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Fragmentos de un amor contrariado


de Roberto Arlt. Dramaturgia: Carlos Ianni

1. EL HUMILLADO

Erdosain entrando. Lo aguarda su esposa, Elsa, vestida para salir. Junto a sus pies, una
valija. Hay otro hombre, el Capitán. Se miran un momento los tres.
ERDOSAIN: ¿Qué pasa acá?
ELSA: Capitán... Remo, no voy a vivir más con vos.
CAPITAN: Su esposa, a quien conozco desde hace tiempo...
ERDOSAIN: ¿Dónde la conoció?
ELSA: ¿Por qué preguntás esas cosas?
CAPITAN: Es cierto... Ciertas cosas no deben preguntarse.
ERDOSAIN: Quizá tenga razón... disculpe...
CAPITAN: Y como no ganaba para mantenerla... (Erdosain se lleva la mano al cabo del
revólver que lleva en el pantalón, se sonríe) No creo que pueda causarle gracia lo que digo.
ERDOSAIN: No, sonreía de una ocurrencia estúpida... ¿Así que también le contó eso?
CAPITAN: Sí, también me habló de usted como de un genio en desgracia...
ELSA: Hablamos de tus inventos...
CAPITAN: Sí... de su proyecto de metalizar flores...
ERDOSAIN: ¿Por qué te vas?
ELSA: Estoy cansada, Remo.
ERDOSAIN: Siempre estuviste cansada. En tu casa estabas cansada... acá... allá... ¿Qué es
lo que tenés cansada vos? Todas están cansadas... Usted, Capitán, ¿no está cansado
también?
CAPITAN: ¿Qué entiende por cansancio?
ERDOSAIN: El aburrimiento, la angustia... ¿no se fijó que estos parecen los tiempos de
tribulación de los que habla la Biblia? Así los nombra un amigo que se casó con una coja. La
coja es la ramera de las Escrituras...
CAPITAN: Nunca me di cuenta de eso.
ERDOSAIN: En cambio yo sí. Le parecerá extraño que le hable de sufrimientos en estas
circunstancias... pero es así... los hombres están tan tristes que necesitan ser humillados.
CAPITAN: No me parece.
ERDOSAIN: Claro, usted con su sueldo... ¿Cuánto gana? ¿Quinientos?
CAPITAN: Más o menos.
ERDOSAIN: Es lógico...
CAPITAN: ¿Qué?
ERDOSAIN: Que no sienta su servidumbre.
ELSA: Germán, no le haga caso. Remo está siempre con esa historia de la angustia.
CAPITAN: ¿Es cierto?
ERDOSAIN: Sí. Ella, en cambio, cree en la felicidad, en el sentido de la "eterna felicidad"
que estaría en su vida si pudiera pasar los días entre fiestas...
ELSA: Detesto la miseria.
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ERDOSAIN: Claro, porque no creés en la miseria... la horrible miseria está en nosotros, es


la de adentro... del alma que nos cala los huesos como la sífilis... Me falta vida...
entusiasmo... algo que sea como un sueño extraordinario... una mentira grande que
empuje a la realización... pero, hablando de todo un poco... ¿esperan ser felices?
CAPITAN: Sí.
Pausa.
ERDOSAIN: ¿Para que vino a mi casa?
CAPITAN: (Luego de vacilar) Tenía interés en conocerlo.
ERDOSAIN: ¿Le parecía divertido?
CAPITAN: No... le juro que no.
ERDOSAIN: ¿Entonces?
CAPITAN: Curiosidad. Su esposa me habló mucho de usted en estos últimos tiempos.
Además, nunca imaginé encontrarme en una situación semejante... en realidad, no podría
explicarme para qué vine.
ERDOSAIN: ¿Ve? Hay cosas inexplicables. Yo, desde hace un rato, trato de explicarme por
qué no lo mato de un tiro.
CAPITAN: ¿Y qué lo contiene?
ERDOSAIN: No sé... o sí, creo que es porque en el corazón de cada uno de nosotros hay una
longitud de destino. Es como una adivinación de las cosas por medio de un misterioso
instinto. Lo que me pasa ahora
lo siento comprendido en esa longitud de destino... algo así como si ya lo hubiera visto...
no sé dónde.
CAPITAN: ¿Cómo?
ELSA: ¿Qué decís?
ERDOSAIN: No era porque me dieras motivo... no... ya te digo... una certidumbre remota.
CAPITAN: No lo entiendo.
ERDOSAIN: Yo sí. Es así: de pronto a uno se le ocurre que tienen que pasarle determinadas
cosas en la vida... para que la vida se transforme y se haga nueva...
ELSA: ¿Y vos?
CAPITAN: ¿Usted cree que su vida...?
ERDOSAIN: ...y lo de ahora no me extraña. Si me pidiera que fuese a comprarle
cigarrillos... A propósito, ¿tiene uno?
CAPITAN: No... ¿y después?
ERDOSAIN: No sé, en estos últimos tiempos viví incoherentemente... aturdido por la
angustia. Ya ve con qué tranquilidad converso con usted.
ELSA: Sí, siempre esperó algo extraordinario.
ERDOSAIN: Y vos también.
CAPITAN: ¿Cómo? ¿Usted también?
ELSA: Sí.
CAPITAN: ¿Usted?
ELSA: Sí.
ERDOSAIN: Siga, capitán, lo entiendo. Quiere decir que lo extraordinario de Elsa está
pasando ahora, ¿no?
CAPITAN: Sí.
ERDOSAIN: Se equivoca, ¿no, Elsa?
ELSA: ¿Vos creés?
ERDOSAIN: Decí la verdad, esperás algo extraordinario que no es esto, ¿no?
ELSA: No sé.
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ERDOSAIN: ¿Ve, capitán? Siempre fue así. Los dos en silencio alrededor de esta mesa.
ELSA: Callate.
ERDOSAIN: ¿Para qué? Siempre sentados, callados, dándonos cuenta lo que éramos, dos
desdichados de un desigual deseo. Y cuando nos acostábamos...
ELSA: ¡Remo!
CAPITAN: ¡Señor Erdosain!
ERDOSAIN: Déjense de aspavientos ridículos... ¿no se van a acostar acaso?
CAPITAN: De esta forma no podemos seguir hablando.
ERDOSAIN: Bueno, y cuando nos separábamos teníamos la misma idea: ¿éste es el placer de
la vida y del amor? Sin decir nada sabíamos que pensábamos lo mismo... Cambiando de
tema... ¿piensan quedarse en la ciudad?
Pausa
ERDOSAIN: ¿Me vas a escribir?
ELSA: ¿Para qué?
ERDOSAIN: Sí, claro... para qué.
CAPITAN: Bueno, nos retiramos.

ERDOSAIN: ¡Ah, se van..!


ELSA: Sí, me voy... Entendés que...
ERDOSAIN: Sí, entiendo.
ELSA: No podía ser, Remo.
ERDOSAIN: Sí, claro... no podía ser...
CAPITAN: (Agarrando la valija) Adiós.
ERDOSAIN: A sus órdenes, capitán... Una cosa... ¿se van...? Vos, Elsa... ¿te vas?
ELSA: Sí, nos vamos.
ERDOSAIN: Permiso, me voy a sentar. Permítame un momento, capitán... un momentito.
(Pausa. Bruscamente) ¿Sabe por qué no lo mato como a un perro? Porque estoy en frío. Sí,
en frío. Escúcheme... estoy seguro que no tiene explicación para usted pero para mí sí.
Vean, mi vida ha sido terriblemente ofendida... horriblemente magullada. (Saca el revólver
y lo arroja a un rincón) ¡Para qué sirve! Mi vida ha sido horriblemente ofendida...
humillada. Créalo, capitán. Le voy a contar algo. El que empezó este feroz trabajo de
humillación fue mi padre. Cuando tenía diez años y había cometido una falta, me decía:
Mañana te pego. Siempre era así, mañana... ¿Se dan cuenta? Y esa noche dormía, pero
dormía mal, con un sueño de perro, hasta que una mano me sacudía la cabeza en la
almohada. Era él que me decía con voz áspera: Vamos... es hora. Quería hablarle, pero era
imposible ante su espantosa mirada. Su mano caía sobre mi hombro obligándome a
arrodillarme, yo apoyaba el pecho en el asiento de la silla, agarraba mi cabeza entre sus
rodillas, y me cruzaba las nalgas de crueles latigazos. Cuando me soltaba, llorando, corría a
mi pieza. Una vergüenza enorme me hundía el alma en las tinieblas. Porque las tinieblas
existen, aunque usted no lo crea. Yo sabía que la mayoría de los padres no les pegaban a
sus hijos y en la escuela, cuando los oía hablar de sus casas, me paralizaba una angustia tan
atroz que si estábamos en clase y el maestro me llamaba, lo miraba atontado, sin darme
cuenta de qué hablaba, hasta que una vez me gritó: Erdosain, ¿es un imbécil, que no me
oye? Toda la clase se echó a reír y desde ese día me llamaron Erdosain, el imbécil. Y yo,
más triste, sintiéndome más ofendido que nunca, callaba por temor a los latigazos de mi
padre, sonriendo a los que me insultaban... pero tímidamente. ¿Se da cuenta, capitán? Lo
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insultan... y sonríe tímidamente, como si le hicieran un favor. Más tarde me llamaron


