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Original English title of work: The Book of Job

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títulos, las citas se referencian no solo con la página, sino además con el
capítulo, o la sección, o la página más el epígrafe en el caso de Consejos
sobre alimentación.

ISBN: 978-1-61161-683-5

Impresión y encuadernación
3 Dimension

Doral, Florida, EE.UU.


Impreso en EE.UU.
Printed in USA

1a edición: julio 2016


Contenido

1. Comienzos y finales
2. El gran conflicto en el libro de Job
3. El temor a Dios
4. Dios y el sufrimiento humano
5. Maldito el día
6. Una maldición sin causa
7. El castigo retributivo
8. Sangre inocente
9. Vislumbres de esperanza
10. La ira de Eliú
11. Desde el torbellino
12. El redentor de Job
13. El carácter de Job
14. Enseñanzas finales
1. Comienzos y finales

S tephen Covey, en su libro Los siete hábitos de la gente altamente


efectiva, establece 7 hábitos que los hombres de negocios han
utilizado para alcanzar el éxito en sus empresas. Dichos principios
son útiles en cualquier aspecto de la vida.
El segundo hábito de la lista preparada por Covey, propone que lo mejor
siempre será comenzar con un objetivo en mente. En otras palabras, es
necesario visualizar los resultados esperados o deseados, y luego trabajar
para concretar esa visión. Nosotros comenzaremos nuestro estudio del
libro de Job abordando el final de la vida del protagonista.
Si pudiéramos controlar por completo la planificación de nuestra vida, de
seguro no incluiríamos en ella ni enfermedad, ni dolencias, ni muerte.
Como no podemos hacer eso, debemos enfrentar la muerte. Eso fue lo que
hizo Job.
La Biblia no registra la respuesta de Dios a las preguntas de Job. No dice
nada del por qué de la muerte de sus diez hijos, el robo y la destrucción de
sus propiedades y la pérdida de su salud. No hay registro de que se le
brindara a Job respuesta alguna. Esa incertidumbre debe de haber
acentuado el sufrimiento del patriarca.
De hecho, el relato bíblico concluye diciendo: «Job murió muy anciano,
colmado de días» (Job 42: 17). Parecería que el autor supone que la
compensación por el sufrimiento y la muerte, se cifra en haber disfrutado
de una larga vida. Aunque tras el dolor y el sufrimiento Job llegó a ser más
rico y más sabio que antes, no por ello pudo librarse de la muerte.
La Biblia no es un cuento de hadas que concluye con la frase: «Y
vivieron felices para siempre». De hecho, salvo Enoc y Elías, todos los
personajes bíblicos fallecieron. Hasta el mismo Jesús experimentó la
muerte.
Aunque alcanzar la felicidad es un noble deseo al que aspiran todos los
seres humanos, la Biblia no pasa por alto las tragedias del diario vivir.
Desde la entrada del pecado en el Edén, nuestra existencia ha estado
rodeada de tentaciones, pruebas, problemas y tribulaciones; ninguno de
nosotros escapará al azote de la muerte. Tenía razón Benjamín Franklin
cuando afirmó: «En este mundo solo ha dos cosas seguras: la muerte y
pagar impuestos».
Esta vida está atiborrada de finales tristes. Nuestro equipo deportivo
pierde; a nuestros hijos no les va bien en la escuela, se juntan con el grupo
equivocado, inician matrimonios que a menudo terminan en divorcios. A
pesar de ser vegetarianos, muchos de nosotros contraemos enfermedades;
el sufrimiento nos acecha como un león que persigue a su presa en las
planicies africanas. Así es la vida, y ello no debe tomarnos de sorpresa. La
Biblia nos dice que nuestro enemigo procura devorarnos: «Sed sobrios y
velad, porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda
alrededor buscando a quien devorar» (1 Ped. 5: 8).
El final del libro de Job nos enseña que hemos de estar conscientes de
todo esto. Probablemente, como Job, muchos de nosotros moriremos antes
de la venida del Señor. Ahora bien, Job nos demuestra que la forma en la
que enfrentemos la vida, será la misma que utilizaremos para lidiar con la
muerte. Al examinar la vida de Job podemos comprender mejor su muerte.
Lo que Job no entendió del todo es que el final de su historia, no es el
final de la historia. Alguien ha dicho que el término historia no es más que
la historia de Dios, el relato de la interacción y de la intervención divina
en un mundo dañado por el pecado.
Aunque Job sufrió pérdidas, dolor y angustia mental, Dios estuvo con él
todo el tiempo, hasta el mismo final. Además, vemos que al concluir el
libro, Job profundiza su conocimiento de Dios, ya no tiene la visión
superficial que él y sus tres amigos ponen de manifiesto al inicio de su
historia. Los cuatro entendieron y representaron mal a Dios.
Erróneamente sus amigos suponían que las calamidades de Job eran
resultado de algún pecado secreto y no confesado. En cambio, Job
aseguraba ser una persona recta. Todos estaban equivo-cados.
Dios se revela a través de una serie de preguntas registradas en los
capítulos 38 al 41, donde cuestiona la limitada comprensión de Job. Antes
las preguntas del Creador, el mismo Job tuvo que admitir: «“¿Quién es el
que, falto de entendimiento, oscurece el consejo?”. Así hablaba yo, y nada
entendía; eran cosas demasiado maravillosas para mí, que yo no
comprendía» (Job 42: 3, 4).
El conocimiento de Job era limitado y, por tanto, equivocado o
imperfecto. Lo que sabía de Dios se fundamentaba en lo que había
escuchado de los demás. Sus conocimientos teológicos, en caso de que los
tuviera, se apoyaban plenamente en el testimonio de otras personas. Lo
que los demás han experimentado con Dios es importante; pero nada
supera la experiencia personal que podemos tener con el Creador,
Sustentador y Redentor.
Al final del relato, Job revela que ha experimentado algo al escuchar y
«ver» a Dios personalmente. Pero al final pudo decir: «De oídas te
conocía, mas ahora mis ojos te ven» (Job 42: 5). Esa no es una afirmación
de que hubo una visión literal, o sobrenatural de Dios. Su sufrimiento y las
falsas acusaciones de sus amigos lo llevaron a cuestionar a Dios, y
finalmente Dios le habló en forma directa. «En esta declaración [42: 5] Job
revela su transición desde una experiencia religiosa formada por la
tradición a una experiencia basada en la comunión personal con Dios».1
«La experiencia religiosa de Job ya no es de segunda mano; él ha conocido
personalmente a Dios y eso le concede méritos a sus sufrimientos».2
Al final de su travesía, y después de escuchar las preguntas de Dios, Job
afirma que él ha visto a su Creador con su propios ojos. Después de
aquella profunda y dolorosa experiencia de escuchar a sus tres amigos y
finalmente someterse al interrogatorio que Dios le hace, Job se arrepiente,
se humilla, y se sienta sobre polvo y cenizas (Job 42: 6).
Otro aspecto del relato de Job es la práctica de la oración intercesora (ver
Job 42: 10). La Biblia asocia la restauración de Job con la oración que
eleva en favor de sus tres amigos: Elifaz el temanita, Bildad el suhita y
Zofar el naamatita. Esto no debe ser pasado por alto. La oración
intercesora es un tema que permea toda las Escrituras. Fíjese bien en la
siguiente declaración:
«Un hermoso modelo de oración intercesora se encuentra en
Daniel 9. Posee todos los elementos de una verdadera
intercesión. Responde a la Palabra (vers. 2); es fervorosa (vers.
3); pone el yo a un lado (vers. 4); se identifica con el pueblo de
Dios, en forma altruista (vers. 5); se fortalece mediante la
confesión (vers. 5-15); se aferra de los atributos divinos (vers. 4,
7, 9, 15); se enfoca en la gloria de Dios (vers. 16-19). Al igual
que Daniel, los cristianos han de acercarse a Dios para beneficio
de los demás, con una actitud de arrepentimiento y de humildad,
reconociendo que nada valen y abrigando una actitud altruista.
Daniel no dice: “Dios, tengo el derecho a demandar esto de ti;
porque soy uno de tus intercesores escogidos y especiales”. Más
bien dice: “Soy un pecador, y no tengo derecho a exigir nada”.
Una genuina oración intercesora procura no solamente conocer
la voluntad de Dios y ver que se cumpla, sino procurar su
cumplimiento sin tomar en cuenta si nos beneficia, o lo que nos
cueste. La legítima oración intercesora, procura la gloria de
Dios, no la nuestra».3
Jesús proveyó el máximo ejemplo de oración intercesora cuando oró en
la cruz: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Y repartieron
entre sí sus vestidos, echando suertes» (Luc. 23: 34). ¡Qué privilegio tener
a alguien que ore por nosotros, y qué responsabilidad decirle a alguien que
oraremos por él!
Al interceder por sus verdugos en la cruz, Jesús puso de manifiesto lo
que ya había dicho en su Sermón del Monte: «Pero yo os digo: Amad a
vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que
os odian y orad por los que os ultrajan y os persiguen» (Mat. 5: 44).
Aunque nadie le dio una orden directa, Job entendió que debía elevar una
oración en favor de sus errados amigos. Su oración constituye una versión
anticipada de las enseñanzas de Jesús, que a su vez fueron una revelación
de la gran misericordia y del espíritu perdonador de Dios.
Cristo también puso de manifiesto que nuestro perdón ha de ser
ilimitado. Recordemos la pregunta de uno de sus apóstoles: «Entonces se
le acercó Pedro y le dijo: “Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano
que peque contra mí? ¿Hasta siete?”. Jesús le dijo: “No te digo hasta siete,
sino aun hasta setenta veces siete”» (Mat. 18: 21, 22).
Jesús amplifica lo que se presenta en el libro de Job: que el perdón es
ilimitado; que el perdón no es un asunto matemático, o una norma legal,
sino una actitud.4 De hecho, Elena G. de White escribe: «Nada puede
justificar un espíritu no perdonador».5
Aquí tenemos una verdad adicional: el perdón que recibimos está
inextricablemente unido al perdón que extendemos a quienes nos ofenden.
«Por tanto, si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a
vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis sus ofensas a los
hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas» (Mat. 6:
14, 15).
¿Acaso podría ser más claro?
Job lo entendió. Cuando oró por sus amigos; él experimentó una
restauración plena. Aunque esa fue la experiencia de Job, no se debe
entender que la prosperidad material y la salud van de la mano de la
oración intercesora. La Biblia afirma que Dios se agrada cuando oramos
por nuestros hermanos (Sant. 5: 16; 1 Juan 5: 16).
La Biblia no dice específicamente que Job quedó curado de sus
dolencias, aunque el capítulo 42 parece sugerirlo. Mientras que él sufría en
compañía de sus tres miserables consoladores, al final sus familiares y
amigos se regocijaron por su restauración.
¿Dónde estaban todos cuando él atravesaba sus peores momentos? Quizá
ellos también, junto a los amigos de Job, creyeron que el patriarca estaba
recibiendo su merecida recompensa. Ahora que está saludable, acomodado
y sano, ellos están de vuelta a su lado, regocijándose. La gente puede ser
muy especial. Quizá ese es un factor relevante que impulsa al salmista
cuando dice: «No confiéis en los príncipes ni en hijo de hombre, porque no
hay en él salvación» (Sal. 146: 3).
La misma gente que había gozado de la generosidad de Job cuando este
se encontraba en la cima de su bienestar, lo abandonó al verlo enfermo y
deambulando por los rincones del desaliento. Pero ahora que la
prosperidad ha regresado, ellos también volvieron al redil de Job. Ahora
que ha concluido la prueba, que los problemas se han ido, que las
tribulaciones han cesado, ellos regresan para consolarlo y para traerle oro y
plata (Job 42: 11).
Contrasta lo anterior con la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén (Mat.
21: 1-11). La ciudad entera exclamó: «¡Hosana al Hijo de David! ¡Bendito
el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosana en las alturas!» (Mat. 21: 9).
Sin embargo, cuando Jesús fue llevado ante el gobernador Poncio Pilato, la
gente gritó: «Sea crucificado!» (Mat. 27: 22). Sin dudas, allí estaban los
que vieron los milagros de sanidad en favor de los ciegos, los paralíticos y
otros enfermos. Los que le recibieron con gozo al entrar a Jerusalén, más
tarde se volvieron en su contra. Al final, como sucedió con Job, las
pruebas desde el Getsemaní hasta la tumba concluyeron mejor de lo que
habían comenzado.
Job recibe la bendición de adquirir más ganado, siete hijos y tres hijas.
Es interesante observar que los nombres de las hijas aparecen en el
versículo 14, mientras que no se dice nada respecto a los varones. Jemina,
que significa hermosa como el día; Cesia, que significa una especia con un
grato perfume; y Keren-hapuc, que hace referencia a un cuerno del color
de un colorido rayo. En especial se menciona que Job «dio herencia» a sus
hijas, «un no acostumbrado gesto en el Oriente Medio, ya que en la ley
judía, únicamente heredan en caso que no haya hijos varones (Núm. 27: 8);
como una demostración de riqueza y equidad».6 Luego se dice que Job, el
que lamentó el día de su nacimiento, vivió 140 años más. Sorprendente,
¿no es cierto?
Dios promete que el final de nuestras vidas será mejor que el principio si
edificamos en el cimiento que él ha provisto: Jesucristo el Redentor, de
quien Job en medio de su prueba, afirmó con confianza: «Pero yo sé que
mi Redentor vive, y que al fin se levantará sobre el polvo, y que después
de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios. Lo veré por mí
mismo; mis ojos lo verán, no los de otro. Pero ahora mi corazón se
consume dentro de mí» (Job 19: 25-27).
Entonces, ¿qué podemos aprender del último capítulo del libro de Job?
Que hay muchas cosas que suceden durante nuestras vidas que nunca
entenderemos el porqué. Aunque todos atravesamos pruebas y períodos
difíciles, Dios está allí a nuestro lado y al final se nos revelará.
Aunque haya amigos que intenten consolarnos en nuestras penas, la
máxima fuente de consuelo únicamente podrá encontrarse en Dios. En la
medida en que conservemos nuestra fe, la misma será recompensada. Con
Dios, nuestro final será mejor que nuestros inicios.
Si comenzamos nuestra jornada teniendo en mente dicho fin y
mantenemos a la vista dicho blanco, moraremos en un mundo y viviremos
una vida que no se podrán comparar con nada que ni siquiera podríamos
imaginar. «Entonces vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer
cielo y la primera tierra habían pasado y el mar ya no existía más. Y yo,
Juan, vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de parte
de Dios, ataviada como una esposa hermoseada para su esposo. Y oí una
gran voz del cielo, que decía: “El tabernáculo de Dios está ahora con los
hombres. Él morará con ellos, ellos serán su pueblo y Dios mismo estará
con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y
ya no habrá más muerte, ni habrá más llanto ni clamor ni dolor, porque las
primeras cosas ya pasaron”» (Apoc. 21: 1-4).
Ese es el final que Dios tiene para nosotros. Hagamos planes para estar
en la tierra nueva, y veremos el fin de este mundo transformado en un
nuevo comienzo.
Referencias
1. Comentario bíblico adventista, t. 3, p. 610.
2. W. W. Wiersbe, Job 38: 1 a 42: 6 en Wiersbe’s Expository Outlines on the Old Testament
(Wheaton: Victor Books, 1993).
3. «What Is Intercessory Prayer?», gotQuestions?org, http://www.gotquestions.org/intercessory-
prayer.html#ixzz3clHjUy4b.
4. Comentario bíblico adventista, t. 5, p. 449.
5. Elena G. de White, La fe por la cual vivo, p. 133.
6. «Job 42», Jamieson-Fausset-Brown Bible Commentary, Bible Hub,
http://biblehub.com/commentaries/jfb//job/42.htm.
2. El gran conflicto en el libro de Job

