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1 del razonamiento jurídico (5103)

Problemas del conocimiento y formas


Apuntes de Cátedra (Unidad 1)

Unidad 1. El conocimiento

1.1. El problema del conocimiento. Conocimiento directo y conocimiento re-


flexivo: Conceptos, términos, juicios, proposiciones, razonamientos.
1.2. La posibilidad del conocimiento: dogmatismo ingenuo e ideológico. Rea-
lismo, fenomenismo, idealismo. Origen de los conocimientos: empirismo,
abstraccionismo, trascendentalismo, intelectualismo. Limitaciones de la
posibilidad de conocer: antropologismo, relativismo, subjetivismo, solip-
sismo, escepticismo, nihilismo.
1.3. Conocimientos evidentes y ciertos. Conocimientos necesarios, probables,
verosímiles, hipotéticos. Opinión, creencia, conocimiento. Convicción y
convencimiento.
1.4. Conocimiento cotidiano. Conocimiento científico. Metodología científi-
ca. Conocimiento del conocimiento: Epistemología y gnoseología.
1.5. La dimensión objetiva del conocimiento. Deducción, inducción, abduc-
ción, transducción. La lógica formal: los principios lógicos. La lógica in-
formal: las falacias.

1.1. El problema del conocimiento.

Lo que en el lenguaje corriente designamos con el término “conocimiento” es algo cuya


comprensión general damos por supuesto en la vida cotidiana: cualquiera de nosotros
puede comprender con facilidad la diferencia entre los estados en los que creemos saber
algo de aquellos en los que ignoramos o tenemos dudas.

Pero si tratamos de captar aquello a lo que refiere el término “conocimiento” en su sentido


originario y fundamental, vamos a notar que es un fenómeno multifacético, cuya primera
presentación es la de una relación enigmática entre dos incógnitas: algo que sucede en no-
sotros se vincula de alguna manera con algo que es diferente. ¿Qué sucede en nosotros
cuando conocemos? ¿Qué potencialidades se activan cuando conocemos? ¿Qué es lo que
conocemos?

Conocimiento directo y conocimiento reflexivo.

En el comienzo mismo de la investigación para despejar estas incógnitas y clarificar el


enigma es posible efectuar ya una primera distinción, puesto que en lugar de concentrar-
nos en el tema al que el conocimiento se refiere como objeto volvemos la mirada sobre el
hecho mismo de conocer, reflexionamos sobre el propio conocimiento.

Así, en un sentido primario, el conocimiento del conocimiento es posible porque no sólo


hay conocimientos directos de las cosas, sino posibilidad de reflexionar sobre el conoci-
miento, es decir, podemos distinguir conocimientos directos y conocimientos reflexivos.

Conceptos y términos.

Los objetos de conocimiento son todas las “cosas” que existen y que nuestra mente puede
aprehender. A todas ellas corresponde un concepto.

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El concepto es una representación genérica y abstracta de las propiedades fundamentales


de algo (de las cosas). Los términos, por su parte, son las palabras con las que expresamos
los conceptos.

A todos los objetos conviene un concepto, expresado a través de un conjunto significativo


de palabras. A los términos “arte”, “árbol” y “conducta” pueden corresponder, respecti-
vamente, los conceptos: “acto de expresar o imitar lo material o lo invisible”, “planta pe-
renne, de tronco leñoso, que echa ramas a mayor o menor altura del suelo” y “porte o
modo de gobernar los hombres su vida y dirigir sus acciones”. Se observa en esos ejem-
plos que, a pesar de la variedad de artes, árboles y conductas, el concepto es siempre uni-
versal, se obtiene por abstracción de las características individuales y, por ello, es aplica-
ble a todos los individuos que abarca [GHIRARDI, 1983:25].

Todos los objetos que pueden ser conocidos admiten que se los identifique o represente
con un “término”. Un término es una palabra o una expresión [conjunto de palabras] cuya
primera misión es la de aludir, referir o mencionar a un objeto. Para que ello suceda, natu-
ralmente, la elaboración y la comunicación del término implica la utilización del lenguaje.
El uso del término, además, nos permite entender de qué estamos hablando cuando lo em-
pleamos, y ello es así porque su segunda misión es la de contener, en sí, el sentido o el
significado del objeto al que se refiere. Ese sentido o significado, a su vez, es el “concep-
to” o conjunto de propiedades que la mente capta o aprehende del objeto en cuestión y que
se expresa en las palabras.

Para KANT los conceptos son las representaciones que se refieren a sus objetos por medio
de una característica que es común a todos ellos. Así, por ejemplo, el concepto de triángu-
lo reúne lo que todos los triángulos tienen en común: el ser figuras geométricas de tres la-
dos.

Los conceptos se distinguen, en atención a su origen en empíricos y puros. Si se trata de


conceptos que se originan en la experiencia se llaman conceptos empíricos, por ejemplo:
el de color. Si se trata de conceptos que se originan en el entendimiento con prescindencia
de la sensibilidad se trata de conceptos puros o nociones. Si el conjunto de las caracterís-
ticas representadas por los conceptos puros o nociones sobrepasa toda posibilidad de ser
referido a la experiencia se llaman ideas. Así, la noción de triángulo es un concepto puro
o noción, porque se puede aplicar a la experiencia, pero las representaciones de Dios o de
la libertad son ideas porque sobrepasan toda experiencia posible.

Entonces, según cual sea la participación de la experiencia en la génesis del concepto cabe
distinguir los conceptos puros de los empíricos. Los conceptos puros, en cuanto que tienen
su origen exclusivamente en el entendimiento, se denominan “noción (notio)”. Finalmen-
te, el concepto [elaborado] a partir de nociones que sobrepasan la posibilidad de la expe-
riencia, es la idea, o el concepto de la razón.

El conocimiento, en sentido estricto, es una forma especial de representación: aquella en


la que hay una coincidencia entre la representación mental y lo representado. Siendo la
representación en general el fenómeno más amplio, según cuáles sean las modalidades
particulares en que se presente podremos hablar, con KANT, de mera representación o de
conocimiento: “…El género es representación en general (repraesentatio)...”. Así, el me-
ro hecho de estar acompañada de conciencia no convierte automáticamente a la represen-
tación en conocimiento, ya que todavía puede tratarse de una sensación carente de validez

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objetiva. Dentro de la representación en general cabe distinguir la que es consciente de la


que no lo es: “…La representación con conciencia (perceptio) puede darse como una
simple modificación de la condición del sujeto, y en tal caso es una sensación (sensatio),
o como una percepción objetiva, y en tal caso es un conocimiento (cognitio)…”.

Por ello, puede afirmarse provisoriamente que el comienzo del conocimiento se da cuando
se produce una representación conceptual de algo.

Juicios y proposiciones.

Además, de todos los objetos, o para todos ellos, podemos formular “juicios”.

Por medio de los juicios nosotros afirmamos o negamos algo acerca de los objetos. Dicho
de otra forma, a través de los juicios atribuimos ciertos “predicados” [es decir: aquello
que afirmamos o que negamos] a ciertos “sujetos” [o sea, a los objetos de los que afirma-
mos o negamos algo].

Todo juicio implica, por esto mismo y esencialmente, un conocimiento, aunque nuestra
afirmación sea falsa o verdadera, y aunque, por consecuencia, el conocimiento que tenga-
mos del objeto del que afirmamos algo sea falso o verdadero.

El juicio es la reunión de conceptos por medio de la cual se afirma o niega algo acerca de
algo. Los juicios resultan de una composición de conceptos.

Los juicios, al igual que los conceptos, son expresados mediante el lenguaje, utilizando
palabras o expresiones. Así como los términos son los vehículos lingüísticos para expresar
los conceptos, de la misma manera las “proposiciones” son los medios del lenguaje para
expresar los juicios.

En tanto los juicios pueden ser entendidos como un discurso interno de nuestra mente, las
proposiciones pueden ser consideradas como un discurso externo a ella [GHIRARDI,
1983:83]. Las proposiciones son, de esta forma, el enunciado lingüístico de nuestros jui-
cios, que parte desde nosotros hacia un interlocutor en forma de exhibición o exposición
de lo que afirmamos o negamos.

