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Museo NaCIonal del VirReinato

Esplendor de Tepotzotlán

EL CamaRín
DE la ViRgen
DE LOReto

Museos y galerías
María del Consuelo Maquívar

Sara Gabriela Baz Sánchez

Mónica Martí Cotarelo

Verónica Zaragoza Reyes

Karina Xochipilli Rossell Pedraza

Ricardo Peza Alvarado

Museo NaCIonal DEl VirReinato

Esplendor de Tepotzotlán

EL CamaRín
DE la ViRgen
DE LOReto

Secretaría de Cultura

Instituto Nacional de Antropología e Historia

Secretaría de Educación del Gobierno del Estado de México


Coordinación académica del proyecto Museo Nacional del Virreinato. Esplendor de Tepotzotlán: el Camarín
Mónica Martí Cotarelo de la Virgen de Loreto

Textos Primera edición: 2018


© María del Consuelo Maquívar Maquívar
© Sara Gabriela Baz Sánchez Coedición:
© Mónica Martí Cotarelo Secretaría de Cultura
© Verónica Zaragoza Reyes Instituto Nacional de Antropología e Historia
© Karina Xochipilli Rossell Pedraza Secretaría de Educación del Gobierno
© Ricardo Uriel Peza Alvarado del Estado de México

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del Gobierno del Estado de México.
Eduardo Méndez Olmedo
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Ricardo Uriel Peza Alvarado ISBN (gem): 978-607-495-607-8 (Rústica)
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Portada Pública Estatal CE: 205/01/41/18
Detalle del Camarín de la Virgen, Casa de Loreto, Tepotzotlán, Estado
de México. Fotograf ía: © Javier Hinojosa y Lourdes Almeida, Queda prohibida la reproducción parcial o total, directa o indirecta,
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Su reproducción debe ser aprobada previamente
por el Instituto Nacional de Antropología e Historia.

Hecho e impreso en México / Made and printed in Mexico


secretaría de cultura gobierno del estado de méxico

María Cristina García Cepeda Alfredo Del Mazo Maza


Secretaria Gobernador Constitucional

instituto nacional de antropología e historia secretaría de educación

Diego Prieto Hernández Alejandro Fernández Campillo


Director General Secretario

Aída Castilleja González Consejo Editorial


Secretaria Técnica
Sergio Alejandro Ozuna Rivero
José Enrique Ortiz Lanz Presidente
Coordinador Nacional de Museos y Exposiciones
Rodrigo Jarque Lira, Alejandro Fernández Campillo,
Adriana Konzevik Cabib Marcela González Salas y Petricioli, Jorge Alberto Pérez Zamudio
Coordinación Nacional de Difusión Consejeros

Mercedes Gómez-Urquiza de la Macorra Félix Suárez González, Marco Aurelio Chávez Maya
Directora del Museo Nacional del Virreinato Comité Técnico

Alejandra García Hernández Roque René Santín Villavicencio


Dirección de Publicaciones Secretario Ejecutivo

P. 4. Guillermo Kahlo, Torre y bóveda


del Templo de San Francisco Javier,
1900-1910 (INAH/FN) 612246.

Pp. 8-9. Detalle de la decoración


en estuco del Relicario de San José.
Pp. 12-13. Detalle de los mosaicos que
decoran el exterior de la Casa de Loreto.
Índice

15
PREsentaCIones
María Cristina García Cepeda, Secretaria de Cultura
Alfredo Del Mazo Maza, Gobernador Constitucional del Estado de México
Diego Prieto Hernández, Director General del Instituto Nacional
de Antropología e Historia

25
Una alhaja tRAnspoRtada poR los ángeles:
la Casa DE LOREto y su CamaRín en Tepotzotlán
María del Consuelo Maquívar

79
Un cielo en miniatura
Sara Gabriela Baz Sánchez, Mónica Martí Cotarelo y Verónica Zaragoza

151
Detalle, aRmonía y descubrimiento: el oRnamento
como discuRso arquitectónico en el CamaRín de la ViRgen
Xochipilli Rossell y Ricardo Peza

223
Apéndice 1
Miguel Cabrera, paradigma de su tiempo
Mónica Martí Cotarelo

231
Apéndice 2
Los óleos de Miguel Cabrera en el Camarín de la Virgen

235
Apéndice 3
El equipo que participó en la restauración

238
Apéndice 4
Sobre los autores
PRESENTACIoNes

El antiguo Colegio Noviciado de San Francisco Javier, en Tepotzotlán,


Estado de México, sede del actual Museo Nacional del Virreinato, es un
emblema del arte barroco novohispano, orgullo y asombro de mexicanos
y visitantes, que resguarda tesoros de nuestra identidad. Este conjunto
arquitectónico, diseñado para la educación religiosa, conserva entre sus
claustros y muros algunas de las reliquias más representativas en torno a
la misión doctrinaria de la Compañía de Jesús en América.
La Secretaría de Cultura se complace en presentar este volumen
que da cuenta de una historia que data de finales del siglo xvii y princi-
pios del xviii, cuando a la llamada Casa de Loreto del Noviciado se le
adosó el Camarín de la Virgen, la capilla destinada a conservar el atuendo
y los adornos de la imagen de María Santísima y que sobresale por la cali-
dad de su diseño y la fineza exuberante de sus ornamentos.
Este camarín, pieza única construida alrededor del año 1733, fue
restaurado por expertos de la Secretaría de Cultura y el Instituto Nacional
de Antropología e Historia, a fin de devolverle su esplendor original.
Este libro, titulado Museo Nacional del Virreinato. Esplendor de
Tepotzotlán: el Camarín de la Virgen de Loreto, muestra un fragmento de
la historia de este edificio, con casi 300 años de antigüedad. En las pági-
nas de este volumen se reseñan las tareas de restauración de un espacio

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cuyos ornamentos –azulejos, pinturas y retablos, entre otros– exigieron
del saber y la destreza del equipo colegiado de especialistas, quienes aquí
nos describen, con generosidad, los referentes históricos, discursivos y
estéticos que condujeron su intervención.
El proceso y la experiencia que nos comparten, y que atestigua
esta edición, nos invitan a disfrutar del patrimonio histórico y cultural de
México.
La Secretaría de Cultura expresa su reconocimiento al Instituto
Nacional de Antropología e Historia, al Gobierno del Estado de México
y a sus secretarías de Educación y Turismo, al Ayuntamiento de Tepot-
zotlán, al Museo Nacional del Virreinato, así como a los integrantes del
equipo interdisciplinario de académicos, restauradores y técnicos que
hicieron posible esta entrega, digna de celebración y que nos habla de
la importancia de preservar el patrimonio, fortaleza de nuestra cultura y
origen de la memoria compartida.

