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Arlt, Roberto Con Ianni, Carlos.-Fragmentos de Un Amor Contrariado
Arlt, Roberto Con Ianni, Carlos.-Fragmentos de Un Amor Contrariado
1. EL HUMILLADO
Erdosain entrando. Lo aguarda su esposa, Elsa, vestida para salir. Junto a sus pies, una
valija. Hay otro hombre, el Capitán. Se miran un momento los tres.
ERDOSAIN: ¿Qué pasa acá?
ELSA: Capitán... Remo, no voy a vivir más con vos.
CAPITAN: Su esposa, a quien conozco desde hace tiempo...
ERDOSAIN: ¿Dónde la conoció?
ELSA: ¿Por qué preguntás esas cosas?
CAPITAN: Es cierto... Ciertas cosas no deben preguntarse.
ERDOSAIN: Quizá tenga razón... disculpe...
CAPITAN: Y como no ganaba para mantenerla... (Erdosain se lleva la mano al cabo del
revólver que lleva en el pantalón, se sonríe) No creo que pueda causarle gracia lo que digo.
ERDOSAIN: No, sonreía de una ocurrencia estúpida... ¿Así que también le contó eso?
CAPITAN: Sí, también me habló de usted como de un genio en desgracia...
ELSA: Hablamos de tus inventos...
CAPITAN: Sí... de su proyecto de metalizar flores...
ERDOSAIN: ¿Por qué te vas?
ELSA: Estoy cansada, Remo.
ERDOSAIN: Siempre estuviste cansada. En tu casa estabas cansada... acá... allá... ¿Qué es
lo que tenés cansada vos? Todas están cansadas... Usted, Capitán, ¿no está cansado
también?
CAPITAN: ¿Qué entiende por cansancio?
ERDOSAIN: El aburrimiento, la angustia... ¿no se fijó que estos parecen los tiempos de
tribulación de los que habla la Biblia? Así los nombra un amigo que se casó con una coja. La
coja es la ramera de las Escrituras...
CAPITAN: Nunca me di cuenta de eso.
ERDOSAIN: En cambio yo sí. Le parecerá extraño que le hable de sufrimientos en estas
circunstancias... pero es así... los hombres están tan tristes que necesitan ser humillados.
CAPITAN: No me parece.
ERDOSAIN: Claro, usted con su sueldo... ¿Cuánto gana? ¿Quinientos?
CAPITAN: Más o menos.
ERDOSAIN: Es lógico...
CAPITAN: ¿Qué?
ERDOSAIN: Que no sienta su servidumbre.
ELSA: Germán, no le haga caso. Remo está siempre con esa historia de la angustia.
CAPITAN: ¿Es cierto?
ERDOSAIN: Sí. Ella, en cambio, cree en la felicidad, en el sentido de la "eterna felicidad"
que estaría en su vida si pudiera pasar los días entre fiestas...
ELSA: Detesto la miseria.
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ERDOSAIN: ¿Ve, capitán? Siempre fue así. Los dos en silencio alrededor de esta mesa.
ELSA: Callate.
ERDOSAIN: ¿Para qué? Siempre sentados, callados, dándonos cuenta lo que éramos, dos
desdichados de un desigual deseo. Y cuando nos acostábamos...
ELSA: ¡Remo!
CAPITAN: ¡Señor Erdosain!
ERDOSAIN: Déjense de aspavientos ridículos... ¿no se van a acostar acaso?
CAPITAN: De esta forma no podemos seguir hablando.
ERDOSAIN: Bueno, y cuando nos separábamos teníamos la misma idea: ¿éste es el placer de
la vida y del amor? Sin decir nada sabíamos que pensábamos lo mismo... Cambiando de
tema... ¿piensan quedarse en la ciudad?
Pausa
ERDOSAIN: ¿Me vas a escribir?
ELSA: ¿Para qué?
ERDOSAIN: Sí, claro... para qué.
CAPITAN: Bueno, nos retiramos.
