico acaba de cerrarlo, estoy seguro de que nadie puede entrar".
No estaba seguro, pero me tranquilizaba. Aun así, no quería
sentarme en la parte delantera del autobú s, así que me arrastré
hasta la parte de atrá s.
Habrían quedado algunos asientos para dos personas, pero preferí a
Luki como compañ ero de asiento.
Con cuidado, me tumbé a su lado y me envolví en la cazadora que
había metido en la maleta por si acaso. Por suerte.
Continué contemplando el bosque durante un rato, siguiendo a los
á rboles mientras se mecían de un lado a otro, su rítmica danza al
compá s del viento, pero finalmente el cansancio me venció , ya que
mis ojos seguían cerrá ndose. Pero también seguía despertá ndome
porque veía a Fitti delante de mí, gritando y cubierta de sangre. Vi
osos rugiendo, gente en la niebla y jabalíes erizados trepando a los
á rboles. Vi a Julian con su arco, disparando no flechas sino a Alicia
por la zona. Vi a Moritz apuntá ndome desnudo con una pistola, vi a
Denise besando a Ralf, vi a Luca y Julia, muy arriba en la copa de un
á rbol, burlá ndose de mí porque no podía subir. Vi ranas escupiendo
grandes enjambres de mosquitos y a Luki sacando esas ranas de
bolsas de gominolas y lanzá ndoselas a la boca, vi a Larc bailando
alrededor de una hoguera, a Marcel y Sonny empujando el autobú s
hasta Berlín, vi una montañ a a lo lejos siendo levantada por Nico y
volví a ver a Fitti, mirá ndome y susurrá ndome algo en voz baja.
Apenas me di cuenta e intenté acercarme. Y sí, ahora le entendía.
Cada vez hablaba má s alto. "¡SOCORRO!", gritó , "¡AYÚ DENME!".
quince
En la noche
del 27 de septiembre

AYÚ DAME!" Me sobresalté. No era un sueñ o, lo había oído de


verdad. ¡Alguien había gritado pidiendo ayuda!
Las campanas de alarma de mi cabeza sonaron como una tormenta.
Sacudí a Luki, pero dormía profundamente. Moritz tampoco parecía
haberse dado cuenta de nada, como indicaba su respiració n
pausadamente agitada.
De nuevo me subí al asiento delantero y me quedé de pie en el
pasillo central del autobú s, iluminado por la luna llena.
Asiento por asiento fui bajando, comprobando que todos estaban
allí. No hay duda: no faltaba nadie.
Tensamente, me concentré en cualquier sonido. Una vez má s
reinaba un silencio sospechoso.
Todo en el autobú s parecía dormido, nadie se había dado cuenta de
nada.
¿Había imaginado só lo el grito? Tal vez me estaba volviendo loco,
viendo figuras que no existían, oyendo gritos donde no los había.
Me estaba preguntando si estaba despierto del todo, ¡cuando de
repente una mano fuerte bajó sobre mi hombro!
Sobresaltada, me sobresalté.
"¡Shhh!", me amonestó una voz familiar. Me di la vuelta. Luca se
llevaba un dedo a la boca. "¿Tú también lo has oído?"
Asentí con impaciencia.
"Entonces deberíamos salir ya".
Quise estar de acuerdo, pero algo me contuvo. No le gustá bamos a
ese bosque, a lo que siguió un golpe bajo tras otro.
¿De verdad debemos salir ahora, completamente indefensos?
Mis piernas no parecían compartir mis dudas, porque ya estaba en
camino, pisá ndole los talones a Luca.
Con un suave empujó n, la puerta delantera del autobú s se abrió . A
buen recaudo, una mierda.
"¿Sabes de dó nde procedía el grito?" Luca me miró expectante. No
estaba seguro, pero me pareció oírlo desde el este.
Luca pareció complacido por esta respuesta. "Ahí es donde
perdimos a Fitti".
Mi corazó n empezó a latir má s deprisa. Qué gran noticia sería que
Fitti apareciera ante nosotros en los pró ximos instantes.
Pero aú n no había aparecido nadie. Só lo el viento arreciaba, los
á rboles crujían ominosamente, sus ramas oscilantes recordaban a
gigantescos espantapá jaros que protegían el bosque de los intrusos.
¡É ramos los intrusos que nunca debían entrar en este bosque!
"¡AYUDA!"
¡Ahí estaba otra vez! Venía directamente del bosque que teníamos
delante, así que acerté en mi apreciació n.
"¡Vete!", ordenó Luca y echó a correr, seguido de cerca por mí.
Só lo penetraba un poco de luz a través del denso dosel, por lo que
nos costaba avanzar.
Al cabo de unos segundos ya está bamos completamente envueltos
en niebla. Sin embargo, con apenas má s de un metro de visibilidad,
nos adentramos cada vez má s en el bosque.
"¿Dó nde demonios está ese tipo?" Luca habló lo má s bajo que pudo.
Justo cuando iba a responder, reconocí una silueta cerca, delante de
nosotros, ¡la silueta de un ser humano! Velado por la niebla y la
oscuridad, aú n podía percibir que la persona debía de ser enorme.
¡Estaba segura de que era la figura de la primera noche!
"No te muevas", susurró Luca.
Durante unos segundos esperamos inmó viles, a unos metros de la
aterradora figura brumosa, que tampoco se movió ni un milímetro.
No hagas ruido, pensé, no llames la atenció n, no cometas errores.
Una y otra vez repetía estas frases en mi cabeza.
"¿Qué está pasando aquí?"
No era el extrañ o en la niebla, sino una voz que sonaba detrá s de
nosotros. Por ello, la figura dio un gran paso atrá s y desapareció en
la niebla. Luca y yo intentamos correr tras él, pero fue en vano. Era
demasiado rá pido y parecía conocer demasiado bien el bosque.
Jadeando, finalmente nos quedamos sin aliento.
"Chicos, ¿qué pasa aquí, por favor?", repetía ahora Marcel. Era
evidente que Julian y él nos habían seguido.
"Oímos un grito y te vimos entrar en el bosque". Juliá n también se
quedó sin aliento.
"¿A quién acabas de perseguir?"
Luca y yo nos miramos y les contamos a ambos lo que sabíamos.
Nadie podía darle sentido todavía, pero está bamos seguros: tenía
que ver con la desaparició n de Fitti.
"Pero, ¿quién pidió ayuda?" Juliá n interrumpió nuestra pausa para
reflexionar.
Nos miramos interrogantes. "Es imposible que fuera ese hombre",
murmuró Luca para sí, "¿por qué gritaría pidiendo ayuda y luego
huiría inmediatamente?".
"Quizá para atraernos hasta aquí". Irritados, miramos a Juliá n.
"Sí, quizá así es como atrae a la gente al bosque y luego la
secuestra".
Marcel asintió con ironía y le dio una palmada en el hombro a
Julian: "O quizá has estado haciendo demasiados vídeos de
misterio".
Só lo pude dibujar una mueca de dolor en mis labios, el dolor era
demasiado profundo y el miedo que había sentido hacía só lo unos
segundos era demasiado grande.
"Vale, pero si no era el hombre...", continuó Luca, y yo añ adí a su
frase: "... ¡entonces tiene que haber alguien má s aquí, en alguna
parte!".
Gritamos todo lo fuerte que pudimos, llamando a Fitti por su
nombre.
Y efectivamente, só lo unos segundos después oímos un crujido
procedente de unos arbustos cercanos. Alguien venía directamente
hacia nosotros.
"Es Fitti", gritó Luca eufó rico. Por su alegría, me di cuenta de que
tenía mala conciencia.
Pero eso no iba a cambiar por el momento.
dieciséis
En el bosque
En la noche del 27 de septiembre

