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OBRAS LITERARIAS DE AYER Y HOY

Dos tiempos distintos una sola obra

LIBERIK CLASSICS
En el mundo de la literatura, algunas obras trascienden el tiempo y dejan una
marca indeleble en la conciencia colectiva. Dos de esas obras icónicas son "Drácula"
de Bram Stoker y "El Curioso Incidente del Perro a Medianoche" de Mark Haddon.
En esta edición especial, presentamos un análisis introductorio a estas dos joyas
literarias, elaborado por el renombrado crítico literario Eduardo Ruiz. Además,
hemos enriquecido estas obras clásicas con contenido adicional que arroja nueva
luz sobre sus historias y personajes, enriqueciendo la experiencia de lectura para
los amantes de la literatura.
Acompáñanos en un viaje literario que te sumergirá en el mundo oscuro y
misterioso de "Drácula", donde los vampiros y la lucha entre el bien y el mal se
entrelazan de manera intrigante. Descubre cómo esta novela clásica ha influido en
el género de terror y en la cultura popular a lo largo de los años.
Luego, cambia de registro y adéntrate en la mente única de Christopher Boone en
"El Curioso Incidente del Perro a Medianoche". Esta obra innovadora desafía las
convenciones narrativas y nos invita a ver el mundo desde una perspectiva
completamente diferente. Eduardo Ruiz te guiará a través de los aspectos más
destacados de esta novela y te ayudará a desentrañar los misterios que encierra.
Este análisis introductorio, complementado con contenido exclusivo, enriquecerá tu
comprensión y apreciación de estas dos obras maestras. Prepárate para sumergirte
en mundos literarios inolvidables y descubrir nuevos aspectos de estas historias
cautivadoras que siguen dejando una huella imborrable en la literatura mundial.
¡Bienvenidos a un viaje literario que promete despertar tu curiosidad y asombrarte
con su profundidad y belleza!

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EL CURIOSO
INCIDENTE DEL PERRO
A MEDIANOCHE

Mark Haddon

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Este libro está dedicado a Sos.

Doy las gracias a Kathryn Heyman,


Clare Alexander, Kate Shaw y Dave Cohen.

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Sobre al autor

 Mark Haddon nació el 26 de septiembre de 1962 en Northampton,


Inglaterra.
 Estudió literatura inglesa en la Universidad de Oxford y más tarde completó
una maestría en literatura inglesa en la Universidad de Edimburgo.
Carrera Literaria:
 Mark Haddon es un autor y novelista británico conocido por su obra en
diversos géneros, incluyendo la ficción y la literatura infantil.
 "El Curioso Incidente del Perro a Medianoche" (título original: "The Curious
Incident of the Dog in the Night-Time") es su novela más famosa y
aclamada, publicada en 2003. La obra ganó varios premios literarios,
incluyendo el Premio Whitbread (ahora conocido como el Premio Costa) en la
categoría de Novela.
 A lo largo de su carrera, Haddon ha escrito varios otros libros de ficción,
¡entre ellos “Una Cuestión de Color” (“A Spot of Bother”) y “Boom!".
 Además de la ficción para adultos, Mark Haddon ha escrito literatura infantil,
incluyendo libros como "El Abuelo Atila y el Secreto del Sagrario" y "Agent
Z".
 Su estilo literario se caracteriza por su enfoque en personajes complejos,
exploración de temas humanos profundos y a menudo aborda cuestiones
relacionadas con la neurodiversidad y las experiencias de personas con
trastornos del espectro autista.
Legado:
 Mark Haddon es considerado un escritor versátil y talentoso cuyas obras han
sido apreciadas tanto por críticos como por el público en general.
 "El Curioso Incidente del Perro a Medianoche" se ha convertido en un libro
muy influyente y ha sido adaptado en una exitosa obra de teatro y en una
película.
 Su trabajo ha contribuido a la concienciación sobre el autismo y la
neurodiversidad, y ha ayudado a derribar estereotipos en la literatura y en la
sociedad.
En resumen, Mark Haddon es un autor británico conocido por su impactante obra
literaria, en particular por "El Curioso Incidente del Perro a Medianoche", que ha
dejado una huella duradera en la literatura contemporánea y en la comprensión de

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la neurodiversidad.

Sobre el libro

"El Curioso Incidente del Perro a Medianoche" es una novela escrita por Mark
Haddon, publicada en 2003. La historia está narrada desde la perspectiva de un
joven autista llamado Christopher Boone. El título se refiere a un incidente en el
que el perro de la señora Shears, una vecina, aparece asesinado en el jardín
trasero. Christopher, que es un apasionado por las matemáticas y la lógica, decide
investigar el asesinato del perro como si fuera un problema a resolver.
La novela se desarrolla en torno a la investigación de Christopher y, a medida que
profundiza en el caso del perro asesinado, descubre secretos y verdades sobre su
propia vida y la de las personas que lo rodean. A lo largo de la historia, Christopher
lucha con sus dificultades sociales y emocionales debido a su condición de autismo,
pero también muestra una increíble capacidad para analizar problemas y encontrar
soluciones a través de su mente lógica.
La narrativa única de esta novela y la perspectiva de Christopher hacen que sea
una lectura fascinante que explora temas como la neurodiversidad, las relaciones
familiares y la búsqueda de la verdad. Ha sido muy elogiada tanto por su estilo de
escritura como por su representación de un personaje con autismo.

El Curioso Incidente del Perro a Medianoche" es una novela que se destaca por
varios elementos importantes y significativos que han contribuido a su éxito y
reconocimiento. Aquí hay algunos de los elementos más destacados de la novela:
1. Narrador Autista: El narrador de la historia, Christopher Boone, es un
joven con autismo, lo que le confiere una voz narrativa única y perspectiva.
Su estilo de escritura es directo, lógico y matemático, lo que proporciona
una visión franca y a menudo humorística de su mundo interior y exterior.
2. Misterio Principal: La trama principal de la novela gira en torno al misterio
del asesinato del perro Wellington, el cual Christopher se embarca en
resolver. A medida que investiga el misterio del perro, descubre secretos
familiares y desencadena una serie de eventos que cambian su vida.

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3. Exploración de la Neurodiversidad: La novela arroja luz sobre la
neurodiversidad y ofrece una mirada a la experiencia de un individuo con
autismo. A través de Christopher, los lectores pueden comprender mejor las
dificultades y las capacidades únicas de las personas en el espectro autista.
4. Relaciones Familiares: La relación de Christopher con su padre y su
madre, así como su comprensión del matrimonio de sus padres, es un tema
central en la historia. La novela explora las complejidades de las relaciones
familiares y cómo estas pueden verse afectadas por el autismo y la
comunicación.
5. Aventura Personal: A medida que Christopher se aventura fuera de su
zona de confort para resolver el misterio del perro, experimenta un
crecimiento personal significativo. Su viaje se convierte en una aventura
emocional y psicológica que lo cambia profundamente.
6. Estilo de Escritura y Estructura: La novela se presenta en forma de diario
escrito por Christopher, lo que le da al lector una visión íntima de sus
pensamientos y observaciones. También incluye diagramas y gráficos que
reflejan su forma de pensar lógica.
7. Impacto en la Literatura y el Teatro: La novela ha tenido un gran
impacto en la literatura contemporánea y ha sido adaptada con éxito en una
obra de teatro ganadora del Premio Tony y una película.
8. Temas Universales: A pesar de estar narrada desde la perspectiva única
de un personaje con autismo, la novela toca temas universales como la
búsqueda de la verdad, la empatía, la aceptación y el crecimiento personal,
lo que la hace relevante para una amplia audiencia.
En resumen, "El Curioso Incidente del Perro a Medianoche" es una novela notable
que destaca por su narrador autista, su enfoque en la neurodiversidad, su
misteriosa trama y su impacto duradero en la literatura y el teatro. Ofrece una
perspectiva única y conmovedora sobre el mundo a través de los ojos de su
protagonista, Christopher Boone.

El orden no lineal de los capítulos en "El Curioso Incidente del Perro a Medianoche"
es una característica importante de la estructura de la novela que refleja la mente
de su protagonista, Christopher Boone, quien tiene autismo. El autor, Mark
Haddon, utiliza esta técnica narrativa para sumergir al lector en la perspectiva y la
experiencia de Christopher.
Aquí hay algunas razones por las cuales el autor eligió esta estructura no lineal:
1. Reflejo de la Mente de Christopher: Christopher tiene una mente lógica y

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altamente estructurada, pero también tiene dificultades en procesar la
información de la misma manera que lo hacen las personas neurotípicas. Su
narración en capítulos no lineales refleja su forma de pensar y cómo
organiza sus pensamientos.
2. Impacto Narrativo: La estructura no lineal crea un sentido de desconcierto
y misterio para el lector, ya que Christopher comparte eventos en un orden
que no es cronológico. Esto aumenta la intriga en torno al misterio del perro
y al desarrollo de la historia.
3. Inmersión en la Perspectiva de Christopher: La estructura desordenada
permite que los lectores se adentren más profundamente en la mente de
Christopher y experimenten el mundo desde su punto de vista. Esto genera
empatía y comprensión hacia su experiencia como persona en el espectro
autista.
4. Desafío a las Convenciones Narrativas: Mark Haddon desafía las
convenciones narrativas tradicionales al presentar la historia de esta manera
no lineal. Esto hace que la novela sea única y memorable, al tiempo que
resalta el enfoque singular de su protagonista.
En última instancia, la estructura no lineal de los capítulos en "El Curioso Incidente
del Perro a Medianoche" es una elección deliberada del autor para transmitir la
singularidad de la perspectiva de Christopher y para crear una experiencia de
lectura inmersiva y conmovedora. La novela es apreciada por su capacidad para
arrojar luz sobre la neurodiversidad y la experiencia de las personas con autismo a
través de su narración innovadora.

Libros Semejantes:
1. "Flores para Algernon" de Daniel Keyes: Esta novela cuenta la historia de un
hombre con discapacidad intelectual que se somete a un experimento que
aumenta su inteligencia. La narrativa cambia a medida que el personaje
experimenta una transformación cognitiva.
2. "El lenguaje de las abejas" de Sue Monk Kidd: La protagonista de esta
novela es una niña con un talento extraordinario para las matemáticas, pero
que también tiene dificultades sociales. La historia explora su vida y su
relación con su familia.
3. "La Historia de mi Vida" de Temple Grandin: Este es un libro autobiográfico
escrito por Temple Grandin, una mujer en el espectro autista, que comparte
su experiencia y perspectiva única sobre la vida.
Películas Afines:

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1. "Rain Man" (1988): Esta película cuenta la historia de un hombre con
autismo interpretado por Dustin Hoffman y su relación con su hermano,
interpretado por Tom Cruise. Explora temas de familia y conexión emocional.
2. "The Accountant" (2016): La película se centra en un hombre con
habilidades excepcionales en matemáticas y contabilidad, pero que también
está en el espectro autista. Combina elementos de acción y misterio.
3. "Temple Grandin" (2010): Esta película para televisión está basada en la
vida de Temple Grandin y muestra su lucha para superar las dificultades del
autismo y su éxito en el campo de la crianza de ganado.
4. "Extremely Loud & Incredibly Close" (2011): Basada en la novela homónima,
la película sigue a un niño que está en el espectro autista mientras busca
pistas sobre su padre fallecido en los ataques del 11 de septiembre.
Recuerda que aunque estas obras pueden compartir elementos temáticos o
narrativos similares con "El Curioso Incidente del Perro a Medianoche", cada una
tiene su propia voz y enfoque. Te recomiendo explorarlas para encontrar las que
más te interesen y te lleguen emocionalmente.

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Análisis de la obra

"El Curioso Incidente del Perro a Medianoche", escrito por Mark Haddon, es una
novela que ha dejado una impresión duradera en la literatura contemporánea. La
obra nos invita a sumergirnos en la mente de Christopher Boone, un joven con
autismo, mientras narra su historia de autodescubrimiento y resolución de un
misterio. Esta novela única se destaca no solo por su trama intrigante sino también
por su perspectiva inusual, que nos permite ver el mundo desde una óptica
completamente diferente. En este ensayo, exploraremos los elementos más
destacados de la obra, incluyendo su protagonista, la estructura narrativa, los
temas centrales y su impacto en la conciencia sobre la neurodiversidad.
La Perspectiva Única de Christopher
Uno de los aspectos más notables de la novela es su narrador, Christopher Boone.
Christopher tiene autismo, lo que le otorga una voz narrativa única. Su estilo de
escritura es directo, lógico y lleno de detalles. A través de su narración, los lectores
experimentan el mundo desde su punto de vista, lo que proporciona una visión
franca y a menudo humorística de su mundo interior y exterior. Christopher ve el
mundo en términos de lógica y patrones, lo que aporta un enfoque refrescante a la
narrativa. La novela nos desafía a mirar más allá de las convenciones sociales y a
apreciar la belleza de la mente humana en todas sus formas.
La Estructura Narrativa no Lineal
La estructura no lineal de la novela es otro elemento distintivo. La historia se
presenta en forma de un diario escrito por Christopher, pero no sigue una
secuencia temporal convencional. Los eventos se presentan en un orden que no es

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cronológico, lo que aumenta la intriga en torno al misterio del perro asesinado y al
desarrollo de la historia. Esta estructura refleja la mente de Christopher, que
organiza sus pensamientos de manera diferente a la mayoría de las personas. La
narración desordenada nos desafía a comprender y reconstruir la historia a medida
que avanzamos, lo que crea un mayor compromiso y conexión emocional con el
personaje.
Temas Centrales
"El Curioso Incidente del Perro a Medianoche" aborda varios temas significativos.
Uno de los temas más evidentes es la neurodiversidad y la experiencia de las
personas en el espectro autista. La novela ofrece una mirada a las dificultades y las
capacidades únicas de Christopher, lo que promueve la empatía y la comprensión
hacia las personas con autismo. Además, la obra explora temas de familia, amor y
relaciones humanas, especialmente la relación entre Christopher y su padre, que
es conmovedora y compleja. La búsqueda de la verdad y la necesidad de
comprensión también son temas fundamentales en la historia, ya que Christopher
se aventura en un viaje de autodescubrimiento.
Impacto Duradero
"El Curioso Incidente del Perro a Medianoche" ha tenido un impacto duradero en la
literatura y en la conciencia pública. Ha aumentado la visibilidad de la
neurodiversidad y ha desafiado las percepciones convencionales sobre la mente y
la comunicación. La adaptación teatral de la novela ha llevado su mensaje a
audiencias de todo el mundo, y la historia sigue siendo una fuente de inspiración
para aquellos que buscan comprender mejor las experiencias de las personas con
autismo.
Conclusión
En resumen, "El Curioso Incidente del Perro a Medianoche" es una obra literaria
excepcional que nos invita a explorar el mundo a través de la mente única de su
protagonista, Christopher Boone. Su narración innovadora, perspectiva auténtica y
temas conmovedores lo convierten en una obra inolvidable. Esta novela nos desafía
a mirar más allá de las diferencias y a apreciar la belleza de la diversidad humana.
En un mundo donde la empatía y la comprensión son más importantes que nunca,
esta obra literaria continúa siendo una fuente de inspiración y reflexión.

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2

Pasaban 7 minutos de la medianoche. El perro estaba


tumbado en la hierba, en medio del jardín de la casa de la señora
Shears. Tenía los ojos cerrados. Parecía estar corriendo echado,
como corren los perros cuando, en sueños, creen que persiguen
un gato. Pero el perro no estaba corriendo o dormido. El perro
estaba muerto. De su cuerpo sobresalía un horcón. Las púas del
horcón debían de haber atravesado al perro y haberse clavado en
el suelo, porque no se había caído. Decidí que probablemente
habían matado al perro con la horca porque no veía otras heridas
en el perro, y no creo que a nadie se le ocurra clavarle una horca
a un perro después de que haya muerto por alguna otra causa,
como por ejemplo de cáncer o por un accidente de tráfico. Pero no
podía estar seguro de que fuera así.
Abrí la verja de la señora Shears, entré y la cerré detrás de
mí. Crucé el jardín y me arrodillé junto al perro. Le toqué el hocico
con una mano. Aún estaba caliente.
El perro se llamaba Wellington. Pertenecía a la señora
Shears, que era amiga nuestra. Vivía en la acera de enfrente, dos
casas hacia la izquierda.
Wellington era un caniche. No uno de esos caniches
pequeños a los que les hacen peinados, sino un caniche grande.
Tenía el pelo negro y rizado, pero cuando uno se acercaba veía
que la piel era de un amarillo muy pálido, como la de los pollos.
Acaricié a Wellington y me pregunté quién lo habría matado
y por qué.

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Me llamo Christopher John Francis Boone. Me sé todos los


países del mundo y sus capitales y todos los números primos
hasta el 7.507.
Hace ocho años, cuando conocí a Siobhan, me enseñó este
dibujo

y supe que significaba «triste», que es como me sentí cuando


encontré al perro muerto.
Luego me enseñó este dibujo

y supe que significaba «contento», como estoy cuando leo


sobre las misiones espaciales Apolo, o cuando aún estoy despierto
a las tres o las cuatro de la madrugada y recorro la calle de arriba
abajo y me imagino que soy la única persona en el mundo entero.
Después hizo otros dibujos

pero no supe decir qué significaban.

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Pedí a Siobhan que me dibujara más caras de ésas y
escribiera junto a ellas qué significaban exactamente. Me guardé
la hoja en el bolsillo y la sacaba cuando no entendía lo que alguien
me estaba diciendo. Pero era muy difícil decidir cuál de los
diagramas se parecía más a la cara que veía, porque las caras de
la gente se mueven muy deprisa.

Cuando le conté a Siobhan lo que hacía, sacó un lápiz y otra


hoja y dijo que probablemente eso hacía que la gente se sintiera
muy

y entonces se rió. Así que rompí mi hoja y la tiré. Y Siobhan


me pidió disculpas. Ahora cuando no sé qué me está diciendo
alguien le pregunto qué quiere decir o me marcho.

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Arranqué la horca del perro y lo tomé en brazos. Le salía


sangre de los agujeros de la horca.
Me gustan los perros. Uno siempre sabe qué está pensando
un perro. Tienen cuatro estados de ánimo. Contento, triste,
enfadado y concentrado. Además, los perros son fieles y no dicen
mentiras porque no hablan.
Llevaba 4 minutos abrazado al perro cuando oí gritos.
Levanté la mirada y vi a la señora Shears correr hacia mí desde el
patio. Iba en pijama y bata. Tenía las uñas de los pies pintadas de
rosa brillante y no llevaba zapatos.
Gritaba:
—¿Qué coño le has hecho a mi perro?
No me gusta que la gente me grite. Me da miedo que vayan
a pegarme o a tocarme y no sé qué va a pasar.
—Suelta al perro —me gritó—. Joder, suelta al perro, por el
amor de Dios.
Dejé al perro sobre la hierba y retrocedí 2 metros.
La mujer se agachó. Pensé que iba a recoger al perro, pero
no lo hizo. Quizás advirtió cuánta sangre había y no quiso
ensuciarse. En lugar de eso empezó a gritar otra vez.
Me tapé las orejas con las manos y cerré los ojos y rodé
hasta quedar encogido y con la frente pegada a la hierba. La
hierba estaba mojada y fría. Era agradable.

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7

Ésta es una novela policíaca.


Siobhan dijo que debería escribir algo que a mí mismo me
apeteciera leer. En general leo libros de ciencias y matemáticas.
No me gustan las novelas propiamente dichas. En las novelas
propiamente dichas la gente dice cosas como «Estoy veteado de
hierro, de plata y del barro más burdo. No puedo contraerme en
ese puño firme que aprietan aquellos que no dependen de
estímulos»1. ¿Qué significa eso? Yo no lo sé. Padre tampoco.
Siobhan y el señor Jeavons tampoco. Se lo he preguntado.
Siobhan tiene el pelo largo y rubio y lleva unas gafas de
plástico verde. Y el señor Jeavons huele a jabón y lleva unos
zapatos marrones con aproximadamente 60 agujeritos circulares
en cada uno de ellos.
Pero sí me gustan las novelas policíacas. Así que estoy
escribiendo una.
En una novela policíaca alguien tiene que descubrir quién es
el asesino y luego atraparlo. Es un acertijo. Si el acertijo es bueno
a veces puedes deducir la solución antes de que el libro acabe.
Siobhan dijo que el libro debería empezar con algo que
atrajera la atención de la gente. Por eso empecé con el perro.
También empecé con el perro porque fue algo que me ocurrió a mí
y se me hace difícil imaginar cosas que no me hayan ocurrido a
mí.
Siobhan leyó la primera página y dijo que era diferente.
Puso esa palabra entre comillas con el gesto de los dedos índice y
medio. Dijo que en las novelas policíacas normalmente asesinan a
personas. Dije que en El perro de los Baskerville matan a dos
perros, el perro del título y el spaniel de James Mortimer, pero
Siobhan dijo que ellos no eran las víctimas del asesinato, que la
víctima era sir Charles Baskerville. Dijo que era así porque a los

1
Encontré este libro en la biblioteca municipal una vez que Madre me
llevó.

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lectores les importa más la gente que los perros, así que si en el
libro matan a una persona los lectores querrán seguir leyendo.
Le dije que yo quería escribir sobre algo real y que conocía
a gente que había muerto de muerte natural pero no conocía a
nadie que hubiera muerto de forma violenta, excepto al padre de
Edward, del colegio, el señor Paulson, y que eso había sido un
accidente de planeador, no un crimen, y que en realidad no lo
conocía. También dije que me gustan los perros porque son leales
y honestos, y algunos perros son más listos y más interesantes
que algunas personas. Steve, por ejemplo, que viene al colegio los
martes, necesita ayuda para comer y ni siquiera es capaz de
traerte un palo si se lo lanzas. Siobhan me pidió que no le dijera
eso a la madre de Steve.

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Entonces llegó la policía. A mí me gustan los policías. Llevan


uniformes y números y uno sabe lo que se supone que tienen que
hacer. Había una policía y un policía. La mujer policía tenía un
pequeño agujero en las medias a la altura del tobillo izquierdo y
un arañazo rojo en medio del agujero. El policía llevaba pegada a
la suela del zapato una gran hoja naranja, que le sobresalía por un
lado.
La mujer policía rodeó con los brazos a la señora Shears y
la llevó de vuelta a la casa.
Levanté la cabeza de la hierba.
El policía se agachó junto a mí y dijo:
—¿Quieres contarme qué está pasando aquí, jovencito?
Me senté y dije:
—El perro está muerto.
—De eso ya me he dado cuenta —dijo él.
—Creo que alguien ha matado al perro —dije.
—¿Cuántos años tienes? —preguntó el policía.
—Tengo 15 años, 3 meses y 2 días —dije.
—¿Y qué hacías exactamente en el jardín? —preguntó.
—Tenía al perro en brazos —dije.
—¿Y por qué tenías al perro en brazos? —preguntó.
Una pregunta difícil. Era algo que yo quería hacer. Me
gustan los perros. Me ponía triste ver que el perro estaba muerto.
Como me gustan los policías quería responder
adecuadamente a la pregunta, pero el policía no me dio el tiempo
suficiente para dar con la respuesta correcta.
—¿Por qué tenías al perro en brazos? —preguntó otra vez.
—Me gustan los perros —dije.
—¿Has matado al perro? —preguntó.

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—Yo no he matado al perro —dije.
—¿La horca es tuya? —preguntó.
—No —dije.
—Parece que esto te ha alterado mucho —dijo.
Me estaba haciendo demasiadas preguntas y me las estaba
haciendo demasiado rápido. Se me amontonaban como los panes
en la fábrica donde trabaja el tío Terry. La fábrica es una
panificadora y él maneja la máquina de rebanar. A veces la
máquina no va lo bastante rápido pero el pan sigue llegando hasta
causar un bloqueo. A veces me imagino mi mente como si fuera
una máquina, aunque no siempre como una rebanadora de pan.
Hace que me sea más fácil explicarles a los demás lo que pasa en
mi interior.
El policía dijo:
—Voy a preguntarte una vez más...
Volví a rodar sobre la hierba y pegué la frente al suelo otra
vez e hice ese ruido que Padre llama gemido. Hago ese ruido
cuando llega demasiada información a mi cabeza desde el mundo
exterior. Es como cuando estás alterado y sujetas la radio contra
la oreja y la sintonizas entre emisoras y lo único que se oye es eso
que llaman ruido blanco, y entonces subes el volumen al máximo
y sabes que estás a salvo porque no puedes oír nada más.
El policía me agarró del brazo y me hizo ponerme en pie.
No me gustó que me tocara de esa forma.
Y entonces le pegué.

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Éste no va a ser un libro gracioso. Yo no sé contar chistes ni


hacer juegos de palabras porque no los entiendo. He aquí uno, a
modo de ejemplo. Es uno de los de Padre.

El capitán dijo: «¡Arriba las velas!», y los de


abajo se quedaron sin luz.

Sé por qué se supone que es gracioso. Lo pregunté. Es


porque la palabra velas tiene dos significados, que son: 1) pieza
de tela que tienen los barcos, y 2) cilindro de cera que se emplea
para alumbrar.
Si trato de decir esta frase haciendo que la palabra
signifique dos cosas distintas a la vez, es como si escuchara dos
piezas distintas de música al mismo tiempo, lo cual es incómodo y
confuso, no agradable como el ruido blanco. Es como si dos
personas te hablaran a la vez sobre cosas distintas.
Y por eso en este libro no hay chistes ni juegos de palabras.

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El policía me miró durante un rato sin hablar. Luego dijo:


—Voy a arrestarte por agredir a un agente de policía.
Eso me hizo sentir muchísimo más tranquilo porque es lo
que los policías dicen en la televisión y en las películas.
Entonces dijo:
—Te recomiendo que te metas en el asiento de atrás del
coche patrulla, porque si tratas de hacer alguna travesura más,
capullín, me voy a cabrear de verdad. ¿Entendido?
Fui hasta el coche patrulla que estaba aparcado justo al otro
lado de la verja. El policía abrió la puerta de atrás y me metí
dentro. Se sentó al volante e hizo una llamada por radio a la
mujer policía que aún estaba dentro de la casa. Dijo:
—El cabroncete acaba de darme un coscorrón, Kate.
¿Puedes quedarte un rato con la señora mientras lo dejo en
comisaría? Haré que Tony se descuelgue por aquí y te recoja.
Y ella dijo:
—Claro. Luego te alcanzo.
El policía dijo:
—Vale pues.
Y nos fuimos.
El coche patrulla olía a plástico caliente y loción para
después del afeitado y patatas fritas.
Miré el cielo mientras íbamos hacia el centro de la ciudad.
Era una noche clara y se veía la Vía Láctea.
Hay gente que cree que la Vía Láctea es una larga línea de
estrellas, pero no lo es. Nuestra galaxia es un disco gigantesco de
estrellas de millones de años luz de diámetro y el Sistema Solar
está cerca del borde exterior del disco.

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Cuando
miramos en
dirección A, a
90o hacia el
disco, no vemos
muchas
estrellas. Pero
al mirar en la
dirección B vemos muchas más estrellas porque miramos hacia la
masa central de la galaxia. Y como la galaxia es un disco, lo que
vemos es una franja de estrellas.
Entonces pensé en que durante mucho tiempo a los
científicos les había desconcertado que el cielo sea oscuro por las
noches pese a haber billones de estrellas en el universo, pues hay
estrellas en todas las direcciones en que uno mire, así que el cielo
debería estar lleno de luz estelar porque no hay casi nada que
impida que la luz llegue a la Tierra.
Entonces descubrieron que el universo está en expansión,
que las estrellas se alejan rápidamente unas de otras desde el Big
Bang y que cuanto más lejos están las estrellas de nosotros más
rápido se mueven, algunas de ellas casi a la velocidad de la luz, y
eso explica por qué su luz nunca nos llega.
Me gusta este dato. Es algo que podemos comprender al
mirar el cielo por la noche, pensando, sin tener que preguntárselo
a nadie.
Cuando el universo haya acabado de explotar, las estrellas
disminuirán su velocidad, como una pelota lanzada al aire, hasta
detenerse y volver a caer hacia el centro del universo. Entonces
nada nos impedirá ver todas las estrellas del mundo porque todas
vendrán hacia nosotros, cada vez más rápido, y sabremos que
pronto llegará el fin del mundo porque al alzar la mirada hacia el
cielo por las noches no habrá oscuridad, sino la luz
resplandeciente de billones de estrellas que se acercan.
Sólo que nadie verá eso porque ya no quedarán personas en
la Tierra para verlo. Para entonces seguramente ya se habrán
extinguido. Y en el caso de que queden algunas no lo verán,
porque la luz será tan brillante y ardiente que todas morirán
abrasadas, aunque vivan en túneles.

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Para marcar los capítulos de los libros se suelen usar los


números cardinales 1, 2, 3, 4, 5, 6, etcétera. Pero he decidido
usar en mis capítulos los números primos1 2, 3, 5, 7, 11, 13,
etcétera, porque me gustan los números primos.
Así es como se obtienen los números primos.
Primero escribes todos los números enteros positivos del
mundo.

Entonces
quitas todos
los números
que son múltiplos de 2. Después los números múltiplos de 3.
Después los números múltiplos de 4 y 5 y 6 y 7 y así
sucesivamente. Los números que quedan son los números primos.

La regla para calcular números primos es muy sencilla, pero


nadie ha dado con una fórmula para saber si un número muy
grande es primo y cuál será el siguiente. Si un número es muy,
muy grande, a una computadora puede llevarle años calcular si es
un número primo.
Los números primos son útiles para crear códigos y en los
Estados Unidos los consideran material militar y si descubres uno
de más de 100 dígitos tienes que decírselo a la CÍA y te lo

1
Los números primos son números naturales mayores que 1 que solo tienen dos divisores
positivos: 1 y ellos mismos. En otras palabras, un número primo no se puede dividir de
manera exacta por ningún número diferente de 1 y él mismo. Aquí tienes una lista de
algunos números primos:
2, 3, 5, 7, 11, 13, 17, 19, 23, 29, 31, 37, 41, 43, 47, 53, 59, 61, 67, 71, 73, 79, 83, 89,
97, ...

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compran por 10.000 dólares. Pero no sería una forma demasiado
buena de ganarse la vida.
Los números primos son lo que queda después de eliminar
todas las pautas. Yo creo que los números primos son como la
vida. Son muy lógicos pero no hay manera de averiguar cómo
funcionan, ni siquiera aunque te pasaras todo el tiempo pensando
en ellos.

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Cuando llegué a la comisaría me hicieron quitarme los


cordones de los zapatos y vaciarme los bolsillos en el mostrador
de recepción por si tenía algo en ellos con lo que pudiera matarme
o escapar o atacar a un policía.
El sargento al otro lado del mostrador tenía las manos muy
velludas y se había mordido tanto las uñas que le habían
sangrado.
He aquí lo que yo llevaba en los bolsillos
1. Una navaja del Ejército Suizo con 13 accesorios, entre
ellos unos alicates, una sierra, un mondadientes y unas
pinzas.
2. Un pedazo de cordel.
3. Una pieza de un rompecabezas de madera que era así

4. 3 bolitas de comida de rata para Toby, mi rata.


5. 1,47 libras (compuestas por una moneda de 1 libra, una
moneda de 20 peniques, dos monedas de 10 peniques,
una moneda de 5 peniques y una moneda de 2
peniques).
6. Un clip sujetapapeles rojo.
7. Una llave de casa.

También llevaba mi reloj y quisieron que lo dejara en el


mostrador pero les dije que necesitaba llevar puesto el reloj
porque necesitaba saber exactamente qué hora era. Cuando

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trataron de quitármelo me puse a gritar, así que dejaron que me
lo quedara.
Me preguntaron si tenía familia. Dije que sí. Me preguntaron
quién era mi familia. Dije que Padre, que Madre estaba muerta. Y
dije que también estaba tío Terry, pero que vivía en Sunderland y
que era el hermano de Padre, y que estaban también mis abuelos,
pero tres de ellos habían muerto y la abuela Burton vivía en una
residencia porque tenía demencia senil y decía que yo salía en la
televisión.
Entonces me preguntaron el número de teléfono de Padre.
Les dije que tenía dos números, uno de casa y otro que era un
teléfono móvil, y les di ambos.
Me sentí bien en la celda policial. Era un cubo casi perfecto,
de 2 metros de largo por 2 metros de ancho por 2 metros de alto.
Contenía aproximadamente 8 metros cúbicos de aire. Tenía una
pequeña ventana con barrotes y, en el lado opuesto, una puerta
metálica con una trampilla larga y estrecha cerca del suelo para
deslizar bandejas de comida al interior de la celda y otra trampilla
más arriba para que los policías pudiesen mirar y comprobar que
los prisioneros no se hubiesen fugado o suicidado. También había
un banco acolchado.
Me pregunté cómo me escaparía si fuera una novela. Sería
difícil porque las únicas cosas que tenía eran la ropa y los zapatos,
que no tenían cordones.
Decidí que el mejor plan sería esperar a que hiciese un día
de mucho sol y entonces utilizaría mis gafas para proyectar la luz
solar en una de mis prendas de ropa y prender un fuego. Entonces
me fugaría cuando vieran el humo y me sacaran de la celda. Y si
no se dieran cuenta siempre podría hacer pipí en el fuego y
apagarlo.
Me pregunté si la señora Shears le habría dicho a la policía
que yo había matado a Wellington y si, cuando la policía
descubriera que había mentido, la meterían a ella en la cárcel.
Porque contar mentiras sobre la gente se llama calumniar.

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29

La gente me provoca confusión.


Eso me pasa por dos razones principales.
La primera razón principal es que la gente habla mucho sin
utilizar ninguna palabra. Siobhan dice que si uno arquea una ceja
puede querer decir montones de cosas distintas. Puede significar
«quiero tener relaciones sexuales contigo» y también puede
querer decir «creo que lo que acabas de decir es una estupidez».
Siobhan también dice que si cierras la boca y expeles aire
con fuerza por la nariz puede significar que estás relajado, o que
estás aburrido o que estás enfadado, y todo depende de cuánto
aire te salga por la nariz y con qué rapidez y de qué forma tenga
tu boca cuando lo hagas y de cómo estés sentado y de lo que
hayas dicho justo antes y de cientos de otras cosas que son
demasiado complicadas para entenderlas en sólo unos segundos.
La segunda razón principal es que la gente con frecuencia
utiliza metáforas. He aquí ejemplos de metáforas:

Se murió de risa
Era la niña de sus ojos
Tenían un cadáver en el armario
Pasamos un día de mil demonios
Tiene la cabeza llena de pájaros

La palabra metáfora significa llevar algo de un sitio a otro, y


viene de las palabras griegas µετα (que significa de un sitio a
otro) y φερειν (que significa llevar), y es cuando uno describe
algo usando una palabra que no es literalmente lo que describe. Es
decir, que la palabra metáfora es una metáfora.
Yo creo que debería llamarse mentira porque no hay días de
mil demonios y la gente no tiene cadáveres en los armarios.
Cuando trato de formarme una imagen en mi cabeza de una de

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estas frases me siento perdido porque una niña en los ojos de
alguien no tiene nada que ver con que algo le guste mucho y te
olvidas de lo que la persona decía.
Mi nombre es una metáfora. Significa «que lleva a Cristo» y
viene de las palabras griegas χριστος; (que significa Jesucristo) y
φερειν, y fue el nombre que le pusieron a san Cristóbal porque
cruzó un río llevando a Jesucristo.
Eso te hace pensar en cómo se llamaría Cristóbal antes de
cruzar el río con Jesucristo a cuestas. Pero no se llamaba de
ninguna manera porque ésa es una historia apócrifa, lo cual
significa que es, también, una mentira.
Madre solía decir que Christopher era un nombre bonito,
porque es una historia sobre ser amable y servicial, pero yo no
quiero que mi nombre se refiera a una historia sobre ser amable y
servicial. Yo quiero que mi nombre se refiera a mí.

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31

Era la 1.12 de la madrugada cuando Padre llegó a la


comisaría. Yo no lo vi hasta la 1.28 pero supe que había llegado
porque lo oí.
Gritaba: «Quiero ver a mi hijo» y «¿Por qué demonios lo
han encerrado?» y «Por supuesto que estoy enfadado, no te
jode».
Entonces oí que un policía le decía que se calmara. Entonces
no oí nada durante un buen rato.
A la 1.28 un policía abrió la puerta de la celda y me dijo que
tenía visita.
Salí. Padre estaba de pie en el pasillo. Levantó la mano
derecha y abrió los dedos formando un abanico. Yo levanté la
mano izquierda y abrí los dedos formando un abanico e hicimos
que nuestros dedos se tocaran. Hacemos eso porque a veces
Padre quiere abrazarme, pero como a mí no me gustan los
abrazos, hacemos eso en su lugar, y así me dice que me quiere.
Entonces el policía nos dijo que lo siguiéramos por el pasillo
hasta otra habitación. En la habitación había una mesa y tres
sillas. Nos dijo que nos sentáramos a un lado de la mesa y él se
sentó al otro lado. Había una grabadora sobre la mesa y le
pregunté si iba a interrogarme y a grabar el interrogatorio.
Dijo:
—No creo que eso sea necesario.
Era un inspector. Lo supe porque no llevaba uniforme. Tenía
muchos pelos en la nariz. Parecía que hubiese dos ratones muy
pequeños ocultos en sus fosas nasales2.

2
. Esto no es una metáfora, es un símil, que significa que en efecto
parecía que hubiese dos ratones muy pequeños ocultos en sus fosas
nasales, y si uno se forma la imagen de la cabeza de un hombre con dos
ratones muy pequeños ocultos en las fosas nasales sabrá qué aspecto
tenía el inspector de policía. Y un símil no es una mentira, a menos que
sea un símil malo.

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—He hablado con tu padre y dice que no era tu intención
pegarle al agente.
Yo no dije nada porque eso no era una pregunta.
—¿Era tu intención pegarle al agente?
Dije:
—Sí.
Hizo una mueca y dijo:
—Pero no pretendías hacerle daño al agente, ¿no?
Pensé sobre eso y dije:
—No. No pretendía hacerle daño al agente. Sólo quería que
dejara de tocarme.
Entonces me dijo:
—Sabes que no está bien pegarle a un policía, ¿verdad?
—Sí, lo sé —dije.
Se quedó callado unos segundos y luego preguntó:
—¿Mataste tú al perro, Christopher?
Yo dije:
—Yo no maté al perro.
Y él dijo:
—¿Sabes que no está bien mentirle a un policía y que
puedes meterte en un buen lío si lo haces?
—Sí —dije.
—Bien —dijo él—, ¿sabes quién mató al perro?
—No —dije.
—¿Estás diciendo la verdad? —preguntó.
—Sí —dije—. Yo siempre digo la verdad.
Y él dijo:
—De acuerdo. Voy a darte una amonestación.
—¿Será una hoja escrita, como un certificado que me pueda
llevar? —pregunté.
—No —dijo él—, una amonestación significa que vamos a
tomar nota de lo que has hecho, que golpeaste a un policía pero
fue un accidente y no pretendías hacerle daño al agente.

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Yo dije:
—Pero no fue un accidente.
Y Padre dijo:
—Christopher, por favor.
El policía cerró la boca, respiró ruidosamente por la nariz y
dijo:
—Si te metes en más líos, cuando saquemos tu expediente
y veamos que ya se te ha dado una amonestación, nos tomaremos
las cosas mucho más en serio. ¿Entiendes lo que te digo?
Dije que lo entendía.
Entonces dijo que podíamos irnos y se levantó y abrió la
puerta y recorrimos el pasillo para volver al mostrador de la
entrada, donde recogí mi navaja del Ejército Suizo y mi pedazo de
cordel y la pieza del rompecabezas de madera y las 3 bolitas de
comida de rata para Toby y mi 1 libra con 47 peniques y el
sujetapapeles y la llave de la puerta de casa, que estaban en una
pequeña bolsa de plástico, y salimos hacia el coche de Padre, que
estaba aparcado fuera, y nos fuimos a casa.

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37

Yo no digo mentiras. Madre solía decir que eso era porque


soy buena persona. Pero no es porque sea buena persona. Es
porque no sé decir mentiras.
Madre era una persona pequeña que olía bien. Y a veces
llevaba un forro polar con cremallera delante, rosa y con una
etiqueta minúscula en el pecho izquierdo que decía «Berghaus».
Una mentira es cuando dices que ha pasado algo que no ha
pasado. Pero siempre es una sola cosa la que pasa en un
momento determinado y en un sitio determinado. Y hay un
número infinito de cosas que no han pasado en ese momento y en
ese sitio. Cuando pienso en algo que no ha pasado, empiezo a
pensar en todas las demás cosas que no han pasado.
Por ejemplo, esta mañana para desayunar he tomado
cereales Ready Brek y batido de frambuesas caliente. Pero si digo
que en realidad he tomado cereales Shreddies y una taza de té 3,
empiezo a pensar en Coco-Pops y limonada y avena y Dr. Pepper
y en que no estaba desayunando en Egipto y no había un
rinoceronte en la habitación y en que Padre no llevaba un traje de
buzo y así sucesivamente, incluso al escribir esto me siento débil y
asustado, como me pasa cuando estoy en lo alto de un edificio
muy alto y hay miles de casas y coches y personas debajo de mí y
mi cabeza está tan llena de todas esas cosas que me da miedo
olvidarme de seguir en pie, bien agarrado a la barandilla, y
caerme y matarme.
Ésa es otra razón por la que no me gustan las novelas
propiamente dichas, porque son mentiras sobre cosas que no han
ocurrido y me hacen sentir débil y asustado.
Y por eso todo lo que he escrito en este libro es verdad.

3
Cosa que no habría hecho, porque tanto los Shreddies como el té
son marrones.

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41

Había nubes en el cielo en el camino de vuelta a casa, así


que no vi la Vía Láctea.
—Lo siento —dije, porque Padre había tenido que venir a la
comisaría y eso era malo.
Él dijo:
—No te preocupes.
—Yo no maté al perro —dije.
Y él dijo:
—Ya lo sé.
Entonces dijo:
—Christopher, tienes que intentar no meterte en líos, ¿de
acuerdo?
—No sabía que iba a meterme en líos —dije—. Me gusta
Wellington, iba a decirle hola, pero no sabía que alguien lo había
matado.
Padre dijo:
—Simplemente trata de no meter las narices en los asuntos
de otras personas.
Reflexioné un momento y dije:
—Voy a descubrir quién mató a Wellington.
Y Padre dijo:
—¿Has oído lo que te he dicho, Christopher?
—Sí —dije—, he oído lo que me has dicho, pero cuando
asesinan a alguien hay que descubrir quién lo hizo para que
puedan castigarlo.
Y él dijo:
—No es más que un maldito perro, Christopher; un maldito
perro.
—Yo creo que los perros también son importantes —dije.

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Él dijo:
—Déjalo ya.
Y yo dije:
—Me pregunto si la policía descubrirá quién lo hizo y lo
castigará.
Entonces Padre golpeó el volante con un puño y el coche
zigzagueó un poquito sobre la raya discontinua del centro de la
carretera, y Padre gritó:
—He dicho que lo dejes ya, por el amor de Dios.
Entendí que estaba enfadado porque gritaba. Yo no quería
hacerle enfadar, así que no dije nada más hasta que llegamos a
casa.
Después de entrar por la puerta principal fui a la cocina a
buscar una zanahoria para Toby y subí a mi habitación, cerré la
puerta, solté a Toby y le di la zanahoria. Luego conecté el
ordenador y jugué 76 partidas del Buscaminas e hice la Versión
Experto en 102 segundos, sólo tres segundos más que mi mejor
tiempo, que es de 99 segundos.
A las 2.07 de la madrugada decidí que quería un vaso de
zumo de naranja antes de lavarme los dientes e irme a la cama,
así que bajé a la cocina. Padre estaba sentado en el sofá viendo
un campeonato de billar en la televisión y bebiendo whisky. De los
ojos le caían lágrimas.
Le pregunté.
—¿Estás triste por lo de Wellington?
Me miró durante largo rato e inspiró aire por la nariz. Luego
dijo:
—Sí, Christopher, podría decirse que sí. Ya lo creo.
Decidí dejarlo solo porque cuando estoy triste quiero que
me dejen solo. Así que no dije nada más. Fui a la cocina, me hice
el zumo de naranja y me lo llevé de vuelta a mi habitación.