2. EL HOMBRE EXTRAÑO
ERDOSAIN: ¿Y, te casaste con Hipólita?
ERGUETA: Sí, pero no te imaginás el bochinche que se armó.
ERDOSAIN: ¿Qué... supieron que era de "la vida"?
ERGUETA: No... eso lo dijo después. ¿Vos sabías que antes trabajó de sirvienta?
ERDOSAIN: ¿Y?
ERGUETA: Poco después que nos casamos fuimos mamá, yo, Hipólita y mi hermana a lo de
una familia. ¡Qué memoria la de esa gente! Reconocieron a Hipólita, que había sido su
sirvienta hace diez años. ¡Algo que no tiene nombre! Ella y yo nos fuimos por una lado y
mamá y Juana por otro. Toda la historia que inventé para justificar mi casamiento se vino
abajo.
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ERGUETA: Sí. En la Biblia está escrito: "Y el padre se levantará contra el hijo y el hijo
contra el padre".
ERDOSAIN: ¿Ves? Te entiendo. No sé para qué estás predestinado... El destino de los
hombres es siempre incierto. Pero creo que tenés por delante un camino magnífico,
¿sabés?, un camino raro...
ERGUETA: Voy a ser el Rey del Mundo. ¿Te das cuenta? Voy a ganar en las ruletas toda la
plata que quiera. Voy a ir a Jerusalén a reedificar el templo de Salomón...
ERDOSAIN: Y vas a salvar de la angustia a mucha gente buena. Cuántos hay que por
necesidad defraudaron a sus patrones, robaron dinero que les estaba confiado. ¿Sabés?, la
angustia... Un tipo angustiado no sabe lo que hace... Hoy roba un peso, mañana cinco,
pasado veinte, y cuando se acuerda debe cientos. Y el hombre piensa, es poco... y de
pronto se encuentra con que desaparecieron quinientos, no, seiscientos pesos con siete
centavos. ¿Te das cuenta? Esa es la gente que hay que salvar... a los angustiados, a los
fraudulentos.
ERGUETA: (Piensa un momento) Tenés razón. El mundo está lleno de turros, de infelices...
pero, ¿cómo remediarlo? Eso es lo que me preocupa. De qué forma presentarle nuevamente
verdades sagradas a los que no tienen fe.
ERDOSAIN: Lo que la gente necesita es plata... no verdades sagradas.
ERGUETA: No, eso pasa por el olvido de las Escrituras. Un hombre que lleva en sí las
sagradas verdades no roba a su patrón, no defrauda donde trabaja, no se coloca en
situación de ir a la cárcel... además, ¿quién te dice que no sea para bien? ¿Quién va a hacer
la revolución sino los estafadores, los desdichados, los asesinos, los que sufren sin
esperanza? ¿O te creés que la van a hacer los cagatintas y los tenderos?
ERDOSAIN: Está bien, está bien... pero mientras llega la revolución, ¿qué hace ese
desdichado? ¿Yo, qué hago? Porque estoy a un paso de la cárcel, ¿sabés? Robé seiscientos
pesos con siete centavos.
ERGUETA: No te aflijas. Los tiempos de tribulación de que hablan las Escrituras han
llegado. ¿No me casé yo con la Coja, la Ramera? ¿No se ha levantado el padre contra el hijo
y el hijo contra el padre? La revolución está más cerca de lo que la desean los hombres. ¿No
sos vos el fraudulento y el lobo que diezma el rebaño?
ERDOSAIN: ¿No podrías prestarme los seiscientos pesos?
ERGUETA: ¿Te pensás que porque leo la Biblia soy un otario?
ERDOSAIN: (Desesperado) Te juro que los debo.
ERGUETA: Rajá, turrito, rajá.
3. LA BOFETADA
BARSUT: ¿Qué hacés?
ERDOSAIN: ¿Cómo te va?
BARSUT: ¿Y Elsa?
ERDOSAIN: Salió.
BARSUT: Ah...