Ya no podía hacer nada al respecto. Su rostro, devastado por el


dolor, estaba adornado con un grueso chichó n rojo, justo encima del
ojo izquierdo. No fue Fitti quien salió de la espinosa maleza, sino Jim,
el segundo amigo de Larc.
Aunque era mezquino, todos está bamos visiblemente
decepcionados.
"Paz, chicos, ¿qué pasa?" Se rió cínicamente y se incorporó . Se
notaba que no estaba de humor para bromas.
"¿Qué haces aquí?", pregunté sin amabilidad, cosa que lamenté
bruscamente, pues nadie en este bosque merecía ser recibido así.
"¿Por qué tan amistoso?", me contestó silbando. "Yo también puedo
irme".
"No, no pasa nada".
Luca le ayudó a quitarse las hojas adheridas a la ropa.
"Cuéntame qué te ha pasado".
Jim hizo una pausa para reflexionar un poco má s.
"Lo juro por todo, después de que Chris desapareciera pasamos tres
horas fá ciles buscá ndole".
¿Tanto tiempo tuvo que pensar en ello?
"De repente Larc también se fue, ni idea de adó nde fue. Después
busqué un poco má s y me fui a la cama".
"¿Así, sin má s?", se hizo eco Luca.
"Sí, ¿qué má s?" Jim se rió estú pidamente al má ximo.
"Al día siguiente corrí detrá s del sol para no perder el rumbo".
En aquel momento no me quedó claro si sabía que el sol se mueve
de este a oeste durante el día, pero no pregunté má s.
"En cualquier caso, entonces seguía buscando a alguien que pudiera
ayudarme. Y de repente vi a un hombre. Creía que era Ralf".
Pero no fue así. Tras su declaració n, Jim se dirigió directamente
hacia el hombre. Pero cuando se dio cuenta, para su horror, de que
no era el conductor del autobú s que tenía delante, ya era demasiado
tarde y el hombre le había dado un buen tiro en el ojo con el cañ ó n
de su pistola. Inmediatamente, dice Jim, gritó pidiendo ayuda
mientras el hombre intentaba arrastrarle. Pero eso no habría sido
tan fá cil, después de todo, Jim debía de pesar 120 kilos.
"Y entonces aparecisteis vosotros", terminó su relato.
Lo que dijo parecía plausible, pero también significaba que
podíamos tener razó n en nuestras sospechas sobre la desaparició n
de Fitti.
Sin embargo, no nos dijo si Fitti seguía vivo, pero está bamos
seguros de que aquel hombre era el responsable de la desaparició n
de Fitti.
Teníamos que buscar al hombre, encontrarlo y enfrentarnos a él. En
algú n lugar, al este del autobú s, tendrá su escondite, ¡y ahí es donde
nos encontraríamos con él!
Mientras caminá bamos de vuelta al autobú s, esta vez equipados con
linternas gracias a Julian y Marcel, ninguno de nosotros dijo una
palabra.
Era la segunda noche en la que apenas nos daban unas horas de
descanso. Fue la segunda noche cuando una enorme figura hizo de
las suyas en la niebla, ante nuestros ojos. Era la segunda noche de
total incertidumbre sobre si llegaríamos al día siguiente de una
pieza.
Y eso no era un hecho. Las necesidades bá sicas se hicieron má s que
evidentes. Por alguna razó n inexplicable, mi rollo de queso había
desaparecido sin dejar rastro de mi mochila cuando intenté sacarlo
aquella tarde. Luki me había dado un caramelo para la tos, que
siempre llevaba en la mochila como precaució n contra un repentino
picor de garganta, pero no sació mi hambre.
La sed también se extendió por mi cuerpo, mi lengua seca era un
claro signo de deshidratació n. No había llovido en todo el día y el
lago no tenía agua corriente, só lo agua estancada, que só lo debería
beberse en la peor de las emergencias.
Quizá esto ya era una emergencia. Tal vez mi cuerpo agotaría sus
ú ltimas reservas de fuerza en los pró ximos minutos y me
defraudaría.
Pero mi cuerpo no me defraudó . Luca, Julian, Marcel, Jim y yo
cojeamos hasta nuestro refugio familiar.
Por suerte, aú n había sitio suficiente en el autobú s, así que Jim
encontró rá pidamente un lugar donde descansar. Los demá s
también se pusieron tan có modos como les permitía el autobú s y
enseguida encontraron el sueñ o. El cuerpo agradecía cada segundo
de descanso.
Justo cuando yo también estaba a punto de sumergirme de nuevo
en el reino de mis sueñ os abstrusos, oí un sollozo silencioso, justo
enfrente de mi fila.
Julia se había metido profundamente bajo la ropa, parcialmente
cubierta incluso por su bolsa de viaje, pero el llanto bien
amortiguado era silencioso pero claramente perceptible.
Por ú ltima vez aquella noche, completamente agotada, abandoné mi
nido de sueñ o y me senté en el asiento vacío junto a Julia. Se
sobresaltó brevemente y se hizo el silencio, pero entonces empezó a
sollozar aú n má s fuerte. Estaba segura de que ya intentaba reprimir
su pena lo mejor que podía. Pero no lo necesitaba, no por mí.
Era una reacció n física completamente natural, resultado de todas
las emociones y sentimientos, sobre todo del caos y la locura,
infligidos a la psique en las ú ltimas 48 horas.
En un momento está bamos rodeados de amigos y familiares,
personas cercanas a las que confiá bamos, y al siguiente temíamos
por nuestras vidas. Nadie estaba preparado para esta situació n,
nadie podía hacer frente a esta situació n.
Quería volver, volver a un lugar donde uno estuviera seguro. No
quería saber qué estarían pensando mis padres ahora mismo, qué
preocupaciones tendrían porque ya no me ponía en contacto con
ellos. ¿Quién se lo diría si un día me encontraran abandonada y
devorada por los insectos en un autobú s escolar averiado en medio
del bosque sueco? ¿Có mo podrían saberlo mis espectadores? ¿Lo
sabrían siquiera? ¿O pensarían que les había abandonado, que había
empezado una nueva vida al otro lado del mundo? ¿Lo publicaría la
prensa sensacionalista? ¿Moriría como un héroe o como un
cobarde? ¿Y harían una película de mi historia o al menos escribirían
un libro sobre lo que acababa de vivir?
Empecé a llorar. Primero fue una lá grima, seguida de un inevitable
temblor de mis labios, luego una segunda lá grima y finalmente un
torrente de emoció n brotando de mis ojos y nariz. No podía má s.
Todo era demasiado. Lloré todo lo que pude, no me importó que los
demá s se despertaran y pensaran que era ridículo lo que estaba
haciendo.
Pensé en mis padres, en mis hermanos, en mi perro... pero también
en mí misma. Sentí lá stima de mí misma. A pesar de todo lo que no
hice perfectamente, de los errores que cometí en mi vida, no
merecía morir aquí. No de esta manera y menos ahora. ¡Ninguno de
nosotros lo hizo!
Pero estaba vivo, ¡y aú n lo tenía todo en mis manos! Podría
rendirme aunque estuviera muerto. ¡Mientras uno viva, debe luchar!
Y eso es lo que iba a hacer mañ ana: mañ ana sería mi ú ltima
oportunidad. ¡Todo o nada!
diecisiete
En el bosque
En la noche del 27 de septiembre
Ya no podía hacer nada al respecto. Su rostro, devastado por el
dolor, estaba adornado con un grueso chichó n rojo, justo encima del
ojo izquierdo. No fue Fitti quien salió de la espinosa maleza, sino Jim,
el segundo amigo de Larc.
Aunque era mezquino, todos está bamos visiblemente
decepcionados.
"Paz, chicos, ¿qué pasa?" Se rió cínicamente y se incorporó . Se
notaba que no estaba de humor para bromas.
"¿Qué haces aquí?", pregunté sin amabilidad, cosa que lamenté
bruscamente, pues nadie en este bosque merecía ser recibido así.
"¿Por qué tan amistoso?", me contestó silbando. "Yo también puedo
irme".
"No, no pasa nada".
Luca le ayudó a quitarse las hojas adheridas a la ropa.
"Cuéntame qué te ha pasado".
Jim hizo una pausa para reflexionar un poco má s.
"Lo juro por todo, después de que Chris desapareciera pasamos tres
horas fá ciles buscá ndole".
¿Tanto tiempo tuvo que pensar en ello?
"De repente Larc también se fue, ni idea de adó nde fue. Después
busqué un poco má s y me fui a la cama".
"¿Así, sin má s?", se hizo eco Luca.
"Sí, ¿qué má s?" Jim se rió estú pidamente al má ximo.
"Al día siguiente corrí detrá s del sol para no perder el rumbo".
En aquel momento no me quedó claro si sabía que el sol se mueve de
este a oeste durante el día, pero no pregunté má s.
"En cualquier caso, entonces seguía buscando a alguien que pudiera
ayudarme. Y de repente vi a un hombre. Creía que era Ralf".
Pero no fue así. Tras su declaració n, Jim se dirigió directamente
hacia el hombre. Pero cuando se dio cuenta, para su horror, de que
no era el conductor del autobú s que tenía delante, ya era demasiado
tarde y el hombre le había dado un buen tiro en el ojo con el cañ ó n
de su pistola. Inmediatamente, dice Jim, gritó pidiendo ayuda
mientras el hombre intentaba arrastrarle. Pero eso no habría sido
tan fá cil, después de todo, Jim debía de pesar 120 kilos.
"Y entonces aparecisteis vosotros", terminó su relato.
Lo que dijo parecía plausible, pero también significaba que
podíamos tener razó n en nuestras sospechas sobre la desaparició n
de Fitti.
Sin embargo, no nos dijo si Fitti seguía vivo, pero está bamos seguros
de que aquel hombre era el responsable de la desaparició n de Fitti.
Teníamos que buscar al hombre, encontrarlo y enfrentarnos a él. En
algú n lugar, al este del autobú s, tendrá su escondite, ¡y ahí es donde
nos encontraríamos con él!
Mientras caminá bamos de vuelta al autobú s, esta vez equipados con
linternas gracias a Julian y Marcel, ninguno de nosotros dijo una
palabra.
Era la segunda noche en la que apenas nos daban unas horas de
descanso. Fue la segunda noche cuando una enorme figura hizo de
las suyas en la niebla, ante nuestros ojos. Era la segunda noche de
total incertidumbre sobre si llegaríamos al día siguiente de una
pieza.
Y eso no era un hecho. Las necesidades bá sicas se hicieron má s que
evidentes. Por alguna razó n inexplicable, mi rollo de queso había
desaparecido sin dejar rastro de mi mochila cuando intenté sacarlo
aquella tarde. Luki me había dado un caramelo para la tos, que
siempre llevaba en la mochila como precaució n contra un repentino
picor de garganta, pero no sació mi hambre.
La sed también se extendió por mi cuerpo, mi lengua seca era un
claro signo de deshidratació n. No había llovido en todo el día y el
lago no tenía agua corriente, só lo agua estancada, que só lo debería
beberse en la peor de las emergencias.
Quizá esto ya era una emergencia. Tal vez mi cuerpo agotaría sus
ú ltimas reservas de fuerza en los pró ximos minutos y me
defraudaría.
Pero mi cuerpo no me defraudó . Luca, Julian, Marcel, Jim y yo
cojeamos hasta nuestro refugio familiar.
Por suerte, aú n había sitio suficiente en el autobú s, así que Jim
encontró rá pidamente un lugar donde descansar. Los demá s
también se pusieron tan có modos como les permitía el autobú s y
enseguida encontraron el sueñ o. El cuerpo agradecía cada segundo
de descanso.
Justo cuando yo también estaba a punto de sumergirme de nuevo en
el reino de mis sueñ os abstrusos, oí un sollozo silencioso, justo
enfrente de mi fila.
Julia se había metido profundamente bajo la ropa, parcialmente
cubierta incluso por su bolsa de viaje, pero el llanto bien
amortiguado era silencioso pero claramente perceptible.
Por ú ltima vez aquella noche, completamente agotada, abandoné mi
nido de sueñ o y me senté en el asiento vacío junto a Julia. Se
sobresaltó brevemente y se hizo el silencio, pero entonces empezó a
sollozar aú n má s fuerte. Estaba segura de que ya intentaba reprimir
su pena lo mejor que podía. Pero no lo necesitaba, no por mí.
Era una reacció n física completamente natural, resultado de todas
las emociones y sentimientos, sobre todo del caos y la locura,
infligidos a la psique en las ú ltimas 48 horas.
En un momento está bamos rodeados de amigos y familiares,
personas cercanas a las que confiá bamos, y al siguiente temíamos
por nuestras vidas. Nadie estaba preparado para esta situació n,
nadie podía hacer frente a esta situació n.
Quería volver, volver a un lugar donde uno estuviera seguro. No
quería saber qué estarían pensando mis padres ahora mismo, qué
preocupaciones tendrían porque ya no me ponía en contacto con
ellos. ¿Quién se lo diría si un día me encontraran abandonada y
devorada por los insectos en un autobú s escolar averiado en medio
del bosque sueco? ¿Có mo podrían saberlo mis espectadores? ¿Lo
sabrían siquiera? ¿O pensarían que les había abandonado, que había
empezado una nueva vida al otro lado del mundo? ¿Lo publicaría la
prensa sensacionalista? ¿Moriría como un héroe o como un
cobarde? ¿Y harían una película de mi historia o al menos escribirían
un libro sobre lo que acababa de vivir?
Empecé a llorar. Primero fue una lá grima, seguida de un inevitable
temblor de mis labios, luego una segunda lá grima y finalmente un
torrente de emoció n brotando de mis ojos y nariz. No podía má s.
Todo era demasiado. Lloré todo lo que pude, no me importó que los
demá s se despertaran y pensaran que era ridículo lo que estaba
haciendo.
Pensé en mis padres, en mis hermanos, en mi perro... pero también
en mí misma. Sentí lá stima de mí misma. A pesar de todo lo que no
hice perfectamente, de los errores que cometí en mi vida, no
merecía morir aquí. No de esta manera y menos ahora. ¡Ninguno de
nosotros lo hizo!
Pero estaba vivo, ¡y aú n lo tenía todo en mis manos! Podría
rendirme aunque estuviera muerto. ¡Mientras uno viva, debe luchar!
Y eso es lo que iba a hacer mañ ana: mañ ana sería mi ú ltima
oportunidad. ¡Todo o nada!
dieciocho
En el bosque
28 de septiembre
Ahora tenemos que decidir si vamos a la izquierda o a la derecha".
Miré interrogante a Moritz y Luki.
De nuevo está bamos ante un claro con un lago que se extendía en el
centro. Sin embargo, esta masa de agua era bastante má s grande que
el lago de bañ o del día anterior, así que tuvimos que pasarla por el
lado izquierdo o por el derecho.
"Tío, ya llevamos una hora andando". Lisa puso los ojos en blanco.
Aú n no llevá bamos una hora caminando, sino cuarenta minutos por
lo menos. No habría sido mucho tiempo para una caminata normal,
pero sí para que el secuestrador hubiera arrastrado a Fitti hasta
aquí.
Por el camino, como el día anterior, habíamos tallado símbolos en
los á rboles para no perdernos. Habíamos buscado rastros en todos
los arbustos, levantado todas las piedras e inspeccionado todos los
nichos rocosos, pero no encontramos nada. Ni rastros de hombre ni
de Fitti.
Me molestaba el resentimiento que, como si me hubiera suscrito, se
había ido acumulando en mi cuerpo casi cada hora durante los
ú ltimos días.
"¿Ahora qué, izquierda o derecha?" Moritz tampoco rebosaba
motivació n.
Me concentré en el lago y seguí con la mirada el curso de la orilla. El
agua parecía mucho má s sucia que la del limpio lago del día anterior,
la superficie era lechosa e impenetrable, no había peces a la caza de
insectos. Las ranas o los sapos se habían callado o evitaban el
enorme estanque.
Mi mirada se desvió hacia la derecha y me encontré con algunos
á rboles, algunos de los cuales incluso crecían dentro del agua.
Grandes piedras y rocas estaban esparcidas entre los arbustos y
proyectaban sombras como lá pidas en la orilla.
Pero allí, en la pared rocosa, había algo. Entrecerré los ojos.
Indistinta porque debía de estar a un kiló metro de distancia, pero
aú n visible a simple vista, una cueva parecía haberse abierto camino
hasta allí.
"¿Qué ves?" Denise siguió mi mirada.
Llevé con cuidado las manos a su cabeza y la moví en mi línea de
visió n.
"Allí", expliqué al grupo, "hay una cueva".
Ahora también habían visto a los demá s.
"¿Quieres decir...?" Luki no terminó de hablar. No lo sabíamos, pero
todos esperá bamos lo mismo.
"Si no lo comprobamos, nunca lo sabremos". Con estas palabras,
volví a ponerme bruscamente la mochila, que no contenía má s que
un jersey sucio y otra pastilla para la tos de la que Luki aú n podía
prescindir, y me marché. Los demá s me siguieron.
Al cabo de unos veinte minutos llegamos a la cueva. La entrada tenía
unos dos metros de ancho y tres de alto. De cerca, parecía aterrador
y mucho má s grande de lo que esperá bamos.
No fue difícil encontrarlo, después de todo só lo tuvimos que seguir
la orilla del río.
Ahora, justo delante de la entrada, empecé a tener dudas. Una
sensació n de hundimiento se extendió por mi estó mago.
Luki tampoco parecía seguro: "¿Entramos?".
reflexioné. Si Fitti quedaba atrapado allí, la situació n podría volverse
incó moda para nosotros. Porque si corríamos directamente hacia el
secuestrador, probablemente ya sería demasiado tarde para
nosotros; después de todo, el hombre iba armado.
Pero puede que Fitti estuviera allí sola, o con Alicia y Larc.
Podríamos liberarlos sin que se dieran cuenta y salir corriendo.
Pero tal vez - Moritz me interrumpió en mis pensamientos: "¿Y si
hay animales ahí dentro? ¿Murciélagos o ratas?"
Tuve que sonreír. "Bueno, si allí só lo viven murciélagos o ratas,
podemos estar muy contentos".
Denise y Lisa se miraron al mismo tiempo, sus miradas de disgusto
revelaban que definitivamente no podíamos contar con ellas si
realmente íbamos a aventurarnos en la oscuridad.
"¿HAAALLOO?" Luki no parecía haberse dado cuenta de que
podíamos estar en peligro incluso en ese momento. Pero de todos
modos ya era demasiado tarde, su llamada resonó en lo má s
profundo de la espeluznante hondonada.
Esperamos tensos. Pasaron unos segundos. No se movió nada.
Ningú n lobo dormiló n salió de la cueva para quejarse de la
perturbació n, ningú n gigante enfurecido nos tendió un arma y
ningú n Fitti solitario gritó lastimeramente pidiendo ayuda. Silencio
total, como tantas veces en este bosque.
"Vale, o son sordos ahí dentro, o no hay nadie", concluyó Moritz.
"Entonces vamos a por ello", dije. Todos me miraban desmotivados.
"Vamos, necesitamos saberlo con seguridad. Vamos a entrar ahora".
Di un paso adelante.
Denise me sujetó por el brazo. "No entres ahí. Ni siquiera sabes lo
que te espera ahí dentro".
"Y por eso deberíamos hacerlo", respondió Luki valientemente por
mí. Rebuscó en el bolsillo y sacó el mó vil, que en días anteriores
había tenido la precaució n de encender só lo cuando necesitaba la
funció n de linterna.
"Esperad aquí, ahora volvemos", les prometí a Denise y Lisa. Luego
avanzamos unos pasos y entramos en la cueva.
diecinueve
En la cueva
28 de septiembre
La cueva estaba fría y hú meda. Olía a musgo y a bodega polvorienta.
