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Segundo domingo de adviento: El reino de los cielos está cerca (Mt 3.

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Sin duda, las noticias cotidianas nos brindan una mirada del espacio social que
habitamos. Dentro de este escenario hay algunas realidades que experimentamos más
cercanas, en tanto que, otras nos aparecen extrañas y lejanas. Unas se encuentran muy
cerca, demasiado cerca, mucho más de lo que desearíamos tenerlas. Así, la violencia se ha
vuelto cotidiana, más cercana, muy próxima y excesivamente evidente. Su presencia se
hace sentir constantemente, al punto de que en ocasiones es difícil de soportar. Lo mismo
sucede con la pobreza y la injusticia. Todas ellas están presentes entre nosotros, su agobio
es incesante, su flagelo resulta lacerante, aterrador, asfixiante. Hay una cercanía indeseable,
una convivencia insana, un contacto despreciable y un entendimiento maldito con la
miseria, la muerte y la injusticia.
Ante este escenario lleno de zozobra, la época de adviento no invita a cambiar nuestra
mirada. En medio de esas “novedades” de violencia e injusticia, hay una noticia que cambia
la perspectiva del mundo que habitamos. Si bien, es cierto que sustraerse de esas realidades
es tarea complicada, también lo es que la irrupción del adviento permite reenfocar la
mirada. Adviento comunica una nueva presencia, hay una nueva cercanía, existe la
proximidad de una realidad distinta. La proclamación de adviento es: “¡El reino de los
cielos está cerca!”
La época de adviento quiere enfatizar que no solamente la cercanía de la injusticia es
evidente, sino que también hay una proximidad diferente. El reino de Dios como
posibilidad de vida, con todo su despliegue y potencial, está también cerca. Esa fue la
proclamación original de Juan (Mt 2.3). De igual manera, fueron las palabras iniciales de la
propia proclamación de Jesús (Mt 4.17). La actividad de Jesus también comenzó
anunciando esa cercanía; es decir, la existencia de una manera diferente de configurar
nuestro espacio social, el mundo que habitamos.
Esa misma cercanía es la que se espera que los seguidores de Jesus puedan comunicar.
Así como Juan y, posteriormente, Jesus iniciaron su proclamación anunciando la nueva
cercanía, de la misma manera los discípulos deben continuar con el mismo enfoque. Jesus
encomienda a los suyos las siguientes palabras: “dondequiera que vayan prediquen este
mensaje: ‘El reino de los cielos está cerca’” (Mt 10.7). Lo principal, lo esencial del
evangelio es reconocer la presencia de esa cercanía. En un entorno aparentemente
dominado por la muerte prematura y la injusticia social es preciso reconocer la cercanía
vigorosa del reino de los cielos. Esa nueva realidad se hace manifiesta en adviento e
irrumpe con fuerza en medio de la esfera humana la cual subyace colonizada por la
injusticia. El inicio del proyecto divino comienza con la aceptación de que el reino de Dios
está cerca, mucho más próximo de lo que podemos ver, pensar o sentir. Esa cercanía se
hace presente, aun cuando no la contemplemos a su plenitud esta es una realidad que está
vigente alentando, nuestros anhelos, sueños y esfuerzos por construir un mundo diferente.
Adviento nos trae a la mente la fuerza de esa imaginación profética que es capaz de evocar
escenarios alternativos. La mirada de la violencia y la injusticia no es la única perspectiva
que tiene el cristiano. Hay una mirada diferente, el cristiano tiene la posibilidad de
proyectar un mundo de justicia, pues puede percibir y evocar que el reino de los cielos está
cerca.

Lunes. La cercanía del Reino de Dios: Desmontando los estereotipos (Is 1:10-16)
Una de las formas más violentas de relacionarse con el “otro” a partir de los
estereotipos. Este tipo de relación se fundamenta en la discriminación y en el prejuicio,
pues hay una etiqueta previa que determina la convivencia con los demás. Si realmente el
reino de Dios se hace cercano a nuestro mundo, una de las consecuencias de su
manifestación debería de ser la erradicación de los estereotipos. Una de esas formas de
estigmatización surgidas desde el lenguaje bíblico es el concepto de “sodomitas”. Bajo este
concepto se pretende desacreditar un tipo particular de prácticas sexuales, bajo la excusa de
que esa fue la causa de la destrucción de los habitantes de Sodoma. Sin embargo, la lectura
generalizada acerca la causa que originó la destrucción de esa ciudad lo único que refleja es
el prejuicio hacia un sector de la población del mundo que habitamos.