ERDOSAIN: ¿Qué decís?
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4. INCOHERENCIAS
Erdosain evoca tiempos pasados.
ELSA: Si hubiera seguido soltera, hubiera tenido un amante.
ERDOSAIN: ¿Lo decís en serio?
ELSA: No me hubiera casado. Tendría un amante.
ERDOSAIN: ¿Y lo hubieras querido?
ELSA: Para qué... ¡Quién sabe!... Sí, si era bueno, ¿por qué no?
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5. INGENUIDAD E IDIOTISMO
ERDOSAIN: Antes de casarme, pensaba con horror en la fornicación. En mi concepto, un
hombre no se casaba sino para estar siempre con su mujer y gozar la alegría de verse a
todas horas, y hablarse, quererse con los ojos, con las palabras y las sonrisas. Cuando fui
novio de Elsa jamás la besé porque era feliz dejando que el vértigo me apretara la garganta
de quererla y porque creía que a "una señorita bien no debe besársela". Tampoco nos
tuteábamos porque, para mí, era agradable esa distancia que interponía con nosotros el
usted. No se rían. En mi concepto, la "señorita" era la auténtica expresión de pureza,
perfección y candidez. A su lado no conocí el deseo sino la inquietud de un arrobamiento
delicioso que me llenaba los ojos de lágrimas. Era feliz porque amaba con sufrimiento,
ignorando el fin de mi deseo, y porque creía que era amor espiritual toda esa convulsión
orgánica y terrible que me postraba dichoso ante la quieta mirada de ella, una mirada
limpia que me penetraba con lentitud las subcapas más estremecidas del espíritu. La noche
que nos casamos, ella se desnudó con naturalidad frente a la lámpara encendida.
Ruborizado hasta las sienes, di vuelta la cabeza para no mirarla y que no descubriera mi
vergüenza. Después me saqué la camisa y los botines y me puse bajo las sábanas con los
pantalones puestos. Sobre la almohada, entre sus rizos negros, ella dio se dio vuelta y dijo
con una risa extraña:
ELSA: ¿No tenés miedo de que se te arruguen? Sacátelos, zoncito.
ERDOSAIN: Más tarde, una distancia misteriosa la separó de mí. Se me entregaba, pero con
repugnancia, defraudada quién sabe en qué. Yo me arrodillaba a la cabecera de la cama y
le suplicaba que se diera un instante, pero ella, con voz sorda de impaciencia, me
respondía casi gritando:
ELSA: ¡Dejame tranquila! ¿No ves que me das asco?
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6 LA COJA
HIPOLITA: ¿Es usted el señor Erdosain? Soy la esposa de Ergueta.
ERDOSAIN: ¡Ah! ¿La Coja?... Perdón... no esperaba... ¿Así que es la esposa de Ergueta? Muy
bien.
HIPOLITA: Es preciso que haga algo por mi marido. Se volvió loco.
ERDOSAIN: ¿Así que loco? (Pausa) ¿Se da cuenta? Me da una noticia extraordinaria y estoy
como un adoquín. Tiene que disculparme. En otro tiempo no era así, era alegre como un
gorrión. ¿Dónde está?
HIPOLITA: En las Mercedes. Desde hace seis días. No me lo explico. Perdón si le hago
perder tiempo. Pensé en usted, que lo conocía. ¿Cuándo fue la última vez que lo vio?
ERDOSAIN: Antes de casarse... Me habló de usted. No se ofenda... pero creo que ya estaba
loco cuando se casó. También estudiaba mucho la Biblia, porque me habló de los tiempos
nuevos, del cuarto sello y un montón de cosas más. Además, jugaba. Me interesó porque
veía en él un temperamento frenético.
HIPOLITA: Eso, frenético. Llegó a aceptar un envite de cinco mil pesos en una mesa de
póker. Vendió mis joyas, un collar que me había regalado un amigo...
ERDOSAIN: ¿Cómo?... ¿No se lo regaló usted a la sirvienta antes de casarse? Me dijo eso.
