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Nota a la edición

Todas las notas del traductor, a pie de página, se identifican con las siglas

[NT]. Todas las notas del editor, se identifican con las siglas [NE]..

Las obras traducidas de Philippe Sollers que se citan en el libro figuran la

primera vez en castellano y francés en corchetes, con los datos de su edición en

castellano en nota a pie de página. El resto de obras del autor se citan en francés,

con datos de su edición original a pie de página.

De las obras de otros autores que Sollers cita en el libro, se adjuntan los

datos de sus correspondientes ediciones en castellano, cuando la haya, a pie de

página.

Al final del libro se adjunta la relación de obras de Philippe Sollers,

indicando, en corchetes, los datos de la edición castellana disponible.

1
Advertencia

Aquellos y aquellas cuyos nombres no aparecen en estas Memorias pueden

considerar que, en general, es por su bien.

Ph. S.

2
«Sagaz anatomía, mirar las cosas por dentro.

«Lo bueno, si breve, dos veces bueno.»

GRACIÁN

3
Nacimientos

Alguien que más tarde dirá yo entró en el mundo humano el sábado 28 de

noviembre de 1936, a mediodía, en los suburbios inmediatos a Burdeos, junto a la

ruta hacia España. No tengo razón alguna para no creerlo. En cualquier caso, el

registro civil es riguroso, porque en él fui declarado, con el nombre de Philippe

Pierre Gérard Joyaux, hijo de Octave Joyaux (40 años) y de Marcelle Joyaux, de

soltera Molinié (30 años), tercer hijo, pues, tras dos hijas, Clothilde y Anne-

Marie, llamada Annie (5 y tres años respectivamente).

Bautizado católico en la iglesia de la esquina. Signo astrológico occidental:

Sagitario, ascendente Acuario. Chino: rata de fuego.

Buena ventura.

Toda mi vida me han reprochado escribir novelas que no eran verdaderas

novelas. Aquí hay una por fin. «Pero si se trata de su vida, me dirán». Desde

luego, pero ¿dónde está la diferencia. Seguro que van ustedes a explicármela.

Novela familiar más que extraña: dos hermanos, casados con dos

hermanas, viven en dos casas unidas y simétricas: cada habitación de la una era la

exacta réplica de la habitación de la otra. A un lado, «nosotros», en el otro

Maurice, Laure y Pierre (mi «padrino», diez años mayor que yo). Por lo tanto,

para empezar tenemos un Pierre Joyaux y un Philippe Joyaux. Lo cual hace dos P.

J.; tardaré mucho tiempo en imponer la h para escribir la abreviatura de mi

nombre, Ph. Joyaux y no P. Joyaux. Hasta conseguiré un tampón rojo para

subrayar bien la separación. Aún hoy, cuando la mayoría de las veces me llamo

4
Sollers, la inscripción P. S., en las signaturas o las entrevistas, me molesta

(sobretodo, además, porque eso da «Post-Scriptum» o «Partido Socialista»). Ph,

os digo, como la Phi griega, es decir, por supuesto, Phallus 1 . Y tampoco era

posible, porque eso da «Police Judiciaire». Insisto: Ph. J, o Ph. S.

Y que a los adultos no se les ocurra tratar familiarmente a ese niño de

«Fifí». Cada vez os costará una multa. Un franco de los tiempos antiguos, dos

para los reincidentes. Hucha. Bingo.

Por otra parte, el apellido Joyaux fue a un tiempo una maravilla personal y

una herida social, en la medida en que me ganó (sobre todo en aquella época) una

agresividad y unas pullas de todo tipo. A Jean Paulhan, que leyó mis primeros

ensayos transmitidos por Francis Ponge, le parecía que era «un apellido de gran

escritor»; ironía, sin duda, de Malraux a Joyaux... Pasé, pues, mi infancia en la

escuela oyendo deformar ese «Joyaux» en «Noyau» o en «Boyau 2 », por no

hablar de los agotadores apóstrofes de profesores pequeño burgueses: «Este

Joyaux no es una perla». O bien: «¡Hoy, Joyaux, no brilla usted con todos sus

fuegos!3 » He observado, otro rasgo de época, que los apellidos sistemáticamente

objeto de burla eran por lo general aristocráticos o judíos. Yo era sospechoso

como ellos, sigo siéndolo.

Apellido también más difícil de llevar porque los Frères Joyaux poseían una

fábrica bastante importante de productos domésticos, chapa, aluminio,

esmaltados, cacerolas, bandejas, picheles, marmitas, lavadores, cubos de basura,

etiquetas con letras azules adornadas con las tres medialunas de la ciudad. La

empresa llegaba a ofrecer secantes con letras rojas, todavía los tengo. Pero un

1
Término latino: falo. [Nota del Traductor.]
2
El significado de ambos términos en francés es: «hueso, nabo» y «tripa»
respectivamente. [NT.]
3
Como nombre, joyaux significa «joya». [NT.]

5
Joyaux en los cubos de basuras ¿es muy razonable? Arreciaban los sarcasmos a

más no poder. No se crea, sin embargo, que cambié de nombre al publicar por

timidez o por servilismo social. Cuando apareció mi primer libro, y sobre todo,

casi al mismo tiempo, el segundo (Una extraña soledad** [Une curieuse

solitude]), yo todavía era menor de edad (menos de 21 años en aquella época), y a

mi familia esa novela le parecía escandalosa. Por lo tanto, un pseudónimo,

Sollers, personaje imaginario que me había creado hacia los 15 ó 16 años, un

poco siguiendo el modelo de Monsieur Teste de Valéry («la estupidez no es mi

fuerte», etc.). Ese personaje era secreto, estaba consagrado al pensamiento y a la

meditación, muy influido por Stendhal, pero salido directamente de la Odisea,

como su nombre, traducido en latín, deja suponer: un tipo de mil vueltas y

revueltas, lleno de sutilezas y artimañas, y que ante todo quiere vivir su vida libre

y estar en su casa. Fui más bien bueno en latín, el diccionario me dio mi nombre

de escritor.

Sollers, de sollus y ars: totalmente industrioso, hábil, diestro, ingenioso.

Horacio: «lyræ sollers», que posee la ciencia de la lira.

Cicerón: «sollers subtilisque descriptio partium», hábil y sutil distribución de

las partes del cuerpo. «Agendi cogitandique sollertia», ingenio en la acción y en

el pensamiento.

Sollus (con dos eles, no confundir con solus, una sola) es lo mismo que el

holos griego, es decir, por entero, sin resto (holocausto), y que totus, entero,

intacto. Se entiende también salvus, curado o salvado. Todo entero arte: todo un

arte.

Cuidado: Sollers con dos eles. De igual manera que Joyaux escrito sin x,

como para evitar el plural, me hiere (otra pulla: «Joyaux de la corona»), la

*
Una extraña soledad. Barcelona, Vergara, 1962. Traducción de A. Bolarra [Nota
del Editor.]

6
ausencia episódica de esa segunda me sofoca de indignación. A veces llego a oír

pronunciar «solaire»4 , y lo encajo mal. Dejo a un lado los numerosísimos

artículos titulados «El sistema sollers», o «Nada nuevo bajo el sollers», etc.; el

buen doctor Freud nos explicó que ese ataque al nombre equivale a una forma

amablemente asesina. Así pues, en marcha. ¿Qué es uno al principio y al final?

Un nombre. Darse el suyo no es pequeña tarea.

Puesto que trato de pasada la cuestión tan importante del apellido, de ese que

os viene impuesto por el nacimiento (ocultadme ese Joyaux que no querría ver 5),

y de ese que uno se ha creado gracias a la escritura, creo de importancia

extraordinaria la frecuencia de pseudónimos en la literatura francesa para ocultar

por lo general un apellido poco agraciado. Más vale llamarse Molière que

Poquelin, Voltaire que Arouet, Stendhal que Beyle, Céline que Destouches, Gracq

que Poirier, Yourcenar que Crayencourt, Duras que Donnadieu, Sagan que

Quoirez. Mi caso es el contrario. Sea lo que fuere, el hecho de tener dos apellidos

y de poder jugar con ellos es una suerte. Nunca es uno lo bastante doble, o triple,

para escapar de los otros, de la familia, de la escuela, de la coacción, del control

social. Jekyll-Joyaux, Sollers-Hyde. Dos hermanos casados con dos hermanas,

dos casas simétricas, una extravagancia de origen, mucha imaginación, y ya está:

algo empieza. Me llamo Joyaux dice Sollers. De todos modos, enmascarar un

apellido demasiado brillante bajo un pseudónimo neutro, pero que no le es para

los entendidos, no me parece indigno de mi héroe inmediatamente preferido,

Ulises, quien, como se recordará, supo llamarse «Nadie» en el momento deseado.

4
Solaire y Sollers son casi homófonos en francés; el adjetivo significa «solar».
[NT.]
5
Frase calcada sobre la famosa réplica del Tartufo (acto III): «Cubríos ese seno
que no quisiera ver», dice el hipócrita Tartufo a la señora Orgon, cuando está
intentando seducirla. [NT.]

7
Dos hermanos, dos hermanas, también dos tías: la mujer del hermano de mi

padre (la hermana de mi madre, Laure por tanto), y la hermana de los dos

hermanos, que vive en una tercera casa, una especie de cartuja con palomar. Las

tres edificaciones están rodeadas por un gran jardín lleno de árboles al que hasta

podríamos llamar parque. Añádanse garajes, invernaderos y un gallinero, todo al

lado de una fábrica con hornos, tinas y máquinas a menudo peligrosas, y se

obtendrá el teatro de los días.

Esa tía, «madrina» mía, vive sola y soltera, solterona si se quiere, pero

interesante, estricta, falsa devota, que tocaba incluso el piano (aún sigo viendo

aquel piano de caoba, con su funda de seda sobre el teclado al que yo iré a tocar

tratando de imitar a Thelonius Monk: ¡aquella funda!). Se llama Odette, pero

prefirió llamarse Maxie. ¿Por qué razones? Misterio. Sólo se comprende que

quiso seguir siendo fiel a su padre y a sus hermanos, culpables estos últimos de

haber instalado dos mujeres guapísimas en su intimidad. ¿Lesbiana? No queda

excluido, pero lesbiana no consumada, con trasvase pseudo-religioso, otra

trivialidad de provincias.

De cualquier modo, todo muy loco, cuando lo pienso.

En todo caso, difícil de encontrar algo más incestuoso.

Pero volvamos al nacimiento biológico: costó lo suyo, al parecer (fórceps).

Uno se endosa un cuerpo, tendrá que vivirlo con sus particularidades celulares y

su imposición de identidad simbólica. Pero enseguida nada me parece normal en

esta historia. Todavía hoy me cuesta mucho comprender lo que sea. El refugio

inmediato es la enfermedad, otitis continuadas, luego mastoiditis, después asma

severa. El corazón late en los tímpanos en los que hay que hacer una excisión, el

aliento no funciona por sí solo, hay algo más que escuchar u oír, la respiración es

una especie de milagro que convendría tener en cuenta muy pronto (antes de

expirar a conciencia y rendir el último suspiro). El recién nacido sabe desde el

principio que está ahí para morir, y querría saber por qué lo han lanzado a esa

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aventura. Así pues, todo esto, superado bastante tarde, con la ayuda del arma

sexual, el pensamiento. Pero, en fin, la infancia es para mí un continente de

camas y de sábanas arrugadas, de fiebre y de delirio, mezclado a continuos

deslumbramientos en el jardín. La enfermedad recurrente afina las percepciones,

los ángulos de espacio, el grano invisible del tiempo. Las alucinaciones os

preparaban para la vida interior de las flores y los árboles. Se aprende a encontrar

el camino propio solo, apartado de los caminos trillados, de los clichés manidos,

de los pseudo-deberes. En la escuela hice mucha figuración, a menudo brillante

por lo demás. Bueno en latín, en francés, en recitación, agudo en álgebra, evasivo

en geometría, desenvuelto en física y química, dormido en geografía, muy

despierto en historia.

Un parque colindante con una fábrica de gran chimenea de ladrillo, un

dispositivo adulto endogámico con fuerte perfume incestuoso, una abertura, una

contradicción, un cierre. Dos hombres sombríos se levantan muy temprano,

desaparecen por una puertecilla de madera hacia un mundo mecánico y duro. De

lejos se oyen las prensas, las fresadoras, la contratación y el despido de obreros y

obreras, la repetición de desgaste emplomada del trabajo. Sí, unos hombres

sombríos estos patrones mudos. Lucharon en la Primera Guerra Mundial muy

jóvenes (18-20 años), estuvieron en Verdún, nombre maldito, como todo lo que

pasa allí, hacia el este. He visto a mi tío (un hombre, sin embargo, duro de pelar)

llorar como un becerro cuando me enseñaba fotos del tajo de las bayonetas, tipos

enterrados vivos por disparos de artillería, aceros enterrándose en la tierra como

flores. En cuanto a mi padre, artillero y gaseado, era voluntario, en las retiradas,

para quedarse en retaguardia y hacer saltar las baterías en medio de los gritos de

los heridos. Normal: era el más joven, y estaba soltero. Ahí va, corriendo en

zigzag para escapar de la ametralladora de un avión alemán. Rechaza todo

ascenso, toda condecoración, sigue siendo fundamentalmente anarquista, pero se

ve obligado a jugar el juego del trabajo (qué aburrimiento). ¿Su opinión sobre

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todo esto? En una de las verandas, un día de lluvia: «La lluvia, qué gilipollez.»

Ninguna religión, por supuesto. Los dos hermanos son hijos de un obrero

enriquecido, viejo roñoso llamado Léon, sosias de Clemenceau, a quien vuelvo a

ver (debo de tener 4 años) dirigiendo su bastón contra mí porque estropeaba sus

macizos de flores. Sí, la vida, qué gilipollez: devoraciones, entre-devoraciones,

matanzas en masa. A esos dos no se los verá aferrados a la menor ideología

patriótica y guerrera. Vieron, supieron, comprendiendo que todo el mundo

resultaba vencido. Opacos, encerrados, uno brutal (el tío), el otro, por el contrario

(padre), dulce, indulgente, desengañado, aficionado a la música, coleccionista de

78 revoluciones de operetas, silbaba bien, buena voz de barítono ligero, por lo

tanto muy triste y muy alegre a un tiempo. Una vez al mes lleva a mi madre al

Grand Théâtre (hoy día Opéra de Burdeos), coche (Citroën), ponte guapa, le dice

a mi madre, vestido largo, joyas, tralalá. ¿Qué le gustaba? Rigoletto, Violetas

imperiales, cosas de ese tipo. En su despacho común, delante de su hermano

fumador y siniestro (porque los negocios nunca son buenos, atrasos mensuales de

la banca Westminster, sucursal de Londres), debía pensarse de etiqueta en esas

comedias de antaño.

Así pues, estamos a finales de 1936, Frente Popular en Francia y guerra de

España, es decir, para mí, a través de los postigos semientornados, los gritos de

los huelguistas: «¡Joyaux al paredón!» Aún sigo oyendo ese eslogan martilleado,

y debo confesar que luego me pareció más bien lógico. Están los ricos y los

pobres, a los pobres no les gustan los ricos, los ricos no ven a los pobres, todo

esto es normal. De cualquier modo somos burgueses especiales, excepcionales,

incluso, en esa región de Francia. Fábrica, banco, camiones, entregas, no es

brillante ni correcto. El proletariado os odia (es lo menos que puede hacer), la

pequeña burguesía os envidia a muerte, la burguesía tradicional finge

despreciaros pero codicia vuestro éxito. Por lo tanto, contra vosotros tenéis a los

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estalinistas, a los fascistas, a los conservadores. Eso es mucha gente y explica por

qué vuestra familia parece no tener amigos. De manera espontánea tenéis un poco

de moral, e incluso una especie de simpatía por los comunistas. Más tarde

trataréis de ablandarlos: error.

Bajo todas las negaciones igualitarias, fraternales y republicanas, Francia es,

y sigue siendo, el país de la lucha de clases y de la obsesión social. Incluso en la

uniformización como clase media, la impregnación permanece, con culpabilidad

profunda en relación a la antigua aristocracia reducida, caída luego en el circo

people.

La guerra de España implica una afluencia de refugiados a Burdeos. Muy

pronto oigo hablar y cantar en vasco y en español, me acunan en esas lenguas. Mi

primer gran amor vendrá de ahí a los catorce años, una pincelada del destino,

adelante.

Hago huelga a mi manera enfermando con la mayor frecuencia posible. Me

dejo cuidar y llevar, debo tener el sentimiento confuso de que grandes desórdenes

se preparan. «¡Joyaux al paredón!» Joyaux va a practicar la ausencia sistemática,

será desertor, oculto, inencontrable. Nada de paredón para Joyaux.

Y la guerra. Otros refugiados llegan del norte, belgas, holandeses, se acuestan

una o dos noches en los garajes. Y luego ruido de botas, cantos guturales, los

alemanes ocupan la ciudad y requisan las partes inferiores de las casas. ¿Qué

vienen a hacer a nuestra casa esos bárbaros? ¿Qué es esa invasión del diablo?

¿Por qué ese ruido, ese miedo, esa furia?

Un coronel austriaco civilizado (mal menor) ocupa el salón y la biblioteca.

Eso no importa, viviremos en las plantas superiores, iremos a encerrarnos en los

graneros para escuchar Radio Londres a pesar de las interferencias. «Aquí

Londres: los franceses hablan a los franceses.» A través del inglés y de un

chirrido continuo, como sin procediera de otro planeta o de un paquebote perdido

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en los hielos, frases en francés, «mensajes personales» que adquieren un relieve

sobrecogedor: «Una golondrina no hace primavera, repito, una golondrina no

hace primavera.-» O este otro, más inquietante: «Las zanahorias están cocidas,

repito, las zanahorias están cocidas.» Van a saltar trenes, vosotros resultaréis

quemados, la operación se aplaza, disparan desde allí lo más rápido posible,

tenéis un traidor entre vosotros, destruid ese puente o ese depósito de municiones.

Durante años, en los bosques, yendo a recoger champiñones y sobre todo setas

(setas magníficas), se encontrarán casquillos de metralletas en las agujas de pino.

El principal instrumento de ese período es la radio: voz senil y sibilante de un

mariscal, propaganda de Vichy de entonaciones envaradas y blancas (se puede

volver a escuchar eso, es alucinante). En la planta baja o en las calles se acosa al

alemán, pero de vez en cuando el ocupante austríaco escucha música clásica,

Schubert sin duda, para acompañar el coñac. Se oye el español clandestino, el

inglés susurrado, sobre todo cuando se oculta en las bodegas a aviadores caídos

en vuelo. Infancia muy auditiva, es decir con otitis en juego. De vez en cuando

me operan, y, además, me sofoco. Todo es caótico, doliente, contradictorio, y, en

un sentido profundo, maravilloso. Las instrucciones familiares son estrictas: «Si

en el colegio te piden que cantes “Maréchal, nous voilà!”, te sales de la fila y no

cantas. Los ingleses, definitivamente, tienen razón. ¿Marcar a los judíos y

odiarlos? Una vergüenza. «Como Cartago, ¿será Londres destruida»? Dejémonos

de bromas. Atención, a las 3 de la mañana sirenas, cañones, bombardeos, carreras

por los jardines para refugiarnos en las bodegas.

Guardo un recuerdo maravillado de los combates aéreos en el cielo de

Burdeos, de noche y de día, explosiones algodonosas, cohetes luminosos. En esa

época, pienso en mí como aviador o sacerdote, según. ¿Sacerdote? Ah, pues

claro, el culto católico me encanta. Hay música, lentitud, flores. Soy un niño de

primera comunión rubio y guapo, un comulgante solemne más guapo todavía,

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con brazalete blanco y fe intensa. ¿Por qué no ir al paraíso, os pregunto, cuando

el jardín os invita con insistencia a ello en medio de la destrucción y el ruido?

Y, por supuesto, las mujeres. El clan Molinié no tiene nada que ver con el clan

Joyaux. En primer lugar, el abuelo materno, Louis, esgrimista célebre en su

tiempo, convertido en terrateniente con caballos de carrera. Tiene tres hijas,

Germaine, Laure y Marcelle. Las dos últimas, encantadoras, las tengo a mano.

Matrimonios arreglados con los hermanos Joyaux, pero ¿qué importa? Será un

desastre del lado de Laure (cáncer mortal), un equilibrio bastante bueno de mi

lado (cáncer superado de mi madre). Mi padre abandona de bastante buena gana a

su mujer. Ningún deseo de asesinato hacia él, puesto que es más bien desertor.

Sólo le conocí una tendencia erótica: una inglesa preciosa, Violet, mujer de un

oficial francés muerto en Dunkerque, para la que hizo marcaciones de la base de

submarinos de Burdeos. Una tarde se lo llevaron, le dejaron en libertad por la

noche. Sobre esto, mutismo.

Louis es el patriarca procedente del siglo XIX, el dios bajo el que apenas

respira su mujer, Marie, con la que se casó por su dinero. Antiguo instructor

militar en Joinville, maestro de armas, as del florete, de la espada, del sable,

virtuoso de la pistola, vencedor en innumerables torneos, apasionado por los

caballos y las cartas (bridge). He conservado algunos de sus trofeos, medallas,

estatuillas, viejos floretes, programas, y todavía tengo delante de mí su hermoso

reloj de oro de chaleco, parado, Dios sabe por qué, a las 8 y 10.

Encogido en los últimos tiempos, costaba imaginarle saltando, tirándose a

fondo, lanzándose, soltando una estocada y tocando. Viejo cadete de Gascuña,

espadachín y mentiroso sin vergüenza, mosquetero sin destino ni rey. Lo menos

republicano posible, pero tampoco clerical, la anarquía contenida, una constante

quizá de la Gironde. Poco hablador, en todo caso, el juego, no las frases. Trató de

que su hija menor, mi madre, hiciera esgrima desde los 8 años, y, para ella, los

gestos no tardaron en pasar a las palabras, vivacidad, réplica, humor, juicio

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seguro. A los 25 años fue una de las primeras mujeres en conducir su coche por

las calles de Burdeos (aglomeraciones alrededor de aquella curiosidad, al

parecer). A pesar de un accidente grave, siguió conduciendo hasta los 78 años.

¿Feminista avant la lettre? Desde luego, pero legítima defensa, después de todo.

Louis dice algunas palabras, nadie replica, es el Viejo de los Días, d’Artagnan

en su retiro, una leyenda. Va todas las tardes a su «Círculo» (los notables son, o

no son, miembros del Círculo). Durante la guerra, nos proporciona comida

procedente de su propiedad de los alrededores, donde aún cría dos hermosos

sementales de competición. Hacia atrás, hacia la Revolución, a veces se habla de

dos muchachos de la pequeña nobleza provinciana muertos en el cadalso, de 22

años, gritando: «¡Viva Jesucristo!» Sin más. Eso queda lejos, importa más bien

poco, pero tuvo dos grandes penas: la muerte de su caballo preferido (fotos)

durante un traslado a Londres para el Derby (incendio criminal de un vagón, pura

sangre quemado vivo), y la degradante innovación del cordón eléctrico para los

esgrimistas. Quería mantener el principio de la confesión del toque, el sistema

caballeresco con penacho. Se enciende una luz, ¿desaparece la imagen virtual de

la sangre? Grotesco. Se le ve en Longchamp, Louis fotografiado en un periódico

hípico con un jockey y un entrenador a su lado. Le acompañaba una joven muy

guapa y sonriente, su hija, con casquete de piel. Es mi madre, justo antes de su

matrimonio. Tiene 18 años.

Dichoso Louis, con el que probablemente no se podía vivir. Creo que tengo

algunos de sus defectos y algunas de sus cualidades: ¿no es eso el estilo? Bien

vale una espada.

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Mujeres

Aunque burlándose de él sin compadecer a su madre, sus hijas crecieron en

esa gratuidad ostentosa. Dos flores, realmente, inteligentes, muy femeninas y más

bien viriles, valor, franqueza, mal casadas pero no resignadas. Muy unidas entre

sí, de una casa a la otra, telefoneándose cinco veces al día, cuchicheándose un

montón de cosas, la una más romántica (Laure), la otra más divertida, con dones

de sorprendentes imitaciones sarcásticas. La mayor parte del tiempo, palabras que

dan en la diana. Un lado «no se nos hace», soberanía horripilante y nativa

procedente de su padre. La mayor, Germaine, vive en la ciudad, pero ha sido

excluida por las otras dos por demasiado neurótica. Laure y Marcelle: encanto y

una piel de ensueño. Ponen mucho arte en no hacer nada, en levantarse tarde, en

ir a ver a sus modistas, en dar «tés», en fastidiar a los profesores o a los curas, en

hacer circular la ironía por los comedores. Son alegres. Las veo de nuevo en sus

chaises longues, en verano, para el café, junto a los invernaderos. Están cuidadas

y muy bien vestidas (ah, ese vestido azul y negro de lunares blancos, esos zapatos

blanco y negro).

¿Tuvieron amantes? Más que probable. La menor, sobre todo, la mía.

¿Peluqueros? ¿Médicos? Algo por el estilo. Laure adoptó un papel más severo,

halo místico, ligera desesperación, puritanismo forzado (marido zafio), lectura de

Dostoyevski. Marcelle, la incrédula, más bien Proust o Colette. Laure, la

autoridad; Marcelle, la fantasía (marido delicado y dulce). Laure me castiga a

veces siguiendo un ritual extraño: me pide que extienda la mano derecha y me da

un ligero golpe en la palma. Es indoloro, pero muy humillante. Nada de

bofetadas, una especie de condena militar. Oigo hablar a veces de niños

golpeados, pero salvo dos o tres veces no creo haberlo sido nunca. Cuando

exagero, mi padre se obliga a desempeñar su papel, pero no cree en ello, se nota.

Desaparezco por el fondo del jardín, y eso es todo.

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#

Adoro a mi tía Laure, mi segunda madre. Ella trata de seducirme, y yo la

seduzco. Me prefiere a su hijo, es evidente, lo cual me valdrá, de parte de este

último, un odio reconcentrado. Mi madre es directa, su hermana, alusiva. Mi

madre es un teatro sensual, su hermana, un convento secreto. Mi madre me

guardará rencor por haber preferido a su hermana, que morirá de un cáncer

fulgurante, todavía en plena belleza transformada en santa. Laure me dice cosas

sin decir nada. Me gustan sus manos.

Y ésta es mi estratagema: durante mis enfermedades y los largos períodos en

cama, pido que Laure, ella y nadie más, venga a sentarse a mi lado y me acaricie

el antebrazo derecho, lo cual, afirmo, disminuye mis dolores. Insisto, suplico, ella

viene, se sienta, me acaricia dulcemente y a flor de piel la parte interior del brazo

hasta la sangradura del codo. La sesión puede durar una hora larga, sin una

palabra. ¿Sabemos, ella y yo, la música que interpretamos? Vamos.

Deseé vivamente a mi madre y a mi tía porque eran deseables, con sus

pequeñas historias, sus rechazos, sus molestias, sus pudores, pero también con

sus semiconscientes provocaciones, su narcisismo empurpurado, su ropa interior,

sus batas, sus vestidos, sus cabellos, sus senos, sus piernas. Mi madre tiene unos

ojos singulares: uno marrón oscuro, el otro marrón claro, casi verde. Ojos

inencontrables en otra parte, ojos de diosa, ojos de bruja. Los miré mucho de

cerca, envolviéndome lo más posible en ella. Una vez traté de besarla

decididamente en la boca, pero le pareció fuera de lugar, aunque no por ello dejó

de reír (rara risa). Cuando salgo de ella, tiene treinta años. Soy su primer hijo.

El otro chico, Pierre, en la casa simétrica, tiene diez años más que yo, es mi

más que primo, y también mi «padrino». Le educan para dirigir la fábrica. La

dirigirá, llevándola a la ruina. Se burla constantemente de mí, me llama

«cabecita», más tarde, cuando se trata de que me convierta en escritor, redobla su

desprecio. Es hábil con las manos, ha hecho construir, en un rincón del jardín, un

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pequeño taller de carpintería y de ferretería. Es seco, hace estudios brillantes,

pero no irá más allá de su padre.

Tras la muerte de Laure (el cáncer vela para poner fin a las situaciones sin

salida), todo el equilibrio entre hermanos explota. Seré arruinado (o casi) a los 24

años. Casas y parque arrasados, dejando sitio a un gran supermercado. ¿Casas y

propiedades arrasadas? Es una maldición particular. El mismo drama ocurrió en

la isla de Ré, a principios de los años 1940, porque nuestras casas molestaban a la

línea de tiro defensivo de los alemanes frente al océano. Reconstrucción lenta y

paciente. Pero, en el fondo, la destrucción tiene sus cosas buenas; para Burdeos,

por ejemplo, los encantos no se transmiten a otros de esta manera. Sin rastro

alguno, es mejor. O entonces, en Ré, nuevas paredes en el mismo sitio, nueva era,

nuevos placeres, nueva naturaleza vivificada.

Cáncer: Laure se eclipsa rápidamente en pleno verano. Marcelle justo antes:

cáncer de mama, ablación, arranque de energía. La enfermedad puede desarrollar

un nuevo cuerpo como si se desplomase, algo sé de ello. Es una lucha a muerte

con la muerte. La muerte es una proposición de suicidio, una tentación que

merodea, un deseo de solución y de abreviación, un deseo de contradeseo. Se la

asocia tontamente al sexo, rumia religiosa. Freud dijo cosas profundas sobre esa

ala sombría. Es cierto, se frecuenta poco el ala iluminada.

Aguardo, mis oídos zumban, me ahogo, acecho. Un día habrá, lo sé, lo siento,

una salida del túnel, un resplandor, una señal, una luz. Es extraño y normal que

ese período de la historia de Francia haya sido tan poco representado por el lado

luminoso y liberador. La literatura que lo evoca es la mayoría de las veces

sombría, perdida, deprimida, culpable. Infancias y adolescencias infelices bajo el

peso del fascismo o del comunismo, malestar de traición o de mercado negro,

miseria y vergüenza. Ausencia de la naturaleza, libido cero, horizonte cero. El

uno evoca el retrato de Pétain en la cocina de sus padres a medias colaboradores,

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el otro vivió bajo la mirada de Stalin, un tercero nunca se repuso de la derrota de

1940 vivida a caballo, otro, u otra pasó de golpe de Vichy a Moscú. Otro más no

acaba de recordar con pena a su padre traficando y a su madre de corazón seco,

otros no estaban allí sino en el norte de África o en otra parte, hoy los más

jóvenes parecen haber integrado un paisaje histórico que se ha quedado sin

historia, mundo pesado, impedido, cerrado con cerrojo, tachado. La sospecha

sistemática está en el programa, la separación organizada, la ignorancia

instrumentalizada en el sentido del pecado y de un disimulo humillado. Eres

culpable. Cien veces me han propuesto ese programa; por momentos fingí

aceptarlo, y luego no, no compré las entradas. El silencio, el exilio, la argucia. De

donde resultó, y todavía resulta, un frío inmediato entre mis compañeros y yo.

La fábrica, a mediados del siglo XX, se presenta así (papel de cartas):

Fábrica de Chapa

Galvanización de metales

Casa fundada en 1886

Joyaux Frères

125 Cours Gambetta

Talence, junto a Burdeos

Este pequeño Imperio, en el Cours Gambetta, va del nº 117 al nº 145. Mi

dirección está en el 121.

A principios de los años 1960, no queda nada de él.

Muy bien. Antes la destrucción que la ocupación por extraños.

Cuento mi visita de fantasma, más tarde, al supermercado que sustituyó a ese

mundo: Retrato del jugador** [Portrait du joueur], novela (1985).

*
Retrato del jugador. Barcelona, Lumen, 1988. Traducción de Arturo Firpo. [NE.]

18
Hacia los 13 ó 14 años, como advertido de un posible naufragio, hago muchas

fotografías de los lugares. Las contemplo de vez en cuando con estupor. Sí, es

desde luego esa hierba, esa pícea, ese bonetero, esas terrazas, ese gato limándose

las garras contra el tronco de una joven acacia. Y también esas verandas donde

oigo voces.

Como hay tres casas, se pasa de una a otra por el jardín. Uno está invitado a

almorzar en casa de Maxie o de Laure, al menos después de la guerra, porque

antes, a pesar del apoyo de la finca de Louis en el campo, fue necesario plantar

topinambures en los cuadros de césped. Recuerdo muy bien mi admiración ante

la aparición del pan blanco, un don del cielo, una verdadera eucaristía, una

delicia. La guerra ha terminado, los alemanes se han ido derrotados, abandonando

tras ellos modernos aparatos de radio que vamos a aprovechar, por la noche, mi

padre y yo. Música, enorme continente de música, donde cada vez va a destacar

más el nombre de Mozart.

Los ingleses van a volver (nunca habrían debido irse). Hacen interpretar El

Mesías de Haendel en la catedral de Burdeos. Por servicios prestados, somos

invitados en el consulado británico a una recepción en honor de la reina Mary.

Ella dice: «Ya hemos volvido a nuestra buena ciudad de Burdeos.» Me da un

beso, huele bien, muy emperejilada y empolvada, encantadora abuela. Estoy muy

elegante en mi pequeño traje de franela gris de pantalones cortos. En última

instancia, contra Juana de Arco y Napoleón, sin hablar de los locos furiosos del

siglo XX, los ingleses siempre han resultado vencedores (salvo en Irlanda). El

Príncipe Negro: «Eduardo, príncipe de Gales, el que regentó tanto tiempo nuestra

Guyena, personaje cuyas cualidades y fortuna tienen muchas partes notables de

grandeza... (Montaigne, primera página de los Essais**).


*
Los ensayos (según la edición de 1595 de Marie de Gournay). Barcelona,
Acantilado, 2007. Edición y traducción de J. Bayod Brau. [NE.]

19
20
Loco

Se puede entrar en la fábrica por una puerta oculta del jardín. Los

domingos voy allí, paseo largo rato por los talleres, por delante de los hornos de

esmaltar, a través de los taladros, cerca de las cubas de ácido, por las oficinas. Me

siento en el sillón de cuero de mi padre, abro sus cajones, robo papel, secantes. Es

una gran fábrica de dolores, los accidentes, terribles (quemaduras, asfixias, dedos

cortados), son bastante frecuentes. Todo está sombrío, hago resonar mis pasos y

mi voz, como para un exorcismo. Mundo subterráneo de las forjas, del metal, del

ruido que traspasa y transforma, el humo que sube por la chimenea. ¿Vivir aquí y

de esto, como ellos? Imposible. Está decidido, no haré nada. En realidad, hoy me

doy cuenta: nunca he trabajado. Escribir, leer, y luego de nuevo escribir y leer lo

que uno quiere, ocuparse del pensamiento, de la poesía, de la literatura, con

peripecias sociopolíticas, no es «trabajar». Es incluso lo contrario, de ahí la

libertad. En esa experiencia hay que conservar sin duda una confianza inmensa,

Pero ¿en qué?

Aquí la escena es muy precisa. Estamos en el campo, es verano, tengo 5

años. Estoy sentado en una alfombra roja oscura, mi madre está a mi lado y me

pide, una vez más, que descifre y articule una línea de libro infantiles. La be con

la a, ba, deletreando. Hay letras, consonantes, vocales, la boca, la respiración, la

lengua, los dientes, la voz. Cómo se encadena eso, ahí está el problema. Y luego

eso se produce, es el disparador, se abre, se desarrolla, paso como si atravesara un

río a pie enjuto. Estoy al otro lado del muro del sonido, en la orilla opuesta, al

aire libre. Oigo a mi madre decir estas palabras mágicas: «Bien, sabes leer.»

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Entonces me levanto, corro, o más bien vuelo por la escalera, salgo, corro como

un loco por el gran prado de los caballos y las vacas, me adentro más en el

bosque, sin dejar de repetirme «sé leer, sé leer», ebriedad total, compartida, me

parece, por las vides, los pinos, los robles, los pájaros furtivos.

Sé leer. Dicho de otro modo: Sésamo, ábrete. Y la cueva de los tesoros se

abre. Acabo de apoderarme del arma absoluta. Todas las demás son ilusorias,

mortales, grotescas, limitadas, ridículas. El espacio se dispone, el tiempo me

pertenece, soy Dios mismo, soy el que soy y el que seré, nacimiento, sí, segundo,

o más bien verdadero nacimiento, sólo en el mundo con esa llave. Podrá

perfeccionarse con el uso, pero se ha hecho, se ha realizado, está concluido.

La segunda escena tuvo lugar el día que cumplí los siete años. La expresión

«edad de razón» me intriga. Ha nevado, el borde de una balaustrada está cubierto

de blanco y de hielo. Me quito el reloj, lo coloco delante de mí, y espero a que la

edad de razón se manifieste. Evidentemente, nada especial, o más bien, sí: el

segundero adquiere de pronto una dimensión gigantesca y deslumbrante dando

vueltas en la escarcha que brilla al sol. Los segundos no acaban de sonar

silenciosamente como los latidos de mi corazón: la razón es el Tiempo mismo. Es

un gran secreto entre él y yo, inútil hablar de ello, estoy loco, es mi edad. Desde

ese momento, nunca he comprendido qué querían decirme al hablarme de mi

edad.

Mis hermanas son encantadoras, sin duda, pero una puñeta. Enseguida

aprendo de ellas la sorda y violenta enemistad de chicas y chicos. Clothilde tiene

cinco años más que yo, Annie tres. Quieren escoltarme constantemente,

vigilarme, acompañar, ayudarme a andar. Cuando volvemos juntos de los dos

colegios religiosos donde hacemos nuestros inicios, uno para chicas, otro para

chicos, en la misma calle, casi frente a frente, se empeñan en venir a buscarme,

en cogerme de la mano, en ir a su paso de buenas hermanas tranquilas. Se hacen

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las importantes, las pre-mamás, las responsables de mi existencia. Única

solución: desasir mis brazos y correr a todo gas para escapar de esa tutela de

malos ángeles guardianes. Corro, corro, no podrán atraparme, y peor si un coche

o un tranvía me atropellan, ese pequeño asmático tiene más de un truco en su

saco, es un cadete, un jinete, un caballo, un piloto de caza, un Spitfire de la Royal

Air Force, que pasa a través de las explosiones de la artillería al sol. Mis

hermanas regresan a casa enloquecidas y denunciadoras, reñidas una vez, diez

veces, y, como yo no paro, permiso por fin de ir solo. Tras esto, mis hermanas y

yo nos enfriamos. No tenemos ningún parecido físico, hasta el punto de suscitar

la pregunta: «¿De verdad el mismo padre?», y nada que decirnos. Nos queremos

mucho, por supuesto, incluso si no nos vemos más que una vez al año, ni siquiera

una vez. Están casadas, tienen muchos hijos, todo es para lo mejor en el menos

malo de los mundos posibles. Dicho esto, el tipo que de niño ha resistido a dos

hermanas mayores que él está blindado de por vida.

En mi cuarto de la esquina, que da al jardín, y donde, para escaparme de la

escuela, estoy la mayoría de las veces enfermo sin estarlo aunque estándolo, el

mobiliario, pomposo pero tranquilizador debido a la caoba (espléndida la caoba,

igual que la acacia es buena para las mejillas), el mobiliario es de estilo Imperio.

Cama, armario, butacas, biblioteca, escritorio, mesas con cajones, colcha verde

botella, detalles incrustados dorados egipcios, en fin toda la parafernalia. Soy

unas veces una esfinge, otras Moisés salvado de las aguas. Frente a mi cama,

regalo o más bien mensaje de mi madre, una reproducción de Reunión en un

parque, de Watteau. Apago mi lámpara, es ahí donde hay que dormir. Abro mis

postigos, es ahí donde hay que vivir. «¡Joyaux al paredón!» Mi cabeza rueda por

el serrín, pero la recojo tranquilamente bajo mi brazo y subo otra vez con ella, ni

visto ni oído. Como estoy loco, eso no tiene demasiada importancia.

Linterna mágica primero, aparato de cine después: el enfermo tiene sus

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exigencias. Tienen que llevarle todos los días revistas, periódicos, libros, sin

importar cuáles (la verdadera lectura llegará más tarde). El enfermo decide pintar

a la acuarela, pero es nulo. Escribe de su propia mano un diario ilustrado de

cuatro páginas de cuaderno escolar, que vende varias veces a su familia. Llega

incluso más lejos: se vuelve místico, convoca a todo el mundo ante un altar

improvisado sobre una chimenea, celebra misa en latín, obliga a aquellos

pecadores e incrédulos notorios a levantarse y sentarse con determinada cadencia,

eso le divierte cinco o seis meses, y luego abandona. Da luego espectáculos

pagaderos de linterna y de cine, o bien, escondido detrás de un sillón, con un gran

libro de imágenes abierto y colocado delante del público, da una conferencia

sobre África, Asia, los animales salvajes, la guerra de los boers, la vida de

Savorgnan de Brazza, las aventuras de los navegantes en el Polo Norte o en otra

parte. En resumen, es una tele por sí solo. En ocasiones, el público se permite

charlar mientras él habla, entonces impone multas y se comporta como un

consumado tirano. ¿Se creen acaso en la realidad esos ignorantes impostores y

esclavistas? Sancionados.

En el fondo no tienen gran cosa que hacer después de la cena, se aburren,

salen poco, aún no hay televisión, el enfermo es un precursor. Las mujeres sobre

todo se sienten demasiado felices de escapar a sus maridos atentos, a los

cigarrillos del uno, a la melancolía del otro. ¿Cigarrillos? Sí, el tío, con su

inagotable reserva de tabaco: le robo sus Camel, voy a fumármelos despacio al

bosquecillo de bambúes, pero me pillan (12 años). El hurto inocente me

conviene, y en este punto me entiendo muy bien con mi padre. Tiene la

costumbre de dejar la calderilla en una caja abierta de su armario. Cuando quiero

(no con demasiada frecuencia) cojo algunas monedas, él finge no enterarse.

Cuando más tarde me sorprenda con Eugénie, en el cuarto de la ropa blanca

donde, Dios sabe por qué, entró una tarde (ella está sobre mis rodillas, no hay

posibilidad de equívoco), se mostrará de una discreción perfecta. Ni una palabra a

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mi madre, no duda.

Los jueves Mlle. Roche, la costurera, ocupa ese cuarto ropero. Es una

viejecita solterona paraca en palabras, con gafas. Cose. Luego viene otra viejecita

también soltera, sin gafas, para las lecciones de piano. Según el código en uso,

mis hermanas deben saber leer y tocar música. Trabajo perdido, porque no les

hace la menor mella. Seguro que yo soy un cliente más dotado, pero voy a

esconderme en el fondo del jardín. ¿Lecciones? ¿Con esa chinche de sacristía?

Hablas. La música debe aprenderse de oído, el jazz estará ahí para eso.

¿Soldaditos de plomo? Los tengo a espuertas en el fondo de un armario, una

maleta entera. ¿Cine en mi habitación? Sí, con una obra maestra muda que me

abre el Oriente entero: La lámpara de Aladino. ¿Otros juegos? Las damas, mejor

que el ajedrez, y en ellas, creedme, soy imbatible: elijo las negras, y no tardo

mucho en ganar. ¿El bridge? Ellas lo juegan mucho (influencia de Louis), y hay

días de «bridge» y días de «té» (cubiertos de plata, pastas, mesas móviles). La

reina de los «tés» es Violet, la amiga inglesa resistente, que no se sabe cómo

salvó el pellejo. Es muy guapa, de ojos grises, secreta, me lleva a los tratamientos

de cura a Luchon, en los Pirineos, para mejorar mis oídos y mi asma,

insuflaciones, fumigaciones, hotel de lujo, conciertos de noche, relaciones

ambiguas. Nunca se dice hasta qué punto pueden las mujeres resultar

sensualmente emocionados por los muchachos, es extraño.

La lata es la montaña en verano. En cambio, en invierno, el esquí es una fiesta

en Super-Bagnères, en La Mongie, en Font-Romeu. Me sorprende haber sabido

mantenerme sobre los esquíes (fotos lo demuestran), haber descendido la nieve en

polvo durante horas, haberme caído cien veces lleno de alegría. Con el mismo

asombro vuelvo a pensar en mi capacidad para desbordar por el ala derecha, en

fútbol, y haber sabido tirar corners magistrales. ¿El mismo cuerpo que el que se

sofoca sobre un fondo de otitis y de fiebre? Pues sí, y eso es la prueba incluso de

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que puede haber varias vidas en una vida. ¿Jekyll respira difícilmente en una

habitación ahumada? Hyde, a los doce años, es una esperanza de la raqueta

francesa sobre tierra batida, sobre todo en la red. ¿Hace Jekyll novillos en todas

las clases que finge seguir de lejos, desde su lecho de dolor? Quizá, pero Hyde no

se cansa de correr a toda velocidad en bici por el campo y en el jardín (el viraje

allá al final de la alameda). La única desventaja es la natación: oídos, nada de

cabeza bajo el agua. Nado muy mal, tengo miedo a perder pie, siempre he

ocultado, al hacer vela, que apenas sabía nadar, esperaba el regreso a tierra

apretando los dientes, consciente de mi ridiculez. ¿La gimnasia? Cero. ¿La

cuerda, los anillos, el potro, todos esos instrumentos de tortura? Una pesadilla,

vértigos. Eximido de «educación física», por lo tanto eximido de educación a

secas. ¿Disciplina? Muy malas notas, revoltoso (cumplido disfrazado). ¿El juicio

más chusco al principio del liceo mixto, anexo del liceo Montesquieu, en pleno

campo de los suburbios de Burdeos? «Haz el chimpancé en el resalto de las

ventanas para divertir a las chicas».

Ninguna necesidad de sustancias alucinógenas: deliro mucho (pero la razón

más fuerte se funda en un gran delirio), sueño sabiendo que sueño, soy poroso,

estoy hecho de la misma tela que los sueños, la mayoría de las veces la realidad

no es más que otro delirio, por desgracia colectivo. El jardín sí que sabe todo. Los

dos jardineros, que se turnan, se llaman René y Ulysse. Sí, sí, Ulysse, allí, por la

tarde, carretilla, cubo, rastrillo, manga de riego, yendo y viniendo, luego

volviendo a su cobertizo. Los garajes, los graneros, las cocinas, las bodegas, ahí

es donde todo esto pasa verdaderamente. Poco a poco las cosas se precisan: las

bibliotecas están ahí, pero ellos las desprecian. Qué curiosos esos volúmenes

encuadernados nunca abiertos esperando detrás de los cristales, los pianos para

nada, los libros para nadie, y, en el fondo, esas misas y esas comuniones para reír,

esos curas débiles, esos bautismos, esas bodas, esos enterramientos de pasada.

Dios, si existe, es muy desdeñado en este mundo, pero quizá se le pueda

26
encontrar en las palabras, en las notas, en la oración personal, en el tiempo que

perder, sobre todo el tiempo gratuito.

Examino mi vida, y es maravilloso porque estoy examinándola a cada

instante. «Acuérdate»: la fórmula de este viaje la he pronunciado mil veces.

Acuérdate de ese recodo del camino, de ese bosque, acuérdate de ese momento,

con Eugénie, bajo los árboles. Proust se equivocó: no es la memoria involuntaria

la que devuelve el tiempo verdadero, sino la memoria voluntaria situada en el

centro. A su lado, muy cerca, se consigue la revelación. «Soy una memoria que se

ha vuelto viva, dice Kafka, de ahí el insomnio.» Borges contó la historia de un

hombre tan sumergido por la memoria que ya no puede dormir, a pesar de haber

tomado la precaución de no ir nunca a un barrio de su ciudad para no tener que

acordarse. Es el tema del Aleph, el mal infinito, ese vértigo. Es también la

experiencia del asmático (que Proust conoció tan bien): tiene delante de sí

demasiadas posibilidades de percepciones, y se ahoga con ellas, como un pianista

que tuviera que tocar sobre diez pianos a la vez. Imposible resolver esa ecuación

del exceso de aire, trampa matemática.

Dios, ¿si existe? Pero no tiene que existir, puesto que es. ¿quién? En este

punto las opiniones divergen, pero me da lo mismo, yo lo pongo en primera

persona, y punto. «Padre mío que estás en los Cielos» me viene muy bien,

«santificado sea tu nombre» también, porque ya tengo en perspectiva otro nombre

distinto al de mi padre terrenal. ¿Que «venga a nosotros tu reino»? No vendrá

nunca en el tiempo porque él es el tiempo. ¿«Hágase tu voluntad»? ¿Por qué no,

si la voluntad, es decir, el resentimiento y el espíritu de venganza nos impiden

entrar en el tiempo del tiempo? ¿«Dame el pan nuestro de cada día«? Te lo

suplico, que tu gratuidad se desborde y me dispense de trabajar. ¿«Perdóname mis

ofensas»? Te lo ruego, porque las ofensas de los otros hacia mí me parecen

estrechas, mínimas, idiotas, sin importancia. ¿«No me sometas a la tentación»?

27
¿Por qué iba a infligirme yo esa ceguera? ¿ «Y líbrame del Mal»? Yo no acepto el

Mal.

En cuanto a la Virgen María, no hay problema, soy un arcángel y la tuteo

inmediatamente (los italianos lo hacen bien). «Dios te salve, llena de gracia,

bendita entre todas las mujeres.» ¿Soy «el fruto de sus entrañas»? La palabra

entrañas me molesta (el italiano dice más delicadamente seno), y, en lugar de ser

un fruto, preferiría ser una flor. (Dante dixit). Incluso si muere, la madre del dios

que yo soy merece no morir. Además, ser un «pobre pecador» como los demás no

me salta a la vista. Que ella ruegue pues por mí, ahora, y en la hora de mi

resurrección, y en los siglos de los siglos, amén.

Hay una Anunciación divina, de Fra Angelico (c. 1395-1455), en Florencia.

El ángel es una mariposa de ensueño de alas coloreadas, la Virgen está pensativa,

la arquitectura es increíblemente sobria y ligera. Es el santo patrón de los artistas

y sobre todo de los pintores ese monje inaudito, y fue beatificado en 1982. ¿Por

qué tan tarde? Habrá que encontrar la respuesta. Pero el año antes (1981)

intentaron asesinar a un Papa en la plaza de San Pedro, en Roma.

En una de las bibliotecas hay viejas biblias ilustradas del siglo XVIII,

encuadernadas en cuero (Dom Calmet). El relato podría ser más claro, pero las

láminas de la vida de los hebreos en el desierto son magníficas. Entre nosotros,

creo ser uno de los rarísimos escritores franceses que conocen la Biblia a fondo.

Es indispensable: se abre e, inmediatamente, cosas sublimes y muy chuscas

garantizadas. Poco a poco, será la Biblia por un lado, los griegos y Voltaire por el

otro. Como la ignorancia aumenta, no lo lamento.

Vaya follón el catolicismo francés. En él se encuentra, todo revuelto, lo mejor

y lo peor. ¿El clero? La mayoría de las veces mediocre, refugio para neurosis,

exhibición de enredos sexuales. El cura de nuestra parroquia quizá sea un santo:

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de origen aristocrático, se dedica plenamente a los pobres y, sobre todo, a los

gitanos. Viene a sacarles dinero a mis padres una vez al año: es el denario

redentor del culto. Un vago primo pasa de vez en cuando a almorzar; es el

ejemplo del cura mundano, blablablá, aficionado a las casullas, a las albas, los

tapetes, las sobrepellices, divierte a mi madre haciendo el mariquita. Vaya, otro

más, que se va a casa de tía Maxie para tomar el té: se hace la vieja con las viejas,

huele a cirio, ellas miran de reojo ávidamente su pesado crucifijo.

En realidad, hay que decir las cosas: estos burgueses son implacables, los

curas son sus criados, sus agentes de mal opio. Dicho esto, el antiguo asunto

religioso no va bien, las beatas siguen ahí (y con razón), pero la antigua casa se

desmorona. A principios de los años 1950, la catedral de Burdeos todavía sigue

haciendo pública la lista de películas que pueden verse y no verse, informaciones

preciosas para los depravados en ciernes. El fervor ingenuo da paso al

aburrimiento. Místico a los 8 años, ya no lo soy a los 12.

Ese continente abandonado volverá a interesarme mucho más tarde, a través

del arte, la música, la poesía, la teología, Italia. Una cura severa y deslumbrada de

Dante me reconciliará con el esplendor católico, recubierto desgraciadamente por

el yeso y el sirope pudibundos. Mi padre no cree en ninguna de esas ensaladas

minuciosamente elaboradas, como la moral, para castrar a los hombres. Hay que

llevarle a rastras a misa de la que no quiere saber nada, ir a suplicarle

(falsamente) que «cumpla con pascua» por la salvación de su alma, o más bien de

su reputación social. Son las mujeres, por supuesto, las que insisten en ese deber.

Tampoco ellas creen en eso, pero el domingo es una ocasión para vestidos, para el

pequeño espectáculo. Por desgracia, la iglesia es fea, no hay la menor vidriera

encantada, ninguna duquesa de Guermantes en el horizonte, los tiempos han

cambiado radicalmente desde Proust, cuyo gran libro voy a leer un día, con

miedo a terminarlo de lo hermoso que es. Todo estará dicho entonces: iré a vivir

mucho tiempo en Venecia.

29
#

Inútil precisar que no hay que contar conmigo para el confesionario, los

cuchicheos a través del locutorio, todas esas confidencias de buenas mujeres

taimadas, obsesionadas, a través de su cura, por la sexualidad. Cuento al principio

cualquier cosa, luego dejo de ir, porque no cometo más que pecados «veniales» y

ninguno «mortal» (el sexo como pecado mortal, vaya pamplina). Los adultos se

engañan sistemáticamente. ¿Me creen preocupado por el más allá? Me envían a

un joven cura local que me farfulla una papilla alucinante de educación sexual:

los niños vienen de un tallo de amor que va hasta el corazón de la mamá a

depositar su semilla. Me da vergüenza por él, es demasiado idiota. Esta buena

gente hipócrita no sabe siquiera de dónde vienen los niños, ilusión cómica si no

estuviera tan difundida por todas las esferas de la sociedad, incluidas las más

intelectuales. Sí, claro que sí. Preguntad a un hombre o a una mujer que describa

correctamente los órganos genitales del otro sexo y su funcionamiento: estupor

garantizado. Y no hablo exclusivamente de anatomía. Al Dios bíblico debería

asombrarle más, se ocupa sin tregua de estas cosas. Este Creador es un

Procreador altanero. Un tal Jesucristo, un día, todavía se habla de ello, se fue de

la lengua, razón por la cual, en buena Ley, se le llama el Blasfemador. Tras lo

cual, fue transformado en sirope, craso error.

Baudelaire elevó la apuesta. Por un decreto de las potencias supremas (por lo

tanto angélicas), el poeta aparece en un mundo hastiado, y su madre, espantada y

llena de blasfemias, querría aniquilar ese «bubón apestado». Aclaremos las cosas:

el poeta es gracioso, inquietante, huele bien, de buena gana se lo comería uno,

pero tiene su idea, y, además, vive bajo la tutela invisible de un ángel. Lo miman,

lo adulan, pero él resiste, se calla, tiene un suplemento que no es el alma (de ser

el alma, habría arreglo), sino una extraña relación con el espacio, con el tiempo,

con las palabras. Su sexo intriga, lo presienten especial, equívoco, autosuficiente,

mal encajado, e incluso podría, si no se tiene cuidado con él, pensarse a sí mismo

30
en lugar de servir al sostenimiento social. Además, lo peor sería, si no se hace

cura, monje u homosexual, que vaya a retozar, con conocimiento de causa, con

las mujeres. ¿Qué madre podría aceptarlo?

Hay que haber visto a madres o a tías salir de una operación de fimosis (lo

comprobé gracias a un primito) serias, concentradas, un poco sonrojadas, mucho

más que en misa. En las circuncisiones, el mismo efecto: ahí acusan

decididamente el golpe, están muy pálidas. Eso les interesa intensamente,

demasiado, además de otras cosas. Ese órgano debe hacer niños, es su única

excusa, médica o divina. Si no, que vaya a Sodoma, eso nos aliviará, y que

practique lo que Claudel, en una fórmula exagerada pero divertida, llama «el

antisacramento excremencial».

Erección, eyaculación, esperma, son tan misteriosos para las chicas como

clítoris, vagina, menstruos o formación de embriones para los chicos. Eso se agita

en medio de la confusión, pero el único punto en común, no hay duda alguna, es

anal. Veréis que todo eso terminará con historias de dinero, de muerte por tanto. Y

en ruta hacia Balzac, el horror de las venganzas, la usura del resentimiento, los

silencios plomizos, el aburrimiento avinagrado y los cementerios. Los

cementerios están bajo la luna, el amor ha desaparecido del sol. A pesar de todas

sus negaciones y sus aires de importancia, los adultos son niños fracasados que

quieren transmitir a sus descendientes, a cualquier precio, ese fracaso, incluido

bajo forma de ascenso social. ¿La infancia? Un paraíso contrariado. Pues no, voy

a conservarla. No hay motivo alguno para renegar o desertar de la infancia propia

para adaptarla a la de los demás, la mayoría de las veces humillada, infeliz o

limitada.

Cómo me divierto tomando en serio esa historia de «ángel guardián», avanzo

bajo su tutela en medio de las flores. Estar loco, es decir, verdaderamente

razonable, y no trabajar nunca, exige mucho arte y ciencia. A veces se comprende

31
incluso entre locos. Pienso en esa vieja y hermosa tía, mujer de un pariente lejano

ciego, un notario que vivía en el Gers. Se les acoge un mes por año (la herencia),

él fuma mucho en su sillón de cuero, a su mujer, Marthe, se la tiene por chiflada.

Veo de nuevo su hermoso rostro extraviado, sus ojos de un gris verdoso. Nadie le

presta atención, la evitan como a una leprosa, pero yo la quiero, la observo, sé

que oculta su juego, que está encajonada en su papel de caos e incoherencia. Qué

extraño fantasma vivo, qué aparición, qué fuerza. Una tarde (estamos solos), ella

mira caer la lluvia, por la puerta-ventana del salón sobre el jardín, y constelar los

cristales. Me acerco a ella, le pregunto qué piensa, y me responde lentamente,

muy sensata, esta frase extraordinaria (todavía la oigo): «Pienso en las vicisitudes

humanas». Me vi obligado a ir al diccionario. Vicisitud (latín vicissitudo): sucesos

felices o desgraciados que afectan a la existencia humana (en plural la mayoría de

las veces: las vicisitudes de la fortuna).

No hay duda de que se trataba de sucesos desgraciados, e incluso muy

desgraciados (la prisión notarial en provincias con un marido que se ha vuelto

ciego, los secretos irrisorios de los divorcios, de los testamentos, de las

donaciones y de las sucesiones). Pero ¿de dónde sacó esa frase? Me mira

fijamente, ojos de lechuza, y, de pronto, porte soberano de diosa. Un minuto más

tarde, vuelve a delirar y a desatinar. ¿Mensaje recibido, pequeño debutante? Claro

que sí, cinco de cinco, belleza terrible.

Justo antes de «la edad de razón» murió un viejo tío cura, su cadáver está

tendido en una habitación de la casa de Maxie. Es verano (en nuestra familia se

muere mucho en verano), el sol calienta. Mi madre me pide que la acompañe, me

hace entrar en la habitación mortuoria increíblemente tranquila, y me dice: «Mira,

eso es un muerto.» Lo cual quiere significar: nada. A este respecto, las mujeres

tienen momentos muy extraños. Fue en esa misma habitación donde mi abuelo

paterno murió. Como está agonizando y le horroriza el olor de la cera, su mujer

(una santa mujer que juega bastante bien a las damas) se pone a encerar

32
enérgicamente por todas partes. Muere por tanto en olor de santidad, maldad de la

angustia y de la desesperación, estupidez funesta. Unos años después, la santa

mujer agoniza en el mismo sitio, y su hijo mayor (Maurice) quiere a todo trance,

con la jeringuilla en la mano, aliviarle los sufrimientos. Su hermano (mi padre) le

sorprende cuando va a pincharla, llegan a las manos, y el eutanasista aficionado

se desmorona sollozando.

¿Cuál de los dos es el mejor hijo? Telón.

33
Descubrimientos

Empiezo a comprender que la clave de las situaciones se encuentra en el sexo

y los libros. El sexo porque, después de algunos años sombríos en el colegio,

donde la única tentativa pedófila que haya sufrido en mi vida fue el extraño jadeo

de un profesor de matemáticas amenazándome, si no hago progresos, con

bajarme los pantalones y darme una azotaina delante de toda la clase (mensaje

codificado, sin duda, pero incomprensible, debido a sus modestos orígenes),

pronto elegí, al llegar al liceo, un compañero de pajas, un alumno de mi edad al

que aquí llamaré Jean, o mejor Jeannot. ¿Cual de nosotros dos empezó? Es difícil

decirlo. Sea como fuere, nos divertimos mucho juntos durante dos años por lo

menos, y de la forma más agradable. ¿Era guapo? De hecho, no, y además el

problema no era ése. ¿Inteligente? Mucho, y además familia de profesores, una

baza de razón y de información, sin religión, buen humor. Esa habrá sido mi

única experiencia «homosexual» (o más bien pederástica, las furtivas relaciones

ulteriores con algunos travestis muy femeninos no entran en la misma categoría).

Simple comparación de erección, en suma. Ninguna inclinación, e incluso

repulsión, por los pesados adultos de mi sexo. Las mujeres mayores, en cambio,

sí, y cuánto lo veremos más adelante. En cualquier caso, los numerosos retozos, y

sobre todo jardineros, con Jeannot fueron cesando poco a poco con la aparición

del esperma, sorprendente, del que no se habla nunca, dado que el proyector

familiar y social está enfocado sobre las reglas de las chicas. Resumen: pajeo

solitario, a veces acompañado, y luego, enseguida, las mujeres, no las muchachas

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ni las jóvenes. Estas últimas no saben hacer nada, es un aburrimiento.

En cuanto a biblioteca, fue la isla del tesoro. En casa de Maxie, la sala tiene

una puerta-ventana que da a un pequeño bosque de bambúes. Estoy en China.

Lluvia, soledad, ratos tendido sobre la alfombra de flores, cuerpo olvidado,

delicias. Las grandes ediciones ilustradas de Jules Verne están allí, Veinte mil

leguas de viaje submarino, Robur el conquistador, La vuelta al mundo en ochenta

días. Pero también La Jerusalén libertada, el Ariosto, las Mémoires d’outre-

tombe. Las obras completas de Fénelon (venidas ¿de dónde), todo Balzac.

Imágenes, pero nada erótico. En casa de Laure, en cambio (primer piso, a la

derecha, cedro delante de la ventana abierta), los libros sobre pintores ocupan una

estantería importante. Y allí, por fin, lleno de deslumbrantes mujeres desnudas, un

poco gordas, Rubens, por ejemplo, ese aventurero mayor. En nuestra casa, estilo

más «moderno», Giraudoux (ilegible), Colette (demasiado azúcar), Proust

(iluminador), pero también todas las novelas de la «Bibliothèque verte», sobre

todo Jack London, y James Oliver Curwood, Bari, perro lobo. Cuando su lectura

me engancha, soy un perro en el Polo Norte. La revelación que anda por allí es,

sobre todo, un libro ilustrado sobre la antigua Grecia, jarrones naranja y negro,

danzas, persecuciones, ninfas, sátiros, dioses, diosas, todo ello como surgiendo

del jardín profundo.

Me doy cuenta de que soy sonámbulo. En el tejado, en el borde de un

canalón, la cosa está a punto de terminar mal. Esa vida independiente del cuerpo,

o, mejor, de los cuerpos múltiples que contiene un cuerpo, me intriga. Soy más

ligero, más independiente, más libre de lo que creo. Estoy seguro de haber volado

en las escaleras, nadie podrá demostrarme lo contrario. Del mismo modo, a

menudo me veo flotando por encima de las aceras, en la calle, cuando no es el

verdadero vuelo de pájaro planeando sobre los árboles. Estas sensaciones son

embriagadoras, de muy buen augurio. Heme aquí, en plena noche, cerca del

35
gallinero dormido. Tengo frío, abro los ojos, vuelvo a paso de lobo hasta mi

cama. En otra ocasión, pero ocasión decisiva, me encuentro a las 3 de la mañana

sentado en mi mesa, con la luz encendida, leyendo L’Homme et la mer, de

Baudelaire. Se comprende mucho mejor con los ojos cerrados, durmiendo:

Home libre, toujours tu chériras la mer!

La mer est ton miroir; tu contemples ton âme

Dans le déroulement infini de sa lame,

Et ton esprit n’est pas un gouffre moins amer6.

Y sobre todo

Vous êtes tous les deux ténébreux et discrets:

Homme, nul n’a sondé le fond de tes abîmes;

O mer, nul ne connaît tes richesses intimes

Tant vous êtes jaloux de garder vos secrets!7

Estamos lejos de todo, en el sudoeste, y ya es la época de la vendimia. Me

autorizan, niño, a bajar descalzo al gran lagar. No mucho tiempo, porque eso

trastorna. No me gustan las uvas, pero mucho el vino, quiero decir ese, no hay

otro. Se come y se bebe muy bien. El ritual bordelés es conocido: ostras y

salchichas aplastadas de entrada con sauternes helado, sábalo con acederas con

6
«Hombre libre, ¡siempre amarás el mar! / el mar es tu espejo; tu alma
contemplas / en el vaivén sin fin de su ola / y tu espíritu no es un abismo menos
amargo.» [NT.]
7
«Los dos sois tenebrosos y discretos: / Hombre, nadie ha sondeado el fondo de
tus abismos; / ¡nadie conoce, oh mar, tus íntimas riquezas, / tan celoso estás de
guardar vuestros secretos! [NT.]

36
saint-émilion ligero, entrecot con setas con margaux, helados con el sauternes del

principio, a temperatura ambiente. Buena siesta o buena noche a todo el mundo.

El habitante de la casa, nunca ebrio, siempre está más o menos entre dos vinos, ha

dormido su viña, sabe de dónde viene.

Nada de hipocresía: en esa época no se dice «empleada del hogar», sino

criada, cocinera, asistenta. Diferencias sutiles, cuerpos variados. Siempre hay

cuatro o cinco, esa es la ironía popular. A los 12-13 años ando con ellas; y me

ofrezco a ellas. Se sienten molestas, pero divertidas, y en la mayoría de los casos,

la cosa seguirá adelante.

Sobre todo Thérèse, la bella sangrienta. Hay que verla cargarse un conejo,

sangrarlo, colgarlo de la pared y quitarle la piel casi con un solo movimiento, o

también cortar la cabeza de un pato que, decapitado, echará a correr un momento

todavía por los macizos de flores, para tener una idea de la belleza inmediata e

inocentemente cruel de esa sólida y bella campesina de 30 años. Voy con

frecuencia a contemplarla en su cocina, sobre todo cuando trincha o deshuesa la

carne. Basta mirarse para comprenderse. Me permite tocar sus senos (magníficos)

bajo la blusa, e incluso un ligero beso en la comisura de la boca, hop, se acabó.

¿He comido «sangrecilla», sangre del animal degollado, cocida en un platito de

huevos azul esmaltado? Pues claro, y estaba muy buena, con un poco de perejil.

Mucho me temo que hoy no podría repetir esa hazaña.

Y además está Janine, marimacho y poco deseable, con la que hago

excursiones en bici por el campo, a lo largo de las viñas o por caminos de maleza.

Y además Madeleine y Denise, verdaderas mujeres que me masturban de pie, en

el fondo de los garajes, con un curioso placer, según parece. Y luego la llegada de

Eugénie, pero sobre ella hay que leer mi primera novela, Una extraña soledad.

«Ella llegaba. Llovía y, desde mi ventana, sólo veía el techo de los paraguas,

los bajos de su falda, sus tobillos. Vértigo de voces animadas, cuando todo puede

37
depender de una sola, y uno se esfuerza, prestando oído, en distinguir su caminar

incierto, sus puntuaciones, sus intervenciones. Reíamos, buscábamos palabras.

»Subíamos las escaleras. Aquella vez no pude más. Cruzando el descansillo al

menos tendría la excusa de un desplazamiento natural. Pero enseguida estuvimos

frente a frente. Sólo vi sus ojos. Tomaron posesión de mí con tanta ironía que

apenas pude balbucir unas palabras amables, inclinarme, sonreír. Aquellos ojos te

miraban, cosa a la que yo apenas estaba habituado, por desdén, sin duda, de

otorgar a alguien más ese poder. No tuve tiempo de reconocer el color de aquella

mirada, ni el rostro del que emanaba. Iba vestida de negro, realmente oscura,

como una sacerdotisa o lo que se quiera de severo y de imponente. Todavía hoy

no puedo ver a una mujer de luto sin volver a verla, a ella, morena y sombría, con

todo el brillo de la insolencia y la alegría en los ojos.

»Durante la cena observé a Concha directamente, y ella sostuvo mi mirada.

No rechazaba ni entablaba el combate, y sus ojos, curiosos y fríos, se posaban en

los míos, sin que yo pudiera decidir si estaban a favor o contra mi deseo. Como

todos los ojos admirables, me daba cuenta de que tenían un color difícil de

identificar, ni marrón ni verdes, con una macha púrpura de la que se habría dicho

que sabía utilizar. Lamentaba verme obligado a hablarle, porque mi observación

disminuía, pero yo era el único que hablaba suficiente español, y como ella sabía

mal el francés estaba obligado a servirle de intérprete. Enseguida esa complicidad

de lenguaje me pareció que creaba otra, más profunda. Yo amaba cuando su

rostro se volvía hacia mí para un llamamiento mudo, una traducción.»

Amor, con el tiempo, ya no sé, pero pasión, desde luego. La pasión es el

imperativo de presencia, porque esa presencia nunca habría debido presentarse, y

porque en cierto modo confisca el tiempo mismo. Es «la gran diosa del Tiempo»

que llega a ser Albertine para el narrador de la Recherche. La providencia, sí, el

enorme golpe de suerte que luego domina vuestra vida. En cualquier caso, ahí

voy a descubrir, por primera vez, el largo beso profundo en la boca, y lo que le

38
sigue como conocimiento: quien bien besa, abraza todo.

Pero por el momento sigo corriendo por el jardín, curándome, transformando

mi vulnerabilidad y mis enfermedades en fuerza. Bici, fútbol, tenis. Tengo mi

ritual, que repito de veinte a treinta veces al día: doy la vuelta a las casas, paso a

través de una terraza, por encima de un muro, bajo corriendo entre los boneteros,

vuelvo a empezar, invento distancias infinitas, me evado, me escapo, voy cada

vez más deprisa, domino un círculo mágico con las palabras o más bien con los

encantamientos necesarios, me escapo, no me encontrarán jamás. Ese es el

significado de las cabañas infantiles, pero también de la salida de Egipto del

pueblo hebreo, una columna de fuego o de humo le guía. Mi columna es

invisible, poco importa si se trata de Dios o del Diablo (más bien del Diablo,

después de todo), salgamos de aquí, e incluso de ese planeta, con la aprobación

evidente de ese lindero de hortensias.