Un rugido sordo llegó a mis oídos desde el interior, pero podría
haber sido un eco causado por nuestros propios pasos. El
smartphone de Luki, decepcionantemente, proporcionaba poca luz,
por lo que no teníamos una visió n amplia hacia delante. Sin
embargo, nos resistíamos a avanzar con las manos en los lados, pues
ya habíamos avistado algunas arañ as notablemente grandes justo en
las paredes rocosas de la entrada.
¡No te atrevas a dejar que uno haga rá pel sobre mi cabeza!
Así que nos adentramos lenta y cuidadosamente en la nada. Al cabo
de unos metros se estrechó y una bifurcació n a la derecha robó la
ú ltima luz que se proyectaba en la cueva a través de la entrada.
Me imaginé murciélagos colgando del techo, telarañ as detrá s de
cada piedra y ojos amarillos de lobos hambrientos al final de la
gruta.
"Mierda, ¿puedes oler eso?" Luki me dio un susto de muerte.
Tomé una buena bocanada de aire de la cueva por la nariz. Sentí que
los pelos de mi nariz filtraban finas partículas de polvo del aire
impuro. También identifiqué un olor extrañ o.
"¡Bah, eso huele muy mal!" Moritz se sacudió . Volví a inhalar, esta
vez por la boca. Y, en efecto, podías sentir una niebla antinatural que
se asentaba literalmente en tu lengua como una fina capa de barro.
Me pasé la lengua por el paladar. Me he dado cuenta. Sabía a...
muerte.
"Tío, ¿qué es eso? Haz brillar la luz aquí".
Luki siguió la orden de Moritz y le hizo señ as con el teléfono. No se
veía nada en el suelo.
"Qué asco, ¿qué es eso?"
Miré a Moritz. "Huele a cadá ver", le expliqué.
Se sobresaltó , y só lo en ese momento me di cuenta de por qué. No
me atreví a expresar mis pensamientos, pero todos pensá bamos lo
mismo en ese momento. No podía ser Fitti... ¿o sí?
"Eww, entonces coge tú la luz". Luki me tendió con asco su teléfono
mó vil. Artísticamente lo cogí y avancé lentamente, siguiendo el
repelente aroma de la muerte. Al cabo de unos pasos me di cuenta
del monó tono zumbido de las moscas: después de todo, aquí había
vida. Pero las moscas no significaban nada bueno, eran los buitres
del reino de los insectos, y nunca se equivocaban.
Temeroso de lo que me esperaba, giré el teléfono un poco má s hacia
delante. Entrecerré los ojos con atenció n, Luki y Moritz de pie detrá s
de mí.
Y ahí lo vimos: no hay motivo de profunda tristeza, pero tampoco de
alegría. En el suelo frío y sucio, a unos metros delante de nosotros,
yacía un pequeñ o osezno: había exhalado su ú ltimo suspiro.
"Oh, no...", Luki miró lastimosamente a la cosita, "¿por qué está
muerta?".
"Puede deberse a muchas razones", expliqué. Hacía tiempo que me
habían nombrado experto en historia natural. "Quizá estaba
enfermo o tenía pará sitos. O moría de hambre porque su madre no
podía amamantarlo".
Luki sacudió la cabeza sin comprender. Pude ver compasió n en sus
ojos.
Seguimos iluminando la cueva en pos de nuestra tarea original, pero
descubrimos que ya habíamos llegado al final.
Decidimos salir de la cueva lo antes posible, antes de que una madre
osa furiosa viniera hacia nosotros.
La brillante luz del sol nos saludó al dar nuestros primeros pasos
sobre el espeso suelo cubierto de hierba. Bajo el cá lido sol, junto al
suave murmullo de un arroyo lejano y con la brisa agradablemente
fresca soplando alrededor de nuestras narices, nos sentimos
inmediatamente mucho má s có modos.
Miramos a nuestro alrededor y nos dimos cuenta de algo alarmante:
¡no había ni rastro de Denise y Lisa!
"Mierda, ¿dó nde se han metido?" Moritz se giró frenéticamente.
Apenas llevá bamos fuera má s de diez minutos, no habíamos oído
nada. Es imposible que hayan desaparecido.
"Tienes que estar de broma, si ahora también se han ido, entonces..."
Moritz fue interrumpido por un PSCHT. Sobresaltados, nos dimos la
vuelta y descubrimos a Denise y Lisa en un pequeñ o saliente entre
las rocas del lado opuesto. Se llevaron los dedos a la boca, dejaron
claro que debíamos callarnos la boca.
Nos acercamos a ellos de puntillas y casi cabemos en el hueco en el
que también se escondían.
"¿Qué haces?" Miré interrogante a Denise, apretada contra su cuerpo
porque no había mucho espacio.
"¡Hemos descubierto algo!", me susurró , y ahora, como yo había
hecho antes con ella, me cogió suavemente la cabeza entre las
manos y tiró de ella hacia la roca. Al principio no entendí lo que
intentaba hacer, pero luego pude distinguir una pequeñ a rendija
entre las rocas a través de la cual se podía mirar má s
profundamente en el bosque. Apoyé la cara directamente contra la
roca y miré a través de la abertura con el ojo izquierdo. Y
efectivamente, a unos cien metros de distancia, se veía algo
extraordinario, algo que no había visto en mucho tiempo. En medio
de la nada, rodeada de cientos de kiló metros cuadrados de bosque,
¡había una cabañ a!
veinti
Entre las rocas
28 de septiembre
Una cabañ a, en medio del bosque. No nos lo podíamos creer. Mis
pensamientos se aceleraban. Aunque no encontrá ramos a Fitti,
aunque no consiguiéramos ninguna pista sobre su paradero,
podíamos pedir ayuda. Podíamos llamar a la puerta y preguntar si
podíamos utilizar un teléfono mó vil que tuviera cobertura en su
casa. Podríamos llamar a la policía y pedirles que buscaran a Fitti,
que captaran su olor. É sa sería nuestra oportunidad, y estaba a só lo
cien metros de nosotros.
"Déjame echar otro vistazo". Moritz apartó a Luki bruscamente.
"No pasa nada", murmuró , saliendo a gatas de la alcoba.
"Primero tenemos que asegurarnos", decidí, "una vez que sepamos
quién está ahí dentro, podremos dar los siguientes pasos". Nadie me
contradijo. Este plan parecía correcto. No podíamos permitirnos
cometer un error en los ú ltimos metros antes de la meta.
Seguimos a Luki y rodeamos las rocas, llegando de nuevo al lago. A
partir de aquí só lo tendríamos que caminar paralelos a la orilla y
finalmente girar a la derecha hacia el bosque. Entonces se llegaría a
la parte delantera de la cabañ a y se podría intentar acercarse
lentamente a las ventanas.
Aú n así, ningú n habitante del lago se hizo notar. En cambio, descubrí
algunas botellas de plá stico y un rastro de aceite grasiento en la
superficie del lago. Presumiblemente todos los animales habían
muerto, con lo contaminado que estaba el lago.
Abandonamos el sendero arenoso de la orilla y, con un objetivo
claro en mente, nos adentramos de nuevo en el bosque.
Una urraca graznó malhumorada cuando la sobresaltamos mientras
recogía bayas.
Tras una pequeñ a pendiente, pudimos divisar la cabañ a. Estaba a
só lo unos metros delante de nosotros. Con cautela, nos acercamos
cada vez má s, agachados para que no nos vieran desde dentro.
La cabañ a parecía má s grande e imponente cuanto má s nos
acercá bamos. No tenía muchas ventanas y, para colmo, estaban
tintadas, por lo que desde nuestro punto de vista ni siquiera
podíamos adivinar lo que ocurría dentro.
La puerta era de madera maciza, y una pequeñ a veranda daba a la
entrada un aspecto casi idílico.
Vivir en medio del bosque debe de ser terriblemente solitario y
hermoso al mismo tiempo, pensé.
Justo cuando está bamos a punto de acercarnos sigilosamente a la
fachada de la ventana, oímos un ruido. Pero no procedía de la
cabañ a, ¡sino de detrá s!
Sobresaltados, nos volvimos. ¡Se oía a lo lejos el ruido de unos
motores!
"¡Tío, el helicó ptero nos está buscando otra vez!", animó Luki.
Pero el ruido de los motores se hizo má s fuerte, muy rá pidamente
má s fuerte. Aquello no podía ser un helicó ptero.
"¡Joder, es un coche o algo así!". Moritz miró a lo lejos, pero no pudo
distinguir nada.
"¡Al suelo!", ordené. Nos escondimos en un pequeñ o grupo de
arbustos de hojas dentadas, de lo que me arrepentí enseguida
porque todo el suelo estaba cubierto de hormigas.
"¿Có mo va a circular un coche por aquí, por favor, con todos estos
á rboles?". Luki sacudió la cabeza. "Debe de ser un quad. Lo conduje
una vez de vacaciones".
Y así era. A través del denso follaje no podían ver gran cosa, pero sí
lo suficiente para distinguir el quad que Luki acababa de predecir.
Venía de la misma direcció n de la que habíamos salido corriendo
hacía unos segundos. ¡Qué suerte!
El quad pasó peligrosamente cerca de nosotros, pero está bamos
bien camuflados por la densa maleza.
Aparcó delante de la cabañ a y dos hombres se apearon. No pudimos
ver mucho de ellos, ya que se apartaron de nosotros. Llevaban
pantalones de camuflaje y ambos llevaban una gorra beige, con el
pelo corto y oscuro asomando por debajo. Uno de ellos era
inconfundiblemente la figura de la niebla, pues medía má s de dos
metros y era de constitució n poderosa y musculosa. El otro era má s
delgado, las venas destacaban claramente en la parte posterior de
sus brazos, y un tatuaje de serpiente adornaba su cuello. No menos
impresionante era el fusil que llevaba en la mano.
Los dos hombres hablaban en un idioma desconocido para nosotros
-supuestamente sueco- y parecían estar hablando de un tema
explosivo, tan alterados parecían.
Discutiendo en voz alta, finalmente entraron en la cabañ a y cerraron
la puerta tras de sí. Nosotros seguíamos encogidos en el hormiguero.
"¿Y ahora qué?" Luki me miró inquisitivamente.
Me lo pensé un momento. "Tenemos que mirar por las ventanas de
alguna manera. Quizá Fitti esté realmente ahí dentro". Señ alé la
cabañ a.
"¿Y có mo vamos a hacerlo sin que nos descubran?". Ahora Moritz se
había unido de nuevo.
No estaba seguro. Cuantos má s de nosotros nos acercá ramos
sigilosamente a la ventana, mayor sería el peligro de ser
descubiertos. Pero teníamos que mirar por las ventanas, no había
otra forma.
Luki pareció pensar lo mismo que yo.
"Me voy", nos susurró . Antes de que pudiéramos impedírselo, se
despidió con un "¡Por Fitti!" y se arrastró a cuatro patas hacia la
cabañ a. No quería ni saber cuá ntas hormigas le estaban subiendo
por el cuerpo ahora mismo.
Sin hacer ruido, vimos có mo Luki llegaba a la ventana sin ser visto.
Ahora estaba agazapado justo debajo de la cornisa y nos miraba. Le
hicimos una señ al con la mano para indicarle que no había peligro.
Con cuidado, se puso erguido, se acercó a la ventana y finalmente
apretó la cara contra el oscuro cristal, esperando ver algo.
No se oía nada sospechoso. Nada en la casa parecía moverse. Luki
miró fijamente a través del cristal. Lo que viera o no viera, nos lo
diría en unos segundos.
Mis latidos se aceleraron, mi excitació n aumentó . Por favor, que Fitti
esté ahí dentro, por favor, que Fitti esté bien.
Luki seguía mirando hacia dentro, paralizado. Llevaba demasiado
tiempo en la ventana, era demasiado arriesgado. ¿Qué había
descubierto?
Pensé en tirarle una rama o llamarle en voz baja, pero había
demasiado peligro de llamar la atenció n.
Pero tenía que volver a ponerse a cubierto, de lo contrario los
hombres seguro que lo descubrirían.
"¿Qué haces?", susurró Moritz cuando salí a gatas de mi escondite.
"Quiero saber qué ve ahí". Me arrastré lentamente hacia Luki, paso a
paso, pero ya era demasiado tarde. De repente, la puerta se abrió y
el enorme hombre se plantó delante de nosotros... ¡y no parecía muy
contento!
veintiuno
Delante de la cabaña
28 de septiembre
Solté un grito de sorpresa. Por un lado, me alegré de que el hombre
no hubiera descubierto a los demá s, que seguían escondidos entre
los arbustos, pero por otro me sorprendió que Luki y yo corriéramos
ahora el mayor peligro. Entonces las fuertes zarpas me agarraron y
me arrastraron al interior de la cabañ a: yo a la derecha y Luki a la
izquierda.
Antes de que pudiera pedir ayuda o defenderme, me golpeé contra
el suelo de madera de la cabañ a y la puerta se cerró tras nosotros.
Escapando por fin del horrible bosque, no estaba segura de no
encontrarme ahora en un lugar mucho peor. Ni siquiera quería
averiguarlo...
Un olor pestilente, similar al de la cueva, se elevó hasta mis fosas
nasales. Para evitar una laceració n en la cabeza, me había sujetado
con las manos cuando el musculitos me había tirado al suelo. A
cambio, una larga astilla me había perforado profundamente la
palma de la mano, que ahora empezaba a arder y a sangrar. Mis
pantalones se habían desgarrado por las rodillas; de todos modos,
era un milagro que hubieran aguantado hasta entonces.
También me había torcido el pie de forma incó moda y me manaba
sangre del labio porque me lo había mordido asustada. Sentía el
sabor a hierro de la sangre en la lengua.
Cuando no pude sentir ninguna otra herida en mi cuerpo, abrí los
ojos con cautela.
Luki yacía a mi lado en una posició n igualmente tullida. El hombre
demacrado con un tatuaje de serpiente estaba rebuscando como un
detective en los bolsillos de Luki. Aparte de uno de sus caramelos
para la tos y un pañ o amarillento, no encontró nada.
El hombre balbuceaba algo, pero nos resultaba incomprensible.
Mientras tanto, el gorila se paseaba nervioso arriba y abajo por la
cabañ a, comprobando que su rifle estaba cargado.
Tuve una terrible premonició n, pero no me atreví a terminar el
pensamiento.
Ahora el hombre ató las manos de Luki con una fuerte cuerda y lo
arrastró hasta la pared opuesta a la puerta de entrada. Habló
amenazadoramente a Luki, pero a menos que hubiera seguido en
secreto un curso de sueco, era poco probable que lo entendiera.
"¡Lo sentimos! No hemos hecho nada". le suplicó Luki, cambiando
tartamudeando entre el alemá n y el inglés, con la esperanza de
encontrar clemencia, quizá incluso libertad y ayuda. Pero fue en
vano.
O su homó logo no le entendía o no quería entender. Tensó un poco
má s el trozo de cuerda de un radiador improvisado y volvió a
erguirse.
Se dio la vuelta y caminó hacia mí.
Sin pedírselo y de la forma má s cooperativa posible, empecé a
vaciarme los bolsillos, pero el hombre no parecía muy entusiasmado
con mi disposició n a ayudar, porque se limitó a empujarme
bruscamente al suelo para poder revisar él mismo mis bolsillos.
Luego me ataron también las manos y la cuerda al radiador, de
modo que yo -al igual que Luki- ya no podía moverme del sitio. Mis
muñ ecas se apretaban dolorosamente entre sí y estaba segura de
que apenas podía bombearse má s sangre fresca a mis dedos.
Miré alrededor de la habitació n. La cabañ a estaba amueblada con
sencillez. No había Van Gogh ni Picasso en las paredes, ni carteles de
One Direction ni lienzos de paisajes naturales atmosféricos. Só lo
había una cornamenta de ciervo colgada como trofeo encima del
marco de la puerta, para que todos los visitantes tuvieran que
echarle un vistazo, si es que se les permitía volver a salir de la
cabañ a.
En el centro había una mesa cuadrada de ébano, decorada con un
mantel sucio cuyo dibujo original apenas era reconocible.
Alrededor de la mesa había tres sillas y un taburete desiguales, que
parecían ser los ú nicos asientos razonablemente có modos de la
habitació n.
En el rincó n opuesto al nuestro había dos colchones destartalados
sobre los que se habían colocado dos sacos de dormir de color
camuflaje.
El desgaste de los colchones revelaba que los hombres habían
permanecido aquí durante algú n tiempo o, al menos, con mucha
regularidad.
En otro rincó n se había montado un pequeñ o frente de cocina, en la
medida en que una cocina de camping y un bidó n de agua medio
lleno, junto con algunos cubiertos, tazas y unos cuantos platos de
papel, podían llamarse cocina. Unas latas de chile con carne y unas
botellas de limonada confirmaron mis sospechas: los hombres
parecían llevar algú n tiempo en este agujero.
Aparte de eso, me llamó la atenció n otra puerta, que estaba
asegurada con una só lida cerradura. En mi opinió n, no conducía al
exterior, sino que debía de ser el acceso a otra habitació n, a menos
que la cabañ a pareciera mucho má s grande desde fuera que desde
dentro.
Luki parecía haberse dado cuenta también de la puerta, porque me
dio un codazo y señ aló con la cabeza hacia ella.
Le asentí con la cabeza, pero él había visto algo má s.
"¡La sangre!", me susurró al oído.
Busqué en el suelo y me sobresalté: efectivamente, un líquido rojo
oscuro fluía por debajo de la puerta de nuestra habitació n. Fuera lo
que fuese lo que había detrá s, no quería estar en su lugar. Antes de
que pudiera seguir pensando en ello, ¡llamaron a la puerta de
repente!
veintidos
En la choza
28 de septiembre
El golpe en la puerta se hizo má s fuerte. El tipo delgado, que
mientras tanto se había quitado la gorra y nos dejó ver claramente
su imponente cabello en retroceso, dio un respingo. ¡Tenía que ser
una visita no anunciada!
Recé fervientemente para que Moritz, Lisa y Denise no estuvieran
parados allí tratando heroicamente de sacarnos de aquí.
Sin duda, no había nada de malo en la buena voluntad. Pero a
ninguno de los dos, especialmente al gigante, parecía importarle
có mo nos fue. También llevaban un arma que definitivamente
usarían en caso de emergencia.
El hombre alto abrió la puerta, molesto, luego de mirar por la
ventana pero al parecer no vio a nadie.
Fue recibido con una bofetada fuerte pero desafortunadamente no
lo suficientemente fuerte en la cara.
Hulk se tambaleó unos pasos hacia atrá s en la habitació n, pero se
contuvo de repente antes de que Moritz pudiera lanzar otro
puñ etazo.
Rugió , arrojó el rifle a su colega y agarró a Moritz por el cuello,
levantá ndolo unos centímetros. Estaba seguro de que agarró mucho
má s que antes con Luki y conmigo.
»JÄ VEL!«, le gritó , »JÄ VEL!!!«
No tenía idea de lo que eso significaba, pero lo gritó repetidamente,
no menos agresivo, mientras la saliva le corría por la boca. Llevó
coléricamente a Moritz adentro y cerró la puerta con un trueno.
Como antes, tiró a Moritz al suelo y ordenó a su colega que lo
amarrara.
Luego agarró una botella de Coca-Cola y se la acercó a la cara para
refrescarse. Moritz me hubiera noqueado de un puñ etazo, para él
mañ ana solo sería un pequeñ o hematoma.
Mientras Moritz estaba atado, nos miraba frustrado y avergonzado.
Seguramente había imaginado su acció n de liberació n de otra
manera. Ahora los tres está bamos atrapados, ¡ninguno de nosotros
sabía lo que estaba a punto de suceder!

