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La palabra de Anaximandro

¿Qué interés y qué importancia puede tener hoy, en la época de


la técnica, la consideración de los filósofos ¡newer-áticos“? ¿Acaso
no tiene este. estudio un valor de simple erudición académica, y no
sólo desde el punto de vista de quien contraponga la técnica a la
filosofía, sino también desde un punto de vista filosófico exento de
la ingenuidad de esta contraposición? Y sin embargo, el mayor de
los pensadores vivos ve en la filosofía griega más antigua la bifur-
cación originaria, en donde la verdad hace su primera y única apa—
rición en la historia de Occidente, incluso si, al mismo tiempo,
pennanece velada por la primera de una larga serie de incon'ipren—
siones; en donde, según su parecer, la historia de la verdad empieza
con el olvido de la verdad. Nuestra marcha a los griegos ¡:n'etende
tener un valor filosófico (“letertninante en el ambito de la cultura
contemporánea. pero, al tiempo, diferenciado y de alcance bastante
más amplio que el que Heidegger pretende asignarle. Justamente
para expresar esta concordia esencialmente discorde, hemos elegi—
do como título de esta introducción al curso el mismo título que
Heidegger ha dado al último de los escritos recogidos en Ilo/zwe-
ge: <<la palabra de Anaximandro». Que es la palabra más antigua y,
al mismo tiempo, la más preciada de la filosofía; pero que resuena
con 8ιι timbre más auténtico sólo si se la deja a coloquio en ese
concilio de reyes que son los primeros pensadores griegos.
A este concilio remite hoy la filosofia, la cual., precisamente
porque ha recuperado esa visión del ser que durante largo tiempo
se le había cerrado, tiene ante todo que escuchar la palabra de
aqúellos que han sido los primeros en contemplar el ser y en ver su
semblante. Y aquí hay que añadir que a la filosofia remite y esta
destinada esta civilización de la técnica que no quiere perder el
tiempo con el pensamiento y con los que han sido los primeros en

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pensar. Ya que no cabe duda de que la técnica hace hoy posible
una suerte de liberacion respecto de la indigencia y, al mismo tiem—
po. de agresión de la realidad, que no tiene precedente alguno en la
historia humana: y no cabe duda de que le compete la efectiva
capacidad de operar también una drástica reducción de aquellos
C()lTl[Í)On€llÍ€S negativos de la vida, cuya mitigación se confiaba en
otros tiempos a la resignación, a la sabiduría de los gobernantes, a
las prácticas mágicas. a la purificación religiosa; de modo que la
técnica propone ——allí donde deviene conocedora de sus propias
posibilidades—_ una humanidad que no reconoce a Dios, pero que
lo construye con sus manos y, es más, se construye como Dios.
Pero tampoco cabe duda de que la técnica ha logrado dominar el
mundo renunciando ser ciencia. ciencia en sentido fuerte, es decir,
verdad absoluta, autre/ne,jiloscy'i'a. Del Renacimiento en adelante
se ha presentado al hombre el gran dilema: o ser en la verdad sin el
dominio del mundo, o dominar el mundo sin verdad. Esta segunda
salida ha acabado por predominar y la cultura actual vive justa—
mente este predominio. La filosofía contemporánea, en cuanto tal,
es decir. en cuanto ligada al tiempo actual. es el batidor de la técni-
ca, 0 sea, es la técnica misma en cuanto toma conciencia del senti—
do y de las ¡'iosibilidadcs de su propia incidencia en el mundo. En
otra dirección. buena parte de la filosofía contemporánea se pre—
senta ella misma como una técnica específica, dejándose coger en
ese movimiento de autocrítica que, desde finales del siglo pasado,
ha llevado a las disciplinas científicas a reconocer su propio rasgo
fundamental: ser, justamente, técnicas de transformación del mun—
do y no ciencias que enuncian verdades absolutas.
Pero dominar el mundo sin verdad quiere decir trabajar con
arcilla. Incluso si la técnica puede conseguir, un día u otro, hacer al
hombre un Dios feliz en la tierra, que habiendo superado toda alie—
nación goza y no tiene afanes y ha vencido a la muerte y se ha pre-
venido respecto de toda posible irrupción de lo negativo: si la téc—
nica puede realizar todo eso, no puede en cambio realizar la
segui-¡(lat.I, en el ánimo del hombre, de que este señorío obtenido
sobre el mundo sea definitivo, no puede alejar la sospecl'za de que
este divinizarse feliz del hombre no sea otra cosa que el preámbulo
del cataclismo más abismal en que siga estando implicada la esen—
cia humana, en el que se pierda no sólo lo que hoy es un sueño
para la técnica, sino también esas humildes y elementales capaci—
dades que en el pasado han permitido a la raza humana sobrevivir.
De hecho. para realizar esa seguridad y alejar esa sospecha, sería
necesario que el dominio sobre la realidad, que el hombre estuviese

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