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459 Spa T Bs Shalom Ba Olam
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La paz en el mundo
Análisis y crítica que cuestionan los factores que provocan la ausencia de paz, propuestas
de los reformadores del mundo y comprobación de las mismas, con respecto a la realidad.
Observación del «bien» que se fundamenta en «la benevolencia y la verdad, la justicia y la
paz», como se insinúa en el libro de los Salmos.
Cada elemento es evaluado, no por su apariencia en un momento dado, sino según su nivel
de desarrollo.
Todo lo que hay en la realidad, tanto lo bueno como lo malo y aún lo peor y lo más dañino en el
mundo, tiene derecho a existir. Está prohibido destruirlo y erradicarlo por completo del mundo.
Nuestra tarea es solamente corregirlo y llevarlo a su mejor estado.
Porque es suficiente con echar una mirada al proceso de la Creación para darse cuenta de la
grandeza y la perfección del acto de la creación y de Aquel que lo realiza. Por lo tanto, debemos
comprender y ser sumamente cuidadosos en despreciar cualquier parte de la Creación y decir que
es superflua e innecesaria. Porque es una calumnia respecto a su Operador.
Sin embargo, es de conocimiento común que el Creador no completó la creación cuando la creó.
Y podemos ver en cada rincón de la realidad ante nosotros, en lo general y en lo particular, que se
rige por las leyes del desarrollo gradual, desde la etapa de la ausencia hasta la culminación del
crecimiento. Por este motivo, cuando el fruto tiene un sabor amargo en el inicio de su maduración,
no lo consideramos un defecto en el fruto ya que todos conocemos el motivo: el fruto no ha
completado el proceso de su desarrollo.
Así es en cada elemento de la realidad: cuando un elemento nos parece malo y dañino, no es más
que una prueba que ese elemento todavía está en una fase de transición, en el proceso de su
desarrollo. Por lo tanto, no debemos decidir que es malo y descalificarlo, porque no es sabio
hacerlo.
El bien y el mal son evaluados de acuerdo con las acciones del individuo con respecto a la
sociedad.
Antes de empezar a observar la corrección del mal en la raza humana, debemos determinar primero
el valor de aquellas nociones abstractas de «bien» y «mal». En otras palabras, mientras analizamos
las acciones o propiedades de bien o mal, debemos aclarar con respecto a quiénes pueden ser
considerados como bien o mal. Para entender esto, hay que saber bien el valor relativo que hay
entre lo particular y lo general, es decir, entre el individuo y su público, que el individuo vive y se
nutre de él, tanto en la materia como en el espíritu.
La realidad nos indica que el individuo no tiene derecho de existir en absoluto si se aislara, sin el
suficiente público, que lo sirvan y asistan en la provisión de sus necesidades. Por lo tanto, el
hombre fue creado desde un principio para vivir una vida social, y cada individuo de la sociedad
es como un engranaje, encajado entre muchos engranajes, formando una máquina, en la cual el
engranaje individual no tiene libertad de movimiento, en relación a su individualidad y por si
mismo, sino que sigue el movimiento general de todos los engranajes en una dirección conocida,
para que todo el mecanismo pueda completar su función general. Si uno de los engranajes se
rompe, no es considerado como el daño de un engranaje particular. Sino que es estimado desde el
punto de vista de su rol y servicio con respecto a la máquina en su conjunto.
De manera similar sucede con nuestro asunto, donde la medida del bien de cada individuo dentro
de su público, no se valora de acuerdo a su beneficio propio, sino de acuerdo a la medida de su
servicio al público en general. Y también al revés, no apreciamos el mal de cada individuo, sino
de acuerdo a la medida del perjuicio ocasionado al público en general, y no de acuerdo a su propio
valor particular.
Este asunto queda claro, como el sol al mediodía, tanto por parte de la verdad que hay en ello como
por el bien que contiene, porque no hay en el conjunto más de lo que hay en lo particular, y el bien
del conjunto es el bien de cada uno de los individuos. El que daña al conjunto, toma su parte del
daño. El que beneficia al conjunto, toma su parte del beneficio, dado que los individuos son partes
del conjunto y el conjunto no tiene valor o agregado alguno más que el total de sus individuos.
De esto se desprende que el público y el individuo son uno y lo mismo. No hay nada negativo en
el hecho de que un individuo esté subordinado a la sociedad, porque también la libertad del
individuo y la del público son una misma cosa. Así como se reparten el bien, también se reparten
entre ellos la libertad. Porque las cualidades y acciones buenas o malas únicamente son evaluadas
de acuerdo con su utilidad al público.
Por supuesto que, lo mencionado anteriormente solo se refiere si los individuos cumplen con todo
su deber al público, y no reciben más de lo que merecen y no se apropian de la parte de sus
compañeros. Sin embargo, si ciertos miembros de la sociedad no actúan de esa forma, de esto
resulta que no solo causan daño al público, sino también se dañan a sí mismos.
