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La Tartamudez - Guía para Profesionales y Padres - Gallego Ortega, J. L - 2001 - Archidona (Málaga) Aljibe - 9788497000000 - Anna's Archive
La Tartamudez - Guía para Profesionales y Padres - Gallego Ortega, J. L - 2001 - Archidona (Málaga) Aljibe - 9788497000000 - Anna's Archive
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GUÍA PARA PROFESIONALES
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EDICIONES
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MONOgróÓfICOS aljibe
1 Luis Gallego Ortega es Profesor
en la Universidad de Granada. Maestro
y Logopeda, Asesor de Formación y
Doctor en Ciencias de la Educación,
ha desarrollado su actividad profesio-
nal, principalmente, en el campo de la
Educación Especial y la Formación
del Profesorado.
https://archive.org/details/latartamudezguia0000gall
LA TARTAMUDEZ
Guía para profesionales y padres
loz
COLECCIÓN MONOGRÁFICOS ALJIBE
Coordinación editorial: Rafael Bautista.
[.S.B.N.: 84-9700-000-5
Depósito legal: MA-117-2001
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede serreproducida, almacenada o transmitida en manera
alguna ni por ningún medio, ya sca eléctrico, químico, mecánico de grabación o de fotocopia, sin permiso previo.
José Luis Gallego Ortega
LA TARTAMUDEZ
Guía para profesionales y padres
EDICIONES
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ÍNDICE
1
exento de un marco sintomatológico preciso, por lo que son mu-
chos los autores que señalan que no hay disfemias sino sujetos
tartamudos, cada cual con sus propias peculiaridades y caracterís-
ticas.
No es fácil poner límites a la tartamudez y acotar sus sínto-
mas o manifestaciones. De hecho no es infrecuente observar ha-
blas exentas de esta etiqueta diagnóstica que, sin embargo, pre-
sentan algunos de sus síntomas más comunes y característicos. La
fluidez verbal es un componente básico del habla, cuyo aprendi-
zaje depende de las habilidades del sujeto y de las prácticas con-
versacionales que éste realiza.
La monografía se ha estructurado en cuatro grandes aparta-
dos: 1) caracterización del trastorno y su posible clasificación, 2)
causas y teorías de la tartamudez, 3) evaluación del trastorno, e 4)
intervención terapéutica en la tartamudez. La finalidad del texto,
en fin, no es aportar nuevos datos procedentes de investigaciones
propias, sino la de ofrecer a los padres y profesionales —en un
texto breve y sencillo— una compilación sobre el trastorno, basada
en una revisión de la literatura especializada y en la propia expe-
riencia como logoterapeuta.
14
Ade DESCRIPCIÓN DE LA TARTAMUDEZ
15
verbal, en la producción de los elementos prosódicos del lenguaje
y en la falta de fluidez del mensaje.
El término “tartamudez”, desde el punto de vista lingúísti-
co, se utiliza para categorizar a aquellos sujetos que presentan
frecuentes disfluencias durante la ejecución de su lenguaje (ac-
tuación chomskyana del hablante), sin que se aprecien disfuncio-
nes en el grado de conocimiento de su lengua (competencia
chomskyana del hablante). La presentación del trastorno se apre-
cia en cualquier sílaba de la palabra y no sólo en la inicial, afec-
tando tanto a los elementos principales de la oración (verbos,
nombres...) como a los secundarios (partículas). Suele ocurrir con
mayor frecuencia durante el lenguaje conversacional que durante
la lectura y/o el lenguaje repetido. La severidad del trastorno es
variable en intensidad, ritmo y tiempo de habla.
Van Riper (1971) consideraba la tartamudez como una dis-
rupción de un flujo rítmico del habla, caracterizada por bloqueos,
prolongaciones o repeticiones de palabras, sílabas, sonidos o pos-
turas de la boca. Pero en el habla de un sujeto con patrón de habla
tartamuda se advierten otro tipo de afectaciones, además de las
propiamente lingúísticas, como son la respiración irregular, cierta
tensión, ansiedad, etc. Esta abundancia de síntomas hace que difí-
cilmente se puedan hallar dos personas tartamudas con iguales
características.
Cisari y cols. (1987) definen la tartamudez como una alte-
ración funcional de la fluencia verbal, que se caracteriza por la
presencia de repeticiones, pausas y prolongaciones fonemáticas y
silábicas, la cual se fija en sujetos que no demuestran progresivos
daños orgánicos encefálicos o sensoriales, ni en los órganos de
articulación o de resonancia, y con ausencia de graves patologías
psiquiátricas.
El DSM-IV (1995) entiende el tartamudeo como una altera-
ción de la fluidez y de la organización temporal normales del ha-
bla (inadecuadas para la edad del sujeto), caracterizada por con-
currencias frecuentes de uno o más de los siguientes fenómenos:
1) repeticiones de sonidos y sílabas; 2) prolongaciones de soni-
dos; 3) interjecciones; 4) palabras fragmentadas; 5) bloqueos au-
dibles o silenciosos; 6) circunloquios para sustituir palabras pro-
blemáticas; 7) palabras producidas con un exceso de tensión físi-
16
ca, y 8) repeticiones de palabras monosilábicas (American
Psychiatric Association, 1995).
La consideración definitiva del trastorno suele hacerse, por
lo general, en función de la duración, tipo y cantidad de disfluen-
cias que presenta el habla del sujeto. La disfemia es fundamental-
mente un problema de comunicación (exige la presencia de uno o
varios interlocutores), en el que el hablante disfémico manifiesta
una evidente dificultad expresiva, por una ausencia de control en
la emisión de las palabras que conforman su lenguaje. Se aprecia,
en fin, una dificultad en la elocución del mensaje a causa de una
repetición o atranque en alguna sílaba o una interrupción espas-
módica de la fluidez verbal, así como fallos en la comunicación,
repeticiones silábicas, vacilaciones y, cómo no, espasmos. En ge-
neral, suelen advertirse las mayores dificultades, así como una
excesiva tensión en labios y lengua, durante la emisión de los fo-
nemas oclusivos (/p/, /t/, /k/, /b/, /d/, /g/).
Los trastornos de la tartamudez, que afectan exclusivamen-
te a la expresión (fluidez de la secuencia, ritmo y tiempo de ha-
bla), pueden acotarse conceptualmente de la siguiente forma
(Stournaras, 1987):
1. Interrupciones en el habla a causa de repeticiones audi-
bles y/o no audibles y/o prolongaciones de las sílabas,
sonidos, palabras y frases.
2. Posible acompañamiento de otras actividades motoras
de los órganos del habla y otras partes del cuerpo.
3. Estado emocional, caracterizado por manifestaciones de
ansiedad, vergúenza, etc., además de situaciones de ex-
citación y tensión general.
4. Acompañamiento de reacciones fisiológicas fuertes
como la respiración irregular, arritmias, etc.
5. Actitudes negativas del sujeto hacia la comunicación en
general (componente cognitivo).
6. Interacción comunicativa alterada entre el sujeto y sus in-
terlocutores (componente comunicativo interpersonal).
El autor, partiendo de esta definición, señala que los tras-
tornos de la tartamudez pueden ser abordados desde un modelo
circular multicausal (Figura 1), el cual muestra las analogías si-
guientes:
a
[e) Subcomponente Subcomponente
Ss emocional- interpersonal-
las
Ó experimental comunicativo
$A
pe!
mí
¿RICA
“NENE
COM
Com,
yO
18
dez y cada persona disfémica eligiera alguna. Estas característi-
cas pueden agruparse en siete grupos (Crystal, 1983 y 1994):
13 El síntoma más reconocido es una cantidad anormal de
repeticiones de segmentos, sílabas, palabras o frases
cOmO p-p-p-p-p—piso; el po-licía; creo que ha recibido
un- recibido un-.
. Obstrucciones del flujo del aire por incapacidad de la
persona para darse cuenta de la tensión que ha produci-
do al prepararse para articular un sonido. Este fenómeno
se llama bloqueo y los sonidos individuales afectados,
bloques.
. Prolongaciones anormales de segmentos de sonidos,
como en f-f-£-f-fiel, donde la f- se produce como un úni-
co sonido alargado y no con las breves pausas que van
intercaladas.
Introducción en los momentos de dificultad de sonidos
o palabras con fuerza únicamente emocional (por ejem-
plo, oh, ah).
Acentuación extraña en las palabras y entonación y tem-
po anormales en las oraciones, debido a un habla muy
entrecortada y a una respiración irregular.
Las palabras y las frases pueden quedar inacabadas.
Evitación de ciertos sonidos, palabras y frases que pue-
den plantear problemas concretos a la hora de articular-
los. P
De lo expuesto hasta ahora, no obstante, es posible extraer
algunas conclusiones iniciales que nos permiten identificar a las
personas con un patrón de habla tartamuda:
— No es un trastorno derivado de la organización global
del lenguaje.
— Está afectada tanto la fluidez verbal como el ritmo arti-
culatorio de la palabra.
— La comunicación está dificultada o interferida.
— Suele afectar psicológicamente a quien la manifiesta.
— Está afectado el componente expresivo-emotivo del len-
guaje, que necesariamente incide en el comportamiento
comunicativo del sujeto.
— Se trata de un trastorno que está relacionado con el len-
guaje.
— Suele generar ansiedad en el interlocutor.
— Se incrementa la tensión muscular en la zona del cuello
y de la cara.
— Se aprecia cierta variabilidad en los tartamudeos (a un
“tempo” de tartamudeo intenso le sigue otro de escasa
perceptibilidad).
— El tartamudeo está mediatizado por el entorno, difiere
en función de cada persona y de su situación comunica-
tiva concreta.
— Se advierten algunas pautas inapropiadas en el habla del
sujeto y un “comportamiento de lucha” por articular
ciertas sílabas o fonemas.
— Carácter fóbico del trastorno que repercute en padres y
logoterapeutas. En los padres, por las dificultades de co-
municación que genera. En los logoterapeutas, por la in-
certidumbre en la eficacia de su tratamiento.
La mayoría de los niños que presentan disfluencias tienen,
para Borel-Maisonny (1976), rasgos similares a los alumnos dis-
léxicos, o sea, presentan una lateralización incierta, una desorien-
tación espacial y una incoherencia e imprecisión en el pensamien-
to, así como graves defectos en la función simbólica.
Desde una perspectiva de orientación psicoanalítica, Gar-
cía Milá (1987, 127) ha señalado algunos de los aspectos que se
evidencian en estos hablantes:
— La proyección de una fuerte exigencia que les obstaculi-
za un acercamiento a sus sentimientos y les impide ser
ellos mismos al relacionarse con los demás. Tratarían de
someterse a lo que imaginan que se espera de ellos, o
bien se situarían en el lugar del otro, lo que implica un
salto en el que tratan de eliminar las dificultades de rela-
ción como una forma de eludir los conflictos.
— Muestran muy escasa noción de lo que reciben, ya que
les cuesta acercarse al otro como persona separada y di-
ferenciada, lo que repercute en un empobrecimiento,
que les dificulta incluso darse cuenta de sus éxitos, dado
20
que viven pendientes de lo que tendrían que ser, de sus
hermanos, etc.
— Tienden a hacer un tipo de comunicación en la que pre-
domina el aislamiento. Explican cosas muy racionaliza-
das, desprovistas de afecto. Lo que no pueden expresar
en palabras lo comunican, a veces, a través de los dibu-
jos y juegos, pero les es difícil asumirlo como algo pro-
pio.
— El síntoma aparece como algo agresivo, como un ataque
a la palabra que sirve para comunicarse. Tienden a in-
quietar mucho a los otros, haciéndoles sentir toda la
agresión que ellos no son capaces de asumir como pro-
pia.
A la vista de estos rasgos distintivos, se puede concluir di-
ciendo que la tartamudez es algo más que una dificultad en el
habla, por cuanto sus síntomas exceden a los problemas de dic-
ción y se manifiesta en el mismo rostro de quien la padece. Suce-
de que los sujetos de habla tartamuda se muestran incapaces de
coordinar la actividad fonorrespiratoria con los órganos de la arti-
culación. Esta abundancia de signos y manifestaciones que acom-
pañan al trastorno dificultan su definición. No obstante lo ante-
rior, se suelen admitir como notas características de la tartamudez
las siguientes:
— Alteración en la expresión verbal por la presencia de
bloqueos, interrupciones, repeticiones y prolongaciones
de fonemas, sílabas o palabras.
— Las disfluencias en el habla se combinan con emisiones
fluidas más o menos largas.
— Es un trastorno funcional básicamente, que no presupo-
ne anomalías en los órganos de la fonación y la respira-
ción, es decir, no se presenta asociado a defectos en los
órgános del habla.
— Afecta principalmente a la comunicación, ya que exige
siempre la presencia de un interlocutor.
— El tartamudeo se acompaña frecuentemente con estados
de tensión, movimientos corporales asociados y una res-
piración inadecuada.
En la Tabla I se ofrecen otras definiciones significativas.
21
APROXIMACIONES CONCEPTUALES DEL TRASTORNO
La tartamudez suele ser la interrupción del curso del lenguaje hablado. Se carac-
teriza por ese brusco atasco ante un vocablo, una sílaba o un fonema. Se produce
cierto retraso, alargamiento y abreviación en la pronunciación de determinadas
letras, así como la repetición de fragmentos de vocablos y frases. Aparecen tam-
bién curiosas incrustaciones o interferencias debidas a sonidos inadecuados. Con
estos fenómenos del lenguaje hablado coincide, con frecuencia, una técnica res-
piratoria insólita y una coordinación anómala de los grupos musculares que par-
ticipan en la dicción: la boca se abre de forma espasmódica, durante unos cuantos
segundos; los labios permanecen apretados; los dientes se entrechocan, se apre-
cian, claramente, ciertos chasquidos de la glotis, cuando se intercalan las causas
propias del lenguaje; la lengua se agita y surgen inspiraciones espasmódicas, todo
ello en el marco de un ritmo típico de la tartamudez (Fiedler y Standop, 1984).
22
rrollo del lenguaje que con signos típicos de tartamudez. Alre-
dedor de los tres años se adquieren las estructuras básicas del
idioma y por ello no puede extrañarnos la presencia de estos
síntomas, los cuales suelen desaparecer, por lo general, sin dejar
huella alguna. La frecuencia excesiva de repeticiones silábicas
al hablar (Van Riper, 1971) y las repeticiones de sílabas y pala-
bras completas son signos de alerta, admitidos en la génesis de
la tartamudez. Sólo la desmesurada preocupación familiar po-
dría contribuir a fijar el trastrono, pero se constata que cuatro de
cada cinco niños con manifestaciones de este tipo evolucionan
hacia un habla normal, abandonando ese habla perturbada (Hé-
bert, 1991). Para Dinville y Gaches (1989) el porcentaje de dis-
fémicos precoces que evolucionan hacia una disfemia persisten-
te no excede de un caso por cada cuatro o cinco. De ahí las deno-
minaciones de tartamudeo primario, fisiológico o de desarrollo,
para catalogar el cuadro.
23
precisos entre un tartamudeo de desarrollo (disfluencias de tipo
evolutivo) y la auténtica tartamudez.
La evolución del trastorno, por tanto, no es uniforme. Las
diferencias pueden ser significativas en las tres fases del mismo:
inicio, desarrollo y afianzamiento. A veces, en periodos de tiempo
relativamente cortos, se puede apreciar un “efecto Guadiana”: los
episodios de tartamudeo aparecen y desaparecen sin ninguna jus-
tificación aparente. En la mayoría de los casos, la incertidumbre
resulta ser una aliada fiel de sus manifestaciones, pero las razones
de este hecho no siempre son objetivables.
Según Perelló (1995), la tartamudez debe estudiarse en re-
lación con la característica típica que presenta el lenguaje infantil
en los primeros años de vida: constantes repeticiones silábicas. El
trastorno empieza por el periodo llamado de tartamudez primaria
(emisiones verbales sin esfuerzo, inconscientes, simples repeti-
ciones y sin tensión). Si la familia (también los educadores, etc.)
llega a sobrevalorar estas repeticiones silábicas, manifestando ac-
titudes de ansiedad y tensión, podría alterar el ambiente del niño e
incluso su propio lenguaje. El niño, a su vez, valora por sí mismo
su lenguaje y comienza a sentirse incómodo y en tensión ante su
modo de hablar. De ahí la importancia de informar a los padres
sobre esta característica del lenguaje infantil para evitar situacio-
nes que agraven un problema, en principio, inexistente.
La presencia de los primeros síntomas, sin embargo, no
asegura su generalización. Incluso en más de una ocasión hemos
comprobado cómo la edad aminora la presencia de signos de aler-
ta del trastorno, llegando incluso hasta su total desaparición. El
trabajo con los padres, eso sí, ha sido clave hasta conseguir des-
pojarles de su ansiedad e insistencia por tratar de corregir el pro-
blema. Pero, en general, resulta muy difícil prever qué niño va a
ser tartamudo, pues las manifestaciones del trastorno son bastante
numerosas y varían cuantitativa y cualitativamente durante toda
la historia de la tartamudez en una persona determinada (Hébert,
99110):
Cuando el tartamudeo ya es un hecho, la desaparición es-
pontánea no suele producirse y su persistencia en la vida del suje-
to es más que probable. La severidad del trastorno, por supuesto,
puede presentar marcadas oscilaciones en cuanto a su sintomato-
24
logía, aparecer gradual o repentinamente en cualquier palabra o
lugar de la frase, pero sobre todo al comenzar a hablar. Los sínto-
mas más comunes del tartamudeo se indican en la Tabla IL
CLASIFICACIÓN TIPOLÓGICA
25
cionales, de tipo afectivo, de ansiedad e inseguridad en
el sujeto, etc.
— Tartamudez de tipo neurogénico, cuando las causas or-
gánicas están en el origen del trastorno (imperfecciones
en el mecanismo de feedback auditivo, interferencias en
el proceso natural de codificación, problemas en la late-
ralidad, etc.).
— Tartamudez de tipo lingúístico, cuando se admite como
causa desencadenante del trastorno un sustrato lingúísti-
co, principalmente.
Desde una perspectiva sintomatológica, es posible distin-
guir tres tipos de habla disfémica: habla disfémica de carácter cló-
nico, habla disfémica de carácter tónico y habla disfémica de tipo
mixto.
