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Unidad 1 Apuntes 131109940269
Unidad 1 Apuntes 131109940269
Unidad 1. El conocimiento
Conceptos y términos.
Los objetos de conocimiento son todas las “cosas” que existen y que nuestra mente puede
aprehender. A todas ellas corresponde un concepto.
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Problemas del conocimiento y formas
Apuntes de Cátedra (Unidad 1)
Todos los objetos que pueden ser conocidos admiten que se los identifique o represente
con un “término”. Un término es una palabra o una expresión [conjunto de palabras] cuya
primera misión es la de aludir, referir o mencionar a un objeto. Para que ello suceda, natu-
ralmente, la elaboración y la comunicación del término implica la utilización del lenguaje.
El uso del término, además, nos permite entender de qué estamos hablando cuando lo em-
pleamos, y ello es así porque su segunda misión es la de contener, en sí, el sentido o el
significado del objeto al que se refiere. Ese sentido o significado, a su vez, es el “concep-
to” o conjunto de propiedades que la mente capta o aprehende del objeto en cuestión y que
se expresa en las palabras.
Para KANT los conceptos son las representaciones que se refieren a sus objetos por medio
de una característica que es común a todos ellos. Así, por ejemplo, el concepto de triángu-
lo reúne lo que todos los triángulos tienen en común: el ser figuras geométricas de tres la-
dos.
Entonces, según cual sea la participación de la experiencia en la génesis del concepto cabe
distinguir los conceptos puros de los empíricos. Los conceptos puros, en cuanto que tienen
su origen exclusivamente en el entendimiento, se denominan “noción (notio)”. Finalmen-
te, el concepto [elaborado] a partir de nociones que sobrepasan la posibilidad de la expe-
riencia, es la idea, o el concepto de la razón.
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Por ello, puede afirmarse provisoriamente que el comienzo del conocimiento se da cuando
se produce una representación conceptual de algo.
Juicios y proposiciones.
Además, de todos los objetos, o para todos ellos, podemos formular “juicios”.
Por medio de los juicios nosotros afirmamos o negamos algo acerca de los objetos. Dicho
de otra forma, a través de los juicios atribuimos ciertos “predicados” [es decir: aquello
que afirmamos o que negamos] a ciertos “sujetos” [o sea, a los objetos de los que afirma-
mos o negamos algo].
Todo juicio implica, por esto mismo y esencialmente, un conocimiento, aunque nuestra
afirmación sea falsa o verdadera, y aunque, por consecuencia, el conocimiento que tenga-
mos del objeto del que afirmamos algo sea falso o verdadero.
El juicio es la reunión de conceptos por medio de la cual se afirma o niega algo acerca de
algo. Los juicios resultan de una composición de conceptos.
Los juicios, al igual que los conceptos, son expresados mediante el lenguaje, utilizando
palabras o expresiones. Así como los términos son los vehículos lingüísticos para expresar
los conceptos, de la misma manera las “proposiciones” son los medios del lenguaje para
expresar los juicios.
En tanto los juicios pueden ser entendidos como un discurso interno de nuestra mente, las
proposiciones pueden ser consideradas como un discurso externo a ella [GHIRARDI,
1983:83]. Las proposiciones son, de esta forma, el enunciado lingüístico de nuestros jui-
cios, que parte desde nosotros hacia un interlocutor en forma de exhibición o exposición
de lo que afirmamos o negamos.
El juicio es el lugar propio de la verdad, en la medida en que se entiende por verdad la co-
rrespondencia adecuada entre las representaciones y las cosas. La mera representación de
un concepto no nos dice si se corresponde o no con la realidad a la que refiere. Sin embar-
go, en el juicio se realiza una síntesis entre dos conceptos, de modo tal que se determina –
por la afirmativa o por la negativa– la correspondencia de un estado de cosas representado
con la realidad de dicho estado.
Razonamientos
Por su parte, un acercamiento inicial al término “razonamiento” nos permite afirmar que
consiste tanto en una “acción”, esto es: “razonar”, cuanto en el “efecto” o “resultado” de
esa acción, es decir: el “razonamiento” obtenido [PERELMAN, 1979:9].
En tanto acción, el razonamiento se presenta como una actividad mental que realizamos
solamente las personas y esto es así por cuanto esa operación de la mente ha sido y es
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considerada como derivación de una facultad natural, una capacidad o aptitud, propia del
ser humano: la “razón” [en griego: ].
