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El intenso deseo público de contar con líderes carismáticos ofrece un terreno fértil
para el uso de la propaganda. A través de una imagen pública cuidadosamente
orquestada del líder del Partido Nazi Adolf Hitler durante el período políticamente
inestable de Weimar, los nazis explotaron este anhelo para consolidar su poder y
fomentar la unidad nacional.
Adolf Hitler tenía un fuerte carisma mediante el cual imponía sus ideas a quienes
estaban a su alrededor. Todo giraba alrededor del él, considerado como la única
persona capaz de tomar decisiones: marcaba objetivos, tomaba decisiones y
controlaba los procesos. Para muchos, la imagen firme y segura que jamás
titubeaba, fue la parte impulsora de su exitoso liderazgo.
Entendía las necesidades físicas y aspiracionales de las personas, es así que desde
la motivación aspiracional pudo conectar con el pueblo, pues gobernó bajo
circunstancias políticas y económicas adversas y ese fue un terreno fertil para
desarrollar empatía. Se puede citar en alguno de sus discursos: “Hay millones de
huérfanos, lisiados y viudas entre nosotros”. ¡También ellos tienen derechos! Para la
Alemania de hoy ninguno ha muerto ni ha quedado lisiado, huérfano o viuda.
¡Tenemos la deuda con estos millones de construir una nueva Alemania”.