— La disfemia clónica se caracteriza por las repeticiones
silábicas y/o de elementos fónicos mínimos, producidos
antes de que se inicie o continúe la emisión de una frase,
y los ligeros espasmos repetitivos. El ritmo articulatorio
tiene una apariencia normalizada y las contracciones de
la musculatura labial se suceden de forma breve y rápi-
da.
— En la disfemia tónica, caracterizada por bloqueos inicia-
les y fuertes espasmos, el sujeto se muestra incapaz de
emitir sonidos cuando empieza a hablar y luego lo hace
de forma entrecortada y con un ritmo rápido. Se aprecia
un estado inicial de inmovilización muscular que impi-
de el habla, el cual cesa repentinamente para que la emi-
sión del discurso salga precipitadamente. En estos casos
la tensión muscular es prolongada.
— La disfemia mixta presenta la sintomatología de las dos
anteriores. Se trata entonces de una tartamudez clónico-
tónica o tónico-clónica.
Existe, finalmente, otra clasificación de la tartamudez, des-
de una perspectiva evolutiva, según la cual es posible diferenciar
entre tartamudeo fisiológico, primario o de desarrollo, tartamu-
deo esporádico o transitorio y tartamudeo crónico.
— lartamudeo de desarrollo, caracterizado por su apari-
ción temprana y su escasa duración.
26
— Tartamudeo transitorio, cuya recuperación suele ser es-
pontánea.
— Real tartamudeo, de tipo crónico, que se observa prefe-
rentemente en adolescentes/¡óvenes y adultos.
Esta triple caracterización del tartamudeo podría admitirse
como fases de dificultad progresiva en un continuo. Así no es ex-
traño observar cómo en los niños, alrededor de los tres años, aflora
el denominado tartamudeo fisiológico, caracterizado por frecuen-
tes vacilaciones y titubeos, los cuales se superan con cierta facili-
dad siempre y cuando las variables del entorno no obstaculicen el
proceso comunicativo en los niños que presentan una cierta predis-
posición (personalidad vacilante, disfunción cerebral mínima, la-
teralización no definida, insuficiente desarrollo motor, etc.). Las
naturales apetencias comunicativas del niño se topan con demasia-
da frecuencia con las lógicas exigencias lingúísticas del adulto, las
cuales en más de una ocasión han sido el germen más idóneo para
que la “cárcel de la tartamudez” (Ruiz Carpio, 1987) inicie su
desarrollo y vea asegurado su mantenimiento. En efecto, señala
esta autora, si el medio ambiente reacciona con temor y ansiedad
en el inicio del trastorno, el niño captará que su lenguaje no es el
adecuado, iniciándose las ya conocidas maniobras de evitación,
que provocarán sus primeros espasmos. La corrección inadecuada
del adulto y la concienciación por parte del niño harán que sus
intentos por hablar bien fracasen repetidamente en todos los am-
bientes. Las bromas y el desconocimiento del problema contribui-
rán a que el tartamudeo se instále definitivamente.
Además de la clasificación de la tartamudez apuntada, los
autores hacen otras propuestas clasificatorias del tartamudeo. Así
para Pichon y Borel (1979) existiría: 1) un tartamudeo coreico
(clónico), que consiste en una repetición silábica con anterioridad
a que se produzca la emisión de la frase; 2) un tartamudeo tetáni-
co (tónico), que produce una inmovilización muscular que impide
el habla en su totalidad.
Por su parte, Serra (1982), a partir de los trabajos de Van
Riper (1954) y Bloodstein (1961), diferencia entre tartamudez
primaria, transicional y secundaria. La tartamudez primaria se
caracteriza por las repeticiones cortas y sin esfuerzo y las prolon-
gaciones inconscientes (Fase l). Para Cisari y cols. (1987) en este
27
tipo de tartamudeo el sujeto no es consciente de las anomalías de
su habla. La tartamudez transicional abarca dos fases; en la pri-
mera, se aprecian las repeticiones rápidas e irregulares, una cons-
ciencia esporádica del problema y gusto por la comunicación
(Fase II). En la segunda, se observa un aumento del número de
repeticiones, tensión, consciencia y frustración (Fase III). Final-
mente, la tartamudez secundaria se caracteriza por las conductas
de evitación ante determinados fonemas, palabras, personas y sl-
tuaciones (Fase IV).
CLASIFICACIONES DE LA TARTAMUDEZ
[ De tipo lingúístico
Enfoque etiológico De tipo psicológico
De tipo neurológico
29
y Fernández Zúñiga, 1994; Santacreu y Froján, 1993) demuestran la
inexistencia de un único factor responsable de este trastorno del rit-
mo articulatorio, al tiempo que subrayan una etiología multifactorial
del mismo, cuando constatan una gran variedad de factores que pue-
den contribuir a su inicio (Butler, 1987; Crystal, 1983; Fiedler y Stan-
dop, 1991; Hébert, 1991; Simon, 1997; Zebrowski, 1987).
Ciertos estudios creen ver su origen en causas psicológicas,
que se manifiestan en una emisión fracasada del hablante; otros lo
sitúan en dificultades de tipo lingúístico; otros acentúan el carácter
ambientalista de sus síntomas; otros, incluso, señalan un origen
predominantemente psicolingúístico de carácter multifactorial. Y
ello sin olvidar a quienes postulan otros argumentos como la heren-
cia, el sexo, e incluso defienden otras causas (dificultades de la res-
piración, espasmos glóticos, psiconeurosis, etc.). Todos los estu-
dios, no obstante, coinciden en señalar la mayor frecuencia del ha-
bla tartamuda en hombres que en mujeres (Dinville, 1982; Hébert,
1991 ...), así como un mayor riesgo de que el trastorno se transmita
principalmente de mujeres tartamudas a sus hijos que de hombres
tartamudos a sus descendientes (Kidd, 1983), aunque puedan ser
apuntadas diferentes hipótesis al respecto (Irwin, 1994).
Las investigaciones demuestran que el porcentaje de varo-
nes tartamudos es muy superior al de mujeres (75 % de varones)
sin que se haya podido dar una explicación convincente. El mejor
desarrollo de lenguaje en las niñas y su mayor facilidad para arti-
cular los sonidos de su lengua son las hipótesis que se barajan al
respecto. La práctica logopédica escolar también demuestra la
mayor presencia del trastorno en niños que en niñas.
Los componentes personales, psicológicos y lingúísticos
son, sin duda, factores claves para poder comprender, al menos
inicialmente, la aparición de un trastorno tan complejo y difícil
como es la disfemia; de ahí que no pueda evitarse la construcción
de múltiples postulados teóricos que intentan explicar la génesis
del problema. Todos ellos se comentan a continuación.
30
ductas de tartamudeo afloran en el niño a edades muy tempranas,
cuando el lenguaje está en pleno desarrollo (fase de adquisición), y,
si un importante número de niños con disfluencias presentan cier-
tos retrasos de lenguaje, es lógico pensar que algunos estudios ha-
yan relacionado el origen del trastorno con variables de tipo lin-
gúístico. Según estos datos, la aparición del trastorno estaría rela-
cionada con posibles dificultades en el desarrollo del lenguaje, ya
que los episodios de tartamudeo afloran entre los 2 y los 5 años,
coincidiendo con el máximo apogeo en el desarrollo del lenguaje.
Aunque la práctica logopédica se encargue de demostrar que
la mayoría de los niños con problemas de lenguaje han tenido un
desarrollo lingúístico aparentemente normal y que la mayor parte de
los niños con retrasos de lenguaje no tartamudean, distintas razones
se han esgrimido para justificar la posible relación entre el inicio de la
tartamudez y las dificultades en la adquisición del lenguaje:
+ En muchos de los niños con un incipiente tartamudeo se
constatan importantes déficits en la adquisición del lenguaje.
+ Muchos niños disfémicos han adquirido su lenguaje de
forma tardía y con alguna dificultad.
Como ya ha quedado constatado e insistiremos con posterio-
ridad, es en el periodo más floreciente del desarrollo del lenguaje
cuando se ha apreciado, en muchos casos de tartamudez, la coexis-
tencia de episodios de tartamudeo. Entre quienes defienden esta
hipótesis es posible encontrar estudios en los que se argumenta que
los niños con un patrón de habla tartamuda presentan errores léxi-
co-semánticos y morfosintácticos; los niños con dificultades fono-
lógicas y sintácticas en el lenguaje pueden desarrollar disfluencias
e incluso tartamudez (Butler, 1987). Otros, por el contrario, no ad-
miten una afectación de los componentes sintáctico y semántico de
la lengua y subrayan que no es cierto que sean las palabras de ma-
yor valor comunicativo (nombres, adjetivos, verbos, adverbios) y
no las palabras-función (preposiciones, conjunciones, artículos) las
que generen un mayor tartamudeo en el niño. Parece ser que cuanto
más complejos sean los enunciados y más potencial afectivo encie-
rren, tanto mayor será el riesgo de que los síntomas de la tartamu-
dez aparezcan en el lenguaje del niño.
Según Rodríguez González (1987), la tartamudez no obe-
dece a un trastorno de la organización global del lenguaje, recha-
Sil
zando que en ella se produzcan alteraciones en los componentes
sintáctico y semántico de la lengua. La disfemia no afecta a la
competencia lingúística del hablante, sino a la actuación lingúísti-
ca del sujeto. Por lo tanto, no está implicada la estructura profun-
da del lenguaje, sino el paso de las estructuras superficiales a las
representaciones fonéticas.
Para otros autores, la falta de fluidez en la emisión de la
frase es fundamentalmente un trastorno de tipo prosódico (Berg-
mann, 1986). Todos los casos de disfemia, en mayor o menor
medida, presentan una alteración en la entonación del lenguaje.
La presencia asimismo, aunque en menor escala, de dificul-
tades articulatorias en algunos niños con disfluencias ha hecho
que ciertos estudios hayan tratado de buscar alguna relación entre
la génesis del trastorno y los errores fonológicos. Los niños con
severos trastornos fonológicos y del lenguaje también pueden
evidenciar disfluencias e incluso desarrollar una tartamudez
(Gregory, 1986). Para Ingram (1983), los retrasos fonológicos en
los niños pueden coexistir no sólo con dificultades de tipo sintác-
tico-gramatical, sino que también puede admitirse como un as-
pecto inherente a su desarrollo lingúístico general.
Los estudios sobre la tartamudez tampoco han olvidado los
aspectos pragmáticos del lenguaje, a fin de advertir posibles rela-
ciones. Se ha comprobado que determinadas personas, situacio-
nes y contextos comunicativos ejercen una presión desmedida
sobre el sujeto y dificultan la fluidez de sus mensajes, facilitando
así las conductas de tartamudeo. Se admite, sin embargo, que
modificando la presión emocional puede conseguirse una dismi-
nución de la sintomatología del trastorno.
Todo ello nos lleva a pensar que la evaluación de la tartamu-
dez debe incluir el análisis de todos los aspectos y componentes del
lenguaje, fundamentalmente para descartar la influencia negativa
que sobre la fluidez verbal tienen los déficits en las habilidades lin-
gúísticas de los hablantes. La presencia de trastornos lingúísticos
(dificultades en la evocación de las palabras, alteraciones en el uso
de las reglas morfosintácticas de la lengua, desconocimiento del
léxico, etc.) repercute tanto en la organización general del lenguaje
como en la motricidad del habla del niño. Pichón y Borel-Maison-
ny (1979) subrayan la importancia que hemos de conceder a lo que
32
denominan “falta de inmediatez lingúística”, esto es, la incapacidad
para encontrar la palabra adecuada en el momento que conviene, y
relacionan esta dificultad con una alteración linguoespeculativa del
lenguaje, que consideran como una característica del tartamudeo.
La búsqueda de una explicación etiológica de la tartamudez
desde esta perspectiva aconseja tener en consideración los si-
guientes hechos (Santacreu y Fernández Zúñiga, 1994):
— La persona tartamuda se muestra como un sujeto nor-
mal, excepto en lo que se refiere a la fluidez discursiva.
— Las disfluencias están presentes en el habla normal y so-
lamente una proporción muy reducida se convierten en
tartamudez.
— La ausencia de fluidez en los niños pequeños pudiera
tener relación con las disfluencias que se aprecian en la
tartamudez.
— El tartamudeo está directamente relacionado con unida-
des lingúísticas que tienen una alta carga informativa,
aunque algunos autores (Rodríguez González, 1987)
niegan que la disfemia incida más en las palabras-conte-
nido que en las palabras-función.
-— Probablemente existe una relación entre el proceso cog-
nitivo de organización de la oración con los errores en el
habla de las personas tartamudas.
— Existe una relación entre los aspectos pragmáticos del len-
guaje, los patrones de interacción, las reglas conversacio-
nales, etc. con la aparición de los bloqueos en el lenguaje.
33
“Enlos estados emocionales, la discriminación y la inhibición
ejercida porlos centros corticales está bloqueada. Cada uno de los
músculos usados en el habla actúa bajo las influencias de los
niveles inferiores, que sirven a otras funciones biológicas. Así, en
la disfemia, se observan movimientos de succión, masticación,
deglución, respiración, etc. El enfermo luego va formando un
hábito y un círculo vicioso” (Perelló, 1995, 156).
34
pequeños cometen durante el desarrollo de su lenguaje es proba-
ble que, lejos de desvanecer esa conducta lingúística infantil, se
aumente la probabilidad de su aparición y consiguientemente la
posibilidad de incrementar la frecuencia del tartamudeo.
La desproporcionada preocupación por el lenguaje que, en
ocasiones, los padres muestran por sus hijos puede admitirse como
el germen de un trastorno de esta naturaleza. Las correcciones ex-
cesivas, los castigos inapropiados y la obsesión por un “habla per-
fecta” se erigen con demasiada frecuencia, a poco que el niño tenga
una cierta predisposición, en un sustrato apropiado que asegura la
génesis de un tartamudeo crónico. Qué duda cabe de que el óptimo
desarrollo del lenguaje reclama un mínimo de atención familiar, lo
cual no impide rechazar todas las acciones que supongan una pre-
sión y amenacen el desarrolio lingúístico del niño.
Para asegurar un adecuado desarrollo lingúístico, el niño nece-
sita un entorno propicio, en el que progresivamente se persigan mejo-
res niveles de dicción, pero sin llegar a ser una carga insostenible en
la actividad comunicativa del sujeto. Cuando la falta de fluidez ver-
bal comienza a ser castigada y amenazada, o simplemente compade-
cida, el desarrollo de la tartamudez empieza a ser un camino abonado
definitivamente. Los intentos del niño por eludir las situaciones co-
municativas, por un lado, y el deseo obsesivo por evitar los movi-
mientos concomitantes, por el otro, conseguirán afianzar la sintoma-
tología de la tartamudez. A partir de aquí, esa falta de fluencia esporá-
dica empezará a consolidarse y a adquirir un carácter persistente
como consecuencia de los estados de estrés y ansiedad a que el niño
se ve sometido, en los que los fallos de expresión van a emerger,
debidos a esas situaciones de excitación emocional. Para Johnson
(1959), la tartamudez es un comportamiento de evitación, relaciona-
do con situaciones de ansiedad, cuyas causas hay que buscarlas pre-
ferentemente en el ámbito social. Resulta difícil, sin embargo, deter-
minar si la ansiedad del sujeto es una consecuencia del tartamudeo o,
por el contrario, el elemento antecedente que contribuye a Su inicio.
La tartamudez tiene, en más de una ocasión, una relación
estrecha con actitudes de amenaza, castigo o desprecio que el
adulto manifiesta hacia el habla del niño. Actitudes, que provocan
en éste recelos y miedos a la hora de comunicarse, por temor a
cometer errores que provoquen la ira o la burla de su interlocutor.
MES
Todo ello genera en el sujeto una situación de ansiedad, que inhi-
be el acto comunicativo. Aparece así la verdadera rueda (estímu-
lo-respuesta) de mantenimiento de la tartamudez (Figura ID.
36
El habla será de esta forma puesta en una situación paradójica
y con ello hablar, que es algo necesario, se tornará también en
algo temeroso y hasta desagradable, pudiendo incluso crearle
sentimientos de culpa al niño, porque no sabe cómo hacer para
hablar de forma agradable para los adultos, comenzando por
ello a hacer esfuerzo para hablar, en su tentativa de hablar me-
jor. El habla se convertirá entonces en algo, al mismo tiempo
que necesario, temeroso y desagradable”.
5
torno y actuarían con distinto grado de profundidad, según el ras-
go de carácter más determinante en la persona.
38
» “La superposición acústica o desconexión de las señales
acústicas retroactivas procedentes de la emisión de la propia
voz da lugar a una considerable reducción de los trastornos
del lenguaje, en casi todos los tartamudos estudiados. Esto
habla a favor de la existencia de unos influjos perturbadores
de y en los circuitos acústicos retroactivos no afectados.
+ Los defectos de fluidez de palabra, entre las personas nor-
males sometidas al DAF (delayed auditory feedback
—realimentación acústica retardada), así como la tarta-
mudez, pueden verse afectadas claramente, mediante de-
terminadas variaciones de las condiciones en las que se
verifica la dicción”.
Algunos estudios han considerado la tartamudez como un
defecto de la percepción de los propios sonidos emitidos por el
sujeto. Van Riper (1982) subraya que la producción lingúística
inicial del niño está controlada de forma acústica inicialmente.
Esta función de control es asumida, con posterioridad, por la sen-
sibilidad superficial (sensaciones táctiles) y profunda (sensacio-
nes de movimiento y posición) del aparato fonador. El proceso de
transición en el control, en el cual pueden producirse las mayores
interferencias, se efectúa paulatinamente hasta que cesa definiti-
vamente el control acústico como consecuencia de una creciente
seguridad en la articulación del lenguaje por parte del niño.
En definitiva, las disfunciones en la retroalimentación au-
ditiva (feedback) del propio habla del niño como consecuencia de
disfunciones temporales en la*captación de los estímulos prove-
nientes de las distintas vías (ósea, auditiva y propioceptiva) puede
traducirse en la aparición de un habla tartamuda.
