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Dedicatoria

En el presente texto quisiéramos honrar a todas aquellas mujeres quienes


desarrollan trabajos de cuidados, crianza y labor doméstica. Si las sociedades capitalistas
contemporáneas se sostienen es porque en lo más íntimo de nuestro hogar hay,
mayoritariamente, una mujer que realiza estas labores precisamente para que otros puedan
salir a trabajar.

Esta labor generalmente no es remunerada y significa una doble carga para quienes
la realizan, pues muchas de estas mujeres sí están inmersas en el mundo
laboral/económico, pero también son ellas las que llevan un hogar y el desarrollo de una
familia.

¿Se imaginan qué pasaría si todas ellas deciden parar, no cuidar, no criar, no
cocinar, no hacerse responsable? ¿Quién finalmente sostiene el sistema económico?

“Como decía Dalla Costa, el trabajo no-pagado de las mujeres en el hogar fue el
pilar sobre el cual se construyó la explotación de los trabajadores asalariados, «la
esclavitud del salario», así como también ha sido el secreto de su productividad.”
(Federici, Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación primitiva, 2004, p. 16)
Monografía

Tema: La cuestión de la mujer – Eleanor Marx.

Hipótesis: La naturaleza del amor en la mujer perpetúa las formas de reproducción y


reproducción en el capitalismo.

Introducción

En el presente texto analizaremos los ideales del “amor romántico” formulado por
los filósofos más influyentes de la modernidad. Algunos de estos filósofos son Kant,
Hegel, Schopenhauer, entre otros. Dicha teoría contribuye a la naturalización de la
división sexual del trabajo y la doble jornada laboral impuesta a la mujer, lo cual ha
facilitado el sostenimiento del sistema capitalista del que todos formamos parte.

Desarrollo

Las teorizaciones de amor romántico apuestan a que en el caso de las mujeres, el


amor se relaciona con la espera, pasividad, cuidado, entrega y sacrificio. Mientras que,
en el caso de los hombres, se vincula con la heroicidad y la conquista. Recapitulando las
investigaciones realizadas por el neurocientífico Álvaro Pascual Leone, se puede afirmar
que históricamente se ha aceptado el concepto de amor y amor romántico como un
sentimiento universal y ahistórico, pero que hombres y mujeres son conjuntamente
educados en el amor, en el afecto y en las emociones de formas distintas, lo cual habría
ayudado a perpetuar el esquema del amor romántico y patriarcal existente.

⬧ Amor romántico y naturaleza femenina

Empezaremos abordando la significación de amor romántico, a partir de lo que


fundamenta la historicidad de este modelo, siendo una de las manifestaciones más
reactivas que se expresa a través del Romanticismo europeo. Este movimiento defensivo
que se consolida frente a las aspiraciones de ciudadanía de las mujeres se organizó en
torno a un discurso filosófico que intentaba justificar que la verdadera feminidad consistía
en la subordinación de las mujeres al amor y al matrimonio. Siguiendo a Amelia Valcárcel
(1997), la denominada “Misoginia Romántica” fue alentada por influyentes filósofos de
la época como Hegel, Schopenhauer y Kierkegaard, quienes buscaban justificar, una vez
más, la exclusión de la mujer de la esfera política a partir de la idea de la naturaleza y la
retórica de la domesticidad, otorgándoles el papel de “ángel del hogar”.

Esta autora afirma que una de las características importantes del pensamiento
romántico es el naturalismo; contra las explicaciones sociales de las dinámicas de la vida
social que expuso la Ilustración, el romanticismo propone respuestas naturalistas. Así
desde una ontología romántico-naturalista en “El caballero y la dama” de Kierkegaard, se
presenta a lo femenino como “un ser para el otro”, manifestando lo siguiente: “Algún día
trataré de definir al ser femenino. Y, ¿qué definición puede adecuarse mejor? La de un
ser cuya finalidad está en otro ser..., la mujer es un ser que existe para otros seres. Esta
función extrínseca de sí misma está compartida por toda la Naturaleza, con todo lo que
es femenino”.

