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Cuando se recuerda la guerra por la independencia nos imaginamos campos de batalla poblados de

hombres. Sin embargo, miles de mujeres asumieron diferentes roles en la gesta libertadora. Fueron
espías, enfermeras, soldados, lavanderas. Desde el barro de los combates u otros espacios hicieron
propios los desafíos de su tiempo y contribuyeron de manera fundamental en la causa por la
independencia.
La mujer es y ha sido protagonista silenciada en la historia. Recordemos que son madres, esposas,
hermanas, maestras etc de los hombres que finalmente terminan siendo vistos como protagonista.
Gracias por destacar a las mujeres.

La mujer presente en las revoluciones, como protagonista esencial en la batalla, resulta un terreno
poco estudiado. Primero porque, más allá de las conocidas damas antiguas, no es algo de lo que se
cuente mucho en la escuela. Ni siquiera los manuales en los que se basan los programas de la
materia la mencionan en sus amarillentas páginas.

Manuela Pedraza, La Tucumana

Ese orgullo tucumano de estar en el mismo suelo y de frente a las mismas paredes que
fueron testigos de la libertad, queda un poco sesgado frente a los cuadros que decoran la sala en
donde todos los rostros son de varones. “Se construyó un estereotipo: una mujer en su rol de madre,
de ama de casa; dócil, tierna pero sin participación en la vida pública”, explica Mitrovich.
A las mujeres se las mencionó como acompañantes de sus maridos en las batallas. Como dice la
historiadora, se obvió mucho el lugar que tuvieron Manuela Pedraza, Juana Azurduy, Macacha
Güemes o María Remedios del Valle, que aun siendo madres tuvieron un compromiso con la causa
revolucionaria y participaron activamente en el frente de batalla.

Juana Azurduy

No sólo curaban soldados


En la época de la revolución no todas fueron enfermeras. Hubo guerreras, espías, agentes secretas…
Las mujeres pusieron su cuerpo tal cual sus compatriotas varones; la participación de ellas
realmente fue clave para el triunfo en las batallas. “Tampoco nos cuentan que muchas participaron
ofreciendo sus casas para las tertulias, para que se discutan las ideas políticas”, detalla Mitrovich.
Ese fue el caso de Mariquita Sánchez de Thompson, una de las que sí se escucha en las aulas en la
hora de historia; y fue el caso de Flora Azcuénaga. Ellas se comprometieron y formaron parte de las
logias políticas de ese momento.
Y las damas patricias. Remedios de Escalada, por ejemplo, que a pesar de haber sido muy joven
perteneció a la sociedad patriótica y alentó a muchas mujeres de elite a que donaran y aportaran
dinero para las causas revolucionarias. “Ellas mismas firmaron un documento y dejaron un registro
de lo que hicieron”, dice Mitrovich. Desde el 1800 el problema ha sido la invisibilización.
“Fue Manuel Belgrano uno de los pocos hombres que pensó en la educación y el protagonismo de
las mujeres”, describe Mitrovich. “Se sabe poco que él convocó a 1.200 mujeres para que peleen en
la batalla de Tucumán y en la Batalla de Salta. Él nombró como capitana del norte del ejército a
María Remedios del Valle, la primera mujer negra a quien se conoce como la Madre de la Patria,
por participar en estas guerras de la Independencia”. Y concluye: “comenzar a incorporar a las
mujeres en el relato histórico es hacerlo un poco más justo”.

Miles de mujeres asumieron diferentes roles en la gesta libertadora. Fueron espías, enfermeras,
soldados, lavanderas. Desde el barro de los combates u otros espacios hicieron propios los desafíos
de su tiempo y contribuyeron de manera fundamental en la causa por la independencia.

El Congreso de Tucumán el 9 de julio de 1816 aprobó la Declaración de la Independencia de las


Provincias Unidas en Sud América del rey Fernando VII, sus sucesores, metrópoli y de toda otra
dominación extranjera. La independencia significó, para las Provincias Unidas del Río de La Plata,
la separación definitiva de la Corona española y el camino hacia la formación del Estado Nacional,
que se concretó con la sanción de la Constitución Nacional Argentina de 1853.

Cuando se recuerda la guerra por la independencia nos imaginamos campos de batalla poblados de
hombres. Sin embargo, miles de mujeres asumieron diferentes roles en la gesta libertadora. Fueron
espías, enfermeras, soldados, lavanderas. Desde el barro de los combates u otros espacios hicieron
propios los desafíos de su tiempo y contribuyeron de manera fundamental en la causa por la
independencia.

María Remedios del Valle: la Madre de la Patria


En 1810, la primera expedición por la independencia partió, desde Buenos Aires, hacia el Alto Perú,
entre las filas de hombres iba una mujer liberta, de origen africano, que acompañaba a su marido y a
sus dos hijos. Se llamaba María Remedios Del Valle. Por su inigualable contribución a los ideales
de libertad el general Gregorio Aráoz de Lamadrid no dudó en decir que esta mujer merecía ser
nombrada como "la Madre de La Patria". María luchó en las batallas más resonantes por la
independencia, combatió en Huaqui, estuvo junto a Belgrano -quien la nombró capitana- en los
triunfos de Tucumán y Salta y en las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma.