Cuando los dos hombres finalmente colocaron a Moritz junto a


nosotros (obviamente, la calefacció n era la ú nica forma en la
habitació n de atar a alguien), los dos hombres entablaron una
acalorada discusió n. Comprender en detalle sobre qué estaban
discutiendo exactamente era imposible debido a la barrera del
idioma. Sin embargo, era inequívoco que se trataba de nosotros. Tal
vez se discutieron nuestras intenciones, tal vez qué se debería hacer
con nosotros. Tal vez incluso se trataba de có mo deshacerse de
nosotros de la manera má s efectiva.
Realmente no quiero saber, pensé y sentí un nudo en la garganta.
Finalmente los hombres parecían haberse puesto de acuerdo en
algo, pues el pequeñ o asintió con la cabeza confiado y salió de la
choza junto con el gigante. Se llevaron el arma con ellos.
"¿Adó nde van?" Moritz miró con cautela hacia la puerta. Aunque los
hombres no estaban allí, susurró .
Quizá vuelvan a ir. En cualquier caso, no podemos salir de aquí. Luki
trató de liberarse, pero las ataduras estaban anudadas por expertos.
"No lo creo", comencé, "Creo que primero van a buscar en el á rea.
Estoy seguro de que asumirá n que hay má s de nosotros aquí".
Moritz levantó la vista, sobresaltado. "Entonces esperemos que Lisa
y Denise puedan esconderse bien".
"¿Siguen en los arbustos?" preguntó Luki.
—No. Moritz negó con la cabeza. "Huyeron justo después de que ese
tipo te arrastrara aquí".
“¿Y tú qué quieres hacer?” Luki lo miró inquisitivamente.
'Bueno, busca ayuda. Debes encontrar a los demá s".
Cerré los ojos, como suelo hacer cuando no quiero que nadie vea mi
desesperació n.
Todo lo que había sucedido en los ú ltimos días era como una
película apasionante cuya dramaturgia estaba construida
deliberadamente de tal manera que los protagonistas se
enfrentaban a un problema aú n mayor en cada nueva situació n. Lo
mismo sucedió con nosotros: con cada nuevo día, nuestra situació n
debería deteriorarse de nuevo.
Si el día anterior solo estabas preocupado por suficiente comida y
bebida o un lugar cá lido para dormir, al día siguiente los amigos
desaparecieron repentinamente sin dejar rastro o fueron atacados
por osos. Y antes de que te dieras cuenta, el día siguiente amaneció y
tú mismo estabas atado en una choza, sin saber si volverías a ver la
luz del día. Cualquiera que voluntariamente piense en el mañ ana
está claramente loco.

“¿Está saliendo sangre de ahí?” Ahora Moritz también había


descubierto la puerta misteriosa. Mientras tanto, un charco notable
se había acumulado en la habitació n.
“¿Qué crees que hay detrá s de la puerta?” Luki nos miró con interés.
"¿Crees que Fitti es..." Moritz no continuó .
"¡Mierda!" Rompí el silencio pensativo. "En primer lugar, ni siquiera
se ha dicho que en realidad es sangre, e incluso si lo es, entonces
también puede..."
"¿Hueles eso?" Moritz me interrumpió . »Realmente huele
exactamente como en la cueva.«
Tuvimos que estar de acuerdo con él.
"Huele a muerte", terminó finalmente.
Sabía que había señ ales de que algo andaba mal detrá s de la puerta.
También me quedó claro que todavía no teníamos idea de lo que le
había pasado a Fitti.
Aun así, no quería creer en lo indecible. ¡No lo perdimos! Y todavía
no nos hemos perdido.
Traté de sentir las ataduras con mis dedos. Mis manos
hormigueaban como un pie muerto al dar el primer paso.
La cuerda tenía al menos una pulgada de grosor y estaba muy
apretada. Incluso frotarlo contra una punta afilada del radiador
llevaría horas cortarlo.
También era imposible deslizar las manos.
Moví el radiador. Su impresió n inestable parecía ser engañ osa,
porque no se movió ni un centímetro.
Dependíamos de ayuda externa, eso era un hecho.

De repente escuchamos un ruido sordo desde afuera. Al principio


solo había pasos, pero luego se reconocieron voces con bastante
claridad: ¡voces conocidas! los de los dos hombres.
Cuando entraron en la cabañ a, todavía está bamos sentados
obedientemente en el lugar, qué má s podíamos hacer.
Al parecer, habían terminado su recorrido sin localizar a nadie, lo
que al menos no era una mala noticia.
El gigante dejó el rifle sobre la mesa. Vinieron hacia nosotros, se
inclinaron sobre nuestras ataduras. Para nuestra sorpresa, el
pequeñ o, que ahora me recordaba a una rata insidiosa, desató los
nudos en tan solo unos simples pasos para que ya no estuviéramos
atados al calentador.
Goliath observó el juego de cerca, por lo que no pensó en
simplemente alejarse.
"¿Nos dejará s ir?", preguntó Luki, obviamente un poco demasiado
descarado, porque recibió una palmada de advertencia en la parte
posterior de la cabeza.
El gigante se adelantó e indicó que lo siguiéramos. Pero en lugar de
ir a la puerta de madera que esperaba, dio grandes pasos hacia la
otra puerta. Obviamente no le importaba que hubiera un gran
charco de sangre frente a ella. Se paró en medio del charco de sangre
mientras sacaba una llave oxidada de sus pantalones.
Miré de reojo y vi el arma sobre la mesa. ¿Debería atreverme?
Antes de que pudiera pensar má s en ello, la rata se echó a reír y
agarró el arma; al parecer, me había llamado la atenció n. Pronunció
algunas palabras amenazantes y luego señ aló la puerta, que el
hombre de humo abrió ahora con un crujido.
Me estremezco. ¿Qué esperaríamos en el siguiente momento? Luki,
Moritz y yo vimos có mo la pesada puerta se abría lentamente hacia
un lado.
Dentro estaba demasiado oscuro para distinguir nada. Lo ú nico que
quedó claro fue que la fuente del olor bestial tenía que estar aquí,
mucho má s intenso que en la cueva hace unas horas.
Antes de que pudiéramos reaccionar, fuimos empujados dentro de la
habitació n con un fuerte empujó n, la puerta se cerró de golpe detrá s
de nosotros. Escuchamos la llave girar y luego ser sacada de la
pesada cerradura.
Ahora estaba muy tranquilo. Una pequeñ a ventana sucia al final de
la habitació n daba poca luz.
Nuestros ojos primero tuvieron que acostumbrarse a la oscuridad.
¿Dó nde nos metimos aquí? ¿De qué se trataba esta cabañ a? ¿Cuá l era
la intenció n de estos hombres? ¿Y por qué huele tan mal? Antes de
que pudiera pensar má s en ello, obtuve una respuesta a mis
preguntas. ¡Yo lo vi!
veintitres
En la cabaña
28 de septiembre

