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R.E.F.

E
Modalidad conceptual

“La neurosis obsesiva, dialecto de la histeria”

Psicopatología
Cátedra II
Prof. Titular Fabián Schejtman

Facultad de Psicología
Universidad de Buenos Aires

Alumna:​ M. Candelaria Bello


E-mail: ​cande_bello_g@hotmail.com
ATP:​ Manuel Murillo
JTP a cargo del seminario: ​Florencia Surmani

Noviembre 2019
La neurosis obsesiva, dialecto de la histeria

El presente trabajo contiene algunas reflexiones que podrían continuar aquella fugaz apuesta
de Freud con respecto a la neurosis obsesiva, presente en varios momentos de su elaboración,
al caracterizarla como un “dialecto del lenguaje histérico”. Intentaré hacer hincapié en
distintas apreciaciones que conduzcan a la ilustración de las soluciones obsesivas de lo que
podría definirse como propiamente histérico, es decir, las modalidades obsesivas de
responder a la sexualidad o a la pasividad frente a la pulsión. El resultado de esto no es una
situación ni mejor ni peor que en la histeria, pero sí diferente en cuanto a los cuerpos que
restan de esas operaciones, y lo que nos interesa es pensar por qué una puede pensarse como
“redoblamiento” de la otra. ​A lo largo de este desarrollo, iré desplegando aquellos pasajes
freudianos que han servido como puntapié para esta investigación, junto con algunas
reflexiones que adjuntan el pensamiento de J. Lacan, a modo de articular ambas líneas.

