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Ricardo Graham. El Libro de Job
Ricardo Graham. El Libro de Job
Copyright © 2016
Inter-American Division Publishing Association®
En esta obra las citas bíblicas han sido tomadas de la versión Reina-
Valera, revisión de 1995: RV95 © Sociedades Bíblicas Unidas (SBU).
También se ha usado la versión Dios Habla Hoy hispanoamericana: DHH
© SBU, y la Nueva Versión Internacional: NVI © Bíblica. En todos los
casos se ha unificado la ortografía y el uso de los nombres propios de
acuerdo con la RV95 para una más fácil identificación.
ISBN: 978-1-61161-683-5
Impresión y encuadernación
3 Dimension
1. Comienzos y finales
2. El gran conflicto en el libro de Job
3. El temor a Dios
4. Dios y el sufrimiento humano
5. Maldito el día
6. Una maldición sin causa
7. El castigo retributivo
8. Sangre inocente
9. Vislumbres de esperanza
10. La ira de Eliú
11. Desde el torbellino
12. El redentor de Job
13. El carácter de Job
14. Enseñanzas finales
1. Comienzos y finales
«D espués de esto, abrió Job su boca y maldijo su día» (Job 3: 1). Job
había sido atenazado por la más horrible tribulación: todas sus
posesiones terrenales fueron destruidas; sus diez hijos perecieron y él fue
castigado con malolientes y repugnantes llagas. En medio de su gran
angustia escucha a su esposa decirle: «Maldice a Dios y muérete».
Había perdido su hacienda, sus hijos y su salud; ni siquiera sabía por qué
estaba sufriendo. El registro bíblico afirma que Job maldijo el día de su
nacimiento; aquel hombre intachable, justo y temeroso de Dios, ¡lanza una
maldición! Detengámonos un momento. No existe indicación alguna de
que lo dicho por Job promueva el lenguaje soez o las malas palabras que
escuchamos cuando la gente está airada.
La maldición mencionada por Job es resultado del profundo desconsuelo
que estaba experimentando. Si hubiéramos estado en su lugar,
probablemente habríamos hecho lo mismo, o peor. El dolor de Job era tan
insondable e intenso, que deseó que la fecha de su nacimiento fuera
arrancada del almanaque.
Es importante observar lo que Job no hizo en aquel momento: no culpa
ni maldice a Dios; aunque algunos podrían argumentar que maldecir el día
de su nacimiento era una maldición indirecta contra Dios. Como creador,
Dios determinó el día, y no solamente planificó y ejecutó el momento de
su concepción, sino que lo trajo al mundo en el momento preciso.
Quizá Salomón aluda a lo dicho en el libro de Job, al escribir las
siguientes palabras: «Alabé entonces a los finados, los que ya habían
muerto, más que a los vivos, los que todavía viven. Pero tuve por más feliz
que unos y otros al que aún no es, al que aún no ha visto las malas obras
que se hacen debajo del sol» (Ecl. 4: 2, 3).
O el profeta Jeremías que al referirse a su sufrimiento, escribió:
«¡Maldito el día en que nací!
¡Que no sea bendecido el día en que mi madre
me dio a luz!
¡Maldito el hombre que dio la noticia a mi padre, diciendo:
“Un hijo varón te ha nacido”,
causándole gran alegría!
Sea tal hombre como las ciudades
que asoló Jehová sin volverse atrás de ello;
que oiga gritos por la mañana
y voces a mediodía,
porque no me mató en el vientre.
Mi madre entonces hubiera sido mi sepulcro,
pues su vientre habría quedado embarazado para siempre.
¿Para qué salí del vientre?
¿Para ver trabajo y dolor,
y que mis días se gastaran en afrenta?» (Jer. 20: 14-18).
Un comentarista afirma, refiriéndose a la maldición de Job: «Sus
imprecaciones son solemnes, profundas y sublimes. Estas declaraciones
poéticas no se prestarían a un minucioso análisis técnico. Job no presenta
lógica; más bien, vuelca los sentimientos apasionados de su alma
doliente».1
Recordemos que Job tenía una desventaja: no conocía el por qué de todo
lo que le sucedía. Eso nos lleva a pensar que su sufrimiento físico, aunque
profundo, estaba eclipsado por su angustia mental.
Nosotros, que vivimos miles de años después de Job, y que tenemos la
ventaja de conocer toda la trama, sabemos cómo comenzó aquella triste
historia. También sabemos cómo concluye. Lo hemos leído en el poema
del Siervo Sufriente y su papel en nuestra redención, de Isaías 53:
«¿Quién ha creído a nuestro anuncio
y sobre quién se ha manifestado el brazo de Jehová?
Subirá cual renuevo delante de él,
como raíz de tierra seca.