Otra prueba, ésta visual: subo a una de las habitaciones del granero, miro

fijamente al sol, quiero que empiece a descolgarse, a arremolinarse como para un

fin del mundo, tipo Fátima. Me sorprende no haberme quemado las retinas con

esa locura, síntoma espontáneo y glorioso de paranoia. No sólo el paranoico tiene

enemigos, sino que les sonsaca una energía termonuclear considerable. Soy una

secta y una religión yo solito, un águila que mira al sol de frente, un egipcio de

alto vuelo, la cima de la pirámide, eso soy yo. Cederá bien quien ceda primero, el

disco llameante o yo. Me inicio despacio, recibo la luz, salgo de las cuevas y de

la local tumba cloacal, triunfo de mi esqueleto, me transfundo en las galaxias, soy

inmortal, eso es.

O también: esa habitación del granero es un templo, una lanzadera

interespacial, un día u otro acogerá a una extraterrestre que se presentará, ofrecida

y desnuda, sobre la cama. Será Eugénie, y esa cama será nuestra cama.

En las bodegas, las barricas, las botellas, los botelleros, el olor a tierra

39
profunda, las inmersiones en penumbra con ella. En el granero, las maletas, los

papeles, el maravilloso polvo, y el sol fijo en el centro, antes de bascular hacia

sus mejillas, su cuello, su boca, su pelo, sus brazos, sus senos, sus muslos y, sobre

todo, su risa. Gira, tiovivo, llega hasta mí. «Ven a mi llamada, Musa de la túnica

de oro.» Esto es Píndaro, un lejano habitante de las luces.

O bien, con un amigo cogemos esa barca blanca, remamos por la cuenca de

Arcachon, hacia los Abatilles, el Moulleau, el Pyla, vamos hasta los bancos de

arena, a lo largo de la gran duna, pescamos al arrastre, cañas con mejillones en

los anzuelos, cogemos peces que colean sobre los pies descalzos, pero no

siempre. Calafateamos la barca con almáciga, cuyo olor, junto con el de la cera

para los esquíes, aún sigue viniéndome a la nariz.

La villa, en medio de los pinos, tiene un bungalow de ensueño, chaises

longues de mimbre, cojines azules. En el pueblo de al lado, cerca del agua, el

vendedor de helados se llama El Cucurucho de amor. Llegamos enseguida en

bici, monedas sisadas aquí y allá, dos bolas más de chocolate, y el manillar brilla.

¿Cómo hice, sin hacer nada, para proseguir unos estudios más bien correctos,

para no repetir curso, pasar oposiciones y encontrarme, siempre tan asombrado y

ausente, en unas aulas universitarias donde habían tenido lugar cursos de

matemáticas financieras? Francamente, no lo sé. Debí de llenar folios, pero a mis

ojos todo está en blanco, ningún recuerdo, impresión penosa, sino certeza, sin

tregua, de que todo eso carece de importancia. ¿Me beneficié de un favoritismo

social? Ni eso siquiera, más bien lo contrario, porque los profesores de liceo

formaban parte en su mayoría del movimiento comunista (por lo tanto irritados

con aquel hijo de burgués inconsecuente), y mis condiscípulos (incluidas las

chicas) no me tenían ninguna simpatía. Algunos, a pesar de todo (sobre todo

Jeannot), debieron de prestarme sus deberes, que copié en seguida (sé hacerlo), o

bien la escuela de la República ya se hallaba en esa época en un estado de

40
hundimiento total. El francés, el latín, la historia, bueno, pero, ¿y después? El

español, muy bien, y con razón. El inglés, aceptable, más tarde el italiano, y dos

años de chino, para ver. Aquel viejo profesor de español cuenta con toda mi

gratitud: ante mi extraña facilidad para manejar esa lengua (lecciones muy

particulares de Eugénie), me ofrece su traducción de El cortesano, del fantástico

Gracián.

Vuelvo a encontrar mi cuaderno de notas del liceo Montesquieu del año 1948-

1949. Apreciación general: «Charlatán y disipado; pasaría el tiempo divirtiéndose

y paseando durante el estudio».

Admitido, no sé cómo, en la oposición del ESSEC 8, después de haber sido

admisible a HEC9, hago apariciones en esa escuela entonces altamente fantasiosa,

sin acabar el ciclo, porque, a fuerza de hacer novillos, termino por no ir. Mis

padres me han impuesto esa orientación, la de mi más que primo, con vistas a

codirigir la fábrica. Una bobada, pero me mandan dinero, con eso me basta. Y

luego todo cambia muy deprisa, publico un libro.

Moraleja: el que quiere seguir su aventura personal, pasando desapercibido e

intachable, puede hacerlo. A quien no quiere que le cojan no le cogen. Quien no

busca la ley se limita a tener con ella relaciones puramente técnicas. A quien se

sabe invisible no se le ve. La misma indiferencia, más tarde, cuando las cámaras

de televisión rueden.

La clandestinidad, si viene dictada por el placer, se aprende enseguida. Basta

con amar, por encima de todo, estar solo, pues toda la desgracia de los hombres

consiste en no poder estar solo en una habitación; basta, pues, tomar el partido

contrario, pero con mucha firmeza. A partir de ahí, estás en lo que no se puede

observar, nadie sospechará nada, no más que las gotas: has tomado la tangente

8
École Superieure des Sciences Économiques et Commerciales.
9
École des Hautes Études Commerciales.

41
necesaria.

¿Cómo es posible que Voltaire haya escrito a Tronchin en 1761:

«A veces, tomo mi felicidad por un sueño. Me costaría mucho deciros cómo

hice para volverme el más feliz de los hombres. Me atengo al hecho,

simplemente, sin razonar»?

Y todo esto ¿a qué fin? No está todavía claro, pero el imán es la poesía, sólo

ella. Baudelaire, Rimbaud, todos los demás, en el mayor desorden. Desde el

momento en que eso suena, en que el ritmo del pensamiento está ahí, respondo.

Todavía poseo mi vieja edición de los Chants de Maldoror y de las Poésies de

Lautréamont, totalmente subrayada y desgarrada, leída y releída hasta dormirme.

El otro ejemplar leído y releído, todo harapiento, es el Ecce Homo de Nietzsche:

«Sólo encuentra gusto en lo que le hace bien. Su placer, su deseo cesan desde

el momento en que sobrepasa la medida de lo que le conviene. Adivina los

remedios contra lo que le resulta perjudicial; hace que los males azares se

vuelvan una ventaja para él: lo que no le hace morir le hace más fuerte. De todo

lo que ve y oye, de todo lo que le pasa, sabe por instinto sacar provecho de

conformidad con su naturaleza; él mismo es un principio de selección; deja pasar

muchas cosas sin retenerlas. Siempre se complace en su propia sociedad, sea la

que fuere la que frecuente, libros, hombres o paisajes: honra al escoger, al

aceptar, al confiar en alguien. Reacciona lentamente a todas las excitaciones, con

esa lentitud que deriva, por disciplina, de una larga circunspección y de un

orgullo deliberado. Examina la seducción que se acerca, se guarda mucho de ir a

su encuentro. No cree ni en la mala suerte ni en la culpa. Sabe acabar consigo

mismo, con los otros, sabe olvidar — es bastante fuerte para que todo deba girar,

necesariamente, en ventaja suya.»

42
París

Son además esos libros (junto con los surrealistas y Sade) los que van a hacer

que me expulsen de la escuela Sainte-Geneviève, regentada por los jesuitas, en

Versalles. Mis padres comprendieron el escándalo Eugénie y me enviaron allí a

manera de exilio. Los cuartos de los alumnos son registrados regularmente, los

reverendos padres caen sobre esas abominaciones cuidadosamente guardadas en

mis cajones. Seamos justos: no es el único motivo de mi expulsión. Todo, o casi

todo, me importa un bledo.

El número cosido sobre mis ropas es el 5. Todas las mañanas tenemos que

bajar a las 6,30 al parque para una clase bautizada «bocanada de aire.» Aseo con

palangana, agua helada, ducha dos veces por semana, alimento incomestible, tipo

tortillas con polvo de huevo. Capilla y recapilla, saludo a la bandera

(preparaciones para Saint-Cyr, Naval y Politécnica). A los pobres tipos que

preparan HEC los apodan los «tenderos» y están considerados como débiles

mentales y la hez de la sociedad, lo cual, por lo demás, no es falso. Ni siquiera

me pregunto qué hago allí, espero a que pase.

El momento es grave: la fe se apaga, la juventud carece de carácter, empieza a

criticar a la familia, el trabajo, la patria, los valores en general, y quizá incluso la

religión, hasta la existencia de Dios, el colmo. El ejército está en peligro, como

subraya el periódico de la escuela, de titulo enérgico: Servir. El Diablo anda

merodeando, y mis lecturas, confiscadas en mi cuarto, demuestran que soy un

secuaz de Satán. Sobre todo porque mis reiteradas ausencias a la capilla

43
enseguida son observadas y denunciadas. Más grave: nunca voy a confesarme;

aunque la confesión no es obligatoria, se aconseja insidiosamente. Un descreído,

por tanto, que sería capaz de ser jesuita si la jesuitismo estuviera prohibido o

perseguido. Los jesuitas huelen ese tipo de excepción: « Usted está hecho para

nosotros», me dice el rector, sobando nervioso el cuello de mi chaqueta, antes de

descubrir, abyección, que he ido con un amigo a escupir sobre el monumento a

los muertos (ese monumento en el que un día el nombre de otro amigo será

escrito, durante la guerra de Argelia).

Sí, el momento es grave, todo se desmorona, todo nos amenaza, todo se

disgrega. El Imperio francés hace aguas por todas partes, es la caída de Dien Bien

Fu (mayo de 1954 por lo tanto); firmes durante toda una noche en el patio,

bandera a media asta, luto nacional. Eso no ha hecho más que empezar, el planeta

cambia de eje.

Antiguallas de ese tiempo: todavía existe la «novatada», humillación

programada de los recién llegados, parodia de iniciación idiota. Deben andar a

reculones en el patio, respetar a los «viejos», limpiarles los zapatos, hacerles sus

recados, presentarse a cada instante en posición de firme ante ellos, no darse tono,

en caso contrario veinte o treinta flexiones tendido en tierra. Lo máximo es una

carrera por el parque de Versalles con capirote en la cabeza, las piernas desnudas

golpeadas con ortigas, ingestión de una gruesa tostada de alajú untada de

mostaza, luego simulacro de lanzamiento al agua del gran canal del castillo. «Uno

no nace hombre, se vuelve», chilla un pseudo-coronel de Beauvoir (broma

lamentable, dado que los jesuitas se pusieron de parte de Camus frente a Sartre, lo

cual me hace a Sartre definitivamente simpático, incluso si más tarde llego a

criticarle). En resumen, todo esto apesta a dormitorio cuartelario, a fascismo

homosexual instituido, a galeote, a cagadero, la mierda. He visto esas jetas de la

estupidez francesa que van a ir a machacar al árabe (o más bien al «ratón»). Las

44
he visto, y he vomitado ante esas jetas. Después de «¡Joyaux al paredón!», ahora

es «¡Joyaux aristócrata!» gritado por burgueses o pequeños nobles vergonzantes

que no tardarán en dejarse matar en los djebels. Los otros se casarán, tendrán

hijos y ocuparán, como suele decirse, buenos puestos en los negocios. Hasta

vendrán a pedirme, una vez conocido mi nombre de escritor, que les hable en

calidad de antiguo alumno de la escuela. Y les doy una lección: es mi mujer,

Julia, la que, como psicoanalista, les da una espléndida conferencia de crítica

teológica. Aplauden sin comprender nada, que era lo que había que demostrar.

Leo ávidamente mis libros prohibidos bajo la lámpara. Subrayo frases, las

aprendo de memoria, tomo notas, garrapateo, escribo, corrijo, escribo. De todos

modos, una noche hay un concierto de canto en la capilla, Purcell, no lo olvidaré

jamás; la música clásica, tras el jazz y el flamenco, viene a irrumpir en mi vida. Y

luego una prestación memorable de un viejo jesuita que cuenta su experiencia en

China: es la primera vez que oigo hablar de alguien que ha vivido en ese enorme

país. El padre Bonnichon (ese apellido no se inventa) se ha fijado en mis

cualidades de disertación, pero me pone adrede malas notas y llega a leer, ante la

clase estupefacta, mi redacción, nota 2 sobre 20, como ejemplo de lo que no hay

que hacer.

No estaba mal pensado, pero se necesita algo más para engatusarme. El padre

Bonnichon quizá sea un eminente personaje de una novela católica (y en efecto lo

es), pero yo no estoy ahí para recoger la antorcha de un masoquismo tan patético.

Bonnichon me convoca a su estudio de vigilancia, me mira desde el fondo de su

experiencia de la nada, la boca algo babosa y torcida; querría gustarme como yo

le gusto, pero es trabajo perdido. Todos estos internos, guardianes incluidos, son

virgos extravagantes, y yo tengo algo mejor que hacer. Virgos católicos, laicos

mal jodidos, qué cuadro educativo, qué patología de la autoridad. Y eso, supongo,

debe de seguir igual.

45
Jueves por la tarde, libre: voy al parque de Versalles, lo conozco de memoria

de alameda en alameda, de estatua en estatua, de fuente en fuente. Es mi casa, es

mi infancia con más años. Ando, me siento, vuelvo a caminar, grava que rechina,

oquedales, claros. Allí volveré un día, no solo, al Trianón.

El domingo, libre de la mañana a la noche; tomo el tren a París hasta la

estación Saint-Lazare, y entonces, allí, la gran vida hasta las 22, restaurante, caza

de putas, una de ellas me valdrá mi primera infección. Irritante, pero no grave.

Eugénie está lejos, me hago a la idea de que en adelante habré de pasar por

satisfacciones más vulgares. No es que las putas de París sean desagradables, al

contrario. No terminaría de hacer su elogio, e incluso de tratar de encontrar a

aquella pequeña maravilla viva de 25 años (yo tengo 18) que trabajaba por la

Madeleine, y que me propuso a mí, estudiante, hacer la calle para mí, tras

haberme regalado una bonita corbata. De vez en cuando, en la entrada a las casas

de citas: «Al menos no es menor, ¿verdad?»

Esto llegó más lejos todavía en Barcelona, en los últimos resplandores del

barrio Chino, con las admirables putas catalanas, las mejores del mundo (sus

abuelas vieron pasar y actuar a Picasso). ¡Vamos! ¡Ánimo!

Al día siguiente vuelvo corriendo a la escuela, me pierdo la «bocanada de

aire». En resumen, año y medio así, y luego, buenas noches, despídanme como yo

les despido, no hablemos más, Ad Majorem Dei Gloriam, para mí Joyce, para mí

Loyola, para mi Gracián a través de los siglos.

Todos deberían contar sus experiencias, los escritores, los poetas, los

filósofos, los curas, los curas de la sombra, los políticos, los banqueros, los

policías, los militares, los oradores revolucionarios, para que se vea un poco a

través.

Muéstrame tu infancia y tu adolescencia, y te diré quién eres.

Me río, de pasada, de las revelaciones de ese mediocre escritor alemán,

Günter Grass, premio Nobel de literatura, cuando confiesa que fue Waffen SS a la

46
edad de 17 años para escapar a su asfixiante familia. Grass, quizá se recuerde, fue

la gran conciencia social-demócrata de la posguerra. Los hipócritas se indignan

por su largo silencio antes de la confesión de esa «mancha», pero nadie plantea la

verdadera cuestión: ¿porqué Grass tuvo ganas de esa incorporación. ¿Para

escapar de su familia realmente? ¿O más bien para no saber nada de los deseos de

la época? ¿Qué deseos, por otra parte? Explíquense ustedes claramente (o lean

entonces la extraordinaria novela de Jonathan Littell, Les Bienveillantes**,

confesión de un oficial de las SS, que busca, a través de un matricidio, una fusión

incestuosa con su hermana via la sodomía pasiva, una salida imposible fuera de

las masacres de pesadilla). Dios mío, Dios mío, qué miseria: cristiana,

conservadora, socialista, fascista, comunista, social-demócrata, reaccionaria,

progresista, etc. ¿No podría escapar uno de estos decorados de conjunto? Dígame,

Grass: a los 17 años, ¿a quién tenía usted ganas de follarse? ¿Y usted, Bourdieu, y

usted, abate Pierre? ¿Y ustedes, Stalin, Mussolini, Franco, Pétain, Hitler? ¿Y

usted, Bush, Ben Laden? ¿A los 17 años? Pero todo esto ya está resuelto, desde

luego, gracias, Freud.

Adherirse a las Waffen SS a los 17 años es como si yo, a la misma edad,

hubiera tenido ganas de ser paracaidista o torturador francés. En el fondo, poco

importa el contexto histórico: la inclinación, el gusto, todo está ahí. Cada cual

tiene gustos , pero dígasenos francamente por quién y por qué. Si es por el anal

masculino (activo o pasivo), id a la miseria masoquista o al dinero predador, se

parece, cada vez más, al futuro. La mierda como futuro.

Por lo menos a mi española, llegada del País Vasco cruzando la montaña (fui

a ver el camino secreto de los inmigrados clandestinos), no le preocupan

inhibiciones ni prejuicios. Viene de la Guerra Civil, es anarquista, se refugia en

*
Las benévolas. Barcelona, RBA, 2007. Traducción de María Teresa Gallego
Urrutia. [NE.]

47
Burdeos, tiene 30 años, yo 15. Es muy hermosa y rara para ser asistenta, me

agrada, yo le agrado: acción. De ella aprendo la boca y la lengua, el interior del

cuerpo femenino, su dulzura violenta, su insolencia. Me enseña la jerga sexual (la

traduzco a francés), y algunas frases en vasco (¿de qué planeta desconocido

vienen esas palabras?) No sólo la amo, sino que la admiro: ironía, disimulo, valor,

discreción, destreza. Duerme conmigo cuando ellos se han ido, es demasiado

raro. Cuánto nos divertimos, cuánto gozamos.

Volveré a verla en París, lo cuento en mi novela, mi vida en la marginalidad

española. Y luego, desaparece: en Argentina, creo.

En París, falso estudiante que goza de prórroga militar, cuando empieza la

guerra de Argelia (a la que no se tiene el derecho de llamar «guerra» sino

«mantenimiento del orden»), vivo cerca del Luxembourg, en una habitación del

hotel Jean-Bart, en la calle Jean-Bart. Media pensión pagada por mis padres,

envío regular de mi madre que aumenta a menudo, poco a poco. El jardín del

Luxembourg sigue siendo una prolongación natural del jardín de infancia, como

más tarde lo será el Parc Monceau, pues viviré en otra habitación, en el bulevar

Malesherbes, frente a él. Se encuentran cosas así, llamémoslo dones gratuitos de

la Providencia.

En el hotel Jean-Bart viven también tres o cuatro tipos como yo, alumnos

venidos de provincias. Con dos de ellos la camaradería es inmediata y se limita a

la siguiente actividad: emborracharse sistemáticamente con vino, de mostrador de

zinc en mostrador de zinc, por la parte del antiguo Montparnasse. Esa ascesis de

embrutecimiento dura por lo menos un año. Le debo mucho en mis decisiones

ulteriores. El vino es repugnante, los encuentros groseros, las caídas en la cuneta

numerosas, las vomitonas en los lavabos lógicas. Todo ello muy divertido, gasto

para nada, destrucción gozosa.

Vuelvo a ver mi cuarto que da a los tejados grises. Una pequeña radio, un

48
electrófono que permite escuchar Bach, y luego Bach, y otra vez Bach. Y luego

los libros, porque esta vez estoy enganchado, leo cada vez más, tomo notas,

busco mis propias frases. Por la mañana, todavía medio borracho, voy a la

biblioteca del Arsenal a leer las revistas surrealistas, Le Surréalisme au service de

la Révolution, Breton, Aragon, Artaud, Crevel (Le Clavecin de Diderot, Mon

corps et moi), en resumen, la prosa viva. Dos brújulas: el sexo, el fraseo. Sin

ruido, con un gran movimiento nocturno, la biblioteca empieza a girar sobre sí

misma.

¿La Francia de esa época, justo antes del regreso, mediante golpe de Estado,

de De Gaulle? Como hoy: el vacío. Un país mágico vuelto indigno tanto de sus

catedrales como de sus burdeles, tanto de sus castillos como de sus grandes

criminales, una nación encogida, reblandecida, mal aburguesada y suicida, cada

vez más socialistizada para reír. Y sin embargo, París sigue siendo una fiesta, hay

que saber escucharla mientras se camina. Nunca he caminado tanto para nada

como en esa época. ¿Cine? Muy poco. ¿Teatro? Todavía menos. Finalmente, los

libros: Proust, Dostoyevski, Kafka, Sade, Bataille, Stendhal, Nietzsche. Un día de

lluvia oigo en la radio a un jesuita vomitar contra Nietzsche: ataque de risa

inmediata, es demasiado hermoso.

Breton sobre todo. No tardo en escribirle, me contesta (bella escritura azul

aplicada) que le ha gustado mi primera novela. Iré a verle dos o tres veces a la

calle Fontaine (acogida calurosa y ceremoniosa). Por el momento los Manifestes,

La Clé des champs, L’Amour fou, la increíble Nadja me han dado la alerta: si uno

sale a la calle, algo mágico pasará forzosamente. Y es cierto, puede ser cierto, me

llegó a pasar.

No es imposible que se me haya visto, en 1956, todo un mes de julio, en

Inglaterra, en el Kent, en Broadstairs, entre Margate y Ramsgate. Mis padres me

han enviado ahí a perfeccionar mi inglés. Mejoro sobre todo el boca a boca en la

49
playa, con inglesitas que visiblemente no tienen otra cosa que hacer que comer

helados y besar interminablemente a muchachos franceses. El beso profundo,

nada más, nunca más abajo, un calvario. El puritanismo anglosajón tiene su

misterio muy poco misterioso, simple fontanería histérica. Todo parece ofrecido,

nada se permite. Volví a encontrar este extraño sistema de invitación permanente

a la frustración en Nueva York, donde las únicas mujeres frecuentables,

bloqueadas entre el activismo gay y la neurosis de dinero, han sido (todavía son)

las europeas, las portorriqueñas o las colombianas. Hablé mucho español en

Manhattan. Pero amé la ciudad y el puerto, y también Londres. Volví contento.

¿De dónde viene el dinero? Los envíos de mi padre deben de ser más

importantes de lo previsto. En todo caso, lo tengo. Y luego están los restaurantes

universitarios, el de Mabillon, el de Monceau. Dos habitaciones más: una,

siniestra, al principio del bulevar Raspail (véase el inicio de Pasión fija**

[Passion fixe]), junto a la librería Gallimard (Dios sabe si puedo pensar que un

día se verán mis libros en esa vitrina, pero eso debía llegar); la otra, luminosa,

más arriba de ese mismo bulevar, frente a la Alliance Française, sexto piso al

final de un corredor, en casa de una invisible viuda entrada en años, con balcón y

pequeña terraza. Regresos a mitad de la noche a paso de lobo, visitas de la chica

morena por la tarde, puerta cerrada con llave: es verano.

Inútil decir que no conozco a nadie en París, salvo a una vieja tía voluminosa

que vive cerca del parque Monceau, con una de sus amigas esquelética, pareja

lesbiana prehistórica. Me invita amablemente a almorzar el domingo, está muy

bueno, gracias, y salud. ¿El ambiente literario? Ninguna idea. ¿Los periódicos?

Nunca. ¿La actualidad? Una sola obsesión: librarme del ejército. ¿Los supuestos

estudios? Me importa un bledo.

*
Pasión fija. Barcelona, Seix Barral, 2001. Traducción de Javier Albiñana Serain.
[NE.]

50
#

Basta cruzar el bulevar Raspail, en frente de mi cuarto de esa época para caer

en la Alliance Française con este cartel: todos los jueves a las seis de la tarde,

Francis Ponge, curso gratuito. A Ponge le he leído un poco, conozco Le Parti pris

des choses, acabo de comprar el número de la NRF que le está dedicado, con un

inédito magnífico, Les Hirondelles. ¿Leo entonces la NRF? Pues claro, por las

crónicas de Blanchot, y ciertos textos, como los extraordinarios relatos de

experiencias mescalinianas de Michaux. Les Hirondelles, pues, y es la primavera.

Vuelvo a verme en una sala de clase siniestra, con apenas diez oyentes, ante

aquel tipo extraño (tiene 60 años) que, para ganarse la vida, improvisa siguiendo

su fantasía. ¿Qué es hablar? ¿Qué es lo que se piensa al hablar? La cuestión me

interesa, sobre todo porque adopta un aspecto totalmente inédito y concreto.

Ponge lee muy bien tal o cual texto del Parti pris o de La Rage de l’expression,

es muy hermoso, nítido, concentrado, aquello resuena. Volveré, más tarde llevaré

a dos amigos, iremos a charlar juntos. Al final de lo que no es un «curso» sino

una miniconferencia, decido mostrarle algunos papeles. Reacciona positivamente

enseguida, avisa a Paulhan, sigue una gran amistad.

Voy a ver a Ponge a su casa, en la calle Lhomond, cerca del Panteón, una vez

a la semana por lo menos. Su soledad es entonces terrible, su pobreza material

visible. En este punto, un orgullo y una tenacidad radiante, algo de radical y de

aristocrático, del tipo «todo el mundo está equivocado menos yo, un día se darán

cuenta». Yo llegaba, me sentaba frente a él en su pequeño despacho decorado por

Dubuffet, hacía preguntas, él hablaba, yo volvía a lanzarle. Después hice por él lo

que pude: invitación de un mes a la isla de Ré, conferencia en la Sorbona, envío

de cajas de vino de Burdeos, obtención de un escaso salario del presupuesto de la

revista Tel Quel (figura en la cabecera del primer número), libro de entrevistas

difundidas primero por la radio, etc. Llevo un electrófono y escuchamos a

Rameau y otra vez a Rameau (es su músico preferido). En ese momento Ponge

51
está muy aislado: mal visto por Aragón en calidad de antiguo comunista no

estaliniano, mantenido a raya por Paulhan (a pesar de su gran proximidad), dado

de lado por Sartre tras su sonoro ensayo sobre él en Situation I**. Todavía está

lejos de la edición de sus obras completas y de la Pléiade, pero el tiempo hace

todo, ya se sabe. Hasta 1968, idilio. Luego, irritación, yo sobre todo. Razones

aparentemente políticas, pero en realidad literarias (Malherbe, sin duda, pero no

exageremos nada) y metafísicas (el materialismo de Lucrecio, ¿por qué no?, pero

no su fondo de puritanismo protestante). De forma penosa y chusca, la ruptura se

produce aparentemente sobre Braque (texto crítico de Marcelin Pleynet,

privilegiando sexualmente, y con razón, a Picasso), pero también (buenos días

otra vez, Freud) debido a mi matrimonio (su propia hija está entonces por casarse

de nuevo). Hay, de una parte y de otra, insultos estúpidos. En mi opinión, mejor

olvidar.

Quise y admiré mucho a Ponge, y la recíproca habrá sido cierta. No voy a

citar aquí las dedicatorias superelogiosas de sus libros. Un día lo harán los

historiadores, ese es su oficio.

El otro encuentro, importante y muy diferente (estoy dotado para las

diferencias), es evidentemente Mauriac. Me gustan algunas novelas suyas

(Thérèse Desqueyroux, por ejemplo, llevada con mano maestra de principio a fin,

y que habría debido titular Poison [Veneno], pero sobre todo atraído por su ética

política. Así pues, visita clásica del joven escritor a Malagar, luego numerosos

encuentros en París, en la avenida Théophile Gautier, o, a cenar, en Calvet, en el

bulevar Saint-Germain. Todo el mundo sabe que la conversación de Mauriac era

deslumbrante. En ese momento, para mí es ante todo alguien que ha conocido a

Proust, que iba a verle a su casa a las 2 o las 3 de la mañana, encontrando así al

*
Escritos políticos I: Política francesa (Situations I). Madrid, Alizanza, 1986.
Traducción de Alberto Luis Bixio. [NE.]

52
gran búho del Tiempo acostado en su lecho, con las sábanas manchadas de tinta.

La devoción de Mauriac por Proust: «¿comprende? Un día el sol salió, nada más

ha existido. En cuanto a mí, abandoné la tarea...»

Mauriac escribe su «Block-Notes» sentado en una pequeña cama, con el papel

sobre las rodillas, escuchando. Es increíblemente insultado a lo largo del tiempo,

y él responde mediante fulguraciones y sarcasmos (parecido con Voltaire, después

de todo). Es muy divertido. ¿Malvado? No, claro que no, exacto. Su voz cascada

surge, muy joven, la flecha sale, él mismo se echa a reír, se pone la mano

izquierda delante de la boca. ¿Homosexual emboscado? Lo han dicho,

preguntándome a menudo, con un brillo en la mirada, si en mi opinión, etc.

Pamplinas. Mauriac era muy inteligente y generoso, eso es todo.

Fundamentalmente bueno. Mucho oído (Mozart), un santo horror ante la

violencia y su justificación, cualquiera que sea. ¿Los temas abordados, tras las

manipulaciones, las mentiras y las hipocresías de actualidad? Proust, siempre, y

luego Pascal, Chateaubriand, Rimbaud. Los escritores son extraños: con Ponge

soy bruscamente contemporáneo de Demócrito, de Epicuro, de Lautréamont, de

Mallarmé. Con Mauriac, de san Agustín, de los Pensées, de Une saison en enfer.

¿Hay, en el fondo, un solo escritor, a menudo desigual y contradictorio, que

recorre los siglos con nombres ficticios? Hipótesis sostenible (procede de Proust,

pero también de Borges). Ese escritor avanza enmascarado en el tiempo, para lo

mejor y para lo peor, y toda la filosofía también puede aparecer como un

departamento de la literatura y de la poesía. Podría extraerse una divisa: de cada

cual lo mejor. Ese es, cada vez más, mi sentimiento y mi convicción, como si un

dios hiciera señales en esa región. Cierto que para ello se requiere cierto don de

lenguas, la lengua de los pájaros, alquímica sin duda. De pluribus unum: exergo

para un libro futuro que podría llamarse La guerra del gusto. ¿Eclecticismo? No

exactamente, criba.

Rimbaud (13 de mayo de 1871): «Esa lengua será del alma para el alma,

53
resumiendo todo, perfumes, sonidos, colores, el pensamiento aferrando el

pensamiento y tirando.» (El subrayado es mío).

Baudelaire y Lautréamont, constantemente.

L’Expérience intérieure**, de Georges Bataille, libro abandonado en un

rincón, descubierto por azar en una polvorienta librería de Burdeos.

Y, por supuesto, Sade, que todavía circula bajo cuerda antes de que Antoine

Gallimard, por consejo mío, en un avión entre París y Nueva York, a finales de

1982, decida publicarlo por fin en la Pléiade. El Diablo en papel biblia, qué

menos.

Y por último Céline (sobre todo D’un château l’autre, Nord, Rigodon, Féerie

pour une autre fois*) cuyas Lettres à la NRF (1991) me pedirá que prologue ese

mismo Antoine Gallimard.

Todas estas operaciones podrían titularse Movimiento. Son, en lo esencial,

invisibles.

*
La experiencia interior. Madrid, Taurus, 1989. Traducción de Fernando Savater.
[NE.]

54
«Sollers»

Algunos de mis textos empiezan a circular, sobre todo (vía Ponge) una

Introduction aux lieux d’aisances que a Paulhan le gusta mucho, pero que Marcel

Arland considera impublicable en la NRF. Es Jean Cayrol, que dirige entonces en

Éditions du Seuil una colección para debutantes, «Écrire», quien publica mi

primera novela corta, arcaica y sin interés, Le Défi**. Pero entonces surge

Mauriac.

El 12 de diciembre de 1957 me consagra la totalidad de su «Block-Notes» de

L’Éxpress, bajo el título «Une goute de la vague» [«Una gota de la ola»], en la

época se hablaba de «Nouvelle Vague»). El artículo termina con estas palabras.

«Habré sido el primero en escribir este nombre. Treinta y cinco páginas para

llevarlo, es poco, es suficiente. Aquella corteza de pino con la que, de niño, hacía

yo una endeble barquichuela, y que confiaba al Hure que corría al pie de nuestro

prado, creía que alcanzaría el mar. Sigo creyéndolo.»

Acabo de cumplir 21 años. Todo esto resulta excitante, impresionante, y muy

peligroso. El mar, o más bien el océano, están todavía lejos, si es que existen.

Pero en fin, me he embarcado, bajo mi nuevo nombre, en una corteza de pino.

Nadie habrá descrito tan bien como Mauriac en su «Block-Notes» la

estupidez y el deshonor de la clase política francesa, desde Vichy a la guerra de

Argelia, pasando por «Moscú la chocha», como cierto día dijo un joven escritor

*
Le Défi. París, Seuil, 1957. [NE.]

55
de grandísimo talento, convertido luego, y durante treinta años, en servidor

chocho de esa misma chochez. Ahí está, de pronto rejuvenecido, un año más

tarde, en un momento decisivo de la historia (Stalin ha muerto, todo se desliza).

Es Aragon, y esta vez el elogio concierne a mi primera novela, Una extraña

soledad. Su artículo-río aparece en noviembre de 1958 en Les Lettres Françaises,

y se titula «Un perpétuel printemps» [Una perpetua primavera]. A partir de ahí

voy a tener algunas dificultades para hacer como si yo no viviese en la sociedad y

en la Historia. Va a costar cierto tiempo desenredarse.

Veamos Aragon. Tiene 61 años, las cosas no van bien en su región, Moscú la

chocha está revelándose a plena luz como Moscú la sangrienta. ¿A plena luz? No,

todavía no. Acaba de pasar de la opacidad denunciada desde hace mucho tiempo

a una sordera casi general, a una penumbra que todavía no se ha disipado del

todo. Sea como fuere, Aragon quiere hacer su gran regreso literario (La Semaine

sainte), está nervioso, constata que se ha comprometido en un callejón desastroso,

advierte a sus amigos comunistas que si esto sigue así corren el riesgo de perder

su imperio, sus privilegios e incluso su empleo. De Gaulle ha llegado al poder en

mayo de 1958, se va hacia el alzamiento de los generales de Argelia, y, diez años

después, otro mayo empezará a desestabilizar ese círculo del infierno francés (con

Vichy, otro círculo). Hay que volcar el tablero, decir que todo vuelve a empezar, y

de repente me veo proyectado sobre la escena sin haber pedido nada. Además,

Aragon ha comprendido muy bien la maniobra de Mauriac, y quiere hacerle

compañía en un concurso de rejuvenecimiento general.

Mauriac evocaba, para mí, su infancia en Burdeos, Barrès, Stendhal, los

jesuitas («los jesuitas se han perdido este bello pájaro»). En cuanto a Aragon,

empieza a citar All for love de Dreyden, los amores de Antonio y Cleopatra, luego

amonesta a un novelista comunista que tiene una visión estrechamente social de

la literatura, se desliga de aquellos amigos suyos que creen tener sobre él

56
«derechos ideológicos», se indigna de que yo pueda ser tratado de «joven

burgués», pide licencia absoluta en «amor» (mientras le parece que yo insisto

demasiado en los detalles físicos, cosa que no deja de tener gracia viniendo del

autor clandestino del Con d’Irène) y compara el personaje femenino de mi libro

(Eugénie, rebautizada Concha) con la Graziella de Lamartine (lo cual, en ese

momento, tiene poco que ver con el tema).

Es sobre todo su juventud lo que Aragon quiere por supuesto evocar, su

pasado surrealista (que ha adivinado que yo admiro), su amistad turbia con Drieu

(que se encuentra en Aurelien). El otro nombre, que cita por primera vez después

de una treintena, y con fervor, es el de André Breton, pasión de sus 20 años,

convertido en su irreductible enemigo. En resumen, provoco efervescencia en las

memorias. Era el momento.

¿Ha leído Breton ese largo fragmento lírico? Es evidente, porque algo más

tarde me escribe que le ha gustado mucho mi libro, que se lo llevó incluso a

Benjamin Péret, entonces en el hospital, y todo eso «a pesar del temible

padrinazgo de Mauriac y Aragon». Traduzcamos: la Santa Sede y el Kremlin, las

únicas fuerzas que parecen seguir en pie después de la tormenta. A largo plazo,

después de haber dado vueltas alrededor de estas Iglesias (sin ir por ello hacia

Trotski), iré a China para ver si no se podría cambiar de aires antes de

encontrarme, más chino interior cada vez, en Roma. Pero no nos adelantemos.

Hay que decir que Aragon no se anda con miramientos y tiene fórmulas

vibrantes. Me compara con un violinista a la medida de David Oistrakh: me

adelanto, echo mis cabellos hacia atrás (llevo el pelo corto), mi ataque al arco

revela a un futuro gran músico, hablo de las mujeres como nadie. «Este libro es el

de la gracia, eso es lo que constituye su valor». Y también: «El destino de

escribir está delante de él como un admirable prado.»

Mauriac, desconfiado, reconoce esto enseguida: «He prometido la gloria a

57
este Philippe, y no me desdigo.» Y también: «Rememoro, para dedicárselas, estas

palabras que Barrès me escribió un día de 1910, el día de Pascua, y en el que yo

había estado como embriagado: “Sea apacible. Esté seguro de que su porvenir es

totalmente fácil, abierto, seguro, glorioso. Sea un niño feliz”.»

Todo esto me parece estupendo, pero muy exagerado. Mi futuro (como se

dice) no me parece nada fácil, abierto, seguro, al contrario. Yo no soy Mauriac

niño, ni tampoco el joven Aragon, ni mucho menos el joven Breton, el joven

Drieu, o el joven que usted quiera. No me siento «joven», sino más bien viejo,

tengo sin duda una apariencia física agradable, una experiencia sexual ya

considerable comparada con la de los muchachos de mi edad (muy vírgenes),

pero tengo perfecta conciencia de tocar una música todavía torpe, con destellos,

seamos justos. Acuarelas, dibujos, carboncillo, ya se vera. Por el momento, una

vez pasada la primera borrachera narcisista, el instinto me impulsa a echarme al

monte, a tomar la tangente, a integrarme lo menos posible, a huir del baile de los

vampiros sociales, a reforzar, como en el ajedrez, los puntos fuertes, es decir, la

vida privada. La constante de mi vida, si me fijo bien, está en ese reflejo de

emancipación que va a dar a encuentros imprevistos y no programables. Surgen,

no se los espera, es mágico, ellos muestran el camino: son mujeres, eso es.

Aragon, en el café La Régence, en la plaza del Palais-Royal, me dice:

«Comprende, pequeño, lo importante es saber si uno gusta a las mujeres.» No me

gusta ese tuteo forzado, y menos todavía la palabra «pequeño». En cuanto a las

mujeres, ya estoy al corriente, gracias, como dice Casanova, tengo «el sufragio a

la vista», y las cosas marchan. La otra fórmula, menos convencional y más bien

divertida, consiste de su parte en decir que el colmo del esnobismo es declararse

comunista. Bueno, ¿por qué no? Tras esto, algunos encuentros en los que,

indefectiblemente, se pone a leerme sus poemas que, además, no acaban nunca.

Voz declamatoria, muy siglo XIX, la dicción quejumbrosa y forzada que ya se

58
puede oír en la grabación de Apollinaire. «Abridme esa puerta a la que llamo

llorando», etc. Aragon sigue siendo muy guapo, está de pie, se mira a través de

vosotros, el espejo invade la pieza, os hiela. Me hace el mismo truco cuatro o

cinco veces, en la calle de la Sourdière primero (pequeño piso atestado y oscuro,

más modesto que el de Breton de la calle Fontaine, igual de atestado), luego en la

calle de Varenne (lujo y chófer, el Partido se ocupa de todo). Me aburro, soy

frágil de tímpanos, la admiración tonitronante del poeta, en la pose de gran poeta,

para un verso de Henry Bataille, «He caminado sobre la parra inmensa de tu

vestido», me deja frío. Noto que el espectador, clavado en su butaca, podría

levantarse, salir, ir a tomar un vaso o dos al café de la esquina, volver una hora

después, sin que el autor-actor haya observado su ausencia. Bueno, las cosas

seguirán así. La gota de agua que colmará el vaso será la «peregrinación al

Moulin», allí donde se hará enterrar con Elsa, obras y cadáveres cruzados.

Atmósfera de devoción hiperburguesa y clerical de los invitados, ningún

esnobismo, servilismo por todas partes.

La comedia Mauriac: refinada. La comedia Aragon: vulgar. Elsa, vaya

historia. Sólo eché una ojeada sobre ese asunto, porque, cuando Aragon me leía

interminablemente sus poemas, aquella mujercita arisca entraba de vez en cuando

en su gran despacho, con un pretexto cualquiera (vigilancia). A ella le gustaba, al

parecer, rodearse de jóvenes poetas más o menos comunizantes (miseria de la

poesía de aquella época). Terminó regalándome uno de sus libros con la siguiente

dedicatoria: «A Ph. S., maternalmente.» Ah, no, es demasiado, hay que cerrar.

La cuestión de las voces: nos faltan grabaciones de Proust y de Beckett, pero

tenemos la voz sibilante de Gide; la ronca e irónica, de Mauriac; la

melodemagoga, de Aragon; la suspendida algo preciosista de Breton; la

sobreactuada y pasional de Artaud; la enfática y destrozada de Malraux; la muy

dulce y como borrosa de Bataille; la directa y por fin moderna de Céline; la

59
deslumbrante del músico Joyce; la seca y desoxidante de Sartre; la aguda y

desagradable de Beauvoir; la histérica de Duras; la sosegada y exacta de Barthes;

la destimbrada de Foucault; la suave y sinuosa de Deleuze; la desasosegada de

Derrida; por último, la retorcida, siempre en acecho, cáustica, de Lacan, ese gran

profesional cómico (lo cual no suele decirse). Añádase el manierismo chino de

Paulhan, la vehemencia de Genet, la peroración de Cocteau y, a contracorriente,

la extrañísima e inquietante voz interiorizada de Heidegger, y tendremos, en

suma, el gran repertorio del siglo veinte.

Yo las oigo.

Así pues, Mauriac y Aragon a la busca del Tiempo perdido. Mauriac es un

admirador incondicional de Proust, mientras que Aragon (como Sartre) lo trata

con una desenvoltura indecente («¿Entiendes?, pequeño? Albertine era Albert»).

Dos maniobras de primer orden.

Dedicatoria del primero en Mémoires intérieurs**:

«A Philippe Sollers

«Una vida de escritura y de lectura: mis libros, los de los otros... ¿He vivido?

¿He soñado mi vida? Nuestra vida es un sueño. Despertaremos el día de nuestra

muerte...

«De todos los sueños, la amistad habrá sido el más dulce, el más inútil, aquel

que habré amado más,

A usted, querido Philippe, el último llegado y no el menos querido.

«François Mauriac

«París, 25 abril 1959.»

Del segundo, para un libro agotado de los años 1920, Une vague de rêves*,

*
Memorias interiores. Barcelona, GP, 1969. Traducción de María Teresa Arbó.
[NE.]

60
gran texto de Aragon de su época libertaria:

«A Philippe Sollers, este librito de uno de sus discípulos, afectuosamente,

Aragon.»

La última frase de esta obra maestra dice:

«¿Quién anda ahí? Ah, muy bien: haga pasar al infinito.»

Pero la dedicatoria que, todavía hoy, más me conmueve es la de André

Breton, con su fina escritura azul, en un envío de la reedición de los Manifestes

du Surréalisme, en 1962:

«A Philippe Sollers, amigo de las hadas,

André Breton.»

Más tarde, durante el verano de 1966, encontrándome en Venecia con un gran

amor clandestino, me quedé muy sorprendido al recibir, desde Burdeos, un

telegrama de mi madre anunciándome, de forma apenada, la muerte de Breton, de

quien nunca había hablado con ella. ¿Historia de hadas? Claro.

Mauriac muere en 1970, algún tiempo después de mi padre. Voy a verlo al

hospital: está en la agonía, extrañamente relajado y tranquilo. Velo el cuerpo en

su casa durante una hora con su hijo Jean, al otro lado de la cama. Mauriac parece

flotar; se apagó visiblemente en su fe profunda.

Aragon muere más tarde, en 1982, y no había vuelto a verle, salvo en la calle,

una o dos veces, marioneta provocadora y patética, acompañado y llevado por

jóvenes encantados de exhibirlo de forma muy loca.

Es la vida.

¿Habría deseado encontrarme con Gide en otro tiempo? Si se me ha leído

hasta aquí, es fácil comprender que no, y también los motivos.

¿Sartre? Parece haberse vuelto indiferente a la literatura, que pronto asimilará

a una neurosis (Les Mots). Sin embargo subraya positivamente uno de mis

61
primeros libros, Drame**. No le conocí hasta 1972, en medio de los desórdenes

del tiempo, dos horas en su estudio. Me habla a todo correr de su Flaubert,

enciende boyardos de maíz10 unos tras otros, «antes de que llegue el Castor», me

acompaña hasta el descansillo y me dice: «Bueno, ¿entonces nos encontramos en

la calle?» ¿Flaubert o la calle? Los dos, sin duda, pero también tengo otra cosa

que hacer.

¿Blanchot? Visto dos veces. Espectral. Flechazo de antipatía inmediata y,

supongo, recíproca. Gran estima anterior de pronto desmoronada. Extraño.

¿Robbe-Grillet? Divertido, decidido, simpático, cáustico, pero cada vez más

cine y erotismo de hortera. No ha mejorado, y va haciéndose tarde.

¿Gracq? Dos o tres veces, envarado. Y además una observación: «No me

gusta Mozart.» Buenas noches.

¿Michaux? Una sola vez. Haciendo oídos sordos. Tristeza de los lugares,

muy por debajo de la mescalina.

¿Duras? Conversaciones divertidas de café. Y luego, se entusiasma con

Mitterrand, buenas noches.

¿Claude Simon? Muy cálido, guerra de España, anarquismo porfiado. Me

agrada.

¿Paulhan? El más intrigante. En su casa, calle des Arènes. El único que parece

pensar antes de hablar, alusiones metafísicas frecuentes, ironía astuta, señales zen.

Trabaja escuchando canciones en la radio. Me presta libros chinos y Ortodoxia**

de Chesterton. Todo sesgado, pero a veces iluminador. Le gusta Le Parc*, donde

ve una escenificación de la Trinidad: bien visto. Muy inteligente, obra débil.

Hermosa letra azul redonda, billetes alusivos. Se quiere enigmático, estilo

sociedad secreta, gusto por el poder.

¿Cioran? Termina por enviarme uno de sus libros, tratándome amablemente


*
Drame. París, Seuil, 1965. [NE.]
10
Cigarrillos de la marca Boyard, hechos con papel de maíz. [NT.]
*
Ortodoxia. Barcelona, Alta Fulla, 2005. Traducción de Alfonso Reyes. [NE.]

62
de «vivo, demasiado vivo». Dos o tres almuerzos, risas incesantes, desesperación

excesiva.

¿Sarraute? Amistad incomprensible, dulzura, melancolía, melodía. Trato de

ocultarle que no me gustan demasiado sus libros. Ella lo adivina, pero,

extrañamente, no parece guardarme rencor por ello.

¿Genet? Vivacidad inspirada, fulgurante. Escribí lo que pensaba de él

(Physique de Genet), en La Guerre du goût**. Perdido de vista cuando se vuelve

políticamente aburrido, pero muchas risas juntos.

¿Leiris? El escrúpulo mismo, la honestidad. Firmeza cerrada, no muy

divertido. Gran piso en los muelles. Presencia, en la sombra, de Raymond

Roussel.

¿Klossowski? Increíble voz precisa y preciosa. Conferencia sobre Sade,

organizada por Tel Quel en Saint-Germain-des-Prés. Multitud. Lacan, puro en la

boca, va a plantarse, burlón, delante de él.

¿Céline? Una sola vez, por teléfono, poco antes de su muerte. «¡Venga a

verme!» Yo habría debido saltar al primer taxi.

¿Bataille? Venía de vez en cuando, por la tarde, al pequeño despacho de Tel

Quel. Se sienta, apenas habla. Muy extraño encuentro con Breton, en el café de la

esquina. Para mí, gran señal. De todos los personajes conocidos es él, y de lejos, a

quien más admiro.

Más adelante hablaré de los que he conocido mejor, escritores, intelectuales,

filósofos, artistas.

Filósofos, sobre todo, porque quiero saber qué hago yo allí. Grandes

claridades de lectura en Leibniz, Spinoza, Husserl, Hegel. Pasión continua por

Nietzsche, y profundización de Heidegger. Freud, sin cesar (interés redoblado por

Lacan). Y además la Biblia, al fondo (véase Paradis**), san Agustin, Pascal. Gran

*
La Guerre du Goût, Gallimard, 1994. [NE.]
*
Paradis. París, Seuil, 1981. [NE.]

63
revelación de Dante. Y también India y China. Y, de nuevo, los griegos. ¿Marx?

Sí, sí, atentamente, para ver.

Esoterismo: Guénon.

Mucha música, mucha pintura.

Acabo de llegar, los elogios llueven, las críticas también. Lo que enseguida

comprendo, nada más entrar en este escenario envenenado, es lo siguiente: los

insultos, la incomprensión, la envidia o la indiferencia os empujan hacia adelante,

los elogios os retrasan.

Baudelaire: «Tengo uno de esos caracteres que sacan un goce del odio y que

se glorifican en el desprecio. Mi gusto diabólicamente apasionado por la

estupidez me hace encontrar placeres singulares en los disfraces de la calumnia.»

Tendré muchas ocasiones, luego, de verificar mi carácter feliz.

En esos años, la idea de «carrera literaria» no me roza siquiera, prosigo mi

vida paralela, acumulo tiempo, tengo cada vez más un amor apasionado por el

tiempo. La tormenta está en el horizonte, la desgracia hiere: quiebra de mi familia

(¿cómo encontrar dinero?), amenaza del servicio militar (¿cómo escapar a él en

plena guerra de Argelia?), muerte de mi mejor amigo matado en los Aurès

(escribo un pequeño texto frío sobre el asunto, Requiem, y su sombra estará muy

presente en el libro que empiezo, Le Parc), y, en fin, hepatitis violenta, con coma

prolongado, ojos inyectados de sangre durante semanas, negrura general, único

recurso la poesía, convalecencia agotada en Burdeos, en casas vaciadas de sus

muebles, en una chaise longue casi todo el día. Respiración, oídos, hígado: mi

cuerpo se encabrita, tiene sus razones, confío en él, espero. Puedo decir la música

que escuché sin parar durante esos meses de sombra: las sonatas para violonchelo

de Bach, tocadas por Pau Casals. Era mi oración. Creo en el dios de Bach a través

del tiempo y del espacio, Bach, quinto evangelista, vencedor de la muerte, ahora

y siempre.

64
Fin del paraíso de infancia, fin de las casas, del jardín, de los árboles, de la

maravillosa magnolia. Respiro a fondo, por última vez, ese lugar de placeres que

va a ser arrasado por bulldozers y sustituido por un gran supermercado siniestro.

¿Hemos merecido este castigo? Por supuesto. ¿Estamos malditos? Es evidente.

Inútil decir que siendo ese hundimiento como un gran triunfo.

Supervivencias en París, en mi estudio: el escritorio Imperio, «regreso de

Egipto», sobre el que escribo estas líneas, un espejo y dos mesas de la misma

época, la biblioteca de caoba. Los muebles tienen su memoria.

65
Providencia

La Providencia actúa, y se produce el encuentro, en el momento de la

publicación de Una extraña soledad.

Almuerzo en el campo, en casa de mi editor. Quiere un premio literario:

por eso ha invitado a un jurado del Goncourt y a un jurado del Femina para

presentarles a su joven autor. Para mí, todo eso es una lata. Pero el jurado

Femina, estupor. Es una mujer de 45 años, maravillosamente bella, y que ríe casi

todo el tiempo, Dominique Rolin. La he visto una vez en televisión, contemplado

en Roger-la-frite, pequeño cafetucho popular y barato de Montparnasse, durante

mis garbeos nocturnos. Imposible olvidar esa primera imagen: nadie puede llevar

unos pendientes como D. A., la española, precisamente, aunque ella sea belga, o

más bien holandesa, o más bien judía polaca, o más bien, sencillamente, una de

las mujeres más bellas que nunca haya existido.

Está sentada a mi lado, a mi izquierda. No presto atención a nada más.

Cuerpo de ensueño, senos magníficos, voz-melodía, risa a carcajadas, humor.

Parece diez años menos (tiene diez años menos), sale de un luto muy duro que

describe en uno de sus mejores libros, Le Lit, es por tanto una viuda sombría y

jovial. Flechazo para mí, conmoción para ella (acaba de caerse en una escalera).

Mi destino está ahí, no hay ninguna duda. La misma convicción, fundada, que

con Eugénie, siete años antes. El sobrenombre de Eugénie en mi mitología

personal: El Ángel. El de Dominique, inmediatamente: El Hada. Todo está allí:

66
luz interior, efecto de irradiación, sensualidad, piel, joyas, extraordinaria

impresión de confort y de reposo que se da la belleza indiferente a sí misma (no

se encuentra bella, evidentemente). Sólo le falta la varita mágica, pero está allí,

invisible, la estrella está allí. Las calabazas, alrededor de la mesa, desaparecieron

en una gelatina de palabras vacías. Va a irse riendo en una carroza, pero yo la

encontraré.

Y vuelvo a encontrarla. Hay que insistir un poco: yo 22 años, ella 45, ¿es

muy razonable? En absoluto, es la razón misma. En marcha hacia el mundo de las

hadas que pervive, al margen. El amor sólo puede ser clandestino, es su

definición. Ella está de acuerdo, salvaje y discreta bajo sus aires engañosos de

gran amabilidad, hecha para desalentar las intrusiones, la liga de las confidencias

y de las indiscreciones. Toda persona que confiesa un amor, miente. ¿Acierto?

Acierto.

Alquilo un coche, la llevo inmediatamente a España, sé a dónde, al hotel

Oriente de Barcelona, en la Rambla de las Flores. Barcelona, la ciudad que, en

esa época, no duerme nunca, o duerme sin cesar, que equivale a lo mismo. Nos

bañamos en los alrededores, asistimos a corridas de toros en la Monumental, una

de ellas, inaudita de virtuosismo y grandeza, de Luis Miguel Dominguín (orejas y

rabo), cenamos en Caracoles, cerca de la Plaza Real (sus palmeras, sus soportales,

su vendedor de puros). Pero, cuidado: todas las mañanas subimos a Montjuich, a

la colina que domina la ciudad, y allí, en un pequeño café, en la terraza, casi

solos, nos sentamos cada uno en una mesa aislada y escribimos. Vegetación

explosiva, vista sobre el puerto, gran silencio compartido en la separación pura.

Volvemos, comemos pepinos frescos, bebemos sangría, hacemos el amor,

dormimos, volvemos a hacer el amor, volvemos a dormir.

Esta mujer es pasmosa, divertida, muy decidida. En las Ramblas, la noche

cálida es de una alegría enloquecida, muchedumbre inagotable cuya oleada

apenas se debilita hacia las 5 de la mañana. Flores por todas partes, mujeres-

67
flores por todas partes, prostitutas fabulosas en el Cosmos, café camino del

puerto. Dominique sabe que me pierdo de vez en cuando en esa dirección, cierra

los ojos, no se queja, eso forma parte del acuerdo. Barcelona es mi universidad

acelerada vital. Es ahí donde Picasso hizo sus estudios. El barrio caliente se

llama, como si fuera un azar, el «Barrio Chino».

Barcelona, Barcelona, durante tres años, cada verano. Gran hotel no

demasiado caro, espesas paredes blanqueadas a la cal, frescor, sueño, vigilia,

durmiendo despierto, soñando despierto. Y luego un día, al marcharnos,

accidente, rueda que estalla, coche destrozado, ni un arañazo. Salimos por el

techo, saltamos a la cuneta, nos abrazamos. No lejos hay un pueblo, y un café

donde bebo el mejor coñac de mi existencia. ¿Nos amamos? Nos amamos.

En esa época, Dominique vive en una gran casa con parque en Villiers-sur-

Morin. Ahí llevo mi petate, recibiendo el homenaje asombroso y febril de su gran

boxer, Caramel. Única divergencia: a ella le gustan los perros, a mí no. La finca

es grande, sofocante, está lejos.

Va a venderla, y a encontrar pronto un piso en la calle de Verneuil, en el

VII º arrondissement de París, muy cerca de Gallimard (futura providencia). Su

apodo para nosotros: El Venoso. Seguimos entendiéndonos bien (nunca bastante),

escuchamos mucha música, escribimos, no vemos a nadie. Si hay una coherencia

en mi vida más bien agitada, está ahí.

68
Generación

Durante el «lanzamiento» editorial de mi novela, cóctel en el bar del Pont-

Royal, me abordan unos tipos jóvenes de mi edad. Son insolentes, me zarandean

un poco, simpatizamos en el sarcasmo, se hace de noche, son los fundadores,

conmigo, de la revista literaria Tel Quel que dará mucho que hablar. ¿Qué hacer a

esa edad, y en esa época, sino fundar una revista?

En el punto de partida están, entre otros, Hallier, Huguenin, Matignon. Es

un clan, con sus historias de fascinaciones recíprocas, su homosexualidad

camuflada (apenas), sus envidias, sus ambiciones más o menos locas. El más loco

es Hallier, cuya energía incesante y destructora (autodestructora) da rápidamente

su amplitud social a la publicación de la revista. El contrato es sencillo: yo acabo

de tener éxito, ellos piensan en él, se aferran a mí, el editor quiere atraer a

escritores jóvenes, eso es todo.

Hablamos, bebemos, parloteamos, no estamos de acuerdo en casi nada,

pero eso carece de importancia, hay que recuperar la Historia y tomar el poder,

eso es todo. Estos muchachos nerviosos van a provocarme muchos problemas

luego. Como podía esperarse, la falsa amistad táctica de los inicios no tarda en

transformarse en odio (sobre todo con Hallier y Matignon; Huguenin, el más

romántico, murió, casi al mismo tiempo que Nimier, en un accidente de coche).

Mi clan propio es marginal, pero tengo un aliado de peso: Ponge, a quien leo el

editorial del primer número de la revista en el jardín del Luxembourg. Se empeña

en estar presente desde el inicio, acto en forma de manifiesto y desafío tanto a

69
Paulhan como a la NRF, pero también a Sartre y a Les Temps modernes.

Estos chicos me parecen adolescentes retrasados y desordenados, con

cierto talento, de acuerdo, pero sin armazón. Colaboran en una revista, Arts, que

libra su batalla contra las vedettes del día, Sartre, Camus, Mauriac, en resumen,

contra «la izquierda». ¿Son por eso de «derechas»? Por supuesto, pero enseguida

lo único que cuenta es no tener frío en los ojos. La literatura convencional de

Huguenin es sosa. Matignon publica un Flaubert muy bueno, pero se queda en

eso, para convertirse más tarde en crítico vengativo y resentimental en Le Figaro.

Hallier es más complejo, variable, mitómano, curiosamente apasionado por

Blanchot, acaparador, gracioso, agotador, pelmazo, patético. Como es tuerto (lo

cual explica en parte su locura), es propulsado a secretario de redacción, dado que

los demás miembros del comité, de funcionamiento democrático, están bajo el

peso de una leva militar. Como la mayor parte de los escritores franceses a veces

son interesantes pero filosóficamente nulos. Mucha psicología, por tanto, es decir,

tiempo perdido en rivalidades ridículas.

Hallier es el más instalado socialmente, vive con sus padres, en la avenida

Victor Hugo. En esa casa hay dinero, y un Géricault en la pared. Su padre, ex-

embajador de Vichy durante la guerra, es un general retirado, con expedientes en

sus cajones. La familia posee un castillo medieval en Bretaña, el general tiene sus

secretos, y el hijo, por lo demás generoso a través de sus sucesivos delirios, invita

a su casa a refractarios notorios: a Robbe-Grillet (a quien conocí allí), a Claude

Simon (que va a informarse con el general sobre la caballería francesa en 1940),

en resumen, todo un sector de las Éditions de Minuit. Es el momento de los

«121» contra la guerra de Argelia. En suma, todo ese mundo es antigaullista de

base, inclinación que finalmente no es la mía, y que explica por qué luego

Mitterrand, entusiasta al principio de Hallier (vía el general), tendrá problemas de

vodevil con él. Por mi parte, el perfume de Vichy me indispone, mi nariz es

70
decididamente inglesa. Tanto como para hacer cambiar de sitio, si es preciso, las

bodegas y remover los armarios, nos apoyaremos en la chochez de extrema

izquierda antes de arrojar, también, ese perfume, por la ventana. Será todo un

arte, y exigirá tiempo. Esto por lo que se refiere a la superficie. En realidad, es la

experiencia interior del lenguaje la que me apasiona, la que me arrastra, la que me

profundiza. Esa pasión no se elige, se impone, y Sartre se equivoca: la literatura

no es una neurosis, sino un camino de conocimiento cada vez más mágico y

preciso.

Tel Quel está bien, es divertido, lleva mucho tiempo, con «comités»

homéricos, enfrentamientos más o menos teatralizados, peleas severas y

«exclusiones» virulentas. La base editorial es mi éxito de librería, primer

malentendido porque, contrariamente, voy a hundirme en el margen. Le Parc, que

decepciona las ilusiones hechas sobre mí (habrá otras), recibe a duras penas el

premio Médicis en 1961, gracias, además, a una intervención del viejo y fiel

Mauriac, que me ve «tratado con rabia por la crítica»:

«Le Parc manifiesta pequeños prejuicios tan aparentes que han podido

molestar o irritar, y sobre todo dar facilidades a los pequeños camaradas. Queda

ese gusto que yo discierno entre mil, ese “ramo” que es un don de los dioses, en

fin, eso que en el pasado llamábamos estilo.»

¿No está contenta la crítica? Pues peor, o mejor. Ya sólo me queda agravar

mi caso.

En realidad, lo que fue mal juzgado en Le Parc es una trama sostenida de

ensoñación y de experiencia interior. Ejemplo:

«Sigo chocando con el mismo obstáculo, inmóvil, repentino, en plena calle,

en cualquier parte. Ya no sé dónde estoy, delante, detrás, dónde me he dejado

llevar, dónde me esperan. Vuelvo a caminar con precaución primero, luego cada

vez más deprisa a medida que me siento menos ligado a lo que me rodea y que

me retiene, simple forma vestida, dispuesta, protegida, separada absolutamente

71
del resto y echando a correr, tratando sin duda de separar de sí,

inconscientemente, esa parte inferior que reclama su independencia, sin tregua,

sin fin... Y corro a través de la noche tibia coloreada de luces, alcanzo el parque

desierto a esa hora, corro por las alamedas oscuras, salto por encima de los

bancos, de las sillas de hierro, derribándolos, corro, más ligero, libre, entre los

árboles, con el rostro echado hacia atrás, perdido, perdiéndome, y sufriendo a

pesar de todo por no poder quedarme con lo que pierdo, con nada.»

¿Cómo? ¿Os creéis chinos? ¿Queréis que no se interese uno en esa nada?

Así pues, caigo enfermo, mi prórroga militar es suprimida, me veo

obligado a partir. Primero al hospital Villemin (al lado de la estación del Este,

barrio maldito), para exámenes médicos. Pienso que podré librarme con mi

expediente: asma más otitis crónica, más mastoiditis (10% menos de audición),

más violenta hepatitis mal curada, pero trabajo perdido, el ejército pasa el rastrillo

recogiendo todo lo que puede. Me mandan a Montbéliard, bajo la nieve, a un

batallón disciplinario. Allí todo va a complicarse.

En Villemin, los encuentros furtivos con Dominique, yo en pijama azul

marino de lana basta, ella con abrigo de astracán, tienen lugar en el único lugar

que he visto desierto: la capilla.

Da la impresión de que me invento una película, pero las cosas fueron así.

También hay un banco aislado donde puedo refugiarme, con los pies en el barro,

para mirar a la luna. Si no, es la promiscuidad de los dormitorios, la llegada cada

vez más masiva de heridos y traumatizados de Argelia, el tipo que hay a mi lado,

con la cara cubierta de costras, viene regularmente a inclinarse sobre mí para

verme dormir. Había saltado allá sobre una mina con su Jeep. Está loco.

En principio, el general Hallier debe ocuparse de conseguir mi baja. Tengo

confianza. Me equivoco. Luego sabré que mi expediente militar terminó llegando

72
a la frontera electrificada con Túnez, región de alto riesgo donde los mataban

como a moscas. Ese gesto de favor hará estallar mi amistad desconfiada (pero no

lo bastante) con su hijo. Extraña familia. ¿Desaparición del pequeño Sollers?

¿Regalo de revista para el joven mitómano con pretensiones literarias de la

avenida Victor-Hugo? Cuesta creerlo, y además nunca se me ha creído sobre esta

cuestión, esencial, sin embargo, en mi biografía. Mis amigos y mis allegados

piensan que tuve bastante suerte y privilegios de ese tipo (burgués). ¿De qué

podría quejarme? No me quejo, cuento, pero nadie escucha. He aquí las

relaciones sociales en estado bruto. Voy a salir de esa miseria sólo por los pelos.

Llegada, pues, a Montbéliard. Mi expediente médico no basta, y han

descubierto que he firmado una petición contra la tortura. Imprudencia: llevo

conmigo un libro que no inspira ninguna confianza a los vigilantes locales, el

Tractatus** de Wittgenstein. Me gusta la literatura y la poesía, pero también (y

esto es más grave) la filosofía. Las Investigaciones lógicas*, de Husserl, me

encantan. El ego transcendental, la reducción fenomenológica son para mí

sensaciones nítidas. Esta afición no me abandonará ya, con bandazos hacia los

místicos (Ibn Arabí) y hacia el esoterismo (Guénon). Aficionado, sin duda, pero

la experiencia interior me es familiar, me permite aguantar en este caos.

El campamento está situado en una llanura nevada azotada por el viento.

Hace -10º C, caigo en el dormitorio de tropa, es decir todo. En París he

observado que los «llamados» que tienen muy buenos expedientes de baja no

quieren utilizarlos, la «baja» les parece una vergüenza, primero ante sus padres,

luego a ojos de su novia. La servidumbre voluntaria salta aquí a la vista, no hay

necesidad de haber leído a La Boétie, masoquismo pasmoso, lógico, implacable.

*
Tractatus logico-philosophicus. Madrid, Alianza Editorial, 2007. Traducción de
Isidoro Reguera y Jacobo Muñoz. [NE.]

73
No he conocido ningún insumiso, ningún desertor: sin embargo, esa es mi

decisión inmediata.

En la enfermería del campamento sólo se entra a partir de 39,5º C de

fiebre. Como atarme las polainas me hincha, y estoy más que harto de oír todas

las noches las desoladoras obscenidades de mis camaradas, me levanto

lentamente de mi colchoneta y paseo con los pies y el torso desnudos por la

nieve, con la esperanza de que la fiebre termine por llegar.

Llega. En la enfermería, un suboficial, oliéndose la superchería, viene a

decirme que el ejército tiene derecho al 2% de muertes por enfermedad, lo cual

no es grave. Tiro desde luego los medicamentos y la comida, me debilito bastante

deprisa con satisfacción (la libertad o la muerte), y mis padres, sin noticias,

terminan por inquietarse, sobre todo mi madre, que una vez en movimiento es

muy decidida y tenaz. Me trasladan en ambulancia al hospital militar de Belfort,

ella viene detrás en un taxi. ¿Montbéliard? ¿Belfort? Son por lo menos dos

ciudades donde nunca volveré a poner los pies.

Ahora es la guerra de desgaste. Tengo dos objetos fetiches: una corteza de

naranja, que voy a respirar abriendo la lucera de las letrinas, y unas hojas de

afeitar que he escondido en un dobladillo del pijama. Tengo intención de

utilizarlas si esto dura. Al mismo tiempo, dejo de hablar y mantengo la mirada

obstinadamente fija en el suelo (muy buen conocimiento de los suelos). Este

comportamiento termina por intrigar, por lo tanto, al psiquiatra.

Antes de seguir adelante, una noticia confidencial para quien quiera

utilizarla, uno de esos trucos que se pasa a media voz en los corredores: para

alterar un electroencefalograma, cerrar y hacer rechinar ligeramente los dientes.

Parece que funciona. Me lo dijo un tipo en los suburbios de París, cuando yo sufrí

unas experiencias-tests, en una bodega, sobre mi asma. Hay que respirar así: olor

de almendras amargas, violenta crisis inmediata, ahogo, convulsiones, y regreso

74
titubeante al aire libre para contemplar París desde arriba, grotesco Rastignac

transportado, via el Val-de-Grâce, en cómica camioneta con barrotes (el texto que

cuenta esto, no del todo malo, se encuentra en la recopilación L’Intermédiaire**,

y lleva por título Background).

Ahora, psiquiatra. Es un capitán, más bien buen tipo. Me hace preguntas, y

yo me callo, tres, cuatro, cinco veces. Me pide entonces que dibuje un hombre y

una mujer desnudos. ¡Qué malvado, es demasiado bueno! ¿Adán y Eva? ¿Como

en Cranach? ¿Sin hoja de parra? Me pongo a ello con aplicación, dibujo muy mal,

pero lo consigo. Un hombre y una mujer perfectamente reconocibles, puesto que

me entretengo largo rato en los sexos y los pelos, bien diferenciados, bien

visibles, sólo que no tienen brazos. El tipo me mira, incrédulo, pero sus ojos

brillan, tiene su caso. «¿No les falta nada?» Sacudo negativamente la cabeza.

«Mira bien, ¿no has olvidado nada?» Este tuteo está a punto de hacerme

reaccionar, pero calma. Aquella ausencia de brazos es tan grande como un

edifico, pero cuanto mayor sea, mejor.

Continúo mi huelga de hambre y mi terco mutismo. Mientras tanto, mis

padres han alertado a Ponge, que, en persona, ha avisado a Malraux. Paso, pues,

ante un nuevo tribunal que me notifica mi Baja (qué hermosa palabra, réforme,

no en religión sino en el ejército11 , «sin pensión, por estado esquizoide agudo».

El esquizoide agudo os saluda.

Mandaré unas letras de agradecimiento a Malraux, que me responderá en

una tarjeta de duelo con estas palabras increíbles: «Soy yo, señor, quien le

*
L’Intermédiaire. París, Seuil, 1963. [NE.]
11
El autor juega con el doble sentido que el término réforme da en español:
reforma, por un lado; baja, licencia absoluta en el lenguaje militar; y Reforma,
que denomina en la Historia de las religiones a la Reforma emprendida por
Lutero, y que designa a la Reforma protestante. [NT.]