— Disfunciones neuromusculares. Fiedler y Standop
(1991), apoyados en diferentes estudios que sitúan las causas del
trastorno en una posible desincronización de los impulsos corres-
pondiente al control realizado por la corteza cerebral, señalan
que, cuando existe hiperactividad y debilidad vegetativas, pueden
aumentar los espasmos musculares, especialmente de los múscu-
los de la respiración, de la fonación y de la laringe, lo cual dificul-
taría la fluidez de las emisiones verbales. Diversos autores han
señalado que la tensión muscular es uno de los factores responsa-
bles de la aparición de la disfemia. Según esta hipótesis explicati-
5
va, la falta de coordinación entre los órganos responsables de la
articulación del lenguaje sería debida a la excesiva tensión mus-
cular que acompaña a los sujetos de habla tartamuda.
RICHTER (cit. en Fiedler y Standop, 1991, 59) señala cin-
co tipos de alteraciones:
1) La rapidez con que actúan los impulsos destinados a la
articulación del lenguaje dificulta el ritmo de respuesta
de la musculatura.
2) Los impulsos circulan con retraso, de forma irregular, o
bien duplicados y hasta cuadruplicados, para una sola fase.
3) La tensión de la musculatura no puede reaccionar adecua-
damente a la fonación, a pesar de la buena disposición.
4) La musculatura está bien inervada, los labios y la lengua
se mueven, pero no hay emisión de voz.
5) Cuando las condiciones de activación son extremas, el
habla puede bloquearse, de modo que se ven impedidos
los impulsos destinados a la fonación y articulación. El
tartamudo, sometido a la presión de tener que hablar,
intenta emitir las palabras mediante un intenso esfuerzo
muscular: es entonces cuando tartajea.
La predisposición del sujeto hacia estos estados tensionales,
como consecuencia de situaciones ambientales desfavorables, esta-
blecería una relación evidente entre esta hipótesis y la psicológica.
— Disfunciones orgánico-cerebrales. Determinados trauma-
tismos craneoencefálicos se han constatado en ciertos trastornos del
lenguaje hablado. Los casos de tartamudez en que los sujetos presen-
taban algún tipo de trauma o lesión cerebral permite contemplar la
posibilidad de que este trastorno pueda obedecer a causas orgánicas.
Van Riper (1982) ha señalado que los niños con deficiencia mental
desarrollan más frecuentemente una tartamudez que los niños nor-
males. La experiencia demuestra cómo los episodios de tartamudeo
se aprecian frecuentemente en niños con síndrome Down.
Para Dinville (1997, 4), sin embargo, el tartamudeo se ad-
vierte tanto en el débil mental como en el niño intelectualmente
precoz, aunque por razones distintas:
—Los niños con síndrome Down, tanto por su insufi-
ciencia cognitiva como por su falta de medios de ex-
presión, no llegan a formular su pensamiento en térmi-
40
nos de lenguaje con arreglo a un modelo adecuado. Su
palabra se caracteriza por una fluencia muy sacudida y
unas detenciones tónicas que son, como su voz, las ca-
racterísticas de su personalidad.
— Los niños con inteligencia precoz manifiestan un com-
portamiento lingúístico a menudo adelantado para su
edad. A veces se trata de niños que viven en medios
adultos, o incluso hijos únicos a los que se fuerza cons-
tantemente en sus posibilidades expresivas, por medio
de intercambios verbales por encima de sus niveles y de
sus medios de expresión.
Desde esta perspectiva, la causa de la aparición del trastor-
no habría que achacársela a la existencia de anormalidades en el
funcionamiento de los hemisferios cerebrales; una insuficiente
dominancia cerebral podría estar en el origen del tartamudeo:
“dado que los dos hemisferios están “compitiendo” por la domi-
nancia, tiene lugar una interferencia en el proceso natural de codi-
ficación neurológica, y el resultado se manifiesta como un tarta-
mudeo. Una teoría neurológica alternativa propone un defecto en
la estructura cerebral tal que existe una predisposición a perseve-
rar cuando se utiliza el lenguaje; el resultado sería el mismo que
en el caso anterior” (Crystal, 1983, 216).
— Disfunciones entre los sistemas fonatorio, respiratorio y
articulatorio. Para que el habla se produzca adecuadamente es nece-
sario que los pulmones actúen como elemento impulsor del aire hacia
la laringe, para que las cuerda vocales puedan cerrarse y abrirse,
produciendo de este modo una vibración y generando un sonido al
que denominamos voz. Pero además se necesita que en el momento
de producirse el sonido los órganos de la articulación (labios, lengua,
etc.) adopten la posición adecuada para articular el lenguaje.
La descoordinación en el funcionamiento de los sistemas im-
plicados en la producción del lenguaje sería, desde este planteamien-
to, el factor responsable de la tartamudez. Probablemente exista una
disfunción evidente entre las ideas del hablante y la forma en que
utiliza los sistemas anatomofisológicos para producirlas. En esta
asincronía habría que buscar posiblemente el factor causal del tras-
torno. El tartamudeo sobreviene porque el hablante no coordina sufi-
cientemente los sistemas responsables de la articulación del lenguaje.
4]
La hipótesis genético-ambientalista de la tartamudez
42
Las diferencias biológicas que se hayan podido encontrar entre
sujetos tartamudos y personas fluentes no son suficientes para
generar una tartamudez (Bloodstein, 1987). Sólo la interacción de
varios factores podría estar en el origen del trastorno.
Se sabe que entre las teorías explicativas de la adquisición
del lenguaje ocupa un destacado lugar la imitación. Desde este en-
foque, el niño adquiere el lenguaje al imitar los modelos de referen-
cia de su entorno más próximo; de ahí la necesidad de procurar al
niño entornos lingúísticamente correctos y enriquecidos para que
los modelos de referencia sean lo más adecuados posible. Si entre
estos modelos referenciales a los que nos hemos referido existen
personas que tartamudean, o personas que son tartamudas, o perso-
nas que hablan excesivamente rápido, que mantienen intervalos de
tiempo insuficiente en sus emisiones, que manifiestan una expre-
sión de impaciencia, que hablan por los demás, etc. podría ocurrir
que sean imitadas por el niño (al intentar su reproducción), con lo
que podrían estar sentándose las bases, siempre que actuemos de
forma inadecuada, para que la génesis de un trastorno hasta el mo-
mento inexistente encuentre el mejor “caldo de cultivo” para su
mantenimiento, evolución y generalización.
Diversos estudios han apelado, para explicar el trastorno, a
la evidente relación entre disfemia y zurdería (contrariada), aunque
otros trabajos no encuentren ninguna relación entre ambas. Entodo
caso, el porcentaje de zurdos es entre los disfémicos, como han se-
ñalado diferentes estudios, mugho más elevado que en las otras al-
teraciones de la palabra (Perelló, 1995). No obstante lo anterior, la
experiencia demuestra que niños zurdos a quienes se les ha “orien-
tado” sistemáticamente para ser diestros no han tartamudeado ja-
más y que todavía no hemos podido constatar, en nuestras prácticas
logopédicas, un solo caso en el que el tartamudeo sea la consecuen-
cia de una zurdería contrariada previa. Dinville y Gaches (1989,
353) subrayan sobre el particular lo siguiente:
43
mudeado nunca y que la mayoría de disfemias se instalan
sin que pueda invocarse esta causa”.
44
escolar. La justificación de estos hechos ha de buscarse, más que en
las exigencias académicas de la Institución, en las nuevas circuns-
tancias y relaciones que el niño establece en ese medio. No cabe
duda de que la mayoría de los educadores actúan de forma correcta
en las relaciones que establecen con los niños de su aula, aunque
sea de manera inconsciente (procuran ambientes escolares “cáli-
dos”, impiden los comportamientos burlescos de sus alumnos,
mantienen actitudes comprensivas ante las hablas disfluentes, etc.).
Pero en las ocasiones en que este tipo de preocupaciones se descui-
dan, se propician entornos y situaciones en las que el estado emo-
cional y afectivo del niño disfluente queda comprometido.
La Tabla IV ofrece un resumen de las hipótesis teóricas
expuestas.
TEORÍAS DESCRIPCIÓN
45
2) Teorías preocupadas por la descripción del inicio de la
tartamudez o las circunstancias en las cuales se produce
(Johnson, 1959; Bloodstein, 1965, 1970, 1975). Más re-
cientemente, Conture (1982 y 1986) sitúa el inicio de la
tartamudez en una compleja interacción entre el entorno
del niño y las habilidades que éste aporta a ese entorno.
Pero de todas las propuestas etiológicas señaladas, y recu-
rriendo a ese origen multifactorial comúnmente admitido, parece
razonable subrayar algunos de los aspectos que continúan tenien-
do importancia en el inicio de la tartamudez: el ambiente hostil o
permisivo y los factores de tipo socio-afectivo o hereditario. Sin
embargo, en no pocas ocasiones, muchas de las teorías expuestas,
advierten Cuesta y Rubio (1987), entran en colisión con la reali-
dad del niño disfémico que tenemos delante. Así determinadas
organizaciones de la personalidad que pueden estar en el origen
de una disfemia, también pueden contemplarse como una conse-
cuencia de esa dificultad de expresión que atenaza al niño y pro-
voca diversidad de respuestas en su entorno.
46
más acertada ha de buscarse en una combinación más que probable
de factores psicológicos, somáticos, lingúísticos y psicosociales.
El niño posee un importante potencial de capacidades inhe-
rentes a su estructura neurofisiológica, a su herencia, que aporta-
rían luz suficiente para entender cómo un mismo entorno puede
permitir desarrollos individuales diversos en función de las pecu-
liaridades personales de cada sujeto. El desarrollo lingúístico de
un sujeto se verá, pues, delimitado por dos tipos de variables: 1) el
componente exógeno —ambiental- y 2) el componente endógeno
—biológico—, que comentamos, brevemente, a continuación.
47
— Constancia relativa de las oportunidades de estimulación,
pero utilizadas de forma diferente a medida que se crece.
— Aparición de una conducta parcial o total con anteriori-
dad a que sea inmediatamente útil.
— La aparición de dichas conductas de una forma tosca po-
nen de manifiesto que no son una práctica dirigida a una
meta.
Por su parte, Serra (1990) señala los factores necesarios y
las funciones previas del desarrollo lingúístico, que recogemos en
los Cuadros 1 y IL
. Buena audición.
. Buena integración perceptiva auditiva.
. Normalidad psíquica.
Memoria de sonidos.
Buen control neuromuscular.
. Normalidad anatómico-funcional.
Estimulación auditiva.
48
constituyen la riqueza del vocabulario propio de cada lengua, sin
que se puedan citar la cantidad de combinaciones sintácticas posi-
bles que se pueden construir con tales palabras.
49
La perspectiva integradora en la génesis del trastorno
S0
que facilitan en los hablantes respuestas de tartamudeo. La Figura
IT trata de ilustrar el proceso que sigue el trastorno desde su ini-
cio hasta su mantenimiento. Este planteamiento teórico, sin em-
bargo, no presupone que su extrapolación sea adecuada en todos
los casos, pues basta comprobar cómo determinados niños no de-
sarrollan ningún tipo de tartamudeo a pesar de estar sometidos a
influencias desfavorables de su entorno.
Social y
escolar
Otros efectos
Inseguridad
Tensión muscular Provoca Bloqueos
Titubeos
Alteraciones
Vacilaciones
psicofisiológicas
Interrupciones
Mayor
desorganización
lingúística
Miedo a hablar
Conductas de
evitación
Otros trastornos
concomitantes
51
El modelo propuesto trata de integrar las distintas hipótesis
explicativas desarrolladas con anterioridad. Las exigencias del
entorno familiar y socio-escolar ejercen una poderosa influencia
sobre el desarrollo del lenguaje infantil. La interacción de un niño
proclive al trastorno con factores ambientales desfavorables re-
fuerza la aparición y el mantenimiento del trastorno descrito. Un
niño con escasa fluidez verbal o con presencia de tartamudeo, que
está elaborando y conformando su lenguaje, debe estar ajeno a
modelos lingúísticos inadecuados, presiones sobre su lenguaje,
hablas rápidas, exigencias desmesuradas, etc. Estos factores pue-
den producir reacciones emocionales y afectivas inadecuadas que
repercutirán en el lenguaje del niño y facilitarán la aparición de su
tartamudeo e incluso su afianzamiento. El tartamudeo es, en estos
casos, una manifestación del habla del niño, que surge como una
respuesta emocional negativa ante ese tipo de situaciones.
En definitiva, cuando los padres (y los interlocutores de su
entorno) tienen una mayor preocupación por la forma de expre-
sión de sus hijos que por las ideas que éstos transmiten, cuando
les preocupa más la forma del lenguaje que el contenido de sus
mensajes, cuando su actitud hacia las producciones verbales del
niño tiene una finalidad más correctiva que comunicativa, etc.
pueden estar contribuyendo a generar sentimientos de inquietud y
culpabilidad que influirán negativamente en el incipiente tarta-
mudeo del niño (Simon, 1997). Probablemente ninguna de estas
actitudes y comportamientos tengan valor causal por sí mismos,
pero, qué duda cabe, aumentan las probabilidades de aparición de
episodios de tartamudeo al interaccionar con otros factores.
La observación sistemática como técnica, la racionalidad
como método y el sentido común como principio contribuirán, sin
duda, a poner orden en el origen de muchas de estas disfluencias.
No podemos olvidar que episodios de este tipo afloran y se ocul-
tan a veces con demasiada facilidad y sin razones objetivas capa-
ces de explicarlos.
Buscar las causas generadoras del trastorno continúa sien-
do relevante desde el punto de vista preventivo, pero la preocupa-
ción de los hablantes que tartamudean no reside en el cuándo,
cómo o por qué se inicia el tartamudeo; lo que les importa es su
curación (Irwin, 1983). Para Serra (1987), lo importante es clari-
52
ficar lo que sería una explicación teórica correcta de la disfemia
con lo que sería una postura coherente en el ámbito clínico, a fin
de evitar un posible pesimismo entre los profesionales. La base de
cualquier explicación teórica reside precisamente en observar el
grado de sistematización con que síntomas y factores correlativos
están descritos. Inmediatamente después habrá de determinarse
cuáles son las exigencias que debe cumplir una teoría sobre la
tartamudez en la que se incluyan tanto la descripción de los he-
chos que identifican el problema como los posibles factores con
ellos relacionados. Según Serra, el problema de la fluidez es una
dimensión del habla, la cual puede verse facilitada o dificultada
por las condiciones en las que se produce su aprendizaje y la mis-
ma habilidad del sujeto. El autor señala como hechos decisivos
para la descripción de la disfemia los siguientes:
1. Inicialmente la disfemia no es diferenciable en el
aprendizaje de la fluidez del habla.
2. Las principales dificultades se dan de forma esporádica
en las transiciones difíciles, fundamentalmente comuni-
cativas.
3. Para solucionar las dificultades de fluidez existen diver-
sas estrategias estables en los niños y en su entorno.
4. Las disrupciones aparecen de forma consolidada junto a
soluciones de evitación, revisiones, sustituciones, etc.
53
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FI
4 EVALUACIÓN DE LA TARTAMUDEZ
CONSIDERACIONES PREVIAS
55
ciones y dimensiones que deberán ser valoradas antes de afrontar
un diseño personalizado de la terapia. La empatía entre el logote-
rapeuta y el sujeto evaluado será clave, por cuanto de ella derivan
efectos favorables o negativos en el proceso de intervención.
Como norma general habrá que admitir un sello personal en las
manifestaciones del habla con disfluencias, en sintonía con el su-
jeto que las manifiesta, lo cual hace de la tartamudez uno de los
problemas de lenguaje más complejo.
En todo caso, la frecuencia de las manifestaciones disfémi-
cas llevará a contemplar diversos grados de severidad del trastor-
no ante los diferentes patrones de habla tartamuda. Como es lógi-
co, no es lo mismo que la tensión articulatoria sea permanente que
temporal, así como el hecho de que los espasmos, bloqueos, vaci-
laciones o interrupciones se produzcan con relativa frecuencia o
de vez en cuando. Evaluar la frecuencia de un habla tartamuda
resulta especialmente relevante a la hora de valorar los resultados
de una determinada intervención.
En este sentido, cabe subrayar que algunos de los síntomas
o manifestaciones de la disfemia suelen aparecer en edades tem-
pranas (hacia los tres años) y con procesos de desarrollo muy di-
verso según los casos. Esta sintomatología inicial (tartamudez fi-
siológica, primaria o de desarrollo) no debe preocupar en exceso,
pues no implica una generalización de esa forma de habla a eda-
des posteriores, ni mucho menos una inevitable fijación del tras-
torno en el niño que la presenta. Dichas manifestaciones deben
ser consideradas incluso como normales, ya que los niños de estas
edades están inmersos en un proceso de organización global del
lenguaje, que les genera síntomas disfémicos o disfluencias (al-
gunas repeticiones de sonidos, sílabas y/o vocablos, ciertas pau-
sas inadecuadas, silencios inapropiados, etc.), admitiéndose co-
múnmente que en los niños de edades comprendidas entre los 2 y
los 4 años de edad se observa una forma de hablar imprecisa y
vacilante, en la que no faltan las repeticiones de sílabas y pala-
bras. Pero hemos de evitar que los abundantes signos de alerta,
que coexisten con carácter temporal e intermitente en el habla de
los niños, puedan convertirse en manifestaciones que persistan
indefinidamente.
S6
Pese a la variedad de formas de inicio de la tartamudez, y
teniendo en cuenta la dificultad que existe para diferenciar el tar-
tamudeo de otros tipos de disfluencias en el niño pequeño, los es-
tudios realizados acerca del comienzo de la tartamudez se basan en
el testimonio de los padres (Simon, 1997). Cuando los padres de-
mandan un asesoramiento temprano durante esta fase del desarro-
llo (tartamudeo fisiológico), ha de facilitárseles una información
que aminore su angustia, tranquilice su estado de ánimo y les incite
a favorecer y potenciar una forma de hablar tranquila y fluida. Es
suficiente, en este primer momento, evitar las correcciones exce-
sivas para eliminar situaciones de angustia y ansiedad, que no
harían sino agravar más el trastorno. No obstante, en determinados
casos, una intervención cooperativa entre padres, tutor y logotera-
peuta, ayudaría a debilitar la conducta disfémica y a limitar su
desarrollo y, por consiguiente, su afianzamiento.
