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Estudiaba en una
escuela para invidentes en París, donde por las mañanas aprendía gramática,
geografía, historia, aritmética y música, y por las tardes comercio. Pero en
1820 el único sistema que tenían los ciegos para leer era usando sus dedos
para reconocer las formas de las letras en relieve de casi un centímetro de
grosor. Era un proceso laborioso: las letras eran fáciles de confundir y tan
grandes que sólo cabían unas pocas en una página. Había muy pocos libros de
este tipo porque resultaban muy caros de fabricar. Pero Louis aprendió un
sistema con puntos en relieve que era utilizado por los soldados para enviar
mensajes en la oscuridad. Muy a su pesar, se dio cuenta de que este sistema
era lento y rudimentario y tan complicado que algunas palabras requerían casi
cien puntos. Sin embargo, Louis estaba decidido. Durante tres años pasó todo
su tiempo libre aprendiendo este sistema, utilizando un afilado punzón para
percibir los puntos en relieve sobre el grueso y pesado papel. Nada parecía
funcionar. De pronto, un día tuvo una inspiración. Decidió pasar de un sistema
basado en los sonidos del lenguaje a otro basado en el alfabeto.
Aunque los niños y niñas mayores pueden percibir más allá de los pequeños
cambios en la apariencia externa y su pensamiento ya no se encuentra
encerrado en un solo aspecto del problema, siguen estando básicamente
limitados a pensar sobre lo que es. En cambio, los adolescentes pueden pensar
en posibles consecuencias antes de que sucedan o en situaciones que no han
ocurrido nunca. Puesto que no están limitados por las barreras de su propia
experiencia, pueden imaginar otras formas de organizar el mundo y su
sociedad. Pueden preguntar “¿y qué pasaría si...?” : ¿Qué pasaría si fuera tan
fácil de tratar como Sandy? ¿Qué pasaría si la gente viviera siempre? ¿Qué
pasaría si se acabara el petróleo en el mundo? ¿Qué hubiera pasado si la
Confederación hubiera ganado la guerra? Luego pueden pensar en las
implicaciones de tales posibilidades de un modo sistemático. Por supuesto,
muchos niños y niñas tienen una vívida imaginación, pero enfocan los
problemas justo al revés. En lugar de ver la realidad como una porción de un
mundo de posibilidades mucho más amplio, como hacen los adolescentes,
empiezan aferrándose con firmeza a la realidad. Sólo a partir de ahí pueden
pasar a otras opciones, con cautela y de un modo inconsistente, de sus
fundamentos seguros a la posibilidad (Flavell, 1985).
El pensamiento abstracto
Según él, puede beberse dos cajas de seis cervezas sin emborracharse,
conducir sin carnet o sin haber aprendido a hacerlo, volar sin alas.
Probablemente también cree que puede fumar, esnifar, inhalar, tragar o
inyectarse cualquier substancia sin tomar una sobredosis o hacerse adicto sin
perder el control... Su respuesta a todo es: ¡Ya lo sé, ya lo sé!» (Krash, 1987,
pág 23).
Entre los niños a quienes Piaget e Inhelder hicieron pruebas, sólo los de 14 y 15
años pudieron resolver los problemas por sí mismos. Los más jóvenes, que
aparentemente se encontraban en la etapa preoperacional, no abordaban el
problema de modo sistemático. No podían variar los factores por separado y
ninguna de las pruebas podía convencerlos de que su propio empuje inicial no
tenía relación alguna con la velocidad del péndulo. Los que se encontraban
entre los 8 y 13 años, aparentemente en la etapa operacional concreta,
variaron algunos factores pero les resultó difícil excluir alguno. Descubrieron
que la longitud del cordel tenía algo que ver con la respuesta pero no
comprendieron que ése era el único factor. Los de 14 y 15 años, que se
encontraban en el período operacional formal, previeron todas las posibles
combinaciones, las probaron experimentalmente y dedujeron que era la
longitud del cordel lo que influía en la velocidad del péndulo y que todos los
otros factores eran irrelevantes.
COGNICIÓN SOCIAL
Ese mismo giro de lo concreto a lo abstracto es lo que les permite emplear los
principios morales y políticos sobre los temas sociales. Cuando a escolares de
11 años se les pide que juzguen algún tema social, puede que con mucha
«labia» pronuncien alguna frase como «libertad de religión» o « el poder para
el pueblo», pero los sondeos muestran que no entienden los principios. Un
joven de 12 años que aboga por la «libertad de expresión», por ejemplo, puede
que exija el encarcelamiento de algún personaje impopular, o alguno que diga
«el poder para el pueblo» puede continuar con un comentario como «que el
más inteligente es el que ha de tomar las decisiones». Al cabo de unos tres
años, la mayoría de estos muchachos serán capaces de comprender los
principios sociales básicos y entender su aplicación.
Los estudios indican que la conciencia y comprensión de los jóvenes sobre los
detalles del mundo laboral de los adultos aumentan gradualmente entre los 12
y 18 años, pero es la expansión de la experiencia social más que el
razonamiento lógico la que parece ser responsable de tal desarrollo (Santili y
Furth, 1987). La percepción de las cualidades requeridas para tener empleos
con éxito cambiaron de la forma esperada, los de 12 años se centraban en las
habilidades profesionales (experiencia laboral, formación) y los de 18 en los
rasgos personales (cooperador, digno de confianza y amistoso). Los
adolescentes más jóvenes tendían a dar explicaciones únicas, globales y a
veces inocentes, que indicaban que tenían un conocimiento general de una
habilidad o rasgo específico, pero no comprendían la relación entre esa
habilidad o rasgo y el rendimiento laboral. Por ejemplo, preguntamos a un
muchacho de 15 años por qué creía que la responsabilidad era importante y
respondió que los trabajadores debían ser responsables en su trabajo. Los
adolescentes más mayores tendían a ser más específicos y a dar múltiples
explicaciones, como el joven de 17 años que dijo que tener confianza en uno
mismo era importante, «porque si una persona no cree en sí misma o en sus
habilidades, no puede trabajar bien, no se preocupa por su trabajo» (Santili y
Furth, 1987, pág. 38). Este aumento de respuestas avanzadas relacionadas con
la edad tenía lugar tanto si los adolescentes mostraban habilidad en
razonamiento lógico como si no.