Que regaló el collar y la vajilla de plata... y el cheque de diez mil pesos que le regaló el
otro...
HIPOLITA: ¡Se cree que estoy loca!... ¿Por qué iba a regalarle a mi sirvienta un collar de
perlas?
ERDOSAIN: Mintió.
HIPOLITA: No le extrañe. Mentía mucho. Además, en estos últimos días estaba perdido.
Estudió una martingala para la ruleta. Armó un libro de números que solo él podía
entenderlo. No podía dormir de la preocupación; desatendía la farmacia; a veces, sentía un
gran golpe en el suelo; era él que se había tirado de la cama, prendía la luz, anotaba unas
cifras como si tuviera miedo que se le escaparan... ¿Así que dijo que había regalado mi
collar de perlas? Lo empeñó antes de casarnos... Bueno, como le decía... el mes pasado fue
al Real de San Carlos...
ERDOSAIN: Y, lógicamente, perdió...
HIPOLITA: No, con setecientos pesos ganó siete mil. Hubiera visto cómo llegó... Callado...
Yo me dije: ¡zas!, perdió... pero lo notable es que estaba asustado de la suerte que había
tenido... él mismo había tenido hasta ese momento una relativa confianza en su
martingala.
ERDOSAIN: Sí... me doy cuenta...
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HIPOLITA: Claro. Pero ya le digo... durante algunos días estuvo como trastornado. Una
tarde, a la hora de la siesta, me dijo: "Bueno, negra, vas a tener que resignarte a ser la
reina del mundo".
ERDOSAIN: Siempre la manía de grandeza...
HIPOLITA: Le prevengo que en parte yo también creí en el éxito de la martingala. Había
jugado los números que figuraban en su tabla, y entonces, para hacer saltar la banca retiró
tres mil pesos del banco... Estaban a mi nombre, y más los seis mil quinientos... había
pagado unas cuentas de la farmacia... salimos para Montevideo... y perdió todo. Creía que
se desmayaba por el camino... pero ¿así que le dijo que le había regalado mi collar a la
sirvienta?... ¡Qué hombre!
ERDOSAIN: Sería para darme una mejor idea de usted. ¿Y en el viaje cómo les fue?
HIPOLITA: No dijo una palabra. Eso sí, tenía los ojos vidriosos, la cara como deshecha,
relajada. Ni bien llegamos a Buenos Aires se acostó.. A la una me despertaron sus pasos en
la pieza, iba a prender la luz cuando dio un gran salto y agarrándome del brazo me sacó de
la cama y me llevó hasta la puerta del hotel.
ERDOSAIN: ¿Y usted?
HIPOLITA: No gritaba porque sabía que lo iba a enfurecer. En eso apareció un vigilante,
mientras desde atrás lo agarraba el portero, que se había despertado con el ruido. El
gritaba tanto que lo podían escuchar desde la esquina: "Esta es la ramera... la que amó a
los rufianes que tienen la carne como la carne del mulo". Es como si lo estuviese viendo
ahora. El, entre una hoja de la puerta, tironeando para adentro, desde afuera, el vigilante
estirándolo, mientras el portero lo abrazaba por la garganta para hacerle perder fuerza, y
yo en el quicio esperando que eso terminara, porque se habían juntado varias personas que
en vez de ayudar al vigilante se habían quedado mirándome a mí. Menos mal que siempre
uso camisón... Al final pudieron sacarlo para la comisaría. Creían que estaba borracho...
pero era un ataque de locura... Deliraba con el arca de Noé.
ERDOSAIN: ¿Y en qué puedo servirla?
HIPOLITA: Lo molestaba para ver si provisoriamente podía ayudarme. Con la familia de él
no se puede contar.
ERDOSAIN: ¿Pero no se casó en la casa de él?
HIPOLITA: Sí, pero cuando volvimos de Montevideo, después que nos casamos, fuimos un
día de visita... imagínese... de visita a una casa donde había sido sirvienta.