S i nunca hemos leído el relato de Job, quizás seamos gratamente


sorprendidos por la forma en que comienza esta clásica historia. Job
es encomiado porque posee características dignas de alabanza. Para
algunos esta quizá sea la declaración más impactante de todo el libro:
«Había en el país de Uz un hombre llamado Job. Era un hombre perfecto y
recto, temeroso de Dios y apartado del mal» (Job 1: 1).
El relato continúa diciendo Job era padre de siete hijos y de tres hijas.
Para completar, se dice que «era el hombre más importante de todos los
orientales» (Job 1: 3). Religioso, rico e importante. Todo va bien hasta
aquí.
Como un hombre religioso, él celebraba cultos de adoración a favor de
sus hijos adultos. Asumía su responsabilidad como padre en caso de que
ellos se hubieran olvidado de Dios. Nuestra admiración por este personaje
crece a saltos. Su imagen es la de un hombre de negocios maduro, serio y
altamente exitoso.
Ese estado lo podríamos alcanzar, de ser posible, al reposar en los brazos
de Jesús, «libres y salvos de cuitas penas y dolor».1
Job era una persona sin tacha en sus relaciones con los demás. Todos
vivimos en contacto con otras personas, con Dios y con nuestras
comunidades. Es cierto que existen «ermitaños», tanto grupos como
individuos que procuran mantenerse alejados de los demás; sin embargo,
nadie puede escapar de la presencia de Dios.2
La experiencia de Job tiene una aplicación universal. En principio,
cualquier cosa que experimentemos en la actualidad ya habrá sucedido,
porque como dijo Salomón: «nada hay nuevo debajo del sol» (Ecle. 1: 9).
Los detalles de nuestras experiencias individuales pueden diferir, pero el
punto común es que todos, tarde o temprano, somos examinados, probados
y tentados. Aunque quizá nuestras pruebas no sean tan graves como las de
Job, todos, en algún momento, tendremos que enfrentarnos a ellas.
Sin embargo, tomando en cuenta las declaraciones del mismo Dios (Job
1: 8), es posible vivir agradándole en cualquier momento, en cualquier
cultura y en cualquier sistema político y a pesar de cualquier oposición.
Recuerda lo que Jesús dijo: «Para los hombres es imposible, pero no para
Dios, porque todas las cosas son posibles para Dios» (Mar. 10: 27).
Suponemos que Job vivía inmerso en sus propios asuntos, cuando sin
saberlo, llegó a ser el tema principal de un diálogo entre Dios y Satanás.
Hagamos una pausa y hablemos del trasfondo de esa cósmica
conversación.
Hay varias preguntas respecto al origen del mal en este mundo: ¿Quién
creó al diablo? ¿Es Dios responsable del mal que hay en este planeta?
Jesús aclaró las intenciones de Satanás: «El ladrón no viene sino para
hurtar, matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la
tengan en abundancia» (Juan 10: 10). Mediante esta declaración el Señor
se coloca en un polo opuesto al de Satanás.
Es más, Cristo señaló que las obras del diablo estaban desprovistas de
verdad y llenas de mentiras. En ocasiones, los seres humanos se unen al
diablo para distorsionar y corromper la verdad. «Vosotros sois de vuestro
padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido
homicida desde el principio y no ha permanecido en la verdad, porque no
hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla, pues es mentiroso
y padre de mentira» (Juan 8: 44).
En otras palabras, el diablo es un asesino mentiroso que busca destruir a
Dios y usurpar el gobierno del universo. En el libro de Job, el tema del
gran conflicto aparece desde el primer capítulo.
La Biblia hace referencia a una guerra que se libró en el mismo cielo. A
esa guerra nos referimos cuando hablamos de «el gran conflicto».
Isaías, Ezequiel y el apóstol Juan proveen información significativa
acerca de dicho asunto.
Isaías 14: 12-15 lo describe así:
«¡Cómo caíste del cielo,
Lucero, hijo de la mañana!
Derribado fuiste a tierra,
tú que debilitabas a las naciones.
Tú que decías en tu corazón:
“Subiré al cielo.
En lo alto, junto a las estrellas de Dios,
levantaré mi trono
y en el monte del testimonio me sentaré,
en los extremos del norte;
sobre las alturas de las nubes subiré
y seré semejante al Altísimo”.
Mas tú derribado eres hasta el seol,
a lo profundo de la fosa».
Fíjese que a este personaje se le llama «Lucero, hijo de la mañana». En
la Vulgata latina, esa frase es traducida como «Lucifer», que literalmente
significa: «Lucero de la mañana».
Esta criatura ocupó un elevado puesto como querubín protector, estuvo
en la misma presencia de Dios hasta que decidió intentar colocarse por
encima del Todopoderoso y usurpar el trono. Trató de conquistar el cielo a
la fuerza, pero fue derrotado y echado a la tierra, tal y como lo expresa
Juan en Apocalipsis: «Entonces hubo una guerra en el cielo: Miguel y sus
ángeles luchaban contra el dragón. Luchaban el dragón y sus ángeles, pero
no prevalecieron ni se halló ya lugar para ellos en el cielo. Y fue lanzado
fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama Diablo y Satanás, el
cual engaña al mundo entero. Fue arrojado a la tierra y sus ángeles fueron
arrojados con él» (Apoc. 12: 7-9).
El gran conflicto, la guerra entre Dios y Satanás, comenzó en el cielo
debido a que Lucifer no se sometió a la autoridad de Dios. Él fue derrotado
y echado fuera, y en la actualidad ha sumergido al mundo en la miseria y
el dolor.
¿Qué motivó ese conflicto cósmico? Ezequiel 28 es un oráculo profético
en contra del rey de Tiro. Sin embargo, los expositores bíblicos también
han encontrado en ese pasaje una condena en contra del antiguo ser
angélico que estuvo en la presencia de Dios y que fue echado de allí.
«Tú eras el sello de la perfección, lleno de sabiduría,
y de acabada hermosura.
En Edén, en el huerto de Dios, estuviste.
De toda piedra preciosa era tu vestidura:
de cornerina, topacio, jaspe,
crisólito, berilo y ónice;
de zafiro, carbunclo, esmeralda y oro.
¡Los primores de tus tamboriles y flautas
fueron preparados para ti en el día de tu creación!
Tú, querubín grande, protector,
yo te puse en el santo monte de Dios.
Allí estuviste, y en medio de las piedras de fuego
te paseabas.
Perfecto eras en todos tus caminos
desde el día en que fuiste creado
hasta que se halló en ti maldad.
A causa de tu intenso trato comercial,
te llenaste de iniquidad
y pecaste,
por lo cual yo te eché del monte de Dios
y te arrojé de entre las piedras del fuego,
querubín protector.
Se enalteció tu corazón
a causa de tu hermosura,
corrompiste tu sabiduría
a causa de tu esplendor;
yo te arrojaré por tierra,
y delante de los reyes
te pondré por espectáculo» (Eze. 28: 12-17).
Aquí tenemos una breve historia de Satanás. Un ser creado, que se llenó
de orgullo a causa de su inteligencia, belleza física y otros atributos. Un
querubín que tuvo el privilegio de estar en la presencia del Todopoderoso
hasta que la maldad, la iniquidad y el pecado de forma misteriosa anidaron
en él.
En realidad, el diablo se creó a sí mismo. Él era un personaje
maravilloso, dotado con la capacidad de amar, adorar y servir a Dios para
siempre. Aunque Lucifer había sido creado para glorificar y servir a Dios,
al ceder a los impulsos de su propio corazón se transformó en el diablo, y
por ello tuvo que ser arrojado del cielo a la tierra. Por lo que nos dicen
Isaías, Ezequiel y Juan es que nos encontramos con Satanás al inicio del
libro de Job.
Los primeros dos capítulos describen un encuentro entre Dios y sus hijos
(Job 1: 6, 7 y 2: 1). «Un día acudieron a presentarse delante de Jehová los
hijos de Dios, y entre ellos vino también Satanás. Dijo Jehová a Satanás:
“¿De dónde vienes?” Respondiendo Satanás a Jehová, dijo: “De rodear la
tierra y andar por ella”».
No sabemos en qué lugar se celebró la reunión. Sin embargo, es poco
probable que la misma haya sido en el cielo. Es más, Elena de White
escribió lo siguiente, obviamente describiendo la escena de una visión que
ella habría recibido, y detallando parte de la historia de Satanás:
«Satanás tembló al contemplar su obra. Meditaba a solas en el
pasado, el presente y sus planes para el futuro. Su poderosa
contextura temblaba como si fuera sacudida por una tempestad.
Entonces pasó un ángel del cielo. Lo llamó y le suplicó que le
consiguiera una entrevista con Cristo. Le fue concedida.
Entonces le dijo al Hijo de Dios que se había arrepentido de su
rebelión y deseaba obtener nuevamente el favor de Dios.
Deseaba ocupar el lugar que Dios le había asignado previamente,
y permanecer bajo su sabia dirección. Cristo lloró ante la
desgracia de Satanás, pero le dijo, comunicándole la decisión de
Dios, que nunca más sería recibido en el cielo, pues este no
podía ser expuesto al peligro. Todo el cielo se malograría si se lo
recibía otra vez, porque el pecado y la rebelión se habían
originado en él. Las semillas de la rebelión todavía estaban
dentro de él».3
Luego, afirma unos párrafos más adelante:
«Dios sabía que una rebelión tan decidida no permanecería
inactiva. Satanás inventaría medios para importunar a los
ángeles celestiales y mostrar desdén por la autoridad divina.
Como no pudo lograr que lo admitieran en el cielo, montó
guardia en la entrada misma de él, para mofarse de los ángeles y
buscar contiendas con ellos cuando entraban y salían. Procuraría
destruir la felicidad de Adán y Eva. Trataría de incitarlos a la
rebelión, con plena conciencia de que eso produciría tristeza en
el cielo».4
De las declaraciones anteriores podemos deducir que las reuniones
descritas en Job 1 y 2, no se llevaron a cabo en el cielo. En dichos
concilios, Satanás obviamente afirmó ser el representante del planeta
Tierra y la respuesta de Dios fue preguntarle si se había fijado en Job (Job
1: 8).
Satanás tomó la declaración divina como un desafío y le reclamó a Dios
que la lealtad de Job no era legítima, sino comprada. Dios fue acusado,
para los efectos, de soborno.
El conflicto tiene que ver con el señorío, la adoración y la lealtad. En su
intento de obtener todo lo anterior, Satanás representó falsamente a Dios
ante la hueste celestial, ante Adán y Eva en el Edén y ante todo ser
humano que ha nacido desde entonces, incluyéndonos a nosotros.
El único que puede reprender exitosamente al diablo, ¡es Dios! (Zac. 3:
2.) El Nuevo Testamento nos dice: «Someteos, pues, a Dios; resistid al
diablo, y huirá de vosotros» (Sant. 4: 7).
Jesús derrotó al diablo en el desierto usando las Escrituras (Mat. 4: 1-11).
Esas palabras conquistaron el poder de Satanás en aquel momento y lo
harán hoy y siempre.
Jesús es nuestro ejemplo en el gran conflicto. Él venció al diablo, a
Satanás, le quitó el dominio cuando murió en la cruz y pagó el precio de la
redención, tal y como se profetizó en Génesis 3: 15. Mediante su muerte
en la cruz del Calvario, Jesús atrae a todos a sí (Juan 12: 31, 32). Y del
mismo modo en que lo sacó del cielo, él sacará a Satanás de nuestras vidas
cuando le permitamos ser el señor soberano de nuestra vida.
Somos vencedores por la sangre de Cristo. Nos justifica por la fe que
tenemos en lo que hizo por nosotros. Al obtener la victoria sobre la
muerte, Cristo ha echado por tierra el poder de las fuerzas del mal.
En resumen, mientras que la rectitud de Job implica madurez y no
necesariamente perfección, su vida lo convierte en un ejemplo contundente
de que Satanás no es el dueño del planeta. Satanás no podía atacar a Job
sin el permiso de Dios. Dios tiene el derecho de proteger a su siervo, como
Creador y como Redentor. Los que se someten a su autoridad, amor, gracia
y misericordia se colocan bajo su amante protección (Apoc. 7: 1-3; Sal. 91:
7; 143: 9).
Este episodio revela el gran conflicto que arropa al mundo, desde el Edén
hasta la tierra nueva. Todos seremos tentados y probados. Aunque quizá
no encontremos una respuesta al qué, por qué, cuándo o cómo, sí podemos
confiar en que Dios cuida de nosotros en todo momento.
Referencias
1. Himnario adventista, nº 374.
2. Salmo 139: 8.
3. Elena G. de White, La historia de la redención, cap 3, p. 26.
4. Ibíd., p.27.
3. El temor a Dios

L a palabra miedo aparece en la Biblia por primera vez en Génesis 3:


10. Cuando Dios le pregunta a Adán: «¿Dónde estás tú?», este
contesta diciendo: «Tuve miedo […]; por eso me escondí».
El pecado y la culpabilidad hicieron que Adán le tuviera miedo a Dios.
El miedo comenzó con la entrada del pecado a este mundo.
En la actualidad, contamos con especialistas que han clasificado y
etiquetado los diferentes tipos de temores y fobias. Por ejemplo, la
acrofobia es el temor a las alturas; la hidrofobia es un temor al agua. No es
que el temor sea del todo malo, puesto que si veo que un león se dirige
hacia mí, el temor haría que la adrenalina se esparza por mi cuerpo y
correré antes de ser atrapado. Tal vez el temor a la muerte hará que me
abroche el cinturón de seguridad.
Ahora bien, cuando la Biblia se refiere al temor a Dios, por lo general,
alude a algo muy distinto al temor que se siente por un enemigo, o al temor
irracional vinculado a una fobia. Pero, temer a Dios, ¿qué significa?
Después de todo, Job es descrito como temeroso de Dios.
A menudo en el Antiguo Testamento los que temían a Dios no eran
personas que necesariamente sentían miedo de Dios, sino aquellos que lo
respetaban y reverenciaban.
La Biblia, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, presenta a un Dios que
es todopoderoso, que odia el pecado y que un día le pondrá fin a la
maldad. Sin embargo, temer a Dios, en el sentido al que se hace referencia
en el libro de Job, significa que le servimos con lealtad y reverencia. Le
tememos no porque nos vaya a destruir, sino porque es nuestro Creador,
porque tenemos una relación personal con él.
El temor a Dios constituye una parte esencial de los mensajes de los tres
ángeles de Apocalipsis 14. El primer ángel nos llama a temer a Dios y a
darle gloria porque es el creador. «Decía a gran voz: “¡Temed a Dios y
dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado. Adorad a aquel que
hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas!”» (Apoc. 14: 7).
El que le teme a Dios es recto, dedicado, se ha sometido a la voluntad del
Señor. Por eso Job, un hombre temeroso de Dios, se convirtió en el blanco
de la ira satánica. Como Job era temeroso de Dios, Satanás afirmó que
Dios había colocado una valla, un muro de protección, alrededor del
patriarca.
Ese término, valla, es una cerca o pared que se coloca alrededor de una
casa o de un patio. Dios bendijo a Job debido a la integridad del patriarca.
Dios es un ser íntegro y desea que su pueblo sea como él. Permítanme
explicarlo. Muchos de nosotros tenemos una alarma en nuestros hogares, y
la activamos cuando salimos. Si no contamos con un sistema electrónico,
utilizaremos cerraduras tradicionales. Sencillamente intentamos proteger
nuestra propiedad mientras estamos fuera. Algún día, en la tierra nueva,
esos dispositivos o cerraduras serán innecesarios debido a que no habrá
ladrones; pero en esta vida, nos sentimos más tranquilos si utilizamos
dichos medios para proteger nuestras posesiones. No hay nada malo en
proteger lo que es nuestro, lo que nos ha costado adquirirlo. Sería tonto no
hacerlo.
De igual manera Dios protege lo que es de él: sus hijos, porque por ellos
ha invertido la sangre de su amado Hijo. Aunque no nos considera sus
objetos, nuestro Padre celestial valora nuestras vidas e intenta protegernos
en medio de las batallas que se libran en este gran conflicto entre el bien y
el mal. Eso no significa que jamás nos sucederá algo malo, sino que Dios
controla la actividad del enemigo en nuestras vidas.
Después de que Satanás hiciera su malvada insinuación en contra de
Dios, criticándolo por proteger a Job, Dios dijo: «Todo lo que tiene está en
tu mano; solamente no pongas tu mano sobre él» (Job 1: 12).
Recordemos, Satanás básicamente afirmó que Dios había sobornado a
Job, algo que reduce a Job al nivel de un peón, pero que además insinúa
que Dios está dispuesto a comprar el amor, la lealtad y la adoración de los
seres humanos.
¿Por qué hay que servir a Dios? Si es por las bendiciones que esperamos
que nos dé, ¿será eso una razón válida para hacerlo? Romanos 2: 4 indica
que «su benignidad [nos] guía al arrepentimiento».
Cuando repasamos la manera en la que obra la gracia en nuestras vidas,
reconocemos que Dios ha sido bueno con nosotros (es lo menos que
podemos decir), y, que según Pablo, su bondad nos guía al
arrepentimiento. Es cierto, el genuino arrepentimiento ha de llevarnos al
pie de la cruz de Cristo, para allí confesar nuestros pecados, apartarnos de
nuestros malos caminos y prometer que seremos leales a Jesús.
Cuando era niño y asistía a la escuela primaria, comenzábamos el día
repitiendo un voto de lealtad a la patria. Nos quitábamos los sombreros,
permanecíamos de pie y colocábamos la mano derecha sobre el corazón.
Al hacerlo, jurábamos ser leales a nuestro país. En nuestro caso decíamos:
«Juro ser leal a la bandera de los Estados Unidos de Norteamérica y a la
república que ella representa: una nación leal a Dios, indivisible, con
libertad y justicia para todos».
Existe asimismo un voto de lealtad que se expresa ante la bandera de
Cristo: Juro lealtad a la bandera cristiana y al Salvador cuyo reino
representa.1
Seremos leales a un Salvador crucificado, resucitado y que regresa de
nuevo para dar vida y libertad eternas a todos los que crean en él.
Nuestras vidas han de ser una manifestación de lealtad a Dios y a su
misericordia, su gracia y su protección hacia nosotros. Mientras crecemos
«en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo» (2
Ped. 3: 18), podemos percibir con mayor claridad lo que Dios significa
para nuestras vidas y para el mundo que nos rodea; no porque seamos muy
inteligentes para descifrarlo, sino porque Dios se has revelado con suma
claridad. Al hacernos más sensibles a la obra del Espíritu Santo,
entenderemos a Dios y aprenderemos que servirlo conlleva mucho más
que recibir sus bendiciones.
Aun cuando perdió todos sus bienes materiales, Job se mantuvo fiel a su
declaración de obediencia a Dios.
No puedo imaginar el dolor que experimentan los padres cuando un hijo
muere antes que ellos. Los hijos de Job murieron, no uno a uno, sino todos
al mismo tiempo.
¿Cómo respondió Job? mediante una sencilla declaración que nos parece
poco comprensible:
«Desnudo salí del vientre de mi madre
y desnudo volveré allá.
Jehová dio y Jehová quitó:
¡Bendito sea el nombre de Jehová!
En todo esto no pecó Job ni atribuyó
a Dios despropósito alguno» (Job 1: 20-22).
Según afirma un comentarista: «Job alaba a Dios al reconocer los
derechos soberanos de Dios (Dios dio y Dios quitó). No podemos obviar
que Job enfrentó la adversidad con la adoración; la maldad, con el culto a
Dios. A diferencia de mucha gente, él no se dejó embargar por la
amargura; rechazó culpar a Dios por los males acontecidos (Job 2: 10)».2
La experiencia de Job nos muestra la fe de un hombre que temía a Dios.
Job no se lamenta del mal que lo afectó, tampoco le echa la culpa o
maldice a Dios. Lo que dice es válido para todos. No nacemos con nada, y
las posesiones que acumulamos en nuestras vidas quedarán atrás cuando
muramos.
El ser humano, como un ente moral, es capaz de tomar sus propias
decisiones. Job demostró ser leal a Dios y ganó el primer asalto en su
lucha contra el enemigo. Pero el diablo no había terminado; Job 2: 1-3
registra que el enemigo una vez más se presentó a la reunión celestial.
Como la movida inicial había fallado, ahora duplica su apuesta ante Dios,
los hijos de Dios y los testigos celestiales.
No le bastó atacar a Job, quitarle todos sus bienes materiales y matar a
sus hijos. Ahora pide permiso para afligir el cuerpo de Job, para atacarlo
con enfermedades. Satanás intentará destruir a cualquiera que sea leal a
Dios. Sabiendo que no puede golpear directamente a Dios, ya que perdió la
guerra en el cielo, intenta herir a Dios provocando la destrucción de sus
hijos.
En el segundo asalto, Dios de nuevo desafía a Satanás utilizando a su
mejor representante en la tierra: a Job. Una vez más, en presencia de «los
hijos de Dios», Satanás critica a Dios, pidiendo permiso para atacar a Job
con enfermedades, con el fin de que este abandone su fe. Dios lo permite,
y el enemigo golpea a Job: «Piel por piel, todo lo que el hombre tiene lo
dará por su vida. Pero extiende tu mano, toca su hueso y su carne, y verás
si no blasfema contra ti en tu misma presencia. Dijo Jehová a Satanás: “Él
está en tus manos; pero guarda su vida”. Salió entonces Satanás de la
presencia de Jehová e hirió a Job con una llaga maligna desde la planta del
pie hasta la coronilla de la cabeza» (Job 2: 4-7).
Aunque no conocemos la enfermedad que padecía Job, sí sabemos que
fue provocada por el demonio y que era tan fuerte que Job se sentaba en un
montón de cenizas y se rascaba las llagas que lo cubrían de la cabeza a los
pies. ¡Qué deprimente escena!
Sin embargo, ¡Job permaneció fiel a Dios! Recordemos la declaración
que hace Pablo en Hebreos 11: 6: «Pero sin fe es imposible agradar a Dios,
porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que él existe y que
recompensa a los que lo buscan».
Adán y Eva fueron tentados en un mundo perfecto, en un medio
desprovisto de pecado y depravación, y fracasaron. El mundo de Job, al
igual que el mundo nuestro, estaba contaminado por el pecado y la
maldad; sin embargo él pasó su prueba.
Suponemos que Adán y Eva habían visto al Creador cara a cara; mientras
que Job, no. Adán y Eva intentaron culpar a otro. Adán culpó a Eva, y ella
a su vez culpó a la serpiente, y al hacerlo ambos culparon a Dios,
haciéndolo indirectamente responsable de todo lo que había pasado. Job
adoró y se lamentó, sin culpar a Dios.
Aunque Job es el protagonista del relato, su esposa también estaba allí.
Ella había dado a luz a los diez hijos que el enemigo les había matado. Ella
fue la primera maestra de sus hijos. Con la muerte de sus hijos, perdió lo
más importante de su vida.
Allí la fe de Job brilló como un faro en la más profunda oscuridad del
sufrimiento. En ese sentido, la experiencia de Job nos recuerda los
sufrimientos de Cristo. Ambos fueron atacados sin provocación y sin
merecerlo. Jesús fue asimismo atacado por el príncipe de las tinieblas: él
sufrió, sangró y murió en el Calvario como una víctima inocente. Fue el
verdadero Cordero de Dios ofrecido por los pecados del mundo (Juan 3:
16, 17). Al igual que Job, Jesús no acusó a Dios, sino que permaneció fiel
hasta el fin.
Louisa Stead, su esposo y su pequeña hija disfrutaban de un almuerzo en
la playa, cuando escucharon que un niño pedía auxilio. El señor Stead se
apresuró a rescatar al niño, pero en medio de la desesperación el niño lo
hundió en las aguas y ambos se ahogaron mientras Louisa y su hija
observaban sin poder hacer nada.
Poco después la señora Stead y su hija marcharon a Sudáfrica para
trabajar como misioneras. Después de más de veinte años de fiel servicio,
y a causa de su precaria salud, Louisa se jubiló. Murió algunos años
después en lo que hoy es Zimbabue. Sus compañeros misioneros amaban
el himno «Oh, cuán dulce es fiar en Cristo», por lo que redactaron unas
frases en tributo de ella, luego de su muerte.
«Louisa Stead sufrió una gran tragedia en su juventud, pero
aprendió a confiar en su Señor. Ella aprendió a “darle gloria” a
Dios durante el resto de su vida. Aún hoy, su ministerio continúa
cada vez que cantamos y aplicamos la verdad de las siguientes
palabras:
“Oh, cuán dulce es fiar en Cristo, y entregarle todo a él, esperar
en sus promesas y en sus sendas serle fiel. Siempre quiero fiar en
Cristo, mi precioso Salvador, que en la vida y en la muerte me
sostiene con su amor”.
“¡Cristo!, ¡Cristo!, ¡cuánto te amo! Tu poder probaste en mí,
¡Cristo!, ¡Cristo!, puro y santo, siempre quiero fiar en ti!”».3
Job sufrió intensamente, pero aprendió a confiar en Dios y mantuvo su
integridad. Pudo decir: «Aunque él me mate, en él esperaré. Ciertamente
delante de él defenderé mis caminos» (Job 13: 15).
Referencias
1. «Pledge to the Christian Flag», ChristianHomeschoolers.com,
http://www.christianhomeschoolers.com/christian_pledges.html.
2. Roy B. Zuck, «Job», The Bible Knowledge Commentary: An Exposition of the Scriptures, ed.
John F. Walvoord y Roy B. Zuck, t. 1 (Wheaton: Victor Books, 1985), pp. 720, 721.
3. K. W. Osbeck, Amazing Grace: 366 Inspiring Hymn Stories for Daily Devotions (Grand Rapids:
Kregel Publications, 1996), p. 220.
4. Dios y el sufrimiento humano

E l gran conflicto provee una explicación para la presencia del mal.