75
agradece haber tenido la ocasión, una vez al menos, de hacer el universo menos

estúpido.»

Salgo de esa ridícula y pequeña temporada en el infierno, he adelgazado

veinte kilos, apenas me tengo en pie, todas mis cosas han desaparecido, y mi

padre se ve obligado a ir a comprarme a la ciudad ropas y zapatos. Mi madre ha

traído (¡gran símbolo!) el bastón con el pomo de plata de su padre, Louis. Vuelvo

a un París extraño donde explotan todas las noches bombas de la OAS. Son las

«noches azules». Me mudo al apartamento-estudio donde escribo estas líneas, en

el bulevar de Port-Royal, frente al antiguo convento transformado después de la

Revolución en maternidad. Está secularizada la capilla donde el 24 de marzo de

1656 se produjo el milagro de la Santa Espina. Soy un sonámbulo que relee a

Pascal. El bello claustro, entonces sin reja, es muy agradable en las noches de

verano.

Inútil decir que mis hermanos han quedado consternados al volver a verme.

Me callo, me recupero poco a poco, Dominique está ahí, por el momento no

puede pasarme nada más, empiezo a escribir mi primer buen libro auténtico,

Drame. Por lo que se refiere al entorno, va a calentarse.

Huguenin ya ha dimitido de Tel Quel y obtiene un éxito con una novela

romántica, La Côte sauvage. Tiene además jóvenes admiradores, tanto mejor.

Matignon dimitirá más tarde, pero ya no aparece por el despacho de la revista. El

problema es Hallier, que tiene la intención de aferrarse a su puesto de secretario

general. No, no es posible. De lo siniestro se va a pasar a lo bufón.

En efecto, el editor aprecia a Hallier y tiembla ante su padre general.

Excluir a un hijo de esa importancia le parece socialmente penoso. Como el

comité de la revista funciona por contrato de forma democrática, y el voto

mayoritario ha sido la exclusión, convence a cierto número de votantes para que

hagan un viaje a Suiza y allí anunciar suavemente esa decisión al hijo refugiado

76
en casa de su padre, y, ¿por qué no?, intentar una reconciliación. Me niego a

formar parte de esa grotesca delegación, pero sin avisar a nadie me apunto en el

vagón de los viajeros. Malestar. Malestar tanto mayor cuanto que, una vez en

plena montaña, el general me lleva aparte para intimidarme e insinuar un posible

chantaje sobre mi baja del ejército; en resumen, me hace un confuso número de

viejo carcamal como para echarse a llorar. Me levanto, salgo, el general corre

detrás de mí por la nieve (decididamente), llamo a un taxi arrastrando a mis

camaradas desorientados (y en el fondo muy vacilantes), cogemos de nuevo el

tren, y basta.

¿Basta? Todavía no. Último esfuerzo de mediación-reconciliación a través

de Robbe-Grillet y Jérôme Lindon, tal vez divertidos, pero obedientes. Nuestras

relaciones, por consiguiente, van a envenenarse, hasta el día en que (todo tiene su

explicación) oiga a Robbe-Grillet decir en televisión delante de mí, «el mariscal»,

refiriéndose a la foto de Pétain que presidía la cocina de sus padres, en Bretaña,

durante la Ocupación. Se presenta, pues, con Lindon, en Éditions du Seuil, que

procede de las Éditions de Minuit, para parlamentar. De ordinario soy más bien

moderado, hasta laxista, e incluso jesuita. Pero si me buscan me encuentran, y

puedo ser igual de terrorista, áspero, desagradable, obstinado, insolente y odioso.

Eso no ha cambiado, y hay pocas probabilidades de que cambio. Robbe-Grillet,

de la Academia Francesa, ha tardado algún tiempo en comprenderlo. Pero

¿Lindon, el amigo y el admirador de Beckett? Dejémoslo.

¿Un general? ¿Un mariscal? ¿Generales? ¿Mariscales? ¿Capitanes -

psiquiatras? ¿Enfermeras maníacas? ¿Amigos falsos? ¿La guerra de Argelia?

¿Hospitales militares? ¿Envidias literarias? Eh, mierda.

Para este período de juventud el lector puede remitirse al volumen

L’Intermédiaire («La Mort au printemps», «Aras de Seine Prés. de Giverny»,

«Images pour une maison», «La lecture de Poussin», «Requiem», «Background»,

77
etc.). El exergo de Coleridge, puesto al frente del texto que da título al volumen,

expresa exactamente mi estado de ánimo de la época: «Casi me he hecho a la idea

de que yo era una simple aparición».

78
Transición

Esa aparición, hasta entonces ligera y soñadora, va a volverse rabiosa al

contacto el veneno social. Por el momento, en L’Intermédiaire (1963), el narrador

parece tener cierto número de experiencias felices al borde de la desaparición:

una travesía de París en ambulancia, una entrada fluida y luminosa en un cuadro

de Monet, un relato de alucinaciones infantiles, el orden secreto de los grandes

cuadros de Poussin (revelación de la exposición de 1961 en París), el entierro frío

y mecánico, absurdo, de un joven soldado muerto durante la guerra de Argelia, un

éxtasis en plena miseria de hospital, un retrato de explorador mental y metafísico.

La insistencia se centra en la presencia, en el enigma del estar-ahí. Por eso

puedan observarse en La Lecture de Poussin varias referencias a Heidegger, sobre

todo ésta: «Lo oscuro es la morada secreta de lo claro. Lo oscuro guarda lo claro

en sí. Se pertenecen el uno al otro.» Y también: « Debe dejarse descender el

pensamiento mortal a lo oscuro de la profundidad de las fuentes para ver una

estrella en pleno día. Es más difícil preservar la limpidez de lo oscuro que

conseguir una claridad que sólo quiere lucir como tal. Lo que no quiere lucir no

alumbra.»

Aumento de las Luces, por tanto.

El exergo de ese delgado volumen (que no tuvo, como es de sospechar,

ningún éxito), está sacado de las Illuminations de Rimbaud: «Cálculos aparte, el

inevitable descenso del cielo, y la visita de los recuerdos y la sesión de los ritmos

ocupan la morada, la cabeza y el mundo del espíritu».

79
Subrayo estas tres palabras: morada, cabeza, mundo.

Eso es lo que me ocupaba y todavía me ocupa. Es divertido constatar que

la misma cita se publica cada tres meses, sin nombre de autor, en la cuarta de

cubierta de la revista L’Infini, al pie de una reproducción de un corsario tardío de

Picasso, y que nadie haya preguntado nunca de quién eran esas frases.

El esclavo de nuestro tiempo sabe todo y nunca pide una explicación.

CQFD.

Me aíslo lo más posible, me adentro en mí mismo. Con Le Parc, algo ha

empezado a moverse en la superficie de las frases a medida que las escribo («la

estilográfica de tinta azul-negra»). Es el tema de la verdadera presencia, aquí,

ahora, clara y oscura al mismo tiempo. Un nuevo cuerpo se libera, a la vez que

las palabras vienen por sí mismas como por primera vez. El exergo de Drame

(que aparecerá en 1965) se sitúa en el alba del pensamiento griego: «La sangre

que baña el corazón es pensamiento» (Empédocles). En cuanto al final (vuelvo a

verme escribiéndolo, un día de lluvia y de gran alegría en Venecia), evoca el

pensamiento indio, «el pensamiento que no tiene último pensamiento, más

numeroso que la hierba, el ágil, el rápido entre todos, que se apoya en el

corazón.» La palabra corazón es aquí central, pues el proyecto es en realidad

llevar el pensamiento al pensamiento, en tanto que pensamiento, y la escritura a

la escritura en tanto que escritura. Estamos en los antípodas del realismo y del

naturalismo obligatorio (todo para desagradar, por tanto). Una novela ulterior,

muy libre, se titulará por otra parte El corazón absoluto** [Le Cœur absolu].

Drame (dedicado a D., es decir a Dominique), empieza así:

*
El corazón absoluto. Barcelona, Lumen, 1992. Traducción de Arturo Firpo.
[NE.]

80
«Ante todo (primera redacción, líneas, grabado — el juego empieza), quizá

sea el elemento más estable el que se concentra detrás de los ojos y la frente.

Rápidamente lleva la investigación. Una cadena de recuerdos marítimos en su

brazo derecho: él la sorprende en su semisueño, espuma levantada por el viento.

La pierna izquierda, por el contrario, parece trabajada por agrupaciones

minerales. Una gran parte de la espalda conserva, superpuestas, imágenes de

piezas en el crepúsculo. Parado, insiste, espera. Este primer contacto le parece

demasiado rico, oscuro. Todo contaminado, significativo. Ningún principio ofrece

las garantías necesarias de neutralidad. Su cuerpo está visiblemente ocupado por

llamadas inútiles. Sorpresa: siempre pensó que en el momento deseado la

verdadera historia se dejaría contar. Lejos, bajo una apariencia abandonada, él la

sentía paso a paso, inmutable. Incluso ahora se convence de poder definirla con

sencillez: posición sentada, sol a su izquierda por encima de los tejados

(conciencia del movimiento, estrellas), tierra y flores a sus pies, agua allá, en el

horizonte... Fallado.»

Dos jugadas falladas ante de la constitución de un tablero de ajedrez (64

casillas), en que el narrador (alternativamente «él» y «yo») va a jugar contra sí

mismo. Una de mis mejores partidas, creo.

Sin éxito alguno, pero este comentario de Barthes:

«Drame es la ascensión hacia una edad de oro, la de la conciencia, la de la

palabra. Ese tiempo es el del cuerpo que se despierta, todavía nuevo, neutro,

intocado por la rememoración, por la significación. Aquí aparece el sueño

adánico del cuerpo total, marcado en el alba de nuestra modernidad por el grito

de Kierkegaard: ¡pero dadme un cuerpo!... El cuerpo total es impersonal, la

identidad es como un ave de presa que planea muy alto por encima de un sueño

donde nos dedicamos en paz a nuestra verdadera vida, a nuestra historia

81
verdadera; cuando nos despertamos el ave se lanza sobre nosotros, y es en suma

durante su descenso, antes de que nos haya tocado, cuando hay que cogerla por

velocidad y hablar. Ese despertar es un tiempo complejo, a la vez muy largo y

muy corto; es un despertar naciente, un despertar cuyo nacimiento dura.

Barthes habría debido escribir más bien que, por debajo del despertar,

titubeamos constantemente en la inquietud o en la rabia de nuestra falsa vida y de

nuestra falsa historia. Al final de su vida, decepcionado y aburrido por su entorno

tan mediocre, se acercaba cada vez más al budismo. Al pensar hoy en él,

encuentro a Dogen, un monje zen de mediados del siglo XIII en el Japón: «Lo que

se llama “sin nacimiento” designa el despertar supremo.» O bien: «Oír lo que

nadie ha oído todavía quiere decir oír lo que yo os digo en este mismo momento.»

O también: «Cuando hemos entrado en el dominio auténtico, cada signo y cada

fenómeno se descubre como único. Ahora bien, el fenómeno puede ser

aprehendido, también puede escapársenos; el signo puede ser aprehendido,

también puede escapársenos. Solo en ese momento mismo, en lo inmediato, cada

tiempo de una presencia y todos sin excepción se confunden en el tiempo

integral. Los signos presentes y los fenómenos presentes constituyen el tiempo.

Todo lo que es presente en el mundo entero constituye el tiempo que se sucede de

instante en instante, y progresivamente acaba aquí y ahora.»

Por ejemplo.

De esa misma época datan dos intervenciones para mí importantes.

«Lógica de la ficción», conferencia pronunciada en Cerisy en presencia de

Michel Foucault entonces totalmente desconocido, pero cuyos libros Naissance

de la clinique** e Histoire de la folie** (por no hablar de su sutil Raymond


*
El nacimiento de la clínica: una arqueología de la mirada médica. Madrid, Siglo
XXI, 2007. Traducción de Francisca Perujo Álvarez. [NE.]
*
Historia de la locura en la época clásica. Madrid, FCE, 1979. Traducción de

82
Roussel**) yo había leído con gran interés. La intervención de Foucault durante

ese coloquio se publicó en Tel Quel. La otra acción concierne a Méditerranée**,

película de Jean-Daniel Pollet, con texto mío y estrecha colaboración en el

montaje. El montaje, todo está ahí. Desde este punto de vista, la película, con sus

décalages y sus repeticiones calculadas (la naranja colgada del árbol, como fruto

paradisíaco prohibido) está considerado como un clásico. La visión en colores

profundos de Pollet es maravillosa: un toro en la arena, captado en la sangre de su

movimiento mortal, los pilares derrumbados de Palmira, un alto horno en acción,

una mujer joven en una mesa de operaciones, una joven campesina griega,

deleitable, peinándose ante un espejito a la orilla del agua, ajustándose su alfiler,

luego abrochándose lentamente su delantal ligeramente agitado por el viento, la

barca de un viejo pescador (quizá el propio Caronte), unos búnkers

semidestruidos y alambres de espino recordando que ha ocurrido algo devastador

que sigue entre bastidores, todo esto sorprendente y bellísimo, en línea recta de

Un perro andaluz o de La Edad de oro, pero como afirmación voluptuosa. Todo

esto va y viene, debe dar la sensación de un cubo, de una esfera transformada en

cubo, en oposición a la superficie plana de una pantalla. Intelectual y

sensualmente es algo nuevo, fresco, inquietante, que surge, impecable.

La película Méditerranée se proyecto a principios de los años 1960 en un

festival de vanguardia, en Bélgica, en Knokke-le-Zoute, donde fue recibida con

furibundos abucheos (es hermoso, y auténtico, ver la belleza abucheada). Hay que

decir que no había nada más alejado de la agitación homodrogada de las películas

americanas presentadas entonces. ¿Qué hacer de un sublime templo gris azul de

Apolo apareciendo lentamente en plena montaña, al lado de travestis medio

José Juan Utrilla. [NE.]


*
Raymond Roussel. México, Siglo XXI, 1992. Traducción de Patricio Canto.
[NE.]
*
Méditerranée, 1963, 44’ (disponible en DVD en Pom Films). [NE.]

83
empalmados saliendo de ataúdes? ¿Heráclito sobre fondo de eterno retorno, o

William Burroughs? Me parece que Heráclito resiste mejor el tiempo.

Anécdota divertida: después de mi conferencia de Cerisy, la periodista

presente de Le Monde, que debió de escucharme distraída, me pregunta qué

diplomas tengo. Me río, le pregunto si hubiera hecho la misma pregunta a André

Breton, cojo un coche para ir a dormir al hotel, en Saint-Lô, donde me espera una

joven y hermosa mujer. Mi mala reputación está hecha. Inútil decir que Michel

Foucault y su amigo sí tienen derecho, aunque con buena intención, a una

habitación común en el castillo. La poesía tiene sus misterios, la Universidad

también.

Diez años más tarde volveré a Cerisy; pero entonces eso será el burdel.

Vanguardia descompuesta, Universidad en crisis, edición conformista,

periodismo académico, literatura averiada, filosofía a revisar, instituciones

deterioradas, ese es el paisaje de la travesía.

Esta mañana alzo los ojos hacia mi biblioteca: nada que decir, es muy

sólida.

Grandes acontecimientos de la época:

Lanzamiento de los Sputniks, crisis de los cohetes rusos en Cuba,

Muerte de Juan XXIII, asesinato de Kennedy, primer presidente católico de

los Estados Unidos (sobre este tema, pantalla hecha de mentiras).

Ruptura China-Rusia.

Suicidio de Hemingway, muerte de Céline.

84
«Tel Quel»

Tel Quel es una revista literaria trimestral concebida y publicada por

jóvenes escritores de una veintena de años, sin ninguna publicidad, con un

subtítulo que evolucionará hasta estabilizarse en una jerarquía deliberada:

Littérature/Philosophie/Art/Science/Politique.

El comité de redacción es independiente de las Éditions de Minuit, el título

es una propiedad compartida por contrato con ella. Un pequeño despacho, un solo

teléfono. El comité funciona de manera democrática, elige a su secretario de

redacción, vota sobre los sumarios, las exclusiones de miembros o su integración.

Todas las decisiones están subordinadas a la apreciación de los textos, dado que

se juzga primero sobre los escritos y no sobre las imágenes sociales. Este último

punto, perfectamente revolucionario, es esencial y siempre será determinante.

A partir de la exclusión de Hallier (qué alivio no tener que vérselas con sus

delirios, con su mitomanía, con su forma de decirme cada día, cuello de chaqueta

levantado y sufrimiento intenso: «Voy a matarle»), las Éditions se mostrarán más

suspicaces, y las crisis con ella cada vez más frecuentes y violentas, hasta la

ruptura, en 1982. Tel Quel renacerá bajo mi dirección en Gallimard con el título

L’Infini y los mismos subtítulos. En total, cerca de 200 números: apuesta

imposible, por tanto realista, siendo lo más divertido que nadie parece haberse

dado cuenta de esa hazaña. Para eso, sin duda hay que morir, pero ¿de qué sirve?

Hojeo estos números de revista y de colección, y veo desfilar nombres:

85
Artaud, Bataille, Ponge, Heidegger, Hölderlin, Dante, Pound, Borges, Barthes,

Klossowski, Rilke, Michaux, Sarraute, Saussure, Foucault, Derrida, Jakobson,

Joyce, Sade, Genet, Needham, Philip Roth, Pleynet, Denis Roche, Risset,

Kristeva, Guyotat, Henric, Muray, etc. El 70% es muy bueno, y a veces insólito o

divertido. Se trabajó mucho sin tener la impresión de trabajar, nos divertimos

mucho.

Por supuesto, el mundo de la edición (incluido el editor de Tel Quel)

reaccionó bastante deprisa creando completamente revistas competidoras. Pero

hoy todo el mundo está de acuerdo (sobre todo los que tuvieron que lamentarse

de ello) en la superioridad del original, imitado con frecuencia, nunca igualado.

El programa es simple: desplazar el terreno, dar prioridad a experiencias

centrales marginalizadas, arrojar luz sobre la vacuidad de la mercancía

académica. En ese momento se está muy lejos de las obras completas de Artaud,

de Bataille, de Ponge, hay que arrancar cada texto a la censura o al olvido

institucionalizado. ¿Sade en la Pléiade? Impensable. También se está muy lejos

de la admisión de Barthes y de Foucault en el Collège de France, o también de las

brillantes carreras internacionales de Derrida y de Kristeva. Lacan apenas es

conocido, Breton está ocultado, Céline es maldito. El poder son Sartre, Camus,

Malraux, Aron, Aragon, Mauriac, y tienen otras cosas que hacer que ocuparse

realmente de literatura o de pensamiento fundamental. Lévi-Strauss, muy bien,

pero Heidegger aguarda a ser verdaderamente leído. Es la hora del compromiso,

de la guerra fría, de las luchas políticas y de la moral. Un día u otro habrá que

pasar por ahí, tratando de hacer allí donde todo eso está atascado el máximo de

daños.

Dado que la sociedad ha venido a buscarme para encarcelarme, es normal

devolverle su visita negativa. El eslabón débil (mayo de 1968 lo demostrará) es la

Universidad, y el cerrojo principal que hay que hacer saltar el Partido comunista

86
francés. Nos ocuparemos de eso.

Por lo tanto, el objetivo es, a partir de la literatura, biblioteca abierta de

nuevo y práctica constante, interrogar a la filosofía, al arte, a la ciencia, a la

política. En Tel Quel no entra nadie si no tiene una relación singular con el

lenguaje, el psicoanálisis es bienvenido, los formalistas rusos también (contra el

realismo totalitario). ¿Biblioteca abierta de nuevo? Dante et la traversée de

l’écriture** (1965), en el mismo impulso que Drame, y nueva traducción, más

tarde, hecha por Jacqueline Risset, de La Divina comedia. Interpelaciones

diversas: crítica del surrealismo, apoyo táctico al «nouveau roman» (el mercado

literario todavía está temblando), insistencia en Joyce, subrayado de Lautréamont

(aquí, el libro de Marcelin Pleynet ** hizo época). En resumen, se vive como se

lee y como se escribe, el envite está ahí (y el aire de la época va a llamar a eso,

durante un momento, «estructuralismo».) ¿Cómo habla eso? ¿Cómo funcionan

los mitos? ¿Qué es lo que el sujeto dice que no sabe? ¿Dónde está realmente su

deseo? ¿Qué ocurre con los diferentes sistemas simbólicos a través de las

lenguas? ¿Por qué esa espantosa ignorancia del hebreo, del indio, del chino?

¿Relativismo? No, investigación y profundización: Racine leído de otra

manera (escándalo en la Sorbona), Sade saliendo de la clandestinidad (hoy se le

puede leer en papel biblia), un paso más, y La Fontaine os parecerá un día tan

revolucionario como Antonin Artaud, Homero tanto como Proust o Céline,

Esquilo tanto como Georges Bataille, Villon tanto como Genet. Por no hablar de

la pintura y de la música, enorme archivo resucitado, renacimiento, audacia:

Picasso muestra el camino. El olvido amenaza sin cesar, el sueño de la razón

engendra monstruos, hace falta una nueva razón, un nuevo amor (Rimbaud). Se
*
Tel Quel, Nº 23, otoño de 1965. [NE.]
*
Lautréamont. Valencia, Pre-Textos, 1977. Traducción de Carmina Casillas. [NE.]

87
dan los medios de a bordo: el control de una publicación periódica, medio

modesto, grandes efectos. Se instala la leyenda: Tel Quel es un centro nervioso,

un foco terrorista. En efecto, y todo demuestra hoy, en la regresión general, que

ese terrorismo tenía razón frente a la destrucción mercantil de la capacidad de

lectura. Que nadie se asuste, volverán a abrir a Voltaire, puesto que ahora puede

demostrarse que ya no lee casi nadie. Verificad a vuestro alrededor dónde están la

Historia, la Memoria, la Forma, el Fondo, lo Profundo. Lo más cómico consiste,

de parte de los asalariados de la devastación, en acusar a Tel Quel de haber

esterilizado la creación literaria, es decir, como afirmaba Lacan, la

poubellication12. La mercancía que había que evacuar todavía nos deja atónitos.

Cada cual debe saber que el pensamiento impide los sentimientos, y que la

inteligencia no es favorable para la autenticidad. Estamos ahí, estábamos ahí,

estaremos siempre ahí, pero, en última instancia, siempre habremos alterado

durante un tiempo la hipnosis de conjunto.

¿Las normas de funcionamiento en Tel Quel? El tratamiento de usted es de

rigor, nunca se pregunta por la vida privada, muestre lo que usted ha escrito, eso

es todo. Ya lo ven: terroristas.

Dicho esto, la vida paralela, la vida viva, la vida verdaderamente libre, el

amor libre, tienen su dios singular. Sequere deum, dice la divisa de Casanova,

«seguir al dios». Por lo demás, este último puede ser una diosa, figura alada del

destino, lechuza o golondrina, como Atenea protegiendo a Ulises. Una de las

novelas más extrañas de Dominique se titula Artémis, diosa que, es lo menos que

se puede decir, no es particularmente tranquila. Como su pariente Hécate, habría

podido ser bruja. Pero, para mí, es un hada.

Antes de Barcelona hubo viajes memorables. A Burdeos, primero, donde le

12
Juego de palabras entre publication (publicación) y su corrección, a partir de
poubelle (cubo de basura). [NT.]

88
enseño el Garonne, las casas, los jardines, y donde van a besarse largamente en

los coches de los garajes. Luego Ré, el verano, en las casas reconstruidas después

de la guerra. Luego Lascaux, uno de los mayores impactos de mi vida, lugar de

donde es originaria la familia de Louis, mi abuelo materno. Luego Amsterdam,

donde ella está realmente en su casa, y donde tenemos, por un momento. el

proyecto de instalarnos. Y luego, en 1963, a Italia, Florencia, Venecia.

Allí, flechazo al cuadrado, al cubo. Primero Florencia, debido a Dante,

sobre quien me pongo a pensar mucho. España, las corridas, Lascaux, Dante: esta

inspiración subyacente se encuentra en todos mis libros, y también en la película

que realicé con Jean-Daniel Pollet, Méditerranée (no solo el texto, sino noches

enteras de montaje juntos), y, mucho más tarde, en otra película a partir de La

Porte de l’Enfer de Rodin. Florencia, el claustro de Santa Croce, Giotto en la

iglesia de al lado, la capilla de los Pazzi donde, sumergido por la belleza, dormí

una mañana, sólo, tuve un sueño lleno de futuro. El Baptisterio, por último, perla

blanca, junto a la tumba de Rávena, donde el autor del Paraíso parece estar

enterrado.

Y, luego, la llegada una tarde a Venecia, sorpresa viva de gracia. Como de

costumbre, mientras yo tengo tendencia a titubear sobre los arreglos materiales,

Ártemis encuentra enseguida el lugar necesario, la Giudecca, la habitación de tres

ventanas (sol por la mañana a la izquierda, y por la tarde a la derecha), paso

incesante de barcos. El Paraíso existe, está ahí, no tengo ninguna duda. Vuelvo a

ver todo, programa minucioso, siete horas diarias de escritura (tres para

Dominique, que pasea el resto del tiempo). Venecia-Ré: la misma bendición

marina. Es en Venecia donde me adentro en mi primer libro verdadero (el de esa

época que puedo releer): Drame. Está dedicado a Dominique en forma de la letra

D. AD: Anno Domini, para los aficionados al cifrado.

89
Así pues, dicho está: aquí, regularmente, de incógnito, primaveras y

otoños, durante cuarenta años. No se ve a nadie, está uno en el Tiempo. Nada que

añadir, salvo que, y me aflijo por ello, hay que leer mis libros.

(Recuerdo la mueca de una ensayista enredadora a quien, como quería

escribir un libro sobre mí, le sugería que empezara por leerme. La mueca

significaba: «Ah, ¿de veras? ¿Además?)

Estrategia seguida: plena luz de un lado, sombra del otro. La verdadera luz

está en la sombra, pero, si lo demostráis, no os será perdonada. Habréis probado

vuestra libertad.

Desde los primeros días en Venecia, me fijo pronto, por la mañana, en un

alemán con bigote de unos cuarenta años, sin demasiada pinta de escritor, muy

serio, muy concentrado, que escribe sin cesar en una mesa interior del Florian. Se

lo señalo a Dominique e inmediatamente le damos el nombre de Nietzsche.

Desparece poco después.

Por el lado social, en París las cosas se aceleran. Barthes escribe su larga

crítica de Drame, que compara con La Vita Nuova del Dante. Lacan solicita

verme, imagina que soy un joven universitario filósofo, me pregunta cuál es el

tema de mi tesis, y me propone en el acto que vaya a hablar a su seminario de la

École Normale (cosa que evidentemente no hago). Barthes y Lacan, que tienen el

mismo editor que Tel Quel, serán hasta su muerte amigos y protectores eficaces.

Dedicatoria de Lacan en sus Écrits: «A Ph. S., en última instancia, no estamos tan

solos.» Sí, por supuesto, estamos solos, y eso es precisamente lo excitante. De ahí

la frase de Nietzsche puesta en exergo del Diccionario del amante de Venecia**

[Dictionnaire amoureux de Venise] (frase enviada a Jaspers, en 1949, por

Heidegger): «Cien soledades profundas conciben juntas la imagen de la ciudad de

*
Diccionario del amante de Venecia. Barcelona, Paidós, 2005. Traducción de
Marta Pino Moreno. [NE.]

90
Venecia — ese es su encanto. Una imagen para los hombres del futuro.»

Un joven filósofo me sorprende, en su prefacio a L’Origine de la

géometrie**, comparando a Husserl con Joyce: es Jacques Derrida, y vamos a ser

bastante tiempo muy amigos. Barthes, Foucault, Lacan, Derrida, Deleuze: una

nueva aurora. El viejo mundo, al parecer, todavía se estremece.

Le Parc había decepcionado a la crítica literaria, que erróneamente veía en

ella una adhesión al «nouveau roman». Con Drame, es peor: soy un desertor, mi

talento ha muerto, yo estoy muerto, y es evidente que sólo hago cosas en mi

cabeza. Muy bien: esta declaración de guerra va a permitirme ir más lejos, y eso

será Nombres**, publicado en abril de 1968.

Esos años anteriores a la explosión de mayo son sorprendentes. Sigo

llevando una vida muy desordenada, pero se produce otro encuentro femenino,

encuentro de fondo y flechazo. Es Julia (Kristeva), llegada de Bulgaria en 1966,

con una beca de estudiante de letras. Tiene 25 años, es notablemente bonita, viene

a preguntarme, ya no nos dejamos más. Carece de pasaporte francés, es muy

sospechosa, nos casamos en agosto de 1967. Sigue estando ahí, ¿qué otra cosa

mejor? Cuidado: existen Julia Joyaux y Julia Kristeva, Philippe Joyaux y Philippe

Sollers. No dos, cuatro. Y luego cinco, con David Joyaux en 1975.

Lacan, cuyo oído no siempre es fino, envía una nota a «Julia Sollers». Me

veo obligado a hacerle observar cortésmente que no hay «Julia Sollers». Dicho

esto, cualquier estudiante americana se imagina hoy que yo me llamo señor

Kristeva. Equivocaciones clásicas de época, dado que es difícil hacer admitir que

ella es ella, yo soy yo, y nosotros somos nosotros. Dos nombres está bien, tres,

mejor.
*
Jacques Derrida, Introducción a El origen de la geometría de Husserl. Buenos
Aires, Manantial, 2000. Traducción de Diana Cohen. [NE.]
*
Nombres. París, Seuil, 1966. [NE.]

91
Qué surrealista puede ser la vida: nos casamos discretamente en la alcaldía

del Vº arrondissement, ante un alcalde estupefacto porque no queremos llevar

alianzas y estamos sin cesar al borde del ataque de risa. Luego nos vamos a

almorzar, con la hermana violinista de Julia y nuestros dos testigos, a La

Bücherie, en los muelles, frente a Notre-Dame, junto a Shakespeare and Cº. Pero

¿quién forma esa vieja pareja morosa dos mesas más allá? No, es demasiado

divertido: Aragon y Elsa Triolet. ¿Intersigno, mal de ojo, exorcismo? Los

comunistas, como los burgueses (es parecido), tienen muchos fantasmas sobre

este tema (una mujer venida del Este, un joven escritor francés, etc.), Pero,

perdóneme: nada que ver.

Destino, destino, sequere deum... Matrimonio aparte, nada de poder social,

nada de familia a la espalda, nada de fotos, nada de fusión ideal, nada de dinero,

pero sí una solidaridad intelectual sin falla, y mucho trabajo, contradicciones,

juego, risas, amor. Añado una pincelada inédita a la historia de los hombres y las

mujeres (es caos): el libertino impenitente que ama a su mujer. Hago observar, de

pasada, que me casé con esa mujer, no con otra, y de una vez por todas. Bajo

todas las apariencias el viejo fondo anarquista pervive ahí. ¿Dificultades?

Innumerables. ¿Crisis? Lo necesario para conocer a fondo los atolladeros de la

eterna guerra de los sexos. ¿Armonía? Pues claro. ¿Oposiciones de gusto? A

veces. ¿Humor? Para dar y tomar. ¿Tragicidad? Siempre. ¿Comicidad? Frecuente.

¿Seriedad? Constante.

Vuelvo a vernos, caminando juntos, una tarde, por el bulevar

Montparnasse, para ir a Le Rosebud, en la calle Delambre, que durante mucho

tiempo fue nuestro cuartel general. Le digo simplemente: «¿Y si levantáramos la

vieja maldición?» Excelente pregunta, que no necesita respuesta.

De la pequeña estudiante genial, pero tachada en todas partes al principio

(salvo por Lévi-Strauss y Barthes) , a la universitaria célebre en todo el mundo,

92
cuyo apodo, entre nosotros, ha sido «Honoris Causa», a la psicoanalista estricta, a

la ensayista del «genio femenino», la vía es vertiginosa, valerosa, melodiosa,

graciosa. Es la mujer más inteligente que he conocido.

Dominique, Julia: el arte de Vivir. Humanamente, como suele decirse,

ambas son mucho mejores que yo. De todos modos, debo de tener algunas

cualidades puesto que, sin conocerse ni evolucionar en los mismos ambientes,

parecen admitir mi existencia.

Evidentemente, en estas Memorias no doy los nombres de las otras mujeres

que se han cruzado en mi vida de forma más o menos duradera e íntima. No

tengo motivo alguno para turbar sus recuerdos o sus arreglos sociales. Diré

únicamente, para participar en el conocimiento científico, que nunca he tenido

inconveniente alguno con aquellas con las que realmente había hecho el amor,

mientras que he tenido muchos a causa de mis abstenciones o de mis espantadas.

El caso me parece original. He reunido muchas complicidades femeninas en mis

aventuras. Aparecen contadas en mis novelas, de forma más o menos transpuesta.

Sería luminoso hacer su catálogo, y casi me sorprende que ningún crítico ni

ningún universitario haya pensado en ello. Recibo bastantes artículos y tesis sobre

mis libros: en general, el asunto es cuidadosamente evitado.

Hombres y mujeres, el mismo reflejo: nada de mujeres, o las menos

posibles, tabú universal, como si se tratara de otro mundo o de un continente

desconocido (hablo de encuentros felices). La subversión está sin embargo ahí,

digan lo que digan. Apuesta: me leerán, me releerán.

93
Navegación

He podido vivir muchísimo tiempo sin grandes medios, apoyándome tierra

adentro, restos de herencias, y sobre todo en la isla de Ré, antigua propiedad

materna que escapó al desastre. Es en el pueblo de Ars donde seré enterrado,

cerca del cementerio de aviadores ingleses, australianos y neozelandeses, caídos

aquí durante la Segunda Guerra Mundial. Tienen 22, 23 años, son pilotos o

soldados ametralladores. Nadie reclamó sus cuerpos. Esa vecindad me agrada.

Con Venecia, primaveras y otoños, eso supone más o menos cuatro meses

al año de trabajo intensivo cerca del agua, siete horas diarias, cimentadas en el

sueño y la natación. ¿Trabajo? No, esa palabra no conviene para la vida musical y

marina. También en este punto se pueden consultar mis libros, de los que me

gustaría que se pensase que se han escrito totalmente solos.

Encuentro en Nombres (dedicado en alfabeto cirílico a Julia) caracteres

chinos al final de cada párrafo. Fueron trazados, en la época, por François Cheng,

primer chino de origen en haber entrado luego en la Academia francesa. El libro

puede parecer complicado, oscuro, pero esa señal china sigue pareciéndome una

incongruidad mayor en la literatura occidental (a excepción de Ezra Pound, pero

con una intención totalmente distinta). En 1969 Nombres provocó dos largos

comentarios: L’Engendrement de la formule, de Julia Kristeva, y La

Dissémination, de Derrida. El último título también es por otra parte el de un

libro de Derrida estudiado en todas las grandes universidades del planeta,

mientras que Nombres, del que trata abundantemente, no está traducido al inglés,

94
lo que equivale a decir que no existe. Como en general la Universidad me hace

morir después de 1968 debido a mis malas acciones, y dado que la izquierda ha

ratificado la sentencia con gran placer de la derecha, estoy condenado al lo

espectral del no pensamiento, y está muy bien así.

¡Ah, 68! Podríamos evocarlo horas y horas, pero clarifiquemos

rápidamente las cosas. En una primera etapa, estrategia de Tel Quel, nos

acercamos al partido comunista, entonces muy poderoso (22% del pequeño

pastelero Duclos en las elecciones presidenciales), con la firme intención de

utilizarlo como relevo hacia unas masas en devenir (nada que esperar del

academicismo). Malentendido intencionado y muy logrado, que luego explota en

la peripecia «maoísta». ¡Ah, Mao! Seamos claros también en este punto: era el

único medio eficaz de hacer saltar la chochez rusa, tratar el mal con el mal,

empujarlo al extremo para que se vuelva, romper la labor bajo cuerda estalinista-

fascista de esa época francesa. China, entrando en su caos criminal, tenía, aquí, la

ventaja de enfurecer a todos los actores de la fase histórica anterior, permitiendo

prever un interés nunca visto por su escritura, su cultura, su pensamiento. Es fácil

verificarlo hojeando los antiguos número de Tel Quel (20% de lenguaje

estereotipado o de caucho, 80% de estudio sobre el pensamiento chino). Por lo

tanto no nos privamos de la máscara «maoísta», antes de librarnos de ella llegado

el momento. ¿Cinismo? ¿Oportunismo? ¿Amoralismo? Claro, pero estábamos (yo

estaba) en lo que Sun-tzu llama, en su Arte de la guerra, «un lugar de muerte», y

había que salir de él. Tres años de agitación, y luego rueda libre.

Como lo que vino después ha demostrado ampliamente, no fue el

comunismo lo que me animaba en profundidad, sino el conocimiento profundo

del continente chino, y esto frente a las proclamas «revolucionarias». El

continente en cuestión no parecía interesar a nadie en Francia en ese momento, de

ahí rupturas secas: con Althusser, por supuesto, pero también con Derrida

95
(refugiado como quien no quiere la cosa cerca del partido comunista). En

cualquier caso, nada de complacencia hacia el arte o la literatura metida en

vereda, es decir la impostura del «realismo socialista». La cuestión era ver más

lejos (me pongo a escribir Paradis). Maniobra: uno está en China en 1874, y

vuelve. Este viaje hizo correr mucha tinta, pero yo no utilizo la misma tinta.

Mayo del 68, lo he escrito sin cesar en mis novelas y en otras partes, fue

una liberación increíble. Tiempo abierto, espacio abierto, noches

resplandecientes, conmociones en todos los niveles, encuentros llameantes,

grandes caminatas sin cansancio por París paralizado, despliegue físico. Era

divertido, y saludable, emplear a veces el lenguaje estereotipado para hacerlo

arder (así escribí, en esquinas de mesa, montones de octavillas anónimas).

Estudié dos años de chino (demasiado tarde, e insuficiente, hay que empezar con

8 ó 9 años), traduje poemas de la increíble tortuga Mao y comenté su

sorprendente Sobre la contradicción, mientras tenía en mente una traducción

nueva del Laozi y del Zhuangzi, en resumen, una clara ebriedad que todavía me

domina. Luego choqué a muchos americanos diciendo públicamente que mi

principal preocupación era haber sido descrito así por un diccionario chino, no

antes, digamos, de 2007: «Escritor europeo de origen francés que desde muy

temprano se interesó por China.» ¿No me quejo entonces de mi cuasi-inexistencia

en el mercado anglosajón? No. ¿Puede explicarme esto? No voy a pararme.

A cada cual su guerra: el único combatiente libre de esa época al que habré

admirado es Debord. Su suicidio, en 1994, me apenó profundamente. Qué

importa que se haya equivocado sobre mí, llegando a compararme incluso con

Cocteau en 1976 (se sueña), y hablando más tarde de mi «insignificancia». Ese

fue un error sensual que Breton evitó de entrada. Pero, bueno, no lo leyó, se dejó

engañar por mis reflejos protectores, y uno puede ser el inventor de la crítica del

96
Espectáculo** y no discernir lo que avanza en él como su adversario de largo

recorrido. Queda lo esencial, salvo la polémica sobre su nihilismo: el altivo,

maravilloso y muy culto autor de los Commentaires** y de Panégyrique**,

aristócrata perdido entre la plebe y que hace una cuestión de honor no

desolidarizarse de ella.

Lo sé: el momento presente está en la restauración venenosa, en la

securización reforzada, en la triste novela familiar rehabilitada, en las acusaciones

interesadas y maníacas. A todos los «sesenta y ocho» los meten en el mismo saco,

la carreta de los condenados está llena. Adversarios declarados se sorprenden de

encontrarse en el mismo convoy, el Tribunal moral celebra sesión continuamente

de forma expeditiva, las acusaciones son siempre las mismas: habéis destruido la

nación, la escuela, la Universidad, la familia, las costumbres, el lenguaje, sois

vosotros, y no nosotros (bien pensantes de todas las opiniones, de derecha y de

izquierda), los responsables de la regresión y del marasmo actuales. A usted se le

vio agitar el Pequeño libro rojo en el bar del Pont-Royal. ¿De veras? Luego se le

vio hacerse «de derechas» e incluso «papista». ¿Es posible? Las fichas de la

Oficina de información general son siempre muy lamentables, pero son útiles a

los nuevos rentistas asalariados. No leen nada, es cómodo, y como carecen por

completo de humor, es siniestro a pedir de boca.

Me han pedido mucho, cheque en mano, para que haga mi «autocrítica».

Ni hablar, ¿qué queréis?, esa disciplina comunitaria no es mi fuerte.

*
Guy Debord, La sociedad del espectáculo. Valencia, Pre-Textos, 2000.
Traducción de José Luis Pardo. [NE.]
*
Comentarios sobre la sociedad del espectáculo. Barcelona, Anagrama, 2003.
Traducción de Luis Andrés Bredlow Wenda. [NE.]
*
Panegírico. Madrid, Acuarela, 1999. Traducción de Tomás González y Amador
Fernández-Savater. [NE.]

97
Esa acción de juventud era la juventud misma. Su principio era simple:

atacar todo lo que el adversario defiende; defender todo lo que ataca. Esa regla no

ha cambiado, y su nombre es literatura. Los filósofos y los intelectuales son

sorprendentes: basta meterlos en la cuestión literaria (y sobre todo poética) para

observar su enloquecimiento inmediato. Piensan en ello, saben que es ahí donde

eso pasa en el tiempo, dan vueltas alrededor, cargan las tintas, se revolucionan.

Sartre, por supuesto, con Baudelaire, Mallarmé, Genet; Foucault con Blanchot o

Raymond Roussel; Lacan con Joyce. Barthes termina por el lado de Proust y de

Stendhal y deja creer que va a escribir una novela; Althusser se pasa a la

autobiografía después de haber asesinado a su mujer; Derrida trabaja por cuatro

con Artaud; Deleuze multiplica las incursiones; Badiou se quiere escritor (¡ay!) -

— en resumen, eso arde. Hoy, lúgubre llanura, pero es cierto que los filósofos y

los intelectuales están ahora alineados con el sermón político y moral.

He hecho una excepción, evidentemente, con el mayor pensador del siglo

XX, Heidegger, que por lo menos ha puesto en su justo lugar (el más grande) a

Nietzsche y a Hölderlin. Comparado con él, todo parece confuso, chapucero y

charlatán. Razón por la que, en general, es maldito por presunto «nazismo». Ayer

vi a un periodista cubano: digo «Nietzsche», y él me responde que en su país, en

La Habana, Nietzsche está considerado como un autor «fascista». Moraleja: ahora

casi en todas partes es Cuba.

Nombres ya está escrito bajo el hachís, y todavía más los libros siguientes,

Lois** y H* (este último título es, por lo menos, declarativo). El bueno y viejo

hachís afgano, negro, oloroso, ctónico, trufa infiernos y paraísos no del todo

artificiales, según los dones de quien lo toma. Vuelvo a verme rascando, con una

navaja, esos pequeños cubos con los que la muchacha que se encuentra allí (la

*
Lois. París, Seuil, 1972. [NE.]

98
más amada, Diana, la griega de Mujeres** [Femmes]) hace porros para fumar

juntos. H, por tanto, un poco de coca de vez en cuando, y luego speed, coridrane

en la Antigüedad (que costó a Sartre sus ojos), luego captagón, recalentamiento

inmediato, despegue garantizado en las frases (todo esto se lee en Paradis). Una

hierba colombiana hizo maravillas: cabalgada de otro cuerpo por otro espíritu,

soy un caballo salvaje pero consigo sujetar las bridas. Enormes ataques de risa,

por supuesto, y discernimiento erótico. Esa compañera no lo era realmente, al

contrario, esa desconocida de aspecto tan reservado es una fuente de

voluptuosidad tenebrosa. La música, los números, el espacio transformado en

tiempo, el tiempo en espacio. ¿La sociedad exterior? ¿El trabajo? ¿La política?

No me hagáis reír. Observo, mantengo los ojos abiertos en el ritmo, y, al mismo

tiempo, es toda la biblioteca la que se pone a hablar por mí.

Lois (1972) es el más loco de mis libros, y a través suyo oigo jornadas de

euforia. Juegos de palabras, retruécanos idiotas o iluminadores, visiones

mitológicas rápidas, penetración sexual de las religiones, gritos del motín,

eslóganes mejorados, desviaciones diversas, ruido y furia que evita lo chusco

generalizado, nueva leyenda de los siglos. Eso continúa luego de forma

denodada, con la Biblia visitada de nuevo a fondo, los griegos, la India, China.

Intensidad de la vida personal, abertura de la historia. ¡Qué estrecho y apremiante

era el viejo Hexágono! ¡Qué bien explota! ¡Qué largas y claras son las noches!

Barthes, en su clase en el Collège de France del 6 de mayo de 1978 dice lo

siguiente:

«La intelligentsia opone una resistencia fortísima a la Oscilación, mientras

que admite muy bien la Vacilación. La Vacilación gidiana, por ejemplo, fue muy

*
Femmes, Gallimard, 1983. [NE.]

99
bien tolerada, porque la imagen permanece estable; Gide producía, si puede

expresarse así, la imagen estable de lo que se mueve. Sollers en cambio quiere

impedir que la imagen arraigue. En resumen, todo se juega, no en el nivel de los

contenidos, de las opiniones, sino en el nivel de las imágenes: es la imagen lo que

la comunidad quiere salvar siempre (cualquiera que sea), porque la imagen es su

alimento vital, y esto cada vez más: sobredesarrollada, la sociedad moderna ya no

se nutre de creencias (como en el pasado), sino de imágenes. El escándalo Sollers

deriva de que ataca la Imagen, parece querer impedir de antemano la formación y

la estabilización de toda Imagen; rechaza la última imagen posible: la de “quien-

ensaya-direcciones-diferentes-antes-de-encontrar-su-vía-definitiva” (mito noble

de la marcha, de la iniciación: “Después de muchos extravíos, mis ojos se han

abierto”): se vuelve, como suele decirse, “indefinible”.»

Barthes siguió siendo un grandísimo amigo hasta su muerte accidental, que

fue uno de los grandes dolores de mi vida. Nos veíamos una o dos veces al mes,

cita en La Coupole, cena en el Falstaff, conversación libre, proyectos comunes

(por ejemplo, rehacer la Encyclopédie, sueño que creo haber realizado luego en

gran parte con La Guerre du goût y Éloge de l’Infini**.) Allí nos cruzábamos a

menudo con Samuel Beckett, impecablemente borracho. Pero, hacia el final,

Barthes estaba cada vez más triste, encerrado, casi mudo. Desde la muerte de su

madre, y de su nueva notoriedad, no iba bien.

También había otras cenas, frecuentes, con Lacan, el personaje más

impresionante de ese período. Me apreciaba, creo. Yo le recogía al terminar su

consulta, en la calle de Lille, y nos íbamos a beber champán rosado a La Calèche,

casi enfrente de su casa. Allí cada palabra contaba, y podía saltar como en el

ajedrez. Muy buen jugador, muy imprevisible.

*
Éloge de l’Infini. París, Gallimard, 2001. [NE.]

100
#

¿Quién más? Foucault, sin duda, pero demasiado nervioso, celoso,

vehemente. ¿Deleuze? Demasiado chirriante. ¿Althusser? Demasiado enfermo.

¿Derrida? Demasiado disimulado en sus sucesivos fingimientos. De todos modos,

¡qué ciudad tan sorprendente París en aquel tiempo! Un gran teatro de

efervescencia verbal, un maravilloso carnaval serio de pensamiento.

El mejor teatro, el martes de 12,30 a 14 horas, era, de lejos, el seminario de

Lacan, primero en la École Normale Superieure, luego en la facultad de derecho

en el Panthéon. Allí, grandes sesiones de improvisación. Se puede comprobar mi

presencia asidua aquí y allá, sobre todo en Encore, donde Lacan trata de aclararse

con Joyce, y donde precisa que yo soy tan «ilegible» como él. Encantadora

atención, pero falsa. Con el tiempo, es más bien mi claridad lo que me sorprende,

lo cual quiere decir también que se puede ser oscuro a fuerza de ser claro, por

ejemplo sobre la cosa misma. Para más precisiones véanse Mujeres y Sade contra

el Ser Supremo, precedido por Sade en el tiempo ** [Sade contre l’Être suprême,

précédé de Sade dans le temps]. De la misma manera que Freud se equivocó con

Dostoyevski, Lacan se quedó muy corto con Sade y con Joyce. Qué importa, el

champán rosado era bueno.

Nitidez tranquila de Barthes, genialidad rabiosa de Lacan. Y, en la sombra,

poder enigmático y dulce, muy lejos, de Georges Bataille, el único que me dio la

impresión directa del genio. ¿Pesares? Sí, no haber conocido a Duchamp y a

Picasso, por ejemplo, para ver a los antiguos héroes de la gran guerra verdadera.

Vuelvo a oír a Lacan suspirando a fondo (nunca he oído a nadie suspirar

hasta ese punto): «Qué herida la vida.» No, claro que no. Y luego gruñir:
*
Sade contra el Ser Supremo, precedido por Sade en el tiempo. Madrid, Páginas
de Espuma, 2007. Traducción de Cristina Vizcaino Auger. [NE.]

101
«Cuando se me da importancia, se me importuna.» A buen entendedor, salud.

En los años 1970, la normalización está en su apogeo, no se volverá

definitiva hasta los años 1980, con la llegada de Mitterrand al poder. Se admite a

Foucault y a Barthes en el Collège de France, pero Lacan, en cambio, es

expulsado de la École Normale por CRS13, con el arma al pie. Ocupo, con

algunos amigos, el despacho del director, enseguida hay que ahuecar el ala.

Acompaño a Lacan en su gran soledad de entonces (nadie quiere tomar su

defensa, está aterrado por una carta de Lévi-Strauss que le dice: «Eso es, querido

amigo, lo que pasa cuando se falta a las costumbres»). Vuelvo a verle

telefoneando a todas partes, imposible conseguir un artículo. Ah, ¿quería usted

bailar sobre el inconsciente sexual? ¡Conspirador! ¡Promotor de disturbios!

¡Sócrates enojoso! Confiese que su público venía de cualquier parte. No

verdaderos estudiantes, cabezas de orgías, demasiadas mujeres... En cuanto a sus

discípulos, ya los conocemos, son «maoístas», se arriesgarían a impedir la vuelta

al orden de la Universidad donde el partido comunista ocupa en ese momento una

posición central. Mire, hay un sitio para vigilar a los más fanáticos: Vincennes.

¿Los aliados de esa técnica de recuperación de poder? Althusser y Derrida,

demasiado felices de recuperar sus locales y su influencia. Althusser está ya muy

loco, trato sin éxito de decirle que los electrochoques no mejorarán su estado, ya

se sabe lo que pasó luego. En cuanto a Derrida, se escurre, detesta a Lacan y no

ve inconveniente en que los comunistas aseguren la seguridad general. Y así es

como Lacan y yo volvemos a encontrarnos, invitados por Françoise Giroud en un

comedor de L’Express. Ella es encantadora con él (buen recuerdo de diván), él

tendrá su artículo de revista.

La locura Mao me ocupa durante tres años, el tiempo de ser la comidilla de

13
Compagnies Républicaines de Sécurité. [NT.]

102
todos: sabotaje del partido francés, del que, por supuesto, nunca he sido miembro.

Vamos incluso a Pekín en 1974, sin Lacan, que, sin embargo había dado su

conformidad (pero con Barthes, que se aburre mucho durante el viaje). Regreso

pronto transfundido en crítica, y salida para Nueva York.

En resumen: primera ola Mao. Segunda ola Solzhenitsin y los disidentes

rusos por fin escuchados. Tercera ola, la elección-sorpresa de Juan Pablo II, y la

insurrección polaca. Cuarta ola, caída del muro de Berlín. Durante todo este

tiempo escribo Paradis, que, es fácil concedérmelo, tiene poco que ver con

Paludes**.

La derecha no está contenta, la izquierda tampoco, la Universidad menos

todavía. ¡Como si se pudiera prescindir de los profesores! ¡Pensar sin ellos! Pero

se puede imaginar a Montaigne, Pascal, Voltaire, Chateaubriand, Stendhal,

Balzac, Hugo, Flaubert, Baudelaire, Lautréamont, Rimbaud, Mallarmé, Claudel,

Proust, Breton, Artaud presentando una tesis? Hay desde luego una de Céline,

pero es una tesis de medicina, por lo demás magnífica literariamente. ¿Habrá que

pedir un día, en Francia, permiso para escribir, para pensar? Futuro a temer.

Escuchad, los escritores no están ahí para pensar, sino para contar historias. Que

hagan realismo social, y en el buen sentido, si eso os gusta. Si, además, pueden

ser melancólicos, dolientes, deprimidos, desesperados, negros y sexualmente en

apuros, todavía mejor. En cuanto a los filósofos, deben ser demócratas y servir a

la Ciudad, y, por consiguiente, dar clases de moral. Orden, morosidad, vana

agitación, vanidad.

*
André Gide, Paludes. Barcelona, Alba, 2003. Traducción de Cecilia Yepes
Martín-Lunas. [NE.]

103
Politoscopia

—¿Es usted indulgente con el Ancien Régime?

—Expresión de ahora en adelante carente de sentido. Hay que volver a ver

toda la Historia en los rincones.

—¿La Revolución?

—Girondina.

—¿El Terror?

—En absoluto.

—¿Marx?

—Mucho.

—¡Freud?

—Todavía más.

—¿Nietzsche?

—Apasionadamente.

—¿Heidegger?

—Por supuesto.

—¿Lenin?

—Interesante.

—¿Stalin?

—Náusea.

—¿Hitler?

—Horror.

104
—¿Mussolini, Franco, Pétain?

—Asco.

—¿La reina de Inglaterra?

—Más bien.

—¿De Gaulle?

—No está mal.

—¿Mitterrand?

—Desconfianza.

—¿Kennedy?

—Gran América desaparecida.

—¿Mao?

—Confieso. Monstruoso, pero buen poeta calígrafo, y excelente estratega.

—¿Biblia?

—Con la lupa.

—¿Griegos?

—Sin fin.

—¿India?

—Espontáneamente.

—¿China?

—Sin cesar.

—¿Juan Pablo II?

—Papa grandioso, pero, por piedad, evitemos las cuestiones sexuales.

—¿Islam?

—Místico, si no, no.

—¿Hoy?

—Aparte.

105
Acciones

Los que participaron en el coloquio Artaud-Bataille de 1972, en Cerisy,

seguro que recuerdan, si siguen estando vivos y no completamente embrutecidos,

la insolente alegría de aquellas jornadas y de aquellas noches locas, tituladas de

forma provocadora «Hacia una revolución cultural». Mucha energía, talento,

desenfreno. Se publicaron las actas, pero lo esencial está en otra parte: alcohol,

cocaína, chicas transformadas en bacantes, reprobación de los muros y las

sombras de Gide o de Heidegger. Impensable antes, impensable después (la

represión empezaba). Insurrección memorable: los participantes gastaron allí, en

una semana, unas fuerzas y una invención que se cuentan por años. Hay que

reírse de la propia juventud, pero es abyecto despreciarla. Quien no ha vivido a

fondo en lo negativo no tiene derecho a la menor afirmación ulterior. Como

Francia es un país de motines rápidamente llevados de nuevo a las instituciones,

sigo prefiriendo la fronda a los sermones.

Acabo de escribir la palabra «sermón», y debo hacer enseguida una

excepción con los del Maestro Eckhart, que nunca están lejos de mí desde hace

mucho tiempo. Cuando murió mi padre, en 1970, ante la pesada miseria

expeditiva del entierro católico, tomé la iniciativa, en el cementerio, de subir

sobre el montón de tierra, al borde de la fosa, y leer un pasaje de Eckhart, delante

de una familia petrificada de estupefacción, y que luego no hará ningún

comentario. Le debía aquello a ese padre discreto, generoso, musical, púdico. Es

desde luego el acto más extraño que he hecho en mi vida.

106
Ese sermón se titula: Hay en el alma una fortaleza donde ni siquiera la

mirada del Dios en Tres Personas puede penetrar.

Y este es el pasaje (dejo que imaginen la escena).

«Ya lo he dicho: hay en el alma un poder que no está ligado ni al tiempo ni

a la carne, que emana del espíritu, permanece en el espíritu y es absolutamente

espiritual. En ese poder Dios se encuentra totalmente: en él florece y reverdece en

toda la alegría y todo el honor que lleva en sí mismo. Esa alegría es tan profunda,

de una grandeza tan inconcebible que nadie podría expresarla plenamente con

palabras. Porque el Padre eterno engendra sin cesar en ese poder a su Hijo eterno,

de modo que ese poder colabora en el engendramiento del Hijo y se engendra a sí

mismo en tanto que engendra a ese Hijo, en el poder único del Padre. Y si un

hombre poseyera todo un Reino y todos los bienes de este mundo y los

abandonara por puro amor de Dios para volverse el hombre más pobre que jamás

haya vivido en la tierra; que Dios le envíe luego tanto sufrimiento como ningún

hombre haya sufrido nunca; que ese hombre soporte todo eso hasta su muerte, y

que Dios le conceda entonces, aunque sólo sea durante un instante, contemplar de

una sola vez cómo es él mismo en ese poder espiritual, ese hombre sentiría tal

alegría que todos los sufrimientos y todas las privaciones seguirían pareciéndole

muy poca cosa. Es más, si luego Dios le concediese alguna vez el reino del cielo,

habría sido demasiado ampliamente recompensado por todo lo que nunca habría

sufrido; pues Dios está en ese poder como en el eterno instante presente.»

Se ve con claridad lo que el sulfuroso Eckhart quiere decir: Dios florece

«sin por qué», como nada creadora e iluminadora. Sin saberlo ni atreverse a

imaginarlo, pobre muerto, tú siempre habrás sido libre y sin por qué. Y ahora,

cementerio, enorme silencio sin que doblen las campanas.

Vuelvo a ver el montón de tierra, a los reunidos, el ataúd, la fosa. Poder del

eterno instante presente: esa es la fórmula.

107
#

Padre e hijo: cuestión abierta. Mi padre, agnóstico, me transmitió una duda

radical sobre las actividades humanas (violencia, guerra, trabajo, asuntos,

procreación). Mi madre, más sagaz, aparentó, con humor y de manera muy

anticlerical, ser religiosa (católica). Cuando nació mi hijo, elegí su nombre,

David, pensando en los salmos bíblicos (oí bastantes gilipolleces malévolas sobre

el tema), y se planteó la cuestión: ¿transmitir o no? ¿Transmitir qué? ¿Debe

interrumpirse una memoria? ¿Con qué derecho? Julia, con razones psicoanalíticas

buenísimas, se declara gustosamente atea. Yo no. ¿Creyente, entonces? No, a la

escucha.

Así pues, decidí bautizar a mi hijo, y hacerle visitar luego la mayor parte de

las iglesias de París, explicándole las oraciones y los ritos. Los lugares más

expresivos habrán sido Notre-Dame y su bosque de cirios, la extrañísima iglesia

de Saint-Germain-l’Auxerrois, el claustro secreto de Port-Royal, la perla del Val-

de-Grâce. De muy niño, susurraba: «En el nombre del Padre, del Hijo y del sano

de espíritu». Por la noche, a menudo hemos recitado rápidamente juntos, en voz

baja, un Padrenuestro. Como todo el mundo (o más bien como yo), hizo su

«primera comunión» y su «comunión solemne». Un dios clandestino y discreto

nos protege, desde lo alto del cielo, de forma respirable y palpable. Nada de

comunidad: una vía.

En resumen, ¿usted siempre ha mezclado más o menos lo transcendental, la

mística, la poesía, el pensamiento, el amor, el erotismo, la ironía, la Revolución?

Pues claro, y eso es precisamente la Revolución.

108
Intermedias

La escena transcurre en nuestros días.

Un tipo de la radio, con prisa, quiere que le enseñe mi biblioteca. «Oh, me

dice, ¡nunca he visto tantos libros en casa de un escritor!» «¿Cuánto tiempo

tenemos?» «Ocho minutos.»

Vamos allá. Los clásicos, es decir: Homero, Esquilo, Sófocles, Eurípides,

Platón, Aristóteles. Y luego, abajo, Píndaro, Tucídides, Virgilio, la Biblia desde

luego... «Veo a Sade y a Bataille juntos», me dice el tipo, encendido. Sí, pero

también están Saint-Simon, Bossuet, Pascal, Baudelaire, Lautréamont, Rimbaud,

Artaud, Nietzsche... El tiempo apremia: «¿Y los contemporáneos?» «Desaparecen

bastante deprisa.» También están Balzac, Stendhal, Proust, Joyce, Kafka, Céline...

«Sí, bueno, ¿y los libros de arte?» «¿Cuánto tiempo nos queda?» «Tres minutos.»

Escuche, la pintura china, la italiana, Manet, Cézanne, Picasso... «¿Y por qué está

ahí La Fontaine?» «Perfección rítmica», digo. Apenas tengo tiempo de recitarle

dos versos de La Fontaine. Se detiene, escapa, «muchas gracias».

Otro: «¿Y su discoteca?» «¿Cuánto tiempo tenemos?» «Diez minutos.»

Purcell, Monteverdi, Bach, Haendel, Haydn, Mozart, ¿en diez minutos? Bueno.

«¿Nada de rock?» Claro que no. Pero casi todo sobre Armstrong, Billie Holiday,

Ella Fitzgerald, Duke Ellington, Count Basie, Charlie Parker, Thelonius Monk...

¿En dos minutos? ¿Un simple acorde? ¡cucú! «¡Hasta luego! ¡Muchas gracias!

Televisión: empezamos a hablar, el tipo mira el reloj. Interrumpe

enseguida, tiene miedo de no estar suficiente tiempo en antena y de dar la

109
impresión de que ya no dirige la emisión. Si es grabado, te cortarán. Si es en

directo, rebajarán tu tiempo. Ninguna queja que formular: así es el juego, y me

divierte.

Sólo Dios sabe lo mucho que puede dar de sí el asunto de los medios. Ir, no

ir, detestarlos, pensar en ello, fingir despreciarlos, mirarlos y escucharlos sin

parar, volverse imagen, tomarse por su imagen, periodismo o no periodismo,

fotos o no fotos, etc. Las dos cosas más divertidas que me han dicho a este

propósito: una azafata en un avión: «¿Puede decirme su nombre para que yo

parezca culta con mis amigas?» Pero sobre todo (y juro que es verdad), un tipo,

en cierta ocasión: «¿He sido yo el que le vi ayer en la televisión?»

110
Resurgimiento

A veces se necesitan ánimos. Llegan de improviso. Así, esta mañana,

ordenando libros, caigo sobre una antigua dedicatoria de Ponge, en el momento

de la publicación de su Grand Recueil, para el volumen titulado Lyres. Fue escrita

y firmada el 7 de enero de 1962. Habla de su libro:

«A Philippe Sollers, para que lo haga saltar en su mano, y quizá, dentro de

algunas decenas de años, encuentre en él algo del “viejo ordenador de sílabas”, su

fiel admirador y amigo desde el principio — Francis Ponge.»

Bueno, me emociono, dejémoslo.

Los años 1970 fueron, para la mayoría de mis amigos, y también para mí

(en otro sentido), años de plomo, una especie de temporada en el infierno.

Transformar el plomo en oro es de cualquier modo un trabajo serio. Fue el de

Paradis, que, de 1974 a 1981, aparece cada tres meses en Tel Quel. Sin

puntuación, totalmente al oído y al aliento, cada mañana, cada noche, durmiendo,

despertándome, caminando, callándome, nadando.

En realidad, es lo único que hago, aunque parezca que hago otra cosa. La

revista, las reuniones, las controversias ideológicas o políticas, las complicidades,

las enemistades, la hostilidad masiva de la prensa literaria, las peleas, los insultos,

las exclusiones, todo eso es un decorado que gira. Vuelvo a ver mis mesas de

trabajo, o mejor dicho de juego: en Venecia sobre todo, porque tengo la fuerte

sensación de que el aire, el agua, la ciudad, los barcos, me animan; en Ré, en una

soledad azul de sal, de mareas; en Nueva York, en un apartamento de un

111
decimosexto piso cerca del Hudson, tajante de sol seco, escuchando uno tras otro

Bach y Scarlatti, Glend Gould y Scott Ross; en París, por último, tiempo robado

al tiempo robado por la comedia social.

La carta robada se vuelve volante14, los pájaros son interlocutores, los

árboles, las flores, los muelles, las estelas abren las frases y ayudan a mi brazo, a

mi muñeca, a mis dedos. Estoy a favor de lo que me permite avanzar, y en contra

de lo que me impide hacerlo. Decisiones cotidianas, posiciones, relaciones,

diversos patinazos, y vuelta a la página. ¿Vuelta? No, es ella permanentemente la

que dirige mi vida, es la frase siguiente la que me guía. Por momentos dejo de oír,

y luego eso se armoniza, prosigo. El clavecín templado me salva. El viejo Bach,

nuevo evangelista mayor, vuelve todo nítido, preciso, profundo, violento,

giratorio, escurridizo, propio. Lo blanco es más blanco, las paredes oyen, las

piedras entienden, los muertos están vivos. Estoy a cubierto en China, soy

invisible en Manhattan, salinero en Ré, marino en Venecia, desertor activo en

París, oculto en pleno día en una provocación permanente. Abierto, charlatán,

reidor, olvidadizo — y perfectamente en otra parte.

Dicho en otros términos: estoy presente en apariencia. El buen uso de

París es volver a ella para actuar, viviendo luego en un sitio lejano escogido. Mi

amigo Pleynet no me desmentirá si digo que Tel Quel y L’Infini fueron pensados

sobre todo en Venecia. Sus propios cuadernos lo atestiguan, y podrán consultarse

los míos, así como el conjunto de mis cuadernos, año por año. Unas cuantas

notas, y eso es toda una página. Unos cuantos croquis, y es una novelita en la

novela de la novela en marcha.

¿Que la biblioteca quiere hablar como nunca? La escucho: la Biblia, los

14
Juego a partir de dos verbos distintos: voler (volar) y voler (robar), que
comparten formas gramaticales. [NT.]

112
griegos, Dante, mucha historia (y sobre todo su revés), mucho sánscrito, mucho

chino. ¿Una locura? Sin duda, pero muy razonable. Eso exige una nueva razón:

filósofos, poetas, místicos, toda la metafísica en el escáner (sin olvidar la clínica

del serio doctor Freud). Decididamente hay un dios para aclarar este caso. En los

mejores momentos, yo soy su secretario particular.

El verdadero tiempo está ahí, incesante y sagrado, el otro es el de la guerra,

pues he decidido poner orden en el futuro del pasado, pero también abrazar por

un momento la locura Mao, no exactamente para aprobar los estragos de la

«revolución cultural», sino para propinar los golpes más eficaces tanto al tótem

vichysta como a la influencia del partido comunista. Bueno, un poco de

propaganda y de lengua estereotipada, pero en el fondo un interés constante por

China, por su pensamiento, su escritura, su arte, sus cuerpos. Imposible, diréis,

las dos opciones son incompatibles, y han merecido de sobra las críticas de

Simon Leys. Por supuesto, pero para mí la cuestión era sobre todo llegar a ser lo

más «chino» posible, y creo haberlo conseguido en gran parte. Hay que creerme

si digo que en Pekín, en Shanghai, en Nankín, en la primavera de 1974, todas mis

percepciones se volvieron hacia la arquitectura, los cuerpos y los paisajes, y no

hacia el catecismo local. ¿Actitud de turista y de esteta, indiferente a la dictadura

ambiente? Francamente no lo creo; la emoción era muy profunda, y además sigue

estando ahí.

Caminé mucho, solo, en Shanghai, al amanecer, por los muelles, cerca de

centenares y centenares de chinos y chinas que evolucionaban lentamente, como

en sueños, en su gimnasia circulatoria: silencio total. Caminé bastante en bici por

Pekín, seguía siendo la época en que una «nariz larga» suscitaba una curiosidad

intensa y discreta, especie de marciano detenido en el semáforo en rojo, y para

quien el paso al verde es una especie de bendición. No olvido el shock de las

cuevas de Longmen, ese pequeño templo taoísta en ruinas cerca de Nankín, ni el

113
delgado y negro río Luo de donde salió la tortuga** que revela la escritura

ideológica. La escritura lo más cerca de las transformaciones y de las mutaciones,

ese es mi tema, no tengo otro.

Más de treinta años después, veo que siguen haciéndome un mal proceso

por haber sido «maoísta». Paso, me he explicado cien veces sobre el tema, pero

evidentemente en vano. El sabio Marcel Duchamp tiene razón: hay que dejar

mear a los corderos.

Jean Lévi me manda su traducción de Zhuangzi, que, según dice, «podría,

eso espero, servirme de arma en mi guerra del gusto». Firma «con estima y

amistad.» Muchas gracias. El mismo tono en muchos de los envíos de Simon

Leys desde Camberra. Y también el mismo tono en los envíos del maravilloso

Marcel Detienne, en exilio en Estados Unidos, porque hace agitarse demasiado a

los dioses griegos. Me bastan estas señales, y me consuelan, si tuviera necesidad,

de muchas injurias francesas (todo esto se calma, luego vuelve).

Abro al azar la traducción de Lévi:

«No te hagas el propietario de las denominaciones, no seas un almacén de

cálculos; no te comportes como un encargado de negocios o un maestro de

sabiduría. Debes saber ir hasta el término de lo ilimitado y vagabundear en lo

invisible. Saca partido de lo que has recibido del Cielo sin buscar ventaja en ello.

Conténtate con estar vacío. El espíritu del hombre perfecto es un espejo. Un

espejo no despide ni acoge a nadie; envía una imagen sin guardarla. Así es como

*
Cuenta la leyenda que una tortuga del río Luo le enseñó un dibujo al emperador
Yu, de la Dinastía Xia (siglo XXI a.C.), que muestra una figura gráfica llamada
Luo Shu. La escritura ideológica representa un ordenamiento de los ocho
primeros números, acompañados por los cinco elementos, las cuatro estaciones y
los cuatro puntos cardinales. Algunos han querido ver en esa figura gráfica el
hedu (‘plano del río’) el antiguo mapa que Yu estableció después de ordenar el
“mundo”. [NE.]

114
domina a los seres sin herirlos.»

Volvamos a las fechas del tiempo «exterior»; China en 1974, nacimiento de

mi hijo David en 1975 (gran alegría, una de las mayores de mi vida), llegada a

Nueva York en 1976, y flechazo por la ciudad, su movilidad, su evolución

constante, sus puentes, sus ascensores, su puerto, su clima **. Volveré a menudo,

sobre todo para reunirme con el pintor De Kooning. Bastantes fines de semana en

Long Island, horas de caminata, veladas en el Sweet Basil, donde se puede cenar

escuchando a sorprendentes músicos de jazz, aristocracia negra evidente. Se

supone que hago figuración en New York University, donde empiezo a

comprender el desastre en curso, «nouveau roman», «french theory», etc.