El juicio es el lugar propio de la verdad, en la medida en que se entiende por verdad la co-
rrespondencia adecuada entre las representaciones y las cosas. La mera representación de
un concepto no nos dice si se corresponde o no con la realidad a la que refiere. Sin embar-
go, en el juicio se realiza una síntesis entre dos conceptos, de modo tal que se determina –
por la afirmativa o por la negativa– la correspondencia de un estado de cosas representado
con la realidad de dicho estado.

Razonamientos

Por su parte, un acercamiento inicial al término “razonamiento” nos permite afirmar que
consiste tanto en una “acción”, esto es: “razonar”, cuanto en el “efecto” o “resultado” de
esa acción, es decir: el “razonamiento” obtenido [PERELMAN, 1979:9].

En tanto acción, el razonamiento se presenta como una actividad mental que realizamos
solamente las personas y esto es así por cuanto esa operación de la mente ha sido y es

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considerada como derivación de una facultad natural, una capacidad o aptitud, propia del
ser humano: la “razón” [en griego: ].

Es la razón, precisamente, aquella facultad que diferencia –en forma esencial– a la especie
de los seres humanos [personas] del resto de los seres que se agrupan en el género de los
animales; noción clásica, que surge en la Grecia antigua y que nos acompaña hasta nues-
tros días, que se sintetiza en la expresión: “el hombre es un animal racional” y que impli-
ca que, como facultad, la razón permite sólo a los seres humanos captar o representarse
conceptos y formular juicios y razonamientos. Por ello, y en tanto acción, operación de la
mente o actividad mental, el razonamiento sólo es posible allí donde existe [o está presen-
te] esta especialísima facultad: la razón.

En contra de esta tesis puede sostenerse que esta aptitud también se encuentra presente en
los otros seres animales que no pertenecen a la especie humana. Ciertas teorías naturalis-
tas afirman, en este sentido, que entre los demás seres animales y el hombre sólo existirían
diferencias de grado, pero no esenciales.

Por lo señalado, no serían producto de la razón las meras acciones de la mente que, aún
teniendo origen en el ser humano, sean realizadas sin el concurso de esta facultad, tales
como las actividades de dormir, respirar u otras acciones mecánicas o meramente biológi-
cas propias del género animal al que, por naturaleza, el ser humano pertenece. Se dicen de
estas últimas, precisamente, que son actos del hombre, por su condición de ser animal, y
de las primeras que son actos humanos, porque son producto de su razón y por su condi-
ción de ser racional. En tanto las primeras son inconscientes, las segundas son realizadas
en forma consciente.

De acuerdo con lo anterior, podemos establecer que esta actividad mental [el razonamien-
to entendido como acción] es una particular y específica operación de la mente. El “razo-
namiento” es aquella actividad de nuestra mente que nos permite adquirir un nuevo co-
nocimiento a partir de lo que ya conocemos.

En este sentido, constituye razonamiento solamente aquella actividad mental que los seres
humanos realizamos sabiendo que lo estamos haciendo [esto es, con conciencia de que es-
tamos razonando] pero que, además, efectuamos con intención de lograr un propósito de
utilidad, es decir, con el fin de obtener un nuevo conocimiento sobre la base de los que ya
tenemos.

El razonamiento es, así, una de las tres operaciones de nuestra mente que nos permiten
conocer y aunque es distinta de las otras dos, existe entre ellas, como se puede apreciar,
una íntima relación que liga a la representación del objeto [su término y su concepto], lo
que afirmamos o negamos de él [la proposición y el juicio] y los nuevos conocimientos
que podemos obtener acerca de él a partir de nuestras afirmaciones anteriores [los razo-
namientos]. Esto es así porque, como ya hemos dicho, todas estas operaciones de la mente
están dirigidas por esa facultad particular del ser humano que es la razón.

Entonces, resumiendo, “razonamiento” en tanto acción de “razonar” puede decirse de


aquella actividad u operación de nuestra mente que persigue un propósito específico: lo-
grar un resultado, un efecto, que no es otra cosa que formular un “razonamiento”; inten-
ción conciente que busca lograr un nuevo conocimiento a partir de otros anteriores. Corre-

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lativamente, el razonamiento, como resultado, consiste en la formulación de un nuevo


juicio [o proposición] sobre la base de juicios [o proposiciones] previos.

El razonamiento es la unión de dos juicios, uno de los cuales cumple la función de premi-
sa mayor, y otro de premisa menor, de modo tal que de ellos se infiere un tercer juicio,
llamado conclusión.

La importancia de esta concepción del razonamiento en el campo jurídico se remonta a la


tradición aristotélica, que definía al conocimiento jurídico como un silogismo práctico-
prudencial, como se analizará en las Unidades siguientes.

1.2. La posibilidad del conocimiento:

Dogmatismo ingenuo e ideológico.

Dentro de los conocimientos que resultan de nuestra reflexión sobre el conocimiento po-
demos distinguir varias actitudes que –de un modo más o menos conciente, más o menos
expreso- suelen adoptarse respecto de la posibilidad de conocer en general.

La actitud más frecuente respecto de la posibilidad de conocer en general es la que domina


nuestra vida cotidiana “en primer lugar y en la mayoría de los casos”, a saber, damos por
sentado sin más –esto es, sin examen previo expreso– que es posible conocer. Esta actitud,
propia de la actitud natural y de sentido común ante el mundo es lo que se denomina
dogmatismo ingenuo: las cosas existen y podemos conocerlas tal como son.

Una variante de la actitud dogmática es la actitud que fija un punto de vista –


correspondiente a las condiciones psico-sociales propias de cada sujeto– como si fuera el
único válido; es lo que se denomina ideología. El dogmatismo ideológico se distingue del
dogmatismo ingenuo por el hecho de que en él los intereses que están a la base de una vi-
sión del mundo son claramente identificables como propios de un grupo de individuos. El
dogmatismo ingenuo es el propio de la condición humana.

Realismo, fenomenismo, idealismo.

El hecho de que distintas personas crean conocer las mismas cosas de distinta manera lle-
va a preguntar si el conocimiento realmente nos da las cosas tal como ellas son en sí mis-
mas.

Esta reflexión más profunda sobre el conocimiento puede conducir a un examen crítico de
las posibilidades de conocer.

Si como resultado de este examen se concluye que el conocimiento es posible, y que la


verdad es una concordancia entre nuestras representaciones y las cosas mismas, la actitud
tomada es la del realismo crítico.

Si, en cambio, llegamos a la conclusión de que no podemos conocer las cosas tal como
son en sí mismas, sino sólo como se nos presentan a nuestras capacidades cognoscitivas, y
en particular a las de la sensibilidad y la experiencia, entonces tenemos un fenomenismo
crítico.

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Si, en cambio, afirmamos que podemos conocer las cosas tal como son en sí mismas, pero
sólo admitimos que existe realmente lo que está fuera de la sensibilidad –cualquier varian-
te de un mundo ideal-, entonces tenemos un idealismo.

Origen de los conocimientos: empirismo, abstraccionismo, trascendentalismo, inte-


lectualismo.

¿Cómo conocemos? En primer lugar, podemos considerar a las facultades corporales co-
mo origen de los conocimientos.

Si restringimos a estas funciones con sustrato en el cuerpo el ser la fuente de todo cono-
cimiento posible tenemos un empirismo radical, para el que las sensaciones, recuerdos e
imaginaciones son las fuentes de todo conocimiento.

Si, en cambio, se admite que los conocimientos toman su materia –o contenido- de las
funciones corporales del sentir, recordar o imaginar, pero que además intervienen otras
funciones que no están directa ni primariamente relacionadas con las funciones corpora-
les, entonces tenemos dos posibilidades básicas: o bien las facultades intelectuales obtie-
nen la información procesándola por vía de la abstracción, que es la separación de los da-
tos puramente materiales para obtener datos intelectuales abstractos; o bien las facultades
intelectuales dan forma a los datos brutos de la sensibilidad, organizándolos de modo tal
que se tornen inteligibles.