Probablemente es en torno a los diez años cuando puede
hablarse de una real tartamudez (Dinville, 1997), aunque el inicio
de la misma tenga lugar antes de los nueve años, se desarrolle de
manera gradual y con marcadas oscilaciones (Perelló, 1995). Es
entonces cuando la tensión muscular, los bloqueos pronunciados,
las alteraciones respiratorias, etc. afloran de forma evidente. La
persistencia y el asentamiento de estas características en el habla
del niño, por razones muy diversas, serán las responsables de que
se implante el tartamudeo. Puede ser dificultoso, sin embargo, di-
ferenciar entre lo que sería un tartamudeo fisológico, una inci-
piente tartamudez y ciertas disfluencias en el habla cotidiana de
un niño.
Es difícil, no obstante, que una persona que no se considera
tartamuda lo sea, incluso aunque a veces tartamudee o se “encas-
quille”. No siempre es fácil delimitar la frontera entre un habla
fluente y una disfluente; su límite es difuso. La categorización o
etiquetaje de un habla tartamuda reside fundamentalmente en la
reiteración de sílabas o sonidos en la producción de una palabra,
así como en sus posibles prolongaciones, mientras que las inclu-
siones entre palabras no suelen ser consideradas como tal. Para
que un habla pueda considerarse como disfémica o con tendencia
a serlo ha de reunir los siguientes criterios (Zebrowski, 1987):
Jl)
1) La producción de tres o más disfluencias dentro de la
palabra (por ejemplo, repeticiones de sonido o sílaba y
prolongaciones de sonidos) por cada 100 palabras de la
conversación, y
2) Cuando en el ambiente del sujeto la gente expresa su
preocupación sobre si el sujeto es o no disfémico.
De ahí que acertadamente algunos autores consideren ne-
cesario diferenciar entre la acción de tartamudear y el ser una
persona tartamuda (Bloodstein, 1981; Conture, 1982; Perelló,
1995; Santacreu y Froján, 1993). Una persona se considera tar-
tamuda cuando no sabe hablar más que utilizando un patrón de
habla tartamuda, mientras que la persona que tartamudea es
aquella que, en ocasiones, comete algunos errores típicos de la
tartamudez, pero puede hablar correctamente si se lo propone.
Ambas conductas no son fácilmente diferenciables, siendo la
propia incapacidad para hablar correctamente el factor determi-
nante que nos permite diagnosticar al sujeto tartamudo (Santa-
creu y Froján, 1993). Un habla puede ser calificada de fluente
(habla normal) si no presenta más de un 5 % de disfluencias
entre las palabras y menos de un 1 % de disfluencias en el inte-
rior de las palabras (Yairi, 1982).
Cierto que la persona que tartamudea puede predecir con
acierto las palabras o vocablos responsables de acentuar este tras-
torno, sin que por ello dejen de observarse, con regularidad, algu-
nas constantes en el tartamudeo. Las aportaciones de distintos
autores (Quarrington, 1955; Taylor, 1966 y Heese, 1967) permiten
a Fiedler y Standop (1991, 22-23) subrayar los siguientes datos:
— El tartamudeo es mayor en la primera o primeras pala-
bras de una frase que en las últimas. Las primeras letras
de una palabra están más alteradas que las demás.
— Los síntomas del tartamudeo se manifiestan principal-
mente en los vocablos gramaticalmente importantes
(sustantivos, adjetivos, verbos y adverbios).
— Los hablantes tartamudos perciben una mayor dificul-
tad en la articulación de las consonantes que en las vo-
cales.
— El tartamudeo es mayor en las palabras largas que en las
cortas.
S8
Se recogen a continuación una serie de características míni-
mas generadoras de un habla disfémica, con el fin de poder dis-
cernir entre lo que serían errores normales en el desarrollo del
lenguaje infantil y aquellos otros admitidos como signos de alerta
en el habla del sujeto:
— Esfuerzo articulatorio en la pronunciación de la palabra.
— Tensión muscular en la producción del lenguaje.
— Bloqueos y/o interrupciones discursivas más o menos
bruscas.
— Persistente reiteración de las manifestaciones.
— Prolongaciones de sonidos y fragmentaciones reiteradas
en las palabras.
— Sentimientos de ansiedad, angustia y evitación de los in-
tercambios comunicativos.
Destacar, por último, que todo proceso evaluador necesita
su tiempo para analizar acertadamente el problema evaluado. In-
vertir tiempo en evaluar un trastorno no debe interpretarse como
una pérdida del mismo, sino como una actuación necesaria y co-
herente, e imprescindible para el diseño de una intervención fun-
damentada. No puede ignorarse que el éxito o fracaso de muchas
acciones terapéuticas depende de lo acertada o desacertada que
haya sido la evaluación; de ahí los peligros desestabilizadores que
amenazan al proceso evaluador (Gallego, 1999).
59
desde una perspectiva más global, pudiéndose articular, en este
sentido, en torno al siguiente esquema:
* Análisis de las repercusiones en el lenguaje:
— Bloqueos.
— Interrupciones.
— Alteraciones prosódicas.
— Dificultades léxico-pragmáticas.
* Análisis de las repercusiones en los elementos básicos del
habla:
— Fonación.
— Respiración.
— Fonoarticulación.
* Análisis de los posibles síntomas asociados:
— Tensión muscular.
— Sincinesias corporales.
* Análisis de la estimación personal e influencias ambien-
tales:
— Importancia de la fluidez verbal para el sujeto.
— Valoración personal de la tartamudez.
— Valoración social de la tartamudez.
— Valoración de las situaciones más conflictivas para el
sujeto.
— Valoración de los antecedentes personales y fami-
liares.
La evaluación ideal de la tartamudez debe incluir, según
Conture (1990), cuatro componentes, sin ningún tipo de relación
jerárquica entre ellos:
1) En principio, una extensa valoración por parte del suje-
to, de los padres, del profesor, del médico, a fin de iden-
tificar las manifestaciones más básicas del problema y la
historia del trastorno.
2) Una entrevista con el sujeto, relacionándola si es posible
con la historia del problema.
3) Estandarizar y no estandarizar la valoración y la evalua-
ción de la comunicación y de las habilidades relatadas.
4) Preparación de un documento escrito con los descubri-
mientos e interpretaciones realizadas a partir de la valo-
ración hecha.
60
Se trata, pues, de una evaluación holística de los síntomas
del trastorno, que pretende analizar todas las variables o factores
considerados, en principio, responsables de los errores de fluidez
en el habla de un sujeto y de las manifestaciones corporales con-
comitantes. Por ello, además de los niveles de lenguaje, deben ser
tenidas en cuenta las variables situacionales, ambientales, cogni-
tivas, personales, fisiológicas, etc., las cuales van a propiciar un
conocimiento más acertado del trastorno.
Una evaluación tan completa y global como la que se pro-
pone debe recabar información, al menos, en tres situaciones con-
cretas (Zebrowski, 1987):
— Del habla espontánea del niño.
— De su entorno familiar.
— Del niño y de la familia conjuntamente.
61
Otra de las características que manifiestan los niños de ha-
bla tartamuda es que las disfluencias tienden a reproducirse en las
mismas palabras, sílabas o sonidos. Un análisis y valoración de la
consistencia de dichas disfluencias permiten al logoterapeuta
apreciar la posible cronicidad del problema. Zebrowski subraya
la dificultad de la tarea en niños pequeños y señala que la evalua-
ción adecuada de la consistencia exige al niño la repetición de
frases O sentencias por lo menos tres veces en sucesión.
Pero la valoración de la disfemia en el niño no concluye
aquí. También es necesario conocer, para valorar acertadamente
el problema, el nivel de comprensión lingúística alcanzado por el
niño, con el fin de poder discernir cuándo estamos ante situacio-
nes de evitación de determinados términos y cuándo estamos ante
niños con problemas de lenguaje, independientes de los proble-
mas de fluidez verbal. En todos estos casos corresponde al logote-
rapeuta diferenciar entre posibles bloqueos, interrupciones, vaci-
laciones, pausas, etc. bien debidas a problemas de lenguaje, bien a
dificultades para encontrar la palabra adecuada en el momento
oportuno, o bien a dificultades inherentes al propio trastorno
como consecuencia de actitudes de resistencia o evitación del
niño ante la producción de ciertos sonidos, sílabas o palabras.
Además de las acciones señaladas, el logoterapeuta debe
registrar también el número y tipo de errores articulatorios que el
niño comete, así como cualquier desajuste fonológico. Finalmen-
te el evaluador completará la recogida de datos de ámbito lin-
gúístico con aquellos síntomas o signos que puedan advertirse en
relación con el equilibrio, la coordinación, la respiración, los mo-
vimientos corporales, etc. Todos ellos permiten hacer una des-
cripción personalizada del trastorno con vistas al diseño de la te-
rapia.
62
El logoterapeuta no puede conformarse con la información
del lenguaje que ha obtenido durante la exploración del niño. Éste
pertenece a una familia y se desarrolla en un determinado contexto
sociolingúístico, cultural y escolar que condiciona su personali-
dad. El niño es un ser en evolución que está conformando su per-
sonalidad y su lenguaje, a través de las interacciones con su entor-
no; un entorno, en el que la familia desempeña un papel crucial, por
cuanto en estas relaciones pueden observarse actitudes muy diver-
sas (afectividad, autoritarismo, indiferencia, sobreprotección,
abandono, permisividad...), las cuales influyen decisivamente no
sólo en la construcción de la personalidad del niño, sino en la or-
ganización y producción de su lenguaje.
En suma, para comprender el habla disfémica de un sujeto
no podemos omitir las informaciones de su familia. Tal vez la
tartamudez sea el trastorno que pueda provocar las reacciones
más diversas en los padres del niño. La comprensión del proble-
ma por la familia, el posible nerviosismo que pueda acarrearles,
las actitudes que puedan asumir y los comportamientos que pue-
dan adoptar, son aspectos claves para conocer e interpretar acerta-
damente las características del habla tartamuda del niño. Es aquí
donde pudieran estar las causas tanto del inicio como del desarro-
llo y afianzamiento del trastorno. Y tampoco podemos olvidar
que los padres serán, cuando menos, los coterapeutas imprescin-
dibles en la terapia. La Tabla V recoge los principales puntos de la
entrevista con los padres.
63
Datos obtenidos conjuntamente de la familia y del propio
sujeto
64
El análisis de un habla con disfluencias ha de plantearse,
como ya se ha señalado, de un modo global, holístico y no ceñirse
con exclusividad a constatar el tipo de disfluencias, su frecuencia
y duración. Habrá de considerar el contexto social y valorar el
comportamiento lingúístico del sujeto en situaciones de interac-
ción comunicativa. Este proceso de evaluación global que propo-
nemos debe obtener datos que den respuesta a las siguientes pre-
guntas (Stournaras, 1987):
a) ¿Cuáles son los componentes que tienen o han tenido
una especial importancia en este caso?
b) ¿Qué grado de contribución juega cada uno de los com-
ponentes en el inicio, desarrollo y afianzamiento del
trastorno?
c) ¿De qué tipo de trastorno de la tartamudez estamos ha-
blando?
d) ¿Qué grado de motivación se advierte en el sujeto y en
su entorno hacia la terapia?
e) ¿Qué estabilidad emocional tiene el sujeto y cuál es su
disposición para trabajar de forma sistemática?
La total comprensión del problema de la tartamudez, cuan-
do su objetivo es la rehabilitación, exige conocer y evaluar la se-
veridad, tipo y peculiaridades del trastorno, la frecuencia e inten-
sidad de los errores que el niño comete al hablar, así como las
respuestas cognitivas y psicofisiológicas producidas, y las situa-
ciones estimulares en las que aparece el problema. La Tabla VI
resume el conjunto de variables a tener en cuenta a la hora de
evaluar el trastorno.
Variables fisiológicas:
1.1. Respiración.
1.2. Tensión muscular.
Variables relativas a la propia dicción.
Variables cognitivas:
3.1. Expectativas de tartamudeo.
3.2. Evaluación de la situación.
65
La valoración de la falta de fluidez de los sujetos disfémi-
cos permite conocer la gravedad del problema y sus repercusio-
nes (ver Apéndices I, II, IM y IV al final del libro) y se puede
efectuar, después de obtener una muestra significativa de habla,
de varias formas:
a) Contabilizando el número de errores emitidos: repeti-
ciones de sonidos, sílabas, palabras o frases; interjeccio-
nes; prolongaciones de sonidos; silencios; etc.
b) Mediante el recuento de palabras (o sílabas) por minuto
o de palabras (o sílabas) tartamudeadas por cada cien
emitidas.
c) Combinando las dos modalidades anteriores se pueden
evaluar las dificultades del habla, agrupándolas en dos
tipos de disfluencias: por inserción de sílabas (repeticio-
nes, revisiones de palabras e interjecciones) y por omi-
sión (pausas y prolongaciones de sílabas).
La evaluación de las variables psicofisiológicas nos aporta-
rá datos relevantes sobre el grado de tensión muscular y la idonei-
dad de la respiración del sujeto. La tensión muscular atenaza la
musculatura facial y laríngea, genera una incoordinación en el
funcionamiento de los músculos que intervienen en la articula-
ción del lenguaje y altera la dicción del hablante. Quienes presen-
tan el trastorno suelen manifestar, además, una incoordinación
respiratoria, que empeora su habla, por una extraña ejecución de
la respiración, tanto en la fase de inspiración como en la de espira-
ción. (En síntesis, la inspiración es un proceso activo en el que
“metemos” aire en los pulmones mediante la contracción de los
músculos respiratorios. La espiración, por el contrario, es un pro-
ceso pasivo en el que los músculos respiratorios se relajan, la ca-
vidad torácica disminuye de volumen y el aire se “escapa pasiva-
mente”). Ese inhabitual ritmo respiratorio en los hablantes tarta-
mudos se acompaña de espasmos musculares con frecuencia, lo
cual acentúa la dificultad de las emisiones verbales.
Finalmente se evaluarán las variables cognitivas, rela-
cionadas con las creencias o expectativas que el hablante tiene
sobre:
— La tartamudez en general y la suya propia en particular,
así como su tratamiento.
66
— Las creencias sobre el porqué de la tartamudez y la im-
portancia que conceden al habla fluida.
— La opinión que el sujeto tiene acerca de lo que significa
un habla fluida.
— Las ideas que tienen sobre la tartamudez las personas
del entorno del sujeto.
La autoevaluación, siempre que sea posible, es una estrate-
gla útil para la obtención de información acerca de: a) las repercu-
siones que el trastorno tiene en la vida cotidiana y académica del
alumno, b) las reacciones y emociones que le produce, c) los re-
cursos que utiliza para compensar el problema y su grado de efec-
tividad. Estas informaciones pueden compararse con los datos
obtenidos en otras evaluaciones, contribuyendo conjuntamente a
propiciar nuevas estrategias de intervención más eficaces para
aminorar y/o atajar el trastorno.
Con la autoevaluación se pretende que el hablante observe
sus propias manifestaciones y se implique activamente en la solu-
ción de su problema. No es infrecuente advertir cómo estas accio-
nes (autoobservación y autorregistro) tienen, en ocasiones, un
efecto terapéutico en adolescentes y/o jóvenes; el hecho de tener
que observar una conducta propia (tartamudeo y/o efectos conco-
mitantes) puede ser un factor clave que propicie una modificación
(en positivo) de la misma. El desarrollo de habilidades de autoob-
servación y autorregistro son procedimientos encaminados a lo-
grar un autocontrol en el sujeto. Los efectos de estos cambios, sin
embargo, suelen ser transitorios-y de corta duración. Algunos cri-
terios pueden resultar útiles para cumplimentar un autorregistro
(ver Apéndice V):
— Asegurarse de que el niño es capaz de ejecutar la tarea.
— Registrar el tartamudeo (o manifestación concomitante)
inmediatamente después de producirse.
— Utilizar un sistema de registro sencillo y funcional.
— Revisar periódicamente los registros efectuados.
—- Analizar comparativamente los registros realizados por
el sujeto (también los efectuados por los padres, profe-
sores, etc.) y el logoterapeuta.
Además, deben ser tenidas en cuenta las situaciones socia-
les (variables situaciones) más problemáticas, así como la exis-
67
tencia de elementos que incrementen la ansiedad del sujeto.
Cuando el niño es pequeño, es especialmente relevante conocer
cuál es la actitud de los padres y qué comportamientos mantie-
nen; de sus actitudes exigentes (presión sobre el habla del
niño), podría derivarse un mantenimiento de los trastornos en el
habla (Rustin, 1987). También conviene conocer las estrategias
que el sujeto utiliza de forma espontánea para producir un habla
fluida.
En definitiva, el diseño de un plan de evaluación acerca del
tartamudeo en niños y adolescentes/jóvenes ha de plantearse des-
de una perspectiva global, en la que sean objeto de análisis y
valoración, además de las variables señaladas, aspectos tales
como:
— Cuáles son las vivencias del niño cuando afloran los blo-
queos, etc.
— Qué autoimagen y autoconcepto tiene el niño de sí mis-
mo.
— Cómo repercute el trastorno en su entorno más próximo.
— Cuáles son las causas principales del trastorno y cuáles
los factores que contribuyen a su mantenimiento.
— Á qué mecanismos recurre el niño para ver facilitada su
comunicación.
— Cuál es la evolución que ha seguido el trastorno.
— Qué pronóstico se estima.
La evaluación debe superar la simple identificación o eti-
quetado del trastorno lingúístico para procurar una comprensión
global de la perturbación. Pudiera ser relativamente sencillo iden-
tificar disfluencias en el habla de un niño, pero controlar y anali-
zar todas las manifestaciones (lingúísticas y no lingúísticas) que
la tartamudez conlleva es una cuestión más compleja. El objetivo
de la evaluación en estos casos es determinar si el habla de un
sujeto está alterada —puede ser considerada tartamuda—, por qué y
en qué grado.
En síntesis, de acuerdo con lo que se ha señalado, de forma
resumida y de manera explícita, los contenidos de la evaluación de
la tartamudez podrían concretarse en los siguientes (Luciano y
cols., 1996, 414):
68
. Pruebas psicométricas que permitan identificar y conta-
bilizar los errores de fluidez en el habla (Ollendick y
Matson, 1983; Santacreu, 1991).
. Medidas de variables fisiológicas como la tensión elec-
tromiográfica en diferentes músculos, cambios en la res-
piración, medidas en silencio y vocalizando palabras
sueltas al leer y al hablar; y medidas para determinar el
grado de tensión/distensión muscular (Santacreu, 1991;
Santacreu y Froján, 1993).