No hay hermosura en él, ni esplendor;
lo veremos, mas sin atractivo alguno
para que lo apreciemos.
Despreciado y desechado entre los hombres,
varón de dolores, experimentado en sufrimiento;
y como que escondimos de él el rostro,
fue menospreciado y no lo estimamos.
Ciertamente llevó él nuestras enfermedades
y sufrió nuestros dolores,
¡pero nosotros lo tuvimos por azotado,
como herido y afligido por Dios!
Mas él fue herido por nuestras rebeliones,
molido por nuestros pecados.
Por darnos la paz, cayó sobre él el castigo,
y por sus llagas fuimos nosotros curados.
»Todos nosotros nos descarriamos como ovejas,
cada cual se apartó por su camino;
mas Jehová cargó en él
el pecado de todos nosotros.
Angustiado él, y afligido,
no abrió su boca;
como un cordero fue llevado al matadero;
como una oveja delante de sus trasquiladores,
enmudeció, no abrió su boca.
Por medio de violencia y de juicio fue quitado;
y su generación, ¿quién la contará?
Porque fue arrancado de la tierra de los vivientes,
y por la rebelión de mi pueblo fue herido.
Se dispuso con los impíos su sepultura,
mas con los ricos fue en su muerte.
Aunque nunca hizo maldad
ni hubo engaño en su boca,
Jehová quiso quebrantarlo,
sujetándolo a padecimiento.
Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado,
verá descendencia, vivirá por largos días
y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada.
Verá el fruto de la aflicción de su alma
y quedará satisfecho;
por su conocimiento justificará
mi siervo justo a muchos,
y llevará sobre sí las iniquidades de ellos.
Por tanto, yo le daré parte con los grandes,
y con los poderosos repartirá el botín;
por cuanto derramó su vida hasta la muerte,
y fue contado con los pecadores,
habiendo él llevado el pecado de muchos
y orado por los transgresores» (Isa. 53: 1-12).
Tomemos en cuenta la siguiente declaración:
«Tan pronto como hubo pecado, hubo un Salvador. Cristo sabía
lo que tendría que sufrir, sin embargo se convirtió en el sustituto
del hombre. Tan pronto como pecó Adán, el Hijo de Dios se
presentó como fiador por la raza humana.
»Pensad cuánto le costó a Cristo dejar los atrios celestiales y
ocupar su puesto a la cabeza de la humanidad. ¿Por qué hizo
eso? Porque era el único que podía redimir la raza caída. No
había un ser humano en el mundo que estuviera sin pecado. El
Hijo de Dios descendió de su trono celestial, depuso su manto
real y corona regia y revistió su divinidad con humanidad. Vino
a morir por nosotros, a yacer en la tumba como deben hacerlo
los seres humanos y a ser resucitado para nuestra justificación.
»Vino a familiarizarse con todas las tentaciones con las que es
acosado el hombre. Se levantó de la tumba y proclamó sobre el
rasgado sepulcro de José: “Yo soy la resurrección y la vida”.
Uno igual a Dios pasó por la muerte en nuestro favor. Probó la
muerte por cada hombre para que por medio de él cada hombre
pudiera ser participante de vida eterna».2
Aunque en este momento no haremos una completa exposición de Isaías
53, los cristianos en sentido general reconocen que este pasaje es una
revelación profética del papel de Jesucristo.
Pero, ¿qué esperaba Job que la muerte hiciera por él? Ya que este es el
libro más antiguo de la Biblia, de seguro Dios tenía algo que revelar
respecto al estado de los muertos. Job 3: 13 afirma: «Ahora estaría yo
muerto, y reposaría; dormiría, y tendría descanso». Claramente, Job
esperaba descansar de sus pruebas, dificultades y tribulaciones. Él afirma
que dormiría y descansaría. No se hace mención de ninguna visita al cielo,
ni de alguna recompensa inmediata por su vida intachable y justa.
Desde luego, no edificamos un andamiaje teológico en una parte de las
Escrituras, sino que comparamos un texto bíblico con otro (Isa. 28:10) y
así sale a relucir la verdad bíblica. La declaración de Job armoniza con la
amplia información bíblica respecto al estado de los muertos.
Veamos otros pasajes de las Sagradas Escrituras: «Porque los que viven
saben que han de morir, pero los muertos nada saben, ni tienen más
recompensa. Su memoria cae en el olvido. También perecen su amor, su
odio y su envidia; y ya nunca más tendrán parte en todo lo que se hace
debajo del sol» (Ecl. 9: 5, 6).
Salomón, «el hombre más sabio que jamás vivió», afirma que mientras
estamos vivos prestamos atención, pensamos, hacemos planes y actuamos.