Ejemplo: chicos y chicas estudiantes, llegado el caso simpáticos, me hablan de la

«deconstrucción» o de la «différence» (con una a) de Derrida, cuando no se trata,

en el mayor desorden, del «pequeño objeto tiene» de Lacan, cuando resulta

evidente que el nombre de Molière les es perfectamente desconocido. Es el inicio

del gran período «gay and lesbian studies», y el reino gay de mi barrio de

Greenwich no tardará en ser devastado por la epidemia de sida. Y el feminismo,

¡ah, el feminismo! Diez años más tarde, durante una conferencia en Columbia,

con proyección de reproducciones de Fragonard, provocaré vociferaciones

indignadas, como si hubiera mostrado imágenes pornográficas. ¿Qué es lo que

molestaba realmente? ¿Desnudos de bañistas? No, la belleza.

El universo americano es admirable en las grandes dimensiones del espacio

(los Twin’s), y la mayoría de las veces penoso en las pequeñas (habitantes).

Altura de miras, amplitud, técnica dominada, y al mismo tiempo rechazo,

mojigatería, violencia, neurosis. El puritanismo americano (exhibición sexual

*
Producto de ese flechazo fue su libro de entrevistas Visión en Nueva York.
Barcelona, Kairós, 1982. Traducción de Lucía Baranda. [NE.]

115
incluida) es un fenómeno religioso que asusta. La exhibición es una inhibición, el

desenfreno católico barroco es el Diablo. Hoy van a prestar cuadros del Louvre a

Abu Dhabi por centenares de millones de euros, pero prohibición de enviar telas

religiosas (crucifixiones o resurrecciones, por no hablar de ascensiones o de

asunciones), y prohibición absoluta de los desnudos femeninos. En secreto, el

Islam radical se acerca a locura protestante. ¿El pintor más subversivo del planeta

en los tiempos que corren?. Tiziano, el abominable gozador de Venecia, Vírgenes

y Venus confundidas sin fin.

¿Las americanas? Intratables en su mayoría: dinero, quejas, novela

familiar, infección pseudo-psy. Por suerte en Nueva York hay latinas y chinas, y

de todos modos bastantes europeas. Nunca he hablado tanto español como en esa

época. Para más detalles, véase Mujeres, que empiezo entonces a escribir,

paralelamente a Paradis.

¿Se dirigen los chinos hacia el gigantismo occidental? Sin duda, pero

tienen una ciencia de las pequeñas dimensiones en el menor detalle, un saber

vivir milenario que resiste a todo. La endecha de la mujer blanca ha terminado,

primará la frialdad delicada de la china. Bailarinas Tang, del siglo octavo,

frecuentan los restaurantes y los bares. Cien mil hijos, chicos y chicas, se abren

como flores. Cierta brutalidad refinada la domina. Eso nos apartará del viejo

populismo paleto de nuestras regiones hundidas.

Veo de nuevo los hermosos jarrones chinos de mi infancia en Burdeos.

Entraba en ellos sin problema. Era el Cielo. Lo sigue siendo. La pluma que utilizo

en este momento (una pequeña Parker ligera), cargada de tinta azul comprada por

superstición en Venecia, es para mí un pincel. Pobres bien pensantes e ignorantes

de toda laya, pobres humanos y humanas pegados a vuestras madres, os respondo

con el gran Shitao, caligrafías sin fin, vacío animado, un golpe yin, un golpe

yang, rollos, pájaros, bambúes, peonías, lotos, rocas, ríos, montañas. Tengo 8

años, llueve, me llaman, no me encuentran, permanezco oculto en el bosque.

116
#

En el otoño de 1978 estoy en el despacho del director de «French and

Italian studies», en New York University. Haber reagrupado a franceses e

italianos en el mismo departamento de enseñanza y de vigilancia siempre me ha

parecido cómico, y, en el fondo, muy justo. Pero ¿por qué no también el español?

Mi director momentáneo es muy francófilo, entiéndase por este adjetivo que es

imbatible en todas las publicaciones de las Éditions de Minuit, y que le importa

un bledo el resto. Normal.

Telefoneo delante de él a Julia, en París, quien me informa, suceso que le

parece muy curioso, que un polaco acaba de ser elegido papa. Veo

inmediatamente la consecuencia lógica y metapolítica. Me vuelvo hacia mi

americano y le transmito la noticia. Nunca olvidaré su reacción: «So what?» Pues

claro, eso es, so what? Creo saber que después no ha cambiado de opinión. So

what? So what? Mi director, probablemente honorable corresponsal de la CIA, es

decir, del conjunto de los Servicios, tiene una visión del mundo muy ligera. No es

el único.

Por la noche, en la CBS, veo al nuevo Papa elegido, Wojtyla: parece

deportivo, habla muy bien inglés, es el primer Papa no italiano desde hace

cuatrocientos cincuenta y cinco años, no resulta difícil prever que las cosas van a

calentarse, después de Rusia, en Polonia. Voy a seguir de cerca esta historia. A

pesar de todas las negaciones, pienso que, junto con la escisión chino-rusa, se

trata del acontecimiento capital de la segunda mitad del siglo XX. En mayo de

1981, atentado contra Juan Pablo II en la plaza de San Pedro, en Roma. Asesino

turco, KGB via búlgaros, opacidad de esa tentativa de asesinato inaudita, signo

mayor de la época. sobre esto véase mi novela El secreto** [Le Secret], publicada

en 1993, libro amablemente archivado en el Vaticano, y con razón.

*
El secreto. Barcelona, Lumen, 1994. Traducción de Arturo Firpo. [NE.]

117
So what?

Entonces, después de haber sido «maoísta», ¿se ha vuelto usted «papista»?

Sí, y decididamente papista. Si me permite, estrategia elemental; todo lo que el

adversario ataca (Mao, el papa), se defiende; y todo lo que defiende (la ex-URSS

y sus metástasis), se ataca. China ya no es una colonia de Rusia, ¿y, por tanto, lo

es de Estados Unidos? Parece. ¿El Papa ha muerto? Viva el papa.

Inútil precisar que soy, desde hace mucho tiempo, un defensor radical de

los derechos humanos en China, y que no tengo nada contra el aborto, el

preservativo, la homosexualidad y demás obsesiones de la época. En cambio, el

celibato de los curas me parece una medida excelente. Dicho de otro modo: sí al

pecado, no a la monogamia piadosa.

Hay que apuntar aquí el shock supuso, para mi generación y la siguiente, la

figura de Solzhenitsin, con su Archipiélago Gulag**. Testimonio decisivo (junto

con Shalámov*), que, salvo algunas excepciones fanáticas, ha dejado patente la

enorme mentira comunista. El efecto produjo en Francia lo que se ha llamado

«los nuevos filósofos». Enseguida tomé partido por ellos. Después hubo un

enfrentamiento violento y confuso, de donde emergió la personalidad de Bernard-

Henri Lévy, excelente estratega, odiado como es debido. Ningún desacuerdo

político fundamental después con él, incluso si creo que sigue esperando

demasiado de América. L’Idéologie française es un libro clave que ha hecho caer

muchos tabúes, y que sigue teniendo plena actualidad. No han sido muchos los

que le han defendido, y, dejándome a mí a un lado, no veo a nadie que en este

país haya sido tan insultado. Cosa que me inquieta, porque mi mayor empeño es

conservar el primer puesto en ese terreno. Eso podría calmarse, pero tengo un

*
Archipiélago Gulag: ensayo de investigación literaria (1918-1956). Barcelona,
Tusquets, 2005-2007. Traducción de Josep Güell i Socias. [NE.]

118
expediente buenísimo.

Estoy en Venecia cuando, tres días antes del atentado contra el papa, el

hábil Mitterrand llega al poder en Francia. No es mi candidato, porque no lo

tengo. Proceso Papon, de acuerdo, pero Bousquet me molesta lo mismo, si no

más. Este último es oportunamente asesinado, y el primero, juzgado y condenado,

ha terminado por morir invocando su Legión de Honor, Vichy, de nuevo Vichy,

siempre Vichy, incluido bajo de Gaulle, y Moscú, otra vez Moscú, y siempre

Moscú, en blanco o negro, en las cabezas intoxicadas.

De allí voy a Israel, vuelvo, verifico mi Biblia, tengo por compañero a mi

amigo Jean-Paul Fargier, que ya ha hecho un vídeo de Paradis. Hacemos juntos

contra-televisión, y el resultado serán unas filmaciones más que extrañas en

Qumrán, Jerusalén, Jericó. Ante el muro de las Lamentaciones leo en voz alta

pasajes de Finnegans Wake**, de Joyce; en el monte de los Olivos, fragmentos de

Ezequiel; y, sobre el altar consagrado de una capillita católica apartada, Paradis.

El lugar, la fórmula. Rápido y bien hecho. Llamamientos secretos, en el desierto,

a una Resurrección invisible para una nueva era.

*
Finnegans Wake. Baarcelona, Lumen, 1993. Traducción de Víctor Pozanco.
[NE.]

119
Extensión

De forma extraña, el principio de los años 1890 está poblado de muertes

célebres: Barthes, Sartre, Lacan, Beauvoir, Foucault, Deleuze... Se diría que un

ángel nefasto siega la intelligentsia de la época. La desaparición de Barthes y

Lacan dobla las campanas por Tel Quel en su editor. Este ya veía con muy malos

ojos la presencia de ese pequeño Estado dentro del Estado, y, además, está

horrorizado por el manuscrito de Mujeres. Por lo tanto, hay que mudarse:

camioneta, archivos, biblioteca. El camino es corto hasta el final de la calle:

Gallimard.

Conozco a Antoine Gallimard desde los años 1968, estuvimos algunos

noches juntos. Su padre, Claude, es naturalmente suspicaz, de ahí un período de

prácticas durante un tiempo en una de las filiales del grupo. La nueva revista de

llama L’Infini, la nueva colección también. Mi novela Mujeres aparece a

principios de 1983 en la «Collection Blanche». Apuesta ganada: éxito.

Me veo, a finales del año 1982, rodando hacia París, con mi manuscrito a

mi lado en el coche. Es la incertidumbre completa en el plano social, y la gran

certidumbre respecto al texto. Moraleja: cuenta con tus páginas escritas, la

realidad se plegará a ellas. Las cosas van muy deprisa gracias a Antoine (cosa que

nadie puede saber). El «milieu literario» imagina, en esa época, que yo llego en

las maletas de la gorda, etílica y absurda Françoise Verny. Error.

120
Por suerte, el antiguo editor no quiere soltar el título Tel Quel. L’Infini es

mucho mejor, gracias Providencia. Mi amigo Pleynet desembarca conmigo en la

NRF, en esos días estamos en el número cien y algunos éxitos en volúmenes.

Pero el «milieu», no consultado, pone mala cara y, maravilla habitual, es como si

no se hubiera hecho nada.

De acuerdo, de acuerdo, hay que morir, pero ¿por qué darse prisa?

Mientras escribo estas líneas, topo con este pensamiento de Pascal:

«Siento en mí una malignidad que me impide aceptar lo que Montaigne

dice, que la vivacidad y la firmeza se debilitan con la edad. No querría que fuera

así. Me tengo envidia a mí mismo. Ese yo de veinte años ya no es yo.»

Corrijo: ese yo de veinte años ya no es yo (fotos), pero es más que nunca

yo (pensamiento). Lo más difícil: nacer verdaderamente, durar, desaparecer,

volver. Se escribe para volver, la apuesta es volver.

Mujeres es una novela llena de retratos y de personajes, pero también es

una concentración de memoria, con centenares y centenares de notas tomadas

sobre el terreno durante más de diez años. A propósito de la guerra de sexos, de

sus atolladeros, de sus crisis, pero al mismo tiempo de sus momentos buenos y

sus claros, no veo libro más informado, múltiple, corrosivo y ligero. La

encrucijada altamente sintomática de la segunda mitad del siglo XX se describe

ahí en sus ramificaciones secretas y concretas. Se puede sacar de ella un cuadro

químico: los cuerpos femeninos negativos (y por qué), los cuerpos positivos (y

cómo).

De forma insólita, cuando el libro apareció, la mayoría de los críticos se

fijaron en los personajes masculinos y sus «claves», de hecho reconocibles:

Barthes, Althusser, Lacan, etc. Ninguna o casi ninguna palabra sobre los

personajes femeninos, y censura absoluta sobre los retratos positivos que les

concernían. Dicho en otros términos: el amor «con éxito» entre hombres y

mujeres no existe, no ha podido existir, no existirá jamás, y, si se ha producido,

121
está prohibido contarlo, sobre todo si está alumbrado por la luz negra de los

obstáculos encontrados en el camino. ¿Causa estragos el odio entre sexos? Pues

claro, y esa es precisamente la razón de que vuelva tan valiosos los «logros

felices». ¿Son raros? Razón de más, y tanto mejor. Por otro lado, no son tan raros.

Vuelvo a oír a ese notable académico, en el momento de la publicación,

más tarde, de mi libro sobre Casanova **: «Escuchen, Casanova lo inventó todo.

Cuando se cometen ese tipo de cosas, no se habla de ellas.» Era el burgués de

Ingres, en todo su esplendor asentado. A mi respuesta, consistente en decir que

Casanova siempre fue muy preciso y exacto, mi notable barrió el espacio. Sabía

de lo que hablaba, su experiencia en «este tipo de cosas» era irrefutable, y

Casanova se había vanagloriado mucho, eso era todo. De todos modos, propuse a

mi notable publicar un día sus Memorias, y pareció halagado.

Otros no se privaron de hablar de «juergas con las piernas al aire» (curiosa

expresión) o de «historias de culo» (colmo de malestar). La cuestión no es, pues,

«la cosa», sino contarla. Era de sospechar.

La «sexualidad» es un terreno delirante, donde la luz, gracias Freud, sólo

penetra apenas. La miseria, constantemente negada, provoca consternación, sea

por necedad ignorante, sea por vulgaridad e inflación pornográfica en clichés.

Mujeres es una investigación seria, y no veo en qué ha sido superada. Hubo un

momento histórico excepcionalmente abierto para escribirla. Por ese lado las

puertas se cierran deprisa, y es lo que pasó.

En ese momento, productores y directores de escena creyeron ver en el

libro un buen asunto de cine. Tuve algunos encuentros edificantes. Había que

transformar el libro en recuerdos de un muerto. Imposible representar un «héroe

positivo» atravesando el continente femenino, que, como se sabe, debe

permanecer eternamente misterioso y negro. ¡Qué extravagante idea romántico-

*
Casanova l’admirable. París, Plon, 1998. [NE.]

122
infantil! No tardé en cortar en seco con esos parloteos de mercancía averiada.

Tras lo cual, un editor, con la chequera sobre la mesa de un restaurante: «Y

ahora escríbame usted Hommes.» Pedí otro café.

Si se escucha atentamente, Mujeres, como después Retrato de un jugador y

El corazón absoluto, es una novela filosófica (tradición francesa), e incluso

metafísica, de un realismo frío y lírico. Los filósofos aparecen en él en sus límites

privados, las mujeres en su histeria y sus cálculos, pero también en su gratuidad

libre. ¿Es de este mundo la gratuidad? Respuesta, precisamente, de Casanova: «Si

el placer existe, y si sólo se puede gozar en vida, entonces la vida es una

felicidad.»

En este punto, devotos y devotas ponen mala cara, sociómanos y

sociópatas claman superficialidad, la industria del espectáculo se atasca o quiere

deformar absolutamente la constatación, el Diablo está descontento, pues el

placer debe ser destructor, y la vida una desgracia.

Terminé Mujeres en Venecia, en el otoño de 1982. Escribía sin esfuerzos,

las noches eran aterciopeladas. Frente a mi habitación, bastante lejos, pero muy

visible, una mujer joven y morena, muy bonita, leía hasta avanzada la noche

echada sobre un canapé. Yo me decía que estaba leyendo lo que yo escribía. Y, en

el fondo, era verdad.

Para la cubierta de la edición de bolsillo, pedí, más tarde, una reproducción

de las Señoritas de Aviñón de Picasso, puesto que se habla bastante de ello en el

libro. Reacción de la responsable de la época: «¿Quién ha elegido este horror?»

La anécdota vale por mil.

Ah, bueno, ¿hay una china en Mujeres? ¿Y un tocador de clavicordio? ¿El

narrador está casado y ama a su mujer? ¿Tiene sin embargo múltiples relaciones

amorosas? ¿Viaja mucho? ¿Encuentra gran cantidad de locas y de locos? ¿Tiene

123
incluso en Roma una entrevista secreta con Juan Pablo II? Todo esto, todo esto, y

muchas otras cosas más.

Acabo de comprender un punto clave, voy a insistir. Escribo por lo tanto

Retrato de un jugador, con dos intenciones: llevar una lucha de clases al revés

(apología de mi infancia burguesa en Burdeos), y publicar las cartas eróticas de la

mujer joven, que en la novela se llama Sophie. Esas cartas son auténticas, cosa

que nadie quiso creer (sobre todo los autoproclamados expertos en erotología).

Pues sí, son reales, y los juegos que describen tuvieron lugar en medio de una

discreción absoluta.

Del buen uso de la clandestinidad: todos mis libros no hablan más que de

eso. La infancia es, por definición, clandestina, basta darse cuenta bastante pronto

para que la vigilancia y el amaestramiento no acaben. Hay una contra-vida

infantil que se trata de proteger, de amplificar, de prolongar y de reanimar. «Verde

paraíso» es su nombre, y todas las temporadas en el infierno no pueden borrarla,

gastarla, destruirla. Lautréamont tiene razón: no conozco otra gracia que la de

haber nacido, un espíritu imparcial la encuentra completa, el error es la leyenda

dolorosa, el hombre no debe crear la desgracia en sus libros, los gemidos poéticos

de los siglos XIX y XX no son más que sofismas, sólo tiendo a conocer la

contradicción de mi espíritu con la nada, el genio garantiza las facultades del

corazón, los grandes pensamientos vienen de la razón, etc. etc. No digan por mis

reproches que paso mi tiempo escribiendo, me creen editor, periodista, intelectual

de segunda fila, o animador de televisión. Hay que saber manejar desde muy

temprano lo que he llamado las IRM, Identités Rapprochées Multiples

[Identidades Aproximadas Múltiples] para conservar la única que merece la pena

y que no puede ser definida por una palabra.

Técnica de infancia, por tanto: se responde otra cosa, se les tranquiliza, se

124
acechan sus salidas, se apodera uno de las casas, del jardín, del maravilloso

silencio. La enfermedad es un aliado constante, se utiliza para hacer novillos y

quedarse al margen. ¿Que la sociedad quiere enviaros aquí o allá, haceros

trabajar, volveros rentable para ella? Arreglároslas, y no trabajéis nunca más que

para vosotros. ¿Que os habéis dado cuenta del poder del lenguaje? No lo

abandonéis nunca, vuestra historia y vuestro destino están en la página, ya se hará

realidad, es un hecho. ¿Que os critican, que os vapulean? Aumentad la dosis. No

voy a reunir aquí los artículos agresivos, despectivos o vengativos de que he sido

objeto. Con el tiempo, el efecto es viscoso, pero chusco. ¿De qué no he sido

tratado? Un ordenador lo dirá, citando los nombres, los apoyos, los intereses en

juego y las fechas. No yo.

El tema de casi todas mis novelas es el mismo: un narrador vive una doble

o una triple vida, su vida es una novela, resulta ser agente secreto por cuenta

propia, sabe cosas que no debería saber, parece atraer encuentros improbables, se

le ve fundar o animar contra-sociedades de placer, de pensamiento y de gratuidad,

pronto superadas o disueltas (El corazón absoluto). Las descripciones de la

sociedad de su tiempo son muy críticas, pero siempre irónicas, nunca

apocalípticas (o en este caso es que el Apocalipsis es una enorme bufonada). El

Diablo es idiota, obseso, puritano, devoto, su inteligencia y su nocividad están

sobrevaloradas mil millones de veces, sus crímenes y sus matanzas, aunque

horribles, se disipan como el humo. Su ignorancia es colosal, su mal gusto

terrorífico de inocencia, pero en última instancia carece de efecto.

«El pensamiento no es menos claro que el cristal. Una religión, cuyas

mentiras se apoyen en él, puede turbarla unos minutos, para hablar de esos

efectos que duran mucho tiempo. Para hablar de esos efectos que duran poco

tiempo, un asesinato de ocho personas a las puertas de una capital lo turbará –es

seguro– hasta la destrucción del mal. El pensamiento no tarda en recuperar su

limpidez.» (Lautréamont, Poésies).

125
O bien: «El mal, llegado a cierto punto, se degüella a sí mismo.» (Joseph

de Maistre.)

Puede decirse lo mismo de forma dramática, al estilo de san Pablo: allí

donde la ignorancia, la fealdad, la mentira y el horror abundan, el conocimiento,

la belleza, la verdad y la serenidad superabundan**.

O también, de forma divertida, para significar que la intratable guerra de

los sexos puede ser superada en intervalos iluminados, estas aleluyas de las que

estoy muy orgulloso:

Nous naviguions sur l’Ontario,

Elle me détestait, moi aussi,

Nous jouîmes ensemble dans un cri,

On ne baise bien qu’a contrario15 .

O también:

Dans la gorge d’Éros,

Mœlleuse, mais rosse,

Hélas pointe un os,

Thanatos16.

Por otra parte, esta última cuarteta, homenaje insólito a Marcel Duchamp,

podría ir firmada, una noche de melancolía o de dudosa broma: Bernanos.

*
Rm. 5, 20: “Donde abundó el pecado, sobrabundó la gracia”. [NE.]
15
«Navegábamos por el Ontario, / ella me detestaba, yo también, / Gozamos
juntos en un grito, / sólo se folla bien a contrario».[NT.]
16
«En el pecho de Eros, / suave, pero marrajo, / apunta, ay, un hueso, / Thánatos.
[NT.]

126
Proust dice que Albertine, fuente de todos los deseos celosos del narrador

de la Recherche (hasta el punto de que tenemos la impresión de que su vesícula

biliar se convierte en su verdadero órgano sexual) es para él como una «gran

diosa del Tiempo». La experiencia, en efecto, se apoya en el Tiempo. Sophie, en

Retrato de un jugador, inventa un tiempo erótico nuevo. El «cuaderno rojo», en

El corazón absoluto, indica una forma de calcular lo que es un gran día, un

pequeño día, una grande o una pequeña semana, un grande o un pequeño mes, un

grande o un pequeño año. El Tiempo vive para sí mismo, elige sus compañeros,

los favorece o los recusa, se cierra o se abre, se contrae en los celos, el

sufrimiento y la muerte, se amplifica hasta el infinito en los momentos de gracia

y de acuerdo.

Mi viejo compatriota Montaigne, cuyas sentencias pintadas en las vigas o

las viguetas de la biblioteca de su torre descubrí, estupefacto, a los 12 años, anotó

en griego la siguiente fórmula: «Nunca diré que en el matrimonio hay más risas

que lágrimas.» Pues bien, en el inicio del siglo XXI yo digo exactamente lo

contrario, tanto para el matrimonio como para las relaciones positivas: las risas

dominan con diferencia, los lloriqueos son raros. ¿Está usted de parte de las

mujeres? Hay que hacerlas reír, y eso es todo. «Las Musas sólo ríen bien cuando

están bien folladas», dijo el desenvuelto doctor Céline, uno de los raros escritores

en ser precisos en este punto. ¿Picasso y «la mujer que llora» (Dora Maar)? Pues

sí, bien visto, bien vivido de cerca, con muchos revolcones voluptuosos al sol

entre otras escenas. Hay que conocer el callejón sin salida, la negativa, el

rechazo, el odio, para apreciar y describir como es necesaria la aceptación, el sí,

la alegría, los colores. Lo contrario existe, pero también lo contrario de lo

contrario.

He ahí mi vida, mis novelas, mi vida como mis novelas, mis novelas como

mi vida, en los años 1980: Mujeres, Retrato de un jugador, El corazón absoluto,

127
Les Folies françaises**, Le Lys d’or**, La Fête à Venise**. Se reparará de pasada

que Les Folies françaises (1988) está dedicada a Antoine Gallimard, en un

momento en que no era del todo evidente que su destino sería victorioso en su

propia editorial, la NRF. Sólo Dios sabe cuántas dificultades, privadas y públicas,

le pusieron. Eso acerca. Las dificultades que se ponen a mis amigos son mis

dificultades.

Los libros cuyos títulos acabo de citar fueron, salvo excepción, muy mal

recibidos por la crítica literaria, y todavía me pregunto cómo eso no llegó a

desanimarme un solo instante. Había que seguir adelante, gustara o no, el

desagrado también es un placer. ¿A contra corriente? ¡Y de qué manera! Hoy me

dirán: ¿Y las ventas?» No malas, no tan malas, más bien buenas incluso, y,

además, regulares. Demuestra que sigue habiendo oídos un poco en todas partes.

¿Y las traducciones? En este punto, hay que confesarlo, un poco atascadas,

salvo en Japón, ¡viva Japón! «No le conocen en el extranjero (es decir, en

inglés).» Diablo, ¿qué me importa? Conozco la cantinela: habría que viajar, dar

conferencias, hablar el angloamericano del colonizado, participar en pesados

coloquios, «estar juntos», diluir la intención, parecer humano. Sólo tuve un

partidario, pero decidido, de Mujeres en Nueva York: Philip Roth. Con él me

basta y me sobra.

Por lo demás, el mismo croquis en Francia, pero el interior resiste, a pesar

de los llamamientos a la seriedad, a la verdad del terruño, a los relentes de

provincia. En resumen, aficionados aquí y allá, con memoria y biblioteca. Como

siempre, en los tiempos muy turbios, la biblioteca es el futuro. Los nuevos

*
Les Folies françaises. París, Gallimard, 1988. [NE.]

*
Le Lys d'Or, Gallimard, 1989. [NE.]
*
La Fête à Venise, Gallimard, 1991. [NE.]

128
lectores tienen ahora entre 25 y 35 años. Nacieron a la vez que Paradis y

Mujeres. No ven objeción a la existencia de alguien que no les impide existir. No

ocurre lo mismo con los de 45, 50, 60 años, para quien soy, visiblemente, una

referencia molesta. ¡Larga vida, por tanto, a los 25 años tentados por la aventura!

¡Cuidado con la ignorancia poética y metafísica, con el alcohol, con la droga, con

el sexo, con el dinero! ¡Meditad las dificultades, a menudo autodestructoras y

suicidas, de vuestros mayores! ¡Buena suerte a través de la nivelación feroz! No

olvidéis: frases primero, comunicación después.

Fórmula global: la ausencia de fin debe justificar los medios.

En el plano práctico, las jóvenes generaciones deben saber que en un

tiempo no tan lejano se podía fumar en todas partes, incluido el avión; que joder

no comportaba preservativos; que la píldora anticonceptiva desplegaba su fuerza;

que la palabra sida era desconocida; que los controles, en los aeropuertos o en

otras partes, eran casi inexistentes; que se podía vivir, y bastante bien, con poco

dinero; que se podía ignorar casi por completo los periódicos, las radios, las

televisiones, igual que las trolas publicitarias y políticas; que la crítica literaria de

los fracasados de la literatura no tenía importancia alguna; que la amistad existía;

que el amor era posible; que la deriva inventaba sus situaciones; que las fronteras

eran porosas y no había cámaras de vigilancia; que la policía estaba muy mal

preparada; que la burguesía descompuesta se escondía; que los filósofos y los

pensadores estaban locos de forma divertida; que las mujeres tenían ganas de ser

sexualmente deseadas; que el terrorismo aún andaba en el limbo; que no había

problema alguno con el Islam, integrista o no; que la agonía del comunismo era

una fiesta; que la menor preocupación a propósito de una extrema derecha salida

de su tumba habría parecido ridícula; que la mercantilización del libro, sin

embargo en marcha, era sostenida por una franca vulgarización sin efecto.

¿De qué quejarse? De nada. Otro Tiempo, otra guerra.

129
Este joven americano, enviado por un coleccionista de Nueva York, se

interesa, al parecer, en mis libros que no ha leído dado que no habla francés.

Quiere ver mis manuscritos, se asombra ante su número y su fluidez, queda

estupefacto al constatar la ausencia de ordenador en mi casa. Me pregunta si

tengo libros dedicados. Le enseño ocho o diez, deja de lado los de Breton,

Aragon, Michaux o Leiris, se interesa algo por Lacan y Derrida, pero mucho por

Michel Foucault. ¿He conocido a Foucault? Pues claro, por supuesto. ¿Tengo

cartas suyas? Desde luego, en alguna parte. Foucault, Foucault, siento que sólo

tiene eso en la cabeza. Para la Iglesia intelectual y sexual americana, Foucault es

lo máximo.

¿Qué hacer, Dios mío? Veo un libro de Foucault en una estante, Les Mots et

les Choses**, que debe datar de 1966 (yo ando entonces por los 30 años). ¡Con tal

de que esté dedicado! Lo abro, uf:

«Para Ph. S., que ha sabido liberar sus palabras del peso de las cosas, y

devolverlas a su ser, M. F.»

Mi americano, antiguo universitario antes de aceptar un trabajo de

localización bibliófila mercantil, está estremecido. Me considera. Me pregunta si

no tengo algo más personal de Foucault. No, por desgracia, y todo esto para mí se

remonta al diluvio. No importa: adivino que tengo un pequeño visado para Nueva

York gracia a esa dedicatoria, por otro lado muy heideggeriana, de Foucault.

Y Foucault pasa delante de mis ojos de antaño, sentado a mi lado, en la

primera fila del seminario de Lacan que trata de darle una lección de

interpretación de las Meninas de Velázquez. Lección confusa, como todo

acercamiento psicoanalítico a la literatura y el arte, pero divertida. Ah, Lacan,

único objeto de preocupación, de celos y de resentimiento para los pensadores de

*
Las palabras y las cosas: una arqueología de las ciencias humanas. Madrid,
Siglo XXI, 1997. Traducción de Elsa Cecilia Frost. [NE.]

130
aquella época, tanto para Foucault como para Barthes, Derrida, Althusser,

Deleuze... ¿Qué piensa Lacan? ¿Qué dice Lacan? ¿Quién puede desestabilizar o

dominar a Lacan? Recordemos la frase cruel de Heidegger al recibir los Écrits**

del célebre analista: «El psiquiatra tiene necesidad de un psiquiatra.» Pero

Heidegger no parece estar de moda en Estados Unidos.

Queda una estrella, muy conocida en el mundo anglosajón y que mi

americano admira, sin atreverse a preguntarme si tengo cartas o libros dedicados

por ella: Julia Kristeva. Cierto que es mi mujer, aunque las noticias en inglés que

le están consagradas se crean obligadas a inventar entre nosotros un divorcio

imaginario. Decididamente, mi reputación, incluso bajo censura, es dudosa.

Cierto día, una joven estudiante americana se equivoca de dirección y llama en

mi estudio: «¿Es usted el señor Kristeva?» Y yo: «Of course.»

Me repito, pero debo insistir en el error divertido y sintomático de Lacan,

subversivo pero muy burgués de antes de la guerra, en los primeros tiempos de

mis relaciones amistosas con él; envía, a mi dirección de trabajo, una nota

dirigida a «Julia Sollers». Le hago observar que se equivoca. Hay Philippe

Joyaux y Philippe Sollers, Julia Kristeva y Julia Joyaux, pero ninguna Julia

Sollers. Descontento, refunfuña. Otra negligencia de sordera: cuando al final de

su vida se pone a cavilar frenéticamente sobre Joyce, no parece entender que su

propio nombre, Jacques, es el mismo en francés que el del autor del Ulises en

inglés: James. Para llevar un poco más lejos la broma de su transferencia respecto

a mí, le muestro las tres primeras letras de mi apellido civil: JOY. Se calla, y poco

más tarde me invita a ir con él a Venecia, viaje que, por supuesto, no se llevará a

cabo.

*
Escritos 1 y Escritos 2. Buenos Aires, Siglo XXI, 2008. Nueva traducción,
revisada y corregida. [NE.]

131
Imagen

Hasta los 50 años he tenido lo que Casanova llama «el sufragio a la vista».

Tenéis un cuerpo grato, los demás son sensibles a él, después de todo también se

vive en una sociedad animal con efectos de imágenes. De ahí derivan facilidades,

ocasiones. ¿Habría que pedir perdón por ello, igual que de sus orígenes sociales

favorecidos («usted ha nacido con una cuchara de plata en la boca»). Vamos, ese

viejo y falso truco cristiano socialista ya no es de recibo. En nuestros días, en los

que toda clase dominante y algo cultivada ha desaparecido (tanto mejor,

demasiados prejuicios, demasiada estupidez), el hastío es la promiscuidad

automática de las sociedades técnicas financieras (cosa que ya profetizó

Nietzsche con la fórmula «plebe arriba, plebe abajo»).

Promiscuidad: «Situación de una persona situada en una vecindad

desagradable o chocante.»

Imagínese, por ejemplo, a un músico obligado a vivir entre gente que

detesta la música y que no paran de hacer ruido, incluido el de hablar. Es ahí

donde ha de obtener de sí mismo un sistema nervioso especial redoblado, ya que

después de todo estamos acostumbrados al ruido, al parasitismo y a la grosería.

De todos modos hay que concentrarse y reforzar la propia esquizofrenia

experimental.

Queda la solución del retiro, muy bien vista, e incluso recomendada: con

un poco de maña enseguida llega la sacralización, homenaje del vicio a la virtud,

peregrinaciones regulares a casa del gran ausente dominante. Esa postura (porque

132
es una postura), supone por lo general un cuerpo poco agradable o imposibilitado,

que tiene todas las razones del mundo, desde hace mucho, de eclipsarse para

reinar mejor. Los falsos dioses se ocultan, suele decirse, lo cual no significa que

los verdaderos se muestren en todas las esquinas de la calle. Si queréis ser

respetados en vuestro propio país, vuestro interés consiste en mostraros lo menos

posible. Si no es propio de vuestro temperamento, tanto peor.

Dicho esto, se habla de usted, las fotos están ahí, algunos de sus libros han

entrado en «la lista de los más vendidos», le han visto en la televisión, le han oído

en la radio, ha intervenido incluso en periódicos y revistas. ¿Qué hacer?

¿Marcharse? ¿Continuar? ¿Dejarse usar y utilizar? ¿Imponerse sin deformarse?

La respuesta todas las mañanas, muy temprano, con la pluma en la mano, sobre la

página.

El Sistema es implacable: sea que te vueltas, siguiendo el modelo religioso,

un «gran silencioso» con felicitaciones pre-póstumas (Blanchot, Beckett, Gracq,

Cioran, Michaux, etc.), sea que asumas el riesgo de exponerte, pagando el precio

de no haber escrito nada dado que apareces en la imagen. Para el Espectáculo, la

imagen, siempre la imagen, nunca lo escrito, ¿no es cierto?

Extraña separación: o bien lo escrito es sacralizado (variante bíblica) a

condición de que no haya encarnación en la imagen, o bien lo escrito desaparece

puesto que vuestra aparición no puede ser más que el signo de una inautenticidad,

de una corrupción, de una prostitución, hasta de una simonía incluso. En esto

todo el mundo está de acuerdo, cada cual en su sitio, la circulación moral lo ha

decidido así.

Es cosa suya, pero por instinto rechazas ser marginado como pseudo-gurú

inaccesible o «de vanguardia». No es propio de tu temperamento, sabes hablar y

servirte de su apariencia en todas las situaciones, te prestas de buena gana a la

experiencia, te marchas, te retiras, regresas, funcionas por intermitencias,

133
desapareces, vuelves. El Sistema te localiza, te inventa una identidad prestada

(«cultivado», «libertino», «provocador»), te fabrica de acuerdo con sus criterios

sintiendo que algo se le resiste pase lo que pase, te ordena igual que eso le ordena

a él, puesto que no puede ser seriamente desordenado, está totalmente preparado

para imaginar que cedes, que te resignas, que estás absorbido y anegado, cuando

de hecho estás inmunizado por una soledad estática. Sobre todo no le desengañes,

inquiétale simplemente mediante ciertas ausencias. Y de vez en cuando échale tu

imagen para que la roa.

Ya te habas convertido en «animador cultural», o casi, «suplemento de

alma», filósofo improvisado, politólogo diserto, en resumen «Sollers». Aceptas

todas las fotos (Dios reconocerá la buenas), contrariamente a los que valoran

intensamente la foto, hasta el punto de rechazar todas (Debord). Eres de un

catolicismo barroco infinito, una vergüenza para el protestantismo y su

pudibundez maníaca. Soportas ser cliché al máximo, el agua se desliza por

encima de ti como sobre el bulo de la certeza. Debajo de la imagen, las palabras,

bajo el velo de tu rostro, una doctrina extraña. El Sistema anota desde luego que

le ocultas algo, pero ¿qué? Le sorprende un detalle: hablas a los aparatos, nunca

(o apenas) a quienes los dirigen, como si siempre te expresaras en nombre de

alguien solitario, presente en otra parte, más tarde. Llegas muy temprano, entras

muy tarde. Paradójicamente estás en complicidad inmediata con técnicos y

técnicas, cameramen y camerawomen, registradores de sonido, maquilladores,

montadores y montadoras. El animador no comprende gran cosa de lo que dices,

tampoco ellos, no hablemos del público dormido de los platós, condenado a

aplaudir a sacudidas, pero por lo que se refiere a los micros, están muy

despiertos, son tus aliados. Nada más humano que un micro, en la hora de la

sordera y el absurdo generales. En resumen, ten confianza: la técnica os aprecia.

Tienes poco tiempo, entre tres y doce minutos, para dirigirte, a través de

134
millones de espectadores más o menos distraídos, a unos pocos millares de

aficionados, quizá solo a un centenar, incluso a tres o cuatro. Eres elocuente,

habrías podido improvisar, en otras épocas, sermones, oraciones fúnebres,

panegíricos a lo Bossuet tronando desde lo alto de su cátedra. Contémplalo, como

él mismo dice, abriendo un ataúd delante de la Corte. Debajo de él, el rey, sus

amantes, la reina, los incrédulos, los pecadores, los depravados, los asesinos,

obligados a soportar su palabra. Una delicia.

Sigue, un poco de Bossuet, como homenaje a la lengua francesa:

«Hay primitivamente una inteligencia, una ciencia cierta, una verdad, una

firmeza, una inflexibilidad en el bien, una regla, un orden antes de que haya una

decadencia de todas las cosas: en una palabra, hay una perfección antes de que

haya un defecto. Ante todo desarreglo se precisa que haya una cosa que sea ella

misma su regla y que, al no poder dejarse a sí misma, tampoco puede ni fallar ni

faltar. Ahí tenemos por tanto un ser perfecto: he ahí a Dios; naturaleza perfecta y

feliz. El resto es incomprensible y no podemos comprender siquiera hasta donde

es perfecto y feliz, ni siquiera hasta qué punto es incomprensible.» (Élévations

sur les Mystères.)

Tus libros han desaparecido pero tú estás ahí. Tenlo por seguro: el Sistema

insistirá y volverá a invitarte para no saber. Es preciso además que sigas

aguantando en la página, como si el Espectáculo, en su conjunto, no fuera más

que una enorme broma (y no es nada más). Tienes facilidad de elocución, es

flagrante, irritante (te preferirían tartamudo, pero tanto peor). Cinco o seis ideas a

la vez, ¿por qué no? Te lanzas a una digresión incongrua, encuentras una frase

ingeniosa, abundas en citas de toda clase, teniendo cuidado, mediante una

repentina nota falsa, de no ser nunca percibido como la coartada prevista. La

derecha no se reconoce en ti, tampoco la izquierda, todo funciona.

135
También en este punto, cuántos procesos artificiales: has traicionado a la

modernidad y al movimiento revolucionario, mejor harías entrando en la

Academia (¿por qué te niegas?, es el colmo). Estás en plena regresión, tus libros,

que ni siquiera es necesario abrir, lo demuestran. Escribes cualquier cosa, haces

chapuzas, eres un polígrafo mundano, corres a la ruina. Compruebas que tus

críticos no han leído nada, prueba fácil, como de costumbre. Son verdaderamente

apasionados, está muy bien. Entonces escribes, publicas, multiplicas las charlas,

las entrevistas, los artículos, las fotos, teniendo cuidado de coger a la Trampa en

su propia trampa. De esta forma te ven dotado de tan altas cualidades técnicas

sobre los aspectos más espinosos de La divina comedia de Dante como sobre la

Biblia, Homero, Montaigne, Shakespeare, Pascal, Sade, Rimbaud, Hölderlin,

Nietzsche, Heidegger — pero también sobre el arte de vivir en Venecia, los vinos

de Burdeos, Cézanne, Picasso, Monteverdi o Mozart. Lleno de imágenes y de

sonidos, por lo tanto, en todas las situaciones posibles. Operas por exceso, ese es

tu defecto, creen ellos.

Dios mío, pareces decir, qué prisa se dan ellos y ellas por aparecer

sintiendo que van a desaparecer (canción, cine), mientras que yo estaré siempre

ahí (pila de libros). Estás tan seguro de tus Obras completas que más vale fingir

que no te preocupa (pero el Sistema lo sabe). De vez en cuando sugieres con

desenvoltura que estarán ahí en el año 2047 y que serás leído por los chinos en el

año 3007, pues, en última instancia, la muerte no es cosa tuya.

Así se te ha visto con bastante frecuencia al lado de todas las grandes

estrellas televisivas de tu época. Nunca te invitan solo, por supuesto, por lo

general apareces al final de la emisión, sonríes, esperas tu turno, escuchas

peroratas interminables, no protestas nunca, dejas que gocen el lamentable

sadismo espectacular, aguardas pacientemente, te trae sin cuidado. El presentador

no ha leído nada, salvo los últimos artículos aparecidos sobre ti, los periodistas,

136
ya se sabe, se contentan la mayoría de las veces con recitar a otros periodistas.

Conoces los eslóganes, respondes a ellos con otros eslóganes. Pasas así horas en

taxi de un estudio a otro, lo cual te permite conocer a fondo los muelles del Sena,

de día, de noche. Vuelves a casa, duermes, y al día siguiente, al despertar, anotas

tus sueños, son las seis de la mañana, desayuno rápido, zumo de naranja, yogur,

huevos pasados por agua (cinco minutos), café, baño. Luego vuelves a coger tu

pluma, tu escucha real, el papel, la tinta, y todo se vuelve maravillosamente

gozoso, verdadero, vivo. El primer plátano o castaño que llega te aprueba. Para

más detalles véase Carnet de nuit**, L’Année du tigre**, Studio**.

Tal vez ya se ha producido el Apocalipsis y continúa con crecido ardor,

pero no para ti. ¿Quien dijo que la Providencia no existía? Tengo, por el

contrario, mil pruebas de su existencia. Entonces, ¿quién se niega a contemplarla?

La pesadez. Llamada por una plegaria ferviente, la ayuda viene cuando se

necesita.

En el incesante diluvio de imágenes, organizas tu contra-archivo:

grabaciones con cómplices probados (Jean-Paul Fargier, Laurène L’Allinec,

Georgui Galabov y Sophie Zhang, Jean-Huges Larché), compactos, DVD;

conversaciones a fondo que se convierten en libros (Frans De Haes, Benoît

Chantre, Vincent Roy, François Meyronnis, Yannick Haenel). Tu diario va

creciendo, además de los cuadernos, de las libretas de notas. Se te encuentra un

poco en todas partes, en el extranjero, en París, en provincias, qué sorpresa, vaya

mañana de verano. En esas películas, en esos discos, eres muy distinto de tus

apariciones en el Sistema. Lógico, porque al fin te dejan respirar y hablar.

La película que se cuenta el milieu literario francés, desde hace más de

treinta años, puede por lo demás ser descrita como un western clásico,
*
Carnet de nuit. París, Gallimard, 2006. [NE.]
*
L’Année du Tigre: journal de l’année 1998, Seuil, 1999. [NE.]
*
Studio, Gallimard, 1997. [NE.]

137
continuamente reinterpretado, con el añadido, de vez en cuando, de nuevos

actores. Hay un Guapo, un Bueno, un Virtuoso exótico, Le Clézio, y un Malvado,

yo. Me agito en vano, Le Clézio es soberano y tranquilo, al final siempre se aleja,

erguido en su caballo, en dirección al sol, mientras yo muero en un cementerio,

con la mano crispada sobre un puñado de dólares que no poseeré nunca. En

cuanto a Modiano, tiene un papel más confuso: está en la banca, se traga sus

palabras, tuvo grandes desgracias en su infancia, es muy querido por los

habitantes de ese pequeño pueblo culpabilizado del Oeste, querido, pero no

adorado como Le Clézio, cuya foto, en pósters, ocupa las habitaciones de esas

damas. El Diablo soy yo, no se olvide. Soy un ladrón, un impostor, un terrorista,

un asesino de gatillo fácil, un depravado, un camorrista, tengo protecciones muy

altas, hombres y mujeres dispuestos a todo, siembro el miedo, no creo en nada,

expiaré mis faltas.

¿Qué más? El Reverendo y erudito Quignard, que, desde hace unos años,

despacha los servicios religiosos fúnebres en latín comprimido rápido, y los

entierros en cadena en el cementerio. En la película, mis conversaciones con el

Reverendo en su Templo prueban con toda evidencia que estoy lejos de ser el

bruto espeso que cree la opinión, pero precisamente ahí es donde se agrava mi

caso. El Reverendo y yo nos hablamos en griego, en latín, en hebreo, en estilo

medieval y a veces incluso en francés. Podría ser absuelto si me arrepintiese, pero

no hay nada que hacer, la depravación vuelve a apoderase de mí, me largo al

Saloon. Allí, bajo el retrato tutelar de la antigua propietaria, Marguerite Duras,

entre algunas muchachas buscadas por su inteligencia (Catherin Millet, Christine

Angot, Virginie Despentes), vuelvo a encontrar a los chicos malos del lugar,

Michel Houellebecq, por ejemplo, colilla en la comisura y excelente al póquer, o

Jonathan Littell, un recién llegado temible que ha hecho temblar a Chicago.

Los más viejos recuerdan al delgado rabino Jérôme Lindon, siempre

138
acompañado por el estricto pastor Beckett, época de gran rigor y de profunda

melancolía, apenas alegrada por el número de magos porno-blando ambulantes,

Catherine y Alain Robbe-Grillet. Luego se vio el nacimiento de autores de talento

pero más frívolos, como Frédéric Beigbeder, llamado «Nuevo-Nuevo», debido a

sus flamantes pistolas nuevas, o como Patrick Besson, el único comunista

auténtico y sentimental de esa época dominada por los pozos de petróleo.

También otros, Nabe, Zagdanski, los dos hermanos enemigos cuyos duelos en la

calle mayor fueron la comidilla en el pasado: el primero había elegido la

maldición de una especie de islamismo radical, mientras el segundo prefirió los

arabescos del Talmud. No me olvido tampoco del brillante sheriff Muray, que

pasó de la delincuencia al mantenimiento del orden, muy buen tirador, pero cada

vez más pesimista y desesperado, y por ese motivo el ojito derecho de muchas

devotas. Hay que precisar también que muchas emisiones de televisión se han

desarrollado en directo, con presentadores de prestigio, Bernard Pivot, Thierry

Ardisson, y tantos otros, venidos expresamente de París a este agujero perdido de

Tejas.

No me extenderé sobre los figurantes, a menudo muy prometedores, que

cambian más o menos en cada nueva versión del western, sin estar seguros de ser

contratados la siguiente vez, ni sobre los sucesivos predicadores que incendian

cada temporada la ciudad (los «intelectuales» del guión). Estos últimos son muy

apreciados, defienden abiertamente el Bien contra el Mal, el periódico local les

dedica páginas bíblicas enteras, pero el Malvado sigo siendo yo, «wanted», el

castigo me espera. Ni siquiera soy «maldito», es decir, trágico y salvado en la

leyenda, pues está probado que no me quejo, por lo tanto carezco de alma. En fin,

Dios me guarda, la Providencia juzga indispensable mi papel. Por más peticiones

que circulen pidiendo que me echen, artículos vengadores, virulentos libelos,

panfletos encargados por las honradas gentes del condado, no pasa nada, sigo

siendo el mejor Malvado disponible, sin mí la película tendría menos brillo.

139
#

Honradamente, en medio de la gran confusión en curso, no creo que, sin

mis acrobacias mediáticas, algo esencial habría podido mantenerse y transmitirse

a pesar de todo.

¿Presumo?

«Los que escriben en favor de la gloria quieren tener la gloria de haber

escrito bien. Los que leen quieren tener la gloria de haberlo leído. Yo, que escribo

esto, presumo de tener ese deseo. Los que lo lean presumirán igualmente.»

(Lautréamont, Poésies.)

Pero, en fin, sobrevolemos: no hay duda de que a Tel Quel y a L’Infini (por

no decir a mí, lo cual sin embargo sería más exacto) se debe:

que hayan sido posibles las obras completas de Sade, Artaud, Bataille,

Ponge, Céline (de este último todavía falta la extraordinaria correspondencia en la

Pléiade),

la traducción moderna y precisa de Dante (Risset), una nueva perspectiva

sobre Joyce, Proust, Claudel, Ezra Pound (Denis Roche), Lautréamont y Rimbaud

(Pleynet),

una penetración continua en el pensamiento y la cultura chinas,

la defensa sostenida del pensamiento de Heidegger,

la nueva valoración de Watteau, Fragonard, Cézanne, Picasso, Matisse

(Pleynet de nuevo), De Kooning, Bacon, Twombly,

una insistencia filosófica, literaria y política sobre el siglo XVIII (de Saint-

Simon a Voltaire, de Casanova a Mozart),

sin olvidar a Freud (Kristeva),

el redescubrimiento o el descubrimiento de autores muy futuros, Guyotat,

Schuhl, Berthet, Henric, Forest,

la estrecha colaboración y amistad con el futuro mismo, Ligne de risque,

Meyronnis, Haenel.

¿Me decís que, sin operaciones de guerrilla incesante, la edición, las

140
instituciones, la Universidad y la crítica literaria habrían comprendido todo y

completamente?

Mi vista.

¿Añadís que mis libros habrían podido aparecer sin que yo me ocupase

personalmente de su publicación?

Y hablas.

Así como me agrada olvidar los nombres en otro tiempo presentes en mi

antiguo editor, sería poco decoroso de mi parte no citar a los que me

acompañaron o siguen acompañándome en la NRF.

Antoine Gallimard, por supuesto, con quien he tenido, y sigo teniendo,

tantas complicidades en la seriedad fundamental y en las risas; Yvon Girard, el

hombre de «Folio» y de «L’Imaginaire», mi amistoso y muy culto vecino de

despacho; la bella y discreta Pascale Richard, siempre sorprendida de la

animosidad que suscito, y que responde a ella de forma impasible; Teresa

Cremisi, por último, que con un revés de mano veneciano hizo olvidar la pesada

presencia pintarrajeada de Françoise Verny, y que durante quince años ha

animado el banco central de la literatura, de forma impetuosa y alegre, años

italianos de encanto y vivacidad, muy alejados de la morosidad francesa.

También tengo que saludar aquí, aunque es imposible por incalculable, a

mi amigo Marcelin Pleynet a través de toda esa historia. Tardes en la revista (Tel

Quel, luego L’Infini), conversaciones de fondo, preparación de sumarios y de

ilustraciones, digresiones sobre todos los temas, lecturas comunes, alientos

recíprocos. Un registro continuo de estas citas cotidianas (una hora sobre

Rimbaud, otra sobre Hölderlin, otra también sobre Giorgione, Piero della

Francesca, Cézanne o Picasso) haría una novela extraordinaria. Se tiene una idea

de Pleynet leyendo sus «Situations», que ha subtitulado «Chroniques

romanesques», o también su Savoir-vivre, librito clamoroso. Nadie es más

141
injustamente censurado hoy día, y con razón (envidia intensa). Es fácil de

comprender: Pleynet es fuertemente a-social, nada comunitario, extremadamente

exigente, hasta el punto que, de hacerle caso, no habríamos publicado la décima

parte de lo que ha sido impreso. Mucho más severo que yo, por tanto, virtud poco

corriente. No hay deudas entre nosotros, creo, sino una convicción compartida.

La amistad es un bien.

«Quien considera la vida de un hombre encuentra en ella la historia del

género. Nada ha podido volverlo malvado.» (Lautréamont.)

Porque estaba él, porque estaba yo, porque la situación lo exigía, porque no

había, y sigue sin haber, nada mejor que hacer.

Paso sobre las distintas desinformaciones atribuyéndome, de vez en

cuando, un «poder» exorbitante en la república de las letras (cuando, en este

último punto, soy más bien de un monarquismo endiablado). De creer a una

multitud de artículos, yo sería un manitú que maneja todo, un «padrino», un

hacedor de opinión y de premios (yo, que nunca veo a ningún jurado del circo),

en cualquier caso un agente de considerable influencia. Rumor ridículo, y que no

pide otra cosa que transformarse en su contrario. Se me habrá acusado incluso de

dirigir Le Monde des Livres, donde publicaba cada mes artículos clásicos,

recogidos, junto con muchos otros, en La Guerre du goût o Éloge de l’Infini.

Josyane Savigneau fue, y sigue siendo, una gran amiga que ama mis libros, ¿pasa

algo? Nunca he intervenido, para nada, en la redacción de ese suplemento

institucional, donde, además, sólo he puesto los pies una vez para una copa

rápida. Lo cual no ha impedido una espantosa cábala de los mediocres contra

Savigneau, insultos y sandeces, celos, celos, espuma. Es una merced que mis

amigos y allegados no terminen por detestarme a causa de todos los perjuicios y

daños de que son objeto por mí. Después de todo, debo merecer esa merced.

Así pues, lo repito con toda tranquilidad: no tengo nada que ocultar, nada

142
que reprocharme, nada de lo que deba excusarme o sonrojarme, ningún pesar,

ningún arrepentimiento, ninguna bajeza. Que yo y mis escritos sean juzgados

como se quiera. Actualicen los nombres y las funciones de este pasaje de Voltaire:

«Los hombres son muy imbéciles, y creo que vale más construir un

hermoso castillo, como he hecho, representar en él comedias y darse banquetazos,

que ser levraudé en París, como Helvecio, por la gente que controla el patio del

parlamento, y por la gente que controla la cuadra de la Sorbona. Como, a buen

seguro, no puedo ni volver más razonables a los hombres, ni menos pedante al

parlamento, ni menos ridículos a los teólogos, seguiré siendo feliz lejos de ellos.»

Me gusta el verbo levrauder en este párrafo. Supongo que quiere decir

«perseguido como una liebre». De todos modos hay que recordar que De l’esprit,

de Helvecio, fue condenado al fuego por el Parlamento el 6 de febrero de 1759, al

mismo tiempo, por otra parte, que La Religion naturelle de Voltaire. La misma

sentencia decretaba la suspensión de la Encyclopédie. ¡Feliz tiempo el nuestro,

donde el Espíritu no es arrojado al fuego, sino sumergido en la mercancía! Al

Espíritu le queda transformarse en pez en el agua, o más bien en veneno en las

cataratas. Un índice de Espíritu, y todo queda transformado. Ya lo he dicho: para

triunfar bastaría ser muy numerosos, es decir doce.

—En resumen, ¿está muy satisfecho de usted?

—No del todo. Sólo de lo que hago y sigo haciendo.

Me gusta que Picasso haya hablado no «del Tiempo perdido o recobrado»,

sino del «Tiempo por descubrir». Y también: «Todo lo que siempre he hecho ha

sido hecho para el presente, y con la esperanza de que siga estando en el

presente...» Y también: «El arte de los griegos, de los egipcios, y de los grandes

pintores que vivieron en otras épocas, no es un arte del pasado: quizá está más

vivo hoy de lo que nunca estuvo.» (El subrayado es mío).

143
Y también: «La juventud no tiene edad... Hoy hay jóvenes que son más

viejos que ciertos artistas muertos hace varios siglos.»

El Eterno Presente, por tanto.

Y también: «Jean Leymarie dijo un día a Picasso que sus estudiantes

deseaban saber qué diferencia hay entre el arte y el erotismo.» «Pero si no hay

diferencia», responde Picasso muy serio.

Y también: «El arte nunca es casto, debería prohibirse a los ignorantes

inocentes, nunca poner en contacto con él a los que no están preparados. Sí, el

arte es peligroso. O, si es caso, no es arte.»

(Cómo, ¿pretende usted que esas manzanas de Cézanne no son castas?)

Dios, el Sexo, el Arte, no son susceptibles, se diga lo que se quiera, de una

evaluación democrática o comunitaria. En caso contrario, fanatismo o caldo

psíquico, resentimiento en todas las capas, delirios, sectas, mal gusto, depresión,

violencia.

Abro una revista de moda, recorro los artículos femeninos de la prensa

literaria, dedicados en su mayoría a las novelas americanas. Ahí se me repite sin

cesar que «nuestras vidas están devastadas», que «el deseo es forzosamente

mortífero», que estamos en presencia de «vidas de mujeres acosadas por los

sortilegios de la feminidad y la maldición de la relación con el otro cuando es

sexual», en resumen, y esto seguirá así las semanas, los meses y los años

venideros, que «el peligro psíquico es inherente al sexo» (sic).

Pues sí, claro que sí, dejadlo, sin por ello alistaros en una comunidad

integrista o pseudo-evangélica, de donde esas palabras parecen estar sacadas.

El Arte sin Sexo no es el Arte, pero el Sexo sin Arte no es el Sexo.

¿Y Dios en todo esto?

Anda por ahí.

144
Inmersiones

De pronto me doy cuenta de que no me encontraba en París durante

acontecimientos aparentemente importantes de la historia corriente. En 1974

estoy en Pekín en el momento de la elección de Giscard, y en 1979 en Nueva

York durante la toma de la embajada americana en Teherán por los barbudos

islámicos (empieza una película totalmente distinta). En mayo de 1981 estoy en

Venecia cuando Mitterrand llega a la presidencia de la República francesa,

apoteosis panteonesca seguida del atentado contra Juan Pablo II en Roma. ¿Debo

pedir disculpas por ello? Es ese asesinato fallido lo que me parece, de lejos, el

signo principal y profundo de la época. Soy un mal ciudadano, de acuerdo, ¿pero

es tan grave?

Durante la espectacular celebración del bicentenario de la Revolución, en

1989, me pongo algo nervioso: escribo Sade contra el Ser Supremo, que publico

anónimo como carta inédita del marqués escrita la víspera de su arresto. Lo más

divertido es que eso sigue adelante, incluso entre los sadólogos avisados (ese

librito reaparece con mi nombre en 1996, en Gallimard, precedido de un ensayo,

Sade en el tiempo). Me interesa mucho ese episodio irónico, y debo recordar que

algo intervine en la publicación de Sade en la Pléiade, decisión tomada por

Antoine Gallimard durante un viaje de ambos a Nueva York a finales de 1982.

También en este punto, un largo futuro dirá quién tuvo razón. Todavía hay mentes

retrasadas y frágiles para decir que Sade es monótono, aburrido, grafómano

obsesivo, etc., pero ¿qué importa? Es preciso y basta con que sus fabulosas

145
novelas se impriman y difundan en este mundo (con grabados originales, por

favor). Esa edición en papel biblia **, en tres volúmenes, es un título de gloria

para quien por fin la decidió. Al sistema de vigilancia ya no le queda otra cosa

que suprimir la capacidad de lectura, y sabemos que este programa están en buen

camino. De este modo, los libros prohibidos o retrasados pueden salir a la luz

cuando ya no hay casi nadie que sepa leerlos.

La misma observación para Casanova: hay que esperar hasta 1993 para

tener la verdadera versión original para un público amplio, en francés, de la

Histoire de ma vie*. Por otro lado, una verdadera historia de la literatura debería

tomar en consideración no sólo la de la censura, sino también la de los retrasos

tanto en el reconocimiento como en la edición. ¿Quién sabe realmente leer qué,

en qué momento, y cómo? ¿Quién puede desplazarse libremente a través de las

lenguas, del presente al pasado, del pasado al presente? Con el tiempo, no hay

ninguna cuestión que me parezca más urgente.

Final de los años 1980, principio de los años 1990, y entonces dificultades,

desgracias, lutos. Se produce el fracaso relativo de mis libros, por supuesto, pero

sobre todo la muerte de mi madre en agosto de 1991. Conté ese suceso, y su

extrañeza, en El secreto (1993). Me acuerdo de la recomendación del joven

médico al que pedí que abreviara sus sufrimientos: «No responder nunca a las

preguntas que no se le hacen.» Gran lección con los moribundos, y, con la mano

en la mano, hacia el fin, dice todo más allá de todo. Sin embargo no fue a mí, sino

a mi hermana Annie, a quien mi madre dijo: «Es duro morir.» Conmigo, silencio,

grande y profundo silencio expresivo.

*
D.A.F. de Sade, Oeuvres. Tome I (1990), Tome II (1995). Tome III (1998). París,
Gallimard. Bibliothéque de la Pléiade. Édition de Michel Delon. [NE.]

146
Decididamente, en nuestra familia se muere en verano, según lo que me

recuerda la estela del cementerio de Burdeos. El último sitio de la tumba Joyaux

era para mi mamaíta, o, mejor dicho, ahora, mi hijita de alegría y de piel muy

dulce, y hubo que forzar un poco para que entrara el ataúd. Mi hermana Annie

inició una oración en voz alta, pero su voz se quebró.

Besé por última vez a mi madre cuando la metían en el ataúd. Su belleza

tranquila, fría y decidida, me sorprendió.

Uno de mis libros preferidos es El secreto, donde se habla mucho de las

intrigas del atentado contra Juan Pablo II el 13 de mayo de 1981. También cuento

en él la vida de un niño que, en la novela, se llama Jeff. Le canto por la noche

«Le Temps des cerises», mantenemos conversaciones bajo un manzano silvestre,

en la isla de Ré, a orillas del océano. Ese manzano ha resistido a todo durante

mucho tiempo: tempestades, salpicaduras de las olas, sal, canículas, y luego

terminó por morir, como un maravilloso pino piñonero, tras el devastador ciclón

de 1999. Ahora veo delante de mí una joven acacia muy firme (las acacias son

aquí árboles sagrados), y un nuevo pino en plena expansión. La sombra, o más

bien el doble luminoso de mi madre, está ahí, todavía sigue sentándose en el

banco de madera blanca. Hölderlin cantó estas cosas:

El mar quita y devuelve la memoria,

el amor, con sus ojos nunca cansados, mira y contempla,

mas sólo los poetas fundan lo que permanece.

Así pues, El secreto, pero también la película realizada con Laurène

L’Allinec a partir de La puerta del Infierno de Rodin. Es mi réquiem para ese

dolor (se oye el de Mozart haciendo surgir la escultura). Es la primera vez, creo,

que se entra en esa obra maestra atormentada y espléndida, coronada por el gran

chimpancé Pensador. El momento más sorprendente: esa foto encontrada en los

147
archivos en la que se ve a Rodin mirando tocar a Wanda Landowska en su

clavicordio salido de las tinieblas. Scarlatti en Meudon, la alegría, la hierba, la

danza, el genio de ambos, qué belleza libre, Dios mío, tanto en los dibujos

eróticos como en la torsión violenta o descompuesta de los cuerpos, qué

extravagante homenaje a Dante, pasando por las manos, la visión, el oído, ¡qué

encuentro! Antes de esa revelación no se sabía muy bien en qué pensaba el

Pensador. Ahora ya se sabe. El pensamiento y el amor, más fuertes que la muerte.

A los 10 años, en el fondo del jardín quedo deslumbrado por el simple

hecho de estar ahí (y no de ser yo), en el límite-ilimitado del espacio. A los 20,

gran tentación de suicidio; dos por lo menos, pero el encuentro con Dominique

me salva. A los 30, recaída, y vivo deseo de acabar, pero el encuentro con Julia

me salva. A los 40, el abismo: problemas de salud de mi hijo. Paradis imposible,

Nueva York dramático, años de plomo en Francia. A los 50, «lucha», es todo lo

que tengo que decirme. A los 60, vislumbro la síntesis, y a los 70, la amplitud,

con un talismán procedente de Nietzsche: «La suerte, ancha y lenta escalera.»

No sé de qué soy culpable: de no serlo. Más exactamente: de haber

resistido a todas las tentativas de intimidación y de culpabilización. La burguesía

francesa, poco más o menos desaparecida, tiene en su gran mayoría armarios más

o menos vergonzosos (Vichy, Argelia, etc.), y es fácil hacérselo sentir. Pero los

armarios de enfrente, si puede decirse, son enormes (Stalin). Por eso un «joven

burgués» sin complejos es una rareza en este viejo país sometido a una ley

especial (como bien lo vio Marx): la lucha de clases. Se habla mucho, y

demasiado, de «sexualité» (que yo prefiero escribir, a lo Queneau, «sessualité»),

sin querer sabe que la mayoría de las veces no es más que un disfraz de la lucha

de clases. Perturbar eso, en un sentido o en otro, con el acuerdo de vuestras

parejas, es un delito severamente juzgado. Sois culpables. ¿De qué? De

gratuidad.

148
Moraleja: la religión no engancha, el contrato social está roto, la deuda se

remite a la ilusión, nadie debe nada a nadie, y ahí es donde por fin puede decirse

que ha habido goce recíproco. Lo repito, la risa, cierta risa, es la firma de lo

gratuito. Homenaje y honor, por tanto, en todo el mundo a las mujercitas

sensibles, a sus risas, a sus caprichos, a sus fantasías.

Dado que voy a dar un rodeo por la «sexualidad» (verdadera obsesión de

nuestra época), debo decir que me quedo estupefacto cuando veo a un escritor tan

estimable como Pascal Quignard hablar del «sexo y el espanto» **, o, mejor, de

«la noche sexual». De creerle, «las almas de los hombres», al acordarse de su

«fuente sexual» vuelven a enfrentarse a «tres noches». Primero, la noche uterina;

luego, una vez nacidos, a «la noche terrestre»; y, por último, después de morir, a

«la noche infernal». ¡Cuántas noches! ¡Cuántos nosotros! ¡Cuántas matrices!

¡Cuántos infiernos!

«Procedemos de ese bolso de sombra», escribe Quignard. Y luego: «La

humanidad transporta ese bolso de sombra consigo, en el que se reprodujo, en el

que soñó, en el que pintó.»

Desde luego, voy a releer estas proposiciones con una lámpara de bolsillo.

En cualquier caso, aquí se observa la desaparición del sonido y de la

palabra, y, por supuesto, de la música, en provecho de un bolso (¿de una

caverna?) en el que nosotros, la humanidad, nos veríamos abismados

nocturnamente para siempre. Inútil decir que esa visión subterránea de grutas o

de catacumbas no es la mía, puesto que en el fondo se trata de salir de ella (¡ah,

«la noche uterina»!). Si es preciso, apelaré a la fórmula gnóstica: «Yo soy la voz

del despertar en la noche eterna.» Wake! Wake! Word, save us! Escribo la palabra

*
El sexo y el espanto. Barcelona, Minúscula, 2005. Traducción de Ana Becciú.
[NE.]

149
«nosotros» lo menos posible, «la humanidad» me es indiferente, el día real y

paradisíaco me parece clamoroso, y peor para ellas si la sombra, o incluso la

Reina de la Noche, protestan o cortan la luz. Espanto y noche biológicas, quizá,

pero «sexuales», no, salvo apuro o neurosis al respecto, caso que, en efecto, es el

más corriente, pero qué importa.

Vuelvo a abrir Les Folies françaises (1988), y me aseguro de que ese relato

de incesto entre padre e hija (caso de Molière, lo cual explica sin duda su decisiva

comicidad) va a desembocar en una memoria singular, la francesa precisamente,

de la que El bar en les Folies-Bergère, de Manet, es el emblema mágico y loco.

Difícil imaginar a Manet en una noche sexual.

El «bolso de sombra», digámoslo, es el cine mismo. Un exceso de cine,

insuficiencia de música, de acentos, de palabras. El contemporáneo que abre una

novela quiere asistir a una película, cierra enseguida el libro si cae sobre una

digresión que retrasa la acción, por lo general deprimida o violenta. Ahora bien,

la literatura, la vida, la poesía, son, por definición imposible de filmar, de la

misma forma que la pintura nunca ha sido, ni será jamás, una imagen. Por eso

está en marcha su desaparición programada.

Mirad a los escritores de hoy: quieren cine, corren hacia él, piensan en él al

escribir, quieren hacer películas con sus novelas y entrar así en la gran rueda del

Espectáculo. Cuanta más gratuidad en esa región, más se cierran los

presupuestos.

Se recordará la consternación de Faulkner o de Fitzgerald en Hollywood,

obligados a censurarse, a simplificarse, a reescribirse. Un escritor que se

preocupa por el cine confiesa por eso mismo su ausencia de visión verbal, la

única que cuenta y que es justa, puesto que mezcla todos los sentidos en su

despliegue.

150
La primera vez que me encontré con Michel Houellebecq, tras la publicación

de Particules élémentaires**, libro en el que me sacaba durante un momento a

escena de forma más bien ridícula (luego quería que yo interpretase mi propio

papel en la adaptación cinematográfica), su primera pregunta fue si yo tenía una

biblioteca. Claro, desordenada, sin duda, o más bien según mi orden a través de

los siglos; una biblioteca, pues claro, cuyo murmullo es para mí constante en

todas las direcciones. Lo real y los libros: el mismo tejido. ¿La ciencia ficción?

No. ¿El rock? No. En ese momento Houellebecq me enseñó fotografías de

muchachas que no me provocaron ninguna emoción particular. Luego derivamos

hacia su pensador preferido, Auguste Comte, un delirio interesante, de acuerdo,

pero vuelto racionalmente como un guante por Lautréamont. Aquí, breve acuerdo

bañado en vino blanco, lo cual explica sin duda la encantadora dedicatoria de su

novela Plateforme**, «para Ph. S., por el sexo, por las mujeres, por todo, M. H.».

Este libro buenísimo tuvo un premio literario, un poco gracias a mí, con gran

irritación del mecenas.

Bueno, de ahí a La Possibilité d’une île*, excelente novela, pero el sexo y las

mujeres se vuelven en ella cada vez más sombríos, en cualquier caso menos

convincentes que el amor de un perro. Ciencia ficción, ciencia ficción, sombría

llanura, y, además, con una secta grotesca (impecablemente descrita). En

resumen, después de Auguste Comte, Schopenhauer, con una ataque más bien

cenagoso contra Nietzsche (respondo a eso, de pasada, en Una vida divina** [Une

vie divine]). Y luego ¿qué? Cine, cine, señuelo y dinero del señuelo, en el gran

*
Las partículas elementales. Barcelona, Anagrama, 2005. Traducción de Encarna
Castejón. [NE.]
*
Plataforma. Barcelona, Anagrama, 2002. Traducción de Sergi Matarín López.
[NE.]
*
Una vida divina. Buenos Aires, El cuenco de plata, 2007. Traducción de Ariel
Dilon. [NE.]