Como resultado de dicho conflicto, todos sufrimos. Los detalles
pueden variar, pero el sufrimiento nos aqueja a todos. El libro de Job
es el más antiguo de la Biblia y en sus páginas se aborda el tema de cómo
lidiar exitosamente con el dolor y el sufrimiento.
Es esencial que recordemos que el mismo Dios también sufre. Él sufre
mientras observa cómo el pecado nos destruye. Él sufrió cuando Jesús
llegó a este mundo y cuando se dirigió a la cruz del Calvario. Sin embargo
no había un “plan B” para la salvación del mundo, y Jesús voluntariamente
aceptó derramar su sangre y morir por la salvación de la humanidad.
Al estudiar el libro de Job, surge una gran cantidad de preguntas que
requieren ser contestadas. ¿Quién le enseñó a Job cómo adorar a Dios? Es
más, ¿cómo llegó Job al convencimiento de que Dios existía? ¿Dónde
aprendió Job a ofrecer sacrificios y ofrendas que eran una sombra del
Cristo que habría de venir? La Biblia no lo dice.
Sin embargo, la Biblia sí enseña que la naturaleza pone de manifiesto
que Dios es nuestro creador. «Lo invisible de él, su eterno poder y su
deidad, se hace claramente visible desde la creación del mundo y se puede
discernir por medio de las cosas hechas. Por lo tanto, no tienen excusa»
(Rom. 1: 20). La verdad es proclamada en el mundo visible.
Consideremos lo siguiente: «Tanto la naturaleza como la revelación dan
testimonio del amor de Dios. Nuestro Padre Celestial es la fuente de vida,
sabiduría y gozo. Observa las maravillas y bellezas de la naturaleza. Piensa
en su prodigiosa adaptación a las necesidades y a la felicidad, no
solamente de cada ser humano, sino de todos los seres vivientes. La luz del
sol y la lluvia que alegran y refrescan la tierra; los montes, los mares y las
praderas, todos nos hablan del amor del Creador. Dios es el que suple las
necesidades diarias de todas sus criaturas».1
Cuando comparamos lo que dice Job 12: 7-10 con Romanos 1: 16-20,
notamos que Pablo coincide con Job. Los dos autores están de acuerdo al
decir que la naturaleza muestra sus orígenes; Dios recibe el crédito por
toda la creación. Desde luego, nada se crea a sí mismo. Todos los
elementos de la naturaleza revelan un diseño inteligente y no mutaciones,
o la supervivencia del más fuerte, según proponen los evolucionistas.
En la teología natural un argumento cosmológico es un argumento en el
que la existencia de un ser único, generalmente identificado o denominado
Dios, se deduce o se infiere como algo altamente probable. Dicha idea se
la conoce tradicionalmente como un argumento que parte del principio de
la causación universal: un argumento de primera causa, el argumento
causal, o argumento de la existencia. Sin importar cómo se le llame existen
tres variaciones básicas de dicho argumento, cada una con sutiles, aunque
importantes, distinciones: in causa (causalidad); in esse (contrariedad); in
fieri (existencia).
La premisa básica de todo esto es el concepto de la causalidad y de la
primera causa. La historia de este argumento se remonta a Aristóteles o
aún antes, se desarrolla en el neoplatonismo y en el cristianismo primitivo,
y más tarde en la teología islámica medieval de los siglos IX al XII, para
reintroducirse a la teología medieval cristiana en el siglo XIII. El
argumento cosmológico está íntimamente relacionado con el principio de
la razón suficiente expuesto por Leibniz y Samuel Clarke.
Fundamentalmente, es una presentación moderna de la afirmación
atribuida a Parménides de que «nada viene de la nada».
Los defensores contemporáneos, o defensores parciales, de los
argumentos cosmológicos incluyen a William Lane Craig, Robert Koons,
Alexander Pruss y William L. Rowe.2
Ahora bien, Apocalipsis 4: 11 afirma claramente: «Señor, digno eres de
recibir la gloria, la honra y el poder, porque tú creaste todas las cosas, y
por tu voluntad existen y fueron creadas». Dios no solamente es digno de
recibir nuestra alabanza, adoración, reverencia, gloria y honor por muchas
razones; sino que de manera preponderante y precisa lo merece debido a
que es el creador de todo, y todo lo que existe fue creado con el propósito
que él tuvo en mente: para que fuera de su agrado. En Colosenses 1: 16, 17
Pablo es más explícito, al suministrar una lista de los resultados de la
actividad creadora de Dios: «Porque en él fueron creadas todas las cosas,
las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles;
sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue
creado por medio de él y para él. Y él es antes que todas las cosas, y todas
las cosas en él subsisten». En este versículo, Pablo proporciona el
argumento para reafirmar la supremacía de Cristo sobre toda la creación.
Las tres frases, «en él» (vers. 16a), «por medio de él» (vers. 16b), y «para
él» (vers. 16b), indican una relación. En realidad, estas frases expresan tres
diferentes ideas. La primera de ellas es la expresión traducida literalmente
del griego como «en él». Esto debería entenderse como algo que ocurre en
él, en su esfera de influencia y responsabilidad. En forma práctica, esto
sugiere que Jesús concibió la creación y sus complejidades. La creación
fue idea suya.3
Aquí Pablo nos dice que absolutamente todo fue creado por Jesucristo,
no solamente las cosas que están en el cielo (estrellas, planetas, etc.),
objetos fácilmente visibles; sino también aquellos que no se ven sin ayudas
(microorganismos, átomos y otros); los tronos donde se sientan los
gobernantes, y los territorios que abarcan sus reinados. Todo. Punto.
Juan 1: 1-3 afirma: «En el principio era el Verbo, el Verbo estaba con
Dios y el Verbo era Dios. Este estaba en el principio con Dios. Todas las
cosas por medio de él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho
fue hecho».
Con sencillez, el apóstol Juan consigna que el Verbo, identificado como
Jesucristo, es plenamente Dios y era con Dios el Padre antes de que este
mundo fuera creado.
Cualquier otra llamada «sabiduría» que esté desconectada de la fuente de
todo conocimiento, será considerada como una necedad. En 1 Corintios 3:
18-20 se expone claramente: «Nadie se engañe a sí mismo; si alguno entre
vosotros cree ser sabio en este mundo, hágase ignorante y así llegará a ser
verdaderamente sabio. La sabiduría de este mundo es insensatez ante Dios,
como está escrito: “Él prende a los sabios en la astucia de ellos” Y otra
vez: “El Señor conoce los pensamientos de los sabios, y sabe que son
vanos”».
Aquí Pablo cita Job 5: 13. Aunque la declaración de Pablo está
contextualizada —es decir, es relevante a su época y a la filosofía
imperante en su cultura—, la Biblia claramente se enfrenta a toda
enseñanza que sea opuesta a Dios.
La superioridad de la verdadera sabiduría divina se muestra en toda la
Biblia. Observemos el texto de Isaías 55: 8, 9: «“Porque mis pensamientos
no son vuestros pensamientos ni vuestros caminos mis caminos”, dice
Jehová. “Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos
más altos que vuestros caminos y mis pensamientos, más que vuestros
pensamientos”».
Muchos comentaristas y expositores bíblicos sostienen que Moisés
escribió el libro de Job durante los cuarenta años que permaneció en
Madián luego de escapar de Egipto como un principesco asesino fugitivo.
«Otros aseguran que fue escrito por el mismo Job, o por Eliú, por Isaías, o
quizá más probablemente por Moisés, que era “instruido en toda la
sabiduría de los egipcios y era poderoso en sus palabras y obras” (Hechos
7: 22). Mientras estuvo en Madián tuvo oportunidades para conocer los
datos relacionados con el tema».4
La pluma inspirada afirma: «No solamente estaba Moisés preparándose
para la gran tarea que le esperaba, sino que durante ese tiempo él redactó
el libro de Génesis y el libro de Job, bajo la inspiración del Espíritu Santo,
libros que serían leídos con el mayor interés por el pueblo de Dios hasta el
fin del tiempo».5
Aunque únicamente podemos saber lo que Dios nos revela respecto a sus
planes, podría ser apropiado suponer que él, al contemplar las necesidades
de su pueblo, inspirara a Moisés a escribir el libro de Job considerando que
lo necesitaríamos durante toda nuestra existencia en un mundo lleno de
pecado. A través de Job, Dios nos informa que él está a nuestro lado y que
no hemos sido abandonados para enfrentar el dolor y el sufrimiento.
La realidad del mal es presentada en la Biblia de principio a fin. Después
de que Jesús hablara de ayudar a los necesitados, de orar y de ayunar, y del
lugar donde deben estar colocados nuestros tesoros, Mateo afirma que el
Señor resume cuál debe ser nuestra actitud ante las situaciones prácticas de
la vida: «Así que no os angustiéis por el día de mañana, porque el día de
mañana traerá su propia preocupación. Basta a cada día su propio mal»
(Mateo 6: 34).
En la década de los setenta leí una declaración que decía más o menos
así: «Preocuparse es como estar en una mecedora; se requiere una buena
cantidad de energía, pero no nos lleva a ninguna parte».6 creo que esa
declaración es verdadera y que refleja lo que Jesús enseñó en Mateo 6: 27.
«¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se angustie, añadir a su
estatura un codo?». Esa muy bien puede ser la proverbial pregunta
retórica.
La preocupación no le añadirá calidad a nuestra existencia. Esto no
significa que no tengamos preocupaciones, ni que no hagamos planes para
lo imprevisto; pero no debemos afanarnos tratando de descifrar lo que ha
de suceder, o agonizar por lo que ha sucedido. La clave es obedecer a Dios
en el presente y entregar en sus manos el futuro.
Al mismo tiempo se nos recomienda que no debemos preocuparnos por
el mal que nos pueda sobrevenir en el futuro (Mat. 6: 34); Jesús nos ofrece
su paz en medio del mal que nos rodea y nos persigue (Juan 16: 33).
Tanto Pablo como Pedro, entre otros escritores bíblicos, siguen la misma
línea de nuestro Señor. En Filipenses 4: 6-7, Pablo afirma: «Por nada estéis
angustiados, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en
toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que
sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros
pensamientos en Cristo Jesús». En 1 Pedro 5: 7, Pedro escribe: «Echad
toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros».
Ciertamente el consejo de Jesús en Mateo 6: 34 no contradice la
existencia de un Dios amante; sino que reconoce la realidad de este mundo
caído. Esta es la cuestión de la teodicea: la validación de la bondad y
providencia divinas ante la existencia del mal.
El libro de Job constituye la presentación bíblica más completa de «el
problema del mal» o «la teodicea». La interrogante es: ¿Qué Dios es este
que permite que los inocentes sufran? La lógica sugiere una de tres
respuestas: (1) Dios es justo, pero no es lo suficiente poderoso para
impedir el sufrimiento; (2) Dios es todopoderoso, pero no es del todo
bueno y el mal forma parte de su naturaleza; (3) los que sufren merecen
todo el dolor y el mal que les envía Dios (en otras palabras, los verdaderos
inocentes no sufren).
La Biblia considera inaceptables estas respuestas mientras que el libro de
Job nos ofrece una perspectiva más amplia. El gran conflicto entre Dios y
Satanás debe demostrar la justicia y la supremacía de Dios. Él permite que
los inocentes sufran con el fin de demostrar que en su soberanía él es
glorificado incluso cuando su pueblo sufre y persevera mediante la fe, sin
entender las razones de todo ello. Desde un punto de vista humano, la
conclusión es que no existe una respuesta al problema del mal. Desde una
perspectiva divina, la respuesta es que Dios es glorificado incluso cuando
permite que el mal obre. La muerte de Cristo es la máxima respuesta de
Dios al problema del mal. Los que en el presente estudian a Job deberían
interpretarlo tomando en cuenta su propósito original.6
Job alabó a Dios en medio de sus pruebas y tribulaciones (Job 1: 20, 21;
2: 10) hasta cuando luchaba con las preguntas: «¿Por qué Dios permite
todo esto?»; «¿Por qué Dios me envía esto?». Esas eran algunas de las
interrogantes que lo aguijoneaban y aunque su fe en Dios titubeó, no
flaqueó. Más bien, Job declaró: «Aunque él me mate, en él esperaré.
Ciertamente delante de él defenderé mis caminos» (Job 13: 15).
Según Job, él era inocente de cualquier transgresión que podría haber
justificado su sufrimiento. Mientras que Job jamás dudó de la existencia de
Dios, por momentos sí cuestionó la bondad divina. Muchos de nosotros
hacemos lo mismo en la actualidad. Sin embargo, tenemos algo que Job
apenas podía visualizar. Poseemos una clara demostración del carácter de
Dios, reflejado en el sufrimiento de Jesús en la cruz.
«Pocos piensan en el sufrimiento que el pecado causó a nuestro
Creador. Todo el cielo sufrió con la agonía de Cristo; pero ese
sufrimiento no empezó ni terminó cuando se manifestó en el
seno de la humanidad. La cruz es, para nuestros sentidos
entorpecidos, una revelación del dolor que, desde su comienzo,
produjo el pecado en el corazón de Dios. Le causan pena toda
desviación de la justicia, todo acto de crueldad, todo fracaso de
la humanidad en cuanto a alcanzar su ideal. Se dice que cuando
sobrevinieron a Israel las calamidades que eran el seguro
resultado de la separación de Dios: sojuzgamiento a sus
enemigos, crueldad y muerte, Dios “fue angustiado a causa de la
aflicción de Israel”. “En toda angustia de ellos él fue angustiado
[…] Y los levantó todos los días de la antigüedad”».7
La Cruz de Cristo nos muestra que Dios está dispuesto a sufrir con
nosotros para redimirnos; por tanto, en él podemos confiar.
Referencias
1. Elena G. de White, El camino a Cristo, cap.1, p. 13.
2. «Cosmological argument», Wikipedia, https://en.wikipedia.org/wiki/Cosmological_argument.
3. Richard R. Melick, Philippians, Colossians, Philemon, t. 32, The New American Commentary
(Nashville: Broadman & Holman, 1991), p. 217.
4. M. G. Easton, «Job», Easton’s Bible Dictionary (NuevaYork: Harper & Brothers, 1893).
5. Elena G. de White, «Moses», Signs of the Times, 19 de febrero, 1880, p. 73.
6. K. H. Easley, Holman QuickSource Guide to Understanding the Bible (Nashville: Holman Bible
Publishers, 2002), p. 112.
7. Elena G. de White, La educación, cap. 31, p. 238.
5. Maldito el día

«D espués de esto, abrió Job su boca y maldijo su día» (Job 3: 1). Job
había sido atenazado por la más horrible tribulación: todas sus
posesiones terrenales fueron destruidas; sus diez hijos perecieron y él fue
castigado con malolientes y repugnantes llagas. En medio de su gran
angustia escucha a su esposa decirle: «Maldice a Dios y muérete».
Había perdido su hacienda, sus hijos y su salud; ni siquiera sabía por qué
estaba sufriendo. El registro bíblico afirma que Job maldijo el día de su
nacimiento; aquel hombre intachable, justo y temeroso de Dios, ¡lanza una
maldición! Detengámonos un momento. No existe indicación alguna de
que lo dicho por Job promueva el lenguaje soez o las malas palabras que
escuchamos cuando la gente está airada.
La maldición mencionada por Job es resultado del profundo desconsuelo
que estaba experimentando. Si hubiéramos estado en su lugar,
probablemente habríamos hecho lo mismo, o peor. El dolor de Job era tan
insondable e intenso, que deseó que la fecha de su nacimiento fuera
arrancada del almanaque.
Es importante observar lo que Job no hizo en aquel momento: no culpa
ni maldice a Dios; aunque algunos podrían argumentar que maldecir el día
de su nacimiento era una maldición indirecta contra Dios. Como creador,
Dios determinó el día, y no solamente planificó y ejecutó el momento de
su concepción, sino que lo trajo al mundo en el momento preciso.
Quizá Salomón aluda a lo dicho en el libro de Job, al escribir las
siguientes palabras: «Alabé entonces a los finados, los que ya habían
muerto, más que a los vivos, los que todavía viven. Pero tuve por más feliz
que unos y otros al que aún no es, al que aún no ha visto las malas obras
que se hacen debajo del sol» (Ecl. 4: 2, 3).
O el profeta Jeremías que al referirse a su sufrimiento, escribió:
«¡Maldito el día en que nací!
¡Que no sea bendecido el día en que mi madre
me dio a luz!
¡Maldito el hombre que dio la noticia a mi padre, diciendo:
“Un hijo varón te ha nacido”,
causándole gran alegría!
Sea tal hombre como las ciudades
que asoló Jehová sin volverse atrás de ello;
que oiga gritos por la mañana
y voces a mediodía,
porque no me mató en el vientre.
Mi madre entonces hubiera sido mi sepulcro,
pues su vientre habría quedado embarazado para siempre.
¿Para qué salí del vientre?
¿Para ver trabajo y dolor,
y que mis días se gastaran en afrenta?» (Jer. 20: 14-18).
Un comentarista afirma, refiriéndose a la maldición de Job: «Sus
imprecaciones son solemnes, profundas y sublimes. Estas declaraciones
poéticas no se prestarían a un minucioso análisis técnico. Job no presenta
lógica; más bien, vuelca los sentimientos apasionados de su alma
doliente».1
Recordemos que Job tenía una desventaja: no conocía el por qué de todo
lo que le sucedía. Eso nos lleva a pensar que su sufrimiento físico, aunque
profundo, estaba eclipsado por su angustia mental.
Nosotros, que vivimos miles de años después de Job, y que tenemos la
ventaja de conocer toda la trama, sabemos cómo comenzó aquella triste
historia. También sabemos cómo concluye. Lo hemos leído en el poema
del Siervo Sufriente y su papel en nuestra redención, de Isaías 53:
«¿Quién ha creído a nuestro anuncio
y sobre quién se ha manifestado el brazo de Jehová?
Subirá cual renuevo delante de él,
como raíz de tierra seca.
No hay hermosura en él, ni esplendor;
lo veremos, mas sin atractivo alguno
para que lo apreciemos.
Despreciado y desechado entre los hombres,
varón de dolores, experimentado en sufrimiento;
y como que escondimos de él el rostro,
fue menospreciado y no lo estimamos.
Ciertamente llevó él nuestras enfermedades
y sufrió nuestros dolores,
¡pero nosotros lo tuvimos por azotado,
como herido y afligido por Dios!
Mas él fue herido por nuestras rebeliones,
molido por nuestros pecados.
Por darnos la paz, cayó sobre él el castigo,
y por sus llagas fuimos nosotros curados.
»Todos nosotros nos descarriamos como ovejas,
cada cual se apartó por su camino;
mas Jehová cargó en él
el pecado de todos nosotros.
Angustiado él, y afligido,
no abrió su boca;
como un cordero fue llevado al matadero;
como una oveja delante de sus trasquiladores,
enmudeció, no abrió su boca.
Por medio de violencia y de juicio fue quitado;
y su generación, ¿quién la contará?
Porque fue arrancado de la tierra de los vivientes,
y por la rebelión de mi pueblo fue herido.
Se dispuso con los impíos su sepultura,
mas con los ricos fue en su muerte.
Aunque nunca hizo maldad
ni hubo engaño en su boca,
Jehová quiso quebrantarlo,
sujetándolo a padecimiento.
Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado,
verá descendencia, vivirá por largos días
y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada.
Verá el fruto de la aflicción de su alma
y quedará satisfecho;
por su conocimiento justificará
mi siervo justo a muchos,
y llevará sobre sí las iniquidades de ellos.
Por tanto, yo le daré parte con los grandes,
y con los poderosos repartirá el botín;
por cuanto derramó su vida hasta la muerte,
y fue contado con los pecadores,
habiendo él llevado el pecado de muchos
y orado por los transgresores» (Isa. 53: 1-12).
Tomemos en cuenta la siguiente declaración:
«Tan pronto como hubo pecado, hubo un Salvador. Cristo sabía
lo que tendría que sufrir, sin embargo se convirtió en el sustituto
del hombre. Tan pronto como pecó Adán, el Hijo de Dios se
presentó como fiador por la raza humana.
»Pensad cuánto le costó a Cristo dejar los atrios celestiales y
ocupar su puesto a la cabeza de la humanidad. ¿Por qué hizo
eso? Porque era el único que podía redimir la raza caída. No
había un ser humano en el mundo que estuviera sin pecado. El
Hijo de Dios descendió de su trono celestial, depuso su manto
real y corona regia y revistió su divinidad con humanidad. Vino
a morir por nosotros, a yacer en la tumba como deben hacerlo
los seres humanos y a ser resucitado para nuestra justificación.
»Vino a familiarizarse con todas las tentaciones con las que es
acosado el hombre. Se levantó de la tumba y proclamó sobre el
rasgado sepulcro de José: “Yo soy la resurrección y la vida”.
Uno igual a Dios pasó por la muerte en nuestro favor. Probó la
muerte por cada hombre para que por medio de él cada hombre
pudiera ser participante de vida eterna».2
Aunque en este momento no haremos una completa exposición de Isaías
53, los cristianos en sentido general reconocen que este pasaje es una
revelación profética del papel de Jesucristo.
Pero, ¿qué esperaba Job que la muerte hiciera por él? Ya que este es el
libro más antiguo de la Biblia, de seguro Dios tenía algo que revelar
respecto al estado de los muertos. Job 3: 13 afirma: «Ahora estaría yo
muerto, y reposaría; dormiría, y tendría descanso». Claramente, Job
esperaba descansar de sus pruebas, dificultades y tribulaciones. Él afirma
que dormiría y descansaría. No se hace mención de ninguna visita al cielo,
ni de alguna recompensa inmediata por su vida intachable y justa.
Desde luego, no edificamos un andamiaje teológico en una parte de las
Escrituras, sino que comparamos un texto bíblico con otro (Isa. 28:10) y
así sale a relucir la verdad bíblica. La declaración de Job armoniza con la
amplia información bíblica respecto al estado de los muertos.
Veamos otros pasajes de las Sagradas Escrituras: «Porque los que viven
saben que han de morir, pero los muertos nada saben, ni tienen más
recompensa. Su memoria cae en el olvido. También perecen su amor, su
odio y su envidia; y ya nunca más tendrán parte en todo lo que se hace
debajo del sol» (Ecl. 9: 5, 6).
Salomón, «el hombre más sabio que jamás vivió», afirma que mientras
estamos vivos prestamos atención, pensamos, hacemos planes y actuamos.
Sabemos qué haremos pero, en contraste, los muertos nada saben. Todas
sus emociones han cesado, y no tienen más nada que hacer en los asuntos
de la vida.
«¿Manifestarás tus maravillas a los muertos?
¿Se levantarán los muertos para alabarte?
¿Será proclamada en el sepulcro tu misericordia
o tu verdad en el Abadón?
¿Serán reconocidas en las tinieblas tus maravillas
y tu justicia en la tierra del olvido» (Sal. 88: 10-12).
Estas preguntas retóricas del Salmo 88 deben ser contestadas
negativamente. Pero, ¿qué diremos del Nuevo Testamento? ¿Qué dice
Jesús acerca de la muerte?
Quizá una de las enseñanzas más claras respecto a la muerte en el Nuevo
Testamento se encuentra en Juan 11, donde se habla de la muerte y
resurrección de Lázaro, un buen amigo de Jesús. Lázaro estuvo muerto
durante cuatro días, antes de que Jesús lo resucitara. Si alguien recibe la
recompensa por su vida tan pronto muere (como se cree popularmente), de
seguro Lázaro habría descrito su experiencia «después de la muerte», y
dicha narración se habría conservado en la Biblia.
Hoy se habla mucho de que la gente que muere se marcha a un «mejor
lugar». Esa idea no tiene asidero bíblico. La idea de que un «alma»
continúa existiendo más allá de la tumba no se fundamenta en la Palabra
de Dios (Eze. 18: 4, Juan 5: 25-29).
El dolor y el sufrimiento son únicos porque son totalmente subjetivos,
nada más podemos experimentar nuestro dolor personal. Quizá sintamos
empatía por los demás y compasión por ellos durante su dolor y
sufrimiento, pero en realidad no podemos saber cuál es el grado o nivel de
su padecimiento.
Como pastor he visitado innumerables hogares que han tenido que sufrir
por la muerte de un familiar. Por mucho que haya estimado al finado,
jamás podré conocer la profundidad del dolor experimentado por su
familia. Aunque quiera ponerme en lugar de ellos, no podré hacerlo. Así
tampoco pudieron apreciar su dolor los tres amigos de Job que vinieron a
consolarlo: Elifaz el temanita, Bildad el suhita y Zofar el naamatita.
En principio los amigos de Job, los que habían venido a consolarlo y a
mostrar su solidaridad con él (Job 2: 11), quedaron en silencio. En
ocasiones, cuando visitamos a los que sufren, acompañarlos en silencio es
más importante que las palabras. Quienes han recibido una visita mientras
están en un hospital, podrán apreciar mejor el apoyo silencioso, antes que
la parlería de los visitantes.
Luego los tres amigos abandonaron su «silenciosa vigilia» de siete días,
además de su actitud solidaria. De hecho, sostuvieron que el sufrimiento
de Job era la retribución por sus pecados ocultos.
Job llega a un punto en el que cuestiona si su sufrimiento es un castigo, y
procura el perdón por si abriga algún pecado «desconocido» (Job 7: 17-
21). Al hacerlo revela las concepciones de su época. Incluso profundiza en
lo que alguien podría llamar existencialismo, cuando analiza qué son
exactamente los seres humanos, y por qué Dios interactúa con ellos. En el
marco del gran conflicto, que tiene que ver con la justificación de Dios y
con la restauración del orden en el universo, se pone de manifiesto el amor
de Dios por los seres humanos. Juan 3: 16 lo presenta de una manera tan
sublime que se hace innecesario comentarlo: «De tal manera amó Dios al
mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él
cree no se pierda, sino que tenga vida eterna».
Dios es amor, 1 Juan 4: 8 lo dice claramente. Debemos aceptarlo por fe,
aunque no podamos entender apropiadamente el problema del dolor y del
sufrimiento.
Referencias
1. Comentario bíblico adventista, t. 3, p. 506.
2. Elena G. de White, En lugares celestiales, p. 15.
6. Una maldición sin causa

