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G1 Valeria Ramírez Fajardo Final

Tema: Enfermedad y muerte.

Subtexto: Nunca se está lo suficientemente listo para recibir la muerte como debe ser,
como un proceso más de la naturaleza.

Referentes:

“La tumba de mi madre” – Robert Walser.

“Los últimos testigos” – Arturo Pérez Reverte.

“Aquella vida olvidada” – Arturo Pérez Reverte.

Su Gabriela, registrada como Valeria

El sol que adornaba el cielo ese día desde muy temprano, no podía ser más irónico
teniendo en cuenta la manera en la que concluyó. De alguna u otra forma, sentía que ya
estaba preparada para ser destrozada, pero una parte de mí, aún mantenía la esperanza
en un milagro que jamás llegó.

En medio de un ambiente turbulento, y aún con las sobras de la noche en nuestros ojos,
una falsa alarma atravesó los muros en forma de llamada. La brutalidad que acompaña a
la palabra “cáncer” no tuvo piedad desde el momento en que conocimos el diagnóstico,
pero ese día, ese en especial, ese sabor agrio de las malas noticias, hacía que respirar se
convirtiera en la operación más dolorosa para el cuerpo.

La siguiente mitad de mañana, fue el distractor perfecto para todo el dolor, angustia y
desconsuelo que nos esperaba a tan solo unos metros de nuestra propia casa. Algo así
como ese sol intenso y abrazador, el que sale como presagio de una tormenta
devastadora que promete dejar su rastro por un largo tiempo.

La segunda llamada del día, fue aún más aterradora, tanto así, que en lo que parecieron
segundos, ya estábamos todos reunidos, en el mismo lugar que tiempo atrás y sin darme
cuenta, me había dado paz. Allí había tenido la oportunidad de sanar, perdonar, aprender,
disfrutar y más que nada, de sentirme privilegiada por saber que aunque su memoria
fallaba, él me recordaba como su poeta favorita, la única capaz de hacer que el sueño de
escribir su propio libro, se hiciera realidad.
En tan solo un par de horas, eternas para los que esperábamos ahogándonos en nuestras
propias emociones; mi mayor miedo se materializó, de una manera perfectamente
inquietante.

- Es mejor que vengan todos y se despidan.

La voz de la enfermera, cruda y carente de emoción, se hizo notar en todo el piso


advirtiendo que se acercaba el tan temido momento; las cinco en punto de la tarde, era
esa hora la que él nos anunció cuando sus pulmones aún no estaban a reventar de
sangre. Esperó a que todos estuviésemos allí y con su derecha temblorosa, le pedía a la
Virgen Auxiliadora que no fuese a dejarlo, pues sólo hasta cuando el sol comenzaba a
descender, él estaría listo para partir.

Los gritos desconsolados, las miradas de confusión, las gargantas ahorcadas por los
arrepentimientos y dolores profundos en el corazón, fueron la banda sonora que
acompañó la partida de su alma. Algo así como la escena de drama de bajo presupuesto,
con actores inexpertos, pero que juran expresar lo que sienten cayendo en la vulgaridad.

Ya con la noche burlándose de nosotros, la respiración de todos los presentes se sentía


más lenta que el pasar del tiempo. La manzana que había estado comiendo antes de
tener que despedirme por última vez, reposaba sobre la mesa del comedor, ya carente de
sabor, como su cuerpo que descansaba tranquilo y despreocupado en la cama de una de
sus hijas.

Su mano cálida, aferrada a la mía, se hacía cada vez más fría; pero me negaba a soltarla,
porque tenía la absurda idea, de que al hacerlo, se iría para siempre. Y es que parecía
absurdo que nos afectara tanto, no fue una sorpresa, ya sabíamos que tarde o temprano
su destino no sería otro que la muerte. Fueron meses de preparación, que terminaron
opacados por el miedo, la incertidumbre y la inseguridad que se vive en esos segundos.

Lo demás, es algo borroso, pero hasta hace muy poco logré entender que ese sol que me
parecía absurdo, es la forma en la que mi abuelo me hace saber que aunque nuestras
manos ya no estén juntas, él no me ha abandonado.

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