. Medidas de habla no funcional en registros y autorregis-
tros ante diferentes tareas (leer, hablar, con grabaciones
en magnetófono o en video) para detectar el número de
repeticiones de sílabas, palabras o frases; el número de
bloqueos a principio, mitad o final de palabra; las pausas
desmedidas; el porcentaje de sílabas o palabras repeti-
das; y la tasa de palabras fluidas por minuto (Gallardo y
Gallego, 1995; Ollendick y Matson, 1983; Santacreu,
1991; Santacreu y Froján, 1993; Wagaman, Miltenber-
ger y Arndorfer, 1993).
. Medidas de las circunstancias (situaciones y estímulos)
en las que se producen las respuestas de tartamudeo (por
ejemplo, en el teléfono, con ciertas personas, palabras
específicas, etc.), las respuestas de tensión y el habla
funcional (Gallardo y Gallego, 1995; Santacreu, 1991;
Santacreu y Froján, 1993; Wagaman, Miltenberger y
Arndorfer, 1993).
. Datos sobre aspectos Generales como timidez, falta de
rendimiento escolar, motivación para el tratamiento, pa-
trones de habla que inciden en la tartamudez (cuchicheo,
silabeo, habla rítmica...), actitudes y conocimientos del
sujeto y de quienes le rodean acerca de la tartamudez y
el habla, historia del problema (por ejemplo, circunstan-
cias en las que se recuerda que se inició el tartamudeo, la
actitud y reacciones de las personas de su entorno ante el
problema, antecedentes familiares, posibles tratamien-
tos anteriores...) y, por último, los efectos de la disfun-
ción o las limitaciones que genera ese habla en el desa-
rrollo del niño (Gallardo y Gallego, 1995; Santacreu,
1991; Santacreu y Froján, 1993).
69
ESTRATEGIAS, FUENTES Y AGENTES PARA LA OB-
TENCIÓN DE DATOS
70
neo se pretende analizar las manifestaciones lingúísticas de un
sujeto, que se producen en situaciones de comunicación espontá-
nea, naturales (juegos, conversaciones...), tanto en las relaciones
entre iguales como en las interacciones con los adultos. El uso de
la conversación como estrategia nos permite obtener datos verba-
les, no verbales y contextuales. La evaluación de las observacio-
nes deberá realizarse tanto desde una perspectiva cuantitativa
(producto) como cualitativa (proceso), lo que permite una mayor
aproximación al lenguaje explorado. Conviene no olvidar que el
habla espontánea suele aumentar el grado de complejidad, aun-
que también sea el mejor modo de comprobar los efectos que un
determinado tratamiento haya podido ejercer.
El lenguaje dirigido pretende analizar las habilidades lin-
gúísticas del sujeto según las consignas impuestas por el evalua-
dor, tanto en la elaboración y transmisión de mensajes como en la
recepción y comprensión de los mismos (aunque este aspecto no
sea relevante en estos casos). Recordemos que la tartamudez se
acentúa y persiste con mayor intensidad cuando el sujeto ha de
contestar a las preguntas que se le hacen o en el transcurso de una
conversación. La utilización de la producción verbal provocada,
como recurso didáctico para la obtención de datos, facilita igual-
mente la doble vertiente de análisis (producto versus proceso lin-
gúístico). Entre las tareas a realizar, desde esta perspectiva, se se-
ñalan: la lectura de imágenes, el comentario de dibujos, la expli-
cación de historias...
Finalmente, a través de las actividades de lectura también
podemos recabar datos importantes de expresión y fluidez verbal
en el lenguaje de un alumno. Por medio de esta estrategia es posi-
ble obtener informaciones valiosas sobre las características del
habla de una determinada persona. Hemos de tener en cuenta, sin
embargo, que las actividades de lectura delatan mucho menos el
tartamudeo que lo hace la conversación espontánea, aunque,
como señala Perelló (1995), ciertas personas tartamudean con
mayor intensidad cuando leen, especialmente los que sufren una
lalofobia (temor a hablar) pronunciada y cuando la lectura tiene
lugar ante varios auditores. Las tareas de lectura permiten al logo-
terapeuta registrar con mayor precisión los síntomas del trastor-
no: frecuencia del tartamudeo, duración del mismo, número de
71
palabras emitidas, tiempo de ausencia de errores, palabras o fone-
mas que incitan al tartamudeo, modo de tartamudear, etc. La com-
probación de estos síntomas puede efectuarse recurriendo a mo-
dalidades de lectura diferentes (lectura rítmica, lectura en susurro,
lectura simultánea...).
La combinación de los procedimientos descritos nos pro-
porcionan una información más completa y precisa de la capaci-
dad expresiva del sujeto y de las posibles conductas asociadas a
las disfluencias, como los movimientos faciales, corporales, etc.
Estas pruebas de lenguaje para la evaluación de la tartamu-
dez se registrarán preferentemente en vídeo, a fin de poder anali-
zar objetivamente y con posterioridad los aspectos más significa-
tivos del habla tartamuda del sujeto y las manifestaciones no lin-
gúísticas y contextuales en las que el tartamudeo se presenta.
Como es lógico, no existe un método único para registrar las ob-
servaciones hechas del lenguaje de un sujeto y las situaciones co-
municativas en las que éste participa. Las preferencias del logote-
rapeuta determinan la validez e idoneidad de dichos registros.
Pero es importante optar por un modelo de registro en el que se
puedan recoger las peculiaridades típicas del habla y del lenguaje
de una persona y de sus contextos comunicativos. Por ejemplo,
¿con quién habla preferentemente el niño?, ¿cuándo suele hacer-
lo?, ¿cómo usa el lenguaje?, ¿qué dificultades se observan?, ¿de
qué tipo son?, ¿el niño se muestra tranquilo?, ¿en qué situacio-
NES eto:
En definitiva, se trata de constatar cuáles son las dificulta-
des que presenta el habla de un sujeto, qué perturbaciones se ad-
vierten en su expresión y cuáles son los trastornos que entorpecen
su comunicación. Para ello es necesario obtener un corpus lin-
gúístico suficiente (el tamaño de la muestra varía según los ca-
SOS), que sea representativo del habla del sujeto. El análisis por-
menorizado del lenguaje verbal de un alumno permitirá determi-
nar con precisión el tipo de trastorno, si lo hubiere, diferenciando
entre retrasos de lenguaje (pobreza léxica, déficits en la Organiza-
ción del lenguaje...), dificultades en la articulación (trastornos en
la producción de los fonemas, alteraciones en la pronunciación de
los sinfones...) y faltas en la fluidez del discurso (pausas inade-
cuadas, repeticiones de sonidos, etc.). Se apreciarán, asimismo,
ge
otras posibles manifestaciones asociadas al tartamudeo. Todo ello
con el fin de identificar las peculiaridades específicas del trastor-
no para diseñar una adecuada intervención terapéutica.
La coexistencia de la tartamudez con ciertos retrasos o alte-
raciones de lenguaje es una hipótesis verosímil, pues algunos ni-
ños con trastornos de lenguaje suelen presentar más disfluencias
o vacilaciones en sus mensajes que aquellos otros que no mani-
fiestan ningún tipo de trastorno lingúístico, aunque no podemos
ignorar que no son lo mismo las disfluencias que se advierten en
un habla tartamuda que aquellas que se producen en relación con
la existencia de fallas en los procesos de lenguaje o por pobreza
semántica. Lo que no parece cuestionable es que el sujeto de ha-
bla disfluente presentará mayores dificultades para producir las
estructuras morfosintácticas de su lengua que el sujeto con un pa-
trón de habla normalizada.
Delimitado el trastorno concreto (en nuestro caso, la tarta-
mudez), procede identificar con exactitud las características que
delimitan el mismo para obrar en consecuencia. Los principales
agentes de información serían: a) el propio niño, b) su familia c)
el profesor y d) el logoterapeuta.
Hemos de abogar siempre por un sistema de evaluación
pluridimensional, efectuada en contextos de colaboración entre el
logoterapeuta, la familia del niño, los profesores y el propio alum-
no (si ello es posible) para identificar las manifestaciones del pro-
blema y su misma dinámica. Esta colaboración es tanto más efi-
caz cuando la participación e implicación se realiza a partir de
ciertos criterios:
— Teniendo claro los objetivos que se pretenden.
— De forma voluntaria e interesada.
— A partir de unos acuerdos previos.
— En el máximo respeto y comprensión de las actuacio-
nes.
La valoración global de la tartamudez (ver Apéndices VI y
VIT) mediante el análisis pormenorizado de los datos obtenidos, a
través de diversas fuentes y agentes y por medio de estrategias
múltiples, proporciona las informaciones necesarias para diseñar
un programa de intervención personalizado. Con la recogida de
todos estos datos, el logoterapeuta puede establecer un diagnósti-
TE
— Frecuencia del tartamudeo.
— Intensidad de las disfluencias.
— N* de palabras que tartamudea por minuto (en lectu-
ra, en lenguaje conversacional, en lenguaje dirigido).
— Tipo de tartamudeo.
1. Datos obtenidos — Contexto del tartamudeo (situaciones, personas, te-
por el logoterapeuta mas de conversación).
— Conductas no verbales percibidas.
— Características específicas del tartamudeo (pausas,
repeticiones, bloqueos...).
— Pronóstico.
— Otros.
74
co muy ajustado del trastorno en cuanto a sus características indi-
viduales. Varios de estos síntomas, sin embargo, hemos de adver-
tir que son comunes a otros trastornos de lenguaje e incluso algu-
nos de ellos se observan en personas con hablas consideradas
fluentes (“normales”). Pero lo que se quiere destacar es que el
conjunto de estas señales tienen una frecuencia muy superior en
las personas de habla tartamuda.
Todos estos datos nos permiten elaborar una Historia Perso-
nal del sujeto, en la que se recoge cuantos aspectos puedan ser
útiles para diseñar el programa de intervención: aparición del tras-
torno, evolución del mismo, situación actual de la tartamudez...
La identificación temprana del tartamudeo infantil y de sus
peculiaridades resulta, como ocurre con el resto de los trastornos
del lenguaje, esencial pues, en gran medida, predispone a una
situación exitosa con el tratamiento. Subrayan Fiedler y Standop
(1991) que la edad del tartamudo y la duración del mismo ejercen
una influencia notable sobre el resultado de la intervención y el
porcentaje de las recaídas.
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5, INTERVENCIÓN DE LA TARTAMUDEZ
CONSIDERACIONES PREVIAS
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ten en el habla de los sujetos por las causas más inesperadas. Esto
se observa de forma especial en el habla del sujeto disfémico
cuando se la analiza en diferentes contextos: en el lugar de la re-
habilitación, en la vida cotidiana, en conversación con una perso-
na conocida/desconocida, etc. Esta resistencia, rebeldía a la reha-
bilitación, es tal vez la que ha llevado a algunos autores a señalar,
no sin cierta ironía, que “la disfemia es la desesperación del médi-
co, la oportunidad de los charlatanes y la vergúenza de la fonia-
tría” (Perelló, 1987, 22).
Los alumnos que manifiestan este trastorno presentan una
disfunción en sus relaciones personales que inhibe su comunica-
ción, por lo que el tratamiento, además de atender a los síntomas
del problema, se centrará en “aquello” que impide al sujeto comu-
nicarse de forma fluida.
La diversidad de factores que pueden generar un habla dis-
fémica aconsejan abordar su tratamiento desde una perspectiva
multidimensional, sirviéndonos de diferentes técnicas (Fiedler y
Standop, 1991; Santacreu y Froján, 1993; Santacreu y Fernández
Zúñiga, 1994), enfoques terapéuticos (Van Riper, 1973) y proce-
dimientos didácticos (Simon, 1997). Pero, como es lógico, cada
profesional, cada logoterapeuta, ante cualquier patología lingúís-
tica, la analiza, interpreta y actúa de acuerdo con su formación
previa, diseñando un plan de intervención personalizado, pero
enmarcado en sus propios conocimientos y preferencias.
Son muchas las pautas y orientaciones que se han dado para
mejorar estas disfluencias en el habla. Lo cierto es que los am-
bientes tranquilos, el reposo suficiente, la alimentación sana... la
mayoría de las veces no tienen los efectos deseados y chocan con
la improbabilidad de su eficacia.
Obvio es decir que la intervención en una patología lingiís-
tica difícilmente puede abordarse sin tener como referencia algún
modelo teórico. Cada disciplina ha establecido su propio modelo
para utilizar en la investigación e intervención sobre las dificulta-
des del lenguaje. Pero, de acuerdo con Crystal (1983), es posible
reagrupar los distintos modelos propuestos en dos categorías
principales. Una de ellas estaría inspirada en los principios y
prácticas de la ciencia médica o de sus disciplinas (anatomía, neu-
rología), a la que podemos denominar como “modelo médico”.
78
La otra surgiría a partir de las ciencias de la conducta (la Psicolo-
gía y la Lingúística, en concreto) y se denomina “modelo conduc-
tual”. Ambos modelos, subraya el autor, no están normalmente en
conflicto, sino que se complementan mutuamente. Las dos orien-
taciones señaladas han prevalecido a la hora de afrontar el trata-
miento de los problemas del lenguaje en general.
Desde la perspectiva o enfoque médico (clínico), la disfe-
mia estaría considerada como una enfermedad. El modelo médico
(clínico) intenta explicar, clasificar la dificultad lingúística como
si de una dificultad orgánica se tratase, enfatizando sus causas. La
intervención, para este modelo, ha de centrarse en las causas y en
los síntomas del trastorno.
Este modelo proporciona, en ocasiones, un cuerpo de cono-
cimientos de gran utilidad para poder analizar el trastorno. Según
este modelo, el objetivo de la intervención consistiría en atajar los
síntomas a base de tranquilizantes, sedantes, vitaminas...). Mani-
festaciones como la ansiedad, el nerviosismo, la excitación... po-
drían combatirse con el uso de los fármacos.
El modelo “conductual” no debe confundirse con una línea
de pensamiento concreta (conductismo, modificación de conduc-
ta...), sino que ha de entenderse como una expresión en sentido
amplio, genérico, que permite englobar a la Sociología, Lingúísti-
ca, Psico-pedagogía... El modelo conductual trata de describir y
analizar la conducta lingúística alterada, comparándola con la
normal, con la intención de diseñar un programa de intervención
que permita acercar la conducta anómala a los patrones normali-
zados de lenguaje. Desde esta perspectiva, la intervención del
trastorno conllevaría una serie de pasos interdependientes:
1. Descripción y análisis de la conducta lingúística.
2. Clasificación de la conducta como parte del proceso de
diagnóstico diferencial.
3. Evaluación de dicha conducta (disfunción entre conduc-
ta anormal vs. conducta normal).
4. Formulación de hipótesis para el tratamiento.
5. Evaluación del resultado de éstas, a la vista de los efec-
tos obtenidos.
Esta metodología centra todos sus esfuerzos en atender a
los componentes básicos del habla, para facilitar los mensajes
TE
(respiración, fonoarticulación y prosodia). Desde el enfoque
“conductual” (logopédico), las actividades propuestas han tenido
como elemento vehicular la relajación y se ha servido de diferen-
tes técnicas terapéuticas (empleo del gesto al hablar, emisión de
soplo, habla rítmica, reforzamiento positivo, terapias cognitivas,
ensordecimiento del habla, etc.). “Desde el clásico método de Gu-
tzmann hasta las terapias de modificación de conducta, pasando
por un gran número de técnicas logopédicas, muchas todavía al
uso se apoyan en el mejoramiento de estos tres pilares de la emi-
sión del habla” (Málaga, 1987, 17).
En todos los casos, el problema de la elección de un modelo
teórico sobre el que construir un programa de intervención en el
marco escolar ha de enfocarse desde la perspectiva de la comple-
mentariedad de los modelos, técnicas y procedimientos terapéuti-
cos. Los modelos de los problemas del lenguaje, no obstante, tie-
nen encomendadas cuatro funciones básicas: a) proporcionan una
representación inteligible de una teoría; b) generan hipótesis sus-
ceptibles de comprobación; c) nos facilitan conocimientos de
nuestro campo de estudio; d) tienden a hacernos pensar de un
modo fijo (Crystal, 1983, 34).
Siempre hay que admitir pronósticos inciertos con respecto
a la evolución del trastorno, y cabría hablar más de una mejoría o
alivio del tartamudeo que de su total rehabilitación, aunque en las
disfemias infantiles los resultados son cada vez más alentadores.
Es conveniente, por tanto y en principio, diferenciar entre el gru-
po-niños con disfluencias en el habla y el grupo de adolescentes-
jóvenes con un patrón de habla tartamuda. El primer grupo reque-
rirá un tipo de atención más global (familia preferentemente y
niño), mientras que el segundo reclamará un tipo de atención más
personalizada.
La decisión sobre el inicio de una intervención terapéutica
puede apoyarse en dos criterios referentes (Conture, 1990):
1. La presencia de prolongaciones de sonidos que constitu-
yan más del 25% de las disfluencias producidas por el
niño en una muestra de 100 palabras.
2. Los accesos de repetición de sonidos o de sílabas, o de
prolongación de algún sonido en la primera sílaba, sea
cual sea la longitud de la palabra.
80
En general, como ya se ha apuntado, suele hablarse de tra-
tamientos farmacológicos en base a tranquilizantes, sedantes,
etc., tratamientos de psicoterapia y logopédicos, que podemos en-
contrar en la literatura especializada (Crystal, 1983; Dinville,
1997; Dinville y Gaches, 1989; Friedman, 1990; Goldsmit, 1985;
Hébert, 1991; Irwin, 1983 y 1994; Jorquera, 1987; Perelló, 1990;
Pichon y Borel-Maisonny, 1979; Sangorrín, 1990; Santacreu y
Fernández Zúñiga, 1994; Santacreu y Froján, 1993; Simon, 1997;
Starkweather, 1990; Van Riper, 1973...) pero parece evidente que
la intervención depende más del profesional que la realiza que de
los síntomas o signos que el trastorno ofrece. La aplicación de
cualquier tratamiento debe necesariamente, sin embargo, ser es-
tudiada y planteada de forma personalizada, huyendo de cual-
quier tipo de generalización.