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43

Madre murió hace 2 años.


Un día volví a casa de la escuela y nadie contestó a la
puerta, así que fui a buscar la llave secreta que tenemos
escondida bajo una maceta, detrás de la puerta de la cocina. Entré
en casa y me senté a montar una maqueta del Tanque Sherman
de Airfix que estaba construyendo.
Una hora y media más tarde Padre volvió a casa del trabajo.
Tiene un negocio de mantenimiento de calefacciones y calderas
con un hombre llamado Rhodri, que es su empleado. Llamó a la
puerta de mi habitación, la abrió y me preguntó si había visto a
Madre.
Dije que no la había visto, y se fue al piso de abajo y
empezó a hacer llamadas. No oí lo que dijo.
Entonces subió a mi habitación, y dijo que tenía que salir un
rato y que no estaba seguro de cuánto tardaría. Dijo que si
necesitaba cualquier cosa lo llamara a su teléfono móvil.
Estuvo fuera durante 2 horas y media. Cuando volvió, bajé
por la escalera. Él estaba sentado en la cocina mirando por la
ventana de atrás hacia el jardín y el pozo y la verja de chapa de
cinc y la parte superior de la torre de la iglesia de la calle
Manstead, que parece un castillo porque es normanda. Padre dijo:
—Me temo que no vas a ver a tu madre durante una
temporada.
Lo dijo sin mirarme. Siguió mirando por la ventana.
Normalmente, la gente te mira cuando te habla. Sé que
tratan de captar lo que estoy pensando, pero yo soy incapaz de
captar lo que piensan ellos. Es como estar en una habitación con
un espejo de un solo sentido en una película de espías. Aquello
era agradable, lo de que Padre me hablara sin mirarme. Dije:
—¿Por qué no?
Esperó mucho rato y luego dijo:
—Tu madre ha tenido que ir al hospital.

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—¿Podemos visitarla? —pregunté, porque a mí me gustan
los hospitales.
Me gustan los uniformes y las máquinas.
Padre dijo:
—No.
—¿Por qué no podemos? —dije.
Y él dijo:
—Necesita descansar. Necesita estar sola.
—¿Es un hospital psiquiátrico? —pregunté.
Y padre dijo:
—No. Es un hospital corriente. Tiene un problema... un
problema de corazón.
—Tendremos que llevarle comida —dije, porque sabía que la
comida en los hospitales no era muy buena.
David, del colegio, fue a un hospital a que le hicieran una
operación en la pierna para alargarle el músculo de la pantorrilla y
andar mejor. No le gustó nada la comida, así que su madre le
llevaba cosas preparadas cada día.
Padre volvió a esperar mucho rato y dijo:
—Le llevaré algo de comida durante el día cuando tú estés
en el colegio; se la daré a los médicos y ellos se la darán a tu
madre, ¿de acuerdo?
—Pero tú no sabes cocinar —dije.
Padre se tapó la cara con las manos y dijo:
—Mira, Christopher, compraré comida preparada en Marks
and Spencer y se la llevaré. A ella le gusta.
Dije que le haría una tarjeta de «Espero que te pongas
bien», porque eso es lo que haces por la gente cuando está en el
hospital.
Padre dijo que se la llevaría al día siguiente.

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47

En el autobús de camino al colegio a la mañana siguiente vi


pasar 4 coches rojos seguidos, lo que significaba que era un Día
Bueno, así que decidí no estar triste por lo de Wellington.
El señor Jeavons, el psicólogo del colegio, me preguntó una
vez por qué 4 coches rojos seguidos hacían que fuese un Día
Bueno, y 3 coches rojos seguidos un Día Bastante Bueno, y 5
coches rojos seguidos un Día Súper Bueno, y por qué 4 coches
amarillos seguidos hacían que fuese un Día Negro, que es un día
en que no hablo con nadie y me siento a leer libros solo y no
almuerzo y No Corro Riesgos. Dijo que yo era una persona muy
lógica, y que le sorprendía que pensara de esa manera, porque no
era muy lógica.
Le dije que me gustaba que las cosas siguieran un orden
preciso. Y una manera de que las cosas siguieran un orden preciso
era siendo lógico. En especial si esas cosas eran números o un
razonamiento. Pero había otras formas de poner las cosas en un
orden preciso. Y por eso yo tenía Días Buenos y Días Negros. Le
dije que hay personas que trabajan en una oficina y que al salir de
casa por la mañana ven que brilla el sol y eso hace que se sientan
contentas, o ven que llueve y eso hace que se sientan tristes, pero
la única diferencia es el clima, y si trabajan en una oficina el clima
no tiene nada que ver con que tengan un buen día o un mal día.
Dije que cuando Padre se levanta por las mañanas siempre
se pone los pantalones antes de ponerse los calcetines y que eso
no es lógico, pero siempre lo hace así, porque a él también le
gusta hacer las cosas en un orden preciso. Además, cuando sube
los escalones lo hace siempre de dos en dos y empieza siempre
con el pie derecho.
El señor Jeavons dijo que yo era un chico muy listo.
Yo dije que no era listo. Tan sólo advertía cómo son las
cosas, y eso no es ser listo. Sólo es ser observador. Ser listo es
ver cómo son las cosas y utilizar la información para deducir algo
nuevo. Como que el universo está en expansión o que alguien ha
cometido un asesinato. O cuando uno ve el nombre de alguien y le

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da un valor a cada letra del 1 al 26 (a = 1, b = 2, etc.) y suma
los números en la cabeza y descubre que dan un número primo,
como Scooby Doo (113), o Sherlock Holmes (163), o Doctor
Watson (167).
El señor Jeavons me preguntó si eso me hacía sentirme
seguro, eso de que las cosas siempre tuviesen un orden preciso, y
le contesté que sí.
Entonces me preguntó si no me gustaba que las cosas
cambiaran. Y dije que no me importaría que las cosas cambiaran
si yo me convirtiera en un astronauta, por ejemplo, que es uno de
los mayores cambios que uno puede imaginar, aparte de
convertirse en niña o morirse.
Me preguntó si me gustaría ser astronauta y le dije que sí.
Dijo que era muy difícil llegar a ser astronauta. Yo dije que
ya lo sabía. Uno tenía que ser oficial de las fuerzas aéreas y acatar
muchas órdenes y estar dispuesto a matar a otros seres humanos,
y yo no puedo acatar órdenes. Además, no tengo la visión de
20/20 que se necesita para ser piloto. Pero dije que puedes seguir
deseando algo por muy improbable que sea.
Terry, que es el hermano mayor de Francis, que va a la
escuela, dijo que yo sólo encontraría trabajo de recogedor de
carritos en el supermercado o de limpiador de mierda de burro en
una reserva de animales y que a los tarados no les dejaban pilotar
cohetes que cuestan billones de libras. Cuando le dije eso a Padre,
dijo que Terry tenía celos de que yo fuera más listo que él. Lo cual
era una idea estúpida, porque lo nuestro no era una competición.
Pero Terry es estúpido, así que quod erat demonstrandum, que en
latín quiere decir «Que es la cosa que iba a demostrarse», es
decir, «Que prueba lo dicho».
Yo no soy un tarado, y aunque es probable que no me
convierta en astronauta, voy a ir a la universidad a estudiar
Matemáticas, o Física, o Física y Matemáticas (en una facultad de
doble licenciatura), porque las matemáticas y la física me gustan y
se me dan muy bien. Pero Terry no irá a la universidad. Padre dice
que lo más probable es que Terry acabe en la cárcel.
Terry lleva en el brazo un tatuaje en forma de corazón con
un cuchillo que lo atraviesa.
Pero esto es lo que se llama una digresión, y ahora vuelvo a
lo de que era un Día Bueno.

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Puesto que era un Día Bueno, decidí que intentaría
descubrir quién había matado a Wellington, porque un Día Bueno
es un día para poner en marcha proyectos y planear cosas.
Cuando le dije eso a Siobhan, me dijo:
—Bueno, hoy se supone que hemos de escribir un relato, así
que ¿por qué no escribes lo que pasó cuando encontraste a
Wellington y fuiste a la comisaría?
Y entonces empecé a escribir esto.
Y Siobhan dijo que ella me ayudaría con la ortografía, la
gramática y las notas a pie de página.

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53

Madre murió dos semanas después.


Yo no había ido a verla al hospital, pero Padre le había
llevado montones de comida de Marks and Spencer. Dijo que ella
tenía buena cara y que parecía estar mejorando. Madre me
mandaba todo su cariño y tenía mi tarjeta de «Espero que te
pongas bien» en la mesilla, junto a la cama. Padre dijo que le
gustaba muchísimo.
La tarjeta tenía dibujos de coches, así

La hice en la escuela con la señora Peters, que enseña


manualidades, y era un grabado al linóleo, que es cuando uno
hace un dibujo en un pedazo de linóleo, la señora Peters recorta el
dibujo con una navaja Stanley, y entonces uno le pone tinta al
linóleo y lo presiona contra el papel, que es la razón de que todos
los coches parezcan iguales porque hice un solo coche y lo
presioné contra el papel 9 veces. La idea de hacer muchos coches
fue de la señora Peters, y a mí me gustó. Y pinté todos los coches
de color rojo para que Madre tuviera un Día Súper Súper Bueno.
Padre dijo que había muerto de un ataque al corazón y que
fue inesperado. Yo pregunté:

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—¿Qué clase de ataque al corazón? —porque estaba
sorprendido.
Madre sólo tenía 38 años y los ataques al corazón suele
tenerlos la gente mayor, y Madre era muy activa y montaba en
bicicleta y comía comida sana, con mucha fibra y baja en grasa
saturada, como pollo y verduras y muesli.
Padre dijo que no sabía qué clase de ataque al corazón
había tenido y que ése no era el momento de preguntar cosas así.
Dije que probablemente se había tratado de un aneurisma.
Un ataque al corazón es cuando los músculos del corazón
dejan de recibir sangre y mueren. Hay dos clases principales de
ataque al corazón. La primera es una embolia. Ocurre cuando un
coágulo de sangre bloquea uno de los vasos sanguíneos que llevan
sangre a los músculos del corazón. Se puede evitar tomando
aspirina y comiendo pescado. La razón por la que los esquimales
no sufren esa clase de ataque al corazón es que comen pescado y
el pescado evita que su sangre se coagule, pero si se hacen un
corte grave pueden morirse desangrados.
Pero un aneurisma es cuando un vaso sanguíneo se rompe y
la sangre no llega a los músculos del corazón. Algunas personas
tienen aneurismas sólo por tener un punto débil en sus vasos
sanguíneos, como la señora Hardisty, que vivía en el número 72
de nuestra calle y que tenía un punto débil en los vasos
sanguíneos del cuello, y murió simplemente al volver la cabeza
para aparcar el coche en una plaza libre.
También podría haber sido una embolia, porque la sangre se
coagula con mucha más facilidad cuando llevas tendido mucho
tiempo, como cuando estás en el hospital.
Padre dijo:
—Lo siento, Christopher. Lo siento muchísimo.
Pero no era culpa suya.
Entonces la señora Shears vino y nos preparó la cena.
Llevaba sandalias y vaqueros y una camiseta con las palabras
WINDSURF y CORFÚ y el dibujo de un windsurfista.
Padre estaba sentado y ella se acercó y apoyó la cabeza de
él contra su pecho y dijo:
—Venga, Ed. Vamos a ayudarte a superar esto.
Y entonces nos preparó espaguetis con salsa de tomate.

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Y después de cenar jugó al Scrabble conmigo y le gané por
247 puntos a 134.

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59

Decidí que iba a descubrir quién había matado a Wellington


a pesar de que Padre me hubiese dicho que no me metiera en los
asuntos de otras personas.
Eso es porque no siempre hago lo que me dicen.
Y no lo hago porque cuando la gente te dice qué tienes que
hacer, suele ser confuso y no tener mucho sentido.
Por ejemplo, la gente te dice con frecuencia «Cállate», pero
no te dice durante cuánto tiempo tienes que quedarte callado. O
ves un letrero que dice «prohibido pisar el césped» pero debería
decir «prohibido pisar el césped alrededor de este letrero» o
«prohibido pisar el césped en este parque» porque hay mucho
césped que sí se te permite pisar.
Además, la gente se salta las normas constantemente. Por
ejemplo, Padre conduce muchas veces a más de 30 millas por
hora en una zona limitada a 30 millas por hora, y otras conduce
después de haber bebido, y con frecuencia no se pone el cinturón
de seguridad. Y en la Biblia dice «No matarás» pero hubo unas
cruzadas y dos guerras mundiales y la guerra del Golfo y en todas
ellas hubo cristianos que mataban gente.
Además, no sé a qué se refiere Padre cuando dice «no te
metas en los asuntos de los demás», porque no sé a qué se
refiere con «los asuntos de los demás», porque yo hago montones
de cosas con otras personas, en el colegio, en la tienda o en el
autobús, y su trabajo consiste en ir a las casas de otras personas
y arreglarles la caldera y la calefacción. Y todas esas cosas son
asuntos de los demás.
Siobhan me comprende. Cuando me dice que no haga algo,
me dice qué es exactamente lo que no se me permite hacer. Y eso
me gusta.
Por ejemplo, una vez me dijo: «Nunca des puñetazos a
Sarah, ni le pegues de cualquier otra forma, Christopher, ni
siquiera aunque ella te pegue primero. Si vuelve a pegarte,

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apártate de ella, quédate quieto y cuenta hasta 50; luego ven a
decirme lo que ha hecho, o cuéntaselo a otro de los educadores».
O, por ejemplo, una vez me dijo: «Si quieres columpiarte y
ya hay gente en los columpios, nunca debes empujarlos para que
se bajen. Tienes que preguntarles si puedes columpiarte tú. Y
entonces has de esperar hasta que hayan acabado».
Pero cuando otras personas te dicen lo que no puedes
hacer, no lo hacen de esa manera. Así que yo decido lo que voy a
hacer y lo que no.
Aquella tarde fui a la casa de la señora Shears y llamé a la
puerta y esperé a que contestara.
Cuando abrió la puerta sostenía una taza de té y llevaba
zapatillas de piel de borrego y había estado viendo un concurso en
la tele porque el televisor estaba encendido y oí que alguien decía:
«La capital de Venezuela es... a) Maracas, b) Caracas, c) Bogotá o
d) Georgetown». Y yo sabía que era Caracas.
La señora Shears me dijo:
—Christopher, la verdad es que no me apetece verte en
este momento.
—Yo no maté a Wellington —dije.
Y ella dijo:
—¿Qué haces aquí?
—Quería decirle que yo no maté a Wellington. Y también
que quiero averiguar quién lo mató.
Se le derramó un poco de té sobre la alfombra.
—¿Sabe usted quién mató a Wellington? —pregunté.
No contestó a mi pregunta. Tan sólo dijo:
—Adiós, Christopher. —Y cerró la puerta.
Entonces decidí hacer un poco de detective.
Vi que la señora Shears me estaba mirando, esperando a
que me fuera, porque la veía de pie en el vestíbulo, al otro lado
del cristal esmerilado de su puerta de entrada. Así que recorrí de
vuelta el sendero y salí del jardín. Entonces me volví y vi que ya
no estaba de pie en el vestíbulo. Me aseguré de que no hubiera
nadie mirando y salté la tapia, y anduve junto a la casa hasta el
jardín de atrás y el cobertizo donde guardaba las herramientas de
jardinería.

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El cobertizo estaba cerrado con un candado y no podía
entrar, así que lo rodeé hasta la ventana lateral. Entonces tuve un
poco de buena suerte. A través de la ventana vi una horca que
tenía exactamente el mismo aspecto que la horca que había visto
sobresalir de Wellington. Estaba encima del banco, junto a la
ventana, y la habían limpiado, porque no había sangre en las
púas. También vi otras herramientas: una pala, un rastrillo y una
de esas largas tijeras de podar que se usan para cortar ramas
altas difíciles de alcanzar. Y todas ellas tenían los mismos mangos
de plástico verde que la horca. Eso significaba que la horca
pertenecía a la señora Shears. O era así, o se trataba de una Pista
Falsa, que es una pista que te hace llegar a una conclusión
errónea, o algo que parece una pista pero no lo es.
Me pregunté si la propia señora Shears habría matado a
Wellington. Pero si hubiera matado ella misma a Wellington, por
qué habría salido corriendo de la casa gritando «¿Qué coño le has
hecho a mi perro?».
La señora Shears probablemente no había matado a
Wellington. Pero quien fuera que lo hubiese matado,
probablemente lo había matado con la horca de la señora Shears.
El cobertizo estaba cerrado. Eso significaba que era alguien que
tenía la llave del cobertizo de la señora Shears, o que ella se lo
había dejado abierto, o que se había dejado la horca tirada en
alguna parte del jardín.
Oí un ruido y me volví y vi a la señora Shears de pie en el
césped mirándome. Dije:
—He venido a ver si la horca estaba en el cobertizo.
Y ella dijo:
—Si no te vas ahora mismo voy a volver a llamar a la
policía.
Así que me fui a casa.
Cuando llegué a casa, le dije hola a Padre, subí y le di de
comer a Toby, mi rata, y me sentí contento porque estaba
haciendo de detective y descubriendo cosas.

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61

La señora Forbes, del colegio, dijo que Madre al morir se


había ido al cielo. Eso lo dijo porque la señora Forbes es muy vieja
y cree en el cielo. Y lleva pantalones de chándal porque dice que
son más cómodos que los pantalones normales. Y una de sus
piernas es ligeramente más corta que la otra a causa de un
accidente de moto.
Pero Madre al morir no había ido al cielo, porque el cielo no
existe.
El marido de la señora Peters es un párroco al que todos
llaman reverendo Peters, y de vez en cuando viene a nuestra
escuela a hablarnos. Yo le pregunté dónde estaba el cielo y él me
contestó:
—No está en nuestro universo. Está en otro sitio
completamente distinto.
A veces, cuando piensa, el reverendo Peters hace unos
raros chasquidos con la lengua. Y fuma cigarrillos, y se los puedes
oler en el aliento, y eso a mí no me gusta.
Le dije que no había nada fuera de nuestro universo y que
no existía ningún sitio completamente distinto. Quizá lo haya si
uno logra atravesar un agujero negro, pero un agujero negro es lo
que se llama una «Singularidad», que significa que es imposible
saber qué hay del otro lado porque la gravedad de un agujero
negro es tan grande, que ni siquiera ondas electromagnéticas
como la luz pueden salir de él, y es a través de las ondas
electromagnéticas como obtenemos la información de lo que está
muy lejos. Si el cielo estuviera al otro lado de un agujero negro, a
las personas muertas tendrían que lanzarlas al espacio en cohetes
para llegar allí, y no las lanzan, o la gente ya se habría dado
cuenta.
A mí me parece que la gente cree en el cielo porque no le
gusta la idea de morirse, porque quiere seguir viviendo y no le
gusta la idea de que otras personas se muden a su casa y echen
sus cosas a la basura.

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El reverendo Peters dijo:
—Bueno, cuando digo que el cielo no está en nuestro
universo, en realidad, es por decirlo de alguna manera. Supongo
que lo que en realidad significa es que están con Dios.
—Pero ¿dónde está Dios? —le dije yo.
Y el reverendo Peters me dijo que deberíamos hablar de eso
otro día cuando tuviese más tiempo.
Lo que de verdad pasa cuando te mueres es que tu cerebro
deja de funcionar y el cuerpo se pudre, como el de Conejo cuando
se murió y lo enterramos al fondo del jardín. Todas sus moléculas
se descompusieron en otras moléculas y pasaron a la tierra y se
las comieron los gusanos y pasaron a las plantas. Si vamos y
cavamos en el mismo sitio al cabo de 10 años, no quedará nada
excepto su esqueleto. Y al cabo de 1.000 años, hasta el esqueleto
habrá desaparecido. Pero eso está bien, porque ahora forma parte
de las flores y del manzano y del matorral de espino.
A veces, cuando las personas se mueren, las ponen en
ataúdes, lo que significa que no se mezclan con la tierra durante
muchísimo tiempo, hasta que la madera del ataúd se pudre.
Pero a Madre la incineraron. Eso quiere decir que la
metieron en un ataúd y lo quemaron y redujeron a cenizas y a
humo. Yo no sé qué se hace de las cenizas, no pude preguntarlo
en el crematorio porque no fui al funeral. Pero el humo sale por la
chimenea y se dispersa en el aire, y a veces levanto la vista al
cielo y pienso en que allá arriba hay moléculas de Madre, o en las
nubes sobre África o el Antártico, o en forma de lluvia en las
selvas de Brasil, o de nieve en alguna parte.

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67

El día siguiente era sábado y no hay gran cosa que hacer un


sábado a menos que Padre me lleve a algún sitio, a remar en el
lago o al centro de jardinería, pero ese sábado Inglaterra jugaba
al fútbol contra Rumania, lo que significaba que no íbamos a hacer
ninguna salida, porque Padre quería ver el partido en la televisión.
Así que decidí investigar un poco más por mi cuenta.
Decidí que iría a preguntarles a otros de los vecinos de
nuestra calle si habían visto a alguien matar a Wellington, o si
habían visto algo extraño la noche del jueves.
Hablar con desconocidos no es algo que yo suela hacer. No
me gusta hablar con desconocidos. No es por el Peligro que
suponen los Desconocidos del que nos hablan en el colegio, y
que es cuando un hombre desconocido te ofrece caramelos o
llevarte en su coche porque quiere tener relaciones sexuales
contigo. A mí eso no me preocupa. Si un desconocido me tocara
yo le pegaría, y puedo pegar muy fuerte. Por ejemplo, aquella vez
que pegué a Sarah porque me había tirado del pelo la dejé
inconsciente y tuvo una conmoción cerebral y tuvieron que
llevársela a Urgencias. Además, siempre llevo mi navaja del
Ejército Suizo en el bolsillo y tiene una hoja de sierra que podría
cortarle los dedos a un hombre.
No me gustan los extraños porque no me gusta la gente que
no conozco. Es difícil comprenderlos. Es como estar en Francia,
que es adonde íbamos a veces de vacaciones cuando Madre
estaba viva, de camping. A mí no me gustaba nada porque cuando
ibas a una tienda o a un restaurante o a una playa no entendías lo
que decía la gente y eso daba miedo.
Me lleva mucho tiempo acostumbrarme a la gente que no
conozco. Por ejemplo, cuando en el colegio hay un miembro nuevo
del equipo de educadores no le hablo durante semanas y
semanas. Lo observo hasta saber que no representa un peligro.
Entonces le hago preguntas sobre sí mismo, si tiene mascotas,
cuál es su color favorito, qué sabe de las misiones espaciales
Apolo, y le hago dibujarme un plano de su casa y le pregunto qué

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coche tiene, para así conocerlo mejor. Entonces ya no me importa
si estoy en la misma habitación que esa persona, y ya no tengo
que vigilarla constantemente.
Así pues, para hablar con otros vecinos de nuestra calle,
tenía que ser valiente. Pero si uno quiere hacer de detective, tiene
que ser valiente. No tenía elección.
Primero hice un plano de nuestra parte de la calle, que se
llama calle Randolph, y que era así

Luego, me aseguré de que llevaba la navaja del Ejército


Suizo en el bolsillo y salí. Llamé a la puerta del número 40, que es
la de enfrente de la casa de la señora Shears, y eso significa que
era más probable que hubiesen visto algo. La gente que vive en el
número 40 se llama Thompson.
El señor Thompson me abrió la puerta. Llevaba una
camiseta que decía

Cerveza.
Más de 2.000 años
ayudando a los feos
a tener relaciones sexuales.

El señor Thompson me dijo:


—¿En qué puedo ayudarte?

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—¿Sabe usted quién mató a Wellington? —dije.
No lo miré a la cara. No me gusta mirar a la gente a la cara,
en especial si son desconocidos. Durante unos segundos no dijo
nada. Luego preguntó:
—¿Y tú quién eres?
—Soy Christopher Boone, del número 36, y sé quién es
usted. Usted es el señor Thompson —dije.
Y él dijo:
—Soy el hermano del señor Thompson.
—¿Sabe quién mató a Wellington? —dije yo.
—¿Quién coño es Wellington? —dijo él.
—El perro de la señora Shears. La señora Shears es la del
número 41 —dije.
—¿Alguien le mató al perro? —dijo.
—Con una horca —dije yo.
—Dios santo —dijo él.
—Con una horca de jardín —dije yo, no fuera a pensar que
me refería a un cadalso. Entonces dije—: ¿Sabe usted quién lo
mató?
—No tengo ni la más mínima idea —dijo él.
—¿Vio usted algo sospechoso la noche del jueves? —dije yo.
—Oye, hijo —me dijo—, ¿de verdad te parece que tienes
que andar por ahí haciendo preguntas como ésa?
Y yo le dije:
—Sí, porque quiero descubrir quién mató a Wellington y
estoy escribiendo un libro sobre eso.
Y él dijo:
—Bueno, pues el jueves yo estaba en Colchester, así que le
estás preguntando al tipo que no toca.
—Gracias —dije, y me alejé.
No hubo respuesta en la casa del número 42.
Había visto a la gente que vivía en el número 44, pero no
sabía cómo se llamaban. Eran negros, un hombre y una mujer con
dos hijos, un niño y una niña. Me abrió la puerta la señora.
Llevaba unas botas que parecían botas del ejército y 5 pulseras de
un metal plateado que hacían un ruido tintineante. Me dijo:

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—Eres Christopher, ¿no?
Dije que sí y le pregunté si sabía quién había matado a
Wellington. Ella sabía quién era Wellington, así que no tuve que
explicárselo. Y sabía que lo habían matado.
Le pregunté si la noche del jueves había visto algo
sospechoso que pudiera ser una pista.
—¿Como qué? —preguntó.
Y yo dije:
—Como algún desconocido. O ruido de gente peleándose.
Pero ella dijo que no.
Y entonces decidí hacer lo que se llama «Probar una Táctica
Distinta», y le pregunté si sabía de alguien que quisiera ver triste
a la señora Shears.
Y ella me dijo:
—Quizá deberías hablar de esto con tu padre.
Y yo le expliqué que no podía preguntárselo a mi padre
porque la investigación era un secreto porque él me había dicho
que no me metiera en los asuntos de los demás.
—Bueno, pues a lo mejor tiene razón, Christopher —dijo.
Y yo dije:
—Entonces usted no sabe nada que pueda ser una pista.
—No —dijo ella, y luego dijo—: Ten cuidado, jovencito.
Le dije que tendría cuidado y luego le di las gracias por
ayudarme con mis pesquisas y fui al número 43, que es la casa de
al lado de la casa de la señora Shears.
Las personas que viven en el número 43 son el señor Wise y
la madre del señor Wise, que está en una silla de ruedas, que es
por lo que él vive con ella, para así poder llevarla a las tiendas y a
otros sitios.
Me abrió la puerta el señor Wise. Olía a sudor y a galletas
rancias y a palomitas, que es como huele una persona cuando no
se ha lavado durante una temporada, como Jason, del colegio, que
huele porque su familia es pobre.
Le pregunté al señor Wise si sabía quién había matado a
Wellington la noche del jueves.
—Vaya —dijo—, los policías sois cada vez más jóvenes, ¿eh?
Entonces se rió. A mí no me gusta que la gente se ría de mí, así
que me di la vuelta y me fui.

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No llamé a la puerta del número 38, la casa de al lado de la
nuestra, porque es gente que toma drogas y Padre dice que no
hable nunca con ellos, así que no lo hago. Ponen la música muy
alta por la noche y a veces, cuando los veo en la calle, me dan un
poco de miedo. Además, en realidad no es su casa.
Entonces, me di cuenta de que la anciana que vive en el
número 39, al otro lado de la casa de la señora Shears, estaba en
su jardín delantero cortando el seto con una podadora eléctrica.
Se llama señora Alexander. Tiene un perro. Es un teckel, así que
probablemente era buena persona porque le gustaban los perros.
Pero el perro no estaba en el jardín con ella. Estaba dentro de la
casa.
La señora Alexander llevaba vaqueros y zapatillas de
deporte, que no es lo que visten los ancianos normalmente. Los
vaqueros tenían manchas de barro. Las zapatillas eran unas New
Balance. Con los cordones rojos.
Me acerqué a la señora Alexander y dije:
—¿Sabe usted que mataron a Wellington?
Entonces apagó la podadora eléctrica y dijo:
—Me temo que vas a tener que repetírmelo. Soy un poco
sorda.
Así que le dije:
—¿Sabe usted que mataron a Wellington?
—Me enteré ayer —dijo—. Espantoso. Espantoso.
—¿Sabe usted quién lo mató? —dije.
Y ella dijo:
—No, no lo sé.
—Alguien tiene que saberlo —dije— porque la persona que
mató a Wellington sabe que mataron a Wellington. A menos que
sea un loco y no supiera lo que hacía. O que tenga amnesia.
Y ella dijo:
—Bueno, supongo que tienes razón.
—Gracias por ayudarme en mi investigación —dije.
Y ella dijo:
—Eres Christopher, ¿verdad?
—Sí —dije—. Vivo en el número 36.
—Nunca habíamos hablado, ¿verdad? —dijo.

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—No —dije—. A mí no me gusta hablar con desconocidos.
Pero estoy haciendo de detective.
Y ella dijo:
—Te veo todos los días, cuando vas a la escuela.
A eso no contesté. Y la mujer dijo:
—Es muy amable por tu parte venir a decir hola.
A eso tampoco contesté, porque la señora Alexander estaba
haciendo lo que se llama charlar, que es cuando la gente se dice
cosas entre sí que no son preguntas y respuestas y que no tienen
relación. Entonces dijo:
—Incluso aunque sólo sea porque estás haciendo de
detective.
Y yo volví a decir:
—Gracias.
Estaba a punto de volverme y alejarme cuando dijo:
—Tengo un nieto de tu edad.
Traté de charlar con ella diciendo:
—Tengo 15 años, 3 meses y 4 días.
Y ella dijo:
—Bueno, casi de tu edad.
Entonces no nos dijimos nada durante un ratito hasta que
ella dijo:
—Tú no tienes perro, ¿verdad?
Y yo contesté:
—No.
—Probablemente te gustaría tener un perro, ¿no es así? —
dijo.
—Tengo una rata —dije yo.
—¿Una rata? —preguntó.
—Se llama Toby —dije.
—Oh —dijo ella.
Y yo dije:
—A la mayoría de la gente no le gustan las ratas, porque
creen que transmiten enfermedades como la peste bubónica. Pero
eso es sólo porque las ratas vivían en alcantarillas y se escondían
en barcos que venían de países donde había enfermedades raras.

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Pero las ratas son muy limpias. Toby siempre se está lavando. Y
no hay que sacarla a pasear. La dejo corretear por mi habitación
para que haga un poco de ejercicio. Y a veces se me sienta en el
hombro o se me esconde en la manga como si fuera una
madriguera. Pero las ratas no viven en madrigueras en la
naturaleza.
La señora Alexander dijo:
—¿Quieres pasar a tomar el té?
—Yo no entro en las casas de otras personas —dije.
Y ella dijo:
—Bueno, podría sacar un poco aquí fuera. ¿Te gusta la
limonada?
—A mí sólo me gusta la naranjada —contesté.
—Por suerte también tengo —dijo—. ¿Y qué me dices de un
poco de Battenberg?
—No lo sé porque no sé lo que es Battenberg —dije yo.
—Es una clase de pastel —dijo ella—. Tiene cuatro
cuadrados rosas y amarillos en el centro y está recubierto de
mazapán.
Y yo dije:
—¿Es un pastel alargado de sección cuadrada dividida en
cuadros de igual tamaño y colores alternos?
—Sí —dijo ella—, supongo que se puede describir así.
—Me podrían gustar los cuadrados rosas, pero no los
amarillos, porque a mí no me gusta el amarillo —dije—. Y no sé
qué es el mazapán, así que tampoco sé si eso me gustaría.
Y ella dijo:
—Me temo que el mazapán también es amarillo. Quizás en
lugar de eso debería sacar unas galletas. ¿Te gustan las galletas?
—Sí —dije—. Algunas clases de galletas.
—Te traeré un surtido —dijo.
Entonces se volvió y entró en la casa. Se movía muy
despacio porque era una anciana y estuvo dentro de la casa
durante más de 6 minutos y yo empecé a ponerme nervioso
porque no sabía qué estaba haciendo dentro de la casa. No la
conocía lo bastante bien para saber si decía la verdad sobre la
naranjada y el pastel Battenberg. Pensé que podía estar llamando

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a la policía y que entonces me metería en un lío mucho más serio
a causa de la amonestación.
Así que me marché.
Y cuando cruzaba la calle tuve un momento de inspiración
sobre quién podía haber matado a Wellington. Articulé una
Concatenación de Razonamientos en mi mente que era como
sigue:

1. ¿Por qué matarías a un perro?


a) Porque lo odias.
b) Porque estás loco.
c) Porque quieres fastidiar a la señora Shears.
2. Yo no conozco a nadie que odiase a Wellington; de ser
así a) probablemente se trata de un desconocido.
3. Yo no conozco a nadie loco; de ser así b) probablemente
se trata también de un desconocido.
4. La mayoría de los asesinatos los comete alguien a quien
la víctima conoce. Se sabe que lo más fácil es que a uno
lo asesine un miembro de su propia familia el día de
Navidad. Eso es un hecho demostrado. Por tanto, lo más
probable es que a Wellington lo matara una persona que
lo conocía.
5. De ser así c) yo sólo conozco a una persona a quien no
le gusta la señora Shears, y es el señor Shears, que
desde luego conocía muy bien a Wellington.
Eso significaba que el señor Shears era mi Principal
Sospechoso.
El señor Shears estaba casado con la señora Shears y vivían
juntos hasta hace dos años. Entonces, el señor Shears se fue y no
volvió. Por eso la señora Shears vino y cocinó mucho para
nosotros después de que Madre muriese, porque ya no tenía que
cocinar para el señor Shears y no tenía que quedarse en casa y
ser su esposa. Y además Padre decía que ella necesitaba compañía
y que no quería estar sola.
A veces, la señora Shears pasaba la noche en nuestra casa
y a mí me gustaba que lo hiciera, porque ponía las cosas en su
sitio y colocaba los botes y las cacerolas y las latas por orden de
altura en los estantes de la cocina, y siempre hacía que las
etiquetas mirasen hacia fuera, y colocaba los cuchillos y tenedores

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y cucharas en los compartimentos correctos del cajón de los
cubiertos. Pero fumaba cigarrillos y decía montones de cosas que
yo no entendía, por ejemplo «Me voy al sobre», y «Ahí fuera están
cayendo chuzos de punta», y «Vamos a mover un poco el
esqueleto». Y no me gustaba que dijera cosas así porque no
entendía qué quería decir.
No sé por qué el señor Shears dejó a la señora Shears,
porque nadie me lo dijo. Pero cuando te casas es porque quieres
vivir con la otra persona y tener niños, y si te casas en una iglesia
tienes que prometer que estarás con esa persona hasta que la
muerte os separe. Y si no quieres vivir con ella tienes que
divorciarte y eso pasa cuando uno de los dos ha tenido relaciones
sexuales con otra persona o porque siempre os estáis peleando,
os odiáis y ya no queréis vivir en la misma casa y tener niños. Y el
señor Shears ya no quería vivir en la misma casa que la señora
Shears, así que probablemente la odiaba y podía haber vuelto y
matado a su perro para ponerla triste.
Trataría de averiguar más cosas sobre el señor Shears.

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71

Los niños de mi colegio son estúpidos. Pero se supone que


no he de llamarlos estúpidos, ni siquiera aunque sea eso lo que
son. Se supone que he de decir que tienen dificultades de
aprendizaje o que tienen necesidades especiales. Pero eso es
estúpido, porque todo el mundo tiene dificultades de aprendizaje,
porque aprender a hablar francés o entender la relatividad es
difícil. Y todo el mundo tiene necesidades especiales, como Padre,
que tiene que llevar siempre encima una cajita de pastillas de
edulcorante artificial que echa al café para no engordar, o la
señora Peters, que lleva en el oído un aparato de color beis para
oír mejor, o Siobhan, que lleva unas gafas tan gruesas que si te
las pones te dan dolor de cabeza, y ninguna de esas personas son
de Necesidades Especiales, incluso aunque tengan necesidades
especiales.
Pero Siobhan dijo que teníamos que utilizar otras palabras
porque a los niños del colegio la gente solía llamarlos cortos y gilis
y memos, que eran palabras muy feas. Pero eso también es una
estupidez porque a veces los niños de la escuela de un poco más
allá de nuestra calle nos ven al bajar del autocar y nos gritan
«¡Necesidades especiales! ¡Necesidades especiales!». Pero yo no
hago caso porque no escucho lo que dicen las demás personas y a
palabras necias oídos sordos y llevo conmigo mi navaja del
Ejército Suizo y si me pegan y yo los mato será en defensa propia
y no iré a la cárcel.
Voy a demostrar que yo no soy estúpido. El mes que viene
voy a presentarme al examen de bachiller superior en
Matemáticas y voy a sacar un sobresaliente. Nadie ha estudiado
nunca una asignatura de bachillerato en nuestra escuela y la
directora, la señora Gascoyne, al principio no quería que me
presentara. Dijo que la escuela no tenía aulas preparadas para ese
tipo de exámenes. Pero Padre tuvo una discusión con la señora
Gascoyne y se enfadó muchísimo. La señora Gascoyne dijo que no
querían tratarme de forma distinta a todos los demás en el colegio
porque entonces todo el mundo querría ser tratado de forma

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distinta y yo sentaría precedente. Y siempre podía sacarme el
bachillerato más tarde, a los 18 años.
Yo estaba sentado en el despacho de la señora Gascoyne
con Padre cuando ella dijo esas cosas. Y Padre dijo:
—¿No le parece que Christopher tiene ya una situación de
mierda para que venga usted también a cagarse en él desde las
alturas? Jesús, pero si eso es lo único que se le da realmente bien.
Entonces la señora Gascoyne dijo que ella y Padre deberían
hablar del asunto en algún otro momento y a solas. Pero Padre le
preguntó si había algo que le avergonzara decir delante de mí, y
ella dijo que no, de forma que Padre dijo:
—Dígalo ahora, entonces.
Y la directora dijo que si me presentaba a los exámenes de
bachiller superior necesitaría tener a un miembro del personal
ocupándose únicamente de mí en un aula separada. Y Padre dijo
que le pagaría a alguien 50 libras para que lo hiciera fuera del
horario escolar y que no iba a aceptar un no por respuesta. Ella
dijo que se lo pensaría. Y a la semana siguiente llamó a Padre a
casa y le dijo que podía presentarme a los exámenes y que el
reverendo Peters sería el supervisor.
Y después de sacarme el bachiller superior en Matemáticas
voy a sacarme el curso de especialización en Matemáticas y Física,
y entonces podré ir a la universidad. En nuestra ciudad, Swindon,
no hay universidad, porque es una ciudad pequeña. Así que
tendremos que mudarnos a una ciudad con universidad porque yo
no quiero vivir solo o en una casa con otros estudiantes. Pero eso
estará bien porque Padre también quiere mudarse a una ciudad
distinta. A veces dice cosas como:
—Tenemos que largarnos de esta ciudad, chaval.
Y otras veces dice:
—Swindon es el culo del mundo.
Entonces, cuando me haya licenciado en Matemáticas, o en
Física, o en Matemáticas y Física, conseguiré trabajo y ganaré
montones de dinero y podré pagar a alguien para que cuide de mí
y me haga la comida y me lave la ropa, o encontraré a una señora
que se case conmigo y sea mi esposa y ella podrá cuidar de mí y
así tendré compañía y no estaré solo.

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73

Solía pensar que Madre y Padre iban a divorciarse, porque


tenían muchas peleas y a veces se enfadaban muchísimo. Era por
el estrés de tener que cuidar de alguien con Problemas de
Conducta, como yo. Solía tener muchísimos Problemas de
Conducta, pero ahora ya no tengo tantos porque he crecido y soy
capaz de tomar decisiones por mí mismo y hacer cosas como salir
de casa a comprar cosas en la tienda de la esquina.
Éstos son algunos de mis Problemas de Conducta

A. No hablar durante mucho tiempo4.


B. No comer o beber nada durante mucho tiempo5.
C. No gustarme que me toquen.
D. Gritar cuando estoy enfadado o confundido.
E. No gustarme estar en sitios pequeños con otras
personas.
F. Destrozar cosas cuando estoy enfadado o confundido.
G. Gemir.
H. No gustarme las cosas amarillas o marrones y
negarme a tocar cosas amarillas o marrones.
I. Negarme a usar el cepillo de dientes si alguien lo ha
tocado.
J. No comerme la comida si las diferentes clases de
comida se tocan entre sí.
K. No darme cuenta de que la gente está enfadada
conmigo.

4
Una vez no hablé con nadie durante 5 semanas.

5
Cuando tenía 6 años, Madre me hacía beber batidos para
adelgazar con sabor a fresa de una jarra graduada y jugábamos a
cronometrar lo que tardaba en beberme un cuarto de litro.

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L. No sonreír.
M. Decir cosas que a la gente le parecen groseras6.
N. Hacer cosas estúpidas7.
O. Pegar a otras personas.
P. Odiar Francia.
Q. Conducir el coche de Madre8.
R. Ponerme furioso cuando alguien ha movido los
muebles9.

A veces esas cosas ponían a Madre y Padre realmente


furiosos y me gritaban a mí o se gritaban el uno al otro. A veces
Padre decía « Christopher, si no te comportas como es debido te
juro que te voy a moler a palos», o Madre me decía «Dios santo,
Christopher, de verdad que me estoy planteando internarte», o
Madre me decía «Vas a llevarme a la tumba antes de hora».
6
La gente dice que siempre hay que decir la verdad. Pero no lo
dicen en serio porque no se te permite decirle a los viejos que son viejos
y no se te permite decirle a la gente que huele raro o a un adulto que se
ha tirado un pedo. Y no se te permite decir a alguien «No me gustas» a
menos que esa persona haya sido muy mala contigo.

7
Cosas estúpidas son cosas como vaciar un frasco de mantequilla
de cacahuete en la mesa de la cocina y esparcirla con un cuchillo para
que cubra toda la mesa hasta los bordes, o quemar cosas en los fogones
para ver qué les pasa, como mis zapatos o papel de plata o azúcar.
8
Eso sólo lo hice una vez. Le cogí las llaves cuando ella había ido a
la ciudad en autobús, y yo nunca había conducido antes un coche y tenía
8 años y 5 meses, así que lo estampé contra la pared, y el coche ya no
está allí porque Madre está muerta.

9
Está permitido mover las sillas y la mesa de la cocina porque eso
es distinto, pero me hace sentir mareado y enfermo que alguien mueva
el sofá y las sillas en la sala de estar o en el comedor. Madre solía
hacerlo cuando pasaba el aspirador, así que yo hacía un plano especial
de dónde se suponía que tenían que estar todos los muebles y tomaba
medidas y luego volvía a ponerlo todo en el sitio correcto y entonces me
sentía mejor. Pero desde que Madre murió, Padre no ha aspirado nunca,
y a mí me parece bien. La señora Shears vino a pasar el aspirador una
vez, pero yo me puse a gemir y ella le gritó a Padre y nunca más volvió
a intentarlo.