Cuando se les preguntó sobre las causas generales del desempleo, la mayoría
(66 por 100) se centró en los problemas económicos globales, como la
inflación, la competencia extranjera o el aumento de la tecnología, en vez de
en causas individuales, como la pereza o la falta de estudios o formación (que
sólo mencionó el 19 por 100). Un 15 por 100 dio respuestas combinadas que
ponían el mismo énfasis en la sociedad y en el individuo. No había diferencia
de edades en las descripciones del desempleo, pero una vez más las
explicaciones de los más jóvenes mostraban una cierta concienciación, sin
llegar a la comprensión de los más adultos. Una respuesta típica de un joven
de 15 años era que el desempleo tiene lugar «porque no hay trabajos»,
mientras que uno de 17 dijo «los avances tecnológicos (ya no) proporcionan
trabajo. (La gente) no está bastante preparada para los trabajos» (Santili y
Furth, 1987, pág. 42). Las explicaciones sobre los efectos del desempleo tenían
una misma tendencia, de un conocimiento global sobre los efectos que
produce, a una comprensión sobre cómo esa situación cambia las condiciones
materiales y las conductas de las personas. Sin embargo, esta vez el
razonamiento lógico estaba relacionado con la comprensión. Los que carecían
de este tipo de razonamiento tenían poco entendimiento, independientemente
de su edad. Pero el razonamiento lógico sin la experiencia no servía de mucho;
los de 12 años que razonaban con lógica eran incapaces de explicar sus
respuestas. Aparentemente, el razonamiento lógico es necesario, pero no basta
para el desarrollo de la comprensión.
LA INTELIGENCIA PRÁCTICA
Las estrategias que usan los adolescentes para afrontar los problemas de la
vida empiezan a desarrollarse en la etapa preescolar. Entre los de clase media,
su habilidad para retrasar la gratificación cuando tenían 4 años estaba
relacionada con la de afrontar la frustración y el estrés a los 14 (Shoda, Mischel
y Peake, 1990). Los preescolares que resistían con éxito la tentación de los
deliciosos dulces que se les estaba mostrando (cogiendo un solo dulce cuando
se les decía, para poder conseguir dos posteriormente) se convirtieron en
adolescentes con gran capacidad de control y un buen afrontamiento de las
situaciones frustrantes. Diez años más tarde de haber sabido resistir la
tentación, estos jóvenes eran calificados por sus padres como atentos,
inteligentes, capaces de concentrarse, de resistir la tentación y esperar por las
cosas que desean, con pocas probabilidades de que se desmoronen en
situaciones de presión o pierdan el control cuando se sienten frustrados y con
facilidad para ser previsores. Los preescolares que no habían podido aguantar
la tentación de los dulces se convirtieron en adolescentes cuyos padres les
daban una calificación mucho más baja en todas estas facetas.
Planificar el futuro
El futuro todavía está algo dudoso. Aún me queda un año de instituto. Voy a
tomármelo con calma. No tengo ninguna prisa. Es decir, claro que me
encantaría terminar, ir a la universidad y ser independiente. Pero el hecho es
que tengo un miedo de muerte. ¿Qué pasará si no me va bien en la
universidad?... También me gustaría tener éxito, conseguir un buen trabajo,
hacer mi discurso de graduación. La meta es tratar de hacerlo todo (Kotre y
Hall, 1990, pág. 182).
El nivel socioeconómico afecta los planes para el futuro, los jóvenes de clase
obrera se centran en metas ocupacionales y los de clase media en los estudios,
la carrera y actividades de ocio. Los planes de los jóvenes de clase media
también suelen ser más detallados y consideran más el futuro (Nurmi, 1991).
Esta diferencia no es sorprendente, puesto que los planes de los adolescentes
de clase media generalmente incluyen la universidad y una entrada más tardía
en el mundo laboral.
A medida que los jóvenes atraviesan la adolescencia, los planes de los
muchachos para el futuro son más optimistas, pero a las chicas les sucede lo
contrario. Esta diferencia puede ser debida al conflicto que experimentan a
causa de las presiones familiares para que tengan un alto rendimiento
académico y profesional (Nurmi, 1991). El género y la cultura interactúan de
modo que afectan la visión de futuro del adolescente de varias formas. Cuanto
más urbanizada está una sociedad, menor es la diferencia entre géneros
respecto a la importancia de un puesto de trabajo y los miedos y esperanzas
que conlleva. Por tanto, las diferencias de género son relativamente grandes
entre los adolescentes de la India y Suazilandia, pero las diferencias entre los
americanos, austríacos, ingleses, finlandeses, franceses, alemanes y escoceses
son ínfimas o inexistentes (Bentley, 1983; Cartron Guerin y Levy, 1982; Gillies,
Elmwood y Hawtin, 1985; Soltanaus, 1987; Sundberg, Poole y Tyler, 1983;
Trommsdorff et al., 1978).
En las sociedades occidentales son los propios adolescentes los que planifican
sus vidas, pero en las tradicionales toda la familia participa en esos planes
(Nurmi, 1991).
Tomar decisiones
Los adolescentes, a fin de poner en práctica sus planes para el futuro, han de
tomar decisiones que les permitan conseguir metas. Las consecuencias de
muchas de las decisiones tomadas antes de la primera etapa adulta duran el
resto de la vida: tanto si es dejar la escuela, ir a la universidad, tener
relaciones sexuales, tomar drogas, irse de casa, etc. Tomar decisiones requiere
las mismas habilidades que se necesitan para resolver problemas: han de
generar opciones, considerar las consecuencias, prever los obstáculos y
planificar cómo ejecutar su decisión.
