Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Ocurre muchas veces que las imágenes o las informaciones sobre algunas
catástrofes naturales, a puro de verlas u oírlas, dejan de afectar a nuestra
fibra sensible. No suele ser este el caso de los incendios forestales. Pese a ser escenas que nos
acompañan insistentemente cada verano, o quizás por eso mismo, la visión de montes quemados, de
masas grises que se extienden sobre lo que antes fue verde, sigue provocando una profunda sensación
de tristeza en el común de los mortales, especialmente si los terrenos asolados por el fuego nos
resultan, de una u otra forma, familiares.
Cuando el enemigo es fuerte, no basta con preparar las defensas para cuando nos
sorprenda; hay que hacerle frente por los cuatro costados. Nuestros montes se
enfrentan históricamente a un enemigo común, el fuego, que últimamente se ha
vuelto más peligroso y destructivo con la ayuda del hombre. Ante esta amenaza, la
estrategia de la administración ambiental riojana consiste en abordar la lucha contra
los incendios forestales desde todos los frentes posibles: prevención, detección,
extinción, investigación y recuperación de las áreas quemadas.
Con todo, esa “instantánea” del incendio, o los primeros datos de superficies quemadas, por elevados
que sean, no hacen mas que ponerle título a un desastre ambiental cuyos verdaderos efectos, muchas
veces, pasan desapercibidos para la mayoría de la sociedad. ¿No se han parado nunca a pensar por
qué el caballo de Atila se ganó esa fama secular de que por donde él pasaba nunca volvía a crecer la
hierba?. La razón no es que el animal tuviera algún extraño y maléfico poder, sino que su bárbaro
jinete, y las huestes que le acompañaban, se dedicaron a quemar una y otra vez bosques, campos y
todo aquello que pudiera dar alimento y cobijo a sus enemigos. Miles de hectáreas quedaron reducidas
a cenizas y se convirtieron en tierra muerta, estéril, durante décadas.
La creciente preocupación en torno a este tema ha hecho que las distintas administraciones vengan
movilizando importantes recursos humanos y materiales para la prevención, vigilancia y extinción de
los incendios forestales.
La Rioja también ha hecho de la lucha contra los incendios uno de los pilares básicos de su gestión
forestal. Sin embargo aquí, a diferencia de lo que ocurre en otras regiones del país, las cifras de los
últimos años invitan al optimismo.
En la última década en nuestra región se han registrado 1.144 siniestros, incluyendo tanto los
incendios forestales propiamente dichos como los conatos, es decir, los fuegos que no llegan a
alcanzar una hectárea de extensión. En total han ardido 1.930 hectáreas, de las que algo más de 225
eran bosques.
La evolución de las estadísticas oficiales desde 1995 hasta ahora refleja, no obstante, que La Rioja
está atravesando un buen momento en la lucha contra los incendios forestales. En estos años, la cifra
de incendios que han superado la hectárea de extensión ha disminuido de manera prácticamente
constante, pasando de 91 en 1995 a 21 incendios durante 2004.
Al contrario de lo que mucha gente piensa, no son los pinares los bosques
que se llevan la peor parte en los incendios que se dan por estas tierras. En la
Rioja, las especies arbóreas más afectadas por el fuego son las frondosas,
especialmente el rebollo y la encina, que suman entre ambas alrededor de la
mitad de la superficie arbolada quemada en los últimos años.
Torre y refugio de
En cuanto a las causas, el trabajo que ahora se desarrolla en materia de Cabimonteros.
investigación está permitiendo conocer el origen de la práctica totalidad de
los incendios, algo impensable hace unos años. Actualmente, cuatro de cada cinco incendios forestales
que se producen en suelo riojano tienen sello humano, unas veces en forma de negligencias de diverso
tipo que acaban provocando un incendio, otras por actos intencionados de personas sin escrúpulos que
no dudan en sacrificar parte de nuestro patrimonio natural en virtud de intereses económicos, sociales
o, más lamentable aún, por el mero placer de contemplar un fuego.
Los incendios intencionados suelen ser los más devastadores y se concentran normalmente en la
época estival y también en primavera para la creación de pastos. En 2004, estos incendios fueron la
cuarta parte del total, porcentaje sensiblemente inferior al del año anterior. Con todo, desde hace ya
unos cuantos años el grupo de causas más numeroso es el de las negligencias, que se producen sobre
todo durante las quemas de los residuos o restos de podas agrícolas y forestales y a las que
“debemos” la mitad de los incendios del pasado año y un porcentaje bastante similar en los años
anteriores.