Es la razón, precisamente, aquella facultad que diferencia –en forma esencial– a la especie
de los seres humanos [personas] del resto de los seres que se agrupan en el género de los
animales; noción clásica, que surge en la Grecia antigua y que nos acompaña hasta nues-
tros días, que se sintetiza en la expresión: “el hombre es un animal racional” y que impli-
ca que, como facultad, la razón permite sólo a los seres humanos captar o representarse
conceptos y formular juicios y razonamientos. Por ello, y en tanto acción, operación de la
mente o actividad mental, el razonamiento sólo es posible allí donde existe [o está presen-
te] esta especialísima facultad: la razón.
En contra de esta tesis puede sostenerse que esta aptitud también se encuentra presente en
los otros seres animales que no pertenecen a la especie humana. Ciertas teorías naturalis-
tas afirman, en este sentido, que entre los demás seres animales y el hombre sólo existirían
diferencias de grado, pero no esenciales.
Por lo señalado, no serían producto de la razón las meras acciones de la mente que, aún
teniendo origen en el ser humano, sean realizadas sin el concurso de esta facultad, tales
como las actividades de dormir, respirar u otras acciones mecánicas o meramente biológi-
cas propias del género animal al que, por naturaleza, el ser humano pertenece. Se dicen de
estas últimas, precisamente, que son actos del hombre, por su condición de ser animal, y
de las primeras que son actos humanos, porque son producto de su razón y por su condi-
ción de ser racional. En tanto las primeras son inconscientes, las segundas son realizadas
en forma consciente.
De acuerdo con lo anterior, podemos establecer que esta actividad mental [el razonamien-
to entendido como acción] es una particular y específica operación de la mente. El “razo-
namiento” es aquella actividad de nuestra mente que nos permite adquirir un nuevo co-
nocimiento a partir de lo que ya conocemos.
En este sentido, constituye razonamiento solamente aquella actividad mental que los seres
humanos realizamos sabiendo que lo estamos haciendo [esto es, con conciencia de que es-
tamos razonando] pero que, además, efectuamos con intención de lograr un propósito de
utilidad, es decir, con el fin de obtener un nuevo conocimiento sobre la base de los que ya
tenemos.
El razonamiento es, así, una de las tres operaciones de nuestra mente que nos permiten
conocer y aunque es distinta de las otras dos, existe entre ellas, como se puede apreciar,
una íntima relación que liga a la representación del objeto [su término y su concepto], lo
que afirmamos o negamos de él [la proposición y el juicio] y los nuevos conocimientos
que podemos obtener acerca de él a partir de nuestras afirmaciones anteriores [los razo-
namientos]. Esto es así porque, como ya hemos dicho, todas estas operaciones de la mente
están dirigidas por esa facultad particular del ser humano que es la razón.
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El razonamiento es la unión de dos juicios, uno de los cuales cumple la función de premi-
sa mayor, y otro de premisa menor, de modo tal que de ellos se infiere un tercer juicio,
llamado conclusión.
Dentro de los conocimientos que resultan de nuestra reflexión sobre el conocimiento po-
demos distinguir varias actitudes que –de un modo más o menos conciente, más o menos
expreso- suelen adoptarse respecto de la posibilidad de conocer en general.
El hecho de que distintas personas crean conocer las mismas cosas de distinta manera lle-
va a preguntar si el conocimiento realmente nos da las cosas tal como ellas son en sí mis-
mas.
Esta reflexión más profunda sobre el conocimiento puede conducir a un examen crítico de
las posibilidades de conocer.
Si, en cambio, llegamos a la conclusión de que no podemos conocer las cosas tal como
son en sí mismas, sino sólo como se nos presentan a nuestras capacidades cognoscitivas, y
en particular a las de la sensibilidad y la experiencia, entonces tenemos un fenomenismo
crítico.
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Si, en cambio, afirmamos que podemos conocer las cosas tal como son en sí mismas, pero
sólo admitimos que existe realmente lo que está fuera de la sensibilidad –cualquier varian-
te de un mundo ideal-, entonces tenemos un idealismo.
¿Cómo conocemos? En primer lugar, podemos considerar a las facultades corporales co-
mo origen de los conocimientos.
Si restringimos a estas funciones con sustrato en el cuerpo el ser la fuente de todo cono-
cimiento posible tenemos un empirismo radical, para el que las sensaciones, recuerdos e
imaginaciones son las fuentes de todo conocimiento.
Si, en cambio, se admite que los conocimientos toman su materia –o contenido- de las
funciones corporales del sentir, recordar o imaginar, pero que además intervienen otras
funciones que no están directa ni primariamente relacionadas con las funciones corpora-
les, entonces tenemos dos posibilidades básicas: o bien las facultades intelectuales obtie-
nen la información procesándola por vía de la abstracción, que es la separación de los da-
tos puramente materiales para obtener datos intelectuales abstractos; o bien las facultades
intelectuales dan forma a los datos brutos de la sensibilidad, organizándolos de modo tal
que se tornen inteligibles.