La imagen de Sodoma fuera de la narración del Génesis se utiliza en un total de 17
ocasiones. De ellas, 15 veces aparece en los escritos de los profetas. En todas las menciones
dentro de la literatura profética nunca se vincula el nombre de la ciudad con algún tipo de
prácticas sexuales. En otras palabras, los profetas nunca emplearon el termino de Sodoma
para hacer referencia a la supuesta homosexualidad de sus habitantes. El uso que se hace de
esta palabra dentro del discurso profético es totalmente diferente al utilizado hoy en día. De
manera concreta, para los profetas el empleo de Sodoma está en función de ejemplificar la
injusticia social.
En Isaías 1:10 el profeta interpela al pueblo de Jerusalén y les dice: “¡Oigan la palabra
del Señor, gobernantes de Sodoma”! El punto de comparación con la ciudad no está
acotado desde la perspectiva sexual, por el contario el reproche viene dado a partir de la
inutilidad de todas sus prácticas religiosas y no las sexuales. El profeta expone la inutilidad
de toda la religiosidad de sus habitantes, porque “tienen las manos manchadas de sangre”
(Is 1.15). De ahí que la exhortación sea lavarse, limpiarse, dejar de hacer el mal, buscar la
justicia, abogar por el huérfano y defender a la viuda (Is 1-16-17). Nunca se menciona la
actividad sexual como la causa del juicio divino hacia Sodoma y luego hacia Jerusalén.
Cuando Isaías compara a Jerusalén con Sodoma, no lo hace desde la condición de la
sexualidad de sus habitantes, sino desde la mirada de la justicia social. Por consiguiente, el
juicio sobre Judá y Jerusalén, de acuerdo con Isaías 3.5-10, está determinado por su
injusticia social y de manera extrema: “su propio descaro los acusa y, como Sodoma, se
jactan de su pecado” (Is 3.9).
La cercanía del reino de Dios, proclamada en este segundo domingo de adviento,
implica construir relaciones sociales justas, alejadas de los prejuicios sociales. El “pecado”
de Sodoma, que realmente mereció el castigo divino, de acuerdo con la lectura de Isaías,
fue la cotidianeidad y convivencia habitual con la injusticia social. Un escenario que
reconoce la cercanía del reino de Dios no puede ser compatible con la injusticia social
manifestada en las formas de rechazo social, prejuicio y discriminación. La participación de
esta cercanía debe propiciar nuevos horizontes de convivencia donde no haya espacio para
los estereotipos sustentado en el prejuicio y en la injusticia social.

Martes. Solo hay desencanto donde hubo ilusión (Is 5.1-7)


Puede resultar inaudito que en ocasiones lo que se espera no llegue a pesar de que todas
las condiciones necesarias para ello estén dadas. Es desalentador que una realidad cuente
con todo lo posible para ser diferente y que el escenario deseable nunca se realice. Por
ejemplo, se podría vislumbrar que un estudiante que ha recibido la atención debida de sus
padres, que posee el tiempo y los recurso para dedicarse a dicha actividad, que goza de unas
habilidades intelectuales y emocionales bien desarrolladas concluya con sus estudios de
manera adecuada. Sería bastante trágico que sucediera lo contrario; es decir, que un
estudiante con ese escenario fuese incapaz de lograr un óptimo desempeño.
El pasaje de Isaías narra una historia similar. Es una metáfora acerca del pueblo de Juda
que no es capaz de experimentar la cercanía y proximidad divina en su entorno. El relato
isaiano brinda una parábola para hablar sobre insensatez de no reconocer la presencia
constante de la “cercanía del reino de Dios”. Al no tener conciencia de esa realidad divina
presente, se comete una omisión terrible, pues se produce la incapacidad de responder
como se debiera.