151
supermercado de los contratos.

En las desdichadas y confusas peripecias entre cine y literatura, el fracaso

más revelador es de todos modos el de Robbe-Grillet. Al principio del «nouveau

roman», escribe contra toda imagen (La Jalousie**), ascesis aburrida pero

interesante. Luego quiere filmar sus fantasmas eróticos, y entonces es el kitsch.

Tal bocanada de fealdad merecía desde luego una elección en la Academia

Francesa.

La literatura, la vida, la poesía no son un espectáculo, incluso aunque todas

las fuerzas del mundo quieran de ahora en adelante que lo sea para sepultaros en

la pasividad y el olvido. Todo lo contrario, me parece llegado el momento de

poner en práctica una gran memoria.

Esta no es más modernista que académica: termina desembocando en lo

que Heidegger llama un espacio libre para el juego del Tiempo.

Hace un momento acabo de recibir el proyecto realizado de una edición

crítica de Paradis I, trabajo extraordinariamente minucioso, claro y apasionante,

llevado a cabo durante años por un joven de la sombra. El conjunto contiene

2.515 notas detalladas, entre ellas un grandísimo número de referencias bíblicas.

No me atrevo a imaginar siquiera la cabeza de un editor de hoy ante este pasmoso

manuscrito.

*
La celosía. Barcelona, Barral Editores, 1970. Traducción de Juan Petit. [NE.]

152
«Dieciocho»

El siglo XVIII no es sólo una época, sino un lugar del espíritu en el que el

francés respira a pleno pulmón. ¿Una cura de aire fresco, de fantasía, de

contradicciones integradas, de variedades inagotables? Todo eso, de ahí que me

haya tentado un crucero.

Estamos en 1994, año en que publico un grueso libro-manifiesto, La

Guerre du goût, primer volumen; el segundo, Éloge de l’Infini, aparecerá en

2001, en espera del tercero, Discours parfait, que estoy orquestando.

Mi decisión de cura intensiva está tomada, y la oportunidad se presenta

gracias a la amistosa complicidad, nunca desmentida de Jean-Claude Simon, de

Éditions Plon. Primero es una biografía de Vivant Denon (1747-1825), Le

Cavalier du Louvre**; luego un Casanova (Casanova l’admirable, 1998); y

después un Mozart (Misterioso Mozart* [Mystérieux Mozart], 2001). En la misma

serie llena de sol puede situarse el Diccionario del amante de Venecia, 2004.

Diez años en el dieciocho y sus alrededores; diez años poblados de

sombras más vivas que los vivos; diez años de felicidad y conocimiento; diez

años, sobre todo, de infancia recobrada en su luz y su libertad. Aprendí muchas

cosas durante ese tiempo: las increíbles aventuras del autor de Point de

lendemain**; sus actividades secretas; su amor por su noble amante veneciana; su


*
Le cavalier du Louvre, Vivant Denon. París, Plon, 1995. [NE.]
*
Sin mañana: viaje al Alto y Bajo Egipto. Girona, Atalanta, 2005. Traducción de
Anne-Hélène Suárez. [NE.]

153
buen ojo, antes que nadie, sobre Egipto; su extraño trabajo subterráneo con

Napoleón para edificar el museo del Louvre; su valor y su gusto que le hacen

morir, en al quai Voltaire, frente al Gilles de Watteau, salvado por él de la acera.

Y luego Casanova, escritor francés, y sus Mil y una noches fabulosas, con su

pasión por el incesto feliz que se dibuja en filigrana y que no ha sido

suficientemente señalado (y con razón). Y luego Mozart, y aquí se trata del asunto

más profundo de todos, pues la música surge y juzga. ¿Ánimos durante esa

época? Ninguno, al contrario. En resumen, diez años para mí revolucionarios, en

un país cada vez más sumido en su decadencia ignorante, su conformismo, su

regresión deseada. Una apuesta, pues, en la que persisto y firmo. Por la belleza de

la incongruidad: el Mozart apareció en pleno 11 de septiembre en Nueva York, el

día en que el planeta adoptó el nuevo calendario terrorista. Las torres se

desmoronan, los cuerpos se arrojan al vacío, ¿y qué monstruo escucharía Mozart

durante ese tiempo? Yo.

Estos libros han dado pie a múltiples viajes por Europa: Alemania, Austria,

Chequia, Berlín, Praga, Salzburgo, Viena. ¿Europa? Todavía me asombra que los

escritores franceses no hablen nunca de este continente que parece asustarles por

su historia trágica, pero quizá todavía más por su espléndida realidad. Bien

porque sean exóticos, como valientes franceses de la gleba provinciana, mal

arrancados del Cantal o de la Corrèze, bien porque les fascinen Estados Unidos o

el Oriente Próximo. Nunca se los ve en España, en Italia, a orillas del Rhin, del

Po o del Danubio, como tampoco en Inglaterra, Irlanda, Holanda, por no hablar

de Suecia o de Dinamarca. Cuestión de fechas: ¿vamos a seguir estando mucho

tiempo entre 1940 y 1945, o bien en Argelia, es decir, molestos y culpables?

¡Magnífica Europa! Un océano de crímenes no ha logrado destruirte ni alterarte.

Vuelvo a verme en Tubinga, dos veces, en medio de la nieve, subiendo

había la torre de Hölderlin, abriendo enseguida las ventanas de su habitación en

154
rotonda (un jarrón de flores en el parqué), mirando su naturaleza y su río, el

Neckar. Y después en el tren, en el gran remolino impetuoso de Bingen, leyendo

El Rhin y su fuerza de evocación fluvial. Otra vez estoy a orillas del lago de

Constanza, las abejas vienen a revolotear, en la luz blanquísima, alrededor de un

tarro de mermelada. En Praga, qué sorpresa: la ciudad negra y maldita de Kafka y

de la ocupación rusa es una ciudad con los colores de Italia. Misas y conciertos

por todas partes, como para el estreno de Don Giovanni, en 1787 (con Casanova,

que había acudido en calidad de vecino para esa fiesta, dirigida por Mozart). ¿El

Castillo? Una maravilla. ¿Las iglesias destruidas? Renacen (igual que las

sinagogas de Berlín). La Europa católica hace señas por todas partes y no querer

saberlo implica una ceguera atroz. En todo momento los prejuicios románticos, la

pose romántica, anegan la visión, la evidencia, la escucha, y sobre ese dogma

melancólico se instala y progresa la devastación publicitaria. Extraña hipnosis,

pues, que la menor sonata de Haydn barre inmediatamente. Si esto no basta, oíd

al canadiense Gould haciendo sonar al viejo Bach. O a Cecilia Bartoli devastando

la devastación con Vivaldi en su garganta.

Y luego Venecia, ahora y siempre Venecia. Mi cuartel general está en una

esquina apartada. Cien, doscientas veces he oído la cantinela: derrumbamiento

previsto, ciudad-museo, ciudad-decorado, ciudad-cementerio, ciudad-turistas,

ciudad maldita destinada a la muerte. Y siempre me he preguntado de dónde

venía esa propaganda incesante, cuando el poder marítimo de esa ciudad sagrada

no ha cesado, en cuarenta años, transatlántico tras transatlántico, de desplegarse

ante mi vista. Bueno, de acuerdo, todo está perdido, ya no hay nada, la historia se

ha acabado, estamos malditos, es el apocalipsis, quedémonos y trabajemos, en

supervivencia. Cambio de muelle, voy a ocultar mi carcajada.

Ejemplo: como todos los años tiene lugar la bienal de arte contemporáneo

de Venecia. Un gran periódico titula así un artículo sobre el acontecimiento:

«Venecia bajo el signo de lo trágico.» La bienal, nos dice, «refleja la negrura de

155
nuestra época, unas veces fúnebre, otras trágica.» El pabellón de los Países Bajos

instala camas de campo en un decorado de centro de detención, desde donde unos

vídeos difunden imágenes de arrestos y registros. Más lejos, en Japón y Corea, es,

por supuesto, el recuerdo de Hiroshima y la exposición de esqueletos híbridos e

hipertrofiados. En Alemania, era lógico esperarlo, nudos corredizos y máscaras

vacías encima de los visitantes. En Canadá, animales disecados y champiñones

negros, en una evocación exasperada de la destrucción de la naturaleza. En

Islandia, una barca naufraga en una playa de cristal roto. En Serbia, monumentos

dedicados al miedo, cortantes como cuchillos, y garitas con pequeñas pantallas

donde se proyectan imágenes de guerra: recuerdan persecuciones monstruosas y

revoluciones pervertidas, que prueban que el pasado y el presente se parecen, tan

detestables uno como otro. Aquí el visitante tiene derecho a dos aspirinas, y a una

palmadita en la espalda.

Y esto continúa. En el pabellón de Francia, la artista femenina se extiende

sobre la muerte de su madre. En el Arsenal, el recorrido empieza por un Cristo

crucificado sobre un avión de caza, prosigue con fotos de Beirut bajo las bombas,

con maniquíes unidos a perfusiones y traspasados de llagas, seguidos de un

inventario de fusiles de asalto modernos. Más lejos todavía, un chiquillo juega al

fútbol delante de edificios destruidos de Belgrado, con un detalle: el balón es en

realidad un cráneo humano. En la fundación Peggy-Guggenheim, era algo fatal,

se ven dibujos mórbidos, máquinas de tortura que deben provocar en vosotros

una sensación de ahogo, incluso náuseas. En fin, el corazón, la atracción

principal, lo máximo de lo máximo de la Expo: la máscara mortuoria de un dogo,

cráneos grabados, figuras de anatomía, cuerpos en descomposición esculpidos en

la madera.

Es patente la conclusión de los periodistas presentes. «Este año, Venecia es

más que nunca la ciudad del luto.» Cómo no, y excelente para negocios muy

confortables.

156
Decididamente habré de acostumbrarme al hecho de no haber escrito nada

en mi vida.

¿La vida en Europa? Pues claro, constantemente. En Londres, todos los

años, gracias al poderoso Eurostar, túnel bajo el Canal de la Mancha, hotel cerca

de Hyde Park, gran sueño reparador, caminatas, belleza de patos y de ocas. En

Berlín, ciudad fantasma, que salva una versión del Embarco para Citerea de

Watteau. Vuelvo a verme en el cementerio de los franceses recogiendo una hoja

de hiedra en la tumba de Hegel, con mucha emoción. En Hamburgo, bella ciudad

inglesa de bungalows, donde a Hitler no le gustaba mostrarse. En Colonia, para

encender un cirio cerca del macizo y repulsivo sarcófago del bienaventurado

Duns Escoto (¡bendito sea su nombre!) En Estocolmo, con su réplica del

Pensador de Rodin, arriba, dominando el puerto. En Copenhague, tras los rastros

del prisionero Céline, en el barrio de los condenados a muerte, y luego en su

casita de exilio, a pico sobre el Báltico, donde un cisne, más abajo, flotaba en la

bruma: allá, en frente, Elsinor. En Amsterdam, para andar en bicicleta y terminar

un libro. En Zurich, ciudad eléctrica y drogada, donde todavía están Joyce y

Dada, invisibles y activos. Por último en Ginebra, y saludo, al pasar, al bar del

hotel Richemond, donde mujeres algo maduras, de negro, esperan la ocasión

favorable.

Y después en Bruselas, recuerdo de aquella noche pasada hablando con la

genial Martha Argerich (¿cómo? ¿No tenéis su grabación de las Suites inglesas de

Bach? No tenéis remedio); y, sobre todo de la callecita aux Choux, desaparecida

sede de la Alliance Typographique Universelle, el editor de Une saison en enfer, 1

franco. Rimbaud pasó por allí para recoger algunos ejemplares, los otros se

pudrieron más o menos allí mismo durante cuarenta años. En Viena, bajo una

violenta tormenta, y en Praga, de nuevo sorprendentemente despierta. En Lisboa,

por su vegetación fuerte y sombría. En Barcelona de nuevo, pensando en la playa

157
de antaño, en Sitges, y cena en Caracoles, gambas a la plancha, al lado de la Plaza

Real. En Madrid, el Prado, Picasso y otra vez el Prado, Picasso, y una vez más

Las Meninas, y luego el Escorial, búnker de una fe muerta, y Toledo, guerra civil,

y el Greco, y una vez más el Greco. En San Sebastián, por último, que me ha

visto pasar en compañía de las tres mujeres más importantes de mi vida (allí se

baña uno en un agua de azogue).

¿Las ciudades de Francia más europeas? Burdeos, por supuesto, en pleno

renacimiento rubio tras su castigo negro y severo durante dos siglos; Estrasburgo,

en el otro extremo de la diagonal, extraña ciudad preservada que hace olvidar que

se encuentra en el Este, mientras que todo os empuja hacia el Sudoeste (y, por

supuesto, no hacia el Sudeste ni el Mediterráneo). No se me verá en Marraquesh

y tampoco en Tánger. Más bien la isla de Ré.

Me siento cada vez más europeo, y europeo por francés. Soy por lo tanto

ultraminoritario entre mis compatriotas, que no quieren ser ni franceses de

siempre, ni europeos de futuro. Así hay pocas posibilidades de que sea catalogado

como «contemporáneo». No cambiaría sin embargo esa singularidad por otra.

Me invitan con bastante frecuencia a Japón, Canadá, Brasil, la India, para

conferencias, coloquios, lecturas, ferias, en resumen, por la frenética animación

cultural en curso de mundialización vacía. Dudo un poco, digo a veces sí ante la

insistencia de los organizadores, y luego no, qué lata, cambio de destino en el

último momento al llegar al aeropuerto. Para ir ¿adónde? A Italia, de nuevo y

siempre a Italia, y más que nunca a Italia. Cien vidas no bastarían para conocer

bien el paraíso de Italia. No soy siquiera yo quien decido, es mi cuerpo el que me

arrastra.

Leo italiano, lo hablo correctamente; leo y hablo con soltura el español (me

sirvió mucho en Nueva York), mi inglés es aceptable, pero no consigo

158
comprender el yanqui antimusical corriente (no hablo de los cantantes masculinos

y femeninas de ensueño), es decir, esa forma bastante ruidosa de nasalizar

tragándose las sílabas. Diez burguesas americanas vociferando y riendo son para

mí una definición bastante buena del infierno. He estudiado dos años de chino

(demasiado poco, hay que empezar a los 9 años), me habría gustado profundizar

más el hebreo, sondear mejor el árabe, hundirme en el sánscrito que, a intervalos

regulares, me hace señas. Pena: no suficiente griego, pero más bien muy bueno en

latín. ¿El alemán? Sí, si se trata de Bach o de Mozart (y seguramente no de

Wagner). Y finalmente (pero se quería escritor francés), Nietzsche.

¿Y el francés en todo esto? «Lengua regia», dijo Céline, que era devorado

por ella, no siempre para su bien, pero con el poder de la risa (léase Entretiens

avec le professeur Y**, obra maestra de la comicidad, tan desoxidante como

Molière o Voltaire). «Lengua regia, y jodidos chapurreadores todo alrededor.» No

puedo hacer nada: el francés me habita, me precede, me escucha, me inspira.

¿Está contento de mí? Lo creo.

Entrenamiento: cada día, por la mañana, lectura de una carta de Voltaire, un

poco al azar, en uno de los 13 volúmenes de la Pléiade. Es mi jogging propio.

Ejemplo: son las 6,30 horas, el día amanece, es la carta nº 14.703:

«16 de agosto de 1776, en Ferney.

«A Denis Diderot:

«La sana filosofía gana terreno, desde Arkángel hasta Cádiz, pero nuestros

enemigos siempre tienen de su parte el rocío del cielo, la feracidad de la tierra, la

mitra, la caja de caudales, la espada y la canalla. Lo único que hemos podido

hacer ha sido limitarnos a decir, por toda Europa, a las gentes honradas, que

*
Louis-Ferdinand Céline, Casse-Pipe; Conversaciones con el profesor Y.
Madrid, Guadarrama, 1976. Traducción de Joan Viñoly. [NE.]

159
tenemos razón; y, quizá, hacer las costumbres más dulces y más honestas. Sin

embargo, la sangre del caballero de La Barre todavía humea. Cierto que el rey de

Prusia ha dado un puesto de ingeniero y de capitán al desdichado amigo del

caballero de La Barre, incluido en la execrable sentencia decretada por unos

caníbales; pero la sentencia subsiste y los jueces están vivos. Lo horroroso es que

los filósofos no están unidos, y que los perseguidores lo estarán siempre. Había

dos sabios en la corte, han encontrado el secreto de quitárnoslos; no estaban en su

elemento. El nuestro es el retiro, hace veinticinco años que vivo en este refugio.

Sé que en París sólo os tratáis con espíritus libres de conoceros, es el único medio

de escapar a la rabia de los fanáticos y los granujas.

«Vivid mucho tiempo, Señor, ¡y ojalá deis golpes mortales al monstruo al

que yo sólo he mordido las orejas! Dignaos, pues, pasar por mi tumba.

«V.»

Uno recuerda que a Céline le gustaba decir que había «voltairizado» la

lengua francesa. Revoltairicémosla. Ejemplo: «Me niego a creer que la televisión

es instructiva.» Voltaire decía: «Quien vive sin un lápiz en la mano, duerme.»

Pero sobre todo:

«He tenido que servir, durante tantos años, de hijo, de siervo, de felpudo,

de héroe, de funcionario, de bufón, de vendido, de alma, de ardilla, a tantas

legiones de locos diversos que podría poblar todo un asilo sólo con mis

recuerdos. He nutrido de ideas, de esfuerzo, de entusiasmo, a más cretinos

insaciables, paranoicos débiles, antropoides complicados, de lo que es preciso

para llevar a cualquier mono medio al suicidio.»

Y también:

«Entre tantos odios de que soy objeto, debo seguir contando con el de casi

todos los literatos franceses, jóvenes y viejos, raza diabólicamente envidiosa si

las hubo, y que nunca me ha perdonado mi entrada tan repentina, tan clamorosa,

en la literatura francesa».

160
Por lo que se refiere al siglo XX, la causa está oída: Proust

(superabundancia de sensaciones), Céline. «Considero el tiempo como una

materia más preciosa que el diamante.»

Yo añado el viejo Claudel:

«La lata protestante.»

«Cuando más tarde se escriba la historia de mi vida, se verá que los

hombres no han cambiado y que me ha rodeado el mismo odio hipócrita que

siempre ha bloqueado en Francia a los escritores del espíritu.»

«La Academia se arrodilla para que le haga el honor de fornicar con ella,

pero permanezco inquebrantable. Y dejaría perecer con una mirada fría a los doce

octogenarios que se disputan el honor de cederme su sillón.»

«Hay una cosa que siempre he mantenido, y que está en la base de mis

ideas anarquistas de la época: la primacía del individuo sobre todo, en todo lo que

le rodea, y nunca aceptaré la idea de una personalidad viviente hecha a imagen de

Dios, sometida a una abstracción de una idea social, cualquiera que sea. La

sociedad existe para el individuo y no el individuo para la sociedad. Por sí solo es

un ser pobre, un ser fácilmente vencido, y necesita un medio favorable para

desarrollar sus posibilidades. Pero la sociedad sólo existe para el individuo y no a

la inversa. Es la idea que tuve desde aquel momento, y que sigo teniendo ahora

con más fuerza todavía.»

161
«Dieciocho» 2

Para algunos jóvenes aventureros curiosos del futuro, creo necesario fijar

mi horario en París.

6 h.: levantarme, aseo, almuerzo. Informativos radio.

7,30: otro café fuera, agua mineral, lectura de los periódicos (notas).

8,30: escritura.

14: almuerzo mínimo.

15,30: Éditions Gallimard, L’Infini.

19,15: whisky, conversaciones.

20,30: cena mínima (burdeos).

21,30: tele zapeada, informaciones (notas), y, de todos modos con bastante

frecuencia, un documental instructivo (guerras, civilizaciones desaparecidas).

22,30: lecturas, o preparación de la escritura del día siguiente.

23,30-22: sueño instantáneo tras diez minutos de música (Bach).

Excepciones: almuerzos de trabajo (13,30). Apenas cuatro o cinco cenas al

año «fuera», nada de cine ni de teatro, apenas un concierto.

Otras actividades: un «Journal du mois», en Le Journal du dimanche, y un

artículo mensual de fondo, antes en Le Monde y ahora en Le Nouvel Observateur

(estos últimos tiempos: Gracián, Voltaire, Buffon, Montaigne, Joseph de Maistre,

Shitao).

Hay que añadir, en verano, el tenis, la natación, y, sobre todo, la siesta. La

divina siesta.

La clasificación «dieciocho» expone a malentendidos cómicos. Se te

considera libertino, por lo tanto tienes cosas que decir sobre todos los temas

sexuales publicitarios: las mujeres, por supuesto, y además las mujeres, y siempre

162
las mujeres, a través de la obsesión de tu tiempo dictada por la mercancía

(perfumes, moda, joyas, búsqueda de la plenitud máxima). Tienes consejos que

dar, anécdotas que contar, gustos, colores, preferencias. Eres especialista de

literatura erótica, psicoanalista ocasional, entendido en amor. Rechazas nueve de

cada diez veces, y, ¡hop!, una excepción para mantener el espectáculo en vilo.

¿Qué se espera en realidad de ti? La distancia, la ironía, la incredulidad, la

ausencia de pipolización, el aura de una vida privada donde nadie puede entrar.

Ningún esfuerzo que hacer, te viene solo.

No digas a las revistas o a la tele que, una vez más, estás sumido en

Homero, Esquilo, Eurípides, Píndaro, o también en la Biblia o Zhuangzi, me

creen juerguista, mujeriego, codicioso, pubard. Debes contar por centésima vez la

vida de Casanova, o la trama secreta de Les Liaisons dangereuses**, pero no

pongas a Sade encima de la mesa, sigue siendo demasiado. De vez en cuando

haces una guiñada hacia san Agustín, Dante o los Papas. En ese momento los

devotos se despiertan y te persiguen para saber si eres «creyente» a su manera.

Tienes tu opinión que decir sobre las religiones, pero te aferras a la más diabólica

de todas, la católica. Podrías hablar horas y horas en Radio Notre-Dame, pero

tienes otra cosa que hacer, estás muy ocupado en no se sabe qué. ¿Escritor?

Vamos, hoy día todo el mundo es escritor, salvo tú. Entonces enfrías bruscamente

la atmósfera recordando tu admiración por Nietzsche o Heidegger, y tu desdén

por los filósofos y los politólogos de moda. Pasa un ángel, tú pasas con él, sigues

con tu manuscrito.

«Dieciocho», por otra parte, se ha vuelto, con el tiempo y la ignorancia, un

término únicamente sexual, cuando comporta otras dimensiones profundas de las

*
Pierre-Ambroise-François Choderlos de Laclos, Las amistades peligrosas.
Madrid, Espasa Calpe, 2002. Traducción de Almudena Maltojo Mico. [NE.]

163
que dan idea palabras como «ternura», «intimidad», «amistad», «complicidad»,

«urbanidad». La guerra de sexos es evidente, fatal, inmemorial, pero puede dejar

paso a intervalos de paz. Reivindico en voz alta las situaciones favorables con

mujeres, ellas han iluminado mi vida, siguen iluminándola. Se sabe que es la

guerra, que se interpreta, que nunca se duerme más que con un ojo, pero también

sabe uno divertirse, callarse, trabajar juntos. La contradicción es un bien, también

lo es la objeción, afina uno las palabras, el instante, la experiencia. El otro es una

pregunta, también una respuesta. Se hacen progresos, se analizan los

malentendidos, el cuerpo se vuelve más sensible, se recurre a la burla, se ríe.

El «sufragio a la vista», del que hablaba, es una suerte, pero también un

inconveniente. La libertad sexual se puede convertir en un dominio (e incluso en

una patología), pero, consciente, lleva al discernimiento. En teología se habla del

discernimiento de los espíritus, pero también hay un discernimiento de los

cuerpos y de los sexos. Eso permite ganar tiempo. En mi caso, me parece que,

después de los 55-60 años, el desapego biológico se produce por sí mismo, sin

esfuerzo, de manera natural. Por supuesto, más vale haber empezado mucho

antes; después de cuarenta años de aventuras diversas, puede constatarse una

especie de saber absoluto sobre estas cosas. Nada más penoso que las libidos que

se despiertan tarde, se agitan, se ridiculizan, se transforman en pasión de poder,

de representación, de dinero, o zozobran en la amargura y el sufrimiento de la

frustración. La vejez verde es algo que consterna. Un hombre o una mujer que

busca, todavía a una edad avanzada, es un problema médico, nada más.

Empezar muy temprano, dar mucho, saber levantarse del banquete, y, sobre

todo, no renegar de nada.

A propósito de guerra y de guerra de sexos, Proust tiene esta curiosa

observación en Le Temps retrouvé:

«Si este o aquel se empeña en repetir que la estrategia es una ciencia, eso

164
no le ayuda nada a comprender la guerra, porque la guerra no es estratégica. El

enemigo no conoce nuestros planes más de lo que nosotros sabemos el propósitos

que persigue la mujer que amamos, y esos planes quizá no los sabemos nosotros

mismos».

Desde luego, Proust no había llegado, en ese plano, al saber absoluto, y su

larga manía celosa lo demuestra.

Es cierto que no tuvo conocimiento de los tratados de guerra chinos, que

también valen para cualquier estrategia amorosa.

Por supuesto, la guerra es estratégica. Y el gran Sun-tzu la celebra de la

manera siguiente:

«Quien sabe utilizar medios extraordinarios es infinito como el cielo y la

tierra, inagotable como el agua de los grandes ríos. Es el sol y la luna que

desaparecen y reaparecen sucesivamente, es el ciclo de las estaciones que expiran

y renacen en una ronda sin fin. Aunque sólo haya cinco notas, cinco colores y

cinco sabores fundamentales, ni el oído, ni la vista ni el paladar pueden agotar sus

infinitas combinaciones. Aunque el dispositivo estratégico se resume en las dos

fuerzas, regulares y extraordinarias, estas engendran combinaciones tan variadas

que el espíritu humano es incapaz de abarcarlas todas. Se presentan una a otra

para formar un anillo que no tiene ni fin ni comienzo. ¿Quién, pues, podrá darles

la vuelta?

165
Actores políticos

La Historia siempre ha estado en manos de gente muy mediocre, enfatizada

por la historia oficial, pero veamos. Por no hablar más que del siglo XX, nada más

lamentable que el seminarista popista Stalin, salvo ese pobre tipo hiperposeído,

Hitler. Mussolini, Franco, Pétain están aquejados de chochez, Churchill y de

Gaulle son comparables, si se quiere. Roosevelt, que llamaba a Stalin «Uncle

Joe», nos fastidia. Queda Mao, fabuloso criminal, apoteosis de la crisis mundial.

Tesis, antítesis, síntesis: Stalin, Hitler, Mao. No se harán mejor como

encarnaciones individuales del Mal, pero el tiempo pasa, y el funcionamiento ya

no tiene necesidad de ese tipo de estrellas. Hoy día lo es cualquiera, para hacer

poco más o menos cualquier cosa, e la nave va.

De todos los aventureros políticos que he conocido, el único que ha

retenido mi atención ha sido François Mitterrand. Mediocre, también, pero sutil.

Creo que podemos atenernos a él por lo que se refiere al siglo XX francés, y

también, por ser tan típico, para lo que viene después. El derecho, el revés, el

blanco, el negro, o más bien el gris, color muchas veces evocado por ese

presidente «socialista», quien sostenía que la verdad humana se desplaza siempre

en esa ausencia de color contrastado. Lo verdadero, lo falso, lo verdadero-falso,

lo falso-verdadero, el enigma impenetrable sin enigma, tales eran sus

dimensiones confesadas. En mi novela Studio aparece bajo el nombre de «la

Momia», homenaje egipcio, en suma. Mitterrand, de curiosos párpados

palpitantes durante su consagración en el Panteón, tomó, con el tiempo y la

166
enfermedad que afrontó con coraje, una apariencia de muerto-viviente, o más

bien de viviente de ultratumba. Muere en 1995, pero ¿está realmente muerto?

«Creo en las fuerzas del espíritu, terminó diciendo, no os dejaré.» Fórmula

sorprendente, espiritualista a lo diabólico, digno de un papel hugoliano de mesas

giratorias, fórmula rival, no merece la pena decirlo, de «Aquí Londres, los

franceses hablan a los franceses».

Aquí el más allá: François Mitterrand está ahí.

No me gustaba Mitterrand, pero me intrigaba, y, a la vista de la

mediocridad política del ambiente, este mediocre sinuoso sigue intrigándome.

Sólo estuve con él dos veces. La primera, a petición suya, tras la aparición de

Mujeres, para un almuerzo en el Elíseo, en compañía de uno de los mejores

estrategas actuales, BHL, el hombre que sabe todo de la comedia del poder antes

que todo el mundo. Mi gruesa novela tenía éxito, el Presidente quería ver al

animal de cerca. Debió de observarme y, como yo no dije casi nada, también

debió de sondear mis silencios.

Mitterrand brillaba, BHL brillaba, Attali se callaba, con la nariz en el plato,

yo tenía tendencia a dormirme.

La segunda vez fue en un almuerzo en casa de Colette y Claude Gallimard,

en el 17 de la calle de l’Université. ¿Gallimard? El Presidente es un asiduo de la

librería del bulevar Raspail, va de vez en cuando a consultar ediciones raras o a

comprar algunas. ¿Un presidente literario? Le gusta que se crea eso, aunque sus

gustos son convencionales (Chardonne, etc.). Pero se nota que, para él,

«Gallimard» sigue siendo un nombre prestigioso, ligado sin duda a unas

ambiciones de juventud (malos poemas, lirismo pequeñoburgués). Seguramente

quedó impresionado por la NRF, sobre todo por la de Drieu la Rochelle.

Sea como fuere, este segundo almuerzo es divertido, y fue él quien solicitó

mi presencia. Estamos en 1988, acaba de ser reelegido cómodamente, y ha

167
hojeado mi novela El corazón absoluto, que transcurre mucho en Venecia, en una

atmósfera casanovista resucitada. El Presidente parece contento, avanza hacia mí

diciéndome: «Aquí tenemos al terrible señor Sollers», me lleva hacia un canapé,

se sienta frente a mí, me coge el brazo derecho y me dice bruscamente: «Espero

que se cuide la salud.» Dudo dos segundos antes de comprender que, según él, un

verdadero libertino pone en riesgo su vida con el sida que ronda. ¿Va a ofrecerme

preservativos? No, me cuenta su amor por Venecia y su descubrimiento de

Casanova. Estoy a punto de decirle «bienvenido al club», pero como soy

aficionado solitario y sin club, me abstengo, pese a elogiar su sentido histórico.

El Presidente sigue hablando sobre ese tema para el foro. El poeta

surrealista Octavio Paz, premio Nobel, que se encuentra allí, no parece contento y

emite reservas sobre Casanova. De oírle, a los surrealista apenas le gustaba,

además carecía de profundidad y de sentido de lo trágico. En ese punto el

Presidente se exaspera, aparta la objeción con un revés de la mano y, volviéndose

hacia mí, afirma que, por el contrario, semejante persecución desenfrenada del

deseo, del instante del deseo, comporta una dimensión de abismo. ¿Verdad?

Apruebo al Presidente, me parece saludable que contradiga la pudibundez

poética (el Presidente no volverá a dirigir la palabra a Paz, visiblemente

mortificado por el incidente), voto por Don Giovanni, aprecio que, por una vez, la

República vaya en la buena dirección. ¿Mitterrand libertino? Se ha dicho, le

gustaba, las pruebas son, al parecer, abundantes. Durante el café, de nuevo en el

canapé, observo que, a pesar de seguir defendiendo con aspereza la tragicidad

existencial de Casanova, apoya varias veces su mano derecha en mi muslo

izquierdo. Ahora habla de la isla de Ré (otro lugar del El corazón absoluto), y

entonces veo su mirada brillar, como si yo diera fiestas nocturnas, con ninfas

entre los matorrales y música oculta en los árboles. ¿Querría ser invitado? Vamos,

indulgencia, siente algo, debe de encontrarse muy solo. El Presidente es un buen

y pequeño católico de otro tiempo, nada protestante, y de pronto me hace pensar

168
en Lacan, es divertido, que quería ir conmigo a Venecia, un fin de semana, así, a

la escucha del inconsciente. ¿Sobre política? Nada. ¿Geopolítica? Un largo

suspiro sobre el Próximo Oriente, región efervescente de todos los fanatismos,

¿verdad? Cuidado, el tema está al rojo vivo, el Presidente no es ni bíblico ni

coránico, es evidente. Entonces, ¿Venecia? Por supuesto.

Mi último encuentro con él data de 1993, durante mi entrega de la Legión

de Honor. Dejé hacer, me divertía que me la entregase él mismo. Y allí, salud al

artista: todo aprendido de memoria (éramos diez por lo menos, entre ellos el

stendhaliano Del Litto a mi lado), mientras él sufría mucho, tez cerúlea, más

momia que nunca, concentración extrema. Único error: recuerda mi «premio

Femina» que nunca he tenido. Me cuelga la medalla, me da un beso ligeramente

húmedo en la mejilla derecha y me cuchichea. «¿todo bien?» Pero ¡cómo! No

obtuve el premio Femina (y con razón), pero quiero ser condecorado «Premio

Femina», y a título militar, por la República Francesa.

De Gaulle se aleja en la leyenda, Mitterrand queda ahí, en la cima del

Panthéon. Vayan a verlo, si no quieren creerme. También yo creo en las fuerzas

del espíritu, pero más todavía en las fuerzas de las letras. El espíritu se extravía a

menudo, las letras vivifican.

Dichoso Mitterrand: Francia misma.

Mitterrand quería seducirme, bueno, no funcionó. Sabía muy bien que yo

alimentaba, como quien no quiere la cosa, la locura obsesiva de Hallier sobre él,

locura a menudo nauseabunda, que se exhibía en uno de los últimos periódicos

anarquistas de esa época, L’Idiot international (consúltense los archivos,

compárese con el sensato Charlie-Hebdo, se verá la diferencia). Esa locura me

divirtió un poco, luego me hartó. Por último, pelea definitiva con ese plasta a

menudo divertido pero cada vez más chocho. En este punto, diagnóstico extraño:

Mitterrand, monarca de la sombra, tuvo su corte, el bufón que merecía, su

169
histrión enemigo íntimo. Se sabe lo que ocurrió luego: el asunto «de las

escuchas», Mazarine, etc., colmo de lo grotesco local. El pobre Hallier, cuyo odio

y amor hacia mí se había reanudado con ardor, murió, en circunstancias extrañas,

un año después que su héroe. Pensaron demasiado el uno en el otro.

El Hexágono está hecho así: si no eres de izquierda, debes ser de derecha.

Si no eres ni de derecha ni de izquierda, y tampoco de centro, si no estás

apuntado a la extrema izquierda (y todavía menos a la extrema derecha), ya no

eres más que un ciudadano fantasma, un humanoide ficticio. Digamos la cosas

con claridad: la izquierda me abruma, la derecha me aburre. Por suerte en mi

biografía ha habido mi episodio «maoísta», ballena que me sacan, no sin fatiga,

de vez en cuando. En el fondo, y no es falso, parece que, para escapar de los

efectos sonoros, he buscado refugio en el Vaticano. Ahí, en efecto, no es todo más

que orden y belleza, lujo, calma, y, para mí (¡chist! ¡eso fuera!), voluptuosidad.

Las fuerzas del espíritu me rodean, os dejaré sin pena.

Una última palabra sobre la política, tan sobrevalorada en Francia.

Mitterrand estuvo catorce años, y Chirac doce. En total, veintiséis años de

sacralidad inmovilista, salvo en el terreno técnico de la comunicación (explosiva).

No me gustaría ser hoy un hombre de 26 años. Pero puedo comprender que un

nuevo presidente bonapartista de 52 años, recientemente elegido, tenga ganas, al

menos en una primera etapa, de desentumecerse las piernas, echando a la derecha

y a la izquierda una enérgica bronca. De todos modos, en adelante, para todo el

planeta, los negocios son los negocios, y basta con eso.

170
Metafísica

La sociedad extremadamente descompuesta de mi época tiene sus ritos, yo

tengo los míos. Viendo lo que por todas partes se expone como «arte

contemporáneo», o lo que se publica sin tregua como «literatura contemporánea»,

me pregunto por qué razón debería vivir yo en un asilo de neuróticos. Pero basta

cambiar de acera, caminar al aire libre y tener una buena biblioteca para escapar

en un minuto de esa marea negra de fealdad.

«La melancolía y la tristeza ya son el comienzo de la duda; la duda es el

comienzo de la desesperación; la desesperación es el comienzo cruel de los

diferentes grados de la maldad.» (Lautréamont, Poésies).

Adelante con la música.

¿El verdadero arte contemporáneo? ¿La verdadera literatura

contemporánea? Lo siguiente: la lenta deriva, en este mismo momento, de

izquierda a derecha, de nubes de un blanco grisáceo, nacaradas, sobre fondo azul,

y el silencio, aquí, en mi patio, en pleno París, de las rosas y la hiedra. Es

gratuito. Entro en una iglesia cualquiera de Italia para oír una misa: es gratuito.

Un día le preguntaron a James Joyce por qué no se pasaba del catolicismo al

protestantismo. Respuesta: «No tengo ningún motivo para abandonar un absurdo

coherente por un absurdo incoherente.» Bien dicho.

Para hablar francamente de metafísica, mi atracción me lleva a la Iglesia

católica, apostólica y romana, cuya historia tenebrosa y luminosa me encanta.

Kilómetros de archivos subterráneos, santos en los graneros, diplomáticos en las

171
bodegas, informadores por todas partes, caridad, hospitales, lugares de acogida de

moribundos, mártires, un contacto permanente con la pobreza y la miseria, por no

hablar de la audición impasible de los callejones sin salida orgánicos de todo tipo,

y, por encima de todo eso, una riqueza y un lujo insolentes, en resumen, un

Himalaya de paradojas. Ese absurdo coherente me agrada. En una palabra: no me

gusta que quieran asesinar a los Papas.

Siento la más viva simpatía por la masonería, cuya naturaleza tiendo a

idealizar aunque me interesan poco, lo confieso, su función social, pero mucho su

enseñanza interior. Así como he hablado en Roma, en Saint-Louis-des-Français, y

ante dominicos, del catolicismo de Joyce, así también he estudiado con placer,

encerado en una habitación, a Dante, a Casanova y a Mozart, hasta el punto de oír

que decían de mí: después de todo «hay masones sin delantal». ¿Una afiliación?

¿Por qué no?, pero carezco de tiempo. De igual modo, no soy nada «practicante»

de la Iglesia universal, cuyas recomendaciones sexuales son para mí prueba de un

enorme humor.

Otra atracción, al margen del espacio bíblico y griego constantemente

solicitado, la India (Vedanta, Upanishads), y china (Zhuangzi). ¿La literatura ante

todo? Sin duda, pero como Mallarmé dijo «con la excepción de todo». Par mí es

la forma viva de mi compromiso metafísico (nada que ver con un «sacerdocio»).

Si hubiera sido pintor, habría sido la pintura, y si músico, la música. ¿Que apenas

hay nadie con quien hablar de ello? Tanto peor.

Me intereso bastante en los asuntos de mi tiempo (periodismo), pero sin

llegar a tomarlos en serio, ni siquiera cuando son trágicos. Vivimos en un mundo

criminal, y el crimen quiere que se le respete. Yo no lo respeto. nada consigue

hacerme dudar de la verdad y de la libertad que se me abren cuando las palabras

están ahí. Veo, leo, escribo, escucho.

Acaban de poner a la venta una fotografía sensacional de Baudelaire,

172
tomada al final de su vida por un fotógrafo belga, Neyt. Es «Baudelaire con el

puro» (espero que el comprador no suprima el puro, como se ha borrado, para

exposiciones oficiales, la colilla de Sartre o la de Malraux). Baudelaire os mira,

agudo, compacto, negro, vibrante. Es realmente el forastero consciente, al borde

del abismo.

El primer texto del Spleen de Paris** lleva por título además L’Étranger (y

no es del todo el de Camus). Este texto es demasiado desconocido, aquí lo tenéis,

se trata de un diálogo:

«¿A quién amas más, hombre enigmático, di? ¿A tu padre, a tu madre, a tu

hermana o a tu hermano?

—No tengo ni padre, ni madre, ni hermana, ni hermano.

—¿A tus amigos?

—Se sirve usted de una palabra cuyo sentido me sigue siendo desconocido

hasta este día.

—¿A tu patria?

—Ignoro bajo qué latitud está situada.

—¿A la belleza?

—La amaría gustoso, diosa e inmortal.

—¿El oro?

—Lo odio como usted odia a Dios.

—¡Eh!, ¡qué amas entonces, extraordinario forastero?

—Amo las nubes... las nubes que pasan... allá... allá... ¡las maravillosas

nubes!»

*
Charles Baudelaire, El spleen de París: pequeños poemas en prosa. Madrid,
Alianza Editorial, 2007. Traducción de Francisco Torres Monreal. [NE.]

173
Difícil, incluso hoy día, estar más a contracorriente, ¿verdad?

Es gratuito, y eso no tiene precio. He ahí lo que sorprende, y sorprenderá

eternamente a los sociómanos, sociólatras y sociópatas, aquellos y aquellas que

todavía creen que, para ser, hay que «ser juntos» y que, a partir de ahí, van a

haceros interminable la moral de forma más o menos agria. «Moralina», dice

exactamente Nietzsche, a saber: resentimiento, puritanismo, espíritu de venganza,

horror de lo gratuito. De este modo, he sido tratado diez veces de «Fregoli», por

imbéciles de uno y otro sexo, sindicalistas maquillados o monjas disfrazadas de

devotas filosóficas para estigmatizar, supongo, mis apariciones desenvueltas. Eso

siempre me ha hecho pensar en ese pasaje asombroso de gracia de Céline en el

que unos artistas fracasados, durante una reunión de célula febril, arremeten con

violencia contra el pintor que detestan por encima de todo: «Fragounard».

Este «Fragounard» (Fragonard, por supuesto) representa todo los que les

pone furioso: bañistas encantadas, azares felices del columpio, siglo XVIII en toda

su gratuidad. El siglo XVIII, ese es el enemigo del clero estancado y dolorista.

Este último odia con todas sus fuerzas el azul Cézanne, el azul chino, el azul aire

profundo, el azul-reposo, el azul gozado. ¡Mentiras, ilusiones, así piensa el

devoto social, mentiras esos matorrales, esas fiestas, esos almuerzos campestres,

esos columpios del diablo! ¡Tapaos esos muslos y esos senos que no podríamos

ver!17 ¡Abajo Watteau, Manet, Monet, Cézanne, Degas, Rodin, Picasso, Matisse,

Fragounard! ¡Abajo la infancia, la naturaleza, el juego, las mujeres! ¡Nada es

gratuito! ¡Nada es bello!

Una noche dormí en la casa de Fragonard, en Grasse. Extraña entrada:

símbolos revolucionarios y masónicos pintados en las paredes, mientras que en


17
Calco del verso más conocido del Tartufo de Molière, en que
el santurrón protagonista dice a la dama que quiere seducir: «Tapaos ese
seno que no podría ver!»

174
los pisos se vuela hacia paraísos naturales. Prudente Fragonard: si la policía

decoratista de su época entra en su casa, sólo podía constatar la religión nacional

del habitante del lugar. Nuevo régimen virtuoso abajo, Ancien Régime más nuevo

y sensual que nunca en las habitaciones. La joven que esa noche me acompañaba

se acuerda con toda seguridad de ese dispositivo entre bastidores. Pero ¿qué haría

hoy Fragonard para escapar al control de la Inquisición? Abajo, paneles

humanitarios condenando las atrocidades del globo y celebrando el mestizaje

generalizado, el orgullo gay, la democratización planetaria, el arte

contemporáneo, la telerrealidad, el cine virtual, la fotografía realista, etc. Arriba,

devuelto por el Banco de Francia, donde hoy está colgado como un trofeo, un

solo cuadro, pero sublime: La Fiesta en Saint-Cloud. Retorno de la Banca a su

casa, después de todo.

En última instancia, hoy se puede reescribir La Marsellesa, en un estilo

irónico y fúnebre:

Entendez-vous dans nos campagnes,

Mugir cette atroce mafia,

Qui coule jusque dans nos bras,

Pour noyer nos fils et nos compagnes?

Aux larmes, citoyens!, etc.18

18
«¿Oís en nuestros campos / mugir esa atroz mafia / que corre hasta nuestros
brazos / para anegar a nuestros hijos y a nuestras compañeras? / ¡A las lágrimas,
ciudadanos!,» etc. [NT.]

175
Wanted

¿La Inquisición hoy? ¿Está de broma? Pues no, claro que no, escuche bien,

entenderá enseguida su propio y violento deseo de purificación retroactiva. Cada

escritor o pensador del pasado puede ser borrado de la memoria colectiva por

causa de pecado mayor.

Este es el programa:

Gide, el Nobel pedófilo; Marx, el masacrador de la humanidad de todos

conocido; Nietzsche, el animal de bigotes rubios; Freud, el anti-Moisés libidinal;

Heidegger, el genocida que habla griego; Céline, el vociferador abyecto; Genet, el

maricón amigo los terroristas; Henry Miller, el misógino senil; Georges Bataille,

el extático pornográfico de tendencia fascista; Antonin Artaud, el antisocial

frenético; Claudel, el innoble tanque católico; Sartre, el bendecidor de los gulags;

Aragon, el falso heterosexual, cantor del KGB; Ezra Pound, el traidor a su patria,

mussoliniano chino; Hemingway, el machista asesino de animales; Faulkner, el

negrero alcohólico; Nabokov, el aristócrata pedófilo mariposeador; Voltaire, la

repugnante sonrisa de la razón, denigrador de la Biblia y del Corán, totalitario en

potencia; Sade, el nazi primordial; Dostoyevski, el epiléptico nacionalista;

Flaubert, el viejo solterón que odia al pueblo; Baudelaire, el sifilítico lesbiano;

Proust, el invertido judío integrado; Drieu la Rochelle, el dandy hitleriano;

Morand, el embajador colaboracionista, antisemita homófobo; Shakespeare, el

antisemita de Venecia; Balzac, por último, el reaccionario fanático del trono y del

altar, etc.

¿No olvido a nadie? Complete la lista.

176
La completo:

Lautréamont, el incomprensible autor de Poésies; Rimbaud, traidor a su

vocación poética cuyas Illuminations siguen opacas; Jarry, el enemigo de la

humanidad en la persona grotesca del Padre Ubú; Breton, el inquisidor puritano;

Mauriac, el hipócrita católico de tendencia homo rechazada; Joyce, el colmo de lo

ilegible; Debord, destructor de la sociedad, Swift, uno de los anarquistas más

peligrosos que la tierra haya tenido; Poe, la inteligencia diabólica; Joseph de

Maistre, el contrarrevolucionario absoluto; Gracián, el veneno jesuita; Melville,

la ballena monstruosa; Lichtenberg, el espantoso humorista; Hölderlin, el prenazi

en su torre; Kafka, el penoso anunciador de catástrofes; Beckett, el desesperado

esquelético; Sévigné, la polígrafa mundana; Molière, el antihumanismo innato;

Pascal, el apostante alucinado; Bossuet, el panegirista integrista; Saint-Simon, el

aristócrata loco; Rousseau, el atrabiliario que abandona a sus hijos; Villon, el

truhán en jerga; Roussel, el chiflado de las frases; La Rochefoucauld, el moralista

amoral; Stendhal, el milanés narcisista; Chateaubriand, el vizconde reaccionario

de ultratumba, etc. Siga usted.

177
«Eremita»

¿Que os pide la sociedad? Que os neguéis permanentemente. Apoyaos en

esa negación, proseguid.

La palabra santuarización es un término no religioso, sino militar. He

pasado mi tiempo santuarizando mi vida privada y mis lugares de acción. Tel

Quel, L’Infini han sido, en este sentido, «santuarios» (control del imprimatur). Un

historiador sin prejuicios no podrá hacer otra cosa que constatarlo. Sin vanidad

excesiva, en el corazón del poder editorial, pienso que había que hacerlo. Nada de

absorción, nada tampoco de marginalización.

Es lo que Bo Juyi (829) llama «el eremitismo mediano»:

«El gran ermitaño reside en la corte, el pequeño ermitaño vuelve a sus

colinas cercadas.

«Las colinas cercadas son demasiado desoladas, la corte demasiado

tumultuosa.

«Más vale ser un ermitaño medio, ermitaño que pese a todo permanece en

su puesto,

«Fingiéndose ausente a pesar de estar presente, ni demasiado ocupado ni

ocioso,

«Sin cuidado ni labor, escapando al hambre y al frío.

«La vida reside en este solo mundo, y por principio es difícil unir dos

contrarios.

«Pobre, se soporta el hielo y el hambre, rico, la ansiedad y la inquietud

178
abundan.

«Sólo el culto ermitaño mediano se retira, viviendo feliz y tranquilo.

«Fracaso o éxito, abundancia o miseria, reside en el intermedio de los

cuatro.»

Un pequeño despacho agradable, por la tarde, en la mayor editorial

francesa; una revista trimestral sin ninguna publicidad; seis o siete buenos libros

al año, en una colección del mismo nombre; la amistad del príncipe y de mi

principal colaborador; un estudio; un lugar sin servidumbre con vistas al océano,

en una isla; una gran libertad de movimientos y de ejecución; la estima exigente

de los recién llegados enérgicos; una ayuda femenina y muchas otras cosas — ¿se

puede pedir más?

Bo Juyi, desde el Cielo en que está, y tantos otros chinos, me aprueban.

«La Vía realmente Vía es distinta de una Vía constante; los términos

verdaderamente términos son distintos de los términos constantes.»

El único momento penoso, a la larga, es aquel en que tu libro, convertido

en mercancía, pasa a la puesta en venta de lo que el viejo Lacan llamaba la

poubellication. Escribir es descansado, publicar es agobiante. Para esto se

necesitan dones de marionetista, porque sois esa marioneta de cuyos hilos tratáis

de tirar de todos modos.

Comprendo que un debutante se preocupe por el menor artículo de prensa,

y espere febrilmente que su imagen (es decir, hoy, su realidad) sea más o menos

reconocida. La ebriedad de los inicios tiene su encanto, pero la repetición

profesional es una especie de viacrucis que hay que tomarse con irrisión. Uno es

convocado, se va a la convocatoria, se repite más o menos lo mismo, los

periodistas tienen prisa, todos cuentan con el mismo fichero simplificado, la

existencia transcurre en taxis, estudios de grabación, y otra vez taxis y otra vez

estudios de grabación. ¿Pensáis que se puede evitar eso sin irritar al editor y vivir

aparte? Para los que tienen su pasaporte moral automático, desde luego, pero no

179
para mí. Otra vez hay que explicarse y justificarse, puesto que se supone que soy

un «provocador» y un perturbador tolerado.

Es la ocasión de verificar, una vez más, la rutina del avalamiento

mediático. Quedan por contar dos grandes historias: la de la censura (hay que

evitarla por encima de todo, por lo tanto, nada de pose romántica estúpida), y la

de la ceguera (es posible engañarla tomando el mirador de frente). No hablo de la

censura clamorosa, garantía de éxito, sino la de nuestros días: insidiosa,

mecánica, inocente, fluida, sin apelación. En cuanto a la ceguera, es tanto más

difícil de tratar cuanto que es básica en ciertos temas, siempre los mismos. Se

diría que, en su marcha tortuosa a través de los siglos, la humanidad obedece a un

doble movimiento: querer saber cada vez más (ciencia, técnica, información), y al

mismo tiempo no saber nada o saber lo menos posible (Dios, sexo, dinero,

literatura, muerte).

La pasión de no saber nada es esencial. Una historia de la censura a través

de los tiempos cambiaría la visión de la Historia, una historia de la ceguera

también. En cuando a suprimir la pasión por no saber nada, imposible (sobre este

tema hay una novela muy inteligente de Nabokov, La verdadera vida de

Sebastián Knight**). Importa por lo tanto tomar todo esto a la ligera, never

complain, never explain.

¿Se vende el libro? ¿Un poco? ¿No mal? ¿No lo bastante? Desde lo alto de

estas preguntas piramidales, la mirada fría de la poubellication francfortiana os

mira («Adoro Francfort, me dice ese agente extasiado, ¡eso es business!»).

Calma: un libro que no es llevado al cine, y que debe quedar, quedará, incluso

aunque lo cubran toneladas de papel secante. A decir verdad, tened cuidado, se

*
La verdadera vida de Sebastián Knight. Barcelona, Anagrama, 1988. Traducción
de Enrique Pezzoni. [NE.]

180
lee solo, sigue emitiendo e irradiando desde su constitución atómica interna. El

lector es superfluo, aunque sea bienvenido.

Por lo tanto, taxis, trenes, aviones, provincia, fotos (cuánto tiempo

perdido), marionetismo. Sé hacerlo, lo he hecho mucho, volveré a hacerlo.

Además puede ser divertido, confundidor, relajante. Uno se deja ver, habla, sufre

con buen humor las tonterías de los vecinos o las vecinas de entrevista que sólo

piensan en ellos o en ellas, hace una seña hacia el verdadero aficionado, siempre

desconocido, por principio, espera que el libro continúe, y siempre más o menos

continúa. Organizas un malentendido al que te ves forzado, porque no eres

«prevendido» debido a tu reputación turbia (que desde luego es culpa tuya,

confiésalo).

Repito que tienes tu truco; hablas a los aparatos, cámaras, micrófonos,

como si estuvieran al corriente, y, en un sentido, lo están más que los cuerpos

presentes. La técnica es tu aliada, no tu adversaria. Coges de nuevo un taxi, te vas

a dormir, el vacío amistoso te alcanza, la página te espera, y sólo ella es real. Sé

que no convenzo a nadie al escribir esta frase. Nadie queda convencido por una

frase. ¡Cuénteme una historia, qué me importan las frases! Y sin embargo, dan

vueltas, sólo hay eso.

De paso, hay que responder a montones de preguntas absurdas, por

ejemplo tu relación con los «siete pecados capitales».

—¿Avaricia?

—Gasto todo.

—¿Cólera?

—Amo las santas cóleras.

—¿Envidia?

—Me envidio a menudo.

—¿Gula?

181
—En literatura, en pintura, en música, si no, no.

—¿Lujuria?

—Sí, pero no citaré nombres,

—¿Orgullo?

—¡Sí, sí, por supuesto!

—¿Pereza?

—Ah, no.

O bien se trata del clásico «cuestionario Marcel Proust». Respondo:

1. El principal rasgo de mi carácter: El carácter.

2. La cualidad que aprecio en un hombre: El carácter.

3. La cualidad que aprecio en una mujer: El carácter.

4. Lo que más aprecio en mis amigos: El carácter.

5. Mi principal defecto: El carácter.

6. Mi ocupación preferida: No hacer nada.

7. Mi sueño de felicidad: No hacer nada.

8. Cuál sería mi mayor desgracia: Ser otro.

9. Lo que querría ser: Lo que soy.

10. El país donde desearía vivir: Aquel donde estoy.

11. El color que prefiero: El Azul.

12. La flor que amo: La Peonía.

13. El pájaro que prefiero: La gaviota.

14. Mis autores favoritos en prosa: Zhuangzi, Lautréamont, Nietzsche,

Céline.

15. Mis poetas preferidos: Homero, Dante, Shakespeare, Hölderlin,

Rimbaud.

16. Mis héroes en la ficción: Stephen Dedalus (Ulises, de Joyce).

17. Mis compositores preferidos: Monteverdi, Vivaldi, Bach, Haydn,

Mozart.

182
18. Mis pintores favoritos: Tiépolo, Fragonard, Manet, Picasso.

19. Mis héroes en la vida real: Sin héroes.

20. Mis heroínas en la vida real: Sin heroínas.

21. Lo que detesto por encima de todo: La maldad; la vulgaridad; la

estupidez.

22. Caracteres históricos que desprecio: Stalin, Hitler.

23. El hecho militar que más admiro: 6 de junio de 1944.

24. La reforma que más admiro: Abolición de la pena de muerte.

25 El don de la naturaleza que querría tener: El tiro al arco.

26. Cómo me gustaría morir: De ninguna.

27. Estado presente de mi espíritu: Concentrado.

28. Faltas que me inspiran más indulgencia: Las mías.

29. Mi divisa: — Nihil obstat.

Cuando aquí digo «no hacer nada», es en el sentido chino: «No hacer nada,

pero que nada deje de ser hecho.» Si hubiera respondido «escribir» habría dado

una impresión pesada y falsa de trabajo.

Studio es una novela que escribo en 1955-1956 (aparición en 1997).

Empieza así:

«Rara vez he estado tan solo. Pero me gusta. Y cada vez más.»

Durante el camino se encuentran cosas de este tipo:

«En realidad, la obsesión general es que hay una Causa, poco importa cuál:

divina, familiar, social, cósmica, biológica, étnica, económica. Es preciso que una

causalidad domine y explique el resto, que lo general englobe lo particular. Tú, en

cambio, tienes ahí un no sé qué, un chisme, una expresión, un nimbo, un aire, un

gesto, un olor, un cartílago, un pelo, un casi nada impalpable, pero insolente, que

cuestiona la Causa. No es un asunto de belleza, de fealdad, aunque más bien

183
bellísimo y más bien feísimo se juntan por ese lado. La interpelación física no es

un asunto físico. Es tu forma inconsciente de corporar lo que está en juego, tu

presencia incluso en tus ausencias. Tu manera de celular, de sangrar, de

cromosomar, de respirar, de digerir, de resonar, de escuchar, de dormir, de reír, de

recular, de avanzar, de sacudir la cabeza, de mirar, de hablar, de escribir, de

moverme, de no moverme, de soñar. Tu sueño, sobre todo, es sospechoso, como

si hubieras nacido para tener varias vidas. Rimbaud: “A cada ser, me parecían

debérsele varias vidas más. Este señor no sabe lo que hace, es un ángel. Esta

familia es una camada de perros. Delante de varios hombres hablé en voz alta con

un momento de sus otras vidas. Así, amé a un cerdo”.

»Otras vidas, sí, no sólo en el tiempo y en el espacio, sino aquí, enseguida,

inmediatamente, en este mismo minuto, unas vidas diferentes y únicas,

repertoriadas, estratificadas, impermeables, armónicas. También yo he amado

yeguas, perras, carpas, conejas, truchas. Música, es como si uno tuviera una

orquesta dentro de sí. Siempre Rimbaud: “Asisto a la eclosión de mi

pensamiento: lo miro, lo escucho; lanzo un golpe de arco; la sinfonía provoca su

agitación en las profundidades, o sale de un salto a escena.” Sólo eso.

»Rimbaud, como Hölderlin y Lautréamont, se puso un día al piano, era en

1875. Tengo que preguntar a Vincent qué siente, a veces, al tocar. ¿Sabrá

decírmelo? No.

»Los demás sienten bien estas diferencias en ti, las notan antes incluso de

que tú tengas conciencia de ellas. Sus reproches, su mal humor, su acritud te

sorprenden, te muestran el camino. Al mismo tiempo se engañan sobre lo que

estás deseando o o haciendo: es sorprendente de verificar, matemático. En

resumen, es tu tono fundamental lo que les irrita hasta el grado más alto, pero ese

tono está ahí antes que tú, viene de más lejos que tú, pasa a través de ti, te crea, te

alumbra, te da un tema, unos objetos, una vida, una muerte, un mundo. Tú no

estás ahí para nada, eres irreconocible: no vayas a quejarte, un día, de ser

desconocido.»

184
185
Retratos

Ya he criticado, de pasada, a ciertos escritores franceses actuales, su

inercia, su resignación, sus orígenes modestos proclamados como méritos, su

veneración por los maestros del pasado, su lado Tercera República ahogada en

provincias. Pregunta: ¿Han visto alguna vez el mar, el océano?; ¿han puesto

alguna vez los pies en un barco? Seguro que no. De ahí un lado de tierra y

gleboso, y sobre todo un mal de mar19 terrible. En el mejor de los casos, es el sub-

Flaubert for ever. Se nota que no saldrán de ahí.

De ahí a la sobrevaloración constante de la literatura americana no hay más

que un paso que el mercado han dado enseguida. Pero, en fin, bueno, sin

remontarnos a los antepasados, Hemingway, Faulkner, Fitzgerald, y dejando a un

lado a Bellow y sobre todo a Philip Roth, ¿qué han hecho nuevo desde hace

treinta años? No gran cosa, a pesar de una propaganda incesante, y los mejores

agentes empiezan a darse cuenta preguntándose si todo esto, en última instancia...

El éxito de Philip Roth ha crecido además a partir de Francia, donde en una

primera época fue tratado de forma indigna (narcisismo exagerado, judío

antisemita, etc.). En el momento de Contravida**, cuando fui a hablar de él en

televisión, andaba en Gallimard por los 6.000 ejemplares. Después, incontables.

19
La expresión significa en francés mareo, término que perdería el matiz que
quiere dar el autor. [NE.]
*
La contravida. Barcelona, Nuevas Ediciones de Bolsillo, 2007. Traducción de
Ramón Buenaventura. [NE.]

186
#

Hace veinte años Milan Kundera era mucho más reconocido, pese a la

superioridad evidente de Roth. Operación Shylock**, por ejemplo, es un gran

libro. Aparezco en él desde el principio, como personaje extraño, suplente del

narrador que telefonea a su doble. Roth es maravilloso, escribe demasiado, pero

Portnoy**, El seno, La Lección de anatomía**, Contravida, Patrimonio**, son

libros de una vitalidad impresionante. Como no habla una palabra de francés, y

yo chapurreo el yanqui, nos comprendimos mucho a través de muecas y de risas.

Vuelvo a verle en París, con la elegante y estricta Claire Bloom; nos

cuchicheamos chismes, nos burlamos de todo, bellas noches de libertad. Ya vive

como un monje, atornillado a su producción, una novela, y otra novela, dinero y

más dinero. Lo que hace siempre está bien, muy por encima de los demás

americanos, pero, en fin, a menudo es la gran máquina fabricada, se puede

prescindir.

En cualquier caso, de todos los escritores todavía vivos que he conocido,

Roth es desde luego el más inmediato, divertido, explosivo, bueno, malvado,

inteligente. Larga marcha de Newark a la cima. Depravación primero, ascesis

después, más interesante en la depravación que en la ascesis (el éxito sólo le llegó

cuando pareció que había sentado la cabeza), dramas y enfermedades superadas,

voluntad de acero, humor a toda prueba. En el fondo es un santo. Tuvo palabras

muy amables cuando se publicó Mujeres en Estados Unidos (ningún eco allí, y

*
Operación Shylock. Barcelona, Nuevas Ediciones de Bolsillo, 2005. Traducción
de Ramón Buenaventura. [NE.]
*
El mal de Portnoy. Barcelona, Siex Barral Ediciones, 2007. Traducción de
Ramón Buenaventura. [NE.]
*
La lección de anatomía. Barcelona, Versal Ediciones, 1987. Traducción de Jordi
Fibla. [NE.]
*
Patrimonio: una hisotria verdadera. Barcelona, Nuevas Ediciones de Bolsillo,
2007. Traducción de Ramón Buenaventura. [NE.]

187
con razón). Llegó a decir incluso que yo era el único escritor francés existente.

He ahí discernimiento acústico. Ya no nos vemos, es la vida.

Mi amistad con Kundera ha sido más contrastada. Muy buenos comienzos,

publicaciones en L’Infini, camaradería y complicidad juguetona, algunos consejos

de francés de mi parte, y admiración sincera por su mejor libro: L’Inmortalité**.

Luego, luego... Dejémoslo, le quiero. No le digáis a su mujer, Vera, que también

la quiero, no os creería.

La verdad me obliga a decir que nunca he compartido sus reflexiones a

propósito de la novela, y sobre la novela, y siempre de la novela. La novela nació

sin duda con los Tiempos modernos, pero acaba con ellos. Kundera admira a

Hermann Broch y a Gombrowicz. Creo que se equivoca, y que Proust y Céline

(¿se trata exactamente de novela?) son más decisivos. ¿Europa central? Musil,

por supuesto, pero sobre todo Kafka, cuya experiencia metafísica escapa a estos

análisis.

Ha habido grandes novelas, y a veces hay buenas novelas, pero,

contrariamente a una ideología muy potente (económica), el problema ya no

radica ahí. Por más que se convoquen asambleas de novelistas a través del

mundo, sólo se obtendrán discursos sociológicos convencionales, en la pura

tradición del realismo social. Ni uno que se atreva a reivindicar su singularidad y

el salvajismo irreductible de su experiencia (salvo Houellebecq y Littell, pero se

mantienen apartados). Todavía con «el ser-junto», qué aburrimiento. Roth y

Kundera van a envejecer mal, lo saben: Roth fuerza la dosis, Kundera se explica,

pero no se hará nada. ¿Me decís que también yo fuerzo la dosis? Quien viva,

verá.

¿La verdad? Kundera se ha puesto a escribir en francés. Silencio.

*
La inmortalidad. Barcelona, Tusquets, 1990. Traducción de Fernando
Valenzuela. [NE.]

188
#

Y ahora, una ráfaga de recuerdos.

Vuelvo a ver a Borges, en verano, en blusa, en uno de los despachos de la

editorial, preparando su Pléiade con Héctor Bianciotti. Abro la puerta, alza sus

ojos de ciego, está declamando no sé qué en español bajo la mirada cautivada de

Héctor. Igual que vuelvo a verle, en su pequeña habitación del Hôtel des Beaux-

Arts, hablándome muy de cerca de las prostitutas francesas de Buenos Aires, las

mejores. ¿Se acuerda María Kodama de que hemos tenido una amiga japonesa

común? Es posible.

Vuelvo a ver a Calvino, en casa de una de sus amigas, en París,

cómodamente echado en una butaca, taciturno, gentil patafísico en zapatillas.

Vuelvo a ver al profundo Michaux, en su casa, una tarde, blanco y más

bien cerúleo, con algodón en los oídos.

Vuelvo a ver a Moravia, en Roma, muy orgulloso de exhibir fotos de

travestis, y haciéndose tratar por una de las mujeres presentes de «vecchio

porcellone».

Vuelvo a ver a Umberto Eco, en Nueva York, en clubs de estriptís chinos

donde hablábamos, con la mayor naturalidad del mundo de Joyce y de santo

Tomás. Era antes de sus giras regulares por las universidades americanas, algunas

historias divertidas, en yanqui bufón, construidas a base de profesores y de

estudiantes encantados, y hop, al bolsillo.

Vuelvo a ver, hace mucho, al viejo Ungaretti, adorado por Paulhan, y a

quien había que hacer señas para que dejase de hablar de Mussolini, pero en fin,

escribió «m’illumino d’immenso», eso basta.

Vuelvo a ver a Cabrera Infante, en un festival, en Bélgica, con un revólver

en la guantera de su coche, Cuba está en todas partes.

Y luego a Vargas Llosa y su dentición de ensueño, a Carlos Fuentes,

atlético businessman de los dos continentes.

Vuelvo a ver a mi amigo Schuhl, la noche de su imprevisto Goncourt, y a

189
Ingrid Caven, más insolente que nunca, en la gloria.

Vuelvo a ver a Nooteboom en Amsterdam, y nos comprendemos muy bien

sobre España.

Vuelvo a verme, con Houellebecq, más bien borracho, bailando con unas

chicas en un bar hispánico de París, cuyo nombre he olvidado.

Vuelvo a ver a Dominique Aury, sensata dama entrada en años que,

después de haber leído al comité de Gallimard una nota de lectura, se duerme

dulcemente en el crepúsculo que avanza.

Vuelvo a ver conferencias de Julia, en París, Washington o Nueva York,

brillante y concentrada, mucha gente, inglés impecable.

Vuelvo a ver a Le Clézio, pasando bastante a menudo por los pasillos de la

calle Sébastien-Bottin, y al instante encuentro con sorpresa su dedicatoria de

1963, en su primer libro, Le Procès-Verbal: «Para Philippe Sollers, con la

admiración y la simpatía del autor» (y, en efecto, todavía no era célebre).

Vuelvo a verme con Modiano, siempre amistoso, haciéndole reír mucho (le

gusta reírse), sentado en un canapé de cóctel, bajo la mirada desconcertada de los

invitados presentes («¿Cómo pueden entenderse esos dos? Hay que proteger a

Patrick, esto resulta inquietante»).

Vuelvo a verme en Haifa con A. B. Yeshua, este sí que sólido, en esa

ciudad magnífica.

Vuelvo a verme con mi camarada y amigo de piso, en la NRF, el

complicado y secreto Pascal Quignard, tratando de explicarle que haría mejor

conservando su despacho en la vieja casa, y que no tenía nada que esperar del

cine.

Y luego, de vez en cuando, whisky al final de la tarde en casa de Antoine,

distensión y caída de las sombras en el gran jardín. Fotos de Gaston el elegante,

una maqueta reducida de velero, y, en un armario, manuscritos encuadernados,

uno de ellos mío, creo.

190
#

Entrarán en la Pléiade Roth y Kundera, Le Clézio y Modiano, pero por lo

que a mí se refiere es menos seguro, esperemos a mi muerte que, poco a poco,

hará crecer mi reputación con toda seguridad. Creo haber hecho lo necesario, a

menudo en la sombra, por Sade, Bataille, Artaud («Quarto»), Ponge, Debord

(«Quarto»). Su publicación en la Pléiade ha sido una de las últimas alegrías de la

vida de Claude Simon, un amigo de siempre, y aún tengo en la boca el sabor de

las deliciosas costillas de cerdo que él mismo preparó, en Salses, sobre fuego de

leña. Hice decir públicamente a Claude Simon, espíritu libre, que admiraba a

Céline tanto como a Conrad, y con frecuencia hemos comulgado juntos en el

recuerdo de la gran Barcelona, recuerdo de su actividad anarquista allí, el año de

mi nacimiento, y veinte años después, en la misma ciudad, vida íntegramente

depravada para mí.

Vuelvo a verme también, almorzando bastante a menudo en un pequeño

restaurante italiano, con Nathalie Sarraute, extrañas sesiones de seducción

melódica, y ella se empeñó en dedicarme uno de los raros ejemplares de su

Pléiade que firmó.

¿Quién más? ¿Marguerite Duras? Pues claro, copas en el Pré-aux-Clercs,

en la antigua época de Tel Quel, pero enseguida tuve bastantes dificultades de

audición con ella, debido a su forma de hablar entrecortada y brutal. Duras, o el

principio de autoridad de la voz gruesa: «¿Qué despacho ocupas en Gallimard?

¿Quién estaba en él antes que tú?» «No sé. Quizá Camus.» Y luego, Mitterrand,

todo eso...