ERDOSAIN: ¡Qué colosal!
HIPOLITA: La indignación de esa gente no se la puede imaginar. Una tía... ¡Para qué contar
tantas mezquindades! La vida es así y listo. Nos echaron. Paciencia, mala suerte.
ERDOSAIN: Lo raro es que haya sido sirvienta.
HIPOLITA: No tiene nada de particular.
ERDOSAIN: Es que no causa esa impresión.
HIPOLITA: Gracias. El caso es que al salir del hotel tuve que empeñar el anillo... y necesito
administrar el poco dinero que tengo.
ERDOSAIN: ¿Y la farmacia?
HIPOLITA: Está a cargo de un idóneo, pero la familia dio orden de no darme ni un centavo.
ERDOSAIN: ¿Y qué piensa hacer?
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7. EN LA CAVERNA
Erdosain imagina
ERDOSAIN: Al lado del edificio de Crítica había una fonda donde se reunían vendedores de
diarios y ladrones. Ahí lo encontré un día meditando a Ergueta. Estaba solo en una mesa y
algunos diarieros lo miraban con asombro, aunque otros debían creer que era un ladrón
bien vestido, nada más.
8 DOS ALMAS
ERDOSAIN: ¡Usted!
HIPOLITA: ¿No dormía?
ERDOSAIN: ¿Usted me acaricia a mí, señora?
HIPOLITA: ¿Por qué no duerme?
ERDOSAIN: ¿Usted me toca a mí?... ¡Qué fría está su mano!
HIPOLITA: Encienda la lámpara.
ERDOSAIN: ¿Quiere que me siente a su lado? No podía dormir. ¿Por qué es así?
Erdosain solloza en su regazo.
HIPOLITA: ¿Está triste?
ERDOSAIN: Sí.
HIPOLITA: ¿Por qué?
ERDOSAIN: No sé... la angustia... hace mucho que no vivo tranquilo. ¿Siempre tiene las
manos así de frías?
HIPOLITA: Sí.
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ERDOSAIN: ¿Me quiere dar su mano? Vea... si me pidiera ahora que me matara, lo haría.
Tan contento estoy. Lo digo en serio. Voy... es mejor... pídame que me mate... Dígame,
¿no le parece que ciertas personas harían mejor en irse?
HIPOLITA: No.
ERDOSAIN: ¿Aunque hagan lo peor?
HIPOLITA: Está en manos de Dios.
ERDOSAIN: Entonces no vale la pena que hablemos de eso. (Pausa) ¿Es cierto que ha sido
sirvienta?
HIPOLITA: Sí... ¿qué tiene de particular?
ERDOSAIN: Es raro. A veces me parece que voy a encontrar en otra vida lo que falta en la
mía. Hay momentos en que pienso que hay gente que descubrió el secreto de la felicidad...
y que si nos lo cuenta también vamos a poder ser felices.
HIPOLITA: Mi vida no es ningún secreto.
ERDOSAIN: ¿Nunca sintió la extrañeza de vivir?
HIPOLITA: Eso sí.
ERDOSAIN: Cuénteme.
HIPOLITA: Fue cuando era muchachita. Trabajaba en una casa de la Avenida Alvear. Me
levantaba a la mañana y no terminaba de convencerme de que era yo la que se movía entre
esos muebles que no eran míos y que esa gente sólo me hablaba para que le sirviera. Por
momentos me parecía que esa gente estaba bien clavada en la vida, y en sus casas,
mientras que yo tenía la sensación de que estaba suelta, ligeramente atada con un cordón
a la vida. Y las voces de los otros me sonaban como cuando una está dormida y no sabe si
sueña o está despierta.
ERDOSAIN: Debe ser triste.
HIPOLITA: Sí, es muy triste ver felices a los otros y que los otros no entiendan que una va a
ser desdichada toda la vida. A la hora de la siesta entraba a mi piecita y en vez de zurcir la
ropa pensaba: ¿Voy a ser sirvienta toda la vida? Y ya no me cansaba el trabajo sino mis
pensamientos. ¿Se dio cuenta que obstinados son los pensamientos tristes?