Esta última concepción se denomina trascendental, porque supone que es posible deter-
minar las condiciones de posibilidad del conocimiento en su fuente gnoseológica –no en
su origen empírico– de modo apriórico, es decir, sin tomar datos de la sensibilidad.
Las funciones intelectuales son concebidas de distinta manera según sea uno u otro el ca-
so. Si se admite la teoría de la abstracción, entonces el entendimiento es la capacidad de
abstraer e intuir los datos universales accesibles al pensamiento, y la razón la capacidad de
deducir otros conocimientos universales a partir de los ya obtenidos.
Para la teoría abstraccionista los conceptos son abstraídos a partir de las experiencias sen-
sibles, para la teoría trascendental los conceptos son las formas con las que el entendi-
miento opera a priori, es decir, antes de toda experiencia, la cual es posible precisamente
gracias a la intervención de los conceptos puros o categorías. Para esta concepción, los
conceptos que han sido tomados de la experiencia no son puros.
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Si afirmamos que las cosas son conocidas no como son en sí mismas sino tal como se dan
a la capacidad humana de conocer la posición adoptada se denomina antropologismo.
En la medida en que se considera que todo lo conocido es relativo al punto de vista desde
el cual se lo considere la posición adoptada se denomina relativismo.
En la medida en que se considera que todo lo conocido es relativo a los sujetos que las
captan, la posición adoptada se denomina subjetivismo.
En la medida en que todo lo conocido se considera relativo al individuo que conoce, en-
tonces la posición adoptada se denomina solipsismo.
Si se considera que no es posible conocer nada y que, a lo sumo, podemos creer ilusoria-
mente que conocemos, entonces la posición adoptada se denomina escepticismo.
Si admitimos, con el realismo crítico, que el conocimiento es posible, esto no implica que
todos los objetos puedan ser conocidos por todos los sujetos de la misma manera ni con el
mismo grado de adecuación.
En el caso de que el objeto sea captado con toda la propiedad que corresponde a su natura-
leza, el conocimiento es evidente.
Aún cuando admitamos que el conocimiento es posible, esto no implica que todos los ob-
jetos puedan ser conocidos con el mismo grado de adecuación: el conocimiento de que al-
go es así puede ser calificado ulteriormente como necesario, probable, verosímil o hipoté-
ticamente válido.
Para KANT, la verdad es definida como “…la coincidencia del conocimiento con su obje-
to…”.
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El conocimiento es necesario cuando es así y no puede pensarse que sea de otro modo. Es
probable cuando es así, pero puede pensarse que sea de otro modo. Es verosímil cuando
se parece a algo que es así. Es hipotéticamente válido cuando es similar a algo que es po-
sible que sea así.
La opinión constituye el grado más subjetivo del tener por verdadera una representación.
Opinar es un tener por verdadero con conciencia tanto subjetiva como objetivamente insu-
ficiente.
Pero cuando el tener por verdadero está suficientemente fundamentado tanto subjetiva
como objetivamente, entonces se trata de conocimiento. Se llama saber el tener por ver-
dadero tanto subjetiva como objetivamente fundamentado.
Convicción, convencimiento
En la medida en que algo es tenido por verdadero porque existen razones objetivas pode-
mos hablar de convicción.
Cuando algo es válido para cualquiera, en la medida en que tiene razón, entonces el fun-
damento de ello es objetivamente suficiente, y el tenerlo por verdadero se denomina en tal
caso convicción.
Pero si los fundamentos del considerar algo como verdadero no son objetivos, sino que se
basan en las disposiciones subjetivas, entonces no tenemos convicción sino mero conven-
cimiento. Si algo tiene su fundamento en la disposición particular del sujeto, entonces es
denominado convencimiento.
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El conocimiento que el ciudadano común tiene de los fenómenos (incluidos los jurídicos)
es, en principio, natural o precientífico.
La tarea de comprender qué es la ciencia importa no sólo por sus aplicaciones tecnológi-
cas en nuestro mundo actual sino también por el cambio conceptual que ha inducido en
nuestra comprensión del universo y de las comunidades humanas.
Desde un punto de vista restringido, que deja de lado la actividad de los hombres de cien-
cia y los medios de producción del conocimiento científico, podemos decir que la ciencia
es fundamentalmente un conjunto de saberes que utilizamos para comprender el mundo y
modificarlo.