Sabemos qué haremos pero, en contraste, los muertos nada saben. Todas
sus emociones han cesado, y no tienen más nada que hacer en los asuntos
de la vida.
«¿Manifestarás tus maravillas a los muertos?
¿Se levantarán los muertos para alabarte?
¿Será proclamada en el sepulcro tu misericordia
o tu verdad en el Abadón?
¿Serán reconocidas en las tinieblas tus maravillas
y tu justicia en la tierra del olvido» (Sal. 88: 10-12).
Estas preguntas retóricas del Salmo 88 deben ser contestadas
negativamente. Pero, ¿qué diremos del Nuevo Testamento? ¿Qué dice
Jesús acerca de la muerte?
Quizá una de las enseñanzas más claras respecto a la muerte en el Nuevo
Testamento se encuentra en Juan 11, donde se habla de la muerte y
resurrección de Lázaro, un buen amigo de Jesús. Lázaro estuvo muerto
durante cuatro días, antes de que Jesús lo resucitara. Si alguien recibe la
recompensa por su vida tan pronto muere (como se cree popularmente), de
seguro Lázaro habría descrito su experiencia «después de la muerte», y
dicha narración se habría conservado en la Biblia.
Hoy se habla mucho de que la gente que muere se marcha a un «mejor
lugar». Esa idea no tiene asidero bíblico. La idea de que un «alma»
continúa existiendo más allá de la tumba no se fundamenta en la Palabra
de Dios (Eze. 18: 4, Juan 5: 25-29).
El dolor y el sufrimiento son únicos porque son totalmente subjetivos,
nada más podemos experimentar nuestro dolor personal. Quizá sintamos
empatía por los demás y compasión por ellos durante su dolor y
sufrimiento, pero en realidad no podemos saber cuál es el grado o nivel de
su padecimiento.
Como pastor he visitado innumerables hogares que han tenido que sufrir
por la muerte de un familiar. Por mucho que haya estimado al finado,
jamás podré conocer la profundidad del dolor experimentado por su
familia. Aunque quiera ponerme en lugar de ellos, no podré hacerlo. Así
tampoco pudieron apreciar su dolor los tres amigos de Job que vinieron a
consolarlo: Elifaz el temanita, Bildad el suhita y Zofar el naamatita.
En principio los amigos de Job, los que habían venido a consolarlo y a
mostrar su solidaridad con él (Job 2: 11), quedaron en silencio. En
ocasiones, cuando visitamos a los que sufren, acompañarlos en silencio es
más importante que las palabras. Quienes han recibido una visita mientras
están en un hospital, podrán apreciar mejor el apoyo silencioso, antes que
la parlería de los visitantes.
Luego los tres amigos abandonaron su «silenciosa vigilia» de siete días,
además de su actitud solidaria. De hecho, sostuvieron que el sufrimiento
de Job era la retribución por sus pecados ocultos.
Job llega a un punto en el que cuestiona si su sufrimiento es un castigo, y
procura el perdón por si abriga algún pecado «desconocido» (Job 7: 17-
21). Al hacerlo revela las concepciones de su época. Incluso profundiza en
lo que alguien podría llamar existencialismo, cuando analiza qué son
exactamente los seres humanos, y por qué Dios interactúa con ellos. En el
marco del gran conflicto, que tiene que ver con la justificación de Dios y
con la restauración del orden en el universo, se pone de manifiesto el amor
de Dios por los seres humanos. Juan 3: 16 lo presenta de una manera tan
sublime que se hace innecesario comentarlo: «De tal manera amó Dios al
mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él
cree no se pierda, sino que tenga vida eterna».
Dios es amor, 1 Juan 4: 8 lo dice claramente. Debemos aceptarlo por fe,
aunque no podamos entender apropiadamente el problema del dolor y del
sufrimiento.
Referencias
1. Comentario bíblico adventista, t. 3, p. 506.
2. Elena G. de White, En lugares celestiales, p. 15.
6. Una maldición sin causa
2. Elena G. de White, «To Brn-Srs. of the Iowa Conference» (cf. Carta 134, 1902), The Ellen G.
White 1888 Materials, 1763, https://egwwritings.org/#.
3
. Elena G. de White, Obreros evangélicos, sec. 8, p. 330.
4
. Elena G. de White, Patriarcas y profetas, cap. 11, p. 108.
5
. Blomberg, Matthew, t. 22, pp. 125-126.
6
. Comentario bíblico adventista, t. 5, p. 353.
