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La lluvia amarilla, de Julio Llamazares.

Tendría veinte años cuando leí esta novelita y aún sigue siendo uno de los más
bellos libros que he leído.

La lluvia amarilla es el monólogo (poético) del último habitante de Ainielle -un


pueblo abandonado del Pirineo aragonés-. El protagonista, Andrés de Casa Sosas,
durante los instantes finales de su vida, recuerda los últimos años transcurridos, en los
que ha sido testigo de la muerte o la partida de cada uno de sus vecinos, amigos, hijo y
mujer incluidos. La historia de este pastor es el transcurrir de una vida y, a su vez, la
muerte de una manera de vivir. Entre la “lluvia amarilla” de las hojas otoñales, Andrés
va siendo acorralado por todos los males amarillos imaginables: la soledad, la muerte, la
desidia, la enfermedad, el odio, la alucinación, el tiempo. Todo lo tiñe el “amarillo”…,
hasta la propia noche, que “queda para quien es”.

La lluvia amarilla es un libro breve, pero denso; en prosa, pero lírica…

«El tiempo acaba siempre borrando las heridas. El tiempo es una lluvia paciente y
amarilla que apaga poco a poco los fuegos más violentos. Pero hay hogueras que arden
bajo la tierra, grietas de la memoria tan secas y profundas que ni siquiera el diluvio de la
muerte bastaría tal vez para borrarlas. Uno trata de acostumbrarse a convivir con ellas,
amontona silencios y óxido encima del recuerdo y, cuando cree que ya todo lo ha
olvidado, basta una simple carta, una fotografía, para que salte en mil pedazos la lámina
del hielo del olvido.» (pag. 51)

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