ERDOSAIN: Sí, no se van nunca. ¿Cuántos años tenía?
HIPOLITA: Dieciséis.
ERDOSAIN: ¿Y todavía no se había acostado con ningún hombre?
HIPOLITA: No... pero estaba rabiosa... rabiosa de ser una sirvienta para toda la vida...
además, había una cosa que me impresionaba más que todo. Era uno de los niños. Estaba
de novio y era muy católico. Lo sorprendí acariciándose más de una vez con una prima que
era su novia, una chica sensual, y me preguntaba cómo era posible conciliar el catolicismo
con esas porquerías. Involuntariamente terminé por espiarlo... pero él, que era tan asiduo
con su novia, era correctísimo conmigo. Después me di cuenta que lo había deseado... pero
era tarde... ya estaba en otra casa.
ERDOSAIN: ¿Y?
HIPOLITA: Siempre con el peso de mis ideas. ¿Qué era lo que quería de la vida? Un día iba
en el tranvía acompañando a una de mis patronas. En el asiento venían conversando dos
mozos. ¿Vio que hay días en que ciertas palabras suenan como bombas... como si por
primera vez oyera hablar a las personas? Bueno, uno decía: Una mujer inteligente, aunque
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ERDOSAIN: ¿Me quiere dar su mano? Mirá, si vos... si usted me pidiera que me matara lo
haría encantado. Se lo digo en serio. Mañana... hoy... es mejor... pídame que me mate...
Dígame, ¿no le parece que cierta gente debería irse de la tierra?
HIPOLITA: No, eso no se hace.
ERDOSAIN: ¿Aunque lleguen a ser bandidos?
HIPOLITA: ¿Quién puede juzgar a otros?
ERDOSAIN: Entonces no hablemos más. ¡Qué criatura extraña es usted! ¿De dónde sacó ese
alma que tiene? No sé... muchas veces pensé en la pureza... Hubiera querido ser un
hombre puro. Muchas veces sentí tristeza de no serlo. ¿Se imagina a un hombre de alma
blanca, enamorado por primera vez... y que todos fueran iguales? ¿Se imagina qué amor
enorme entre una mujer pura y un hombre puro? Antes de entregarse el uno al otro, se
matarían... No, sería ella la que se ofrecería... y después se suicidarían al darse cuenta la
inutilidad de vivir sin ilusiones.
HIPOLITA: No es posible.
ERDOSAIN: Pero existe. ¿No vio cuántos tenderos y modistas se suicidan juntos? Se
quisieron... no pueden casarse... van a un hotel... ella se entrega y después se matan.
HIPOLITA: Sí, pero lo hacen de inconscientes.
ERDOSAIN: Quizá.
HIPOLITA: ¿Sabe que es un hombre extraño?
ERDOSAIN: Le soy sincero... no sé qué va a ser de mi vida... pero no estuvo en mis manos
ser un hombre bueno. Fuerzas oscuras me torcieron... me tiraron abajo. Desde hace tiempo
siento que nunca más voy a ser dichoso.
HIPOLITA: ¿No cree en el amor?
ERDOSAIN: ¡Para qué hablar de eso! ¿Qué es lo que pensaría de mí si mañana... me refiero
a cualquier día... supiera que asesiné a un hombre?
HIPOLITA: Que es inmensamente desdichado. Venga acá... a mis pies. A veces me parece
un mal sueño esta vida. Ahora que me siento tuya me aparece otra vez la pena de otros
tiempos. Siempre, en todas partes, sufrimientos. ¿Que es lo que habrá que hacer para no
sufrir?
ERDOSAIN: Llevamos el sufrimiento en nosotros. Decime, ¿qué hice para que me hagas tan
feliz? ¿No entendés que hacés bajar el cielo para mí? Nunca me había sentido tan
enormemente desgraciado.