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79

Cuando llegué a casa, Padre estaba sentado a la mesa de la


cocina y me había preparado la cena. Llevaba una camisa a
cuadros. La cena consistía en alubias, bróculi y dos lonchas de
jamón y todo estaba dispuesto en el plato de forma que no se
tocara. Me dijo:
—¿Dónde has estado?
Y yo le dije que había salido. Eso se llama una mentira
piadosa. Una mentira piadosa no es una mentira en absoluto. Es
cuando dices la verdad pero no toda la verdad. Eso significa que
todo lo que decimos son mentiras piadosas, porque cuando
alguien te pregunta, por ejemplo, «¿Qué quieres hacer hoy?»,
dices «Quiero pintar con el señor Peters», pero no dices «Quiero
comerme el almuerzo y quiero ir al baño y quiero irme a casa
después del colegio y quiero jugar con Toby y quiero comerme la
cena y quiero jugar en el ordenador y quiero irme a la cama».
Había dicho una mentira piadosa porque sabía que Padre no
quería que hiciera de detective.
Padre dijo:
—Acabo de recibir una llamada de la señora Shears.
Empecé a comerme las alubias, el bróculi y las dos lonchas
de jamón.
Entonces Padre preguntó:
—¿Qué demonios hacías husmeando en su jardín?
—Estaba haciendo de detective tratando de descubrir quién
mató a Wellington —dije.
Padre dijo:
—¿Cuántas veces tengo que decírtelo, Christopher?
Las alubias, el bróculi y el jamón estaban fríos pero no me
importaba. Suelo comer despacio, así que mi comida casi siempre
está fría.
Padre dijo:

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—Te dije que no anduvieses metiendo las narices en los
asuntos de los demás.
—Creo que es probable que el señor Shears matara a
Wellington —dije.
Padre no dijo nada.
—Él es mi Principal Sospechoso —dije—. Porque creo que
alguien pudo haber matado a Wellington para poner triste a la
señora Shears. Y normalmente un asesinato lo comete un
conocido...
Padre golpeó la mesa con el puño con mucha fuerza. Los
platos y los cubiertos brincaron y mi jamón saltó hasta tocar el
bróculi, así que ya no pude comerme el jamón ni el bróculi.
Entonces Padre gritó:
—No toleraré que el nombre de ese hombre se mencione en
esta casa.
—¿Por qué no? —dije yo.
Y él dijo:
—Porque es un hombre malo.
—¿Significa eso que pudo haber matado a Wellington? —dije
yo.
Padre apoyó la cabeza en las manos y dijo:
—Por el amor de Dios.
Me di cuenta de que Padre estaba enfadado conmigo, así
que dije:
—Ya sé que me dijiste que no me metiera en los asuntos de
los demás, pero la señora Shears es amiga nuestra.
Y Padre dijo:
—Bueno, pues ya no es amiga nuestra.
—¿Por qué no? —pregunté.
Y Padre dijo:
—De acuerdo, Christopher. Voy a decirte esto una sola vez,
y sólo una. No volveré a decírtelo. Por el amor de Dios, mírame
cuando te hablo. Mírame. No vas a volver a preguntarle nada a la
señora Shears sobre quién mató a ese maldito perro. No vas a
hacerle preguntas a nadie sobre quién mató a ese maldito perro.
No vas a volver a entrar sin autorización en los jardines de otras
personas. Vas a dejar ese ridículo jueguecito del detective desde
ahora mismo.

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Yo no dije nada.
Padre dijo:
—Voy a hacer que me lo prometas, Christopher. Y ya sabes
qué significa que te haga prometerme algo.
Yo sabía bien qué significa decir que prometes algo. Tienes
que decir que nunca más volverás a hacer algo y entonces nunca
debes volver a hacerlo, porque eso convertiría la promesa en una
mentira.
—Ya lo sé —dije.
Padre dijo:
—Prométeme que dejarás de hacer esas cosas. Prométeme
que dejarás ese ridículo juego ahora mismo, ¿entendido?
—Lo prometo —dije.

LIBERIK CLASSICS
83

Creo que sería un astronauta muy bueno.


Para ser un buen astronauta tienes que ser inteligente y yo
soy inteligente. También tienes que entender cómo funcionan las
máquinas y yo soy bueno a la hora de entender cómo funcionan
las máquinas. También te tiene que gustar estar solo en una
minúscula nave espacial a miles y miles de kilómetros de la
superficie de la Tierra sin que te entre pánico o claustrofobia o
tengas añoranza o te vuelvas loco. Y a mí me gustan de verdad
los espacios pequeños, siempre y cuando no haya nadie en ellos
conmigo. A veces, cuando quiero estar solo, me meto en el
armario del tendedero que hay al lado del cuarto de baño y me
deslizo junto al calentador y cierro la puerta detrás de mí y me
paso horas allí sentado, pensando, y eso me hace sentir muy
tranquilo.
Así que yo tendría que ser un astronauta en solitario, o
tener mi propia parte de la nave espacial en la que nadie más
pudiese entrar.
No hay cosas amarillas o marrones en una nave espacial,
así que eso también estaría bien.
Tendría que hablar con otras personas del Centro de
Control, pero lo haríamos a través de una conexión de radio y un
monitor de televisión, o sea que no sería como hablar con
desconocidos, sino como jugar a un juego de ordenador.
No sentiría ninguna añoranza, porque estaría rodeado de
montones de las cosas que me gustan, máquinas y ordenadores y
el espacio exterior. Y podría mirar a través de una ventanita de la
nave espacial y saber que no hay nadie cerca de mí en miles y
miles de kilómetros, que es lo que a veces me imagino que me
pasa en las noches de verano, cuando me tumbo en el jardín y
miro al cielo y me pongo las manos a los lados de la cara para no
ver la valla y la chimenea y el hilo de tender y puedo hacer como
que estoy en el espacio.

LIBERIK CLASSICS
Todo lo que vería serían estrellas. Las estrellas son los sitios
en que las moléculas de las que está hecha la vida se crearon
billones de años atrás. Por ejemplo, el hierro de tu sangre, que
impide que estés anémico, se creó en una estrella.
Me gustaría poder llevarme a Toby conmigo al espacio, y
puede que me lo permitieran porque a veces se llevan animales al
espacio para los experimentos, o sea que si se me ocurriera un
buen experimento con una rata que no le hiciera daño a la rata,
podría pedir que me dejaran llevar a Toby.
Pero si no me dejaran iría igualmente porque sería un
Sueño Hecho Realidad.

LIBERIK CLASSICS
89

Al día siguiente en el colegio le dije a Siobhan que Padre me


había dicho que ya no podía hacer de detective y eso significaba
que el libro se había acabado. Le enseñé las páginas que había
escrito hasta entonces, con el dibujo del universo y el plano de la
calle y los números primos. Y ella dijo que no importaba. Dijo que
el libro era realmente bueno como estaba y que debía sentirme
muy orgulloso de haber escrito un libro, incluso aunque fuera más
bien corto, y que había algunos libros muy buenos que eran muy
cortos, como El corazón de las tinieblas, que era de Conrad.
Pero yo le dije que no era un libro propiamente dicho
porque no tenía un final propiamente dicho porque no había
descubierto quién había matado a Wellington, así que el asesino
todavía Andaba Suelto.
Y ella dijo que era como la vida, donde no se resolvían
todos los asesinatos y no se atrapaba a todos los asesinos. Como
Jack el Destripador.
Dije que no me gustaba la idea de que el asesino aún
Anduviese Suelto. Dije que no me hacía gracia pensar que la
persona que había matado a Wellington pudiese vivir en algún
sitio cerca y que me la pudiera encontrar dando un paseo por la
noche. Y eso era posible porque los asesinos suelen ser conocidos
de la víctima.
Entonces dije:
—Padre dijo que no debía volver a mencionar nunca el
nombre del señor Shears en nuestra casa, que era un hombre
malo. Quizás eso significa que fue la persona que mató a
Wellington.
Y Siobhan dijo:
—A lo mejor es que a tu padre no le gusta mucho el señor
Shears.
Y yo dije:
—¿Por qué no?

LIBERIK CLASSICS
—No lo sé, Christopher —dijo ella—. No lo sé, porque no sé
nada sobre el señor Shears.
—El señor Shears estaba casado con la señora Shears y la
dejó, como en un divorcio —dije yo—. Pero no sé si en realidad se
divorciaron.
Y Siobhan dijo:
—Bueno, la señora Shears es amiga tuya, ¿no? Amiga tuya
y de tu padre. Así que a lo mejor a tu padre no le gusta el señor
Shears porque dejó a la señora Shears. Porque le hizo algo malo a
una persona que es su amiga.
Y yo dije:
—Pero Padre dice que la señora Shears ya no es amiga
nuestra.
—Lo siento, Christopher —dijo Siobhan—. Me gustaría poder
responder a todas esas preguntas, pero simplemente no sé qué
decirte.
Entonces sonó el timbre que anunciaba que acababa el
colegio.
Al día siguiente vi pasar 4 coches amarillos seguidos de
camino al colegio, lo que lo convertía en un Día Negro, o sea que
no comí nada en el almuerzo y me quedé sentado en un rincón de
la clase todo el día y leí mi libro del curso de Matemáticas de
bachiller superior. Al día siguiente, también vi 4 coches amarillos
seguidos de camino al colegio, lo que lo convirtió también en un
Día Negro, así que no hablé con nadie y durante toda la tarde me
quedé sentado en un rincón de la biblioteca gimiendo con la
cabeza apoyada con fuerza en una esquina y eso me hacía sentir
tranquilo y seguro. Pero al tercer día mantuve los ojos cerrados
todo el camino al colegio hasta que bajamos del autocar porque
después de haber tenido 2 Días Negros seguidos me permito
hacer eso.

LIBERIK CLASSICS
97

Pero no fue el final del libro porque cinco días más tarde vi
5 coches rojos seguidos, lo que lo convirtió en un Día Súper
Bueno y supe que iba a pasar algo especial. En el colegio no pasó
nada especial o sea que tenía que pasar algo especial después del
colegio. Y cuando llegué a casa me fui hasta la tienda de la
esquina a comprarme unos regalices y una Milky Bar con mi dinero
de la semana.
Cuando me había comprado los regalices y la Milky Bar me
di la vuelta y vi a la señora Alexander, la anciana del número 39,
que también estaba en la tienda. No llevaba vaqueros. Llevaba un
vestido como una anciana normal. Y olía a comida casera.
—¿Qué te pasó el otro día? —me dijo.
—¿Qué día? —pregunté.
Y ella dijo:
—Cuando volví a salir te habías ido. Tuve que comerme yo
todas las galletas.
—Me marché —dije.
—Ya lo vi —dijo.
—Pensé que podía llamar usted a la policía —dije.
Y ella preguntó:
—¿Por qué iba a hacer eso?
Y yo dije:
—Porque yo estaba metiendo las narices en los asuntos de
los demás y Padre me dijo que no debía investigar quién mató a
Wellington. Y un policía me dio una amonestación y si vuelvo a
meterme en líos será muchísimo peor a causa de la amonestación.
Entonces la señora india del otro lado del mostrador le dijo
a la señora Alexander:
—¿En qué puedo servirla?
Y la señora Alexander dijo que quería medio litro de leche y
un paquete de pastelillos de Jaffa y yo salí de la tienda.

LIBERIK CLASSICS
Fuera de la tienda vi que el teckel de la señora Alexander
estaba sentado en la acera. Llevaba un abriguito hecho de tartán,
que es una tela escocesa y a cuadros. Le habían atado la correa a
la tubería junto a la entrada. A mí me gustan los perros, así que
me agaché y le dije hola al perro de la señora Alexander y él me
lamió la mano. Su lengua era áspera y húmeda. Le gustó el olor
de mis pantalones y empezó a olisquearlos.
Entonces la señora Alexander salió y dijo:
—Se llama Ivor.
Yo no dije nada.
Y la señora Alexander dijo:
—Eres muy tímido, ¿verdad, Christopher?
Y yo dije:
—No me está permitido hablar con usted.
—No te preocupes —dijo ella—. No voy a decírselo a la
policía y no voy a decírselo a tu padre, porque no tiene nada de
malo charlar un poco. Charlar un poco es sólo ser simpático, ¿no?
—Yo no sé charlar —dije.
Entonces ella dijo:
—¿Te gustan los ordenadores?
Y yo dije:
—Sí. Me gustan los ordenadores. En casa tengo un
ordenador en mi habitación.
Y ella dijo:
—Ya lo sé. A veces te veo sentado ante el ordenador en tu
dormitorio cuando miro desde la acera de enfrente.
Entonces desató la correa de Ivor de la tubería.
Yo no iba a decir nada porque no quería meterme en líos.
Entonces pensé que aquél era un Día Súper Bueno y que
aún no había pasado nada especial, así que era posible que hablar
con la señora Alexander fuera eso especial que iba a pasar. Y
pensé que podía decirme algo sobre Wellington o la señora Shears
sin que yo se lo preguntara, o sea que eso no sería romper mi
promesa. Le dije:
—Me gustan las matemáticas y cuidar de Toby. Y también
me gusta el espacio exterior y estar solo.
Y ella dijo:

LIBERIK CLASSICS
—Apuesto a que eres muy bueno con las matemáticas,
¿verdad?
—Sí, lo soy —dije—. El mes que viene voy a examinarme del
bachiller superior. Y voy a sacar un sobresaliente.
Y la señora Alexander dijo:
—¿De veras? ¿El bachiller en Matemáticas?
—Sí —contesté—. Yo no digo mentiras.
Y ella dijo:
—Perdona. No pretendía sugerir que estuvieses mintiendo.
Sólo me preguntaba si te habría oído correctamente. Soy un poco
sorda.
—Ya me acuerdo. Me lo dijo —y entonces dije—: Yo soy la
primera persona en mi colegio que se presenta a un examen de
bachillerato, porque es una escuela especial.
—Bueno —dijo ella—, pues estoy muy impresionada. Y
espero que saques un sobresaliente.
Y yo dije:
—Lo sacaré.
Entonces ella dijo:
—Y la otra cosa que sé sobre ti es que tu color favorito no
es el amarillo.
—No —dije yo—. Y tampoco es el marrón. Mi color favorito
es el rojo. Y el color metálico.
Entonces Ivor se hizo caca y la señora Alexander la recogió
con la mano metida dentro de una bolsita de plástico y luego
volvió del revés la bolsita de plástico y le hizo un nudo de forma
que la caca quedó encerrada y ella no tocó la caca con las manos.
Entonces yo hice unos razonamientos. Padre tan sólo me
había hecho prometerle cinco cosas que eran

1. No mencionar el nombre del señor Shears en nuestra


casa.
2. No ir a preguntarle a la señora Shears quién había
matado a ese maldito perro.
3. No ir a preguntarle a nadie quién había matado al
maldito perro.

LIBERIK CLASSICS
4. No entrar sin autorización en los jardines de los
demás.
5. Dejar ese ridículo jueguecito del detective.

Y preguntar acerca del señor Shears no era ninguna de esas


cosas. Y si uno es detective tiene que Correr Riesgos y ése era un
Día Súper Bueno lo que significaba que era un buen día para
Correr Riesgos, así que dije:
—¿Conoce usted al señor Shears? —lo cual era más o menos
charlar.
Y la señora Alexander dijo:
—No, en realidad no. Quiero decir que lo conocía lo
suficiente como para saludarlo y charlar un poco en la calle, pero
no sabía gran cosa sobre él. Creo que trabajaba en un banco. El
National Westminster. En el centro.
Y yo dije:
—Padre dice que es un hombre malo. ¿Sabe por qué dice
eso? ¿Es un hombre malo el señor Shears?
Y la señora Alexander dijo:
—¿Por qué me haces preguntas sobre el señor Shears,
Christopher?
No dije nada porque no quería investigar el asesinato de
Wellington, que era la razón por la que preguntaba sobre el señor
Shears.
Pero la señora Alexander dijo:
—¿Es por Wellington?
Y asentí con la cabeza, porque eso no contaba como hacer
de detective.
La señora Alexander no dijo nada. Se dirigió a la pequeña
papelera roja junto a la entrada del parque y metió en ella la caca
de Ivor, aquello era meter una cosa marrón dentro de una cosa
roja, lo que hizo que me diera vueltas la cabeza, así que no miré.
Entonces volvió de nuevo hacia mí.
Inspiró profundamente y dijo:
—Tal vez sería mejor no hablar de esas cosas, Christopher.
—¿Por qué no? —dije.
Y ella dijo:

LIBERIK CLASSICS
—Porque... —Entonces se detuvo y decidió empezar una
frase distinta—. Porque a lo mejor tu padre tiene razón y no
deberías andar por ahí haciendo preguntas sobre eso.
Y yo pregunté:
—¿Por qué?
Y ella dijo:
—Porque está claro que va a dolerle que lo hagas.
—¿Por qué va a dolerle que lo haga? —dije yo.
Entonces la señora volvió a inspirar profundamente y dijo:
—Porque... porque yo creo que tú ya sabes por qué a tu
padre no le gusta mucho el señor Shears.
Entonces pregunté:
—¿Mató el señor Shears a Madre?
Y la señora Alexander dijo:
—¿Que si la mató?
Y yo dije:
—Sí. ¿Mató él a Madre?
Y la señora Alexander dijo:
—No. No. Por supuesto que él no mató a tu madre.
—Pero ¿le causó él tanto estrés que se murió de un ataque
al corazón? —pregunté.
Y la señora Alexander dijo:
—Te aseguro que no sé de qué me hablas, Christopher.
Y yo dije:
—¿O le hizo daño y ella tuvo que ir al hospital?
—¿Tuvo que ir al hospital? —preguntó la señora Alexander.
Y yo dije:
—Sí. Y no fue muy grave al principio, pero tuvo un ataque al
corazón cuando estaba en el hospital.
Y la señora Alexander dijo:
—Dios mío.
—Y se murió —dije yo.
Y la señora Alexander dijo otra vez:
—Dios mío —y entonces dijo—: Oh, Christopher, lo siento,
lo siento muchísimo. No lo sabía.

LIBERIK CLASSICS
Entonces le pregunté:
—¿Por qué ha dicho «Creo que tú ya sabes por qué a tu
padre no le gusta mucho el señor Shears»?
La señora Alexander se llevó una mano a la boca y dijo:
—Oh, pobrecillo. —Pero no contestó a mi pregunta.
Así que volví a preguntarle lo mismo, porque en una novela
policíaca cuando alguien no quiere contestar a una pregunta es
porque trata de guardar un secreto o trata de impedir que alguien
se meta en líos, lo que significa que las respuestas a esas
preguntas son las respuestas más importantes de todas, y por eso
un detective tiene que presionar a esa persona.
Pero la señora Alexander siguió sin contestar. En lugar de
eso me hizo una pregunta. Me dijo:
—¿Entonces no lo sabes?
Y yo dije:
—¿Qué es lo que no sé?
Ella respondió:
—Mira, Christopher, probablemente no debería decirte esto
—entonces dijo—: Quizá podríamos dar un paseo juntos por el
parque. Éste no es lugar para hablar de estas cosas.
Yo estaba nervioso. No conocía a la señora Alexander. Sabía
que era una anciana y que le gustaban los perros. Pero era una
extraña. Y yo nunca voy solo al parque porque es peligroso y la
gente se inyecta drogas detrás de los lavabos públicos de la
esquina. Quería irme a casa y subir a mi habitación y darle de
comer a Toby y practicar un poco de matemáticas.
Pero también me sentía intrigado. Porque pensaba que a lo
mejor me contaba un secreto. Y el secreto podía ser sobre quién
había matado a Wellington. O sobre el señor Shears. Y si hacía eso
a lo mejor conseguía más pruebas contra él, o conseguía Excluirlo
de Mis Investigaciones.
Así que, como era un Día Súper Bueno, decidí entrar en el
parque con la señora Alexander incluso aunque me diera miedo.
Cuando estábamos dentro del parque, la señora Alexander
dejó de andar y dijo:
—Voy a decirte algo y tienes que prometerme que no le
dirás a tu padre que te lo he contado.
—¿Por qué? —dije.

LIBERIK CLASSICS
Y ella dijo:
—No debería haberte dicho lo que te he dicho. Y si no me
explico seguirás preguntándote qué quería decir. Y es posible que
se lo preguntes a tu padre. Y yo no quiero que lo hagas porque no
quiero que le des un disgusto. Así que voy a explicarte por qué he
dicho lo que he dicho. Pero antes de que lo haga tienes que
prometerme que no le dirás a nadie que te lo he dicho.
—¿Por qué? —dije.
Y ella dijo:
—Christopher, por favor, tan sólo confía en mí.
Y yo dije:
—Lo prometo. —Porque si la señora Alexander me decía
quién había matado a Wellington, o me contaba que el señor
Shears había en efecto matado a Madre, todavía podría ir a
contárselo a la policía porque a uno le está permitido romper una
promesa si alguien ha cometido un crimen y sabes algo al
respecto.
Y la señora Alexander dijo:
—Tu madre, antes de morir, era muy buena amiga del señor
Shears.
Y yo dije:
—Ya lo sé.
Y ella dijo:
—No, Christopher. No estoy segura de que lo sepas. Quiero
decir que eran muy buenos amigos. Muy, muy buenos amigos.
Pensé en eso un rato y dije:
—¿Se refiere a que tenían relaciones sexuales?
Y la señora Alexander dijo:
—Sí, Christopher. A eso me refiero.
Entonces no dijo nada más durante unos 30 segundos.
Entonces dijo:
—Lo siento, Christopher. De verdad que no pretendía
decirte nada que te disgustase. Pero quería explicarme. Explicar
por qué te he dicho lo que te he dicho. Verás, pensaba que lo
sabías. Por eso tu padre cree que el señor Shears es un hombre
malo. Y por eso no quiere que vayas por ahí hablándole a la gente
del señor Shears. Porque eso le traería malos recuerdos.

LIBERIK CLASSICS
Y yo dije:
—¿Por eso el señor Shears dejó a la señora Shears, porque
estaba teniendo relaciones sexuales con alguien mientras estaba
casado con la señora Shears?
Y la señora Alexander dijo:
—Sí, supongo que sí —entonces dijo—: Lo siento,
Christopher. Lo siento de verdad.
Y yo dije:
—Creo que tengo que irme.
—¿Estás bien, Christopher? —dijo ella.
—Me da miedo estar en el parque con usted porque es una
extraña —dije.
Y ella dijo:
—Yo no soy una extraña, Christopher, soy una amiga.
Y yo dije:
—Ahora me voy a casa.
Y ella dijo:
—Si quieres hablar sobre eso puedes venir a verme siempre
que quieras. Sólo tienes que llamar a mi puerta.
Y yo dije:
—Vale.
Y ella dijo:
—¿Christopher?
Y yo dije:
—¿Qué?
—No le dirás nada a tu padre de esta conversación,
¿verdad? —dijo.
—No. Lo he prometido —dije yo.
Y ella dijo:
—Vete a casa. Y recuerda lo que te he dicho. Siempre que
quieras.
Entonces me fui a casa.

LIBERIK CLASSICS
101

El señor Jeavons decía que a mí me gustaban las


matemáticas porque son seguras. Decía que me gustaban las
matemáticas porque consisten en resolver problemas, y esos
problemas son difíciles e interesantes, pero siempre hay una
respuesta sencilla al final. Y lo que quería decir era que las
matemáticas no son como la vida, porque al final en la vida no
hay respuestas sencillas.
Eso es así porque el señor Jeavons no entiende los
números.
He aquí una famosa historia llamada El Problema de
Monty Hall, que he incluido en este libro porque ilustra lo que
quiero decir.
Había una columna titulada «Pregúntale a Marilyn» en
una revista llamada Parade, en Estados Unidos. Y esa columna la
escribía Marilyn vos Savant y en la revista se decía que tenía el
mayor coeficiente intelectual del mundo según el Libro Guinness
de los Récords. En la columna respondía a preguntas sobre
matemáticas enviadas por los lectores.
En septiembre de 1990, Craig F. Whitaker, de Columbia,
Maryland, envió la siguiente pregunta (pero no es lo que se llama
una cita directa porque la he simplificado y la he hecho más fácil
de entender).

Estás en un concurso en la televisión. En este concurso la


idea es ganar como premio un coche. El locutor del programa te
enseña tres puertas. Dice que hay un coche detrás de una de las
puertas y que detrás de las otras dos hay cabras. Te pide que
elijas una puerta. Tú eliges una puerta, que no se abre todavía.
Entonces, el locutor abre una de las puertas que tú no has elegido
y muestra una cabra (porque él sabe lo que hay detrás de las
puertas). Entonces dice que tienes una última oportunidad de
cambiar de opinión antes de que las puertas se abran y consigas
un coche o una cabra. Te pregunta si quieres cambiar de idea y
elegir la otra puerta sin abrir. ¿Qué debes hacer?

LIBERIK CLASSICS
Marilyn vos Savant dijo que siempre debías cambiar y elegir
la última puerta, porque las posibilidades de que hubiese un coche
detrás de esa puerta eran de 2 sobre 3.
Pero si usas la intuición decides que las posibilidades son de
50 y 50, porque crees que hay igual número de posibilidades de
que el coche esté detrás de cualquiera de las puertas.
Mucha gente escribió a la revista para decir que Marilyn vos
Savant se equivocaba, incluso después de que ella explicara
detalladamente por qué tenía razón. El 92 % de las cartas que
recibió sobre el problema decían que estaba equivocada y muchas
de esas cartas eran de matemáticos y científicos. He aquí algunas
de las cosas que le dijeron

Me preocupa muchísimo la carencia de aptitudes


matemáticas del público en general. Por favor, colabore usted
confesando su error.
Robert Sachs, doctor por la Universidad
George Masón

Ya hay suficiente analfabetismo matemático en este país, y


no necesitamos que la persona con el mayor coeficiente
intelectual del mundo vaya propagando más. ¡Qué vergüenza!
Scott Smith, doctor por la Universidad
de Florida

Me horroriza que después de haber sido corregida por al


menos tres matemáticos siga usted sin ver su equivocación.
Kent Ford, Universidad Estatal de Dickinson

Tengo la seguridad de que recibirá usted muchas cartas de


estudiantes de instituto y universitarios. Quizá debería conservar
unas cuantas direcciones para solicitar ayuda para futuras
columnas.
W. Robert Smith, doctor por la Universidad
Estatal de Georgia

Está usted completamente equivocada... ¿Cuántos


matemáticos airados se precisan para hacerla cambiar de opinión?

LIBERIK CLASSICS
E. Ray Bobo, doctor por la Universidad
de Georgetown

Si todos esos eminentes doctores estuviesen equivocados, el


país tendría problemas gravísimos.
Everett Harman, doctor por el Instituto
de Investigación del Ejército de Estados Unidos

Pero Marilyn vos Savant tenía razón. Y he aquí 2 formas por


las que puede demostrarse.
Primero puede hacerse mediante las matemáticas, así

Denominemos las puertas X, Y y Z.

Denominemos CSC el caso en el que el coche


está detrás de la puerta X, y así sucesivamente.

Denominemos LSC el caso en el que el locutor


abre la puerta X, y así sucesivamente.

Suponiendo que elijas la puerta X, la posibilidad


de ganar el coche si cambias de puerta viene dada por
la fórmula siguiente:

P(LZ^CY) + P(LY^CZ)
= P(CY).P(LZ | CY) + P(CZ).P(LY | Cz)
= (1/3.1) + (1/3.1) = 2/3

La segunda forma de deducirlo es haciendo un cuadro de


todos los resultados posibles, así

LIBERIK CLASSICS
O sea que si cambias de puerta, 2 veces de 3 ganas el
coche. Y si te quedas la puerta, sólo ganas el coche 1 vez de 3.
Esto demuestra que la intuición puede hacer a veces que
nos equivoquemos. Y la intuición es lo que la gente utiliza en la
vida para tomar decisiones. Pero la lógica puede ayudarte a
deducir la respuesta correcta.
También demuestra que el señor Jeavons está equivocado y
los números son a veces muy complicados y en absoluto sencillos.
Y por eso a mí me gusta El Problema de Monty Hall.

LIBERIK CLASSICS
103

Cuando llegué a casa, Rhodri estaba allí. Rhodri es el


hombre que trabaja para Padre: lo ayuda con el mantenimiento de
calefacciones y la reparación de calderas. A veces viene a casa por
las tardes a beber cerveza con Padre y ver la televisión y
conversar.
Rhodri llevaba un mono de trabajo blanco con marcas de
suciedad por todas partes y tenía un anillo de oro en el dedo
corazón de la mano izquierda y olía a algo cuyo nombre no
conozco y a lo que Padre suele oler cuando vuelve a casa del
trabajo.
Metí mis regalices y mi Milky Bar en mi caja especial de
comida, que Padre no puede tocar porque es mía.
Entonces Padre dijo:
—¿Dónde andabas, jovencito?
—He ido a la tienda a comprarme unos regalices y una Milky
Bar —dije.
Y él me dijo:
—Has tardado mucho.
Y yo dije:
—He hablado con el perro de la señora Alexander fuera de
la tienda. Y lo he acariciado y me ha olisqueado los pantalones. —
Lo cual era otra mentira piadosa.
Entonces Rhodri me dijo:
—Vaya, por lo que veo, no te libras del tercer grado, ¿eh?
Pero yo no sabía qué era el tercer grado.
Y Rhodri me dijo:
—Bueno, ¿cómo te va, capitán?
Y yo dije:
—Me va muy bien, gracias —que es lo que se supone que
tienes que decir.

LIBERIK CLASSICS
Y él me dijo:
—¿Cuánto es 251 por 864?
Y yo lo pensé y contesté:
—216.864. —Porque era un cálculo realmente fácil, porque
sólo hay que multiplicar 864 x 1.000 que da 864.000. Entonces
lo divides por 4 que da 216.000 y eso es 250 x 864. Entonces
sólo hay que sumarle otro 864 para conseguir 251 x 864. Y eso
da 216.864.
Le pregunté:
—¿Es correcto?
Y Rhodri dijo:
—No tengo ni la más remota idea. —Y se rió.
No me gusta que Rhodri se ría de mí. Rhodri siempre se
está riendo de mí. Padre dice que eso es ser simpático.
Entonces Padre dijo:
—Voy a ponerte uno de esos Gobi Aloo Sag en el horno,
¿quieres?
Eso es porque a mí me gusta la comida india, porque tiene
un sabor fuerte. Pero la Gobi Aloo Sag es amarilla, así que le
pongo colorante rojo para comida antes de comérmela. Y guardo
un pequeño tarro de colorante en mi caja especial de comida.
Y yo dije:
—Vale.
Y Rhodri dijo:
—Bueno, así que parece que Parky les tendió una trampa,
¿no? —Pero eso se lo decía a Padre, no a mí.
Y Padre dijo:
—Bueno, esas placas base parecían recién salidas de la
maldita Arca de Noé.
—¿Vas a decírselo? —preguntó Rhodri.
Y Padre dijo:
—¿Qué sentido tendría? No creo que vayan a llevarlo a
juicio, ¿no crees?
Y Rhodri dijo:
—Cuando las ranas críen cola.

LIBERIK CLASSICS
—Supongo que es mejor no darle más vueltas a la cosa —
dijo Padre.
Entonces me fui al jardín.
Siobhan me dijo que cuando escribes un libro tienes que
incluir algunas descripciones de cosas. Yo dije que podía coger
fotografías y ponerlas en el libro. Pero ella me dijo que la idea de
un libro es describir las cosas utilizando palabras, para que la
gente que las lea pueda formarse una imagen en su mente.
Y me dijo que era mejor describir cosas que fuesen
interesantes o diferentes.
También me dijo que debía describir a las personas en mi
historia, mencionando un par de detalles sobre ellas, de forma que
la gente pueda hacerse una imagen de ellas en la mente. Que es
por lo que escribí sobre los zapatos del señor Jeavons con todos
aquellos agujeros y sobre el policía que parecía tener dos ratones
en la nariz y sobre que Rhodri oliese a algo que yo no sabía cómo
se llamaba.
Así pues, decidí hacer una descripción del jardín. Pero el
jardín no era muy interesante o diferente. No era más que un
jardín, con hierba y un cobertizo y un hilo de tender. Pero el cielo
era interesante y diferente. Normalmente los cielos parecen
aburridos porque son todos azules o todos grises o están cubiertos
de un solo tipo de nubes y no parece que estén cientos de
kilómetros por encima de tu cabeza. Parece que alguien los haya
pintado en un techo enorme. Pero aquel cielo tenía montones de
clases distintas de nubes a diferentes alturas, así que podías ver
lo grande que era y eso hacía que pareciera inmenso.
Muy lejos, en el cielo, había montones de nubecillas blancas
que parecían escamas de pez o dunas de arena de diseño muy
regular.
Luego, más cerca y hacia el oeste había algunas nubes
grandes que estaban ligeramente coloreadas de naranja porque
era casi el atardecer y el sol estaba descendiendo.
Más cerca del suelo había una nube enorme de color gris,
porque era una nube de lluvia. Era grande y puntiaguda y era así

LIBERIK CLASSICS
Después de mirarla durante mucho rato la vi moverse muy
despacio y era como una nave espacial extraterrestre de cientos
de kilómetros de largo, como en Dune o Los 7 de Blake o
Encuentros en la tercera fase, sólo que no estaba hecha de un
material sólido, estaba hecha de gotitas de vapor de agua
condensado, que es de lo que están hechas las nubes.
Y podría haber sido una nave extraterrestre.
La gente cree que las naves espaciales extraterrestres son
sólidas y están hechas de metal y tienen luces por todas partes y
se mueven lentamente a través del cielo porque así es como
construiríamos nosotros una nave espacial si fuésemos capaces de
construir una tan grande. Pero los extraterrestres, si es que
existen, son probablemente muy diferentes de nosotros. Podrían
ser como grandes babosas, o ser planos como reflejos. O podrían
ser grandes como planetas. O podrían no tener cuerpos en
absoluto. Podrían ser tan sólo información, como en un ordenador.
Y sus naves espaciales podrían ser como nubes, o estar hechas a
base de objetos inconexos como polvo u hojas.
Entonces escuché los sonidos del jardín y oí cantar a un
pájaro y oí ruido de tráfico que era como olas rompiendo en una
playa y oí a alguien tocando un instrumento en alguna parte y a
niños chillando. Y entre esos ruidos, si escuchaba muy
atentamente y me quedaba completamente inmóvil, podía oír un

LIBERIK CLASSICS
ruidito que era como un silbido en mis oídos y el aire al entrar y
salir de mi nariz.
Entonces olisqueé el aire para saber a qué olía el aire del
jardín. Pero no logré oler nada. Olía a nada. Y eso era interesante
también.
Entonces entré en la casa y le di de comer a Toby.

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107

El perro de los Baskerville es mi libro favorito.


En El perro de los Baskerville, Sherlock Holmes y el
doctor Watson reciben la visita de James Mortimer, que es un
doctor de los páramos de Devon. El amigo de James Mortimer, sir
Charles Baskerville, ha muerto de un ataque al corazón y James
Mortimer cree que pueden haberlo matado de un susto. James
Mortimer tiene también un antiguo pergamino que describe la
maldición de los Baskerville.
En ese pergamino dice que sir Charles Baskerville tenía un
antepasado llamado sir Hugo Baskerville que era un hombre feroz,
irreverente e impío. Trató de tener relaciones sexuales con la hija
de un vasallo, pero ella se escapó y él la persiguió a través de los
páramos. Sus amigos, que eran unos parranderos temerarios,
salieron también tras él.
Y cuando lo encontraron, la hija del vasallo había muerto de
agotamiento y fatiga. Vieron una bestia enorme y negra, que tenía
la forma de un perro de caza, pero que era mayor que cualquier
perro sobre el que un mortal hubiese posado jamás la mirada, y
ese perro estaba desgarrándole la garganta a sir Hugo Baskerville.
Y uno de los amigos se murió del susto aquella misma noche y los
otros quedaron deshechos para el resto de sus vidas.
James Mortimer cree que el perro de los Baskerville pudo
haber matado de miedo a sir Charles y le preocupa que su hijo y
heredero, sir Henry Baskerville, esté en peligro cuando llegue a la
mansión en Devon.
Así que Sherlock Holmes envía al doctor Watson a Devon
con sir Henry Baskerville y James Mortimer. Y el doctor Watson
trata de averiguar quién puede haber matado a sir Charles
Baskerville. Y Sherlock Holmes dice que se quedará en Londres,
pero viaja a Devon en secreto e investiga por su cuenta.
Y Sherlock Holmes descubre que a sir Charles lo mató un
vecino llamado Stapleton que es un coleccionista de mariposas y

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un pariente lejano de los Baskerville. Stapleton es pobre, así que
trata de matar a sir Henry Baskerville para heredar él la mansión.
Para lograrlo se ha comprado un perro enorme en Londres y
lo ha cubierto de fósforo para que resplandezca en la oscuridad.
Fue ese perro el que mató del susto a sir Charles Baskerville. Y
Sherlock Holmes y Watson y Lestrade, de Scotland Yard, atrapan a
Stapleton. Y Sherlock Holmes y Watson le disparan al perro, que
es uno de los perros a los que matan en la historia, lo cual no es
agradable porque no era culpa del perro. Y Stapleton escapa hacia
Grimpen que es una parte del páramo y se muere porque se lo
traga una ciénaga.
Hay partes de la historia que no me gustan. Una es el
pergamino, porque está escrito en un lenguaje antiguo que me es
difícil entender, como

Aprended pues de esta historia a no temer los frutos del


pasado, sino más bien a mostraros circunspectos en el futuro,
para que aquellas viles pasiones por las que nuestra familia tan
gravemente ha padecido no vuelvan a desatarse jamás para
conducirnos a la perdición.

Y a veces sir Arthur Conan Doyle (que es el autor) describe


a la gente así

Había algo sutilmente erróneo en su rostro, cierta tosquedad


en la expresión, cierta dureza, quizás en la mirada, cierta holgura
en los labios que ajaba su perfecta belleza.

Y yo no sé qué significa que haya cierta dureza quizás en la


mirada y a mí no me interesan los rostros.
Pero a veces es divertido no saber qué significan las
palabras porque puedes buscarlas en un diccionario, como
hondonada (que es una depresión profunda en el terreno) o
altozano (que es un monte de poca altura sobre terreno llano).
Me gusta El perro de los Baskerville porque es una
historia de detectives, lo que significa que hay pistas y pistas
falsas.
Éstas son algunas de las pistas

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1. Dos botas de sir Henry Baskerville desaparecen
cuando está alojado en un hotel de Londres — Eso
significa que alguien quiere dárselas al perro de los
Baskerville para que las huela, como un sabueso, para así
poder cazarlo. Eso significa que el perro de los Baskerville
no es un ser sobrenatural sino un perro real.

2. Stapleton es la única persona que sabe cómo


atravesar la ciénaga de Grimpen y le dice a Watson
que no entre en ella por su propia seguridad — Eso
significa que está ocultando algo en medio de la ciénaga de
Grimpen y que no quiere que nadie lo encuentre.

3. La señora Stapleton le dice al doctor Watson que


«Regrese directamente a Londres de inmediato» —
Eso es porque ella cree que el doctor Watson es sir Henry
Baskerville y sabe que su marido quiere matarlo.

Y éstas son algunas de las pistas falsas

1. Cuando Sherlock Holmes y Watson están en Londres


son seguidos por un hombre en un carruaje con barba
negra — Eso te hace creer que el hombre es Barrymore, el
mayordomo de la mansión Baskerville, porque es la única
persona que tiene una barba negra. Pero el hombre es en
realidad Stapleton, que lleva una barba falsa.

2. Selden, el asesino de Notting Hill — Ése es un hombre


que ha escapado de una prisión cercana y al que persiguen
por los páramos, lo que te hace pensar que tiene algo que
ver con la historia, porque es un criminal, pero no tiene
absolutamente nada que ver con la historia.

3. El hombre en el Peñasco — Es una silueta de un hombre


que el doctor Watson ve en los páramos por la noche y que
no reconoce, lo que te hace pensar que es el asesino. Pero
es Sherlock Holmes que ha ido a Devon en secreto.

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También me gusta El perro de los Baskerville porque me
gusta Sherlock Holmes y creo que si yo fuese un detective como
es debido es la clase de detective que sería. Es muy inteligente y
resuelve el misterio y dice

El mundo está lleno de cosas obvias de las que nadie se da


cuenta nunca ni de casualidad.

Pero él sí se da cuenta, como yo. En el libro también se dice

Sherlock Holmes tenía, en grado sumo, el poder de abstraer


su mente a voluntad.

Y en eso es como yo, porque si una cosa me interesa de


verdad, como hacer ejercicios de matemáticas o leer un libro
sobre las misiones del Apolo, o los tiburones blancos, no me doy
cuenta de nada más, y Padre puede estar llamándome para que
vaya a cenar y yo no le oigo. Y por eso soy muy bueno jugando al
ajedrez, porque abstraigo mi mente a voluntad y me concentro en
el tablero y al cabo de un rato la persona con la que estoy jugando
deja de concentrarse y empieza a rascarse la nariz o a mirar por
la ventana y entonces comete un error y le gano.
Además, el doctor Watson dice de Sherlock Colmes

[...] su mente [...] estaba ocupada en tratar por todos los


medios de urdir un plan en que pudiese encajar todos aquellos
episodios extraños y sin conexión aparente.

Y eso es lo que yo trato de hacer al escribir este libro.


Además, Sherlock Holmes no cree en lo sobrenatural, que es Dios
y los cuentos de hadas y los Perros del Infierno y las maldiciones,
que son cosas estúpidas.
Y voy a acabar este capítulo con dos hechos interesantes
sobre Sherlock Holmes

1. En las historias originales de Sherlock Holmes, a Sherlock


Holmes nunca se lo describe con una gorra de cazador, que
es lo que siempre lleva en las fotos y en las historietas. La

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gorra de cazador se la inventó un hombre llamado Sidney
Paget, que hizo las ilustraciones para los libros originales.
2. En las historias originales de Sherlock Holmes, Sherlock
Holmes nunca dice: «Elemental, querido Watson». Eso sólo
lo dice en las películas y en la televisión.

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109

Esa noche escribí un poco más de mi libro y a la mañana


siguiente me lo llevé al colegio para que Siobhan pudiese leerlo y
decirme si había cometido errores de ortografía y gramática.
Siobhan leyó el libro durante el recreo de la mañana,
cuando se toma una taza de café y se sienta en un extremo del
patio con los demás profesores.
Después del recreo de la mañana vino a sentarse a mi lado
y dijo que había leído la parte de mi conversación con la señora
Alexander.
Me preguntó:
—¿Le has hablado a tu padre de eso?
Y yo contesté:
—No.
Y ella dijo:
—¿Vas a hablarle a tu padre de eso?
Y yo dije:
—No.
Y ella dijo:
—Bien. Creo que es una buena idea, Christopher.
Y entonces dijo:
—¿Te sentiste triste al descubrirlo?
Y yo dije:
—¿Descubrir qué?
Y ella dijo:
—¿Te disgustaste al descubrir que tu madre y el señor
Shears tuvieron una aventura?
—No —dije yo.
Y ella dijo:
—¿Me estás diciendo la verdad, Christopher?