Lo que vi no fue una visió n agradable. Aunque seguíamos sin poder


ver hasta la esquina má s alejada de la habitació n -para mi sorpresa
parecía incluso má s grande de lo que esperaba en un principio-,
podíamos ver muy claramente que había algo delante de nuestros
pies. Algo que estaba justo delante de nuestros pies. Que causaba el
terrible hedor. Y que era responsable del charco de sangre que
brillaba ominosamente en el suelo incluso en la oscuridad.
Delante de nosotros yacía un enorme oso muerto. De espaldas, con
el vientre abierto y la boca abierta de par en par. Pero, para nuestro
horror, ahí no acababa la historia. Junto al oso yacían otros
cadá veres de animales, algunos ya destripados, a otros só lo les
quedaba la piel. Vimos otro oso, varios lobos, gatos depredadores -
probablemente linces-, pequeñ os roedores y aves.
El miedo y la desesperació n de los ú ltimos segundos de sus vidas
eran claramente visibles en los rostros de los animales.
Cerré los ojos y traté de concentrarme en otra cosa, de distraerme.
Nunca volvería a quitarme estas imá genes de la cabeza. Montones
de animales muertos, brutalmente apuñ alados o tiroteados.
Me obligué a pensar en un momento hermoso que me sacara de mi
estado de shock y de aquella cabañ a. Y ya que está bamos, también
podría teletransportarme a otra época.
El mes de enero del añ o anterior fue especialmente frío. Poca gente
se atrevía a salir por la noche, demasiado frío era el viento helado
que se movía por las calles como un huésped no invitado, y
demasiado incó modos eran los caminos embarrados que, salpicados
de sal y arena, convertían la nieve recién caída en una arenilla
blanco-marró n.
Y los pocos locos que aú n tenían que comprar la cena o hacer
recados iban abrigados con gorros de lana, guantes, bufandas de tres
metros, gruesas chaquetas de plumó n y pantalones de esquí
impermeables.
Yo quería irme a casa, todo el tiempo. Quería acurrucarme en mi
acogedora cama king-size -seguro que me estaba esperando-, con
una bolsa de agua caliente a mi izquierda y una taza humeante de
cacao con malvaviscos a mi derecha. Paralelamente, ponía Netflix y
navegaba por mi cuenta de Instagram. La calefacció n en el nivel
cinco, los calcetines de algodó n de la abuela en los pies y un cuenco
de raviolis enlatados girando alegremente en el microondas.
Pero eso tenía que esperar: ahora me dirigía a un bar. No sola, sino
con una amiga, Bina.
No só lo era una cantante de talento, sino también mi contacto
personal en YouTube, casi como mi má nager.
Y absolutamente esa noche quiso salir a tomar una copa conmigo.
Seguro que hoy alcanzaría un hito especial, algo de lo que estar
realmente orgulloso: un milló n de suscriptores en YouTube. Só lo
faltaban unos pocos.
Pero prefería estar en mi casa esta noche, sola, una cita con mi
programa favorito.
Pasó media hora, vadeando el frío, hasta que por fin giramos por una
calle lateral má s pequeñ a y nos plantamos delante de un viejo y
destartalado edificio industrial.
"¿Quieres tomar algo aquí?", pregunté irritado. Bina no se dejó
amilanar y avanzó por un pequeñ o camino de entrada. Debían de
haber quitado la nieve recientemente.
La seguí y eché un vistazo a mi teléfono para ver que acababa de
tener 999.987 suscriptores. En unos segundos sería millonario en
YouTube. La idea era má s emocionante de lo que acabó siendo.
Por fin llegamos a una gruesa puerta de acero. Bina llamó con
seguridad.
Esto só lo podía ser uno de esos lujosos bares clandestinos que tanto
le gustaban a Bina. La mú sica electro zumbante, los pasillos llenos
de humo y el ambiente oscuro me parecían má s aterradores que
acogedores. Ahora preferiría un chiringuito de có cteles en las
Maldivas. Me da igual que sea en Malle, siempre que no sea en la
gélida Berlín.
De repente, la puerta se abrió de golpe y un hombrecillo sonriente
con bigote se plantó frente a nosotros.
Me saludó con un "Todo lo mejor para el milló n", que me confundió
mucho. Pero aú n me confundió má s que no me encontrara en una
tienda de tabaco y alcohol, sino en la entrada de una colorida sala de
lá ser tag parpadeante, si identificaba correctamente el logotipo.
Ahora venía uno detrá s de otro.
Bina me empujó impaciente hacia delante y me señ aló otra puerta
que debía abrir.
Ya estaba boquiabierta y no tenía ni idea de qué esperar a
continuació n. Sentí que empezaba a sonreír sin decidirlo
conscientemente. La situació n parecía surrealista.
Caminé hacia la estrecha puerta, puse la mano en el picaporte y la
empujé hacia abajo de un tiró n. ¡Y entonces las cosas se volvieron
realmente locas!
A coro, un montó n de gente gritaba ahora "¡Sorpresa!" y frases
como "¡Feliz cumpleañ os!" o "Feliz un milló n". Se dispararon
cañ ones de confeti, se soplaron flautas de cumpleañ os y una mú sica
épica y alegre llenó la sala. Y entonces los reconocí: En la sala,
decorada como si fuera el cumpleañ os de un niñ o, no había "gente
cualquiera", sino amigos, conocidos y otros YouTubers. Justo
delante: Luki, Fitti y Moritz, ¡que ahora se acercaron a mí y me
dieron un abrazo!
Qué increíble fue este momento, ¡nunca me habría esperado una
sorpresa así! Noté có mo mi cabeza se ponía roja de alegría y mi
cuerpo se inundaba de endorfinas. ¡Nunca olvidaría este momento!
La mú sica continuó , se dispararon má s cañ ones de confeti, que
estallaron como disparos.
Me sobresalté y salí de mi ensoñ ació n. Disparos. Pistolas. Cazadores.
De repente, ¡me di cuenta! Ahora tenía claro dó nde nos habíamos
metido, y tenía todo el sentido: ¡está bamos en un pabelló n de caza
ilegal!
Lo compartí con Moritz y Luki.
"¿Un pabelló n de caza?", repitió Luki incrédulo.
"Exacto. Pero ilegal. En Europa está prohibido cazar osos y lobos sin
licencia. Y seguro que disparar a algo así también lo está ". Señ alé un
imponente pá jaro de plumaje amarillo-azulado.
"¿Y por qué está s tan seguro de que no tienen permiso?". Moritz
entrecerró los ojos. Una linterna sería ú til en este momento, porque
aú n no podíamos hacernos una idea de toda la situació n.
"Fíjate en esto", continué, "¿parece oficial? Eso también explica por
qué los hombres nos tienen aquí cautivos".
"¡Porque no quieren que les cojan!", Luki completó mi teoría.
Asentí con entusiasmo. "Si el Estado descubre lo que está n haciendo
aquí, pasará n añ os entre rejas. Y tendrá n que pagar mucho dinero".
"Entonces el hombre de la niebla no nos buscaba a nosotros -
concluyó Moritz-, sino a animales a los que pudiera disparar".
"Eso es lo que he dicho, no nos disparaba", triunfó Luki, que
obviamente ya ni siquiera era consciente de que seguíamos
prisioneros.
"Ahora sé por qué el osezno de la cueva estaba muerto...". Me
acordé del pobre animal.
"Probablemente se llevaron a la madre y se murió de hambre solo
en la cueva".
"¡Esos cerdos!", siseó Luki. "¿Có mo podéis hacer eso a los
animales?".
Por desgracia, no son ni mucho menos los ú nicos que sufren tan
terriblemente a manos de los humanos. Eso me quedó claro.
"De todas formas, ¿para qué hacen esto? Es demasiado arriesgado".
Moritz me dirigió una mirada de incomprensió n.
"Es como la hierba, la coca y todas las demá s drogas -explicó Luki-,
bá sicamente como cualquier negocio ilegal. Da mucho dinero. Una
piel de lobo como ésa dará bastante dinero".
"Pero espera...", Moritz nos miró , "... si los cazadores no nos
persiguen en absoluto... ¿qué pasa con Fitti?".
"Se habrá topado con ellos, quizá incluso les haya visto disparar a
un animal hace un momento". Luki se pasó una mano por el pelo.
"Pero eso tendría que significar...". Moritz no pudo terminar la frase
porque le interrumpieron.
"¡Que estoy aquí!"
Sobresaltados, nos dimos la vuelta. Entrecerré los ojos, pues los
escasos rayos de sol que caían tenuemente a través del oscuro
cristal de la ventana en la habitació n apenas proporcionaban luz
suficiente.
¡En el otro extremo de la habitació n distinguí tenuemente la silueta
de un ser humano!
No podía ser. ¡Jamá s!
Imparables, nos abrimos paso entre los animales muertos hacia la
figura. La emoció n me invadió , el corazó n se me aceleró .
¿Es realmente posible?
Ahora estaba a só lo unos pasos de la figura. Luki y Moritz me
seguían de cerca.
Al instante pudimos reconocerle: ¡FITTI!
Acurrucado, blanco como una sá bana y cubierto de arañ azos, estaba
agazapado en un rincó n... ¡y sonreía!
"¡VIEJO, JODER!" Luki corrió hacia él, le ayudó a levantarse y le
rodeó con sus brazos en señ al de amistad.
Instintivamente, Moritz y yo hicimos lo mismo, contentos de
haberle encontrado por fin, contentos de que siguiera vivo,
contentos de que por fin las cosas fueran mejor que siempre.
"¡Seguro que os habéis tomado vuestro tiempo!", bromeó Fitti
cuando por fin lo liberamos de nuestro abrazo.
Nos habló de su secuestro, de có mo perdió a los demá s en el bosque
y, buscando desesperadamente al grupo, se encontró de repente
frente al enorme hombre que lo noqueó con un golpe certero en la
sien. Có mo se despertó en la apestosa habitació n y asumió por un
primer momento que estaba muerto. Que no había comido ni bebido
nada desde entonces, que estaba plagado de mosquitos y bichos por
la noche y que só lo tenía compañ ía cuando los hombres habían
matado un nuevo animal y lo habían depositado en aquella
habitació n para su custodia.
El estado de Fitti era crítico. Aparte de su deshidratació n, parecía
haber contraído un virus gripal, quizá algo peor. Después de todo,
só lo se había despertado en medio de nuestra conversació n, aunque
ya está bamos sentados juntos en la misma habitació n. Estar
encerrado durante horas en una habitació n llena de cadá veres de
animales no podía ser bueno para el cuerpo.
"¿Habéis encontrado ayuda?" Fitti nos miró expectante, nosotros
miramos culpablemente al suelo. El hecho de que nos
encontrá ramos en la misma situació n precaria que él parecía
respuesta suficiente para él.
"Vale, ya veo. ¿Puedes desatarme?" Se dio la vuelta y me tendió las
manos. Le habían atado con una cuerda, igual que a nosotros antes.
Luki observó con interés mis intentos de liberarle. "Dime, ¿có mo
has estado orinando los dos ú ltimos días?".
Fitti miró al suelo con timidez. La respuesta fue suficiente.
No tardé mucho en desatar los nudos y Fitti quedó libre. Libre en el
sentido de que podía mover las manos y los brazos, pero no libre en
su significado real.
"¡Ahora tenemos que salir de aquí de alguna manera! ¿Y la
ventana?" Moritz miró a Fitti, esperando que pudiera darle una
respuesta.
"Hermano, tenía las manos a la espalda. ¿Có mo iba a subir hasta
allí?".
Moritz se acercó sigilosamente a la ventana, lo bastante como para
no temer ser oído por los hombres, e intentó alcanzarla con las
manos.
Como era evidente que no era lo bastante alto, me ordenó que le
ayudara a subir.
Me abrí paso entre los animales hasta él y, utilizando la clá sica
escalera de ladró n, le izamos hasta un pequeñ o saliente de la pared
donde estaba empotrada la ventana.
"¡Mierda!" maldijo Moritz mientras yo me esforzaba por seguir
equilibrando su pie con las manos.
"¡No hay asa!" Golpeó la ventana con todas sus fuerzas, de modo
que yo estaba segura de perder el agarre en el momento siguiente.
La ventana, en cambio, permaneció intacta. Así que romper una
ventana con el puñ o también era só lo un mito de película, a menos
que hubieran instalado un cristal antibalas muy especial en esta
cabañ a y funcionara de otro modo.
Frustrado, volví a bajar a Moritz al suelo.
"¿Hay algo pesado aquí que podamos utilizar para romper el
cristal?".
Miré alrededor de la habitació n.
Nuestros ojos ya se habían acostumbrado completamente a la
oscuridad. Las motas de polvo volaban ingrá vidas entre nosotros,
arremoliná ndose en todas direcciones con cada respiració n.
Aparte de nosotros cuatro y de una hilera de animales muertos,
aquí no había nada: ni una silla, ni una migaja de roca, ni un hacha u
otra herramienta, ni siquiera unos guijarros.
Y só lo ahora me di cuenta de que, aunque habíamos encontrado
vivo a Fitti, probablemente nunca lo sacaríamos con vida.
veinticuatro
En la cabaña
28 de septiembre