muchas veces el imbécil. El alma se me encogía a lo largo de los nervios y esa sensación me
aniquilaba todo coraje; sentía que me hundía cada vez más y mirando a los ojos al que me
injuriaba, en vez de tumbarlo de una cachetada, me decía: ¿Se dará cuenta hasta qué
punto me humilla? No hacían otra cosa que terminar lo que había empezado mi padre.
CAPITAN: Y ahora, ¿yo también lo hundo?
ERDOSAIN: No, hombre, usted no. Sufrí tanto que ahora el coraje está en mí, escondido.
Soy mi espectador y me pregunto: ¿Cuándo saltará? Ese es el acontecimiento que espero.
Algún día algo monstruoso va a estallar y me voy a convertir en otro hombre. Entonces, si
todavía vive, lo voy a ir a buscar y le voy a escupir la cara. Pero no por odio, sino porque mi
coraje me va a parecer la cosa más nueva del mundo... Ahora, puede irse.
El Capitán toma la valija y sale. Elsa se detiene temblorosa ante Erdosain.
ELSA: Bueno, me voy, Remo... Era necesario que esto terminara así.
ERDOSAIN: Pero, ¿vos?... ¿vos?
ELSA: ¿Qué querías que hiciese?
ERDOSAIN: No sé.
ELSA: ¿Entonces? Quedate tranquilo. Te dejé la ropa limpia.
ERDOSAIN: Pero vos, Elsa... ¿vos? ¿Y nuestros proyectos?
ELSA: Ilusiones, Remo... esplendores.
ERDOSAIN: Sí, esplendores... ¿Dónde aprendiste esa palabra tan linda?
ELSA: No sé.
ERDOSAIN: ¿Y nuestra vida va a quedar siempre deshecha?
ELSA: ¿Qué querés? Fui buena, después te tomé odio... pero ¿por qué no fuiste también
igual?
ERDOSAIN: ¡Ah!, sí... igual...
ELSA: Ahora es inútil... me voy. ¿Por qué no fuiste bueno? ¿Por qué no trabajaste?
ERDOSAIN: ¿Así que te vas? ¿De veras que te vas?
ELSA: Quiero ver si nuestra vida mejora. Mirá mis manos...
ERDOSAIN: Elsa... ya sabés... vení cuando quieras... podés venir... pero, decí la verdad,
¿me quisiste alguna vez?
ELSA: Siempre te quise... ahora también te quiero... Nunca... ¿por qué nunca hablaste
como esta noche? Siento que te voy a querer toda la vida... que el otro al lado tuyo es la
sombra de un hombre...
ERDOSAIN: Alma, mi pobre alma... qué vida la nuestra... qué vida.
ELSA: Mirá... esperame. Si la vida es como siempre me dijiste, vuelvo, ¿sabés? y, entonces,
si vos querés, nos matamos juntos... ¿Estás contento?
ERDOSAIN: Alma, qué buena sos, alma... dame esa mano. (Se la besa) ¿No te enojás, alma?
ELSA: Mirá, Remo... voy a venir, ¿sabés?, y si es cierto lo que decís de la vida... sí, yo
vengo... voy a venir.
ERDOSAIN: ¿Vas a venir?
ELSA: Con lo que tenga.
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ERDOSAIN: ¿Aunque seas rica?


ELSA: Aunque tenga todos los millones de la Tierra, vengo. ¡Te lo juro!
ERDOSAIN: ¡Alma, pobre alma! ¡Qué alma la tuya! Sin embargo, no me conociste... No
importa... ¡Ah, nuestra vida!
ELSA: No importa. Estoy contenta. ¿Te das cuenta qué sorpresa, Remo? Estás solito, de
noche. Estás solo... de pronto... la puerta se abre... y soy yo... ¡yo, que volví!
ERDOSAIN: Estás con un traje de baile... zapatos blancos y tenés un collar de perlas.
ELSA: Y vine sola, a pie por las calles oscuras, buscándote... pero no me ves... la cabeza...
ERDOSAIN: Decí... hablá...
ELSA: La cabeza apoyada en la mano y el codo en la mesa... me mirás... y de pronto...
ERDOSAIN: Te reconozco y te digo: Elsa, ¿sos vos, Elsa?
ELSA: Y te contesto: Remo, vine. ¿Te acordás de esa noche? Esa noche es esta noche y
afuera sopla el gran viento y nosotros no tenemos frío ni pena. ¿Estás contento, Remo?
ERDOSAIN: Sí, te juro que estoy contento.
ELSA: Bueno, me voy.
ERDOSAIN: ¿Te vas?
ELSA: Sí...
ERDOSAIN: Bueno, andate.
ELSA: Hasta pronto, mi esposo.
ERDOSAIN: ¿Qué dijiste?
ELSA: Te digo esto, Remo. Esperame. Aunque tenga todos los millones del mundo, vuelvo.
ERDOSAIN: Bueno... entonces, adiós... pero dame un beso.
ELSA: No, cuando vuelva... Adiós, mi esposo.
ERDOSAIN: Decime, ¿te acostaste con él?
ELSA: Soltame, Remo... no creía que vos...
ERDOSAIN: Confesá, ¿te acostaste o no?
ELSA: No.

2. EL HOMBRE EXTRAÑO
ERDOSAIN: ¿Y, te casaste con Hipólita?
ERGUETA: Sí, pero no te imaginás el bochinche que se armó.
ERDOSAIN: ¿Qué... supieron que era de "la vida"?
ERGUETA: No... eso lo dijo después. ¿Vos sabías que antes trabajó de sirvienta?
ERDOSAIN: ¿Y?
ERGUETA: Poco después que nos casamos fuimos mamá, yo, Hipólita y mi hermana a lo de
una familia. ¡Qué memoria la de esa gente! Reconocieron a Hipólita, que había sido su
sirvienta hace diez años. ¡Algo que no tiene nombre! Ella y yo nos fuimos por una lado y
mamá y Juana por otro. Toda la historia que inventé para justificar mi casamiento se vino
abajo.
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ERDOSAIN: ¿Y por qué confesó que fue prostituta?