El texto bíblico es insistente en señalar la cercanía divina mediante una serie de
cuidados y atenciones. Se describe con lujo de detalles todas las consideraciones que se han
realizado para que la viña florezca como es debido (Is 5.2). Por lo tanto, se genera toda una
ilusión acerca de los frutos que pudiera obtenerse debido a cercanía a través del esmerado
empeño hacia ella. Sin embargo, toda esa ilusión se transforma en desencanto. El pasaje
dice, “El esperaba que dieras buenas uvas” (Is 5.3), pero la triste realidad fue contundente,
“acabo dando uvas agrarias”. El fruto no correspondió a la dedicación otorgada.
Unos versos más adelante el texto vuelve a realizar la misma precisión: “Yo esperaba
que diera buenas uvas” (Is 5.4). El asunto es claro, hay una expectativa producto de la
constante cercanía de Dios hacia su pueblo. En adviento esa cercanía se hace más evidente
que nunca. El texto del evangelio de esta semana reitera que “el reino de Dios está cerca”,
por lo cual se genera una expectativa, pues tal proximidad exige una respuesta. Al igual que
el pasaje de Isaías, con la irrupción del reino en la época de Adviento se hace imperativo
tomar una postura ante tal acontecimiento.
Dentro del texto isaiano por tercera vez se vuelve a mencionar lo que se espera con
referencia a la llegada divina. Se enfatiza nuevamente la ilusión de encontrar algo: “Él
esperaba justicia, pero encontró ríos de sangre; esperaba rectitud, pero encontró gritos de
angustia” (Is 5.7). Hay una expectativa fundamental ante la irrupción de la cercanía divina,
se espera justicia y rectitud. La convicción profunda sobre la cercanía del reino de Dios
demanda un profundo compromiso con respecto a la justicia y rectitud. Resulta inaceptable
e inverosímil celebrar el adviento y no practicar la justicia ni participar de la rectitud. Tal
situación solamente conduce al desencanto, pues hubo la ilusión de esperar justicia y
rectitud, sin embargo, en nuestra sociedad, ciudad, localidad suele comúnmente aparecer
ríos de sangre. Si duda, el escenario actual clama por una cercanía de algo distinto, de una
presencia que traiga justicia en lugar gritos de angustia. El Señor se acerca a nuestro
mundo, se hace próximo y aún continúa esperando.
Miércoles. El juicio de la cercanía del reino (Is 11.3-4)
La cercanía inminente del reinado de Dios durante el adviento implica una forma
distinta de ver al otro. En esa mirada hacia el otro se revela realmente apertura a la llegada
del reino de Dios. La acogida que damos a esa nueva realidad divina está estrechamente
ligada con la aceptación hacia los demás. Resulta inverosímil intentar abrirse a la llegada de
la presencia divina en adviento, y al mismo tiempo cerrar la puerta a los otros que habitan
este mundo juntamente con nosotros.
El prejuicio es una de las formas más evidentes mediante la cual clausuramos el
contacto genuino con el otro. Proceder de esa forma solo indica la existencia de un
profundo desconocimiento que origina una mirada distorsionada y una percepción errónea
hacia los demás. El arribo del reino de Dios nos invita a desmontar esas ideas
preconcebidas con la intención de construir un juicio distinto al preestablecido.
Al respecto el pasaje de Isaías nos muestra dos maneras de mirar a los demás. En
primera instancia existe la mirada prejuiciada, la cual de acuerdo con el texto bíblico “juzga
según la apariencia y decide por lo que oye decir” (Is 11.3). Esa es una mirada sesgada,
impropia e indigna de aquellos que pretenden abrirse a la cercanía del reino. Esa forma de
mirar no es consecuente con el proyecto divino que hace renacer un retoño del tronco de
Isaí (Is 11.1-2). Enfocar al otro desde la apariencia solo conduce al prejuicio y a la
discriminación. La apariencia es superficial, pasajera y no revela la verdadera esencia de la
persona; por consiguiente, no puede constituir la base de las relaciones humanas.