E l título de este capítulo se basa en Proverbios 26: 2: «Como gorrión


que vaga, o como golondrina en vuelo, así la maldición nunca viene
sin causa». La segunda parte de esta declaración contiene una gran
dosis de verdad. Muchas veces, directa o indirectamente, nosotros mismos
nos provocamos los problemas. Nuestro estilo de vida, nuestras decisiones,
nuestras palabras, pueden provocar situaciones desastrosas y dolorosas.
Eso era lo que creían los tres amigos del patriarca.
El libro de Job nos ofrece una excelente oportunidad para adquirir un
entendimiento más amplio del conflicto que existe entre Dios y el diablo, y
en cómo nos afecta. Job es una obra que rebosa de acción. Lo de mayor
cuantía ocurre en los primeros dos capítulos del libro. El resto es
mayormente un compendio de la conversación sostenida entre cuatro
personas: Job, Elifaz, Bildad, y Zofar.
Podemos afirmar que tal vez los tres amigos de Job también eran ricos.
Si hubieran sido obreros que trabajaran para otros, probablemente no
habrían tenido la oportunidad de sentarse horas y horas, en silencio, junto a
su sufriente amigo. El libro no indica cómo se enteraron de los
sufrimientos de Job. Tampoco tenemos mucha información respecto a
dónde estaban ubicadas las ciudades de origen de los tres visitantes, con
excepción de uno: «Elifaz provenía de Temán. Génesis 36: 4 afirma que a
un hijo de Esaú y Ada le llamaron Elifaz. Luego, Elifaz tiene a un hijo de
nombre Temán (Gén. 36: 11). Temán es el nombre de una destacada
ciudad en la zona de Edom, al sureste del Mar Muerto. Si están correctas la
identificación de dicha ciudad y la residencia de Job, esto significa que
Elifaz hizo un viaje de más de 150 kilómetros».1
Es probable que Elifaz haya hecho su viaje hacia la casa de Job en una
bestia de carga, o en un coche tirado por animales que estaban
acostumbrados a viajar largas distancias. La Biblia no dice en qué época
del año ocurrió la travesía, pero si fue durante el verano, un largo viaje en
el extremo calor del desierto conllevó hacer preparativos especiales.
Seguramente los tres amigos de Job llegaron cargados de buenas
intenciones para apoyar a su amigo o compañero de negocios.
Aquí tenemos una enseñanza: si nuestros amigos enferman, ¿estaríamos
dispuestos a viajar grandes distancias para consolarlos? ¿Cuán lejos nos
desplazaríamos para visitar a nuestros hermanos de iglesia, para dejarles
saber que nos solidarizamos con su dolor?
¿Cuán lejos llegó Jesús para consolarnos y apoyarnos a nosotros, sus
«amigos», como llamó a sus discípulos en Juan 15: 15? «Pero os he
llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre os las he dado a
conocer».
¿Fue cómodo para los tres amigos de Job viajar para acompañar a su
amigo sufriente? Probablemente, no. Muchos de nosotros no haríamos
nada por nuestros amigos si eso implica algunos inconvenientes. Quizá
podríamos abandonar nuestra zona de comodidad por amigos muy, pero
muy, cercanos. Aquellos hombres deben de haber sido muy allegados a
Job para haber hecho ese viaje, sentarse con él en el polvo, y permanecer
en silencio a su lado durante siete días.
Esto nos lleva al Salmo 119: 65-72. Allí el salmista reconoce que Dios
ha obrado bien con su siervo, porque le ha enseñado a tener buen juicio,
conocimientos y buen discernimiento. El siervo admite haberse extraviado
antes de su aflicción, pero luego de la misma él obedece los estatutos del
Señor. Después de su inesperada aflicción, aquel siervo expresa lo que
muchos dirían es un profundo aprecio por la ley de Dios, por sus
mandamientos y por sus preceptos. A veces las mejores enseñanzas se
adquieren gracias a los golpes. Aunque Dios intenta resguardarnos del
dolor y del castigo, a menudo esas experiencias nos enseñan que debemos
mantenernos cerca de él.
En cierta ocasión escuché la historia de un pastor que tenía una oveja a la
que con frecuencia tenía que rescatar. Según el relato, el pastor finalmente
decidió romperle las patas. Luego se las entablilló y las vendó, y la
cargaba en sus brazos hasta que la ovejita sanó. Como el pastor llevaba a
la oveja en sus brazos, esta aprendió a amar al pastor, y cuando se sanó y
pudo correr y caminar por cuenta propia, se mantuvo cerca de su dueño y
jamás salió del rebaño.
No estoy seguro si esta historia es verídica, ya que suena cruel y violenta.
Tampoco creo que Jesús, el buen pastor (Juan 10: 11; Jer. 3: 15), esté
dispuesto a causarles dolor a sus seguidores. No obstante, cuando nos
distanciamos de su voluntad, el Señor a menudo nos deja caer en
situaciones agobiantes para que aprendamos a depender de él.
Hace algunos años un borracho entró a una de las iglesias que yo
pastoreaba. Lo observé cuidadosamente mientras el pequeño grupo
presentaba sus testimonios, orábamos y cantábamos.
Esa noche lo llevé a su casa en mi automóvil y nos hicimos amigos. Un
día me contó su historia de luchas, problemas y tribulaciones. Él había
participado en la guerra de Vietnam y me contó que cada vez que el
enemigo disparaba a las tropas norteamericanas, ellos identificaban la
llegada de los proyectiles por el ruido que hacían. Todos los soldados se
refugiaban en la trinchera más cercana, o en las depresiones creadas en el
terreno por una previa lluvia de morteros. Me dijo que en aquellas
trincheras no había ateos: todos oraban para Dios les protegiera. Sin
embargo, una vez que la lluvia de proyectiles cesaba, todos volvían a sus
andanzas: borracheras, drogas y olvido Dios. Luego añadió una frase: «A
peligro pasado, Dios olvidado».
Los amigos de Job se lamentaron con él, como se hacía en aquella época.
Ellos se unieron a su dolor y sufrimientos al compartir con él, lamentar la
pérdida de su fortuna, de su familia y luego de su salud, al mismo tiempo
que le brindaban consuelo. Hay ocasiones cuando las tragedias de la vida
nos roban el aliento, y la comunidad se une para compartir la pena y el
dolor de la pérdida.
Aquellos amigos se sentaron en silencio. Pero una vez que Job habló
maldiciendo el día de su nacimiento, pareció como si las reprimidas
emociones de los tres salieran como el agua de una represa quebrada.
Tal vez Elifaz era el director del grupo y quizá por eso fue el primero en
hablar. Él reconoce, indirectamente, que Job había ayudado a muchas
personas que fueron tocadas por la adversidad; pero ahora, la desdicha
había llegado a su puerta y lo que Job deseaba ¡era la muerte! En medio de
su discurso, Elifaz pregunta: «Piensa ahora: ¿qué inocente se pierde?
¿Dónde los rectos son destruidos?» (Job 4: 7).
Elifaz estaba expresando una idea muy popular en su época, que
afirmaba que el ser humano cosechará lo que haya sembrado. Este
principio bíblico se encuentra en Lucas 6: 38. «Dad y se os dará; medida
buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo, porque
con la misma medida con que medís, os volverán a medir». Luego en
Gálatas 6: 7 se nos dice: «No os engañéis; Dios no puede ser burlado, pues
todo lo que el hombre siembre, eso también segará». Aunque Lucas 6: 38
podría considerarse como un texto positivo y motivador; el de Gálatas 6: 7
constituye una advertencia. Ambas declaraciones se basan en el hecho de
que uno recibe lo que se merece. Eso fue lo que le dijo Elifaz a Job.
Estas palabras seguro produjeron un gran impacto en Job. Su amigo y
uno de sus allegados más cercanos lo visitó para consolarlo y compartir su
luto; pero ahora acusa a Job y le dice que Dios le ha enviado una plaga
como pago por su impiedad.
¿Alguna vez usted ha sido acusado de algo que no cometió? A mucha
gente le ha pasado. ¿Cuántas veces ha sido alguien falsamente acusado de
un crimen y ha visto su foto publicada en todos los periódicos y en
Internet? Mientras tanto lo vemos proclamando su inocencia, aunque sus
amigos parecen dudar de la misma. A veces esas personas resultan ser
inocentes. Esos medios noticiosos que anunciaron la supuesta culpabilidad
rara vez proclaman una vindicación, y en dado caso no lo hacen con la
misma vehemencia. ¿Qué diremos la próxima vez que alguien sufra sin un
motivo aparente? ¿Cómo consolaremos a los que están a un paso de la
muerte?
El hermano Brown, un fiel anciano de la Iglesia Adventista, estaba
agonizando.2 Había sido un estricto vegetariano, un modelo de buena
salud, un laico activo que impartía estudios bíblicos y apoyaba a los
pastores. Lamentablemente, padecía una enfermedad incurable. Cuando lo
visité en el hospital, en sus últimos días de vida, me dijo que los médicos
le habían dicho que iba a morir. Le pregunté cómo se sentía ante el tema
de la muerte. Me respondió que no tenía problemas en aceptar su muerte;
pero que no le parecía bien que el médico continuara sin conocer a Jesús.
Por lo tanto, decidió darle estudio bíblicos al médico.
Mientras estaba al borde de la muerte, ¡intentó que su médico conociera
al Señor!
No obstante, Elifaz tenía un argumento que desarrollará en el capítulo 5
de Job. Como ya hemos visto, sus declaraciones parecen estar apoyadas
por otros escritores bíblicos. Después de todo, la Biblia afirma que los
malvados dejarán de existir (Sal. 37: 10), y en la mayor parte de los casos,
las maldiciones llegan tan solo porque existe una relación de causa efecto
respecto a las mismas (Prov. 26: 2). El problema es que Elifaz no aceptaba
concederle a Job el beneficio de la duda. En otras palabras, Elifaz no
estaba dispuesto a «considerar a alguien inocente hasta que se demostrara
lo contrario»; o «a considerar a alguien de una forma más favorable» —en
este caso a Job.3 Ya que Elifaz en realidad no sabía por qué Job estaba
sufriendo; él pudo suponer que las protestas de Job eran apropiadas y que
hasta donde Job sabía, no había motivos para tanto sufrimientos.
Por esa misma razón no debemos juzgar a nadie. No siempre lo
conocemos todo. Me viene a la mente una antigua expresión: «Cree la
mitad de lo que veas y nada de lo que escuches». Nuestro conocimiento es
imperfecto. Además, cuando juzgamos a menudo somos culpables de algo,
muchas veces de lo mismo que acusamos a otros.
«Eso es lo que Mateo 7: 1, 2 afirma cuando habla de juzgar. Allí la
palabra juez o juzgar (krin-o), puede significar tanto analizar o evaluar,
como condenar o vengar. Los primeros conceptos se les requieren en
forma clara a los creyentes (1 Cor. 5: 5; 1 Juan 4: 1); pero los últimos se
les reservan a Dios. Si bien en las ocasiones en que realizamos una
evaluación negativa de los demás, nuestros objetivos deberían ser
constructivos y no retributivos».4
Aun si Elifaz hubiera tenido la razón, él no aparentaba tener un espíritu
constructivo, sino retributivo. Prefería tener razón, a ser una persona llena
de amor. ¿No es el amor una de las principales características de un
cristiano? «En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tenéis amor
los unos por los otros» (Juan 13: 35).
Desde luego, Miqueas aún no había redactado su consejo: «Hombre, él te
ha declarado lo que es bueno, lo que pide Jehová de ti: solamente hacer
justicia, amar misericordia y humillarte ante tu Dios» (Miq. 6: 8). Estas
palabras son de fácil lectura, pero son difíciles de vivir tanto para Elifaz
como para nosotros.
Referencias
1. Robert L. Alden, Job, The New American Commentary, vol. 11 (Nashville, Tenn.: Broadman &
Holman, 1993), p. 69.
2
. El nombre es falso.
3
. El «beneficio de la duda». https://mx.answers.yahoo.com/question/index?qid=20070625072612
AAkZAqx
4.
Craig L. Blomberg, Matthew, The New American Commentary, t. 22 (Nashville: Broadman &
Holman, 1992), p. 127.
7. El castigo retributivo

A l estudiar el tema del sufrimiento sale a relucir el asunto del castigo


retributivo. El adjetivo retributivo parece ir vinculado a un castigo
motivado por la venganza. Sin embargo, la justicia no puede tolerar
el mal, y el mal no solo debe ser enfrentado, sino castigado. Si el mal no es
castigado entonces se cometería una injustica. Por lo menos así lo creían
Elifaz, Bildad y Zofar, los tres amigos de Job, a los que nos referiremos en
conjunto con las siglas EBZ.
Recordemos que Job afirmaba que no había pecado; el grupo EBZ
insistía que Job tenía que haber cometido un horrendo pecado y que por
eso había recibido tan implacable castigo. En tanto que Job, también con
mucha vehemencia, afirmaba que no merecía ese sufrimiento, puesto que
era inocente.
A los seres humanos nos cuesta aceptar el sufrimiento de la «gente
buena». No podemos entender que los niños mueran, que poblados enteros
queden destruidos a causa de una inundación, o que un terrorista asesine a
personas inocentes.
Lo cierto es que ningún ser humano puede ser tenido por bueno. La
Biblia es clara en esto. Veamos la siguiente declaración inspirada: «Todos
se habían corrompido; no hay quien haga el bien, no hay ni aun uno»
(Salmo 53: 3). O, lo que dice Romanos 3: 10-12:
«Como está escrito:
“No hay justo, ni aun uno;
no hay quien entienda,
no hay quien busque a Dios.
Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles;
no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno”».
Jesús habló de lo mismo en Marcos 10: 18: «¿Por qué me llamas bueno?
Nadie es bueno, sino solo uno, Dios».1
Dios es el único ser que es bueno. Debido a nuestra naturaleza
pecaminosa, incluso en nuestros mejores momentos, no somos buenos.
Usted se puede comparar con otro ser humano y decir: «Yo podré ser
malo, pero no tan malo». Pero si usted aplica esa justicia comparativa y se
pone al lado de Dios, se dará cuenta cuán malo es usted. Elena G. de White
declaró: «Los seres humanos pueden arroparse con su propia justicia,
pueden alcanzar su propia norma de carácter, pero no alcanzan la norma
que Dios ha presentado en su Palabra. Podemos medirnos con nosotros
mismos, y compararnos entre nosotros; podemos decir que somos tan
buenos como este, o como aquel; pero la gran interrogante es:
“¿Alcanzamos la norma que el Cielo nos ha fijado?”».2
La misericordia, la compasión y el amor de Dios le permiten demorar la
retribución final de los seres humanos. En su misericordia, el Señor desea
salvarnos a todos, y por eso nos ha concedido más tiempo y oportunidades
a fin de que podamos, con su ayuda, llegar a tener un carácter semejante al
de Cristo.
Ahora bien, sabemos que hay ejemplos bíblicos que nos enseñan que
Dios castiga el pecado y la maldad. EBZ intentaron vigorosamente de
presentarle a Job que él encajaba en el marco de la justicia retributiva
divina. Bildad se enfoca en Job, y en esencia le dice que sus hijos
fallecieron debido a que eran malos; que Dios en su justicia no los habría
matado si no hubieran pecado en contra de él. De acuerdo con su idea, los
pecadores recibían su merecido. Era como decirle a aquel enlutado padre:
«Tus hijos eran malvados, y Dios los mató. Ellos no merecían seguir con
vida».
El razonamiento de Bildad posee algunos problemas. El primer capítulo
demuestra que Job se preocupaba por sus hijos y que ofrecía sacrificios a
favor de ellos. «Porque decía Job: “Quizá habrán pecado mis hijos y
habrán blasfemado contra Dios en sus corazones”. Esto mismo hacía cada
vez» (Job 1: 5).
El registro añade que él santificaba, o consagraba, a sus hijos. Job no
tenía conocimiento concreto o específico de los pecados que sus hijos
pudieron haber cometido en contra de Dios. No obstante, cumplía con su
deber paternal y sacerdotal, ofreciendo sacrificios bajo la premisa de que
quizá en sus fiestas o banquetes, sus hijos pudieron haber irrespetado a
Dios.
Aquí hay algo que hemos de tener en cuenta: los padres jamás se liberan
de la obligación de orar por sus hijos. Cuando nosotros, mediante el
milagro de la procreación, concebimos y traemos hijos al mundo, nuestra
responsabilidad por su bienestar espiritual jamás cesa. El ejemplo de Job
quizá sea uno extremo, pero al menos nosotros, los padres, deberíamos
orar en todo momento por nuestros hijos.
En su discurso, Bildad enfatiza un aspecto del carácter de Dios: su
desprecio por el pecado y la maldad, y su misericordiosa disposición hacia
sus hijos. Bildad fue cortante, y en ocasiones nosotros también lo somos.
Una vez más el autor indica que Bildad, así como Elifaz antes que él,
estaba intentando defender el carácter de Dios a costa de Job y de sus
hijos.
No estoy tan seguro de que Dios «necesite» que lo defendamos. En
realidad, debemos ser sus testigos (Isa. 43: 10-12; Hech. 1: 8); pero
defender a Dios sin conocer la mente divina es una mala representación de
la misma justicia que Bildad intentaba defender. Aclarémoslo bien: tan
solo entendemos un poco de lo que Dios ha revelado de sí mismo; y parte
de lo que pudiéramos comprender no lo comprendemos adecuadamente.
Algo sí es cierto: no podemos, ahora ni nunca, entender plenamente la
voluntad divina.
La Palabra de Dios proporciona un equilibrio entre la ley y la gracia. Ya
lo dijo la señora White: «Hay perfecta armonía entre la ley de Dios y el
evangelio de Jesucristo. “El Padre y yo uno somos” dijo el gran Maestro.
El evangelio de Cristo es la buena nueva de su gracia, por medio de la cual
el hombre puede ser liberado de la condenación del pecado y capacitado
para obedecer la ley de Dios. El evangelio señala hacia el código moral
como regla de vida. Esa ley, mediante sus demandas de una obediencia sin
desviaciones, le muestra continuamente al pecador el evangelio del perdón
y la paz».3
Hay muchos que enseñan que la gracia cubre el pecado. No obstante, la
gracia aunque se define claramente como un «favor inmerecido», es más
que eso. Pablo le enseñó a Tito: «La gracia de Dios se ha manifestado para
salvación a toda la humanidad, y nos enseña que, renunciando a la
impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y
piadosamente, mientras aguardamos la esperanza bienaventurada y la
manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo (Tito 2:
11-14).
Según leemos en Job 11: 7-9, no podemos descubrir los secretos de Dios.
Sus propósitos sobrepasan nuestro entendimiento. Son en verdad más altos
que los cielos y más profundos que el seol.
No solamente Elifaz y luego Bildad atacaron a Job, sino que luego los
siguió Zofar, el tercer miembro del grupo. EBZ, como un trío de amistosos
consejeros seguían intentando convencer a Job de que su maldad era la
causa de todas sus calamidades.
La intervención de Zofar la encontramos en Job 11: 1-20. En resumen,
Zofar le recuerda a Job que sus muchas palabras no le garantizan ser
justificado ante Dios (vers. 1-4). Además, desea que Dios hable para
corregir a Job, y afirma que probablemente Dios todavía no había tomado
en cuenta todos los pecados de Job.
Zofar se nos recuerda que Dios castiga el pecado. Dios castigó a un
mundo descarriado al enviar el Diluvio, pero también manifestó su gracia a
través de Noé, que predicó durante 120 años. «Ciento veinte años antes del
diluvio, el Señor, mediante un santo ángel, comunicó a Noé su propósito, y
le ordenó que construyera un arca. Mientras la construía, había de predicar
que Dios iba a traer sobre la tierra un diluvio para destruir a los impíos.
Los que creyeran en el mensaje, y se prepararan para ese acontecimiento
mediante el arrepentimiento y la reforma, obtendrían perdón y serían
salvos».4
Aunque Dios intervino para erradicar a los pecadores que habían llevado
su maldad a niveles que la justicia divina ya no podía tolerar, a la vez
proveyó una vía de salvación para aquellos que confiaran y creyeran en sus
advertencias. Al tiempo que Dios decidió la suerte de la tierra, su gracia
estuvo disponible para todo creyente. «Pero Noé halló gracia ante los ojos
de Jehová» (Gén. 6: 8).
Aunque Dios condena el pecado, Dios también extiende su misericordia
a todo aquel que esté dispuesto a recibirla. El Diluvio y la destrucción de
Sodoma y Gomorra son dos ejemplos de la intervención directa de Dios y
ambos ponen de manifiesto su actitud frente al pecado y los pecadores.
Aunque es innegable que Dios ha actuado para castigar a los pecadores,
él también ha enviado un mensaje de salvación para todos. En
Deuteronomio 6: 24, 25, Dios promete que él guardará a los que digan:
«Jehová nos mandó que cumplamos todos estos estatutos». De hecho la
Biblia nos recuerda que las bendiciones son el resultado de la obediencia.
Todos esos sucesos han sido registrados para bendición de los que viven
en los tiempos finales.
Pablo escribió en 1 Corintios 10: 11-13: «Todas estas cosas les
acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros,
que vivimos en estos tiempos finales. Así que el que piensa estar firme,
mire que no caiga. No os ha sobrevenido ninguna prueba que no sea
humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser probados más de lo que
podéis resistir, sino que dará también juntamente con la prueba la salida,
para que podáis soportarla».
Está claro que los registros de la historia se conservan para beneficio de
los que viven en el presente. Según dijo George Santayana: «Los que no
aprenden de la historia, están condenados a repetirla».
El relato de la rebelión de Coré, Datán y Abirán constituye un
contundente ejemplo de justicia retributiva (Núm. 16). Tan en serio se
consideró el desafío de aquellos revoltosos, que Moisés clamó a Dios para
que hiciera «algo inaudito», distinto de lo que habían visto los israelitas en
el pasado; algo que Dios haría para vindicar la autoridad de Moisés y de
Aarón, y la de sí mismo. Esto fue una demostración directa e
impresionante de un acto de justicia retributiva. En ocasiones el pecador es
destruido a causa de sus propias decisiones.
El Dios que consideramos como un Dios de amor, es también un Dios de
justicia. Él continuamente nos llama para que acudamos a él, para que nos
alejemos del pecado. De hecho, el desenlace del gran conflicto conlleva
poner fin al pecado y a los pecadores.
En 2 Pedro 3: 5-7 se nos asegura que así como el Diluvio destruyó a los
pecadores, de igual modo el fuego consumirá al mundo y destruirá a los
que rehusaron aceptar el mensaje de salvación.
El profeta Malaquías expresó estas palabras:
«Ciertamente viene el día, ardiente como un horno,
y serán estopa todos los soberbios
y todos los que hacen maldad.
Aquel día que vendrá, los abrasará,
dice Jehová de los ejércitos,
y no les dejará ni raíz ni rama.
Mas para vosotros, los que teméis mi nombre,
nacerá el sol de justicia
y en sus alas traerá salvación.
Saldréis y saltaréis como becerros de la manada.
Pisotearéis a los malos,
los cuales serán ceniza bajo las plantas de vuestros pies
en el día en que yo actúe,
dice Jehová de los ejércitos» (Mal. 4: 1-3).
Está claro que el día del juicio retributivo ha sido predicho. Sin embargo,
no estamos aún viviendo en ese tiempo. Pero llegará el día en que, como
Jesús dijo, «el que es injusto, sea injusto todavía; el que es impuro, sea
impuro todavía; el que es justo, practique la justicia todavía, y el que es
santo, santifíquese más todavía» (Apoc. 22: 11).
Mientras tanto nos vendría bien seguir el consejo de Pedro: «Antes bien,
creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador
Jesucristo. A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén» (2
Ped. 3: 18).
Referencias
1. Algunos eruditos creen que la pregunta de Jesús tenía el propósito de que se reconociera su
divinidad.
2. Elena G. de White, «Jesus Knocking at the Heart», Signs of the Times, 3 de marzo, 1890, pp.
129, 130.
3
. Elena G. de White, Mente, carácter y personalidad, t. 2, cap. 61, p. 206.
4
. Elena G. de White, Patriarcas y profetas, cap. 7, pp. 71, 72.
8. Sangre inocente