MaRía Cristina GaRcía Cepeda


Secretaria de Cultura

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Una de las joyas de nuestro patrimonio cultural es el conjunto arquitec-
tónico que conocemos actualmente como el Museo Nacional del Virrei-
nato, que se encuentra en el Pueblo Mágico de Tepotzotlán, orgullo de
la tierra mexiquense. En el lugar destaca especialmente el templo de San
Francisco Javier –excepcional vínculo de pintura, escultura y arquitectura–,
considerado una de las expresiones más distinguidas del arte barroco no-
vohispano, en cuyo interior se puede admirar la llamada Casa de Loreto
con su Camarín de la Virgen.
El presente libro es testimonio de la notable tarea interdisciplinaria
de restauración, desarrollada en este año de 2017 y encabezada por el Ins-
tituto Nacional de Antropología e Historia, que ha devuelto el esplendor
a este espacio de simbólica belleza.
Para el Gobierno del Estado de México es un privilegio la colabora­
ción con las instituciones culturales de la nación que permitió enaltecer
el templo de San Francisco Javier y los tesoros que guarda en sus dife-
rentes recintos, como este Camarín de la Virgen de Loreto. Es motivo de
legítimo orgullo para los mexiquenses que este icono arquitectónico haya
sido declarado por la UNESCO, desde 2010, patrimonio cultural de la
humanidad.

17
Con esta espléndida edición, el Estado de México comparte con
los mexiquenses lo mejor de nuestro patrimonio arquitectónico, repre-
sentado por el Museo Nacional del Virreinato. La fortaleza de la sociedad
mexiquense reside en los valores históricos y culturales que nos dan iden-
tidad en México y en el mundo.

ALFREDO DEL MAZO MAZA


Gobernador Constitucional del Estado de México

18
Como parte de sus tareas permanentes de preservación del patrimonio
cultural, en el caso de los monumentos coloniales el Instituto Nacional
de Antropología e Historia (INAH) incentiva la realización de estudios
interdisciplinarios, la aplicación de nuevas tecnologías y el desarrollo de
enfoques integrales de conservación y restauración de estos bienes his-
tóricos. Esto incluye estimular la diversidad de criterios metodológicos,
de investigación e intervención, conforme a la naturaleza y el valor de las
obras a preservar, lo que significa que, además de organizar sus criterios
científicos y evaluar los materiales constructivos y su comportamiento a
lo largo del tiempo, sus expertos analizan y estudian los valores culturales,
de identidad e historiográficos asociados a cada monumento a intervenir.
En esta premisa, Museo Nacional del Virreinato. Esplendor de Te-
potzotlán: el Camarín de la Virgen de Loreto celebra la culminación del
exitoso proceso de restauración de uno de los recintos con mayor riqueza
ornamental dentro del Colegio de San Francisco Javier, en Tepotzotlán: el
Camarín de la Virgen, integrado a la Casa de Loreto, réplica de la Casa de
María en Nazaret, Galilea.
Una pieza artística que data del siglo xviii, para la cual, después
de un diagnóstico integral, se diseñó una propuesta de restauración di-
rigida y realizada por un grupo multidisciplinario de especialistas del

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INAH y otras instituciones, que durante los últimos años logró devolver
el lucimiento original a una pieza referencial con respecto al llamado arte
barroco churrigueresco en México.
Los artículos que integran esta obra fueron escritos por seis de los
expertos a cargo de la intervención, quienes además de la parte descripti-
va nos ofrecen una revisión historiográfica tanto del origen alegórico de
la Casa de Loreto como de los elementos arquitectónicos y artísticos que
integran el Camarín de la Virgen, de su intención discursiva y su función
ritual y persuasiva con respecto a la pedagogía jesuita. Esto significa que
los trabajos de restauración se orientaron a devolver la armonía original al
conjunto de retablos, esculturas, mobiliario, pinturas de caballete, azulejos
y ventanas. Al espacio en su totalidad, incluidos sus murales exteriores.
Por lo anterior, el INAH desea expresar su reconocimiento al
equipo de científicos, arqueólogos, arquitectos, historiadores, museógra-
fos, restauradores, administradores y artesanos que se dieron a la tarea de
analizar las características del monumento y proceder a la reconstrucción
que le restituyera su estado ideal.

Diego PRIeto HeRnánDEz


Director General
Instituto Nacional de Antropología e Historia

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Pp. 22-23. Detalle de una mesa de altar
del Camarín de la Casa de Loreto.

Lámina 1 (pp. 24-25). Detalle de


los estucos del Relicario de San José con
una figura femenina en la que se aprecia
la tradición indígena de la representación
de personajes.