Hace casi veinte años un psicólogo del desarrollo propuso que los adelantos en
el pensamiento del adolescente eran causados por las rachas en el crecimiento
del cerebro, una de ellas teniendo lugar entre los 10 y 11 años y la segunda
entre los 14 y 15 (Espeten, 1974). Defendía que el tamaño de la cabeza del
niño aumentaba en estas épocas, al igual que a los 3 años y luego a los 6 y los
7. Puesto que el tamaño de la cabeza y la masa cerebral estaban muy
correlacionadas, conjeturó que los avances en el pensamiento que
caracterizaban las etapas de la teoría de Piaget del desarrollo intelectual tenían
una base psicológica. No obstante, un análisis subsiguiente indicó que los
datos originales sobre la circunferencia de la cabeza no encajaban en esta
teoría (Marzo, 1985) y otros investigadores no han podido establecer ningún
otro vínculo semejante.
Otros psicólogos del desarrollo, en vez de centrarse sólo en los cambios del
cerebro, sugirieron que la hormona mediadora del crecimiento en la pubertad
podía ser responsable de los adelantos cognitivos. Si esto fuera cierto, los que
maduran temprano tendrían una ventaja cognitiva durante los primeros años
de la adolescencia (Tanner, 1962). Las revisiones de las investigaciones indican
que los que maduran pronto tienen efectivamente una pequeña ventaja
cognitiva, pero no existe un repentino aumento en la pubertad. La ventaja, en
la forma de un rendimiento académico y puntuaciones de CI algo mayores, se
encuentra presente tanto en la niñez como en la adolescencia y continúa hasta
finales de la misma y principios de la etapa adulta (Newcombe y Baenninger,
1989). El “efecto de la pubertad” en los CI puede tener una base social que
refleje la respuesta de los padres, profesores y compañeros al aspecto físico de
los niños que han madurado pronto, puesto que es probable que sean más
altos y pesen más que los demás antes de la pubertad. Puesto que parecen
más mayores, es posible que también les traten de ese modo, por lo que están
expuestos a una conversación más sofisticada, a juegos y juguetes más
avanzados y a demandas para comportarse de una forma más madura.
ESCOLARIZACIÓN
Algunos alumnos de cursos más avanzados nos ponían apodos. «¡Oh ; mira a
los pequeños de séptimo, esos pequeños imbéciles que atraviesan la entrada.»
Era duro que te llamaran «los de séptimo» (Kotre y Hall, 1990, pág. 141).
A algunos adolescentes les sienta muy bien este nuevo entorno. Se convierten
en estrellas del atletismo o en el campo académico o son muy populares con
sus compañeros. Otros pueden responder a estos cambios alejándose de la
competición. Se ven incapaces de adaptarse a los requerimientos cambiantes y
a las nuevas exigencias académicas. Si fracasan se desaniman, y ello les
conduce a mayores fracasos. Algunos de los que con grandes problemas han
conseguido salir adelante en la secundaria, puede que hayan desarrollado la
desesperanza aprendida. Un adolescente que ha sido despedido del equipo de
baloncesto a pesar de muchas horas de entrenamiento o que suspende en
álgebra aunque estudie duro, puede sentir que sus esfuerzos son inútiles y
abandonar.
Su motivación para alcanzar metas se ve afectada por el valor que dan a lo que
aprenden en la escuela y a sus propias expectativas de éxito en clase (Feather,
1988). Entre los alumnos de séptimo de una escuela secundaria de una
pequeña ciudad, las expectativas de éxito predecían mejor las notas de
matemáticas y lengua que el valor que otorgaban a la escolarización (Berndt y
Miller, 1990). No obstante, las expectativas y los valores estaban relacionados,
indicando que los alumnos que confiaban en su éxito académico estaban más
interesados en la escuela y la valoraban más. El inconveniente es que los
investigadores no están seguros de si los alumnos que no esperan tener mucho
éxito en la escuela, la desvalorizan, o si la influencia va en dirección contraria;
quizás aquellos que creen que ésta no es importante no se esfuerzan mucho y
por tanto sus expectativas son bajas. Entre chicos y chicas no había diferencia
en su visión de su propia competencia académica o su tendencia a atribuir el
éxito en clase a la habilidad, pero las mujeres estaban más involucradas en la
escuela y valoraban más lo que hacían que los varones.
En los dos años siguientes, las expectativas de éxito continúan siendo el medio
principal para predecir las notas en matemáticas, siendo las que hacen prever
mejor los resultados que las notas del año anterior (Meece, Wigfield y Eccles,
1990). En primero de BUP, la visión del muchacho acerca del valor de estudiar
matemáticas puede empezar a predecir las intenciones de los estudiantes de
tomar cursos opcionales de esa asignatura.
Otra forma de prever las notas es el tiempo que dedican a los deberes. Aunque
no existe relación entre el tiempo que pasan haciendo el trabajo de clase y las
notas, los que sacan un promedio bajo son los que menos tiempo pasan
haciendo deberes y los que lo tienen alto los que más. Los estudios que se han
realizado empleando los buscapersonas (como los descritos en el Capítulo 13)
indican que el tiempo que pasan haciendo deberes desciende a partir del
quinto curso hasta primero de BUP, excepto en los alumnos sobresalientes, que
son más propensos a hacer parte de su trabajo en compañía de uno de los
padres u otro miembro de la familia (Leone y Richards, 1989). Los buenos
alumnos no parecen trabajar más duro porque disfruten haciéndolo; es fácil
que sean tan desdichados, perezosos y desinteresados a la hora de hacer los
deberes como los demás. Las notas también están asociadas a una dedicación
a las normas de la clase.