Pasividad y actividad, luego fragmentación y unificación


El primero (y disparador del interrogante de este trabajo) corresponde a su texto de 1896,
“Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa”, continuación de su
elaboración de 1894, “Las neuropsicosis de defensa”. En él, Freud esboza misteriosamente:
“Por lo demás, en todos mis casos de neurosis obsesiva he hallado un ​trasfondo de síntomas
histéricos ​que se dejan reconducir a una escena de pasividad sexual anterior a la acción
placentera” (pág. 169). Vale aclarar que, a esta altura, el autor suponía todavía aquel trauma
(pasivo) como efectivamente acontecido, pero en este escrito ya designa como patógena no la
vivencia en sí misma, sino su ​reanimación como recuerdo, su efecto póstumo​. Previamente
especifica, para el caso de la histeria, que no basta con que una vivencia roce de algún modo
la vida sexual del sujeto, y que desde allí se desprenda un afecto penoso, sino que “es preciso
que ​estos traumas sexuales correspondan a la niñez temprana ​(...) y su contenido tiene que
consistir en una efectiva irritación de los genitales (procesos semejantes al coito)​” (op.cit.,
pág. 164). Freud dibuja entonces el cuerpo de la histeria, un cuerpo marcado por aquellas
vivencias de “irritación efectiva”, aunque a lo largo de su obra fue abandonando la idea de la
seducción como efectivamente acontecida. Sin embargo, podemos quedarnos con que el
resultado es un cuerpo marcado por la pulsión, recortado pulsionalmente.
Además, en el apartado II de este mismo escrito, ​Naturaleza y mecanismo de la neurosis
obsesiva​, puede leerse otra clave fundamental: la diferencia entre el ​displacer ​que sobreviene
tras el sufrimiento pasivo de una vivencia, y esto asociado a la histeria, del ​placer que se
relaciona con la actividad: “...empero, ya no se trata aquí de una pasividad sexual, sino de
unas agresiones ejecutadas con placer y de una participación, que se sintió placentera, en
actos sexuales; vale decir, se trata de una actividad sexual” (op.cit., p.169). ¿Cuál es la lógica
tras estas afirmaciones? En principio, nos ocupa pensar, a la luz de nuestros interrogantes,
que Freud parece acercarse a la relación existente entre una experiencia pasiva, que depara
displacer, y el estatuto traumático de la misma: apuntando a nuestra hipótesis, podríamos
decir que lo que se sufre pasivamente es el movimiento de la pulsión, es decir, aquella
irrupción ​traumática ​de una cantidad que no se soporta y que deja marcas en el cuerpo, por
fuera de cualquier control que pueda suponerse del sujeto sobre sí mismo.
Cuando Freud se sumerge a distinguir clínicamente la histeria de la neurosis obsesiva,
elaborando ​la trayectoria típica​, deja en claro que aquello que la distancia de la histeria es
una re-versión del trauma, una nueva “vuelta” que disfraza lo pasivo de activo. Bajo esta
lógica articula los momentos de éxito (síntomas defensivos primarios, salud aparente) y
fracaso de la defensa (síntomas como retorno de lo reprimido), que al funcionar y “dejar de
funcionar” necesitan cada vez más reforzamiento para lograr una solución equilibrada,
carácter que termina por constituir un mayor “cierre” visible en la obsesión para la entrada en
análisis “respecto a la dimensión transferencial del sujeto histérico” (Godoy; Schejtman,
2009, p. 92). Es decir, la escena pasiva es reprimida primeramente (quedando como fuerza
impulsora de posteriores represiones), y se “tapona”, en el caso de la neurosis obsesiva, con
la transformación de la misma en actividad -sexual-. A esta última se anuda, “falsamente”, el
reproche posterior, a la altura de una introducción del orden legal proveniente del Edipo.
Entonces, la hipótesis central detrás de estas elaboraciones podría ser que el obsesivo reviste
su lugar pasivo en el que queda frente a la pulsión, transformándolo en activo, y así logrando
una defensa aún más sólida e inconmovible que en el caso de la histeria. En un decir
lacaniano, podríamos decir que siempre se trata de nuevos intentos -siempre fallidos, y de allí
la neurosis- de simbolizar aquello real que se escapa, es decir, el nexo asociativo con una