HIPOLITA: ¿Nadie te quiso?
ERDOSAIN: No sé. Pero nunca me fue mostrado el amor en su pasión terrible. Cuando me
casé tenía veinte años y creía en la espiritualidad del amor. Quizá fuera un infeliz. Cuando
me casé no la había besado a mi mujer. Jamás había sentido la necesidad de hacerlo,
porque confundía con pureza la frialdad de sus sentidos y además... porque creía que a una
señorita no había que besarla. La señorita estaba en mi concepto como la más verdadera
expresión de pureza. Además... no se ría... era pudoroso y la noche que nos casamos,
cuando ella se desvistió, di vuelta la cabeza avergonzado... y me acosté con los pantalones
puestos.
HIPOLITA: ¿Hizo eso?
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ERDOSAIN: ¿Por qué no? Hice eso y cosas más graves aún. Los tiempos han llegado, decía su
esposo. Tiene razón. Claro que estos episodios son de una época de mi vida que vivía como
un idiota. Se lo digo para que esté segura que si me tuviera que acostar con usted no lo
haría con los pantalones puestos...
HIPOLITA: Debe haber estado enfermo. Como cuando yo era sirvienta. Se vive entre cielo y
tierra...
ERDOSAIN: Eso, entre cielo y tierra. Sí, me acuerdo cuando me trataban de imbécil.
HIPOLITA: ¿También?
ERDOSAIN: Sí, en mi cara... me quedaba mirando al que me había injuriado y mientras
todos los músculos se me relajaban en una flojedad inmensa, me preguntaba qué había
hecho, no sé cuándo, para soportar tantas humillaciones y cobardías. Sufrí mucho...
tanto... Entonces, sentí el terror, un espantoso miedo de no tener un objeto noble en la
vida, un sueño grande, y por fin ahora lo encontré... Condené a muerte a un hombre...
Quédese sentada... Mañana, porque no me opongo, un hombre va a ser asesinado.
HIPOLITA: ¡No es posible!
ERDOSAIN: Sí. De mi honradez criminal depende todo. Ciertas determinaciones lo
convierten a uno en un dios. Desde hace mucho tiempo estoy decidido a matarme. Si antes,
cuando lo dije, hubiera estado de acuerdo, me mataba. ¡Si supiera lo hermoso y grande que
me siento! No me diga nada más... ya está resuelto, hasta me alegra pensar en el pozo en
que me hundo. ¿Se da cuenta? Y cualquier día... no, de día no... cualquier noche, cuando
esté harto de tanta farsa e incoherencia, me voy.
HIPOLITA: ¿Tendría el coraje de matarse?
ERDOSAIN: No es como dice. Ya no hay coraje ni cobardía. Desde muy adentro tengo la
sensación de que suicidarse es como ir a sacarse una muela. ¿Sabe qué es la angustia?
¿Tener la angustia agarrada a los huesos como la sífilis? Mi vida es un horror. Necesito
cometer el pecado. No me mire. La gente perdió el sentido de la palabra pecado... no es
una falta... es un acto por el cual el hombre rompe el hilo que lo mantenía unido a Dios.
Dios le está negado para siempre. Desde mañana voy a ser un monstruo. Me voy a alejar de
Dios para siempre. Voy a estar solo sobre la tierra. Mi alma y yo, solos. El infinito por
delante. Siempre solos.
HIPOLITA: Deje... dejame que te bese esas pobres manos. Sos el hombre más desdichado
de la tierra.
ERDOSAIN: Levantate.
HIPOLITA: No, quiero besarte los pies. Sos el hombre más desgraciado de la tierra. ¡Qué
grande sos... qué grande es tu alma!
ERDOSAIN: Si supieras ahora lo fácil que va a ser morir. Como un juego.
ERDOSAIN: Hace tiempo que pienso lo mismo. Tengo que caer en algún pozo sin nombre.