Expectativas y creencias de los demás
Los sentimientos de los adolescentes sobre la escuela, sus metas y los cursos
se desarrollan dentro de una red de relaciones sociales. Independientemente
de sus sentimientos sobre los cursos específicos, la visión de los adolescentes
sobre el valor de la educación suele coincidir con la de sus padres. En 1990,
más del 86 por 100 de los alumnos de COU dijeron que tanto ellos como sus
padres mantenían puntos de vista similares, y sólo un 16 por 100 dijo que eran
diferentes (Bachman, 1991). Las expectativas de los padres y los demás
afectan a los adolescentes cuando han de elegir los estudios y su nivel de
rendimiento. Quizá las creencias populares, pero sin fundamento, sobre la
menor capacidad de las chicas para las matemáticas y las ciencias explican
porqué las muchachas suelen evitar las carreras de ciencias.
Las creencias de los padres pueden ayudar a explicar el porqué la angustia por
las matemáticas, que es el pánico a la asignatura y el nerviosismo o miedo a la
hora de los exámenes, es mayor en las chicas que en los chicos (Mcece,
Wigfield y Eccles, 1990). Un nivel moderado de angustia por las matemáticas
puede llevar a los alumnos a esforzarse más, pero demasiado tiende a
bloquear las habilidades de prestar atención y resolver problemas. Esta
angustia sólo tiene efectos indirectos en la posterior actuación de los
muchachos y en sus intenciones de seguir con las ciencias, pero sí tiene
repercusiones directas en la concepción de su propia habilidad, que a su vez
afectará en su rendimiento.
Los padres que tienen opiniones tradicionales sobre los roles de género pueden
influir en la orientación de metas de otras formas. Cuando los niños llegan a la
adolescencia, este tipo de padres suelen cambiar su forma de responder a la
conducta y objetivos de sus hijos. Restringen la libertad de las hijas y la animan
a que sea dócil, práctica que generalmente es incompatible con una alta
motivación para alcanzar objetivos. Al mismo tiempo, se vuelven cada vez más
tolerantes con la independencia de sus hijos varones, les desalientan en sus
juegos sentimentales, pero les exhortan a hacer conquistas sexuales, lo que les
ayuda a conseguir sus metas (Elmen, 1991).
Los informes de los artículos de periódico, las revistas semanales y las noticias
de televisión locales aterrorizan a los padres pensando en su implicación de
que cualquier adolescente corre un alto riesgo de suicidio. Aunque el índice de
suicidios entre adolescentes, que se encuentra en un 10,3 por 100.000, se ha
triplicado desde 1957, la situación de Ray no es muy común. No era un chico
«normal», que simplemente decidió acabar con su vida. Si el suicidio no es
muy frecuente, ¿es la agitación emocional o la conducta antisocial algo que
«normalmente» conlleva la adolescencia? La respuesta a esta pregunta es un
no rotundo. Tal como veremos en este capítulo, la adolescencia puede
conllevar una serie de presiones, pero la gran mayoría de los jóvenes se lo
toman con calma. Para la mayor parte de los jóvenes, la adolescencia no es el
tormentoso esfuerzo que describen los libros o los vídeos, sino un momento
para los retos y el cambio.
CAMBIO Y ESTRÉS
¿Qué significa para los jóvenes esta larga preparación? Para algunos hay
muchas oportunidades y el horizonte está básicamente limitado por su
imaginación y capacidades. Pero las deslumbrantes promesas requieren una
serie de elecciones. Primero han de decidir qué cursos tomar, luego a qué
universidades hacer las solicitudes y cuál aceptar, más tarde para qué carrera
prepararse. Al mismo tiempo, están tomando otras decisiones cruciales sobre
salir con alguien, mantener una relación formal, tener relaciones sexuales y
cosas por el estilo. Otros no tienen tantas oportunidades, y el horizonte es tan
estrecho a causa de las realidades socioeconómicas que pueden sentir que sus
elecciones se limitan al aspecto sexual. Otros pueden descubrir que la
universidad está fuera de su alcance y otros que sus posibilidades de pasar a
tener trabajos fijos al acabar los estudios en el instituto son escasas
(Flannagan, 1990). Especialmente en épocas de gran desempleo, algunos
jóvenes de las ciudades pueden vislumbrar un futuro sin trabajo ante sus vidas,
situación que conlleva la insatisfacción, la impotencia y la baja autoestima
(Bowman, 1990). En algunas sociedades, todas las elecciones están
determinadas por el status o la procedencia del joven. Se espera de éste que
asuma una profesión en concreto o se case con una persona determinada -o al
menos alguien de un grupo específico-. Los adolescentes de las sociedades
tecnológicas poseen una mayor libertad de elección, pero incluso hasta los que
tienen horizontes ilimitados encuentran que esa libertad tiene un precio. Sufren
una mayor incertidumbre y angustia en el período de elección.
Acuciados por todos estos factores, parece que los adolescentes han de vivir
toda una década de turbulencias. La gente está tan convencida de esto que la
mayoría ve esta etapa como una época de problemas, trastornos y estrés. Esta
visión de la adolescencia ha llevado a la creación de cuatro mitos que se
encuentran en la mayoría de los informes sobre creencias privadas y
populares.
El mayor mito de la adolescencia -de que es un período marcado por una gran
inestabilidad emocional- se desmorona tan sólo con detenerse un momento a
contemplar la evidencia. En general, el nivel de inestabilidad entre los
adolescentes es el mismo que entre los adultos. En ambas poblaciones, casi un
20 por 100 da muestras de sentimientos de tristeza y parecen estar lo bastante
trastornados como para necesitar atención profesional. Todo estudio
sistemático que se ha llevado a cabo confirma la visión de que ocho de cada
diez adolescentes ni son rebeldes ni son emocionalmente inestables.