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—Yo siempre digo la verdad —dije yo entonces.
Y ella dijo:
—Ya sé que lo haces, Christopher. Pero a veces nos
ponemos tristes por algo y no nos gusta decirles a los demás que
estamos tristes por eso. Preferimos guardar el secreto. O a veces
estamos tristes pero en realidad no sabemos que estamos tristes.
Así que decimos que no estamos tristes. Pero en realidad lo
estamos.
—Yo no estoy triste —dije.
Y ella dijo:
—Si esto te hiciera sentir triste, quiero que sepas que
puedes venir a hablarme de ello. Porque creo que hablar conmigo
te ayudará a sentirte menos triste. Y si no estás triste pero
sencillamente quieres hablarme de ello, también me parecerá
bien. ¿Lo comprendes?
Y yo dije:
—Sí, lo entiendo.
Y ella dijo:
—Bien.
—Pero no estoy triste —dije yo—. Porque Madre está
muerta. Y porque el señor Shears ya no anda por aquí. O sea que
estaría poniéndome triste por algo que no es real y no existe. Y
eso sería estúpido.
Y entonces hice prácticas de matemáticas durante el resto
de la mañana y a la hora de comer no me tomé la quiche porque
era amarilla, pero sí me comí las zanahorias y los guisantes y un
montón de ketchup. Y de postre me comí un poco de tarta de
mora y manzana, pero no el glaseado porque era amarillo, y pedí
a la señora Davis que me quitara el glaseado antes de servírmela
en el plato porque no importa que las distintas clases de comida
se toquen antes de llegar a tu plato.
Entonces, después de comer, me pasé la tarde haciendo
plástica con la señora Peters y pinté algunos dibujos de
extraterrestres que eran así

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113

Mi memoria es como una película. Por eso soy realmente


bueno a la hora de acordarme de cosas, como las conversaciones
que he escrito en el libro, y lo que la gente llevaba y cómo olía,
porque mi memoria tiene una banda olfativa que es como una
banda sonora.
Y cuando la gente me pide que recuerde algo puedo apretar
simplemente el Rebobinar y el Avance Rápido y la Pausa como
en un aparato de vídeo, más bien como en un DVD porque no
tengo que rebobinar todo lo que hay en medio para llegar a un
recuerdo de algo que pasó hace mucho tiempo. Y no hay botones,
además, porque está pasando en mi cabeza.
Si alguien me dice: «Christopher, cuéntame cómo era tu
madre», puedo Rebobinar hasta montones de escenas distintas y
decir cómo era ella en esas escenas.
Por ejemplo podría Rebobinar hasta el 4 de julio de 1992,
cuando yo tenía 9 años, que era un sábado y estábamos de
vacaciones en Cornualles y por la tarde estuvimos en la playa en
un sitio llamado Polperro. Y Madre llevaba unos pantalones cortos
tejanos y la parte de arriba de un bikini azul claro y fumaba unos
cigarrillos llamados Consulate que tenían sabor mentolado. Y no
se bañaba. Madre tomaba el sol en una toalla de rayas rojas y
moradas y leía un libro de Georgette Heyer titulado Los
farsantes. Y entonces acabó de tomar el sol y se metió en el
agua para nadar y dijo: «Jolín, qué fría está la condenada». Y dijo
que yo debería meterme y nadar también, pero a mí no me gusta
nadar porque no me gusta quitarme la ropa. Y ella dijo que tan
sólo me arremangara los pantalones y me metiera un poquito en
el agua, así que eso hice. Y me quedé ahí de pie en el agua. Y
Madre dijo: «Mira. Es genial». Y saltó hacia atrás y desapareció
bajo el agua y yo pensé que un tiburón se la había comido y grité
y ella salió otra vez del agua y se acercó a donde yo estaba y
levantó la mano derecha y abrió los dedos en abanico y dijo:
«Vamos, Christopher, tócame la mano. Venga ya. Deja de gritar.
Tócame la mano. Escúchame, Christopher. Tú puedes». Y al cabo

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de un rato dejé de gritar y levanté la mano izquierda y abrí los
dedos en abanico e hicimos que nuestros dedos se tocaran, y
Madre dijo: «Tranquilo, Christopher. Tranquilo. En Cornualles no
hay tiburones», y entonces me sentí mejor.
Sólo que no puedo acordarme de nada de antes de que
tuviera 4 años porque hasta entonces no miraba las cosas de la
forma adecuada, así que no se grabaron como es debido.
Y así es como reconozco a alguien si no sé quién es. Veo
qué lleva puesto, o si lleva un bastón, o si tiene el pelo raro, o
cierta clase de gafas, o si tiene una forma particular de mover los
brazos y hago una Búsqueda a través de mis recuerdos para ver
si lo he visto antes.
Y también es mi manera de saber cómo reaccionar en las
situaciones difíciles cuando no sé qué hacer.
Por ejemplo, si la gente dice cosas que para mí no tienen
sentido, como «Estás como una verdadera cabra» o «Te estás
quedando en los huesos», hago una Búsqueda y compruebo si he
oído a alguien decir eso antes.
Y si alguien está tendido en el suelo en el colegio hago una
Búsqueda a través de mis recuerdos para encontrar una imagen
de alguien sufriendo un ataque de epilepsia y entonces comparo la
imagen con lo que está pasando delante de mí para así poder
decidir si tan sólo está tendido jugando, o echándose un
sueñecito, o si es un ataque de epilepsia. Y si es un ataque de
epilepsia, aparto todos los muebles para que el niño no se golpee
la cabeza y me quito el jersey y se lo pongo debajo de la cabeza y
voy a buscar a un profesor.
Hay otras personas que también tienen imágenes en la
cabeza. Pero son diferentes porque las imágenes en mi cabeza son
todas imágenes de cosas que pasaron realmente. Las otras
personas tienen imágenes de cosas que no son reales y no
pasaron.
Por ejemplo, Madre solía decir a veces: «De no haberme
casado con tu padre, creo que viviría en una pequeña granja en el
sur de Francia con alguien llamado Jean. Y él sería, por decir algo,
el manitas de la zona. Ya sabes, pintaría y empapelaría, cuidaría
jardines y construiría cercados. Y tendríamos una galería rodeada
de higueras y habría un campo de girasoles al final del jardín y un
pueblecito en la colina en la distancia y nos sentaríamos ahí fuera
al atardecer a beber vino tinto y fumar cigarrillos Gauloises y a
ver la puesta de sol».

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Y Siobhan me dijo una vez que cuando se sentía deprimida
o triste cerraba los ojos y se imaginaba que estaba en una casa en
Cape Cod con su amiga Elly, y que viajaban en un barco desde
Provincetown y salían a la bahía a ver las ballenas y que eso la
hacía sentirse tranquila y en paz y feliz.
Y a veces, cuando alguien se ha muerto, como se murió
Madre, la gente dice «¿Qué te gustaría decirle a tu madre si
estuviese aquí ahora?» o «¿Qué iba a pensar tu madre de eso?»,
lo cual es una estupidez porque Madre está muerta y no puedes
decirle nada a la gente muerta y la gente muerta no piensa.
Y la Abuela también tiene imágenes en la cabeza, pero sus
imágenes son todas confusas, como si alguien hubiese hecho un
lío con toda la película y ella no pudiese decir qué pasó y en qué
orden, y piensa que la gente muerta aún está viva y no sabe si
algo pasó en la vida real o si pasó en la televisión.

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127

Cuando llegué a casa del colegio Padre aún estaba fuera


trabajando, así que abrí la puerta principal y entré y me quité el
abrigo. Fui a la cocina y dejé mis cosas sobre la mesa. Una de las
cosas era este libro que me había llevado al colegio para
enseñárselo a Siobhan. Me preparé un batido de frambuesa y lo
calenté en el microondas y entonces me fui a la sala de estar a ver
mis vídeos de El planeta azul sobre la vida en las partes más
profundas del océano.
El vídeo era sobre las criaturas marinas que viven alrededor
de las chimeneas sulfúreas, que son volcanes submarinos por los
que los gases de la corteza terrestre son expulsados hacia el agua.
Los científicos no esperaban que hubiese ningún organismo vivo
allí porque es un entorno tan caluroso y tan tóxico, pero hay
ecosistemas enteros.
Me gusta esa parte porque demuestra que siempre hay algo
nuevo que la ciencia puede descubrir, y que todos los hechos que
dabas por sentado pueden estar completamente equivocados. Y
también me gusta que filmen en un sitio al que es más difícil
llegar que a la cima del monte Everest, pero que está a sólo unas
millas bajo el nivel del mar. Y es uno de los sitios más tranquilos y
oscuros y secretos de la Tierra. Y a veces me gusta imaginar que
estoy allí, en un sumergible esférico de metal con ventanas de 30
centímetros de grosor para impedir que implosionen por la
presión. E imagino que soy la única persona dentro de él, y que no
está conectado a un barco ni nada, sino que funciona con su
propia energía y yo controlo los motores y me muevo por donde
yo quiero en el lecho marino, y que nunca podrán encontrarme.
Padre llegó a casa a las 17.48. Lo oí entrar por la puerta
principal. Luego entró en la salita de estar. Llevaba una camisa a
cuadros verde lima y azul cielo, y un doble lazo en uno de sus
zapatos pero no en el otro. Llevaba un viejo anuncio de Leche en
Polvo Fussell que estaba hecho de metal y pintado con esmalte
azul y blanco y cubierto de pequeños círculos de óxido que eran

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como agujeros de bala, pero no explicó por qué lo llevaba. Me
dijo:
—Hola, socio —que es un pequeño chiste suyo.
Y yo dije:
—Hola.
Seguí viendo el vídeo y Padre entró en la cocina.
Había olvidado que había dejado mi libro en la mesa de la
cocina porque estaba demasiado interesado en el vídeo de El
planeta azul. Eso es lo que se llama Bajar la Guardia, y es lo que
nunca debes hacer si eres detective.
Eran las 17.54 de la tarde cuando Padre volvió a entrar en
la sala de estar. Dijo:
—¿Qué es esto?
Pero lo dijo en voz muy baja y no me di cuenta de que
estaba enfadado porque no estaba gritando.
Sostenía el libro en la mano derecha.
Yo dije:
—Es un libro que estoy escribiendo.
Y él dijo:
—¿Es verdad esto? ¿Has hablado con la señora Alexander?
Eso también lo dijo en voz muy baja, y yo seguía sin
entender que estaba enfadado.
—Sí —dije.
Entonces él dijo:
—Me cago en la puta, Christopher. ¿Eres estúpido o qué?
Eso es lo que Siobhan llama pregunta retórica. Lleva signos
de interrogación, pero no se supone que tengas que contestarla
porque la persona que pregunta ya sabe la respuesta. Es difícil
detectar una pregunta retórica.
Entonces Padre dijo:
—¿Qué coño te dije, Christopher?
Eso lo dijo mucho más alto.
Y yo contesté:
—Que no mencionara el nombre del señor Shears en esta
casa. Y que no fuera a preguntarle a la señora Shears ni a nadie
más quién mató al maldito perro. Y que no entrara sin

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autorización en los jardines de otras personas. Y que dejara este
ridículo juego del detective. Sólo que yo no he hecho ninguna de
esas cosas. Sólo le pregunté a la señora Alexander sobre el señor
Shears porque...
Pero Padre me interrumpió y me dijo:
—No me vengas con gilipolleces. Sabías exactamente lo que
hacías, joder. He leído el libro, ¿recuerdas? —Dijo esto
sosteniendo en alto el libro—. ¿Qué más te dije, Christopher?
Pensé que a lo mejor ésa era otra pregunta retórica, pero
no estaba seguro. Se me hacía difícil pensar en qué decir porque
empezaba a sentirme asustado y confuso.
Entonces Padre repitió la pregunta.
—¿Qué más te dije, Christopher?
—No lo sé —dije.
Y él dijo:
—Vamos. Tú eres don buena memoria, ¿no?
Pero yo no podía pensar. Y Padre dijo:
—Que no fueras por ahí metiendo tus jodidas narices en los
asuntos de los demás. ¿Y qué haces tú? Vas y metes las narices
en los asuntos de los demás. Vas por ahí desenterrando el pasado
y compartiéndolo con cada Fulano y Mengano con que te
encuentras. ¿Qué voy a hacer contigo, Christopher? ¿Qué coño
voy a hacer contigo?
—Sólo estuve charlando con la señora Alexander —dije yo—.
No estuve investigando.
Y él dijo:
—Te pido que hagas una cosa por mí, Christopher. Una sola
cosa.
Y yo dije:
—Yo no quería hablar con la señora Alexander. Fue la
señora Alexander quien...
Pero Padre me interrumpió y me agarró muy fuerte del
brazo.
Padre nunca me había agarrado de esa manera. Madre me
había pegado algunas veces porque era una persona muy
irascible, lo que significa que se enfadaba más rápido que otras
personas y gritaba más a menudo. Pero Padre es una persona más

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equilibrada, lo que significa que no se enfada tan rápido y no grita
tan a menudo. Así que me sorprendió mucho que me agarrara.
No me gusta que la gente me agarre. Y tampoco me gusta
que me sorprendan. Así que le pegué, como pegué al policía
cuando me agarró de los brazos y me hizo ponerme de pie. Pero
Padre no me soltó, y gritaba. Y yo volví a pegarle. Y entonces ya
no supe qué hacía.
Durante un rato no tuve ningún recuerdo. Sé que fue poco
porque después consulté mi reloj. Fue como si alguien me hubiese
apagado para luego volver a encenderme. Y cuando volvieron a
encenderme estaba sentado en la alfombra con la espalda contra
la pared y tenía sangre en la mano derecha y me dolía un lado de
la cabeza. Padre estaba de pie en la alfombra a un metro delante
de mí, mirándome, y todavía sostenía mi libro en la mano
derecha, pero estaba doblado por la mitad y con todos los bordes
arrugados, y tenía un arañazo en el cuello y un gran desgarrón en
la manga de su camisa a cuadros verdes y azules y su respiración
era realmente profunda.
Al cabo de más o menos un minuto, se dio la vuelta y entró
en la cocina. Entonces abrió la puerta que da al jardín y salió. Oí
que levantaba la tapa del cubo de basura y tiraba algo y volvía a
ponerle la tapa al cubo. Entonces volvió a entrar en la cocina, pero
ya no llevaba el libro. Cerró otra vez la puerta de atrás con llave y
metió la llave en la jarrita de cerámica con forma de monja gorda
y se quedó de píe en el centro de la cocina y cerró los ojos.
Entonces abrió los ojos y dijo:
—Joder, necesito beber algo.
Y cogió una lata de cerveza.

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131

Éstas son algunas de las razones por las que no me gustan


el amarillo y el marrón.

AMARILLO
1. Natillas
2. Plátanos (los plátanos, además, se vuelven marrones)
3. Doble línea continua amarilla
4. Fiebre amarilla (que es una enfermedad de América
tropical y África occidental que provoca fiebre alta, nefritis
aguda, ictericia y hemorragias, y la provoca un virus
transmitido por la picadura de un mosquito llamado Aëdes
aegypti, al que solía llamarse Stegomyia fasciata; y nefritis
es la inflamación de los riñones)
5. Flores amarillas (porque a mí me da fiebre del heno el
polen de las flores, que es uno de los tres tipos de fiebre del
heno, y los otros los provocan el polen de la hierba y el
polen de los hongos, y me pongo muy enfermo)
6. Maíz dulce (porque vuelve a salir en tu caca, y no lo
digieres, o sea que en realidad no tendrías que comértelo,
como la hierba o las hojas)

MARRÓN
1. Barro
2. Salsa de carne
3. Caca
4. Madera (porque antes se construían máquinas y vehículos
de madera, pero ya no porque la madera se rompe y se
pudre, y a veces tiene gusanos, y ahora se hacen máquinas
y vehículos de metal y de plástico, que son mucho mejores
y más modernos)

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5. Melissa Brown (que es una niña del colegio, que en
realidad no es marrón como Anil o Mohammed, es sólo su
apellido, que quiere decir marrón. Pero una vez me rompió
en pedazos mi gran dibujo del astronauta y yo lo tiré,
incluso después de que la señora Peters me lo pegara otra
vez con cinta adhesiva, porque se veía roto)

La señora Forbes dijo que eso de odiar el amarillo y el


marrón son tonterías. Y Siobhan le dijo que no debería decir cosas
como ésa y que todo el mundo tiene colores favoritos. Y Siobhan
tenía razón. Pero la señora Forbes también tenía un poquito de
razón. Sí que es algo un poco tonto. En la vida tienes que tomar
montones de decisiones, y si no tomaras decisiones, nunca harías
nada, porque te pasarías todo el tiempo eligiendo entre las cosas
que hacer. O sea, que es bueno tener una razón por la que odias
unas cosas y te gustan otras. Es como ir a un restaurante, como
cuando Padre me lleva al Berni Inn y miras el menú y tienes que
elegir lo que vas a tomar. Pero no sabes si algo te va a gustar
porque todavía no lo has probado, así que tienes comidas favoritas
y eliges ésas, y tienes comidas que no te gustan y ésas no las
eliges, y así es simple.

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137

Al día siguiente, Padre dijo que sentía haberme pegado y


que no había sido su intención hacerlo. Me hizo limpiarme el corte
en la mejilla con Dettol para asegurarse de que no se infectara, y
luego me hizo ponerme una tirita encima para que no sangrara.
Entonces, como era sábado, dijo que iba a llevarme de
excursión para demostrarme que de verdad lo sentía, y que
íbamos al Zoo de Twycross. Así que me preparó unos bocadillos
con pan blanco y tomates y lechuga y jamón y mermelada de
fresa para mí, porque no me gusta la comida de los sitios que no
conozco. Y dijo que estaría bien, porque no habría demasiada
gente en el zoo porque estaba nublado y a punto de llover, y yo
me alegré de eso porque no me gustan las multitudes y me gusta
que llueva.
Así que fui a buscar mi impermeable, que es de color
naranja.
Entonces fuimos en coche hasta el Zoo de Twycross.
Yo nunca había estado en el Zoo de Twycross, o sea que no
tenía una imagen de él en mi mente, así que al llegar compramos
una guía en el centro de información y recorrimos el zoológico
entero y yo decidí cuáles eran mis animales favoritos.
Mis animales favoritos eran
1. RANDYMAN, que es el nombre del Mono Araña Cara Roja
(Ateles paniscus paniscus) más viejo que se ha criado nunca
en cautividad. Randyman tiene 44 años, que es la misma
edad que tiene Padre. Antes era la mascota de un barco y
llevaba una banda metálica alrededor del vientre, como en
un cuento de piratas.
2. LOS LEONES MARINOS DE LA PATAGONIA que se
llaman Miracle y Star.
3. MALIKU, que es un Orangután. Me gustó especialmente
porque estaba tumbado en una hamaca hecha con unos
pantalones de pijama a rayas verdes y en el letrero de

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plástico azul junto a la jaula decía que se había hecho la
hamaca él mismo.

Entonces fuimos a la cafetería y Padre tomó platija con


patatas y pastel de manzana y helado y un tazón de té Earl Grey y
yo me comí mis bocadillos y leí la guía del zoo. Y Padre dijo:
—Te quiero mucho, Christopher. No lo olvides nunca. Sé
que alguna que otra vez pierdo los estribos. Sé que me enfado. Y
que te grito. Y sé que no debería hacerlo. Pero sólo lo hago porque
me preocupo por ti, porque no quiero verte metiéndote en líos,
porque no quiero que te hagan daño. ¿Entiendes lo que te digo?
Yo no sabía si lo entendía. Así que dije:
—No lo sé.
Y Padre dijo:
—Christopher, ¿entiendes que te quiero?
Y yo dije que sí, porque querer a alguien es ayudarlo
cuando se mete en líos, y cuidar de él, y decirle la verdad, y Padre
me ayuda cuando me meto en líos, como cuando vino a la
comisaría, y cuida de mí cuando me prepara la comida, y siempre
me dice la verdad, lo que significa que me quiere.
Y entonces levantó la mano derecha y abrió los dedos en
abanico y yo levanté mi mano izquierda y abrí los dedos en
abanico e hicimos que nuestros dedos se tocaran.
Entonces yo saqué un pedazo de papel de mi bolsa y dibujé
un mapa del zoológico de memoria a modo de prueba. El mapa
era así

dholes10

10
El dhole es el Perro Salvaje de la India y se parece a un zorro

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langures11

Entonces fuimos a ver las jirafas. El olor de su caca era


como el olor de la jaula de los jerbos en el colegio cuando
teníamos jerbos, y cuando corrían sus patas eran tan largas que
parecía que estuviesen corriendo a cámara lenta.
Entonces Padre dijo que teníamos que volver a casa antes
de que hubiese mucho tráfico en la carretera.

11
Langur es el Mono Entellus.

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139

Me gusta Sherlock Holmes, pero no me gusta sir Arthur


Conan Doyle, que es el autor de las historias de Sherlock Holmes.
Es porque no era como Sherlock Holmes y creía en lo
sobrenatural. Cuando se volvió viejo se hizo miembro de la
Sociedad Espiritista, lo que significa que creía que uno puede
comunicarse con los muertos. Eso fue porque su hijo murió de
gripe durante la Primera Guerra Mundial y quería hablar con él.
En 1917 pasó algo famoso llamado El caso de las hadas
de Cottingley. 2 primas llamadas Frances Griffiths, que tenía 9
años, y Elsie Wright, que tenía 16 años, dijeron que solían jugar
con hadas junto a un arroyo llamado Cottingley Beck y usaron la
cámara del padre de Frances para tomar 5 fotografías de las
hadas como ésta

Pero no eran hadas de verdad. Eran dibujos sobre pedazos


de papel que recortaron y sujetaron con alfileres, porque Elsie era
una artista realmente buena.

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Harold Snelling, que era un experto en fotografía falsificada,
dijo

Esas figuras danzantes no están hechas de papel o de tela;


no están pintadas sobre un fondo fotográfico... pero lo que más
me desconcierta es que todas esas figuras se han movido durante
la exposición.

Pero se estaba comportando como un estúpido, porque el


papel sí se habría movido durante la exposición, y la exposición
era muy larga, porque en la fotografía se ve una pequeña cascada
al fondo y está borrosa.
Entonces sir Arthur Conan Doyle oyó hablar de las fotos y
dijo que creía que eran reales en un artículo en una revista
llamada The Strand. Pero él también se estaba comportando
como un estúpido, porque si miras las fotografías ves que las
hadas tienen exactamente el mismo aspecto que las hadas de los
libros viejos, y tienen alas y vestidos y medias y zapatos, que es
como si unos extraterrestres aterrizaran en la Tierra y fueran
como Daleks de Doctor Who o soldados imperiales de la Estrella
de la Muerte en La guerra de las galaxias o pequeños hombres
verdes como los de los dibujos animados de extraterrestres.
En 1981, un hombre llamado Joe Cooper entrevistó a Elsie
Wright y Frances Griffiths para un artículo en The Unexplained,
una revista sobre sucesos inexplicables, y Elsie Wright dijo que las
5 fotografías habían sido falsificadas y Frances Griffiths dijo que 4
habían sido falsificadas pero que una era real. Y dijeron que Elsie
había dibujado las hadas basándose en un libro llamado Princess
Mary's Gift Book de Arthur Shepperson.
Y eso demuestra que a veces la gente quiere comportarse
de manera estúpida y no quiere saber la verdad.
Y demuestra que algo llamado la navaja de Occam es cierto.
Y la navaja de Occam no es una navaja con la que los hombres se
afeitan sino una ley, y dice
Entia non sunt multiplicanda praeter necessitatem.

Que es latín y significa

No ha de presumirse la existencia de más cosas que


las absolutamente necesarias.

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Lo que significa que a una víctima de asesinato la mata
habitualmente alguien conocido y que las hadas están hechas de
papel y que uno no puede hablar con alguien que está muerto.

LIBERIK CLASSICS
149

Cuando fui al colegio el lunes, Siobhan me preguntó por qué


tenía un moretón en un lado de la cara. Dije que Padre estaba
enfadado y me había agarrado, así que yo le había pegado y
entonces habíamos tenido una pelea. Siobhan preguntó si Padre
me había pegado y yo le dije que no lo sabía porque me había
alterado mucho y eso había hecho que mi memoria funcionara
raro. Y entonces me preguntó si Padre me había pegado porque
estaba enfadado. Y yo dije que no me había pegado, que me había
agarrado, pero que estaba enfadado. Y Siobhan preguntó si me
había agarrado con fuerza y yo dije que sí me había agarrado con
fuerza. Y Siobhan me preguntó si me daba miedo volver a casa y
yo dije que no. Y entonces me preguntó si quería hablar más de
ello y yo dije que no quería. Y entonces ella dijo:
—Vale.
Y no hablamos más sobre ello, porque cuando estás
enfadado está bien agarrar del brazo o del hombro, pero no del
pelo o de la cara. Pegar no está permitido, excepto si ya estás en
una pelea con alguien, entonces no está tan mal.
Cuando llegué a casa del colegio Padre aún estaba en el
trabajo o sea que entré en la cocina y cogí la llave de la jarrita de
cerámica con forma de monja y abrí la puerta trasera y salí y miré
en el cubo de basura para encontrar mi libro.
Quería recuperar mi libro porque me gustaba escribirlo. Me
gustaba tener un proyecto en marcha y me gustaba especialmente
que fuera un proyecto difícil como un libro. Además todavía no
sabía quién había matado a Wellington y en mi libro era donde
había conservado todas las pistas que había descubierto y no
quería que las tirasen.
Pero mi libro no estaba en el cubo de basura.
Volví a ponerle la tapa al cubo de basura y anduve por el
jardín para echar un vistazo en el cubo en que Padre tira los
desperdicios del jardín, como la hierba cortada y las manzanas
que han caído de los árboles, pero mi libro tampoco estaba allí.

LIBERIK CLASSICS
Me pregunté si Padre lo habría metido en su furgoneta para
llevarlo al vertedero y tirarlo a uno de los grandes cubos que hay
allí, pero no quería que eso fuese verdad porque entonces nunca
volvería a verlo.
Otra posibilidad era que Padre hubiese escondido mi libro en
algún sitio de la casa. Así que decidí hacer un poco de detective y
ver si podía encontrarlo. Tendría que estar escuchando muy
atentamente todo el rato para oír su furgoneta cuando aparcase
delante de la casa y que no me pillara haciendo de detective.
Empecé mirando en la cocina. Mi libro medía
aproximadamente 25 x 35 x 1 cm, así que no podía esconderse
en un sitio muy pequeño, lo que significaba que no tenía que
mirar en sitios realmente pequeños. Miré encima de los armarios y
en el fondo de los cajones y debajo del horno y usé mi linterna
especial Maglite y un trozo de espejo del lavadero para ayudarme
a ver en los espacios oscuros detrás de los armarios donde los
ratones solían meterse desde el jardín a tener sus bebés.
Entonces investigué en el lavadero.
Entonces investigué en el comedor.
Entonces investigué en la sala de estar donde encontré la
rueda perdida de mi maqueta Airfix del Messerschmitt Bf 109 G—6
debajo del sofá.
Entonces me pareció oír a Padre entrar por la puerta
principal y di un brinco y traté de ponerme de pie muy rápido y
me golpeé la rodilla con la esquina de la mesa de centro y me
dolió un montón, pero no era más que uno de esa gente de la
droga de la puerta de al lado que había dejado caer algo al suelo.
Entonces fui al piso de arriba, pero no investigué nada en
mi propia habitación porque deduje que Padre no me ocultaría
algo en mi propia habitación a menos que estuviera siendo muy
astuto y haciendo eso que se llama Doble Farol, como en una
verdadera novela policíaca, así que decidí mirar en mi propia
habitación sólo si no conseguía encontrar el libro en ningún otro
sitio.
Investigué en el baño, pero el único sitio donde mirar era en
el armario del calentador de agua y ahí no había nada.
Lo que significaba que la única habitación que me quedaba
era el dormitorio de Padre. No sabía si debía mirar allí, porque me
había dicho antes que no anduviese toqueteando nada en su
habitación. Pero si iba a ocultarme algo, el mejor sitio para
ocultarlo sería su habitación.

LIBERIK CLASSICS
Así que me dije que no toquetearía cosas en su habitación.
Las movería y luego volvería a colocarlas. Y él nunca sabría que lo
había hecho, o sea que no se enfadaría.
Empecé por mirar debajo de la cama. Había 7 zapatos y un
peine con un montón de pelos en él y un pedazo de tubo de cobre
y una galleta de chocolate y una revista porno llamada Fiesta y
una abeja muerta y una corbata con dibujos de Homer Simpson y
una cuchara de madera, pero mi libro no estaba.
Entonces miré en los cajones a cada lado del tocador, pero
sólo contenían aspirinas y cortaúñas y pilas e hilo dental y un
tampón y pañuelos de papel y un diente falso de recambio en caso
de que Padre perdiera el diente falso que llevaba para llenar el
hueco que le dejó un diente cuando se cayó de la escalera cuando
colocaba una casita para pájaros en el jardín, pero mi libro
tampoco estaba allí.
Entonces miré en su armario ropero. Estaba lleno de
perchas con su ropa. También había un pequeño estante en lo alto
cuyo contenido podía ver si me subía a la cama, pero tuve que
quitarme los zapatos, no fuera a dejar una huella de suciedad que
sería una pista si Padre decidía investigar un poco. Pero las únicas
cosas que había en el estante eran más revistas porno y una
tostadora rota y 12 perchas de alambre y un viejo secador de pelo
que pertenecía a Madre.
Al fondo del armario había una gran caja de herramientas
de plástico que estaba llena de herramientas para el Hágalo Usted
Mismo, un taladro y una brocha y varios destornilladores y un
martillo, pero vi todo eso sin abrir la caja porque estaba hecha de
plástico gris transparente.
Entonces vi que había otra caja debajo de la de
herramientas, así que levanté la caja de herramientas y la saqué
del armario. La otra caja era una vieja caja de cartón de esas con
las que se empaquetaban las camisas. Y cuando abrí la caja de
camisas vi que mi libro estaba dentro.
Entonces no supe qué hacer.
Estaba contento porque Padre no había tirado mi libro. Pero
si me llevaba el libro él sabría que había estado toqueteando cosas
en su habitación y se enfadaría muchísimo y yo le había prometido
no andar toqueteando cosas en su habitación.
Entonces oí que su furgoneta se paraba delante de la casa y
supe que tenía que pensar rápido y ser listo. Así que decidí que
dejaría el libro donde estaba porque deduje que Padre no iba a

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tirarlo si lo había metido en la caja de camisas y yo podía seguir
escribiendo en otro libro que mantendría en secreto de verdad y
entonces, quizá más tarde, a lo mejor cambiaba de opinión y me
dejaba volver a tener el primer libro y yo podría copiar el nuevo
libro en él. Y si alguna vez me lo devolvía yo sería capaz de
recordar la mayor parte de lo que había escrito, de manera que lo
pondría todo en el segundo libro secreto y si había algún trozo que
quisiera comprobar para asegurarme de haberlo recordado
correctamente, entraría en su habitación cuando él no estuviera y
lo comprobaría.
Entonces oí que Padre cerraba la puerta de la furgoneta.
Y fue entonces cuando vi el sobre.
Era un sobre dirigido a mí y estaba debajo de mi libro, en la
caja de camisas, con algunos sobres más. Lo cogí. Nunca lo
habían abierto. Decía

Christopher Boone
36 Randolph Street
Swindon
Wiltshire

Entonces me di cuenta de que había un montón de sobres


más y que todos iban dirigidos a mí. Y eso era interesante y me
confundía.
Y entonces me di cuenta de cómo estaban escritas las
palabras Christopher y Swindon. Estaban escritas así

Sólo conozco 3 personas que hacen pequeños círculos en


lugar de puntitos sobre la letra i. Y una de ellas es Siobhan, y una
de ellas era el señor Loxely, que solía dar clases en el colegio, y
una de ellas era Madre.

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Y entonces oí que Padre abría la puerta de entrada, así que
cogí un sobre de debajo del libro, volví a ponerle la tapa a la caja
de camisas y volví a poner la caja de herramientas encima de ella
y cerré la puerta del armario con muchísimo cuidado.
Entonces Padre llamó:
—¿Christopher?
No dije nada porque oiría desde dónde le hablaba yo. Me
levanté y rodeé la cama hasta la puerta, sujetando el sobre y
tratando de hacer el menor ruido posible.
Padre estaba al pie de la escalera y pensé que tal vez me
vería, pero estaba ojeando el correo que había llegado aquella
mañana o sea que su cabeza miraba hacia abajo. Entonces se
alejó del pie de la escalera hacia la cocina y yo cerré con mucha
suavidad la puerta de su habitación y entré en mi habitación.
Quería mirar el sobre, pero no quería hacer enfadar a Padre,
así que escondí el sobre debajo de mi colchón. Entonces bajé y le
dije hola a Padre. Y él me dijo:
—Bueno, ¿qué has hecho hoy, jovencito?
Y yo dije:
—Hoy hemos hecho Cómo Desenvolverse en la Vida
Diaria con la señora Gray. Lo que significa Utilizar Dinero y el
Transporte Público. Y he tomado sopa de tomate para comer, y
3 manzanas. Y he practicado un poco de matemáticas por la tarde
y hemos ido a dar un paseo por el parque con la señora Peters y
hemos recogido hojas para hacer un collage.
Y padre dijo:
—Estupendo, estupendo. ¿Qué te apetece echarte hoy entre
pecho y espalda?
Echarse algo entre pecho y espalda es comer.
Dije que quería alubias y bróculi. Y Padre dijo:
—Creo que eso puede arreglarse fácilmente.
Entonces me senté en el sofá y leí un poco más del libro que
estaba leyendo, que se llamaba Caos, de James Gleick.
Entonces entré en la cocina y me tomé las alubias y el
bróculi mientras Padre se tomaba salchichas y huevos y pan frito y
una taza de té. Entonces Padre dijo:
—Voy a poner esas estanterías en la sala, si te parece bien.
Me temo que armaré un poco de jaleo, así que si quieres ver la
televisión vamos a tener que llevarla arriba.

LIBERIK CLASSICS
Y yo dije:
—Me iré a mi habitación a estar solo.
Y él dijo:
—Buen chico.
Y yo dije:
—Gracias por la cena —porque eso es ser educado.
—No hay problema, chaval —dijo él.
Y subí a mi habitación.
Y cuando estaba en mi habitación cerré la puerta y saqué el
sobre de debajo del colchón. Levanté la carta a la luz para ver si
podía detectar qué había dentro del sobre, pero el papel del sobre
era demasiado grueso. Me pregunté si debía abrir el sobre, porque
era algo que había cogido de la habitación de Padre. Pero
entonces pensé que iba dirigido a mí, así que me pertenecía, o sea
que abrirlo estaba bien.
Así que abrí el sobre.
Dentro había una carta.
Y esto es lo que estaba escrito en la carta

451c Chapter Road

Willesden
Londres NW2 5NG
0208 887 8907
Querido Christopher:

Siento que haya pasado tanto tiempo desde que te escribí


mi última carta. He estado muy ocupada. Tengo un empleo nuevo
de secretaria para una fábrica que hace cosas de acero. Te
gustaría un montón. La fábrica está llena de máquinas enormes
que hacen el acero y lo cortan o doblan para que tenga las formas
que necesitan. Esta semana están haciendo el techo para una
cafetería de un centro comercial en Birmingham. Tiene la forma
de una flor gigantesca y van a cubrirlo con una lona para que
parezca una enorme tienda.
Además nos hemos mudado al fin al piso nuevo, como
podrás ver por la dirección. No es tan bonito como el de antes y a
mí no me gusta mucho Willesden, pero a Roger le es más fácil
llegar al trabajo y lo ha comprado (el otro sólo era de alquiler),
así que podemos conseguirnos nuestros propios muebles y pintar
las paredes del color que queramos.

LIBERIK CLASSICS
Y por eso ha pasado tanto tiempo desde mi última carta,
porque nos ha dado mucho trabajo lo de embalar todas nuestras
cosas para luego desembalarlas otra vez y me ha sido duro
acostumbrarme al nuevo empleo.
Ahora estoy muy cansada y tengo que irme a dormir y
quiero echar esta carta al buzón mañana por la mañana, así que
voy a firmar ya y te enviaré otra carta muy pronto.
Todavía no me has escrito, así que sé que probablemente
aún estás enfadado conmigo. Lo siento, Christopher. Pero todavía
te quiero. Espero que no estés enfadado conmigo para siempre. Y
me encantaría que fueras capaz de escribirme una carta (¡pero no
olvides enviarla a la nueva dirección!).
Pienso en ti constantemente.
Con todo mi cariño,
Tu mamá
XXXXXX
Entonces me sentí realmente confuso porque Madre nunca
había trabajado de secretaria para una empresa que hiciera cosas
de acero. Madre trabajaba de secretaria en un gran garaje en el
centro de la ciudad. Y Madre nunca había vivido en Londres.
Madre siempre había vivido con nosotros. Y Madre nunca me había
escrito una carta.
No había fecha en la carta, o sea que no podía deducir
cuándo había escrito Madre la carta y me pregunté si alguna otra
persona la habría escrito y fingido que era Madre.
Y entonces miré en la parte de delante del sobre y vi que
había un matasellos y había una fecha en el matasellos y era
bastante difícil de leer, pero decía

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Lo que significaba que la carta se había echado al correo el
16 de octubre de 1997, que era 18 meses después de que Madre
muriese.
Y entonces la puerta de mi habitación se abrió y Padre dijo:
—¿Qué haces?
—Estoy leyendo una carta —dije.
Y él dijo:
—Ya he acabado de taladrar. En la tele están dando ese
programa de David Attenborough sobre la naturaleza, si te
interesa.
Yo dije:
—Vale.
Entonces volvió a irse al piso de abajo.
Miré la carta y pensé muchísimo. Era un misterio que no
conseguía resolver. A lo mejor la carta estaba en el sobre
equivocado y se había escrito antes de que Madre muriese. Pero
¿por qué escribía desde Londres? La vez que más tiempo había
estado fuera fue una semana cuando había ido a visitar a su prima
Ruth, que tenía cáncer, pero Ruth vivía en Manchester.
Y entonces pensé que quizá no era una carta de Madre.
Quizás era una carta dirigida a una persona llamada Christopher,
de la madre de ese Christopher.
Estaba emocionado. Cuando empecé a escribir el libro sólo
había un misterio que resolver. Ahora había dos.
Decidí que no pensaría más en ello aquella noche porque no
tenía la información suficiente y podía Llegar a Conclusiones
Erróneas fácilmente, como el señor Athelney Jones de Scotland
Yard, que es algo peligroso porque uno debería estar seguro de
tener todas las pruebas disponibles antes de empezar a deducir
cosas. De esa manera, es mucho menos probable que cometas un
error.
Decidí esperar a que Padre estuviera fuera de la casa.
Entonces iría al armario de su habitación y miraría las otras cartas
y vería de quién eran y qué decían.
Doblé la carta y la escondí debajo del colchón por si Padre la
encontraba y se enfadaba. Entonces me fui al piso de abajo a ver
la televisión.

LIBERIK CLASSICS
151

Muchas cosas son misterios. Pero eso no significa que no


tengan una respuesta. Es sólo que los científicos no han
encontrado aún la respuesta.
Por ejemplo, hay gente que cree en los fantasmas de
personas que han vuelto de entre los muertos. Y el tío Terry dijo
que vio un fantasma en una zapatería en un centro comercial de
Northampton porque bajaba hacia el sótano cuando vio pasar a
alguien vestido de gris al pie de la escalera. Pero cuando llegó al
pie de la escalera el sótano estaba vacío y no había puertas.
Cuando se lo contó a la señora de la caja en el piso de
arriba le dijeron que se llamaba Tuck y que era el fantasma de un
monje franciscano que solía vivir en el monasterio que estaba en
el mismo solar cientos de años atrás, que era por lo que el centro
comercial se llamaba Centro Comercial Los Franciscanos, y
que estaban acostumbrados a él y no les asustaba en absoluto.
Los científicos acabarán por descubrir algo que explique los
fantasmas, igual que descubrieron la electricidad que explicaba los
rayos, y a lo mejor resulta que es algo sobre el cerebro de la
gente, o algo sobre el campo magnético de la Tierra, o podría ser
algo sobre una fuerza completamente distinta. Y entonces los
fantasmas ya no serán misterios. Serán como la electricidad y el
arco iris y las sartenes que no se pegan.
En el colegio tenemos un estanque con ranas, que están allí
para que aprendamos a tratar a los animales con cariño y respeto,
porque algunos de los niños del colegio son muy malos con los
animales y creen que es divertido aplastar gusanos o tirar piedras
a los gatos.
Y algunos años hay montones de ranas en el estanque, y
algunos años hay muy pocas. Y si hicieras un gráfico de cuántas
ranas había en el estanque tendría este aspecto (pero este gráfico
es lo que se llama «hipotético», que significa que las cifras no son
las cifras reales, sino que sólo es una «ilustración»)

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Y si mirases el gráfico podrías pensar que en 1987 y 1988 y
1989 y 1997 hizo un invierno realmente frío, o que había una
garza real que venía a comerse montones de ranas (a veces hay
una garza real que viene y trata de comerse las ranas, pero hay
una tela metálica sobre el estanque que lo impide).
Pero a veces no tiene nada que ver con inviernos fríos o
gatos o garzas. A veces son tan sólo matemáticas.
He aquí una fórmula para una población de animales.

Nnueva = λ (Nvieja) (1 – Nvieja)

Y en esta fórmula N representa la densidad de población.


Cuando N = 1 la población es lo más grande que puede llegar a
ser. Y cuando N = 0 la población se ha extinguido.
Nnueva es la población un año, y Nvieja es la población del
año anterior. Y λ es lo que se llama una constante.
Cuando λ es menor que 1, la población es cada vez más
pequeña y se extingue. Y cuando λ está entre 1 y 3, la población
crece y después se estabiliza, así (y estos gráficos también son
hipotéticos)

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Y cuando λ está entre 3 y 3,57, la población sigue ciclos así

Pero cuando λ es mayor que 3,57, la población se vuelve


caótica como en el primer gráfico.
Eso lo descubrieron Robert May y George Oster y Jim Yorke.
Y significa que a veces las cosas son tan complicadas que es
imposible predecir qué va a pasar a continuación, pero en realidad
obedecen a unas reglas muy sencillas.
Y eso significa que, a veces, una población entera de ranas,
o de gusanos, o de gente, puede morir sin razón alguna, sólo
porque así es como funcionan los números.