Esta última concepción se denomina trascendental, porque supone que es posible deter-
minar las condiciones de posibilidad del conocimiento en su fuente gnoseológica –no en
su origen empírico– de modo apriórico, es decir, sin tomar datos de la sensibilidad.

Las funciones intelectuales son concebidas de distinta manera según sea uno u otro el ca-
so. Si se admite la teoría de la abstracción, entonces el entendimiento es la capacidad de
abstraer e intuir los datos universales accesibles al pensamiento, y la razón la capacidad de
deducir otros conocimientos universales a partir de los ya obtenidos.

Si, en cambio, se admite la teoría trascendental, se da una determinación de los contenidos


materiales por imposición de formas puras del entendimiento, y las funciones intelectuales
son concebidas de modo tal que el entendimiento es la facultad de pensar lo universal,
aplicando categorías universales a los datos particulares de la sensibilidad, o pensando
contenidos ideales a aquello que carece de toda relación con la experiencia posible.

Para la teoría abstraccionista los conceptos son abstraídos a partir de las experiencias sen-
sibles, para la teoría trascendental los conceptos son las formas con las que el entendi-
miento opera a priori, es decir, antes de toda experiencia, la cual es posible precisamente
gracias a la intervención de los conceptos puros o categorías. Para esta concepción, los
conceptos que han sido tomados de la experiencia no son puros.

Lo que tienen en común las concepciones recién expuestas es la aceptación de la sensibi-


lidad y la experiencia como fuentes de conocimientos válidos. Para el intelectualismo, la
falibilidad de los sentidos los convierte en fuentes no confiables para la obtención de co-
nocimientos absolutamente ciertos e indiscutibles, por eso sólo se admiten los datos cap-
tados por la inteligencia pura. Esta posición se denomina intelectualismo.

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Limitaciones de la posibilidad de conocer: antropologismo, relativismo, subjetivismo,


solipsismo, escepticismo, nihilismo.

Si afirmamos que las cosas son conocidas no como son en sí mismas sino tal como se dan
a la capacidad humana de conocer la posición adoptada se denomina antropologismo.

En la medida en que se considera que todo lo conocido es relativo al punto de vista desde
el cual se lo considere la posición adoptada se denomina relativismo.

En la medida en que se considera que todo lo conocido es relativo a los sujetos que las
captan, la posición adoptada se denomina subjetivismo.

En la medida en que se considera que todo lo conocido es relativo a la sociedad dentro de


la cual se conocen las cosas, la posición adoptada es un constructivismo social.

En la medida en que todo lo conocido se considera relativo al individuo que conoce, en-
tonces la posición adoptada se denomina solipsismo.

Si se considera que no es posible conocer nada y que, a lo sumo, podemos creer ilusoria-
mente que conocemos, entonces la posición adoptada se denomina escepticismo.

Si consideramos que el conocimiento es absolutamente imposible la posición adoptada se


denomina nihilismo.

1.3. Conocimientos evidentes y ciertos.

Si admitimos, con el realismo crítico, que el conocimiento es posible, esto no implica que
todos los objetos puedan ser conocidos por todos los sujetos de la misma manera ni con el
mismo grado de adecuación.

En el caso de que el objeto sea captado con toda la propiedad que corresponde a su natura-
leza, el conocimiento es evidente.

No obstante, como un conocimiento puede ser evidente en sí mismo pero, si no se cum-


plen todas las condiciones subjetivas necesarias para captarlo como tal, para algunos no se
da como evidencia, distinguimos la evidencia que corresponde al conocimiento del objeto
de la certeza que es el modo como la evidencia se da para el que conoce.

Conocimientos necesarios, probables, verosímiles, hipotéticos.

Aún cuando admitamos que el conocimiento es posible, esto no implica que todos los ob-
jetos puedan ser conocidos con el mismo grado de adecuación: el conocimiento de que al-
go es así puede ser calificado ulteriormente como necesario, probable, verosímil o hipoté-
ticamente válido.

Para KANT, la verdad es definida como “…la coincidencia del conocimiento con su obje-
to…”.

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El conocimiento es necesario cuando es así y no puede pensarse que sea de otro modo. Es
probable cuando es así, pero puede pensarse que sea de otro modo. Es verosímil cuando
se parece a algo que es así. Es hipotéticamente válido cuando es similar a algo que es po-
sible que sea así.

Opinión, creencia, conocimiento

La opinión constituye el grado más subjetivo del tener por verdadera una representación.
Opinar es un tener por verdadero con conciencia tanto subjetiva como objetivamente insu-
ficiente.

La creencia es una representación tenida por verdadera con fundamentación subjetiva, e


insuficiente en el plano objetivo: si el tener por verdadero algo es sólo subjetivamente su-
ficiente y al mismo tiempo sólo objetivamente insuficiente, entonces se denomina creen-
cia.

Pero cuando el tener por verdadero está suficientemente fundamentado tanto subjetiva
como objetivamente, entonces se trata de conocimiento. Se llama saber el tener por ver-
dadero tanto subjetiva como objetivamente fundamentado.

Convicción, convencimiento

En la medida en que algo es tenido por verdadero porque existen razones objetivas pode-
mos hablar de convicción.

Cuando algo es válido para cualquiera, en la medida en que tiene razón, entonces el fun-
damento de ello es objetivamente suficiente, y el tenerlo por verdadero se denomina en tal
caso convicción.

Pero si los fundamentos del considerar algo como verdadero no son objetivos, sino que se
basan en las disposiciones subjetivas, entonces no tenemos convicción sino mero conven-
cimiento. Si algo tiene su fundamento en la disposición particular del sujeto, entonces es
denominado convencimiento.

La comunicabilidad de un conocimiento depende de su carácter objetivo. Como el con-


vencimiento está basado en disposiciones meramente subjetivas, carece de esta base de
fundamentación objetiva y no resulta comunicable. El convencimiento es una mera apa-
riencia, pues el fundamento del juicio, que reside sólo en el sujeto, es tenido por objetivo.
De allí que un juicio de ese tipo tenga sólo validez privada, y el tener por verdadero no
puede comunicarse.

En el conocimiento verdadero y objetivamente fundado, la convicción, por ser verdadera


resultan comunicables. La verdad concierne a la coincidencia con el objeto, en relación a
lo cual los juicios de cualquier entendimiento deben ser concordantes.

La comunicabilidad del conocimiento se fundamenta en la verdad y no a la inversa, y de


allí que la comunicabilidad sea el signo de la objetividad y la verdad del conocimiento.

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1.4. Conocimiento cotidiano. Conocimiento científico. Metodología científica.

El conocimiento que el ciudadano común tiene de los fenómenos (incluidos los jurídicos)
es, en principio, natural o precientífico.

El conocimiento precientífico puede caracterizarse por la imperfección en cuatro sentidos:


a) es incompleto (en el sentido de que no se concentra en reunir todos los datos disponi-
bles relativos al problema tratado); b) es unilateral (en el sentido de que tiende a conside-
rar sólo aspectos parciales de las cosas); c) es oscuro (en el sentido de que no se preocupa
por distinguir las variables que están incluidas en el tema tratado); d) es confuso (en el
sentido de que no distingue suficientemente el problema de otros problemas).

El conocimiento natural o precientífico es el que se adquiere en forma espontánea e in-


formal. Es imprescindible para la supervivencia humana en medio natural y social y se
constituye sobre prácticas muy básicas que pasan a formar el sentido común. El lenguaje
natural es su vía de expresión y de transmisión. Esa compleja trama de conocimientos es-
pontáneos constituye la base de todo otro tipo de conocimiento; son nuestras experiencias
básicas a partir de las cuales adquirimos habilidades, pensamos, inferimos, comparamos,
formulamos preguntas, establecemos regularidades, hipotetizamos y valoramos.