9. Vislumbres de esperanza
¿A lguna vez usted ha tenido una gran ira? Ira es un término extraño en
el vocabulario del siglo XXI. El Diccionario de la Real Academia de
la Lengua Española, la define como un «sentimiento de indignación que
causa enojo». Todos nos hemos enojado en algún momento. La ira no es
algo prohibido, o pecaminoso. De hecho, Efesios 4: 26 dice: «Airaos, pero
no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo». En otras palabras, es
posible airarse sin pecar. No obstante, los límites de nuestra ira o enojo, en
términos temporales, deben cesar al final del día.
En nuestro relato Eliú se siente extremadamente airado. ¿Por qué se
enojó tanto?
En gran parte del libro de Job continúa la discusión entre el patriarca y
sus amigos. Cada uno intenta justificar sus creencias mediante
razonamientos lógicos y una fluida retórica. En realidad, es una
competencia injusta: tres en contra de uno. Luego empeora. Sin embargo,
durante aquel diálogo se ponen de manifiesto importantes verdades que no
pueden pasarse por alto: «Así mi cuerpo se va gastando como comido de
carcoma, como un vestido que roe la polilla» (Job 13: 28). Es un hecho
que nuestros cuerpos se desgastan bajo los efectos del pecado. Adán y Eva
fueron creados para vivir eternamente, pero todo eso cesó con la llegada
del pecado. Es cierto que vivieron durante bastante tiempo. De acuerdo
con las Escrituras, Adán murió de 930 años. Una edad sorprendente. La
abuela de mi esposa tiene 99 años. El próximo año, si Dios lo permite,
celebraremos sus 100 años. ¡Qué maravilloso! Nos gozamos cuando la
gente alcanza un siglo de edad. Pero el plan original de Dios era que
viviéramos para siempre.
Muchos que llegan a una edad avanzada lidiando con graves problemas
de salud. Pero sabemos que todos tenemos una cita con la muerte. La
muerte y la tumba serán parte de este mundo hasta que Jesús regrese. Nos
deterioramos, nos desgastamos y morimos. Nuestros cuerpos actuales no
están preparados para la eternidad. Por ello el Nuevo Testamento nos dice:
«Cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción y esto mortal se
haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está
escrita: “Sorbida es la muerte en victoria”. ¿Dónde está, muerte, tu
aguijón? ¿Dónde, sepulcro, tu victoria?, porque el aguijón de la muerte es
el pecado, y el poder del pecado es la Ley. Pero gracias sean dadas a Dios,
que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo» (1 Cor. 15:
54-57).
Esa transición de lo corruptible a lo incorruptible, y de lo mortal a la
inmortalidad es necesaria debido a que la carne pecaminosa no puede
heredar el reino de Dios (1 Cor. 15: 50). La impureza de nuestra
humanidad nos hace incompatibles con la santa naturaleza de Dios. Es
necesario nacer de nuevo, según Jesús le explicó a Nicodemo. «De cierto,
de cierto te digo que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de
Dios» (Juan 3: 3).
Necesitamos una renovación tanto física como espiritual, un nuevo
nacimiento que únicamente Dios puede proveer. Primero ocurrirá la
renovación espiritual y luego la física, según lo ha prometido Dios.
Después de todo, él es el dador de las promesas y el que honra las mismas.
Job sabía que un día dejaría de existir y que sería devorado por los
gusanos, pero categóricamente afirma que vería a su redentor, y ese
redentor es Jesucristo (Job 19: 25-27). Quizá Job fue más allá de sus
conocimientos para apoyarse en su fe. Él se hizo eco de la fe manifestada
en las palabras de Pablo en 2 Corintios 4: 16-18: «Por tanto, no
desmayamos; antes, aunque este nuestro hombre exterior se va
desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día, pues esta leve
tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y
eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las
que no se ven, pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se
ven son eternas».
Por fe Job entendió que la muerte no es un «punto» colocado al final de
la vida; que no es el fin de todo; que es solo punto de espera para aquellos
que aman a Dios.
Jesús dijo que únicamente los puros de corazón verán a Dios (Mat. 5: 8).
Job, un hombre sin tacha, recto, temeroso de Dios y apartado del mal, debe
de haber tenido un corazón puro. También se define o se equipara la
sabiduría con temer a Dios, o respetarlo. David escribió: «Dice el necio en
su corazón: “No hay Dios”» (Sal. 14: 1; 53: 1).
Como ya hemos dicho, todos los amigos de Job, y el mismo patriarca
también, expresan percepciones muy limitadas, porque su conocimiento es
limitado. Todos nosotros «vemos por espejo, oscuramente» (1 Cor. 13:
12). Las nuevas tecnologías hacen que la información se multiplique.
Aunque esa información nos ayuda a adquirir más conocimiento, nadie lo
sabe todo.
Solo conocemos lo que Dios ha revelado de sí mismo. Él no nos lo ha
dicho todo acerca de él y de sus caminos. De modo que deberíamos hablar
de las cosas profundas de Dios con gran humildad, reconociendo que «las
cosas secretas pertenecen a Dios» (Deut. 29: 29).