Yo no saldría vivo de esta situació n. Al menos segú n el sistema de


puntuació n virtual del marcador. Un disparo en el chaleco y tendría
que abandonar oficialmente la sala decorada con todo lujo de
detalles.
Lentamente me arrastré por la esquina, enfrentá ndome ya a la
muerte virtual.
Moritz pasó corriendo a mi lado, dá ndome a entender que no había
adversarios detrá s de mí. Por seguridad, seguí aferrando con má s
fuerza mi arma lá ser. Concentrado, miré a través de la mira,
intentando distinguir algú n movimiento.
De repente se encendieron las luces, empezó una mú sica fatídica.
Levanté la vista.
Luki estaba de pie detrá s de mí, sonriendo maliciosamente, y había
dado en la diana. ¡Estupendo!
Ahora los demá s también salieron de sus escondites. No era ningú n
héroe, precisamente en mi fiesta sorpresa para un milló n de
suscriptores tenía que ser tan torpe en el lá ser tag.
Pero la derrota quedó olvidada tras un vaso de Coca-Cola bien fría.
El ambiente de aquella noche era demasiado bueno, me sorprendió
demasiado positivamente la idea de mis amigos de preparar
semejante celebració n sin que yo supiera nada.
Después de todo, Luki y Fitti habían viajado desde otras ciudades
só lo para felicitarme. ¡Era un día realmente especial!
Iba a ser aú n mejor: Bina tiró de mí y me propuso salir un rato.
Normalmente, habría cuestionado esta petició n de forma muy
crítica; al fin y al cabo, fuera hacía como cien grados bajo cero.
Pero como esta noche era de todo menos desagradable y previsible,
me preparé para cualquier cosa.
Pero el hecho de que una limusina Hummer negra estuviera parada
justo delante de la puerta, tan decadente y monstruosa como cabría
imaginar que fuera una limusina de ese tipo, con un chó fer que me
saludaba alegremente entregá ndome una copa de champá n... nadie
podría haberlo esperado.
Má s rá pido de lo previsto, Fitti, Luki, Moritz y yo nos sentamos en
unos elegantes asientos de cuero y nos dejamos conducir por la vida
nocturna de Berlín, pasando por la Puerta de Brandemburgo, la
Iglesia Memorial, la Torre de la Televisió n, sobre el puente
Oberbaum hasta la East Side Gallery, desde donde queríamos
dirigirnos a un club para terminar la velada con una nota festiva.
Nos decidimos por un club má s pequeñ o pero increíblemente
atmosférico llamado "GetLit".
Aquí casi parecía estar en casa, una fiesta en el saló n de tu casa,
pero sin el estrés de tener que limpiar a la mañ ana siguiente.
Los invitados estaban de buen humor, las bebidas eran excelentes,
los DJ pinchaban el mejor hip-hop y los bajos de las enormes cajas
de mú sica hacían temblar tu propio cuerpo. ¡WUMMS! ¡WUMMS!
¡WUMMS!
¡WUMMS! Me levanté de un tiró n. Había oído algo, pero no podía
ubicarlo. Soñ olienta, miré alrededor de la habitació n. Moritz, Fitti y
Luki seguían sentados a mi lado.
Había pasado algú n tiempo desde el intento fallido de escapar por la
ventana. Ya no tenía una noció n intacta del tiempo, exactamente de
cuá nto tiempo: tal vez dos o tres horas. En realidad, no quería
saberlo.
Habíamos registrado toda la habitació n en busca de objetos que
pudieran sernos ú tiles para escapar. Pero, aparte de un poco de
munició n para una pistola, un peine roto y unas tazas de café viejas,
nos negaron cualquier cosa de valor.
El examen de la puerta también reveló que, aunque podíamos ver
exactamente có mo la rata y el gigante preparaban un gran trozo de
carne en la parrilla de camping mirando por el ojo de la cerradura,
no se podía abrir ni un poco. E incluso si hubiéramos tenido esta
oportunidad, habríamos tenido que colarnos primero entre ambos,
lo que sin duda no habría sido la tarea má s fá cil. Sobre todo
teniendo en cuenta que ambos estaban entrenados como cazadores
para percibir los má s mínimos ruidos y movimientos.
Nuestra situació n era desesperada.
¡BUM! ¡Ahí estaba otra vez! Esta vez pude identificar de dó nde
procedía el sonido: ¡de la ventana!
Como poseída, en pocos segundos me puse de pie en la habitació n,
tratando de distinguir algo a través de la ventana, que medía
aproximadamente un metro por un metro.
¡BUM! ¡Ahora lo vi! A pesar de lo sucio y amarillento que estaba el
cristal de la ventana, ¡reconocí una mano!
"LEVÁ NTATE, HAY ALGUIEN AHÍ!", ordené tan firme pero
silenciosamente como pude.
Fuera quien fuera, si su intenció n era visitar a los hombres, sin duda
habría entrado por la puerta principal.
Luki, Moritz y Fitti estaban ahora a mi lado, mirando embelesados
hacia la ventana.
¡WUMMS, WUMMS! Ahora la mano volvía a ser reconocible.
"¡Vamos, ayudadme a subir!" Luki se preparó para subir a la
ventana. Moritz y yo le ayudamos a subir hasta que pudo agarrarse
solo al marco.
Apretó la cara contra el cristal para distinguir lo má s posible.
"¡Tío, esa es Julia, está sobre el hombro de Sonny! Y, tío, ¡hay má s!",
se oyó su voz. "Ahí está n Julian, Denise y Lisa. Y Julian está sujetando
un... ¡OAHHH!".
En un instante Luki se dejó caer, empujá ndonos a un lado con todas
sus fuerzas, para nuestro horror.
"¿Qué está is haciendo?" Moritz miró sorprendido a Luki, pero
enseguida obtuvo respuesta, pues la ventana se derrumbó con un
estruendo al atravesarla una enorme roca.
Nuestras caras se iluminaron, ¡la salida estaba despejada!
"¿Podéis salir por aquí?" Julia nos miró a través de la ventana
destrozada, sonriendo mientras utilizaba su saltador para
desprender algunos fragmentos afilados del marco de la ventana.
"¡Rá pido!", ordené a los demá s, e inmediatamente Luki y Moritz le
dieron a Fitti la primera escalada.
Estaba seguro de que no nos quedaba mucho tiempo. Los hombres
debieron de oír también el repiqueteo del cristal de la ventana.
Corrí hacia la puerta y apreté el ojo izquierdo directamente contra
el ojo de la cerradura. Me esperaba lo peor, seguramente el gigante
ya estaba rebuscando la llave para impedirnos escapar con sus
enormes zarpas; la rata le ayudaría y nos ataría. Pero,
contrariamente a lo que esperaba, ninguno de los dos hombres
estaba en la puerta. Só lo estaban arrodillados detrá s del sofá , con los
brazos delante de la cara -como si estuvieran a cubierto-, mientras
que las ventanas también estaban destrozadas con gruesos
pedruscos. Incluso había un enorme agujero en la puerta. Pude
distinguir vagamente a Luca y Marcel, que bombardeaban la casa
con proyectiles. ¡Qué locura!
"¡Jonas, ven aquí!" Moritz era el ú ltimo que quedaba en pie en la
habitació n. Le tendí las manos por ú ltima vez para que pudiera
alcanzar la ventana de un salto. Antes de dejarse caer al otro lado,
me tendió la mano para que me subiera.
Cuando llegué a la ventana con las ú ltimas fuerzas, un viento rico en
oxígeno sopló alrededor de mi nariz por primera vez en horas. El
bosque olía bien, las temperaturas frescas eran un cambio agradable
respecto al aire mohoso y cargado de la habitació n que nos
habíamos visto obligados a inhalar durante las ú ltimas horas.
Ya había amanecido y el cielo se había teñ ido de rojo. Sentía que se
me humedecían los ojos.
¡Lo hemos conseguido, hemos escapado! ¡Fitti estaba con nosotros!
Por fin iba a terminar el horror.
Julian me ayudó a bajar y me recibió con un abrazo, se lo agradecí
fugazmente a él, a Julia y a Sonny. Lisa y Denise se quedaron un poco
má s lejos. Debían de haber caminado valientemente por el bosque
ellas solas, habían encontrado a los demá s y los habían traído aquí.
Me sentí orgullosa y agradecida al mismo tiempo. Como Moritz ya se
estaba dedicando largo y tendido a Lisa, me acerqué a Denise para
expresarle también mi agradecimiento. Quise abrazarla, pero se me
adelantó y me dio un beso en la mejilla. Aunque estaba segura de
que apenas podía sentir mi cuerpo a causa de la fatiga, el hambre, la
deshidratació n y el dolor, una sensació n de hormigueo se hizo sentir
en mi estó mago. ¡Los sentimientos no eran tan fá ciles de matar!
Pero a veces la seguridad es engañ osa, se pierde algo má s rá pido de
lo que se gana. Oímos un disparo y nos quedamos inmó viles. Y
entonces doblaron la esquina, y no parecían muy contentos de
vernos.
veinticinco
Detrá s de la cabañ a
28 de septiembre
Ver esto era cualquier cosa menos agradable. Quizá incluso
significara el fin. ¿Por qué el destino no puede tener buenas
intenciones con nosotros por una vez?
Al doblar la esquina aparecieron nuestros dos enemigos -la rata y el
gigante- con Luca y Marcel delante de ellos, con las manos detrá s de
la cabeza.
Ambos iban armados con escopetas. Por su aspecto, se notaba que
no les disgustaba utilizarlas.
Dirigieron a Luca y Marcel hacia nosotros y nos indicaron por señ as
que nos pusiéramos en fila.
"Por favor, dejadnos en paz", suplicó Luca, pero cayó en saco roto.
Probablemente los dos hombres estaban discutiendo qué hacer con
nosotros.
"Van a dispararnos...", balbuceó Sonny. Oí que Lisa empezaba a
sollozar.
Las rodillas de todos temblaban ahora, nadie estaba lo bastante
tranquilo como para mantener la calma ante la experiencia.
Teníamos miedo, ¡miedo por nuestras vidas!
Decían palabras como "Estú pido", "Dispara" y "Mata", o al menos
palabras que sonaban como ellas y que no significaban nada bueno.
En aquel momento sentí que nada me importaba. Ya no sentía
miedo, pero tampoco esperanza. Ya no quería estar en este lugar,
pero tampoco tenía deseos de escapar. Mi cerebro se sentía fluido,
una densa niebla hacía que mis entrañ as se sintieran embotadas y
nebulosas.
Para mi asombro, mi cabeza quería recordar los ú ltimos días. Si
tuviera que rellenar una hoja de comentarios sobre el viaje al
Campamento de los Creadores, daría a cada punto del programa la
peor calificació n.
El viaje fue aburrido, el conductor del autobú s carecía de humor y
hubo discusiones durante la pausa en el á rea de descanso.
La parada repentina en el bosque fue un desastre, nunca se llegó al
Campamento Creador, pero el conductor del autobú s desapareció
sin dejar rastro. Hubo discusiones y falta de ideas, osos y lobos,
hambre y sed y una serie de noches sin dormir.
Hubo hombres grandes que te dispararon y helicó pteros que se
rindieron demasiado pronto para venir a rescatarte. Secuestraron a
amigos y descubrieron refugios de caza ilegales. Y ahora nos
enfrentá bamos a nuestro final. ¿Qué se suponía que era bueno? Si
esperaban que fuera má s positiva en la hoja de comentarios,
tendrían que esforzarse un poco má s la pró xima vez que llegá ramos.
"¡No disparéis!"
Me desperté de mi ensoñ ació n. El gigante tenía su rifle apuntando al
grupo, el otro seguía hablá ndole. Pero Hulk parecía haberse
decidido, su codicia y su éxito eran má s importantes para él que
once vidas humanas.
Descerrajó el rifle, se acercó la mira a la cara y apuntó ... a mí.
Ninguna palpitació n de los ú ltimos días podría superar la de este
momento. Ya no sentía las piernas, pero sentía que la sangre ya no
me llegaba a la cabeza, sino que se hundía lentamente en mis pies.
Ahora mismo se acabaría... qué increíble lá stima.
Ya nada podría salvarnos, no quedaba nadie. Nadie excepto... ¡Nico!
Armado con una larga rama, nada menos que Nico se encontraba de
repente junto al gigante, que era alto pero no tan ancho como Nico.
É ste arremetió ahora con la rama y, antes de que nuestra brumosa
figura se diera cuenta, yacía inconsciente en el suelo con un gordo
chichó n en la nuca.
La rata pareció pensar por un momento si huir o coger el arma,
pero por un momento demasiado largo, porque Nico ya recibió el
siguiente golpe y acertó con aplomo. El hombrecillo también estaba
ahora tendido en la hierba.
¡Ahora ya no había quien le parara! En una película, ahora seguirían
la mú sica emotiva y los abrazos sensuales, pero esto no era una
película, ¡era la realidad! Y saltamos, vitoreamos, reímos y lloramos.
No queríamos creerlo, pero así era: ¡lo habíamos conseguido,
éramos libres!
¡La mejor sensació n de mi vida!
Antes de cometer el mismo error que cuando salimos por la ventana,
interrumpimos nuestra eufó rica celebració n para asegurarnos de
que los hombres estaban realmente inconscientes. Los atamos al
radiador con sus propias cuerdas, que segú n nuestra experiencia era
el lugar má s seguro para este fin.
Registrá ndolos, dimos con un teléfono mó vil anticuado, que para
nuestra sorpresa prometía dos barras completas de red, junto a la
pastilla para la tos de Luki, que la rata se había embolsado a
escondidas.
"¿Aquí también marcan 110?", preguntó Luki inseguro.
Encontramos un botó n de emergencia y decidimos utilizarlo por
precaució n, ya que ninguno de los dos tenía una respuesta segura a
la pregunta de Luki.
La policía sueca tardó unos minutos en creer nuestra situació n,
pero luego nos aseguró que nos enviaría inmediatamente dos
helicó pteros de rescate y un grupo especial. Afortunadamente, se
podía seguir nuestra ubicació n a través del teléfono mó vil.
Cuando terminó la conversació n con el centro de llamadas de
emergencia, hicimos una pequeñ a hoguera delante de la cabañ a con
ayuda de los utensilios de acampada que encontramos en la cocina.
Nos sentamos có modamente en círculo alrededor del fuego.
Ya había caído la noche y las llamas proporcionaban calor y
ayudarían a los helicó pteros a encontrarnos.
Al principio nadie dijo nada. Los esfuerzos de los ú ltimos días
habían dejado heridas profundas. Los altibajos emocionales habían
adquirido proporciones que nadie había creído posibles. Este viaje
era, sin duda, la mayor aventura de nuestras vidas.
"¿Por qué has vuelto?" Marcel interrumpió el silencio. Miró con
urgencia a Nico, que no respondió directamente. Siguió el baile de
las llamas y pareció pensar largamente una respuesta.
"Puede que ahora te suene a mierda, pero realmente lo sentí así".
Tuvimos que reírnos.
"No, de verdad. Está bamos juntos en la mierda... Es entonces
cuando hay que ayudarse mutuamente".
"El momento perfecto para brindar", continué. Les lancé a todos
una lata de limonada, que los cazadores habían escondido en
grandes cantidades.
"¡Salud!", gritamos a coro, dejando que la bebida corriera por
nuestras gargantas con fruició n. ¡Por fin algo azucarado de nuevo,
por fin algo con sabor! ¡Qué bien sienta!
"¿Qué les pasó realmente a Jim y Chris?", preguntó Julia. "¿Siguieron
andando?"
Nico se golpeó la cabeza con el dedo. "Está n completamente gagá ,
ahora de verdad. Estuvieron todo el rato delirando sobre su Larc.
Incluso cuando les dije que teníamos que dar la vuelta, les importó
un bledo. Gracias a ellos se me ocurrió la idea".
"Bueno -Sonny se encogió de hombros-, supongo que está bamos
aú n mejor antes de que esos dos tipos volvieran a aparecer. A veces
má s es só lo menos..."
A veces má s es só lo menos.
Esta frase se repetía como un eco en mi cabeza.
Má s es menos.
Mis pensamientos iban a toda velocidad.
Cuando algo parece má s al principio, pero luego resulta ser menos.
De repente, ¡lo tenía! ¡El destello de la inspiració n!
Emocionada por ver si tenía razó n, le pedí a Juliá n que me diera su
mó vil, ya que era el ú nico que aú n tenía batería.
"¿Para qué lo quieres?", me preguntó , irritado. Como no era de las
que se enfadan, desconecté el modo avió n, pasé el dedo de un lado a
otro varias veces y empecé a sonreír triunfalmente.
"¿Qué te pasa?", preguntó Luca. Todos los del círculo me miraron
como si fuera un extraterrestre.
"A veces má s es menos", cité a Sonny, señ alando el mó vil.
"Só lo en las películas todo el mundo se queda de repente sin red. Un
completo disparate. Sobre todo cuando este viejo teléfono mó vil de
aquí -señ alé el teléfono de los hombres- tiene cobertura".
Nadie entendió lo que quería decir.
"Lo que digo es que en realidad teníamos recepció n, todo el
tiempo". Levanté el teléfono de Julian y, efectivamente, él también
tenía dos barras.
"¿Y eso por qué?" Lisa ya no entendía el mundo.
"Muy sencillo. Nuestro querido Ralf no era el inocente conductor de
autobú s que algunos de nosotros seguimos pensando que es. Quería
que no nos recibieran". Luki, Moritz, Fitti y todos los demá s me
miraron con expresió n seria.
"Acabo de desinstalar la aplicació n WLAN bus en el mó vil de Julian
a modo de prueba. Y tal como pensaba: bloqueaba la recepció n. La
aplicació n debía contener un có digo que bloqueaba la recepció n. Y
por supuesto todos no nos dimos cuenta, porque había internet en el
autobú s. Y podía estar seguro de que cada uno de nosotros iría a por
wifi gratis: cada uno de nosotros se descargó la aplicació n".
Aú n así, todos me miraron, ató nitos.
"¿Está s diciendo...", pensó agudamente Denise, "... que podríamos
haber estado pidiendo ayuda todo este tiempo sin saberlo?".
Asentí. "Correcto".
"Entonces eso debe significar que realmente había un plan detrá s
de esto. El conductor del autobú s nos abandonó a propó sito, ¡lo supe
desde el principio!". Luca sacudió la cabeza con incredulidad.
"Pero si el conductor del autobú s nos abandonó a propó sito y
nuestros teléfonos mó viles fueron manipulados, entonces eso
tendría que significar...", Marcel no se atrevió a terminar la frase.
"Entonces eso significaría que YouTube quiere deshacerse de
nosotros, si la invitació n procedía realmente de ellos".
En ese momento empezamos a oír el ruido de los rotores, que esta
vez só lo se detuvo cuando los helicó pteros aterrizaron delante de la
cabañ a. Uno a uno nos desplegamos en los dos helicó pteros, los dos
hombres fueron esposados por el grupo operativo de la policía. Y
unos instantes después despegamos, desapareciendo de aquí para
siempre. No era só lo la brisa fría que entraba por las puertas y
ventanas agujereadas del helicó ptero lo que me producía
escalofríos. También eran los pensamientos de ser libre por fin, de
alejarme por fin de este lugar. Encontraron a Fitti, nadie resultó
herido de gravedad. Aú n no había rastro de Larc y Alicia, Chris y Jim
probablemente estuvieran caminando por el sendero del bosque.
Pero con un poco de suerte encontraríamos a cada uno de ellos, ellos
encontrarían -miré a los policías que tenía enfrente- a cada uno de
ellos. Ahora volvíamos a tener todas las opciones.
Volví a mirar los á rboles cada vez má s pequeñ os que había bajo
nosotros. Vi la cabañ a, el bosque, el lago y pronto incluso el autobú s.
Seguía estando solo y perdido en su sitio. Todo parecía pequeñ o,
discreto e inofensivo. Como una pesadilla enmarañ ada de la que por
fin se despertaba.
veintiseis
Berlín
15 de octubre
Desperté de mis ensoñ aciones y vi a un niñ o regordete con una
cartera de colores en la espalda, tocá ndome la cadera y pidiéndome
una foto.
Está bamos en la línea de autobú s 246 en direcció n a
Hermannstrasse. Aunque era extremadamente fiable y era la
conexió n má s rá pida desde mi apartamento al espacio de YouTube,
lamentablemente también conducía a casi todas las escuelas de la
zona, por lo que podíamos tomarnos selfies con alumnos de quinto
grado emocionados cada segundo.
"Son una linda pareja", dijo un chico que parecía
sorprendentemente familiar. Solo cuando salí me di cuenta de que
debía ser el chico del helado de chocolate en la reunió n del pú blico
en el Mall de Berlín hace unas semanas. Pensé en este evento loco
con una sonrisa.
Cuando el autobú s finalmente se detuvo en nuestra parada deseada,
tomé la mano de Denise y caminé hacia Luki y Fitti, quienes ya nos
estaban esperando en la entrada del espacio de YouTube.
YouTube Space era el punto de contacto alemá n para la plataforma:
los empleados de YouTube trabajaban aquí, había estudios de cine
que los creadores podían usar, y allí se organizaban talleres y
eventos con regularidad.
O incluso reuniones de crisis, como hoy.