Se trata de un campo muy rico de la experiencia humana que se adquiere informalmente y


está moldeada por nuestras disposiciones biológicas y por el orden social y cultural. Per-
miten una enorme economía de pensamiento y de esfuerzo, pero son también sustento de
prejuicios e ideologías. Muchas veces estos conocimientos espontáneos generan estereoti-
pos y expectativas que son difíciles de abandonar cuando la realidad demanda una revi-
sión crítica de nuestras creencias y la búsqueda de conocimientos mejor fundados.

Po su parte, preguntar por la ciencia, por el conocimiento científico, no debiera parecer


una tarea innecesaria. En efecto, el impacto del desarrollo científico y tecnológico se ma-
nifiesta en todos los ámbitos del quehacer humano.

La tarea de comprender qué es la ciencia importa no sólo por sus aplicaciones tecnológi-
cas en nuestro mundo actual sino también por el cambio conceptual que ha inducido en
nuestra comprensión del universo y de las comunidades humanas.

Desde un punto de vista restringido, que deja de lado la actividad de los hombres de cien-
cia y los medios de producción del conocimiento científico, podemos decir que la ciencia
es fundamentalmente un conjunto de saberes que utilizamos para comprender el mundo y
modificarlo.

El conocimiento científico es una modalidad de conocimiento que es interesante de consi-


derar en su constitución y desarrollo histórico. Aunque el siglo XVII, comienzo de la Mo-
dernidad, se suele considerar la fecha de nacimiento de la ciencia de hoy, su período de
gestación fue muy prolongado: desde el siglo VI a. C. se encuentra en Grecia el esfuerzo
por intentar dar explicaciones racionales.

ARISTÓTELES puede ser considerado el primer epistemólogo, ya que es el primero que se


ocupó de la fundamentación del conocimiento, la episteme de los griegos en contraposi-
ción a la doxa o mera opinión, y de formular reglas metodológicas [método demostrativo].

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La concepción aristotélica de ciencia puede resumirse en los postulados de evidencia, ver-


dad, deductibilidad, realidad. A partir de esta concepción, el modelo paradigmático de
ciencia fue la geometría, concretamente la geometría de EUCLIDES.

Como lo expresan ALCHOURRÓN y BULYGIN, de acuerdo con ese ideal toda ciencia debe
tener: a) principios absolutamente evidentes que exhiben su propia verdad, se imponen a
la razón y que no necesitan prueba alguna; además, la verdad de todos los demás enuncia-
dos pertenecientes a esa ciencia pueden establecerse por medio de una inferencia lógica a
partir de aquellos enunciados; b) estructura deductiva, esto significa que si determinados
enunciados pertenecen a una ciencia, toda consecuencia lógica de esos enunciados debe
pertenecer a esa ciencia; y c) contenido real, todo enunciado científico debe referirse a un
dominio específico de entidades reales [ALCHOURRÓN y BULYGIN, 1998:83].

La racionalidad griega es una racionalidad de la pura evidencia, abstraída de la experien-


cia, es la racionalidad del descubrimiento y la deducción a partir de principios axiomáticos
a priori. El método axiomático determina deductivamente una línea de razonamiento [teo-
remas] que significan una prueba lógica sobre la verdad, independiente de toda constata-
ción empírica.

Este ideal científico entra en crisis en el siglo XVII. El advenimiento de las geometrías no
euclideanas, junto con otros factores, mostró que los principios de la geometría no son
evidentes. Descartada, entonces, la posibilidad de este paradigma apriorístico, se determi-
na una clásica división científica que permaneció vigente hasta el siglo XIX: ciencias em-
píricas, constituidas a partir de la experiencia sensorial, por un lado, y ciencia racional
fundada en las posibilidades cognoscitivas del intelecto, por otro. La filosofía, particular-
mente a partir de DESCARTES también asume esta división. El postulado aristotélico de
evidencia se debilita y se fortalece el de realidad, sobretodo en la transición a la moderni-
dad y en virtud del enorme desarrollo del conocimiento científico en el ámbito físico natu-
ral [BACON, COPÉRNICO, NEWTON, GALILEO, HUME].

La Edad Moderna se caracteriza por los cambios producidos en todas las manifestaciones
humanas. Cambios que significaron una nueva concepción de mundo, una ruptura con el
medioevo, el fin del feudalismo, la secularización de la cultura y el comienzo del mundo
burgués. Sin duda, se necesitó una forma de conocimiento acorde a los nuevos tiempos y a
las necesidades de las nuevas clases sociales. El conocimiento que provenía del pensa-
miento divino resultó insuficiente para dar respuestas a situaciones cada vez más comple-
jas, producto de un enorme progreso tecnológico y científico. Cabe mencionar la constitu-
ción de una nueva concepción de ciencia, de un nuevo paradigma científico, en cuyo mar-
co la objetividad y la experimentación aparecen como aspectos fundamentales, se asienta
conjuntamente y en consonancia con procesos socio-económicos, cambios políticos y cul-
turales exclusivamente occidentales, más precisamente europeos.

Puesto que no todo conocimiento es conocimiento científico, un problema que vamos a


enfrentar es en qué consiste la característica principal que permite distinguir al conoci-
miento científico de otros tipos de conocimiento, por ejemplo: al que aludimos en nuestra
vida cotidiana cuando hablamos de conocer nuestro entorno o el estado del tiempo.

El ideal científico de la modernidad se constituyó en torno a la ciencia física y su caracte-


rística principal fue la confluencia del pensamiento teórico con la observación y la expe-
riencia empírica. El supuesto básico de este conocimiento es que esas leyes pueden descu-

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brirse por medio de la observación y descripción de los hechos. De allí que en esta visión
del conocimiento el método inductivo haya ocupado un rol preponderante. El conocimien-
to –se supone– se obtiene reuniendo experiencias relativas a un mismo tipo de sucesos.
Por ello, el conocimiento se adquiere por medio de la inducción y las leyes de la naturale-
za existen y están allí para ser descubiertas.

Este modelo ha sido cuestionado radicalmente entre otros por KARL POPPER. Para este au-
tor las teorías científicas son más bien hipótesis o conjeturas construidas deductivamente y
consideradas válidas en la medida en que pueden ir superando la prueba de la experiencia.
Para POPPER, que un científico reúna sus datos por vía inductiva en forma neutral es un
mito; lo que sucede, más bien, es que observamos aquellas cosas que nos interesan, que se
presentan como problemas que demandan una solución, y así elaboramos un punto de vis-
ta, o una teoría interpretando el mundo desde nuestra perspectiva y reuniendo la informa-
ción selectivamente en consonancia con el punto de vista adoptado. Las teorías científicas
–afirma– no son el extracto de la observación, sino invenciones, conjeturas elaboradas
osadamente para ser sometidas a juicio y ser eliminadas en caso de que no resistan la
prueba de la observación. Tales conjeturas, que no son obtenidas inductivamente ni veri-
ficadas en forma definitiva, pueden, sin embargo, ser falseadas por la experiencia…”1.

Para POPPER, si el conocimiento científico es un proceso deductivo mediante el cual se


elaboran teorías, hipótesis y conjeturas que posteriormente son sometidas a la prueba de la
confrontación con la experiencia, entonces el núcleo de dicho conocimiento tiene que ver
fundamentalmente con las propiedades lógicas de la teoría.

El modo como el científico concreto llega a la formulación de la teoría tiene mucho que
ver con la psicología del sujeto, pero esto no es lo decisivo para determinar el carácter
científico de la teoría. De allí que POPPER distinga claramente entre el proceso mediante el
cual una teoría llega a ser concebida por alguien –el contexto de descubrimiento de la teo-
ría, sobre el cual tiene mucho que decir la psicología– y el proceso mediante el cual la teo-
ría adquiere su coherencia y consistencia lógica –el contexto de justificación, sobre el cual
la psicología no tiene mucho para decir, pero sí la lógica.

Dicho lo anterior, se puede caracterizar al conocimiento científico, de manera muy gene-


ral, por algunos rasgos compartidos por las distintas disciplinas científicas que constituyen
valores o ideas regulativas. La ciencia se caracteriza por ser un conocimiento sistemático,
verificable, preciso, crítico y metódico que resulta así fundamentado.