Ahora bien, en Job 32: 1-5, el grupo EBZ, quizá en medio de su
frustración, concluye su debate con Job porque «él se hacía justo a sí
mismo». Luego aparece Eliú, cuyo nombre significa «él es mi Dios».
¿Dónde había estado este personaje? Quizá él llegó más tarde, o a lo mejor
había estado allí todo el tiempo. Parece que él estuvo escuchando,
pensando y sopesando el diálogo entre Job y el grupo EBZ.
Aparentemente, él era amigo de los demás, o quizá un allegado a Job. Él es
el último en hablar, debido a que los otros eran mayores que él; por respeto
esperó su turno. Pero él se muestra como un airado joven y su enojo se
menciona unas cuatro veces. Su enojo es específico. Él se incomoda al
escuchar a los otros tres y a Job, en parte porque Job intentaba exonerarse
todo el tiempo. Él no aceptaba los argumentos del grupo EBZ, que
enfatizaban que Job debía ser un grosero pecador para haber recibido aquel
castigo, una retribución divina, directamente de la mano de Dios.
Asimismo, criticó al grupo EBZ debido a que no habían presentado una
respuesta satisfactoria y coherente a los argumentos que Job utilizaba para
defenderse. Eliú llegó a la conclusión de que ambas partes habían descrito
mal a Dios.
¿Había alguna justificación para el enojo de Eliú? ¿Podríamos acaso
llamarle «justa o santa» indignación a su ira? La indignación justa, esa que
surge por la injusticia o la falsedad, por lo general es objetiva y no tomará
en cuenta intereses propios o egoístas. Cuando nos enojamos porque Dios
es representado en forma impropia, eso será una justa o santa indignación.
Jesús mostró esa misma indignación cuando la casa de su Padre había sido
convertida en una cueva de ladrones (Luc. 19: 46).
Sin embargo, deberíamos pensar cuidadosamente antes de manifestar
nuestro enojo. Siempre debemos pensar en el momento y el lugar, así
como en las palabras que pronunciaremos en un momento de ira. Eliú
menciona varios puntos que siguen teniendo vigencia hasta el día de hoy:
3 Primero: Dios no puede hacer nada malo (Job 34: 10), porque él es un
ser santo, justo y puro.
3 Segundo: Dios no castiga injustamente a nadie. Él es justo y
recompensará a la gente de acuerdo con sus obras (Apoc. 22: 12).
3 Tercero: Dios podría destruir toda la vida en la tierra si así lo decidiera.
El problema con el argumento de Eliú no radica en los señalamientos que
hace, sino en la suposición de que Job era culpable de haber pecado.
No obstante, aunque presenta una notable defensa de Dios, Eliú no dice
nada del carácter misericordioso del Creador.
«Aunque se dieron todas estas pruebas evidentes, el enemigo del
bien cegó el entendimiento de los seres humanos, para que
miraran a Dios con temor y lo considerasen severo e implacable.
Satanás indujo a los hombres a concebir a Dios como un ser
cuyo principal atributo es una justicia implacable, como juez
severo, acreedor duro y exigente. Representó al Creador como
un ser que velase con ojo inquisidor para descubrir las faltas y
los errores de los seres humanos y hacer caer juicios sobre ellos.
A fin de disipar esta negra sospecha vino el Señor Jesús a vivir
entre nosotros, y manifestó al mundo el amor infinito de Dios.
»Jesús no suprimía una palabra de la verdad, pero siempre la
expresaba con amor. En su trato con la gente hablaba con el
mayor tacto, cuidado y misericordiosa atención. Nunca fue rudo
ni pronunció innecesariamente una palabra severa, ni ocasionó a
un alma sensible una pena innecesaria. No censuraba la
debilidad humana. Decía la verdad, pero siempre con cariño.
Denunciaba la hipocresía, la incredulidad y la iniquidad; pero las
lágrimas velaban su voz cuando profería sus penetrantes
reprensiones. […]
»Este fue el carácter que Cristo reveló en su vida, y ese el
carácter de Dios. Del corazón del Padre es de donde manan para
todos los seres humanos los ríos de la compasión divina,
demostrada por Cristo. Jesús, el tierno y piadoso Salvador, era
Dios “que se manifestó como hombre”».1
En realidad parecería una mala representación del carácter de Dios,
juzgar a la gente con rigidez, sin mostrar compasión alguna.