Lámina 2 (p. 26). Portada de ingreso


desde el templo de San Francisco Javier
al conjunto de capillas dedicadas a la
devoción de la Casa de Loreto.
22
23
Una alhaja
tRAnsportada
por LOs ángeles:
La casa DE LOREto
y su Camarín en
tepotzotlán

María DEl ConsueLO MaquívaR


EL COLEGIO
DE SAN FRANCISCO JAVIER
Una de las joyas del arte barroco novohispano es el con-
junto arquitectónico del que fuera el noviciado jesuita de
San Francisco Javier en Tepotzotlán. En su interior hay es-
pacios magníficos que nos hablan de la época de esplen-
dor de la Compañía de Jesús, no sólo por la trascendencia
que tuvo el lugar para la historia de la Iglesia católica en
la Nueva España, sino por los artistas que construyeron
y ornamentaron los diferentes recintos que, a lo largo de
dos siglos, albergaron a los jóvenes que allí se congregaron
para estudiar y prepararse espiritualmente como religiosos

27
Láminas 3-6. Símbolos
de la Letanía Lauretana que enmarcan la
portada de ingreso desde el templo de San
Francisco Javier al conjunto de capillas
dedicadas a la devoción de la Casa de
Loreto.
para la “Mayor Gloria de Dios”, según reza el escudo de la orden ideada
por su fundador, san Ignacio de Loyola.
El primer espacio del colegio construido como lugar de culto en el
siglo xvii fue la Capilla Doméstica, llamada así porque sólo era utilizada
por los jóvenes y maestros que vivían en el noviciado; fue edificada, al
igual que el Claustro bajo de los Aljibes, con el legado de don Pedro Ruiz
de Ahumada, mercader de plata, quien destinó en su testamento 34 mil
pesos de oro para que se iniciara la fábrica del noviciado. Por este motivo,
los padres de la Compañía de Jesús le quisieron rendir homenaje al colo-
car su escultura funeraria en el presbiterio de este oratorio.

El tempLO DE San FRanCIsco JavieR

El otro espacio que ha sido reconocido por especialistas y el público que


lo ha visitado —al cual han calificado de gran exponente del barroco ibe-
roamericano— es el templo de San Francisco Javier, edificado entre 1670 y
1682 gracias a la generosidad de doña Isabel Picazo de Hinojosa y su hijo,
el padre jesuita Pedro de Medina Picazo; este hecho quedó perpetuado en
una lápida que debió de formar parte de los retablos originales del siglo
xvii y que se halló cuando se hicieron los trabajos de restauración de
1960;1 desafortunadamente no se conservaron los retablos salomónicos
de esa época, ya que se removieron para colocar los que actualmente se
pueden contemplar.
Todos hemos quedado sorprendidos ante la belleza de este espa-
cio cuyos muros están cubiertos con diez extraordinarios retablos dora-
dos cuyas pilastras estípites son claros ejemplos del estilo de su época.
Nuestra vista se pierde entre los roleos, los ángeles que parecen volar y
desprenderse de los muros, así como con la simbólica decoración vegetal
Lámina 7. Imagen de San José de hojarascas retorcidas, entre las que se observan vides, granadas y trigo
en el nicho central del retablo de su
Relicario. en preciosa ofrenda al Salvador de los hombres; entre toda esa abigarra-
Lámina 8 (pp. 32-33). La bóveda da decoración destacan las imágenes talladas en madera, policromadas y
y el cupulín del Camarín de la Casa de
Loreto.

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estofadas, a quienes se dedica cada retablo y que evocan a la parentela de
Jesucristo y al santoral de la orden.
Presidiendo el retablo mayor se observa al titular del templo, el
primer misionero jesuita en tierras de Oriente, san Francisco Javier, en
tanto que el tercer General de la Compañía de Jesús, san Francisco de
Borja, quien gestionó ante el Papa la venida de los jesuitas a la Nueva Es-
paña, se encuentra en el centro de uno de los colaterales del presbiterio.
De la misma manera, en estos espacios se colocaron las esculturas de dos
jóvenes santos: Luis Gonzaga y Estanislao de Kostka, ejemplos de vida
que debían imitar los habitantes del colegio noviciado de Tepotzotlán.
No podía faltar el iniciador de la Compañía de Jesús, san Igna-
cio de Loyola, a quien se observa en el centro del crucero sur conocido
como de los Fundadores, pues aquí también se recuerda a los santos que
fundaron las órdenes religiosas que evangelizaron tierras novohispanas,
como san Francisco de Asís, santo Domingo de Guzmán, san Agustín y
san Pedro Nolasco, el fundador de los mercedarios.
Conforme uno camina por la nave de la iglesia, descubre también
el espíritu mariano que heredó Loyola a los padres ignacianos de Tepot-
zotlán, de tal manera que, coronando el retablo mayor, se destaca la bella
escultura de la Purísima Concepción, mientras que en el crucero norte se
entronizó a la Virgen de Guadalupe, devoción impulsada por los jesuitas
novohispanos en el periodo barroco. Por otro lado, en la nave, haciendo
pareja con el retablo de san José —quien no podía faltar, pues, además de
ser el padre putativo de Jesús, fue nombrado patrono de la Nueva España
en el siglo xvi—, se encuentra otra devoción promovida por los jesuitas,
la Virgen Santísima de la Luz. Se trata de una de las más bellas imágenes
del templo, en la que el escultor de gran oficio trabajó con destreza el
movimiento de los cuerpos del conjunto, a tal grado que aparentan des-
prenderse del retablo. Cabe destacar que la tradición jesuita señala que fue
el padre italiano Juan Antonio Genovesi quien tuvo la fortuna de que la
figura de la Virgen María se estampara milagrosamente en un pequeño
lienzo; el sacerdote no quiso quedarse con la pintura y se puso en ora-
Lámina 9. Detalle de la bóveda y el
ción para que la Virgen le indicara en cuál casa de la Compañía quería cupulín del camarín.