María Remedios del Valle, de origen africano, peleó a las órdenes de


Manuel Belgrano.
En los combates recibió seis heridas de bala. Atendió y alimentó a los heridos a la vez que perdió en
el campo de batalla a su esposo y a sus hijos. ¿Qué más podía entregar o qué más era posible
perder? Sin embargo, en cuestiones de guerra el sufrimiento humano no tiene límites: María cayó
prisionera durante la batalla de Ayohuma, fue azotada públicamente por nueve días. Finalmente,
logró escapar.
Cuando "la parda", como le decían, volvió a Buenos Aires, el Estado había dejado de pagarle el
sueldo de capitana. María deambulaba por las calles vendiendo pasteles y pidiendo limosna. La
historia cuenta que, cierto día, Juan José Viamonte la reconoció en la puerta de una iglesia y
exclamó: "Es la capitana, la Madre de la Patria". El diputado empezó las gestiones para que se
hiciera justicia con María. Finalmente, en 1828, la Sala de Representantes le concedió el sueldo de
capitán de Infantería. Cobraría la suma de 30 pesos al mes, un salario miserable teniendo en cuenta
que un kilo de yerba costaba aproximadamente 70 centavos. Si bien se pensaron algunos proyectos
para reivindicar a la Madre de La Patria, lo cierto es que pasaron al olvido.

María Magdalena Güemes: espía y mediadora


Con una madre descendiente de conquistadores y un padre funcionario de la Corona española,
Macacha, como le decían, hermana del conocido caudillo Martín Miguel de Güemes, formaba parte
del exclusivo círculo de la élite salteña. Las fuentes históricas coinciden en destacar la unión de los
hermanos, desde la infancia y por el resto de sus vidas. Juntos se involucraron en la gesta de la
independencia. Los "infernales" de Güemes eran el ejército de gauchos que los hermanos
organizaron y sumaron a la causa.
María se convirtió en una experta espía: con otras mujeres coordinaban arriesgadas misiones de
inteligencia. Es sabido que escondían en sus vestidos mensajes con información sobre los realistas
que hacían llegar al ejército. Este equipo de espionaje popular fue muy eficaz en complicarle la vida
al enemigo.
Cuando, en 1815, Martín de Güemes fue elegido, por voluntad popular, gobernador de Salta,
Macacha se convirtió en el verdadero ministro de su hermano, intervenía en los actos públicos, en
los asuntos de guerra, montando a caballo y arengando a las tropas.
En 1816, ante el conflicto entre José Rondeau y Martín de Güemes que estaban a punto de
enfrentarse, Macacha actuó como mediadora. A raíz de la conciliación se firmó la "Paz de los
Cerrillos", en el que se estableció que Salta seguiría con sus métodos de guerra gaucha bajo la
conducción de Güemes y brindaría auxilio a las tropas enviadas desde Buenos Aires.
Macacha adhirió al partido federal, y siguió participando de la política hasta 1840.

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Juana Azurduy: la guerrera


El hogar de los Azurduy, en una hacienda cerca de Chuquisaca (hoy, Bolivia), no estaba formado
por un matrimonio convencional propio de la época colonial. Matías Azurduy provenía de una
familia española con privilegios y se había casado con Eulalia Bermudes, de sangre mestiza. En el
invierno de 1780 se convirtieron en los padres de Juana, quien desde muy joven abrazaría las causas
revolucionarias.

Juana Azurduy.
La pequeña Juana quedó huérfana a los 7 años, entonces, pasó al cuidado de sus tíos. Durante un
tiempo estuvo internada en un convento de monjas, pero por su carácter rebelde fue expulsada. En
1805 se casó con el hacendado Ascencio Padilla, vecino de las tierras de Juana. Eran tiempos
felices, pero los dos querían luchar por la libertad, por eso, sus vidas fueron tan turbulentas como
dramáticas. El matrimonio, muy pronto, se perfiló como revolucionario durante las rebeliones de
Chuquisaca y La Paz, actual Bolivia (en ese entonces territorio del Virreinato del Río de La Plata).
Mientras tanto, en 1810, en Buenos Aires, capital del virreinato, se concretaba la Revolución de
Mayo. Ese mismo año se inició la guerra por la independencia de las Provincias Unidas del Río de
La Plata. Fue así que, cuando las tropas de Balcarce llegaron al Alto Perú para combatir con los
realistas (españoles) en Suipacha, la pareja de caudillos Padilla Azurduy se sumó a la causa
independentista en esta batalla, que fue el primer triunfo de las fuerzas revolucionarias.