Quizá pensemos que ser compasivos con la gente, equivale a condonar
su pecado. Quizá no deseamos que nos consideren «flojos» con el pecado;
somos de los que creemos que es necesario llamar al pecado por su
nombre. detalles. Me hubiera gustado conocer esto hace mucho tiempo,
pues hubiera sido más bondadoso cuando tuve enfrentar a los que habían
hecho algo malo. Pero yo, así como muchos otros, soy un proyecto no
terminado.
Es claro que los amigos de Job se enfocaron únicamente en la justicia de
Dios; pero fracasaron al no entender plenamente su naturaleza. Podría ser
que ellos mismos jamás hubieran tenido una estrecha relación con Dios.
Cuando contemplamos el mal y la presencia del pecado, tenemos que
recordar que ambos constituyen una misteriosa irracionalidad. Pablo lo
llama el «misterio de la iniquidad» (2 Tes. 2: 7). Un misterio es un secreto
profundo. Aunque podemos leer acerca de la caída de Lucifer y de su
transición a Satanás, no podemos explicar que ese personaje angelical se
haya inclinado por el pecado y por la rebelión. Podríamos explicarlo, pero
quizá no entenderlo cabalmente. No tiene sentido escoger una senda de
autodestrucción que ha arruinado al mundo.
La práctica del pecado y del mal provoca profundos dolores y pérdidas,
por lo que es irracional que la escojamos. Por otro lado, los placeres del
pecado parecen tan atractivos que a menudo los preferimos, en lugar de
entrar en una obediencia que conduce al crecimiento.
Aunque ahora conocemos lo que sucedió (Eze. 28: 12-17), vemos que
los amigos de Job y Eliú fracasaron al no incluir la actuación de Satanás, el
diablo, en sus razonamientos. ¿Cómo pudieron hacer eso? Ellos no sabían
que todo lo que se le había venido encima a Job, todo su sufrimiento, no
era culpa de él; sino el resultado del intento de Satanás de probar que Dios
y Job eran seres llenos de falsedad. Satanás fracasó miserablemente,
debido a que Job, un inocente espectador, mantuvo su fe en Dios. A
menudo he considerado la fe como la moneda del cielo. Dios honra nuestra
fidelidad. Cuando leemos de los milagros de Jesús, encontramos en esos
episodios gente que puso de manifiesto su fe. Mateo 9: 18-30 registra tres
acontecimientos que revelan la importancia de nuestra fe: la mujer con el
flujo de sangre, la resurrección de la hija del dirigente de la sinagoga, y la
curación de dos ciegos.
El ataque contra Job puede ser considerado como un ataque a su fe.
Nuestra fe, así como la de Job, es una herramienta poderosa en la batalla
de la santidad. Dios siempre recompensa nuestra fe en él. Quizá sea por
eso que 1 Juan 5: 4 nos dice: «Porque todo lo que es nacido de Dios vence
al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe».
Satanás conoce la importancia de nuestra fe, sabe que si confiamos
plenamente en Dios seremos más que vencedores. En tanto que Satanás
intentó destruirlo, Dios recompensó la fe de Job. No tengo dudas de que
también recompensará la nuestra.
Referencias
1. Elena G. de White, El camino a Cristo, cap. 1, pp. 16-18.
11. Desde el torbellino
A l concluir el estudio del libro de Job hay varios temas que siguen
siendo relevantes para nosotros.
El principal es este: es posible vivir una vida intachable y recta
delante de Dios. Después de todo, Job fue considerado al menos tres veces
como un hombre sin tacha, recto, temeroso de Dios y alejado del pecado
(Job 1: 1; 1: 8; 2: 3). En la segunda y tercera mención que se hace de estos
atributos, se escucha al mismo Dios. Por otro lado, entendemos que lo
intachable de Job significaba madurez, y no una perfección absoluta.
Job era obediente a Dios, pero su obediencia presente, así como la
nuestra, no expiaba su desobediencia pasada. Nuestra obediencia está
sujeta a que Jesús, nuestro redentor, es la verdadera fuente de nuestra
obediencia, y a que somos justificados delante de Dios por los méritos de
Cristo.
También vemos que Job fue meticuloso en sus deberes religiosos.
Ofrecía sacrificios por sus hijos, y aunque la Biblia no lo dice, estamos
seguros de que también ofrecía sacrificios por él y por su esposa.
Job pone de manifiesto la sagrada responsabilidad que tienen los padres.
Ser padre conlleva una labor intercesora que dura toda la vida. Los padres
deben orar por sus hijos, puesto que tener hijos es un compromiso muy
grande. Sí, los criamos hasta que completan la mayoría de edad, los
educamos, los preparamos para la vida; sin embargo, los padres siempre
tendrán la responsabilidad de encaminarlos por las sendas de Dios. Job
también oró por sus bienintencionados, aunque confundidos, amigos, y
Dios asoció dichas oraciones a su pleno restablecimiento. Necesitamos
orar como nunca antes, ya que se acerca el tiempo del fin.