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ser honrada y, según la tradición, la propia Madre de Dios quiso que se
le venerara en el colegio jesuita de León, Guanajuato. Años más tarde los
jesuitas emprendieron la construcción de una nueva iglesia, que tiempo
después fue consagrada como la Catedral de León, en la que colocaron el
lienzo de Nuestra Señora de la Luz en el altar mayor, donde hasta la fecha
es venerada; una inscripción en la parte trasera de la pintura confirma que
esta pintura es la que envió el piadoso jesuita italiano a tierras mexicanas
a mediados del siglo xviii.
Para continuar con el templo de Tepotzotlán, me parece intere-
sante recordar ahora quiénes fueron los autores de los retablos de la igle-
sia. Como un hecho afortunado se debe considerar que Guillermo Tovar
de Teresa diera a conocer el contrato de ejecución de los retablos del pres-
biterio, en los que se menciona a Miguel Cabrera, “maestro de pintar”,
como el que, siguiendo las instrucciones del padre Pedro Reales, rector
del colegio, diseñó los altares, en tanto que Higinio de Chávez, “maestro
ensamblador”, debió de tallar en madera de cedro el conjunto de altares
y esculturas, de acuerdo con lo que el pintor había creado. Debo decir
también que, aunque no se ha localizado otro documento que dé fe de la
factura de los retablos del crucero, es evidente que ambos artistas parti-
ciparon también en la ejecución de esos conjuntos y, como se verá más
adelante, pienso que también participaron en la ejecución de los retablos
del Camarín de la Virgen.
Por otro lado, la prueba fehaciente de su trabajo en la iglesia se
descubrió en el año de 1992, cuando se hizo la restauración de la pintura
mural de las bóvedas que cubren el presbiterio y el crucero. Estos espa-
cios dejan ver el único ejemplo de pintura mural que se conoce de Miguel
Cabrera, el prolífico pintor oaxaqueño de mediados del siglo xviii. Según
las fechas que el artista dejó en el intradós de los arcos de las bóvedas,
se puede inferir la secuencia de esos trabajos: empezó con la pintura del
presbiterio, justo arriba del altar mayor, que, como ya se dijo, está dedi-
cado al patrón del colegio, san Francisco Javier. El tema abordado aquí es
la glorificación del sacerdocio del santo y del fundador de la orden, san

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Ignacio de Loyola; la inscripción que dejó el artista sólo refiere la fecha:
“A° DE 1755”.
Después del presbiterio, Cabrera pintó el crucero de la Virgen de
Guadalupe, donde representó las cuatro apariciones a Juan Diego que, de ma-
nera extraordinaria, complementan el retablo presidido por el lienzo guada-
lupano que también ostenta la firma del pintor y la fecha de 1756. Como
se dijo, la Compañía de Jesús fue la gran impulsora de esta devoción, por
lo tanto no debió de ser fortuito que los padres de la Compañía hubieran
convocado a Cabrera para cubrir con sus pinceles estos muros, ya que
él, junto con otros pintores, analizó directamente la “tilma milagrosa” y
afirmó que era una pintura sobrenatural. La leyenda que pintó Cabrera en
el intradós de esta bóveda dice: “Por el M°, Dn. Migl. De Cab. A° de 1756”.
Por último, el artista ejecutó el mural que corona el retablo de san
Ignacio de Loyola, y aunque en este caso se ha perdido mucha de la pintu-
ra por los avatares del tiempo, se pueden observar dos de las devociones
más preciadas de san Ignacio, la Virgen María y la Santísima Trinidad. La
inscripción que dejó el pintor en esta bóveda nos permite confirmar que
aquí culminó sus trabajos de pintura mural, ya que dice textualmente lo
siguiente: “Micl. Cabrera A° de 1756 a 20 de marzo. Siendo Rr. El P. Pedro
Reales quien hiso y concluyó esta obra de Presviterio con sus laterales y
crucero”.
A lo largo del tiempo, muchos autores han expresado su admira-
ción por este recinto sinigual, uno de ellos es Rafael Heliodoro Valle (1891-
1959), el literato hondureño que dejó el primer estudio completo del templo
de Tepotzotlán y quien sorprendido ante tanta belleza escribió lo siguiente:

Nada más fascinador para el espíritu creyente que el santo recinto de Te-

potzotlán, donde por fortuna y para orgullo nuestro, se han conservado in-

cólumes los bellos retablos y reina una misteriosa seducción de religiosidad

que sólo la acendrada fe de otros tiempos pudo hacer perdurable […] La

admiración que causan estos retablos es subyugadora, después de verlos

nos figuramos que todo va a parecernos pobre y, sin embargo, Tepotzotlán,

inago­table fuente de tesoros, nos guarda aún maravillas.2

37
Lámina 10. Retablo del Relicario
de San José.

Lámina 11. Detalle de la decoración


en estuco del Relicario de San José.
La Casa DE LOREto

Sobre la nave, a pocos pasos del retablo de san José que ya se comentó,
se abre uno de los espacios más significativos del templo y, desde luego,
del Colegio; se trata de la Casa de Loreto, devoción impulsada por dos
jesuitas italianos. El origen lo narra uno de los cronistas de la Compañía
de Jesús, Francisco de Florencia, en su libro Zodiaco Mariano:

Habiendo venido de la provincia de Milán a esta Nueva España los VV.PP.