Frente a esta manera sesgada de mirar al otro, el texto bíblico enfatiza una manera
diferente de enfocar la relación con el otro. Una mirada en sintonía con la cercanía del reino
es aquella que se efectúa desde el ángulo de la justicia hacia los desvalidos. Centrar la
atención en la vulnerabilidad del otro nos acerca a la mirada de justicia del reino. Las
personas de la tercera edad, la niñez, la gente en situación de calle, las que se encuentra en
condición de pobreza, las que sufre discriminación constituyen un sector de la población
cuya apariencia no suele ser considerada como un modelo a seguir. Sin embargo, apreciar
la condición de vulnerabilidad de los otros es realmente el inicio de una forma de mirar
distinta; es decir, de una mirada a partir de la cual se juzga con justicia. Así que “dar un
fallo justo” implica asumir la condición de la vulnerabilidad humana y solidarizarse con los
otros aceptando que todos en alguna medida participamos de la misma situación. De esta
forma, la mirada prejuiciada desde la apariencia pierde sentido, puesto que nada de lo
humano es ajeno a esta condición de precariedad existencial.
La cercanía del reino de los cielos implica el reconocimiento de dos formas de ver a los
demás. Sin embargo, solo una de ellas es compatible con la llegada de la presencia divina
en adviento. La única mirada verdaderamente digna tomar en cuenta es la misma que se
hace presente en adviento; esto es, la mirada de Dios que se solidariza con la humanidad a
través del anuncio de su propia llegada en la persona de Cristo Jesús. Cualquier otra
mirada hecha desde lugar distinto resulta sesgada y discriminatoria. Solamente la mirada
realizada desde la justicia puede dar cuenta de que efectivamente “el reino de los cielos está
cerca”.
Jueves. La cercanía del reino: Una mirada desde la diversidad para la recreación (Is 11.6-7)
El perfil de la sociedad que habitamos no contempla como forma primordial de vida la
diversidad. Se presupone una mirada unilateral en muchos aspectos de la vida social. Así,
por ejemplo, la cultura hasta hace poco había reflejado principalmente una orientación
desde una óptica androcéntrica. La construcción del mundo era predominantemente
masculina. Algo similar, podría decirse respecto a la sexualidad y al género, pues hasta
hace poco la sociedad estaba atrapada en una lógica binario donde solamente había dos
géneros y una forma “lícita” de expresar la sexualidad. Afortunadamente esa realidad está
cambiando y ahora se comienza a hablar de sexualidades y el género de la persona a dejado
de tener esa configuración dual. Lo mismo puede decirse respecto a la noción de familia,
pues antes únicamente se proponía un solo modelo de familia y matrimonio, mientras que
hoy comienza a vislumbrase un escenario diverso sobre ese tema. En pocas palabras,
durante mucho tiempo se diseñó la cultura para expresar una sola identidad, una única
lengua, una sola visión de familia, un tipo de matrimonio especifico, una sola manera de
entender la fe sin tener en cuenta la diversidad opiniones, criterios, formas de vida y
culturas.
El texto bíblico de este día nos presenta una extraordinaria metáfora de un mundo
totalmente distinto al nuestro. De manera particular expresa un escenario donde existe una
resignificación de las relaciones entendidas como “naturales”. Se da una ruptura del patrón
tradicional de enfocar la convivencia y existe un profundo respecto a la diversidad. Es
decir, lo que antes era imposible, con la irrupción de la cercanía del reino, ahora se torna
una posibilidad real: “el lobo vivirá con el cordero, el leopardo se echará con el cabrito” La
diferencia se acepta, se reconoce al otro y no se le trata de dominar. La supuesta relación
natural se redefine y emerge un sistema de convivencia donde puede estar junto lo que en
apariencia se asume como contrario o antagónico.
La inminente cercanía del reino de Dios introduce la recreación de las relaciones. Así,
en un mismo espacio hay lugar para la osa y la vaca. No tienen necesidad de habitar
espacios distintos, sino que a pesar de sus diferencias las dos juntamente pueden cuidar a
sus crías. Ese nuevo escenario implica una recreación en un sentido doble: por un lado, hay
espacio para el encuentro, el diálogo, el esparcimiento; por el otro, lo que tradicionalmente
se ha asumido como natural es redefinido, pues tanto el buey como el león comen paja
juntamente. No hay nada fijo de manera natural, por el contrario, la cercanía del reino nos
muestra que siempre hay espacio para la redefinición y la diversidad.