El tema del gran conflicto es clave en el libro de Job. Dicho conflicto se
torna visible cuando Satanás ataca sin clemencia a Job. Todo ello nos
recuerda que a la gente buena también le suceden cosas malas. La gente
buena no siempre sufre por una razón de causa y efecto. Las enfermedades
y los accidentes parecen venir de la nada, o ser resultados de la casualidad;
pero el relato de Job presenta en forma clara que el mal está presente por
Satanás. Él y los ángeles caídos atacan y asedian a los seres humanos, en
especial a los que son fieles como Job.
Job no solo fue atacado, sino que también procuro responder a tales
ataques. Aunque no podemos evitar los embates del diablo, sí podemos
estar seguros de algunas cosas: Dios está al tanto y pone límites a la obra
del enemigo (Job 1: 12; 2: 6).
A nosotros nada más nos incumbe escoger la manera en la que
enfrentaremos al mal. En medio de sus pruebas, Job adoró a Dios.
Debemos alabar a Dios en las buenas y en las malas, estemos alegres o
tristes. Además, Job rehusó condenar a Dios mientras estaba siendo
atacado por el enemigo (Job 1: 21, 22).
A lo largo del libro aprendemos mucho de los amigos. Ellos estuvieron
allí para apoyarlo, se sentaron sin pronunciar palabras mientras Job estaba
de duelo. Jesús tuvo doce amigos y entre los doce los más cercanos fueron
Pedro, Juan y Santiago. Necesitamos el apoyo de amigos cristianos y de
nuestros familiares. No somos islas, separadas del resto de la gente. Si
deseamos tener éxito en cualquier empresa necesitamos apoyo. Un jugador
no puede ganar el partido por sí solo. Se necesita a todo el equipo. Jesús es
el Capitán, y todos debemos seguir su ejemplo, seguir sus indicaciones y
alcanzaremos el triunfo.
Aunque nadie es inmune a los ataques de Satanás, lo cierto es que Dios
protege a los suyos. Satanás dijo la verdad cuando argumentó que Dios
había colocado una valla alrededor de Job. Cuando nos entregamos a
Jesús, él nos pone una marca protectora sobre nosotros. Apocalipsis 7: 1-4
declara que los siervos de Dios serán sellados. Un sello constituye una
señal de dominio o propiedad. Dios tiene el derecho de proteger a los que
son de él. Lucas registra una declaración que señala el cuidado protector
de Dios sobre nosotros, incluso cuando nos encontramos bajo la
deslumbrante mirada de Satanás: «Simón, Simón, Satanás os ha pedido
para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, para que tu fe no
falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos» (Luc. 22: 31, 32).
Jesús oró por Pedro para protegerlo, para que no fuera «zarandeado»
como el trigo. Jesús deseaba proteger a su desviado discípulo, incluso
antes de que este pudiera entender la importancia de las declaraciones
proféticas que el Maestro estaba realizando.
El libro de Job no dice que Job recibió respuestas a sus preguntas. Más
bien, Dios le hizo preguntas a Job. Es como si Dios estuviera diciendo:
«Yo soy el Creador. Tengo en mis manos el mundo y todo lo que hay en
él. También te tengo a ti. Confía en mí». La atención de Job se centró en
Dios. Debemos alejar nuestra mirada del yo y enfocarnos en Jesús.
Quizá no conozcamos los motivos de nuestras pruebas, tribulaciones y
problemas. A lo mejor son los métodos de Dios para hacer que maduremos
en él. Sin embargo, como Job, cosecharemos la recompensa de los fieles.
El final de Job fue mucho mejor: tuvo muchos más hijos y más ganado, y
murió muy anciano. Claramente, Job se considera un hombre bendecido.
Jamás abandonó su esperanza y siempre mantuvo viva su fe.
El libro de Santiago dice lo siguiente: «Nosotros tenemos por
bienaventurados a los que sufren: Habéis oído de la paciencia de Job, y
habéis visto el fin que le dio el Señor, porque el Señor es muy
misericordioso y compasivo» (Sant. 5: 11). Comentando este pasaje, el
Comentario bíblico adventista dice: «Una inmutable fidelidad en medio de
los problemas de la vida […], revela una lealtad indivisa a Dios y se
convierte en requisito para la vida eternal […]. Cuando los miembros de la
iglesia son llamados a sufrir penalidades, pueden reclamar la misma
bienaventuranza».1
No creo que ninguno de nosotros sea llamado por Dios a experimentar lo
que Job sufrió: la pérdida de todas sus posesiones, la pérdida de sus hijos
en un accidente fortuito, una debilitante e incurable enfermedad, estar
rodeados de amigos que básicamente nos dicen que estamos recibiendo
nuestro merecido de parte de Dios. Pero si nos tocara todo eso, la fe en
Dios podrá mantenernos fieles y leales a través de todo.