Una última razón es que más de la mitad de los jóvenes con problemas no
obtienen la intervención que podría ayudarles a superarlos. En el estudio entre
los alumnos de instituto de Chicago, más de la mitad de los jóvenes
trastocados no habían recibido ayuda profesional (Offer, Ostrov y Howard,
1984). Las autoridades de las escuelas no eran conscientes de sus graves
conflictos. Sin embargo, las visiones de estos adolescentes sobre sí mismos
eran muy similares a las de aquellos que estaban hospitalizados por trastornos
emocionales. Hay en Estados Unidos 18 millones de estudiantes de instituto, y
por tanto probablemente 3,6 millones (20 por 100) con problemas. Si los
estudiantes de Chicago pueden considerarse típicos, 1,8 millones de los que
necesitan ayuda no la están recibiendo.
Había más chicos que chicas que habían visitado a algún profesional. Sólo un
tercio de los muchachos, pero dos tercios de las chicas con problemas no
habían recibido ninguna ayuda profesional. ¿Por qué los chicos obtenían más
ayuda que las chicas? Los muchachos con problemas emocionales tienen más
tendencia que las chicas a involucrarse en actividades antisociales. Casi el 65
por 100 de los muchachos cometían serios actos delictivos o habían sido
arrestados por la policía, por lo que es fácil que llamen la atención de la
autoridad. Pero el 62 por 100 de las chicas sufre más o menos en silencio y
nunca actúan de modo que llamen la atención.
Las influencias de los padres sobre los adolescentes siguen siendo estables y
fuertes durante la adolescencia y la juventud. En 1990, entre los alumnos de
COU, el 78 por 100 dijo que adoptaban los valores de sus padres en los asuntos
importantes (Bachman, 1991) y que, tal como vimos en el Capítulo 13, sus
opiniones en materias como el valor de la educación, qué hacer en la vida, el
papel de la mujer, los temas raciales y la religión solían ser semejantes a los de
sus progenitores. Casi la mitad está de acuerdo con ellos respecto a la política.
Cuando los investigadores comparan las respuestas a las preguntas sobre este
tema que se hacen a los adolescentes, a sus padres y a sus amigos, es
evidente que los padres tienen una mayor influencia en las creencias políticas
de sus hijos que sus compañeros (Jennings y Niemi, 1981).
¿En qué punto se separan los padres y sus hijos adolescentes? Las principales
diferencias aparecen en asuntos relativamente irrelevantes relacionados con el
estilo, la música, las aficiones en tiempo de ocio y cosas por el estilo. Suelen
estar en desacuerdo en temas como el que los chicos lleven un pendiente, el
estilo de pelo punk o la música rap. Aun así, cuando ya son preuniversitarios, el
62 por 100 suele estar de acuerdo con sus padres respecto a la ropa que han
de llevar (Bachman, 1991). Los desacuerdos también pueden surgir en cuanto
a sexo se refiere, pero los valores de padres y adolescentes raramente se
encuentran en los extremos opuestos del espectro. Entre los adolescentes, el
53 por 100 dice que su opinión sobre la bebida es parecida a la de sus padres,
el 71 por 100 está de acuerdo con ellos respecto a la marihuana y el 77 por
100 también les da la razón sobre «otras drogas» (Bachman, 1991).
En cada escrutinio, los adolescentes no encarnaban la imagen de la prensa. Sin
embargo, no todo son buenas noticias. Los jóvenes de hoy en día tienen más
problemas que los de los años cincuenta. En los últimos treinta años ha habido
un claro y a menudo elevado aumento en algunas medidas tomadas por los
adolescentes con trastornos.
Los titulares de los periódicos y los artículos de las revistas semanales nos
recuerdan que tratar con las tareas y presiones de la adolescencia es
demasiado para algunos jóvenes. Su falta de experiencia puede hacer que no
se encuentren preparados para enfrentarse a las tentaciones y oportunidades
que se presentan en su camino. Cuando las atracciones son demasiado fuertes,
el premio potencial no llega, o la angustia es demasiado intensa, los
adolescentes pueden caer en el consumo de drogas o la delincuencia. Algunos
tienen problemas con la comida. Otras pueden quedarse embarazadas, y unos
pocos que no pueden soportar las exigencias del mundo llegan al suicidio.
Drogadicción en la adolescencia
Hacia la mitad del siglo el consumo de drogas era muy poco común en los
adolescentes. El alcohol era una tentación, pero pocos tenían la oportunidad de
probar la marihuana -o incluso de saber quién la vendía-. La cocaína y otras
drogas eran prácticamente desconocidas en la mayor parte del país. A medida
que las drogas ilegales se fueron poniendo al alcance, los jóvenes se
enfrentaron a una nueva forma de estrés -la presión de los compañeros para
que tomen drogas-. En las últimas décadas los niños han empezado a tomar
drogas a edades cada vez más tempranas, muchos cuando todavía están en la
enseñanza básica.
Patrones de uso
El tabaco y el alcohol siguen siendo las drogas más populares: más de la mitad
de los adolescentes jóvenes han probado el alcohol. La primera bebida los
chicos suelen tomarla hacia los 12 años y las chicas algo más tarde. En COU el
90 por 100 ha probado el alcohol y el 64 por 100 el tabaco. Casi una cuarta
parte de los jóvenes adolescentes y casi dos quintos de los de COU han
probado la marihuana (Bachman, 1991; M. Newcomb y Bentler, 1989). La
cocaína ha sido menos popular; en 1990 la habían probado un 9 por 100 de los
alumnos de COU. La cocaína barata de base libre (crack), a pesar de ser muy
fácil de conseguir, ha causado pocos estragos entre los jóvenes -sólo la han
probado un 3,5 por 100 de los alumnos de COU (Bachman, 1991).