La llamada de adviento nos invita a evocar un escenario alternativo. Nos reta a pensar
que nuestro mundo social no es un espacio predeterminado y establecido de manera
inamovible. En clara oposición con las relaciones fijadas como “naturales”, la imaginación
profética desafía nuestra mirada sobre la estructura social. Nada es “natural” todo se puede
redefinir, todo es susceptible de ser reorientado para la construcción de un escenario con
relaciones distintas donde la justicia sea la que dirija nuestro caminar. Ese nuevo andar se
comienza a recorrer cuando existe la toma de conciencia de que no hay nada que sea
“natural” en la sociedad, sino que todo está en proceso de construcción bajo la guía de la
justicia y la diversidad.
Viernes. El vocerío de la hibridación (Is 40.3-9)
La cercanía del reino de Dios nos permite indagar acerca de nuestra verdadera identidad.
Descubrir los que somos es una tarea ardua, constante, progresiva e inacabada. Nunca
alcanzamos a precisar completamente nuestra identidad, porque ella está conformada de
múltiples voces que convergen en nuestra persona. Somos el resultado de un sinnúmero de
situaciones, circunstancias, decisiones, somo producto de aquellas elecciones realizadas, de
las cosas que hemos hecho y de las que hemos dejado se hacer. En medio de tal diversidad
de situaciones algunas voces han sido más fuertes que otras al punto que ellas han
determinado ciertos rasgos de nuestro carácter o identidad. No obstante, es preciso
reconocer que no hay una sola voz que nos haya definido o identificado, sino que en
realidad en el seno de nuestra vida subyacen una multiplicidad de voces que de manera
híbrida vienen a delimitar lo que somos. En pocas palabras, no hay una voz única, sino una
diversidad de ellas, dicho de otra manera; no hay una sola cultura, sino una hibridación de
culturas en nuestro ser.
El pasaje de Isaías 40.1-11 nos recuerda esa misma realidad. El profeta se dirige a un
pueblo abatido y desterrado. Las palabras Isaías tratan de hallar eco en medio de una
comunidad desolada por la experiencia de la comunidad, que aparentemente ha perdido su
identidad a consecuencia de su larga estadía en una tierra extranjera como prisioneros de
guerra. Están lejos de Jerusalén y se encuentran cautivos en Babilonia. Dentro de ese
contexto resuena con una fuerza inusitada la voz del profeta que proclama la cercanía
divina, la presencia de Dios se vuelve a experimentar cercana y es una voz define su nueva
existencia.
Sin embargo, el texto bíblico no menciona a una solo voz, sino a un conjunto de ellas.
Al leer con cuidado el pasaje podemos percibir que el verso 3 aparece una voz anónima que
llama al pueblo a preparar un camino en el desierto, en otras palabras, es una invitación a
revivir la experiencia liberadora del éxodo. No obstante, no es la única voz que se hace
notar en el texto. En el verso 6 vuele aparecer una voz distinta a la anterior, una voz que
tiene algo diferente que decir a esa misma comunidad. De esta manera la cercanía de Dios
se presenta a través de diferentes que en conjunto vienen aportad un sentido de justicia y
liberación a un pueblo que se encuentra desalentado. Esas múltiples voces le otorgan
sentido a la realidad de esa comunidad, se sintetizan en una nueva dimensión híbrida y
transforman su entorno y la percepción de sí misma.