Más vale prevenir
El despoblamiento de las zonas rurales ha hecho que la presión ejercida tradicionalmente sobre las
masas forestales (cortas de leña, uso ganadero, etc.) sea muchísimo menor. El resultado es que en
nuestros montes se ha producido un rápido aumento de materia combustible (sotobosque, matorral,
etc) que los hace mucho más vulnerables ante los incendios forestales.
Por esta razón, la administración ambiental riojana realiza diferentes trabajos vinculados a la
selvicultura preventiva con los que se actúa en zonas estratégicas para intentar que allí el fuego se
haga más débil y también para proporcionar espacios que faciliten la pronta y eficaz actuación de los
medios de extinción.
La creación y mantenimiento de áreas cortafuegos, por ejemplo, busca reducir la vegetación existente
y crear discontinuidades en el combustible, tanto horizontales como verticales, en lomas y zonas
sujetas a fuertes cambios en la dirección del viento. Las fajas auxiliares que se crean a los lados de
carreteras y pistas forestales permiten también disminuir la cantidad de combustible, al tiempo que
proporcionan a los equipos de extinción un lugar desde el que poder trabajar en caso de declararse un
incendio. Junto a esto, se intenta eliminar combustible mediante tratamientos selvícolas preventivos
de roza, podas, clareos y también adehesando zonas de bosque para que no rebroten los árboles.
En los meses de invierno se trabaja en la creación de una red de puntos de agua que, declarado un
fuego, servirán para abastecer tanto a los medios aéreos como terrestres. En estos momentos, La
Rioja cuenta con más de 221 puntos de agua, cifra que se incrementa cada año para dar una mayor
cobertura y mejorar la capacidad de intervención, especialmente en zonas montañosas de difícil
acceso. Además, Medio Natural dispone de un inventario de todas las balsas, grandes y pequeñas, de
las que se puede coger agua. Así, los helicópteros de extinción, que incorporan GPS, tienen en todo
momento información de la balsa más cercana al lugar donde se encuentran para poder cargar sus
depósitos con la mayor rapidez posible.
En conjunto, a lo largo del pasado año la inversión en este tipo de actuaciones de prevención de
incendios ascendió a 1.370.000 euros, cofinanciados por el FEOGA a través del Programa de Desarrollo
Rural de La Rioja 2000-2006.
No obstante, una estrategia de prevención basada únicamente en actuaciones sobre el medio natural
resulta insuficiente. Hace falta que la población también adopte medidas para tratar de evitar los
incendios forestales, máxime cuando el origen de la mayoría de ellos se encuentra en actuaciones
humanas. Concretamente, el fuego que se viene utilizando tradicionalmente como herramienta cultural
para la quema de rastrojos, mejora de pastos, eliminación de residuos, y otras actividades agrarias es
el principal causante de los incendios que se dan en los campos y montes riojanos. Para intentar
mejorar esta situación, la Consejería publica cada año una Orden de Prevención de Incendios en
Terrenos Forestales y Agrícolas, que regula todas estas actividades recogiendo las fechas y las
condiciones bajo las que se puede quemar.
Vigilancia y detección
El dispositivo de defensa contra incendios de La Rioja está localizado preferentemente en dos bases:
una base principal en las propias oficinas de la Dirección General, donde se localiza el personal técnico
y la Central de Comunicaciones; y una base secundaria en La Fombera donde se encuentra el parque
de autobombas forestales, el almacén de materiales de incendios, herramientas y maquinaria de
extinción, material de comunicaciones, talleres de vehículos, comunicaciones, así como los hangares
para tractores y otros grandes vehículos.
En materia de extinción año a año se van incorporando nuevas tecnologías y materiales que
contribuyen a mejorar la eficacia de una lucha constante y permanente para reducir las estadísticas de
hectáreas quemadas. Sin embargo, el medio más simple e indispensable en la extinción son grupos de
personas que actúen de forma organizada y profesional. Sin ellos no sería posible apagar el incendio
por mucho equipamiento que se emplee. Los denominados retenes, cuadrillas, etc. son fundamentales
en el primer ataque, en la extinción de un incendio de proporciones mayores o en la vigilancia de una
zona supuestamente extinguida.