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Como lo expresan ALCHOURRÓN y BULYGIN, de acuerdo con ese ideal toda ciencia debe
tener: a) principios absolutamente evidentes que exhiben su propia verdad, se imponen a
la razón y que no necesitan prueba alguna; además, la verdad de todos los demás enuncia-
dos pertenecientes a esa ciencia pueden establecerse por medio de una inferencia lógica a
partir de aquellos enunciados; b) estructura deductiva, esto significa que si determinados
enunciados pertenecen a una ciencia, toda consecuencia lógica de esos enunciados debe
pertenecer a esa ciencia; y c) contenido real, todo enunciado científico debe referirse a un
dominio específico de entidades reales [ALCHOURRÓN y BULYGIN, 1998:83].
Este ideal científico entra en crisis en el siglo XVII. El advenimiento de las geometrías no
euclideanas, junto con otros factores, mostró que los principios de la geometría no son
evidentes. Descartada, entonces, la posibilidad de este paradigma apriorístico, se determi-
na una clásica división científica que permaneció vigente hasta el siglo XIX: ciencias em-
píricas, constituidas a partir de la experiencia sensorial, por un lado, y ciencia racional
fundada en las posibilidades cognoscitivas del intelecto, por otro. La filosofía, particular-
mente a partir de DESCARTES también asume esta división. El postulado aristotélico de
evidencia se debilita y se fortalece el de realidad, sobretodo en la transición a la moderni-
dad y en virtud del enorme desarrollo del conocimiento científico en el ámbito físico natu-
ral [BACON, COPÉRNICO, NEWTON, GALILEO, HUME].
La Edad Moderna se caracteriza por los cambios producidos en todas las manifestaciones
humanas. Cambios que significaron una nueva concepción de mundo, una ruptura con el
medioevo, el fin del feudalismo, la secularización de la cultura y el comienzo del mundo
burgués. Sin duda, se necesitó una forma de conocimiento acorde a los nuevos tiempos y a
las necesidades de las nuevas clases sociales. El conocimiento que provenía del pensa-
miento divino resultó insuficiente para dar respuestas a situaciones cada vez más comple-
jas, producto de un enorme progreso tecnológico y científico. Cabe mencionar la constitu-
ción de una nueva concepción de ciencia, de un nuevo paradigma científico, en cuyo mar-
co la objetividad y la experimentación aparecen como aspectos fundamentales, se asienta
conjuntamente y en consonancia con procesos socio-económicos, cambios políticos y cul-
turales exclusivamente occidentales, más precisamente europeos.
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brirse por medio de la observación y descripción de los hechos. De allí que en esta visión
del conocimiento el método inductivo haya ocupado un rol preponderante. El conocimien-
to –se supone– se obtiene reuniendo experiencias relativas a un mismo tipo de sucesos.
Por ello, el conocimiento se adquiere por medio de la inducción y las leyes de la naturale-
za existen y están allí para ser descubiertas.
Este modelo ha sido cuestionado radicalmente entre otros por KARL POPPER. Para este au-
tor las teorías científicas son más bien hipótesis o conjeturas construidas deductivamente y
consideradas válidas en la medida en que pueden ir superando la prueba de la experiencia.
Para POPPER, que un científico reúna sus datos por vía inductiva en forma neutral es un
mito; lo que sucede, más bien, es que observamos aquellas cosas que nos interesan, que se
presentan como problemas que demandan una solución, y así elaboramos un punto de vis-
ta, o una teoría interpretando el mundo desde nuestra perspectiva y reuniendo la informa-
ción selectivamente en consonancia con el punto de vista adoptado. Las teorías científicas
–afirma– no son el extracto de la observación, sino invenciones, conjeturas elaboradas
osadamente para ser sometidas a juicio y ser eliminadas en caso de que no resistan la
prueba de la observación. Tales conjeturas, que no son obtenidas inductivamente ni veri-
ficadas en forma definitiva, pueden, sin embargo, ser falseadas por la experiencia…”1.
El modo como el científico concreto llega a la formulación de la teoría tiene mucho que
ver con la psicología del sujeto, pero esto no es lo decisivo para determinar el carácter
científico de la teoría. De allí que POPPER distinga claramente entre el proceso mediante el
cual una teoría llega a ser concebida por alguien –el contexto de descubrimiento de la teo-
ría, sobre el cual tiene mucho que decir la psicología– y el proceso mediante el cual la teo-
ría adquiere su coherencia y consistencia lógica –el contexto de justificación, sobre el cual
la psicología no tiene mucho para decir, pero sí la lógica.