¿Te pensás que no lo sé? Claro que sí. Nunca te conté ese sueño que tuve antes de casarme
con vos. No fue un sueño sino una visión. Me veía viejo, te había abandonado para seguir a
otra; después, una noche de tormenta, volvía solo, roto como un atorrante... y vos me
esperabas... hacía muchos años que me esperabas.
ELSA: Y lo que pensás tratás por todos los medios de que se realice. ¿Te creés que no lo sé?
ERDOSAIN: Pero decime... ¿Por qué esto... siempre esto? Es un dolor que no se calma... un
sufrimiento extraño. Te he recordado siempre al lado de cualquier mujer. Mirá... aún de
las que quise... me besaban... y en ese momento tu cara pasaba por mis ojos... Ellas me
miraban a los ojos... yo no... al vacío... en el vacío miraba tu cara, como si estuviera
apenas dibujada en un vidrio. Si alguien me preguntara por qué fui tan cruel con vos, no
sabría qué contestarle. Necesito atormentarte. Cuando estoy al lado tuyo me resulta
indiferente verte sufrir. Cuando te tengo lejos padezco una angustia enorme. Pienso que
estás sola, con tu pobre vida hecha pedazos. Pienso que tenés esposo, pienso que envidiás
a las mujeres que son felices, a las que pasean del brazo con sus maridos, a las que tienen
muchos hijos... ¿Qué sabés vos de mi vida? ¿Qué podés saber? ¡Ni te imaginás lo que te
quiero! ¡Las veces que te imaginé casada con otro hombre! Serías dichosa, pasarías al lado
mío y ni me mirarías... tendrías hijos... saldrías con tus amigas; así, en cambio, estás sola,
como una bestia mal herida... ¿O te pensás que no era consciente de cuánto te hacía sufrir?
Pero hubiera querido verte sufrir más, verte humillada ante mí, arrancarte un grito...
Decime, ¿no será ese el secreto de mi conducta? Tu dignidad. El no decir nada. El callártelo
todo. Sola. ¿Por qué no contestás? ¿Por qué las otras mujeres no te quieren? ¿Por qué nadie
te quiere? Es que se sienten inferiores a vos. Se dan cuenta que sos distinta. Al lado tuyo
experimenté curiosidades infames... Si hubieras tenido un amante, no te reprocharía
nada... Te hubiera observado. Hasta llegué a desear que lo tuvieras...
ELSA: ¡Callate, monstruo!
ERDOSAIN: Me decía: Quizás sería más feliz que conmigo. Pero, ¿por qué no hablás? Las
otras mujeres son estúpidas al lado tuyo. Uno las ofende como se le da la gana y después
las tira... sin ningún remordimiento. En cambio, de vos no se sabe qué se puede esperar.
¿Qué es lo que se puede esperar de vos, decime... se puede saber? Me pregunto si serás
capaz de matarte... Quizás no lo hagas... quizás tengas adentro un pedacito de esperanza,
todavía.
ELSA: Algún día te vas a arrepentir, pero va a ser tarde.
ERDOSAIN: Es posible. Y eso me produce una angustia nueva. Mirá... algunas veces entro en
un café y me pongo a pensar en nosotros. En nuestro futuro. ¿Qué soy en ese futuro? No lo
sé. Quizás un atorrante... un perdido. ¿Sabés lo peor que puede pasarme? Caer en un
pozo... conocer a una mujer que me envilezca y me haga arrastrar un cochecito con un
chico enfermo adentro... (Pausa) Yo sé que pensás. A veces me equivoco, pero no importa.
Sé que vida hubieras deseado. Qué cariño. En cambio, ahora estamos acá, como dos
enemigos...
ELSA: ¿Y qué harías si me encontraras en la calle con otro?
ERDOSAIN: Preguntarte si sos feliz.
ELSA: ¿Pero vos podés creer eso?
ERDOSAIN: No sé. ¡Qué se yo! Sé que siempre estuve triste al lado tuyo. Triste de una
tristeza sin nombre. Es algo que no se puede definir...
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