El conocimiento científico logra así ser objetivo. Subjetivo es aquello que varía con cada
sujeto, lo que está determinado por las peculiaridades de cada individuo. Objetivo puede
comprenderse como lo que corresponde a los objetos. Pero como noción opuesta a subje-
tivo, significa lo que no varía con cada sujeto, sino que se presenta de igual manera para
todo sujeto.

El concepto de objetividad se relaciona con el de intersubjetividad. Esta noción refiere al


acuerdo o coincidencia entre los sujetos: la coincidencia entre todos los sujetos o con
cualquier sujeto. Este rasgo permite caracterizar a la ciencia como un saber crítico, como
opuesto a lo dogmático, y racional en el sentido de que debe ser coherente y fundado en
razones, es decir, sostenido argumentativamente.

1
PISCOPO, C. & Birattari, M. (2002), Invention vs. Discover, Springer, Berlin.

11
12 del razonamiento jurídico (5103)
Problemas del conocimiento y formas
Apuntes de Cátedra (Unidad 1)

La objetividad del conocimiento científico exige como requisitos, por un lado, un lenguaje
preciso y unívoco, técnico, y por otro lado corroborar la validez de las teorías en sus as-
pectos lógicos y verificables.

Se caracteriza también por la sistematicidad, que hace que la ciencia no sea nunca la suma
de conocimientos aislados, sino que busca su integración en distintos sistemas y estructu-
ras complejas, lógicamente articulados.

Otro de los rasgos del conocimiento científico es su carácter metódico, en el sentido de


que requiere del empleo de determinados procedimientos que gozan de confiabilidad, para
la obtención y validación de los conocimientos.

También tiene la propiedad de ser general. La ciencia busca formular leyes generales que
expresen regularidades, sin perder, en muchos casos, la singularidad.

En resumen: La ciencia busca explicar la realidad mediante leyes, las cuales posibilitan
además predicciones y aplicaciones prácticas [la tecnología].

El conocimiento científico es un conocimiento objetivo que se estructura en sistemas veri-


ficables, obtenidos metódicamente y comunicados en un lenguaje construido con reglas
precisas y explícitas donde se evita la ambigüedad y la vaguedad.

El conocimiento científico es el resultado de una forma peculiar de captar la realidad. Tal


forma responde, como ya expresamos, a principios, métodos y procedimientos propios de
la ciencia, los cuales definen la racionalidad científica.

Bajo el influjo de su eficacia se tiende a pensar que la racionalidad científica se identifica


con la racionalidad en general: es racional sólo aquello que cumple con las características
de la ciencia o con su metodología. Más aun, atribuir el calificativo de científico a una teo-
ría, un procedimiento, una tarea o un objeto es prestigiarlo. Así como negar ese calificati-
vo desvaloriza. Sin embargo, la racionalidad científica especifica los medios, los instru-
mentos, las estrategias adecuadas para lograr fines, pero nada dice de esos fines.

En las primeras décadas del siglo XIX surge, junto con el éxito de la ciencia física, empí-
rico natural, una corriente filosófica denominada positivismo. La concepción positivista se
identifica con los ideales de la ciencia moderna y promueve la limitación de la investiga-
ción científica al mundo empírico y al propio de las ciencias fácticas.

El término positivismo adquiere significación histórica con AUGUSTO COMTE. Empleaba


esta palabra para designar lo real, lo fáctico, lo observable y cuantificable, en oposición a
lo metafísico, lo especulativo. Con la concepción de la filosofía positiva, COMTE interpreta
la evolución humana como destinada a llegar a una etapa de plenitud gobernada totalmen-
te por la ciencia. Todas las manifestaciones humanas estarán organizadas científicamente.
Es el estadio positivo, al que COMTE cree que se accede en su época. Justamente, el fin del
siglo XIX se distingue por su fe en el progreso, el cual se materializa por el desarrollo y la
expansión de la ciencia.

Podemos decir que es la posición de los miembros del denominado CÍRCULO DE VIENA la
que ha contribuido decisivamente en la conformación de un paradigma dominante en el

12
13 del razonamiento jurídico (5103)
Problemas del conocimiento y formas
Apuntes de Cátedra (Unidad 1)

campo de los estudios científicos, y que ha sido bautizada como neopositivismo –aunque
no tuviese relaciones directas con el pensamiento de AUGUSTO COMTE– y también como
positivismo lógico o empirismo lógico. Como corriente abarcativa de lo real, el neopositi-
vismo puede caracterizarse, de manera general, como un programa de investigación al que
le subyace una visión científica del mundo y que persigue como objetivo reemplazar la es-
peculación metafísica, esencialista, axiológica, por una forma científica de pensar, fiel a
las reglas de la lógica y a las constricciones de la experiencia.

A partir de esta visión, que sustentó un único modelo posible de ciencia; las demás disci-
plinas pretendieron adecuarse a este ideal de ciencia y de racionalidad.

Conocimiento del conocimiento: epistemología y gnoseología.

Aparte de los conocimientos precientíficos y científicos, es posible una tercera forma de


conocimiento: al reflexionar sobre el conocimiento que se tiene de la ciencia, la epistemo-
logía –como ciencia de la ciencia– tematiza los conocimientos no en cuanto a sus conteni-
dos sino en cuanto a su condición de científicos.

En cuanto al término epistemología, en algunos de sus usos significa lo mismo que gno-
seología o teoría del conocimiento. Pero hay otro uso muy difundido que entiende por
epistemología algo más restringido, circunscribiendo su temática a todo lo referido exclu-
sivamente a los problemas del conocimiento científico, tales como las circunstancias his-
tóricas, psicológicas y sociológicas que llevan a su obtención y los criterios con los cuales
se lo justifica o invalida. La epistemología sería, en este sentido, el estudio de las condi-
ciones de producción y de validación del conocimiento científico, de su organización y
fundamentación.

Más allá de los distintos usos de la palabra, resulta ser una disciplina metateórica, puesto
que no refiere a un dominio determinado de la realidad, sino que reflexiona y teoriza sobre
el conocimiento mismo.

La gnoseología o teoría del conocimiento, por su parte, es un capítulo de la filosofía que


estudia las leyes del pensamiento en cuanto que son condición de conocimiento y su mi-
sión es “…proporcionar un sistema de principios que nos permita construir un número de
criterios para juzgar el valor cognoscitivo y además la verdad de las proposiciones…”
(INGARDEN 1926: 6).

1.5. La dimensión objetiva del conocimiento:

Deducción, inducción, abducción, transducción.

La validez del conocimiento depende del modo como se haya podido obtener.

Uno de los modos de obtener conocimientos necesarios es por medio de la deducción, que
es el razonamiento en el que la inferencia parte de una premisa universal y obtiene una
conclusión universal (o también particular).

El conocimiento inductivo, en cambio, comienza con casos singulares, y por vía de gene-
ralización arriba a una conclusión general pero no universal. A diferencia del razonamien-

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Problemas del conocimiento y formas
Apuntes de Cátedra (Unidad 1)

to deductivo, esta conclusión no es necesaria sino probable, con un grado de probabilidad


que depende del grado de cobertura del conocimiento de los casos posibles.

Si a partir de datos conocidos se infieren posibilidades, el pensamiento tiene un carácter


hipotético y se denomina abducción.

Propio del pensamiento infantil es el pensamiento transductivo, que va de una cosa a otra
sin conexión lógica, por mera yuxtaposición de representaciones, yendo, sin conexión ló-
gica, de lo particular a lo particular.

Dicho de otra manera: Nuestras operaciones mentales no siempre son realizadas de la


misma manera o de igual forma. A veces el razonamiento consiste en derivar nuevos jui-
cios o conocimientos generales de otros particulares, a veces consiste en derivar nuevos
juicios o conocimientos particulares de otros generales. En el primer caso nuestra mente
induce lo abstracto de lo concreto y en el segundo deduce lo concreto de lo abstracto.