Antiguamente, estas cuadrillas de extinción se formaban, sobre todo, con el objetivo de dar empleo a
la gente que habitaba en las zonas rurales, de manera estacional y dejando en un plano secundario su
formación y dedicación a la lucha contra incendios. Hoy en día, en cambio, los retenes están formados
por personal fijo de la administración perfectamente formado y capacitado para poder desarrollar su
tarea de forma profesional y con seguridad. Aún así, estas cuadrillas mantienen prácticamente intactas
sus raíces ya que siguen estando integradas, en su mayor parte, por habitantes del medio rural que
conocen perfectamente la zona en la que trabajan y que sienten como propia la defensa de sus
montes.
Entre estos retenes, el personal temporal de refuerzo que se contrata en los meses de verano, los
agentes forestales y los técnicos especialistas en incendios o comunicaciones son más de 200 las
personas que se ocupan cada año en La Rioja de combatir los incendios forestales.
La labor de este contingente humano se complementa con un elenco de medios terrestres y aéreos
cada vez más sofisticado. Entre los primeros están las autobombas forestales pesadas, los vehículos
nodriza todo terreno o los vehículos ligeros pick-up, todos ellos dotados de depósitos de agua de
diversa capacidad, además de los medios disponibles en los Parques de Bomberos que deben colaborar
en la extinción de un incendio forestal siempre que se les requiera.
En cuanto a los medios aéreos, en La Rioja resultan especialmente útiles dada la quebrada orografía
regional. En época de alto riesgo hay dos aviones de carga en tierra de 2.200 litros de capacidad que
se suplementan con los medios que cede la administración central: las brigadas helitransportadas
(BRIF), brigadas de combatientes especialistas en la extinción que utilizan para su transporte un
helicóptero capaz de lanzar agua con un helibalde de unos 1.500 litros. Estos medios aéreos han
contribuido de manera decisiva a lograr una gran rapidez en la extinción que ha hecho posible que
muchos fuegos que amenazaban con devastar algunas de las más importantes masas forestales de la
región se quedaran en poco más de un susto o, a lo sumo, en “desgracias” de menor magnitud.
Todavía está reciente, especialmente en la memoria de las más de 70 personas que trabajaron sin
descanso durante toda la noche para tratar de controlar el fuego, el incendio declarado en verano de
2003 en Ezcaray, concretamente en la aldea de San Antón. Gracias al intenso y coordinado trabajo de
todos estos medios humanos y técnicos, el grave peligro al que se enfrentó este enclave de
extraordinario valor natural, agravado por un caprichoso viento que cambió hasta en treinta veces de
dirección, se saldó sólo con 60 hectáreas quemadas de retama, matorral y algo de roble.
Con todo, cuando consiguen sofocarse las llamas, el trabajo aún no ha terminado. Después de que los
equipos se extinción se retiran y los vehículos y demás equipamientos vuelven a los almacenes, el
monte se queda solo, y aunque la naturaleza dispone por sí misma de admirables mecanismos de
recuperación, en muchas ocasiones tras sufrir el azote de las llamas el monte demanda la ayuda del
hombre.
Lo primero y fundamental que se hace en una zona quemada es acotarla. La Ley de Montes establece
que cualquier zona quemada debe estar acotada al pastoreo durante 5 años para que se recupere la
vegetación, durante 10 años a extracciones mineras y durante 20 a la agricultura. Sin embargo, a
veces esto no es suficiente. Cuando el incendio ha tenido dimensiones importantes o si ha afectado a
zonas de mucha pendiente, en las que puede haber elevado riesgo de erosión, Medio Natural lleva a
cabo un proceso de restauración de zonas quemadas plantando de nuevo un bosque que por sí mismo
tardaría décadas en recuperarse y, a veces, no lo podría conseguir.
Este mismo verano ha concluido la plantación de pinos, hayas y abedules en el monte Villar de Yedro
de Ventrosa, un paraje afectado por dos incendios forestales en décadas pasadas y sobre el que se ha
desarrollado un ambicioso proyecto de recuperación. Incluso con la ayuda del hombre y con unos
cientos de miles de euros puestos en el intento, todavía pasarán muchos años hasta que veamos en
todo su esplendor este aún incipiente bosque. Alguno pensará que la naturaleza no tiene prisa; pero
nuestra sociedad, que últimamente valora tanto el tiempo, debería pararse a reflexionar sobre lo
injusto que sería que alguien, deliberadamente o no, redujera a cenizas una parte de nuestra vida.