Este tipo de discursos que descalifican al colectivo de las mujeres a través de


estereotipos que las desvalorizan, y por el cual los románticos expresan una posición en
contra de una de las principales vindicaciones de las mujeres ilustradas, la igualdad entre
los sexos contribuye a reforzar la construcción la dicotomía de la esfera pública y privada,
como dos realidades opuestas, que no se interrelacionan ni dependen la una de la otra, y
a legitimar la división sexual del trabajo. Bases que facilitaron la expansión del
capitalismo industrial y la constitución de los Estados de bienestar durante el siglo XX
(Lewis, 1992). Ya que, tal como sostienen las teorías sobre el salario familiar y el modelo
del ganador de pan (“breadwinner”), éstos se configuraron a partir del supuesto de la
existencia de matrimonios o familias nucleares formadas por una pareja heterosexual con
hijos e hijas, en las que el marido-padre aporta un salario y la mujer-madre ejerce como
tal a tiempo completo. Modelo funcional a los requerimientos de la economía neoclásica,
ya que permite reproducir la “fuerza de trabajo” y facilita la existencia de un tipo de
trabajador que puede llevar a cabo sus actividades productivas sin dificultad porque tiene
un ama de casa “sometida por amor” en quien delegar el trabajo reproductivo.

Entonces el amor romántico en su existencia material, tal como señala Susan


Mendus, puede, en ocasiones, funcionar como estrategia de dominación ideológica o para
fundamentar ciertas diferencias y relaciones de poder. De este modo se considerará al
amor romántico, ya no como un instinto propio de nuestra constitución intrínseca, sino
como condicionado por una determinada estructura de la sociedad. Este enfoque, lejos de
desvalorizarlo, pretende convertirlo en parte integrante del todo social. En primer lugar,
se lo pone en relación con el ethos capitalista consistente en la individualidad, la
independencia y la libertad, frente a los cuales el amor romántico comparte las
características del libre contrato y el consentimiento voluntario. En este sentido tanto
libertad como reconocimiento están en tensa relación con los roles de género
naturalizados que Hegel presupone en su noción de familia, lo que para él se constituye
como la «eticidad verdadera» del amor en relación con la confirmación y estabilización
de las formas de vida privada, que las características del hombre lo hacen análogo al
animal, a “lo poderoso y activo”, proclive a la racionalidad y educado en la técnica y el
pensamiento. Por ello, el hombre puede desempeñarse en el “mundo exterior” a la familia,
en el mundo de la sociedad civil y del Estado, esto es, en el mundo público. Por otro lado,
según Hegel, la mujer encarna lo individual, lo sentimental, lo subordinado y lo pasivo.
Por ello, encuentra exclusivamente en la familia y el hogar “su determinación sustancial”.

Esto tiene consecuencias devastadoras para el amor entre hombres y mujeres. Al


estarle negada la posibilidad de conquistar reconocimiento y autoconciencia en proyectos
de vida autónomamente determinados, a la mujer no le ha quedado otra opción que
buscarlos en el amor. La mujer se realiza en el amor, no porque sea una criatura
naturalmente sentimental, sino porque no se le ha permitido el acceso a otras esferas de
actividad para la realización de su libertad. El hombre, por otro lado, ha podido encontrar
reconocimiento, y por ende su autoconsciencia, en proyectos de vida en la esfera de la
producción: del trabajo, de la ciencia y de la política.