El alcohol solía considerarse la droga de «entrada», porque suele preceder a
las otras. A principios de los ochenta, los estudiantes raramente fumaban
marihuana y otras drogas ilegales, a menos que antes hubieran tomado alcohol
(Welte y Barnes, 1985). A finales de la década la marihuana también fue
considerada como una droga de inicio (M. Newcomb y Bentler, 1989). Los
adolescentes que toman alcohol o fuman marihuana no pasan necesariamente
a las drogas duras, pero a menos que hayan empezado probando alguna de
estas drogas -o ambas-, es poco probable que tomen otras ilegales.
Cuando hay más adolescentes que toman drogas que los que se abstienen de
hacerlo, algún tipo de uso de las mismas se convierte en «normal». Los
adolescentes que no han experimentado con el alcohol, el tabaco o la
marihuana al menos una vez antes de acabar los estudios en el instituto, lo
más probable es que sus compañeros les consideren «anormales». El grupo de
compañeros juega un papel importante en el uso de drogas. Casi un tercio dice
que la toma porque sus compañeros lo hacen. El alcohol y otras drogas sirven
con frecuencia para un fin comunal. Refuerzan los lazos sociales, proporcionan
relajación y tranquilidad e inician a los jóvenes en los rituales de los
adolescentes. Entre casi 500 estudiantes de instituto de Filadelfia, la mayoría
no estaba tratando de escapar de la realidad, controlar su ira o encontrar un
modo para expresar sus sentimientos, aunque casi un tercio dijo que las drogas
les hacían sentir «menos tensos o nerviosos» (Kovach y Glickman, 1986). Pero
los jóvenes que experimentan con drogas a una temprana edad puede que
necesiten ayuda. Los alumnos de séptimo que las toman suelen tener una baja
autoestima, estar angustiados emocionalmente o correr riesgos (Bettes et al.,
1990). A ninguna edad el abuso del alcohol o las drogas supone una fase de
desarrollo normal. Los que toman en gran cantidad son adolescentes con
problemas.
En este estudio (Baumrind, 1991a), las madres de los adolescentes que eran
drogodependientes o alcohólicos solían ser poco convencionales, no apoyaban
a sus hijos y no ejercían control alguno sobre ellos. La mayoría estaban
divorciadas y con frecuencia ambos padres habían tomado alcohol. Las madres
de los adolescentes que tomaban muchas drogas o alcohol, pero no eran
dependientes, también solían ser poco convencionales, aunque menos que las
anteriores, y ejercían menos control sobre sus hijos que los padres cuyos hijos
las tomaban sólo ocasionalmente o no las tomaban en absoluto. Al padre
parecía faltarle autoconciencia y confianza en sí mismo y había sido alcohólico.
El índice de divorcios dentro de este grupo era normal. Otros investigadores
han observado que cuando los padres sea un mal modelo, corno se manifiesta
en el caso del alcoholismo, la conducta antisocial, el cinismo o la falta de
confianza, sus adolescentes pueden pasar peligrosamente al alcoholismo.
(Zucker, 1987).
Delincuencia juvenil
Ni las cifras de arrestos ni los informes sobre los crímenes son fiables para
indicar el nivel actual de delincuencia, porque no se informa de todos los actos
delictivos o se informa de algunos que no pueden considerarse como tales. Hay
muchos de los que no se tiene conocimiento, de otros se informa pero no se
coge a los culpables, o si se les coge no se les arresta. El que un arresto tenga
lugar depende de la discreción del agente de la autoridad. Algunos creen que
la delincuencia entre los adolescentes de clase media es mayor de lo que
indican las estadísticas, porque es más fácil que se deje libres a estos jóvenes
con una simple advertencia en situaciones en las que a otros de clase baja se
los encarcelaría. Nadie está seguro del grado de discrepancia entre arrestos y
ofensas. Un grupo de investigadores cree que sólo aproximadamente un tercio
de los crímenes son denunciados a la policía (Krisberg et al., 1986). Y para
algunos tipos de casos denunciados, sólo se realizan muy pocos arrestos.
Probablemente hay setenta y cinco casos de asalto con agravantes tras cada
detención de un muchacho adolescente y veinticinco casos de violación por
cada uno que arrestan acusado de este delito (Elliot, Huizinga y Morse, 1985).
Los niños que crecen en hogares caóticos donde hay disputas, cuyos padres
son fríos y la disciplina que aplican es arbitraria o relajada, suelen desarrollar
unos débiles vínculos emocionales con sus progenitores. Fracasa la última
etapa de apego (véase Capítulo 8), que ha de durar el resto de la vida. Los
lazos con los padres son flojos, mientras que con los amigos que también van
por mal camino son muy fuertes (Balske et al., 1989). Estos niños no tienen
mucho interés en conseguir la aprobación de sus padres, ni la certeza de que
su buen comportamiento les ayudará a conseguirla. Cuando fracasan en
desarrollar el autocontrol o en asumir las normas de sus progenitores, se
encuentran ante un gran riesgo de caer en la delincuencia.
Escaparse de casa
Una vez en la calle, los que han escapado tienden a congregarse en zonas
urbanas, donde aprenden a valerse por sí solos. Puede que se dediquen a
mendigar, a buscar comida en las basuras, roben en las tiendas, vendan
drogas o se dediquen a la prostitución. Muchos empiezan tomando drogas y los
que sobreviven dispensando favores sexuales corren un alto riesgo de contraer
el SIDA. Los que huyen de casa con frecuencia se encuentran con que la
violencia de la que huían es reemplazada por su victimización en las calles de
la ciudad. Entre los jóvenes sin hogar de las ciudades de la región central de
Estados Unidos, el 41 por 100 había recibido palizas, el 24 por 100 había sido
víctima de robo, el 26 por 100 sufrido violaciones, el 43 por 100 amenazado
con arma blanca y el 30 por 100 atracado con arma blanca. Los chicos eran
más asaltados con arma blanca que las chicas (51 por 100) y éstas habían
sufrido más violaciones que los chicos (43 por 100) (Whitbeck y Simons, 1990).