ERGUETA: Un momento de rabia. ¿Pero no tenía razón? ¿No se había regenerado? ¿No me
aguanta a mí, que les saqué canas verdes a ellos?
ERDOSAIN: ¿Y cómo te va?
ERGUETA: Muy bien. La farmacia, setenta pesos diarios. En Pico no hay otro que conozca la
Biblia como yo. Lo desafié al cura a una controversia y no quiso agarrar viaje.
ERDOSAIN: ¿Jugás siempre?
ERGUETA: Sí, y Jesús, por mi mucha inocencia, me ha revelado el secreto de la ruleta.
ERDOSAIN: ¿Qué es eso?
ERGUETA: Vos no sabés... el gran secreto... una ley de sincronismo estático... Ya fui dos
veces a Montevideo y gané mucha plata. Esta noche salimos con Hipólita para hacer saltar
la banca. Mirá, le jugás hipotéticamente una cantidad a las tres primeras bolas, una a cada
docena. Si no salen tres docenas distintas se produce forzozamente el desequilibrio.
Marcás, entonces, con un punto la docena salida. Para las tres bolas que siguen queda igual
la docena que marcaste. El cero no se cuenta y jugás a las docenas en series de tres bolas.
Aumentás entonces una unidad en la docena que no tiene alguna cruz, disminuís en una,
quiero decir, en dos unidades la docena que tiene tres cruces, y esta sola base te permite
deducir la unidad menor que las mayores y se juega la diferencia a la docena o las docenas
que resulten.
ERDOSAIN: Jesús sabe revelar esos secretos a los que tienen el alma llena de santidad.
ERGUETA: Y también a los idiotas. Desde que me ocupo de cosas misteriosas, hice macanas
grandes como casas, como casarme con esa atorranta...
ERDOSAIN: ¿Y sos feliz?
ERGUETA: ... creer en la bondad de la gente, cuando todo el mundo tira a hundirte y
hacerte fama de loco...
ERDOSAIN: ¿Cómo querés que no te tengan por loco? Fuiste, según tus propias palabras, un
gran pecador. Y de pronto te convertís, te casás con una prostituta porque está escrito en
la Biblia, hablás a la gente del cuarto sello y del caballo amarillo... claro... la gente tiene
que creer que estás loco porque esas cosas no las conocés ni por las tapas. ¿A mí no me
toman también por loco porque dije que habría que instalar una tintorería para perros y
metalizar los puños de las camisas? Pero no creo que estés loco. Lo que hay en vos es un
exceso de vida, de caridad y de amor al prójimo. Ahora, eso de que Jesús te haya revelado
el secreto de la ruleta me parece medio absurdo...
ERGUETA: Cinco mil pesos gané en las dos veces...
ERDOSAIN: Pongamos que sea cierto. Pero lo que te salva no es el secreto de la ruleta, sino
el hecho de tener un alma hermosa. Sos capaz de hacer el bien, de emocionarte ante un
hombre que está a las puertas de la cárcel...
ERGUETA: (Interrumpiendo) Eso sí que es verdad. Fijate que hay otro farmacéutico en el
pueblo, un viejo tacaño. El hijo le robó cinco mil pesos... y después vino a pedirme
consejo. ¿Sabés qué le dije? Que amenazara al viejo con hacerlo meter preso por vender
cocaína si lo denunciaba.
ERDOSAIN: ¿Ves como te entiendo? Querías salvar el alma del padre haciéndole cometer un
pecado al hijo, pecado del que se iba a arrepentir toda la vida, ¿no?
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ERGUETA: Sí. En la Biblia está escrito: "Y el padre se levantará contra el hijo y el hijo
contra el padre".
ERDOSAIN: ¿Ves? Te entiendo. No sé para qué estás predestinado... El destino de los
hombres es siempre incierto. Pero creo que tenés por delante un camino magnífico,
¿sabés?, un camino raro...
ERGUETA: Voy a ser el Rey del Mundo. ¿Te das cuenta? Voy a ganar en las ruletas toda la
plata que quiera. Voy a ir a Jerusalén a reedificar el templo de Salomón...
ERDOSAIN: Y vas a salvar de la angustia a mucha gente buena. Cuántos hay que por
necesidad defraudaron a sus patrones, robaron dinero que les estaba confiado. ¿Sabés?, la
angustia... Un tipo angustiado no sabe lo que hace... Hoy roba un peso, mañana cinco,
pasado veinte, y cuando se acuerda debe cientos. Y el hombre piensa, es poco... y de
pronto se encuentra con que desaparecieron quinientos, no, seiscientos pesos con siete
centavos. ¿Te das cuenta? Esa es la gente que hay que salvar... a los angustiados, a los
fraudulentos.
ERGUETA: (Piensa un momento) Tenés razón. El mundo está lleno de turros, de infelices...
pero, ¿cómo remediarlo? Eso es lo que me preocupa. De qué forma presentarle nuevamente
verdades sagradas a los que no tienen fe.
ERDOSAIN: Lo que la gente necesita es plata... no verdades sagradas.
ERGUETA: No, eso pasa por el olvido de las Escrituras. Un hombre que lleva en sí las
sagradas verdades no roba a su patrón, no defrauda donde trabaja, no se coloca en
situación de ir a la cárcel... además, ¿quién te dice que no sea para bien? ¿Quién va a hacer
la revolución sino los estafadores, los desdichados, los asesinos, los que sufren sin
esperanza? ¿O te creés que la van a hacer los cagatintas y los tenderos?
ERDOSAIN: Está bien, está bien... pero mientras llega la revolución, ¿qué hace ese
desdichado? ¿Yo, qué hago? Porque estoy a un paso de la cárcel, ¿sabés? Robé seiscientos
pesos con siete centavos.
ERGUETA: No te aflijas. Los tiempos de tribulación de que hablan las Escrituras han
llegado. ¿No me casé yo con la Coja, la Ramera? ¿No se ha levantado el padre contra el hijo
y el hijo contra el padre? La revolución está más cerca de lo que la desean los hombres. ¿No
sos vos el fraudulento y el lobo que diezma el rebaño?
ERDOSAIN: ¿No podrías prestarme los seiscientos pesos?
ERGUETA: ¿Te pensás que porque leo la Biblia soy un otario?
ERDOSAIN: (Desesperado) Te juro que los debo.
ERGUETA: Rajá, turrito, rajá.

3. LA BOFETADA
BARSUT: ¿Qué hacés?
ERDOSAIN: ¿Cómo te va?
BARSUT: ¿Y Elsa?
ERDOSAIN: Salió.
BARSUT: Ah...
ERDOSAIN: ¿Qué decís?
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BARSUT: ¿Salió Elsa?... ¿Se fue?


ERDOSAIN: Sí... se... fue... con... un... hombre... ¿Ves? Ahí está el revólver. Lo pude matar
y sin embargo no lo hice. Curioso animal es el hombre, ¿no?
BARSUT: ¿Y te dejaste llevar la mujer en tus barbas?
ERDOSAIN: ¡¿Qué te importa?!
Barsut abofetea a Erdosain, que lo hace trastabillar de la silla.
BARSUT: Mirá, escupime si querés, pero dejame hablar. Sentate... así. Vos ves, ¿no? Recién
se me fue la mamo... te juro... si querés, te pido perdón de rodillas. Qué querés, soy así.
Mirá... ah... ah... si la gente supiera. ¿Querés lavarte la cara? Te va a hacer bien. Esperá.
(Busca una palangana con agua) Lavate. Te va a hacer bien. Perdoname, fue un impulso.
Lavate, haceme el favor. (Erdosain lo hace) Tengo que contarte algo. Si no lo hago me voy
a sentir un canalla. Ya ves, te hablo tranquilo. Mirá, si no me creés, poneme la mano en el
corazón. Te soy sincero. Bueno... te... te denuncié a la Azucarera... yo soy el que mandó
el anónimo. (Pausa) ¿Por qué no decís nada? Te denuncié. ¿Te das cuenta? Quería hacerte
meter preso, quedarme con Elsa, humillarla. ¡No te imaginás las noches que pasé pensando
que te iban a meter preso! Vos no tenías de dónde sacar la plata y ellos no tenían más
remedio que denunciarte. ¿Por qué no decís nada? (Pausa) ¿A quién sino vos le podría
contar todas estas cosas que hacen doler al corazón? Hay momentos en que me digo: ¿para
qué vivir? ¿Adónde va la vida si soy así? ¿Te das cuenta? Vos tenés que ver todo lo que cavilé
pensando estas cosas. Mirá, ni debí contártelas. ¿Cómo es eso que uno le hace una
canallada a una persona y después se acerca y le cuenta sus secretos más íntimos sin el más
mínimo remordimiento? ¿Qué vida es ésta si hacemos una barbaridad y no sentimos nada?
¿Entendés? Según lo que estudiamos en el colegio, el crimen termina volviendo loco al
delincuente, ¿cómo es que cometés un crimen y te quedás lo más tranquilo? (Pausa) Mirá,
yo sabía que me tenías rabia, que de haberme podido matar ya lo hubieras hecho, y eso me
alegraba y entristecía al mismo tiempo. ¡Cuántas noches me acosté pensando en cómo
secuestrarte! Hasta se me ocurrió mandarte una bomba por correo, o una víbora en una
caja de cartón. Cerraba los ojos y me pasaba horas pensando en ustedes. ¿Te pensás que a
ella la quería? No, no la quise nunca. Pero me hubiera gustado humillarla, ¿sabés?
Humillarla porque sí. Verte a vos hundido para que ella me pidiera de rodillas que te
ayudara. Si te denuncié fue por eso, para humillarla a ella que siempre fue tan orgullosa
conmigo. Y cuando me contaste que habías defraudado a la Azucarera, me revolvió las
entrañas una alegría de salvaje. No terminabas de hablar que me dije: vamos a ver ahora
dónde termina su orgullo.
ERDOSAIN: ¿Pero vos la querías?
BARSUT: No, no la quise nunca. ¡Si supieras lo que me hizo sufrir! ¿Quererla a ella, que
nunca me dio la mano? Cada vez que me miraba parecía que me escupía la cara. ¡Vos
habrás sido su marido, pero nunca la conociste! ¡Qué sabés vos qué mujer es! Mirá, podría
verte morir y no tendría un gesto de lástima. ¿Te das cuenta? Cuando la casa Astraldi
quebró y se quedaron en la calle, si me hubiera pedido todo lo que tenía, se lo hubiera
dado. Le hubiera dado toda mi fortuna para que me dijera gracias. Nada más que gracias.
Una día le saqué el tema y me contesto: Remo es suficiente hombre para ganar para los
dos. ¡Ah, vos no la conocés! Sería capaz de verte morir sin hacer un gesto. Y yo pensaba.
¡Cuántas cosas pasan por la cabeza de un hombre! Me tiraba en la cama y me ponía a
imaginar... vos habías asesinado a un hombre... había que salvarte y ella me venía a pedir
que te ayudara y yo, sin decirle una palabra, corría de un lado a otro. ¡Qué mujer, Remo!
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¡Qué mujer! Me acuerdo de cuando cosía. Me hubiera quedado al lado, ¿sabés?,