⬧ División sexual del trabajo y la cuestión femenina: enfoque marxista

Las situaciones de los hombres y de las mujeres no son producto de un destino


biológico, sino, en primer lugar, constructos sociales y culturales. Hombres y mujeres son
otra cosa que un conjunto -o dos conjuntos- de individuos biológicamente distintos.
Forman dos grupos sociales comprometidos en una relación social específica: las
relaciones sociales entre los sexos. Estas últimas, como todas las relaciones sociales,
tienen una base material, en este caso el trabajo, y se expresan a través de la división
social del trabajo entre los sexos, llamada, de forma más concisa, división sexual del
trabajo. En “La ideología alemana”, redactada entre 1845 y 1846, Marx y Engels (1974)
analizan de forma esquemática el efecto de las condiciones materiales en la situación de
la mujer, aunque sin mostrarse excesivamente críticos con su opresión. Aquí aparecen
ideas que reaparecerán de forma recurrente en trabajos posteriores. Primero, presentan la
División sexual del trabajo en la familia como algo «natural» (Marx y Engels, 1974: 21),
negando así su condición de constructo social y cultural. Segundo, destacan el papel de
la propiedad privada en el desarrollo de la división del trabajo (Marx y Engels, 1974: 20-
33). Tercero, denuncian el régimen de esclavitud familiar al que se ven condenadas las
mujeres y sus hijas/os, asimilándolo a la explotación que padece el hombre (y algunas
mujeres) en las relaciones de producción capitalista. Todas estas ideas se reflejan en este
pasaje: “Con la división del trabajo, que lleva implícitas todas estas contradicciones y que
descansa, a su vez, sobre la división natural del trabajo en el seno de la familia y en la
división de la sociedad en diversas familias contrapuestas, se da, al mismo tiempo, la
distribución y, concretamente, la distribución desigual, tanto cuantitativa como
cualitativamente, del trabajo y de sus productos; es decir, la propiedad, cuyo primer
germen, cuya forma inicial se contiene ya en la familia, donde la mujer y los hijos son los
esclavos del marido. La esclavitud, todavía muy rudimentaria, ciertamente, latente en la
familia, es la primera forma de propiedad, que, por lo demás, ya aquí corresponde
perfectamente a la definición de los modernos economistas, según la cual es el derecho a
disponer de la fuerza de trabajo de otros” (Marx y Engels, 1974: 33-34). En este contexto,
las mujeres son reclutadas para cumplir el trabajo doméstico y reproductivo –entendido
como el conjunto de actividades que son necesarias para reproducir y mantener la vida,
más no para producir en el circuito de valorización de capital- bajo el supuesto de su
predisposición natural al cuidado. Recordemos que, en la perspectiva marxista clásica,
mientras el trabajo productivo es aquel que tiene por finalidad producir mercancías o
valores de cambio, el trabajo reproductivo es aquel destinado a satisfacer las necesidades
de la vida cotidiana y la "reproducción" de la fuerza de trabajo. El primero se realiza
eminentemente en la fábrica o en el espacio público y el segundo, en el espacio privado
del hogar. El primero es pago y se realiza a cambio un salario, mientras que el segundo
se realiza sin remuneración alguna, de manera gratuita.

A partir de aquí, el interés de Marx se centra en problemáticas más propiamente


sociales, económicas y políticas, alejándose progresivamente de las cuestiones
filosóficas. En el tema que nos ocupa, este cambio se produce definitivamente en el
Manifiesto Comunista, donde mantendrán que el capitalismo ha contaminado totalmente
a la familia, reduciéndola a relaciones económicas. Así, Marx y Engels anunciarán que la
llegada del comunismo supondrá la «supresión de la familia».
Actualmente, y a pesar de la masiva participación de las mujeres en la producción
económica y de los profundos cambios que ha experimentado la organización del mundo
del trabajo, los supuestos de género y la dicotomía público/privado sobre los que se erige
la economía capitalista se mantienen. Y aun cuando las mujeres desarrollan actividades
remuneradas se les continúan adjudicando por naturaleza las tareas doméstico-familiares
mientras se justifica la ausencia de los varones en las mismas. Ello implica que a las
mujeres les corresponda asumir una doble jornada para cubrir, al mismo tiempo, tanto las
demandas del trabajo productivo como del trabajo reproductivo.

⬧ Conclusión

En este artículo nos ha interesado exponer las aportaciones realizadas desde dos
enfoques en torno a la situación de las mujeres y su relegación a los campos de
reproducción social, y reclusión al ámbito privado e invisible de los hogares, lo que las
lleva a dedicarse principalmente al trabajo doméstico y de cuidados, tareas reproductivas
que son menos mercantilizadas pero básicas para la sostenibilidad de la vida, no porque
estén esencialmente mejor habilitadas para ello, sino porque ese es el rol que impone la
división sexual del trabajo a las sociedades patriarcales, capitalistas y antropocéntricas
jactándose de la naturaleza de su amor.
Bibliografía

Gies, D. T. (1989). El Romanticismo, Volumen 2. Galicia: Universidad de Santiago de


Compostela.

Engels, F. (1891). El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado. Madrid:


Akal.

Schopenhauer, A. (1819). El amor, las mujeres y la muerte (27ª ed.). Madrid: Edaf.

Singer, I. (1999). La naturaleza del amor: Cortesano y romántico. Madrid: Siglo XXI de
España Editores.

Di Nicola, G. P. (1991). Reciprocidad Hombre-Mujer: Igualdad y Diferencia (1ª ed.).


Madrid: Narcea Ediciones.

Hegel, G. W. F. (1821). Los Fundamentos de la Filosofía del Derecho. España: TECNOS.

Kierkegaard, S. (1843). Diario de un seductor. España: Alianza Editorial.

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