En los campos de batalla


La historia de Juana demuestra el importante, y activo, rol de las mujeres en el proceso por la
independencia. Continuando con sus actos heroicos, luchó en la dura derrota de Huaqui (1811), y
después de este combate fue prisionera de guerra junto a sus hijos, luego rescatados por su esposo.
La casa, bienes y tierras de los Padilla fueron confiscados por los realistas. Luego siguió
combatiendo bajo las órdenes de Belgrano. Juana organizó el "Batallón de Leales" con el que
participó en la derrota de Ayohuma.
Tal fue el papel preponderante de esta guerrera que Belgrano, en reconocimiento a su lucha
incansable, le entregó su sable, luego del triunfo en el combate del Villar (1816). El gobierno de
Buenos Aires, a instancias de Belgrano, la asciende a teniente coronela, la única mujer que recibió
este honor por parte del Ejército Argentino.
Juana, con su chaqueta roja de franjas doradas y sombrero con plumas azules y blancas, luchó en el
barro de los campos de batalla por la defensa de la patria mientras lo iba perdiendo todo; sus cuatro
hijos murieron durante las crueldades de la guerra. Estaba embarazada de su quinto hijo cuando fue
herida y cayó prisionera en el combate de La Laguna. Su marido logró rescatarla, pero a él le costó
la vida.
Finalmente, ante el nuevo escenario militar de abandonar la ruta altoperuana Azurduy se une al
caudillo Juan Martín de Güemes, y a la muerte de éste Juana vivió el resto de sus días en la pobreza.
La Flor del Alto Perú, como la bautizó la canción con la voz de Mercedes Sosa, igual que tantas
otras mujeres (y hombres) indispensables de nuestra historia nacional, conoció la ingratitud de
ofrecerlo todo sin recibir un reconocimiento justo.

Mariquita Sánchez de Thompson: una mujer que peleó por sus derechos a los 14 años
No todas las mujeres destacadas de esta época lucharon en los campos de batalla. María Josefa
Sánchez ejerció su influencia desde la comodidad aristocrática de su casa. Mariquita es bien
conocida porque la tradición histórica atribuye que en su casa se cantó por primera vez, el 14 de
mayo de 1813, el Himno Nacional Argentino, con letra de Vicente López y Planes y música de Blas
Parera. Existen dudas al respecto, aunque el relato tradicional ha quedado en la memoria colectiva.

El himno se "estrenó" en casa de Mariquita Sánchez de Thompson el 14 de mayo de 1813.


También es recordada por ser la gran anfitriona de las tertulias de la alta sociedad porteña en su casa
de la actual calle Florida de Buenos Aires, o en su quinta de de San Isidro, hoy Casa Museo. En sus
residencias se discutían los asuntos políticos más candentes de la época. Pasaron por allí los
hombres que tomaban decisiones políticas fundamentales acerca del futuro de la Patria.

Defensora de sus derechos


Cuando Mariquita tenía apenas 14 años, su padre -que había "arreglado" el futuro matrimonial de la
niña- organizó la fiesta de compromiso para anunciar el casamiento de su hija con Diego del Arco,
quien tenía alrededor de 50 años de edad. Mariquita, en un acto de rebeldía inusual para la época (y
en defensa de sus derechos), le dijo a sus padres que no se casaría porque estaba enamorada de su
primo segundo Martín Thompson. El hecho fue el mayor escándalo social del año 1801 en Buenos
Aires.
Con las cosas como estaban, sus padres recluyeron a Margarita en La Santa Casa de los Ejercicios
Espirituales de San Ignacio de Loyola, un lugar de meditación e introspección, y donde muchos
padres o maridos enviaban a las mujeres "desobedientes" a reflexionar. Cuando Mariquita, luego del
retiro, volvió a su casa. Ante la negativa de sus padres de otorgar el consentimiento para su
matrimonio con Thompson, inició un juicio por disenso ante el Virrey Sobremonte. El trámite llevó
cerca de un año, finalmente el virrey le otorgó el permiso para su casamiento.

Una mujer rupturista


Mariquita era una mujer capaz de romper con las normas de su tiempo; se animó a desafiar la
autoridad paterna con apenas 14 años, en una época donde las mujeres obedecían primero al padre y
después al marido. Se relacionó con hombres notables como Juan Martín de Pueyrredón, Nicolás
Rodríguez Peña, Carlos María de Alvear. Fue partidaria de la independencia, con una vida política
activa que la llevó, también, a ser amiga de Rivadavia. Su libertad de pensamiento le permitía
declararse federal y, al mismo tiempo, propiciar la intelectualidad de la Generación del '37. Muy
amiga de Rosas, sin embargo, se refugió en Montevideo por miedo a ser perseguida por el
Restaurador.
Mariquita integró la Sociedad de Beneficencia que estuvo, entre otras cosas, al mando de la
administración del Hospital de Mujeres, de la Casa Cuna, la cárcel de mujeres y la escuela de
huérfanas.
Sus ideas rupturistas la llevaron a cuestionar la idea clásica del matrimonio indisoluble diciendo que
"es una barbaridad atarse a un martirio permanente".
Por Patricia Lasca, profesora de historia.

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