sosteniéndole la costura. Yo sabía que no era feliz con vos. Lo veía en su cara, en su
cansancio, en su sonrisa. Y claro, me preguntaba qué era lo que la hacía soportar la vida al
lado tuyo, al lado de un hombre como vos. Hubiera querido preguntárselo, abrirte el pecho
delante de ella y demostrarle que eras un loco, un canalla, un cobarde... Te juro que digo
estas palabras sin rabia.
ERDOSAIN: Te creo.
BARSUT: ¿Con qué ojos mira una mujer a un hombre? Eso no lo vamos a saber nunca. Para
mí eras un desgraciado, al que de un revés uno se lo saca de adelante. Para ella, ¿quién
eras vos? Ese es un punto oscuro. ¿Lo supiste alguna vez? Decime francamente: ¿supiste en
tu corazón qué hombre eras para tu mujer? ¿Qué es lo que vio en vos para sufrir tanto y
soportarte como lo hizo? Una tarde vine a verte, sabía que no estabas, quería encontrarme
con ella, verla no más, y cuando pregunté por vos, sin moverse del umbral, me contestó:
Disculpe, no lo hago pasar porque mi esposo no está. ¿Te das cuenta qué perra? Y yo, que
te veía tan pobre hombre, me dije: ¿Qué le habrá visto Elsa a este infeliz para enamorarse
de él?
ERDOSAIN: ¿Se me nota en la cara? (Pausa) Lo que nunca se me ocurrió es que pensaras en
quitarme mi mujer... y que lo dijeras con toda tranquilidad...
BARSUT: No vas a negar que soy franco.
ERDOSAIN: No.
BARSUT: Además, quería humillarla... no robártela, ¿para qué? Si sabía que nunca me iba a
querer.
ERDOSAIN: ¿Y en qué lo adivinabas?
BARSUT: No lo sé. Uno hace ciertas cosas que no puede explicar.
ERDOSAIN: Hablando de todo un poco... No sé si sabrás que esta mañana me hablaron en la
Azucarera del anónimo. Si no rindo cuentas mañana me meten preso. El único culpable, y
no vas a tener inconvenientes en admitirlo, de que pase esto sos vos, así que me tenés que
facilitar la plata.
BARSUT: ¿Cómo? ¿Después que resulto cornudo y apaleado, después que Elsa se va y hago
una infamia, el que te tiene que dar la plata soy yo? ¿Estás loco? ¿Con qué ventaja te voy a
dar seiscientos pesos...?
ERDOSAIN: Con siete centavos... (Pausa) ¿Es tu última palabra?
BARSUT: Pero, entendé, ¿cómo yo..?
ERDOSAIN: Bueno m´hijo... Paciencia. Ahora haceme el favor de irte, quiero dormir.

4. INCOHERENCIAS
Erdosain evoca tiempos pasados.
ELSA: Si hubiera seguido soltera, hubiera tenido un amante.
ERDOSAIN: ¿Lo decís en serio?
ELSA: No me hubiera casado. Tendría un amante.
ERDOSAIN: ¿Y lo hubieras querido?
ELSA: Para qué... ¡Quién sabe!... Sí, si era bueno, ¿por qué no?
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ERDOSAIN: ¿Y dónde se hubieran visto? En tu casa no iban a tolerar eso.


ELSA: En algún hotel.
ERDOSAIN: ¡Ah! (Con una sonrisa falsa) ¿Ves? Así es lindo, en un matrimonio, poder hablar
de todo con una confianza de hermanos. Y, decime, ¿te hubieras desnudado?
ELSA: ¡No digas estupideces!
ERDOSAIN: No, decime, ¿te hubieras desnudado?
ELSA: ¡Y... claro! ¡No me iba a quedar vestida!
ERDOSAIN: (Enloquecido, grita) ¿Pero te das cuenta... te das cuenta qué horrible, qué
espantoso lo que dijiste? ¡Tendría que matarte! ¡Sos una perra! ¡Debería matarte, sí,
matarte! ¿Te das cuenta?
ELSA: ¡Qué te pasa! ¿Estás loco?
ERDOSAIN: Deshiciste mi vida. Ahora sé por qué no te entregabas, ¡y me obligaste a
masturbarme! ¡Sí, a eso! Me hiciste un trapo de hombre. Debería matarte. El primero que
venga podrá escupirte en la cara. ¿Te das cuenta? Y mientras robo y estafo, y sufro por vos,
vos... sí, vos estás pensando en eso. ¡En que te hubieras entregado a un hombre bueno! ¿Te
das cuenta? ¡Un hombre bueno!
ELSA: ¿Pero estás loco? (Pausa) ¿Adónde vas?
ERDOSAIN: ¿Querés saber? A un prostíbulo, a buscarme una sífilis.

5. INGENUIDAD E IDIOTISMO
ERDOSAIN: Antes de casarme, pensaba con horror en la fornicación. En mi concepto, un
hombre no se casaba sino para estar siempre con su mujer y gozar la alegría de verse a
todas horas, y hablarse, quererse con los ojos, con las palabras y las sonrisas. Cuando fui
novio de Elsa jamás la besé porque era feliz dejando que el vértigo me apretara la garganta
de quererla y porque creía que a "una señorita bien no debe besársela". Tampoco nos
tuteábamos porque, para mí, era agradable esa distancia que interponía con nosotros el
usted. No se rían. En mi concepto, la "señorita" era la auténtica expresión de pureza,
perfección y candidez. A su lado no conocí el deseo sino la inquietud de un arrobamiento
delicioso que me llenaba los ojos de lágrimas. Era feliz porque amaba con sufrimiento,
ignorando el fin de mi deseo, y porque creía que era amor espiritual toda esa convulsión
orgánica y terrible que me postraba dichoso ante la quieta mirada de ella, una mirada
limpia que me penetraba con lentitud las subcapas más estremecidas del espíritu. La noche
que nos casamos, ella se desnudó con naturalidad frente a la lámpara encendida.
Ruborizado hasta las sienes, di vuelta la cabeza para no mirarla y que no descubriera mi
vergüenza. Después me saqué la camisa y los botines y me puse bajo las sábanas con los
pantalones puestos. Sobre la almohada, entre sus rizos negros, ella dio se dio vuelta y dijo
con una risa extraña:
ELSA: ¿No tenés miedo de que se te arruguen? Sacátelos, zoncito.
ERDOSAIN: Más tarde, una distancia misteriosa la separó de mí. Se me entregaba, pero con
repugnancia, defraudada quién sabe en qué. Yo me arrodillaba a la cabecera de la cama y
le suplicaba que se diera un instante, pero ella, con voz sorda de impaciencia, me
respondía casi gritando:
ELSA: ¡Dejame tranquila! ¿No ves que me das asco?
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ERDOSAIN: No me acostaba, me quedaba sentado, casi apoyada la espalda en la almohada,


mirando las tinieblas y me imaginaba que ella, compadecida al verme así, abandonado en
la oscuridad, terminaría por apiadarse y decirme: "Bueno, vení si querés". Pero nunca,
nunca, me lo dijo, hasta que una noche le grité desesperado: ¿Pero vos qué te pensás...
que voy a estar masturbándome siempre?
ELSA: (Serenamente) Es inútil, no debería haberme casado con vos.