En tanto producto o resultado de nuestra actividad mental, el término razonamiento se en-


laza con el tipo de operación mental a la que corresponde y de la que es efecto. Así, para
la actividad mental de “inducir” el resultado será la “inducción”, para la operación mental
de “deducir” el producto será la “deducción”, etc. Por este motivo, todo efecto de nuestra
mente –que sea consecuencia de la acción de razonar– puede ser estudiado con indepen-
dencia de las habilidades individuales de quien los elabora y admite ser analizado en cuan-
to a la forma en que el razonamiento es formulado.

La lógica formal: los principios lógicos.

Una vez determinado, en una aproximación inicial, el sentido de la relación cognoscitiva


en sí misma podemos centrar la atención en aquello a lo que el conocimiento refiere. La
referencia a algo exterior se admite como dada de antemano en el realismo ingenuo: en él
damos por supuesto que la realidad material exterior a nosotros es conocida tal como nos
la presentan nuestros sentidos.

Pero una cosa es tener representaciones sensibles de las cosas y otra cosa es pensarlas con
claridad y coherencia. Para que se produzca el pensamiento en sentido estricto es necesa-
rio que los procesos cognoscitivos se adecuen a las reglas de la lógica formal.

Al reflexionar sobre las condiciones que permiten pensar los objetos se toma conciencia
de que hay ciertas leyes del pensamiento que determinan lo que es pensable con coheren-
cia y lo distinguen de lo que no lo es aunque parezca serlo.

Para pensar algo la primera condición fundamental es que lo pensado se mantenga idénti-
co a sí mismo; el principio lógico que enuncia esta condición es el principio de identidad:
“toda cosa es idéntica a sí misma”.

Por otro lado, no es posible pensar cosas contradictorias, dice la segunda ley del pensa-
miento coherente; el principio que enuncia esta condición es el principio de no-
contradicción: “no es posible ser y no ser al mismo tiempo y en el mismo sentido”.

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Problemas del conocimiento y formas
Apuntes de Cátedra (Unidad 1)

El principio fundamental de todo conocimiento posible de la realidad es el principio de


no-contradicción y también enuncia así: “…Es imposible […] que un mismo atributo se
dé y no se dé simultáneamente en el mismo sujeto y en el mismo sentido…”. Al ser este el
principio fundamental de todo conocimiento posible lo es también de toda demostración,
y por ser principio de toda demostración, él mismo es indemostrable ya que se procedería
al infinito y no habría demostración alguna.

De aquí se sigue que “toda cosa es o no es, no hay una tercera posibilidad”, que es el
principio de tercero excluido.

En el principio de no-contradicción está implícito el de tercero excluido, ya que si no es


posible que una cosa sea y no sea al mismo tiempo y en el mismo sentido, entonces o es
una cosa o es la otra, no cabiendo una tercera posibilidad.

ARISTÓTELES enuncia así este principio: “…tampoco entre los términos de la contradic-
ción cabe que haya nada, sino que es necesario o bien afirmar o bien negar, de un solo
sujeto, uno cualquiera…” de sus predicados2.

En la filosofía moderna KANT sometió a una revisión crítica el problema de los principios
del conocimiento. Como la intención de KANT es buscar el principio de todo conocimien-
to, interpreta que debe hacerse abstracción de todo contenido del conocimiento, y por tan-
to buscarse un principio puramente formal: “…Independientemente de cuál sea el conte-
nido de nuestro conocimiento, y su modo de relación con sus objetos, la condición gene-
ral –aunque sólo negativa– de todos nuestros Juicios es que no se contradigan…”.

A diferencia de ARISTÓTELES, para quien el principio era el principio de conocimiento de


la realidad misma, en KANT se trata de un principio meramente formal y lógico: “…El
principio: A ninguna cosa le corresponde un predicado que la contradiga, se denomina
principio de no-contradicción, y es un criterio general de toda verdad, aunque meramente
negativo, y por eso cae dentro de la esfera de la lógica…”3.

Con posterioridad a KANT, HUSSERL abordó el problema de una lógica que no fuera me-
ramente formal, sino que pudiera servir de fundamento a un conocimiento verdadero. Los
principios de esta lógica son el doble principio de no-contradicción y tercero excluido y el
de identidad. El principio de no-contradicción se enuncia así: “…El principio de no-
contradicción expresa la imposibilidad genérica de que juicios contradictorios puedan
ser conjuntamente verdaderos (o falsos)…”. A diferencia de KANT, el principio de no-
contradicción requiere su complemento con el de tercero excluido, y esto significa:
“…Todo juicio tiene que ser llevado a ‘sus cosas mismas’, y evaluarse en su adecuación
positiva o negativa respecto de ellas…”. El principio de tercero excluido implica que todo
juicio tiene que resolverse en una afirmación o una negación: “…El principio del tercero
excluido tiene, en su faz subjetiva, dos partes. No sólo implica que cuando se trata de lle-
var un juicio a su adecuación […] tenga que llevarse a una adecuación o bien positiva o
bien negativa, sino también […] que todo juicio puede ser, por principio, llevado a una
adecuación…”.

Que el doble principio de no-contradicción y de tercero excluido tengan una dimensión


subjetiva –que corresponde al modo como el sujeto se los representa– no implica que sólo
2
ARISTÓTELES, Metafísica, I, 196.
3
KANT, I., Kritik der reinen Vernunft, p. 207

15
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Problemas del conocimiento y formas
Apuntes de Cátedra (Unidad 1)

sean principios subjetivos del conocimiento. Que en ambos principios se trata de la reali-
dad de las cosas se manifiesta por el hecho de que se fundan en el principio de identidad.
“…Aún no hemos terminado. El doble principio de no-contradicción y de tercero excluido
dice, simplemente, que todo juicio es una de dos, o verdadero o falso. […] Un juicio no es
verdadero en un momento y falso en otro, sino que es verdadero o falso de una vez para
siempre, es decir, una vez que se ha hecho evidente […] no puede […] comprobarse como
falso…”. De aquí surge la necesidad de aceptar la validez del principio de identidad:
“…Se puede, al tantas veces considerado principio de identidad A es A dar este sentido:
si A es verdadero […] entonces lo es de una vez para siempre –siendo la verdad una pro-
piedad correspondiente a un juicio que permanece idealmente idéntico…”4.

Finalmente, para pensar algo que sea coherente tenemos que encontrar una causa o razón
para que sea así y no de otra manera; este es el principio de razón suficiente, según el cual
“todo lo que es tiene una causa o razón suficiente por la cual es y es como es”.

El cuarto principio que habitualmente se considera fundamental en el conocimiento es el


de razón suficiente. Su enunciación más sencilla es la que, tomándola de WOLFF, expresa
SCHOPENHAUER: “…No hay nada que sea sin una razón, por la que sea más bien que no
sea…”.

Este principio es de fundamental importancia en el conocimiento científico, que se define


precisamente por la capacidad de dar una explicación de los hechos en términos de causas:
no se considera que alguien tenga un conocimiento científico de algo si no puede referirlo
adecuadamente a su causa. Esto es lo que refleja la formulación del principio en LEIBNIZ:
“…En virtud del principio de razón suficiente consideramos que ningún hecho podría te-
nerse por verdadero o existente, ningún enunciado por verosímil, si no hubiera una razón
suficiente por la cual sea así y no de otro modo…”5.

El estudio de estas leyes del pensamiento, en cuanto que son consideradas en sí mismas,
como formas puras y con prescindencia de toda relación con una realidad posible o efecti-
va es lo que realiza en la lógica formal.

El estudio de estas leyes en cuanto que referibles a una realidad posible es lo que se reali-
za en la lógica trascendental. El estudio de estas leyes en cuanto que referibles a una reali-
dad efectiva es lo que ocupa a la gnoseología y a las ontologías formal y material.