A l continuar nuestro estudio del libro de Job, llegamos a un capítulo


que revela el profundo dolor del patriarca. En su discurso, podemos
apreciar la profundidad de su sufrimiento.
El grupo EBZ ha expresado su teología en forma de poesía. Ha acertado
en algunas cosas y en otras no. Están en lo cierto al decir que Dios castiga
el pecado. Ahora bien, Job había sido considerado como justo, ¡incluso por
el mismo Dios! Eso es precisamente lo que sorprende a Job que, sin saber
lo que ocurría entre Dios y Satanás, mantenía su inocencia.
Pero Job va más allá: le pide a Dios que no lo condene y le pregunta si
disfruta castigarlo (Job 10: 3). Le ruega que le muestre su pecado, ya que
no está consciente de haber pensado, dicho o hecho algo que lo haga
merecedor de tan espeluznante castigo. Lamentablemente nuestro «héroe»,
le atribuye todo lo que le está sucediendo a la mano de Dios, a quien ha
servido con fidelidad.
Una y otra vez hemos de recordar que nosotros tenemos la ventaja de
saber cómo y por qué comenzó y cómo concluye. Pero en medio de todo,
Job es abandonado para que luche con su imaginación, con sus ideas, y
medite en las convincentes presentaciones de sus amigos.
¿Qué hacemos por lo general con amigos como ellos? ¿Tenemos amigos
como Elifaz, Bildad, y Zofar? ¡Espero que no!
Job mantuvo su integridad en todo momento, rehusando «mal-decir a
Dios y morir», como le recomendó su esposa.
Hasta aquí no tenemos la respuesta que hemos estado procurando.
Mientras que el sufrimiento de Job es quizá el punto más elevado de su
experiencia, no tenemos la respuesta; o al menos Job no tiene la respuesta
para sus increíbles sufrimientos. Recordemos que Job no solo experimenta
un dolor físico, que debe haber sido extenuante, sino que también sufrió el
rechazo social manifestado por sus amigos cercanos, y probablemente su
infortunio constituía el tema de conversación de sus vecinos. «Pérdidas
materiales, hijos y sirvientes muertos; el cuerpo afectado por una
enfermedad incurable, ¿qué hizo para merecer todo aquello?».
Job estaba sufriendo porque Dios conocía a Job, y él conocía a Dios. De
acuerdo con Dios, Job estaba mejor capacitado que Satanás para
representar a la Tierra en una reunión del concilio celestial. Dios sabía que
podía contar con Job como un digno representante de los valores de su
reino.
Pero, ¿qué le diríamos a Job si nos hubiera tocado estar con él, presenciar
su sufrimiento? ¿Qué les decimos a nuestros hermanos de iglesia, a
nuestros vecinos, a nuestros compañeros de trabajo, cuando los golpea una
enfermedad incurable? He aprendido que las frases hermosas de nada
sirven cuando la gente está experimentando algún tipo de sufrimiento.
Un pariente mío me comentó de un sermón acerca del desengaño, del
sufrimiento y del dolor, en el que un pastor aconsejó a sus miembros a
«¡construir un puente para pasarle por encima a todo!». ¡Una gran muestra
de insensibilidad! No ayuda para nada decir: «¡Enfréntate a ello!». O
decirles: «Eso también pasará»; «¡No te rindas. Dios está de tu lado!». A
veces el silencio de Dios hace que el dolor del sufrimiento sea
prácticamente insoportable.
Además de que pronunciar una serie de frases vacías puede ser
inapropiado, tampoco sirve de mucho para ayudar a la gente a lidiar con su
sufrimiento. Así como Job no merecía sufrir, también hay muchos que en
la actualidad sufren injustamente. Por ejemplo, una joven mujer que es
atacada y golpeada mientras camina de regreso a su casa. O las tres
jóvenes que fueron secuestradas y encarceladas durante casi diez años en
la ciudad de Cleveland, Ohio; hasta que una de ellas escapó e hizo que la
policía liberara a sus dos compañeras. Esas chicas no merecían nada de
eso. Aunque nadie es completamente inocente, lo cierto es que hay
millones de seres humanos que sufren injustamente.
Somos conscientes de lo que la Biblia dice respecto al mal y la
corrupción del corazón humano, y de la crueldad del hombre con el
hombre. El pecado nos ha marcado a todos. La Biblia registra la oración de
Salomón durante la inauguración del templo. En aquella oportunidad él
dijo: «Si pecan contra ti (porque no hay hombre que no peque)» (1 Rey. 8:
46). ¡Qué gran declaración! Nadie está libre de pecar. Nadie.
Por medio de la dirección divina, somos guiados a reconocer nuestra
pecaminosidad. Nuestros pensamientos, nuestras palabras manchadas de
egoísmo, nos impelen a clamar como Pablo: «¡Miserable de mí! ¿Quién
me librará de este cuerpo de muerte? ¡Gracias doy a Dios, por Jesucristo
Señor nuestro! Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, pero
con la carne, a la ley del pecado» (Rom. 7: 24, 25). «Pero Satanás se ha
propuesto interesar a los hombres en primer término en sí mismos, y estos
al ceder a su control han desarrollado un egoísmo que ha llenado al mundo
de miseria y lucha, y ha indispuesto a los hombres entre sí».1
«Todo pecado es egoísmo. El primer pecado de Satanás fue el
egoísmo. Él intentó hacerse del poder para exaltar su yo. Una
especie de locura lo llevó a intentar sobreponerse a Dios. La
tentación que llevó a Adán a pecar fue la falsa declaración de
Satanás de que le sería posible alcanzar más de lo que hasta allí
había disfrutado: ser como el mismo Dios. De esa forma las
semillas del egoísmo fueron sembradas en el corazón humano».2
Para romper el hechizo del egoísmo necesitamos al Señor de la cruz, a
Jesús, el hijo de Dios. «El sacrificio de Cristo como expiación del pecado
es la gran verdad en derredor de la cual se agrupan todas las otras
verdades. A fin de ser comprendida y apreciada debidamente, cada verdad
de la Palabra de Dios, desde el Génesis al Apocalipsis, debe ser estudiada
a la luz que fluye de la Cruz del Calvario. Os presento el magno y
grandioso monumento de la misericordia y regeneración, de la salvación y
redención: el Hijo de Dios levantado en la cruz».3
Job y sus amigos obviamente no contaban como nosotros con el Nuevo
Testamento para que les mostrara el gran sacrificio de Cristo, que un día
eliminaría del mundo todo egoísmo y pecados resultantes.
Hay algunos ejemplos, desde luego, de gente que sufre sin ninguna
aparente conexión con pecados conocidos. Los discípulos en su momento
también creían que todo sufrimiento se debía a los pecados de la víctima.
Pero Jesús demostró que no siempre ese era el caso. En Juan 9: 1-5 leemos
lo siguiente:
«Al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y le
preguntaron sus discípulos, diciendo:
—Rabí, ¿quién pecó, este o sus padres, para que haya nacido
ciego?
Respondió Jesús:
—No es que pecó este, ni sus padres, sino para que las obras de
Dios se manifiesten en él. Me es necesario hacer las obras del
que me envió, mientras dura el día; la noche viene, cuando nadie
puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, luz soy del mundo».
Después de esto, Jesús sanó al ciego de una forma poco usual. Escupió
en tierra, hizo un poco de lodo con el polvo y la saliva, lo puso en los ojos
del hombre y le dijo que fuera a lavarse en el estanque de Siloé. El hombre
fue sanado de su ceguera.
En Job 15: 14-16, Elifaz se reenfoca en la pecaminosidad humana al
recordarle a Job que ningún hombre es puro. En ocasiones decimos que el
sufrimiento purifica la visión y aclara los objetivos. A veces reconocemos
que el sufrimiento que Dios permite que nos afecte, tiene el propósito de
eliminar la «escoria» de nuestras vidas con el fin de que la pureza del
carácter santificado pueda revelarse, como el oro bajo el fuego del crisol.4
Muchas veces no podemos identificar nada bueno cuando la gente sufre.
Es de notar que algunas personas, en medio de su congoja se alejan de
Dios, y este es uno de los objetivos de Satanás al utilizar el dolor y el
sufrimiento.
Quizá necesitamos mencionar lo que Abraham dijo cuando intercedió
delante del Señor por Sodoma y Gomorra. «Lejos de ti el hacerlo así, que
hagas morir al justo con el impío y que el justo sea tratado como el impío.
¡Nunca tal hagas! El Juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo que es
justo?» (Gén. 18: 25).
La Biblia no oculta que la vida en este mundo jamás será justa: los hijos
de Job murieron (Job 1: 18-20); Abel fue ultimado por su hermano (Gén 4:
8); David conspiró para matar a Urías el heteo (2 Sam. 11); Jeremías fue
echado en una enlodada mazmorra (Jer. 32: 2, 3); Juan el Bautista fue
degollado (Mat. 14: 10); y un sinnúmero de fieles fueron torturados,
echados en prisión... Dicho esto, entonces no es posible que los seguidores
de Dios creamos que estamos que el dolor nunca tocará nuestra puerta.
Mateo 6: 34 dice: «Así que no os angustiéis por el día de mañana, porque
el día de mañana traerá su propia preocupación. Basta a cada día su propio
mal». Sobre este pasaje, que constituye el punto culminante del sermón
que Jesús pronunció para instruir a sus seguidores respecto a la forma de
enfrentar los desafíos de la vida, un reconocido comentario bíblico afirma:
«Nuevamente Jesús emplea la forma típica del razonamiento judío: de lo
menor a lo mayor. Si la lógica de su argumento es aceptable, luego la
preocupación únicamente será el resultado de una falta de fe genuina en la
bondad y en la misericordia de Dios. R. Mounce afirma: “La preocupación
es un ateísmo práctico y una afronta a Dios”».5
¡Esas son palabras fuertes!
El Comentario bíblico adventista, afirma respecto al mismo texto:
«Los cristianos pueden vivir libres de ansiedad aun en medio de
las circunstancias más difíciles, plenamente confiados en que
Aquel que “bien lo ha hecho todo” (Mar. 7: 37) hará que todas
las cosas ayuden a “bien” (Rom. 87: 28). Aunque nosotros no
sabemos “qué dará de sí el día (Prov. 27: 1), Dios sabe muy bien
lo que ocurrirá el día de mañana. Nuestro Padre, que conoce el
futuro, nos insta a confiar en su cuidado permanente y a no
afanarnos por supuestos problemas y perplejidades. Cuando
llegue el día de mañana, los problemas que habíamos temido
encontrar, con frecuencia resultarán haber sido totalmente
imaginarios. Muchísimas personas están obsesionadas, sin
necesidad, por el fantasma del día de mañana».6
Al enfocarnos en las enseñanzas de Jesús, encontramos que él reconoció
lo aparentemente caprichosa que es la vida en sus injusticias y malignos
sufrimientos. Eso lo experimentó él mismo: Herodes intentó matarlo (Mat.
2: 16-18); el juicio que le celebraron era un remedo de justicia, finalmente,
a pesar de que Pilato dijo en tres ocasiones: «Yo no hallo en él ningún
delito» (Juan 18: 38, 19: 4, 6), lo crucificaron. ¡Una gran injusticia! Jesús
experimentó todo eso por nosotros.
Sin saberlo, Job fue un símbolo de Cristo, puesto que también supo lo
que es sufrir injustamente. Satanás lo atacó, así como atacó a Cristo. El
caso de Job tampoco constituye una norma para el sufrimiento. No existe
tal cosa. Pero en su ejemplo vemos la fidelidad en medio de un sufrimiento
injusto.
Aunque la Biblia jamás enseña que la gente estará libre de dolor y
sufrimiento en este mundo, sí nos brinda esperanza.
Hace algún tiempo, yo era un buen jugador de racquetball. Cuando uno
de mis oponentes conseguía aventajarme en un partido, le decía: «La
esperanza es algo horrible que se le brinda al ser humano». Queriendo
decir, desde luego, que la esperanza conlleva un beneficio intangible.
Tenemos la esperanza de que este mundo pronto desaparecerá a causa de
la venida del Señor, y que luego se establecerá un nuevo sistema, un nuevo
estilo de vida.
A lo largo de las Escrituras encontramos esperanza para los habitantes de
este mundo lleno de pecado y saturado del mal. Aunque el dolor y el
sufrimiento abundan, también lo hace la esperanza. El autor de Proverbios
nos recomienda: «Confía en Jehová con todo tu corazón y no te apoyes en
tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos y él hará derechas
tus veredas» (Prov. 3: 5, 6). No importa qué sepamos, ni lo que no
sepamos, lo que Dios pide es que confiemos en él. Confiar en Dios es fácil
cuando todo va bien. Pero hemos de confiar también cuando las cosas no
van bien. Con cada problema o lucha, sufrimiento o dificultad, tenemos
que confiar en la bondad divina. No tanto porque nos sintamos con ese
deseo, sino porque reconocemos que es lo mejor.
Un corito que los niños aprenden en la Escuela Sabática lo dice muy
bien: «Cristo me ama bien lo sé, su Palabra lo hace ver […]». Debido a
que la Biblia lo dice tan claramente, lo aceptamos por fe.
Eso es lo mismo que Job expresó al proclamar: «Aunque él me mate, en
él esperaré» (Job 13: 15).
Referencias
1
. Elena G. de White, Consejos sobre mayordomía, cap. 4, p. 27.

2. Elena G. de White, «To Brn-Srs. of the Iowa Conference» (cf. Carta 134, 1902), The Ellen G.
White 1888 Materials, 1763, https://egwwritings.org/#.
3
. Elena G. de White, Obreros evangélicos, sec. 8, p. 330.
4
. Elena G. de White, Patriarcas y profetas, cap. 11, p. 108.
5
. Blomberg, Matthew, t. 22, pp. 125-126.
6
. Comentario bíblico adventista, t. 5, p. 353.
9. Vislumbres de esperanza