6 LA COJA
HIPOLITA: ¿Es usted el señor Erdosain? Soy la esposa de Ergueta.
ERDOSAIN: ¡Ah! ¿La Coja?... Perdón... no esperaba... ¿Así que es la esposa de Ergueta? Muy
bien.
HIPOLITA: Es preciso que haga algo por mi marido. Se volvió loco.
ERDOSAIN: ¿Así que loco? (Pausa) ¿Se da cuenta? Me da una noticia extraordinaria y estoy
como un adoquín. Tiene que disculparme. En otro tiempo no era así, era alegre como un
gorrión. ¿Dónde está?
HIPOLITA: En las Mercedes. Desde hace seis días. No me lo explico. Perdón si le hago
perder tiempo. Pensé en usted, que lo conocía. ¿Cuándo fue la última vez que lo vio?
ERDOSAIN: Antes de casarse... Me habló de usted. No se ofenda... pero creo que ya estaba
loco cuando se casó. También estudiaba mucho la Biblia, porque me habló de los tiempos
nuevos, del cuarto sello y un montón de cosas más. Además, jugaba. Me interesó porque
veía en él un temperamento frenético.
HIPOLITA: Eso, frenético. Llegó a aceptar un envite de cinco mil pesos en una mesa de
póker. Vendió mis joyas, un collar que me había regalado un amigo...
ERDOSAIN: ¿Cómo?... ¿No se lo regaló usted a la sirvienta antes de casarse? Me dijo eso.
Que regaló el collar y la vajilla de plata... y el cheque de diez mil pesos que le regaló el
otro...
HIPOLITA: ¡Se cree que estoy loca!... ¿Por qué iba a regalarle a mi sirvienta un collar de
perlas?
ERDOSAIN: Mintió.
HIPOLITA: No le extrañe. Mentía mucho. Además, en estos últimos días estaba perdido.
Estudió una martingala para la ruleta. Armó un libro de números que solo él podía
entenderlo. No podía dormir de la preocupación; desatendía la farmacia; a veces, sentía un
gran golpe en el suelo; era él que se había tirado de la cama, prendía la luz, anotaba unas
cifras como si tuviera miedo que se le escaparan... ¿Así que dijo que había regalado mi
collar de perlas? Lo empeñó antes de casarnos... Bueno, como le decía... el mes pasado fue
al Real de San Carlos...
ERDOSAIN: Y, lógicamente, perdió...
HIPOLITA: No, con setecientos pesos ganó siete mil. Hubiera visto cómo llegó... Callado...
Yo me dije: ¡zas!, perdió... pero lo notable es que estaba asustado de la suerte que había
tenido... él mismo había tenido hasta ese momento una relativa confianza en su
martingala.
ERDOSAIN: Sí... me doy cuenta...
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HIPOLITA: Claro. Pero ya le digo... durante algunos días estuvo como trastornado. Una
tarde, a la hora de la siesta, me dijo: "Bueno, negra, vas a tener que resignarte a ser la
reina del mundo".
ERDOSAIN: Siempre la manía de grandeza...
HIPOLITA: Le prevengo que en parte yo también creí en el éxito de la martingala. Había
jugado los números que figuraban en su tabla, y entonces, para hacer saltar la banca retiró
tres mil pesos del banco... Estaban a mi nombre, y más los seis mil quinientos... había
pagado unas cuentas de la farmacia... salimos para Montevideo... y perdió todo. Creía que
se desmayaba por el camino... pero ¿así que le dijo que le había regalado mi collar a la
sirvienta?... ¡Qué hombre!
ERDOSAIN: Sería para darme una mejor idea de usted. ¿Y en el viaje cómo les fue?
HIPOLITA: No dijo una palabra. Eso sí, tenía los ojos vidriosos, la cara como deshecha,
relajada. Ni bien llegamos a Buenos Aires se acostó.. A la una me despertaron sus pasos en
la pieza, iba a prender la luz cuando dio un gran salto y agarrándome del brazo me sacó de
la cama y me llevó hasta la puerta del hotel.
ERDOSAIN: ¿Y usted?
HIPOLITA: No gritaba porque sabía que lo iba a enfurecer. En eso apareció un vigilante,
mientras desde atrás lo agarraba el portero, que se había despertado con el ruido. El
gritaba tanto que lo podían escuchar desde la esquina: "Esta es la ramera... la que amó a
los rufianes que tienen la carne como la carne del mulo". Es como si lo estuviese viendo
ahora. El, entre una hoja de la puerta, tironeando para adentro, desde afuera, el vigilante
estirándolo, mientras el portero lo abrazaba por la garganta para hacerle perder fuerza, y
yo en el quicio esperando que eso terminara, porque se habían juntado varias personas que
en vez de ayudar al vigilante se habían quedado mirándome a mí. Menos mal que siempre
uso camisón... Al final pudieron sacarlo para la comisaría. Creían que estaba borracho...
pero era un ataque de locura... Deliraba con el arca de Noé.
ERDOSAIN: ¿Y en qué puedo servirla?
HIPOLITA: Lo molestaba para ver si provisoriamente podía ayudarme. Con la familia de él
no se puede contar.
ERDOSAIN: ¿Pero no se casó en la casa de él?
HIPOLITA: Sí, pero cuando volvimos de Montevideo, después que nos casamos, fuimos un
día de visita... imagínese... de visita a una casa donde había sido sirvienta.
ERDOSAIN: ¡Qué colosal!
HIPOLITA: La indignación de esa gente no se la puede imaginar. Una tía... ¡Para qué contar
tantas mezquindades! La vida es así y listo. Nos echaron. Paciencia, mala suerte.
ERDOSAIN: Lo raro es que haya sido sirvienta.
HIPOLITA: No tiene nada de particular.
ERDOSAIN: Es que no causa esa impresión.
HIPOLITA: Gracias. El caso es que al salir del hotel tuve que empeñar el anillo... y necesito
administrar el poco dinero que tengo.
ERDOSAIN: ¿Y la farmacia?
HIPOLITA: Está a cargo de un idóneo, pero la familia dio orden de no darme ni un centavo.
ERDOSAIN: ¿Y qué piensa hacer?
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HIPOLITA: No sé... ¡Estoy harta!


ERDOSAIN: Hoy no tengo dinero, pero mañana sí.
HIPOLITA: ¿Sabe? Estos pocos pesos quiero reservarlos por si acaso...
ERDOSAIN: En tanto averigüe algo serio... puede quedarse acá. ¿Algo más?
HIPOLITA: Ver si lo puede sacar del hospicio.
ERDOSAIN: ¿Cómo lo voy a sacar si está loco? Vamos a ver... Esta noche se queda a dormir
acá.
HIPOLITA: Bueno.
ERDOSAIN: Mañana, si quiere, le doy algo de plata para que se vaya tranquila a un hotel si
no quiere quedarse acá. (Pausa) No lo quiere a Eduardo, ¿no?
HIPOLITA: ¿Por qué?
ERDOSAIN: Es evidente. Llega acá, me habla de todo este drama con una tranquilidad
asombrosa... ¿Qué voy a pensar?
HIPOLITA: ¿Qué es lo que usted, m´hijito, esperaba?
ERDOSAIN: No sé... me la imaginaba menos fría... Hay momentos en los que parece una
mujer perversa, puede que me equivoque... pero, en fin... allá usted.
HIPOLITA: M´hijito, nunca hice comedias. Vine a usted, sencillamente, porque sabía que
era su mejor amigo. ¿Qué quiere? ¿Qué me ponga a llorar como una Magdalena?... Ya lloré
bastante...
ERDOSAIN: Discúlpeme... estoy un poco nervioso. Está en su casa. Lo único que lamento es
que me haya encontrado sin dinero. Pero mañana voy a tener. Es pesada la vida... ¿eh?
HIPOLITA: Parece preocupado... ¿Le pasa algo?
ERDOSAIN: ¿Sufrió mucho al lado de él?

7. EN LA CAVERNA

Erdosain imagina
ERDOSAIN: Al lado del edificio de Crítica había una fonda donde se reunían vendedores de
diarios y ladrones. Ahí lo encontré un día meditando a Ergueta. Estaba solo en una mesa y
algunos diarieros lo miraban con asombro, aunque otros debían creer que era un ladrón
bien vestido, nada más.

HIPOLITA: ¿Cómo, mi marido estaba ahí?


ERDOSAIN: Sí, parecía clavado al piso. Me dijo que estaba esperando a un vareador que
tenía que pasarle unos "datos", pero lo cierto es que estaba ahí, como si de pronto se
hubiera sentido perdido y entrado ahí para buscarle un sentido a la vida. Esa quizá sea la
verdad exacta. Ahí supe por primera vez de su determinación de casarse con una
prostituta, y cuando le pregunté por la farmacia, me contestó que había dejado al idóneo
en Pico, porque de primera intención supe que había venido a jugar. No sé si sabe que lo
expulsaron de un club por hacer trampas, un asunto que nunca se puso en claro. Sólo me
habló de usted cuando le pregunté por la novia, una millonaria que estaba muy enamorada
de él.
ERGUETA: Corté hace rato.
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ERDOSAIN: ¿Por qué?