Juan Bautista Zappa y Juan María de Salvatierra el año de 1677, corriendo

todavía la carrera de sus estudios, desearon grandemente fabricar en las mi-

siones de los indios a que fuesen señalados, una casa a la Virgen, que fuese

copia de la casa original que en Loreto se venera, y es la misma en que nació

la Santísima Virgen y en que vivían sus santísimos padres San Joachin, y

Santa Anna: en la cual después fue concebido el Divino Verbo y en ella vivió

muchísimos años con su purísima madre y con el Sr. S. Joseph.3

Según la narración anterior, estos jesuitas trajeron a tierras mexi-


canas una de las devociones más simbólicas de la vida de la Virgen María:
la casita que habitó en Nazaret, con su divino Hijo y su esposo san José.
La leyenda respecto del traslado de la casa de Tierra Santa a Europa está
repleta de narraciones milagrosas, pues se dice que, para evitar que se
mancillara el sitio donde María recibió el anuncio del arcángel san Gabriel
de que sería la Madre de Jesús, unos ángeles trasladaron su casa por los
aires y la depositaron, primero, en Tersatto, Croacia, y después la llevaron
a la ciudad italiana de Loreto el año de 1294, donde permaneció definiti-
vamente. Hoy en día se puede admirar ahí la gran basílica que se levantó
para contener, como santa reliquia, la pequeña casa, que es visitada por
los fieles de todo el mundo.
Lo cierto es que los padres jesuitas ya mencionados —que, como
ya se dijo, eran de origen italiano y conocían bien la leyenda de la Santa
Casa de Loreto—, a su llegada a la Nueva España quisieron instaurar este
culto mariano. Fue así que el padre Salvatierra, el misionero que más tarde Lámina 12. San Ignacio de Loyola;
pintura de Miguel Cabrera en uno de
se fue a las Californias, promovió la edificación de la casita en el Colegio los retablos del camarín.

41
de San Gregorio de la capital novohispana, en tanto que el padre Zappa,
que fue destinado a Tepotzotlán, se abocó a buscar el espacio donde debía
construirse la capilla en el templo de San Francisco Javier.
La biograf ía4 del padre Zappa narra con detalle la gran devoción
del jesuita a la madre de Jesús y cómo la fomentó entre los pobladores de
Tepotzotlán y sus alrededores, convocándolos a edificar la “casita de la
Virgen”. Fue así que solicitó a Génova que le enviaran las medidas exactas
de la casa lauretana, junto con una réplica de la escultura que se encontra-
ba en el altar italiano. En la biograf ía de Zappa se lee que el 8 de septiem-
bre de 1679 se puso la primera piedra y todos los pobladores co­laboraron:
“unos trabajaban personalmente, otros acarreaban piedras; otros minis-
traban los demás materiales y todos obraban con tal fervor que en menos
de un año se fabricó aquella angelical capilla”.5 Según este texto, el 10 de
agosto de 1680 se concluyó la obra y se celebró la dedicación de la capi-
lla con el beneplácito de los habitantes de Tepotzotlán y sus alrededores:
“quedando desde entonces la Señora por protectora y asilo de aquellos
pueblos”.
La entrada al pequeño recinto está enmarcada por un frontón roto
sobre el que se pintó el milagro de la traslación del aposento mariano por
los ángeles; desde afuera el visitante se percata de cómo se trató de copiar
una casita, construida con ladrillos simulados con pintura roja y blanca, y
cómo se cubrió con techo de teja de dos aguas. Sobre las jambas de los pi-
lares exteriores se pintaron algunos símbolos marianos y, en los muros, se
observan pequeñas pinturas de trazos sencillos, a modo de exvotos, con los
que se agradecen los milagros sucedidos.
Una ventana enrejada permite ver hacia el interior de la casa; ahí
se halla un pequeño retablo dorado tallado con gran curiosidad; en la hor-
nacina se colocó la escultura de la imagen de vestir de la Virgen de Lore-
to6 que sostiene al Niño Jesús, rodeada por cuatro santos jesuitas. No se
puede saber con precisión cuál fue la primera imagen que se colocó, pero
es bien conocido el hecho de que ha habido varias imágenes en ese lugar.
En el remate se colocó al arcángel san Miguel, el gran protector, que se

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identifica por su atuendo de soldado celestial que vence al demonio, quien
yace a sus pies.
Como ajuar del interior del aposento, se observan unas bancas de
madera taraceada que se hicieron conforme a las dimensiones de la casita
y que destacan por la belleza de su talla. Según testimonios fotográficos de
las primeras décadas del siglo xx, se observa una banquita en la que están
sentados “platicando” san Joaquín y santa Ana, los padres de la Virgen; este
pequeño conjunto escultórico de gran calidad, que se conserva en las co-
lecciones actuales del Museo, debió de haberse hecho precisamente para
completar la narración de la infancia de María, que transcurrió en esa casa
en el pueblo de Nazaret. Dos grandes lienzos, atribuidos a un pintor jesuita
de nombre Manuel, narran cómo sucedió el rescate milagroso de la casa
mariana cuando los turcos invadieron Tierra Santa y cómo se colocó en la
ciudad italiana de Trento. Cabe apuntar que desde la ventana se puede ver
una luz que traspasa el nicho de la escultura de la Virgen, lo cual anuncia,
como preludio admirable, la presencia de otro recinto, el extraordinario
Camarín de la Virgen, del que se hablará más adelante. Un letrero indica al
visitante el origen de esta devoción y el año en que culminó esta pequeña
edificación: “Esta es la forma y medida de la S. Casa de la Virgen en la que el
Hijo de Dios se hizo hombre. Se dedicó diciembre 25 de 1733 N.S.”
Alrededor de la casita hay un corredor angosto recubierto de azu-
lejos de talavera, que con seguridad se construyó para poder sacar la ima-
gen lauretana de su recinto y llevarla en procesión al interior del templo
o, fuera de él, al atrio, donde se reunía la población en las grandes festi-
vidades. Justo sobre ese corredor se abre otra capilla, tan minúscula que
se le ha llamado el Relicario de San José, pues, como su nombre lo indica,
está dedicada a honrar al padre adoptivo de Jesús que, como ya se dijo, fue
declarado Patrono de Nueva España en el II Concilio Provincial Mexicano
convocado en 1555 por el arzobispo Alonso de Montúfar. Su tamaño es
verdaderamente pequeño, de manera que debió de servir para que sólo
dos o tres personas oraran al mismo tiempo. No obstante sus dimensio-
nes, puede decirse que su ornamentación, de piso a techo, se planificó Lámina 13 (pp. 44-45). Detalle de
un retablo del Camarín de la Casa
de Loreto.

