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Construir el Reino de Dios

“La mortificación te permite construir el reino” --- Agustín de Hipona.


Con estas palabras de hace más de quince siglos ya se reflexionaba sobre la construcción del
Reino de Dios. Por supuesto que la espiritualidad cristiana es receptiva, pues es de gracia, no es
por obras, nosotros no podemos hacer nada ante la embestida del Espíritu, mas que recibirlo, el
Reino es acción de Dios. Sin embargo, también es cierto que exige una respuesta, su Palabra no
es inútil, exige la humana colaboración, la cooperación activa en la proclamación del Reino y en
transformarlo en realidad plena. De los seguidores de Jesús se exige un nuevo estilo de vida, una
nueva praxis, que implica “La obligación concreta de luchar por el amor y la justicia entre los
seres humanos”.
La Iglesia (la comunidad cristiana), ha sido llamada a una Misión, la Misión de todo discípulo de
Cristo: Construir el Reino de Dios.
Nuestro trabajo en esta vida es construir el Reino, vivir los valores del Reino en el lugar donde
nos tocó vivir. Lo que hagamos será a favor del Reino, confiando ciegamente a Dios, esto es el
abandono. El que no trabaja para el Reino se condena:
La parábola de los talentos o capacidades para el Reino de Dios --- Mateo 25:15-30.
El desafío del Reino exige prioridad absoluta – Mt. 6:33.
La ortodoxia significa la correcta doctrina u opinión; la praxis significa la dinámica interacción
entre teoría y práctica, la acción y la reflexión; la ortopraxis es la correcta praxis. El desafío al
discipulado en el Reino es un llamado a la ortopraxis.
La experiencia de Pedro y su confesión de fe es un buen ejemplo de este punto. Cuando él dice:
“ Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios viviente”, esta haciendo ortodoxia, que Jesús aprueba. Pero
cuando quiere disuadir a Jesús de ir a Jerusalén para no exponerse a la muerte, no esta haciendo
ortopraxis – Mc. 8:27-33.
El llamado al Reino es una invitación que es al mismo tiempo una demanda, y exige una decisión.
La opción por el Reino es una opción por Cristo (Mt. 12:30). Nuestra decisión define nuestro
destino.
“La causa de Cristo es la causa de Dios y la causa de Dios es la causa de los hombres. Optar por
la causa del Reino de Dios es optar por los hombres. Y esta opción este compromiso histórico,
tiene su costo: el costo del discipulado en el Reino” – Hans Kung.
Esta causa es la transformación del mundo pecador y opresor a través de su Reino, esto es,
construyéndolo, oponiéndose a todas las fuerzas que se opongan a él.
Debemos anunciar la esperanza, la autentica esperanza cristiana que anunciamos y encarnamos
es una fuerza de renovación y de transformación, que nos ha sido dada, como dice Moltmann,
“No para aquietar sino para inquietar”. El infierno es la carencia de esperanza, vivir sin esperanza
es no vivir ya. Tenemos una deuda que cumplir con nuestro pueblo: Nada menos que darles a
Cristo, la fuente de esperanza, ese será nuestro gran servicio (Ef. 2:12).
Frente al Reino no se puede permanecer neutral: Sé esta en contra o a favor. El Reino sufre
violencia: Se atrae la reacción de la maldad como el imán atrae las partículas sueltas de hierro y
forma su corona. Así Jesucristo, el Reino hecho hombre, atrajo sobre sí todas las fuerzas de la
maldad que le empujaron, desencadenaron toda su furia sobre él y le clavaron en una cruz.
Los violentos fue un término aplicado a los discípulos de Jesús (Mt. 11:22).
El Reino de Dios o se realiza en la historia o no se realiza en ningún lugar.
¡Tengamos entonces fe profunda en la fuerza interna del Reino y en su potencia explosiva, como
levadura en la masa!.
Y mientras todo esto sea realidad es que a Dios se lo reconoce presente en su reino, y que el
reino es “de Dios”. De esta forma, historizadamente, construir el reino es caminar hacia Dios,
hasta que todos los principados, el antirreino, sean vencidos y Dios sea todo en todos: el
definitivo Reino de Dios.

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