"Ahí está s por fin", dijo Luki, molesto. Me disculpo por nuestro
retraso.
"Denise siempre tarda añ os en arreglarse en el bañ o" Nos reímos,
Denise me dio una cariñ osa palmada en la nuca.
"¿Ya está n todos aquí?" Pregunté.
Fitti asintió con entusiasmo. 'Sí, realmente todos. Incluso Larc es
má s puntual que tú .
“¿Y Alicia?” Denise miró interrogativamente a Fitti.
“Alicia también. Nos está n esperando arriba".
Con estas palabras cerramos nuestra ronda de charlas y entramos al
recinto. Algunos autos estaban estacionados en el patio delantero en
este fresco día de otoñ o. Pasamos junto a ellos y entramos en un
gran edificio de color rojo.
Un pasillo y dos escaleras má s adelante nos encontramos frente a
una puerta blanca con la inscripció n "YouTube-Space". Llamamos
con impaciencia hasta que la nerviosa recepcionista abrió la puerta
y nos hizo pasar a una sala de conferencias. Antes de que
pudiéramos entrar en la habitació n, bloqueó nuestro camino.
»Una pregunta rá pida má s.« La mujer obviamente estaba
emocionada de conocernos, »Ya sé toda su historia, se corrió la voz
rá pidamente. Pero lo que no puedo sacar de mi cabeza: ¿Qué pasó
con los dos cazadores ahora?"
Tuve que reírme entre dientes, preguntá ndome si realmente le
importaba o solo quería una oportunidad para pasar unos segundos
má s con nosotros.
"Está n tras las rejas ahora, durante mucho tiempo", respondí. “Ya
eran conocidos por la policía. Los atrapamos y ahora finalmente
está n recibiendo su castigo. Robaron grandes cantidades de pieles
para un cliente ruso porque pagó mucho dinero por ellas. Ahora eso
es un final".
No pude reprimir una sonrisa triunfante. La amable dama me miró
en silencio durante unos segundos má s antes de darse cuenta de que
era hora de que se despidiera. Ella nos dio un breve asentimiento y
abrió la puerta.

Rá pidamente busqué un asiento libre y me quité la chaqueta, lo que


inteligentemente debería haber hecho antes de sentarme.
Cuando finalmente me quité la chaqueta como un pollo torpe, miré
alrededor del grupo.
De hecho, todos estaban allí. Marcel y Sonny se sentaron frente a mí,
junto a Julian y Luca. Larc y sus dos amigos Chris y Jim estaban
sentados al otro lado de la mesa, jugando a las cartas.
A mi lado estaba sentado un alegre Moritz, que estaba casi en el
regazo de Lisa, estaban sentados tan juntos. La había conocido casi
al mismo tiempo que Denise y yo, casi justo después de que
volá ramos de regreso a Berlín desde Gotemburgo, una hermosa
ciudad sueca.
Después de nuestro rescate, pasamos tres días má s en Suecia hasta
que se aclaró la situació n y el equipo de YouTube nos reservó
boletos de regreso a Alemania. Antes de eso, sin embargo, cada uno
de nosotros recibió una fuerte infusió n de glucosa en el hospital
porque teníamos una hipoglucemia aguda, a pesar de la deliciosa
limonada, que luego resultó ser sin azú car.
Fitti incluso tuvo que tomar medicamentos para su infecció n viral,
que afortunadamente se retiró de su cuerpo después de unos pocos
días.
Todos fuimos revisados minuciosamente en busca de garrapatas y
otros pará sitos. Pero se volvió realmente loco cuando finalmente
todos nos encontramos de nuevo en el hospital...

La solución de azúcar que había sido bombeada en mi torrente


sanguíneo la noche anterior hizo el resto, aparte del hecho de que me
había despertado en una cama real, y convirtió esta mañana en una
de las más hermosas que podía recordar.
Justo ayer me desperté en un bosque, pensé, y dejé que el pequeño
croissant de mantequilla que parecía darse a todos los pacientes en
este hospital por la mañana se derritiera en mi boca con media
tonelada de mermelada.
De repente llamaron a mi –nuestra– puerta. Luki, Moritz, Marcel y
Sonny estaban en la habitación conmigo. Los doctores habían pensado
que era mejor mantenernos en el hospital esa noche con fines de
investigación.
Como no teníamos otra alternativa de todos modos y ya no
desperdiciamos ningún pensamiento de que el campamento del
Creador todavía podría estar esperándonos en la profundidad del
bosque, aceptamos felizmente y nos dividimos en diferentes
habitaciones. Esa misma noche, un grupo de trabajo más grande, con
reflectores y reflectores que, al menos, así lo describió el oficial a
cargo, haría que cualquier estadio de fútbol envidiara, volaría de
regreso al bosque y buscaría a Chris y Jim.
Solo después de los dos, porque en realidad eran los únicos que
seguían desaparecidos.
Para nuestra gran sorpresa, Alicia y Larc ya estaban esperando
nuestra llegada al hospital. Las felices coincidencias y los
malentendidos explosivos que nos contaron eran casi demasiado locos
para creerlos realmente. En pocas palabras, se podría resumir así:
Larc, que junto con Chris y Jim ya se habían ido el primer día para
caminar de regreso por donde habíamos tomado el autobús, tuvo más
suerte que sus dos compañeros desaparecidos y pudo seguir su ruta
sin perderse seriamente. Después de dos noches, casi quería darse por
vencido, según su relato, finalmente había llegado a un pequeño
campo con una choza. La familia del granjero que vive allí lo acogió
con cariño y consiguió ayuda. Larc -al principio no queríamos creerle-
inmediatamente hizo campaña para que nos enviaran un equipo de
rescate en primer lugar para sacarnos del apuro. Pero -y ahora se está
volviendo loco- el helicóptero, que fue enviado a buscarnos a petición
suya, descubrió -a pocos kilómetros de nosotros- otra persona
desaparecida: Alicia.
Ella, según recuerdo, se bajó del autobús la noche anterior y caminó
en una dirección al azar porque, en sus propias palabras, "no
podíamos soportarlo más".

"¿Por qué diablos no les dijiste que enviaran más escuadrones a


buscarnos?" Eso fue lo primero que Lisa le preguntó a la intimidada
Alicia cuando la vieron anoche en el hospital.
Ella admitió dócilmente que no podía hablar inglés porque salió
temprano de la escuela y que se sentía demasiado incómoda
aclarando el malentendido.
Daba la impresión de que realmente creía que la molestia de
abandonar a tantas otras personas en el bosque estaba justificada.
En cualquier caso, hasta que pedimos ayuda a última hora de la tarde,
el grupo de trabajo asumió que no faltaba nadie excepto Larc y ella.

De nuevo llamaron a nuestra puerta.


"Ya dije que SÍ", respondió Marcel.
"Ellos no hablan alemán, mono" Sonny estaba a punto de levantarse
para abrir la puerta cuando se abrió por sí sola.
Jim y Chris entraron en la habitación.
»¡Oh, qué!« Luki estaba asombrado y se me cayó un peso del corazón,
a pesar de que me había metido en una pelea con Jim el día anterior.
En cualquier caso, caminó hacia mí sin decir una palabra y me tendió
la mano.
'Lo siento. Decepcionarte fue realmente desagradable. Gracias por
enviar a alguien más a buscarnos". La manera apagada le sentaba
bien.
"Sin estrés", dije, descartando su disculpa, "todos solo queríamos
salir". Le sonreí y él asintió, eventualmente saliendo de la habitación
de nuevo.
"¿Alguien tiene mermelada de fresa?" Escuché a Luki preguntar
mientras mis pensamientos ya estaban en otra parte, concretamente
en casa.