43
con base en todas las técnicas artísticas que en ese momento se conocían
en la Nueva España. Así, en el retablo en el que se honra al santo titular
acompañado por los ángeles se aprecian esculturas talladas con gran re-
finamiento. Sobre los muros se observan lienzos de afamados pintores de
la época, como el ejecutado por José de Ibarra en el muro frontero al altar
y fechado en 1735. Se trata de una alegoría que honra a san José, quien es
coronado por Jesucristo y la Virgen María, mientras que Dios Padre mira
complacido la escena en la cúspide de la composición. En el pecho del
santo sobresale la paloma simbólica del Espíritu Santo, que con las alas
desplegadas irradia rayos de luz. El simbolismo de la obra es por demás
interesante, ya que muestra a san José entronizado, con su manto desple-
gado sobre las autoridades de la época: la Iglesia, representada por el papa
Clemente XII y su séquito de religiosos a su derecha, y, a su izquierda, el
monarca Felipe V, con sus regios acompañantes.
Otra obra de José de Ibarra muestra el regreso de la Sagrada Fa-
milia de Egipto: el niño Jesús, ya de siete años, camina entre sus padres.
Además de la calidad de la pintura, en la que se aprecian las facultades de
este artista barroco novohispano, sobresale el hecho de que en el extremo
izquierdo inferior se observa el retrato de “D. Manuel de la Canal, Caba-
llero del Abito de Calatraba y Regidor de México, insigne benefactor de
esta capilla”.
Tal y como se lee en la pintura, este personaje fue muy importan-
te, porque promovió el culto de la Virgen de Loreto en la Nueva España.
Se sabe por documentos de archivo que guardaba devoción especial por
los favores recibidos de esta advocación mariana, especialmente por ha-
berlo sanado de alguna enfermedad, pues afirmaba que “la soberana Se-
ñora le había devuelto la salud que en todo la tenía perdida”.7 Por lo visto,
además de apoyar la edificación de la capilla de Tepotzotlán, igualmente
sufragó y difundió este culto en otras entidades de México, como la Casa
de Loreto, que afortunadamente conserva también todo su esplendor en
San Miguel de Allende, Guanajuato.
Lámina 14. Vista del interior Para terminar con la descripción del Relicario de San José es im-
del camarín desde la puerta del lado
izquierdo. portante comentar el recubrimiento de azulejos de talavera que tenía en

46
el piso, en el que se observaba al águila bicéfala del escudo de los Austrias,
así como los lambrines que, al combinarse con las yeserías policromas, le
dan a esta capillita una apariencia especial.

El Camarín DE la Virgen

Sin duda, el recorrido que hemos hecho desde el templo de San Fran-
cisco Javier culmina en el espacio más prominente de todo el conjunto:
la Recámara de la Virgen de Loreto, que siempre ha llamado la atención
de propios y extraños, pues, como era de esperarse, ahí se hermoseaba
la imagen de la Madre de Dios, según la festividad que se celebrara; en
ella sobresalen el ingenio y la capacidad artística de quienes planearon su
edificación; asimismo, las diestras manos que ejecutaron cada uno de los
detalles primorosos de su ornamentación.
Se desconoce el año de edificación de la capilla, aunque se puede
inferir que, por las dimensiones del espacio, el conjunto mariano debió de
haberse terminado alrededor de la segunda mitad del siglo xviii; me atre-
vo a sugerir que quizá se ejecutó a la par que la soberbia fachada con su
campanario, que se bendijeron en 1762. El exterior también resulta muy
atractivo, ya que bien se dice que tiene forma de tiara papal, pues su cúpula
va reduciéndose en tres secciones hasta culminar con la esbelta linternilla
del centro; los perfiles se ornamentaron en cada tramo con una serie de
almenas a manera de hojas que le confieren una atractiva apariencia.
Su construcción ochavada recuerda otros camarines que tienen
igual forma; sin embargo, no es dif ícil suponer cuáles fueron las razones
que se tuvieron para escoger este trazo; en primer lugar, en la época eran
características las edificaciones ochavadas del barroco italiano, si bien
también es posible que se haya elegido esta distribución por su simbo-
logía, pues el ocho es múltiplo de cuatro y éste símbolo de “lo perfecto”;
también se dice que se relaciona con la resurrección de Jesucristo y, por
lo tanto, con la del hombre cristiano,8 o que representa la tierra y el cielo, lo

48
cual va muy acorde con el recinto mariano: es la casa de la Madre de Dios
y de los hombres.
La iluminación de la capilla proviene de los óculos que se abrie-
ron en cada muro así como de la esbelta linternilla, aunque hay que adver-
tir que algunas ventanas sólo están simuladas, para no perder la simetría
del conjunto; en el intradós de cada óculo se observan veneras coloridas
que contribuyen con sus formas onduladas a la ornamentación general
del espacio.
También aquí se dejan ver todas las técnicas y los materiales que se
utilizaron en la ornamentación de las edificaciones barrocas de la Nueva
España del siglo xviii, tal es el caso de los dorados retablos tallados en ma-
dera, con las características pilastras estípites de la época, muy semejantes a
los retablos del templo de San Francisco Javier, y que nos hacen pensar en la
posibilidad de que aquí haya intervenido algún arquitecto, quien, junto con
Miguel Cabrera, diseñara el espacio, así como Higinio de Chávez, que bien
pudo ser el escultor que con sus gubias dio forma a las tallas en madera; la
semejanza con los altares de la iglesia se puede vincular igualmente con
la pléyade de angelitos que coronan y sobrevuelan todo el camarín. Men-
ción especial merecen los espectaculares ángeles que, a manera de atlantes
celestiales, sostienen la bóveda: vaya reto que debió de significar para los
artistas colocar estos cuatro ángeles monumentales esculpidos en madera,
que en vuelo aparente, y sólo apoyados con un pie sobre pequeñas peanas,
elevan sus brazos para “sostener” la bóveda celeste.
En cada tramo de la bóveda, además de las estrellas y de los ros-
tros regordetes de querubines y serafines, es posible observar el mensaje
jesuítico; así, donde se colocó el retrato de san Ignacio de Loyola se ve el
escudo de la Compañía de Jesús en un sol; las clásicas letras del monogra-
ma de Jesús, IHS, con una pequeña cruz en el centro, se distinguen a sim-
ple vista. En otra sección se colocaron medallones marianos, con el sol y
la luna, símbolos de la divinidad, a la vez que se relacionan con la Virgen
María, porque Ella, nos dice la teología, no tiene luz propia, brilla por la
luz del Sol, que es Dios, porque dio a luz al Salvador de los hombres. Los
otros medallones llevan inscritos los anagramas de san José y de María.

