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MOVIMIENTOS LITERARIOS
A. Escribe los aspectos relevantes (Cédula literaria, tema central, denuncia social) de las obras:
Ilíada Popol Vuh Mío Cid
BIOGRAFÍAS
Escribe aspectos relevantes de la vida y obra de:
Horacio Quiroga
Llegó al valle después de una jornada, en el primer dibujo de la tarde, a la hora en que volvían los rebaños,
conversando a los pastores, que contestaban monosilábicamente a sus preguntas, extrañados, como ante
una aparición, de su túnica verde y su barba rosada. En la ciudad se dirigió a Poniente. Hombres y mujeres
rodeaban las pilas públicas. El agua sonaba a besos al ir llenando los cántaros. Y guiado por las sombras, en
el barrio de los mercaderes encontró la parte de su alma vendida por el Camino Negro al Mercader de Joyas
sin precio. La guardaba en el fondo de una caja de cristal con cerradores de oro. Sin perder tiempo se acercó
al Mercader, que en un rincón fumaba, a ofrecerle por ella cien arrobas de perlas. El Mercader sonrió de la
locura del Maestro. ¿Cien arrobas de perlas? ¡No, sus joyas no tenían precio! El Maestro aumentó la oferta.
Los mercaderes se niegan hasta llenar su tanto. Le daría esmeraldas, grandes como maíces, de cien en cien
almudes, hasta formar un lago de esmeraldas.
“Llegó a la conclusión que aquel hijo (el coronel Aureliano Buendía) por quien ella (Úrsula Iguarán)
habría dado la vida, era simplemente un hombre incapacitado para el amor. Una noche, cuando lo
tenía en el vientre, lo oyó llorar. Fue un lamento tan definido, que José Arcadio Buendía despertó a
su lado y se alegró con la idea de que el niño iba a ser ventrílocuo. Otras personas pronosticaron
que sería adivino. Ella, en cambio, se estremeció con la certidumbre de que aquel bramido profundo
era un primer indicio de la temible cola de cerdo. Pero la lucidez de la decrepitud le permitió ver, y
así lo repitió muchas veces, que el llanto de los niños en el vientre de la madre no es anuncio de
ventriloquia ni facultad adivinatoria, sino una señal inequívoca de incapacidad para el amor”.
Ya estaba tendido en la gramilla, acostado sobre el lado derecho, tal como él quería. La boca, que acababa
de abrírsele en toda su extensión, acababa también de cerrarse. Estaba como hubiera deseado estar, las
rodillas dobladas y la mano izquierda sobre el pecho. Sólo que tras el antebrazo, e inmediatamente por debajo
del cinto, surgían de su camisa el puño y la mitad de la hoja del machete, pero el resto no se veía. El hombre
intentó mover la cabeza en vano. Echó una mirada de reojo a la empuñadura del machete, húmeda aún del
sudor de su mano. Apreció mentalmente la extensión y la trayectoria del machete dentro de su vientre, y
adquirió fría, matemática e inexorable, la seguridad de que acababa de llegar al término de su existencia.