escena pasiva que no deja de insistir, reprimida primordialmente. En ese nuevo intento, “los
laberintos [obsesivos] (...) son construcciones enredadas y confusas, con múltiples caminos
que no llevan a ninguna parte y permanecen aislados de la salida” (Godoy;Schejtman, 2010,
p. 74).
Sumado a esto, podría rescatarse que existe, en la histeria, una unidad que se pierde: “se
aprecia fácilmente la tensión entre fragilidad y fortaleza, entre la fragmentación [corporal] y
la unidad del yo; lo cual equivale a decir que la pantalla del yo en la histeria es bastante
transparente y, por lo tanto, mucho más bajo el umbral que la separa del inconsciente (cf.
Lacan 1951, 215)” (en Godoy y Schejtman, 2010, pág.74).
Podemos plantear que un cuerpo que es ciertamente pasivo frente a la pulsión es un cuerpo
que queda por fuera de algunos controles. Sin embargo, resulta pertinente para la elaboración
de esta investigación, preguntarse si no es esto también lo que le aporta una cuota de vitalidad
en tanto se admite cierta cantidad de resonancia pulsional, que pareciera faltarle o estar
obturada en el cuerpo del obsesivo. Lacan define en el ​Seminario 23 a la pulsión como: “el
eco en el cuerpo del hecho que hay un decir. Para que resuene este decir, para que consuene
(...) es preciso que el cuerpo sea sensible a ello. Es que el cuerpo tiene algunos orificios, entre
los cuales el más importante es la oreja, porque no puede taponarse, clausurarse, cerrarse. Por
esta vía responde en el el cuerpo lo que he llamado la voz. Lo molesto, por cierto, es que no
está solo la oreja, y que ​la mirada compite notablemente con ella” (Lacan, 1975-76, p.18). A
través de este pasaje introducimos la dimensión escópica descrita por Lacan, característica de
la neurosis obsesiva, la cual constituye otro punto esencial del mecanismo por el cual se trata
la afección o el tránsito de la pulsión en el cuerpo: “Resulta particularmente difícil, como se
sabe, alejar al obsesivo del dominio de la mirada (...) Se destaca siempre la importancia de la
conciencia escópica [conciencia-de-sí] en el equilibrio obsesivo, lo que podríamos llamar ‘la
armadura obsesiva’ (...) El mantenimiento de esta imagen de él es lo que hace que el obsesivo
persista en mantener toda una distancia respecto de sí mismo (Lacan, 1962-63, p. 348)” (en
Godoy; Schejtman, 2009, p. 94). Por lo tanto, la maniobra obsesiva de cubrir con imágenes
consistentes, de “inflarse” -al decir de Lacan-, sirve justamente a manera de mantener un
equilibrio, obturar y manejar cantidades que circulan en el cuerpo y lo fragmentan. Es notorio
en la modalidad del yo del obsesivo como un “yo fuerte” (las ya mencionadas fortificaciones
que eliminan o suplen las fragmentaciones y fragilidades corporales). Retomemos una cita
anterior, en la que este se distingue del yo histérico, más transparente y separado por un
umbral mucho menor del inconsciente. Algunas versiones, a partir de esto, mencionan que la
histeria puede considerarse como la “neurosis madre. Desde la perspectiva de la pasividad y
la actividad puede pensarse algo parecido: aquella cantidad traumática que irrumpe en el
cuerpo, puede tener diferentes destinos, uno que trata del pasaje completo hacia el cuerpo (y
como correlato la amnesia), otro que necesita de algo más para velar incluso esto último,
apostando nuevamente a la defensa, construyendo una serie de caminos falsos, uno encimado
arriba del otro y que provocan aislamiento del sujeto de sí mismo.
Una vez más, dejemos en claro que esto no significa que la posición histérica frente a la
pulsión no se sufra ni se padezca. Simplemente intentamos acercarnos a la descripción de la
posición obsesiva en tanto que se responde a la pasividad con una ​participación activa​, es
decir, con un control de ese cuerpo pulsional, a través de un reforzamiento llevado a cabo una
y otra vez, a costo de la mortificación, a la detención, a la incertidumbre: “Por eso cabe
compararlo con un conflicto que no se zanja; se requieren siempre nuevos empeños psíquicos
para contrabalancear el constante esfuerzo de asalto de la pulsión” (Freud, 1907, p.107)