Dos días después fuimos recibidos con gran entusiasmo por


nuestros amigos y familiares en el aeropuerto de Berlín-Tegel. A
pesar de que solo estuvimos tres días fuera del radar de todos los
que se preocupaban por nosotros, eso fue suficiente tiempo para
comenzar a preocuparnos mucho. La reunió n en la puerta de llegada
del aeropuerto fue igualmente emotiva.
El mismo día decidimos reunirnos nuevamente en dos semanas para
aclarar la situació n y hablar con la persona de contacto
correspondiente de YouTube. Con aquellas personas que tal vez
puedan darnos respuesta a todas nuestras preguntas.
Y es por eso que estuvimos aquí hoy. Todos.
Luki, Fitti, Denise, Moritz, Lisa, Larc, Jim y Chris. Al otro lado de la
mesa Marcel, Sonny, Luca, Julian, Nico, Alicia y Julia.
Todos habíamos sobrevivido ilesos a la aventura, pero todos
sabíamos que esto no debía darse por sentado. Un paso en falso, un
giro equivocado o una decisió n equivocada podrían haberlo
cambiado todo, y aú n podríamos estar en el autobú s, en el bosque o
en esa horrible cabañ a.

La decadencia otoñ al ahora era claramente perceptible, las hojas del


gran roble en el patio delantero, que limitaba la vista desde la
ventana, eran de color amarillo rojizo. Pronto vendrían sus días y
caerían teatralmente al suelo, convirtiéndose finalmente en uno con
la tierra. Este otoñ o fue má s frío que en añ os anteriores, y desde
hace mucho ya no se podía hablar de temperaturas de finales de
verano, pero había que reconocer que los jerséis y los vaqueros
largos eran la equipació n bá sica necesaria si se quería salir de casa
durante mucho tiempo. .
En el espacio de YouTube, obviamente se había tomado la decisió n
de no ajustar la calefacció n a las temperaturas.
Así que esperamos en una sala de conferencias que estaba
demasiado fría, hasta que finalmente el Dr. Maria Lee, como entendí
por la firma de su correo electró nico, entró en la habitació n con su
colega. El nombre de su colega era Alexander Schwartz. Ya lo había
conocido en un evento de medios digitales hace unos añ os.
Señ orita Dra. Maria Lee tenía cabello largo y oscuro y, a juzgar por
su nombre, parecía tener raíces asiá ticas. Llevaba un vestido
elegante, ceñ ido y tacones altos. Su lá piz labial rojo brillante era una
clara indicació n de que tendría otra cita después de que nos
conociéramos.
Alexander Schwartz, por otro lado, vestía de forma má s sencilla. Ni
sus pantalones de pana marró n ni su camiseta sin mangas beige con
la camiseta blanca debajo sugerían un gusto por la moda
particularmente inusual.
Su supervisor asintió y nos ofreció agua y espéculoos, que estaba a
temperatura ambiente pero no encajaba en este mes calendario.

“Gracias a todos por estar aquí.” Miró a su alrededor con alegría


pero con atenció n.
»Mi nombre es María y he estado trabajando como HoD, es decir,
Jefa de Desarrollo, durante varios añ os. Mi departamento se ocupa
del desarrollo inteligente del algoritmo de YouTube, con el que
todos deberían estar familiarizados, ¿verdad?
Un poco desconcertados, todo el grupo asintió .
Todos los youtubers conocían el algoritmo. Nadie pensó que fuera
bueno, y si somos honestos: no se trataba de conocerlo realmente.
Nadie sabía có mo funcionaba: era má s bien una especie de ser
intocable detrá s de la plataforma de video que determinaba si sus
videos tenían muchas o pocas vistas, si su canal de YouTube estaba
bien o mal clasificado y si lo estaría en un futuro cercano. contar con
mucho o menos crecimiento.
Oficialmente, como dijo el boletín de YouTube hace algú n tiempo, el
algoritmo era solo una estructura compleja que constaba de muchos
nú meros y có digo. Programado para estimar siempre de manera
correcta y precisa lo que le gustaría ver al espectador de un video de
YouTube a continuació n, qué contenido debería ser interesante y
qué canales deberían ser emocionantes.
En resumen, sin embargo, quería lograr una cosa sobre todo: ganar
má s usuarios para la plataforma, que cada uno consuma má s videos
y así ayudar a YouTube a obtener aú n má s clics, lo que, desde un
punto de vista econó mico, representó el factor má s importante. para
YouTube.
Y seamos honestos: debido a toda la competencia y el ambiente
hostil entre los YouTubers, uno u otro espectador saltó hace mucho
tiempo y se perdieron los clics.

“Y este es Alexander.” María le dio a su colega una palmada amistosa


en el hombro. Asintió brevemente y luego se dio cuenta de que
también se esperaba una presentació n de él.
“Eh, cierto. Mi nombre es Alexander y, um, soy un desarrollador
técnico y... um".
"Alexander es responsable de la implementació n técnica directa de
nuestras ideas y conceptos", agregó María a su colega visiblemente
nervioso.
"¿Tienes alguna pregunta sobre eso?"
Miraron a su alrededor expectantes.
Pampy Nico tomó la palabra: »Disculpe, sí. Tengo una pregunta.
¿Sabes por qué estamos aquí?".
María se aclaró la garganta con fuerza y se pasó una mano por el
pelo.
“Por supuesto, entiendo por qué está n todos aquí. Y sé que te
mueres por que respondan tus preguntas, pero..."
"¡Entonces dinos por qué no terminamos en un campamento de
creadores, sino en medio del bosque!" Luca miró fijamente a María.
Aunque parecía tensa, parecía tener el nerviosismo bajo control
mucho mejor que su colega.
"Lamentamos sinceramente lo que te sucedió . Cometimos el error
de no comprobar suficientemente la seriedad de la empresa de
autobuses. Hasta el día de hoy no sabemos quién era el conductor
del autobú s y dó nde te quería llevar..."
Silencio. Miré a mi alrededor confundido. ¿Esa debería ser la
explicació n de todo lo que nos había pasado en esos días?
“Como dije antes, lo sentimos mucho. Por supuesto que
arreglaremos las cosas de alguna manera”. María nos miró
fijamente, esperando que alguien dijera que eso lo explicaba todo.
Pero no fue así. Ralf, o cualquiera que sea su verdadero nombre,
¿debería ser el culpable de todo?
"¡No puedes culpar al conductor del autobú s por todo ahora!" Julia
expresó mis pensamientos.
Marcel continuó sondeando; "¿Así que el campamento de creadores
en Suecia realmente existe?"
La pobre María, obviamente no preparada para esta avalancha de
preguntas, tuvo que tragar saliva hasta que tuvo una respuesta.
“Correcto, Creator Camp es real, en – eh. ¿Alejandro?"
Alejandro no pudo responder. Las comisuras de su boca estaban
extrañ amente deformadas y sus labios temblaban.
"No puedo hacer esto", tartamudeó , tratando de servirse agua, pero
derramó má s de la mitad.
"¿Qué pasa con él?", Sonny quería levantarse, pero María le hizo
señ as con confianza.
"¡Alexander, contró late!", espetó ella.
Pero Alexander ya no podía controlarse, al parecer. Había perdido el
control de sí mismo, no parecía saber lo que estaba haciendo o
diciendo.
"¡Debemos decirles!"
La habitació n se electrificó de repente, todos escuchaban las
palabras de Alexander con la mayor tensió n.
"¡Que es mi culpa, MI culpa!"
María sostuvo su mano frente a la boca de Alexander.
“Sabes, Alexander tiene una enfermedad mental. É l no sabe lo que
está haciendo. Como ya se dijo: la empresa de autobuses no fue
revisada lo suficientemente a fondo y ya estamos investigando de
qué se trata. Estamos muy cerca, entonces incluso obtendrá s una
compensació n, estoy seguro." Pero nadie quería escuchar esas
ú ltimas palabras, Luca hacía mucho tiempo que tomó su teléfono
celular y llamó a la policía.
Unas horas má s tarde, el inspector jefe de Berlín, Karl-Heinz Kuhn,
confirmó nuestras sospechas de que todo lo que nos pasó no sucedió
por accidente. dr. Maria Lee y Alexander Schwartz habían confesado.

“Ahora su plan de mierda sigue funcionando”, dijo Luki, riendo,


mientras usaba una aplicació n mó vil para pedir un taxi que lo
recogería del espacio de YouTube en unos minutos.
Denise y yo esperamos nuestro autobú s, afortunadamente la escuela
había terminado hacía mucho tiempo, mientras que los demá s, que
se habían quedado en el espacio de YouTube hasta que llegó la
policía, esperaban su taxi.
"¿Si y? Bá sicamente, la idea tampoco era mala. La forma en que lo
implementaron simplemente no funciona.«
Luki me asintió : »Sí, así es. ¡Yo también estoy deseando que llegue!
¡Solo dos semanas en Chile! ¡Simplemente camine, grabe videos,
experimente aventuras!«
Todo el grupo asintió sincró nicamente. Continué: »Especialmente
simplemente en una constelació n tan fresca. ¿Quién diría que tantos
de nosotros alguna vez formaríamos un equipo?
Miré a mi alrededor, le sonreí a Denise porque ella estaba haciendo
lo mismo. Miré a Luki, Moritz y Fitti, quienes asintieron con orgullo.
Nico, Luca, Julia, Marcel, Sonny, Lisa y Julian también me miraron
con ojos brillantes.
Hace apenas unas semanas habíamos vivido juntos tres días que no
olvidaríamos en nuestra vida.
Esta vez fue la aventura perfecta, con todo lo que la acompañ ó :
altibajos, peligro y seguridad, descubrimiento y oscuridad, miedo y
alegría, lá grimas y sudor, hambre y sed. Y sobre todo sin conexió n
con el mundo exterior, sin conexió n a la red de telefonía mó vil ni a
Internet. Pero con otra conexió n inviolablemente mejor: la de la
amistad.
epilogo
Berlina
Madrugada de. Septiembre
La molesta y monó tona vibració n de su nuevo teléfono inteligente
desgarró a la Dra.
Maria Lee fuera del sueñ o.
Soñ ando, buscó a tientas sus anteojos en la pequeñ a mesita de noche
junto a su cama y primero tiró una botella de agua medio llena antes
de que finalmente encontrara lo que estaba buscando y se puso los
anteojos en la punta de la nariz incluso antes de encender la llave.
interruptor de luz
"¿Qué?", respondió de mal humor, molesta por tener que lidiar con
su colega Alexander Schwartz en medio de la noche.
»María, ¡hay una gran noticia! ¡El algoritmo ha desarrollado su
primera solució n de sistema!«
Los ojos de María se agrandaron.
"¿Para qué? ¿Un anuncio mejor?
Sin poder verlo, sintió que Alexander sacudía la cabeza.
"¡No! Pero la animosidad, el odio, la negativa a la promoció n y el
apoyo cruzados entre los YouTubers. ¡Esto llegará a su fin ahora!
¿Debo dar permiso al algoritmo para iniciar una ejecució n de
prueba?"
"¡Una cosa a la vez!" María se frotó los ojos y se sorprendió al ver lo
amable que Sandman había sido para ella esa noche.
"¿Có mo se supone que funciona eso? ¿El algoritmo ahora le hablará
bien a la gente? ¡Yo puedo hacer eso también!"
Estilo corto e.
"¡No, tonterías! ¡Es el programa, el có digo, el algoritmo que lo hace
por nosotros! Maria, solo tenemos que dar autorizació n. Programé el
sistema para cuatro añ os, obtendremos el doble, no, el triple del
salario en YouTube. ¡Y piense en el pago de la prima! ¡Lo hicimos!"
Los pensamientos de María habían estado durante mucho tiempo en
Markus, su nuevo amante. Ademá s, su nueva propiedad en
Bolnuevo, un idílico pueblecito de la provincia españ ola de Murcia,
no la financiaría cualquiera.
“Alex, solo dime có mo funciona. Entonces te daré la oportunidad.
¿Qué sugiere el algoritmo?
Alexander Schwartz se tomó un tiempo antes de responder a su
pregunta. No entendía nada, la red de telefonía celular no había sido
confiable en su apartamento durante semanas, y era la mitad de la
noche, no podría concentrarse hasta después de un café y un
ibuprofeno.
Entendió algo de un correo electró nico generado automá ticamente a
algunos YouTubers que obviamente no tenían una buena conexió n,
un conductor de autobú s que había sido comprado, una aplicació n
WiFi transcodificada y una parada en medio del bosque que se
suponía que debía parecerse a un accidente.
"¿Y cuá l es el punto de eso?"
¡María, eso es lo má s humano del mundo! Problemas comunes,
miedos y preocupaciones. ¡Que une, une! Al igual que con
los Boy Scouts. ¡El algoritmo ha analizado el comportamiento de la
forma de vida humana en detalle, tal como lo programé!«
Su colega aú n no estaba convencido. "Sí, ¿qué sigue?"
“Simplemente recogeremos a los niñ os después de cuatro días, no
les pasará nada en el bosque. Y después de eso son aliados, amigos,
¡te lo garantizo! Volverían a viajar voluntariamente, volverían a
grabar videos juntos, y eso significa má s clics, má s ventas.
¡Este plan es perfecto!”
María sonrió , tomó un sorbo de agua y volvió a pasarse los dedos
por el cabello oscuro.
"Aprobado. Deje que el algoritmo envíe los correos electró nicos".
María desconectó y puso el teléfono en modo avió n. Tomó otro
sorbo de agua y finalmente se recostó contenta en su có moda cama
con somier. En unas pocas horas, creadores como Jonas Ems
recibirían una invitació n a un campamento de creadores que ni
siquiera existía.
FIN

Hey guys,
Thank you for reading this book till the end. I hope that you
enjoyed it so far and are ready for the next one produced by the
same author. If so, check out my profile to find several books in
espanol. I also would like to thank anyone leaving comments
and love here, happily awaiting new chapters - although I don't
really have an uploading schedule and it can take weeks
sometimes until a new chapter was uploaded. I also now have a
new MacBook because my old one sucked, so hopefully in the
future I can upload more frequently here.

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