El examen de las formas del razonamiento ha sido emprendido por los primeros filósofos
y, desde entonces, se ha consagrado una disciplina a su estudio: la lógica. Pero de la lógi-
ca suele hablarse en sentidos distintos, por lo que conviene detenerse un instante para ana-
lizar las diferentes definiciones que se hacen de esta disciplina.

Por lógica formal se entiende a aquella parte de la teoría de la ciencia en la que se formu-
lan las reglas del razonamiento necesarias para la construcción de cualquier ciencia y que
nos indica cómo, a partir de proposiciones que están dadas de antemano, se pueden ex-
traer otras que no lo están, sin que para esto sea necesario tomar en cuenta el significado
material de las proposiciones. Ella es pues, la teoría de la consecuencia lógica y, como
tal, brinda un sistema de reglas que nos permite distinguir entre argumentaciones válidas y
no válidas [KLUG, 1982:2]. Aún así, algunos entienden que la lógica formal tiene un obje-
4
HUSSERL, E.; Formale und transzendentale Logik, p. 171-172.
5
SCHOPENHAUER, A., Über die vierfache Wurzel des Satzes von zureichenden Grunde, III, 15, 31.

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Problemas del conocimiento y formas
Apuntes de Cátedra (Unidad 1)

to más específico de estudio: los razonamientos deductivos, y por finalidad la de proveer


los métodos para distinguir aquellos que son válidos y aquellos que son inválidos, motivo
por el cual la denominan lógica deductiva elemental. Esta delimitación y estrechamiento
del objeto de estudio de la disciplina tiene por obvia consecuencia la exclusión de los ra-
zonamientos inductivos y del restante ámbito de la teoría de la ciencia al que, por exclu-
sión, se denomina como el campo de la lógica no-formal.

Sin embargo, en otro sentido, se entiende que el objeto de la lógica es el pensamiento


mismo, lo que equivale a decir que esta disciplina estudia el instrumento que tiene la per-
sona humana para llegar al conocimiento [la razón] y, si bien trata primeramente de las
reglas y leyes del pensamiento correcto, en definitiva lo ordena hacia la verdad [GHIRAR-
DI, 1983:14]. Según este parecer, y si bien en principio a la lógica le interesa las formas de
los razonamientos –o las formas que la razón sigue al elaborar los juicios– también anali-
za al razonamiento en cuanto a su materia o contenido [o significado material de las pro-
posiciones] y nos enseña a disponer bien de esos materiales para llegar a una conclusión
verdadera, tratando, así, de cuestiones profundas que se hallan relacionadas con la verdad
y la aptitud de nuestra mente para lograrla [GHIRARDI, 1983:14]. La lógica formal recibi-
ría, según esta posición, el nombre de pequeña lógica o lógica menor y la lógica mate-
rial el nombre de lógica mayor. Esta última, entendida como lógica apofántica, se vincu-
lará con los planos ontológicos y gnoseológicos del conocimiento de la verdad.

Analizadas estas distinciones y no obstante los diferentes cometidos que se asignan a esa
disciplina, a partir de los estudios de la lógica, para admitir que ciertos resultados de la
actividad de razonar son razonamientos correctos, debe verificarse si ellos han sido obte-
nidos de acuerdo con ciertas estructuras o esquemas y de conformidad con ciertas reglas
que han sido establecidas, precisamente, como las formas que guían o dirigen la realiza-
ción de los mismos. Estas estructuras, esquemas y reglas son, así, las formas que constitu-
yen las condiciones necesarias o suficientes para que aceptemos el resultado de la activi-
dad mental realizada, o lo que es lo mismo: para que admitamos el nuevo conocimiento
obtenido.

Es comprensible que, a partir de la estipulación de ciertas estructuras y esquemas y del es-


tablecimiento de ciertas reglas y condiciones, suceda que algunos resultados de la activi-
dad mental de razonar dejen de ser comprendidos en la extensión del vocablo razona-
miento, perdiendo este término su natural denotación. Así, no todos están dispuestos a
aceptar a la “conjetura” o al “acuerdo” como formando parte del grupo de los objetos a
los cuales pueda aplicarse la palabra razonamiento y a admitir que, a partir de las reglas y
esquemas que se asignen a la conjetura o al acuerdo se logren nuevos conocimientos váli-
dos. Y ello sucede, no sólo por las propiedades que, para algunos, connotan el término ra-
zonamiento sino, también, por las cualidades que, algunos, asignan al vocablo “conoci-
miento”; es decir, no se trata sólo de un problema lógico sino también de un problema
gnoseológico.

Para ejemplificar digamos que ya ARISTÓTELES había establecido la forma de unos razo-
namientos que él denominó “analíticos” pero que se conocen también con el nombre de
“deductivos” o “demostrativos”. Estos razonamientos son los que, partiendo de juicios
[premisas] necesarios o verdaderos conducen, por medio de inferencias válidas, a ciertas
conclusiones igualmente necesarias o verdaderas. Como se percibe, este particular razo-
namiento aristotélico no es cualquier razonamiento, sino una específica forma [llamada
silogismo] sometida a cierta estructura, a ciertas condiciones y a ciertas reglas. En él las

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Problemas del conocimiento y formas
Apuntes de Cátedra (Unidad 1)

premisas [los juicios o conocimientos previos] y la conclusión que de estas premisas se


obtiene [el nuevo juicio o nuevo conocimiento] deben ser “verdaderas” o “necesarias” y,
además, la inferencia debe ser “válida”.

Como puede apreciarse surgen aquí dos inconvenientes:

Por un lado, deberá discutirse y precisarse, no sólo sobre aquello que pueda o deba ser
considerado verdadero o necesario y la aptitud de nuestra mente para lograr esa certeza,
sino también sobre cuáles sean las condiciones de validez de una inferencia.

Por otro lado, si el término razonamiento denotara sólo a este particular resultado de la
acción de razonar, entonces, toda otra actividad mental que no se dirigiera a establecer un
resultado que no sea una demostración deductiva de estas características no sería un razo-
namiento válido o, dicho de otra forma, sólo se aceptaría un resultado [un razonamiento]
si y sólo si el nuevo conocimiento se obtiene por medio de una deducción verdadera o ne-
cesaria, considerada a partir de esta particular estructura y de estas singulares reglas y
condiciones.

En vinculación con este último inconveniente podríamos agregar otro ejemplo. Podría es-
tipularse que, para ser considerado como razonamiento válido, todo resultado de nuestra
actividad mental de razonar debería tener la aptitud de ser verificable o de ser sometido a
prueba. De ello resultaría que sólo las conclusiones que admitan verificación empírica po-
drían ser aceptadas como razonamientos válidos y, por el contrario, todo otro nuevo cono-
cimiento obtenido sin verificación, que escape a este especial discurso, no sería conside-
rado merecedor de ser comprendido en la extensión de esa palabra [por ejemplo, todos los
nuevos conocimientos resultantes de juicios valorativos morales].

Paradójicamente, resultaría que algunas actividades mentales propias del hombre serían
“racionales” en tanto que son dirigidas por la facultad de la “razón”, pero sus efectos o
resultados [los razonamientos obtenidos] serían “irracionales” y resultarían lógicamente
“inválidos” o “incorrectos” por no ajustarse a las estructuras y esquemas, reglas y requisi-
tos, con que los mismos hombres hemos estrechado el contenido de las palabras.

Sin embargo, siendo el lenguaje un déspota que no se deja imponer forzaduras, ni siquie-
ra en nombre de la precisión (BORRUSO, 1996:6), y observando que ya el propio ARISTÓ-
TELES incluía en la extensión del vocablo razonamiento también a los “dialécticos” [forma
del razonamiento que sirve para guiar las deliberaciones y las discusiones y obtener cier-
tos y particulares conocimientos] podemos aceptar que la mayor o menor extensión con
que se utiliza el término razonamiento depende, en primer lugar, de la aceptación de las
formas [estructuras y reglas] en función de las cuales se los analice y de la validez de la
inferencia.