Y también Blanchot, gran Inquisidor, dos encuentros, inmediata

electricidad negativa. Y también el dulce y torturado Des Forêts, roto por la

muerte de su hija ahogada. Y también Cioran, con su carcajada nerviosa

permanente. Y también el transeúnte considerable, Samuel Beckett, en el bulevar

de Port-Royal, caminar ágil, en zapatillas deportivas, como sobre una cornisa del

191
Purgatorio. Y también Ezra Pound, en Venecia, muy apuesto, sentado bajo mi

ventana, en el borde de un muelle, contemplando largamente sus manos (un

remolcador pasaba al mismo tiempo por la Giudecca, el Pardus, mi remolcador

de ensueño).

Los antiguos cócteles de Gallimard fueron acontecimientos mayores. El

más hermoso para mí: llego de Tel Quel con George Bataille, parece petrificar a

todos los invitados, es el Diablo en persona, tengo la sensación de que nadie se

atreve a hablarle. Se calla de forma tan intensa que sólo los pájaros deben de oírle

respirar. Respira, es cierto, pero más para mucho tiempo; emocionante aparición

de un quemado.

Ved a todos estos muertos más vivos que los vivos. Proust envía cartas

tortuosas; Céline viene a entregar un manuscrito; Nimier, muy encendido, durante

una cena en el 17, persigue a la gorda Mme. Caillois para hacerle cosquillas;

Sartre espera en el vestíbulo con su Critique de la raison dialectique** bajo el

brazo, va a rechazar el Nobel, todavía se habla de ello; Simone de Beauvoir no

está lejos; Aragon pasa como ráfaga de viento, esperado por su chófer del Partido;

Malraux telefonea; Camus vela; Giono está en su casa; Montherlant titubea un

poco por las calles de barrio, antes de dispararse una bala en la cabeza; Genet

viene a buscar dinero contante y sonante; en cuanto a Jouhandeau, es sagrado.

Cuando uno entra, otro sale, a menudo están peleados a muerte, pero, quieran o

no, todos se llaman Gallimard, caso único en el planeta.

Cuchillos sacados entre Gide y Claudel; entre Aragon y Malraux (por no

hablar de Breton); entre Sartre y Camus; vaya asunto. Las paredes oyen para

*
Crítica de la razón dialéctica. Buenos Aires, Losada, 1970. Traducción de
Manuel Lamana. [NE.]

192
todos, según la situación. «Banco central» dije un día, y es de algo así de lo que

se trata, o de un transatlántico que dentro de poco tendrá cien años, una bicoca.

Gallimard, ¿qué queréis?, espero que no desagrade a Gide y a todos los

protestantes locales, es Roma. Fuera de Roma, a la larga no hay salvación.

Barthes, Lacan, Deleuze quedaron más o menos pillados por sus primeros

editores. Sólo Foucault franqueó la línea. Para él fue una suerte que no han tenido

Lévinas, Derrida o Bourdieu. Dejando a un lado Roma-Gallimard, la memoria de

Foucault puede contar, es cierto, con la poderosa Iglesia homosexual, en

expansión por todas partes, sobre todo en Estados Unidos. En cualquier caso, en

Tel Quel antes el objetivo era claro: un día en Gallimard, ¿verdad? ¡El fondo, el

fondo, el Tiempo, nada más!

Esta simple constatación puede hacer rechinar los dientes. Hay, por

supuesto, otros excelentes editores franceses o internacionales (cada vez menos).

Los hay incluso que reflexionan sobre la duración, ese género cada vez más raro.

Pero, en fin, todo el mundo sabe que lo que digo es cierto. Las verdaderas cuevas

literarias del Vaticano están aquí, en ninguna otra parte.

No es que la Pléiade sea el santo de santos: todavía le falta Freud (vaya,

¿por qué), y Nietzsche (apenas comenzado). Faltan por lo menos dos volúmenes

de la extraordinaria correspondencia de Céline; los ensayos de Bataille (se han

necesitado cuarenta años para publicar ahí sus novelas), Fitzgerald. El Casanova

está anticuado, y los taoístas hay que rehacerlos. La única colección competidora

que está a la altura de la ambición fundamental es Bouquins (Casanova,

Nietzsche, Joseph de Maistre). Pero «Quarto» se defiende: Proust, Artaud,

Debord, eso sí que son volúmenes. La buena pregunta es: ¿qué es lo que hace

obra y volumen? ¿Que eso no tiene importancia, decís? Pues sí, más que nunca.

Miro mi biblioteca frente al océano; aguanta, varias vidas por vivir. En cuanto a

la discoteca, la misma amplitud. Mañanas, tardes, veladas, noches, viaje.

193
194
Bolsillo

Gracias a la amistosa complicidad de Antoine Gallimard y de Yvon Girard,

obtuve permiso para elegir yo mismo las cubiertas de mis libros en «Folio»,

también, y perdónenme, la mejor, con diferencia, colección de bolsillo. El mismo

libro, pero un libro distinto, público más joven, otra tipografía, distinta rapidez de

efecto.

Para Mujeres, Las señoritas de Aviñón; para El corazón absoluto, unas

rosas de Manet; para Les Folies françaises, un detalle de La gran Odalisca de

Ingres; para El secreto, un detalle de La flagelación de Piero della Francesca;

para Théorie des exceptions**, un retrato sacado de Fragonard; para La Guerre du

goût, un Dioniso enrojecido y volante del Tiziano; para Éloge de l’Infini, una

cabeza de pirata de Picasso; para Pasión fija, un desnudo de Picasso (otra vez él);

par L’Étoile des amants**, un detalle del Gilles de Watteau; para Carnet de nuit,

El pintor joven, del Picasso último (siempre él); para Una vida divina, un

flamante retrato del Tiziano, el joven y futuro cardenal Ranuccio Farnesio.

Esas cubiertas son simplemente bellas, muy a contracorriente (es decir, en

una corriente futura), hablan por sí mismas, son muy afirmativas. Mi preferida tal

vez sea la de Studio, un Shitao de meditación apartada e intensa. Con ella

entramos en la «tenuidad» china:


*
Théorie des Exceptions. París, Gallimard, 1985. [NE.]
*
L’Étoile des Amants. París, Gallimard, 2002. [NE.]

195
«La tenuidad es lo que ha dejado el no-ser para entrar en el ser. Tiene una

norma sin tener todavía una forma.»

O si preferís:

«El necio no ve siquiera lo que está acabado, el sabio percibe lo que

todavía no está en germen.»

El cuadro se titula Claro de luna sobre el acantilado. Dos casitas de tejados

azul claro, iluminadas como en un pleno día ligeramente brumoso, al pie de un

precipicio vertical, y, en una de las casas, apenas visible, el autor sin duda del

cuadro mismo. La lluvia de caligrafía, a la izquierda, es admirable. Se puede ver

esta obra maestra, hoy día incluso, en el museo del Palacio de Pekín.

196
Novelas en la novela

Presto mucha atención a mis títulos, siempre decididos de antemano (el

resto viene después). Pero también están los exergos, que por sí solos forman una

novelita en el tiempo, o un breve tratado alusivo de metafísica. La tradición

francesa es la novela filosófica, y hay que admitir que ahora la mayoría de los

escritores no piensan mucho (ocurre incluso que se jactan de ello).

Para Mujeres, Faulkner:

«Nacido varón y soltero en su edad más joven... Posee su propia máquina

de escribir y sabe utilizarla.»

Para Retrato de un jugador (cubierta de «Folio», Retrato de joven,

atribuido al Correggio), Sun-tzu:

«Ataca a la descubierta, pero se vencedor en secreto... La plena luz y las

tinieblas, lo aparente y lo escondido: he ahí todo el arte.»

Para El corazón absoluto, Laurence Sterne:

«De cada letra aquí trazada aprendo con qué rapidez la vida sigue a mi

pluma.»

Para Les Folies françaises, Proust:

«Este hermoso terciopelo inimitable de los años, semejante al que en los

viejos parques envuelve una simple conducción de agua con una funda de

197
esmeralda.»

Para Le Lys d’or (cubierta en «Folio», detalle de El amor sagrado y el

amor profano, del Tiziano), Píndaro:

«Allí la isla de los Bienaventurados es refrescada por las brisas océanas;

allí resplandecen flores de oro...»

Para La Fête à Venise (cubierta en «Folio», una Venecia de Manet),

Spinoza:

«Quien tiene un cuerpo apto para el mayor número de acciones tiene un

espíritu cuya mayor parte es eterna.»

Para El secreto, Rûmi:

«Una vez llegado a este punto, detente y no te preocupes ya de nada. La

razón ya no tiene poder aquí. Cuando llega al océano, se detiene, y hasta el hecho

de detenerse ya no existe para ella.»

Para Studio, Rimbaud:

«J’ai fait la magique étude

du bonheur, qu’aucun n’élude20 .»

Para Pasión fija, Limojon de Saint-Didier, alquimista, Amsterdam, 1710:

«Nuestra práctica es un camino en las arenas, donde uno debe guiarse por

la estrella del Norte antes que por los vestigios que en ellas se ve impresos. La

confusión de las huellas que un número casi infinito de personas han dejado es

tan grande, y se encuentran tantos senderos diferentes que casi en su totalidad

20
«Hice el mágico estudio / de la felicidad, que nadie elude.» [NT.]

198
llevan a desiertos horribles, que es casi imposible no extraviarse de la verdadera

vía que sólo los sabios favorecidos por el Cielo han sabido felizmente descubrir y

reconocer.»

Para L’Étoile des amants, Homero, Odisea, XII:

«Con estas palabras, Atenea dispersó las nubes: el país apareció.»

Para Una vida divina, Nietzsche:

«Más allá del norte, del hilo, de la muerte – nuestra vida, nuestra

felicidad.... Hemos descubierto la felicidad, conocemos el camino, hemos

encontrado la salida de esos millares de años de laberinto.»

199
Inicios

Así pues, exergos, pero también los inicios y los finales. Por lo que se

refiere a los inicios, es preciso que la primera frase se imponga por sí misma, que

venga a dar el tono de lo que ha de seguir. A veces espero mucho tiempo, y luego

un día, no importa dónde, de improviso, la frase está ahí, o las dos o tres

siguientes que no forman más que una indicando el tono fundamental, la

inclinación, la dirección. En ocasiones es un sueño el que abre el espacio. Nunca

cambio una primera frase, ya expresa adónde va el barco.

Los finales, o las codas, también se presentan por sí mismos: el libro está

acabado, a veces con gran asombro de mi parte, sea breve o largo (pero los más

cortos no son forzosamente los menos largos). El rizo está rizado, el anillo está

recorrido, pasamos a esperar la orquestación siguiente. Sólo queda publicar, y ya

se verá. Si os gusta, tanto mejor, si no os gusta, tanto peor. Esto es así, y yo no

puedo hacer gran cosa.

—Entonces ¿no es usted el que escribe?

—No sólo yo. Alguien distinto en mí y a través de mí.

—¿Quién?

—Mi mano, en cualquier caso.

Todo es hecho a mano, por ella y para ella. Suprimid el papel y la tinta, yo

desaparezco. Con sólo pensar en ello, podría hacerme una sangre de tinta.

Preguntad a un pintor o a un calígrafo chino que sería de él sin papel, sin pincel,

sin tinta.

200
Yo tengo mis pinceles: estilográficas de succión, regularmente llenas de

tinta azul. Así como el fantástico Shitao habla, hace tres siglos, del «Único Trazo

de Pincel» de donde todas las realidades fluyen, así yo cuento con el Único Rasgo

de Pluma. Preexiste a todas las frases, se lo oye de lejos más que se le ve, y si está

ahí, apartado, furtivo, haciendo señas, todo está ahí. Basta con dejarle hacer.

Nada de automatismos, por supuesto, eso se piensa. Henry James habló del

«fluido sagrado de la ficción.» No insistamos, pero es eso desde luego.

El investigador o la investigadora (¡un saludo!) que examine un día mis

manuscritos con lupa (novelas, ensayos, cuadernos, libretas de notas) quedará

muy sorprendido o sorprendida. ¡Cómo!, este Sollers tan expuesto a las miradas,

tan superficial, tan criticado, tan «mediático», ¿trazó durante años y años a mano

todas estas páginas azules, con una pequeña letra apretada, aérea, líquida,

incesante? ¿Estaba loco o qué? ¿Cuándo dormía? ¿De dónde sacaba tiempo? ¿De

dónde vienen estos estanques, apenas tachados, que se diría empujados por el

viento?

El ordenador está construido para poner obstáculos a la mano, para hacer

pantalla a la verdadera audición, para empobrecer el vocabulario, y por tanto las

sensaciones, para plegarse a la fabricación. En cuanto a la habilidad manual, se

produce como una perfusión al revés, la sangre de tinta negativa, biliar o

melancólica, se transforma en tinta-sangre positiva, en sangre azul. Algo fluye,

pero permanece contenido. Eso respira.

Un poco más de chino:

«El hombro vacío, al llenarse, actúa en el codo vacío; el codo vacío, al

llenarse, actúa sobre el antebrazo vacío; el antebrazo vacío, al llenarse, actúa

sobre los dedos vacíos.»

Cogerse, o volver a cogerse, en mano: expresiones justas. El espíritu es una

mano.

201
El papel, la tinta, la pluma, la madera de un escritorio o de una mesa que

cruje (pues claro, todos los muertos están ahí). La respiración lenta, los hombros,

el brazo, el codo, la muñeca, los dedos. Cuántas veces no leo, en mis cuadernos

de notas, con la fecha y tras el exilio forzado de charlas insustanciales, esta

mañana: «Recobrada mi mano.» Sé exactamente cómo me encuentro con sólo

mirar mi grafismo, es mucho más seguro que un electrocardiograma, una

radiografía o un análisis médico. Resulta que he dormido donde tenía que

hacerlo, que la mano se encuentra bien en el interior de las letras y de las

palabras, que ha llegado a ser una voz, una escritura cifrada. El blanco, el azul, y

ya está: es liso, legible.

Ahora la mano corre sobre el papel, cuaderno «Claire-fontaine», papel

aterciopelado y reúne su vuelo siempre obstaculizado y siempre reanudado,

infatigable, con sus visiones de flores, de ríos, de lagos, de mareas, de

reverberaciones, de serenidad, de apertura de toda la materia. ¿Se posan unas

partículas sobre el papel? ¿Salen de él? ¿Qué es lo que pasa, en el fondo, en esa

larga amistad entre el papel y el aire, con el papel y la tinta, como entre el agua y

la sal? Los chinos se limitan a decir que uno se abre así, por sí mismo, a la

«renovación de lo inmutable». En cualquier caso, ahora más bien sobre el agua:

se sabe coger el viento, virar, saltar, se sigue la estela. Escribo a la vela seca.

He aquí algunos inicios:

«Desde el tiempo... Me parece que alguien habría podido atreverse...

Busco, observo, escucho, abro unos libros, leo, releo... Pero no... No realmente...

Nadie habla en ellos... En cualquier caso no abiertamente... Palabras encubiertas,

brumas, nubes, alusiones... Después de todo este tiempo... ¿Cuánto? ¿Dos mil

años? ¿Seis mil años? Desde que hay documentos... Alguien habría podido decir,

de todos modos, la verdad, la cruda, la asesina...»

(Mujeres.)

202
#

«Pues bien, creedme, todavía corro... Una verdadera pesadilla despierta...

En mis talones, la horda de la secta de los bonetes rojos... O verdes... O

marrones... O caca de oca... O violetas... O Grises... Como queráis... El Tibet de

fondo... Monos, hienas, lamas, loros, cobras... Mudos con mímica, retorcidos,

eréctiles... Hipervenenoso... Pulposo... Un paquete de brujos y brujas, un tren de

ondas y de vibraciones...»

(Retrato de un jugador.)

«¿Todavía vivo?... Sí... Es raro... Yo no debería estar allí... Ola de música

llenando las habitaciones... Ella, la música, se acuerda de mí, es ella la que me

escucha atravesándome...»

(El corazón absoluto.)

«Era primavera, y me aburría. No me esperaba el regreso de Madame. La

llamo así desde nuestra rápida aventura hace dieciocho años. Madame me amaba

un poco, yo también. Se quedó embarazada. “Quiero tener el niño, dijo — De

acuerdo, dije yo, pero sin historias. — Por supuesto, dijo Madame. Dio a luz una

niña. “La llamo France, dijo, ¿ve usted inconvenientes?” En aquella época yo era

anarquista: esa elección me pareció un desafío en toda regla y una refutación de

mis convicciones. Buena suerte, dije. Madame despareció.»

(Les Folies françaises.)

«Primer sueño: estoy fuera, en la hierba, de rodillas, la tempestad arrecia,

marea alta, de un color gris verdoso agitado del cielo y del agua, sigo cavando,

me despellejo los dedos, sangre. Desde la casa, ella grita: “¡Simón! ¡tápate! No te

quedes así, vas a pillar un catarro!, ¡tápate!, ¡tápate!” Su voz se arrebata a ráfagas,

apenas la oigo, debo recuperar por encima de todo ese paquete enterrado el año

pasado, veo de nuevo la doble funda de plástico azul, era allí desde luego, a la

203
derecha del laurel, no muy profundo, nadie ha podido adivinar el sitio...»

(Le Lys d’or.)

«Como siempre aquí, hacia el diez de junio, la causa está sentenciada, el

cielo gira, el horizonte tiene su bruma permanente y cálida, entramos en el

verdadero teatro de las noches. Hay tormentas, pero están retenidas,

comprimidas, cercadas por la fuerza. Se camina y se duerme de otra forma, los

ojos son otros ojos, la respiración se ahonda, los ruidos asumen su profundidad

límpida. Este pequeño planeta, por placas, tiene su interés.»

(La Fête à Venise.)

«He alcanzado mi deseo: una tarde de lluvia y hastío, la soledad, el

silencio, el espacio abierto hasta el horizonte delante de mí, la hierba, el agua, los

pájaros. Ninguna excusa, por tanto, para el cerebro y la mano, su acuerdo y su

traducción directa. Avanzo gris sobre gris como en resplandecientes colores.

Basta con que yo sea presente, preciso, transparente, constante. ¿Hay que confiar

en las pequeñas frases que llegan ahora, piel, risa, caricias, tímpanos, voluntad

enmascarada, insistencia, pluma, aliento, pulsaciones, sabor? Adelante el soñador,

música.»

(El secreto.)

«Rara vez he estado tan solo. Pero eso me gusta. Y cada vez más. Ayer,

después de haber cruzado la ciudad en todos los sentidos, he detenido el coche en

los muelles, he caminado una hora con frío por la orilla del río, he vuelto a pasar

deprisa por los dos parques principales y, de vuelta en mi cama al final de la

tarde, sueño inmediato, fácil, me duermo, es cierto, donde quiero, cuando

quiero.»

(Studio.)

204
«Ese mes, noviembre o diciembre, había decidido realmente acabar. El

revólver de Betty estaba allí, a la derecha, lo miraba de vez en cuando, no

olvidaré esa mancha negra en el cajón, la ventana que da al patio mojado, la

habitación estrecha y mal amueblada, el arrendador obseso y senil viniendo cada

dos días a gritarme en el oído que había olvidado de nuevo apagar la luz al salir.»

(Pasión fija.)

«—¿Nos vamos?

«— Nos vamos.

«Maud no hace preguntas, esta preparada. Apagamos los interruptores,

cerramos, dejamos todo clausurado, rodamos, desaparecemos, paso de la frontera,

lluvia y sol, apertura de la casa, respiro, ahora, respiro. Escucho, miro, siento,

toco, bebo, respiro. Más tarde sabré dónde ir. Te lo diré.»

(L’Étoile des amants.)

«El viento, siempre el viento, desde hace una semana, el fastidioso y

violento viento del norte procedente de allá arriba. Nosotros estamos abajo, en el

intervalo, mar adentro. Estamos bloqueados, esperamos. A pesar de haber vivido

esto centenares de veces, cada vez es nuevo, la modorra, el aburrimiento, los

pequeños gestos. Nos levantamos, caminamos, respiramos, hablamos, pero en

realidad nos arrastramos por dentro. Desasosiego, fatiga, tiempo que no pasa,

aguja. El pasado es desencanto, el presente nulo, el futuro absurdo. Nos

acostamos y permanecemos despiertos, comemos y bebemos demasiado,

titubeamos, dormimos de pie. No estamos enfermos, somos la enfermedad

misma. Sin deseos, sin colores, sin tregua, sin verdaderas palabras.»

(Una vida divina.)

Como se ve, en la mayoría de estos inicios el aire es sombrío, se nota que

el narrador está más o menos acorralado, y que deberá curarse, si lo consigue, de

205
la enfermedad o de la náusea de existir. Todos estas novelas cuentan, en

definitiva, la oportunidad de encontrar una salida en la no-salida, un camino de

evasión, posibilidades de situaciones favorables. Los obstáculos están ahí, él trata

de evitarlos, va a ser ayudado, en un momento u otro, por complicidades, la

mayoría de las veces femeninas. Esto iba mal, esto va bien. Ese tipo de

experiencia ya le ha ocurrido, lo recuerda.

Se pone, pues, en estado de disponibilidad y de receptividad, conoce a

gente, entra en convalecencia, va cada vez mejor, sus aventuras se confunden con

el libro que está escribiendo. La verdadera vida, la vida realmente vivida, es el

libro, porque la otra, la social, es siempre un infierno más o menos ardiente.

Una novela lleva por lo general dos o tres años. A partir de ahí, recaída

masivamente depresiva. La existencia corriente es una anulación permanente, un

malentendido radical, y la Historia, en su conjunto, una pesadilla de la que hay

que tratar de despertar. Por lo tanto, de nuevo enfermedad y absurdo irritante, e

intento de salir.

Moraleja: la realidad mata, la ficción salva. Por medio de la ficción se

encuentra lo real y la verdad. Pero, en contra de lo que se cree, la ficción («fluido

sagrado») no es «ficticia». Crea el tiempo y el espacio de la verdad. Hay verdad.

Las mujeres son los mejores aliados de la ficción: sólo esperan eso, se

despliegan en ella de forma natural, basta arrastrarlas fuera de su gravedad

sufrida, de su queja siempre en carne viva. Una mujer adúltera que prefiere seguir

casada en superficie, clandestina por tanto por definición, es una bendición. Con

hijos, todavía mejor. Con su propio dinero, lo perfecto.

En toda inmoralidad (pero la moral no tiene nada que ver en este asunto),

el marido (del que nunca se habla, como tampoco de las historias familiares) debe

asumir la parte seria de la condición humana, hacer de madre de su mujer, cargar

con el problema sexual y el malhumor que de él deriva. Está dentro del orden. En

cambio, la clandestina está de muy buen humor.

206
En cuanto a las «lesbianas» (como se dice), son, por definición, atraídas

por un hombre muy poco hombre. Esto las hace distintas de sus amigos gays,

que, por rechazo o identificación (es lo mismo), no tienen gran cosa que ver con

su libertad y su poesía nativa. No voy a hacer el catálogo de las mujeres de mis

novelas: sólo de la última, Una vida divina, Ludi y Nelly me parecen bastante

conseguidas.

¿Y la acogida de los contemporáneos a esa filosofía novelesca? Sobre este

punto Nietzsche dijo lo que había que decir:

«Te has forzado mucho para revisar su juicio sobre ti, y ellos te lo

reprochan duramente. Has ido a ellos y has abandonado tu camino. Eso no te lo

perdonarán nunca.»

A propósito de la crítica literaria, se la puede tratar la mayoría de las veces

a lo Lichtenberg:

«Cuando un libro y una cabeza chocan, y de ahí sale un sonido hueco, la

culpa no es siempre del libro.»

Véase mi dossier de prensa, de una elocuencia febril.

207
Mosquetero

Una vez que vuelvo a poner los pies en el suelo, durante el día, me pongo

de nuevo mi traje de gascón-mosquetero, en homenaje a Louis, mi antepasado

esgrimidor. Mi cuartel de operaciones, en París, está en otra parte, según Dumas,

es el de los enérgicos muchachos de antaño: entre las calles du Bac, de Beaune y

de Verneuil. Si tengo un problema, voy a ver a Tréville, «bravura insolente,

felicidad más insolente todavía, en una época en que los golpes llueven como

granizo»**. ¿Tréville? «Con un raro genio para la intriga, que lo convertía en el

igual de los mayores intrigantes, seguía siendo un hombre honrado.»

Me gusta oír a Luis XIV exclamar en plena noche: «¿Despertarme? ¿Es

que duermo acaso? Yo no duermo, señor; sueño algunas veces, nada más.« Y la

tirada siguiente siempre me hace reír:

«¡Cómo!, diablos, continuó el rey, entre vosotros cuatro habéis puesto

fuera de combate en dos días a siete guardias de Su Eminencia. Es demasiado,

señores, es demasiado. Si seguís así, Su Eminencia se verá obligada a renovar su

compañía en tres semanas, y yo a hacer aplicar los edictos en todo su rigor. Uno

por casualidad, no digo que no; pero siete en dos días, es demasiado,

excesivamente demasiado.»

*
Los tres mosqueteros. Barcelona, Mondadori, 2004. Traducción de Mauro
Armiño. [NE.]

208
Inútil precisar que mi preferido de los cuatro es Aramis, del que nunca sé

qué hace exactamente (frondista, desde luego), hasta encontrarse un día

convertido, ¿puede sorprender?, en general de los jesuitas.

«En cuanto a Aramis, vivía en un pequeño piso compuesto por un aseo, un

comedor y un dormitorio que, situado, como el resto del piso, en la planta baja,

daba a un pequeño jardín fresco, verde, sombreado e impenetrable para el

vecindario.»

Ese jardincillo al que da el dormitorio me gusta. Que sea «impenetrable

para el vecindario» me parece la menor de las precauciones. Me doy cuenta:

nunca he tenido vecinos, y menos todavía vecinas. Pero ¿qué quiere decir vecino?

En esta cuestión del «ser juntos», Nietzsche (él otra vez) es de una gran

precisión, anticipadora de la era del Espectáculo:

«En el teatro uno se vuelve pueblo, rebaño, mujer, fariseo, ganado

electoral, miembro de comité de patronato, idiota, wagneriano, ahí es donde la

consciencia personal sucumbe al encanto nivelador de la mayoría, ahí es donde

reina el vecino. Ahí es donde uno se vuelve vecino.»

Así pues, el vecindario: escuela de los totalitarismos hipnóticos, pasados,

presentes y futuros.

Me diréis que, durante tres o cuatro años, en mi juventud, hice de la

vecindad izquierdismo activo: fuerza a derrochar, creo.

Ha menudo he jodido con la nada, y muchas veces me he acostado con la

muerte. Os ahorro los detalles, sería penoso. En cualquier caso, «vecino»

despersonalizado, nunca. Al final de su vida Picasso pintaba muchos

mosqueteros. En la actualidad, los guardias del Cardenal, apenas republicanos,

son sobre todo financieros planetarios. Pelead contra ellos. ¿No hay un Luis XIV

en el horizonte? Eso no lo sé, id a ver al Papa.

Seamos claros: no pido ninguna restauración, ninguna devoción particular,

ninguna creencia. La decadencia y la devastación están ahí: muy bien,

209
mantengámonos de pie a pesar de todo. Un solo deseo sin embargo: que los

mejores respeten la grandeza, que ella los inspire, los perfore, los impulse, y que

intenten incluso sobrepasarla. No es grave fracasar: el verdadero fracaso consiste

en no intentar nada.

Mear sobre la grandeza, como Sartre, joven, sobre la tumba de

Chateaubriand, es despreciable. Me parece un juego de pubertad para dejar

estupefacta a la pequeña católica Beauvoir, pero de cualquier modo eso es

protestantismo llevado demasiado lejos. Igual explicación para Juan Pablo II,

pintado aplastado por una roca, con una Virgen llorando lágrimas de esperma, o

Benedicto XVI, esculpido en tanga. Divertíos con Mahoma, y ya veis las

consecuencias. En este punto, sólo burlas débiles a propósito de Papas. Actuad

por tanto con decisión: pintad un rabino en papillotes sodomizado por un

integrista del Corán, y exponed esa obra, enteramente subversiva, en una galería

de moda de Milán. ¡Bum! Ya me contaréis.

Lo más interesante, por lo demás, no está ahí: está en que nadie, ningún

«artista» tendría hoy una idea de ese tipo.

La obsesión sexual fracasada, la «sexinitis», como la he llamado, es el

rasgo dominante de nuestra insípida época, con su corolario de melancolía

agravada. Violencia, autodestrucción y descomposición a un lado, y al otro, en el

mismo quiosco, rostros radiantes de la mercancía recompuesta.

He creído, y sigo creyendo, que la gran pintura (Tiziano, Cézanne Picasso,

Bacon) es una lección de vida que implica los cinco sentidos. Saber expresarla

demuestra que uno la ve realmente, que la entiende, la respira, la toca. Entro en

un cuadro como en la naturaleza, y en la naturaleza como en un cuadro. Lo

mismo con la música: veo lo que me dicen las partitas de Bach, las sonatas de

Haydn, los coros de Monteverdi. Pienso que, bajo la corteza turística o «cultural»

que trata de recubrirla, Venecia permite ese juego permanente entre ver, trazar,

respirar y oír (razón por la cual, y por superstición, he pasado mi tiempo

210
comprando allí mis botellas de tinta). Los pintores, los músicos, los escritores son

mosqueteros. Los pensadores, a veces (es raro, pero ¿quién es más mosquetero

que Nietzsche?). Pluma, pincel, teclado, espada: la misma sustancia. Siempre se

trata de la guerra: todos para uno, uno para todos.

Madrigali guerrieri e amorosi: la guerra y el amor.

Amo, luego soy.

La fe, dice Maistre en alguna parte, es una creencia por amor, y el amor no

argumenta.

Y Stendhal, «milanés», en italiano, para su epitafio: «Vivió, escribió,

amó.»

Así es como hay, a través del tiempo, Fieles de Amor. Es la secta más

misteriosa.

211
Divina comedia

Vuelvo a finales del siglo XX. Todo el mundo está sorprendido de llegar a

él, en el momento en que una gran tempestad atraviesa Francia en 1999. La casa

de la isla de Ré, la que fue arrasada por los alemanes a principios de los años

1940, luego reconstruida, fue devastada por el viento, lo mismo que el jardín,

cedro centenario abatido, pino piñonero que me protegía en verano. Así pues, me

veo obligado a revivir esa historia de destrucción de las casas, la de orillas del

océano, las de Burdeos, con su parque, mientras los sueños se encargan cada vez

de reconstruir los lugares, los colores, la época.

En Ré, sala de estar explotada, a pesar de la persiana metálica que la cierra

durante el invierno. El ciclón, porque era un ciclón, pasó como un sable, de forma

insólita, por el jardín: a derecha e izquierda, nada, salvo el paso de la tromba de

acero, nada más.

Es en ese momento cuando, a propuesta de mi amigo Benoît Chantre,

empiezo uno de mis mejores libros, creo yo: La Divine Comédie**, a partir de

Dante.

Dante es una vieja obsesión, lo leo desde hace mucho tiempo, me

familiaricé con el italiano para entenderlo, busco por todas partes sus huellas, a

principios de los años 1960, durante mis primeros viajes a Italia, Florencia,

Rávena (lugar de su tumba). Ningún escritor (pero es mucho más que un escritor)

*
La Divine Comédie. París, Desclée de Brouwer, 2000. [NE.]

212
me habrá interesado tanto, atraído una y otra vez a través del tiempo, hasta el

punto de que he llegado a imaginar que vivo bajo su protección, o, mejor dicho,

bajo su gracia. Mi primer ensayo sobre él data de 1965: Dante et la traversée de

l’écriture. Es el año que publico Drame, en el que se deja sentir su presencia.

Está, por supuesto, mucho más marcada, y transformada, en Paradis, aliento

continuo sin puntuación.

¿Interés erudito? Claro que no, en absoluto, experiencia interior urgente y

directa. Siete siglos después (1300), alguien os habla de vuestra actualidad más

candente; es una voz muy clara y muy firme, una cumbre de poesía, una increíble

novela.

Si yo hubiera nacido en Italia, ese interés habría parecido en última

instancia normal, aunque ningún italiano haya hecho ningún acto realmente

creador a este respecto. Pero en Francia, ignorancia, silencio total. Ni una palabra

en los colegios religiosos, ni una palabra en la escuela laica ni en la universidad.

Hay que suponer por tanto que una fe intensa de infancia hace escuchar a través

de las paredes y la censura del mundo. ¿El infierno? Pues claro, es lo único que se

ve. ¿El purgatorio? Evidente. ¿El paraíso? Existe. ¿Dios? Por supuesto. ¿Los

condenados, los purificados, los bienaventurados, los santos, las santas, la Virgen,

la Trinidad, el amor que mueve el sol y las demás estrellas? Percepción constante,

alertada, fulgurante en ocasiones. Yo viví en La divina comedia antes de leerla, ya

os he dicho que estaba loco, es decir, para mí, en el colmo de la razón, nueva

razón, nuevo amor. Insisto en comedia: es el nudo del problema. Imposible

atenerme al modelo de Beatrice, incluso si cierto número de casos confluyen

hacia el amor único, pero ahí es más bien de «Dios» de quien se trata. A la

sustancia femenina le han ocurrido muchas cosas desde Dante, él me pidió

corregirlo, lo hice.

También yo, en otro tiempo, perdí la Vía, y he vuelto a encontrarla, solo, en

un bosque oscuro. Esto significa que la Vía estaba allí, y que, por otra parte,

213
siempre está allí.

De entrada no comprendí nada del catolicismo limitado y dolorista de mi

época. Todo me inducía a pensar, en cambio, que en esa región todo debía llevar a

la exaltación y la alegría. Introibo ad altare Dei. Ad Deum qui lætificat juven-

tutem meam. No es casualidad que Joyce, amparándose en la parodia (necesaria

en los tiempos oscuros), cite en latín, al principio del Ulises**, esta invocación

del comienzo de la misa: «Iré hacia el altar de Dios, del Dios que alegra mi

juventud.»*** Ese Dios que encanta mi juventud (no la edad, sino la inspiración

primaveral íntima) me ha parecido, espontáneamente, el mejor, aunque muy mal

servido por sus servidores. Ser un santo en éxtasis, en levitación, me parecía a los

10 o los 12 años la menor de las cosas. La misa, los ritos, los vitrales, los

ornamentos, las flores, la música, me parecen perfectamente naturales. ¿Que por

ahí anda el Diablo? No importa, hay que servirse de él, y además mi ángel de la

guardia me sostiene. El Diablo no es maligno.

La eucaristía, la hostia, el copón elevado hacia el cielo, el pan que se

vuelve cuerpo, el vino que se hace sangre, en resumen, la transubstanciación,

¿hay algo más normal, si la carne se hace verbo y el verbo carne? Las palabras se

encarnan, la encarnación habla. La adoración del santo sacramento, la plegaria

interior, el silencio que la acompaña, la custodia, el incienso, los cirios, los

murmullos, el órgano, los cantos: todo me conmovió en lo más profundo y sigue

conmoviéndome (en Italia, al menos). Primera comunión, confirmación,

comunión solemne, he atravesado esas regiones con fervor y delectación. No

reniego de nada, los sarcasmos o las convulsiones sobre este tema siempre me

*
Ulises. Barcelona, Lumen, 2000. Traducción de José María Valverde. [NE.]
*
Comienzo del Ordinario de la Misa antes de la reforma liturgica promovida a
partir de la Constitución Sacrosanctum Concilium, de 4 de diciembre de 1963, del
Concilio Vaticano II. [NE.]

214
han parecido ridículos, que competen, como las falsas devociones, a la psiquiatría

o al exorcismo. ¡Dios mío, Dios mío, que leonera psíquica y libidinal, qué bazar

antiguo, somático, oblicuo y patético! Odio la religiosidad neurótica, pero odio

tanto más el sueño y la sordera que se llama (equivocadamente) razón. Los

mortales me parecen llamados por Dios o por los dioses, por lo divino en

cualquier caso, y por lo sagrado en primer lugar ¿Es usted profano? Esto le

afecta, pero déjeme circular.

No hay que renegar nunca de la propia juventud (rebelde), y menos de la

propia infancia (mágica). Fe de infancia, por tanto, muy luminosa, y ampliamente

justificada por la secreta y exuberante naturaleza. Sólo los humanos no son

límpidos. ¿Por qué? Se va a saber enseguida, y llegaremos a ver por qué razones

no funciona esto en ellos.

Dios es amor, incluso si hay que añadirle una buena dosis de humor, y a

menudo de humor negro, además de una complejidad infinita e imprevisible.

Contrariamente a lo que se dice, sus vías soy muy penetrables, y santa Teresa de

Ávila lo vio cuando decía que el infierno es un lugar donde no se ama. Yo tengo

mis noches y mis visiones de infierno: abismo sin fondo, prisión sofocante,

pérdida de la orientación y de la comunicación, vueltas y revueltas inútiles, tonel

de las Danaides, roca que cae una y otra vez, cementerios a cielo abierto, voz de

galeote y de horror, ya conocéis el disco y la película, son difundidos cada

amanecer en vuestro sueño. Las pesadillas están ahí para haceros sentir el milagro

del despertar, el rayo de luz, la gozosa música de un ruido real.

El Papa Benedicto XVI tiene razón al reinyectar un poco de latín en la feria

católica. Gesto totalmente «integrista», como gusta decirse, pero homenaje a todo

lo que se escribió y cantó en esa lengua, desde san Agustín a Monteverdi o

Mozart. ¿Cómo queréis comprender una enorme parte de la biblioteca y de la

discoteca sin saber que eso es latín? ¿Escucháis una misa clásica sin comprender

215
las palabras? Incarnatus ¿no os dice nada? ¿Tampoco Miserere y Gloria? ¿Ni Et

in sæcula sæculorum? Qué pena.

«El que no comprende nada, dice Maistre a manera de provocación,

comprende mejor que el que comprende mal.» Comprobación fácil, y razón sin

duda por la que mi preciosa y pequeña portera católica portuguesa me comprende

mucho mejor que mis amistades, mis allegados y la mayoría de mis amigos.

La ignorancia militante en que se mantiene el Paraíso es pasmosa. De una

vez por todas: Dante debe encarnar el infierno, y una vez más el infierno. Los

poetas no dicen nada sobre el tema. Claudel lo despacha deprisa, y no lo leyó

realmente, Saint-John Perse hace como que lo ha leído. Tampoco lo encontramos

en Breton, Aragon, Artaud, Char, Ponge, Michaux. En cuanto a Hugo, se toma

por Dante, identificación liosa. Mallarmé dice que la «destrucción fue su

Beatrice», contrasentido mayor. Aparece en Beckett (el infierno siempre, un poco

de purgatorio), y en Debord (pero siempre el infierno, porque damos vueltas en la

noche y somos consumidos por el fuego).

Después de siete siglos (duración esotérica de ocultación), Dante permite

como nunca juzgar el nihilismo ambiente. Es lo que se me apareció, poco a poco,

desde el interior de mi propia experiencia.

¿Qué nos oculta Dante? Todo, o casi todo, empezando por la falsa catedral

Hugo. La temporada en el infierno dura desde hace mucho, y no hay ninguna

razón para que acabe. Excepto en un salto, para quien es empujado allí a pesar

suyo. Es lo que me ocurrió y sigue ocurriéndome en la actualidad.

No le digáis a un crítico literario o a un filósofo universitario, y todavía

menos a alguien que se pretende «poeta» en nuestros días, que Paradis (primer

tomo, 1981, segundo, 1986) es con diferencia el mayor poema del siglo XX: Se os

reirían en las narices creyendo que estabais de broma.

La película de Debord, In girum imus nocte et consumimur igni («Damos

216
vueltas en la noche y somos consumidos por el fuego») , es un palíndromo latino,

es decir, que puede leerse igual de bien de izquierda a derecha como de derecha a

izquierda. La tonalidad es dantesca, pero infernal. Un habitante del paraíso de

Dante diré, en cambio (ya no en latín, sino en italiano): planeamos en pleno día,

y, como el fénix, somos vivificados por el fuego. Del latín de Virgilio al italiano

de Dante, trece siglos. Del italiano al francés, siete.

Así pues, La Divine Comédie aparece en 2000, y en octubre voy a

ofrecérselo en Roma a Juan Pablo II. Hay fotos; gran escándalo en las sacristías

intelectuales. La entrega del libro tiene lugar, en audiencia pública, en la plaza de

San Pedro. Recuerdo al Papa que ya le he enviado, siete años antes, un libro sobre

el atentado de que fue objeto (El secreto), y, en efecto, mueve la cabeza, y

entonces, gesto inesperado, tiende el brazo y apoya largamente su mano derecha

en mi hombro izquierdo mientras me mira fijamente a los ojos. Ritual militar más

que extraño, sobre todo porque la intensidad de la mirada es del tipo láser rayo

verde. Ni una palabra, la mano en el hombro, silencio de vida gritando,

felicitaciones para mi actividad de mosquetero libre, absolución de mis pecados

(y Dios sabe). Archivado. Luego, envío de una carta muy elogiosa sobre el libro,

con hiperbendiciones a través de la Madre de Dios: para un asesinado-resucitado

es el colmo.

Dante no se anduvo con chiquitas con los Papas de su tiempo, metió a

varios en el infierno. Ya en 1921, Benedicto XV le rinde un vibrante homenaje en

el sexto centenario de la muerte de ese monumental poeta occidental. Este

Benedicto XV es demasiado desconocido. Pacifista, desde luego, trató de prevenir

a alemanes y franceses de que si seguían degollándose de aquella manera (1914-

1918), iban a terminar provocando una enorme catástrofe en Europa. Con lo cual

se hizo insultar por los dos campos, «traidor» para los alemanes, «Papa boche»

para los franceses. Doce años después de ese recuerdo solemne de Dante, con

217
petición de estudiarlo a fondo, el infernal Hitler está en el poder, ayudado a

sabiendas por el infernal Stalin. No más Polonia, por tanto. De ahí, sin duda, un

Papa polaco en 1978, al que no tardó en apuntar el KGB.

Mientras tanto, la controversia en torno a Pío XII, sospechoso de «nazismo»

(El vicario, etc.), ocupa, y sigue ocupando mucho, las mentes, propaganda de la

que cada vez sabremos mejor que fue decidida por Moscú, con la firma de

Kruschev, para «desacreditar a la Iglesia católica». No es la Iglesia ortodoxa la

que molesta, sino esta, la romana universal. El sucesor de Juan Pablo II,

Benedicto XVI, debe de ser, ya que es alemán, más o menos «hitleriano». Vaya,

también él arranca de Dante, e incluso (¡por fin!) del comienzo del último canto

del Paraíso. Ya lo veis, ¡qué arcaísmo! Y además, circunstancia agravante, hay

que saber que le gusta tocar al piano sonatas de Mozart, su músico preferido. Este

nuevo Papa ha falseado todo decididamente: desafía al Islam, pone una

cucharadita de latín en su vino, precisa que su Iglesia es la única legítima (cabeza

de protestantes y ortodoxos), lleva a arruinar su empresa desanimando a sus fieles

desalentados. Ninguna apertura sexual, luego es un loco. ¡Adaptaos a la

demanda, maldita sea! No, nein, niet, !qué cabeza!

Dante y Mozart, sin embargo, en mi humilde opinión, una apuesta

ganadora. ¿Iglesias vacías? ¿Qué pasa entonces? En ellas se oirá mejor la Palabra.

¿Sorprendo al lector devoto, al laicucho, al «humanista»? Me importa un

bledo. Al Papa no le pareció conveniente preguntarme por mi sexualidad, se tomó

la molestia de abrir (o de hacer abrir) mi libro, y, naturalmente, le pareció, como a

mí, excelente. Mi amigo Benoît Chantre interviene, me empuja a mis baluartes,

me anima, y resiste, como buen francés galicano. Trata de defender

valerosamente a Péguy, cuya laboriosa Ève** me aburre, y a Simone Weil, cuya

*
Eva.Madrid, Encuentro, 2004. Traducción de Miguel Montes. [NE.]

218
poesía está terriblemente fechada, mientras que la de Dante es, en todo momento,

clamorosa, cruda, de una frescura maravillosa. El punto fuerte de Chantre es

Pascal, pero ahí los dos estamos de acuerdo, salvo en que a mí me gusta la música

de los espacios infinitos.

¿Adónde, pues, han ido a parar los cinco sentidos en siete siglos? Esto no

va bien, o mejor, como dice Baudelaire al entrar en una cervecería con amigos:

«Esto huele a destrucción.»

¿Hay que recordar que la comedia de Dante aplica, en su ritmo mismo, la

superposición de cuatro sentidos, del histórico al anagógico? Pero en este punto

pierdo a mi lector, vuelvo a él.

La Divine Comédie, mi libro, va pues al paraíso en detalles. ¿Reacciones?

Ninguna, o casi ninguna. Pero este libro, el que versa sobre Mozart (bendecido

por Benedicto XVI), así como El secreto, y el Diccionario del amante de Venecia

se conservan en Roma. ¿Podrían estar mejor conservados? No lo veo.

La foto con Juan Pablo II no gustó. Nada de nada. Observaciones cáusticas

o acerbas, e incluso furores, peleas. En lugar de ser felicitado por esa secuencia

altamente surrealista, y situacionista en muy alto grado, molestias, apuros,

palidez, labios apretados. ¿Y el libro? ¿Qué libro? ¿Había un libro? ¿Dónde? A la

derecha, ahí, cortésmente recogido por un cardenal. ¿Un libro? ¿sobre Dante?

¿Pero qué diablos pinta Dante en todo esto?

El conjunto de la operación podría tener por título: La nueva carta

robada**. La policía cree ver todo, y está ciega.

Pobre Juan Pablo II, tan deportivo en 1978, cuando le veo surgir en la CBS

en Nueva York, y tan destrozado en 2000... Como mucha gente en este mundo,

*
Alusión al cuento de Edgar Allan Poe (1809-1849) La carta robada. Madrid,
Siruela, 1985. Selección y prólogo de Jorge Luis Borges. [NE.]

219
seguí con emoción sus funerales en directo, con las pancartas blandidas por la

multitud: Santo subito! ¡Ignorantes! ¡Como si pudiera decretarse santo «subito»

por aclamación popular! La beatificación de este Papa es robable, su

canonización posible, con milagros en juego. En ese momento yo habría recibido

el estímulo de un santo. En la Iglesia católica ha habido doctores angélicos o

sutiles. Yo pretendo el título de Doctor in peccato, doctor en pecado, dado,

evidentemente, sin ninguna publicidad, in petto.

Uno de mis buenos amigos estaba indignado. «¿Cómo tu padre no te

enseñó que no hay que arrodillarse ante nadie?», me dijo. Le respondí que no veía

qué pintaba mi padre en aquella historia. Sin hablar de mis sentimientos

personales, se trata del protocolo, nada más. Yo no doy palmaditas en la espalda

de la reina de Inglaterra, tampoco me veo ofreciendo un regalo calculado al Papa

agarrándole por el cuello y gritándole: «Bueno, viejo, ¿qué tal van las cosas?»

Nótese que tal vez entonces habría conseguido la primera página de un periódico

de izquierda.

En Roma, el embajador de Francia, que no había recibido información de

mi paso, no está contento, el especialista de Dante no está contento, la periodista

comunista está muy enfadada, el corresponsal de L’Express ironiza, la Logia P2,

o lo que queda de ella, está consternada, el cardenal cultural, a quien nadie ha

puesto al corriente, está muy ofendido — en resumen, fracaso total. En París es

peor. Todo el mundo me pone mala cara, excepto algunos amigos que saben leer

y han conservado el sentido del humor.

¿Por dónde ha llegado, este dudoso escritor francés, a Roma? Por los

tejados.

Todo esto podría ser anecdótico, salvo que en este género de situación

puede verificarse el profundo deseo de separación general, la voluntad de

mantener la estanqueidad de las identidades y los puestos, el control de los

220
territorios y de los cotos reservados (aunque sean minúsculos), el laberinto de las

aduanas, las tasas más o menos simbólicas, y, para decirlo todo, los mercaderes

del Templo en el corazón de la gratuidad.

Reacción casi unánime: Mao, ¡y ahora el Papa! ¡Ya basta!

Por lo que a Mao se refiere, ya lo he dicho, ningún arrepentimiento,

ninguna culpabilidad, ningún crimen, locura pasajera, pasión mal controlada por

China. Además apliqué una regla del propio Mao: si se comete un error, hay que

agravarlo, porque si no lo agravamos no podemos rectificarlo. En cuanto a La

Divine Comédie, es más simple todavía: ¿a quién regalar semejante libro sino a

un Papa, ya que trata de su función hasta él?

Al principio de Paradis me burlo de una adaptación grosera de Dante en la

televisión francesa. En El corazón absoluto, imaginé el rompecabezas de un

proyecto abordado por la televisión japonesa: cómo explicar la civilización

católica a una asiática de hoy (es el problema de mañana). En cuanto al infierno,

no hay demasiados problemas, es el mismo en todas partes, sea judío, islamista o

budista. Pero ¿qué ocurre con el paraíso y la Virgen, hija de su hijo, como rosa

celestial? Complicado, sobre todo porque se precisa la retroactividad sobre el

hebreo, atravesar el griego, el latín, el italiano, pensar en expresarse en inglés

para una versión con subtítulos en japonés. En la novela, el proyecto fracasa, pero

me gustaría recobrarlo en chino, dedicándoselo al fabuloso jesuita Matteo Ricci,

cuya tumba en Pekín está muy bien cuidada, prudencia.

Una mañana alguien llama a mi casa: es un cartero extenuado agotado que

me trae los veinte kilos (o más) del gran diccionario chino-francés, en varios

volúmenes, el Ricci, una primicia mundial. Podría pasar diez vidas con él. Regalo

de la Compañía de Jesús. Gracias.

La idea de la película es la siguiente: la acción empieza en un tejado de

Nueva York, atestado, como un bosque compacto y sombrío, de antenas de

221
televisión. El narrador está ahí, mal lavado, hirsuto, y no recuerda qué le ha

llevado a ese lugar perdido. Entonces unos terroristas islamistas lanzan tres

aviones sobre la torre en que se encuentra: la torre explota, se derrumba. Salvado

de milagro, el narrador, sonado y despavorido, vaga entre los escombros. De

pronto se le aparece Dante, rostro delgado, tenso, radiante sin embargo (inspirarse

en su retrato por el Giotto), y se dirige a él con una voz al principio casi inaudible

debido a sus setecientos años de silencio. Viene luego el resto, infierno,

purgatorio, paraíso, con efectos especiales, pero pegados al texto. Es muy bello, y

espero la financiación del guión.

Como epígrafe de la película (pero temo una censura de la producción),

una frase de Heidegger:

«El lenguaje será el lenguaje del ser, como las nubes son las nubes del

cielo.»

¿Dante o Voltaire? ¿Casanova o Heidegger?

Vuelvo a ver al querido y viejo René Pomeau, el gran especialista en

Voltaire, en su pequeño pabellón de barrio, bajo la lluvia, diciéndole: «En última

instancia, usted es un volteriano atípico.» Pues claro, claro que sí, soy «atípico»

en todo.

¿Qué es lo irrecuperable? La contradicción, sólo ella.

222
Big bang

El big bang, del que nuestra galaxia y nuestro planeta han salido muy

recientemente, se produjo, al parecer, hace 13,7 mil millones de años para llegar a

nosotros. Tal vez el Universo sea discreto, es decir, esté formado por un espacio

no continuo como rizos, a imagen de una tela tejida con fibras distintas. Así

evolucionamos en el olvido cósmico, pues es imposible mantener las nociones de

«antes» y «después» en relación a ese big bang bing. Bing Brother nos domina. Y

como la materia observable sólo es una parte pequeñísima de sí misma, debido a

una negrura absorbente y activa, aquí estamos. La materia, por otra parte, está

constituida sin duda por minúsculas cuerdas vibrantes (idea muy china). Me

concederéis que insistir en escribir unas Memorias en estas condiciones responde

a lo novelesco integral.

Mi último viaje a los Estados Unidos data de 1999, donde, gracias a Julia,

profesora allí, fui amablemente recibido, en Washington, por la universidad

jesuita de Georgetown. La conversación con los jesuitas irlandeses locales no

tardó en versar sobre Joyce. Tenían una pequeña idea de él, figúrense, y el vino

era casi correcto. Festejaban el aniversario de su campus, discurso, música,

tralalá, bailes. En un rincón del jardín, sorpresa, una estatua de la Virgen, también

insólita, en esa latitud, como un megalito de la isla de Pascua en pleno París.

Washington me gusta por su vegetación poderosa, por sus árboles gigantes. El

espíritu sopla donde quiere: Jericó, Nankín, Venecia, Roma. Yo estaba terminando

Pasión fija, publicado a principios del 2000. La novela termina en el café Marly,

223
de París, adonde el narrador lleva dos anillos de jade, uno blanco y otro verde,

que comparte con Dora, el personaje femenino principal.

Como Dominique publica al mismo tiempo su Journal amoureux**, el

astuto Bernard Pivot piensa conseguir un scoop invitándonos a los dos a la vez

(prácticamente no se nos ve nunca fotografiados o filmados el uno al lado del

otro). Ah, vosotros no os mostráis, como todo el mundo debe hacer, pues bien,

vamos a mostraros. Hubo un breve momento de estupor («el Jim de sus libros ¿es

Sollers?»), y luego ¿qué? Nada. ¿No trata de hacer sensacionalismo con su

existencia? No. Ah, bueno.

Veo que, aquí y allá, siempre se me reprochan mis apariciones mediáticas,

sin que las buenas almas que así se expresan tenga la menor sospecha de que se

trata de una táctica deliberada para vivir tranquilo. Como no puedo obtener la

aprobación de mi época (sobre todo debido a mis novelas demasiado libres),

pienso que es necesario utilizar, al menos, su reprobación. De vez en cuando,

incluso, un periodista se ampara en una declaración antigua y muy ambigua de

Debord, declarándome «insignificante». Leer ese recuerdo, sin contexto, en Le

Figaro, resulta satisfactorio.

El encantador Pivot, que por lo demás me ha invitado muchas veces a sus

célebres emisiones, decisivas a menudo para la vida o la muerte pública de un

libro, me confesó un día que lamentaba no haberme dedicado una emisión entera

(como ha hecho, por ejemplo, con Le Clézio y Modiano). Creo que era sincero,

siempre lo es. Pero él sabe bien que es mejor así: nada de reconocimiento

anticipado, nada de envejecimiento precoz. Me ha protegido y, además, juntos

habríamos hecho un programa malísimo. Sigo siendo outsider, es mi papel. Las

únicas filmaciones convenientes son las que yo he realizado, en vídeo o en audio,

*
Dominique Rolin, Journal amoureux. París, Gallimard, 2000. [NE.]

224
con aficionados, horas enteras de antitele, que un día un otro terminarán saliendo.

El tiempo elige su tiempo, necesito tiempo. La última sesión tuvo lugar, al

margen, en Linea d’ombra, en Venecia. Habría sido muy poco previsor

abandonando mi imagen a los profesionales y a los asalariados del Espectáculo.

Se sorprenderán cuando mis archivos, impecablemente llevados, se difundan. ¿Se

sorprenderán? No, no querrán saber nada.

El año 1 del viraje planetario es, evidentemente, el 11 de septiembre del

2001, en Nueva York. A partir de ahí todo se precipita y todo cambia. No sólo

estallan los Twin’s, sino que también se modifica el reloj mundial. 1981: disparos

contra el Papa. 2001: bombas humanas contra las Torres.

Estoy en París, llego por la tarde a Gallimard, todo el mundo está ante la

televisión, lo increíble se ha producido, es terrorífico, fascinante, horrible, y

espantosamente bello. ¿Es verdad? ¿Es una película? Por primera vez, sin duda,

la película es verdad. El Terror se expresa en directo. Los cuerpos que se arrojan

al vacío son cuerpos de verdad, ese pánico no es simulado. El cine, acabado,

incluso aunque deba durar interminablemente; acabada la guerra clásica, incluso

si prosigue en el vacío. Conocemos lo que ha venido después: atentados

constantes, callejón sin salida en Bagdad, callejón sin salida en todas partes. ¿La

guerra del Golfo? Nada que ver, allí era el triunfo de la Técnica. Ahora ya no hay

reglas, ni leyes, irrupción del Dios malvado quitándose descaradamente la

máscara. ¿Dios? ¿Cuál? En cualquier caso, la muerte.

El acontecimiento es de largo alcance, va a proseguir su irradiación,

incluso si todo el mundo deja de fumar por miedo a convertirse en humo. Así

pues, obsesión securitaria, cámaras por todas partes, crisis de identidades,

extrema fragilidad de los conjuntos. Han llegado otros tiempos, veamos cuáles.

No se trata del fin de la Historia, sino de otra Historia. No se trata de

apocalipsis ni de fin del mundo, sino de otro mundo. ¿Un mundo? Más bien un

225
desmundo. El Espectáculo está en su apogeo, o más bien en su vacío, no ha

pasado nada, no pasa nada. Los coches-bomba explotan, las películas afluyen a

las pantallas, la oleada de novelas aumenta, la Naturaleza violada se retracta, un

Presidente se agita, la izquierda se muere, la polución causa estragos en China,

Putin sigue ocupándose del laboratorio de venenos fundado por Lenin en 1921,

Bush está convencido de existir, Ben Laden sigue siendo el hombre más vivo del

año, Sharon, en coma, continúa sin ser desconectado.

El gran Hegel profetizaba que al final de la Historia la muerte viviría una

vida humana. Casi se ha cumplido, salvo que no es el fin de la Historia.

En cambio, su famosa sentencia se aplica ahora en masa:

«Viendo lo que contenta al Espíritu, se mide la extensión de su pérdida.»

Yo no me contento.

Septiembre del 2001: aparece mi Mozart, como también, inmediatamente

antes, Éloge de l’Infini. También se tiene la idea de publicar un grueso libro, con

una advertencia datada en Londres, en enero del 2001, que dice lo siguiente:

«Porque el Adversario está inquieto. Sus redes de información son malas,

su policía está desbordada, sus agentes están corrompidos, sus amigos son poco

seguros, sus espías son comprados a menudo, sus mujeres son infieles, a su

omnipotencia la hace tambalearse la primera guerrilla que llega. Gasta sumas

considerables en control, habla sin cesar en términos de calendario o de

imágenes, compra todo, invierte todo, vende todo, pierde todo. El tiempo se le

escapa entre los dedos, el espacio es cada vez menos para él un refugio. Las

palabras siglo o milenio pierden su sentido en su propaganda. El Adversario

querría tener para él cinco o diez años, cuando no ve más allá del mes siguiente.

Aquí podría decirse, como en la China de los Reinos combatientes, que hasta los

comediantes de Ts’in sirven de observadores a Huei Ngan. El Maestro es enorme

y está desnudo, su caparazón es sensible al menor alfilerazo, es un Goliat a

226
merced del menor hondero, un Cíclope que no siempre sabe que se llama Nadie,

un Big Brother cuyas cámaras sólo registran sus propios fantasmas, un Pavlov

cuyo perro sólo obedece una vez de cada dos. El Adversario calcula y comunica

mucho para no decir nada, está dando vueltas, se pone nervioso, no comprende

cómo ha podido abandonarle el lenguaje hasta ese punto, multiplica las

informaciones, olvida sus sueños, fabrica libros que aburren en cadena, se duerme

ante sus películas, cree siempre duro como hierro que el dinero, el sexo y la droga

guían el mundo, siente sin embargo que el suelo se hunde bajo sus pies, le domina

el vértigo, y secretamente llega a preferir la muerte.

No está tan mal visto, ¿verdad?

227
Reanudación

Ha sonado la campana del Tiempo, y ese es el momento natural de

preguntarse si uno ha vivido como tenía que hacerlo, y si, eterno retorno, le

gustaría revivir de la misma forma por siempre.

Mi respuesta es sí, y, por lo que a mí respecta, al margen, en mi isla de Ré,

las dos letras RÉ significan «Retorno Eterno». Retorno, no pena.

¿Se empieza todo de nuevo, a pesar de las enfermedades, los dramas, los

sufrimientos, los duelos?

Sí.

«Alguien que más tarde dirá yo...»

Quiero volver a pasar por una concepción biológica del azar, una tarde o

una noche de marzo de 1936, episodio que prefiero imaginar especial;

Quiero revivir mi vida intrauterina, en una mujer divertida de voz preciosa,

que ríe con frecuencia, y de la que soy su último hijo, un chico después de dos

chicas, la suerte;

Quiero titubear de nuevo bajo el gran cedro del jardín, cerrando los ojos

cuando paso al sol;

Quiero sufrir, a partir de ahí, la maldición que me rodea, asma, otitis

crónicas, mastoiditis, adversidad de pulmones profundos y de tímpanos

regularmente abiertos, la respiración y el oído, mis amigos;

Quiero pasar de nuevo con mis ropas de infancia, camisola amarilla idiota

228
(¡camisola!, pequeñas prendas bastante elegantes, de parvulario olvidado, período

de tedio postrado, salvo los domingos imantados en la iglesia;

Quiero aparentar que estoy en un colegio religioso absurdo, del que vienen

a sacarme, embrutecido, mis dos hermanas, a mediodía y al atardecer.

Quiero volver a encontrar mi maravillosa cama de enfermo crónico y

defensivo, la fiebre, el delirio, los caballos corriendo por las paredes, los pliegues

de las sábanas transformados en cifras, el sudor, la espera, el agotamiento, las

operaciones brutales, la milagrosa marginación de este mundo de locos.

Quiero, entretanto, volver a oír los chillidos alemanes, los cuchicheos

ingleses, las dulces palabras españolas y vascas, aprender que la vida tiene

tropiezos, es peligrosa, secreta, contradictoria, está bloqueada, liberada;

Quiero recuperar la piel de mi madre, de mis tías, de todas las que, sin

saberlo, animalmente, me salvaron la vida;

Quiero ser de nuevo aquel chico alucinado e indudablemente

esquizofrénico que, unas veces enfermo, otras en plena forma, juega en ocasiones

al fútbol como extremo derecho, apreciado por sus rápidas internadas y sus

cornes a cordel;

Quiero revivir intensamente todas las veladas campestres, las mañanas

interminables, las tardes sin fin, las noches que no llevan a ninguna parte, los

nombres de Talence, Pessac, Bègles, Gradignan, Créon, Cayac, Les Abatilles, Le

Moulleau, Le Pyla, en resumen, todos los nombres del Sudoeste bordelés llenos

de mis apariciones furtivas, bici, raqueta de tenis, hamacas, pasión resinosa,

océano, mareas, arena, pesca, árboles atestados de pájaros;

Quiero retornar al liceo, aparentar que aprendo y escaparme a las viñas,

donde está el verdadero saber.

Quiero sobre todo revivir indefinidamente mi amor por Eugénie, su

llegada, el mundo que bascula, los primeros besos en la boca con las lenguas,

cambio de lengua, precisión de gestos, encantamiento de los días y las noches.

229
Quiero, y cuánto, recobrar los jardines, las terrazas, los boneteros, las

palmeras, el cedro, la magnolia, el membrillo, los bambúes, los macizos, los

pequeños abetos, las hortensias, los laureles, la hidra (sobre todo la hiedra), los

cobertizos, los graneros, las bodegas, los garajes, los olores, los colores, las

estaciones de aquel tiempo, tiempo que no pasa jamás, mujeres perfumadas,

naranjos y limoneros salidos de los invernaderos;

Quiero luego el exilio, la ruina, la angustia, la indecisión, y de nuevo la

enfermedad, el coma, el miedo;

Quiero las operaciones incesantes de oído, el tubo de drenaje en la cabeza

tras la mastoiditis (venid a ver esa cicatriz detrás del pabellón derecho), el asma y

sus crisis, el futuro cerrado pero secretamente abierto;

Quiero revivir todos los fastidios: la rutina familiar, los almuerzos, las

cenas, las vacaciones cercadas (pero uno encuentra el punto de fuga), la escuela,

la promiscuidad, la pesadez de las clases, los insoportables exámenes, la falsa

religión sosaina, la laicidad viscosa y limitada, la presión comunista después de la

presión fascista, en resumen, la venganza general abierta o larvada;

Quiero ser tratado constantemente de «burgués nacido con una cucharilla

de plata en la boca» (error: una no, tres), por tipos, por lo demás simpáticos, que

sólo sueñan con una cosa: ser lo que ellos llaman «burgués»;

Quiero, y cuánto, revivir mi descubrimiento de la poesía, es decir, mi vida

misma, a través de Baudelaire y de Rimbaud, más tarde se verá;

Quiero, una y otra vez, el cuerpo de Eugénie recobrado en París, noches

con ella y sus amigas españolas, anarquistas, alegres, físicas, y su extraordinaria

tolerancia conmigo, pequeño estudiante despistado;

Quiero volver a sentarme en las aulas, escribir a escondidas durante las

clases de matemáticas financieras, jalar cualquier cosa en restaurantes

universitarios, caminar sin fin, ligar y sobre todo leer, leer cada vez más;

Quiero volver a habitar en todas mis habitaciones de esa época, y, sol,

revivir eternamente mi encuentro con Dominique, su increíble belleza, su risa, su

230
feroz libertad, a la que tanto debo;

Pero no quiero renunciar, sin embargo, a la depravación instructiva, putas

ardientemente perseguidas, algunas llegando a ser amigas mías y llevándome a

lugares nocturnos especializados (en aquella época, al XVIIº arrondissement de

París sobre todo), mezcolanza e intercambio de parejas, cuadernos de apuntes

para la vida. He dicho que había que empezar muy pronto (22 años), luego sería

grotesco, sobre todo porque si uno es muy joven casi resulta gratis;

Quiero volver a encontrarme después en hospitales militares, lejos de mi

civilización, allá en el Este, en el momento de la siniestra guerra de Argelia,

donde tantos amigos míos resultaron lisiados, traumatizados o muertos, no hay

perdón para esas cosas;

Quiero llevar luego al mismo tiempo una vida amorosa, una vida

depravada, y una vida de «literatura de vanguardia», con la historia de Tel Quel

and Cº, seria y loca;

Quiero sobre todo recuperar mi mesa, mis mesas, mis cuadernos, mi

lámpara roja, la noche, y los grandes silencios vibrantes durante los que se

inscriben las palabras;

Quiero estar otra vez de pie, más o menos en posición de firme, ante

consejos de familia, de disciplina o de baja militar, culpable, incapaz, condenable,

despedidme, eso es, os lo ruego, despedidme;

Nunca volveré a recorrer bastante (13-14 años) en bici la ruta del tenis de

Chantaco, en Saint-Jean-de-Luz, bebiendo con avidez, después de haber jugado, y

antes de ir a comer helados, una leche-granadina al mostrador del bar;

Nunca volveré a conducir bastante un coche por el barrio viejo de

Barcelona, mágico burdel de antaño, señoritas de Aviñón de la calle de Avinyo,

Barrio Chino, el Cosmos, a la vez que vivo, sin contradicción, un amor loco con

231
Dominique;

Nunca expresaré bastante la belleza huida del viejo Montparnasse, sus

bares, sus noches, el OK, por ejemplo, espaguetis a la boloñesa con vino rosé, a

las tres de la mañana;

Y el Rosebud, ¡ah!, el Rosebud, en compañía de esa deslumbrante joven de

25 años, escapada de su Bulgaria comunista, belleza, formidable inteligencia,

trabajo encarnizado, natación y discusiones de nunca acabar, cuarenta años de

matrimonio que merecen un libro que podía llamarse con toda seriedad, el mejor

y el peor, y otra vez el mejor: Du mariage considéré comme un des beaux-arts

(Del matrimonio considerado como una de las bellas artes**);

Quiero volver a atravesar el baile de los vampiros, de las neurosis, de las

psicosis, de las perversiones, para encontrarme cada vez en la misma situación,

en posición de loto sobre un césped lleno de margaritas, con el rostro bañado de

sol;

Acepto reescribir, línea por línea, todos mis libros, sonriendo a veces al

principio ante ciertas torpezas (no tanto como eso), y revivir las mismas

aventuras trasladadas, los mismos viajes, hasta pronunciar, una mañana, la

primera frase del Parc: «El cielo, encima de las largas avenidas relucientes, es

azul oscuro», frase que considero perfecta (consonantes y vocales), y que vuelve

una y otra vez así, de improviso, no sé por qué ni cómo;

No olvido ningún rostro, ninguna voz, ninguna alegría, ningún fracaso,

ninguna humillación, ninguna cólera, ningún éxito, los quiero de nuevo, lo mismo

que todos los cielos, los mares los océanos que habré visto, en avión, en barco, en

las playas, mientras sigo respirando en este planeta;

Confío en todas mis oraciones de infancia, porque sigo siendo esa infancia

*
En alusión al libro de Thomas de Quincey El asesinato considerado como una
de las bellas artes (1827). [NE.]

232
apostada en un rincón;

Quiero encontrar de nuevo a todos y a todas que me han detestado o

amado, según su instinto o los intereses de su propia historia;

No perdono nada, no pido perdón a nadie, pero observo de pasada que

odiarme acarrea por lo general desgracia, incluso si se necesita cierto tiempo para

aprenderlo;

Subo de nuevo la estrecha escalera de la calle Lhomond para llamar en

casa de Ponge, que me espera, sonriente, para conversar sobre Lucrecio y leer

juntos De rerum natura;

No olvido el gesto de Barthes, al final de nuestras cenas en el Falstaff,

encendiendo cuidadosamente su puro, antes de su velada solitaria fuera;

Vuelvo a oír la voz muy nerviosa de Foucault, en la comida, acusándonos,

a mis amigos y a mí, de querer hacer entrar en París «un gran junco chino», y la

de Lacan, de pronto empalagosa, diciendo delante de mí, en una cena, a Catherine

Millot: «Es curioso cómo, cuando una mujer deja de serlo, aplasta al hombre que

está a su lado.»

Silencio, suspiro, y añade: «Para su bien, evidentemente.» Y Millot: «¿Ha

dicho usted aplasta?» Y Lacan, con su risita diabólica: «Pues claro, claro»;

Vuelvo a verme en un tejado del piso 18, en Nueva York, con mi hijo

David de un año en mis brazos, bailando y riendo, y más tarde en hospitales,

rezando, velándole;

Vuelvo a ver a Derrida, en la época de nuestra amistad, haciéndome leer La

Dissémination** (su comentario de mi novela, Nombres, aparecido antes en la

revista Critique, en dos números), en su despacho de la École Normale, antes de

que nos peleásemos por razones «políticas» (apoyo de Derrida al partido

*
La diseminación. Madrid, Fundamentos, 1997. Traducción de José Martín
Arancibia. [NE.]