En ningún caso los tratamientos apuntados deben entenderse
como intervenciones excluyentes entre sí sino más bien como ac-
tuaciones complementarias, que deberían combinarse en función
del patrón de habla tartamuda que se pretende rehabilitar, y siempre
de forma individualizada, a partir de la valoración y análisis dete-
nido del corpus lingúístico obtenido y de las características interin-
dividuales. Pero no es fácil encontrar el profesional idóneo, máxi-
me cuando, como indica Hébert (1991), el profesional ideal sería
aquel que tuviese un sólido conocimiento de todos los aspectos
anatómicos, neurológicos, fisiológicos, lingúísticos y psicolin-
gúísticos de la organización de la palabra, además de una adecuada
formación en psicología evolutiva y en psicoterapia.
La atención a las hablas disfémicas permite sugerir inicial-
mente un modus operandi diversificado, en función de la edad del
sujeto y de la frecuencia e intensidad del tartamudeo. No es lo
mismo intervenir en un tartamudeo infantil que una disfemia en
sujetos de más edad. Y ello por varias razones:
a) Los niños generalmente no nos cuentan “su problema”.
Nuestro interlocutor son sus padres o incluso su profesor.
b) El joven/adolescente es quien nos cuenta sus aventuras/
desventuras del trastorno.
c) La intervención en niños suele ser global (familia y niño).
d) La intervención en adolescentes y jóvenes suele tener un
carácter más personal.
81
Como ya se ha señalado con anterioridad, la primera fase
de toda intervención es la valoración diagnóstica de la persona
con disfluencias en su habla. Dos interrogantes demandan res-
puesta:
1) ¿Es verdaderamente tartamudo el hablante?
2) ¿Cómo atajar la disfemia?
Las respuestas a estos dos interrogantes no son únicas. De
hecho a la hora de catalogar un habla como tartamuda no siempre
existe coincidencia. Y mucho menos se aprecia en cuanto a las
posibles estrategias a adoptar en el caso en el que se admita como
cierta esa premisa. En estos casos sí que podrá ofrecerse como
respuesta válida un riguroso ¡depende! Y ¿de quién? De las cir-
cunstancias que rodean al niño y de su misma personalidad.
Para la consideración de un habla disfémica ya se han ofre-
cido ciertos criterios y se han aportado algunas definiciones, según
los distintos autores. Sin embargo, no siempre es fácil poner una
etiqueta. Nos encontramos ante un grupo de hablantes que mani-
fiestan ciertas tendencias o inclinaciones que les convierten en
“posibles” sujetos con desórdenes en la fluidez verbal y, en conse-
cuencia, precisan de una observación rigurosa antes de optar por
una intervención sistemática. La precipitación o anticipación de la
terapia puede generar efectos contrarios a los deseados. Puede ser
más fructífero evitar una concienciación del problema en el sujeto
que la intervención rigurosa del trastorno, con anterioridad a que
éste haya demostrado su severidad.
Pero si resulta evidente que los niños con este problema
deben cambiar ciertas actitudes, comportamientos, etc, no es me-
nos cierto que los padres también pueden ayudar mucho para con-
seguir un habla fluida en sus hijos. De ahí, que la acción del logo-
terapeuta sea doble:
a) Acciones dirigidas a la familia. La comunicación con la
familia puede ser la base de la terapia.
b) Acciones dirigidas al propio niño.
Esta doble diferenciación en el tratamiento del trastorno,
según se trate de niños en edad infantil o sean adolescentes o jó-
venes, que, en principio, pudiera ser muy cuestionada, es razona-
ble si compartimos el axioma propuesto por Conture (1987, 89):
sl la edad cronológica del niño le enseña poco al logoterapeuta
82
sobre la naturaleza y/o la severidad del problema del niño, le ayu-
da, no cabe duda, en la logística y en la naturaleza de la terapia. La
edad del sujeto con disfluencias y el tiempo transcurrido desde su
aparición son dos variables que se han de tener en cuenta. El ca-
rácter más lúdico de las acciones realizables con los pequeños,
pudiera no ser tan aconsejado para niños más mayores, al deman-
dar otro tipo de ayudas.
TÉCNICAS/PROCEDIMIENTOS DENOMINACIÓN
Reforzamiento positivo
Basadas en el
Tiempo fuera
condicionamiento operante
Extinción
Entrenamiento asertivo
De sensibilización z pS
Terapias cognitivas
Desensibilización sistemática
De desensibilización ni
Relajación
83
Técnicas basadas en disfunciones del feedback
84
palabra (después) y cada fragmento de la frase (posteriormente)
con el ritmo impuesto por el metrónomo u otro artilugio.
El hablante, en estos casos, adopta el patrón de habla silábi-
ca, impuesto por el metrónomo, lo que le impide reproducir su
tartamudeo, aprendiendo así, con cierta facilidad, una nueva for-
ma de hablar, la cual debe generalizar a situaciones de su vida
cotidiana. La practicidad del metrónomo, tan pronto como se ha
adecuado su velocidad a las necesidades de cada persona según la
gravedad del trastorno, se basa en los siguientes supuestos:
— Facilita el aprendizaje de un patrón rítmico aplicado al
habla.
— Reduce la conducta de tartamudeo.
— Genera un nuevo modelo de habla lentificada.
— Está basado en una situación operante del aprendizaje.
— Alivia, relativamente pronto, de los síntomas del trastor-
no.
Como ocurría con el uso de la técnica anterior, hay que evi-
tar las relaciones de dependencia, máxime cuando un ritmo de
habla silábica puede conseguirse fácilmente por el sujeto, ya sea
con la ayuda de un metrónomo o recurriendo a otras estrategias
(por ejemplo, marcar el ritmo, el propio hablante, con la mano o
con el pie).
— Audición demorada. El empleo de esta técnica hace que
el sujeto escuche su habla, unos instantes después de haberla emi-
tido, sirviéndose para ello de unos auriculares. La Retroalimenta-
ción Auditiva Demorada (RADYretrasa el feedback auditivo que
percibe la persona tartamuda, alterándose en buena medida la ve-
locidad de la propia dicción. El hablante puede restaurar el proce-
so de varias maneras (Santacreu, 1991, 133):
19) Reduciendo el componente auditivo, de manera que al
canal interferido se le disminuye su potencial bajando la
VOZ.
2%) Olvidándose de la retroalimentación auditiva y centrán-
dose en la retroalimentación no demorada (cinestésica).
3%) Prolongando las unidades del habla para contrarrestar la
demora entre la emisión y la retroalimentación. En este
caso se produce un nuevo patrón de habla enlentecido
que puede ser utilizado terapéuticamente.
85
Mediante el uso del RAD, el hablante suele prolongar la
emisión de las unidades fónicas, retardar la velocidad del habla y
hacer pausas más frecuentes, lo que le ayuda a establecer por sí
mismo un mayor control de su habla, con lo que el tartamudeo
disminuye o desaparece. Esta nueva forma de hablar (enlentecida
y prolongada), obtenida con la ayuda del RAD, debe ser generali-
zada por el hablante a otras situaciones conversacionales. No obs-
tante, el empleo del RAD en niños, puede desencadenar, según
Fiedler y Standop (1991), estados de ansiedad y manifestaciones
emocionales concomitantes, lo que desanconseja su utilización
en esas edades.
—Habla “en eco” o “en sombra”. El uso de esta técnica se
basa en la imitación del habla del logoterapeuta por el hablante
tartamudo. Éste va repitiendo el mensaje que el logoterapeuta u
otra persona emite para que el tartamudeo remita. Lo que se pre-
tende es evitar que la persona tartamuda fije la atención en su
habla y no en su logoterapeuta, que es quien le ofrece el modelo
prosódico correcto de expresión (modulado y fluido). La inten-
ción es que el hablante preste atención a la forma de leer y hablar
de su logoterapeuta con el fin de repetir de la forma más fielmente
posible el habla de aquel (pausas, entonación, ritmo articulatorio,
eto)!
Conviene establecer un orden de dificultad creciente en el
entrenamiento del hablante disfémico en esta técnica. Se puede
iniciar el tratamiento reclamando al sujeto la reproducción de fra-
ses muy cortas e incluso palabras, para ir aumentando progresiva-
mente los niveles de exigencia (frases más largas, mayor veloci-
dad en su emisión, modificaciones en las pausas, cambios en la
entonación...).
86
conducta. La intervención en el tartamudeo, considerado éste
como la respuesta individual de un sujeto a los acontecimientos
de su entorno, se ha servido principalmente de tres técnicas (el
reforzamiento positivo, el tiempo fuera y la extinción). Mediante
el uso de estas técnicas se persiguen tres objetivos básicos:
1) Propiciar la aparición de nuevas conductas lingúísticas
(fluidez en el habla).
2) Incrementar la frecuencia de conductas ya existentes
(periodos de fluidez verbal).
3) Eliminar o aminorar las conductas no deseables (tarta-
mudeo).
El uso de estas técnicas de refuerzo puede articularse en
torno a los siguientes criterios:
— El refuerzo se entiende como cualquier evento interno
y/o externo consecuente con una conducta, que aumen-
ta la probabilidad de repetición de esa conducta en un
futuro.
— El sujeto debe percibir la relación causa-efecto entre la
conducta y el refuerzo.
— El refuerzo puede concretarse tanto en conseguir algo
positivo como en evitar algo negativo. La motivación
del refuerzo es más eficaz en el primer caso.
— La instauración de nuevas conductas reclaman un re-
fuerzo continuo; el mantenimiento de esa conducta de-
manda un refuerzo intermitente.
— La efectividad del reflerzo disminuye cuando se aplica
de forma rutinaria y sin entusiasmo.
— El refuerzo debe procurarse tan pronto como se ha eje-
cutado la conducta.
— La modificación de una conducta pasa por detectar los
refuerzos que la mantienen y diseñar intervenciones que
faciliten al sujeto el aprendizaje de otras conductas que
le proporcionen el mismo o similar refuerzo.
— Reforzamiento positivo. En las páginas anteriores se ha
señalado que la conducta de tartamudeo podría verse favorecida
en algún momento de su desarrollo por las influencias de su entor-
no. Mediante el uso de esta técnica se pretende incrementar, forta-
lecer y consolidar conductas lingúísticas de habla fluida, median-
87
te la administración de un reforzador positivo, cuando el hablante
produce respuestas alternativas al habla tartamuda, para aumentar
la frecuencia de dichas respuestas.
El reforzamiento positivo consiste en administrar una con-
secuencia inmediatamente después de que la conducta deseada se
haya producido. Su finalidad es incrementar de forma consistente
la probabilidad de aparición de la conducta. Si inmediatamente
después de la realización de una conducta lingúística (habla flui-
da), o como consecuencia de ella, se ofrece un objeto, aconteci-
miento o acción (reforzador), produciéndose un mantenimiento o
incremento de aquella conducta, se dice que ésta está siendo re-
forzada positivamente, y al objeto, acontecimiento o acción se le
denomina “reforzador positivo”. De esta manera, entre la conduc-
ta (habla fluida) y el reforzador (positivo) se establece una rela-
ción de dependencia mutua, que garantiza la probabilidad de que
la conducta deseada ocurra con frecuencia.
— Tiempo fuera. La técnica consiste en interrumpir el ha-
bla de un sujeto cada vez que la conducta de tartamudeo aflore.
Este procedimiento resulta eficaz cuando, conociendo el reforza-
dor que mantiene la conducta, no podemos prescindir de su pre-
sencia. Cuando se utiliza esta técnica, el hablante debe interrum-
pir su expresión, durante un tiempo, tan pronto como surja la sin-
tomatología del trastorno. Con el uso de este procedimiento al
sujeto se le priva temporalmente del acceso a las fuentes de refor-
zamiento. Se pretende alejar al hablante del ambiente reforzante o
eliminar el reforzador, si es posible, del ambiente.
El objetivo de esta técnica es doble. Por un lado, conceder
al hablante un tiempo de descanso, de inactividad verbal, cada
vez que aflore el tartamudeo en su expresión, hasta que logre re-
ducir su tensión muscular. De otra parte, evitar la fobia ante deter-
minados sonidos o palabras causantes del tartamudeo, al eliminar
la ansiedad y tensión que aquellas pudieran provocar.
— Extinción. El procedimiento consiste en suprimir las
consecuencias derivadas de una determinada conducta, para al-
canzar una disminución gradual en la frecuencia de dichas res-
puestas hasta su total desaparición. La dificultad estriba, a veces,
en identificar el reforzador de una conducta, haciéndose necesa-
rio, en estos casos, una observación minuciosa.
88
Cuando la conducta de tartamudeo se ve reforzada por la
presencia de un determinado estímulo, se puede utilizar esta téc-
nica, para lo cual es imprescindible conocer cuál es el reforzador
que impulsa e intensifica el tartamudeo. Cuando se retira dicho
reforzador (extinción) se producirá un debilitamiento de la con-
ducta (tartamudeo) tanto en su intensidad como en su frecuencia.
Pudiera ocurrir que la retirada del reforzador que incrementa la
conducta aumente transitoriamente la frecuencia e intensidad de
dicha conducta.
Técnicas de sensibilización
89
En el primer caso, el sujeto debe pensar y expresar verbal-
mente cómo debería ser su habla ante una situación determinada y
qué beneficios le reportaría; el objetivo prioritario consiste en
“enseñar a pensar” al hablante cómo prevenir la dificultad. En el
entrenamiento en autoinstrucciones, el hablante expresa la con-
ducta que quiere realizar y luego realiza dicha conducta y la ver-
baliza al mismo tiempo. El procedimiento surge a partir de la con-
sideración del lenguaje como una actividad encargada de interna-
lizar el control sobre la conducta del sujeto, de acuerdo con los
postulados de los psicólogos soviéticos (Vygotsky y Luria).
Técnicas de desensibilización
90
— Que se someta al sujeto, en estado de relajación, a la
presencia de los estímulos productores de ansiedad (en
orden creciente).
El papel de la relajación en la desensibilización sistemática
es introducir un cambio en el funcionamiento del sistema nervio-
so autónomo para inhibir los estados de ansiedad. La relajación,
que debería ser la “forma natural” de estar del cuerpo, es con fre-
cuencia un “modo de estar” poco habitual; con la relajación se
intenta disminuir los “efectos de angustia” en el nivel corporal,
pues si lo conseguimos también disminuimos la angustia psíqui-
ca, la ansiedad.
— Relajación. La relajación se admite, en general, como
una técnica complementaria básica, que contribuye eficazmente
al tratamiento de la tartamudez. Las situaciones de ansiedad, ex-
citación y tensión consecuentes y/o antecedentes al tartamudeo de
un hablante pueden combatirse mediante el uso de la relajación
muscular, considerada como un procedimiento eficaz para facili-
tar la recuperación del tono muscular del sujeto y aliviar el tarta-
mudeo.
El objetivo de esta técnica se centra en conseguir que el
hablante alcance el suficiente control de la motricidad voluntaria,
la cual le permite un cierto dominio de su control tónico. La rela-
jación previene y disminuye los estados de ansiedad y tensión, tan
frecuentes entre las manifestaciones de este trastorno. Con la rela-
jación muscular realizamos un entrenamiento de las vías neuro-
musculares, que reaprenden cófno ajustar los niveles de relaja-
ción-contracción a las necesidades del momento. A través de ella
se toma progresivamente conciencia del propio cuerpo y se
adquiere un cierto distanciamiento de las sensaciones.
Tradicionalmente se vienen utilizando dos métodos princi-
palmente: 1) la relajación muscular progresiva de Jacobson y 2) el
entrenamiento autógeno de Schultz. En ambos casos se pone un
especial énfasis en practicar una respiración profunda y tranquila
para ejercitar la relajación (ver Apéndices VIII y IX). Lo impor-
tante es conseguir una relajación global del sujeto, especialmente
de aquellos músculos comprometidos en la articulación del len-
guaje hablado. Como es lógico, no es suficiente, para articular
correctamente y con fluidez el lenguaje, la consecución de un es-
91
tado de relajación global en el hablante; de ahí la necesidad de
combinar las técnicas de relajación con otros procedimientos es-
pecíficos en el tratamiento de la tartamudez.
92
EL TRATAMIENTO DE LA TARTAMUDEZ
93
niño, sino especialmente a su entorno más inmediato. De ahí la
importancia de conocer el tipo de relaciones que el niño establece
con sus iguales y también con los adultos, cómo vivencia el niño
el problema, qué mecanismos de defensa utiliza, cuáles son, si es
que las hay, las manifestaciones concomitantes, qué actitudes tie-
nen los padres, qué exigencias le reclaman, qué preocupaciones u
obsesiones les dominan, qué vínculos existen entre el niño y su
familia, cómo se produjo la aparición del primer lenguaje y cuál
fue su desarrollo, etc.
No se nos escapa que el niño está inmerso en una familia,
cuyo sistema de relaciones es esencial para comprender el proble-
ma, ya que este trastorno más que ningún otro suele provocar las
reacciones más diversas en el seno familiar (culpabilidad, ansie-
dad, rechazo, nerviosismo...). En estas edades, el objetivo de mu-
chas de las acciones terapéuticas que se diseñan deben incidir más
en modificar el entorno relacional del niño que en obsesionarse con
los episodios de tartamudeo de éste. Por ello, “el reeducador debe
ser el interlocutor simbólico que permita al niño emerger desde un
lenguaje rechazado, culpabilizado, angustioso, que constituye un
“lugar” imposible para llegar a una auténtica comunicación, y que
lo haga posible gracias a una muy sólida relación afectiva, del or-
den de la transferencia, en la que el terapeuta es portador del deseo
de ayuda, de verdadera empatía, pero también de dinamismo y
creatividad en un espacio en que representa un papel maternal y un
código lingúístico” (Cuesta y Rubio, 1987, 132).
La entrevista a la familia no exime de una exploración
completa del lenguaje del niño para conocer con exactitud los sín-
tomas del trastorno, el grado de interferencias que proyecta en la
comunicación, el nivel de afectación general del niño, etc.
Cuando las disfluencias tienen lugar a edades en las que el
desarrollo floreciente del lenguaje es característico, las orienta-
ciones y consejos a padres y educadores (Tabla VIII) se perfilan
como la forma más idónea y eficaz de atender el tartamudeo in-
fantil. El origen de muchos de estos errores de fluencia deriva
directamente del proceso de adquisición del lenguaje por el que
pasa el niño, para quien la conquista de su lengua le supone un
considerable esfuerzo, en la medida en que le exige una cierta
capacidad psicomotriz, un adecuado control de la respiración y el
94
suficiente dominio de los órganos que intervienen en la articula-
ción del lenguaje, así como la imprescindible adquisición de nue-
vos vocablos y la necesaria organización morfosintáctica de su
discurso. Es decir, el niño intenta dominar un lenguaje en el que
confluyen aspectos cognitivos, biológicos y relacionales y donde
el tartamudeo puede ser más una consecuencia de ese proceso de
adquisición del lenguaje que una patología del mismo.