ERGUETA: No sé... me "esgunfiaba"... estaba aburrido.
ERDOSAIN: ¿Por qué la dejaste?
ERGUETA: ¡Qué se yo!... De aburrido... de turro que soy. Y me quería la pobrecita. Pero,
qué iba a hacer conmigo. Además, ya no tiene remedio...
HIPOLITA: ¿Le dijo Ergueta que ya no tenía remedio?
ERDOSAIN: Sí, ya no tiene remedio porque mañana me caso. (A Ergueta) ¿Y con quién te
casás?
ERGUETA: Con la Ramera.
ERDOSAIN: ¿La Ramera?... ¿Quién es?
ERGUETA: Un ángel, Erdosain. En mi cara, en mi propia cara, rompió un cheque de mil
pesos que le dejó un querido. A la sirvienta le regaló un colar de perlas que valía cinco mil
pesos. A los porteros toda la vajilla de plata. "Entraré en tu casa desnuda", me dijo.
HIPOLITA: ¡Todo eso es mentira!
ERDOSAIN: Yo le creí.
ERGUETA: Si supieras cuánto ha sufrido esa mujer. Una vez, era el séptimo aborto que le
hacían, estaba tan desesperada que fue a tirarse por la ventana desde un cuarto piso. De
pronto... ¡qué maravilla, che!... en el balcón se le apareció Jesús. Estiró el brazo y no la
dejó pasar. (Pausa) Mirá la cara que van a poner los que dudaban de mi comunismo. Planté
a una cogotuda, a una virgen, para casarme con una prostituta. El alma de Hipólita está por
encima de todo. A ella también le gusta la aventura y los corazones nobles. Juntos vamos a
hacer grandes cosas, porque los tiempos han llegado...
ERDOSAIN: ¿Ah, sí?
ERGUETA: Sí, van a pasar cosas terribles. He leído bastante la Biblia...
ERDOSAIN: Lo que no te impide escolazar.
ERGUETA: Eso no importa. Fijate qué palabras misteriosas : "Y salvaré la coja y recogeré la
descarriada y pondrelas por alabanza y por renombre en todo país de confusión".
ERDOSAIN: Pero si Hipólita no es coja...
ERGUETA: No, pero es la descarriada y yo el fraudulento, el "hijo de perdición". Me la pasé
de burdel en burdel y de angustia en angustia buscando el amor. Creía que era el amor
físico y, después, leyendo ese libro que me iluminó, entendí que mi corazón buscaba el
amor divino. Estás engrupido, querés hacer tu voluntad, y fallás... por qué fallás... es
misterio. Después, un día, de golpe, sin saber cómo, aparece la verdad. Antes de morir,
papá me escribió una carta terrible, recriminándome. Y la carta no la firmaba con su
nombre sino que decía: Tu padre El Maldito. ¿Te das cuenta? He pensado mucho estos
últimos tiempos. Me decía si era justo que un hombre estéril, enfermo, vicioso e inmoral se
casara con una virgen...
ERDOSAIN: ¿Hipólita sabe?
ERGUETA: Sí. Todo. Una virgen merece un hombre que tenga el cuerpo y el alma virgen. Así
va a ser algún día. ¿Te imaginás un hombre hermoso y virgen y fuerte?
ERDOSAIN: Así tendría que ser. (Pausa) ¿Tenés qué hacer?
ERGUETA: Dentro de una rato voy a casa a ver a Hipólita.
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ERDOSAIN: ¿Cómo?... ¿La llevaste a tu casa?


ERGUETA: ¡Las historias que tuve que inventar! Ella no quería ir. Mejor dicho, aceptaba ir,
pero como lo que es...
ERDOSAIN: ¿Fue capaz?
ERGUETA: Tanto que solo al final la pude convencer. A mamá le dije que la había robado a
punto de embarcarse con sus tíos a Europa... una mula más grande que una casa.
ERDOSAIN: ¿Y tu mamá?
ERGUETA: Me dijo que la llevara inmediatamente. Cuando se la presenté le dijo: ¿Te ha
respetado, hija? Y ella, bajando los ojos, le dijo: Sí, mamá. Lo cual era cierto. Te prevengo
que mamá y mi hermana están encantadas con Hipólita. Mañana salimos para Montevideo.
Nos casamos allá, por si acaso no nos entendemos. No soy ningún caído del catre, che.
ERDOSAIN: ¿Cómo... no te casaste y ya estás pensando en el divorcio? ¿Qué hazaña
comunista es la tuya? En el fondo, seguís siendo un tramposo. Hay que ser furbo, che.
ERGUETA: Es necesario hacer algo contra esta sociedad. Hay días que sufro de un modo
insoportable. Es como si todos se hubieran vuelto bestias. Dan ganas de salir a la calle y
predicar el exterminio. ¿Te das cuenta? Vienen tiempos terribles.
ERDOSAIN: ¿Pero vos la querés o no a Hipólita?
ERGUETA: Claro que la quiero. Hay momentos en que me parece como si hubiera bajado de
la Luna para que todos acudan a extasiarse en su sencillez. Ahora vienen tiempos de
sangre, de venganza. Los hombres están llorando por dentro, pero no quieren escuchar el
llanto de su ángel. Y las ciudades están como las prostitutas, enamoradas de sus rufianes y
de sus bandidos. Esto no puede seguir así. Es necesario que otra vez vuelva Cristo. Los
hombres más perros, los cínicos más letrinosos todavía sufren. ¿Y si él no viene, quién nos
va a salvar?

8 DOS ALMAS
ERDOSAIN: ¡Usted!
HIPOLITA: ¿No dormía?
ERDOSAIN: ¿Usted me acaricia a mí, señora?
HIPOLITA: ¿Por qué no duerme?
ERDOSAIN: ¿Usted me toca a mí?... ¡Qué fría está su mano!
HIPOLITA: Encienda la lámpara.
ERDOSAIN: ¿Quiere que me siente a su lado? No podía dormir. ¿Por qué es así?
Erdosain solloza en su regazo.
HIPOLITA: ¿Está triste?
ERDOSAIN: Sí.
HIPOLITA: ¿Por qué?
ERDOSAIN: No sé... la angustia... hace mucho que no vivo tranquilo. ¿Siempre tiene las
manos así de frías?
HIPOLITA: Sí.
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ERDOSAIN: ¿Me quiere dar su mano? Vea... si me pidiera ahora que me matara, lo haría.
Tan contento estoy. Lo digo en serio. Voy... es mejor... pídame que me mate... Dígame,
¿no le parece que ciertas personas harían mejor en irse?
HIPOLITA: No.
ERDOSAIN: ¿Aunque hagan lo peor?
HIPOLITA: Está en manos de Dios.
ERDOSAIN: Entonces no vale la pena que hablemos de eso. (Pausa) ¿Es cierto que ha sido
sirvienta?
HIPOLITA: Sí... ¿qué tiene de particular?
ERDOSAIN: Es raro. A veces me parece que voy a encontrar en otra vida lo que falta en la
mía. Hay momentos en que pienso que hay gente que descubrió el secreto de la felicidad...
y que si nos lo cuenta también vamos a poder ser felices.
HIPOLITA: Mi vida no es ningún secreto.
ERDOSAIN: ¿Nunca sintió la extrañeza de vivir?
HIPOLITA: Eso sí.
ERDOSAIN: Cuénteme.
HIPOLITA: Fue cuando era muchachita. Trabajaba en una casa de la Avenida Alvear. Me
levantaba a la mañana y no terminaba de convencerme de que era yo la que se movía entre
esos muebles que no eran míos y que esa gente sólo me hablaba para que le sirviera. Por
momentos me parecía que esa gente estaba bien clavada en la vida, y en sus casas,
mientras que yo tenía la sensación de que estaba suelta, ligeramente atada con un cordón
a la vida. Y las voces de los otros me sonaban como cuando una está dormida y no sabe si
sueña o está despierta.
ERDOSAIN: Debe ser triste.
HIPOLITA: Sí, es muy triste ver felices a los otros y que los otros no entiendan que una va a
ser desdichada toda la vida. A la hora de la siesta entraba a mi piecita y en vez de zurcir la
ropa pensaba: ¿Voy a ser sirvienta toda la vida? Y ya no me cansaba el trabajo sino mis
pensamientos. ¿Se dio cuenta que obstinados son los pensamientos tristes?
ERDOSAIN: Sí, no se van nunca. ¿Cuántos años tenía?
HIPOLITA: Dieciséis.
ERDOSAIN: ¿Y todavía no se había acostado con ningún hombre?
HIPOLITA: No... pero estaba rabiosa... rabiosa de ser una sirvienta para toda la vida...
además, había una cosa que me impresionaba más que todo. Era uno de los niños. Estaba
de novio y era muy católico. Lo sorprendí acariciándose más de una vez con una prima que
era su novia, una chica sensual, y me preguntaba cómo era posible conciliar el catolicismo
con esas porquerías. Involuntariamente terminé por espiarlo... pero él, que era tan asiduo
con su novia, era correctísimo conmigo. Después me di cuenta que lo había deseado... pero
era tarde... ya estaba en otra casa.
ERDOSAIN: ¿Y?
HIPOLITA: Siempre con el peso de mis ideas. ¿Qué era lo que quería de la vida? Un día iba
en el tranvía acompañando a una de mis patronas. En el asiento venían conversando dos
mozos. ¿Vio que hay días en que ciertas palabras suenan como bombas... como si por
primera vez oyera hablar a las personas? Bueno, uno decía: Una mujer inteligente, aunque
17