La inhibición como redoblamiento imaginario: apuesta obsesiva


En el historial freudiano del ​Hombre de las Ratas de 1909, Freud destaca: “(...) el lenguaje de
la neurosis obsesiva, es por así decir sólo un dialecto del lenguaje histérico, pero uno respecto
del cual se debería conseguir más fácil la empatía, pues se emparienta más que el dialecto
histérico con la expresión de nuestro pensar conciente. Sobre todo, no contiene aquel salto de
lo anímico a la inervación somática -la conversión histérica (...)” (1909, 124). Freud entonces
define al obsesivo como una suerte de heredero o descendiente de la histeria, aunque
pareciera pasar por alto el espacio que queda entre la afectación o inervación corporal y
modalidad consciente en la la obsesión. Como podemos leer, ya en 1909 Freud acercaba la
obsesión (o la modalidad obsesiva) a la conciencia, diferenciándola del protagonismo
corporal en el que recae el conflicto psíquico en la histeria. Esto será retomado en la última
enseñanza de Lacan, en la articulación del ternario freudiano de la inhibición, síntoma y
angustia a sus tres: imaginario, simbólico y real. Cada uno de los tres está pensado como un
cuarto redondel que mantiene anudados los tres registros, funcionando como “nombres del
padre”. Para el caso de la “nominación imaginaria”, asociada especialmente a la neurosis
obsesiva: “la inhibición- que cumple dicha función de anudamiento al operar como cuarto
redondel de cuerda que redobla, justamente, al registro de lo imaginario. Podemos concebir, a
su vez, dicha nominación como aquella que define a la conciencia obsesiva” (Godoy y
Schejtman, 2010, pág. 74). La versión de la inhibición que más nos interesa para este trabajo
es la de la consistencia imaginaria, que nos lleva directamente hacia la consciencia-de-sí en
la obsesión. Esta es la que nos permite reflexionar acerca de la “re-versión” de la histeria, en
su redoblamiento. Es decir, ¿qué resuelve la consistencia con respecto a la fragmentación
funcional del cuerpo de la histeria? En el Seminario 22, Lacan ubica que la inhibición “es
siempre un ​asunto de cuerpo​, o sea de función” (1974-75, en Buchanan, 2011, p. 3). La
presencia de la pulsión en el cuerpo que irrumpe y se presenta como “hetero”, se revela como
traumático, y tanto “la inhibición como el superyó ya son respuestas de anudamiento
neurótico”, para dominar aquello que “debió ser agarrado” (Buchanan, 2011, p. 8). Entonces,
la inhibición es aquello que anuda los tres registros característicamente en la neurosis
obsesiva, obturando aquella cantidad pulsional que irrumpe y fragmenta el cuerpo, en una
lucha con las exigencias superyoicas. El yo se vuelve funcional a este propósito más que en
cualquier caso, denostando una modalidad de consciencia “que no admite ningún tipo de
sorpresa”, “que puede verlo todo”, agrandando su imagen de sí, inflándose: “Es este modo
obsesivo de suturar la división subjetiva, sostenida en un yo fuerte y el fantasma panóptico,
aquello que le permite la ilusión de que todo sería calculable y que podrían evitarse las
desagradables sorpresas, aquellas que caerían fuera de dicho cálculo” (en Godoy; Schejtman,
2009, p. 94-95). Eso, según estos mismos dos autores, nos remite a la oposición freudiana
entre la amnesia y a la desconexión de vínculos asociativos en la obsesión, como la
mencionada modalidad elíptica1 en el ​Hombre de las Ratas​, agregando que esto es lo que
provoca un aislamiento y un alejamiento del sujeto de sí mismo, gracias a lo cual se
desconoce como participante de aquello que le ocurre.

Vestir y volver a vestir la castración: modalidad inconsciente y modalidad conciente


Podemos agregar a esto último una reflexión acerca de la diferencia de posicionamientos
frente a la castración en estas dos entidades clínicas, así como poseen (quizás a partir de esto)
dos relaciones distintas con el proceso represivo. Si en la histeria el cuerpo se deja tomar por
el conflicto quedando así en el centro de la escena (aunque esta sea su modalidad de
padecimiento), es que se admite cierto orden de castración distinto que en la obsesión, en
tanto se pierde la unidad corporal y algo de la fragilidad o fragmentación se pone en juego.
Pareciera leerse en la neurosis obsesiva, junto con la obturación de las cantidades
insoportables en el cuerpo histérico, una relación de mayor angustia y temor hacia la