LIBERIK CLASSICS
157

Pasaron seis días antes de que pudiese volver a entrar en la


habitación de Padre a mirar en la caja de camisas del armario.
El primer día, que era un miércoles, Joseph Fleming se quitó
los pantalones y se lo hizo todo por el suelo del vestuario y
empezó a comérselo, pero el señor Davis lo detuvo.
Joseph se lo come todo. Una vez se comió una de las
pequeñas pastillas de desinfectante azul que cuelgan dentro de los
váteres. Y una vez se comió un billete de 50 libras de la cartera de
su madre. Y se come cuerdas y gomas elásticas y pañuelos de
papel y papel de escribir y pinturas y tenedores de plástico.
Además se da golpes con la barbilla y chilla un montón.
Tyrone dijo que en la caca había un caballo y un cerdo, así
que yo le dije que no dijera tonterías, pero Siobhan dijo que no,
que eran pequeños animales de plástico de la biblioteca que el
personal usa para hacer que la gente cuente historias. Y Joseph se
los había comido.
Así que yo dije que no pensaba ir a los lavabos porque había
caca en el suelo, y me hacía sentir incómodo pensar en ello,
incluso aunque el señor Ennison hubiese venido a limpiarlo todo. Y
me mojé los pantalones y tuve que ponerme unos de recambio del
armario de ropa de recambio de la habitación de la señora
Gascoyne. Así que Siobhan dijo que yo podía utilizar los lavabos
del personal durante dos días, pero sólo dos días, y entonces
tendría que volver a usar los lavabos de los niños. E hicimos un
trato.
El segundo, tercer y cuarto días, que eran jueves, viernes y
sábado, no pasó nada interesante.
El quinto día, que era un domingo, llovió muchísimo. A mí
me gusta que llueva mucho. Suena como ruido de fondo por todas
partes, que es como el silencio pero no está vacío. Subí al piso de
arriba y me senté en mi habitación y observé caer el agua en la
calle. Caía con tanta intensidad que parecían chispas blancas (y
esto también es un símil, no una metáfora). Y no había nadie por

LIBERIK CLASSICS
ahí porque todo el mundo estaba dentro de su casa. Y eso me hizo
pensar en cómo estaba conectada toda el agua del mundo, y que
esa agua se había evaporado de los mares en algún lugar del golfo
de México o la bahía de Baffin, y estaba cayendo entonces delante
de la casa y se escurriría hacia las alcantarillas y fluiría hasta una
planta de tratamiento de aguas residuales donde la limpiarían y
entonces iría a parar a un río y volvería al mar otra vez.
Y la noche del lunes Padre recibió una llamada telefónica de
una señora cuya bodega se había inundado y tuvo que salir a
arreglarlo con urgencia.
Si hay sólo una urgencia Rhodri va a arreglarla porque su
esposa y sus hijos se fueron a vivir a Somerset, lo que significa
que no tiene nada que hacer por las noches aparte de jugar a
snooker y beber y ver la televisión, y necesita hacer horas extra
para ganar dinero que mandarle a su esposa para ayudarla a
cuidar de los niños. Y Padre tiene que cuidar de mí. Pero esa
noche hubo dos urgencias, así que Padre me dijo que me portara
bien y que lo llamara al móvil si había algún problema, y entonces
se marchó en la furgoneta.
Así que fui a su habitación y abrí el armario y levanté la caja
de herramientas de encima de la caja de camisas y abrí la caja de
camisas.
Conté los sobres. Había 43. Todos iban dirigidos a mí con la
misma letra.
Saqué uno y lo abrí.
Dentro estaba esta carta

3 de mayo
451c Chapter Road
Londres NW2 5NG
0208 887 8907

Querido Christopher:
¡Por fin tenemos nevera y cocina nuevas! Roger y yo fuimos al
vertedero el fin de semana a tirar las viejas. Ahí es donde la gente lo tira
todo.
Hay contenedores enormes para tres colores diferentes de
botellas, cartones, aceite de motor y desperdicios de jardín y de la casa
en general y objetos grandes (ahí fue donde dejamos la nevera y la
cocina viejas).

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Entonces fuimos a una tienda de objetos de segunda mano y
compramos una nevera y una cocina nuevas. Ahora la casa se parece un
poquito más a un hogar.
Anoche estaba mirando unas fotos viejas que me pusieron triste.
Entonces encontré una foto tuya jugando con el tren que te compramos
hace un par de navidades. Y ésa me puso contenta porque fue uno de los
momentos verdaderamente buenos que pasamos juntos.
¿Te acuerdas de cómo jugabas con él todo el día y te negabas a
irte a la cama por las noches porque aún estabas jugando? ¿Y te
acuerdas de que te hablamos de los horarios de trenes y tú hiciste un
horario y tenías un reloj y hacías que los trenes llegaran puntuales? Y
había también una pequeña estación de madera y te enseñamos cómo la
gente que quería viajar en tren iba a la estación a comprar un billete y
luego se subía al tren. Y entonces sacamos un mapa y te enseñamos las
pequeñas rayas que eran las líneas del tren que conectaban todas las
estaciones. Y jugaste con él durante semanas y semanas y te
compramos más trenes y tú supiste adonde se dirigían todos.
Me gusta muchísimo recordar eso.
Ahora tengo que irme. Son las tres y media de la tarde. Sé que
siempre te gusta saber exactamente qué hora es. Y tengo que ir a la
cooperativa a comprar un poco de jamón para prepararle la cena a
Roger. Echaré esta carta al buzón de camino a la tienda. Con cariño,
Tu mamá
XXXXXX

Entonces abrí otro sobre. Esta era la carta que había dentro

312 Lausanne Road, primer piso


Londres N8 5BV
0208 756 4321
Querido Christopher:
Dije que quería explicarte por qué me había marchado cuando
tuviera tiempo de hacerlo debidamente. Ahora tengo todo el tiempo del
mundo. Así que estoy sentada en el sofá con esta carta y la radio puesta
y voy a tratar de explicártelo.
Yo no era muy buena madre, Christopher. Quizá si las cosas
hubiesen sido diferentes, si tú hubieses sido diferente, yo habría sido
una madre mejor. Pero las cosas sencillamente salieron así.
Yo no soy como tu padre. Tu padre es una persona mucho más
paciente. Simplemente acepta las cosas como son y si las cosas le
alteran no lo demuestra. Pero yo no soy así, y no puedo hacer nada por
cambiar eso.

LIBERIK CLASSICS
¿Te acuerdas de aquella vez, cuando fuimos juntos de compras a
la ciudad? ¿Y fuimos a Bentalls, que estaba hasta los topes de gente, y
teníamos que comprar un regalo de Navidad para la abuela? Y tú estabas
asustado por la cantidad de gente que había en la tienda. Era en plena
época navideña, cuando todo el mundo va al centro. Y yo estaba
hablando con el señor Land, que trabaja en la planta de objetos de
cocina y que fue al colegio conmigo. Y tú te agachaste en el suelo y te
tapaste las orejas con las manos interrumpiendo el paso a todo el
mundo. Así que yo me enfadé, porque a mí tampoco me gusta ir de
compras en Navidad, y te dije que te comportaras y traté de levantarte y
apartarte. Pero tú gritaste y tiraste aquellos tazones de una estantería,
que armaron gran estrépito. Y todo el mundo se volvió para ver qué
pasaba. Y el señor Land estuvo muy amable pero había cajas y trozos de
tazones rotos en el suelo y todo el mundo nos miraba y yo me fijé en
que te habías mojado los pantalones, y me enfadé tanto que quise
sacarte de la tienda pero tú no me dejabas tocarte y tan sólo seguiste
ahí tirado en el suelo chillando y pataleando y vino el director y preguntó
qué pasaba y yo ya no podía más, y tuve que pagar dos tazones rotos y
luego esperar sencillamente a que dejaras de gritar. Y entonces tuve que
llevarte andando hasta casa, lo que nos llevó horas, porque sabía que te
negarías a volver a subir al autobús.
Y recuerdo que esa noche tan sólo lloré y lloré y que tu padre
estuvo realmente encantador al principio, y te preparó la cena y te metió
en la cama y dijo que esas cosas pasan y que todo iba a salir bien. Pero
yo dije que ya no podía soportarlo más y al final se enfadó muchísimo y
me dijo que me estaba comportando como una estúpida y que tenía que
controlarme, y yo le pegué, lo cual estuvo muy mal, pero es que estaba
muy alterada.
Teníamos un montón de peleas como ésa. Porque yo pensaba con
frecuencia que ya no podía aguantar más. Y tu padre es verdaderamente
paciente pero yo no lo soy, yo me enfado incluso aunque no pretenda
hacerlo. Y al final ya casi no nos hablábamos porque sabíamos que
acabaríamos peleándonos y que eso no nos llevaría a ninguna parte. Y
yo me sentía realmente sola.
Y fue entonces cuando empecé a pasar mucho tiempo con Roger.
Por supuesto que ya sé que siempre habíamos pasado mucho tiempo con
Roger y Eileen. Pero yo empecé a ver a Roger a solas, porque con él
podía hablar. Era la única persona con la que podía hablar de verdad. Y
cuando estaba con él ya no me sentía sola.
Y sé que a lo mejor no entiendes nada de todo esto, pero quería
intentar explicártelo para que lo supieras. Y aunque no lo entiendas
ahora, puedes conservar esta carta y leerla más adelante y quizá lo
entiendas entonces.
Y Roger me contó que él y Eileen ya no estaban enamorados, y
que hacía muchísimo tiempo que ya no lo estaban. Lo que significaba
que él también se sentía solo. Así que teníamos mucho en común. Y

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entonces nos dimos cuenta de que él y yo nos habíamos enamorado. Y él
sugirió que yo dejara a tu padre y nos mudáramos juntos a otra casa.
Pero yo dije que no podía dejarte a ti, y a él eso le puso triste pero
entendió que tú eras realmente importante para mí.
Y entonces tú y yo tuvimos aquella pelea. ¿Te acuerdas? Fue
acerca de tu cena, una noche. Yo te había preparado algo y tú no querías
comértelo. Y llevabas días y días sin comer y se te veía muy flaco. Y
empezaste a gritar y yo me enfadé y tiré la comida por toda la
habitación, algo que sé que no debería haber hecho. Y tú cogiste la tabla
de cortar y me la tiraste, y me diste en un pie y me rompiste los dedos.
Entonces, por supuesto, tuvimos que ir al hospital y me pusieron aquel
yeso en el pie. Y después, en casa, tu padre y yo tuvimos una gran
pelea. Él me echó la culpa por enfadarme contigo. Y dijo que tan sólo
tenía que darte lo que quisieras, incluso aunque sólo fuera un plato de
lechuga o un batido de fresa. Y yo dije que sólo trataba de hacerte
comer algo saludable. Y él dijo que tú no podías evitarlo. Y yo dije que
tampoco yo podía evitarlo y que sencillamente perdía los estribos. Y tu
padre dijo que si él podía controlar los nervios, yo bien podía controlar
también mis malditos nervios. Y la cosa siguió y siguió.
Y yo no pude caminar bien durante un mes entero, ¿te acuerdas?,
y tu padre tuvo que cuidar de ti. Y recuerdo miraros a los dos y veros
juntos y pensar en que tú eras realmente distinto con él. Mucho más
tranquilo. Y no os gritabais el uno al otro. Y eso me ponía triste porque
era como si tú en realidad no me necesitaras para nada. Y de alguna
manera, eso era aún peor que lo de que tú y yo discutiéramos todo el
rato, porque era como si yo fuera invisible.
Y creo que fue entonces cuando me di cuenta de que tú y tu
padre probablemente estaríais mejor si yo no vivía en casa. Así él sólo
tendría una persona que cuidar en lugar de dos.
Entonces Roger dijo que había pedido un traslado en el banco.
Eso significa que les pidió si podían darle un empleo en Londres, y que
se marchaba. Me preguntó si quería irme con él. Pensé en ello mucho
tiempo, Christopher. De verdad que lo hice. Y me rompió el corazón,
pero al final decidí que sería mejor para todos nosotros que yo me fuera.
Así que le dije que sí.
Pretendía decirte adiós. Iba a volver a recoger un poco de ropa
cuando tú regresaras del colegio. Y entonces te explicaría lo que estaba
haciendo y te diría que iría a verte tan a menudo como pudiese y que tú
podrías venir a Londres de vez en cuando para quedarte con nosotros.
Pero cuando llamé a tu padre me dijo que no podía volver. Estaba
enfadado de verdad. No me dejó hablar contigo. Yo no sabía qué hacer.
Tu padre dijo que era una egoísta y que nunca volvería a poner los pies
en esa casa. Así que no lo he hecho. Pero en cambio te he escrito todas
estas cartas.
Me pregunto si entiendes lo que te estoy contando. Sé que debe
de resultarte difícil. Pero confío en que puedas entenderlo un poquito.

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Christopher, nunca he pretendido hacerte daño. Pensé que lo que
hacía era lo mejor para todos nosotros. Confío en que lo sea. Y quiero
que sepas que nada de esto es culpa tuya.
Solía soñar que las cosas serían mejores. ¿Te acuerdas de que tú
solías decir que querías ser astronauta? Bueno, pues yo solía soñar que,
en efecto, eras un astronauta y que salías en la tele y yo pensaba: «Ése
es mi hijo». Me pregunto si ahora sigues queriendo serlo. ¿O quieres ser
otra cosa? ¿Todavía sigues con las matemáticas? Espero que sí.
Por favor, Christopher, escríbeme alguna vez, o llámame por
teléfono. El número está al principio de la carta.
Muchos besos,
Tu madre
XXXXXX

Entonces abrí un tercer sobre. Ésta es la carta que había


dentro

18 de septiembre

312 Lausanne Road, primer piso


Londres N8
0208 756 4321
Querido Christopher:
Bueno, te dije que te escribiría cada semana, y lo he hecho. En
realidad ésta es la segunda carta de esta semana, así que lo estoy
haciendo incluso mejor de lo que te dije.
¡Tengo un empleo! Estoy trabajando en Camden, en Perkin y
Rashid, que son peritos jurados. Eso significa que van por ahí mirando
casas y deciden cuánto costarían y qué obras habría que hacer en ellas y
cuánto costarían esas obras. Y también deciden cuánto costaría construir
nuevas casas, oficinas y fábricas.
Es una oficina agradable. La otra secretaria es Angie. Su escritorio
está cubierto de ositos y animalitos de peluche y fotografías de sus hijos
(así que he puesto una foto tuya en un marco sobre mi escritorio). Es
realmente simpática y siempre salimos juntas a almorzar.
No sé cuánto tiempo permaneceré aquí, sin embargo. Tengo que
sumar montones de cifras para cuando mandamos facturas a nuestros
clientes y yo no soy muy buena con esas cosas (¡tú lo harías mucho
mejor que yo!).
La empresa la dirigen dos hombres que se llaman señor Perkin y
señor Rashid. El señor Rashid es de Pakistán y es muy severo y siempre
quiere que trabajemos más rápido. Y el señor Perkin es raro (Angie lo
llama Perkin el Pervertido). Cuando se acerca a mí para preguntarme

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algo siempre me apoya la mano en el hombro y se agacha, de forma que
su cara quede muy cerca de la mía, y puedo olerle la pasta de dientes y
eso me pone los pelos de punta. Y el sueldo no es muy bueno, además.
O sea, que me buscaré algo mejor en cuanto tenga la oportunidad.
El otro día fui al Alexandra Palace. Es un gran parque que hay
justo al volver la esquina desde nuestra casa, y es una enorme colina
con un gran centro de congresos en la cima, y me hizo pensar en ti
porque si vinieras podríamos ir allí a hacer volar cometas o a ver los
aviones llegar al aeropuerto de Heathrow y sé que eso te gustaría.
Ahora tengo que irme, Christopher. Te estoy escribiendo esto en
mi hora de almorzar (Angie está de baja con la gripe, así que no
podemos comer juntas). Por favor, escríbeme alguna vez y cuéntame
cómo estás y qué tal te va en el colegio.
Espero que recibieras el regalo que te mandé. ¿Lo has resuelto
ya? Roger y yo lo vimos en una tienda en el mercado de Camden y sé
que siempre te han gustado los rompecabezas. Roger trató de separar
las dos piezas antes de que lo envolvieran y no lo consiguió. Dijo que si
tú conseguías hacerlo es que eras un genio.
Te mando montones y montones de cariño,
Tu madre
XXXXXX

Y ésta era la cuarta carta

23 de agosto
312 Lausanne Road, primer piso
Londres N8
Querido Christopher:
Siento no haberte escrito la semana pasada. Tuve que ir al
dentista para que me sacaran dos muelas. Quizá no te acuerdes de
cuando tuvimos que llevarte a ti al dentista. No dejabas que nadie te
metiera la mano en la boca, así que tuvimos que hacer que te durmieran
para que el dentista pudiera quitarte un diente. Bueno, a mí no me
durmieron, tan sólo me dieron lo que se llama un anestésico local, que
significa que no puedes sentir nada en la boca, lo que a mí ya me estuvo
bien, porque tuvieron que serrarme el hueso para poder sacarme la
muela. Y no me dolió nada. De hecho me estaba riendo porque el
dentista tuvo que dar tantos tirones que a mí me parecía divertido. Pero
cuando llegué a casa empezó a despertarse y a dolerme y tuve que
tumbarme dos días en el sofá y tomar un montón de analgésicos...

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Entonces dejé de leer la carta porque estaba mareado.
Madre no había tenido un ataque al corazón. Madre no se
había muerto. Madre había estado viva todo el tiempo. Y Padre me
había mentido sobre eso.
Me esforcé mucho en pensar si había otra explicación, pero
no se me ocurrió ninguna. Y entonces ya no pude pensar en nada
en absoluto porque mi cerebro no estaba funcionando
correctamente.
La cabeza me daba vueltas. Era como si la habitación se
estuviese meciendo de lado a lado, como si estuviera en lo más
alto de un edificio altísimo y un viento muy fuerte balancease el
edificio hacia atrás y hacia delante (esto también es un símil).
Pero sabía que la habitación no podía estar meciéndose, así que
debía de ser algo que estaba pasando dentro de mi cabeza.
Rodé por la cama y me acurruqué hasta hacerme un ovillo.
Me dolía el estómago.
No sé qué pasó entonces porque hay una laguna en mi
memoria, como si hubiesen borrado un trocito de la cinta. Pero sé
que debió de pasar un montón de tiempo porque más tarde,
cuando volví a abrir los ojos, vi que al otro lado de la ventana
estaba oscuro. Y había vomitado, porque había vómito por todas
partes, encima de la cama y en mis manos y en mis brazos y en
mi cara.
Pero antes de eso oí que Padre entraba en la casa y me
llamaba, que es otra razón por la que sé que había pasado un
montón de tiempo.
Y era extraño porque él me llamaba «¿Christopher...?
¿Christopher...?» y yo veía mi nombre escrito a medida que él lo
pronunciaba. Con frecuencia veo escrito lo que alguien dice como
si apareciera en una pantalla de ordenador, en especial si está en
otra habitación. Pero eso no era en una pantalla de ordenador.
Podía verlo escrito muy grande, como si estuviera en un gran
anuncio en el lateral de un autobús. Y estaba escrito con la letra
de mi madre, así

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Y entonces oí que Padre subía por la escalera y entraba en
la habitación. Dijo:
—Christopher, ¿qué demonios estás haciendo?
Y supe que estaba en la habitación, pero su voz sonaba
débil y lejana, como suenan a veces las voces de la gente cuando
yo estoy gimiendo y no quiero que estén cerca de mí. Y Padre
dijo:
—¿Qué coño estás...? Ése es mi armario, Christopher. Ésas
son... no, mierda... Mierda, mierda, mierda.
Entonces no dijo nada durante un rato.
Entonces me puso una mano en el hombro y me volvió
sobre un costado y dijo:
—Santo Dios.
Pero no me dolió cuando me tocó, como me pasa
normalmente. Le vi tocarme, como si estuviese viendo una
película que pasaba en la habitación, pero apenas sentía su mano.
Era como sentir el viento en la piel.
Y entonces volvió a quedarse callado un rato. Entonces dijo:
—Lo siento, Christopher. Lo siento mucho, muchísimo.
Y entonces me di cuenta de que había vomitado, porque
sentía algo húmedo encima de mí y podía olerlo, como cuando
alguien vomita en el colegio.
Entonces Padre dijo:
—Has leído las cartas.
Entonces oí que estaba llorando porque su respiración
sonaba como burbujeante y mojada, como suena cuando alguien
está resfriado y tiene muchos mocos en la nariz. Entonces dijo:
—Lo hice por tu bien, Christopher. De verdad que sí. Nunca
pretendí mentirte. Tan sólo pensé que... Tan sólo pensé que era
mejor que no supieras... que... que... Yo no quería... Iba a
enseñártelas cuando fueras mayor.
Entonces volvió a quedarse callado. Luego dijo:
—Fue un accidente.
Entonces dijo:
—Yo no sabía qué decir... Estaba tan hecho polvo... Ella
dejó una nota y... Entonces llamó por teléfono y... Dije que estaba
en el hospital porque... porque no sabía cómo explicártelo. Era
todo tan complicado. Tan difícil. Y yo... dije que estaba en el

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hospital. Y ya sé que no era verdad. Pero una vez dicho eso ya no
pude... ya no pude cambiarlo. ¿Lo comprendes... Christopher?
¿Christopher...? Es sólo que... la cosa se me fue de las manos y
desearía que...
Entonces se quedó callado un rato realmente largo.
Entonces me tocó en el hombro otra vez y dijo:
—Christopher, vamos a limpiarte un poco, ¿vale?
Me apretó un poquito el hombro, pero yo no me moví. Y él
dijo:
—Christopher, voy a ir al cuarto de baño y te voy a llenar
una bañera de agua caliente. Entonces voy a volver aquí y a
llevarte al baño, ¿de acuerdo? Así podré meter las sábanas en la
lavadora.
Entonces oí que se levantaba e iba al baño y abría los
grifos. Oí que el agua corría en la bañera. Durante un rato no
volvió. Entonces volvió y me tocó en el hombro otra vez y dijo:
—Vamos a hacer esto con muchísimo cuidado, Christopher.
Vamos a sentarte y a quitarte la ropa y a meterte en la bañera,
¿de acuerdo? Tendré que tocarte, pero no va a pasar nada.
Entonces me incorporó y me hizo sentarme en un lado de la
cama. Me quitó el jersey y la camisa y los dejó sobre la cama.
Entonces me hizo levantarme y caminar hasta el baño. Yo no
grité. Y no luché. Y no le pegué.

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163

Cuando era pequeño y fui por primera vez al colegio, mi


profesora se llamaba Julie, porque Siobhan no había empezado
aún a trabajar en el colegio. Empezó a trabajar en el colegio
cuando yo tenía doce años.
Y un día Julie se sentó en el pupitre al lado del mío y puso
un tubo de caramelos Smarties sobre el pupitre, y dijo:
—Christopher, ¿qué crees tú que hay aquí dentro?
Y yo dije:
—Smarties.
Entonces le quitó la tapa al tubo de Smarties y lo inclinó y
de él salió un pequeño lápiz rojo, y Julie rió y dijo:
—No son Smarties, es un lápiz.
Entonces volvió a meter el lápiz rojo dentro del tubo de
Smarties y volvió a ponerle la tapa. Entonces dijo:
—Si tu mami entrase ahora y le preguntásemos qué hay
dentro del tubo de Smarties, ¿qué crees tú que diría? —porque
entonces yo solía llamar a Madre Mami, no Madre.
Y yo dije:
—Un lápiz.
Eso era porque cuando era pequeño no entendía que las
demás personas tuviesen mentes. Y Julie les dijo a Madre y a
Padre que eso siempre me sería muy difícil. Pero ahora no me
resulta difícil. Porque decidí que era una especie de
rompecabezas, y si algo es un rompecabezas siempre hay una
manera de resolverlo.
Es como los ordenadores. La gente cree que los
ordenadores son diferentes de las personas porque no tienen
mentes, incluso aunque, en el test de Turing, los ordenadores
pueden tener conversaciones con las personas sobre el clima y los
vinos y sobre cómo es Italia, y hasta pueden contar chistes. Pero
la mente no es más que una máquina complicada.

LIBERIK CLASSICS
Y cuando miramos las cosas pensamos que estamos
simplemente mirándolas desde nuestros ojos como si mirásemos a
través de pequeñas ventanas y que hay una persona dentro de
nuestra cabeza, pero no es así. Estamos mirando una pantalla
dentro de nuestra cabeza, como la pantalla de un ordenador.
Y esto se sabe por un experimento que vi en la tele, en una
serie llamada Cómo funciona la mente. Y en ese experimento
fijas la cabeza en una abrazadera y miras una página escrita en
una pantalla. Parece una página escrita normal en la que nada
cambia. Pero al cabo de un rato, cuando tus ojos se mueven por la
página te das cuenta de que pasa algo muy raro, porque cuando
tratas de leer un trozo de la página que ya has leído éste es
diferente.
Y eso pasa porque cuando tu mirada va rápidamente de un
punto a otro no ves nada en absoluto y estás ciego. Y esos
movimientos rápidos se llaman sacádicos. Porque si cuando tu
mirada va rápidamente de un punto a otro lo vieras todo, te
marearías. Y en el experimento hay un sensor que capta cuándo
tu mirada se desplaza de un sitio a otro, y cuando lo hace cambia
algunas de las palabras de la página en un sitio que no estés
mirando.
Pero tú no te das cuenta de que estás ciego entre los
movimientos sacádicos porque tu cerebro llena la pantalla que hay
en tu cabeza para que parezca que estás mirando a través de dos
ventanitas. Y no te das cuenta de que han cambiado palabras en
otra parte de la página porque tu mente aporta una imagen de las
cosas a las que no miras en ese momento.
Y las personas son distintas de los animales porque pueden
ver imágenes en la pantalla de su cabeza de cosas que no están
mirando. Pueden ver imágenes de alguien en otra habitación. O de
lo que va a pasar mañana. O pueden verse a sí mismos
convertidos en astronautas. O imaginar cifras realmente grandes.
O series de razonamientos cuando tratan de deducir algo.
Y por eso un perro al que el veterinario le ha hecho una
operación realmente importante y tiene clavos que le salen de la
pata si ve un gato se olvida de que tiene clavos saliéndole de la
pata y corre tras él. Pero cuando a una persona la operan tiene
una imagen en la cabeza del dolor que sentirá durante meses y
meses. Y tiene una imagen de todos los puntos que le han dado
en la pierna y del hueso roto y de los clavos e incluso aunque vea
que se le escapa el autobús no corre porque tiene una imagen en

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su cabeza de los huesos aplastándose y crujiendo, y de los puntos
soltándose y de más dolor aún.
Y por eso la gente cree que los ordenadores no tienen
mentes, y por eso la gente cree que sus cerebros son especiales y
diferentes de los ordenadores. Porque la gente puede ver la
pantalla dentro de su cabeza y cree que hay alguien ahí sentado
en su cabeza mirando la pantalla, como el capitán Jean-Luc Picard
en Star Trek: La nueva generación, sentado en su asiento de
capitán contemplando una gran pantalla. Y la gente cree que esa
persona es su mente humana especial que se llama «homúnculo»,
que significa «hombrecito». Y cree que los ordenadores no tienen
ese homúnculo.
Pero ese homúnculo no es más que otra imagen en la
pantalla en su cabeza. Y cuando el homúnculo está en la pantalla
en su cabeza (porque la persona está pensando en el homúnculo)
hay otra parte del cerebro observando la pantalla. Y cuando la
persona piensa en esa parte del cerebro (la que está observando
al homúnculo en la pantalla) pone esa parte del cerebro en la
pantalla y hay una nueva parte de cerebro observando la pantalla.
Pero el cerebro no ve cómo ocurre eso porque es como la mirada
que va rápidamente de un sitio a otro. Cuando se pasa de pensar
en una cosa a pensar en otra es como estar ciego.
Y por eso los cerebros de la gente son como ordenadores. Y
no es porque sean especiales, sino porque tienen que estar
desconectándose constantemente durante fracciones de segundo
mientras la pantalla cambia. Y es porque hay algo que no pueden
ver que la gente cree que tiene que ser especial, porque la gente
siempre piensa que hay algo especial en lo que no puede ver,
como el lado oculto de la Luna, o el otro lado de un agujero negro,
o en la oscuridad cuando se despierta por la noche y tiene miedo.
Además las personas creen que no son ordenadores porque
tienen sentimientos y los ordenadores no tienen sentimientos.
Pero los sentimientos no son más que tener una imagen en la
pantalla en tu cabeza de lo que va a pasar mañana o el año que
viene, o de lo que podría haber pasado en lugar de lo que ocurrió
en realidad, y si es una imagen alegre sonríen y si es una imagen
triste lloran.

LIBERIK CLASSICS
167

Y después de que Padre me hubiese dado un baño y


limpiado el vómito y me hubiese secado con una toalla, me llevó a
mi habitación y me puso ropa limpia. Entonces me dijo:
—¿Has cenado algo esta noche?
Pero yo no dije nada. Entonces él dijo:
—¿Te traigo algo de comer, Christopher?
Pero yo seguí sin decir nada. Así que dijo:
—Vale. Mira, voy a meter tu ropa y las sábanas en la
lavadora y luego volveré, ¿de acuerdo?
Me quedé sentado en la cama y me miré las rodillas.
Así que Padre salió de la habitación y recogió mi ropa del
suelo del baño y la dejó en el rellano. Entonces fue a buscar las
sábanas de su cama y las sacó al rellano con mi camisa y mi
jersey. Entonces lo recogió todo y se lo llevó abajo. Entonces oí
que ponía la lavadora y oí que el bombo empezaba a dar vueltas y
el agua en las tuberías iba hacia la lavadora.
Eso fue todo lo que oí durante mucho rato.
Calculé potencias de 2 en mi cabeza porque me
25
tranquilizaba. Llegué hasta 33.554.432 que es 2 , lo cual no era
mucho porque en otra ocasión he llegado a 245, pero mi cerebro
no funcionaba muy bien.
Entonces Padre volvió a entrar en la habitación y dijo:
—¿Cómo te sientes? ¿Quieres que te traiga algo?
Yo no dije nada. Seguí mirándome las rodillas.
Y Padre tampoco dijo nada. Tan sólo se sentó en la cama a
mi lado y apoyó los codos en las rodillas y miró la alfombra entre
sus piernas, donde había una pequeña pieza roja de Lego.
Entonces oí que Toby se despertaba, porque es nocturno, y
oí que arañaba en su jaula.
Y Padre estuvo callado durante muchísimo tiempo. Y
entonces dijo:

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—Mira, a lo mejor no debería decirte esto, pero... quiero
que sepas que puedes confiar en mí. Y... vale, a lo mejor no digo
siempre la verdad. Dios sabe que lo intento, Christopher, Dios
sabe que lo hago, pero... La vida es difícil, ya lo sabes. Joder, es
durísimo decir la verdad todo el tiempo. A veces es imposible. Y
quiero que sepas que lo estoy intentando, que de verdad lo estoy
haciendo. Y quizás éste no sea un buen momento para decirte
esto, y sé que no va a gustarte, pero... Tienes que saber que a
partir de ahora voy a decirte la verdad. Acerca de todo. Porque...
si uno no dice la verdad ahora, entonces más tarde... más tarde
duele todavía más. Así que...
Padre se frotó la cara con las manos y se tironeó de la
barbilla con los dedos y se quedó mirando la pared. Yo lo veía por
el rabillo del ojo. Y él dijo:
—Yo maté a Wellington, Christopher.
Me pregunté si eso sería un chiste. Porque yo no entiendo
los chistes, y cuando la gente cuenta un chiste no quiere decir lo
que dice. Pero entonces Padre dijo:
—Por favor, Christopher. Sólo deja que te lo explique. —
Entonces inspiró aire entre los dientes y dijo—: Cuando tu mamá
se marchó... Eileen... la señora Shears... fue muy buena con
nosotros. Muy buena conmigo. Me ayudó a superar un momento
muy difícil. Y no estoy seguro de que hubiera salido adelante sin
ella. Bueno, tú ya sabes cómo ella andaba por aquí casi todos los
días. Nos ayudaba con la cocina y la limpieza. Aparecía por aquí
para ver si estábamos bien, si necesitábamos algo... Yo pensaba...
Bueno... Mierda, Christopher, intento que no suene complicado...
Pensaba que seguiría viniendo. Pensaba... y quizá fui un
estúpido... pensaba que a lo mejor... al final... querría mudarse
aquí. O que a lo mejor nos mudábamos nosotros a su casa.
Nosotros... nos llevábamos bien, realmente bien. Pensé que
éramos amigos. Y supongo que me equivoqué. Supongo que... al
final... no era más que... Mierda... Discutimos, Christopher... y
ella dijo algunas cosas que no voy a decirte a ti porque no son
agradables, pero me dolieron, y... Yo creo que le preocupaba más
ese maldito perro que yo, que nosotros. Y quizás eso no sea tan
estúpido, al mirar atrás. Quizá damos demasiado trabajo, maldita
sea. Y quizá sea más fácil vivir sola cuidando de un estúpido
chucho que compartir tu vida con otros seres humanos
propiamente dichos. Lo que quiero decir es que, amigo, no somos
lo que se dice de bajo mantenimiento, ¿no te parece...? Sea como
fuere, esa vez nos peleamos. Bueno, para serte franco nos

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peleamos bastantes veces. Pero después de una trifulca
particularmente desagradable, ella me echó de la casa. Y ya sabes
cómo estaba ese maldito perro después de la operación. Estaba
esquizofrénico, maldita sea. Un instante estaba más suave que la
seda, se tumbaba panza arriba para que le hicieras cosquillas en
la barriga, y al siguiente te clavaba los dientes en la pierna. Sea
como fuere, estamos chillándonos el uno al otro y él está en el
jardín, orinando. Así que, cuando ella me da con la puerta en las
narices, el muy cabrón me está esperando. Y... sí, lo sé, lo sé.
Quizá si simplemente le hubiese dado una patada es probable que
hubiese retrocedido. Pero, mierda, Christopher, cuando la rabia se
apodera de uno... Jesús, tú ya sabes lo que es eso. Lo que quiero
decir es que no somos tan distintos, tú y yo. Y lo único en que
conseguía pensar era que a ella le preocupaba más ese maldito
perro que tú o que yo. Y fue como si todo lo que había estado
reprimiendo durante dos años simplemente...
Entonces Padre se calló un ratito. Y entonces dijo:
—Lo siento, Christopher. Te lo prometo, nunca pretendí que
las cosas acabaran así.
Y entonces supe que no era un chiste y me sentí realmente
asustado. Padre dijo:
—Todos cometemos errores, Christopher. Tú, yo, tu mamá,
todo el mundo. Y a veces son errores verdaderamente grandes.
Sólo somos humanos.
Entonces levantó la mano derecha y abrió los dedos en
abanico.
Pero yo grité y lo empujé hacia atrás de manera que se
cayó de la cama al suelo.
Se sentó y dijo:
—Vale. Mira, Christopher, lo siento. Dejémoslo por esta
noche, ¿de acuerdo? Voy a irme abajo y tú duerme un poco y ya
hablaremos por la mañana. —Entonces dijo—: Todo va a salir
bien. De verdad. Confía en mí.
Entonces se levantó e inspiró profundamente y salió de la
habitación.
Me quedé sentado en la cama mucho rato mirando el suelo.
Entonces oí que Toby arañaba en su jaula. Levanté los ojos y vi
que me miraba a través de los barrotes.
Tenía que salir de la casa. Padre había asesinado a
Wellington. Eso significaba que podía asesinarme a mí, porque no

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podía confiar en él, incluso aunque hubiera dicho «Confía en mí»,
porque me había contado una mentira sobre algo muy importante.
Pero no podía salir de la casa inmediatamente porque me
vería, así que tendría que esperar a que estuviese dormido.
La hora era las 23.16 de la noche.
Traté de volver a calcular potencias de 2, pero no llegué
más allá de 215 que era 32.768. Así que gemí para hacer que el
tiempo pasara más rápido y no pensar.
Entonces era la 1.20 de la madrugada, pero no había oído a
Padre subir a la cama. Me pregunté si estaría dormido en el piso
de abajo o si estaría esperando para entrar y matarme. Así que
saqué mi navaja del Ejército Suizo y abrí la hoja de la sierra para
poder defenderme. Entonces salí de mi habitación sin hacer
ningún ruido y escuché. No oí nada, así que empecé a bajar por la
escalera sin hacer ruido y muy despacio. Y cuando llegué abajo vi
el pie de Padre a través de la puerta de la sala de estar. Esperé
durante 4 minutos para ver si se movía, pero no se movió. Así que
seguí andando hasta llegar al vestíbulo. Entonces me asomé a la
puerta de la sala de estar.
Padre estaba tumbado en el sofá con los ojos cerrados.
Lo estuve mirando durante mucho rato.
Roncó y yo di un salto, oía la sangre en mis oídos y a mi
corazón latir pero que muy rápido y un dolor como si alguien
hubiese hinchado un globo muy grande dentro de mi pecho.
Me parecía que iba a tener un ataque al corazón.
Los ojos de Padre seguían cerrados. Me pregunté si hacía
como que dormía. Entonces, cogí la navaja y di unos golpes en el
marco de la puerta.
Padre movió la cabeza de un lado a otro y sacudió el pie y
dijo «Gnnnn», pero sus ojos no se abrieron. Y entonces volvió a
roncar.
Estaba dormido.
Eso significaba que si no hacía ningún ruido para no
despertarle, podía salir de la casa.
Cogí mis dos abrigos y mi bufanda de los colgadores junto a
la puerta principal, porque fuera haría frío por la noche. Entonces
subí otra vez sin hacer ruido, pero fue difícil porque las piernas me
temblaban. Entré en mi habitación y cogí la jaula de Toby.
Arañaba y hacía ruido, así que me quité uno de los abrigos y lo

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puse sobre la jaula para silenciarlo un poco. Entonces me lo llevé
escalera abajo.
Padre seguía dormido.
Entré en la cocina y cogí mi caja especial de comida. Abrí la
puerta de atrás y salí al exterior. Aguanté el picaporte de la puerta
al volver a cerrarla para que no hiciera ruido. Y caminé hasta el
final del jardín.
Al final del jardín hay un cobertizo. Dentro están la
cortadora de césped y las tijeras para podar setos, y un montón
de artículos de jardinería que Madre solía usar, como macetas y
sacos de abono orgánico y cañas de bambú y cuerda y palas. Se
estaría un poquito más caliente en el cobertizo pero yo sabía que
Padre me buscaría en el cobertizo, así que lo rodeé hasta la parte
de atrás y me apretujé en el espacio que quedaba entre la pared
del cobertizo y la valla, detrás de la gran cuba de plástico negro
para recoger agua de lluvia. Entonces me senté y me sentí un
poco más a salvo.
Decidí dejar mi otro abrigo sobre la jaula de Toby porque no
quería que cogiera frío y se muriese.
Abrí mi caja especial de comida. Dentro estaba la Milky Bar
y dos regalices y tres clementinas y una galleta rosa de barquillo y
mi colorante rojo. No tenía hambre pero sabía que debía comer
algo porque si no comes puedes coger frío, así que me comí dos
clementinas y la Milky Bar.
Entonces me pregunté qué haría a continuación.

LIBERIK CLASSICS
173

Entre el tejado del cobertizo y la gran planta que cuelga


sobre la valla desde la casa de al lado veía la constelación de
Orión.
La gente dice que Orión se llama Orión porque Orión era un
cazador y la constelación parece un cazador con garrote y arco y
flecha, así

Pero eso es una verdadera tontería porque no son más que


estrellas, y podrías unir los puntitos como quisieras, y hacer que
pareciese una señora con un paraguas que saluda, o la cafetera de
la señora Shears, que es de Italia, con
un asa y vapor que sale, o un
dinosaurio

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Además en el espacio no hay líneas, así que podrías unir
trocitos de Orión con trocitos de la Liebre o Tauro o Géminis y
decir que son una constelación llamada El Racimo de Uvas o
Jesús o La Bicicleta (sólo que no tenían bicicletas en las épocas
romana y griega, que fue cuando llamaron Orión a Orión).
En cualquier caso, Orión no es un cazador o una cafetera o
un dinosaurio. Es Betelgeuse y Bellatrix y Alnilam y Rigel y 17
estrellas más de las que no me sé los nombres. Y son explosiones
nucleares a billones de kilómetros de aquí.
Y ésa es la verdad.

LIBERIK CLASSICS
179

Estuve despierto hasta las 3.47. Ésa fue la última vez que
miré mi reloj antes de quedarme dormido. Tiene una esfera
luminosa que se enciende si aprietas un botón, así que pude verla
en la oscuridad. Tenía frío y me daba miedo que Padre saliese y
me encontrara. Pero me sentía más seguro en el jardín porque
estaba escondido.
Miré el cielo mucho rato. Me gusta mirar el cielo por la
noche en el jardín. En verano, a veces salgo con mi linterna y mi
planisferio, que está hecho de dos círculos de plástico con un
alfiler en el centro. En la parte de abajo tiene un mapa del cielo, y
en la parte de arriba una apertura en forma de parábola. Giras la
apertura para ver el mapa del cielo que se ve ese día del año
desde la latitud 51,5º norte, que es la latitud en que está
Swindon, porque el pedazo más grande de cielo siempre está en el
otro lado de la Tierra.
Y cuando miras el cielo sabes que estás viendo estrellas que
están a cientos y miles de años luz. Y algunas de las estrellas ni
siquiera existen ya porque su luz ha tardado tanto en llegar a
nosotros que ya están muertas, o han explotado y han quedado
reducidas a enanas rojas. Y eso te hace sentir muy pequeño, y si
en tu vida tienes cosas difíciles es agradable pensar que son lo
que se llama «insignificantes», es decir, que son tan pequeñas
que no tienes que tenerlas en cuenta cuando haces un cálculo.
No dormí muy bien a causa del frío y porque el suelo era
muy desigual y puntiagudo debajo de mí y porque Toby estaba
arañando un montón en su jaula. Pero cuando desperté
totalmente amanecía y el cielo estaba naranja y azul y morado, y
oí el canto de los pájaros, que es lo que se llama «El coro del
alba». Y me quedé donde estaba durante otras 2 horas y 32
minutos, y entonces oí que Padre salía al jardín y gritaba:
«¿Christopher...? ¿Christopher...?».
Así que me volví y encontré un viejo saco de plástico
cubierto de barro que antes tenía abono, y nos acurrucamos yo y
la jaula de Toby y mi caja de comida especial en el rincón entre la

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pared del cobertizo y la valla y la pila de agua de lluvia, y yo me
tapé con el saco de fertilizante. Y entonces oí que Padre se
acercaba por el jardín y saqué mi navaja del Ejército Suizo del
bolsillo y abrí la hoja de la sierra, y la agarré por si nos
encontraba. Y oí que abría la puerta del cobertizo y miraba dentro.
Y entonces oí que decía: «Mierda». Y entonces oí sus pisadas en
los matorrales en torno al costado del cobertizo, y mi corazón latía
pero que muy rápido y noté esa sensación como de tener un globo
dentro del pecho otra vez, y pensé que quizás había mirado detrás
del cobertizo, pero yo no podía verlo porque estaba escondido,
pero no me vio, porque lo oí alejarse otra vez por el jardín.
Entonces me quedé quieto y miré mi reloj y permanecí
quieto durante 27 minutos. Y entonces oí que Padre encendía el
motor de su furgoneta. Supe que era su furgoneta porque la oigo
muy a menudo y estaba cerca y sabía que no era ninguno de los
coches de los vecinos, porque los que toman drogas tienen una
furgoneta Volkswagen y el señor Thompson, que vive en el
número 40, tiene un Vauxhall Cavalier, y la gente que vive en el
número 34 tiene un Peugeot y todos suenan diferente.
Y cuando oí que se alejaba de la casa supe que ya podía
salir.
Y entonces tuve que decidir qué hacer porque ya no podía
vivir en la casa con Padre porque era peligroso.
Así que tomé una decisión.
Decidí que iría y llamaría a la puerta de la señora Shears y
que me iría a vivir con ella, porque la conocía y ella no era una
extraña y yo había estado antes en su casa, cuando hubo un corte
de electricidad en nuestro lado de la calle. Pero esta vez no me
dirá que me vaya, porque yo le diré quién ha matado a Wellington
y así ella se dará cuenta de que yo soy un amigo. Y además
comprenderá por qué yo ya no puedo seguir viviendo con Padre.
Saqué los regalices y la galleta de barquillo rosa y la última
clementina de mi caja especial de comida y me las metí en el
bolsillo y escondí la caja especial de comida bajo el saco de
fertilizante. Entonces cogí la jaula de Toby y mi otro abrigo y salí
de un salto de detrás del cobertizo. Caminé por el jardín y junto al
costado de la casa. Abrí el cerrojo de la puerta del jardín y salí
frente a la casa.
En la calle no había nadie, así que crucé y recorrí el sendero
de la casa de la señora Shears y llamé a la puerta y esperé y
decidí qué iba a decir cuando abriese la puerta. Pero no vino a la

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puerta. Así que volví a llamar. Entonces me di la vuelta y vi a unas
personas caminando por la calle y tuve miedo otra vez, porque
eran dos de las personas que toman drogas de la casa de al lado.
Así que cogí la jaula de Toby y rodeé la casa de la señora Shears y
me senté detrás del cubo de la basura para que no pudiesen
verme.
Y entonces tuve que planear qué hacer.
Y lo hice pensando en todas las cosas que podía hacer y
decidiendo si eran la decisión correcta o no.
Decidí que no podía volver a casa.
Y decidí que no podía irme a vivir con Siobhan porque ella
no podía cuidar de mí después de que el colegio hubiese cerrado,
porque era mi profesora y no una amiga o un miembro de mi
familia.
Y decidí que no podía irme a vivir con el tío Terry porque
vivía en Sunderland y yo no sabía cómo llegar a Sunderland y no
me gustaba el tío Terry porque fumaba cigarrillos y me acariciaba
el pelo.
Y decidí que no podía irme a vivir con la señora Alexander
porque no era una amiga o un miembro de mi familia ni siquiera
aunque tuviese un perro, porque no podía quedarme a dormir en
su casa o utilizar su cuarto de baño porque ella lo había usado y
era una extraña.
Y entonces pensé que podía irme a vivir con Madre, porque
ella era mi familia y yo sabía dónde vivía porque me acordaba de
la dirección de las cartas que era 451c Chapter Road, Londres
NW2 5NG. Sólo que ella vivía en Londres y yo nunca había estado
en Londres. Yo sólo había estado en Dover para ir a Francia, y en
Sunderland para visitar al tío Terry y en Manchester para visitar a
la tía Ruth que tenía cáncer, aunque cuando yo estuve allí no tenía
cáncer. Y yo nunca había ido solo a ningún sitio aparte de la
tienda de la esquina. Y la idea de ir solo a alguna parte me daba
mucho miedo.
Pero entonces pensé en irme a casa otra vez, o en
quedarme donde estaba, o en esconderme cada noche en el jardín
y que Padre me encontrara, y eso me hizo sentir mucho más
asustado. Y cuando pensé en eso sentí que iba a vomitar otra vez
como me había pasado la noche anterior.
Y entonces me di cuenta de que no podía hacer nada que
me pareciese seguro. E hice un dibujo de eso en mi cabeza, así

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Y entonces imaginé que tachaba todas las posibilidades que
eran imposibles, que es como en un examen de matemáticas,
cuando miras todas las preguntas y decides cuáles vas a hacer y
cuáles no vas a hacer y tachas todas las que no vas a hacer y así
tu decisión es definitiva y no puedes cambiar de opinión. Y era así

Lo cual significaba que tenía que irme a Londres a vivir con


Madre. Y podía hacerlo en tren porque yo lo sabía todo de los
trenes, gracias a mi tren de juguete: cómo consultas el horario y
vas a la estación y compras un billete y miras el tablón de salidas
para ver si tu tren tiene retraso y entonces vas al andén
correspondiente y subes a bordo. Y me iría desde la estación de
Swindon, donde Sherlock Holmes y el doctor Watson se paran a
comer cuando van de camino a Ross desde Paddington en El
misterio de Boscombe Valley.