fuera fea, si se diera a la mala vida se enriquecería y si no se enamorara de nadie podría


ser la reina de una ciudad. Al escucharlo me quedé fría. Esas palabras derritieron
instantáneamente mi timidez y cuando llegamos al final del viaje, ya no me parecía que
eran desconocidos los que habían pronunciado esas palabras sino yo. Y durante muchos días
me preocupó el problema de cómo ser una mujer de mala vida.
ERDOSAIN: ¡Qué maravilla!
HIPOLITA: El mensual me lo gasté en un montón de libros. Me equivoqué, casi todos eran
pornográficos, ésa no era la mala vida sino la mala vida del placer... Y, quiere creerme,
ninguna de mis amigas sabía explicarme, en sustancia, qué era.
ERDOSAIN: Siga... ahora no me extraña que Ergueta se haya enamorado de usted. Es una
mujer admirable.
HIPOLITA: No exagere, sensata no más.
ERDOSAIN: Cuente, deliciosa criatura.
HIPOLITA: Trabajaba todo el día, como antes, pero el trabajo se me hizo extraño... porque
el problema seguía sin resolver. Hasta que un día decidí ir a ver un abogado para que me
aclarara el asunto. Era un hombre delgado , serio, con cara de bandido perverso, pero al
sonreír su alma parecía la de un mocoso. Sin inmutarme le dije: Doctor, vengo a verlo
porque quiero saber qué es la mala vida. Se quedó mirándome asombrado. ¿Y con qué
objeto quiere saberlo? Y le expliqué tranquilamente mis propósitos. Al final, dijo: En la
mujer se llama a los actos sexuales ejecutados sin amor y para lucrar. ¿Es decir -le dije-
que mediante la mala vida una se libra del cuerpo y queda libre?
ERDOSAIN: ¿Le contestó eso?
HIPOLITA: Sí.
ERDOSAIN: ¡Qué raro!
HIPOLITA: ¿Por qué?
ERDOSAIN: ¿Y después?
HIPOLITA: Cuando salí a la calle estaba contenta, nunca estuve más contenta que ese día.
La mala vida, Erdosain, era eso, librarse del cuerpo, tener la voluntad libre para hacer todo
lo que se me antojara. Me sentía tan feliz que al primer tipo buen mozo que pasó y que me
deseó con palabras bonitas, me entregué.
ERDOSAIN: ¿Y después?
HIPOLITA: ¡Qué sorpresa cuando cayó como una res después de satisfacerse! Lo primero
que se me ocurrió es que estaba enfermo. Cuando me explicó que eso era natural en todos
los hombres, no pude contener las ganas de reírme. Así que el hombre, cuya fortaleza
parecía inmensa como la de un toro... En fin, ¿alguna vez se imaginó a un ladrón en una
pieza llena de oro? En ese momento, yo, la sirvienta, era ese ladrón. Después, antes de
lanzarme a la prostitución, decidí estudiar... Sí, no me mire asombrado, leía de todo...
había llegado a la conclusión leyendo novelas que el hombre admitía extraordinarias
facultades de amor en la mujer culta... No sé si me explico bien... quiero decir que la
cultura es un disfraz que avalora la mercadería.
ERDOSAIN: ¿Encontró placer en la posesión?
HIPOLITA: No, pero volviendo a lo primero: leía de todo.
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ERDOSAIN: ¿Me quiere dar su mano? Mirá, si vos... si usted me pidiera que me matara lo
haría encantado. Se lo digo en serio. Mañana... hoy... es mejor... pídame que me mate...
Dígame, ¿no le parece que cierta gente debería irse de la tierra?
HIPOLITA: No, eso no se hace.
ERDOSAIN: ¿Aunque lleguen a ser bandidos?
HIPOLITA: ¿Quién puede juzgar a otros?
ERDOSAIN: Entonces no hablemos más. ¡Qué criatura extraña es usted! ¿De dónde sacó ese
alma que tiene? No sé... muchas veces pensé en la pureza... Hubiera querido ser un
hombre puro. Muchas veces sentí tristeza de no serlo. ¿Se imagina a un hombre de alma
blanca, enamorado por primera vez... y que todos fueran iguales? ¿Se imagina qué amor
enorme entre una mujer pura y un hombre puro? Antes de entregarse el uno al otro, se
matarían... No, sería ella la que se ofrecería... y después se suicidarían al darse cuenta la
inutilidad de vivir sin ilusiones.
HIPOLITA: No es posible.
ERDOSAIN: Pero existe. ¿No vio cuántos tenderos y modistas se suicidan juntos? Se
quisieron... no pueden casarse... van a un hotel... ella se entrega y después se matan.
HIPOLITA: Sí, pero lo hacen de inconscientes.
ERDOSAIN: Quizá.
HIPOLITA: ¿Sabe que es un hombre extraño?
ERDOSAIN: Le soy sincero... no sé qué va a ser de mi vida... pero no estuvo en mis manos
ser un hombre bueno. Fuerzas oscuras me torcieron... me tiraron abajo. Desde hace tiempo
siento que nunca más voy a ser dichoso.
HIPOLITA: ¿No cree en el amor?
ERDOSAIN: ¡Para qué hablar de eso! ¿Qué es lo que pensaría de mí si mañana... me refiero
a cualquier día... supiera que asesiné a un hombre?
HIPOLITA: Que es inmensamente desdichado. Venga acá... a mis pies. A veces me parece
un mal sueño esta vida. Ahora que me siento tuya me aparece otra vez la pena de otros
tiempos. Siempre, en todas partes, sufrimientos. ¿Que es lo que habrá que hacer para no
sufrir?
ERDOSAIN: Llevamos el sufrimiento en nosotros. Decime, ¿qué hice para que me hagas tan
feliz? ¿No entendés que hacés bajar el cielo para mí? Nunca me había sentido tan
enormemente desgraciado.
HIPOLITA: ¿Nadie te quiso?
ERDOSAIN: No sé. Pero nunca me fue mostrado el amor en su pasión terrible. Cuando me
casé tenía veinte años y creía en la espiritualidad del amor. Quizá fuera un infeliz. Cuando
me casé no la había besado a mi mujer. Jamás había sentido la necesidad de hacerlo,
porque confundía con pureza la frialdad de sus sentidos y además... porque creía que a una
señorita no había que besarla. La señorita estaba en mi concepto como la más verdadera
expresión de pureza. Además... no se ría... era pudoroso y la noche que nos casamos,
cuando ella se desvistió, di vuelta la cabeza avergonzado... y me acosté con los pantalones
puestos.
HIPOLITA: ¿Hizo eso?
19

ERDOSAIN: ¿Por qué no? Hice eso y cosas más graves aún. Los tiempos han llegado, decía su
esposo. Tiene razón. Claro que estos episodios son de una época de mi vida que vivía como
un idiota. Se lo digo para que esté segura que si me tuviera que acostar con usted no lo
haría con los pantalones puestos...
HIPOLITA: Debe haber estado enfermo. Como cuando yo era sirvienta. Se vive entre cielo y
tierra...
ERDOSAIN: Eso, entre cielo y tierra. Sí, me acuerdo cuando me trataban de imbécil.
HIPOLITA: ¿También?
ERDOSAIN: Sí, en mi cara... me quedaba mirando al que me había injuriado y mientras
todos los músculos se me relajaban en una flojedad inmensa, me preguntaba qué había
hecho, no sé cuándo, para soportar tantas humillaciones y cobardías. Sufrí mucho...
tanto... Entonces, sentí el terror, un espantoso miedo de no tener un objeto noble en la
vida, un sueño grande, y por fin ahora lo encontré... Condené a muerte a un hombre...
Quédese sentada... Mañana, porque no me opongo, un hombre va a ser asesinado.
HIPOLITA: ¡No es posible!
ERDOSAIN: Sí. De mi honradez criminal depende todo. Ciertas determinaciones lo
convierten a uno en un dios. Desde hace mucho tiempo estoy decidido a matarme. Si antes,
cuando lo dije, hubiera estado de acuerdo, me mataba. ¡Si supiera lo hermoso y grande que
me siento! No me diga nada más... ya está resuelto, hasta me alegra pensar en el pozo en
que me hundo. ¿Se da cuenta? Y cualquier día... no, de día no... cualquier noche, cuando
esté harto de tanta farsa e incoherencia, me voy.
HIPOLITA: ¿Tendría el coraje de matarse?
ERDOSAIN: No es como dice. Ya no hay coraje ni cobardía. Desde muy adentro tengo la
sensación de que suicidarse es como ir a sacarse una muela. ¿Sabe qué es la angustia?
¿Tener la angustia agarrada a los huesos como la sífilis? Mi vida es un horror. Necesito
cometer el pecado. No me mire. La gente perdió el sentido de la palabra pecado... no es
una falta... es un acto por el cual el hombre rompe el hilo que lo mantenía unido a Dios.
Dios le está negado para siempre. Desde mañana voy a ser un monstruo. Me voy a alejar de
Dios para siempre. Voy a estar solo sobre la tierra. Mi alma y yo, solos. El infinito por
delante. Siempre solos.
HIPOLITA: Deje... dejame que te bese esas pobres manos. Sos el hombre más desdichado
de la tierra.
ERDOSAIN: Levantate.
HIPOLITA: No, quiero besarte los pies. Sos el hombre más desgraciado de la tierra. ¡Qué
grande sos... qué grande es tu alma!
ERDOSAIN: Si supieras ahora lo fácil que va a ser morir. Como un juego.