E l libro de Job nos sigue llevando hacia un punto esperanzador. Esa


esperanza se expresa con firmeza cuando Job les contesta a sus
amigos.
La Biblia nos dice que no debemos colocar nuestra esperanza en ningún
ser humano. De hecho todos los seres humanos somos pecadores; la carne
es pasajera y terminará en la tumba. Sin embargo, los que confían en el
Señor permanecerán para siempre.
La Palabra de Dios declara:
«No confiéis en los príncipes
ni en hijo de hombre, porque no hay en él salvación,
pues sale su aliento y vuelve a la tierra;
en ese mismo día perecen sus pensamientos.
Bienaventurado aquel cuyo ayudador es el Dios de Jacob, cuya
esperanza está en Jehová su Dios» (Sal. 146: 3-5).
La esperanza de Job estaba colocada en Dios, su salvador.
Los amigos de Job, el grupo EBZ, lo habían presionado bastante para
que confesara su pecado. Tal vez sin ser consciente de ello, estos
personajes se unieron al enemigo al expresar sus constantes y persistentes
acusaciones. Job se cansó de ellos. No estaba dispuesto a seguir
escuchándolos; decide que ya es suficiente.
¿Acaso deberíamos estar preparados para defendernos de las acusaciones
falsas? Desde luego que sí. Jesús es nuestro ejemplo en todo. Él
permaneció en silencio mientras era acusado falsamente (Isa. 53: 7).
Probablemente actuó de esa forma debido a su tarea como nuestro
Salvador: llevar los pecados y las cargas de todos los seres humanos Llevó
nuestra culpa gozosamente y se revistió de nuestra vergüenza allá en la
cruz.
Job estaba siendo sometido a un severo examen y prueba, y de igual
manera todos nosotros seremos también probados. ¿Por qué aquella
prueba? Recordemos que Dios conocía las intenciones del corazón de Job.
Pero Satanás y el resto de los ángeles —tanto los santos como los malos—
no lo conocían.
Job había sido considerado un hombre sin tacha, recto, temeroso de Dios
y apartado del mal. Ahora está siendo probado, no para beneficio de Dios,
sino para beneficio de los espectadores: los seres celestiales que estaban
pendientes del desarrollo del gran conflicto. Los «hijos de Dios» que
habían escuchado las acusaciones de Satanás fijaron su atención en ver si
era posible que los se-res humanos fueran fieles a Dios y si resistirían con
fe todos los embates de las fuerzas del mal.
Dice Elena G. de White que «la esperanza y el valor son esenciales para
dar a Dios un servicio perfecto. Son el fruto de la fe. El abatimiento es
pecaminoso e irracional. Dios puede y quiere dar “más abundantemente”
(Heb. 6: 17) a sus siervos la fuerza que necesitan para las pruebas. Los
planes de los enemigos de su obra pueden parecer bien trazados y
firmemente asentados; pero Dios puede anular los más enérgicos de ellos.
Y lo hace cómo y cuándo quiere; a saber cuando ve que la fe de sus siervos
ha sido suficientemente probada».1
La esperanza de Job descansaba en el Señor. A pesar de todo lo que se le
vino encima, Job mantuvo su fe en Dios. Pablo nos explica que la
esperanza es producto de la fe. «Justificados, pues, por la fe, tenemos paz
para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, por quien también
tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos
gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Y no solo esto, sino que
también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación
produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; y la
esperanza no nos defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en
nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado» (Rom. 5: 1-5).
¿Lo entendemos? Pablo dice que las tribulaciones producen paciencia;
que la paciencia desarrolla el carácter; y el carácter da como resultado
esperanza. ¡Y la esperanza no nos defrauda! Más bien, nos recompensa.
Por supuesto que Job no contaba con los escritos de Pablo, o con los de
cualquier libro de la Biblia, para que le ayudaran a entender lo que estaba
sucediendo. Él abrigaba esperanza porque tenía fe en Dios. Eso lo sostuvo
en sus horribles pruebas.
Santiago se refiere a esto en su Epístola. Él dice: «Hermanos míos,
gozaos profundamente cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que
la prueba de vuestra fe produce paciencia» (Sant. 1: 2, 3). Santiago nos
dice que deberíamos considerar, o pensar, que es un gozo cuando nos
llegan pruebas o tribulaciones. «No hay ninguna vicisitud en la vida, no
importa cuán amarga o desanimadora, que por la providencia de Dios y la
gracia de Cristo no pueda contribuir al crecimiento cristiano, a acercarnos
más a Dios y a enriquecer nuestra comprensión de su amor para
nosotros».2
Cuando surgen las pruebas, los problemas y las tribulaciones deberíamos
detenernos a pensar en qué forma ellas encajan en el plan de Dios con
nosotros. Casi puedo oír a algunos lectores decir: «Es más fácil decirlo que
hacerlo». Y lo es. Pero no cabe dudas de que Dios está obrando en
nosotros y está puliendo nuestro carácter. Necesitamos recordar lo que dijo
Pablo: «Sabemos, además, que a los que aman a Dios, todas las cosas los
ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados»
(Rom. 8: 28).
Es obvio que no todo lo que nos sucede es bueno. El cáncer, el sida, o
una embolia paralizante no son nada bueno. Tampoco lo son los ataques al
corazón o una bancarrota. No lo son el divorcio o la violencia en el hogar.
Y la lista podría alargarse. Pero Dios utiliza todo para perfeccionarnos.
Las pruebas han de ayudarnos reconocer que Dios continúa obrando en
nuestras vidas y que al final todo obra para nuestro provecho. Si
reconocemos eso quizá podamos «gozarnos profundamente». Únicamente
un cristiano maduro o que está en crecimiento, podrá abrigar esa actitud.
Podemos esperar esas pruebas, problemas y tribulaciones y recibirlos con
un gozo espiritual; pero ciertamente constituye un desafío. Jesús, al
enfrentar la cruz, pudo mirar más allá de sus sufrimientos, contemplando
la salvación de la raza humana (Heb. 12: 2). El gozo no viene por
experimentar las pruebas, sino de saber que al final saldremos más que
vencedores.
El diablo utiliza las pruebas para tentarnos a pecar, o para mantenernos
en jaque. Él las provoca para interrumpir nuestra relación con Dios. Sin
embargo, su objetivo es ir más allá de la incomodidad y de la tentación; él
desea que perdamos nuestra fe en Jesús. No obstante, nuestro Padre
celestial permite en su sabiduría que el diablo nos hostigue, nos persiga y
nos importune.
El carácter define lo que somos. Cada piedra de tropiezo que el diablo
arroja en nuestro camino puede convertirse en un peldaño hacia la
salvación. Durante cada prueba, problema o tribulación que
experimentemos, podemos tener la seguridad de que todo percance hará
que crezca nuestra fe en Dios. Nuestra fe debe ser lo suficientemente
madura como para que entremos al reino eterno de Dios. Nuestra fe debe
ser firme, no vacilante. Nuestra fe debe ser probada y medida. Cuando
tengamos esa fe, una fe que haya superado todas las pruebas,
reconoceremos que nada ni nadie puede impedir el plan de Dios en nuestra
vida. Job jamás perdió su fe en Dios (Job 1: 20-22; 2: 7-10).
Debido a la presión que sentía de parte de sus amigos, Job procuró
conseguir una audiencia con Dios. Él deseaba obtener respuestas a sus
preguntas, y para ello era necesario dialogar con Dios. Job sigue afirmando
que es inocente, y para defenderse apela a otro tribunal que no sea el grupo
EBZ, que ya lo había declarado culpable.
En resumen, Job apela a una autoridad superior. De acuerdo con el
profeta Isaías, el Señor nos invita a dialogar con él: «Venid luego, dice
Jehová, y estemos a cuenta: aunque vuestros pecados sean como la grana,
como la nieve serán emblanquecidos; aunque sean rojos como el carmesí,
vendrán a ser como blanca lana» (Isa. 1: 18).
Dios no rehúye dialogar y razonar con su pueblo. Job acude al Tribunal
Supremo del Universo. Él remite su caso a la máxima autoridad y llegó al
punto de reconocer que el único responsable de su sufrimiento era Dios;
sin embargo, en medio de todo afirma: «Aunque él me mate, en él
esperaré. Ciertamente delante de él defenderé mis caminos» (Job 13: 15).
Una vez escuché al Dr. Leslie Pollard, presidente de la Universidad
Oakwood, predicar un sermón basado en el relato del enfrentamiento entre
David y Goliat. El Dr. Pollard dijo que David «preparó su hoja de vida»
mientras se preparaba para aquella histórica batalla. Con esto quiso decir
que David recordaba cómo había vencido a un oso y a un león, en
combates «cuerpo a cuerpo».
Las dificultades y las pruebas que Dios nos ha ayudado a soportar, o nos
ha permitido triunfar sobre ellas, nos recuerdan sus promesas y su
compañía (Heb. 13: 5). Asimismo nos dan la certeza de su presencia en el
presente y en el futuro, porque «Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por los
siglos» (Heb. 13: 8).
Job debe de haber tenido alguna experiencia previa con Dios, que le
permitió decir con firmeza: «Aunque él me mate, en él esperaré». Bajo el
ataque de un enemigo desconocido y sin el apoyo de sus amigos,
abandonado por todos, Job pudo haberse sumido en un profundo y oscuro
agujero de desesperación. Él decidió confiar en Dios mientras sufría un
inmerecido ataque en cuerpo y espíritu, ¡fue algo excepcional! ¡Qué
maravilloso testimonio!
Elena G. de White añade a todo lo anterior: «Desde las profundidades del
desaliento, Job se elevó a las alturas de la confianza implícita en la
misericordia y el poder salvador de Dios. Declaró triunfantemente: “He
aquí, aunque me matare, en él esperaré”».3
Al leer el relato siglos más tarde, alguien puede recibir la impresión de
que Job no tenía motivos racionales para abrigar tal esperanza. Él debe
haber tenido una previa relación con Dios para que esa esperanza en el
Señor lo absolviera. Job también tenía su esperanza puesta en la
resurrección. Él miró por fe, más allá de su situación, al día de la
resurrección.
De nuevo, Job no poseía un texto escrito, como nosotros, que le animara
a creer en el futuro; fue su confianza en Dios lo que le permitió contemplar
el futuro, creer en la resurrección, la gran esperanza de todos.
Efesios 1: 4 y Tito 1: 2 nos recuerdan que Dios nos escogió desde antes
de la creación del mundo. Asimismo, Dios no puede mentir y prometió
antes del comienzo de la historia, que les concedería la vida eterna a todos
los fieles.
En Génesis 22 encontramos el relato de la prueba de Abraham, cuando se
le pidió sacrificar a Isaac su único hijo. No puedo colocarme en el lugar de
Abraham. Él había deseado ese hijo por tanto tiempo, y ahora ese mandado
contradecía todo lo que el patriarca había aprendido de Dios. Cuando ya
estaban llegando al lugar del sacrificio, Isaac preguntó por el cordero. Su
padre respondió diciendo: «Dios proveerá el cordero para el holocausto,
hijo mío». Cuando Abraham levantó el cuchillo para herir en el pecho a
Isaac, que estaba atado, el Ángel del Señor lo detuvo,4 y Abraham
encontró un carnero atascado entre los arbustos. El Señor había provisto un
sacrificio para la ofrenda. «Y llamó Abraham a aquel lugar “Jehová
proveerá”. Por tanto se dice hoy: “En el monte de Jehová será provisto”»
(Gén. 22: 14).
Job tenía la convicción de que aunque estaba atravesando por una
enrevesada experiencia, Dios lo ayudaría a salir adelante.
Regresemos a Romanos 5: 3-5. «Y no solo esto, sino que también nos
gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce
paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; y la esperanza no
nos defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado». La esperanza no nos
defrauda. En Jesús, nuestro salvador, se fundamenta nuestra esperanza. Job
tenía su esperanza puesta en su redentor. La esperanza era su ancla, y la
misma se mantuvo firme en medio de la tormenta.
«Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros
corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús» (Fil. 4: 7). Esto es,
nuestra esperanza nos aporta una paz que sobrepasa nuestro entendimiento.
Sabemos que el Señor proveerá todo lo que necesitamos para ser fieles y
victoriosos en su nombre.
Esa era la esperanza de Job. ¿Cuál será la nuestra?
Referencias
1. Elena G. de White, Profetas y reyes, cap. 12, p. 164.
2
. Comentario bíblico adventista, t. 7, p. 520.
3
. Elena G. de White, Profetas y reyes, cap. 12, pp. 163, 164.
4
. Muchos consideran que esta es una manifestación de Jesús, previa a la encarnación.
10. La ira de Eliú

¿A lguna vez usted ha tenido una gran ira? Ira es un término extraño en
el vocabulario del siglo XXI. El Diccionario de la Real Academia de
la Lengua Española, la define como un «sentimiento de indignación que
causa enojo». Todos nos hemos enojado en algún momento. La ira no es
algo prohibido, o pecaminoso. De hecho, Efesios 4: 26 dice: «Airaos, pero
no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo». En otras palabras, es
posible airarse sin pecar. No obstante, los límites de nuestra ira o enojo, en
términos temporales, deben cesar al final del día.
En nuestro relato Eliú se siente extremadamente airado. ¿Por qué se
enojó tanto?
En gran parte del libro de Job continúa la discusión entre el patriarca y
sus amigos. Cada uno intenta justificar sus creencias mediante
razonamientos lógicos y una fluida retórica. En realidad, es una
competencia injusta: tres en contra de uno. Luego empeora. Sin embargo,
durante aquel diálogo se ponen de manifiesto importantes verdades que no
pueden pasarse por alto: «Así mi cuerpo se va gastando como comido de
carcoma, como un vestido que roe la polilla» (Job 13: 28). Es un hecho
que nuestros cuerpos se desgastan bajo los efectos del pecado. Adán y Eva
fueron creados para vivir eternamente, pero todo eso cesó con la llegada
del pecado. Es cierto que vivieron durante bastante tiempo. De acuerdo
con las Escrituras, Adán murió de 930 años. Una edad sorprendente. La
abuela de mi esposa tiene 99 años. El próximo año, si Dios lo permite,
celebraremos sus 100 años. ¡Qué maravilloso! Nos gozamos cuando la
gente alcanza un siglo de edad. Pero el plan original de Dios era que
viviéramos para siempre.
Muchos que llegan a una edad avanzada lidiando con graves problemas
de salud. Pero sabemos que todos tenemos una cita con la muerte. La
muerte y la tumba serán parte de este mundo hasta que Jesús regrese. Nos
deterioramos, nos desgastamos y morimos. Nuestros cuerpos actuales no
están preparados para la eternidad. Por ello el Nuevo Testamento nos dice:
«Cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción y esto mortal se
haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está
escrita: “Sorbida es la muerte en victoria”. ¿Dónde está, muerte, tu
aguijón? ¿Dónde, sepulcro, tu victoria?, porque el aguijón de la muerte es
el pecado, y el poder del pecado es la Ley. Pero gracias sean dadas a Dios,
que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo» (1 Cor. 15:
54-57).
Esa transición de lo corruptible a lo incorruptible, y de lo mortal a la
inmortalidad es necesaria debido a que la carne pecaminosa no puede
heredar el reino de Dios (1 Cor. 15: 50). La impureza de nuestra
humanidad nos hace incompatibles con la santa naturaleza de Dios. Es
necesario nacer de nuevo, según Jesús le explicó a Nicodemo. «De cierto,
de cierto te digo que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de
Dios» (Juan 3: 3).
Necesitamos una renovación tanto física como espiritual, un nuevo
nacimiento que únicamente Dios puede proveer. Primero ocurrirá la
renovación espiritual y luego la física, según lo ha prometido Dios.
Después de todo, él es el dador de las promesas y el que honra las mismas.
Job sabía que un día dejaría de existir y que sería devorado por los
gusanos, pero categóricamente afirma que vería a su redentor, y ese
redentor es Jesucristo (Job 19: 25-27). Quizá Job fue más allá de sus
conocimientos para apoyarse en su fe. Él se hizo eco de la fe manifestada
en las palabras de Pablo en 2 Corintios 4: 16-18: «Por tanto, no
desmayamos; antes, aunque este nuestro hombre exterior se va
desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día, pues esta leve
tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y
eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las
que no se ven, pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se
ven son eternas».
Por fe Job entendió que la muerte no es un «punto» colocado al final de
la vida; que no es el fin de todo; que es solo punto de espera para aquellos
que aman a Dios.
Jesús dijo que únicamente los puros de corazón verán a Dios (Mat. 5: 8).
Job, un hombre sin tacha, recto, temeroso de Dios y apartado del mal, debe
de haber tenido un corazón puro. También se define o se equipara la
sabiduría con temer a Dios, o respetarlo. David escribió: «Dice el necio en
su corazón: “No hay Dios”» (Sal. 14: 1; 53: 1).
Como ya hemos dicho, todos los amigos de Job, y el mismo patriarca
también, expresan percepciones muy limitadas, porque su conocimiento es
limitado. Todos nosotros «vemos por espejo, oscuramente» (1 Cor. 13:
12). Las nuevas tecnologías hacen que la información se multiplique.
Aunque esa información nos ayuda a adquirir más conocimiento, nadie lo
sabe todo.
Solo conocemos lo que Dios ha revelado de sí mismo. Él no nos lo ha
dicho todo acerca de él y de sus caminos. De modo que deberíamos hablar
de las cosas profundas de Dios con gran humildad, reconociendo que «las
cosas secretas pertenecen a Dios» (Deut. 29: 29).
Ahora bien, en Job 32: 1-5, el grupo EBZ, quizá en medio de su
frustración, concluye su debate con Job porque «él se hacía justo a sí
mismo». Luego aparece Eliú, cuyo nombre significa «él es mi Dios».
¿Dónde había estado este personaje? Quizá él llegó más tarde, o a lo mejor
había estado allí todo el tiempo. Parece que él estuvo escuchando,
pensando y sopesando el diálogo entre Job y el grupo EBZ.
Aparentemente, él era amigo de los demás, o quizá un allegado a Job. Él es
el último en hablar, debido a que los otros eran mayores que él; por respeto
esperó su turno. Pero él se muestra como un airado joven y su enojo se
menciona unas cuatro veces. Su enojo es específico. Él se incomoda al
escuchar a los otros tres y a Job, en parte porque Job intentaba exonerarse
todo el tiempo. Él no aceptaba los argumentos del grupo EBZ, que
enfatizaban que Job debía ser un grosero pecador para haber recibido aquel
castigo, una retribución divina, directamente de la mano de Dios.
Asimismo, criticó al grupo EBZ debido a que no habían presentado una
respuesta satisfactoria y coherente a los argumentos que Job utilizaba para
defenderse. Eliú llegó a la conclusión de que ambas partes habían descrito
mal a Dios.
¿Había alguna justificación para el enojo de Eliú? ¿Podríamos acaso
llamarle «justa o santa» indignación a su ira? La indignación justa, esa que
surge por la injusticia o la falsedad, por lo general es objetiva y no tomará
en cuenta intereses propios o egoístas. Cuando nos enojamos porque Dios
es representado en forma impropia, eso será una justa o santa indignación.
Jesús mostró esa misma indignación cuando la casa de su Padre había sido
convertida en una cueva de ladrones (Luc. 19: 46).
Sin embargo, deberíamos pensar cuidadosamente antes de manifestar
nuestro enojo. Siempre debemos pensar en el momento y el lugar, así
como en las palabras que pronunciaremos en un momento de ira. Eliú
menciona varios puntos que siguen teniendo vigencia hasta el día de hoy:
3 Primero: Dios no puede hacer nada malo (Job 34: 10), porque él es un
ser santo, justo y puro.
3 Segundo: Dios no castiga injustamente a nadie. Él es justo y
recompensará a la gente de acuerdo con sus obras (Apoc. 22: 12).
3 Tercero: Dios podría destruir toda la vida en la tierra si así lo decidiera.
El problema con el argumento de Eliú no radica en los señalamientos que
hace, sino en la suposición de que Job era culpable de haber pecado.
No obstante, aunque presenta una notable defensa de Dios, Eliú no dice
nada del carácter misericordioso del Creador.
«Aunque se dieron todas estas pruebas evidentes, el enemigo del
bien cegó el entendimiento de los seres humanos, para que
miraran a Dios con temor y lo considerasen severo e implacable.
Satanás indujo a los hombres a concebir a Dios como un ser
cuyo principal atributo es una justicia implacable, como juez
severo, acreedor duro y exigente. Representó al Creador como
un ser que velase con ojo inquisidor para descubrir las faltas y
los errores de los seres humanos y hacer caer juicios sobre ellos.
A fin de disipar esta negra sospecha vino el Señor Jesús a vivir
entre nosotros, y manifestó al mundo el amor infinito de Dios.
»Jesús no suprimía una palabra de la verdad, pero siempre la
expresaba con amor. En su trato con la gente hablaba con el
mayor tacto, cuidado y misericordiosa atención. Nunca fue rudo
ni pronunció innecesariamente una palabra severa, ni ocasionó a
un alma sensible una pena innecesaria. No censuraba la
debilidad humana. Decía la verdad, pero siempre con cariño.
Denunciaba la hipocresía, la incredulidad y la iniquidad; pero las
lágrimas velaban su voz cuando profería sus penetrantes
reprensiones. […]
»Este fue el carácter que Cristo reveló en su vida, y ese el
carácter de Dios. Del corazón del Padre es de donde manan para
todos los seres humanos los ríos de la compasión divina,
demostrada por Cristo. Jesús, el tierno y piadoso Salvador, era
Dios “que se manifestó como hombre”».1
En realidad parecería una mala representación del carácter de Dios,
juzgar a la gente con rigidez, sin mostrar compasión alguna.
Quizá pensemos que ser compasivos con la gente, equivale a condonar
su pecado. Quizá no deseamos que nos consideren «flojos» con el pecado;
somos de los que creemos que es necesario llamar al pecado por su
nombre. detalles. Me hubiera gustado conocer esto hace mucho tiempo,
pues hubiera sido más bondadoso cuando tuve enfrentar a los que habían
hecho algo malo. Pero yo, así como muchos otros, soy un proyecto no
terminado.
Es claro que los amigos de Job se enfocaron únicamente en la justicia de
Dios; pero fracasaron al no entender plenamente su naturaleza. Podría ser
que ellos mismos jamás hubieran tenido una estrecha relación con Dios.
Cuando contemplamos el mal y la presencia del pecado, tenemos que
recordar que ambos constituyen una misteriosa irracionalidad. Pablo lo
llama el «misterio de la iniquidad» (2 Tes. 2: 7). Un misterio es un secreto
profundo. Aunque podemos leer acerca de la caída de Lucifer y de su
transición a Satanás, no podemos explicar que ese personaje angelical se
haya inclinado por el pecado y por la rebelión. Podríamos explicarlo, pero
quizá no entenderlo cabalmente. No tiene sentido escoger una senda de
autodestrucción que ha arruinado al mundo.
La práctica del pecado y del mal provoca profundos dolores y pérdidas,
por lo que es irracional que la escojamos. Por otro lado, los placeres del
pecado parecen tan atractivos que a menudo los preferimos, en lugar de
entrar en una obediencia que conduce al crecimiento.
Aunque ahora conocemos lo que sucedió (Eze. 28: 12-17), vemos que
los amigos de Job y Eliú fracasaron al no incluir la actuación de Satanás, el
diablo, en sus razonamientos. ¿Cómo pudieron hacer eso? Ellos no sabían
que todo lo que se le había venido encima a Job, todo su sufrimiento, no
era culpa de él; sino el resultado del intento de Satanás de probar que Dios
y Job eran seres llenos de falsedad. Satanás fracasó miserablemente,
debido a que Job, un inocente espectador, mantuvo su fe en Dios. A
menudo he considerado la fe como la moneda del cielo. Dios honra nuestra
fidelidad. Cuando leemos de los milagros de Jesús, encontramos en esos
episodios gente que puso de manifiesto su fe. Mateo 9: 18-30 registra tres
acontecimientos que revelan la importancia de nuestra fe: la mujer con el
flujo de sangre, la resurrección de la hija del dirigente de la sinagoga, y la
curación de dos ciegos.
El ataque contra Job puede ser considerado como un ataque a su fe.
Nuestra fe, así como la de Job, es una herramienta poderosa en la batalla
de la santidad. Dios siempre recompensa nuestra fe en él. Quizá sea por
eso que 1 Juan 5: 4 nos dice: «Porque todo lo que es nacido de Dios vence
al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe».
Satanás conoce la importancia de nuestra fe, sabe que si confiamos
plenamente en Dios seremos más que vencedores. En tanto que Satanás
intentó destruirlo, Dios recompensó la fe de Job. No tengo dudas de que
también recompensará la nuestra.
Referencias
1. Elena G. de White, El camino a Cristo, cap. 1, pp. 16-18.
11. Desde el torbellino

E l capítulo 38 de Job contesta algunas preguntas y plantea otras.