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Y entonces miré la pared opuesta al pequeño pasaje que
había a un lado de la casa de la señora Shears donde yo estaba
sentado, y vi la tapa circular de una cacerola metálica muy vieja
apoyada contra la pared. Y estaba cubierta de óxido. Y parecía la
superficie de un planeta porque el óxido tenía la forma de países y
continentes e islas.
Y entonces pensé que nunca podría ser astronauta porque
ser astronauta significa estar a cientos de miles de kilómetros de
distancia de casa, y mi casa estaba ahora en Londres y eso está a
unos 160 kilómetros, que es más de 1.000 veces más cerca de lo
que estaría mi casa si estuviera en el espacio, y pensar eso me
dolió. Como cuando me caí en la hierba una vez en el borde de
unos columpios en el parque y me corté la rodilla con un pedazo
de botella rota que alguien había tirado por encima del muro, y
me corté de cuajo un pedazo de piel, y el señor Davis tuvo que
limpiar la carne de debajo del pedazo con desinfectante para
quitar los gérmenes y la porquería y me dolió tanto que lloré. Pero
este dolor estaba dentro de mi cabeza. Y me ponía triste pensar
que nunca podría convertirme en astronauta.
Y entonces pensé que tenía que ser como Sherlock Holmes y
tenía que «abstraer mi mente a voluntad en grado sumo» para así
no darme cuenta de cuánto me dolía dentro de la cabeza.
Y entonces pensé que necesitaría dinero si me iba a
Londres. Y necesitaría cosas de comer, porque era un viaje largo y
yo no sabía de dónde sacar comida. Y entonces pensé que
necesitaría a alguien que cuidase de Toby, porque no podía
llevármelo conmigo.
Y entonces Formulé un Plan. Y eso me hizo sentir mejor,
porque había algo en mi cabeza que tenía un orden y unas pautas
y tan sólo tenía que seguir las instrucciones una detrás de otra.
Me levanté y me aseguré de que no hubiese nadie en la
calle. Entonces fui a la casa de la señora Alexander, que es la de
al lado de la casa de la señora Shears, y llamé a la puerta.
Entonces la señora Alexander abrió la puerta y dijo:
—Christopher, ¿qué demonios te ha pasado?
Y yo dije:
—¿Puede cuidar de Toby por mí?
Y ella dijo:
—¿Quién es Toby?
Y yo dije:

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—Toby es mi rata.
Entonces la señora Alexander dijo:
—Ah..., sí. Ahora me acuerdo. Me lo contaste.
Entonces sostuve en alto la jaula de Toby y dije:
—Es éste.
La señora Alexander retrocedió un paso hacia su vestíbulo.
Y yo dije:
—Come bolitas especiales y puede comprarlas en una tienda
de animales. Pero también come galletas y zanahorias y pan y
huesos de pollo. Pero no debe darle chocolate porque tiene cafeína
y teobromina, que son metilxantinas, y es venenoso para las ratas
en grandes cantidades. Y necesita agua fresca en su botella todos
los días. Y no le importa estar en la casa de otra persona porque
es un animal. Y le gusta salir de su jaula, pero no pasa nada si
usted no lo saca.
Entonces la señora Alexander dijo:
—¿Por qué necesitas que alguien cuide de Toby,
Christopher?
Y yo dije:
—Me voy a Londres.
—¿Para cuánto tiempo? —dijo ella.
Y yo dije:
—Hasta que vaya a la universidad.
Y ella dijo:
—¿No puedes llevarte a Toby contigo?
Y yo dije:
—Londres está muy lejos y no quiero llevármelo en el tren
porque se me puede perder.
Y la señora Alexander dijo:
—Es verdad. —Y luego dijo—: ¿Vais a mudaros tú y tu
padre?
Y yo dije:
—No.
Y ella dijo:
—Bueno, ¿y por qué te vas a Londres?
Y yo dije:

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—Me voy a vivir con Madre.
—Pensaba que me habías dicho que tu madre había muerto
—dijo ella.
Y yo dije:
—Pensaba que había muerto, pero aún está viva. Y Padre
me mintió. Y además me dijo que él mató a Wellington.
Y la señora Alexander dijo:
—Dios mío.
Y yo dije:
—Me voy a vivir con mi madre porque Padre mató a
Wellington y me mintió y me da miedo estar en la casa con él.
Y la señora Alexander dijo:
—¿Está aquí tu madre?
Y yo dije:
—No. Madre está en Londres.
—¿Así que te vas a Londres tú solo? —dijo.
—Sí —dije yo.
Y ella dijo:
—Mira, Christopher, ¿por qué no entras y te sientas y
hablamos un poco de esto para ver qué podemos hacer?
Y yo dije:
—No. No puedo entrar. ¿Cuidará de Toby por mí?
Y ella dijo:
—No creo que sea una buena idea, Christopher.
Y yo no dije nada. Y ella dijo:
—¿Dónde está tu padre en este momento, Christopher?
Y yo dije:
—No lo sé.
Y ella dijo:
—Bueno, quizá deberíamos intentar llamarlo para ver si
podemos ponernos en contacto con él. Estoy segura de que está
preocupado por ti. Y estoy segura de que ha habido algún terrible
malentendido.
Así que me di la vuelta y crucé la calle corriendo para volver
a casa. Y no miré antes de cruzar la calle y un Mini amarillo tuvo
que parar y los neumáticos chirriaron en la calle. Y rodeé la casa

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corriendo y volví a entrar por la verja del jardín y cerré con
cerrojo la puerta detrás de mí.
Traté de abrir la puerta de la cocina pero estaba cerrada con
llave. Así que cogí un ladrillo que estaba en el suelo y lo arrojé
contra la ventana y el cristal se hizo añicos por todas partes.
Entonces metí el brazo a través del cristal roto y abrí la puerta
desde dentro.
Entré en la casa y dejé a Toby sobre la mesa de la cocina.
Entonces subí corriendo por la escalera y cogí mi mochila del
colegio y metí en ella un poco de comida para Toby y algunos de
mis libros de matemáticas y unos pantalones limpios y un chaleco
y una camisa limpia. Entonces volví a bajar, abrí la nevera y metí
un cartón de zumo de naranja en mi mochila y una botella de
leche que estaba sin abrir. Y cogí dos clementinas más y un
paquete de galletas y dos latas de judías estofadas del armario y
las metí también en mi mochila, porque podía abrirlas con el
abrelatas de mi navaja del Ejército Suizo.
Entonces miré en la superficie que hay junto al fregadero y
vi el teléfono móvil de Padre, y su cartera y su agenda y sentí la
piel... fría bajo la ropa como el doctor Watson en El signo de los
cuatro cuando ve las minúsculas pisadas de Tonga, el isleño de
las Andaman, en el tejado de la casa de Bartholomew Sholto en
Norwood, porque pensé que Padre había vuelto y que estaba en la
casa, y el dolor en mi cabeza empeoró mucho. Pero entonces
rebobiné las imágenes en mi mente y vi que su furgoneta no
estaba aparcada fuera de la casa, así que debía de haberse dejado
el móvil y la cartera y la agenda al salir de la casa. Cogí la cartera
y saqué la tarjeta del cajero automático, porque así podría sacar
dinero, porque la tarjeta tiene un número secreto, que es el
código que uno introduce en la máquina para sacar dinero, y
Padre no lo había escrito en un lugar seguro, que es lo que se
supone que has de hacer, sino que me lo había dicho a mí porque
dijo que yo nunca lo olvidaría. Era 3558. Y me metí la tarjeta en el
bolsillo.
Entonces saqué a Toby de su jaula y me lo metí en el
bolsillo de uno de mis abrigos, porque la jaula era muy pesada
para llevarla hasta Londres. Y entonces volví a salir al jardín por la
puerta de la cocina.
Salí por la verja del jardín y me aseguré de que no hubiese
nadie mirando, y entonces empecé a caminar hacia el colegio,
porque era una dirección que conocía, y cuando llegara al colegio
podía preguntarle a Siobhan dónde estaba la estación de tren.

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Normalmente, de haber ido andando al colegio, me habría
asustado cada vez más, porque nunca lo había hecho antes. Pero
estaba asustado por dos motivos diferentes. Por estar lejos de un
sitio al que estaba acostumbrado, y por estar cerca de donde
Padre vivía, y eran inversamente proporcionales el uno al otro, así
que el total de miedo seguía siendo una constante a medida que
me alejaba de casa y me alejaba de Padre, así

Miedo total ≈ Miedo a sitio nuevo x Miedo cerca de Padre ≈


constante

El autobús tarda 19 minutos en llegar al colegio desde


nuestra casa, pero yo tardé 47 minutos en recorrer la misma
distancia caminando, así que estaba muy cansado cuando llegué y
esperaba poder quedarme en el colegio un ratito y tomarme unas
galletas y un poco de zumo de naranja antes de irme a la
estación. Pero no pude, porque cuando llegué al colegio vi que la
furgoneta de Padre estaba aparcada fuera, en el aparcamiento de
coches. Y supe que era su furgoneta porque decía
Mantenimiento de Calefacciones y Reparación de Calderas
Ed Boone en un costado, con unas llaves fijas cruzadas así

Y cuando vi la furgoneta tuve ganas de vomitar. Pero esa


vez supe que iba a vomitar, así que no me vomité encima, y sólo
vomité en un muro y en la acera, y no había mucho vómito porque
no había comido mucho. Y cuando ya había vomitado quise
acurrucarme en el suelo y gemir un poco. Pero sabía que si me
acurrucaba en el suelo y gemía, Padre saldría del colegio y me
vería y me atraparía y me llevaría a casa. Así que inspiré
profundamente muchas veces, como Siobhan dice que tengo que
hacer si alguien me pega en el colegio, y conté cincuenta

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respiraciones y me concentré muchísimo en los números y los
elevé al cubo a medida que los decía. Y eso hizo que el dolor fuese
más suave.
Y entonces me limpié el vómito de la boca y tomé la
decisión de que tendría que averiguar cómo llegar a la estación de
tren y que lo haría preguntándoselo a alguien, y sería una señora,
porque cuando nos hablan del Peligro que suponen los
Desconocidos en el colegio dicen que si un hombre se te acerca y
te habla y te da miedo debes buscar a una señora y correr hacia
ella, porque las señoras son más seguras.
Así que saqué mi navaja del Ejército Suizo y abrí la hoja de
la sierra y la sostuve con fuerza en el bolsillo en que no estaba
Toby para poder apuñalar a alguien si me agarraba y entonces vi
a una señora al otro lado de la calle con un bebé en un cochecito y
un niño con un elefante de juguete, así que decidí preguntarle. Y
esta vez miré a izquierda y derecha y a la izquierda otra vez para
que no me atropellara un coche, y crucé la calle. Y le dije a la
señora:
—¿Dónde puedo comprar un mapa?
Y ella me dijo:
—¿Perdona?
Y yo dije:
—¿Dónde puedo comprar un mapa?
Y sentí que la mano que sostenía la navaja temblaba
aunque yo no la movía. Y ella dijo:
—Patrick, deja eso, que está sucio. ¿Un mapa de dónde?
Y yo dije:
—Un mapa de aquí.
Y ella dijo:
—No lo sé —entonces dijo—: ¿Adonde quieres ir?
—Voy a la estación de trenes —dije yo.
Y la señora rió y dijo:
—No necesitas un mapa para llegar a la estación.
Y yo dije:
—Sí que lo necesito, porque no sé dónde está la estación de
trenes.
—Se ve desde aquí —dijo ella.

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Y yo dije:
—No, no la veo. Y además necesito saber dónde hay un
cajero automático.
Y ella señaló y dijo:
—Allí. Aquel edificio. En lo alto dice Signal Point. En el otro
extremo hay un símbolo de los ferrocarriles. La estación está
debajo. Patrick, te lo he dicho mil veces, no recojas cosas de la
acera para metértelas en la boca.
Y yo miré y vi un edificio con algo escrito arriba pero estaba
muy lejos, así que era difícil de leer, y dije:
—¿Quiere decir ese edificio a rayas con las ventanas
horizontales?
—Eso es —dijo ella.
Y yo dije:
—¿Cómo llego a ese edificio?
Y ella dijo:
—Caray. —Y entonces dijo—: Sigue a ese autobús. —Y
señaló un autobús que pasaba.
Así que eché a correr. Pero los autobuses van realmente
deprisa y tuve que asegurarme de que Toby no se me cayera del
bolsillo. Pero conseguí seguir corriendo detrás del autobús durante
mucho rato y crucé 6 calles antes de que girase por otra calle y ya
no lo vi más.
Y entonces paré de correr porque respiraba muy fuerte y me
dolían las piernas. Y estaba en una calle con montones de tiendas.
Y recordé haber estado en esa calle cuando iba de compras con
Madre. Y había montones de gente en la calle haciendo sus
compras, pero yo no quería que me tocaran, así que caminé al
borde de la calzada. Y no me gustó que todas esas personas
estuvieran cerca de mí y todo aquel ruido, porque era demasiada
información en mi cabeza y hacía que me fuese difícil pensar,
como si hubiese gritos en mi cabeza. Así que me tapé los oídos
con las manos y gemí muy suavemente.
Y entonces me di cuenta de que podía ver el símbolo
que había señalado la señora, así que seguí caminando hacia
él.
Y entonces ya no pude ver el símbolo . Y había olvidado
recordar dónde estaba el símbolo, y eso me dio miedo porque
estaba perdido y porque yo no me olvido de las cosas.

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Normalmente haría un mapa en mi cabeza y seguiría el mapa, y
habría una pequeña cruz en el mapa que indicaría dónde estaba
yo, pero había demasiadas interferencias en mi cabeza y eso había
hecho que me confundiera. Así que me quedé debajo del toldo
verde y blanco en el exterior de una verdulería donde había
zanahorias y cebollas y chirivías y bróculi en cajas que tenían
dentro una alfombra verde de plástico afelpado, y tracé un plan.
Sabía que la estación de trenes estaba en algún sitio
cercano. Y si algo está cerca puedes encontrarlo moviéndote en
una espiral, caminando en el sentido de las agujas del reloj y
girando siempre a la derecha hasta que vuelvas a una calle por la
que ya has caminado, luego cogiendo la siguiente a la izquierda y
volver a girar siempre a la derecha, y así sucesivamente, así (pero
éste es también un diagrama hipotético, y no un mapa de
Swindon)

Y así es como encontré la estación de trenes, me concentré


intensamente en seguir las reglas y en hacer un mapa del centro
de la ciudad en mi cabeza mientras caminaba, y de esa manera
me fue más fácil ignorar a toda la gente y todo el ruido alrededor
de mí.
Entonces entré en la estación de trenes.

LIBERIK CLASSICS
181

Lo veo todo.
Por eso no me gustan los sitios nuevos. Si estoy en un sitio
que conozco, como casa, o el colegio, o el autocar, o la tienda, o
la calle, lo he visto casi todo antes y todo lo que tengo que hacer
es mirar las cosas que han cambiado o se han movido. Por
ejemplo, una semana, el póster del Shakespeare's Globe se
había caído en el colegio y se notaba porque lo habían vuelto a
colgar ligeramente torcido hacia la derecha y había tres pequeños
círculos de chinchetas en la pared al lado izquierdo del póster. Y al
día siguiente alguien había hecho una pintada en la farola 437 de
nuestra calle, que es la que hay delante del número 35, y ponía
CROW APTOK.
Pero la mayoría de la gente es perezosa. Nunca miran nada.
Hacen lo que se llama «echar un vistazo», que es como chocar
contra algo y continuar sin desviar el camino. Y la información en
su cabeza es mínima. Por ejemplo, si están en el campo sería

1. Estoy de pie en un campo que está lleno de hierba.


2. Hay algunas vacas en los campos.
3. Hace sol y hay unas cuantas nubes.
4. Hay algunas flores en la hierba.
5. Hay un pueblo a lo lejos.
6. Hay una valla al final del campo y tiene una puerta.

Y entonces dejan de darse cuenta de todo porque están


pensando en alguna otra cosa, como «Oh, qué bonito es todo
esto» o «Me preocupa haberme dejado encendido el gas en la
cocina» o «Me pregunto si Julie ya habrá dado a luz»12.

12
Esto es totamente cierto porque le pregunté a Siobhan en qué
pensaba la gente cuando miraba las cosas y eso fue lo que me dijo.

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Pero si yo estoy de pie delante de un campo me doy cuenta
de todo. Por ejemplo, recuerdo estar en un campo el miércoles 15
de junio de 1994, porque Padre y Madre y yo íbamos en coche a
Dover para embarcarnos en un ferry hacia Francia, e hicimos lo
que Padre llama «seguir la ruta pintoresca», que significa ir por
carreteras secundarias y pararse a comer en un sitio con jardín, y
yo tuve que parar para hacer pipí, y fuimos a un campo con vacas
y después de que hubiese hecho pipí, miré el campo y me di
cuenta de estas cosas

1. Hay 19 vacas en el campo, 15 de las cuales son blancas y


negras y 4 de las cuales son marrones y blancas.
2. Hay un pueblo a lo lejos que tiene 31 casas visibles y una
iglesia con una torre cuadrada y sin aguja.
3. Hay caballones en el campo, lo que significa que en tiempos
medievales era lo que se llama un «campo de bancales», y
los habitantes del pueblo tenían cada uno un bancal para
cultivarlo.
4. Hay una vieja bolsa de plástico de Asda en el seto, y una
lata aplastada de Coca-Cola con un caracol, y un pedazo
largo de cordel naranja.
5. La esquina noreste del campo es la más alta y la esquina
suroeste es la más baja (yo tenía una brújula porque
íbamos de vacaciones y quería saber dónde estaba Swindon
cuando estuviésemos en Francia) y el campo está
ligeramente doblado hacia abajo a lo largo de la línea entre
esas dos esquinas, o sea que las esquinas noroeste y
sureste están ligeramente más bajas de lo que lo estarían si
el campo fuese un plano inclinado.
6. Veo tres clases diferentes de hierba y flores de dos colores
en la hierba.
7. Casi todas las vacas están de cara a la colina.

Y había 31 cosas más en esa lista de cosas de las que yo me


di cuenta, pero Siobhan dijo que no hacía falta que las escribiera
todas. Y significa que para mí es muy cansado cuando estoy en un
sitio nuevo porque veo todas esas cosas, y si alguien me
preguntara después cómo eran las vacas, podría preguntarle que

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cuál de ellas, y podría dibujarlas en casa y decir que una vaca
particular tenía manchas como éstas

Me doy cuenta de que he dicho una mentira en el Capítulo


13, al decir «Yo no sé contar chistes ni hacer juegos de palabras»,
porque sí que sé contar 3 chistes, porque los entiendo, y uno de
ellos es sobre una vaca. Siobhan me dijo que no tenía que volver
atrás y cambiar lo que escribí en el Capítulo 13 porque no
importa, porque no es una mentira, tan sólo una aclaración.
Y éste es el chiste.
Hay tres hombres en un tren. Uno de ellos es economista, el
otro lógico y el tercero matemático. Acaban de cruzar la frontera
para entrar en Escocia (no sé por qué van a Escocia) y ven una
vaca marrón en un campo desde la ventanilla del tren (la vaca
está paralela al tren).
Y el economista dice:
—Mirad, en Escocia las vacas son marrones.
Y el lógico dice:
—No. En Escocia hay vacas de las cuales una, por lo menos,
es marrón.
Y el matemático dice:
—No. En Escocia hay por lo menos una vaca, un costado de
la cual parece ser marrón.
Y es divertido porque los economistas no son en realidad
científicos, y los lógicos piensan con mayor claridad, pero los
matemáticos son los mejores.
Cuando estoy en un sitio nuevo, como lo veo todo, es como
cuando un ordenador está haciendo demasiadas cosas a la vez y el

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procesador está saturado y ya no queda espacio para pensar en
otras cosas. Y cuando estoy en un sitio nuevo y hay montones de
personas es incluso más difícil, porque las personas no son como
vacas y flores y hierba, y te hablan y hacen cosas que tú no
esperas, así que tienes que darte cuenta de todo lo que hay en
ese sitio, y además tienes que darte cuenta de las cosas que
podrían ocurrir. Y a veces, cuando estoy en un sitio nuevo y hay
mucha gente, es como un ordenador que se cuelga, y tengo que
cerrar los ojos y taparme las orejas con las manos y gemir, que es
como cuando aprietas CONTROL + ALT + SUPR y cierras
programas y apagas el ordenador y lo reinicias, para así poder
recordar qué estoy haciendo y adonde se supone que debo ir.
Y por eso soy bueno en el ajedrez y las matemáticas y la
lógica, porque la mayoría de la gente está casi ciega y no ve la
mayor parte de las cosas y tienen muchísimo espacio de sobra en
sus cabezas, que están llenas de cosas que no tienen conexión
entre sí y que son tonterías, como «me preocupa haberme dejado
abierto el gas de la cocina».

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191

Mi tren de juguete tenía un pequeño edificio que eran dos


habitaciones con un pasillo entre ellas. Una era el mostrador
donde comprabas los billetes, y la otra era una sala donde
esperabas el tren. Pero la estación de Swindon no era así. Había
un túnel y unas escaleras y una tienda y cafetería y una sala de
espera, así

Pero éste no es un mapa muy exacto de la estación porque


estaba asustado, así que no me daba cuenta muy bien de las
cosas, y esto es sólo lo que recuerdo o sea que es una
aproximación.
Y era como estar de pie en un precipicio con un viento muy
fuerte, porque me hacía sentir aturdido y mareado porque había
un montón de gente entrando y saliendo del túnel y resonaba
muchísimo y sólo había una forma de entrar y era a través del
túnel, y olía a lavabos y a cigarrillos. Así que me apoyé en la

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pared y me agarré a un letrero que decía Si desea acceder al
aparcamiento le rogamos utilice el teléfono de asistencia a
la derecha del mostrador de venta de billetes para no caerme
y me agaché en el suelo. Y quise irme a casa. Pero tenía miedo de
irme a casa y traté de hacer un plan en mi cabeza de lo que debía
hacer, pero había demasiadas cosas que ver y oír.
Así que me tapé las orejas con las manos para bloquear el
ruido y pensar. Y pensé que tenía que quedarme en la estación
para subirme a un tren y que tenía que sentarme en algún sitio y
no había ningún sitio en que sentarse cerca de la puerta de la
estación así que tenía que pasar por el túnel. Así que me dije a mí
mismo, en mi cabeza, no en voz alta: «Voy a pasar por el túnel y
a lo mejor hay un sitio para sentarme y podré cerrar los ojos y
podré pensar», y pasé por el túnel tratando de concentrarme en el
letrero al final del túnel que decía ATENCIÓN circuito cerrado
de televisión en funcionamiento. Y fue como cruzar el
precipicio caminando sobre una cuerda floja.
Y por fin llegué al final del túnel y había una escalera y subí
por la escalera y seguía habiendo un montón de gente y gemí y
había una tienda y una habitación con sillas, pero había
demasiada gente en la habitación con sillas, así que pasé de largo.
Y había letreros que decían Great Western y variedad de
cervezas y CUIDADO, SUELO MOJADO y Sus 50 peniques
mantendrán con vida 1,8 segundos a un bebé prematuro y
transformamos los viajes y Refrescante y diferente y ES
DELICIOSO Y CREMOSO Y SÓLO CUESTA 1 libra con 30
CHOCOLATE CALIENTE DE LUJO y 0870 777 7676 y El
Limonero y Prohibido Fumar y Té de calidad y había unas
mesitas con sillas junto a ellas y en una de las mesas no había
nadie sentado y estaba en un rincón y me senté en una de las
sillas y cerré los ojos. Y metí las manos en los bolsillos y Toby se
me subió a la mano y le di dos bolitas de comida de rata de mi
mochila y agarré la navaja del Ejército Suizo con la otra mano, y
gemí para tapar el ruido porque me había quitado las manos de
las orejas, pero no tan alto como para que la gente me oyera y
viniese a hablar conmigo.
Y entonces intenté pensar en lo que tenía que hacer, pero
no podía pensar, porque había demasiadas otras cosas en mi
cabeza, así que hice un problema de matemáticas para
despejarme un poco la cabeza.
Y el problema de matemáticas que hice se llama Los
soldados de Conway. En Los soldados de Conway tienes un

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tablero de ajedrez que continúa hasta el infinito en todas
direcciones y cada cuadro por debajo de una línea horizontal está
coloreado, así

Puedes mover un cuadro coloreado sólo si puede saltar


sobre otro cuadro coloreado horizontal o verticalmente (pero no
en diagonal) hacia un cuadro vacío dos cuadros más allá. Y cuando
mueves un cuadro coloreado de esa manera tienes que quitar el
cuadro coloreado que ése ha saltado, así

Y tienes que intentar llevar los cuadros coloreados lo más


arriba posible por encima de la línea horizontal del principio, y
empiezas haciendo algo así

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Y entonces haces algo así

Y yo sé cuál es la respuesta, porque por mucho que muevas


los cuadros coloreados nunca llevarás uno más allá de 4 cuadros
por encima de la línea horizontal del principio, pero es un buen
problema de mates para hacer cuando no quieres pensar en otra
cosa, porque puedes hacerlo tan complicado como lo necesites
para llenar tu cerebro, haciendo el tablero tan grande como
quieras y los movimientos tan complicados como quieras.
Yo había llegado a

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Y entonces levanté la mirada y vi que había un policía de pie
delante de mí y que me decía:
—¿Hay alguien en casa?
Pero yo no sabía qué significaba eso.
Y entonces dijo:
—¿Te encuentras bien, jovencito?
Lo miré y pensé un momento para contestar correctamente
a la pregunta y dije:
—No.
Y él dijo:
—No tienes lo que se dice muy buena pinta.
Llevaba un anillo de oro en uno de sus dedos y tenía unas
letras grabadas en él, pero no pude ver qué eran. Entonces dijo:
—La señora de la cafetería dice que llevas aquí 2 horas y
1/2 y que cuando ha tratado de hablar contigo estabas en un
absoluto trance.
Entonces dijo:
—¿Cómo te llamas?
Y yo dije:
—Christopher Boone.
—¿Dónde vives? —dijo.
Y yo dije:
—En el 36 de la calle Randolph.
Y empecé a sentirme mejor porque me gustan los policías y
era una pregunta fácil, y pensé si debía decirle que Padre había
matado a Wellington, y si iba a arrestar a Padre. Y él dijo:
—¿Qué estás haciendo aquí?
Y yo dije:
—Necesitaba sentarme y estar tranquilo y pensar.
—Muy bien, vamos a ponértelo más fácil —dijo—. ¿Qué
estás haciendo en la estación?
Y yo dije:

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—Me voy a ver a Madre.
—¿A Madre? —dijo él.
Y yo dije:
—Sí, a Madre.
Y él dijo:
—¿Cuándo sale tu tren?
—No lo sé —dije—. Vive en Londres. No sé cuándo salen los
trenes para Londres.
Y él dijo:
—Así pues, ¿no vives con tu madre?
Y yo dije:
—No, pero voy a hacerlo.
Y entonces se sentó a mi lado y dijo:
—Bueno, ¿dónde vive tu madre?
—En Londres —dije.
Y él dijo:
—Sí, pero ¿en qué sitio de Londres?
Y yo dije:
—451c Chapter Road, Londres NW2 5NG.
—Dios santo. ¿Qué es eso? —dijo.
Y yo bajé la mirada y dije:
—Es mi rata doméstica, Toby. —Porque asomaba la cabeza
de mi bolsillo y miraba al policía.
Y el policía dijo:
—¿Una rata doméstica?
Y yo dije:
—Sí, una rata doméstica. Es muy limpia y no tiene la peste
bubónica.
Y el policía dijo:
—Bueno, tranquiliza saberlo.
—Sí —dije yo.
Y él dijo:
—¿Tienes billete?
Y yo dije:

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—No.
—¿Tienes dinero para comprar un billete? —dijo él.
Y yo dije:
—No.
Y él dijo:
—Bueno, pues entonces ¿cómo piensas llegar a Londres?
Y entonces no supe qué decir porque tenía la tarjeta del
cajero de Padre en el bolsillo y era ilegal robar cosas, pero él era
un policía o sea que tenía que decirle la verdad, así que dije:
—Tengo una tarjeta de cajero automático. —Y la saqué del
bolsillo y se la enseñé.
Y eso fue una mentira piadosa.
Pero el policía dijo:
—¿Es tuya esa tarjeta?
Y entonces pensé que podía arrestarme, y dije:
—No, es de Padre.
—¿De Padre? —dijo.
Y yo dije:
—Sí, de Padre.
Y él dijo:
—Vale —pero lo dijo muy despacio y apretándose la nariz
con el pulgar y el índice.
Y yo dije:
—Me dijo el número. —Lo cual era otra mentira piadosa.
Y él dijo:
—Por qué no nos damos tú y yo un paseíto hasta el cajero
automático, ¿eh?
Y yo dije:
—No debe tocarme.
—¿Por qué iba a querer tocarte? —dijo él.
Y yo dije:
—No lo sé.
Y él dijo:
—Bueno, pues yo tampoco.
Y yo dije:

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—Porque me dieron una amonestación por pegarle a un
policía, pero yo no pretendía hacerle daño, y si lo hago otra vez
voy a meterme en problemas aún peores.
Entonces me miró y dijo:
—Hablas en serio, ¿verdad?
—Sí —dije yo.
Y él dijo:
—Ve tú delante.
Y yo dije:
—¿Adonde?
Y él dijo:
—Detrás de la oficina de venta de billetes. —Y señaló con el
pulgar.
Y entonces volvimos a pasar a través del túnel, pero no me
dio tanto miedo porque iba un policía conmigo.
Y metí la tarjeta del cajero en la máquina como Padre me
había dejado hacer algunas veces cuando íbamos de compras
juntos y la máquina dijo INTRODUZCA SU NÚMERO SECRETO y
tecleé 3558 y apreté el botón de validar y la máquina dijo POR
FAVOR INTRODUZCA EL IMPORTE y había varias opciones

 £10 £20 
 £50 £100 
Otro importe
(sólo múltiplos de 10) 

Y le pregunté al policía:
—¿Cuánto cuesta sacar un billete a Londres?
Y él me dijo:
—Unas 30 cucas.
Y yo dije:
—¿Eso son libras?
Y él dijo:
—Por todos los santos. —Y se rió. Pero yo no me reí porque
a mí no me gusta que la gente se ría de mí, ni siquiera aunque
sean policías. Y él dejó de reírse y dijo—: Sí. Son 30 libras.

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Así que apreté el botón de £50 y salieron de la máquina
cinco billetes de 10 libras, y un recibo, y yo me metí los billetes y
el recibo y la tarjeta en el bolsillo.
Y el policía dijo:
—Bueno, supongo que ya no debo tenerte más rato de
charla.
Y yo dije:
—¿De dónde saco un billete para el tren? —Porque si estás
perdido y necesitas que te orienten puedes preguntarle a un
policía.
Y él dijo:
—Eres lo que se dice todo un ejemplar, ¿eh, muchacho?
Y yo dije:
—¿De dónde saco un billete para el tren? —porque no había
contestado a mi pregunta.
Y él dijo:
—Allí dentro. —Y señaló y había una gran habitación con
una ventanilla al otro lado de la puerta de la estación, y entonces
dijo—: A ver, ¿estás seguro de que sabes lo que haces?
Y yo dije:
—Sí. Voy a Londres a vivir con mi madre.
Y él dijo:
—¿Tu madre tiene un número de teléfono?
—Sí —dije.
Y el policía dijo:
—¿Y puedes decirme cuál es?
Y yo dije:
—Sí. Es 0208 887 8907.
Y él dijo:
—La llamarás si te metes en algún lío, ¿de acuerdo?
Y yo dije:
—Sí. —Porque sabía que podías llamar a la gente desde las
cabinas telefónicas si tenías dinero, y yo ya tenía dinero.
Y él dijo:
—Bien.

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Y caminé hacia la habitación de venta de billetes y me di la
vuelta y vi que el policía aún estaba mirándome así que me sentí a
salvo. Y había un gran mostrador en el otro lado de la gran
habitación y una ventanilla sobre el mostrador y había un hombre
de pie delante de la ventanilla, y otro detrás de la ventanilla, y yo
le dije al hombre de detrás de la ventanilla:
—Quiero ir a Londres.
Y el hombre de delante de la ventanilla dijo:
—Si no te importa.
Y se volvió de manera que su espalda quedó hacia mí y el
hombre de detrás de la ventanilla le dio un pedacito de papel para
firmar y él lo firmó y lo pasó otra vez por debajo de la ventana y
el hombre de detrás de la ventanilla le dio un billete. El hombre de
delante de la ventanilla me miró y dijo:
—¿Qué coño miras? —Y entonces se alejó.
Llevaba rastas, que es lo que llevan algunas personas
negras, pero él era blanco, y las rastas es cuando nunca te lavas
el pelo y parece una cuerda vieja. Y llevaba pantalones rojos con
estrellas. Y yo agarré mi navaja del Ejército Suizo por si me
tocaba.
Y entonces no había nadie delante de la ventanilla y le dije
al hombre de detrás de la ventanilla:
—Quiero ir a Londres.
Y no había tenido miedo cuando estaba con el policía pero
me di la vuelta y vi que ya se había ido y me asusté otra vez, así
que traté de imaginarme que estaba jugando a un juego en mi
ordenador, y que se llamaba Un tren a Londres y que era como
Myst y The Eleventh Hour, y tenías que resolver montones de
problemas diferentes para acceder al siguiente nivel, y podía
desconectarlo en cualquier momento.
Y el hombre dijo:
—¿De ida o de ida y vuelta?
—¿Qué significa «de ida o de ida y vuelta»? —dije yo.
Y él dijo:
—¿Quieres ir nada más, o quieres ir y volver?
Y yo dije:
—Cuando llegue allí quiero quedarme allí.
Y él dijo:

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—¿Durante cuánto tiempo?
—Hasta que vaya a la universidad —dije.
Y él dijo:
—Ida, entonces —y luego dijo—: Son 17 libras.
Y le di los 5 billetes de 10 libras y él me devolvió 30 libras y
me dijo:
—No lo vayas malgastando.
Y entonces me dio un pequeño billete amarillo y naranja y 3
libras en monedas y yo me lo metí todo en el bolsillo con mi
navaja. Y no me gustó que el billete fuera medio amarillo pero
tuve que quedármelo porque era mi billete de tren.
Y entonces el hombre dijo:
—Haz el favor de apartarte del mostrador.
Y yo dije:
—¿Cuándo es el tren para Londres?
Y él miró su reloj y dijo:
—Andén 1, en cinco minutos.
Y yo dije:
—¿Dónde está el andén 1?
Y él señaló y dijo:
—Coge el paso subterráneo y sube por la escalera. Ya verás
los letreros.
Y «paso subterráneo» significaba «túnel» porque veía
adonde estaba señalando, así que salí de la oficina de venta de
billetes, pero no era para nada como en un juego de ordenador
porque yo estaba en medio de él y era como si todos los letreros
me estuvieran gritando y alguien chocó conmigo cuando pasaba e
hice un ruido como el de un perro al ladrar para asustarle.
Y me imaginé en mi cabeza una gran línea roja a través del
suelo que empezaba a mis pies y recorría todo el túnel, y empecé
a caminar por la línea roja, diciendo «Izquierda, derecha,
izquierda, derecha, izquierda, derecha», porque a veces cuanto
estoy asustado o enfadado, me ayuda hacer algo que tenga ritmo,
como tamborilear, que es algo que Siobhan me enseñó a hacer.
Y subí la escalera y vi un letrero que decía  Andén 1 y la
 señalaba hacia una puerta de cristal o sea que la crucé, y
alguien volvió a chocar conmigo con una maleta y yo hice otro
ruido como el de un perro al ladrar, y dijo «A ver si vigilas por

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dónde vas, joder», pero hice como que era uno de los Demonios
Guardianes de Un tren a Londres. Y ahí estaba el tren. Y vi a un
hombre con un periódico y una bolsa de palos de golf acercarse a
una de las puertas del tren y apretar un botón y las puertas eran
electrónicas y se abrieron deslizándose y eso me gustó. Y
entonces las puertas se cerraron detrás de él.
Y entonces miré mi reloj y habían pasado 3 minutos desde
que había estado en la oficina de billetes, lo que significaba que el
tren se iría al cabo de 2 minutos.
Y entonces me acerqué a la puerta y apreté el botón
grande, y las puertas se abrieron deslizándose y pasé a través de
las puertas.
Y estaba en el tren a Londres.

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193

Cuando solía jugar con mi tren de juguete me hacía un


horario, porque a mí me gustaban los horarios. Y me gustan los
horarios porque me gusta saber cuándo van a pasar las cosas. Y
éste era mi horario cuando vivía en casa con Padre y pensaba que
Madre había muerto de un ataque al corazón (éste era el horario
para un lunes y además es una aproximación).

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7.20 Despertarme
7.25 Lavarme los dientes y la cara
7.30 Darle a Toby comida y agua
7.40 Desayunar
8.00 Ponerme la ropa del colegio
8.05 Hacer la mochila del colegio
8.10 Leer un libro o ver un vídeo
8.32 Coger el autocar del colegio
8.43 Pasar por la tienda de peces tropicales
8.51 Llegar al colegio
9.00 Hora de entrada al colegio
9.15 Primera clase de la mañana
10.30 Recreo
10.50 Clase de manualidades con la señora Peters13
12.30 Almuerzo
13.00 Primera clase de la tarde
14.15 Segunda clase de la tarde
15.30 Coger el autocar del colegio de vuelta a casa
15.49 Bajar del autocar del colegio en casa
15.50 Tomarme un zumo y algo de picar
15.55 Darle a Toby comida y agua
16.00 Sacar a Toby de su jaula
16.18 Meter a Toby en su jaula
16.20 Ver la televisión o un vídeo
17.00 Leer un libro
18.00 Tomar el té
18.30 Ver la televisión o un vídeo
19.00 Practicar matemáticas
20.00 Darme un baño
20.15 Ponerme el pijama
20.20 Jugar a algo en el ordenador
21.00 Ver la televisión o un vídeo
21.20 Tomarme un zumo y algo de picar
21.30 Irme a la cama

Y el fin de semana me hago mi propio horario y lo escribo en un pedazo de


cartón y lo cuelgo en la pared. Y dice cosas como Dar de comer a Toby o Hacer
mates o Ir a la tienda a comprar chuches. Y ésa es una de las otras razones
por las que no me gusta Francia, porque cuando la gente está de vacaciones no

13
En la clase de Manualidades hacemos Manualidades, pero en la Primera clase de la
mañana y la Primera clase de la tarde y la Segunda clase de la tarde hacemos montones de
cosas como Lectura y Controles y Aptitudes Sociales y Cuidar de los Animales y Qué
Hicimos el Fin de Semana y Escritura y Matemáticas y Peligros que suponen los
Desconocidos y Dinero e Higiene Personal.

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tienen un horario y yo tenía que hacer que Madre y Padre me dijeran cada mañana
qué íbamos a hacer exactamente ese día para sentirme mejor.
Porque el tiempo no es como el espacio. Cuando dejas algo en algún sitio,
como un transportador o una galleta, puedes tener un mapa en la cabeza para
decirte dónde lo has dejado, pero incluso aunque no tengas un mapa seguirá
estando allí, porque un mapa es una representación de cosas que existen en la
realidad, así que puedes volver a encontrar el transportador o la galleta. Y un
horario es un mapa del tiempo, sólo que si no tienes un horario, el tiempo no está
ahí como el rellano y el jardín y la ruta al colegio. Porque el tiempo no es más que
la relación entre la forma en que cambian cosas distintas, como que la Tierra gire
alrededor del Sol y los átomos vibren y los relojes hagan tictac y el día y la noche y
despertarse e irse a dormir, y es como el oeste o el nornoroeste, que no existirán
cuando la Tierra deje de existir y caiga hacia el Sol, porque es sólo una relación
entre el Polo Norte y el Polo Sur y todos los demás sitios, como Mogadiscio y
Sunderland y Canberra.
Y no es una relación fija como la relación entre nuestra casa y la casa de la
señora Shears, o como la relación entre 7 y 865, sino que depende de a qué
velocidad vayas con relación a un punto específico. Y si te vas en una nave espacial
y viajas cerca de la velocidad de la luz, puedes volver y descubrir que toda tu
familia está muerta y tú aún eres joven y será el futuro, pero tu reloj dirá que sólo
has estado fuera durante unos días o unos meses.
Y como nada puede viajar más rápido que la velocidad de la luz, eso significa
que sólo podemos conocer una fracción de las cosas que pasan en el universo, así

Éste es un mapa de todo y de todas

partes, y el futuro está a la derecha y el pasado a la


izquierda,
y el gradiente de la línea c es la velocidad de la luz, pero no podemos saber nada
de las cosas que pasan en las zonas sombreadas ni siquiera aunque algunas de
ellas hayan pasado ya, pero cuando lleguemos a f será posible saber algo sobre las
cosas que pasan en las zonas más claras p y q.
Y esto significa que el tiempo es un misterio, y que no es ni siquiera una
cosa, y nadie ha resuelto jamás el rompecabezas de qué es el tiempo exactamente.
Y por eso, si te pierdes en el tiempo es como perderse en un desierto, sólo que no
puedes ver el desierto porque no es una cosa.
Y por eso a mí me gustan los horarios, porque son la garantía de que no te
vas a perder en el tiempo.

