Parada en la oscuridad, maleta en mano, ella miraba la amada silueta descansando
en el lecho desde el umbral de la puerta. Todo el dolor que le provocaban las pequeñas agresiones de que sistemáticamente era objeto, lucía en sus ojos. Su ofrecimiento hipócrita de un mísero sándwich que en realidad había preparado para sí mismo y que no deseaba compartir; la manera tan abusiva en que desorganizaba toda la casa justo después de ella haber limpiado; su irritante incapacidad para comunicarse con ella al querer hablar sobre su relación escudándose tras el computador, y ese complejo de Edipo; como si soportar sus esporádicas escapadas con una cualquiera no fuera suficiente. No obstante, todo esto fuera tolerable de no sentirse tan devastadoramente sola.
Mirándolo allí, apretando la almohada en un abrazo, ella sentía los impulsos de
unírsele y darle otra oportunidad. Quizás podía volver a ser como antes, cuando solían hacer todo juntos y él sólo quería estar a su lado. De haber despertado él en ese momento, hubiera podido ver, iluminados por un haz de luz proveniente de la ventada, los hermosos recuerdos desfilar en una acompasada danza en frente de ella haciendo aflorar esos sentimientos añejos nuevamente ¡Qué debía hacer! ¿Darle la espalda o acostarse a su lado? Una briza leve le llegó desde las habitaciones de las niñas hasta su espalda. Volteó a mirar. Lo último que tenían en común, ya no estaba. Sin movérsele un músculo del rostro, las lágrimas se sucedían una tras otra cayendo en cascada por sus mejillas.
No fue hasta la mañana siguiente cuando él se percató de que la casa estaba vacía.