Como parte de esa nueva realidad hibrida, producto de la multiplicidad de voces, el
profeta invita a la comunidad a levantar su propia voz: “¡alza con fuerza tu voz! Álzala, no
temas” (Is 40.9). Hay una clara exhortación a construir su propia voz. En el texto aparece
una tercera voz, la nuestra; la cual se articula a partir de las dos voces anteriores. Nuestra
voz no es única, es una voz que sintetiza las otras voces. Hay una hibridación, se conjunta y
conforman una nueva experiencia de vida desde la cual emerge una mirada, una identidad,
una voz diferente. Sin duda, la cercanía del reino de Dios es una voz más que se integra a
todo el repertorio de voces que nos han conformado. Sin embargo, en este proceso de
hibridación de voces, de culturas, la voz divina que anuncia la proximidad del reino resuena
con potencia creadora capaz de generar situaciones de vida diferentes y espacios donde la
experiencia liberadora y de justicia del éxodo da un nuevo sentido de identidad.
Sábado. ¿Y que debo decir? (Is 40.6)
Durante esta semana hemos estado meditando sobre algunos pasajes a la luz de la
proclamación del evangelio que señala: “El reino de los cielos está cerca” (Mt 3.2). Uno de
los matices desde los cuales se puede reflexionar esa cercanía del reinado es partir de la
justicia implícita ante la llegada de esa nueva realidad. Esa justicia se proyecta en diferentes
dimensiones que han sido abordadas a lo largo de estos días: la eliminación de los
prejuicios y estereotipos, el reconocimiento a la diversidad, y el carácter plural de nuestra
identidad, entre otros temas. En medio de tantas voces, opiniones y puntos de vista resta
reflexionar ahora sobre una sola cuestión más: nuestra participación y toma de postura ante
la llegada del reinado de Dios.
La ultima reflexión de esta semana se centra en el siguiente verso: “Voz que decía: Da
voces. Y yo respondí: ¿Qué tengo que decir a voces?” (Is 40.6). La última pregunta nos
confronta con nuestra propia situación y realidad. Se transforma en un cuestionamiento que
intenta dar cuenta de nuestras aspiraciones más profundas: “¿Qué tengo que decir a voces?”
Esa pregunta nos conduce al menos a otras dos interrogantes. Por un lado, cabe preguntarse
¿Hay que algo que se pueda o deba decir? Realmente ¿se puede decir algo en nuestro
contexto y en el escenario social que habitamos? Por el otro, tal vez la pregunta más
apremiante de todas es: ¿Tengo algo que decir?
Dicho de otra manera, en medio de todas las voces que circulan intensamente durante
esta época del año, la voz nuestra ¿tiene algo que aportar a todo este frenesí de discursos?
Nuestra voz ¿es realmente distinta todo lo que se dice en esta temporada navideña? O bien,
por el contrario, ¿deberíamos quedar en silencio ante el ensordecedor ruido del bullicio
mercantilista, superficial, cursi de la promoción navideña? Acaso, ¿la algarabía de los
buenos deseos sin el acompañamiento de la justicia social grita más fuerte que la
proclamación de la cercanía del reino de los cielos? Definitivamente, el contexto actual
exige que la comunidad cristiana tenga algo que decir, pero entonces la pregunta de Isaías
cobra un realce en esta situación: “¿Qué tengo que decir a voces?” (Is 40.6).
¿Qué es lo que se tiene que decir a voces? La respuesta es evidente: “el reino de los
cielos está cerca”. Pero no basta solo decirlo, porque de ser así, nuestra voz se perdería
dentro de todo el barullo típico del momento. Decir que el reino de Dios está cerca implica
comunicar que es posible habitar un mundo sin prejuicios y estereotipos, donde existe la
posibilidad para autentica recreación sobre la base de la justicia y la diversidad. Es tiempo,
no solo de decir, sino de vivir la experiencia de la cercanía del reinado de Dios. La sombra
del fundamentalismo religioso que se ha posicionado sobre el cristianismo contemporáneo
no tiene nada que decir para recrear nuestro mundo dentro de un escenario de justicia y
diversidad. De ahí la urgencia de hacer eco de las palabras del profeta: “¡alza con fuerza tu
voz! Álzala, no temas” (Is 40.9). Nuestra sociedad requiere de una voz alternativa al
cristianismo fundamentalista, es necesario una voz diferente, un proyecto distinto donde
todos podamos convivir juntos sin ningún tipo de discriminación: “Morará el lobo con el
cordero, y el leopardo con el cabrito se acostará; el becerro y el león y la bestia doméstica
andarán juntos…”

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