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197

Había montones de gente en el tren, y eso no me gustó, porque no me


gustan los montones de gente que no conozco y aún lo odio más si estoy
apretujado en una habitación con montones de gente que no conozco, y un tren es
como una habitación y no puedes salir de él cuando está en marcha. Y me hizo
pensar en la vez que tuve que volver del colegio en el coche, porque el autocar se
había estropeado y Madre vino y me recogió y la señora Peters le preguntó a Madre
si podía llevar a Jack y Polly a casa, porque sus madres no podían venir a
recogerlos, y Madre dijo que sí. Pero yo empecé a gritar en el coche porque había
demasiadas personas en él y Jack y Polly no iban a mi clase y Jack da cabezazos
contra las cosas y hace un ruido como el de un animal, y traté de salir del coche,
pero aún estaba en movimiento y me caí a la calle y tuvieron que ponerme puntos
en la cabeza, y tuvieron que afeitarme el pelo y tardó 3 meses en volver a
crecerme como estaba antes.
Así que me quedé muy quieto en el vagón del tren.
Y entonces oí que alguien decía:
—Christopher.
Y pensé que sería alguien que yo conocía, como un profesor del colegio o
una de las personas que viven en nuestra calle, pero no lo era. Era otra vez el
policía. Y me dijo:
—Te he pillado justo a tiempo. —Y respiraba muy agitadamente y se
sujetaba las rodillas.
Y yo no dije nada.
Y él dijo:
—Tenemos a tu padre en la comisaría.
Y pensé que iba a decir que habían arrestado a Padre por matar a
Wellington, pero no lo hizo. Dijo:
—Te está buscando.
Y yo dije:
—Ya lo sé.
Y él dijo:
—Bueno, ¿y por qué te vas a Londres?
—Porque me voy a vivir con Madre —dije yo.
Y él dijo:
—Bueno, pienso que tu padre quizá tenga algo que decir al respecto.
Y entonces pensé que iba a llevarme de vuelta con Padre y eso me daba
miedo porque él era un policía y se supone que los policías son buenos, así que
empecé a correr, pero él me agarró y yo grité. Y entonces me soltó. Y dijo:

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—Bueno, a ver, no nos pongamos nerviosos. —Y entonces dijo—: Voy a
llevarte conmigo a la comisaría y tú y yo y tu padre podremos sentarnos y charlar
un poco sobre quién va adonde.
Y yo dije:
—Yo me voy a vivir con Madre, en Londres.
—No, ahora mismo no —dijo él.
Y yo dije:
—¿Han arrestado a Padre?
Y él dijo:
—¿Arrestarlo? ¿Por qué?
Y yo dije:
—Mató a un perro. Con una horca de jardín. El perro se llamaba Wellington.
Y el policía dijo:
—¿De verdad hizo eso?
—Sí, lo hizo —dije.
Y él dijo:
—Bueno, también podemos hablar sobre eso. —Y entonces dijo—: Vamos,
jovencito, creo que ya has corrido suficientes aventuras por un día.
Y entonces tendió una mano para tocarme otra vez y yo empecé a gritar otra
vez, y él dijo:
—Ahora escúchame, mocoso. O haces lo que te digo o voy a tener que
hacerte...
Y entonces el tren dio una sacudida y empezó a moverse.
Y entonces el policía dijo:
—Me cago en la leche.
Y entonces miró al techo del tren y puso las manos juntas delante de su boca
como hace la gente cuando le rezan a Dios en el cielo y respiró muy fuerte contra
sus manos e hizo un ruido como un silbido, y entonces paró, porque el tren dio una
sacudida otra vez y tuvo que cogerse de una de las agarraderas que colgaba del
techo. Y entonces dijo:
—No te muevas.
Sacó el walkie-talkie y apretó un botón y dijo:
—¿Rob...? Sí, soy yo, Nigel. Estoy atrapado en el maldito tren. Aja. Ni
siquiera... Mira, para en Didcot Parkway. Haz que alguien venga a recogernos con
un coche... Gracias. Dile a su viejo que lo tenemos, pero que vamos a tardar un
ratito, ¿de acuerdo? Genial.
Y entonces desconectó el walkie-talkie y dijo:
—Vamos a sentarnos. —Y señaló dos asientos alargados cerca de allí que
estaban uno frente al otro, y dijo—: Siéntate ahí. Y nada de hacer el payaso.
Y la gente que estaba sentada en los asientos se levantó y se fue porque él
era policía y nos sentamos uno delante del otro. Y él dijo:
—Eres todo un elemento, chico. Jesús.
Y me pregunté si el policía me ayudaría a encontrar 451c Chapter Road,
Londres NW2 5NG.

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Y miré por la ventanilla y estábamos pasando fábricas y cementerios de
coches llenos de coches viejos y había 4 caravanas en un campo lleno de barro,
con 2 perros y ropa tendida.
Y fuera de la ventanilla era como un mapa, sólo que en 3 dimensiones y a
tamaño natural porque era lo que el mapa representaba. Y había tantas cosas en él
que me dolió la cabeza, así que cerré los ojos, pero entonces volví a abrirlos
porque era como volar, pero más cerca del suelo, y yo creo que volar es bueno. Y
entonces empezó el campo y había campos de cultivo y vacas y caballos y un
puente y una granja y más casas y montones de carreteras pequeñas con coches
en ellas. Y eso me hizo pensar que debía de haber millones de kilómetros de vía de
tren en el mundo y que todas pasan por delante de casas y carreteras y ríos y
campos, y eso me hizo pensar en cuánta gente debe de vivir en el mundo y que
todos tienen casas y carreteras por las que viajar y coches y mascotas y ropa y
todos comen y se van a la cama y tienen nombres y eso hizo que me doliera la
cabeza, también, así que cerré otra vez los ojos y conté y gemí.
Y cuando abrí los ojos el policía estaba leyendo un periódico llamado The
Sun, y en la primera plana ponía El escándalo de 3 millones de libras de la
amiguita de Anderson y llevaba la foto de un hombre y debajo otra foto de una
señora en sujetador.
Entonces practiqué un poco de mates en mi cabeza, resolviendo ecuaciones
de segundo grado, utilizando la fórmula

Y entonces tuve ganas de hacer pipí, pero estaba en un tren. No sabía


cuánto tardaríamos en llegar a Londres y sentí que me entraba el pánico, así que
empecé a tamborilear rítmicamente en el cristal con los nudillos para no pensar
que tenía ganas de hacer pipí, y miré el reloj y esperé 17 minutos, pero cuando
tengo ganas de hacer pipí, tengo que ir muy deprisa, que es por lo que me gusta
estar en casa o en el colegio, y siempre voy a hacer pipí antes de subir al autocar,
y por eso se me escapó un poquito y me mojé los pantalones.
Y entonces el policía me miró y dijo:
—Oh, Dios santo, te has... —Y entonces bajó el periódico y dijo—: Por el
amor de Dios, ve al maldito lavabo, ¿quieres?
Y yo dije:
—Pero estoy en un tren.
Y él dijo:
—En los trenes hay lavabos, ¿sabes?
Y yo dije:
—¿Dónde está el lavabo en el tren?
Y el policía señaló y dijo:
—Pasando por esas puertas, allí. Pero te estaré echando un ojo, ¿entendido?
Y yo dije:
—No —porque sabía lo que significaba «echando un ojo», y él no podría
vigilarme cuando yo estuviera en el lavabo.

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Y dijo:
—Maldita sea, ve al lavabo y ya está.
Así que me levanté de mi asiento y cerré los ojos de forma que mis párpados
no dejaran más que dos ranuras para no ver a las demás personas en el tren, y
caminé hasta la puerta, y cuando pasé a través de la puerta había otra puerta a la
derecha y estaba medio abierta y decía LAVABO, así que entré.
Y dentro era horrible porque había caca en el asiento del váter y olía a caca,
como el lavabo del colegio cuando Joseph ha ido a hacer caca solo, porque juega
con ella.
Y yo no quería usar el váter por la caca, que era caca de gente que yo no
conocía y era marrón, pero tenía que hacerlo, porque realmente tenía ganas de
hacer pipí. Así que cerré los ojos e hice pipí y el tren se tambaleó y mucho fue a
parar al asiento y al suelo, pero me sequé el pene con papel de váter y tiré de la
cadena. Entonces traté de usar el lavamanos pero el grifo no funcionaba, así que
me escupí en las manos y me las sequé con un pañuelo de papel y lo tiré al váter.
Entonces salí del lavabo y vi que enfrente del lavabo había dos estantes con
maletas y una mochila y eso me hizo pensar en el armario del lavadero de casa y
en que a veces me meto en él y eso hace que me sienta a salvo. Así que me subí al
estante de en medio y moví una de las maletas como si fuera una puerta de
manera que me quedé encerrado. Estaba oscuro y no había nadie allí conmigo y no
se oía hablar a la gente, así que me sentí mucho más tranquilo.
Y entonces hice más ecuaciones de segundo grado como

0 = 437X2 + 103X + 11
y

0 = 79X2 + 43X + 2.089

e hice que algunos de los coeficientes fueran mayores, de manera que fueran
difíciles de resolver.
Y entonces el tren empezó a reducir la velocidad y alguien vino y se quedó
de pie cerca del estante y llamó a la puerta del lavabo, y era el policía y dijo:
—¿Christopher...? ¿Christopher...? —Y entonces abrió la puerta del lavabo y
dijo—: Maldita sea.
Y estaba realmente cerca o sea que le vi el walkie-talkie y la porra en el
cinturón y alcancé a oler su loción para después del afeitado, pero él no me vio a
mí, y yo no dije nada porque no quería que me llevara con Padre.
Y entonces se fue otra vez, corriendo.
El tren se paró, y me pregunté si sería Londres, pero no me moví porque no
quería que el policía me encontrara.
Y entonces vino una señora con un jersey de lana, con abejas y flores, y
cogió la mochila del estante de encima de mi cabeza y dijo:
—Me has dado un susto de muerte.
Pero yo no dije nada. Y entonces ella dijo:
—Creo que alguien te está buscando ahí fuera en el andén.
Pero yo seguí sin decir nada.

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Y ella dijo:
—Bueno, es asunto tuyo. —Y se fue.
Y entonces pasaron tres personas más y una de ellas era un hombre negro
con un largo vestido blanco y puso un gran paquete en el estante encima de mi
cabeza pero no me vio.
Y entonces el tren empezó a moverse otra vez.

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199

La gente cree en Dios porque el mundo es muy complicado. Creen que es


muy improbable que algo tan complicado como una ardilla voladora o el ojo
humano o un cerebro llegue a existir por casualidad. Pero deberían pensar
lógicamente, y si pensaran lógicamente, verían que sólo pueden hacerse esa
pregunta porque eso ya ha sucedido y ellos existen. Hay billones de planetas en los
que no hay vida, pero en esos planetas no hay nadie con cerebro para darse
cuenta. Y es como si toda la gente en el mundo arrojara monedas al aire: a alguien
acabaría por salirle cruz 5.698 veces seguidas y se creerían muy especiales. Pero
no lo serían, porque habría millones de personas a quienes no les saldría cruz
5.698 veces.
En la Tierra hay vida por culpa de un accidente, pero un tipo de accidente
muy especial. Y para que ese accidente ocurra de esa manera especial, tienen que
darse 3 Condiciones. Y éstas son

1. Las cosas tienen que hacer copias de sí mismas (esto se llama Duplicación)
2. Tienen que cometer pequeños errores al hacer eso (esto se llama Mutación)
3. Esos errores tienen que ser los mismos en sus copias (esto se llama
Herencia)

Y estas condiciones son muy raras, pero son posibles y causan la vida. Y eso
simplemente ocurre. Y el resultado final no tiene por qué ser necesariamente
rinocerontes y seres humanos y ballenas. Puede ser cualquier cosa.
Por ejemplo, algunas personas dicen ¿cómo puede un ojo llegar a existir por
accidente? Porque un ojo tiene que haber evolucionado desde algo muy parecido a
un ojo, y no existir sólo a causa de un error genético, y ¿qué utilidad tendría medio
ojo? Pero resulta que medio ojo es muy útil porque medio ojo significa que un
animal puede ver a medio animal que quiere comérselo y quitarse de en medio, y
éste acabará comiéndose al animal que sólo tenga un tercio de un ojo o un 49 %
de un ojo en lugar de a él, porque se ha quitado de en medio lo bastante rápido, y
el animal al que se coman no tendrá bebés porque estará muerto. Y un 1 % de ojo
es mejor que ningún ojo.
Y la gente que cree en Dios piensa que Dios ha puesto seres humanos en la
Tierra porque piensa que los seres humanos son el mejor animal, pero los seres
humanos sólo son un animal y evolucionarán hasta ser otro animal, y ese animal
será más listo y meterá a los seres humanos en un zoo, como nosotros metemos a
los chimpancés y a los gorilas en el zoo. O los seres humanos cogerán todos una
enfermedad y se extinguirán o producirán demasiada contaminación y se matarán
a ellos mismos, y entonces sólo habrá insectos en el mundo y ellos serán el mejor
animal.

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211

Entonces me pregunté si debería haberme bajado del tren ya que éste


acababa de parar en Londres, y tuve miedo porque si el tren iba a algún otro sitio
sería un sitio donde yo no conocería a nadie.
Y entonces alguien fue al lavabo y entonces volvió a salir, pero no me vio. Y
pude oler su caca, y era diferente del olor de la caca que yo había olido en el
lavabo cuando había ido.
Y entonces el tren volvió a pararse, y pensé en bajarme del estante, ir a
buscar mi mochila y bajarme del tren. Pero no quería que me encontrara el policía
y me llevara con Padre, así que me quedé en el estante y no me moví, y esta vez
nadie me vio.
Y entonces me acordé de que había un mapa en la pared de una de las
clases en el colegio, un mapa de Inglaterra y Escocia y Gales, que mostraba dónde
estaban todas las ciudades, y me lo imaginé con Swindon y Londres, y en mi
cabeza se veía así

Había estado mirando el reloj desde que el tren había salido a las 12.59, y la
primera parada había sido a las 13.16, 17 minutos más tarde. Ahora eran las
13.39, que eran 23 minutos después de la parada, lo que significaba que
estaríamos en el mar si el tren no había trazado una gran curva. Pero yo no sabía
si eso es lo que había hecho el tren.
Y entonces hubo 4 paradas más y entraron personas y se llevaron maletas
de los estantes y 2 personas pusieron maletas en los estantes, pero nadie movió la
maleta grande que estaba delante de mí y sólo una persona me vio, un hombre de
traje, y dijo: «Joder, mira que eres raro, tío». Y 6 personas fueron al lavabo pero
no hicieron cacas que yo pudiese oler, lo cual estuvo bien.
Y entonces el tren se paró, y una señora con un abrigo impermeable amarillo
vino y cogió la maleta grande y dijo:
—¿La has tocado?
Y yo dije:
—Sí.

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Y entonces se marchó.
Y entonces un hombre se paró delante del estante y dijo:
—Ven a ver esto, Barry. Aquí hay un elfo de los trenes.
Y vino otro hombre y se colocó a su lado y dijo:
—Bueno, es que los dos hemos bebido.
Y el primer hombre dijo:
—Quizá deberíamos darle de comer, como a las cabras.
Y el segundo hombre dijo:
—Tú si que estás como una cabra, joder.
Y el primero dijo:
—Vamos, déjalo ya, gilipollas. Necesito más cervezas antes de que se me
pase la borrachera.
Y entonces se marcharon.
El tren se quedó realmente en silencio y no volvió a moverse y no oí a nadie.
Así que decidí bajarme del estante, ir a buscar mi mochila y ver si el policía aún
estaba sentado en su asiento.
Así que me bajé del estante y miré por la puerta, pero el policía no estaba
allí. Y mi mochila también había desaparecido, con la comida de Toby y mis libros
de mates y mis pantalones y mi chaleco y mi camisa y el zumo de naranja y la
leche y las natillas y las judías cocidas.
Entonces oí el ruido de pasos y me volví y era otro policía, no el que estaba
antes en el tren, y lo vi a través de la puerta, en el siguiente vagón, y estaba
mirando debajo de los asientos. Y decidí que ya no me gustaban tanto los policías,
así que me bajé del tren.
Y cuando vi cómo era de grande la sala en la que estaba el tren y oí lo
ruidosa y resonante que era, tuve que arrodillarme en el suelo porque pensé que
me caía. Y cuando estaba arrodillado en el suelo decidí hacia dónde caminaría, y
decidí que caminaría en la dirección en la que venía el tren al llegar a la estación,
porque si ésa era la última parada, entonces Londres debía estar en esa dirección.
Así que me levanté e imaginé que había una gran línea roja en el suelo que
corría paralela al tren hacia la salida que había en el otro extremo y caminé por
ella diciendo:
—Izquierda, derecha, izquierda, derecha... —otra vez, como antes.
Y cuando llegué a la salida un hombre me dijo:
—Creo que alguien te anda buscando, hijo.
Y yo dije:
—¿Quién me anda buscando? —porque pensé que podía ser Madre y que el
policía de Swindon la había llamado con el número de teléfono que yo le había
dicho.
Pero el hombre dijo:
—Un policía.
Y yo dije:
—Ya lo sé.
Y él dijo:

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—Ah, ya veo. —Y entonces dijo—: Espera aquí, entonces, y yo iré a
decírselo. —Y se alejó caminando junto al tren.
Así que seguí caminando. Y aún sentía como si tuviera un globo dentro de mi
pecho, y me dolía y me tapé las orejas con las manos y fui a apoyarme contra la
pared de una pequeña tienda que decía Reservas de hoteles y teatros Tel:
0207 402 5164 en medio de la gran habitación, y entonces me quité las manos
de las orejas y gemí para tapar el ruido y miré alrededor de la gran habitación a
todos los letreros para ver si eso era Londres. Y los letreros decían

Pero al cabo de unos segundos eran así

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porque había demasiados y mi cerebro no estaba funcionando correctamente y
eso me daba miedo, así que cerré los ojos otra vez y conté lentamente hasta 50
pero sin elevar los números al cubo. Y me quedé allí de pie y abrí mi navaja del
Ejército Suizo en el bolsillo para sentirme a salvo y la sujeté con fuerza.
Y entonces hice con los dedos de la mano un pequeño tubo y miré a través
del tubo de forma que sólo veía los letreros de uno en uno, y al cabo de mucho
rato vi un letrero que decía  Información y estaba encima de una ventanilla, en
una tienda pequeña.
Un hombre se acercó a mí, llevaba una chaqueta azul y unos pantalones
azules y unos zapatos marrones, y tenía un libro en la mano y dijo:
—Pareces perdido.
Así que saqué mi navaja del Ejército Suizo.
Y él dijo:
—Eh. Eh. Eh. Eh.
Y levantó las dos manos con los dedos extendidos en abanico, como si
quisiera que yo extendiera mis dedos en abanico y le tocara sus dedos porque
quisiera decirme que me quería, pero lo hizo con las dos manos, no como Padre y
Madre, y yo no sabía quién era.
Y entonces se alejó caminando para atrás.
Así que fui a la tienda que decía  Información y sentía el corazón
latiéndome muy fuerte y oía un ruido como el del mar. Y cuando llegué a la
ventana dije:
—¿Esto es Londres? —pero no había nadie detrás de la ventana.
Entonces alguien se sentó detrás de la ventana, era una señora y era negra
y tenía las uñas largas pintadas de rosa, y yo dije:
—¿Esto es Londres?
Y ella dijo:

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—Desde luego que lo es, cariño.
—¿Esto es Londres? —dije.
Y ella dijo:
—Pues sí.
Y yo dije:
—¿Cómo voy al 451c de Chapter Road, Londres NW2 5NG?
Y ella dijo:
—¿Dónde está eso?
Y yo dije:
—Es 451c Chapter Road, Londres NW2 5NG. A veces se escribe 451c Chapter
Road, Willesden, Londres NW2 5NG.
Y la señora me dijo:
—Ve en metro hasta Willesden Junction, cariño. O hasta Willesden Green.
Tiene que quedar por allí cerca.
—¿Qué quiere decir, en metro? —dije yo.
Y ella dijo:
—¿Me tomas el pelo?
Y yo no dije nada. Y ella dijo:
—Por allí. ¿Ves esa escalera mecánica? ¿Ves el letrero? Dice Metro. Coge la
línea de Bakerloo hasta Willesden Junction o la Jubilee hasta Willesden Green.
¿Estás bien, cariño?
Y miré donde ella señalaba y había una gran escalera que entraba en el suelo
y un gran letrero así

Y pensé «Puedo hacerlo» porque estaba haciéndolo pero que muy bien y
estaba en Londres y encontraría a mi madre. Tenía que pensar «Las personas son
como vacas en el campo», y sólo tenía que mirar hacia delante todo el rato e
imaginar una línea roja en el suelo y seguirla.
Caminé a través de la gran sala hacia la escalera mecánica. Seguí agarrando
mi navaja del Ejército Suizo en el bolsillo, y agarré a Toby en el otro bolsillo para
que no se escapara.
La escalera mecánica era una escalera, pero se movía, y la gente se subía a
ella e iba abajo y arriba, y me hizo reír porque no había subido antes en una y era

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como de una película de ciencia ficción sobre el futuro. Pero no quise utilizarla, así
que en lugar de eso bajé por la escalera normal.
Llegué a una habitación subterránea más pequeña, y había montones de
gente y columnas que tenían luces azules en el suelo alrededor de la base y me
gustaron, pero no me gusta la gente, así que vi un fotomatón como uno al que fui
el 25 de marzo de 1994 para hacerme mi foto para el pasaporte, y entré en el
fotomatón porque era como un armario y en él me sentía a salvo y podía mirar
afuera a través de la cortina.
Investigué un poco observando y vi que la gente metía billetes en unas
puertas grises y pasaban a través de ellas. Algunos compraban billetes en unas
grandes máquinas negras en la pared.
Y vi hacer eso a 47 personas y memoricé lo que tenía que hacer. Entonces
imaginé una línea roja en el suelo y caminé hasta la pared donde había un cartel
con una lista de sitios a los que ir y estaban en orden alfabético y vi Willesden
Green y decía 2,20 £ y entonces fui a una de las máquinas y había una pequeña
pantalla que decía SELECCIONE TIPO DE BILLETE y apreté el botón que la
mayoría de gente apretaba, que era IDA ADULTO y 2,20 £ y la pantalla dijo
INTRODUZCA 2,20 £ y yo metí 3 monedas de 1 £ en la ranura y se oyó un
tintineo y la pantalla dijo RETIRE SU BILLETE Y SU CAMBIO y había un billete en
un pequeño agujero en la parte inferior, y una moneda de 50 p y una moneda de
20 p y una moneda de 10 p. Me metí las monedas en el bolsillo y fui a una de las
puertas grises, metí mi billete en la ranura y desapareció y salió por el otro lado de
la puerta. Y alguien dijo «Venga, espabila» y yo hice el ruido como el de un perro
que ladra y caminé, y esa vez la puerta se abrió y cogí mi billete como hacía la otra
gente y me gustó la puerta gris, porque también era como de una película de
ciencia ficción sobre el futuro.
Entonces tenía que decidir hacia dónde ir, así que me apoyé contra una
pared para que la gente no me tocara, y había un letrero para la Línea Bakerloo y
Línea District y Circle pero ninguno de Línea Jubilee como había dicho la
señora, así que decidí ir a Willesden Junction en la Línea Bakerloo. Y había otro
letrero de la Línea Bakerloo y era así

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Y leí todas las palabras y encontré Willesden Junction así que seguí la
flecha que decía  y pasé por el túnel de la izquierda y había una valla en medio
del túnel y la gente caminaba hacia delante por la izquierda y en el otro sentido por
la derecha, como en una carretera, así que caminé por la izquierda y el túnel se
curvó hacia la izquierda y entonces había más puertas y un letrero que decía Línea
Bakerloo y señalaba hacia una escalera mecánica, así que tuve que bajar por la
escalera mecánica y para no caerme tuve que agarrarme a la barandilla de goma
que también se movía, y la gente estaba de pie cerca de mí y quise pegarles para
que se fueran, pero no les pegué porque tenía una amonestación.
Y entonces llegué al pie de la escalera mecánica y tuve que bajar de un salto
y tropecé y choqué con alguien que dijo «Tranquilo, chico» y había dos direcciones
que seguir. Una decía Dirección Norte y fui por ésa porque Willesden estaba en
la mitad superior del mapa y la parte superior siempre es el norte en los mapas.

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Y entonces estaba en otra estación de tren, pero era muy pequeña y estaba
en un túnel y sólo había una vía y las paredes eran curvas y estaban cubiertas de
grandes anuncios que decían SALIDA y Museo del Transporte de Londres y
Concédase tiempo para lamentar la carrera que ha escogido y JAMAICA y
Ferrocarriles Británicos y  Prohibido Fumar y Emociónate y
Emociónate y Emociónate y Para estaciones más allá de Queen's Park coja
el primer tren y haga trasbordo en Queen's Park si lo necesita y Línea
Hammersmith y City y Estás más cerca de mí que mi familia. Y había
montones de personas de pie en la pequeña estación y era subterránea, o sea que
no había ventanas y eso no me gustaba, así que encontré un banco y me senté.
Y entonces montones de personas empezaron a llegar a la pequeña estación.
Y alguien se sentó en la otra punta del banco y era una señora que tenía un
maletín negro y zapatos morados y un broche en forma de loro. Y no paraba de
llegar gente a la pequeña estación, de manera que aún estaba más abarrotada que
la estación grande. Y entonces ya no se veían las paredes y la chaqueta de alguien
me tocó la rodilla y me mareé y empecé a gemir muy alto y la señora del banco se
levantó y nadie más se sentó. Y me sentí como me sentía cuando tenía gripe y
tenía que quedarme todo el día en la cama y me dolía todo y no podía caminar o
comer o irme a dormir o hacer matemáticas.
Y entonces hubo un ruido como el de gente luchando con espadas y sentí un
viento muy fuerte y empezó a oírse un rugido y cerré los ojos y el rugido se volvió
más fuerte y yo gemí pero que muy alto, pero no pude quitármelo de las orejas, y
pensé que la pequeña estación iba a derrumbarse o que había un gran incendio en
alguna parte y que iba a morir. Y entonces el rugido se convirtió en un traqueteo y
un chirrido y se fue calmando lentamente y entonces paró y yo mantuve los ojos
cerrados porque me sentía más seguro sin ver qué pasaba. Y entonces oí que la
gente se movía otra vez. Y abrí los ojos y no vi nada al principio porque había
demasiada gente. Y entonces vi que estaban subiendo a un tren que antes no
estaba ahí y era el tren lo que había rugido. Y me caía el sudor por la cara y estaba
gimoteando, no gimiendo, era diferente, como un perro cuando se ha hecho daño
en la pezuña y oía el ruido, pero al principio no me di cuenta de que lo hacía yo.
Y entonces las puertas del tren se cerraron y el tren empezó a moverse y
rugió otra vez, pero no tan fuerte esta vez y pasaron de largo 5 vagones y entró en
el túnel al final de la pequeña estación y hubo silencio otra vez y la gente caminaba
hacia los túneles que salían de la pequeña estación.
Y yo estaba temblando, quería estar de vuelta en casa, y entonces me
acordé de que no podía porque Padre estaba allí y me había contado una mentira y
había matado a Wellington, lo que significaba que ya no era mi casa, mi casa era
451c Chapter Road, Londres NW2 5NG, y me dio miedo lo de pensar algo
equivocado, como «quiero estar de vuelta en casa otra vez», porque eso
significaba que mi mente no estaba funcionando correctamente.
Y entonces llegó más gente a la pequeña estación y se llenó y el rugido
empezó otra vez y yo cerré los ojos y sudé y me mareé y tuve la sensación de que
tenía un globo dentro del pecho y era tan grande que me costaba respirar. Y
entonces la gente se fue en el tren y la pequeña estación se quedó vacía otra vez.
Y entonces se llenó de gente y llegó otro tren con el mismo rugido. Y era
exactamente como aquella vez que tuve la gripe, porque quería que se fuera, del
mismo modo que se desenchufa un ordenador cuando se cuelga, porque quería
irme a dormir para no tener que pensar, porque lo único que podía pensar era
cuánto me dolía, porque no había sitio para nada más en mi cabeza, pero no podía
irme a dormir y sólo podía quedarme allí sentado y no había nada que hacer
excepto esperar y sentir dolor.

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223

Ésta es otra descripción, porque Siobhan dijo que debía hacer descripciones
y ésta es una descripción del anuncio que estaba en la pared de la pequeña
estación enfrente de mí, pero no me acuerdo de todo porque pensaba que me iba a
morir. Decía

Y detrás de las letras había una gran fotografía de 2 orangutanes que se


columpiaban de unas ramas y había árboles detrás de ellos, pero las hojas estaban
borrosas porque la cámara enfocaba los orangutanes y no las hojas y los
orangutanes se estaban moviendo.
Orangután viene del malayo oranghutan que significa hombre de los
bosques.
Los anuncios son imágenes o programas de televisión para hacerte comprar
cosas como coches o chocolatinas Snickers o usar un servidor de Internet. Pero
éste era un anuncio para hacer que fueras a Malasia de vacaciones. Y Malasia está
en el sureste de Asia y está formada por la Malasia Peninsular y Sabah y Sarawak y
Labuan, y la capital es Kuala Lumpur y la montaña más alta es el monte Kinabalu,
que tiene 4.101 metros de altitud, pero eso no estaba en el anuncio.
Y Siobhan dice que la gente va de vacaciones para ver cosas nuevas y
relajarse, pero eso a mí no me relajaría, y además puedes ver cosas nuevas
mirando tierra en un microscopio o dibujando la forma que resulta de la
intersección en ángulos rectos de tres varillas circulares de igual grosor. Y creo que
hay tantísimas cosas en una sola casa que tardaríamos años en pensar
adecuadamente en todas ellas. Además, una cosa es interesante porque pensamos
en ella, no porque sea nueva. Por ejemplo, Siobhan me enseñó que si te mojas el
dedo y frotas el borde de un vaso fino, haces un ruido como de canción, y puedes
poner diferentes cantidades de agua en vasos diferentes y tocar notas diferentes,
porque tienen lo que se llama «frecuencias resonantes» diferentes, y puedes tocar
una melodía como Tres ratoncitos ciegos. Mucha gente tiene vasos finos en su casa
y no sabe que se puede hacer eso.
Y el anuncio decía
Malasia, la auténtica Asia.
Estimulado por las vistas y los aromas, comprenderá que ha llegado a una
tierra de contrastes. Usted busca lo tradicional, lo natural y lo cosmopolita. Sus

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Y había tres imágenes más, y eran muy pequeñas, y eran un palacio y una
playa y otro palacio.
Y éste es el aspecto que tenían los orangutanes

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227

Seguí con los ojos cerrados y no miré en ningún momento el reloj. Los trenes
que entraban y salían de la estación lo hacían con ritmo, como la música o un
tambor. Era como contar y decir «Izquierda, derecha, izquierda, derecha,
izquierda, derecha...», algo que Siobhan me enseñó a hacer para tranquilizarme.
Lo decía en mi cabeza. «Tren que llega. Tren que se para. Tren que se va. Silencio.
Tren que llega. Tren que se para. Tren que se va...» como si los trenes estuvieran
sólo en mi cabeza. Normalmente no me imagino cosas que no están pasando,
porque es una mentira y me hace tener miedo, pero era mejor que ver los trenes
entrar y salir de la estación porque eso me hacía tener más miedo aún.
Y no abrí los ojos y no miré mi reloj. Era como estar en una habitación
oscura con las cortinas corridas, de manera que no podía ver nada, como cuando te
despiertas por la noche y los únicos sonidos que oyes son los de dentro de tu
cabeza. Eso lo mejoraba, porque era como si la estación no estuviera allí, fuera de
mi cabeza, y yo estuviera en la cama, a salvo.
Y entonces los silencios entre los trenes que venían y se iban se hicieron más
y más largos. Oía menos personas en la estación cuando el tren no estaba allí, así
que abrí los ojos y miré mi reloj y decía 20.07 y había estado sentado en el banco
aproximadamente 5 horas, pero no me habían parecido 5 horas, excepto porque el
trasero me dolía y tenía hambre y sed.
Y entonces me di cuenta de que Toby había desaparecido, porque no estaba
en mi bolsillo, y yo no quería que se perdiera porque no estábamos en casa de
Padre o de Madre y no había nadie para darle de comer en la estación y se moriría
y podía atropellarlo un tren.
Y entonces levanté la mirada hacia el techo y vi que había una caja larga y
negra que era un letrero y que decía

y entonces la línea de abajo avanzó y desapareció y una línea distinta


apareció en su lugar y el letrero decía

Y entonces cambió otra vez y decía

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Y entonces oí el sonido como de gente luchando con espadas y el rugido de
un tren que entraba en la estación y deduje que había un gran ordenador en
alguna parte y que sabía dónde estaban todos los trenes y enviaba mensajes a las
cajas negras en las estaciones para decir cuándo llegaban los trenes, y eso me hizo
sentir mejor, porque todo tenía un orden y un plan.
El tren entró en la estación y se paró y 5 personas subieron al tren y otra
persona llegó corriendo a la estación y se subió, y 7 personas bajaron del tren y
entonces las puertas se cerraron automáticamente y el tren se fue. Y cuando el
siguiente tren llegó, ya no tuve tanto miedo, porque el letrero decía
así que yo sabía que iba a pasar.
Y entonces decidí que buscaría a Toby, porque sólo había 3 personas en la
pequeña estación. Así que me levanté y miré de arriba abajo en la estación y en las
puertas que daban a los túneles pero no lo vi por ninguna parte. Miré en la parte
más baja, donde estaban las vías.
Y entonces vi dos ratones y eran negros porque estaban cubiertos de
porquería. Y eso me gustó, porque a mí me gustan los ratones y las ratas. Pero no
eran Toby, así que seguí mirando.
Y entonces vi a Toby, también estaba en la parte baja donde estaban las
vías, y supe que era Toby porque era blanco y tenía la forma de un huevo negro en
la espalda. Así que bajé a las vías. Se estaba comiendo un pedazo de basura, un
viejo papel de caramelo. Y alguien gritó:
—Dios santo. ¿Qué haces?
Y me agaché para coger a Toby pero se me escapó. Y caminé tras él y volví a
agacharme y dije:
—Toby... Toby... Toby...
Y tendí la mano para que pudiese olerme la mano y oler que era yo. Y
alguien dijo:
—Sal de ahí, por el amor de Dios.
Y levanté la vista y era un hombre que llevaba una gabardina verde y llevaba
zapatos negros y se le veían los calcetines y eran grises con pequeños dibujos de
diamantes.
Y yo dije:
—Toby... Toby... Toby... —Pero se me volvió a escapar.
Y el hombre con los dibujos de diamantes en los calcetines trató de
agarrarme del hombro, así que grité. Y entonces oí el ruido como de gente
luchando con espadas y Toby empezó a correr otra vez, pero esta vez corrió en el
otro sentido, que era pasando por mis pies y lo agarré y lo pillé por la cola.
Y el hombre con los dibujos de diamantes en los calcetines dijo:
—Dios mío, Dios mío.
Y entonces oí el rugido y levanté a Toby y lo cogí con las dos manos y él me
mordió en el pulgar y empezó a salirme sangre y grité y Toby intentó escaparse de
mis manos.

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Y entonces el rugido se volvió más fuerte y me volví en redondo y vi el tren
saliendo del túnel y me iba a atropellar y a matar así que traté de subir de un salto
al andén pero estaba muy alto y sostenía a Toby con las dos manos.
Entonces el hombre con los dibujos de diamantes en los calcetines me agarró
y tiró de mí y yo grité, pero siguió tirando de mí y me levantó hasta el suelo y los
dos nos caímos y yo seguí gritando porque me había hecho daño en el hombro. Y
entonces el tren entró en la estación y yo me levanté y corrí hasta el banco otra
vez y me metí a Toby en el bolsillo de dentro de mi chaqueta, y se quedó muy
callado, sin moverse.
Y el hombre con los dibujos de diamantes en los calcetines estaba de pie
cerca de mí y dijo:
—¿A qué coño te crees que estás jugando?
Pero yo no dije nada.
Y él dijo:
—¿Qué estabas haciendo?
Y las puertas del tren se abrieron y salió gente y había una señora de pie al
lado del hombre de los dibujos de diamantes en los calcetines y ella llevaba una
funda de guitarra como la que tiene Siobhan.
Y yo dije:
—Estaba buscando a Toby. Es mi rata doméstica.
Y el hombre con los dibujos de diamantes en los calcetines dijo:
—Anda la hostia.
Y la señora de la funda de guitarra dijo:
—¿Se encuentra bien el chico?
Y el hombre con los dibujos de diamantes en los calcetines dijo:
—¿Que si él está bien? Joder, vaya par. Dios santo. Conque una rata
doméstica. Oh, mierda. Mi tren. —Y entonces corrió hacia el tren y golpeó las
puertas que estaban cerradas y el tren empezó a irse y él dijo—: Joder.
Y la señora dijo:
—¿Estás bien? —Y me tocó el brazo así que volví a gritar.
Y ella dijo:
—Vale, vale, vale.
Y había una pegatina en la funda de su guitarra y decía

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Y yo estaba sentado en el suelo y la mujer se arrodilló sobre una rodilla y
dijo:
—¿Puedo hacer algo para ayudarte?
Y si hubiese sido una profesora del colegio yo podría haberle dicho: «¿Dónde
está 451c Chapter Road, Willesden, Londres NW2 5NG?», pero era una extraña, así
que dije:
—Apártese de mí. —Porque no me gustaba que estuviese tan cerca. Y dije—:
Tengo una navaja del Ejército Suizo y tiene una hoja de sierra y podría cortarle los
dedos a alguien.
Y ella dijo:
—Vale, amiguito, voy a considerarlo un no.
Y se levantó y se alejó.
Y el hombre con dibujos de diamantes en los calcetines dijo:
—Joder, está más loco que una cabra. Jesús.
Y se apretaba un pañuelo contra la cara y había sangre en el pañuelo.
Y entonces llegó otro tren y el hombre con diamantes en los calcetines y la
señora de la funda de guitarra se subieron y el tren se fue otra vez.
Y entonces vinieron 8 trenes más y decidí que me subiría a un tren y
entonces decidiría qué hacer.
Así que me subí en el tren siguiente.
Toby trató de salir del bolsillo, así que lo cogí y me lo metí en el bolsillo de
fuera y lo agarré con la mano.
En el vagón había 11 personas. No me gustaba estar en una habitación con
11 personas en un túnel, así que me concentré en cosas del vagón. Había letreros
que decían En Escandinavia y Alemania hay 53.963 casas para sus
vacaciones y VITABIOTICS y 3435 y Multa de 10 £ si carece de billete
válido para todo su recorrido y Descubra el oro, luego el bronce y TVIC y
EPBIC y chúpame la polla y Bloquear las puertas es peligroso y BRV y
Con.IC y HABLA CON EL MUNDO.
Y en las paredes había unos dibujos que eran así

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Y en los asientos, los dibujos eran así

Entonces el tren se tambaleó un montón y tuve que agarrarme a una


barandilla y entramos en un túnel y hacía mucho ruido y cerré los ojos y sentí la
sangre palpitándome en el cuello.
Y entonces salimos del túnel y llegamos a otra pequeña estación y se
llamaba Warwick Avenue y lo decía en grandes letras en la pared y eso me
gustó, porque sabías dónde estabas.
Y cronometré la distancia entre estaciones durante todo el camino hasta
Willesden Junction, y todos los tiempos entre estaciones eran múltiplos de 1 5
segundos, así

Paddington 0.00
Warwick Avenue 1.30
Maida Vale 3.15
Kilburn Park 5.00
Queen’s Park 7.00
Censal Green 10.30
Willesden Junction 11.45

Y cuando el tren se paró en Willesden Junction y las puertas se abrieron


automáticamente, me bajé del tren. Y entonces las puertas se cerraron y el tren se
fue. Y todos los que se habían bajado del tren subieron por una escalera y cruzaron
un puente excepto yo, y entonces sólo veía a dos personas, una era un hombre y
estaba borracho y tenía manchas marrones en el abrigo y sus zapatos no eran
iguales y estaba cantando pero no podía oír lo que cantaba, y el otro era un
hombre indio en una tienda que era una pequeña ventana en una pared.
Yo no quería hablar con ninguno de ellos, porque estaba cansado y tenía
hambre y ya había hablado con muchos desconocidos, lo cual es peligroso, y
cuanto más haces algo peligroso, más probable es que te pase algo malo. Pero yo
no sabía cómo llegar a 451c Chapter Road, Londres NW2 5NG, así que tenía que
preguntárselo a alguien.
Así que me acerqué al hombre de la pequeña tienda y dije:
—¿Dónde está 451c Chapter Road, Londres NW2 5NG?
Y él cogió un librito y me lo dio y dijo:
—Dos con noventa y cinco.

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Y el libro se llamaba LONDRES de la A a la Z Atlas Callejero e Índice
Geográfico de la Compañía de Mapas A—Z y lo abrí y era un montón de mapas.
Y entonces el hombre de la pequeña tienda dijo:
—¿Vas a comprarlo o no?
Y yo dije:
—No lo sé.
Y él dijo:
—Bueno, pues ya puedes quitarle tus sucias manos de encima, si no te
importa. —Y me lo quitó otra vez.
Y yo dije:
—¿Dónde está 451c Chapter Road, Londres NW2 5NG?
Y el hombre dijo:
—O te compras la guía de la A a la Z o te largas. Yo no soy una enciclopedia
andante.
—¿Ésa es la guía de la A a la Z? —dije yo y señalé el libro.
Y él dijo:
—No, es un jodido cocodrilo.
Y yo dije:
—¿Ésa es la guía de la A a la Z? —porque no era un cocodrilo y pensé que le
había oído mal por culpa de su acento.
—Sí, es la guía de la A a la Z —dijo.
Y yo dije:
—¿Puedo comprarla?
Y el hombre no dijo nada. Y yo dije:
—¿Puedo comprarla?
Y él dijo:
—Dos libras con noventa y cinco, pero vas a darme el dinero primero. No
pienso dejar que te largues con ella.
Y entonces comprendí que quería decir 2,95 £ cuando dijo Dos con noventa y
cinco.
Y le pagué 2,95 £ con mi dinero y él me dio el cambio justo igual que en la
tienda de casa, y me fui y me senté en el suelo y me apoyé contra la pared, como
el hombre de la ropa sucia pero muy lejos de él, y abrí el libro.
Dentro de la portada había un gran mapa de Londres con sitios como Abbey
Wood y Poplar y Acton y Stanmore. Y decía MAPA PARCELARIO. Y el mapa
estaba cubierto con una cuadrícula y cada cuadrado de la cuadrícula tenía dos
números en él. Y Willesden estaba en el cuadrado que decía 42 y 43. Y deduje
que los números eran los números de las páginas donde podías ver un mapa a
mayor escala de ese cuadrado de Londres. El libro entero era un gran mapa de
Londres, pero lo habían cortado en trozos más pequeños para poder darle forma de
libro, y eso me gustó.
Pero Willesden Junction no estaba en las páginas 42 y 43. Lo encontré en la
página 58, que estaba justo debajo de la página 42 en el MAPA PARCELARIO y que
se unía por arriba con la página 42. Y miré alrededor de Willesden Junction
trazando una espiral, como cuando buscaba la estación de tren en Swindon, pero
en el mapa con mi dedo.