49
Óleos sobre tela en retablos del Camarín
de la Casa de Loreto:

Lámina 15. San Lucas.

Lámina 16. San Juan.

Lámina 17. San Marcos.

Lámina 18. San Mateo.


Hay que decir que el artista oaxaqueño firmó el retrato de san Ig-
nacio de Loyola que corona uno de los retablos de este camarín, como fiel
testigo de que el recinto forma parte del programa iconológico de la Com-
pañía que se ha desplegado maravillosamente a lo largo de la iglesia y del
espacio lauretano; sin embargo, también es posible que de esta forma Ca-
brera quisiera dejar testimonio de su intervención en el espacio, aunque
nadie pudiera percatarse de ello a simple vista. En la parte baja de la sección
donde se abre la hornacina para mover la escultura mariana se colocó una
pintura con forma mixtilínea que también puede ser obra de Cabrera y que
representa a san Juan Nepomuceno, quien murió mártir por defender su
vocación y que, hasta la fecha, es invocado como protector del sigilo de la
confesión y de la buena fama sacerdotal; a este santo se dedicó también uno
de los bellos retablos de la iglesia, seguramente para que todos los habitan-
tes del colegio, maestros y alumnos, invocaran su protección.
Al artista oaxaqueño se han adjudicado los otros lienzos en los
que se observa a los padres de la Virgen María, san Joaquín y santa Ana,
así como los óleos de los cuatro evangelistas: san Mateo, san Marcos, san
Lucas y san Juan, aunque me parece que estos últimos no son obra de su
mano, pues no tienen la calidad que suelen tener sus pinturas, por lo que
creo que debieron de ser ejecutados por sus discípulos.
Respecto de las imágenes esculpidas que se guardan en los ni-
chos, se puede ver a san José, a san Pedro, cabeza de la Iglesia católica,
así como una talla de la Purísima Concepción. Para los miembros de la
Compañía de Jesús esta devoción es fundamental, ya que su fundador,
san Ignacio de Loyola, siempre consagró su vida a la Madre de Dios, y en
su autobiograf ía menciona el sinnúmero de ocasiones que experimentó
sus apariciones; es por ello que la Purísima Concepción preside el retablo
mayor de la iglesia y, más aún, este mensaje se comunica en el exterior a
toda la población, ya que es la imagen de la Virgen María la que se observa
en el bello remate mixtilíneo de la magnífica fachada del templo.
Ahora bien, sin duda alguna lo que atrae más al visitante del ca-
marín son las extraordinarias yeserías multicolores que se observan en
Lámina 19. Detalle del interior
del camarín, muro noroeste. toda la superficie, en las que se combinan sobre todo el dorado, el azul y

52
53
Lámina 20. Vista del interior
de la Casa de Loreto desde el retablo.

Lámina 21. Monograma de san


Joaquín en la pintura mural de la Casa
de Loreto.

Lámina 22. Monograma de santa Ana


en la pintura mural de la Casa de Loreto.
el rojo. Mucho se ha dicho sobre los posibles autores de estos trabajos, y
se han atribuido a los artistas indígenas que debieron de participar en la
elaboración de la abigarrada ornamentación. En México son sobre todo
los estados de Puebla, Tlaxcala y Oaxaca los que nos brindan sorprenden-
tes ejemplos de yeserías barrocas, tanto en el exterior como en el interior
de los edificios, por lo tanto, llama la atención que se hayan utilizado de
forma tan exuberante en este pequeño espacio del Estado de México. Hay
que decir que el trabajo de yeserías se complementa también aquí con los
azulejos de talavera que cubren el piso y la parte inferior de los muros,
proporcionando a la casa de la Madre de Dios una apariencia sinigual.
El hecho de haber adjudicado estos trabajos a los naturales de la
región tiene su fundamento en que en Tepotzotlán habitaban especialmen-
te indios otomíes y nahuas; por esta razón los jesuitas se establecieron allí
desde el siglo xvi, donde, además de aprender las lenguas de los naturales,
encontraron tierra fértil para evangelizar; ellos así lo asientan en las cróni-
cas de la orden. Debido a esto es posible que en la época en la que se edi-
ficó el camarín, las primeras décadas del siglo xviii, todavía hubiera gran
número de pobladores indígenas, quienes probablemente fueran llamados
para trabajar, codo con codo, con los creadores de este recinto.
Por otra parte, las formas y expresiones ingenuas de los rostros de
los querubines y de los santos personajes que se colocaron en el interior
del cupulín, así como el intenso colorido de la superficie, mucho nos ha-
blan del gusto y la destreza de los naturales y de la población mestiza en
el manejo de esta decoración, como puede observarse en la bella capilla
mariana de Tonantzintla en Puebla. Entre toda esta decoración siempre
han llamado la atención las figuras con torsos humanos oscuros cuyas
extremidades se transforman en roleos vegetales y que sostienen canastos
de frutos sobre su cabeza; al parecer el color negro es resultado del paso de
los siglos en la policromía; es evidente que el programa iconológico nos
deja el mensaje de ofrendas a la Madre de Dios que en procesión ascien-
den desde el suelo hasta su morada celestial.
Las imágenes modeladas con yeserías continúan en el interior del
cupulín, donde la mirada de los fieles dif ícilmente puede distinguir deta-