1
​Freud, 1909, p.179-181
castración y hacia el padre (en épocas edípicas como temor a la mutilación del miembro):
“toda neurosis obsesiva parece tener un estrato inferior de síntomas histéricos (...) Quizás en
la neurosis obsesiva se discierna con más claridad que en los casos normales y en los
histéricos que el complejo de castración es el motor de la defensa, y que la defensa recae
sobre las aspiraciones del complejo de Edipo” (Freud, 1925, p. 108-109). Esto ilustra la
defensa de la posición pasiva frente a la pulsión -como en toda neurosis-, pero en este caso
respondiendo con una posición activa, además de la maniobra típica de salirse de la escena
(corporalmente) para quedar suspendido en el plano del pensamiento y la consciencia.
Por lo tanto, estar en posición pasiva en relación a la pulsión podría resolverse mediante el
disfraz activo que controla el cuerpo (a la vez que lo unifica), obturando al cuerpo agujereado
por la irrupción de una cantidad: “...el síntoma conversivo histérico -como uno de los
fenómenos de cuerpo fragmentado-, en contraposición con la unidad y fortaleza del yo
obsesivo. De este modo, en el primer caso el sujeto padece la fragilidad del cuerpo que pierde
su unidad al recortarse una función (...) mientras que en el otro, el sujeto queda atrapado en la
rigidez de la ilusoria unidad de su fortaleza yoica” (Godoy y Schejtman, 2010, pág. 74).
Vale la pena recordar el comentario en el historial del ​Hombre de los Lobos ​(1914) acerca de
las perturbaciones intestinales: “Por fin discerní el valor de la perturbación intestinal para mis
propósitos; ella representaba el pequeño fragmento de histeria que regularmente se encuentra
en el fondo de una neurosis obsesiva. Prometí al paciente el pleno restablecimiento de su
actividad intestinal...conseguí que su incredulidad se expresara francamente, y tuve luego la
satisfacción de ver disiparse su duda cuando el intestino empezó a ‘entrometerse en el
trabajo’” (p. 70). A través de la conmoción de algo referente al cuerpo y a las molestias
intestinales, Freud logra cierta histerización del paciente obsesivo, “atrincherado en su
indiferencia”, generando la cesión de su pensar dubitativo.
Me gustaría mencionar finalmente, aquello que Freud agrega en ​Análisis terminable e
interminable: ​dos temas que dan “guerra al analista”, que dan cuenta de la diferencia entre los
sexos. Para el caso del hombre menciona “la revuelta contra su actitud pasiva o femenina
frente a otro hombre...puesto que presupone la castración” (p. 252-51). Explica que la “roca
de base” de toda neurosis tiene que ver con un estrato biológico que condiciona toda
actividad psíquica, lo que ilustra la típica “desautorización de la feminidad”, que constituye
“una pieza de aquel gran enigma de la sexualidad”. Podemos aprovechar esta cita para
acercar el basamento rocoso orgánico a la irrupción pulsional en el cuerpo como núcleo
traumático inamovible en ambas neurosis, pero revertido en la obsesión a través de la
actividad, la obturación imaginaria y la consciencia-de-sí.
Bibliografía

● Buchanan, V. (2011) “Versiones de la inhibición”. En ​Memorias del III Congreso


Internacional de Investigación y Práctica Profesional en Psicología, XVIII Jornadas
de Investigación. Séptimo Encuentro de Investigadores en Psicología del
MERCOSUR,​ (9), ​124-128.
● Freud, S. (1896), “Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa”, en
Obras Completas​, Amorrortu, Buenos Aires, 2013, t. III.
● Freud, S. (1909), “A propósito de un caso de neurosis obsesiva [el “Hombre de las
Ratas”]”, en ​Obras Completas​, Amorrortu, Buenos Aires, 2013, t. X
● Freud, S. (1918 [1914]) “De la historia de una neurosis infantil [el “Hombre de los
Lobos”]”, en Obras Completas, Amorrortu, Buenos Aires, 2013, p. 70-71
● Freud, S. (1925) “Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre
los sexos”, en ​Obras Completas​, Amorrortu, Buenos Aires, 2013, t. XIX
● Freud, S. (1926 [1925]), “Inhibición, síntoma y angustia”, en ​Obras Completas​,
Amorrortu, Buenos Aires, 2013, t. XX
● Freud, S. (1937), “Análisis terminable e interminable”, en ​Obras Completas​,
Amorrortu, Buenos Aires, 2013, t. XXIII
● Godoy, C. y Schejtman, F., “La neurosis obsesiva en el último período de la
enseñanza de Jacques Lacan”. En ​XVI Anuario de Investigaciones​, Instituto de
Investigaciones de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires, 2009
● Godoy, C. y Schejtman, F., “La nominación imaginaria en la neurosis obsesiva”. En
XVII Anuario de Investigaciones​, Instituto de Investigaciones de la Facultad de
Psicología de la Universidad de Buenos Aires, 2010
● Lacan, J. (1975-76) ​El Seminario. Libro 23: “El sinthome”​, Paidós, Buenos Aires,
2006

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