En comparación con otros adolescentes, los que han huido de casa tienen altos
índices de depresión, consumo de drogas y problemas mentales. También
tienen un alto riesgo de suicidio. Entre los jóvenes que habían escapado de
casa de la zona de San Luis, el 30 por 100 había intentado suicidarse al menos
una vez (Stiffman, 1989). Pero el problema del suicidio no está confinado a este
tipo de jóvenes.
Suicidio en la adolescencia
El suicidio, que en otro tiempo fue causa poco frecuente de fallecimiento entre
los jóvenes, ahora se ha convertido en la segunda que conduce a la muerte
entre los adolescentes, superada tan sólo por los accidentes de tráfico. ¿Qué
conduce a un joven a ver la vida tan falta de esperanza que el suicidio se
convierte en la única solución? ¿Se debe a que se exige demasiado a los
jóvenes de hoy en día? ¿A que las normas no son realistas? Al igual que con los
otros trastornos de los adolescentes, no existe una respuesta simple a este
grave problema.
Hay veces que parece que una ola de suicidios arrasa entre los jóvenes de una
comunidad. En Omaha, Nebraska, se suicidaron tres adolescentes en cinco días
y otros cuatro lo intentaron infructuosamente., Los jóvenes muertos se
conocían entre sí, aunque superficialmente (Leo, 1986). En Plano, una pequeña
ciudad de Texas al norte de Dallas, se suicidaron siete adolescentes en un año.
En la escasamente poblada zona rural del norte de la ciudad de Nueva York
cinco jóvenes acabaron con sus vidas en un mes. En tales casos, el primer
suicidio probablemente rompe el tabú de la comunidad contra tales actos y
hace posible que otros adolescentes lo consideren como una solución a sus
problemas.
El adolescente que resuelve sus problemas con una pistola, una cuerda o una
sobredosis de barbitúricos no es un niño «normal» que un día cuando vuelve a
casa decide suicidarse. Los investigadores han descubierto que sólo una
proporción muy pequeña de víctimas de suicidio (menos del 10 por 100)
carecía de síntomas psiquiátricos antes de su muerte. Muchos chicos que se
suicidan tienen un historial de depresión, impulsividad, drogas, alcoholismo,
agresión y conducta antisocial, o bien son unos perfeccionistas tan rígidos que
tienden a aislarse de la sociedad (Berman y Jobes, 1991; Shafii et al., 1985).
Aunque sólo uno de cada 660 jóvenes deprimidos acaba con su vida, las
víctimas de suicidio de ambos sexos suelen tener un historial de depresión
(Shaffer y Bacon, 1989). Los adolescentes deprimidos que se suicidan difieren
en distintas formas de los otros que aunque también padezcan esta
enfermedad no lo intentan. Los suicidas suelen tener relaciones familiares
difíciles, sienten que no tienen mucho control sobre su entorno y carecen de
habilidades para resolver problemas, por lo que no pueden generar tantas
soluciones cuando los conflictos les sobrepasan (Berman y Jobes, 1991). Los
acontecimientos particulares que conducen a un joven al suicidio varían de una
persona a otra. A menudo es a causa de una ruptura en una relación. No
obstante, cualquier experiencia que produzca vergüenza, culpabilidad y
humillación puede precipitar al intento de suicidio. El ser arrestado, golpeado o
violado suele preceder a este acto. Sin embargo, el incidente no tiene por qué
ser violento. Un muchacho puede sentir que la vida no vale la pena cuando
rechazan su solicitud de admisión en Harvard.
Los riesgos físicos económicos y sociales que corren las madres embarazadas y
sus bebés preocupan a muchos investigadores. Estas jóvenes madres sufren un
tremendo aumento de todo tipo de complicaciones. Cuando una madre es
menor de 16 años, su riesgo de perder la vida durante el embarazo o el parto
es cinco veces mayor que la media nacional (Bolton, 1980). Las madres muy
jóvenes se enfrentan a mayores riesgos, debido a que su pelvis no está bien
desarrollada. Con frecuencia, la cabeza del feto no puede pasar con seguridad
a través de la misma, por lo que las adolescentes suelen tener problemas en el
parto y necesitar cesáreas (McCluskey, Killarney y Papini, 1983).
En comparación con otros embarazos a una edad más adulta, se dan más
casos de bebés muertos al nacer, prematuros, bebés bajos de peso, síndrome
de distress respiratorio y defectos neurológicos (Bolton, 1990). La mayoría de
las complicaciones son innecesarias y nada tienen que ver con la edad de la
madre. Tienen lugar porque muchas chicas rechazan los cuidados médicos
prenatales y sólo ven a un especialista en la última etapa del embarazo, si es
que van a visitarlo. Puesto que la mayoría de las adolescentes no saben mucho
de nutrición o desarrollo prenatal, es probable que no coman bien, que
expongan al feto a peligros como el alcohol, las drogas o el tabaco. Las
adolescentes más mayores, que tienen buenos cuidados médicos desde el
primer trimestre de embarazo, están bien alimentadas y no fuman, no toman
drogas ni beben, tienen bebés tan sanos como las mujeres que ya están en los
veinte.
Las que los emplean de forma esporádica o incorrecta difieren de las que los
usan correctamente en varios sentidos. Las que los emplean de forma irregular
suelen pertenecer a familias de clase socioeconómica baja, pertenecer a
iglesias protestantes fundamentalistas, tener pocas aspiraciones a nivel de
estudios o metas, comunicarse poco con sus padres, tener amigos que ya son
padres, tener relaciones sexuales de forma irregular y carecer de un
compañero estable (Brooks-Gunn y Furstenberg, 1989). Sus personalidades
también son distintas. Su autoestima suele ser baja, están angustiadas, se
sienten alienadas e impotentes. Entre las chicas de una clínica para
adolescentes, las que los usan esporádicamente tenían dificultad en pensar en
su futuro. Bien no tenían metas o éstas no eran realistas y no tenían relación
alguna con sus actividades. Raramente pensaban en las cosas antes de actuar
(Spain, 1980). Las que los utilizaban correctamente pensaban en el mañana y
se daban cuenta de que su conducta actual tendría consecuencias más
adelante, podían visualizar sus carreras y situaciones familiares.