Andraé Crouch, el fallecido músico evangélico, escribió más de 300
canciones. Uno de sus himnos más famosos es «A través del dolor». Una
conocida estrofa dice así:
«A través del dolor
aprendí a confiar en Cristo,
ya sé confiar en Dios.
A través del dolor
llegué hasta el fondo del amor».2
Los cristianos aprenden a «caminar por fe y no por la vista». Somos
llamados a la humildad, llamados a ser humildes ante el Señor. Según dice
Miqueas 6: 8 existe un triple requisito:«Hombre, él te ha declarado lo que
es bueno, lo que pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, amar
misericordia y humillarte ante tu Dios».
Job nos enseña que a nuestro alrededor hay muchas acciones que no
vemos. Hemos de creer que los santos ángeles de Dios están también
alrededor de nosotros, que trabajan en nuestro favor. Aunque el mal está
presente en todo el mundo —tan solo hay que mirar un noticiero, o ver lo
que nos trae la Internet—, Dios también lo está, así como estuvo con Job.
La Biblia dice que Job era un hombre bueno y que debido a su bondad,
Satanás solicitó ponerlo a prueba. La intención de Satanás era que Job
vacilara en su fe, o que «maldijera a Dios». Si Job hubiera hecho eso,
Satanás habría ganado.
Recordemos que Satanás fue echado del cielo tras su fallida rebelión
(Apoc. 12: 9); y que aún airado por su derrota, continúa su lucha en contra
de Dios atacando a los seres humanos. Él siembra el mal en nuestros
corazones y mentes, así como un enemigo planta malas hierbas en los
sembrados de un agricultor (Mat. 13: 39). Por eso en Juan 10: 10 Jesús
hace una clara distinción entre él y el diablo.
Alguien dijo: «Yo me muevo únicamente por la gracia de Dios». Incluso
si una persona fuera culpable de algún gran pecado, deberíamos
esforzarnos para actuar como Jesús, que al condenar el pecado lo hizo con
misericordia y gracia.
¿Qué tienen en común Jesús y Job? Varias cosas. Job, aunque sufrió
enormemente y sin motivos, fue un testigo de lo que la fe y la
perseverancia pueden hacer. Jesús, que era y es perfecto, pagó la condena
por los pecados de toda la humanidad. Aunque no se registró nada en
contra de Jesús ni de Job, ambos fueron atacados por Satanás y falsamente
acusados. Su sufrimiento fue intenso. Pero el sufrimiento por el pecado no
estuvo limitado a Job, o a Jesús.
«Pocos piensan en el sufrimiento que el pecado causó a nuestro
Creador. Todo el cielo sufrió con la agonía de Cristo; pero ese
sufrimiento no empezó ni terminó con su manifestación en la
humanidad. La cruz es, para nuestros sentidos entorpecidos, una
revelación del dolor que, desde su comienzo, produjo el pecado
en el corazón de Dios. Le causan pena toda desviación de la
justicia, todo acto de crueldad, todo fracaso de la humanidad en
cuanto a alcanzar su ideal. Se dice que cuando sobrevinieron a
Israel las calamidades que eran el seguro resultado de la
separación de Dios, sojuzgamiento a sus enemigos, crueldad y
muerte, el alma de Dios “fue afligida a causa de la desdicha de
Israel” (Jue. 10: 16). «En todas sus aflicciones él fue afligido... y
los alzaba en brazos, y los llevaba todos los días de la
antigüedad” (Jue. 10: 16; Isa. 63: 9)».3
Un día todo el pecado y el sufrimiento concluirán. Nos gozaremos en ese
día, según lo describe la misma autora en su libro El conflicto de los
siglos:
«El gran conflicto ha terminado. Ya no hay más pecado ni
pecadores. Todo el universo está purificado. La misma pulsación
de armonía y de gozo late en toda la creación. De Aquel que
todo lo creó manan vida, luz y contentamiento por toda la
extensión del espacio infinito. Desde el átomo más imperceptible
hasta el mundo más vasto, todas las cosas animadas e
inanimadas, declaran en su belleza sin mácula y en júbilo
perfecto, que Dios es amor».4
Anhelamos el día cuando todo eso sea una realidad.
Referencias
1. Comentario bíblico adventista, t. 7, 556, 557.
2. Andraé Crouch, Through It All, Manna Music, Inc.
3. Elena G. de White, La educación, cap. 31, p. 238.
4. Elena G. de White, El conflicto de los siglos, cap. 43, p. 657.