Nosotros también tenemos nuestras interrogantes: ¿Dónde está
Dios? ¿Nos escucha? ¿Nos contesta? Luego de considerar los
problemas y la maldad imperantes en el mundo, una persona dijo:
«¿Dónde está Dios? ¡Tengo decirle algo!».
¿Por qué creemos que es posible hablar con Dios (orar), pero cuando
alguien dice que Dios le contestó ponemos en duda su cordura, su
inteligencia, o su sinceridad?
Job supo lo que era hablarle a Dios y hablar de Dios. Job clama de
continuo a Dios e incluso solicita tener una audiencia con el
Todopoderoso.
De hecho, él no es el único personaje bíblico que procura la intervención
divina sin recibir respuesta. Pero, ¿qué en cuanto a nosotros? ¿Clamamos y
esperamos que Dios nos responda? Dios le contestó a Job. ¡Y qué
respuesta!
Después del diálogo entre Job y el grupo EBZ, y Eliú, finalmente el
Señor le habla a Job, en tanto que ignora a los demás. Él habla desde una
tormenta. ¿Qué debemos hacer cuando Dios decide hablar? Escuchar.
¿Qué debemos hacer cuando él habla desde una tormenta, desde un
torbellino? Escuchar con atención.
Dios habló con Adán y Eva en el huerto de Edén. El primer diálogo entre
Dios y un ser humano registrado en la Biblia, encierra una pregunta
fundamental: «¿Dónde estás?» (Gén. 3: 9). Nuestro Señor no estaba
indagando respecto a la ubicación física de Adán y Eva; como Creador, él
ciertamente sabía dónde ellos estaban. Pero la entrada del pecado produjo
una resquebradura en la relación que existía entre el Creador y sus
criaturas. El ser humano no fue creado para esconderse de Dios, sino para
tener una relación íntima con él.
Dios se preocupa por nuestra relación con él. Por eso prometió que un
descendiente de la mujer destruiría el poder de la serpiente (Gén. 3: 15).
Dios envió a su Hijo para rescatarnos de las garras del maligno usurpador,
de Satanás. Lo envió para restaurar su imagen en nosotros. Dios ha hecho
todo para redimirnos, salvarnos, perdonarnos e inspirarnos a vivir en
justicia.
Cuando Dios habla con Job, no está simplemente respondiendo las
inquietudes del patriarca. También plantea una serie de preguntas
retóricas. En la primera pregunta que Dios le hace a Job, leemos lo
siguiente: «¿Quién es ese que oscurece el consejo con palabras sin
sabiduría?» (Job 38: 2). ¡Qué pregunta! La misma pone de manifiesto el
valor que el interrogador (Dios) le atribuye a las declaraciones del que está
siendo interrogado (Job). Aunque Job era «sin tacha» sus declaraciones
respecto a Dios eran incorrectas, puesto que expresan un conocimiento
limitado, oscuro, del accionar divino.
La insinuación de Job, en cuanto a que Dios se había convertido en su
enemigo, podría confundir en lugar de arrojar luz. Job no sabía lo que
estaba diciendo cuando tildó a Dios de injusto. Sus palabras estaban
desprovistas de sabiduría (como lo había dicho Eliú en dos ocasiones (Job
34: 35; 35: 16).1
¿Cuán a menudo hablamos «palabras sin sabiduría». En ocasiones
hablamos descomedidamente y revelamos nuestra ignorancia o falta de
conocimiento. Sin embargo, Dios no solo ilumina a Job, sino que también
se revela al interrogado como la respuesta misma a todas sus inquietudes.
Hace varios años, mientras dirigía una reunión de negocios en una
iglesia, uno de los miembros sugirió la solución a un problema que nos
preocupaba. Aunque no puedo precisar el asunto, ni tampoco lo que dijo el
hermano, sí recuerdo que su observación produjo una oleada de sonrisas en
el rostro de todos. Luché para no reírme y mostrar respeto a la persona.
Durante un breve momento todas las miradas se fijaron en mí. Todos
esperaban mi respuesta. Le dije: «En verdad aprecio el celo que usted
muestra por el Señor». A lo que ella añadió: «Sí pastor, pero es un celo
desprovisto de conocimiento, ¿no es cierto?». Luego todos nos reímos a
carcajadas.
Muchas veces Dios se revela a través de un diálogo. Él habló
personalmente con Abraham (Gén. 15: 1-6), y le aseguró al patriarca que
tendría un heredero. Dios se preocupa por nosotros. Nuestros desvelos son
asimismo importantes para él.
De hecho, Dios le hace a Job una serie de preguntas y comienza
diciéndole que se alistara, que se apercibiera, que se preparara: «Ahora
cíñete la cintura como un hombre: yo te preguntaré y tú me contestarás»
(Job 38: 3). Luego le pregunta a Job dónde estaba él durante la creación
del mundo. Job fue instruido acerca de la grandeza divina mediante aquella
serie de preguntas en las que Dios le revela su poder creador y su inmensa
grandeza mostrada en todo lo creado.
Gracias a los avances científicos podríamos contestar algunas de las
preguntas que aparecen en los capítulos 38 y 39, aunque en la mayor parte
de los casos tendríamos que decir: «No sabemos». Con el debido respeto a
la labor de los científicos, hay muchas cosas que no sabemos. Desde luego,
reconocemos que mucha de la denominada sabiduría humana no es más
que «una necedad», y así es precisamente como la Biblia la llama: «La
sabiduría de este mundo es insensatez ante Dios, como está escrito: “Él
prende a los sabios en la astucia de ellos”. Y otra vez: “El Señor conoce
los pensamientos de los sabios, y sabe que son vanos”» (1 Cor. 3: 19, 20).
Job responde al sublime cuestionamiento de Dios y admite que ¡ni
siquiera conocía a Dios! Él había oído hablar de Dios, pero ahora reconoce
la diferencia entre oír de Dios y tener una experiencia real con él.
Reflexionemos en estas preguntas: ¿Cómo se cataloga nuestra relación
con Dios? ¿Actuamos superficialmente, confiando en lo que alguien dijo,
satisfechos con un conocimiento de segunda mano? ¿O acaso contamos
con algo real que hemos experimentado con el mismo Dios, para que como
Job digamos:
«Yo reconozco que todo lo puedes
y que no hay pensamiento que te sea oculto.
“¿Quién es el que, falto de entendimiento, oscurece el consejo?”.
Así hablaba yo, y nada entendía;
eran cosas demasiado maravillosas para mí,
que yo no comprendía. Escucha, te ruego, y hablaré.
Te preguntaré y tú me enseñarás.
De oídas te conocía,
mas ahora mis ojos te ven.
Por eso me aborrezco y me arrepiento
en polvo y ceniza» (Job 42: 2-6)?
Ahora que Job ha tenido un contacto directo con Dios y que posee una
innegable experiencia con su Creador, puede reevaluar la actitud que
anteriormente había asumido respecto a Dios.
Luego su postura revela que se ha humillado ante Dios. Job se arrepiente
de sus palabras y de su actitud; se reevalúa a sí mismo.
Parecería que cada persona sincera que ha sostenido un encuentro con
Dios de inmediato reconoce que no es nada ante la inmensidad del Señor.
Recordemos el caso Isaías, el profeta que recibió una visión del trono del
Todopoderoso, en la que los ángeles revolotean diciendo, santo, santo,
santo. ¡Qué sobrecogedora experiencia! Era una visión tan sobrecogedora,
que Isaías exclamó: «¡Ay de mí que soy muerto!, porque siendo hombre
inmundo de labios y habitando en medio de pueblo que tiene labios
inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos» (Isa. 6: 5).
Refiriéndose a Isaías 6, un comentarista dijo lo siguiente: «El grito del
profeta expresa el resultado normal de la reacción del ser humano ante el
contacto con Dios. De allí que Moisés cubriera su rostro “porque tuvo
miedo de mirar a Dios” (Éxo. 3: 6). Igualmente Job se aborreció y se
arrepintió “en polvo y ceniza” (Job 42: 6). Asimismo Pedro cayó a los pies
de Jesús exclamando: “Apártate de mí, Señor, porque soy hombre
pecador”. (Luc 5: 8). En ese momento, en la presencia del Eterno, el ser
humano percibe su insignificancia y su culpabilidad en la presencia del
Santo y Sublime. Nadie puede ver a Dios y seguir con vida (1 Samuel 6:
20)».2
La visión indujo a Isaías a reconocer su propia maldad. De igual modo,
Job reconoció su verdadera condición cuando Dios habló con él. Job se
arrepintió y confesó su propia ignorancia y su gran pecaminosidad. Ya lo
dijo Elena G. de White: «“Respondió Jehová a Job desde un torbellino”
(Job 38: 1), y reveló a su siervo la grandeza de su poder. Cuando Job
alcanzó a vislumbrar a su Creador, se aborreció a sí mismo y se arrepintió
en el polvo y la ceniza. Entonces el Señor pudo bendecirlo
abundantemente y hacer que los últimos años de su vida fueran los
mejores».3
A pesar de todo lo que Job experimentó, él permaneció fiel. Perdió sus
bienes terrenales; perdió su familia; Satanás le quitó la salud, ¡y Job creía
que todo había sido la obra de Dios! Sus amigos en nada lo ayudaron; pero
finalmente el mismo Creador habló con él, y entonces Job pudo
comprender lo que estaba pasando.
Recordemos que Satanás trae la tribulación a nuestras vidas para
continuar atacando a Dios, para humillarnos, para probar que no somos
fieles de corazón. Pero el repentino cambio de la suerte de Job, demostró
que Dios tenía razón, como siempre, y que Satanás es un mentiroso, como
siempre lo es.
Job salió de su extrema prueba tan puro como el oro. ¿Y nosotros?
¿Cómo nos irá? ¿Cómo nos está yendo ahora? Aunque no deseamos
experimentar las horribles pruebas de Job, podemos permanecer fieles y
pedirle a Dios que nos ayude a confiar en él en medio de la tormenta.
Referencias
1. Zuck, «Job», p. 767.
2. «Isaiah 6», Ellicott’s Commentary for English Readers, Bible Hub,
http://biblehub.com/commentaries/isaiah/6-5.htm
3. Elena G. de White, Profetas y reyes, cap. 12, p. 109.
12. El redentor de Job

¿S erá que el relato de Job también contiene la solución al gran conflicto


entre el bien y el mal? Después de todo, la historia de Job concluye
muy bien, ¿no es cierto? Él tiene más hijos, sus hijas son las más hermosas
de toda la región y es más rico que antes (Job 42: 15).
Job fue restaurado tras haber orado por sus amigos. Él era un hombre de
oración. Él sabía cómo buscar a Dios. Sus oraciones eran comedidas (Job
15: 4), puras (Job 16: 17), provechosas (Job 22: 27), intercesoras (Job
42:8) y liberadoras (Job 42: 10).1
Trasladémonos varios siglos después, al tiempo de Cristo. Jesús oraba
mucho, pasaba noches enteras orando, y se levantaba temprano para orar.
A menudo se dirigía a lugares desolados o remotos para orar en privado
(Luc. 5: 16; 6: 12; Mar. 1: 35). Jesús oró en la cruz por sus verdugos:
«Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Y repartieron entre sí
sus vestidos, echando suertes» (Luc. 23: 34).
Aquí tenemos otro rasgo de Jesucristo: su capacidad y su deseo para
perdonar. ¿Dónde estaríamos si Dios no fuera un ser perdonador? De
hecho, cuando Dios se le reveló a Moisés, se describe a sí mismo con estas
palabras: «¡Jehová! ¡Jehová! Dios fuerte, misericordioso y piadoso; tardo
para la ira y grande en misericordia y verdad, que guarda misericordia a
millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, pero que de
ningún modo tendrá por inocente al malvado; que castiga la maldad de los
padres en los hijos y en los hijos de los hijos, hasta la tercera y cuarta
generación» (Éxo. 34: 6, 7). Recordemos lo que Jesús dijo respecto al
perdón: «Por tanto, si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará
también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis sus
ofensas a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras
ofensas» (Mat. 6: 14, 15).
Parte integral de la oración de Job era su deseo de perdonar. De esa
forma cumplió con los requisitos para una plena restauración. Pero más
importante que reflexionar en el perdón, es estar en comunión con Dios.
Job menciona específicamente a su redentor. ¿Cómo conoció él de la
redención? No estamos seguros.
Obviamente, Job era un hombre lleno de esperanza, él tenía fe en que
vería a su redentor. Fijémonos cuidadosamente en la secuencia de la
declaración de Job 19: 25, 26. Primero, él dice que su redentor está vivo:
una referencia al Cristo preencarnado. ¿Cómo sabía él eso? Job estaba
«caminando no por vista, sino por fe» (2 Cor. 5: 7). Quizá la fe de Job le
ayudó a conocer lo anterior. «Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera,
la convicción de lo que no se ve» (Heb. 11: 1).
Para Job, y para cada creyente, siempre ha habido un redentor. Sabemos
que su nombre es Jesús, y que en el día final nuestro redentor se pondrá en
pie y nos defenderá (Hech. 20: 28; Efe. 1: 7; 2: 13; Col. 1: 20; 1 Ped. 1: 18,
19; Apoc. 1: 5; 5: 9).2
La declaración de Job 19: 25 «representa un progreso significativo de
Job, de la desesperación a la esperanza. “Desde las profundidades del
desaliento, Job se elevó a las alturas de la confianza implícita en la
misericordia y el poder salvador de Dios” (PR, 120)».3
Luego Job reconoce que morirá y que su carne será consumida. Como ya
hemos dicho, él no esperaba ir de inmediato al cielo. Sin embargo, deseaba
ver a Dios en su carne; una referencia directa a la resurrección. La
esperanza de Job era más bien compleja, polifacética, nada simplista. Su
esperanza en un redentor está obviamente vinculada a la persona de
Jesucristo.
Job había expresado dudas cuando preguntó si Dios era una persona de
carne y hueso. «¿Acaso son de carne tus ojos? ¿Ves tú las cosas como las
ve el hombre? ¿Son tus días como los días del hombre, o tus años como el
tiempo de los seres humanos?» (Job 10: 4, 5). Realmente se quejaba de
que Dios no podía entender lo que él estaba atravesando, el sufrimiento
físico y mental que soportaba. ¿Cómo podría Dios conocer por experiencia
propia el sufrimiento? ¿Dios conoce, comprende o tiene una idea de lo que
implica vivir en este mundo de pecado y maldad?
Jesús comprende nuestro dolor, porque él sufrió mientras estuvo en esta
tierra. Él es el Dios Creador, que hizo a los seres humanos a su imagen,
pero también es el Dios que vino a formar parte de su creación, a vivir y
morir en este mundo, y resucitar triunfante sobre el pecado y la muerte.
Nuestro Dios se hizo parte de su propia creación y por nosotros se
sometió a la tentación, al abuso, al desprecio, a la injusticia y a la muerte.
Pablo afirmó al respecto: «No tenemos un sumo sacerdote que no pueda
compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo
según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues,
confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar
gracia para el oportuno socorro» (Heb. 4: 15, 16). Jesús enfrentó
físicamente al diablo, cara a cara, siendo tentado por él mientras estaba en
un punto muy bajo de su condición mental y física; y aún así venció a la
tentación (Mat. 4: 1-11). La Biblia está repleta de declaraciones proféticas
que se cumplen en Jesús. Tomemos por ejemplo a Isaías 53, que dice que
nuestro redentor llevó todas nuestras dolencias y debilidades, y que
mientras hacía eso por nosotros, ¡fue perseguido y ejecutado! Asimismo
leemos en el Salmo 22: 14: «He sido derramado como el agua y todos mis
huesos se descoyuntaron. Mi corazón fue como cera, derritiéndose dentro
de mí». Ciertamente, esto se cumplió en nuestro Creador, que también es
nuestro Redentor.
La queja de Job quedó atendida en el nacimiento de Jesús. El Hijo de
Dios se hizo carne y hueso, para venir a «buscar y a salvar» a los perdidos.
Después de resistir la tentación él sufrió, sangró y murió. Por eso puede
identificarse con nosotros, y servir como mediador entre Dios y el hombre.
El hecho de que Jesús vino y vivió una vida de victoria es una prueba de
que nosotros también podemos hacer lo mismo. Él vivió como hombre, y
nunca sacó ventajas personales a su naturaleza divina.
Recordemos que Jesús sufrió toda suerte de violencias para salvarnos. Él
pagó un gran precio por nuestra salvación: su sangre redentora. Es lógico
pensar que si los seres humanos pudieran haber sido rescatados y
justificados por obedecer la ley, esa habría sido la solución. Sin embargo,
las Escrituras aclaran el asunto al presentar la ineficacia de depender de la
llamada obediencia con el fin de satisfacer los reclamos de nuestro Santo
Dios (Gál. 2: 16, 3: 11). «Quien trate llegar a ser santo mediante sus
esfuerzos por guardar la ley, está intentando algo imposible».4
Observar la ley no es suficiente debido a nuestra naturaleza «caída». El
egoísmo nos mancha hasta los tuétanos. Jesús es distinto. Él es el único ser
perfecto que ha pisado este planeta; él nunca transgredió la ley. Es nuestro
Salvador, pero también es nuestro modelo y nuestro ejemplo en todo.
La única forma de entender el libro de Job es mirándolo a través de los
lentes del Calvario. La muerte expiatoria de Jesús le concede significado a
lo que Job y todo otro sufriente ha experimentado, o jamás experimentará.
«Ayer se me recordó que Jesús es el mismo evangelio colgado
de una cruz. Hoy tenemos un mensaje: “He aquí el Cordero de
Dios que quita el pecado del mundo”. ¿No mantendrán los
miembros de iglesia sus ojos fijos en un salvador crucificado y
resucitado, en quien se centran sus esperanzas de vida eterna?
Este es nuestro mensaje, nuestro argumento, nuestra doctrina,
nuestra advertencia a los impenitentes, nuestro mensaje de
ánimo al que sufre; la esperanza de cada creyente. Si podemos
despertar un interés en las mentes de los hombres que les haga
dirigir sus ojos a Cristo, podremos dar un paso a un lado, y
pedirles que sigan contemplando al Cordero de Dios. De esa
forma serán enseñados. Todo el que quiera seguirme que tome
su cruz y se niegue a sí mismo, y me siga».5
El libro de Job nos ayuda a entender mejor el sacrificio que Dios realizó
a través de Cristo Jesús. Él es aquel que marchó a la cruz sufriendo una
prueba más profunda que la que jamás Job pudo experimentar. Pensemos
en lo injusto que fue para Jesús venir a este mundo a vivir en el anonimato
antes de comenzar su ministerio. Pensemos que sacrificó la adoración de
los ángeles. Pensemos en el desprecio que sufrió durante toda su vida, ya
que sus vecinos lo consideraban el hijo ilegítimo de María. Él era inocente
de todas las acusaciones que le hicieron; sin embargo, llevó a la cruz la
carga de cada pecado humano.
Tanto Job como Jesús experimentaron la inmerecida ira del enemigo.
Satanás quedó desenmascarado gracias a los sufrimientos de Cristo,
gracias al sacrificio perfecto del único que es perfecto.
Satanás es descrito en la Biblia como el acusador de los hermanos y de
Dios. Él es el adversario que se aparece entre los hijos de Dios (Job 1: 6; 2:
1), no para adorar, sino para criticar. Él muestra indiferencia a los
reclamos de la Deidad y no se goza en las obras de Dios. Es un incrédulo,
la máxima representación de los incrédulos. Él tiene conocimientos, pero
rehúsa creer, pues no confía en Dios. Manifiesta su crueldad, llevándola a
su punto culminante en la ejecución y el asesinato de Jesucristo.6
Por favor, perdonen la extensa cita de la pluma inspirada: Yo no lo
hubiera dicho mejor, y por ello he decidido concluir este capítulo con las
siguientes palabras:
«Mediante Jesús, la misericordia de Dios fue manifestada a los
hombres; pero la misericordia no pone a un lado la justicia. La
ley revela los atributos del carácter de Dios, y no podía
cambiarse una jota o un tilde de ella para ponerla al nivel del
hombre en su condición caída. Dios no cambió su ley, pero se
sacrificó, en Cristo por la redención del hombre. “Dios estaba en
Cristo reconciliando el mundo a sí” (2 Cor. 5: 19).
»La ley requiere justicia, una vida justa, un carácter perfecto; y
esto no lo tenía el hombre para darlo. No puede satisfacer los
requerimientos de la santa ley de Dios. Pero Cristo, viniendo a la
tierra como hombre, vivió una vida santa y desarrolló un carácter
perfecto. Ofrece estos como don gratuito a todos los que quieran
recibirlos. Su vida reemplaza la vida de los hombres. Así tienen
remisión de los pecados pasados, por la paciencia de Dios. Más
que esto, Cristo imparte a los hombres atributos de Dios. Edifica
el carácter humano a la semejanza del carácter divino y produce
una hermosa obra espiritualmente fuerte y bella. Así la misma
justicia de la ley se cumple en el que cree en Cristo. Dios puede
ser “justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús” (Rom. 3:
26)».7
¡Qué grande es nuestro Dios!
Referencias
1. Herbert Lockyer, All the Men of the Bible (Grand Rapids: Zondervan, 1958), p. 192.
2. Alden, «Job», p. 207.
3. Comentario bíblico adventista, p. 552.
4. Elena G. de White, El camino a Cristo, cap. 7, p. 90.
5. Elena G. de White, Manuscrito nº 1507, 9 de abril de 1898.
6. Robertson W. Nicoll, ed., Preachers Homiletic Library, t. 1, (Grand Rapids: Baker Book House,
1979), p. 179.
7. Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes, cap. 79, p. 723.
13. El carácter de Job

