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El Madrid despierta un

volcán en Anfield
Al Real con dos goles por debajo se
le aparecieron los fantasmas del
City, y se vino arriba. Al Liverpool,
con el empate, se le aparecieron los
fantasmas de Kiev y de París, y se
vino abajo
Manuel Jabois • 21 feb 2023 - 23:39 CET

Luka Modric durante el partido del Real Madrid contra el


Liverpool de la Champions League en Anfield, este
martes.Peter Powell (EFE)

“A veces me pregunto cómo debe ser eso


de ser del Madrid. La épica, el escudo, las
Champions con la chorra. Luego me pongo
en posición fetal y lloro”, me escribe en la
segunda parte un amigo culé. Le contesto
rápido, pues el artículo espera: “Ser del
Madrid es firmar 4-0 en el minuto 15
porque alguna vez esto se tiene que acabar,
y vernos de repente con el 2-3: no se acaba
nunca”. Le doy a enviar justo cuando
Benzema marca el cuarto. “Me voy a
dormir”, responde. Es justo: no son horas.
Nunca sabremos cuánto le deben al
Madrid millones de personas que, en todo
el mundo, se van a la cama entre semana
antes de tiempo. Las horas que descansan,
lo despejados que están al día siguiente, el
rendimiento impresionante en el trabajo
con el móvil en modo avión para que no
entren whatsapps indeseables. Me escribe
otro amigo, Lolo Viejo: “No quiero volver a
la Negreira League”. No hay más mensajes.
Tampoco tengo más amigos. Quién los
necesita si Modric, Benzema y Vinicius
juegan en tu equipo.

El Madrid levantó una catedral en Anfield,


templo abarrotado del fútbol mundial,
ante un club que es pura aristocracia, con
una historia que se le cae de los bolsillos
tanto y tan bien como su elegancia
homenajeando a Amancio, leyenda blanca,
con una leyenda red, Kenny Dalglish. Y
hecho el reconocimiento, con un minuto
de silencio envidiable, el Liverpool se
apresuró a merendar al Madrid. En dos
bocados. Regó de lava el campo blanco,
ocupó su área y machacó la portería
madridista con dos goles antes del primer
cuarto de hora. De nuevo el guión terrible
de Mánchester y las nubes negras por
todas partes, de nuevo el Madrid ahogado
y superado, perdido, ante una avalancha
mortal liderada por un Salah en trance. Y
esta vez, con Modric y Benzema un año
más viejos, con Courtois desafortunado
(40 pifias como esa pueden permitirse
después de la final de París) y Alaba
acuchillado por Salah una y otra vez.

Ocurrió Vinicius. Ahora mismo el


brasileño es un volcán. Un jugador que
salta los escalones de tres en tres. Se sacó
de la bota un disparo salvaje, anterior al
fútbol, un misil con efecto salido de la
nada, como disparan los 9 puros que no
necesitan mover la bota para no regalar
espacio. El balón se fue a un lugar
imposible, uno de esos rincones
inexplorados del planeta al que llega antes
un delantero que un geólogo, y el Madrid
empezó a bailar al ritmo de su niño de oro.
La lava cambió de color. Y el campeón de
Europa dejó caer todas las Champions
sobre el campo del Liverpool, que acusó el
destrozo psicológico del segundo gol de
rebote. Fue la gran diferencia de este
partido histórico. Que al Madrid cuando se
vio con dos por debajo se le aparecieron
los fantasmas del City, por tanto se vino
arriba; que al Liverpool cuando vio
remontados sus dos goles, se le
aparecieron los fantasmas de Kiev y de
París, las finales perdidas, y se vino abajo.

El partido se cerró con una estampida de


dos jugadores de 35 y 37 años apoyados
por uno de 22 que estuvo en cuatro goles.
La carrera de Modric, tan parecida a la
carrera contra el PSG; el cambio de ritmo,
la conducción del balón de un jugador de
época en el que ha prendido una luz
inagotable, la luz que ilumina sus últimas
noches europeas, dejando atrás a sus
rivales con un golpe de zancada,
resistiendo los embates de gente más
joven y más fuerte, para soltársela a
Vinicius y que este se la regale a Benzema.
El francés sentó a Alisson, sentó a Anfield,
paró dos segundos el tiempo delante de la
portería mientras el guardameta gritaba
desesperado desde el suelo (la imagen en
la repetición es tremenda) y selló una
goleada para siempre que hace justicia a
Amancio Amaro, a Ferenc Puskas, a
Alfredo Di Stéfano, a Paco Gento. A aquel
Madrid del que cada vez quedan menos
vivos y más recuerdos; aquel Madrid que
se prolonga, inalterable, hasta hoy,
fabricando recuerdos nuevos para los que
lleguen dentro de 50 años.

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