Que la familia del niño tenga estas informaciones resulta
imprescindible, en la medida en que nos ayudan a hacerles com-
prender la normalidad de muchas de estas manifestaciones y la
inoportunidad de mostrar actitudes de preocupación y ansiedad, ya
que esos comportamientos pudieran comprometer la evolución del
lenguaje de sus hijos al influir negativamente sobre ellos.
En definitiva, los padres deben tener algunas ideas claras
sobre el particular:
— Que las disfluencias verbales a edades tempranas no son
tan infrecuentes como al principio pudiera pensarse.
— Que las causas que generan y desarrollan el trastorno
son muy diversas y éste rara vez deriva de un tartamu-
deo fisiológico, salvo que se actúe incorrectamente.
— Que los comportamientos y actitudes que mantienen los
adultos, respecto al desarrollo de habilidades lingúísti-
cas en el niño, son decisivos.
— Que la fluidez del habla del niño no sólo depende de su
capacidad anatomo-fisiológica, sino de la confianza,
atención e interés que los adultos muestran a los mensa-
jes de los pequeños.
— Que los errores iniciales de fluencia verbal suelen ser epi-
sódicos y, por tanto, no constituyen un problema, siempre
y cuando se actúe adecuadamente.
— La comprensión y el diálogo con los pequeños, la ausen-
cia de recriminaciones, temores o preocupaciones por el
habla del niño, etc. son acciones muy recomendables en
estos casos.
Se trata, pues, de evitar actuaciones rigurosas sobre el habla
del niño, de eludir cualquier tipo de presión sobre su lenguaje (pe-
dirle que hable, preguntarle constantemente, manifestarle conduc-
tas de desaprobación de su tartamudeo, obsesionarse en corregirle
95
su habla, etc.), ya que podrían contribuir a incrementar las disfluen-
cias más que a disminuirlas. Los niños que tartamudean necesitan
sentirse libres de tensiones, tienen que estar protegidos de presio-
nes; unas y otras tendrían un efecto multiplicador sobre el tartamu-
deo. No se puede esperar fluidez en el habla de un niño que está
excitado o sobreestimulado, por ejemplo, o que está asustado o
humillado; el niño que tartamudea necesita una relación cálida y
cariñosa con sus padres (también con sus educadores) de manera
que se incrementen los sentimientos de seguridad y confianza en sí
mismo (Irwin, 1994). Estas actuaciones tienen, por tanto, un carác-
ter más preventivo que rehabilitador, el cual se considera más acon-
sejable en edades posteriores. En la Tabla VIII se recogen dichas
orientaciones.
96
acerca del tartamudeo de sus hijos sino hacer que éstos
comprendan las intenciones que se persiguen. Para ello
nada mejor que predicar con el ejemplo.
2. El logoterapeuta debe evitar en los (co)terapeutas un
sentimiento de culpabilidad. Alejar a los padres de esta
posible idea e implicarles en la terapia es esencial.
3. Las acciones emprendidas estarán asentadas en la co-
rresponsabilidad de los agentes implicados en la terapia.
La mutua confianza en las actuaciones que se desarro-
llan constituye un principio básico en la atención.
4. No es el momento de competir por saber quién sabe/co-
noce mejor las causas del tartamudeo del niño, sino la
hora de demostrar la competencia, de ser competentes y
responsables con la terapia emprendida, a partir de las
causas que lo generaron y de las peculiares característi-
cas del niño.
5. Conviene identificar conjuntamente cuáles son las cau-
sas que contribuyen a incrementar el tartamudeo y tratar
de evitarlas por todos los medios.
6. Las relaciones de comunicación niño-(co)terapeutas de-
ben plantearse sobre la base de todo el cúmulo de accio-
nes que pueden desarrollarse para facilitar un habla flui-
da en el niño.
A partir de aquí podrían señalarse algunos de los rasgos que
identifican a un logoterapeuta idóneo, al menos inicialmente: a)
profesional (conocedor de las fécnicas y procedimientos existen-
tes para intervenir en el problema); b) dinámico (impulsor del
proceso terapéutico emprendido, con energía y eficacia); c) crea-
tivo (con capacidad para desplegar iniciativas y tareas motivado-
ras y sugerentes para niño); d) mediador (capaz de aglutinar
actuaciones y agentes en beneficio del niño); e) amable y optimis-
ta (que, a partir de una relación empática con el niño, le convenza
para alcanzar el éxito).
El asesoramiento a niños, señala Zebrowsk1 (1987), exige
recoger y analizar la información sobre la que se asienten tres
decisiones generales interrelacionadas:
1. ¿El niño presenta disfluencias que nos permiten consi-
derarle como tartamudo?
97
2. En caso afirmativo, ¿el niño necesita terapia?
3. En caso afirmativo, ¿la terapia que el niño necesita debe
ser igualmente diferente de la de otros niños que tarta-
mudean?
La respuesta a estas cuestiones no es tarea fácil, depende de
las habilidades del niño y de la compleja interacción que éste es-
tablece con su entorno, pero la importancia de las mismas recla-
ma nuestra atención. Conture (1987, 88) lo expresa de la siguiente
forma:
98
En este enfoque de intervención preventiva hemos de si-
tuar, entre otras, las aportaciones de Uchisugawa (1987); Irwin
(1994); Santacreu y Fernández Zúñiga (1994); Santacreu y Froján
(1996). Especialmente significativa nos parece la propuesta de
Irwin, quien plantea una Terapia Preventiva, basada en la convic-
ción de que la liberación del tartamudeo en el niño de edad infan-
til no depende del mismo niño sino de la conducta que mantienen
las personas de su entorno, en especial sus padres; de que la tarta-
mudez continúa y se incrementa mientras se ejercen presiones
sobre el habla del niño, y de que la tartamudez decrece cuando se
eliminan esas presiones. El objetivo de la terapia preventiva es
eliminar la tartamudez antes de que se desarrolle y se fije, para lo
cual hay que evitar todas las presiones posibles sobre el habla del
niño.
La intervención temprana resulta, en muchos casos, la res-
puesta terapéutica más adecuada. Si bien algunas prácticas tera-
péuticas han abogado por la conveniencia de huir de las actuacio-
nes “precipitadas” en estos primeros años de la vida del niño,
cada vez más se apuesta por una intervención (indirecta y preven-
tiva), cuyo objetivo principal es evitar que la tartamudez se insta-
le en el habla del niño.
Nuestro esquema de trabajo se recoge en la Figura IV. Se-
gún este planteamiento, la intervención en el tartamudeo infantil
se diseñaría después de una evaluación del lenguaje del niño, rea-
lizada a partir de la observación de su habla, de la información
que proporciona la familia y delos datos recogidos por el logote-
rapeuta sobre el comportamiento y las actitudes que mantienen
los padres ante ese problema. A partir de aquí se diseña un plan de
actuación, en el que se plantean los objetivos terapéuticos orienta-
dos tanto a la familia y tutor como al niño, y se concretan las
actuaciones que, con carácter general y específico, se han de rea-
lizar con la familia y el tutor, así como con el propio niño para que
los episodios de tartamudeo disminuyan y/o desaparezcan.
Las tareas lúdicas deben constituir el eje vertebrador del
proceso. Padres y tutores deben estar suficientemente informados
acerca de las tareas y de los entornos más propicios para fomentar
un habla fluida en los niños. Lo importante en estas edades es
centrarse más en el “fondo” que en la “forma” del lenguaje, ocu-
99
OBJETIVOS
Dirigidos a
ES
SS SN
SOS Actividades dee relajación: deSiMUlBCÓn
NEEFRA del lenguaje, faciales, de mímica,
dramatizaciones sencillas, etc.
parse más del contenido del mensaje que el niño dice que en cómo
lo dice. Para ello nada mejor que ofrecer a padres y educadores
“modelos” de referencia idóneos (juegos de roles, dramatizacio-
nes sencillas, empleo de gestos y mímica al hablar, actividades
rítmicas, etc.) que les permitan asegurar la continuidad de la aten-
ción. La actuación de los padres (con el niño) y del logoterapeuta
100
(con los padres) es un objetivo prioritario de la intervención pre-
ventiva.
El niño siempre tiene que sentirse animado a participar con
la palabra y considerarse comprendido por las respuestas del
adulto. Cuando el tartamudeo aún no está consolidado, lo más
común es que desaparezca, si se actúa de acuerdo con la “manera”
descrita. La solución del problema pasa por establecer una buena
relación comunicativa entre el niño y el adulto, relación que debe
estar orientada a:
— Aminorar o suprimir los entornos físicos y emocionales
generadores de inquietud y tensión.
— Procurar que el niño no “interiorice” su forma de hablar
y la perciba como problemática y perturbadora.
— Propiciar situaciones interactivas que otorguen seguri-
dad y confianza a los más pequeños.
— Predicar con el ejemplo, es decir, ofrecer modelos lin-
gúísticos adecuados (lenguaje claro, sencillo y com-
prensible) y a velocidad moderada.
— Actuar de forma flexible y no directiva, evitando las ex1-
gencias comunicativas rigurosas.
101
o a
Evaluación del habla
del niño
-Facilitar la expresión verbal del niño
-Desarrollar una adecuada coordinación
fonorrespiratoria
a partir de -Conseguir una relajación general
-Modificar las posibles actitudes de
rechazo hacia su habla
-Disminuir las manifestaciones del
trastorno
La observación del -Adquirir un nuevo patrón de habla
tartamudeo del niño y -Desarrollar habilidades sociales
registro de datos
E E ES
102
habla del niño, de los datos aportados por los padres y los profeso-
res y de nuestras percepciones sobre las actitudes de éstos en rela-
ción con el lenguaje de su alumno/hijo, debe incorporar también
los datos e informaciones que el niño podría proporcionarnos en
relación con las sensaciones y vivencias que experimenta cuando
aflora el trastorno. A partir de aquí procede diseñar un plan de
actuación en el que se establezcan con claridad los objetivos se-
leccionados para el niño, para los padres y para los profesores del
centro, así como determinar las actuaciones a emprender con la
familia, con los profesores y con el mismo niño, tal y como reco-
ge la Figura V.
Conviene subrayar, una vez más, la importancia que tiene
la participación de los padres en la habilitación del lenguaje del
niño, tarea de la que no están exentos los profesores. La familia y
los profesores no sólo deben estar informados del problema, y de
los procedimientos existentes para su eliminación, sino que deben
comprender lo importante que es su participación e implicación
en la terapia. El hablar despacio a sus hijos o alumnos, el propi-
ciarles climas relajados y tranquilos, el no sentirse culpables del
origen del trastorno que presenta el niño, el no recriminar a su
hijo/alumno, el sentirse corresponsables de las acciones empren-
didas, etc., son requisitos previos e imprescindibles para habilitar
el habla del niño.
Cualquiera que sea el modelo de intervención adoptado, la
terapia del niño en edad escolar puede estar asistida por los siguien-
tes principios generales de intervención (Simon, 1997, 300):
1. Contracondicionamiento de los mecanismos del habla,
integrando técnicas motrices para reducir bloqueos y
prolongaciones.
2. Desensibilización progresiva, respetando una jerarquía
precisa de las unidades de trabajo, de los contenidos y de
las situaciones.
3. Modelado por parte del terapeuta acerca de lo que se
pide al niño respecto de la fluencia como de la conducta
comunicativa.
4. Reforzamiento por parte del terapeuta de los logros del
niño, y también aprendizaje del niño para autoevaluar lo
que hace.
103
5. El enfoque de la intervención debe coincidir con lo que
el niño tiene de su problema.
6. Necesidad de generalizar y transferir a la vida cotidiana
lo que el niño adquiere durante las sesiones de inter-
vención.
7. Las actividades propuestas al niño atenderán sus centros
de interés o de curiosidad.
Asimismo, la mayoría de los autores (Rustin y Kuhr, 1992;
Perelló, 1995; Simon, 1997...) apelan a los beneficios que reporta
el trabajo con grupos, tanto de padres como de niños. La opinión
generalizada es que la incidencia y efectos de estas actividades
grupales son positivas porque: 1) los padres pueden reflexionar
de modo colectivo acerca de los aspectos que comprometen la
comunicación y el lenguaje de sus hijos, sobre sus comportamien-
tos y actitudes, etc.; 2) los niños pueden experimentar, ejercitarse
en diferentes situaciones comunicativas, las cuales les permiten
generalizar a otros contextos conversacionales los logros alcanza-
dos en las terapias individuales, así como desarrollar nuevas habi-
lidades sociales.
Se podría concluir diciendo que, cualesquiera que sean las
causas que originan el trastorno y los factores responsables de su
mantenimiento, se admiten, con carácter general, como activida-
des básicas y comunes de las terapias, los ejercicios fonatorios, res-
piratorios, de ritmo y de relajación, así como el control del entorno
familiar y escolar en el que se desarrolla la actividad infantil. La
especificidad de las actuaciones, como es lógico, estará en función
de las características del trastorno, de la intensidad del mismo, de
la severidad del tartamudeo y de las peculiaridades del niño.
Con carácter general, no obstante, se pueden señalar algu-
nas orientaciones útiles que guíen nuestras terapias:
— Las actividades de fonoarticulación y respiración resul-
tan ser adecuadas en la mayoría de los casos, especial-
mente cuando el niño muestra numerosos bloqueos y
abundantes espasmos.
— La relajación global y segmentaria del niño coadyuva
eficazmente a la realización de los ejercicios anteriores.
Las actividades de relajación son imprescindibles para
superar los estados de tensión.
104
— El niño debe simular su tartamudeo para percibir, con la
ayuda del logoterapeuta, qué es lo que sucede exacta-
mente al hablar e intentar corregir, también con su ayu-
da, esas disfunciones.
— El niño tiene que sentirse animado a hablar de sus difi-
cultades de expresión y no verse presionado para que
hable, con el fin de que todos puedan contribuir a la me-
jora de su habla.
— Los padres y profesores deben moderar la velocidad de su
habla para ofrecer un modelo referencial apropiado a las
necesidades del niño. Enlentecer el habla es un requisito
útil para obtener éxito.
— El niño que tartamudea demanda grandes dosis de gene-
rosidad y comprensión en sus interlocutores. Disminuir
los niveles de exigencia y evitar actitudes negativas hacia
el habla del niño son aspectos básicos del tratamiento.
— La participación del niño en situaciones conversaciona-
les debería escalonarse (grupo muy reducido, grupo me-
dio y gran grupo) para aliviar su posible grado de ansie-
dad y tensión.
— El empleo de un lenguaje sencillo, bien estructurado y
articulado a velocidad moderada repercute positivamen-
te en el niño.
— Se debe inculcar en el niño un pensamiento positivo:
“los demás siempre tratan de ayudarme”.
US
105
En la fase de evaluación, el logoterapeuta debe valorar
acertadamente el trastorno a partir de un análisis pormenorizado
del tartamudeo del hablante, de las causas que lo generan, de las
manifestaciones que provoca (lingúísticas y no lingúísticas), de la
percepción que tiene el sujeto, de sus actitudes, preocupaciones y
expectativas, de la evolución del trastorno, de las situaciones con-
textuales que lo incrementan, de las estrategias a las que se recu-
rre habitualmente, etc. Teniendo en cuenta lo anterior es posible
caracterizar el trastorno concreto, describir su sintomatología de
forma precisa y optar por las técnicas, procedimientos y/o estrate-
glas más idóneas, a priori.
La fase de diseño y desarrollo del programa comporta la
elaboración de un documento escrito en el que se fijen los compo-
nentes o elementos básicos del programa personalizado de inter-
vención y la puesta en marcha de dicho programa. El programa se
concibe como un plan de acción inmediata, en el que se recoge de
manera secuencial y organizada, el conjunto de actuaciones pre-
vistas para la consecución de unos objetivos. Y se plantea, a partir
de unas necesidades previas, los siguientes objetivos prioritarios:
a) satisfacer las necesidades e intereses comunicativos del ha-
blante, b) normalizar, siempre que sea posible, el lenguaje pertur-
bado, y c) generalizar sus efectos a otras situaciones comunicati-
vas. Este programa rehabilitador debe contener asimismo los di-
versos componentes o aspectos que lo integran, aunque la natura-
leza de las terapias dependa de muchos factores (Stournaras,
1987), los cuales pueden operar de forma relativamente depen-
diente o independiente entre sí. Dicho programa puede estable-
cerse en torno a los siguientes elementos constitutivos:
1) Los objetivos del programa. A partir de las necesidades
establecidas y de los cambios esperados en el habla del
sujeto con la implementación del programa, se formula-
rán los objetivos de la terapia. Estos objetivos tienen una
doble función: orientadora y de control. Por un lado, fa-
cilitan la acción terapéutica emprendida; de otra parte,
son elementos que permiten una revisión del proceso
mismo, es decir, una evaluación de su cumplimiento.
2) Aspectos o componentes básicos del programa. Los as-
pectos fundamentales de un programa rehabilitador, de
106
carácter integrador, en estas edades, se pueden concretar
en las siguientes dimensiones: cognitiva, verbal-motora,
afectivo-emocional y comunicativa. Estos componentes
(subprogramas) constituyen los ejes vertebradores sobre
los que gravita el programa propiamente dicho.
Cuando las percepciones, expectativas, ideas y pensa-
mientos del sujeto son negativas, la reestructuración
cognitiva del hablante ocupa un lugar preeminente en la
terapia. Cómo una persona interpreta una situación es
crucial para determinar la forma que tiene dicha persona
para enfrentarse a esa situación (optimismo, pesimismo).
En este sentido, existen pensamientos improductivos que
no deben ignorarse: a) magnificar la situación real del
problema, b) prejuzgar una evolución nefasta del trastor-
no, c) sentirse superado y abatido por las manifestaciones
disfémicas; en suma, empeñarse en negativizar una rea-
lidad hasta el punto de bloquear una posible solución.
Identificar estos pensamientos, que generan tensión y
dificultan el habla, constituye un objetivo prioritario de
este subprograma.