Trastornos en el comer
Anorexia nerviosa
La anorexia surge por el miedo que la enferma comparte con las otras
adolescentes: el miedo a estar gordas. Cuando los investigadores compararon
a las muchachas anoréxicas con las que estaban sanas, descubrieron que
ambos grupos estaban siempre a “dieta”, continuamente empleaban la fuerza
de voluntad para evitar comer y consideraban que tenían un hambre
exagerada y obscena (M. Thompson y Schwartz, 1982).
La anorexia es más común entre las jóvenes acomodadas y con una buena
educación de los países desarrollados, donde la presión para estar delgada y
esbelta es muy fuerte. Sin embargo, parece haber algún otro factor adicional
en los historiales de las muchachas anoréxicas, o en el hecho de que la mayor
parte de las chicas ricas contraigan esta enfermedad. Por una parte, la mayoría
llene metas muy, altas. La muchacha anoréxica ha luchado por conseguir el
éxito desde que era muy pequeña, intentando ser una estudiante de
sobresalientes, una «niña perfecta». Una joven así, en la universidad, coge
veinte unidades de trabajo de curso cada semestre, tiene un trabajo fijo, es
capitana del equipo de atletismo, es tutora de niños más atrasados y hace
ejercicio hasta agotarse al menos durante dos horas al día.
Bulimia
Las chicas bulímicas difieren de varias formas de las adolescentes < normales»
que se preocupan por su peso. Los factores genéticos, familiares y de a
personalidad también parecen estar en interacción (DeAngelis, 1990). A1 igual
que las anoréxicas, las que padecen bulimia tienen una autoestima baja y
pueden haber crecido en el seno de familias con problemas. Sin embargo, las
bulímicas a menudo tienen problemas en controlar su conducta. Muchas tienen
síntomas de depresión y también sufren graves problemas afectivos (entre
ellos la depresión) (J. Hudson et al., 1983). Una vez que se ha conseguido
reducir el peso hasta un cierto punto, los trastornos producidos por la anorexia
no pueden disimularse. Pero en el caso de la bulimia se puede comer y comer y
purgarse secretamente durante años sin ser descubierto. El tratamiento para la
anorexia y la bulimia depende del terapeuta. Ambos han sido tratados con
psicoanálisis, terapia familiar, terapia conductista, terapia cognitiva, terapia de
grupo y métodos bioquímicos. A menudo el terapeuta combina dos tipos de
tratamiento, como es la terapia cognitiva y los antidepresivos. Cada uno de
éstos métodos ha conseguido buenos resultados.
EL FUTURO DEL ESTRÉS Y LA ANGUSTIA EN LA ADOLESCENCIA
Tal como predijo la teoría del nacimiento en una cohorte, los índices de
problemas en la adolescencia empezaron a descender en 1980. El descenso
continuó durante varios años. Luego sucedía algo y las cifras empezaban a
subir. El índice de criminalidad, por ejemplo, aumentó de 104,6 arrestos por
cada 1.000 adolescentes en 1984 a 118,6 arrestos en 1985 (Oficina de
Investigación y Mejora Educacional, 1988). Esta tendencia no continuó: la
proporción de delitos cometidos por adolescentes descendió ligeramente -del
17 por 100 en 1985 al 16 por 100 en 1988 (Oficina del Censo de Estados
Unidos, 1990). La teoría del nacimiento en una cohorte no explica claramente
todos los cambios. Las fluctuaciones económicas también parecen tener
relación. Durante finales de los años ochenta la recesión destruyó muchos
recursos que estaban al alcance de los adolescentes. El estrés económico y la
transición a una economía de servicios (que eliminaba puestos de obrero no
cualificado) tuvo una fuerte repercusión entre los jóvenes de esa clase, que no
podían esperar pasar del instituto a un trabajo bien pagado en una fábrica.
Entre 1970 y 1985, la proporción de familias americanas de niveles
socioeconómicos bajos aumentó del 21,9 al 23,5 por 100 (Koepp, 1986;
McLoyd, 1989). La combinación de los cambios demográficos, que son el foco
de la teoría del nacimiento en una cohorte, y las fluctuaciones económicas
quizá puedan explicar mejor las fluctuaciones en el índice de los problemas en
la adolescencia.
Si miramos hacia el futuro, esta teoría predice una nueva ola de problemas en
la adolescencia hacia finales de esta década. Actualmente los hijos de los del
baby-boom están llegando a la pubertad. Cada año aumentará su número
hasta 1995, cuando existirán casi dos millones más de jóvenes entre 15 y 19
años que en 1990; para el año 2000 la población de adolescentes habrá
aumentado en otros dos millones y será mayor que en 1980 (División de
Población de las Naciones Unidas, 1976). La competición entre individuos de la
misma edad y la consecuente eliminación de los que sean menos atractivos,
capaces o afortunados aumentará con toda probabilidad. No obstante, también
hay otros factores que pueden acelerar o sofocar el estrés que sientan los
adolescentes. Hay pocos factores sociales que tengan una sola causa y las
predicciones sobre los jóvenes adolescentes del año 2000 todavía son
inciertas.
SUMARIO
CAMBIO Y ESTRÉS
La mayoría de los adolescentes consumen drogas alguna vez, pero los que
consumen regularmente son jóvenes con problemas. El abuso de las drogas o
el alcohol está asociado con un bajo rendimiento escolar, la interrupción de la
vida familiar y la conducta antisocial. El alcohol y la marihuana son las drogas
de entrada; los adolescentes casi siempre toman una u otra antes de pasar a
otras más duras.