233
comunista), lo que pone fin a montones de cenas excitantes en casa de la

generosa Paule Thévenin, descifrando sin cesar los manuscritos de Antonin

Artaud; cenas con Leiris o Genet; cenas, también, en las afueras, en casa de

Derrida y de su fina mujer, Marguerite (de todos modos Derrida y yo nos

abrazamos, antes de su desaparición, una noche, en casa de Christian Bourgois,

durante una recepción dada en honor de la ardiente Toni Morrison);

Vuelvo a oír la voz sibilante de Deleuze de largas uñas (muy buen

Proust**, buenísimo Nietzsche**), reprochándome con violencia querer a Georges

Bataille, sin que yo llegue a comprender realmente por qué;

Vuelvo a encontrar cartas de Althusser diciéndome que «ha tocado el fondo

del fondo», pero alentándome a propósito de mi novela H;

Quiero también reescribir, a todo correr, panfletos, más o menos anónimos,

celebrando el genial pensamiento del Gran Timonel Mao, y sobre todo su ensayo

Sobre la contradicción (excelente), que se encuentra, con una buenísima

traducción de sus poemas, en uno de mis libros, no tan execrable como se han

dedicado a decir, Sobre el Materialismo** [Sur le matérialisme] (1974). Ahí

pienso ante todo en el efecto de estupor que eso va a producir en las numerosas

sacristías de la época, aparentemente opuestas (muy logrado);

Vuelvo a verme, junto a otros, en casa de Maurice Clavel, en Vézelay, que se

encargaba de devolver al camino recto a los soldados perdidos del «maoísmo»

(pero si el camino recto era él, entonces taxi), y en el mismo momento,

rechazando firmar contratos para hacer mi «autocrítica»;

*
Proust y los signos. Barcelona, Anagrama, 1995. Traducción de Francisco
Monge. [NE.]
*
Nietzsche y la filosofía. Barcelona, Anagrama, 2002. Traducción de Carme Artal.
[NE.]
*
Sobre el Materialismo. Valencia, Pre-Textos, 1978. Traducción de José Sazbón.
[NE.]

234
Vuelvo a verme sobre todo escribiendo Paradis, de noche, y Mujeres, durante

otras noches;

No me empeño en morir, por supuesto, pero si hay que hacerlo físicamente,

acepto, como está previsto, que entierren mis restos en el cementerio de Ars-en-

Ré (Sollers en Ré), al lado del cementerio de los cuerpos no reclamados,

jovencísimos pilotos y ametralladores australianos y neozelandeses, caídos allí,

en 1942 (mientras los alemanes arrasaban nuestras casas), es decir, para ellos, en

los antípodas;

Sencilla misa católica en la iglesia Saint-Étienne d’Ars, siglo XII, campanario

blanco y negro que sirvió antaño de punto de referencia a los barcos, iglesia en la

que mi hijo David fue bautizado;

Sobre mi tumba, 1936-20.., esta inscripción: Philippe Joyaux Sollers,

Veneciano de Burdeos, escritor;

Si no demasiado lejos crece un rosal, estupendo.

235
Nietzsche

¿De dónde viene la ayuda? De las mujeres de mi vida, continuamente, y

nunca se lo agradeceré bastante. Pero, para mí, el gran liberador e inspirador

habrá sido, y sigue siendo, Nietzsche. Bendecido sea este, lo mismo que el Otro,

por los siglos de los siglos, aunque no sea más que por haber dicho: «¿La libertad

conquistada? No volver a tener vergüenza de sí mismo.

Siempre he estado muy dotado para la vergüenza, y debo constatar que

personas y medios muy diferentes, opuestos incluso, hicieron mucho para

insuflármela. Eso me ha extrañado a veces, ahora más, pero es la clave.

La vida y el pensamiento de Nietzsche, indisolubles, son una gran novela

que un día habré de orquestar, y eso será Una vida divina. Pero cada frase suya

(la mano, el oído) me arrastra de inmediato. Así, en El gay saber**, leído,

escuchado, vuelto a reescuchar y a releer:

«Queremos examinar los sucesos de nuestra vida con tanta severidad como

si fueran experiencias científicas, hora por hora, día por día.»

O bien:

«La mayor distinción que pueda reservarnos el destino es dejarnos

combatir durante un tiempo del lado de nuestros adversarios, así es como estamos

predestinados a una gran victoria.»

*
El gay saber. Madrid, Espasa-Calpe, 1986. Traducción de Luis Jiménez Moreno.
[NE.]

236
O bien:

«De año en año la vida me parece más verdadera, más deseable, más

misteriosa.»

O bien:

«El epicúreo elige las situaciones.»

O bien:

«El mar, nuestra pleamar, se abre de nuevo delante de nosotros.»

O bien:

«Buscamos las palabras, quizá también buscamos los oídos.»

O bien:

«Entre tú y la actualidad pon por lo menos el espesor de tres siglos.»

Tres siglos, por lo menos.

O bien, en la Genealogía de la moral**:

«El profundo dolor es noble; separa. Una de las formas de disimulo más

sutiles es el epicureísmo y cierta valentía ostentatoria del gusto que adopta

ligeramente el sufrimiento y se defiende de todo lo que es triste y profundo. Hay

hombres serenos que se sirven de la serenidad porque esa serenidad les hace

comprender mal; quieren ser mal comprendidos.»

Nietzsche siempre dijo que su «eterno retorno» era ante todo un principio

de selección, para discernir que es, o no es, necesario. Ré quiere decir «retorno

eterno», y se puede entender Veni etiam, como la fuente de la palabra «Venecia».

Veni etiam: vuelve, vuelve siempre.

La isla del retorno eterno, la Ciudad celeste del vuelve siempre.

—¡Usted y sus citas!

—Ya me he explicado sobre ese punto, y parece que para nada. No son citas,

*
La genealogía de la moral. Madrid, Alianza Editorial, 2006. Traducción de
Andrés Sánchez-Pascual. [NE.]

237
sino pruebas. La prueba es que nadie quiere leerlas por lo que son. Porque ahora

el lector o la lectora creen saber todo, y, si ven comillas, están seguros de conocer

ya el texto en cuestión, prescinden, se dispensan de él, como si el autor, falto de

creatividad, hubiera escrito eso para quedar bien, parecer culto o llenar papel. En

cambio, lo que os parece superfluo es en cambio una operación muy calculada,

muy difícil, que reclama un saber vivir y un saber leer particulares.

—¿Otra vez su identificación megalómana con Montaigne?

—Entre otros. Pero como escribió más recientemente Debord: «Las citas son

útiles en los períodos de ignorancia y de creencias antiguas.» Ese era el caso hace

más de cuatro siglos, y mucho más hoy: Siempre es el caso.

—Usted exagera.

—No. Debord, al que de vez en cuando se me acusa de «recuperar» (¡vaya!),

pasó el final de su vida multiplicando las señales (que por otra parte emitió desde

muy temprano) hacia una posición aristocrática. Su error estratégico, si lo es,

consiste en haber creído que debía permanecer vinculado moralmente al partido

plebeyo, que es fundamentalmente ignorante y oscurantista. Humano, demasiado

humano... Cuando habla de la «pertinente variedad» de sus citas, añadiendo que

ningún ordenador habría podido proporcionárselas, en ese momento su posición

es perfectamente no académica y revolucionaria. ¿Se quiso clásico? Lo es.

En el fondo, en vosotros es el ordenador el que protesta. Pero no veo por qué

os empeñáis en jactaros, en detrimento mío, de vuestra ignorancia y de vuestra

pereza. El ordenador no piensa, y tal vez sufre incluso ante el pensamiento. Idea a

profundizar.

Por otro lado no hay nada más conforme con el francés que ese principio

generador de selección, que apunta, subraya, profundiza, retarda, aparta, vuelve,

desarrolla, abrevia. A un americano, es decir, en la actualidad a un representante

de la humanidad mundializada, no le pedís la menor originalidad metafísica,

¿verdad? Queréis que os cuente historias y os haga películas. La selección

pensada es hacer algo totalmente distinto.

238
André Breton lo practicó muchísimo, tanto en su vida como en sus libros, y

no hay razón alguna para no ampliarlo e ir más allá. Se abre, se desborda, se

clasifica, se comprime, se elige. No encontraréis a mis amigos en La Promenade

de Vénus, sino a veces en el Select de Montparnasse, debido a su nombre: es toda

la diferencia revolucionaria. Pero no esperéis entrar en complicidad con esos

nuevos y encantadores fanáticos sin saber de memoria las Poésies de

Lautréamont.

¿Cómo? ¿Todavía no habéis leído Cercle, de Yannick Haenel, y De

l’Extermination considérée comme un des beaux arts, de François Meyronnis,

igual que todos los números de L’Infini y de Ligne de risque? Yo sueño.

239
Política

A principios de 1999 aparece mi diario del año 1998, titulado, a la china,

L’Année du Tigre. En ese mismo momento, provocado por los discursos políticos

del ambiente, publico en la primera página del diario Le Monde un artículo

titulado «La Francia enmohecida». No dejó de producir efectos. Este es:

La Francia enmohecida

«Estaba allí, sigue estando, se la siente, poco a poco, subir a la superficie:

la Francia enmohecida está de vuelta. Viene de lejos, no ha comprendido nada ni

ha aprendido nada, su obstinación resiste a todas las lecciones de la Historia, se

ha asentado de una vez por todas en sus prejuicios viscerales. Tiene su cuerpo,

sus consignas, sus hábitos, sus reflejos. habla bajo en salones, ministerios,

comisarías, fábricas, tanto en el campo como en las oficinas. Tiene su catálogo de

clichés que terminan por salir a plena luz, su voz característica. Llegan pequeñas

frases, muy rancias, muy mediocres, fórmulas de rentista miedoso que se

mantiene al calor de un resentimiento cerrado. Hay una estupidez francesa sin

equivalente, que, como se sabe, fascinaba a Flaubert. En Francia, la inteligencia

es tanto más fuerte cuanto que es excepcional.

«La Francia enmohecida siempre ha detestado, todos revueltos, a los

alemanes, los ingleses, los judíos, los árabes, los extranjeros en general, el arte

moderno, a los intelectuales que hilan muy fino, a las mujeres demasiado

independientes o que piensan, a los obreros no encuadrados, y por último a la

240
libertad en todas sus formas. La Francia enmohecida, acordaos, es la fuerza

tranquila de los pueblos, el torpor de las provincias, la tierra que ella sí que no

miente, el matrimonio conflictivo, pero necesario, del campanario y de la escuela

republicana. Es lo nacional social o lo social nacional. Hubo la versión familiar

Vichy, la célula Moscú-sur-Seine. No se quieren, pero están juntos. Uno es avaro,

suspicaz, gruñón, pero de vez en cuando La Marsellesa se le sube a la garganta y

agita la bandera tricolor. Se detesta al vecino como a sí mismo, pero se le

encuentra con gusto en masa para explosiones unánimes sin futuro. ¿El Estado?

Todos están contra él, esperando sin embargo que les asista. ¿El dinero?

Evidentemente, con tal de que las cosas pasen en silencio y entre bastidores. ¿Un

referéndum sobre Europa? Ni lo soñéis: sería no, cuando el deseo es sí. Haced

vuestros negocios sin nosotros, hablemos de otra cosa. Dejadnos con nuestra

buena vieja rutina adormecida.

«A la Francia enmohecida le gustó mucho el siglo XIX, salvo 1848 y la

Comuna de París. Hace mucho que el siglo XX le horroriza, carnicería de 1914 y

humillación de 1940. Durante cuatro años tuvo una breve esperanza, pero soporta

muy difícilmente que se le recuerde la abyección de la Colaboración. Durante

ochenta años, por otra parte, uno de sus componentes importantes y muy

influyente ha mentido sistemáticamente sobre la Europa del Este, lo cual tuvo

como resultado reforzar el sueño del Hexágono. ¿Nueva York? No sé. ¿Moscú?

Parece que globalmente es positivo, a pesar de algunas víboras lúbricas. Sí, en

última instancia este siglo XX ha sido muy decepcionante, se tienen ganas de

olvidarlo, de hacer tabla rasa de él. ¿Por qué no partir de nuevo de las catedrales,

de Juana de Arco, o, en su defecto, de antes de 1914, de Péguy? ¿Para qué sirven

los pensadores y los artistas que han complicado todo como a placer, Heidegger,

Sartre, Joyce, Picasso, Stravinski, Genet, Giacometti, Céline? Además, la mayoría

se equivocó vergonzosamente o hicieron obras incomprensibles, mientras que

nosotros, los mohosos, siempre hemos tenido razón sin ruido sobre el fondo, es

decir, la naturaleza humana. Ha habido demasiadas extravagancias, desórdenes

241
íntimos, singularidades. Volvamos al sentido común, a la moral elemental, a la

sociedad civilizada, a la caridad bien ordenada empezando por uno mismo.

Cerremos filas, el país está en peligro.

«El peligro ya lo conocéis: merodea, es inasequible, imprevisible, lúdico.

Su número de código es 68, dicho en otros términos: Cohn-Bendit. Resumen de

su personalidad en estos tiempos: anarquista mercantilista, élite mundializada,

alemán notorio, candidato de los media, agitador de mierda, Dany-follón. Tiene

labia, de acuerdo, pero es una especie de insociable. Nadie se atreve a gritar

(como en la gran manifestación patriótica de la época anti-68): “¡Cohn-Bendit a

Dachau!”, pero no son ganas lo que a algunos les faltan, del lado de Vitrolles o de

Marignane. Sobre el terreno se contentarán con “maricón”, “enculado”,

“bandido”, en la buena tradición sindical viril. “Anarquista judío alemán”, decía

el soviético Marchais. “Alemán que vuelve cada treinta años”, exclama un

antiguo ministro gaullista de Interior. No es como nosotros, no está con nosotros,

y eso nos inquieta más porque el siglo XXI se presenta como el apocalipsis. El

moho, en euros, no vale ya más de un kopek. Todo está jodido, es el fin de la

Historia, van a saquearnos, a eliminarnos, a lanzarnos a una esclavitud espantosa.

¿Y ese pelirrojo rojo vuelto verde viene a mofarse de nosotros desde Berlín? Es el

colmo, la familia tiembla. No, no dialoguemos con él, sería hacerle demasiado

honor. Cuando uno es un pensador serio, responsable, un Bourdieu, por ejemplo,

se rechaza con altura semejante proposición. El titiritero sin diplomas sólo tendrá

derecho a unos cuantos ladridos de perro guardián. Es cuanto merece en tanto que

manipulador mediático y agente disimulado de los mercados financieros. Una

entrevista televisada, en el pasado, con el abate Pierre, sea. Con Cohn-Bendit, no,

sería blasfemar en las sacristías y en las silenciosas salas del Collège de France.

En última instancia se puede cenar con él si uno lleva el enorme peso del pasado

estaliniano, será divertido y moderno. Somos plurales, no lo olvidemos.

«El actual ministro del Interior es simpático: rozó la muerte, vuelve del

reino de las sombras, es un “curado milagrosamente de la República”, que no

242
esperaba esa unción de un casi-más-allá. Pero en “ministro del Interior” hay que

entender hoy sobre todo Interior. Es la interioridad la que se expresa, sus

fantasmas, sus defensas, su vocabulario espontáneo. El ministro tiene sus

lecturas. Sabe lo que es la ”videoesfera” de Régis Debray (adonde se desplaza,

con una facilidad impertinente, este Ariel de Cohn-Bendit, que él pronuncia

Bindit). Pero, a propósito de camorristas, ¿de dónde viene la palabra sauvageon

[insociable]. ¿De qué mala novela scout? De repente se expresa toda una vieja

literatura, una literatura que nunca habría registrado la existencia de La Nausée**

o de Ubu roi**. El que quiere fingirse cultivado asume riesgos. Tampoco en esa

voz se oye a Voltaire. de este modo, se puede rechazar con el mismo gesto las

Luces y las audacias creadoras del siglo XX. No es la soberanía nacional lo que la

Francia enmohecida ha perdido, sino su soberanía espiritual. Ha agachado la

cabeza, se ha puesto ceñuda, se siente culpable y apenas quiere admitirlo, no le

gusta la inocencia, la gratuidad, la improvisación o el don de lenguas. ¿Viene a

atormentarla un europeo de origen alemán? En este punto es un escritor europeo

de origen francés quien se felicita por ello.»

Desde luego, el lugar de publicación (Le Monde) tuvo su importancia.

¿Cómo un periódico serio podía publicar semejante elucubración

«sesentayochista»? En cualquier caso, las reacciones fueron inmediatas: clamor

de indignación, follón, escándalo, éxito. El artículo más notable entonces es el de

Régis Debray, interminable, pomposamente titulado «A los intelectuales

franceses». Es un largo rosario de injurias, que su autor, según me dicen, prefiere

olvidar. La palabra moisi [moho] hizo así fortuna durante unos meses, y hubo

incluso un director de periódico que me trató de «maurrasiano» y me comparó

*
Jean Paul Sartre, La naúsea. Madrid, Alianza Editorial, 1996. Traducción de
Aurora Bernárdez. [NE.]
*
Alfred Jarry, Ubú rey. Madrid, Cátedra, 1997.Traducción de José Benito Alique.
[NE.]

243
con Rebatet (alucinación interesante). Todavía estoy pellizcándome, paso.

El ministro del Interior de la época, al que interpelo con cierta viveza, no es

otro que Chevènement, convertido luego en consejero de Ségolène Royal (sin

duda se le debe la insistencia en La Marsellesa y la agitación de la bandera

tricolor). Todavía hoy, para muchos, soy el abominable traidor a su patria que no

ha escrito más que una sola cosa en su vida: «La Francia enmohecida». Las cartas

de insultos casi se han calmado, pero ¿dónde golpeé exactamente? En todas

partes a la vez, es lo que hay que creer, en cualquier caso en el eje enterrado

Vichy-Moscú, siendo la fórmula más inaceptable, en mi opinión, «escritor

europeo de origen francés». (Exactamente lo que dirá de mi un diccionario

chino.)

Todo esto es algo aburrido, pero no me priva, hoy día, de cierto placer de

anticipación. Pruebas: el enorme resultado del Frente Nacional tres años después,

el no al referéndum sobre Europa, la campaña identitaria y «anti 68» de Sarkozy,

la descomposición socialista, etc.

Como recientemente me dictó Victor Hugo, por medio de una mesa

giratoria:

Francia estaba muy enmohecida,

se merecía a Sarkozy.

244
Religión

A mediados del pasado siglo, y hasta finales de los años 1970, nadie habría

imaginado que la pasión religiosa estuviera punto de reaparecer de una manera

explosiva. El Islam, el Corán blandido como un pequeño libro rojo, motines cada

vez más masivos, un escritor amenazado de muerte, libros quemados, caricaturas

incriminadas, atentados sin fin. ¿Os parece una broma?

Pues lo hemos visto. La Historia, lejos de «acabar», gira en una nueva

curvatura donde la nitroglicerina religiosa entra en una sustancia imprevista.

¿Guerra de religiones? ¿Choque de civilizaciones? Es evidente, pero parece que

no hay que decirlo. ¿Próximo-Oriente mundial? Evidente.

Hay en todas mis novelas (pero ya en Paradis) montones de situaciones y

variaciones sobre este asunto, yendo hacia la misma conclusión: de todas las

religiones, mi preferencia va a la que hoy es, en mi opinión, la menos belicosa del

planeta, la católica, apostólica y romana. Dejad de gritar. Propongo la siguiente

experiencia, digna, en fin, de las verdaderas Luces: se suprime la Iglesia católica

al final, cuando se está absolutamente seguro de la desaparición de todas las

demás religiones y supersticiones. No será para mañana. Y después quedan

muchos best-sellers o películas a producir sobre los extraterrestres, la magia, los

misterios de las pirámides, las cuevas el Vaticano.

Utilizo aquí un solo ejemplo, sacado de un proyecto de lo que habría que

llamar una «Historia de las sectas». Este fenómeno antiguo, cuyo modelo

occidental es indudablemente protestante, no ha cesado ni cesa de proliferar. Más

245
allá de los «evangelistas» de cualquier calaña, en plena expansión, el ejemplo

más revelador y más «moderno» me parece el de la Iglesia de la cienciología,

cuyos esfuerzos por implantarse en Francia han podido seguirse no hace tanto

tiempo. Una mirada sobre este punto, permite creo yo (la misma época de «La

Francia enmohecida») una visión de conjunto.

Scientofoli21

«A veces uno cree estar soñando, pero no, está bien despierto, se oyen y

leen cada vez más enormidades que parecen no extrañar a nadie. Por ejemplo, en

los recientes alegatos de los abogados de la Iglesia de cienciología, las frases

siguientes: atacar esa poderosa organización internacional y financiera sería un

retorno a la “Inquisición”, la “repetición de la Shoah”, la “continuación de la

propaganda negra contra los protestantes y los masones”. ¿Quién se atreve a

comportarse así en los bastidores de la República? Un lobby amenazador, sin

duda, mezcla de integrismo y hitlerismo. Los cienciólogos, esas buenas gentes

que sólo piden que se crea en sus elucubraciones inofensivas y vagamente

electroquímicas, serían los “metecos de la Francia judeocristiana”, el objeto de un

“proceso político intolerable”, de una marejada de “propaganda mediática”

dirigidos en nombre de lo “religiosamente correcto”. ¿No le gusta la

cienciología? Bien, es usted un fanático, un Pío XII cómplice de Hitler, un

Torquemada que quiere cubrir el mundo con nuevas hogueras, un dragador, un

jesuita de la sombra, un vichysta larvado, un Stalin en potencia, un totalitario

chino que oprime al Dalai-Lama o a los silenciosos adeptos gimnásticos de la

secta Fanlungong, en resumen, un peligroso oscurantista. “¿Qué dirá la Historia

de su decisión?”, pregunta, amenazador, uno de los abogados de la nueva Iglesia

21
En español «Cienciolocura», que destruye el juego fónico entre Scientologie y
Scientofolie. [NT.]

246
a la presidenta desconcertada del tribunal, que no sospechaba que la Historia

misma la vigilaba desde el techo. He ahí, además, un cuadro que merecería ser

pintado, en el estilo muy kitsch que tanto gusta a la cienciología en su publicidad

mundial. Un pintor pompier no lo haría mejor. Pero, como ha dicho alguien,

cuanto más grueso, mejor va.

«Escuchemos de nuevo al abogado de la Iglesia, maese Le Borgne (hay que

evitar, por supuesto, cualquier broma de mal gusto sobre su apellido 22): “Hoy día

reina un espantoso criterio de normalidad. Se ha inventado la buena conciencia

del rechazo. Desde ahora se rechaza al otro en nombre de la libertad. Ese otro que

da miedo porque es nuevo, como en la época en que los romanos hablaban de

secta a propósito de los cristianos.

«Así pues, los feroces romanos son en la actualidad los “moralistas”, los

“políticos”, los fieles de las “religiones mayoritarias”. Y están en campaña, en

cruzada, vienen para degollar a nuestros hijos y a nuestros compañeros hasta en

nuestros brazos, crucifican y entregan a los leones a los nuevos mártires. Después

de todo, es cierto, eso se lee también muy a menudo, el cristianismo es una secta

que triunfó, hace dos mil años, mediante intrigas increíbles. Una secta judía,

como por azar, y que en última instancia haría mejor, después de sus

innumerables errores, sus crímenes, sus persecuciones y sus censuras, en

disolverse, en lugar de expresar un “arrepentimiento” que no convence a nadie.

Roma, único objeto de nuestros resentimientos... En fin, es cierto, ¿por qué

buscar camorra a las “sectas”, al espíritu religioso en sí, cuyos lados buenos

(dominio de sí, lucha contra la droga) pueden demostrarse? ¿Hablar de estafa?

Pero si nada está probado verdaderamente, los dossieres se evaporan, las

complicidades de alto nivel son incontables. Hasta el fisco americano se ha visto

obligado a firmar una tregua, con lo que eso supone. ¿Y si a mí me gusta que me

estafen? ¿Por mi bien? ¿Por mi salvación? ¿Por mi salud?

22
Borgne significa en francés «tuerto».[NT.]

247
»“Toda secta, escribe Voltaire en su Dictionnaire philosophique, del género

que pueda ser, es la reunión de la duda y del error [...] No hay secta en geometría

[...] Cuando la verdad es evidente es imposible que se alcen partidos y facciones.

Nunca se ha disputado sobre si hay luz a mediodía”.

»¡Feliz Voltaire! ¡Felices tiempos en que dos y dos eran cuatro, y cuatro y

cuatro ocho! Nosotros hemos cambiado todo eso. Que haya luz a mediodía se ha

vuelto dudoso, y el buen sentido no es la sustancia que parece mejor repartida del

mundo. ¿Quién soy? No sé demasiado. ¿Qué me está permitido esperar? No gran

cosa. ¿Hay un progreso fatal? Nada es menos seguro. El día siguiente desencanta,

el hombre sigue siendo un lobo para el hombre, Dios, como de costumbre, está

entre los abonados ausentes, el señor Godot ni siquiera se toma la molestia de

telefonear a Beckett, la historia no es más que ruido, furia, corrupción, no se ha

avanzado ni un centímetro desde Shakespeare. Se necesita por tanto coger de

nuevo las riendas, y, ¿quién no ve que la cienciología (palabra mágica) está hecha

para este tipo de situación? Las “religiones mayoritarias” han tenido su tiempo, es

urgente inventar una nueva ofrenda para el culto. ¿El psicoanálisis? Demasiado

largo, demasiado complicado, y, para ser sincero, desagradablemente sexual. ¿La

ciencia pura y simple? Tal vez, pero el científico mismo duda, necesita un

suplemento personal, está un poco perdido en sus electrones, sus galaxias, sus

agujeros negros, sus ovejas clonadas, sus experiencias transgénicas. ¿La filosofía

del pasado? La pobre está muy revuelta. Los filósofos están cansados, en

repliegue, son melancólicos. Siguen hablando, obsérvenlo, pero ahora tienen que

ser modestos, consensuales, conservadores, adelante, puesto que todo tiene

tendencia a derrumbarse y ellos han delirado mucho. No, lo que hace falta es una

nueva religión, moderna, física, práctica. Cienciar lo religioso es la fórmula ideal.

Acción.

»Creíamos saber que las “religiones mayoritarias” se apoyaban en textos.

La Biblia, los Evangelios, el Corán (pero el budismo mismo está lleno de textos

sagrados). En cualquier caso, para el aficionado mucho que leer. El Talmud, si me

248
pongo a ello, va a llevarme cierto tiempo. San Agustín o Pascal, también. Los

místicos salidos del Corán me tienden los brazos. Y además los poetas, los

pintores, los músicos, los escultores: una muchedumbre innumerable. Y los

santos, cada uno de los cuales exigiría un estudio aparte. Si me embarco en La

divina comedia, no me veréis en mucho tiempo. Todo esto es pesado en relación

con Ron Hubbard ¿verdad? ¿Y quién tendrá además el tiempo, o el valor (se

necesita), de considerar en serio ese enorme archivo? Simplifiquemos todo esto:

no hay necesidad de leer, de estudiar, de comparar, de criticar. Tampoco hay

necesidad de ser culto, de saber distinguir un mamarracho de un cuadro de

maestro. ¿Una misa de Mozart? ¿Para qué? Y, ante todo, ¿es exactamente una

misa? ¿Y una Ascensión? ¿Una Asunción? ¿Un Pentecostés? ¿Una Resurrección?

¡Y pensar que se ha podido creer en todas estas pamplinas! ¿Es que los romanos,

pese a todo, no tenían un poco de razón? En cualquier caso, se necesita una

religión. La más adaptada a la Sociedad del Espectáculo será por consiguiente la

que reclute su influencia en el Espectáculo. Los mejores o las mejores

cienciólogos serán cineastas, actores, actrices, cantantes, modelos, publicitarios,

modistos, decoradores, abogados, periodistas. Un mundo de energía religiosa

amanece. Luego vendrá la tecnología.»

249
«Doctor»

No sé por qué mi sobrenombre, en casi todas las situaciones en que me he

encontrado, y principalmente por parte de los individuos más manuales

(manipuladores, mozos de equipaje, taxistas, libreros, impresores, etc.) ha sido, y

sigue siendo, «doctor».

No parezco un escritor, más bien una especie de generalista, pequeño

maletín con productos de urgencia (medicina), estetoscopio integrado,

tensiómetro, diagnóstico rápido, sangre fría y buenas noches. Se puede contar

conmigo, juzgo, tranquilizo, decido. ¿Por qué «doctor»? Sin duda porque no

tengo ganas de que los demás estén enfermos. Más exactamente: no me gusta la

locura, y va a verse.

«Doctor», en este caso, no tiene significación teológica (pero ¿por qué

no?), no es tampoco el «Dottore» o el «Professore» italiano, sino algo muy

concreto y físico. Hipótesis: caminar ágil, elocución clara, receta casi inmediata,

escucha, algunas certezas inquebrantables, nunca problemas personales. El

sentimiento popular es seguro: todo el mundo está enfermo menos yo. Yo no

tengo ese derecho. Dicho en otros términos: todo el mundo se queja más o menos

de esto, de aquello, y se apresura a contárselo al primero que pasa, es la ley. Mi

destino es never complain, never explain, prescribo, advierto, preconizo.

Se presume que escapo a la condición común de la duda, los sobresaltos, la

melancolía, el estrés, los vapores. No hay culpabilidad, ni inhibición, ni angustia.

250
Poseo mi diploma clínico de psicólogo anti-psicológico, de moralista amoral, de

sexólogo ad hoc, de psicoanalista cortés.

El «doctor» siempre tiene buena salud, es la menor de las cosas. Tiene los

bolsillos llenos de calmantes, te pone una inyección inmediatamente, te da

somníferos o antidepresivos. Por definición el «doctor» es soltero (a menos que

su mujer o sus amantes evolucionen en el lejano medio hospitalario). El «doctor»

no se conmueve, no se desmaya, mira el horror y la muerte cara a cara, es un

anarquista de base, un laboratorio en movimiento, un descifrador, el que lava, en

resumen, si usted me lo permite, el amante ideal de estas damas. ¿Insomnios?

¿Preocupaciones? ¿Neuralgias? ¿Cáncer latente? ¿Reglas dolorosas?

¿Constipado? ¿Menopausia con problemas? ¿Taquicardia? ¿Vapores de

embarazos? ¿Impulsos poéticos que inflan? Vamos, vamos, un poco de buen

humor, ¿cuándo vuelvo a verle?

El «doctor» no es verdaderamente humano, es una fuerza de la naturaleza.

¿Cuál es su verdadera especialidad? ¿Cardiólogo, radiólogo, ginecólogo,

urólogo? No se sabe, un poco de todo eso. Llega, habla, se marcha. Parece que,

además, tiene actividades editoriales y literarias, e incluso que escribe libros

(¿cuáles?, no se sabe).

Se le ha visto en la televisión, se le ha oído en la radio, se ha visto su foto

en los periódicos. ¿De qué hablaba ya? De literatura, de pintura, de música, de

política. Culto, bueno, más bien raro, pero nada fácil de comprender.

¿No ha sido médico del mundo o sin fronteras, «french doctor», ministro,

secretario de Estado, embajador, premio Goncourt? No, no, nada de todo eso. No

es un médico que escribe, sino un editor que se esconde. Entonces ¿no es doctor

de verdad? Claro que no, ¿quién le ha dicho que era doctor?

¿Habría podido integrarme en la máquina con Freud? Es probable. y tanto la

251
novela familiar y social como las dificultades sexuales de cada uno y de cada una

me saltan inmediatamente al oído. Pero sombrío galeote del diván, no, gracias

(todavía oigo los suspiros extravagantes de Lacan). Anoto, en cambio, que me

entiendo muy bien, inmediatamente, con científicos de todas las materias, físicos,

químicos, astrofísicos, arqueólogos, etnólogos, y que la erudición, en todos los

campos, me seduce. La misma simpatía espontánea hacia las mujeres-médico y

las enfermeras, las farmacéuticas y las masajistas. Debo mucho a una amiga

ginecóloga, cuyas observaciones me han permitido a menudo ganar tiempo. En

cuanto a las que se dedican a la música, ya lo he dicho: surge una de ellas y me

enamoro por principio.

El escritor, vestido de «doctor», no teme utilizar los media, y le parece que

esto carece de importancia. Escribe en serio sobre sus lecturas, en el pasado en Le

Monde, luego en Le Nouvel Observateur. Su «Journal du mois», en Le Journal du

dimanche, tiene, al parecer, sus seguidores.

¿Mi autorretrato menos malo? Quizá este, escrito deprisa y corriendo, para

una revista de neurología:

Mi cerebro y yo

«De vez en cuando mi cerebro me reprocha haber tardado en obedecerle;

haber subestimado sus posibilidades, sus repliegues, su memoria; haberme dejado

llevar hasta oscurecerlo, frenarlo, no escucharle. Mi cerebro es paciente. Está

acostumbrado a los pesados cuerpos humanos que dirige. Acepta fingir que es

menos importante que el corazón o el sexo (vaya idea). Su delicadeza consiste en

ocultar que todo depende de él. Evita humillarme subrayando que sabe mucho

más que yo sobre mí mismo. Me concede el beneficio de una ocurrencia, y asume

la responsabilidad de mis errores y de mis olvidos. Qué personaje. Qué

compañero. “¿Sabes que sólo me utilizas muy superficialmente?”, me dice a

252
veces, con el ligero suspiro de alguien que tuviera millones de años de

experiencia. Yo duermo, él vela. Yo me callo, y él sigue hablando. Mi cerebro

tiene un libro preferido: la Encyclopédie. De vez en cuando, para distraerle, le

hago leer una novela, un poema. Sabe apreciarlo. Cuando salimos, le presento

mis disculpas por todas las imbecilidades que vamos a encontrar. “Ya lo sé, ya lo

sé, me responde, manténme en reserva.” Siento un poco de vergüenza, pero es la

vida. Tal vez un día escriba un libro sobre él.

253
Céline

«He pasado mi vida en las bailarinas», dice Céline, él mismo llevado al

vértigo, y no perverso por unos céntimos. De todos modos tiene un vicio, el de las

«formas femeninas perfectas». «Al lado de este vicio, dice divertido, la cocaína

no es más que un pasatiempo de jefe de estación.»

Así se comprende mejor su estupor, en 1936, en Leningrado:

«Una prisión de larvas. Todo policía, burocracia y caos infecto. Todo bluff

y tiranía.»

Este choque lo llevará a su violenta crisis antisemita, sobre un fondo de

diagnóstico radical:

«La edad moderna es la más imbécil de todas las edades. Sólo retiene las

cosas completamente hechas y muy llamativas.»

Dicho de otro modo, el cromo.

Dejando a un lado algunos admiradores tenaces, ¡qué importancia tiene

Céline en la opinión pública? Tres palabras despectivas, y se pasa a otra cosa,

demasiado satisfecha de desembarazarse de él, cuando llena el horizonte por una

razón muy simple: su superioridad formal indiscutible, contraria tanto a todos los

rebajamientos del «traducido del», como a la pesadez realista o naturalista del

francés que se ha vuelto sordo.

La nervadura, el oído, la mano, las palabras:

«Sigo bien la emoción con las palabras, no les dejo tiempo de vestirse

como frases... La capto totalmente cruda o más bien totalmente poética, porque el

254
fondo del Hombre es, pese a todo, poesía.»

Céline llega a decir: «Es el impresionismo en última instancia.» Se trata de

una de sus raras referencias a la pintura, sobre la que se reconoce inepto como

juzgador, su llamamiento de identificación con Seurat (los «tres puntos») resulta

poco convincente. La misma ignorancia, por lo demás, en relación con la música.

Pero no es difícil comprender lo que quiere: que eso salga, que eso dé vueltas,

que esté a pico sobre lo importante.

Y en efecto, el impulso, el ajuste, el dinamismo verbal están presentes por

todas partes, de la misma manera que la acción de «mantener un delirio en

progresión».

Eso se llama «construir la lengua a partir de una frecuencia fundamental»,

un «monólogo de intimidad hablado transpuesto», una «pequeña hazaña

armónica» (el subrayado es mío), que imprime al pensamiento «cierto giro

melodioso, melódico».

En resumen: «La ópera es lo natural».

«Para mí, todo lo que no canta, es mierda. Quien no baila hace en voz baja

la confesión de alguna desgracia.»

He ahí al doctor Céline:

«El ritmo, la cadencia, la audacia de los cuerpos y los gestos, en la danza

también, en la medicina también, en la anatomía» (el subrayado es mío).

«Canto, danza, ritmo, cadencia, poesía...

La maña, la maña, la maña, la maña...

Todavía, todavía, todavía, todavía...

¿Se terminará por oírle?...

¿Y a mí en la misma ocasión?...»

Trabajo perdido, pero de todos modos hay que hacerlo. Por otro lado, aquí

255
volvemos a encontrar las exigencias de Nietzsche para el pensamiento: filología,

medicina, además de un «Dios que sepa bailar». Alguna cosa se ha descompuesto

desde el origen, se trata de curarla.

El lenguaje es la manzana del paraíso. No estaba prescrito jugar con ella (¿por

qué no?), pero estaba estrictamente prohibido tragarla, en caso contrario, caída,

pecado. Y todavía dura.

256
Locos, locas

Una de las servidumbres más penosas de esta jodida vida de escritor es de

todos modos, con el tiempo, la afluencia cada vez más masiva de locos y de

locas. La estupidez y la maldad no se recatan, la locura sí, sobre todo porque la

estupidez sólo está ahí para disimular una locura endémica.

He dicho que yo mismo estaba loco, sé de qué hablo. Estúpido, no creo. La

locura loca, por el contrario, es una estupidez llevada a su colmo. Los locos y las

locas son numerosos, escriben mucho, os persiguen con diversas elucubraciones,

quieren que consintáis en no se sabe qué, garrapatean, rumian, poetizan. El loco

de atar es de todos modos raro; en cuanto a las locas, pululan y no se cuidan.

Por lo general, los locos están estructurados a partir de la famosa «máquina de

influir» de Tausk, es decir, piensan en serio que les robáis su pensamiento, que

grabáis a distancia sus menores palabras. Uno, incluso, me ha demandado muchas

veces para que le devuelva unas casetes imaginarias. Otros, para aliviarse, dejan

vociferaciones o amenazas de muerte en tu contestador, nada grave. Salvo

algunas excepciones, los locos terminan además por cansarse, van a ver qué pasa

en otra parte, desaparecen.

Las locas, en cambio, son de una fidelidad a toda prueba a través del tiempo.

Es entonces un diluvio de cartas de insultos o de amor (estas últimas con carmín

de labios impreso en el papel), mensajes narcisistas más o menos eróticos o

místicos, reproches, éxtasis en la naturaleza, un don total que hay que retribuir.

257
No se responde, evidentemente uno nunca se ha conmovido, pero precisamente

por eso la cosa se encarniza, con el mayor de los desprecios por vuestra vida

privada que les pertenece en un más allá fusional.

Todo esto es de una gran violencia dulzarrona e idiota. Tuve que pelearme

con un amigo, que había dado mi número de móvil a una. Ella le había asegurado

que debía reunirse conmigo urgentemente en el hospital donde yo me encontraba

tras un grave accidente. El ingenuo (¿ingenuo?) la había creído, o bien mi

dramática hospitalización le agradaba. De inmediato, inundación de gemidos,

quejas, poesía surrealizante, suspiros. Dios, o lo que juegue ese papel, está muy

presente en las locas, suponiendo que el sexo sea su inamovible soporte. Es una

locura, en efecto, que los locos y las locas crean en el Sexo (sobre todo las locas).

Según ellos, y sobre todo según ellas, es lo que a mí me ocupa de modo

permanente. Parece que soy escritor, pero, por supuesto, a sus ojos, nunca he

escrito nada.

Los curas del pasado conocieron ese acoso infernal, y los «mediáticos» de

hoy día deben, supongo yo, soportarlo como una expiación. Siniestro privilegio.

No es divertido, aunque muchas veces resulte pasmoso de comicidad. La locura

es terrible, pero sobre todo cómica. Tomarla en serio es un error. Olvidemos,

pasemos, liberémonos.

Lo más curioso, en la cantinela compulsiva de las locas, es el contenido-

basura de sus delirantes mensajes: auténticos desperdicios. Klinex, tickets usados,

flores secas, dibujos orientalistas o que se quieren eróticos, páginas de diarios

recortadas, etc. Ellas se viven como desperdicios, y tú eres su cubo de la basura.

¿Por qué tú? Se trata de regalos, no hay duda, como esas dos niñitas de 2 a 3 años

que en el campo venían a cagar por la mañana delante de mi puerta. Adoración,

reverencia, regalo infantil. El admirable Freud dijo lo que había que decir sobre

estas transacciones.

258
He conocido a serios filósofos embarcados en historias de locas, una de ellas,

conocida escritora, me citaba en su casa, con todas las cortinas echadas en pleno

día y velas encendidas, para leerme interminablemente sus febriles obras. He

conocido a otra, psicoanalista sin embargo, echándose en una cama y

ofreciéndose con esta frase: «Hazme explotar» (¿de risa?). Otras me han pedido

que deposite un extracto de mi esperma en un frasco, en mi descansillo, para ir al

punto a hacerse inseminar. Otra, más sombría, se empeñaba por encima de todo

en ser follada para no sentir nada, y para que yo sintiera así, en erección, bajo

ella, la respiración del continente negro. La proposición amorosa más

conmovedora consistió en pedirme, en un aeropuerto, ser enterrados juntos. En

resumen, he conocido a bastantes «feministas» de la gran época. Las tipas

recibían su merecido salario, yo estaba sobre el terreno, tomé notas. Mujeres es

una novela perfecta.

Apollinaire no teme escribir que los hombres y las mujeres tenían eternidades

diferentes, y Freud que en última instancia se trataba de relaciones entre osos

blancos y ballenas. Las ballenas pueden parecer delicadas y frágiles, pero no es

así. Ballenero sí que soy.

El episodio de las Sirenas, en la Odisea, siempre me ha parecido

extravagante, de la misma forma que la pretendida experiencia de Tiresias sobre

el goce femenino. Ulises mintió una vez más: el canto de las Sirenas es

lamentable. En cuanto a Tiresias, también miente: la religión es a ese precio.

Apollinaire, en Les mamelles de Tirésias**, famoso acontecimiento teatral de

donde salió el surrealismo, (con un disparo memorable de Jacques Vaché, vestido

de oficial inglés, durante la representación), hace decir, ya estilo Beckett, al

*
Les Mamelles de Tirésias, drama surrealista en dos actos y un prólogo, 1917.
[NE.]

259
personaje masculino: «¡Quiero mi tocino, quiero mi tocino!» a lo cual su mujer,

en el otro lado del escenario, responde: «¡Escuchadle, sólo piensa en el amor!»

La comedia acaba, habrá sido interesante. Por más que se haya intentado tapar

la brecha por donde se ha mostrado la verdad, no acabará de quebrantar a la

mentira.

Apollinaire, para terminar:

Deseo, en mi casa,

una mujer que tenga su razón.

En mi caso, programa cumplido, y no es pequeña tarea.

260
Confesiones femeninas

Me gusta que Simone de Beauvoir, en unas cartas de 1939 a Sartre, tras haber

admitido «que no se puede tomar la sensualidad más a lo trágico de lo que ella lo

hace», describe así a Bianca Bienenfeld: «demasiado social», no «auténtica», «no

da su verdadero sonido en un montón de circunstancias», «me deja helada con su

jugueteo y su seriedad, los dos me indignan».

Pero lo más hermoso es esto:

«¿Saben?, la próxima vez podría escribir perfectamente una novela en la que

el héroe fuera un mujeriego. Estamos acostadas, y he sido acudida por un odio

absolutamente negro contra esa desgraciada criatura cuando se ha puesto a

abrazarme de una forma salvaje, tiene una concepción de las relaciones físicas

que tiene algo de familiar, de racional y de crudo que hace chocar los huesos

entre sí; literalmente la odié, gozando al odiarla, mientras ella se extasiaba con el

aire tierno que yo ponía. Retrospectivamente todavía la odio. Decir que yo era de

hielo sería un eufemismo; me había quedado petrificada como el bosque mismo

con borbotones de furia dentro; comprendo que un tipo pueda odiar a muerte a

una buena mujer a la que ya no quiere, y, sobre todo, si por cortesía está obligado

a acostarse con ella.»

A veces he hablado (en Mujeres o en otra parte) de «besos de caridad». ¡Qué

no había dicho! ¡Escándalo!

Carlo Emilio Gadda me parece muy valiente por haber escrito, en

261
Acoplamientos bien ordenados, este retrato, por lo demás muy difundido, de una

tal Teresa Tarabiscotti:

«Una mujer llena de sensatez y buen sentido, como dicen los optimistas y los

entusiastas, para decir: es muy agarrada, enérgica, puntillosa y estreñida.»

Me detengo, no acabaríamos nunca, y no olvidemos que hay que purificar la

biblioteca. De todos modos, primero, estas perlas de Virginia Woolf, en 1940, a

propósito del Ulises de Joyce (libro que a Katherine Mansfield le parecía

«ridículo» y a Gide «una falsa obra maestra»), en que justifica el rechazo del

libro por Hogarth Press: «Las páginas indecentes parecían tan incongruas», era

«un tejido de obscenidades»...

Woolf insiste:

«Joyce es un estudiante asqueroso que se rasca sus granos... Su libro es

inculto y grosero, el libro de un chapucero autodidacta, y ya sabemos hasta qué

punto son deprimentes esas gentes.»

Por lo tanto, no hay té para Jim Joyce en Bloomsbury. Dominique, en cambio,

enseguida me llamó «Jim» en sus libros. Admira mucho a Woolf, pese a todo.

Caigo sobre dos observaciones de Hemingway, el 1 de junio de 1950:

«Ahora voy a poner en la radio un programa mezcla de Fats Waller ** y de

Mozart. Van muy bien juntos.»

«Jim Joyce es el único escritor vivo que yo haya respetado.»

Nietzsche habla así del instinto antiartístico:

«Una forma de comportarse que empobrece, adelgaza, vuelve anémica

cualquier cosa.»

A este bajo instinto puede oponérsele el instinto magnífico de Pound:

«Leer chino no es hacer malabarismos con conceptos, sino observar a las


*
Thomas Wright Waller (1904-1943), llamado Fats, fue uno de los primeros
grandes pianistas norteamericanos de la historia del jazz. [NE.]

262
cosas cumpliendo su destino.»

Pensaba yo en ello cuando me recogía junto a la tumba del fabuloso jesuita

Matteo Ricci, en Pekín. Un día u otro será preciso que nos volvamos más chinos.

263
Isabelle R.

Hay una mujer que ha sido tan denostada que no resisto al placer de hacer su

elogio: Isabelle Rimbaud.

No comprendió nada, pero por eso mismo comprendió mucho mejor que los

que comprendieron mal.

La aventura de Rimbaud no es «literaria», tampoco es la «de un místico en

estado salvaje» (Claudel) al que habría que domesticar, no es en absoluto el

anuncio de una revolución social (Breton), al contrario. Rimbaud no es ni un

devoto en marcha, ni un trotskista virtual.

Verlaine comprendió mal, Mallarmé comprendió mal, Claudel, pese a quedar

fulminado, no comprendió nada, los surrealistas comprendieron mal, y los

«poetas» comprenden todavía peor. Todos tienen razones buenísimas para odiar a

Isabelle, testigo capital del fin de Rimbaud en Marsella. En el fondo, es un

problema de incesto y de hermana.

Verlaine, virgen loca», luego hipócrita «Loyola»; Mallarmé diciendo que

Rimbaud, «habiéndose operado vivo de la poesía», tenía «manos de lavandera»;

Claudel, atrapado por su propia hermana camino de la locura; Breton,

obsesionado por los daños de la conversión de Claudel, etc., todo el mundo, entre

miseria sexual y rumia «literaria», pasa al lado de una experiencia única,

penetrada más allá de lo dicho, por no ser una obligación decirlo.

Isabelle comprende mejor debido, precisamente, a sus límites «religiosos. Su

hermano es un santo, pero ¿de qué naturaleza? En todo caso, hay que defenderlo

264
contra los chismes sexuales y la manía «literaria». Es mucho más, algo totalmente

distinto, pero ¿qué?

Se burlan de Isabelle, pero las jóvenes Rimbaud (véase el diario de Vitalie en

Londres, del que nadie se había preocupado antes de que yo lo hubiera puesto en

perspectiva en Studio) son la nobleza misma. Sus prejuicios son menos

importantes que la percepción, constante y orgánicamente justa, que tienen de su

hermano. Mucho más justa, en todo caso, que la homosexual (explícita o

rechazada) de los contemporáneos y de los sucesores.

Ejemplo, carta de Isabelle, de agosto de 1895:

«Sería un error creer que el autor de Une saison en enfer pudo plegarse

alguna vez a la vulgaridad de la vida del común de los mortales.»

Perfecto.

Al año siguiente (reacción a un artículo de periódico):

«¿Por qué insistir en miserias desmesuradamente simplificadas?

En efecto.

Y luego:

«¿Creéis que se le despreciaba tanto? ¿No había, en esos desdenes aparentes,

una fuerte dosis de envidia, el temor a éxitos presumibles para el futuro, y el

deseo de atajarle de antemano?

No se puede decir mejor.

Y de nuevo:

«Conocía el inglés a fondo, y lo hablaba con tanta pureza como el gentleman

más perfecto.»

¿Rimbaud gentleman? Estupor de los antiguos amigos de provincia,

Delahaye, Verlaine, con su jerga penosa y mierdosa. Juicio, en cualquier caso,

que comparten las descripciones de la otra hermana, Vitalie, en Londres, en 1874.

Hay que ver cómo tratan a Rimbaud después de su muerte (1891) los

periodistas y los gacetilleros franceses de la época: tunante, vagabundo,

265
communard, estafador, buscona, carlista, inútil, borracho, loco, bandido, etc.

En nuestros días, hagiografía y leyenda, que es la forma al revés de pasar al

lado del tema.

Isabelle, de entrada, punto esencial:

«Creo que la poesía formaba parte de la naturaleza misma de Arthur

Rimbaud; que, hasta su muerte y en todos los momentos de su vida, el sentido

poético no le abandonó ni un instante.» (El subrayado es mío.)

Y también:

«Se puede hacer entrar sin temor, en las revelaciones de sus últimos días,

éxtasis, milagros, lo sobrenatural y lo maravilloso, siempre nos quedaremos por

debajo de la verdad.

Isabelle habla aquí con sus palabras de pueblerina ignorante y devota, en

realidad termina conociendo a su hermano al velarle y escucharle mucho. Bajo la

presión del opio que le dan como calmante, Rimbaud improvisa durante horas

música que ella dirá, más tarde, que vuelve a encontrar en las Illuminations.

Como es lógico, ella arrima esa experiencia al único registro simbólico que

conoce: la devoción católica, y la fe o las visiones asociados a ella.

Aquí todo el mundo monta en cólera: Breton se indigna al encontrar en ese

texto el opio del pueblo y el oscurantismo religioso; Claudel se enciende y luego

desconfía (fue «seminalmente» influido por las Illuminations, pero, en fin, las

cosas son como son, y más tarde, cuando se le vuelva a hablar de Rimbaud,

responderá que una misa basta para su memoria). La leyenda de la falsificación y

de la recuperación «católica» por una hermana abusiva está en marcha, y es inútil

decir que si los devotos anticlericales se enfadan, a los «católicos» en su conjunto

les importa un comino.

En suma, es lo contrario del caso Nietzsche, incluso si resulta tentador el

paralelo. ¿Isabelle, Camille, Elizabeth? Tres hermanas, en cualquier caso, sobre la

cosa?

266
Después de su fallida ordenación, Claudel quiere hacer vender Claudel, y eso

será el teatro, como expiación, una interminable y a menudo bellísima lectura de

la Biblia en latín. Pero en en última instancia, y después de todo, Isabelle estaba

allí, y Rimbaud murió en sus brazos, sellando, en la lengua de la hermana, un

fabuloso matrimonio para el más allá. No creo que invente, las horas que vivió

son aquí turbadoras e intensas. En el Harar, dice Isabelle, «iluminaba

espléndidamente la sala de reunión y organizaba conciertos, música y cantos

abisinios».

Historia genética de hermana, y no de «alma-hermana».

Extremos celos y consternación, en cambio, entre los «hermanos»

imaginarios.

Como es sabido, Rimbaud nunca cortó los puentes con su familia, como sí

hizo con el medio «literario». Se conoce su programa de regreso: conseguir el

mayor dinero posible, casarse, tener un hijo que fuese ingeniero, etc., decisiones

que todavía hacen revolverse a los bienpensantes de la poesía. Menos se ha

reparado en su invocación final y constante en su lecho de agonía: al-Karim! al-

Karim!, uno de los nombres de Dios que significa el «abundante», el «rico», el

«munificente», el «generoso». Pero también es, en alquimia árabe, el nombre de

la Piedra filosofal.

Como dicen a menudo al lector los tratados de esa dimensión, para concluir

un pasaje importante: ¡Comprende!

No hago más que tomar en serio la alquimia del verbo.

267
Generaciones

En el comienzo de La Fête à Venise, evoco a Stendhal, en Roma, el 20 de

junio de 1832, empezando a escribir sus recuerdos, «forzado, dice él, como la

pitia». Tiene 49 años. El 4 de julio se detiene en estas palabras: «El calor me quita

las ideas a la una y media.»

A menudo Stendhal no escribe su poco agraciado apellido de estado civil,

Beyle, pero lo transforma en «Belle». Se veía feo, gordo, con una cabeza de

carnicero italiano. Pero escribe esto, que es inaudito:

«Los ojos que lean esto apenas se abren a la luz.» Y también: «Mis futuros

lectores tienen 10 ó 12 años.» Por otra parte, se atreve a pretender que será leído

en 1936. Si sus contemporáneos hubieran leído estas palabras, le habrían

encontrado pretencioso y loco.

Ahora me pregunto, de la forma más sincera posible, quiénes son los

individuos célebres, mayores en edad que yo, cuyo conocimiento y cuyas

enseñanzas a veces he amado realmente. Encuentro seis: Mauriac, Bataille,

Breton, Ponge, Barthes, Lacan. Es mucho.

Por lo que se refiere a mi generación, constato que el film social es siempre el

mismo, con los mismos actores: Le Clézio (santificado), Modiano (idolatrado),

yo (criticado), Quignard (incensado). Entre los 40-60, dejando a un lado a la

vedette Houellebecq, nadie se ha impuesto todavía, pero quizá sea demasiado

pronto para decirlo, aunque a los 40 años todo esté decidido. Los de 30-40 me

parecen que tienen dificultades (la época). Se espera a los de 20-30, que

268
naturalmente parecen mejor dispuestos hacia mí.

Así, un periodista literario francés, que debe andar por la cuarentena, se

permite decir que se me echará de menos cuando otros, «menos cultivados y

menos divertidos», me hayan «reemplazado». Reemplazado es la palabra que

emplea, como si un escritor pudiera ser reemplazado por otro. Palabra de

pretendiente. Véase la Odisea.

Reemplazadme, pues, queridos contemporáneos, y que los dioses sean con

vosotros. Yo prefiero contar con lo que todavía no han nacido y tal vez no nazcan

jamás. Escribo para ciertos muertos muy vivos, y para ciertos todavía-no-vivos

hipotéticos. Por otra parte, eso es lo que se me reprocha, y es perfectamente

normal.

Cada «generación» hace sus experiencias sociales, sexuales, simbólicas,

sentimentales: a menudo es difícil o trágico, cada vez nuevo. Los antiguos no

dijeron nada para nosotros, que desaparezcan.

Tomemos el tema principal que ocupa a los espíritus de nuestra poderosa y

muy baja época, el sexo. Uno puede preguntarse con provecho por qué, tras el

embellecimiento del siglo XVIII, las cosas se agravan singularmente después de la

Revolución y el Terror, para desembocar en la mojigatería del XIX y la patología

del XX, hasta el punto de que puede decirse que hoy el «sexo» se revela como

enfermedad.

Gide, Claudel, Mauriac, los surrealistas, Breton, Aragon, Artaud, Bataille,

todos parecen heridos de forma distinta por la maldición sobre ese tema, tan

sobrevalorado que termina por parecer locura. Gide está obsesionado, Claudel no

quiere saber nada, Mauriac está fascinado por Gide, los surrealistas (basta leer su

«Encuesta sobre la sexualidad») se quedan en el medio (o bien se desaprueban

enseguida, como Aragon), Artaud es literalmente un poseso y un hiperpuritano

269
(como su hija espiritual, Paule Thévenin), Bataille es vampirizado de forma

masoquista por Sade, Histoire d’O es una laboriosa remake de la gran época, todo

es oscuro, difícil, retorcido, inquietante. Sólo el doctor Céline es claro en este

asunto, al que las metáforas de Proust tienen por función poner velos.

Recuerdo mi estupor ante Ponge citándome con admiración una frase de

Mallarmé en la que establece una equivalencia entre eyacular y sonarse los mocos

y añadiendo que había descubierto la existencia de la inversión en Proust,

asegurándome que Bataille era alguien que confundía el esperma con la orina

(parecía estar muy convencido de esa idea). En cuanto a Bataille, callaba, sus

libros hablaban por él. Se me concederá que Blanchot no es un autor

particularmente erótico (no más que Beckett, Simon, Duras, Sarraute o el

elemental Robbe-Grillet). ¿Genet? Pero ¿por qué nada de mujeres hasta ese

punto? ¿Lacan? Sin duda, pero ¡cuántas preciosidades, cuántos vínculos! ¿Joyce?

Por supuesto, pero ¿por qué esa agobiante Molly en su trono?

Por lo tanto, ha pasado algo, pero ¿qué? La brutal aparición del sida llevó el

enigma a su colmo. Las nuevas generaciones deben hacer por tanto su

aprendizaje entre preservativos y mal humor. Se comprende su desazón, sin

precedente en la Historia, pero quizá las cosas estén destinadas a ir peor y más

abajo, por no hablar de la marejada de moralización virtuosa que se aprovecha de

ese estiaje. Bueno, ya vendrá una mutación. Sucio tiempo social, en cualquier

caso, aunque las respuestas en este campo nunca sean sociales. Qué idea,

también, haber devuelto el sexo a una función democrática añadida a la

mercancía. Haber vuelto el sexo feo y sobre todo tedioso será el síntoma del

período.

Como toda «vida interior» en el flujo de la comunicación monetaria, será

cada vez más desterrada en provecho de las solicitaciones exteriores y de órdenes

270
dadas (golpead aquí, golpead allí, estáis conectados), las soluciones llegarán

automáticamente de las infancias «religiosas», a condición de que se den cuenta

del verdadero deseo que anima esa dimensión. Mientras tanto habrá que soportar

durante mucho tiempo todavía la propaganda moral-romántica (valor-trabajo,

«profundidad del sufrimiento», éxito financiero, «autenticidad», etc.), es decir la

cantinela de la estafa general. La instrumentación de la mayoría de las mujeres

está prevista a este efecto, como de costumbre. Es una vieja historia, pero los

nuevos poderes vienen a darle un buen latigazo: ¡atención al útero artificial!

¡Procread vosotros mismos!

En calidad de «doctor», ya no ejerzo, como suele decirse, lo cual no me

impide dar a veces lecciones particulares de antimercancía a alumnas con talento.

Pueden leerse los detalles en Una vida divina.

271
Pesadillas

Pesadilla: estoy en los Infiernos, los de verdad, los de la Antigüedad más

remota, veo levantarse sombras delante de mí.

Hallier, con su máscara de risa idiota,

Huguenin, pálido joven, estrellado en su coche,

Matignon, coronel febril, a la búsqueda de una nueva fórmula asesina para

mí,

Bastide, gran pavo que cacarea, repitiendo hasta qué punto me encuentra

«inmundo»,

Poirot-Delpech, con traje de académico y un aire torvo de autor de cartas

anónimas,

Rinaldi, ya allí, que, durante años, me quiso tanto que no podía aflojar ni un

instante su abrazo negativo,

Roux, o más bien De Roux, pretendiente lírico «de derechas», dedicado a

redactar su décimo discurso contra mí,

Faye, pretendiente embarullado «de izquierdas» y despechado amoroso,

reunido en familia para lanzar tomates contra mi efigie y la de Heidegger,

Roubaud, poeta sin poesía, gran estaca de miradas vengativas lanzadas sobre

una de mis fotos amarillecidas,

Foucault, muy agitado, entrando, saliendo y volviendo a entrar en backrooms

sombríos,

Guibert, ángel de la muerte, perseguido por coros enamorados de madres,

272
Françoise Verny, gorda ballena descompuesta a la deriva, pero gimiendo

todavía unos «cuerido», «cuerido» ,

Bernard Frank, senador apoyado en su bastón, vida en el restaurante, muerte

en el restaurante, seguro de tener más ingenio que todo el mundo (no falso),

dándome una palmadita paternalista en el brazo antes de hundirse en el alcohol,

Bourdieu, haciendo muecas, con la boca mala, empeñado en tratarme de

«prostituido»,

Muray, enfadado, llevando a la espalda un saco lleno de sus novelas

fracasadas (y, por supuesto, la culpa es mía),

Y luego lémures y más lémures, machos o hembras, no se sabe,

completamente envueltos en una costra de odio.

Oigo gritar «¡Joyaux al paredón!, mientras una gordas y viejas figurantes con

tutú blanden pancartas en las que puede leerse: «Para acabar con Philippe

Sollers», o «Nada nuevo bajo el Sollers» (títulos absolutamente reales de

periódicos de época).

Otra manifestación, ahora con banderolas en las que soy estigmatizado en

estos términos: «Ilegible», «Impostor», «Provocador», «Padrino», «Bookmaker»,

«Maoísta», «Papista», «Misógino», «Homófobo», «Libertino perverso»,

«Polígrafo mundano», «Nulo», «Barón», «Mandarín».

Todo esto como homenaje a mi pluma, creo.

Siempre he sido más o menos acusado de tener «poder», maravillosa

invención del poder mismo. Vamos: alineemos las cifras, las retribuciones, las

verdaderas posibilidades de presión, y riámonos.

El interés de todas estas peripecias es que, al cabo del centésimo artículo

contra X, Y o Z (en su mayoría muertos), uno termina preguntándose por qué

tanto encarnizamiento, tanta insistencia. ¿No está resuelta la cuestión? ¿Existe un

273
movimiento de masas peligroso, inspirándose, por ejemplo, en Nietzsche, Céline,

Heidegger, todos esos islamistas de choque? O bien... O bien...

Sigan: un ataque, y otro ataque, y otro ataque más. Están formando a las

nuevas generaciones, que preferirán lo que ustedes censuran, deforman y

rechazan, a todo lo demás... Gracias por esa vigilancia constante, por ese

trabajo... No doy nombres, ya están olvidados, tienen derecho a una medalla al

Mérito... Aquí se les ve en el combate, por la mañana y por la noche, en sus

llamadas telefónicas, en su vida privada, en sus comunidades instintivas... Las

comunidades contra las excepciones irrecuperables: he ahí la hipocresía en

función.

Las pesadillas son lo que hay que pagar, durante las noches de angustia, por

pertenecer a un tiempo de coacción. La guerra sigue durante el sueño, lo cual

prueba hasta qué punto es violenta desde la infancia. ¿Qué quiere un niño?

Escaparse, pero también volver a casa como vencedor. historia de Ulises, que lo

consigue, gracias a la ayuda de Atenea. Así, en la vida de un mortal, para salir

bien librado se necesitan diosas.

274
«Premios»

En septiembre del 2002 publico L’Étoile des amants: todo el mundillo

literario cree que quiero el Goncourt, el libro no tarda en ser vapuleado sin ser

leído y, colmo de ironía, aparece una vez en la lista del premio Renaudot, para ser

retirado enseguida como error de listado. Ese minúsculo caso Clearstream sigue

siendo opaco, las tesorerías de los editores tienen cosas que no se dicen. ¿Una

estratagema de mi parte para ver? Quizá.

No voy a seguir hablando de «premios», que nunca me han interesado. Muy

joven conseguí el premio Fénélon gracias a Paulhan, el premio Médicis en 1961,

gracias a una maniobra contra mi editor de Mauriac, luego premios sin gran

significado de las Ciudades de París y Burdeos, un premio de la Academia

Francesa, llamado «Paul Morand» (bastante dinero), y sobre todo el premio

Montaigne, en Burdeos, ciento veinte botellas de grandes caldos (todos bebidos).

Bueno, todo esto en un desorden de sueño, sin que me preocupe lo más mínimo.

Se me olvidaba: tras diez años de «nominación», un chirimbolo en Mónaco,

encantadora princesa.

Cuando se sabe hasta qué punto el microcosmos editorial francés se ha

movilizado como un solo hombre en estos casos, uno se divierte y se asusta un

poco. Soy muy poco «milieu», tengo amigos que trabajan, y una vida privada a

tiempo completo.

No soy candidato a la Academia Francesa, no tengo ninguna posibilidad para

el Nobel, no soy miembro de ningún jurado, salvo del «premio Diciembre», un

275
«premio pequeño», pero generosamente dotado por Pierre Bergé. Los laureados

son escritores de calidad, y ¿quién va a quejarse?

Eso es todo. Tengo una vida social con eclipses (así no se hace carrera), una

vida oficial de editor discreto (en Gallimard), y una vida subterránea más bien

intensa. Esto es: 1/4 visible, 3/4 sumergido. Como ya nadie lee gran cosa, soy

juzgado por 1/4, y encima de forma errónea.

La zambullida es, como en este momento, las 6 y media de la mañana, y gran

silencio sobre París, o también días resplandecientes con sus noches especiales,

en Venecia y en Ré, En total: tres meses de cuerpo real y de mano escritura

constante.

En el 2004, el Diccionario del amante de Venecia (un éxito), y en el 2006,

Una vida divina (más bien un éxito). Enseguida Guerres secrètes**, viaje a través

de la Odisea y la genealogía de Dioniso, pasando por los tratados de estrategia

china.

En preparación: un nuevo libro, continuación de La Guerre du goût y de

Éloge de l’infini, cuyo título, con toda modestia, será el de un tratado esotérico

del principio de nuestra era: Discours parfait, y luego una novela, surgida por

sorpresa, cuyo título no doy por superstición.

¿Dónde estoy? La mano corre, el océano sube en el horizonte, siento de lejos

su presión y su olor a yodo, las acacias, a mi derecha, siempre son muy

indulgentes conmigo. Como todos los años habrá una «rentrée literaria», 700

novelas en competición, 6 ó 7 salvadas, maratón maníaco. La Red hace furor,

pululan los blogs, Internet no duerme, los mails llueven, los fax crepitan,

televisiones y radios continúan, los periódicos se turnan. Por supuesto, estoy al

corriente. Una o dos horas de vicio, ocho de virtud. Me gusta mucho hablar, pero

*
Guerres secrètes. París, Carnets nord, 2007. [NE.]

276
todavía me gusta más callarme.

J’aime le jeu, l’amour, les livres, la musique,

La ville et la campagne, enfin tout,

Il n’est rien qui ne me soit souverain bien,

Jusqu’au sombre plaisir d’un cœur mélancolique23 .

Estos versos de La Fontaine (y sobre todo la admirable doble negación del

tercer verso) se recitan dentro de mí ellos solos. Germinan. Lo mismo con las

formulaciones de Rimbaud, por ejemplo el sencillo y misterioso: «El cielo azul y

el trabajo florido del campo.» O esto, recitado interiormente todas las mañanas:

Mon âme eternelle,

Observe ton vœu

Malgre la nuit seule

Et le jour en feu24.

#
Potencia del océano, alegría de las acacias, vacaciones.

23
«Amo el juego, el amor, los libros, la música, / la ciudad y el campo, todo en
fin, / no hay nada que no me sea soberano bien, / hasta el sombrío placer de un
corazón melancólico.» Dominique Rolin, Journal amoureux. París, Gallimard,
2000. [NT.]
24
«Alma eterna mía, / observa tu voto / pese a la noche sola / y el día que arde.»
Dominique Rolin, op. cit. [NT.]

277
Diosas, hadas, brujas

Están las hadas, las brujas, o, más raramente, las diosas. Sí, sí, las he
conocido. Ulises, por ejemplo, cae sobre Atenea: ella se le aparece, le ayuda, le
salva, le sostiene, le anima. Os hago una confidencia, pero no me denunciéis
demasiado: creo en los dioses griegos, Dionisos, Hermes, Apolo, y más todavía
en las diosas, Afrodita, Ártemis, Atenea. Mis lazos con Zeus, Hera, Posidón (mal
ojo) y Hades son más distantes. Para mí, de vez en cuando e indudablemente, los
dioses están ahí. Ya os he dicho que estaba loco, pero no es grave.
#
Las diosas, las hadas y las brujas tienen todas en común ser
extraordinariamente razonables, pero con una vivacidad y una energía que la
mayoría de las veces no se les reconoce. Nada de locas, en absoluto, al contrario.
A veces detestan a un hombre, y quizá, incluso, le aman.
En primer lugar, mi madre, bruja temible en adivinación, y luego hada, de
pronto, con sus ojos diferentes y sus risas.
Eugénie, verdadera bruja benéfica, de una paciencia conmigo que todavía
me asombra.
Dominique, gran diosa adorable de mi vida, a quien dediqué mi Venise,
llamándola «Gran Pequeña Bonita Bella Belleza». Hay mucho de ella en Pasión
fija.
Julia, reencarnación de Atenea, que ya aparece en Mujeres, y después un
poco en todas partes, y luego en L'Étoile des amants, donde nadie ha querido
verla, es divertido.
Principio de discreción: ningún nombre más. Lo repito, no está prohibido

278
leer mis libros.
#
Diosas, brujas, hadas. Las brujas que se vuelven hadas son particularmente
eficaces, las hadas nunca se vuelven brujas, pero pueden dormirse, las diosas nos
protegen de la Reina de la Noche.
En amor, el secreto es que el otro y vosotros, incluso si este no es el caso,
os habéis conocido cuando erais niños. Sois niños, sois vuestros niños. Juntos
condenáis el mundo de los adultos, a los que os parecéis con demasiada
frecuencia.
—Entonces, todo eso, su juventud, sus amores, sus escritos, la vanguardia,
Tel Quel, L'Infini, etc. ¿una simple historia de infancia prolongada?
—Pues claro.
—Entonces ¿no ha crecido usted?
—Eso debe de ser.
—¿Cómo quiere que se le tome en serio?
—No lo espero. Pero constato que permanezco libre en mi estudio libre.
—Eso es. Y, naturalmente, va a repetirnos que le leerán en el 3036.
—Por supuesto.
#
A veces paso un rato leyendo las novelas que recibo. Son en general
sentimentales o violentas, infancia desgraciada, sinsabores conyugales,
dificultades sexuales, obstáculos sociales. Por el lado gay, en mayoría, porno
forzado y repetitivo (ahora hay un conformismo homo, igual que hay un
conformismo hetero). Los hombres parecen agotados y perdidos, las mujeres
sufren, y lo dicen. No sólo la bondad no existe y no puede existir, sino que no es
necesario que exista. Puesto que la sociedad va mal, es necesario que yo vaya
mal.
#
Finalmente di la vuelta a los prejuicios que me conciernen. Origen
«burgués», ni vichysta ni tradicionalista, mala nota. Depravado católico, malo,

279
malo. Expulsado un poco por todas partes, incluido el ejército, extraño. Relación,
a los 15 años, con una diabólica extranjera, más bien lesbiana, de edad dos veces
mayor y de nivel social «inferior», execrable. De nuevo con una mujer bellísima
de más edad (pero no tiene edad, y eso provoca el escándalo) que no es realmente
francesa puesto que su origen es belga, pero, sobre todo, judía polaca, muy mal
tolerado. Clandestinidad buscada, rebuscada, y nunca cumplida,
extraordinariamente sospechoso. Y además una joven y bonita extranjera, llegada,
en aquella época, de un país comunista, brillante intelectual que ha llegado a ser,
además, «esposa legítima», traición, deserción, defección, cordón sanitario,
cuidado.
#
Los homos están indignados, las jóvenes francesas se ven desposeídas de
un posible matrimonio, la derecha clásica está horrorizada, la izquierda afectada,
los comunistas furiosos de que no sea comunista, la extrema izquierda siempre
vuelve a la cantinela «burgués», a los libertarios y a los anarquistas les parezco
convencional, la extrema derecha no encuentra palabras suficientemente duras
para estigmatizar el veneno que represento. No sólo tengo el Diablo en el cuerpo
para mejor, sino que he desafiado las costumbres de mi familia, de mi clase
social, de mi nación, de mi religión, del humanismo tranquilo, e incluso de la
perversión instituida. Ninguna circunstancia atenuante, dado que procedo de una
provincia rica, dado que mi padre no era maestro ni mi madre empleada.
Puede comprenderse por tanto, sin ponerse nervioso, que en un momento
dado, en esa soledad existencial, fuera tentado por la fraseología revolucionaria.
Lo fui, no duró mucho.
#
Hombres y mujeres, en general, se amoldan a unas funciones sociales. No
ha sido ese mi caso, como tampoco he participado en el intercambio de mujeres
entre hombres, pedestal de la homosexualidad rechazada. Julia y yo hemos sido
mucho tiempo pobres sin saberlo (pero es cierto que siempre estaban las tierras
del interior), estudiantes retrasados, marginales, incontrolables, y seguimos

280
siéndolo, estabilizados pero precarios. Por tanto solidarios. La palabra
«fraternidad» no me dice gran cosa, como tampoco «igualdad», pero
«solidaridad» sí, comprendo, acepto. En cierto sentido, todos los refractarios
espontáneos son solidarios. Han visto el dolor, el absurdo, la nada, la muerte, y no
olvidan nada, ni los precipicios ni las fiestas. Los creen formales, siguen siendo
extranjeros.