Pero, en segundo lugar, la mayor o menor extensión con que se utiliza el término razona-
miento depende de los contenidos materiales de sus proposiciones y de la aceptación de la
conclusión que alcancemos, es decir: de las condiciones en que admitamos la adquisición
del nuevo conocimiento a partir de la verdad o de la necesidad de las premisas, o de la ve-
rosimilitud o de la contingencia de los juicios involucrados.

En los enfoques tradicionales, en los que el margen de intervención de la racionalidad es-


tratégica es mayor, el razonamiento jurídico ha sido tema no de la lógica sino, mejor, de la

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Problemas del conocimiento y formas
Apuntes de Cátedra (Unidad 1)

retórica, como técnica de la persuasión. En su primera elaboración teórica por parte de


ARISTÓTELES, la disciplina encargada de estudiar el razonamiento jurídico fue la retórica
y no la lógica.

En la evolución histórica posterior, la necesidad de proporcionar rigor lógico al razona-


miento jurídico convirtió a la lógica en la disciplina filosófica que se ha relacionado al de-
recho para determinar con mayor precisión las reglas que presiden el razonamiento jurídi-
co. La justificación de esta relación está –incluso en nuestros días– signada por la preocu-
pación por evitar que se produzcan sentencias sin fundamentación, sentencias con insufi-
ciente fundamentación y sentencias violatorias de los grandes principios lógicos, princi-
palmente del principio lógico de no contradicción.

En verdad, los principios lógicos constituyen la condición necesaria para garantizar un ra-
zonamiento jurídico correcto. No hay jurídicamente ningún razonamiento válido si no se-
guimos con rigor los principios y reglas de la lógica. Es preciso tener en cuenta que la ló-
gica es una disciplina puramente formal, y de allí que la observancia de sus leyes pueda
constituir la condición necesaria pero no suficiente para el razonamiento jurídico: las re-
glas lógicas son reglas puramente formales: las reglas lógicas son formas de la razón.

En contrario, para WALTON la lógica que resulta apropiada para entender el razonamiento
jurídico no es la lógica tradicional sino la lógica conversacional. Así, lo que en la lógica
tradicional se consideraría como un argumento inválido por ser una falacia –por ejemplo
la argumentación ad hominen, que consiste en atacar a quien sustenta una opinión y no la
opinión misma–, en el proceso judicial podría aceptarse como válido cuando lo que está
en cuestión es la credibilidad de alguien que se presenta como testigo6.

Para WALTON más importante que atender a la corrección formal del razonamiento utili-
zado en un proceso judicial es tener en cuenta el sentido en el que se utiliza la interven-
ción. Para ello lo que resulta más útil es conocer las distintas formas de diálogo que se re-
quieren en cada situación: cuando se da un conflicto de opiniones, la meta del participante
del diálogo es convencer a la contraparte, y por eso el tipo de diálogo es persuasivo; el ob-
jetivo del diálogo se cumple cuando se logra claridad sobre el asunto discutido. Cuando,
en cambio, lo que se da es un conflicto de intereses, el objetivo del participante en el diá-
logo es conseguir lo que desea, y por eso el tipo de diálogo apropiado no es el persuasivo
sino la negociación.

El objetivo del diálogo se produce cuando logra un acuerdo razonable para ambas partes.
Cuando una de las partes carece de la información necesaria para tomar una decisión, la
finalidad del participante en el diálogo es conseguirla, para ello el tipo de diálogo requeri-
do es la solicitación de información. El objetivo del diálogo se logra cuando se intercam-
bia y proporciona información adecuadamente. Cuando la situación es un dilema produci-
do ante una decisión práctica, la meta del participante es coordinar las acciones, y el tipo
de diálogo requerido es la deliberación. La meta del diálogo se cumple cuando se decide
el mejor curso de acción. Cuando la situación requiere probar algo, la meta de los partici-
pantes es proporcionar o solicitar evidencia, y el tipo de diálogo es la investigación. El ob-
jetivo del diálogo se cumple cuando se logra confirmar o refutar una hipótesis.7

6
WALTON, D., A pragmatic model of legal disputation, p. 711, 716.
7
WALTON, D., A pragmatic model of legal disputation, p. 717.

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Problemas del conocimiento y formas
Apuntes de Cátedra (Unidad 1)

Para WALTON, la relevancia de un argumento no es menos importante que su corrección:


“…un argumento es relevante sólo si contribuye a la realización de la meta del diálogo
del cual se supone que forma parte…”. En esta línea de interpretación del proceso judicial
cabe preguntar, por ejemplo, la relevancia de un diálogo de tipo erístico, que puede defi-
nirse como “…el tipo de diálogo polémico o agonístico donde cada parte ataca a la otra,
y trata de humillarla o hacerla parecer como ridícula o incompetente…”. No sólo resulta
importante poder distinguir los tipos de situaciones de diálogo, sino también el compren-
der que dentro de un mismo ámbito es posible pasar de un tipo de diálogo a otro: “…Otro
fenómeno que es importante conocer es el cambio dialéctico, o cambio de contexto entre
un diálogo y otro durante la misma secuencia de argumentación. Por ejemplo: el hacer
una amenaza durante un diálogo persuasivo (un tipo de intervención inadecuado para es-
te tipo de diálogo) puede indicar un cambio dialéctico hacia un tipo de diálogo de nego-
ciación.”8

En este enfoque de la argumentación jurídica los razonamientos deductivos e inducivos


siguen ocupando un lugar importante, pero no excluyente. De este modo, se abre como
campo de estudio el de las falacias informales que, si bien son condenadas por la lógica
tradicional como razonamientos inadecuados, pueden ser razonables y apropiadas en al-
gunos caos de argumentación jurídica. Como existe, claramente, la posibilidad de un em-
pleo abusivo de las falacias informales, si han de ser usadas [en la argumentación jurídi-
ca], tienen que ser utilizadas con cuidado.

De allí que el conocimiento de las falacias resulte conveniente para quien argumenta jurí-
dicamente: tanto para poder emplearlas cuando resulta pertinente hacerlo, como para re-
conocerlas y denunciarlas como tales cuando su empleo es abusivo e improcedente.

La lógica informal: las falacias.

La adecuación a las leyes del pensamiento lógico-formal es un ideal que en la vida co-
rriente no se realiza de modo ni pleno ni satisfactorio. Ocurre que al razonar incurrimos en
errores que no son detectados fácilmente como tales porque aún cuando son incorrectos en
términos de la lógica formal se nos presentan con la apariencia de validez y corrección.
Estos razonamientos incorrectos, aunque con apariencia de corrección, se denominan fala-
cias, y son estudiadas por la lógica informal. En el ámbito del razonamiento jurídico se
admite su empleo sólo en casos excepcionales y cuando el sentido de la aplicación del ra-
zonamiento se justifica por el contexto de la argumentación. Algunas de las falacias más
conocidas son:

a) ad misericordiam: esta falacia es una apelación a la misericordia del oyente, pero sin
otro fundamento que justifique la aceptación del razonamiento. Por ejemplo: “necesito
el empleo porque mi situación financiera es terrible, por tanto, usted debe dármelo”.

b) ad baculum: esta falacia es una apelación al asentimiento del oyente basada en la


amenaza: “mi padre tiene una parte importante en las acciones de la empresa, por tanto
usted debe darme el empleo que solicito”.

8
WALTON, D., A pragmatic model of legal disputation, p. 721-723.

20
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Problemas del conocimiento y formas
Apuntes de Cátedra (Unidad 1)

c) ad populum: esta falacia es una apelación a la aceptación generalizada de algo que no


está demostrado que sea así: “todo el mundo lo tiene, por tanto usted también debe te-
nerlo”

d) generalización apresurada: esta falacia es el salto a una afirmación general sobre la ba-
se de escasos ejemplos: “a aprobó la materia estudiando menos de una semana, igual
que b y c, por tanto, todos pueden aprobar la materia estudiando menos de una sema-
na.”

f) ad hominem: esta falacia consiste en considerar que se ha rebatido un argumento ata-


cando las cualidades personales de quien lo utiliza: “ni siquiera has podido terminar
el secundario, así que no opines sobre cómo administrar el dinero de la casa”.

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