El conocimiento científico logra así ser objetivo. Subjetivo es aquello que varía con cada
sujeto, lo que está determinado por las peculiaridades de cada individuo. Objetivo puede
comprenderse como lo que corresponde a los objetos. Pero como noción opuesta a subje-
tivo, significa lo que no varía con cada sujeto, sino que se presenta de igual manera para
todo sujeto.
1
PISCOPO, C. & Birattari, M. (2002), Invention vs. Discover, Springer, Berlin.
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La objetividad del conocimiento científico exige como requisitos, por un lado, un lenguaje
preciso y unívoco, técnico, y por otro lado corroborar la validez de las teorías en sus as-
pectos lógicos y verificables.
Se caracteriza también por la sistematicidad, que hace que la ciencia no sea nunca la suma
de conocimientos aislados, sino que busca su integración en distintos sistemas y estructu-
ras complejas, lógicamente articulados.
También tiene la propiedad de ser general. La ciencia busca formular leyes generales que
expresen regularidades, sin perder, en muchos casos, la singularidad.
En resumen: La ciencia busca explicar la realidad mediante leyes, las cuales posibilitan
además predicciones y aplicaciones prácticas [la tecnología].
En las primeras décadas del siglo XIX surge, junto con el éxito de la ciencia física, empí-
rico natural, una corriente filosófica denominada positivismo. La concepción positivista se
identifica con los ideales de la ciencia moderna y promueve la limitación de la investiga-
ción científica al mundo empírico y al propio de las ciencias fácticas.
Podemos decir que es la posición de los miembros del denominado CÍRCULO DE VIENA la
que ha contribuido decisivamente en la conformación de un paradigma dominante en el
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campo de los estudios científicos, y que ha sido bautizada como neopositivismo –aunque
no tuviese relaciones directas con el pensamiento de AUGUSTO COMTE– y también como
positivismo lógico o empirismo lógico. Como corriente abarcativa de lo real, el neopositi-
vismo puede caracterizarse, de manera general, como un programa de investigación al que
le subyace una visión científica del mundo y que persigue como objetivo reemplazar la es-
peculación metafísica, esencialista, axiológica, por una forma científica de pensar, fiel a
las reglas de la lógica y a las constricciones de la experiencia.
A partir de esta visión, que sustentó un único modelo posible de ciencia; las demás disci-
plinas pretendieron adecuarse a este ideal de ciencia y de racionalidad.
En cuanto al término epistemología, en algunos de sus usos significa lo mismo que gno-
seología o teoría del conocimiento. Pero hay otro uso muy difundido que entiende por
epistemología algo más restringido, circunscribiendo su temática a todo lo referido exclu-
sivamente a los problemas del conocimiento científico, tales como las circunstancias his-
tóricas, psicológicas y sociológicas que llevan a su obtención y los criterios con los cuales
se lo justifica o invalida. La epistemología sería, en este sentido, el estudio de las condi-
ciones de producción y de validación del conocimiento científico, de su organización y
fundamentación.
Más allá de los distintos usos de la palabra, resulta ser una disciplina metateórica, puesto
que no refiere a un dominio determinado de la realidad, sino que reflexiona y teoriza sobre
el conocimiento mismo.
La validez del conocimiento depende del modo como se haya podido obtener.
Uno de los modos de obtener conocimientos necesarios es por medio de la deducción, que
es el razonamiento en el que la inferencia parte de una premisa universal y obtiene una
conclusión universal (o también particular).
El conocimiento inductivo, en cambio, comienza con casos singulares, y por vía de gene-
ralización arriba a una conclusión general pero no universal. A diferencia del razonamien-
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Propio del pensamiento infantil es el pensamiento transductivo, que va de una cosa a otra
sin conexión lógica, por mera yuxtaposición de representaciones, yendo, sin conexión ló-
gica, de lo particular a lo particular.
Pero una cosa es tener representaciones sensibles de las cosas y otra cosa es pensarlas con
claridad y coherencia. Para que se produzca el pensamiento en sentido estricto es necesa-
rio que los procesos cognoscitivos se adecuen a las reglas de la lógica formal.
Al reflexionar sobre las condiciones que permiten pensar los objetos se toma conciencia
de que hay ciertas leyes del pensamiento que determinan lo que es pensable con coheren-
cia y lo distinguen de lo que no lo es aunque parezca serlo.
Para pensar algo la primera condición fundamental es que lo pensado se mantenga idénti-
co a sí mismo; el principio lógico que enuncia esta condición es el principio de identidad:
“toda cosa es idéntica a sí misma”.