No hace falta extenderse en este asunto que es sabido y conocido, porque todo lo mencionado
anteriormente solo es para indicar el punto débil, es decir, el lugar que requiere corrección. El cual
es que, cada individuo comprenda que su beneficio personal y el beneficio del público son la
misma cosa, y así el mundo alcanzará su completa corrección.
Los cuatro atributos, benevolencia, verdad, justicia y paz, en los asuntos del individuo y la
sociedad
Una vez que conocemos bien la medida de bondad esperada: «A Su imagen y semejanza»,
debemos examinar las cosas y los medios a nuestra disposición para acelerar el deleite y felicidad.
Se proporcionan cuatro atributos para ese propósito: benevolencia, verdad, justicia y paz. Hasta
ahora, todos los reformadores del mundo han utilizado estos atributos. Es más correcto decir que
con estos cuatro atributos, el desarrollo humano ha avanzado hasta ahora a través del gobierno del
cielo, de manera gradual, hasta llevar a la humanidad a su estado actual.
Ya he escrito que sería mejor para nosotros tomar la ley del desarrollo bajo nuestras propias manos
y gobierno, porque entonces nos libraremos de cualquier tormento que la historia del desarrollo
nos depare de aquí en adelante. Por lo tanto, examinaremos y debatiremos esos cuatro atributos
para comprender a fondo lo que nos han brindado hasta ahora y, mediante ellas, saber qué ayuda
debemos esperar obtener de ellas en el futuro.
Esperanza de paz
Una vez que esas condiciones trajeron a la sociedad a grandes conflictos y pusieron en riesgo el
bienestar de la sociedad, los «pacificadores» aparecieron en la sociedad. Han asumido el control y
el poder y han renovado la vida social a partir de nuevas condiciones, que consideraban verdaderas
de acuerdo a su opinión, suficientes para la existencia pacífica de la sociedad.
Sin embargo, estos pacificadores, que surgen después de cada disputa, por la naturaleza de las
cosas, provienen en su mayoría, de entre los destructores, es decir, de los buscadores de la verdad,
por medio de «Lo mío es mío y lo tuyo es tuyo». Esto se debe a que son los poderosos y valientes
de la sociedad, llamados «héroes» y «de corazón valiente», porque siempre están dispuestos a
renunciar a sus propias vidas y a las vidas de todo el público, si el público no está de acuerdo con
sus puntos de vista.
Pero los constructores de la sociedad, que son hombres de benevolencia y caridad, que aprecian
su propia vida y también la vida del público, no están dispuestos a arriesgarse a sí mismos y al
público para imponer su opinión al público. Por lo tanto, son siempre el lado débil de la sociedad,
llamados «los pusilánimes» y «los cobardes».
Y es obvio que la mano de los temerarios, valientes de corazón, estará siempre arriba, y es natural
que todos los pacificadores provengan de los destructores y no de los constructores. Así, vemos
cómo la esperanza de paz, que tanto anhela nuestra generación, no tiene valor tanto desde la
perspectiva del “sujeto” como desde la perspectiva del “predicado”.
Porque los sujetos, que son los pacificadores de nuestro tiempo y en toda generación, es decir,
aquellos que tienen el poder de hacer la paz en el mundo, están hechos siempre de la misma
sustancia humana que llamamos «destructores», porque son los que exigen la verdad, es decir, para
establecer el mundo bajo el atributo de «Lo mío es mío y lo tuyo es tuyo».
Es natural que esas personas defiendan sus opiniones con firmeza, hasta el punto de arriesgar su
propia vida y la vida de todo el público. Y esto es lo que les da la fuerza de prevalecer siempre
sobre la sustancia humana llamada «constructores», los buscadores de la benevolencia y la caridad,
que están dispuestos a renunciar a lo suyo por el bien de los demás para salvar el mundo, ya que
son los pusilánimes y los cobardes de corazón.
Resulta que la búsqueda de la verdad y la destrucción del mundo son lo mismo, y la búsqueda de
la benevolencia y la construcción del mundo también son lo mismo. Por lo tanto, no debemos
esperar que los destructores establezcan la paz.
Y es inútil esperar la paz desde el predicado, es decir, desde las condiciones de la paz misma,
porque no se han establecido las condiciones adecuadas para el bienestar del individuo y el
bienestar del público, según el criterio de la verdad que estos pacificadores desean. Y
necesariamente siempre habrá una minoría importante en la sociedad que se sienta insatisfecha
con las condiciones que se les ofrecen, como hemos demostrado anteriormente respecto a la
debilidad de la verdad. Ellos están siempre listos y dispuestos como combustible para los nuevos
pendencieros y para los nuevos pacificadores que siempre les seguirán, sin fin.