9. EL PODER DE LAS TINIEBLAS


ERDOSAIN: Es horrible, pero nosotros nos queremos... Sin embargo, pienso que si te hice
sufrir era porque te quería. Pero si te quería era porque sentía necesidad de humillarte.
Cuando te atormentaba, el remordimiento me acercaba a vos...
ELSA: Es inútil... tenés que caer en algún pozo. Entonces vas a acordarte de mí... y de todo
lo que hiciste... pero ya no voy a estar al lado tuyo... no.
20

ERDOSAIN: Hace tiempo que pienso lo mismo. Tengo que caer en algún pozo sin nombre.
¿Te pensás que no lo sé? Claro que sí. Nunca te conté ese sueño que tuve antes de casarme
con vos. No fue un sueño sino una visión. Me veía viejo, te había abandonado para seguir a
otra; después, una noche de tormenta, volvía solo, roto como un atorrante... y vos me
esperabas... hacía muchos años que me esperabas.
ELSA: Y lo que pensás tratás por todos los medios de que se realice. ¿Te creés que no lo sé?
ERDOSAIN: Pero decime... ¿Por qué esto... siempre esto? Es un dolor que no se calma... un
sufrimiento extraño. Te he recordado siempre al lado de cualquier mujer. Mirá... aún de
las que quise... me besaban... y en ese momento tu cara pasaba por mis ojos... Ellas me
miraban a los ojos... yo no... al vacío... en el vacío miraba tu cara, como si estuviera
apenas dibujada en un vidrio. Si alguien me preguntara por qué fui tan cruel con vos, no
sabría qué contestarle. Necesito atormentarte. Cuando estoy al lado tuyo me resulta
indiferente verte sufrir. Cuando te tengo lejos padezco una angustia enorme. Pienso que
estás sola, con tu pobre vida hecha pedazos. Pienso que tenés esposo, pienso que envidiás
a las mujeres que son felices, a las que pasean del brazo con sus maridos, a las que tienen
muchos hijos... ¿Qué sabés vos de mi vida? ¿Qué podés saber? ¡Ni te imaginás lo que te
quiero! ¡Las veces que te imaginé casada con otro hombre! Serías dichosa, pasarías al lado
mío y ni me mirarías... tendrías hijos... saldrías con tus amigas; así, en cambio, estás sola,
como una bestia mal herida... ¿O te pensás que no era consciente de cuánto te hacía sufrir?
Pero hubiera querido verte sufrir más, verte humillada ante mí, arrancarte un grito...
Decime, ¿no será ese el secreto de mi conducta? Tu dignidad. El no decir nada. El callártelo
todo. Sola. ¿Por qué no contestás? ¿Por qué las otras mujeres no te quieren? ¿Por qué nadie
te quiere? Es que se sienten inferiores a vos. Se dan cuenta que sos distinta. Al lado tuyo
experimenté curiosidades infames... Si hubieras tenido un amante, no te reprocharía
nada... Te hubiera observado. Hasta llegué a desear que lo tuvieras...
ELSA: ¡Callate, monstruo!
ERDOSAIN: Me decía: Quizás sería más feliz que conmigo. Pero, ¿por qué no hablás? Las
otras mujeres son estúpidas al lado tuyo. Uno las ofende como se le da la gana y después
las tira... sin ningún remordimiento. En cambio, de vos no se sabe qué se puede esperar.
¿Qué es lo que se puede esperar de vos, decime... se puede saber? Me pregunto si serás
capaz de matarte... Quizás no lo hagas... quizás tengas adentro un pedacito de esperanza,
todavía.
ELSA: Algún día te vas a arrepentir, pero va a ser tarde.
ERDOSAIN: Es posible. Y eso me produce una angustia nueva. Mirá... algunas veces entro en
un café y me pongo a pensar en nosotros. En nuestro futuro. ¿Qué soy en ese futuro? No lo
sé. Quizás un atorrante... un perdido. ¿Sabés lo peor que puede pasarme? Caer en un
pozo... conocer a una mujer que me envilezca y me haga arrastrar un cochecito con un
chico enfermo adentro... (Pausa) Yo sé que pensás. A veces me equivoco, pero no importa.
Sé que vida hubieras deseado. Qué cariño. En cambio, ahora estamos acá, como dos
enemigos...
ELSA: ¿Y qué harías si me encontraras en la calle con otro?
ERDOSAIN: Preguntarte si sos feliz.
ELSA: ¿Pero vos podés creer eso?
ERDOSAIN: No sé. ¡Qué se yo! Sé que siempre estuve triste al lado tuyo. Triste de una
tristeza sin nombre. Es algo que no se puede definir...
21

ELSA: ¿No será remordimiento?


ERDOSAIN: ¿Sabés que preguntás algo raro? Remordimiento... No sé. Estoy raro de un
tiempo a esta parte. ¿Te acordás de esa muchacha que te conté... esa a la que le escupí la
cara porque me faltó el respeto? La encontré el otro día en un tranvía. Vieras cómo cambió
de color cuando me vio. Me acerqué, le di la mano, no se atrevió a negármela y entonces le
dije: ¿Te acordás de la otra noche? Ahora tenés la oportunidad de desquitarte. ¿Por qué no
me das una cachetada delante de toda esta gente? Mirá qué linda oportunidad. ¿Por qué no
la aprovechás?
ELSA: ¿Le dijiste eso?
ERDOSAIN: En ese momento todas las potencias del mal estallaron en mí. El alma se me
volaba por la garganta. La agarré fuerte de un brazo y le dije: Te doblaste como una caña.
¿Por qué no me devolvés ahora esa cachetada, mujercita cobarde? Me pareció que el
mundo se hacía chico para mí. Nunca en la vida experimenté una voluptuosidad tan
terrible. Entonces ella, delante de todos los pasajeros, me acarició dulcemente la mejilla y
me dijo: Te quiero mucho.
ELSA: ¿Y vos buscás eso en mí... no? Estás equivocado.
ERDOSAIN: No... en vos no. A vos te quiero mucho. Posiblemente seas la mujer que nunca
voy a tener. A vos te quiero contra mi voluntad. Decime si esto no es algo terrible. Cuántas
veces traté de escaparme de vos... Nadie sabe qué largo tiene el camino de la perversidad,
pero siempre, al lado de cualquier monstruo, lindo o feo, me acordé de tu vida desdichada,
y cuanto más creían tenerme junto a sí, más junto a vos me sentía...
ELSA: No digas disparates.
ERDOSAIN: Te hablo de cosas interiores. De angustias y de lágrimas.
ELSA: Tus lágrimas son agua sucia. Tus angustias son malos placeres que buscaste. Porque
vos buscaste todo... incluso mi perdición... para sentir una emoción nueva.... pero
escuchame... nunca te voy a dar esa emoción... nunca... aunque tenga que morirme de
hambre. Aunque tenga que ser sirvienta, nunca me voy a tirar a ningún pozo, ¿sabés,
canalla?... no por vos, que no lo merecés... no... sino por mí, por respeto a mí misma...
(Pausa) Pasó esa noche y después otra. El carácter de Remo se hizo más sombrío que el de
un demonio. Un día perdí la cabeza casi involuntariamente. Quería hundirlo, humillarlo,
tomarme una venganza de todas las indignidades que cometió, y busqué quien tuviera el
coraje de cobrar por mí lo que él me había hecho sufrir. Ahí apareció el Capitán. No sé si
hice bien o mal. Que Dios me perdone.

CELCIT - Bolívar 825 - (1066) Buenos Aires. Argentina. Teléfono/fax: (011) 4361-8358.
Director: Carlos Ianni. E-mail correo@celcit.org.ar

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