Por otro lado, no es posible pensar cosas contradictorias, dice la segunda ley del pensa-
miento coherente; el principio que enuncia esta condición es el principio de no-
contradicción: “no es posible ser y no ser al mismo tiempo y en el mismo sentido”.
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De aquí se sigue que “toda cosa es o no es, no hay una tercera posibilidad”, que es el
principio de tercero excluido.
ARISTÓTELES enuncia así este principio: “…tampoco entre los términos de la contradic-
ción cabe que haya nada, sino que es necesario o bien afirmar o bien negar, de un solo
sujeto, uno cualquiera…” de sus predicados2.
En la filosofía moderna KANT sometió a una revisión crítica el problema de los principios
del conocimiento. Como la intención de KANT es buscar el principio de todo conocimien-
to, interpreta que debe hacerse abstracción de todo contenido del conocimiento, y por tan-
to buscarse un principio puramente formal: “…Independientemente de cuál sea el conte-
nido de nuestro conocimiento, y su modo de relación con sus objetos, la condición gene-
ral –aunque sólo negativa– de todos nuestros Juicios es que no se contradigan…”.
Con posterioridad a KANT, HUSSERL abordó el problema de una lógica que no fuera me-
ramente formal, sino que pudiera servir de fundamento a un conocimiento verdadero. Los
principios de esta lógica son el doble principio de no-contradicción y tercero excluido y el
de identidad. El principio de no-contradicción se enuncia así: “…El principio de no-
contradicción expresa la imposibilidad genérica de que juicios contradictorios puedan
ser conjuntamente verdaderos (o falsos)…”. A diferencia de KANT, el principio de no-
contradicción requiere su complemento con el de tercero excluido, y esto significa:
“…Todo juicio tiene que ser llevado a ‘sus cosas mismas’, y evaluarse en su adecuación
positiva o negativa respecto de ellas…”. El principio de tercero excluido implica que todo
juicio tiene que resolverse en una afirmación o una negación: “…El principio del tercero
excluido tiene, en su faz subjetiva, dos partes. No sólo implica que cuando se trata de lle-
var un juicio a su adecuación […] tenga que llevarse a una adecuación o bien positiva o
bien negativa, sino también […] que todo juicio puede ser, por principio, llevado a una
adecuación…”.
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sean principios subjetivos del conocimiento. Que en ambos principios se trata de la reali-
dad de las cosas se manifiesta por el hecho de que se fundan en el principio de identidad.
“…Aún no hemos terminado. El doble principio de no-contradicción y de tercero excluido
dice, simplemente, que todo juicio es una de dos, o verdadero o falso. […] Un juicio no es
verdadero en un momento y falso en otro, sino que es verdadero o falso de una vez para
siempre, es decir, una vez que se ha hecho evidente […] no puede […] comprobarse como
falso…”. De aquí surge la necesidad de aceptar la validez del principio de identidad:
“…Se puede, al tantas veces considerado principio de identidad A es A dar este sentido:
si A es verdadero […] entonces lo es de una vez para siempre –siendo la verdad una pro-
piedad correspondiente a un juicio que permanece idealmente idéntico…”4.
Finalmente, para pensar algo que sea coherente tenemos que encontrar una causa o razón
para que sea así y no de otra manera; este es el principio de razón suficiente, según el cual
“todo lo que es tiene una causa o razón suficiente por la cual es y es como es”.
El estudio de estas leyes del pensamiento, en cuanto que son consideradas en sí mismas,
como formas puras y con prescindencia de toda relación con una realidad posible o efecti-
va es lo que realiza en la lógica formal.
El estudio de estas leyes en cuanto que referibles a una realidad posible es lo que se reali-
za en la lógica trascendental. El estudio de estas leyes en cuanto que referibles a una reali-
dad efectiva es lo que ocupa a la gnoseología y a las ontologías formal y material.
El examen de las formas del razonamiento ha sido emprendido por los primeros filósofos
y, desde entonces, se ha consagrado una disciplina a su estudio: la lógica. Pero de la lógi-
ca suele hablarse en sentidos distintos, por lo que conviene detenerse un instante para ana-
lizar las diferentes definiciones que se hacen de esta disciplina.
Por lógica formal se entiende a aquella parte de la teoría de la ciencia en la que se formu-
lan las reglas del razonamiento necesarias para la construcción de cualquier ciencia y que
nos indica cómo, a partir de proposiciones que están dadas de antemano, se pueden ex-
traer otras que no lo están, sin que para esto sea necesario tomar en cuenta el significado
material de las proposiciones. Ella es pues, la teoría de la consecuencia lógica y, como
tal, brinda un sistema de reglas que nos permite distinguir entre argumentaciones válidas y
no válidas [KLUG, 1982:2]. Aún así, algunos entienden que la lógica formal tiene un obje-
4
HUSSERL, E.; Formale und transzendentale Logik, p. 171-172.