56
lles por la lejanía; sin embargo, lo interesante es que el mensaje mariano y
de la Compañía de Jesús también se hace presente aquí, donde se muestra
en pleno la gloria celestial y, gracias a los recursos fotográficos,8 se han
podido distinguir algunos de los personajes representados. En el primer
nivel se colocaron cuatro santos jesuitas de cuerpo entero rodeados de
varias personas y, aunque cuesta trabajo identificar a cada uno, me pare-
ce haber reconocido a tres de ellos: san Ignacio de Loyola, san Francisco
de Borja, con el cráneo coronado, y san Francisco Javier, acompañado de
los fieles que catequizó en tierras orientales, identificados por los tur-
bantes que cubren sus cabezas.
En el siguiente nivel se observa a la Virgen María, que luce el
resplandor dorado alrededor de su cabeza, y a otros personajes que pare-
cen ser algunos apóstoles, como san Andrés, con fragmentos de la cruz
aspada de su sacrificio a su espalda, y san Juan evangelista imberbe; sin
embargo, lo más bello del mensaje del camarín está en el último nivel,
donde se filtra un haz de luz; justamente ahí se colocó la paloma del Espí-
ritu Santo, que despliega sus alas en clara alusión a los dones que recibió
la Virgen María, la elegida para ser la Madre de Jesús. Pero con seguridad,
al colocar al Espíritu Santo ahí también se quiso transmitir a los fieles
que la tercera persona de la Santísima Trinidad fortalece e ilumina a los Lámina 23. Escultura que representa
a san Pedro en uno de los retablos
hombres que la invocan. del Camarín de la Casa de Loreto.

57
1 5
MaRía DEl ConsueLO MaquívaR, Los reta- Ibid., p. 78.
blos de Tepotzotlán, México, INAH, 1982, p. 21.
6
Las fotogRAfías antiguas DE arCHivo
2
Rafael HelIOdoRO Valle, El Convento de nos permiten inferir que la imagen actual no es
Tepotzotlán, México, Talleres Gráficos del Mu- la original, pero desconocemos desde cuándo
seo Nacional de Arqueología, Historia y Etno- fue sustituida.
grafía, 1924, p. 67.
7
Sofía VelaRDE, El arte barroco en la anti-
3
FRAnCIsco DE FLOREnCIa y Juan Antonio gua villa de San Miguel el Grande. La Santa
de Oviedo, Zodiaco Mariano, México, Cona- Casa de Loreto. El convento de la Purísima Con-
culta, 1955, p. 154. cepción, México, Frente de Afirmación Hispa-
nista, 2012, pp. 22-23.
4
Miguel Venegas, Vida y virtudes del V.P.
8
Juan Bautista Zappa de la Compañía de Je- Jean CHevaLIeR, Diccionario de los símbolos,
sús, Barcelona, Pablo Nadal impresor, 1754, Barcelona, Herder, 2009, p. 768.
<https://books.google.com.mx/books/.../Vi-
da_y_virtudes_del_V_P_Juan_Bautista_Za.ht>.

Láminas 24 a 34 (pp. 59-63).


Escenas de los milagros de la Virgen de
Loreto en la pintura mural del intradós
del arco de portada de ingreso desde el
templo de San Francisco Javier hasta
el conjunto de capillas dedicadas a
la devoción de la Casa de Loreto.

58
Lámina 35 (p. 64). Guillermo
Kahlo, Retablo dedicado a la Virgen de
Guadalupe, Templo de San Francisco
Javier, ca. 1910 (INAH/FN) 7060.

Lámina 36 (p. 65). Guillermo


Kahlo, Altar mayor en el Templo de
San Francisco Javier, ca. 1910 (INAH/
FN) 7065.

Lámina 37 (p. 66). Guillermo Kahlo,


Claustro del Patio de los Naranjos,
Antiguo Colegio de Tepotzotlán, ca.
1910 (INAH/FN) 7304.

Lámina 38 (p. 67). Guillermo Kahlo,


Templo de San Francisco Javier, capilla
de Nuestra Señora de Loreto, ca. 1910
(INAH/FN) 7307.

Lámina 39 (p. 68). Guillermo


Kahlo, Retablo lateral, Templo de San
Francisco Javier, ca. 1910 (INAH/FN)
7305.

Lámina 40 (p. 69). Guillermo Kahlo,


Retablos laterales, Templo de San
Francisco Javier, ca. 1910 (INAH) 7314.

Lámina 41 (p. 70). Guillermo Kahlo,


Retablos del altar mayor, Templo de
San Francisco Javier, ca 1910 (INAH/
FN) 7312.

Lámina 42 (p. 71). Guillermo


Kahlo, Nave central vista hacia el coro,
Templo de San Francisco Javier, ca.
1910 (INAH/FN) 7313.

Lámina 43 (p. 72). Guillermo Kahlo,


Iglesia de San Francisco Javier, 1907-
1911 (INAH/FN) 8235.

Lámina 44 (p. 73). Guillermo Kahlo,


Camarín de Nuestra Señora de Loreto,
ca. 1920 (INAH/FN) 364179.

Lámina 45 (pp. 74-75). Detalle


de un ángel tallado en madera y de los
estucos de la bóveda del Camarín
de la Casa de Loreto.

Lámina 46 (p. 77). Placa en el muro


exterior de la Casa de Loreto.

Lámina 47 (pp. 78-79). Detalle de


los estucos de la bóveda del Relicario
de San José.

76
Un CIeLO en
miniatuRA

SaRA GabRIela Baz SánCHez


Museo Nacional de Arte

Mónica Martí CotaRELO


Coordinación Nacional de Museos y Exposiciones INAH

Verónica ZaRAgoza
Museo Nacional del Virreinato

79

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