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“Somos los únicos animales que

fabulan, que ahuyentan la oscuridad con


cuentos, que gracias a los relatos aprenden
a convivir con el caos, que avivan los
rescoldos de las hogueras con el aire de sus
palabras que recorren largas distancias para
llevar sus historias a los extraños. Y cuando
compartimos los mismos relatos, dejamos
de ser extraños”, El infinito en un junco,
pag. 401.

Si queréis daros un gustazo, haceos con El infinito en un junco, de Irene Vallejo,


quizá uno de los libros más hermosos que podéis leer en estos momentos.

El infinito cabe en un junco, la materia prima de ese fascinante “artefacto” que


inventamos para que las palabras pudieran viajar en el espacio y en el tiempo. ¿Y de qué
va este ensayo? Pues va de libros y biblitotecas. Es una deslumbrante historia de los
libros en un recorrido apasionante por el mundo clásico que llega hasta las lecturas de
nuestros días y nuestras noches. La autora compara situaciones del pasado con el
presente, irrumpen en el relato comparaciones de hechos de la antigüedad con la
literaruta de Antonio Machado, con la música de Iron Maiden o con el cine de Quentin
Tarantino.

“El infinito en un junco es un canto de amor a las palabras, a las historias, a la


aventura de salvar los libros, porque los libros nos salvan a nosotros” (Irene Vallejo).

El libro, ese invento asombroso; este libro, una delicia infinita…

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