5
SCHOPENHAUER, A., Über die vierfache Wurzel des Satzes von zureichenden Grunde, III, 15, 31.
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Analizadas estas distinciones y no obstante los diferentes cometidos que se asignan a esa
disciplina, a partir de los estudios de la lógica, para admitir que ciertos resultados de la
actividad de razonar son razonamientos correctos, debe verificarse si ellos han sido obte-
nidos de acuerdo con ciertas estructuras o esquemas y de conformidad con ciertas reglas
que han sido establecidas, precisamente, como las formas que guían o dirigen la realiza-
ción de los mismos. Estas estructuras, esquemas y reglas son, así, las formas que constitu-
yen las condiciones necesarias o suficientes para que aceptemos el resultado de la activi-
dad mental realizada, o lo que es lo mismo: para que admitamos el nuevo conocimiento
obtenido.
Para ejemplificar digamos que ya ARISTÓTELES había establecido la forma de unos razo-
namientos que él denominó “analíticos” pero que se conocen también con el nombre de
“deductivos” o “demostrativos”. Estos razonamientos son los que, partiendo de juicios
[premisas] necesarios o verdaderos conducen, por medio de inferencias válidas, a ciertas
conclusiones igualmente necesarias o verdaderas. Como se percibe, este particular razo-
namiento aristotélico no es cualquier razonamiento, sino una específica forma [llamada
silogismo] sometida a cierta estructura, a ciertas condiciones y a ciertas reglas. En él las
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Por un lado, deberá discutirse y precisarse, no sólo sobre aquello que pueda o deba ser
considerado verdadero o necesario y la aptitud de nuestra mente para lograr esa certeza,
sino también sobre cuáles sean las condiciones de validez de una inferencia.
Por otro lado, si el término razonamiento denotara sólo a este particular resultado de la
acción de razonar, entonces, toda otra actividad mental que no se dirigiera a establecer un
resultado que no sea una demostración deductiva de estas características no sería un razo-
namiento válido o, dicho de otra forma, sólo se aceptaría un resultado [un razonamiento]
si y sólo si el nuevo conocimiento se obtiene por medio de una deducción verdadera o ne-
cesaria, considerada a partir de esta particular estructura y de estas singulares reglas y
condiciones.
En vinculación con este último inconveniente podríamos agregar otro ejemplo. Podría es-
tipularse que, para ser considerado como razonamiento válido, todo resultado de nuestra
actividad mental de razonar debería tener la aptitud de ser verificable o de ser sometido a
prueba. De ello resultaría que sólo las conclusiones que admitan verificación empírica po-
drían ser aceptadas como razonamientos válidos y, por el contrario, todo otro nuevo cono-
cimiento obtenido sin verificación, que escape a este especial discurso, no sería conside-
rado merecedor de ser comprendido en la extensión de esa palabra [por ejemplo, todos los
nuevos conocimientos resultantes de juicios valorativos morales].
Paradójicamente, resultaría que algunas actividades mentales propias del hombre serían
“racionales” en tanto que son dirigidas por la facultad de la “razón”, pero sus efectos o
resultados [los razonamientos obtenidos] serían “irracionales” y resultarían lógicamente
“inválidos” o “incorrectos” por no ajustarse a las estructuras y esquemas, reglas y requisi-
tos, con que los mismos hombres hemos estrechado el contenido de las palabras.
Sin embargo, siendo el lenguaje un déspota que no se deja imponer forzaduras, ni siquie-
ra en nombre de la precisión (BORRUSO, 1996:6), y observando que ya el propio ARISTÓ-
TELES incluía en la extensión del vocablo razonamiento también a los “dialécticos” [forma
del razonamiento que sirve para guiar las deliberaciones y las discusiones y obtener cier-
tos y particulares conocimientos] podemos aceptar que la mayor o menor extensión con
que se utiliza el término razonamiento depende, en primer lugar, de la aceptación de las
formas [estructuras y reglas] en función de las cuales se los analice y de la validez de la
inferencia.
Pero, en segundo lugar, la mayor o menor extensión con que se utiliza el término razona-
miento depende de los contenidos materiales de sus proposiciones y de la aceptación de la
conclusión que alcancemos, es decir: de las condiciones en que admitamos la adquisición
del nuevo conocimiento a partir de la verdad o de la necesidad de las premisas, o de la ve-
rosimilitud o de la contingencia de los juicios involucrados.