Quedaría por analizar la abyección rastrera, a partir de los años 1970, de

una empresa de instrumentalización técnica, ginecológico-feminista, del cuerpo

de las mujeres. En ese punto se han alcanzado las cimas. Podría dar nombres y

lugares de experimentaciones y de logros clínicos, que, por otro lado, todavía

deben hacerse. Podría incluso procurarme ciertas pruebas. Pero no, dejémoslo, mi

pasión no es el Diabolismo.

281
El jardín

De creer el rumor zumbante del ambiente, los horrores del siglo XX

deberían encerrarnos por siempre en un círculo negro. Esa opinión tiene sus
razones de peso, excepto que ese círculo está ya envuelto en una esfera de horror
constante en insensata expansión. Frenesí financiero y publicitario, por lo tanto,
sobre el fondo sin fondo de agujero negro.
Alzo la vista, el jardín es bellísimo, los árboles que ayer noche pasaron del
verde al negro vuelven a subir poco a poco, esta mañana, del negro hacia el
verde. La contradicción es tan flagrante que explota en pleno rostro. ¿Colmo de
contradicción? Es la época en que vivimos. Por otra parte, el siglo XXI, sigue
siendo un «siglo», u otra dimensión del Tiempo? Pregunta a la que hay que
responder por fuerza.
#
Tengo sobre mi mesa, a la derecha, las Vidas de los hombres ilustres de
Plutarco, y a mi derecha Vida, doctrinas y sentencias de filósofos ilustres, de
Diógenes Laercio. En una novela, sin temer la comparación podría decir que
ocupo exactamente la misma posición que Montaigne hace más de cuatro siglos,
e inventar que oigo rechinar la pluma que escribe los Essais. Sólo la palabra
«ilustre» puede ofender a un contemporáneo. Viene del latín, illustris, que quiere
decir «de una fama resplandeciente y célebre». Al parecer ha habido familias
«ilustres». Ya lo veis.
Durante siglos, muchos han leído y releído estos venerables volúmenes.
¿Quién sigue haciéndolo? Eruditos y especialistas, seguramente, pero ¿dónde está

282
el aficionado?
Me interesa sobre todo Diógenes Laercio, por el hecho de que no se sabe
nada, o casi nada, de su existencia. Vivió entre los años 200 y 500 de nuestra era
(llamada de J. C., pero ¿quién comprende todavía estas dos letras?). La fecha más
probable de su existencia se sitúa a principios del siglo tercero. Veo que fue muy
frecuentado por Montaigne, pero también por Pascal y Rousseau. Ahora le
critican los profesores, uno de ellos nos dice, sin reírse, que «tiene la imaginación
de un novelista o de un fabulista, no en absoluto el espíritu filosófico». Desde
luego, de ahí el placer que sentimos al leerlo.
#
Son mis viejos libros de estudiante, transportados en el pasado de
habitación en habitación. Plutarco, Diógenes Laercio y tantos otros, fueron
comprados con avidez (¿con qué dinero) en la librería Guillaume Budé, en el
bulevar Raspail. Tapas amarillas, para los griegos, rojas para los latinos; de un
lado Homero, Esquilo, Sófocles, Eurípides, Píndaro, del otro Lucrecio y Virgilio.
Todavía me pregunto que pudo empujarme, a mí, tan entusiasta de los surrealistas
y de la subversión literaria, hacia la Antigüedad. Instinto, en cualquier caso: hay
que visitar todo de nuevo, cambiar todo, volver a arrancar de más lejos, recuperar.
Al menos tuve la conciencia de ser muy ignorante muy pronto. Anaquel amarillo,
por tanto, anaquel rojo, después anaquel bíblico y teológico, anaquel gnóstico,
anaquel esotérico, anaquel indio, anaquel chino… Todos estos volúmenes han
sido largamente consultados, no sólo para aprender, para vivir.
#
Volviendo a Diógenes Laercio, ya sé los pasajes que tengo ganas de releer.
La vida de Epicuro, por supuesto (341-270 antes de Cristo), empezando por esa
definición de Apolodoro en la que recuerda que primero fue gramático y que
llegó a la filosofía porque los gramáticos eran incapaces de explicarle el caos de
Hesíodo. Me gusta la anécdota, sobre todo porque despierta enseguida los
átomos, el vacío, los torbellinos, el infinito. Que pueda desembocarse así en un
pensamiento del jardín sigue pareciéndome increíble. Le sigue la lista de todos

283
los insultos de que Epicuro fue objeto por parte de los competidores de su época:
«el más grosero de los seres vivos», «escandaloso», «depravado», «entrañas»,
«cliente de prostitutas», «plagiario», «ladrón», «inmoral», «comilón»,
«derrochador», «ignaro», «mentiroso», etc. ¡Qué espectáculo los filósofos entre
sí! ¡Y los religiosos! Se sabe que más tarde el cristianismo se encarnizó mucho
contra Epicuro, convertido simplemente en un puerco, distinción que le honra.
#
Diógenes Laercio concluye fríamente esa enumeración de injurias de esta
manera:
«Esto es cuanto los escritores se atrevieron a decir de Epicuro, pero toda
esa gente está loca.»
Y a renglón seguido, le alaba.
#
Constato que todas mis notas de juventud van hacia la Carta a Meneceo.
¿Quién me ayudo en esto y me sigue ayudando?
En primer lugar: «Hay que estudiar los medios de adquirir la felicidad,
puesto que cuando la tenemos tenemos todo, y cuando no la tenemos hacemos
todo por conseguirla.
Esta sublime definición del «sabio»: «Será semejante a sí mismo durante su
sueño».
Por último, esa recusación del miedo, tanto el de los astros como el de la
muerte:
«Se teme la insensibilidad de la muerte como si debiera sentírsela.
La muerte no es nada, por lo tanto es justo preguntarse a quien interesa
convertirla en un espantado o en un horizonte insuperable.
Pero léase esto:
«Piensa en primer lugar que el dios es un ser inmortal y bienaventurado,
como indica la noción común de divinidad, y no le atribuyas nunca ningún
carácter opuesto a su inmortalidad y a su beatitud. Cree por el contrario en todo lo
que puede conservarle esa beatitud y esa inmortalidad. Los dioses existen,

284
tenemos un conocimiento evidente de ello. Pero su naturaleza no es lo que un
vano pueblo piensa. El que niega los dioses de la multitud no es impío, impío es
aquel que atribuye a los dioses los caracteres que le presta la multitud. Pues estas
opiniones no son intuiciones, sino imaginaciones falaces. De ahí proceden los
mayores males para los malvados, y los mayores bienes para los buenos.»
Se me había olvidado la sentencia siguiente: «Los dioses existen, tenemos
un conocimiento evidente de ello.»
De nuevo:
«La locura, acostumbrada a la noción particular que tiene de la virtud, sólo
acepta los dioses conformes con esa virtud, y cree falsos todo lo que es distinto de
ella.»
¿No es cierto?
#
El texto continúa así:
«Acostúmbrate, en segundo lugar, a pensar que la muerte no es nada para
nosotros, puesto que el bien y el mal sólo existen en la sensación. De donde se
sigue que un conocimiento exacto de ese hecho, que la muerte no es nada para
nosotros, nos permite gozar de esa vida mortal, evitando añadirle una idea de
duración eterna y privándonos de lamentar la inmortalidad. Pues no hay nada
temible en la vida para quien ha comprendido que no hay nada temible en el
hecho de dejar de vivir. Quien declara temer a la muerte no porque una vez
venida sea temible, sino porque es temible esperarla, es un necio.»
Me asombro, una vez más, de que este texto se haya conservado: habría
debido ser quemado mil veces; por otro lado, lo ha sido, pero en vano.
Resplandece.
«Es necedad afligirse porque se espera la muerte, puesto que es algo que,
una vez venido, no hace daño. Así pues, el más espantoso de todos los males, la
muerte, no es nada para nosotros, puesto que mientras vivimos la muerte no
existe. Y cuando la muerte está ahí, entonces hemos dejado de ser. Así que la
muerte no existe ni para los vivos ni para los muertos, puesto que para unos no es,

285
y puesto que los otros ya no son. Pero la gente unas veces cree la muerte el peor
de los males, otras la desea como término a los males de la vida. El sabio no teme
a la muerte, la vida no es para él un fardo, y no cree que sea un mal dejar de
existir. De la misma manera que no es la abundancia de platos, sino su calidad lo
que nos agrada, así no es la duración de la vida, sino su encanto lo que nos gusta.
En cuanto a los que aconsejan al joven vivir bien y al viejo morir bien, son unos
ingenuos, no sólo porque la vida tiene encanto incluso para el viejo, sino porque
la preocupación de vivir bien y de morir bien no son más que uno.
El joven y el viejo no son más que uno.
#
Tras lo cual Epicuro desafía a Sófocles y su Edipo en Colono, hacia 1217-
1219:
«Mucho más ingenuo es todavía el que pretende que no nacer es un bien:
“Y cuando uno ha nacido, franquear cuanto antes las puertas del Hades.”
«Porque, si se dice eso convencido, ¿por qué no suicidarse? Es una solución
siempre fácil de tomar si se desea con tanta violencia. Y si se dice en broma, uno
se muestra frívolo en una cuestión que no lo es. Por lo tanto hay que recordar que
el futuro no es nuestro, ni totalmente ajeno a nosotros, de modo que no debemos
esperarlo como si debiera llegar, ni desesperar como si no debiera producirse de
ningún modo.»
En este punto dejo en la estantería mi viejo Diógenes Laercio, y observo
que el libro más gastado (está casi hecho trizas) es el Ecce Homo** de Nietzsche.
A Nietzsche Epicuro le parece demasiado poco «dionisíaco», pero eso es otro
asunto.
De todos modos, una confesión: en Plutarco, el asesinato de Cicerón
todavía hoy me hace llorar.

*
Ecce homo: cómo se llega a ser lo que se es. Madrid, Alianza Editorial, 2006.
Traducción de Andrés Sánchez Pascual. [NE.]

286
«Francés»

Los más «drogados» de mis libros («afganos» si se quiere) son Nombres,


Lois, H (sobre todo Lois, 1972). Podría decirse que Paradis es una gran cura de
desintoxicación, cosa que, por lo demás, vale por cualquier experiencia iniciática.
Uno pasa días, noches, meses, sin darse cuenta. Está en el infierno, con rayados
de paraíso, sube hacia la luz, pasa por diversas purgaciones, el infierno no suelta
así como así, poco a poco se alcanza la zona de «no-turbación». Ese camino no
lleva a ninguna parte, es decir, a todas. En cada piso, además de la ayuda
dispensada sin tregua por los aliados de fondo, hay obstáculos o ayudas
femeninas imprevistas. Todo esto es verdad, y más que raro.
#
A mi paso, ya lo he dicho, la biblioteca entera se pone a hablar a media voz,
y, a través del tiempo y del espacio, se cantan en directo anchos lienzos de
pintura, de música, de escultura, de arquitectura. El planeta del lenguaje se pone a
dar vueltas en todas las lenguas y bajo todas las latitudes, con la ventaja de que el
francés se revela, muy curiosamente, como la lengua universal de la traducción,
de la transposición y de la actualización activa. Esa es su propiedad más suya, de
ahí la abundancia de Memorias de primer orden, pero también una abertura
incomparable a todos los horizontes y a todas las civilizaciones. En ese sentido
preciso es universal. Para ello debe evitar la petrificación académica, el límite
escolar, y, cada vez más, la autodestrucción modernista. A la fuerza ha de
recuperarse en ella el sistema nervioso más resistente, es decir, claro.
#
He sido feliz constantemente en esta navegación contrastada. En la época

287
«drogada, estuve más bien lejos en ese sentido. El cuerpo es ligero, el delirio
afluye de todas partes, las palabras juegan entre sí, las asociaciones se
multiplican, los retruécanos y las patochadas, deslumbrantes de exactitud,
florecen. A menudo es idiota, pero penetrante, y sobre todo cómico, en relieve.
Uno es payaso en la comedia, y también payaso en la tragedia. Ya no se anda, se
vuela, se titubea, también, pero salta la tapia. La tapia del sonido cede, es
peligroso planear en el otro lado, pero el placer es grandísimo a pesar de que las
caídas sean graves. A partir de ese momento, lo repito, están, con toda nitidez, los
buenos y los malos, los graciosos y los gesticulantes. En el camino se cometen
algunos errores de diagnóstico, pero no por mucho tiempo.
#
Los camaradas de navegación son Retz, Sévigné, Saint-Simon, Voltaire,
Rousseau, Chateaubriand, Proust, Céline. Hay florete en el aire, lleno de sueños
inspirados, de fronda, de escalas, de travesías. La Historia quiere contarnos algo
sobre su revés, cuenta con vuestro despertar. Sólo os embrutecéis un poco (es
necesario el embrutecimiento), porque os levantáis de un salto, sois, no hay
remedio, animales franceses. ¿Y qué? Acumulación de pulso, de tacto, de
objetivo; de saber-defenderse. Las frases son agudezas, sabéis batiros en las
escaleras.
#
«El francés es lengua regia, malditos farfulladores todo alrededor», repite
Céline, ese grosero refinado, incansable y fabuloso personaje. En lugar de pasar
el tiempo deglutiendo, como buenos colonizados, el «traducido de», mejor haríais
encerrándose con sus clásicos. Es usted el que traduce todo, las traducciones no
son nada al lado de las suyas. Coja usted las cosas por dentro, será usted griego,
hebreo, latino, sánscrito o chino cuando eso le cante. Pero, sobre todo, escuche a
los que han respirado, hablado, sufrido, gozado y se han movido en esa lengua.
Oirá y verá sus soledades, que vienen hacia usted, que justifican la suya, ahí,
sobre el papel.
#

288
Todas estas experiencias se llaman Soledades (lo dice Góngora). En el
fondo un solo libro: Vidas y sentencias de las grandes soledades. Una verdadera
novela. Poco importan las épocas, los regímenes, los saberes del día: la vibración
está ahí, singular, única.
Leo un reportaje sobre la China actual y su gigantesco torbellino. Parece
que, en psicoanálisis, la demanda no deja de aumentar entre los chinos estresados,
primeros asiáticos mordidos por dentro. El periodista se pregunta si, después del
«tío Marx», el imperio del medio no va a dirigirse hacia el «tío Freud.» Se le
olvida el «tío Nietzsche», cuya hora sigue sin parecer que ha llegado. Reflexiono:
¿no sería oportuno que yo abra un gabinete de analista en Pekín? Desde aquí está
viendo usted la novela: Un diván en Pekín, best-seller automático. Procedería
mediante acupuntura psíquica. Sesiones cortas, e incluso zen, a lo Lacan. Vacilo.
Tendría que dedicarme en serio al chino, aunque allí la polución es demasiado
fuerte.
Su maestro anglosajón, de quien desde ahora ya no es usted más que un
pequeño dominio, ¿no para de decirle o de hacerle notar, él o sus colaboradores,
que es usted too French? Ponga el too sobre el too, el demasiado sobre el
demasiado, diez veces mejor que una.
#
Soledades: Montaigne recuperando su soledad con un suspiro; Retz,
arzobispo de París, sublevando barrios enteros ; Pascal y su noche de fuego;
Saint-Simon, agotado, por la noche, por las ignominias de la Corte, y encendido
sus velas para más tarde o para nunca; Voltaire, en carroza, huyendo de Federico
de Prusia; Rousseau a la deriva, echado en su barca; Casanova, un día de lluvia
en Bohemia; Maistre, una hermosa velada en San Petersburgo; Sade, hombre de
teatro en Charenton; Chateaubriand, llorando en Saint-Louis-des-Français, en
Roma; Baudelaire, embarcándose una noche en Burdeos; Lautréamont,
desembarcando una mañana en Burdeos, Rimbaud, al frente de una caravana de
armas por el desierto; Mallarmé, y su espasmo final de la glotis; Proust
sofocándose en su lecho; Céline, en prisión, en Dinamarca…

289
Me atengo al francés, pero la lista, en italiano, español, inglés, alemán, sería
larga. Y, por último, vistas de cerca, soledades de cada uno y de cada una.
Todaencadauno, Todaencadauna, personalidades anónimas, aztecas o egipcias,
tiempos antiguos…
#
La joven masajista que viene a verme por la mañana temprano se llama
Ophélie. Tiene 24 años y se preocupa, con fuerza, habilidad y precisión, de mi
hombro derecho. Siempre me encuentra un poco contraído, por lo tanto no lo
bastante chino, y con razón. Tiene un amigo de su edad, quiere, un día, tener tres
hijos. Comprende íntimamente los músculos, los circuitos nerviosos, todo lo que
vive bajo la piel, como quien no quiere la cosa. Es muy consciente del color
erótico casto de este tipo de sesión. Me pregunta cuándo me voy de vacaciones y
finge asombrarse cuando le digo «nunca». Pero ¿el sábado? ¿El domingo?
«Todavía menos.» Extraño cliente, muy distinto de los otros, deportivos.
¿Adivina acaso que de pronto es un hada de paso? Por supuesto.
#
Mis dos hermanas han tenido siete hijos, y sus hijos más de quince. Una de
mis sobrinas vuelve de Berlín, una de mis sobrinas-nietas (22 años) estaba en la
India, luego en Shanghai, y escribe en un periódico de finanzas. Uno de mis
sobrinos, Hugues, produce un excelente burdeos, del que me envía tres cajas.
Todos estos personajes son extraños, viven un poco en todas partes, en Suiza, en
Burdeos o sus alrededores, en Biarritz, Nantes o Estrasburgo. A algunos sólo les
veo una vez al año, aquí, en Ré, entrevistas rápidas. Lo más sorprendente es que
apenas tienen noticias unos de otros. Se informan de los nacimientos de
improviso, de las enfermedades o de las separaciones con palabras encubiertas.
«¿Qué tal en Shangai» «Ya te contaré». No se cuenta nada, y todo marcha bien.
Ellos y ellas saben que soy «escritor», y conocido incluso, al parecer. Pero es la
menor de sus preocupaciones, y les apruebo.
#
Durante este tiempo, tras sus libros sobre Hannah Arendt, Mélanie Klein y

290
Colette, Julia, por su parte, está dando el último repaso a un grueso y apasionante
volumen sobre santa Teresa de Ávila, lo que por momentos me permite
imaginarme como Bernini o como Juan de la Cruz. El ateísmo freudiano
sonriente de Julia es inflexible, mientras que, pensándolo bien, yo sólo soy ateo
una vez de cada tres. Hay un hermoso retrato, poco conocido, de santa Teresa,
hecho por Velázquez, en el Prado. Aparece bellísima, con los ojos en el cielo y
una pluma en la mano. Este Doctor femenino de la Iglesia escribió mucho, y sus
visiones son célebres. Repito la fórmula que prefiero de ella, según la cual el
Infierno es un lugar donde no se ama.
Si adopto la teología católica de la Resurrección, de la que nadie me habla
nunca, veo que en este momento consigo un cuerpo impasible, ágil, sutil y
glorioso. Esto me va.
#
Un tiempo gris claro, sin viento, es ideal para escribir. Poco a poco el cielo
se aclara, el sol se abre paso, los colores se afirman. Iré a bañarme al final de la
tarde, llevado por una ligera brisa nordeste, con pequeñas arrugas continuas sobre
el agua, el sueño. El rosal, protegido por un lienzo de tapia y la mimosa y la
acacia enlazadas, hace florecer de nuevo sus grandes cálices rojos de corazón.
Cruzo la carretera, estoy inmediatamente en la playa, no hay nadie, debo, para
entrar en el agua, salvar un muro de algas donde me hundo hasta las rodillas, y
luego es el océano tranquilo bajo el sol, un banco de gaviotas a la izquierda, otro
a la derecha. Aceptan, y es raro, al humano que se mezcla con ellas. No tengo
ninguna mala intención, es la paz.
#
Me dejo llevar, y más tarde me entero por sorpresa, gracias a mi sobrino,
que la expresión «hacer Mao» la emplean de forma habitual en las playas, desde
hace veinte años por lo menos, los jóvenes para indicar que uno se deja llevar por
la corriente. Por supuesto, no tienen ninguna idea (o muy vaga si la tienen) del
célebre baño de ese grande y sutil criminal en el Yangzi, para desencadenar su
«Revolución cultural». En esa época tiene 73 años, deja creer que está muy

291
cansado, y de pronto ahí lo tenéis, en pleno río Azul, nadando quince kilómetros,
tortuga milenaria, rodeado de centenares de otros bañistas que blanden grandes
banderas rojas. Existen documentos filmados, pero nadie de 20 años parece
haberlos visto, y todavía menos saber a qué corresponden. Enigma, pues, de las
transmisiones simbólicas. «Hacer Mao», finalmente, es una tendencia. Me río
completamente solo, y las gaviotas también.
#
Regreso por el jardín, me pregunto a dónde ha ido a parar mi memoria, pero
está ahí, en el rosal, por lo tanto en ninguna parte. Intenta ser tú mismo una rosa,
es decir «sin por qué». Conoces el «cómo», no tienes necesidad del «por qué».
Contemplo de todos modos, en la televisión, la ceremonia de entierro del
cardenal Lustiger en Notre-Dame de París. Es perfecto. El presidente de la
República francesa ha interrumpido su viaje a Estados Unidos para asistir al
espectáculo, en un sillón algo grande para él. En el pórtico, tierra de Israel,
minuciosamente echada en un tazón sobre el ataúd de este cardenal judío (un
acontecimiento de primera importancia en la catolicidad), y Kaddish recitado en
arameo («la lengua de Jesús»), señalan los comentaristas. Entran en la catedral
con un fondo de requiem æternam, los discursos son impecables, arzobispo,
Academia Francesa, mensaje del Papa Benedicto XVI, luego desaparición del
ataúd en la cripta. La coral de Notre-Dame me parece en franco progreso:
siempre es así, en estos días extraños.

«Dios»

Analicemos un poco esa cuestión de Dios mono. Leo la Biblia, los profetas,
los Evangelios, el Corán, y enseguida me parece evidente que, en esa región

292
fundadora y siempre en ebullición, es la figura de Cristo la que atrae más la
atención.
Hago como si ignorase todo el resto, me vuelvo por lo tanto
contemporáneo, un contemporáneo raro, con los bolsillos llenos de dioses
griegos, pero muy extrañado ante la falta de discernimiento de los vivos.
#
No entro en las guerras de religión, las desviaciones, las herejías, las
escisiones, los anatemas, dejo todo eso a los Propietarios del Tiempo, o que se
creen tales. Lo que quiero es probar directamente la Revelación cara a cara, y, si
no ver a Dios mismo (se muere al verlo), al menos estar aquí cuando un hombre
se pretende hijo de Dios, y luego Dios en persona. La historia ya se conoce (¿de
verdad?), y ha tenido las consecuencias que se saben (¿de verdad?).
#
Me pongo por tanto en un presente integral, estimo que todos los
malentendidos van a situarse en el pasado, abro el Evangelio de Juan (que me lo
pide) y le escucho en el presente. Me quedo con el término Verbo, mejor que con
Palabra, es menos rutinariamente humana, más significativa. Evito los
versículos, dejo fluir la prosa.
Esta:
«En el comienzo es el Verbo, y el Verbo es con Dios, y el Verbo es Dios. Es
en el comienzo con Dios, Todo es por él, y nada es sin él. Lo que es en él es la
vida, y la vida es la luz de los hombres, y las tinieblas no la sofocan.»**
#
Continúo:
«El Verbo es la luz verdadera que ilumina a todo hombre, viene al mundo,
está en el mundo, y el mundo es por él, y el mundo no le reconoce. Viene a su
casa, y los suyos no le acogen.»**
Y es ahora, ahora mismo, cuando esto pasa.

*
Jn. 1, 1-5. [NE.]
*
Jn. 1, 9-10. [NE.]

293
Continúo:
«Pero a cuantos le acogen les da el poder de ser hijos de Dios, a los que
creen en su nombre, él que no es engendrado ni por la sangre ni por una voluntad
de carne, ni por una voluntad de varón, sino de Dios.»**
De paso anoto que «deseo de hombre» debe entenderse también como
«deseo de mujer», lo cual no se dice, pero es mejor decirlo.
#
Continúo:
«Y el Verbo se hizo carne, y habita entre nosotros, y nosotros
contemplamos su gloria, gloria que tiene de su Padre como Hijo único, lleno de
gracia y de verdad.»**
Por último:
«De su plenitud recibimos todo, y gracia por gracia. Nadie ve nunca a Dios,
el Hijo único que ha vuelto al interior del Padre, este le hace conocer.»**
#
El presente presentificante tiene la ventaja de volver más real el ritual de la
eucaristía donde la introducción de «en memoria» suena demasiado como una
conmemoración. Es aquí, ahora, de inmediato cuando la transubstanciación tiene
lugar. Decir es transformar. Decir que decir lo hace todo es abrir la luz.
Finalmente, todo esto es una enorme blasfemia, y así es como los
contemporáneos lo comprenden al escuchar al Decidor divino. Desde su punto de
vista tienen razón, incluso si ese Judío sublime les tranquiliza sobre su Ley,
Moisés, la Escritura, etc. Recuerdo haberme sorprendido que Proust (sin embargo
encantador de primera comunión) llama a Cristo, en una de sus cartas, «el
Blasfemador.» No se puede expresar mejor.
El acontecimiento es turbador, y eso irrita a la Sinagoga. «No siendo más
que un hombre, te haces Dios.»

*
Jn. 1, 12-13. [NE.]
*
Jn. 1, 14-15. [NE.]
*
Jn 1, 16-18. [NE.]

294
#
La cuestión, expuesta nítidamente, es biológica, y afecta simplemente a la
Muerte («pacto con la muerte», «la muerte, amo absoluto», dirá Hegel). Dios,
presente en tanto que hombre, os dice «Sé de dónde he venido y adónde voy» **, y
esto no es sólo una historia de Hijo y de Padre, sino decididamente la
reafirmación del nombre divino: «Yo Soy.»**
#
«¿Quién eres tú», le preguntan muy serios los judíos. Respuesta: «Desde el
principio, lo que os digo.»** En resumen, Yo, la Verdad, hablo. La Verdad viene
para salvar y haceros libres, y el que la oye «no verá nunca la muerte». Aquí,
pánico: el hombre en cuestión no puede sino estar poseído por un demonio (a
pesar de sus milagros físicos), está probablemente loco, incluso aunque diga
palabras muy razonables, en cualquier caso anuncia una cosa abominable. No
morir es el escándalo absoluto, puesto que la muerte es la única realidad cierta de
la que se tiene miedo. «Vengo para que haya vida, y vida superabundante» (el
subrayado es mío).
Viene entonces el episodio crucial, siempre sobre el Tiempo, la cuestión de
Abraham. En el fondo, en todo esto hay tres «padres». El justo, el verdadero, el
luminoso, el Verbo encarnado (revolución), el padre antepasado biológico
reverenciado (Abraham), y luego, y esto es muy nuevo, el «Padre de la mentira»,
dicho en otros términos, el Diablo mismo. A sus contradictores, que de hecho
quieren matarle, Cristo les dice en efecto: «Vosotros sois del diablo, vuestro
padre, y son los deseos de vuestro padre lo que queréis poner en práctica, él es
homicida desde el comienzo, es mentiroso y padre de la mentira»** (el subrayado
es mío).
Ese «homicida desde el comienzo» es monumental. Os recuerda que Eva

*
Jn 8, 14. [NE.]
*
Jn 4, 26. [NE.]
*
Jn 8, 25. [NE.]
*
Jn 8, 44. [NE.]

295
trabajó para la muerte por sugerencia del Diablo, en resumen que el homicidio (o
el infanticidio) esta ahí desde el principio de la Caída, y esta no tiene nada de
fatal ni de natural.
#
El Verbo ha caído en la sangre, en la carne, y en la voluntad de la carne: él
mismo viene a decirlo en la sangre y en la carne. Estupor, y escándalo que merece
la muerte.
La pulla extrema del blasfemo se alcanza por tanto cuando Cristo, no
contento con adjudicarse el nombre de Dios revelado a Moisés desde la zarza
ardiente, se sitúa en relación con Abraham mismo: «Abraham, vuestro padre,
exultó con la idea de que vería mi día. Lo ha visto y ha sido en la alegría.»**
Abraham está muerto, los profetas están muertos, todo el mundo está
muerto, todo el mundo va a morir, y debe hacerlo, sólo Dios no muere, pero es
inaccesible salvo por la Ley. La Ley es la vida de la muerte. «No tienes cincuenta
años ¿y has visto a Abraham?» El colmo: «Antes de que Abraham fuese, Yo
Soy.»**
#
No hay duda, se impone la lapidación, ese Blasfemador es el Adúltero
supremo. Pero todavía no ha llegado la hora, y el Criminal se eclipsa, al pasar
cura a un ciego de nacimiento y luego insiste en el hecho de que se le reconocerá,
animalmente, por su voz.
Voy a ahorrarme la continuación, pero en este punto lo más sorprendente no
es el rechazo indignado, sino que algunos hayan caminado en ese escándalo, en
esa locura, y en lo que hay que llamar ese crimen. Un crimen contra otro crimen.
La impresión dominante, en cualquier caso, es que nadie sabe muy bien de
qué se trata, y de que la confusión persiste. Este Verbo va a dar mucho que hablar
y mucho que delirar. Sin embargo, si me atrevo a decirlo, es muy sencillo, lo
digáis en hebreo, en arameo, en griego, en latín, en francés.

*
Jn 8, 56. [NE.]
*
Jn 8, 58. [NE.]

296
#
Sólo una pequeña insolencia de pasada: Epicuro fue mal visto debido a su
proximidad con una prostituta conocida; Cristo, soltero blasfemador, tiene su
mala reputación a causa de María Magdalena. ¡Camaradas, cómo os comprende
mi juventud! ¡Y cómo Nietzsche, sí, el Anticristo mismo, se le ocurrió al final de
su vida, en Turín, imaginar que las «mujercitas» serían bienvenidas en su
pensamiento profundo! ¡Ay, por desgracia demasiado tarde!
No confundamos: Epicuro es Epicuro, Cristo es Cristo, y Dioniso (con o sin
sus ménades) el dios filósofo de Nietzsche. ¡Quiera el cielo que los filósofos se
vuelvan dioses en lugar de darnos moralina! (Para más detalles sobre este
programa detonante, Una vida divina.)
#
Vuelvo de Israel un día, hace veinte años, en la compañía El Al. Como
casher, es más ligero y mejor. El avión está lleno de jóvenes colombianas judías
que vuelven de Jerusalén. Una de ellas, muy guapa, se interesa en mí, hablamos
mitad en español mitad en inglés, se ríe, tiene ganas de coquetear, y de repente,
muy seria, me pregunta si soy judío. Honesto digo que no. Ella se retira despacio
y me dice, con una gran sonrisa: «Don't worry.»
A buen seguro, ella es hada en otro mundo.

297
Noches

Rojo por el oeste al atardecer, amarillo por el este al amanecer. Pescado de


cena, informativos y, durante media hora, cualquier serie de tele americana,
completamente olvidada al día siguiente. En realidad, salvo ajustes técnicos e
invasión de ordenadores y de lo virtual, siempre es la misma historia. El poli
bueno, el poli malo, el horrible malvado, la mujer-rehén, la mujer-traidora, la
mujer futura que será feliz a pesar de la muerte de su hermano, de su padre, de su
hermana. Las carreras-persecuciones a tumba abierta, los virajes de 180 grados en
los aparcamientos, las ráfagas de tiros, las explosiones, el depósito de cadáveres,
los asesinos en serie, los desciframientos angustiosos (porque una bomba está a
punto de estallar de un minuto a otro), la difícil, pero inevitable, victoria del Bien
sobre el Mal. En resumen, tomo el pulso del Espectáculo. Si aminorara la
velocidad, sería muy mala señal en la Bolsa, porque todo va bien acelerado en el
peor de los mundos posibles.
#
Por la mañana hojeo los periódicos y las revistas, y una vez más me
maravillo de la vida de los «people», dinero gastado a raudales, mujeres fatales,
actrices imposibles de evitar, bodas, divorcios, esperas de bebés en serie, drama
de las parejas o nuevos amores deslumbrantes. También aquí las fórmulas de
presentación no varían, sólo son indicativas las substituciones, las generaciones
se suceden, vaya, todavía un muerto célebre del tiempo pasado, a la página
siguiente. Los sucesos de ayer ya están muy lejos, y los de ahora mismo en rápida
disolución. La astucia consiste en mezclar a este desencadenamiento de deseos
algunos documentos particularmente atroces: hambre en campos de refugiados,

298
ahorcamiento en países bárbaros, descubrimiento de nuevos osarios, infanticidios,
crímenes pedófilos, incendios o inundaciones con multitudes enloquecidas
huyendo. El horror pone mejor de relieve la falsa felicidad.
#
Tras eso, hacia las diez de la noche y hasta las doce, tengo cita con la
Noche, la verdadera Noche, la gran «costurera de estrellas». En Ré, como si
estuviera en un barco, tengo a mi disposición un verdadero planetario. La Osa
Mayor, allá, a la izquierda, va a caer lentamente hacia el océano. La Pequeña es
más musical, y permite localizar la estrella Polar. Venus, acechada por la noche y
el amanecer, la estrella de los amantes ocultos. Constelaciones, la Vía Láctea,
como el techo silenciosamente móvil de un palco. Los aviones van sobre todo
hacia el oeste, parpadean (los pasajeros duermen), los satélites son más rápidos,
se diría que se puede oír su distorsión. Algunos rastros de estrellas fugaces, pero
con ellas, para un deseo, hay que ser más que inmediato. El faro, llamado «de las
Ballenas», acaba de barrer la pared blanca de mi cuarto, uno-dos-tres-cuatro-
nada, uno-dos-tres-cuatro-nada, y vuelta a empezar. Ese palpitar cardíaco me
cierra los ojos. Y, no lejos, está la gran noche líquida del océano, que vela.
#
Antes de dormir es el momento de las notas apuntadas para el día siguiente,
y luego, en el jardín, el silencio de espera y llamamiento. Hay que rezar al
silencio, te oye. Y rezar, al mismo tiempo, a la hierba, a las piedras, a la gravilla,
a la Tierra, a su centro y a su otro lado, y también a las flores y a los árboles que
se repliegan sus cálices y su madera. Todavía algunas gaviotas dicen chillando
sus sarcasmos, ¿allá? No por mucho tiempo, pronto se produce el vacío. Por la
mañana, a las 6, sin ruido, las garzas y los copetes, llegados del bosque de
cipreses cercano, cruzan el cielo cuando se levanta el sol.
#
La Noche me enseña, y no tengo necesidad de saber qué, mucho más allá
de las pesadillas y de los sueños pronto interpretados, la película es de sobra
conocida. Me gusta caminar en medio de una oscuridad profunda, lo hago desde

299
la infancia. Como un ciego, cantando un poco por dentro. Y luego me duermo de
golpe, y si no pasa nada es que me encuentro bastante bien (menos bebido, menos
hablado, más concentrado).
Son escasos los amantes de la Noche por la Noche, de la Noche negra.
Ladrones de tiempo. Los demás duermen, o están embruteciéndose en lugares
productores de ruido, pero tu velas como un idiota bienaventurado. Recoges al
pasar una hoja de laurel, de menta, de lavanda, la aprietas en tu mano derecha,
atraviesas los años. Respiras por los talones, a lo chino. Iban a olvidárseme la
luna y los claros de luna, pero la evolución parcelada de la luna y de las mareas es
una dimensión de lo negro.
#
Ahí es donde debemos escuchar a Zhuangzi:
#
Codearse con el sol y la luna,
tener bajo el brazo el universo,
que todo se una y concuerde,
dejar a las cosa su desorden,
y como a señor tratar al esclavo.
La gente se afana y se debate,
el sabio hace el papel de idiota,
participa de todas las edades,
pero, sencillo, alcanza la pureza.
#
Y también:
«Antaño, los hombres verdaderos tenían un sueño sin sueños, y una vigilia
sin preocupaciones. Se alimentaban sin buscar más lejos, y profunda, profunda,
era su respiración. El hombre verdadero respira por los talones, el hombre
corriente por el pecho.»
Para decir cómo funciona, Zhuangzi, con modestia, habla de la
imperfección de los hombres de «antaño». Es más fabuloso que nunca vivir en la

300
novedad de antaño.

301
Gusto

El sueño es un arte de nadador, y, en una vida, los compañeros de sueño


pueden contarse con los dedos de una mano. Para un hombre, hay mujeres de
sueño, sueño de día o sueño de noche da igual. En cualquier caso, no todas las
noches, en caso contrario es una lata. Una mujer de sueño acepta el vuestro, y se
cuela en él sin esfuerzo. ¿No está en el horizonte el asesinato? Confianza. Como
en la risa, una mujer bien dormida vale por diez. Nada de risas, nada de saber
dormir.
#
Se precisa mucha frivolidad para jugar juntos a la imagen de la muerte.
Bien muertos, mejor vivos. El «desayuno» lo dice todo. Pero las siestas tienen su
profundidad y valen por noches enteras. ¿Dónde estábamos ya? Ah, sí, todavía
ahí. El amor es una agitación viva y alegre, pero también un reposo de
mortalidad.
Por tanto, al precio que sea, mi hijo, mi hermana, mi dulzura, orden,
belleza, lujo, calma, voluptuosidad. El orden y la belleza, fácil. El luego puede
ser muy simple, y no lo encontramos en los lugares comisionados a ese efecto. El
lujo es la intensidad, no la exhibición ni la clientela. He conocido a gente muy
rica, el aburrimiento rezumaba de sus paredes (y a veces, incluso, de los lienzos
de maestros convertidos en esclavos), y a gente pobre, pero en este caso la
tristeza envenena el aire. La riqueza se puede hacer con casi nada, las hadas
entienden de esto (vestidos, sacos, zapatos, joyas). Ojo, visión, crueldad, bondad,
gusto.
#

302
La palabra goût [gusto], en francés, resume ese saber vivir. Hay palabras
semejantes, tact [tacto], por ejemplo, o grâce [gracia], gré [grado], guise [guisa],
cualidades aristocráticas parientes. La familia de los Guise está muy mal vista en
Historia a causa de la Liga y de la horrible San Bartolomé (3.000 muertos, crisis
de nervios de Voltaire en cada aniversario de esa matanza), eterna guerra civil
francesa, negada pero proseguida a través del tiempo. Guise es de todos modos
un apellido increíble, en el que se cuentan tres asesinados de envergadura, entre
ellos un cardenal (22 de mayo de 1588, en Blois).
Pueden imaginarse apellidos definitivamente sediciosos de ese tipo: conde
du Goût, princesa de Grâce, marqués du Gré, duque de Guise… Los han matado
a todos, ¿por qué encarnizarse?
La mejor definición del gusto es, en mi opinión, esta, en una carta de
Vauvernages a Voltaire, fechada en Nancy el 4 de abril de 1743:
«En materias de gusto, hay que sentir sin ninguna gradación, porque el
sentimiento depende menos de las cosas que de la velocidad con la que el espíritu
las penetra.»
«El mal gusto, dice Stendhal, lleva al crimen.» Basta escuchar a Georges
Bataille, en septiembre de 1933 (subrayo la fecha):
«Stalin, la sombra, el frío proyectado por ese solo nombre sobre toda
esperanza revolucionaria, tal es, asociada al horror de las policías alemana e
italiana, la imagen de una humanidad en la que los gritos de revuelta se han
vuelto políticamente despreciables, en la que esos gritos no son más que
desgarramiento y dolor.»
Se olvida demasiado que Roosevelt llamaba a Stalin «Uncle Joe», y hoy día
pueden oírse, en privado, a estadistas occidentales hablar de «Brother Putin».
Las metamorfosis de la mentira planetaria, mafias incluidas, no dejarán de
asombrar a un «sabio en el sillón sombrío.»
#

Al hablar de aristocracia pienso evidentemente no en la lamentable

aristocracia de los acontecimientos «people», sino en la cuestión de fondo

303
planteada por Nietzsche. «¿Quién es noble?» Oscuramente todo el mundo se da

cuenta de que se necesita una nueva nobleza, porque ahora es «plebe arriba y

plebe abajo». No una nobleza de apellidos ni de privilegios, sino de espíritu.

Nacerá poco a poco, desde el fondo del desastre, y todavía es demasiado pronto

para formular una opinión. Lo que cuenta por ahora son las fuerzas que no la

quieren a ningún precio, puesto que no tiene precio. Conviene hacer confesar a

esas fuerzas.

Noche del 4 de agosto: declaración del nacimiento de una nueva nobleza de

espíritu. X, Y o Z, que vienen de no importa dónde, y sobre todo ninguna

definición «nacional».

Ya no sé qué autor, queriendo estigmatizarme desde lo alto de su taburete

jacobino, un día me trató de «liguista». No está mal visto.

No hay «literatura-mundo», pero hay, y habrá, una literatura-espíritu.

304
Identidades

Tienes varias identidades, y por instinto y sensatamente no quieres

renunciar a ninguna. Sin embargo es una demanda acuciante: no esto y esto a la

vez. Pues bien, sí, ¿por qué no?

Toda mujer, por ejemplo, se cree sola y única en el mundo. Es normal, pero

tú no estás obligado a entrar en esa metafísica, paranoica, por otra parte bien

fechada (ella, sin embargo, insiste, cosa que nadie parece comprender). Este

punto de vista es social, por lo tanto para ti carece de valor, lo cual no te ha

impedido casarse con la mujer que ha elegido (ella también ha elegido), sin

pensar nunca en posibilidades de divorcio. En resumen, has tratado este tipo de

cosas a tu aire, no sin gracia, con gusto, y de muy buena gana. Esto no ha

interrumpido en absoluto tu amor esencial por una mujer conocida antes de tu

mujer legal, ni tu vida, más bien agitada durante mucho tiempo.

Tienes tus documentos de identidad, defiendes a todos los indocumentados,

no admites que, en nombre de la «nación» (para ti palabra muy hueca, llena de

repliegues sombríos) se vaya a perseguir a unos o a otros. Eres un ciudadano

decente, sin historias, que paga sus impuestos. Pareces «doctor», y probablemente

no pareces «escritor».

Bueno, pero ¿quién eres, en última instancia, para el Cíclope del

Espectáculo? ¿Escritor, novelista, ensayista, periodista, escritor, mediático? ¿Cuál

es tu verdadero nombre? Nadie. ¿Crees que vas a salir bien parado así? Pues

claro, y no bien, sino muy bien.

305
#

¿Nada de nostalgia, de melancolía, de «café de la juventud perdida»? No.

Siempre he conocido y tratado a individuos, hombres y mujeres, que a simple

vista estaban «al ataque», con un coraje notable cualesquiera que pudieran ser las

consecuencia. ¿Coraje o inconsciencia? Coraje. Cuando los citados individuos

creyeron que superaba compromisos que ellos deseaban para sí, no he vuelto a

verlos. Nada de reblandecimientos, pero tampoco martirio. La tendencia al

martirio fue la plaga de la antigua época, lo cual no quiere decir que el

reblandecimiento sea mejor.

¡Oh Sociedad! Tú no tendrás más que mis restos y mis manuscritos. Cuida

de los segundos, lo merecen.

¿Estoy pidiendo perdón? No. ¿Que se me perdone? Tampoco. Que todo el

mundo asuma sus riesgos. Yo asumo los míos, es lo menos que puedo hacer.

En el fondo, después de mil pruebas que no te gusta evocar, y que muy ha

menudo te han convertido en un humano agotado como los otros, ya que has

sobrevivido das prueba de una prudencia de alquimista. No tienes que hacer

muchos esfuerzos, pues una vez que lo Social se ha formado una imagen de ti, se

atiene a ella, se mantiene en sus trece, la repite. Incluso esto que aquí escribo no

le hará cambiar de opinión, estoy fichado de por vida. La ventaja es que no

puedes desplazarte con una película de invisibilidad: oculto en pleno día,

evolucionas entre una humanidad finalmente amable y comprensiva, es decir, que

no pide otra cosa que no comprender nada. Cada cual sus circuitos.

Hace uno o dos siglos, tal vez habrías debido disimular la locura, con los

peligros de encierro que eso supone, pero ya no es necesario, puesto que, ahora,

la locura está por todas partes de forma visible. No tendrás que acabar tus días,

como Hölderlin, en casa de un carpintero, firmando poemas, datados antes de su

nacimiento, con el nombre de Scardanelli (vaya, Italia otra vez). Asimismo,

queda excluido que caigas paralítico y chocho en manos de tu madre o de tu

306
hermana, tampoco es fatal que te cuelgues en una calle desierta, o que te dispares,

en medio del campo, un tiro de revólver o de carabina en pleno corazón.

Tampoco es necesario que seas un superviviente de los campos de concentración

o de los asilos psiquiátricos, con sus viejos electrochoques románticos de antaño.

Ahora la química está ahí.

Lo Social habrá sido muy aficionado a este tipo de naufragio, que siempre

le ha confortado en su confort embrutecido. No todo lo social, por supuesto, que

nunca ha oído hablar de estas tragedias, sino un clero muy especializado en esas

cosas, clero activo, universitario, psicoanalítico, filosófico, periodístico al que

nada gusta tanto como las deconstrucciones tóxicas, con olor a muerte. Desde

este punto de vista clerical, todo debe quedar claro: los malditos son los malditos,

los locos los locos, los suicidas los suicidas, los profesores los profesores, los

académicos los académicos, el mercado el mercado, los críticos los críticos. Si no

aceptas ese orden, destrúyete, nosotros haremos el resto. En cualquier caso,

renuncia a tu identidad. Así funciona todavía una Iglesia rumiante y negra, de la

que soy considerado, con justo motivo, como el adversario informado mayor.

307
Shakespeare

Veo una vez más la maravillosa película de Madden Shakespeare in love**

(1998), con la deslumbrante, fina y sutil Gwyneth Paltrow. ¡Cómo besa Gwyneth

a su Shakespeare, no al actor que encarna el papel, sino al propio Shakespeare a

través del tiempo! Devora con energía a su fantasma, y es muy hermoso, está

mucho más allá de la cámara, porque Gwyneth es realmente Julieta con su

William Romeo. Ha leído y entendido a Shakespeare como nadie, se encuentra

ante un muchacho al que puede besar, y unas veces mujer, otras muchacho, está

tan sorprendente en un papel como en otro.

Ama con todo su cuerpo las palabras que han venido a encantarla.

Shakespeare, y sólo él, permite eso, sueño de una noche de verano, magia, hadas,

música, cielo estrellado. Demostración única: Shakespeare más fuerte que

Hollywood. No nos atrevíamos a creerlo, pero Gwyneth lo ha hecho (no sé lo que

ha sido de ella, carrera honesta, sin más, tenía 26 años en esa época). ¿Los besos,

las bocas, las lenguas? Todo está ahí, el resto viene solo (o no), prueba de que un

cuerpo se habita verdaderamente a sí mismo, o bien vive a un lado (es el caso

más frecuente). Es posible que Shakespeare nunca haya sido besado de esa forma,

pero su poesía sí. Pobres franceses, ¿qué tenemos nosotros en teatro? Comicidad,

ingenio, alejandrinos gimientes, pero ¿el cuerpo, los nervios, la virilidad, la

*
Shakespeare in love (Shakespeare enamorado). Director: John Madden. 1988,
123’. Miramax Films/ Universal Pictures. [NE.]

308
fulguración rítmica? Los ingleses siempre han tenido razón, porque Shakespeare

tenía razón.

Nunca se ha desafiado mejor al absurdo, a la nada, a la muerte, a la locura,

al crimen, y, al mismo tiempo nunca se ha celebrado mejor el amor, la armonía, la

dulzura, las flores. ¡Imponente Gwyneth! Y sin embargo es americana, nacida en

Los Ángeles en 1972. Consiguió el Oscar a la mejor actriz en 1998 por

Shakespeare in love, e incluso el premio al «mejor beso» por ese mismo film, en

el que su pareja era Joseph Fiennes. Este «premio al mejor beso» me deja

pensativo. Que me enseñen los otros, antes y después de ese, que, por otra parte,

cada vez es diferente (y no para de serlo). Nada de languidez, de blandura, de

simulación romántica; besos de fuego completos, como espadas. To be or not to

be? To be!

A menudo he recurrido a la vitamina Shakespeare en los momentos de

aceleración (H, Paradis, Mujeres). La mayor secuencia sobre él, en el Ulises de

Joyce, es una de las más bellas digresiones que se han hecho sobre el autor de

Hamlet. En el cine, la interpretación de Laurence Olivier sigue siendo

insuperable. Toda la música de Purcell o de Haendel permite oír respirar los

pechos y las voces del sublime artista. Aquí, en mi isla, La tempestad nunca está

lejos de mí.

Próspero:

«Mi ciencia prevé que mi cenit es visitado por una estrella muy favorable,

cuyo influjo tengo que acoger sin demora, en caso contrario mi destino entraría

en declive para siempre...»

O bien:

«Por gentileza, sabiendo hasta qué punto amaba yo los libros, él me

proporcionó algunos que yo coloco por encima de mi ducado.»

309
La tempestad es la victoria mágica de la ciencia de los libros sobre la

realidad falsificada. Magia blanca contra magia negra. Gracias a sus libros, que

por lo tanto son mucho más que libros, Próspero ha desposeído de su isla a un

brujo y a su hijo, y vive en ella con su hija Miranda, que ha llegado con él,

exiliados cuando ella tenía 3 años. Gracias a Ariel, un espíritu al que Próspero ha

liberado, tiene poder sobre la Naturaleza, la nervadura de los fenómenos, los

resortes y la maquinaria de los vientos y del agua. Al final, Próspero-Shakespeare

indica claramente que renuncia al incesto Padre-Hija que irriga secretamente toda

la pieza. Magia blanca, Padre-Hija; magia negra, Madre-Hijo. Quien no lo ve, no

ve gran cosa.

La magia blanca, a través de palabras, música, espíritus, propone abrir los

ojos sobre el mundo y la sociedad, esta última siempre movida, cualquiera que

sea, por la magia negra. A pesar de tus rechazos, prefieres esta última. Si, por el

contrario, estás de parte de Próspero, sólo te queda retirarte de puntillas pidiendo,

irónicamente, la indulgencia del público (en caso contrario la obra no sería

representada). La misma estratagema en el final del Don Giovanni de Mozart,

hermano de Shakespeare.

Hay un Shakespeare «italiano», fascinado por ese país que van muy por

delante, al que Francia se cree superior, y uno se pregunta por qué. La cuestión

religiosa está evidentemente ahí, en la sombra. ¿Qué hacen esos franciscanos en

Romeo y Julieta? La ruptura de Inglaterra con Roma ¿no es un trágico error? En

cuanto a Shakespeare, está con mucha frecuencia en Verona, Milán, Nápoles,

Venecia, y hasta en Sicilia, en una Italia viva de su tiempo. ¿La Italia prohibida en

francés? Claro, y esa es la razón por la que el «milanés» Stendhal se empeñó en

su epitafio italiano.

Y luego ved esos nombres, sobre todo de mujeres: Miranda, Viola,

310
Cordelia, Ofelia, Perdita, Diana, Julia, Silvia, Bianca, Desdémona... En a para las

mujeres y en o para los hombres: Romeo (¡Roma!), Próspero, Banquo, Antonio,

Orsinio, Cassio, Yago, Otelo, Ludovico... Es cierto, el italiano, al abandonar el

latín, hace vivir el griego, y Homero nos habla a través de Shakespeare de la

misma manera que podemos oírlo también, directo, en las Illuminations de

Rimbaud.

311
Rueda libre

Quien ha visto mejor que nadie la circulación continua de la magia negra

social no es otro que el duque de Saint-Simon, ese extralúcido notorio. No soy el

primero en celebrarlo (Stendhal, Proust), espero no ser el último.

Observad su pequeña escritura tenaz, casi sin tachaduras. He ahí por lo

menos alguien que está seguro de avanzar en las tinieblas, a la vela, con total

legitimidad. Nada de dudas, de turbación, de vacilación: en todo momento en el

blanco. La puntuación cae cuando es necesario, y eso es la muerte. Todo es

luminoso en la revelación de lo que pasa entre bastidores.

Lo leo desde hace mucho tiempo en la admirable edición de Yves Coirault

(8 volúmenes en la Pléiade). Unas pocas páginas, y mi jornada está ganada. No

confía a nadie que él, Saint-Simon, está escribiendo: «Sería necesario que un

escritor hubiera perdido el sentido para dejar sospechar siquiera que escribe.»

Por el momento, me encantan algunos detalle de su biografía. Que haya

nacido la noche del 15 al 16 de enero de 1675, en la calle des Saints-Pères, en un

palacio destruido por la apertura del bulevar Saint-Germain. Que su padre,

Claude, se haya casado en segundas nupcias con su madre, Charlotte de

l’Aubespine. Que haya muerto el 2 de marzo de 1755, en la calle de Grenell. Que

haya ingresado en los mosqueteros en 1691 (a los 16 años, por tanto). Que haya

pedido que su ataúd estuviera encadenado al de su mujer, Marie-Gabrielle de

Lorges, muerta antes que él. Que fecha en julio de 1743 su Advertencia: «Saber si

está permitido escribir y leer la Historia, singularmente la de su tiempo.»

312
Singularmente.

Mejor que todas las novelas, sus Mémoires están llenas de cosas raras,

vibrantes, frías, emocionantes. Abro casi al azar, estamos en 1701, un tal Rose,

que tenía «la pluma» del rey (es decir, el derecho a escribir en su lugar imitando

su escritura, «cosa que habría costado la vida a cualquier otro), acaba de morir a

la edad de 86 años.

«Rose era un hombrecito ni gordo ni flaco, con un rostro bastante bello,

una fisonomía fina, unos ojos penetrantes y chispeantes de ingenio, una pequeña

capa, un gorro de raso sobre sus cabellos casi blancos, un pequeño alzacuello liso

casi de abate, y siempre el pañuelo entre su traje y su chaqueta: decía que allí

estaba más cerca de su nariz.

»Me había tomado amistad, se burlaba con mucha libertad de los príncipes

extranjeros, de sus rangos, de sus pretensiones, y siempre llamaba a los duques

con los que tenía familiaridad: “Vuestra Alteza Ducal”. Lo hacía para reírse de

esas otras presuntas Altezas. Era extraordinariamente limpio y apuesto, y lleno de

sentido hasta el final. Era una especie de personaje.»

En efecto, esa pluma de Rose no era un cualquiera: antiguo protegido de

Retz, luego de Mazarino, Toussaint Rose (1615-1701), miembro de la Academia

Francesa, tuvo por amigos a Boileau y a Racine. Una sola falta de gusto, pero

mortal: en 1683 se opone a la elección de La Fontaine, creyendo que es una

especie de Marot. No importa, merecía ser resucitado un instante, y sería justo

que un académico de hoy entonces un Elogio de Rose.

Uno que parecía haber caído a la vez de Lascaux y del Gran Siglo es desde

luego Louis, el esgrimista, mi bisabuelo paterno, del que desciendo

indudablemente por el apartado locura más o menos furiosa. Recuerdo su pena

313
incurable: la muerte atroz de su pura sangre preferido, quemado vivo en el

incendio criminal de un vagón en tránsito hacia una carrera en Londres. Una

pena, y dos furores: la electricidad enganchada en el culo de los esgrimistas para

identificar los toques, invención diabólica para él, y el handicap impuesto a los

caballos demasiado potentes en las carreras, detestable influencia del espíritu

democrático sobre el noble deporte.

En suma, un enfermo arcaico, sordamente monárquico, nada religioso,

nada republicano y a buen seguro anarquista. Un gilipollas sin duda, pero

sublime. Encuentro en mí algunos de sus furores melancólicos, pero pienso en él

con gratitud, puesto que perfeccionó el rincón de isla donde escribo (en este

momento se lanza sobre mí un enjambre de gaviotas reidoras).

Hay un dios de las islas, se sabe. Este era tirador, pescador, gruñón. Mi

madre se libró de él por la alegría y una inspirada charla a toda prueba. En

cualquier caso, la rueda libre de mi memoria procede de estos dos.

314
Clases

A menudo me he oído tratar de macho blanco, heterosexual, burgués, de

origen católico. La vergüenza. Esas acusaciones, mestizaje de clichés americanos

en ruso, provenían en general, machos y hembras confundidos, de individuos de

la «clase media» y que se presentaban como tales. Pequeño-burgueses y pequeño-

burguesas, por supuesto, pero «clase media» suena mejor al oído, y capta un

pálido eco redentor de «proletariado».

Marx lo observó: no hay ningún país en el que la «lucha de clases» haya

estado más implantada en los reflejos instantáneos que Francia. Es una larga

historia, sobre la que es inútil insistir. No se refutan las novelas familiares, uno

pasa.

Estos prejuicios de otra edad, siempre vivaces, apelan más bien a la

compasión que debería provocar todo ser humano que se considere miembro de

un conjunto. El «macho blanco» (occidental) es colonizador, fascista y nazi en

potencia, devorador de mujeres, y, si es «heterosexual» y «burgués», un

embrutecido total. ¿De «origen católico»? Todo se explica. ¿Me decís que tiene

varias mujeres a la vez, y que ha teorizado incluso ese atentado contra la moral

social? ¿Que ha llegado a pretender que, para un hombre, se necesitaban tres por

lo menos, nunca dos, y cuatro llegado el caso si el tiempo y el dinero lo

permiten? ¿No es un repugnante ataque a la dignidad humana? ¿Un escritor eso?

Créanme: nunca abarcará lo real, lo verdadero real, el del pueblo real

315
representado por la clase media universal real. Después de la aristocracia

insoportable, la burguesía, inaceptable, debe ser erradicada sin cesar. Además, la

«clase media» se reconoce encantada en la extensión de la mafia financiera

planetaria, uno para la pasta, la pasta para todos. Hay salidas en esa vía

igualitaria y regia.

—¿Macho?

—Perdón.

—¿Blanco?

— Perdón.

—¿Heterosexual?

—Perdón.

—¿Burgués?

—Perdón.

—¿De origen católico?

—¡Perdón, perdón!

Fantasmas... Por otra parte, ¿le apoyan los machos blancos heterosexuales

de origen burgués y católico? Nada en absoluto, al contrario. ¿Entonces? Bueno,

una curiosa soledad, desde el principio, y siempre.

La única solución justa puede expresarse así: Uno para Sola, Solo para

Una.

Resumamos: en la bajísima época en que vivimos, la información depende

de la GSI, Gestión de Superficies Impresas, Imaginadas, o Imaginarias. Uno

puede infiltrarse en ella como un virus y emitir en una longitud de onda

codificada.

Desde ahí se observa cómo se fabrica el IFN, Índice de Flotación de

Nombres (no hay que temer dejar flotar la imagen o el nombre propios, como en

la Bolsa).

316
Por último, no olvidemos que, en adelante, todo equivale socialmente al

ICC, Inferior Chapoteo Cualquiera (fórmula del coup de dés de Mallarmé**), y

sobre todo a la NCIN, Notable Cantidad de Importancia Nula (fórmula de

Lautréamont en una carta a su banquero parisino).

Desde mucho tiempo la Historia es una pesadilla de la que he conseguido

despertarme. Despertarse es cada vez un milagro.

*
Igutur. Una jugada de dados. Valencia, Pre-Textos, 1980. Traducción de Xavier
Aleixandre. [NE.]

317
Fiesta

Todos los 14 de julio, aquí, en la isla, celebro una breve fiesta

transnacional. No nacional, no internacional, trans. En el jardín a orillas del

océano, cuelgo de los árboles cuatro grandes banderas, una francesa, una inglesa,

una china, una de la Santa Sede.

Azul, blanco, rojo, rojo con estrellas dorada, amarillo y blanco. Las llaves

de san Pedro no quedan del todo mal al viento.

En el momento en que escribo estas líneas, la radio me informa de que seis

sólidos calabreses, oriundos de San Luca, han sido asesinados en Alemania, lo

cual demuestra que el tráfico de cocaína mundial conoce serios ajustes.

Mis líneas de palabras son, de lejos, las mejores.

Sólo un salto a Venecia para verificar si he tenido razón viviendo como he

vivido. La respuesta viene en barco, por la mañana, y es sí, todavía.

Este libro se publicará a finales del 2007, en lo que Nietzsche llamaba el

«falso calendario», puesto que, según él, el primer año de la «Salvación» debe

empezar el 30 de septiembre de 1888 **. Este volumen verá la luz dentro de 120

años. Es muy posible que nadie se dé cuenta.

*
El 30 de septiembre de 1888 Nietzsche concluyó en Turín, tres meses antes de su
ataque de locura, la redacción del libro El Anticristo, primera parte de su
anunciada «transvaloración de todos los valores», en su declaración de guerra
contra el cristianismo. (El Anticristo: maldición sobre el cristianismo. Madrid,
Alianza Editorial, 1996. Traducción de Andrés Sánchez Pascual). [NE.]

318
Y ahora, novela.

319
Obras de Philippe Sollers

Ensayos

 Discours parfait (En preparación).


 Un vrai roman. Mémoires, Plon 2007. [Una verdadera novela. Memorias.
Madrid, Páginas de Espuma, 2008. Traducción de Mauro Armiño. Edición de
Fco. Javier Jiménez.]
 Guerres secrètes, Carnets nord, 2007.
 Fleurs, Hermann éditions, 2006.
 Dictionnaire amoureux de Venise, Plon, 2004. [Diccionario del amante de
Venecia. Barcelona, Paidós, 2005. Traducción de marta Pino Moreno.]
 Liberté du XVIIIème, Gallimard, 2002.
 Illuminations (sur Rimbaud), Gallimard, 2002.

 Mystérieux Mozart, Plon, 2001. [Misterioso Mozart. Barcelona, Alba, 2003.

Traducción de Anne-Hélène Suárez Girad.]


 Éloge de l'Infini, Gallimard, 2001.

 Francis Ponge, Seghers éditions, 2001.

 L’Oeil de Proust (dessins de Proust), Stock, 1999.

 Francesca Woodman, Scalo Publishers, 1998.

 Casanova l'admirable, Plon, 1998.

 La Guerre du Goût, Gallimard, 1994. [Liberté du XVIIIème (Extract from La

Guerre du Goût), Gallimard, 2002.]


 Picasso, le héros, Le Cercle d'art, 1996.
 Les passions de Francis Bacon, Gallimard, 1996.
 Sade contre l'Être suprême, Gallimard, 1996. [Sade contra el Ser Supremo,
precedido de Sade en el Tiempo. Madrid, Páginas de Espuma, 2007.
Traducción de Cristina Vizcaino Auger.]
 Le Cavalier du Louvre: Vivant Denon, Plon, 1995.
 Baroque du Paraguay, Hoëbeke/Seita, 1995.

320
 César à Venise, photos de J. Boulay, Du Regard, 1995.
 Paradis de Cézanne, Gallimard, 1994.
 Femmes: Mythologies, Nationale, 1994. [Mujeres mitológicas. Barcelona, M.
Moleiro, 1995. Traducción de Emma Calatayud.]
 Venise Eternelle, Lattès, 1993.
 Improvisations, Gallimard, 1991.
 Banlieuses, Denoël, 1990.
 Les Ambassaseurs, 406 photos de A. Morain, La Différence, 1989.
 De Kooning, vite, La Différence, 1988.
 Les Surprises de Fragonard, Gallimard, 1987.
 Rodin: Dessins Erotiques, avec A. Kirili, Gallimard, 1987.

 Théorie des Exceptions, Folio, 1985.

 Légendes, CAPC Musée art contemporain Bordeau, 1984.


 Sur le Matérialisme, Seuil, 1974. [Sobre el Materialismo: del atomismo a la
dialéctica revolucionaria. Valencia, Pre-Textos, 1978. Traducción de José
Sazbón.]
 Literatura e Ideologías. Madrid, Alberto Corazón Editor, 1972.
 La Teoría revlucionaria: Lenin-Mao Tse Tung. Buenos Aires, La Rosa
Blindada, 1971.
 L'Écriture et l'Expérience des Limites, Seuil, 1968. [La escritura y la
experiencia de los límites. Valencia, Pre-Textos, 1977. Traducción de Manuel
Arranz Lázaro.]
 Logiques, Seuil, 1968.
 L'Intermédiaire, Seuil, 1963.

Novelas

 Carnet de nuit. Gallimard, 2006.


 Une Vie Divine, Gallimard, 2006. [Una vida divina. Buenos Aires, El cuenco
de plata, 2007. Traducción de Ariel Dilon.]
 L'Étoile des Amants, Gallimard, 2002.

321
 Passion Fixe, Gallimard, 2000. [Pasión fija. Barcelona, Seix Barral, 2001.
Traducción de Javier Albiñana Serain.]
 Studio, Gallimard, 1997.
 Le Secret, Gallimard, 1993. [El secreto. Barcelona, Lumen, 1994. Traducción
de Arturo Firpo.]
 La Fête à Venise, Gallimard, 1991.
 Le Lys d'Or, Gallimard, 1989.
 Les Folies Françaises, Gallimard, 1988.
 Le Cœur Absolu, Gallimard, 1987. [El corazón absoluto. Barcelona, Lumen,
1992. Traducción de Arturo Firpo.]
 Paradis 2, Gallimard, 1986.
 Portrait du Joueur, Gallimard, 1984. [Retrato de un jugador. Barcelona,
Lumen, 1988. Traducción de Arturo Firpo.]
 Femmes, Gallimard, 1983. [Mujeres. Barcelona, Lumen, 1985. Traducción de
Arturo Firpo.]
 Paradis, Seuil, 1981.
 H, Seuil, 1973.
 Lois, Seuil, 1972.
 Nombres, Seuil, 1966.
 Drame, Seuil, 1965. (Event, Red Dust, 1987.)
 Le Parc, Seuil, 1961.
 Une Curieuse Solitude, Seuil, 1958. [Una extraña soledad. Barcelona,
Vergara, 1962. Traducción de A. Bolarra.]
 Le Défi. Seuil, 1957.

Novelas cortas
 Cavale, Gallimard, 2001
 Un amour américain, Mille et une nuits, 1999.

Diarios

322
 L’Année du Tigre: journal de l’année 1998, Seuil, 1999.
 Carnet de nuit, Plon, 1989.

Conversaciones
 L'évangile de Nietzsche, Cherche Midi 2006.
 Poker ( interviews with Ligne de risque), Gallimard, 2005.
 Voir écrire (with Christian de Portzamparc), Calmann-Levy, 2003.
 La Divine Comédie, Desclée de Brouwer, 2000.
 Le Rire de Rome, Gallimard, 1992.
 Vision à New York, Grasset, 1981 [Visión de Nueva York. Barcelona, Kairós,
1982. Traducción de Lucía Baranda y Alberto Claveria.]
 Artaud [coloquio]. Valencia, Pre-Textos, 1977. Traducción de Ana Aibar
Guerra.
 Bataille [coloquio]. Barcelona, Madragora, 1976. Traducción de José Sarret
Grau.
 Literatura, Política y Cambio. Con Roland Barthes, Jacques Henric y Pierre
Guyotat. Buenos Aires, Caldén, 1976. Traducción de Alberto Drazul.
 Severo Sarduy. Con Roland Barthes, Monegal Rodríguez y otros. Madrid,
Fundamentos, 1976.
 Sade: Filósofo de la perversión. Con Pierre Klosowsky. Montevideo, Garfio,
1968.
 Entretiens avec Francis Ponge, Seghers, 1963.

323
Índice

Nota a la edición

Advertencia

Nacimientos

Mujeres

Loco

Descubrimientos

París

«Sollers»

Providencia

Generación

Transición

Tel Quel

Navegación

Politoscopia

Acciones

Intermedias

Resurgimiento

Extensión

Imagen

Inmersiones

«Dieciocho»

«Dieciocho» 2

Actores políticos

Metafísica

Wanted

«Eremita»

324
Retratos

Bolsillo

Novelas en la novela

Inicios

Mosquetero

Divina comedia

Big bang

Reanudación

Nietzsche

Política

Religión

«Doctor»

Céline

Loco, locas

Confesiones femeninas

Isabelle R.

Generaciones

Pesadillas

«Premios»

Diosas, hadas, brujas

El Jardín

«Francés»

«Dios»

Noches

Gusto

Identidades

Shakespeare

Rueda libre

Clases

325
Fiesta

Obras de Philippe Sollers

326

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