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En Una Pequeña Aldea Al Borde de La Densa Selva Amazónica
En Una Pequeña Aldea Al Borde de La Densa Selva Amazónica
Llegaron a un claro rodeado de árboles altos y ancianos, con ramas retorcidas que
parecían brazos amenazantes. Fue allí donde sintieron una presencia siniestra
acechándolos desde las sombras. Era el Chullachaqui, oculto tras el follaje. Su figura
desfigurada y sus ojos brillantes los paralizaron de terror.
El Chullachaqui comenzó a acecharlos, jugando con ellos como si fueran títeres en sus
manos macabras. Los jóvenes se encontraron atrapados en un laberinto de árboles que
parecían moverse a su voluntad. Cada paso que daban los llevaba más adentro de la
selva, alejándolos de cualquier posibilidad de escape.
La noche cayó y los gritos de los jóvenes resonaron por el bosque, mezclados con risas
malévolas del Chullachaqui. La desesperación los envolvió mientras luchaban por
encontrar una salida. La selva parecía retorcerse y cambiar a su antojo, confundiéndolos
y haciéndoles perder toda esperanza.
Finalmente, solo quedó uno de los jóvenes, un valiente llamado Luis. Agotado y
aterrado, Luis se encontró cara a cara con el Chullachaqui. Los ojos del espíritu maligno
lo perforaron con su mirada penetrante. El Chullachaqui se abalanzó sobre él, listo para
consumir su alma.
En un último acto de desesperación, Luis tomó un espejo que llevaba consigo y lo alzó
frente al Chullachaqui. El reflejo de su propio rostro deformado hizo que el espíritu se
detuviera en seco. El Chullachaqui se vio a sí mismo, atrapado en su propia fealdad y
maldad.
Desde aquel día, los habitantes de la aldea respetaron aún más los límites de la selva y
se mantuvieron lejos de los rincones oscuros y tenebrosos. Pero la leyenda del
Chullachaqui permaneció, recordándoles que el mal puede tomar muchas formas y que
siempre se debe estar en guardia contra los espíritus que acechan en lo más profundo
de la noche.