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Problemas del conocimiento y formas
Apuntes de Cátedra (Unidad 1)
En verdad, los principios lógicos constituyen la condición necesaria para garantizar un ra-
zonamiento jurídico correcto. No hay jurídicamente ningún razonamiento válido si no se-
guimos con rigor los principios y reglas de la lógica. Es preciso tener en cuenta que la ló-
gica es una disciplina puramente formal, y de allí que la observancia de sus leyes pueda
constituir la condición necesaria pero no suficiente para el razonamiento jurídico: las re-
glas lógicas son reglas puramente formales: las reglas lógicas son formas de la razón.
En contrario, para WALTON la lógica que resulta apropiada para entender el razonamiento
jurídico no es la lógica tradicional sino la lógica conversacional. Así, lo que en la lógica
tradicional se consideraría como un argumento inválido por ser una falacia –por ejemplo
la argumentación ad hominen, que consiste en atacar a quien sustenta una opinión y no la
opinión misma–, en el proceso judicial podría aceptarse como válido cuando lo que está
en cuestión es la credibilidad de alguien que se presenta como testigo6.
Para WALTON más importante que atender a la corrección formal del razonamiento utili-
zado en un proceso judicial es tener en cuenta el sentido en el que se utiliza la interven-
ción. Para ello lo que resulta más útil es conocer las distintas formas de diálogo que se re-
quieren en cada situación: cuando se da un conflicto de opiniones, la meta del participante
del diálogo es convencer a la contraparte, y por eso el tipo de diálogo es persuasivo; el ob-
jetivo del diálogo se cumple cuando se logra claridad sobre el asunto discutido. Cuando,
en cambio, lo que se da es un conflicto de intereses, el objetivo del participante en el diá-
logo es conseguir lo que desea, y por eso el tipo de diálogo apropiado no es el persuasivo
sino la negociación.
El objetivo del diálogo se produce cuando logra un acuerdo razonable para ambas partes.
Cuando una de las partes carece de la información necesaria para tomar una decisión, la
finalidad del participante en el diálogo es conseguirla, para ello el tipo de diálogo requeri-
do es la solicitación de información. El objetivo del diálogo se logra cuando se intercam-
bia y proporciona información adecuadamente. Cuando la situación es un dilema produci-
do ante una decisión práctica, la meta del participante es coordinar las acciones, y el tipo
de diálogo requerido es la deliberación. La meta del diálogo se cumple cuando se decide
el mejor curso de acción. Cuando la situación requiere probar algo, la meta de los partici-
pantes es proporcionar o solicitar evidencia, y el tipo de diálogo es la investigación. El ob-
jetivo del diálogo se cumple cuando se logra confirmar o refutar una hipótesis.7
6
WALTON, D., A pragmatic model of legal disputation, p. 711, 716.
7
WALTON, D., A pragmatic model of legal disputation, p. 717.
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Problemas del conocimiento y formas
Apuntes de Cátedra (Unidad 1)
De allí que el conocimiento de las falacias resulte conveniente para quien argumenta jurí-
dicamente: tanto para poder emplearlas cuando resulta pertinente hacerlo, como para re-
conocerlas y denunciarlas como tales cuando su empleo es abusivo e improcedente.
La adecuación a las leyes del pensamiento lógico-formal es un ideal que en la vida co-
rriente no se realiza de modo ni pleno ni satisfactorio. Ocurre que al razonar incurrimos en
errores que no son detectados fácilmente como tales porque aún cuando son incorrectos en
términos de la lógica formal se nos presentan con la apariencia de validez y corrección.
Estos razonamientos incorrectos, aunque con apariencia de corrección, se denominan fala-
cias, y son estudiadas por la lógica informal. En el ámbito del razonamiento jurídico se
admite su empleo sólo en casos excepcionales y cuando el sentido de la aplicación del ra-
zonamiento se justifica por el contexto de la argumentación. Algunas de las falacias más
conocidas son:
a) ad misericordiam: esta falacia es una apelación a la misericordia del oyente, pero sin
otro fundamento que justifique la aceptación del razonamiento. Por ejemplo: “necesito
el empleo porque mi situación financiera es terrible, por tanto, usted debe dármelo”.
8
WALTON, D., A pragmatic model of legal disputation, p. 721-723.
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Problemas del conocimiento y formas
Apuntes de Cátedra (Unidad 1)
d) generalización apresurada: esta falacia es el salto a una afirmación general sobre la ba-
se de escasos ejemplos: “a aprobó la materia estudiando menos de una semana, igual
que b y c, por tanto, todos pueden aprobar la materia estudiando menos de una sema-
na.”
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