La finalidad de la dimensión verbal-motora no es
otra que la de trabajar sobre aspectos directamente rela-
cionados con el lenguaje (respiración, voz, ritmo, ele-
mentos prosódicos del habla...). Los tres componentes
básicos del habla (respiración, fonación y articulación)
preocupan y ocupanal logoterapeuta de manera casi ab-
soluta. Como norma general suele admitirse que, siem-
pre que el sujeto sea capaz de producir un habla rítmica
y enlentecida, su elocución se verá muy favorecida. Lo
complejo es conseguir un patrón de habla pausado y rít-
mico, que facilite la inteligibilidad del discurso y que
interfiera lo menos posible la comunicación.
El objetivo de la dimensión afectiva-emocional se dirige a
eliminar o aminorar las conductas fóbicas, esquivas, del sujeto, a
través de tareas de relajación (Cautela y Groden, 1986) preferen-
temente. Suele admitirse que las alteraciones emocionales inci-
den desfavorablemente en la coordinación fonorrespiratoria y
generan algún tipo de bloqueo. La relajación, aunque no actúa
107
específicamente sobre la tartamudez, tiene un valor terapéutico
evidente, ya que disminuye la tensión neuromuscular y las res-
puestas fisiológicas inherentes a estados de ansiedad. Se suele re-
currir a dos tipos de relajación:
— Relajación progresiva de Jacobson. Esta técnica consis-
te básicamente en contraer un músculo para tomar con-
ciencia del mismo, y luego aflojarlo, repitiendo dicha
secuencia hasta que el sujeto es capaz de relajar los seg-
mentos corporales directamente (en especial los impli-
cados en la producción del lenguaje) sin necesidad de
tensionarlos previamente. Tras el control global y seg-
mentario del cuerpo se hará posible el control del habla.
En definitiva, se basa en la existencia de tensiones mus-
culares corporales y se desarrolla a través de actividades
que permitan distinguir entre los estados de tensión/dis-
tensión de los diferentes músculos. El sujeto discrimina
las sensaciones de tensión/relajación en los distintos
grupos musculares, especialmente en los músculos que
intervienen en la fonación. La relajación física es un
paso previo fundamental para el empleo de cualquier
procedimiento/técnica rehabilitadora del habla.
— Entrenamiento autógeno de Schultz: el sujeto se entrena
en la descontracción sistemática, miembro por miem-
bro. Se le enseña la importancia que tiene el diálogo in-
terno para conseguir la relajación, la cual protege del
estrés y la tensión.
En relación directa con las actividades de relajación hay que
situar la respiración. En estos casos se trata de evitar interferir en
su funcionamiento. Si bien la respiración de cada persona suele
tener unas características propias, la respiración que aparece cuan-
do nos relajamos presenta una característica común: es fundamen-
talmente abdominal.
Finalmente, la dimensión comunicativa persigue la mejora
de los aspectos relacionales, interactivos y sociales de la comuni-
cación, a través de terapias de grupo. Que el sujeto adquiera deter-
minadas habilidades sociales resulta indispensable. El entrena-
miento en habilidades sociales (HS) se entiende como un proceso
sistemático de enseñanza-aprendizaje de estrategias interpersona-
108
les para mejorar la competencia social del sujeto. Las HS se inclu-
yen dentro de las técnicas de resolución de problemas, las cuales
pretenden entrenar al sujeto en la resolución eficaz de las dificul-
tades de relación que se plantean en un determinado contexto.
3) Decisiones metodológicas. Es el momento de decidir
sobre las técnicas, procedimientos y estrategias que, en
principio, se pondrán en marcha. La elección de las mis-
mas depende fundamentalmente de la personalidad del
sujeto disfémico, de las características de su habla y de
las circunstancias de su entorno. Asimismo, procede se-
ñalar cuáles serán las tareas-tipo más adecuadas y tomar
decisiones iniciales sobre el tipo de sesiones y la tempo-
rización del programa. Determinar los recursos (mate-
riales y personales) para la puesta en marcha del progra-
ma será otra decisión inexcusable.
4) Evaluación del programa terapéutico. La evaluación es
un mecanismo imprescindible para reajustar el proceso
de intervención. Abarca un doble análisis: a) la evalua-
ción del diseño del programa, b) la evaluación del desa-
rrollo del programa. La validez del programa, no obs-
tante, depende de su eficacia.
La tercera fase (seguimiento y evaluación de la terapia)
comprende una valoración formativa del proceso rehabilitador
desarrollado y un análisis de los efectos que dicho programa ha
tenido en relación con el habla del sujeto. La Figura VI ofrece un
planteamiento general del progeso de intervención descrito.
109
RT EAS EEES
- Dimensión cognitiva
- Dimensión verbal-motora
Componentes
- Dimensión afectiva-emocional
eS
- Dimensión comunicativa
DISEÑO Y
DESARROLLO
DEL
PROGRAMA - Técnicas, procedimientos y
estrategias
Decisiones
- Tareas-tipo (actividades)
metodológicas _ - Tipo de sesiones
A
- Temporización del programa
110
El problema del sujeto tartamudo reside en la necesidad de
hacer frente, durante el proceso comunicativo, a dos aspectos
principales:
1) Cuál es el contenido del mensaje que trata de comunicar
(¿Qué es lo que va a decir?).
2) Cuál va a ser la mejor forma de comunicar el pensa-
miento para que el discurso se vea inhibido lo menos
posible (¿Cómo lo va a decir?).
El tratamiento conductual ha de evaluarse en términos
cuantitativos. Según Ribes (1992), dicho tratamiento abarca tres
aspectos fundamentales: 1”) la creación de nuevas conductas, 2”)
el incremento de frecuencias en conductas ya existentes, y 3”) la
eliminación de conductas indeseadas. Y además comprende dos
etapas bien definidas: a) la intervención individual bajo condicio-
nes controladas y b) la intervención sobre el ambiente del sujeto
para obtener condiciones óptimas de mantenimiento de la con-
ducta adquirida.
La intervención individual se desarrolla a partir de la apli-
cación controlada de reforzadores y estímulos, mediante técnicas
y/o procedimientos conductuales cuya finalidad es incrementar
su repertorio de conductas. La conclusión de este tratamiento tie-
ne lugar cuando el objetivo se ha alcanzado. Procede entonces
intervenir directamente sobre el entorno del sujeto, a través de
instrucciones o entrenamiento a las personas que indirectamente
pueden condicionar la conducta del sujeto. En la Figura VI se
presenta el modelo terapéuticó propuesto desde esta perspectiva.
El objetivo del tratamiento se orienta a la adquisición de un
habla normalizada a partir de un paso previo: habla enlentecida pe-
ro sin tartamudeo. Se pretende solucionar la tartamudez recurrien-
do a procedimientos y técnicas (metrónomo, silabeo, cuchicheo...)
que desarrollan conductas opuestas a un habla disfémica. Una vez
conseguida el habla fluida, exenta de disfluencias aunque enlente-
cida, siguiendo las técnicas de modificación de conducta, se tratará
de conseguir la total normalización del habla, en cuanto a su fluen-
cia y ritmo articulatorio, mediante un proceso de modelado.
Puede ser eficaz el servirse de una serie de elementos auxi-
liares (metrónomo, gestos corporales, aparatos de apoyo...) y, en
adolescentes/jóvenes, el ayudarse, además, de escalas o autorre-
111
Nuevo patrón de
Objetivo último Modificación
consciente de la
habla controlado
» Fapidez discursiva
Reconocimiento Número,
Rasgos
de las frecuencia,
asociados al
disfluencias e intensidad y tipo
tartamudeo
de errores
ja
cordar que esta perturbación del habla es de pronóstico sumamen-
te incierto y la sintomatología que presenta puede verse aliviada o
acrecentada por variables externas muy diversas, que inciden po-
derosamente sobre la personalidad del sujeto. En todos los casos,
la mayoría de los logoterapeutas coinciden en afirmar la conve-
niencia de un modelo de tratamiento diferencial.
115)
a) Intentar relajarse y enlentecer su habla. La adopción de
un patrón de habla enlentecido, junto con el firme propósito de una
mayorrelajación es una de las salidas a las que recurre el sujeto para
aminorar los bloqueos, las repeticiones silábicas de su habla y los
síntomas no lingúísticos asociados a este trastorno. Pero aun recu-
rriendo a esta doble estrategia (relajación-habla lentificada), el
hablante tiene que creer en su capacidad para hablar con fluidez, a
fin de evitar caer en el tartamudeo. La falta de confianza en esa
capacidad genera tensión, estrés y perturba el habla.
b) Emisión del mayor número posible de palabras sin in-
terrupción. En estos casos, los sujetos adoptan un tipo de expresión
rápida, con apenas pausas, por supuesto inadecuadas, que a modo
de “explosiones verbales” tratan de mantener, hasta que hace su
aparición un nuevo bloqueo en su mensaje. Cuando los sujetos
adoptan esta estrategia, se evidencia una disminución del “tempo”
inspiratorio como consecuencia de ese intento persistente por lle-
gar a emitir un número excesivo de palabras.
c) Reforzamiento articulatorio de la palabra. Cuando el
sujeto no es capaz de producir con fluidez una determinada pala-
bra, puede recurrir a otra estrategia, que consiste en procurar un
mayor esfuerzo articulatorio del fonema o sílaba, motivo del
“atranque”. Si esto ocurre, la tensión articulatoria aumenta consi-
derablemente, produciendo un efecto contrario al deseado: mayor
número de bloqueos e interrupciones en la emisión del discurso,
como consecuencia del aumento de la tensión muscular de los
órganos que intervienen en la articulación del lenguaje.
d) Repetición consciente de las sílabas o palabras anterio-
res al previsible bloqueo. Este tipo de conducta es propia de quie-
nes consideran que su disfemia se aliviará si consiguen advertir
las palabras o sílabas que le provocan el bloqueo para, repitiéndo-
las intencionadamente, imprimir cierta velocidad discursiva que
facilite el paso por la palabra, motivo del bloqueo. En estos casos
el lenguaje resulta excesivamente cacofónico.
e) Percepción del tartamudeo. El sujeto con difluencias en
su habla suele intentar “adivinar” cuándo va a hacer su aparición
esta conducta, para prevenir el tartamudeo; lo cual, lejos de amino-
rar su frecuencia, la aumenta. Buscar una nueva manera de hablar
es lo que el sujeto hace desde el momento en el que se considera
114
tartamudo; pero este procedimiento, lejos de aliviar su habla, le
atenaza más aún. Salir de la tartamudez, señala Friedman (1990),
no implica buscar una nueva forma de hablar sin tartamudear.
f) Evitación del tartamudeo e intentos desesperados por
hablar bien. La ausencia momentánea de disfluencias en el habla
hace que el sujeto disfémico sea consciente de que es posible hablar
con fluidez, aunque tema una situación de angustia con la palabra.
Trata de recordar por todos los medios de que es capaz de hablar
con fluidez, de que puede evitar el tartamudeo, pero teme tartamu-
dear y, consiguientemente, tartamudea. De ahí la creencia, cierta-
mente mayoritaria, de que el trastorno está más en la mente del
sujeto que en su habla; si el hablante piensa que va a tartamudear,
lo más normal es que tartamudee. La generalización de un lenguaje
fluido, en estos casos, no es tarea fácil.
Las estrategias utilizadas para abandonar el tartamudeo,
que suelen ser recurrentes, tienen los efectos siguientes en el len-
guaje del hablante (Santacreu y Froján, 1993):
— Habla sin entonación, con un ritmo no prosódico.
— Incremento de la frecuencia del tartamudeo.
— Anticipación del tartamudeo, al tratar de evitarlo de for-
ma especial.
— Percepción consciente del tartamudeo.
— Actitud negativa del sujeto ante situaciones comu-
nicativas.
— Incapacidad para hablar de forma fluida.
En definitiva, la disfemia es un trastorno complejo del habla
que ha propiciado la aparición de múltiples técnicas, métodos y
procedimientos terapéuticos, de los que se han obtenido resultados
buenos y menos buenos, y que pueden ser combinados en distinto
grado, según las peculiaridades de cada hablante. Su pronóstico,
siempre incierto, demanda una valoración realista del problema.
El tratamiento de la tartamudez debe plantearse de forma
personalizada, optando por un modelo diferencial de interven-
ción, para evitar las actuaciones generalistas, ya que las manifes-
taciones del trastorno difieren sustancialmente de unos hablantes
a otros y están condicionadas por situaciones contextuales con-
cretas. Su eficacia puede medirse en función del descenso de los
niveles de perturbación de los que se parte.
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119
APÉNDICE IV
Hoja de Registro de las manifestaciones de la tartamudez
Manifestaciones
corporales
Manifestaciones
corporales
Manifestaciones
conductuales
Otras
manifestaciones
120
121
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APÉNDICE VI
Historia Personal: evaluación de la tartamudez
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NOME iaa ASC Edda O AI
Padre.
ccd cua oe A AEREA Edad aan Protesión
Madre a o Edad ias Profesión nnoccccnss
Pare
nte CO ri
122
4. ¿Quién diagnosticó por primera vez la tartamudez y qué sintomatología
EA
125
IV. SITUACIÓN ACTUAL DE LA TARTAMUDEZ
2. Tipo de tarttamudeo
— Clónico O
— Tónico O
— Clónico - tónico O
= Ligera O
— Moderada * O
— Grave O
4. Manifestaciones típicas
— Repetición de sonidos L(] — Repetición de palabras (] — Prolongación de sonidos U
— Bloqueos (] — Interrupciones U) — Repeticiones silábicas U
— Pausas O — Vacilaciones O) — Disfluencias O
— Espasmos U — ¿Qué tiempo duran estos espasmos? (]
- Otras
a. Manifestaciones lingúísticas
- El tartamudeo se aprecia preferentemente en los fonemas vocálicos (J
- El tartamudeo se aprecia preferentemente en los fonemas conso-
nánticos Ol
— El tartamudeo se aprecia preferentemente en las palabras de mayor valor
comunicativo:
— Verbos O
— Adjetivos O
— Sustantivos O
— Adverbios O
— El tartamudeo se aprecia preferentemente en las palabras-función:
—- Preposiciones
- Conjunciones (O
— Artículos O
— Otras manifestaciones:
— Alteraciones prosódicas (] — Errores gramaticales (]
— Dificultades léxico - pragmáticas Y) — Trastornos en la voz ¡al
— Tiempo de habla bajo U — Abuso de sinónimos (J
= Alteraciones articulatorias (] — Apoyaturas semánticas (J
= Inclusiones no verbales (J = Circunloquios y sustituciones (J
= Alteraciones en la entonación (J — Distribución irregular de las pausas (]
— Otras
124
6. Manifestaciones fonorrespiratorias
— Golpes de glotis — Incoordinación fonorrespiratoria U
— Modulación exagerada de la altura de la voz (]
— Tiempo de soplo bajo
= MO e O a AA
— Se aprecia una respiración jadeante T
= A A a
7. Manifestaciones corporales
— Movimientos de tronco O — Movimientos de brazos ()
— Movimientos de cabeza ( — Movimientos de piernas / pies O
= Tics O — Tensión muscular O
— Rigidez facial ( — Presión labial o lingual U
— Inhibiciones gestuales U — Secuencia gestual limitada o nula U
— Sudoración O — Palidez O
— Espasmos O) — Enrojecimiento
— Otros movimientos concominantes observables (paracinesias) J ¿Cuáles?.
8. Manifestaciones conductuales
— Mutismo e inhibiciones U — Retraimiento y logofobia U
— Actitudes de evitación U — Reacciones anormales ()
— Suspiros O — Resoplidos U
— Reacciones de angustia y ansiedad en la comunicación U
— Actitudes de aceptación del tartamudeo U
125
APÉNDICE VI
Escala abierta de autoevaluación de la tartamudez
(a partir de los 12 - 14 años)
FRECUENCIA DESCRIPCIÓN
DIMENSIONES INDICADORES o e A Rca ABIERTA
EVALUACIÓN
- Me siento inseguro
cuando hablo.
- Disminuye el
tartamudeo en el
habla cuando leo.
- Disminuye el
tartamudeo en el
habla cuando hablo
por teléfono.
- Disminuye el
tartamudeo en el
E habla cuando hablo
OBSERVACIÓN | £n público.
- La mayor dificultad
se produce en las
primeras palabras de
la frase.
- La dificultad de
articulación es
mayor en las
consonantes que en
las vocales.
- Hay situaciones en
las que soy capaz de
expresarme con
fluidez y sin errores.
- Mi familia procura
no conversar
conmigo.
- Mis familiares y
B amigos no dan
AUTOIMAGEN | "inguna importancia
a mi forma de
hablar.
- La gente está
incómoda cuando
hablo.
- A la gente no le
preocupa nada mi
forma de hablar.
126
FRECUENCIA DESCRIPCIÓN
DIMENSIONES INDICADORES A | ABIERTA
Siempre |Frecuente- A Nunca EVALUACIÓN
mente veces FORMATIVA
- Me cuesta trabajo
hablar con
desconocidos.
- No tengo reparo en
hablar con cualquiera.
C. - Me pongo nervioso
AUTO- cuando hablo.
CONDUCTA - No me pongo
nervioso aunque
tartamudee.
- Prefiero no hablar.
- Trato de hablar
siempre que puedo.
- Rehuyo hablar en
público.
- Hablo
continuamente.
- Me “atranco” al
hablar.
1247
APÉNDICE VII
Relajación progresiva
Actividades - tipo:
1. Cerrar los puños tensando los bíceps y los antebrazos (TENSIÓN). Abrir
(DISTENSIÓN - RELAJACIÓN).
128
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E lenguaje y el habla son fenómenos
complejos, que hacen de sus trastornos
fenómenos igualmente complejos. Este
es el caso de la disfemia o tartamudez
que ha venido manifestándose de
forma sistemática como una de las
perturbaciones más rebeldes e inciertas
de la patología del lenguaje. Los
avances, respecto a su rehabilitación,
han sido tímidos, incluso escasos, lo
que la convierte en uno de los grandes
retos de la Logopedia.
La monografía se ha estructurado en
cuatro grandes apartados: 1) caracteri-
zación del trastorno y su posible
clasificación, 2) causas y teorías expli-
cativas de la tartamudez, 3) evaluación
del trastorno, y 4) intervención tera-
péutica de la tartamudez.
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