V olvamos a examinar de nuevo una parte esencial del libro: el


carácter de Job.
Busquemos el término carácter en un diccionario y veamos qué
significa. Una definición declara que el carácter es: «El conjunto de
cualidades mentales y morales que distinguen a un individuo». Otra
definición nos dice que «es el conjunto de rasgos mentales y éticos que
distinguen a una persona». Otra más, define el carácter como «las
cualidades permanentes que forman parte de la vida y que determinan las
respuestas que se brindan, sin tomar en cuenta las circunstancias».
Abraham Lincoln dijo: «La reputación es la sombra. El carácter es el
árbol».1 Esas cualidades mentales y morales se revelarán en nuestro diario
vivir.
Desde el mismo principio del libro, Job se destaca por su impresionante
carácter. «Había en el país de Uz un hombre llamado Job. Era un hombre
perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal» (Job 1: 1). Toda su
experiencia se resume en poco más de veinte palabras. Tomando en cuenta
que Dios mismo ratifica la nobleza del carácter de Job, diremos que es
posible vivir una vida que sea del agrado de él en cualquier momento, en
cualquier medio social, en cualquier circunstancia.
El autor del libro evalúa a Job tomando en cuenta cuatro rasgos que se
mencionan en Job 1: 1, y dicha evaluación es repetida por Dios en el
versículo 8. Esas características son importantes y merecen que las
analicemos, ya que deberían ser imitadas y adoptadas en nuestras propias
vidas.
«En la región de Us había un hombre llamado Job, que vivía una vida
recta y sin tacha, y que era un fiel servidor de Dios, cuidadoso de no hacer
mal a nadie» (Job 1: 1).2 Job era un hombre sin tacha. En la actualidad,
cuando leemos esto desde nuestra perspectiva del siglo XXI, podríamos
decir que algo sin tacha es perfecto. Quizá convenga remitirse al idioma
original del autor. En nuestra exposición e interpretación de la Biblia a
menudo olvidamos que los redactores de la misma utilizaron idiomas muy
diferentes a los nuestros. A menudo, cuando traducimos o copiamos el
significado de algunos términos, no impactan nuestras mentes modernas
como lo hicieron en su propia época, cultura y circunstancias.
Tomada como un todo, la Biblia describe a la raza humana en su
condición caída como una agrupación de «culpables». Tomemos, por
ejemplo, la declaración de Romanos 3: 10, 23. «Como está escrito: “No
hay justo, ni aun uno”»; «por cuanto todos pecaron y están destituidos de
la gloria de Dios». Tras la caída en el huerto de Edén, todos somos
pecadores.
Jeremías 17: 9 lo define acertadamente: «Engañoso es el corazón más
que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?». El profeta nos
recuerda acertadamente que apenas conocemos la cuantía de nuestra
perversidad. Dios presenta en las Escrituras una evaluación de la condición
humana y por ello nos llama al arrepentimiento, a un reavivamiento y a
una reforma; es decir, a una transformación (Isa. 1: 18). Por otro lado,
Dios es el único que es absolutamente perfecto, y Jesús es el único que ha
vivido una vida perfecta. Punto.
Desde luego, la Biblia menciona personas que merecen nuestro mayor
respeto. Pensemos en Enoc, que caminó tan cerca de Dios, que finalmente
fue llevado al cielo (Gén. 5: 24; Heb. 11: 5). O, ¿qué diremos de Elías, que
sirvió a Dios como profeta y que fue llevado al cielo en un carro de fuego?
(2 Rey. 2: 11, 12). Asimismo, Dios declaró que Noé, Daniel y Job habían
alcanzado determinado nivel de rectitud. «Si estuvieran en medio de ella
estos tres hombres: Noé, Daniel y Job, solo ellos, por su justicia, librarían
sus propias vidas, dice Jehová, el Señor» (Eze. 14: 14).
Aunque Job es considerado por Dios como una persona recta; él, al igual
que nosotros, no era perfecto. David constituye un ejemplo fehaciente de
la naturaleza caída del ser humano. Bajo la inspiración del Espíritu Santo,
él proclamó su condición caída, desde su mismo nacimiento. «En maldad
he sido formado y en pecado me concibió mi madre» (Sal. 51: 5). Sin
embargo, aunque es cierto que somos pecadores, también es verdad que
podemos vivir píamente ante Dios y ante nuestros prójimos.
¿Cómo será entonces que se llega a la condición de ser «sin tacha»,
como Job? Comprender el término hebreo traducido aquí como «sin
tacha», tam, nos ayudará en nuestro estudio. En realidad tam significa
«maduro». Tam, traducido en algunas versiones como «perfecto», se
interpreta como «completo, entero, que no le falta nada». No es que
implique ausencia de pecado, o perfección; sino una ausencia de tachas,
en un sentido relativo. Aquí el término tam se refiere a una persona que ha
alcanzado el grado de madurez, o de desarrollo que Dios espera de ella en
determinado momento. Job había demostrado un grado de crecimiento, de
desarrollo y de madurez que únicamente el Señor podía determinar.3
Permítanme explicarlo. Una bebecita recién nacida puede ser perfecta en
su momento; pero no puede ser comparada con una mujer plenamente
desarrollada. Ella seguirá progresando, creciendo y desarrollándose. En
cualquier momento, al ser examinada por un pediatra, esa niña puede ser
declarada «perfecta». Lo que el médico quiere decir es que ella se ha
desarrollado como se esperaba, aunque seguirá en un proceso constante de
crecimiento.
Mientras que Dios nos observa en cualquier momento, él espera que
seamos relativamente sin faltas, sin tachas; ya que estaremos actuando en
nuestras vidas al nivel que él espera en el momento preciso en que nos
mira. Jesús, a través del Espíritu Santo, es quien dirige nuestro desarrollo y
crecimiento espiritual.
La Biblia, también nos dice que Job era una persona «recta». El término
hebreo vejashar, a menudo se traduce como «recto», «preciso», o
«correcto». Job era correcto y preciso en todos sus tratos con los demás; él
era alguien de un discurso sin tacha.4 Ni Dios, ni sus relacionados, tenían
nada que decir en contra de Job; algo sorprendente, aunque parezca
imposible. Quizá no podamos nombrar a algunos de nuestros amigos, ni a
dirigentes de nuestra sociedad, o socios comerciales que hayan llegado a
ese elevado nivel; pero ello no es imposible para Dios. De hecho, Jesús
claramente enseñó que todo le es posible al que cree (Mar. 10: 27). Se
espera que todo el que vaya al cielo haya alcanzado la perfección.
La pregunta clave es: «¿Cómo se logra esa perfección?». ¿Cómo un
hombre o una mujer que viven en el siglo XXI pueden llegar a una
condición que sea reconocida por Dios y por los demás como «sin tacha» y
«recta»? Creo que esas características nada más se consiguen si Dios obra
en nosotros. Al vivir bajo su gracia, aprendiendo a confiar en él, a la vez
que dependemos de él, nos irá transformando en personas sin tacha,
temerosas de Dios y alejadas del mal.
En este momento ustedes estarán preguntándose si yo creo haber
alcanzado esa condición. Tan solo puedo decir como Pablo en Filipenses
3: 13, 14: «Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero
una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás y extendiéndome
a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento
de Dios en Cristo Jesús». Como cualquier otro hijo de Dios, mi deseo es
continuar marchando hacia la meta. Por favor, oren por mí, para que un día
yo pueda ser un hombre sin tacha, recto, temeroso de Dios y apartado del
mal. Creo que fue el difunto pastor C. T. Richards, profesor de religión de
la Universidad Oakwood el que parafraseó a John Newton en uno de sus
sermones al decir: «No soy el que deseo, ni tampoco soy lo que llegaré a
ser; pero le agradezco a Dios que no soy el que era antes».
Nuestro maravilloso y amante Dios nos acepta a lo largo de nuestra
andadura espiritual, para convertirnos en lo que él nos ha llamado a ser.
Nuestras vidas están cubiertas por su gracia, y su gracia es mucho más que
un favor inmerecido. Sí, su gracia es inmerecida y gratuita aunque jamás
es concedida por Dios con el fin de cubrir o esconder el pecado. La gracia
es el poder que alimenta nuestro deseo y capacidad para vivir como Dios
manda.
Alguien dijo: «La reputación es lo que los demás piensan de usted; el
carácter es lo que usted es». John Wooden fue un destacado atleta y
dirigente de baloncesto. Él dirigió el equipo de baloncesto de la
Universidad de California, en Los Ángeles. Durante su carrera de doce
años como dirigente ayudó a su equipo a obtener diez campeonatos,
incluyendo siete en línea. En cierta ocasión dijo: «La verdadera prueba del
carácter de un hombre se realiza cuando nadie lo está mirando». Un
compañero de trabajo me dijo una vez que no me debía preocupar por lo
que los demás dicen de mí (reputación); lo que sí debe importarme es lo
que Dios piense de mí.
Aunque lo anterior puede ser cierto, la Biblia registra lo que los demás
pensaban de Job antes de su prueba. Él era un exitoso hombre de negocios,
respetado por los jóvenes y tomado en cuenta por los mayores. Era
bienvenido en las puertas de la ciudad, un lugar normalmente considerado
como punto de reunión de las personas destacadas. Asimismo, recibía allí
grandes muestras de aprecio. El populacho reconocía a Job como un líder.
«Era el hombre más importante de todos los orientales» (Job 1: 3). Job era
valorado, respetado y honrado debido a que trataba a los demás con
aprecio y respeto, sin importar su condición social. Él ayudaba a los pobres
y a los huérfanos. No era tan solo un «santo durante el séptimo día», sino
que a diario ayudaba a sus vecinos.
Dios valoraba la conducta de Job, porque este vivía de acuerdo con lo
que Jesús enseñó en la parábola de las ovejas y los cabritos. ¿Recuerdan el
relato que habla acerca del juicio final? Jesús dijo que aquellos que
alimentan al hambriento, visitan al enfermo y al encarcelado y visten al
desnudo en realidad están ministrándole a él.
Parecía que Job vivía la genuina religión, la que se resume en Santiago 1:
27: «La religión pura y sin mancha delante de Dios el Padre es esta: visitar
a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones y guardarse sin mancha
del mundo». Pero eso no es todo. Job no codiciaba o miraba con lujuria a
ninguna mujer; sus pensamientos, palabras y acciones eran puros. Así
mantuvo su integridad delante de Dios.
Tampoco Job demostró parcialidad en sus acciones. Trató a todos por
igual. No abrigaba prejuicios étnicos o raciales, algo que era poco común
en su época. Job incluso trataba a sus esclavos como personas, no como
posesiones. Respetaba a todos.
¿Ha visto cómo se construye un rascacielos? ¿Un elevado edificio que
parece llegar a las nubes? ¿Una estructura que nos hace levantar la cabeza
para ver su cúspide? Entiendo que cuanto más elevados, más profundos y
sólidos tienen que ser los cimientos. Esa es una descripción apropiada de
lo que implica tener un carácter «elevado» ante Dios: hace falta una
profunda y genuina espiritualidad para crecer de acuerdo con las
expectativas divinas.
Creo que Job disfrutó de una experiencia genuina con Dios, una que no
podía ser sacudida, una que glorificaba a Dios por sus buenas obras, como
lo dice Job 31. De hecho, se me ocurre que ese capítulo podría ser la
contraparte masculina de Proverbios 31: 10-31, donde se describe a la
mujer virtuosa. ¿Qué piensa Dios de nosotros? ¿Cuál es nuestra reputación
ante Dios? Aún más importante, ¿qué dice de nuestro carácter?
Hacer el bien, ser bueno en Cristo, es la meta del cristiano.
Referencias
1. Larry Roach, «What Did Abraham Lincoln Say About Character?» What Is Character? (blog),
http://www.character-training.com/blog/.
2. Tomado de la versión Dios Habla Hoy.
3. 1 Samuel 24: 15; Génesis 18: 25.
4. «Job 1», Benson Commentary, Bible Hub, http://biblehub.com/commentaries/benson/job/1.htm.
14. Enseñanzas finales

A l concluir el estudio del libro de Job hay varios temas que siguen
siendo relevantes para nosotros.
El principal es este: es posible vivir una vida intachable y recta
delante de Dios. Después de todo, Job fue considerado al menos tres veces
como un hombre sin tacha, recto, temeroso de Dios y alejado del pecado
(Job 1: 1; 1: 8; 2: 3). En la segunda y tercera mención que se hace de estos
atributos, se escucha al mismo Dios. Por otro lado, entendemos que lo
intachable de Job significaba madurez, y no una perfección absoluta.
Job era obediente a Dios, pero su obediencia presente, así como la
nuestra, no expiaba su desobediencia pasada. Nuestra obediencia está
sujeta a que Jesús, nuestro redentor, es la verdadera fuente de nuestra
obediencia, y a que somos justificados delante de Dios por los méritos de
Cristo.
También vemos que Job fue meticuloso en sus deberes religiosos.
Ofrecía sacrificios por sus hijos, y aunque la Biblia no lo dice, estamos
seguros de que también ofrecía sacrificios por él y por su esposa.
Job pone de manifiesto la sagrada responsabilidad que tienen los padres.
Ser padre conlleva una labor intercesora que dura toda la vida. Los padres
deben orar por sus hijos, puesto que tener hijos es un compromiso muy
grande. Sí, los criamos hasta que completan la mayoría de edad, los
educamos, los preparamos para la vida; sin embargo, los padres siempre
tendrán la responsabilidad de encaminarlos por las sendas de Dios. Job
también oró por sus bienintencionados, aunque confundidos, amigos, y
Dios asoció dichas oraciones a su pleno restablecimiento. Necesitamos
orar como nunca antes, ya que se acerca el tiempo del fin.
El tema del gran conflicto es clave en el libro de Job. Dicho conflicto se
torna visible cuando Satanás ataca sin clemencia a Job. Todo ello nos
recuerda que a la gente buena también le suceden cosas malas. La gente
buena no siempre sufre por una razón de causa y efecto. Las enfermedades
y los accidentes parecen venir de la nada, o ser resultados de la casualidad;
pero el relato de Job presenta en forma clara que el mal está presente por
Satanás. Él y los ángeles caídos atacan y asedian a los seres humanos, en
especial a los que son fieles como Job.
Job no solo fue atacado, sino que también procuro responder a tales
ataques. Aunque no podemos evitar los embates del diablo, sí podemos
estar seguros de algunas cosas: Dios está al tanto y pone límites a la obra
del enemigo (Job 1: 12; 2: 6).
A nosotros nada más nos incumbe escoger la manera en la que
enfrentaremos al mal. En medio de sus pruebas, Job adoró a Dios.
Debemos alabar a Dios en las buenas y en las malas, estemos alegres o
tristes. Además, Job rehusó condenar a Dios mientras estaba siendo
atacado por el enemigo (Job 1: 21, 22).
A lo largo del libro aprendemos mucho de los amigos. Ellos estuvieron
allí para apoyarlo, se sentaron sin pronunciar palabras mientras Job estaba
de duelo. Jesús tuvo doce amigos y entre los doce los más cercanos fueron
Pedro, Juan y Santiago. Necesitamos el apoyo de amigos cristianos y de
nuestros familiares. No somos islas, separadas del resto de la gente. Si
deseamos tener éxito en cualquier empresa necesitamos apoyo. Un jugador
no puede ganar el partido por sí solo. Se necesita a todo el equipo. Jesús es
el Capitán, y todos debemos seguir su ejemplo, seguir sus indicaciones y
alcanzaremos el triunfo.
Aunque nadie es inmune a los ataques de Satanás, lo cierto es que Dios
protege a los suyos. Satanás dijo la verdad cuando argumentó que Dios
había colocado una valla alrededor de Job. Cuando nos entregamos a
Jesús, él nos pone una marca protectora sobre nosotros. Apocalipsis 7: 1-4
declara que los siervos de Dios serán sellados. Un sello constituye una
señal de dominio o propiedad. Dios tiene el derecho de proteger a los que
son de él. Lucas registra una declaración que señala el cuidado protector
de Dios sobre nosotros, incluso cuando nos encontramos bajo la
deslumbrante mirada de Satanás: «Simón, Simón, Satanás os ha pedido
para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, para que tu fe no
falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos» (Luc. 22: 31, 32).
Jesús oró por Pedro para protegerlo, para que no fuera «zarandeado»
como el trigo. Jesús deseaba proteger a su desviado discípulo, incluso
antes de que este pudiera entender la importancia de las declaraciones
proféticas que el Maestro estaba realizando.
El libro de Job no dice que Job recibió respuestas a sus preguntas. Más
bien, Dios le hizo preguntas a Job. Es como si Dios estuviera diciendo:
«Yo soy el Creador. Tengo en mis manos el mundo y todo lo que hay en
él. También te tengo a ti. Confía en mí». La atención de Job se centró en
Dios. Debemos alejar nuestra mirada del yo y enfocarnos en Jesús.
Quizá no conozcamos los motivos de nuestras pruebas, tribulaciones y
problemas. A lo mejor son los métodos de Dios para hacer que maduremos
en él. Sin embargo, como Job, cosecharemos la recompensa de los fieles.
El final de Job fue mucho mejor: tuvo muchos más hijos y más ganado, y
murió muy anciano. Claramente, Job se considera un hombre bendecido.
Jamás abandonó su esperanza y siempre mantuvo viva su fe.
El libro de Santiago dice lo siguiente: «Nosotros tenemos por
bienaventurados a los que sufren: Habéis oído de la paciencia de Job, y
habéis visto el fin que le dio el Señor, porque el Señor es muy
misericordioso y compasivo» (Sant. 5: 11). Comentando este pasaje, el
Comentario bíblico adventista dice: «Una inmutable fidelidad en medio de
los problemas de la vida […], revela una lealtad indivisa a Dios y se
convierte en requisito para la vida eternal […]. Cuando los miembros de la
iglesia son llamados a sufrir penalidades, pueden reclamar la misma
bienaventuranza».1
No creo que ninguno de nosotros sea llamado por Dios a experimentar lo
que Job sufrió: la pérdida de todas sus posesiones, la pérdida de sus hijos
en un accidente fortuito, una debilitante e incurable enfermedad, estar
rodeados de amigos que básicamente nos dicen que estamos recibiendo
nuestro merecido de parte de Dios. Pero si nos tocara todo eso, la fe en
Dios podrá mantenernos fieles y leales a través de todo.
Andraé Crouch, el fallecido músico evangélico, escribió más de 300
canciones. Uno de sus himnos más famosos es «A través del dolor». Una
conocida estrofa dice así:
«A través del dolor
aprendí a confiar en Cristo,
ya sé confiar en Dios.
A través del dolor
llegué hasta el fondo del amor».2
Los cristianos aprenden a «caminar por fe y no por la vista». Somos
llamados a la humildad, llamados a ser humildes ante el Señor. Según dice
Miqueas 6: 8 existe un triple requisito:«Hombre, él te ha declarado lo que
es bueno, lo que pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, amar
misericordia y humillarte ante tu Dios».
Job nos enseña que a nuestro alrededor hay muchas acciones que no
vemos. Hemos de creer que los santos ángeles de Dios están también
alrededor de nosotros, que trabajan en nuestro favor. Aunque el mal está
presente en todo el mundo —tan solo hay que mirar un noticiero, o ver lo
que nos trae la Internet—, Dios también lo está, así como estuvo con Job.
La Biblia dice que Job era un hombre bueno y que debido a su bondad,
Satanás solicitó ponerlo a prueba. La intención de Satanás era que Job
vacilara en su fe, o que «maldijera a Dios». Si Job hubiera hecho eso,
Satanás habría ganado.
Recordemos que Satanás fue echado del cielo tras su fallida rebelión
(Apoc. 12: 9); y que aún airado por su derrota, continúa su lucha en contra
de Dios atacando a los seres humanos. Él siembra el mal en nuestros
corazones y mentes, así como un enemigo planta malas hierbas en los
sembrados de un agricultor (Mat. 13: 39). Por eso en Juan 10: 10 Jesús
hace una clara distinción entre él y el diablo.
Alguien dijo: «Yo me muevo únicamente por la gracia de Dios». Incluso
si una persona fuera culpable de algún gran pecado, deberíamos
esforzarnos para actuar como Jesús, que al condenar el pecado lo hizo con
misericordia y gracia.
¿Qué tienen en común Jesús y Job? Varias cosas. Job, aunque sufrió
enormemente y sin motivos, fue un testigo de lo que la fe y la
perseverancia pueden hacer. Jesús, que era y es perfecto, pagó la condena
por los pecados de toda la humanidad. Aunque no se registró nada en
contra de Jesús ni de Job, ambos fueron atacados por Satanás y falsamente
acusados. Su sufrimiento fue intenso. Pero el sufrimiento por el pecado no
estuvo limitado a Job, o a Jesús.
«Pocos piensan en el sufrimiento que el pecado causó a nuestro
Creador. Todo el cielo sufrió con la agonía de Cristo; pero ese
sufrimiento no empezó ni terminó con su manifestación en la
humanidad. La cruz es, para nuestros sentidos entorpecidos, una
revelación del dolor que, desde su comienzo, produjo el pecado
en el corazón de Dios. Le causan pena toda desviación de la
justicia, todo acto de crueldad, todo fracaso de la humanidad en
cuanto a alcanzar su ideal. Se dice que cuando sobrevinieron a
Israel las calamidades que eran el seguro resultado de la
separación de Dios, sojuzgamiento a sus enemigos, crueldad y
muerte, el alma de Dios “fue afligida a causa de la desdicha de
Israel” (Jue. 10: 16). «En todas sus aflicciones él fue afligido... y
los alzaba en brazos, y los llevaba todos los días de la
antigüedad” (Jue. 10: 16; Isa. 63: 9)».3
Un día todo el pecado y el sufrimiento concluirán. Nos gozaremos en ese
día, según lo describe la misma autora en su libro El conflicto de los
siglos:
«El gran conflicto ha terminado. Ya no hay más pecado ni
pecadores. Todo el universo está purificado. La misma pulsación
de armonía y de gozo late en toda la creación. De Aquel que
todo lo creó manan vida, luz y contentamiento por toda la
extensión del espacio infinito. Desde el átomo más imperceptible
hasta el mundo más vasto, todas las cosas animadas e
inanimadas, declaran en su belleza sin mácula y en júbilo
perfecto, que Dios es amor».4
Anhelamos el día cuando todo eso sea una realidad.
Referencias
1. Comentario bíblico adventista, t. 7, 556, 557.
2. Andraé Crouch, Through It All, Manna Music, Inc.
3. Elena G. de White, La educación, cap. 31, p. 238.
4. Elena G. de White, El conflicto de los siglos, cap. 43, p. 657.

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