Extinguidas las llamas, lo que queda es la desolación. El escenario que deja tras de sí un incendio
forestal es siempre una imagen gris, triste, apagada… muerta. Pero muchas veces la vegetación
chamuscada, los árboles "malheridos", las cenizas, guardan celosamente las pistas que nos
pueden llevar a averiguar el por qué de ese desastre y, tal vez, las claves para que no se vuelva
a repetir.
Arrancaba así un nuevo frente de trabajo para los profesionales del campo de los incendios
forestales en nuestro país: el de la investigación de causas. Valencia, Cataluña o Zamora,
regiones bastante castigadas por el fuego, fueron de las primeras en crear sus Brigadas de
Investigación de Incendios Forestales (BIIF). La Rioja no tardó en organizar su propio equipo de
investigación cuya labor se coordina desde la Dirección General de Medio Natural. Primero fueron
cuatro personas, pero enseguida se vio la importancia de este trabajo y, desde hace un par de
años, este equipo está compuesto por una docena de Agentes Forestales que han recibido una
formación especializada en materia de investigación de causas, y que desarrollan su labor
repartidos en cuatro zonas: Oja, Najerilla, Iregua y Rioja Baja.
No todos los incendios forestales se investigan. Pero cuando hay un siniestro especialmente
importante, o cuando los daños han sido elevados o podrían haberlo sido o, simplemente, cuando
no se tiene muy claro el origen del incendio, es el momento de buscar las causas. El trabajo de
estas Brigadas de Investigación comienza, a ser posible, antes de que se haya apagado el fuego.
De hecho, acudir al lugar cuando el incendio aún está "vivo" es la mejor manera de empezar a
conseguir pistas desde el principio, de contemplar el fuego frente a frente, de hablar con las
personas que han participado en su extinción, de recoger los primeros testimonios, de comprobar
la dirección del viento, el grado de humedad... y de asegurarse de que nada, ni nadie, altera la
escena del suceso.
Llegados a la zona afectada por el fuego, el primer objetivo de estos equipos es tratar de
reconstruir cómo ha sido ese incendio para intentar averiguar dónde se encuentra el punto de
inicio. En su pequeña maleta, que llevan siempre consigo, transportan todo lo que les puede
ayudar en esta meticulosa tarea: un equipo meteorológico portátil, una máquina de fotos,
brújula, cinta métrica, una lupa, pinzas, banderines de señalización, bolsas de plástico para
muestras,etc.
Cuando por fin se da con el punto exacto donde comenzó el incendio, las brigadas de
investigación tienen que confiar, también, en que el azar o la suerte estén de su parte. Muchas
veces, al llegar allí no se encuentra nada. Lamentablemente, todavía hay muchos incendios cuyo
origen es un "mecherazo", y ahí pocas pruebas se pueden encontrar. Pero, a veces, la fortuna les
sonríe y se topan con restos de algún mecanismo, un papel, un DNI, o cualquier otra cosa útil
para determinar el medio de ignición que provocó el incendio y, en su caso, para probarlo a la
hora de acusar a un presunto infractor.
Con toda la información recogida en el escenario del incendio, junto a otros datos que se aportan
después en la Dirección General de Medio Natural, se elabora el informe de la investigación.
Finaliza aquí el trabajo de campo; pero queda aún otra parte tanto o más importante y
esclarecedora: las entrevistas con la gente del lugar, con los posibles testigos y, si lo hubiera, con
el sospechoso. En esto, como en todo el resto del proceso, juegan un papel crucial los agentes
forestales encargados de cada zona ya que, además de conocer a la perfección el territorio,
conocen a los paisanos, a los vecinos de los pueblos, y eso sirve de gran ayuda a la hora de
“exprimir” una conversación, de leer entre líneas, de sacar conclusiones de un comentario o de
un pequeño gesto.
Junto a esto, la labor de investigación y los procesos judiciales a los que pueda dar lugar sirven
también de “aviso a navegantes”. En nuestro país, provocar un incendio forestal está considerado
como delito, pero la posibilidad de pillar a alguien "in fraganti" es muy pequeña. En este sentido,
el trabajo de estos equipos está consiguiendo que la gente se de cuenta de que ya no se es
plenamente impune cuando se comete un delito de estas características.