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Y el hombre que llevaba zapatos que no eran iguales se plantó de pie delante
de mí y dijo:
—Peces gordos. Oh, sí. Las enfermeras. Jamás. Maldita mentirosa. Una
absoluta y maldita mentirosa.
Entonces se alejó.
Y tardé mucho rato en encontrar Chapter Road porque no estaba en la
página 58. Estaba en la de antes, en la 42, y estaba en el cuadrado 5C.
Y ésta era la forma de las calles entre Willesden Junction y Chapter Road

Y ésta era mi ruta

Así que subí por la escalera, crucé el puente y metí mi billete en la pequeña
puerta gris y salí a la calle. Había un autobús y una gran máquina con un letrero
que decía Ferrocarriles de Inglaterra, Gales y Escocia, pero era amarilla, y
miré alrededor y estaba oscuro y había montones de luces brillantes y hacía mucho
que no estaba en el exterior y eso hizo que me mareara. Cerré los párpados para
ver sólo la forma de las calles y entonces supe qué calles eran Station Approach
y Oak Lane, que eran las calles por las que yo tenía que ir.

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Así que empecé a caminar, pero Siobhan dijo que no hacía falta describir
todo lo que pasa, sólo tengo que describir las cosas que son interesantes.
Así que llegué a 451c Chapter Road, Londres NW2 5NG y tardé 27 minutos y
no había nadie cuando apreté el botón que ponía Piso C y lo único interesante que
pasó en el camino fue 8 hombres vestidos con disfraces de vikingo con cascos con
cuernos que iban gritando, pero no eran vikingos de verdad porque los vikingos
vivieron hace casi 2.000 años, y además yo tenía que ir otra vez a hacer pipí y lo
hice en un callejón a un lado de un garaje que se llamaba Burdett Motors, que
estaba cerrado. No me gustó hacer eso, pero no quería mojarme otra vez, y no
hubo nada más interesante.
Así que decidí esperar y esperé que Madre no estuviese de vacaciones
porque eso significaría que podía estar fuera durante más de una semana entera,
pero traté de no pensar en eso, porque no podía volver a Swindon.
Así que me senté en el suelo entre los cubos de basura, bajo unos grandes
matorrales, en el pequeño jardín que había delante de 451c Chapter Road, Londres
NW2 5NG. Una señora vino al jardín, llevaba una cajita con una reja metálica en un
extremo y un asa en la parte de arriba, como las que se usan para llevar un gato al
veterinario, pero no pude ver si había un gato dentro, y llevaba zapatos con
tacones altos y no me vio.
Y entonces empezó a llover y me mojé y empecé a temblar, porque tenía
frío.
Y entonces, a las 23.32, oí voces de gente caminando por la calle. Y una voz
dijo:
—No me importa si lo has encontrado divertido o no. —Y era una voz de
señora.
Y otra voz dijo:
—Mira, Judy. Lo siento, ¿vale? —Y era una voz de hombre.
Y la otra voz, que era la voz de señora, dijo:
—Bueno, quizá deberías habértelo pensado mejor antes de hacerme quedar
como una completa imbécil.
Y la voz de señora era la voz de Madre.
Y Madre entró en el jardín y el señor Shears estaba con ella, y la otra voz era
la suya.
Así que me levanté y dije:
—No estabas, así que te he esperado.
Y Madre dijo:
—¿Christopher?
Y el señor Shears dijo:
—¿Qué?
Y Madre me rodeó con sus brazos y dijo:
—Christopher, Christopher, Christopher.
Y yo la aparté de un empujón porque me estaba agarrando y no me gusta
que hagan eso, y la empujé muy fuerte y se cayó.
Y el señor Shears dijo:
—¿Qué coño pasa aquí?
Y Madre dijo:

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—Lo siento, Christopher. Se me había olvidado.
Y yo estaba en el suelo y Madre levantó la mano derecha y abrió los dedos
en abanico para que yo pudiese tocarle los dedos, pero entonces vi que Toby se me
había escapado del bolsillo así que tenía que atraparlo. Y el señor Shears dijo:
—Supongo que esto significa que Ed está aquí.
Había un muro alrededor del jardín, así que Toby no podía escaparse porque
estaba atrapado en el rincón y no podía trepar a los muros, y lo cogí y me lo metí
otra vez en el bolsillo y dije:
—Tiene hambre. ¿Tienes algo de comida que pueda darle, y un poco de
agua?
Y Madre dijo:
—¿Dónde está tu padre, Christopher?
Y yo dije:
—Creo que está en Swindon.
Y el señor Shears dijo:
—Gracias a Dios.
Y Madre dijo:
—Pero ¿cómo has llegado hasta aquí?
Y los dientes me chocaban unos con otros porque tenía frío y no podía
pararlos, y dije:
—He venido en el tren. Y me ha dado muchísimo miedo. Y cogí la tarjeta del
cajero automático de Padre para poder sacar dinero y un policía me ayudó. Pero
entonces quería llevarme de vuelta con Padre. Y estaba en el tren conmigo. Pero
luego ya no estaba.
Y Madre dijo:
—Christopher, estás empapado. Roger, no te quedes ahí de pie.
Y entonces Madre dijo:
—Oh, Dios mío. Christopher. No pensaba que... No pensaba que volvería a...
¿Por qué estás aquí tú solo?
Y el señor Shears dijo:
—¿Vais a entrar o vais a quedaros ahí fuera toda la noche?
Y yo dije:
—Voy a vivir contigo porque Padre mató a Wellington con una horca de
jardín y ahora me da miedo.
Y el señor Shears dijo:
—Me cago en la leche.
Y Madre dijo:
—Roger, por favor. Ven, Christopher. Entremos y te secaré un poco.
Así que me levanté y entré en la casa y Madre dijo:
—Sigue a Roger.
Y seguí al señor Shears escalera arriba y había un rellano y una puerta que
decía Piso C y tenía miedo de entrar porque no sabía qué había dentro.
Y Madre dijo:
—Vamos, entra, o te vas a quedar hecho un cubito.

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Pero yo no sabía qué quería decir «te vas a quedar hecho un cubito» y entré.
Y entonces Madre dijo:
—Voy a llenarte la bañera.
Y yo di una vuelta por el piso para hacer un mapa de él en mi cabeza para
así sentirme más seguro, y el piso era así

Y entonces Madre me hizo quitarme la ropa y meterme en la bañera y dijo


que podía usar su toalla, que era morada con flores verdes en un extremo. Y le dio
a Toby un platito con agua y un puñado de copos de cereales y yo le dejé corretear
por el baño. Y él hizo tres pequeñas caquitas debajo del lavamanos y yo las recogí
y las tiré al váter y tiré de la cadena, y entonces volví a entrar en la bañera porque
se estaba calentito y bien.
Entonces Madre entró en el cuarto de baño y se sentó en el váter y dijo:
—¿Estás bien, Christopher?
—Estoy muy cansado —dije.
Y ella dijo:
—Ya lo sé, cariño. —Y entonces dijo—: Eres muy valiente.
—Sí —dije yo.
Y ella dijo:
—Nunca me escribiste.
Y yo dije:
—Ya lo sé.
Y ella dijo:
—¿Por qué no me escribiste, Christopher? Yo te escribí todas esas cartas. No
dejaba de pensar que te habría pasado algo espantoso, o que te habrías mudado y
yo nunca descubriría dónde estabas.
Y yo dije:
—Padre dijo que estabas muerta.
Y ella dijo:
—¿Qué?
Y yo dije:
—Dijo que habías ido al hospital porque le pasaba algo malo a tu corazón. Y
entonces tuviste un ataque al corazón y te moriste. Había guardado todas las
cartas en una caja de camisas en el armario de su habitación y yo las encontré
porque estaba buscando un libro que estoy escribiendo sobre quién había matado a
Wellington y él me lo había quitado y escondido en la caja de camisas.
Y entonces Madre dijo:

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—Dios mío.
Y entonces ya no dijo nada más durante mucho rato. Y entonces hizo un
ruido como el gemido de un animal en un programa sobre la naturaleza en la
televisión.
Y a mí no me gustó nada que hiciera eso, porque era un ruido fuerte y dije:
—¿Por qué haces eso?
Y ella no dijo nada durante un rato, y entonces dijo:
—Oh, Christopher, lo siento tantísimo.
—No es culpa tuya —dije.
Y entonces ella dijo:
—Cabrón. El muy cabrón.
Y entonces, al cabo de un rato, Madre dijo:
—Christopher, déjame cogerte la mano. Sólo por una vez. Hazlo sólo por mí,
¿quieres? No te la cogeré fuerte.
Y tendió su mano.
—A mí no me gusta que la gente me coja la mano —dije.
Entonces ella apartó la mano y dijo:
—No. Vale. Está bien —y entonces dijo—: Vamos a sacarte de la bañera y
secarte, ¿vale?
Y yo salí de la bañera y me sequé con la toalla morada. Pero no tenía ningún
pijama, así que me puse una camiseta blanca y un par de shorts amarillos que eran
de Madre, pero no me importó, porque estaba muy cansado. Y mientras hacía eso,
Madre fue a la cocina y me calentó un poco de sopa de tomate, porque era roja.
Y entonces oí que alguien abría la puerta del piso y había una voz de un
hombre extraño fuera, así que eché el pestillo de la puerta del baño. Y hubo una
discusión fuera y un hombre dijo: «Necesito hablar con él», y Madre dijo: «Ya ha
tenido suficiente por un día» y el hombre dijo: «Ya lo sé, pero aun así tengo que
hablar con él».
Y Madre llamó a la puerta y dijo que un policía quería hablar conmigo y que
tenía que abrir la puerta. Y dijo que ella no dejaría que me llevara con él y me lo
prometió. Así que cogí a Toby y abrí la puerta.
Y había un policía fuera y dijo:
—¿Eres Christopher Boone?
Y yo dije que sí. Y él dijo:
—Tu padre dice que te has escapado. ¿Es cierto eso?
—Sí —dije.
Y él dijo:
—¿Ésta es tu madre? —Y señaló a Madre.
Y yo dije:
—Sí.
Y él dijo:
—¿Por qué te has escapado?
Y yo dije:
—Porque Padre mató a Wellington, que es un perro, y yo tenía miedo de él.

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Y el policía dijo:
—Eso me han dicho —y entonces dijo—: ¿Quieres volver a Swindon con tu
Padre o quieres quedarte aquí?
—Quiero quedarme aquí —dije.
Y él dijo:
—¿Y qué le parece eso?
Y yo dije:
—Quiero quedarme aquí.
Y el policía dijo:
—Espera. Se lo estaba preguntando a tu madre.
Y Madre dijo:
—Le dijo a Christopher que yo había muerto.
Y el policía dijo:
—Bueno, a ver... No nos metamos ahora en discusiones sobre quién dijo
qué. Tan sólo quiero saber si...
Y Madre dijo:
—Por supuesto que puede quedarse.
Y entonces el policía dijo:
—Bueno, creo que eso lo arregla todo, por lo que a mí concierne.
Y yo dije:
—¿Va a llevarme de vuelta a Swindon?
Y él dijo:
—No.
Y entonces me sentí contento porque podía vivir con Madre.
Y el policía dijo:
—Si su marido aparece y causa problemas, sólo tiene que llamarnos. De no
ser así, van a tener que solucionar este asunto entre ustedes.
Y entonces el policía se marchó y el señor Shears amontonó unas cuantas
cajas en la habitación de invitados para poder poner un colchón hinchable en el
suelo para que yo durmiera, y me fui a dormir.
Entonces me desperté, porque había personas gritando en el piso y eran las
2.31 de la madrugada. Y una de las personas era Padre y tuve miedo. Pero no
había pestillo en la puerta de la habitación de invitados.
Y Padre gritó:
—Voy a hablar con él te guste o no, y no vas a ser precisamente tú quien me
diga lo que tengo que hacer.
Y Madre gritó:
—Roger. No, no le...
Y el señor Shears gritó:
—No pienso permitir que me hablen de esa manera en mi propia casa.
Y Padre gritó:
—Yo te hablo como me da la santa gana.
Y Madre gritó:

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—No tienes derecho a estar aquí.
Y Padre gritó:
—¿Que no tengo derecho? ¿Que no tengo derecho? Es mi hijo, joder, por si
lo habías olvidado.
Y Madre gritó:
—¿A qué demonios te creías que estabas jugando, diciéndole esas cosas?
Y Padre gritó:
—¿Que a qué estaba jugando? Fuiste tú la que se largó, maldita sea.
Y Madre gritó:
—¿Así que decidiste borrarme simplemente de su vida, así, sin más?
Y el señor Shears gritó:
—Bueno, calmémonos todos un poco, ¿de acuerdo?
Y Padre gritó:
—Bueno, ¿no era eso lo que tú querías?
Y Madre gritó:
—Le escribí todas las semanas. Todas las semanas.
Y Padre gritó:
—¿Escribirle? ¿De qué coño servía escribirle?
Y el señor Shears gritó:
—Eh, eh, eh.
Y Padre gritó:
—Yo le he hecho la comida. Le he lavado la ropa. He cuidado de él todos los
fines de semana. Lo he llevado al médico. Me he vuelto loco de preocupación cada
vez que se largaba a alguna parte por la noche. He ido al colegio cada vez que se
metía en una pelea. ¿Y tú? Tú le escribiste unas jodidas cartas.
Y Madre gritó:
—¿Así que te pareció bien decirle que su madre había muerto?
Y el señor Shears gritó:
—Ahora no es el momento.
Y Padre gritó:
—Tú, mueve el culo y sal de aquí o...
Y Madre gritó:
—Ed, por el amor de Dios...
Y Padre dijo:
—Voy a verlo. Y si tratas de impedírmelo...
Y entonces Padre entró en mi habitación. Pero yo sostenía la navaja del
Ejército Suizo con la hoja de sierra fuera por si me agarraba. Y Madre entró
también en la habitación y dijo:
—No pasa nada, Christopher. No dejaré que te haga nada. Tranquilo.
Y Padre se puso de rodillas cerca de la cama y dijo:
—¿Christopher?
Pero yo no dije nada. Y él dijo:

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—Christopher, lo siento, de verdad que lo siento. Todo. Lo de Wellington. Lo
de las cartas. Lo de hacer que te escaparas. Yo nunca quise que... Te prometo que
nunca volveré a hacer nada parecido. Eh. Vamos, chaval.
Y entonces levantó la mano derecha y abrió los dedos en abanico para que
yo pudiese tocarle los dedos, pero no lo hice porque tenía miedo.
Y Padre dijo:
—Mierda. Christopher, por favor.
Y le caían lágrimas por la cara.
Y nadie dijo nada durante un rato.
Y entonces Madre dijo:
—Ahora creo que deberías marcharte.
Pero hablaba con Padre, no conmigo.
Entonces el policía volvió, porque el señor Shears había llamado a la
comisaría, y le dijo a Padre que se calmara y se lo llevó del piso.
Y Madre dijo:
—Ahora vuelve a dormirte. Todo va a salir bien. Te lo prometo.
Y entonces volví a dormirme.

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229

Y cuando estaba dormido tuve uno de mis sueños favoritos. A veces lo tengo
durante el día, pero entonces es una ensoñación. Pero con frecuencia también lo
tengo por la noche.
En el sueño, casi todo el mundo sobre la Tierra está muerto, porque han
cogido un virus. Pero no es como un virus normal. Es como un virus de ordenador.
Y la gente se contagia por el significado de algo que dice una persona infectada y
también por el significado de lo que hace con su cara cuando lo dice, lo que
significa que la gente también puede contagiarse viendo a una persona infectada
en la televisión, lo que significa que se extiende por todo el mundo con muchísima
rapidez.
Cuando la gente se contagia, se quedan sentados en el sofá y no hacen nada
y no comen ni beben, o sea que se mueren. Pero a veces tengo versiones
diferentes del sueño, como cuando existen dos versiones de una película, la
corriente y la Versión del Director, como Blade Runner. Y en algunas versiones
del sueño, el virus hace que se estrellen con sus coches o que entren en el mar y
se ahoguen, o que se tiren a los ríos, y creo que esa versión es mejor porque
entonces no hay cuerpos de gente muerta por todas partes.
Al final no queda nadie en el mundo, excepto la gente que no mira a la cara
de otras personas y que no sabe qué significan estas imágenes

y esas personas son todas personas especiales como yo. Y les gusta estar
solas y apenas las veo nunca, porque son como okapis de la selva del Congo, que
son una clase de antílopes muy tímidos y raros.
Puedo ir a todas las partes del mundo y sé que nadie me hablará o tocará o
me hará una pregunta. Pero si no quiero ir a todas partes, no tengo que hacerlo, y
puedo quedarme en casa y comer bróculi y naranjas y regalices todo el tiempo, o
puedo jugar a juegos de ordenador durante una semana entera, o puedo
simplemente sentarme en un rincón de la habitación y restregar una moneda de
una libra de arriba abajo sobre la superficie ondulada del radiador. Y no tengo que
ir a Francia.
Y salgo de la casa de Padre y recorro la calle, y está muy tranquila incluso
aunque es pleno día y no oigo otro sonido que los pájaros cantando y el viento y a
veces los edificios que se derrumban en la distancia, y si me pongo muy cerca de
los semáforos puedo oír un pequeño chasquido cuando cambian de color.
Y entro en las casas de otras personas y juego a ser detective y puedo
romper las ventanas para entrar porque la gente está muerta y no importa. Y entro

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en las tiendas y cojo las cosas que quiero, como galletas rosas o gominolas de
frambuesa y mango, o juegos de ordenador o libros o vídeos.
Cojo una escalera de la furgoneta de Padre y me subo al tejado. Y cuando
llego al borde del tejado pongo la escalera atravesada y camino hasta el siguiente
tejado, porque en un sueño se te permite hacerlo todo.
Y entonces encuentro las llaves del coche de alguien y me meto en su coche
y conduzco, y no importa si choco con las cosas y conduzco hacia el mar, y aparco
el coche y salgo y está lloviendo mucho. Y cojo un helado de una tienda y me lo
como. Y entonces bajo hasta la playa. Y la playa está cubierta de arena y grandes
rocas y hay un faro en una punta, pero la luz no está encendida porque el farero
está muerto.
Y me quedo de pie en la orilla, y el agua me moja los zapatos. Y no nado por
si hay tiburones. Y me quedo de pie y miro hacia el horizonte y saco mi regla larga
de metal y la sostengo en alto contra la línea entre el mar y el cielo y demuestro
que la línea es una curva y que la Tierra es redonda. Y la forma en que el agua
sube hasta taparme los zapatos y luego baja es un ritmo, como la música o un
tambor.
Y entonces cojo ropa seca de la casa de una familia que está muerta. Y me
voy a casa, a la de Padre, sólo que ya no es la casa de Padre, es la mía. Y me
preparo un poco de Gobi Aloo Sag con colorante rojo para comida y un batido de
fresa, y veo un vídeo sobre el Sistema Solar y juego un poco con el ordenador y
me voy a la cama.
Y entonces el sueño se acaba y yo estoy contento.

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233

A la mañana siguiente desayuné tomates fritos y una lata de judías verdes


que Madre me había calentado en un cazo.
En medio del desayuno, el señor Shears dijo:
—Vale. Puede quedarse unos días.
Y Madre dijo:
—Puede quedarse el tiempo que necesite quedarse.
Y el señor Shears dijo:
—Este piso apenas es lo suficientemente grande para dos personas, no
digamos ya para tres.
Y Madre dijo:
—Puede entender lo que estás diciendo, ¿sabes?
Y el señor Shears dijo:
—¿Qué va a hacer? Aquí no hay colegio para él. Los dos trabajamos. Maldita
sea, es ridículo.
Y Madre dijo:
—Roger, ya es suficiente.
Entonces Madre me preparó un té Red Zinger con azúcar pero no me gustó y
luego dijo:
—Puedes quedarte todo el tiempo que quieras.
Y después de que el señor Shears se hubiese ido a trabajar, Madre hizo una
llamada por teléfono a la oficina y cogió lo que se llama Baja por Motivos
Familiares, que es cuando alguien en tu familia se muere o está enfermo.
Entonces dijo que teníamos que ir a comprar algo de ropa para mí y un
pijama y un cepillo de dientes y una toalla. Así que salimos del piso y caminamos
hasta la calle principal, Hill Lane, que es también la A4088, y estaba llenísima de
gente y cogimos un autobús n.° 266 hasta el centro comercial de Brent Cross.
Había demasiada gente en John Lewis y me dio miedo y me tumbé en el suelo
cerca de los relojes de pulsera y grité y Madre tuvo que llevarme a casa en un taxi.
Entonces ella tuvo que volver al centro comercial para comprarme algo de
ropa y un pijama y un cepillo de dientes y una toalla, así que yo me quedé en la
habitación de invitados mientras ella no estaba, porque no quería estar en la
misma habitación que el señor Shears, porque tenía miedo de él.
Y cuando Madre llegó a casa me trajo un vaso de batido de fresa y me
enseñó mi nuevo pijama, y tenía un dibujo de estrellas azules de 5 puntas sobre un
fondo morado, así

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Y yo dije:
—Tengo que volver a Swindon.
Y Madre dijo:
—Christopher, si acabas de llegar.
Y yo dije:
—Tengo que volver porque tengo que presentarme al examen de bachiller
superior en Matemáticas.
Y Madre dijo:
—¿Te estás sacando el bachillerato en Matemáticas?
Y yo dije:
—Sí. Voy a examinarme el miércoles y el jueves y el viernes de la semana
que viene.
Y Madre dijo:
—Dios santo.
Y yo dije:
—El reverendo Peters va a ser el supervisor.
Y Madre dijo:
—Lo que quiero decir es que eso está muy bien.
Y yo dije:
—Voy a sacar un sobresaliente. Y por eso tengo que volver a Swindon. Sólo
que no quiero ver a Padre. O sea que tengo que volver a Swindon contigo.
Entonces Madre se tapó la cara con las manos y respiró con fuerza y dijo:
—No sé si eso va a ser posible.
Y yo dije:
—Pero tengo que ir.
Y Madre dijo:
—Hablemos de eso en otro momento, ¿vale?
Y yo dije:
—Vale. Pero tengo que ir a Swindon.
Y ella dijo:
—Christopher, por favor.
Yo bebí un poco de mi batido.
Más tarde, a las 22.31, salí al balcón para ver estrellas, pero no había por
culpa de todas las nubes y de lo que se llama Contaminación Lumínica, que es luz
de farolas y faros de coches y reflectores y luces de edificios que se reflejan en
minúsculas partículas en la atmósfera e impiden que se vea la luz de las estrellas.
Así que volví a entrar.
Pero no pude dormir. Y me levanté de la cama a las 2.07 de la madrugada y
tuve miedo del señor Shears, así que bajé al piso de abajo y salí por la puerta

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principal a Chapter Road. No había nadie en la calle y estaba más tranquila que
durante el día, incluso aunque se oyera tráfico en la distancia y sirenas, así que
hizo que me calmara. Caminé por Chapter Road y miré todos los coches y las
formas que los cables de teléfono dibujaban contra las nubes naranjas y cosas que
la gente tenía en sus jardines, como un enanito y un cocinero y un minúsculo
estanque y un osito de peluche.
Entonces oí a dos personas que llegaban por la calle, así que me agaché
entre el final de un contenedor y una furgoneta Ford Transit, y estaban hablando
en una lengua que no era inglés, pero no me vieron. Y había dos minúsculos
engranajes de latón en el agua sucia en la alcantarilla a mis pies, como engranajes
de un reloj de cuerda.
Me gustaba estar entre el contenedor y la furgoneta Ford Transit, así que me
quedé allí mucho rato. Y miré hacia la calle. Los únicos colores que se veían eran el
naranja y el negro y mezclas de naranja y negro. Y no se sabía de qué colores
serían los coches durante el día.
Y me pregunté si se podía engranar cruces, y decidí que sí se podía
imaginándome este dibujo en mi cabeza

Y entonces oí la voz de Madre, que gritaba:


—¿Christopher...? ¿Christopher...? —Y corría por la calle, así que salí de
entre el contenedor y la furgoneta Ford Transit y ella corrió hasta mí y dijo—:
Jesús. —Y se quedó de pie delante de mí y me señaló con un dedo la cara y dijo—:
Si haces eso otra vez, te lo juro por Dios, Christopher... te quiero, pero... no sé lo
que haría.
Así que me hizo prometer que nunca me iría del piso yo solo porque era
peligroso y porque no podías fiarte de la gente en Londres porque eran
desconocidos. Y al día siguiente tuvo que ir a las tiendas otra vez, y me hizo
prometer que no contestaría a la puerta si alguien llamaba al timbre. Y cuando
volvió trajo bolitas de comida para Toby y tres vídeos de Star Trek y los vi en la
salita de estar hasta que el señor Shears volvió a casa y entonces me fui otra vez a
la habitación de invitados. Deseé que 451c Chapter Road, Londres NW2 5NG
tuviese un jardín, pero no lo tenía.
Al día siguiente llamaron de la oficina en la que trabajaba Madre y dijeron
que ya no podía volver porque habían conseguido que otra persona hiciese su
trabajo, y Madre estaba muy enfadada y dijo que era ilegal y que iba a quejarse,
pero el señor Shears dijo:
—No seas tonta. Era un trabajo temporal, por el amor de Dios.
Y cuando Madre entró en la habitación de invitados antes de que yo me fuese
a dormir dije:
—Tengo que ir a Swindon para presentarme a mi examen de bachiller.

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Y ella dijo:
—Christopher, ahora no. Estoy recibiendo llamadas telefónicas de tu padre
amenazándome con llevarme a juicio. Me estoy llevando unas buenas broncas de
Roger. No es un buen momento.
Y yo dije:
—Pero tengo que ir porque está todo organizado y el reverendo Peters va a
ser el supervisor.
Y ella dijo:
—Mira. No es más que un examen. Puedo llamar al colegio. Podemos hacer
que lo aplacen. Puedes presentarte en otro momento.
Y yo dije:
—No puedo presentarme en otro momento. Está organizado. Y he repasado
muchísimo. Y la señora Gascoyne dijo que podíamos utilizar un aula en el colegio.
Y Madre dijo:
—Christopher, tengo todo esto controlado, pero está a punto de
escapárseme de las manos, ¿sabes? Así que tan sólo dame un poco de...
Entonces paró de hablar y se tapó la boca con la mano y se levantó y salió
de la habitación. Y yo empecé a sentir un dolor en mi pecho como me pasó en el
metro, porque pensaba que no podría volver a Swindon y sacarme el bachillerato.
A la mañana siguiente miré por la ventana del comedor y conté los coches en
la calle para ver si iba a ser un Día Bastante Bueno o un Día Bueno o un Día
Súper Bueno o un Día Negro, pero no era como estar en el autocar del colegio,
porque aquí podías mirar por la ventana tanto tiempo como quisieras y ver tantos
coches como quisieras, y miré por la ventana durante tres horas y vi 5 coches rojos
seguidos y 4 coches amarillos seguidos, lo que significaba que era a la vez un Día
Súper Bueno y un Día Negro, o sea que el sistema ya no funcionaba. Pero si me
concentraba en contar los coches, dejaba de pensar en mi examen y en el dolor en
mi pecho.
Por la tarde, Madre me llevó a Hampstead Heath en un taxi, y nos sentamos
en lo alto de una colina y miramos los aviones que llegaban al aeropuerto de
Heathrow en la distancia. Me compré un polo rojo de una furgoneta de helados. Y
Madre me dijo que había llamado a la señora Gascoyne y le había dicho que yo me
sacaría el bachiller en Matemáticas el año que viene, así que tiré mi polo rojo y
grité durante mucho rato y el dolor en mi pecho me hizo tanto daño que casi no
podía respirar y se acercó un hombre y preguntó si yo estaba bien y Madre dijo:
—Bueno, ¿a usted qué le parece?
Y el hombre se marchó.
Estaba cansado de gritar y Madre me llevó de vuelta al piso en otro taxi y a
la mañana siguiente era sábado, y le dijo al señor Shears que saliera y me trajera
algunos libros sobre ciencias y matemáticas de la biblioteca, y se llamaban 100
Rompecabezas numéricos y Los orígenes del Universo y La energía nuclear,
pero eran para niños y no eran muy buenos, así que no los leí, y el señor Shears
dijo:
—Bueno, es agradable saber que aprecias mi contribución.
Yo no había comido nada desde que tiré el polo rojo en Hampstead Heath,
así que Madre me hizo un gráfico con estrellas como cuando yo era pequeño, y
llenó una jarra medidora con un batido nutritivo y aroma de fresa y yo me gané

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una estrella de bronce por beberme 200 ml y una estrella de plata por beberme
400 ml y una estrella de oro por beberme 600 ml.
Y cuando Madre y el señor Shears se pelearon, yo cogí la pequeña radio de la
cocina y me fui y me senté en la habitación de invitados y la sintonicé entre dos
emisoras de forma que se oía sólo ruido blanco y subí el volumen y la sostuve
contra mi oreja y el sonido me llenó la cabeza y me dolió de forma que no sentía
otra clase de dolor, como el dolor en mi pecho, y no oía a Madre y al señor Shears
pelearse y no pensaba en que no iba a hacer mi examen o en que no había jardín
en 451c Chapter Road, Londres NW2 5NG, o en que no se veían las estrellas.
Y entonces era lunes. Era muy tarde por la noche y el señor Shears entró en
mi habitación y me despertó y había estado bebiendo cerveza, porque olía como
Padre cuando había estado bebiendo cerveza con Rhodri. Y dijo:
—Te crees un jodido listillo, ¿verdad? No piensas nunca, jamás, en los
demás, ni por un segundo, ¿eh? Bueno, apuesto a que estás verdaderamente
satisfecho de ti mismo, ¿no?
Y entonces entró Madre y lo sacó de un empujón de la habitación y dijo:
—Christopher, lo siento. Lo siento muchísimo.
A la mañana siguiente, después de que el señor Shears se hubiese ido a
trabajar, Madre metió un montón de ropa suya en dos maletas y me dijo que
bajara y que trajera a Toby y me metiera en el coche. Metió las dos maletas en el
maletero y nos fuimos. Pero era el coche del señor Shears y yo dije:
—¿Estás robando el coche?
Y ella dijo:
—Sólo lo he cogido prestado.
Y yo dije:
—¿Adonde vamos?
Y ella dijo:
—Nos vamos a casa.
Y yo dije:
—¿Quieres decir nuestra casa de Swindon?
Y ella dijo:
—Sí.
Y yo dije:
—¿Padre va a estar allí?
Y ella dijo:
—Por favor, Christopher, ahora mismo no me des la lata, ¿vale?
Y yo dije:
—Yo no quiero estar con Padre.
Y ella dijo:
—Sólo... Sólo... Todo va a salir bien, Christopher, ¿de acuerdo? Todo va a
salir bien.
Y yo dije:
—¿Volvemos a Swindon para que yo pueda hacer mi examen de
matemáticas?
Y Madre dijo:

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—¿Cómo dices?
Y yo dije:
—Se supone que tenía que presentarme al examen de matemáticas mañana.
Y Madre habló muy despacio y dijo:
—Volvemos a Swindon porque si nos quedábamos más tiempo en Londres...
alguien iba a resultar herido. Y no me refiero necesariamente a ti.
Y yo dije:
—¿Qué quieres decir?
Y ella dijo:
—Ahora necesito que te estés callado un rato.
Y yo dije:
—¿Cuánto rato quieres que esté callado?
Y Madre dijo:
—Jesús. —Y entonces dijo—: Media hora, Christopher. Necesito que estés
callado media hora.
Y recorrimos todo el camino hasta Swindon y tardamos 3 horas y 12
minutos. Tuvimos que parar a poner gasolina y Madre me compró una Milky Bar,
pero no me la comí. Nos quedamos atrapados en un gran atasco de tráfico. La
causa del atasco era que la gente reducía la velocidad para mirar un accidente en
la otra calzada. Traté de averiguar una fórmula para determinar si el origen de un
atasco de tráfico es siempre una serie de conductores que reducen la velocidad, y
cómo influía en ello a) la densidad de tráfico, y b) la velocidad del tráfico, y c) con
qué rapidez frenaban los conductores cuando veían encenderse las luces de freno
del coche de delante. Pero estaba demasiado cansado porque no había dormido la
noche anterior, pensando en que no podría hacer el examen de bachiller en
Matemáticas. Así que me quedé dormido.
Y cuando llegamos a Swindon, Madre tenía llaves de la casa y entramos y
ella dijo:
—¿Hola?
Pero allí no había nadie porque eran las 13.23. Yo tenía miedo pero Madre
dijo que estaría a salvo, así que subí a mi habitación y cerré la puerta. Saqué a
Toby de mi bolsillo y lo dejé correr por ahí y jugué al Buscaminas e hice la
Versión Experto en 174 segundos, que superaba en 75 mi mejor tiempo.
Y entonces eran las 18.35 y oí que Padre llegaba a casa en su furgoneta, y
moví la cama y la puse contra la puerta para que no pudiese entrar y él entró en la
casa y él y Madre se gritaron. Y Padre gritó:
—¿Cómo coño has entrado?
Y Madre gritó:
—Ésta también es mi casa, por si lo has olvidado.
Y Padre gritó:
—¿Ha venido también tu jodido amiguito?
Y entonces cogí los bongos que me había comprado el tío Terry y me
arrodillé en el rincón de la habitación y apreté la cabeza en el encuentro de las dos
paredes y aporreé los bongos y gemí y seguí haciendo eso durante una hora, y
entonces Madre entró en la habitación y dijo que Padre se había marchado. Que

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Padre se había ido a vivir con Rhodri durante un tiempo y que buscaríamos un sitio
para nosotros en las siguientes semanas.
Entonces me fui al jardín y encontré la jaula de Toby detrás del cobertizo y la
limpié y volví a meter a Toby dentro.
Le pregunté a Madre si podía presentarme a mi examen de matemáticas al
día siguiente. Y ella dijo:
—Lo siento, Christopher.
Y yo dije:
—¿Puedo hacer mi examen de bachiller en Matemáticas?
Y ella dijo:
—No me estás escuchando, ¿verdad, Christopher?
Y yo dije:
—Te estoy escuchando.
Y Madre dijo:
—Ya te lo dije. Llamé a la directora. Le dije que estabas en Londres. Le dije
que lo harías el año que viene.
Y yo dije:
—Pero ahora estoy aquí y puedo hacerlo.
Y Madre dijo:
—Lo siento, Christopher. Quería hacer las cosas correctamente. Intentaba no
estropearlo todo.
Y el pecho empezó a dolerme otra vez, y crucé los brazos y me balanceé de
atrás hacia delante y gemí. Y Madre dijo:
—No sabía que íbamos a volver.
Pero yo seguí gimiendo y balanceándome de atrás hacia delante.
Y madre dijo:
—Vamos. Con eso no vas a arreglar nada.
Entonces me preguntó si quería ver uno de mis vídeos de El planeta azul
sobre la vida bajo los hielos del Ártico o la migración de yubartas, pero no dije
nada, porque sabía que no podría hacer mi examen de bachiller en Matemáticas y
era como apretar la uña del pulgar contra un radiador cuando está muy caliente y
el dolor empieza y hace que quieras llorar y el dolor sigue incluso cuando apartas
el pulgar del radiador.
Entonces Madre me preparó unas zanahorias y bróculi y ketchup, pero no me
lo comí.
Y esa noche tampoco dormí.
Al día siguiente Madre me llevó al colegio en el coche del señor Shears
porque perdimos el autocar. Y cuando íbamos a subir al coche la señora Shears
cruzó la calle y le dijo a Madre:
—Pero qué cara más dura tienes, joder.
Y Madre dijo:
—Métete en el coche, Christopher.
Pero yo no podía meterme en el coche porque la puerta estaba cerrada. Y la
señora Shears dijo:
—¿Qué, así que al final te ha dejado a ti también?

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Entonces Madre abrió su puerta, entró en el coche, abrió el seguro de mi
puerta y yo entré y nos fuimos.
Cuando llegamos al colegio, Siobhan dijo:
—Así que usted es la madre de Christopher.
Y Siobhan dijo que se alegraba de volver a verme y me preguntó si estaba
bien y yo le dije que estaba cansado. Madre le explicó que estaba disgustado
porque no podía hacer mi examen de bachiller en Matemáticas, así que no había
comido bien ni dormido bien.
Y entonces Madre se fue y yo dibujé un autobús utilizando la perspectiva,
para no tener que pensar en el dolor de mi pecho. Tenía este aspecto

Después de comer, Siobhan dijo que había hablado con la señora Gascoyne,
y que ésta aún tenía mis exámenes en 3 sobres sellados en su escritorio.
Así que le pregunté si todavía podía examinarme de bachiller. Y Siobhan
dijo:
—Creo que sí. Vamos a llamar al reverendo Peters esta tarde para
asegurarnos de que todavía puede venir y ser tu supervisor. La señora Gascoyne
escribirá una carta al tribunal examinador para decirles que al final vas a
presentarte al examen. Y es de esperar que estén de acuerdo. Pero no podemos
saberlo con certeza. —Dejó de hablar unos segundos—: Pensaba que debía
decírtelo ahora. Así podrías pensarlo un poco.
Y yo dije:
—¿Así podría pensar un poco en qué?
Y ella dijo:
—¿Estás seguro de que eso es lo que quieres hacer, Christopher?
Y yo pensé en la pregunta y no estuve seguro de cuál era la respuesta,
porque quería hacer el examen de matemáticas pero estaba muy cansado y cuando
trataba de pensar en matemáticas mi cerebro no funcionaba correctamente, y
cuando trataba de recordar ciertos datos, como la fórmula logarítmica para el
número aproximado de números primos no mayores que (x), no conseguía
acordarme, y eso me daba miedo.
Y Siobhan dijo:
—No tienes que hacerlo, Christopher. Si dices que no quieres hacerlo, nadie
va a enfadarse contigo. Y no será una equivocación o algo ilegal o estúpido. Tan
sólo será lo que tú quieres y eso estará bien.
Y yo dije:

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—Quiero hacerlo.
Porque no me gusta cuando pongo cosas en mi horario y luego tengo que
quitarlas, porque cuando hago eso me mareo.
Y Siobhan dijo:
—De acuerdo.
Y llamó por teléfono al reverendo Peters y él vino al colegio a las 15.27 y
dijo:
—Bueno, jovencito, ¿listos para empezar?
Hice el Examen 1 de mi bachiller en Matemáticas sentado en el aula de
manualidades. Y el reverendo Peters fue el supervisor, y se sentó a un escritorio
mientras yo hacía el examen, y leyó un libro titulado El precio del discipulado de
Dietrich Bonhoeffer, y se comió un bocadillo. Y en medio del examen se fue a
fumar un cigarrillo fuera, pero me miraba por la ventana por si yo hacía trampas.
Cuando abrí el examen y lo leí todo, no supe cómo responder a ninguna de
las preguntas, y además no podía respirar correctamente. Quería pegarle a alguien
o pincharle con mi navaja del Ejército Suizo, pero no había nadie a quien pegar o
pinchar con mi navaja del Ejército Suizo, excepto el reverendo Peters y él era muy
alto, y si le pegaba o le pinchaba con mi navaja del Ejército Suizo no sería mi
supervisor durante el resto del examen. Así que hice respiraciones profundas tal
como Siobhan me había dicho que tenía que hacer cuando quería pegar a alguien
en el colegio y conté cincuenta respiraciones e hice cubos de los números
cardinales mientras contaba, así

1, 8, 27, 64, 125, 216, 343, 512, 729, 1.000, 1.331, 1.728, 2.197,
2.744, 3.375, 4.096, 4.913… etc.

Y eso me hizo sentir un poquito más tranquilo. Pero el examen duraba 2


horas y ya habían pasado veinte minutos, o sea que tenía que trabajar muy rápido
y no tuve tiempo de comprobar mis respuestas correctamente.
Y esa noche, justo después de llegar a casa, Padre vino a la casa y yo grité,
pero Madre dijo que no dejaría que me pasara nada malo y me fui al jardín y me
tumbé y miré las estrellas en el cielo y me hice insignificante. Y cuando Padre salió
de la casa me miró durante mucho rato y luego le dio un puñetazo a la valla y le
hizo un agujero y se marchó.
Aquella noche dormí un poco porque estaba haciendo mi examen de bachiller
en Matemáticas. Y tomé sopa de espinacas para cenar.
Y al día siguiente hice el Examen 2 y el reverendo Peters leyó El precio del
discipulado de Dietrich Bonhoeffer, pero esta vez no se fumó un cigarrillo, y
Siobhan me hizo ir a los lavabos antes del examen y sentarme yo solo y hacer
respiraciones y contar.
Estaba jugando a The Eleventh Hour en el ordenador aquella noche cuando
un taxi se paró fuera de la casa. El señor Shears iba en el taxi y salió del taxi y tiró
una gran caja de cartón llena de cosas que pertenecían a Madre en el jardín. Eran
un secador y algunas bragas y champú L'Oreal y un paquete de muesli y dos libros,
Diana, su verdadera historia, de Andrew Morton, y Rivales, de Jilly Cooper, y
una fotografía mía en un marco de plata. El cristal de la fotografía se rompió
cuando cayó en la hierba.
Entonces, sacó unas llaves del bolsillo, se metió en su coche y se marchó, y
Madre salió corriendo de la casa a la calle y gritó «¡No te molestes en volver,

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cabrón!» y tiró el paquete de muesli y le dio en el maletero del coche cuando se
alejaba, y la señora Shears estaba mirando por la ventana cuando Madre hizo eso.
Al día siguiente hice el Examen 3, y el reverendo Peters leyó el diario Daily
Mail y se fumó tres cigarrillos.
Y ésta era mi pregunta favorita

Demuestra el siguiente resultado:


«Un triángulo cuyos lados pueden escribirse en la forma n2 + 1, n2 — 1 y 2n
(donde n > 1) es rectángulo.»
Demuestra, mediante un ejemplo opuesto, que el caso inverso es falso.

Yo iba a escribir cómo respondí a la pregunta, pero Siobhan me dijo que no


era muy interesante. Yo dije que sí lo era. Y ella dijo que la gente no iba a querer
leer las respuestas a un problema de matemáticas en un libro, y dijo que podía
poner la respuesta en un Apéndice, que es un capítulo extra al final de un libro y
que la gente puede leerlo si quiere. Y eso es lo que he hecho.
Entonces el pecho ya no me dolía tanto y me era más fácil respirar. Pero aún
me sentía mareado, porque no sabía si me había salido bien el examen y porque no
sabía si el tribunal examinador permitiría que mi examen fuera considerado
después de que la señora Gascoyne les hubiese dicho que yo no iba a presentarme.
Es mejor saber que una cosa buena va a pasar, como un eclipse, o que te
regalen un microscopio por Navidad, que saber que una cosa mala va a pasar,
como que te pongan un empaste o tener que ir a Francia. Pero creo que lo peor de
todo es no saber si lo que va a pasar es una cosa buena o una cosa mala.
Padre pasó por casa aquella noche y yo estaba sentado en el sofá viendo
University Challenge y acababa de responder a las preguntas de ciencias. Padre
se quedó de pie en el umbral de la sala de estar y dijo:
—No grites, Christopher, ¿de acuerdo? No voy a hacerte daño.
Madre estaba de pie detrás de él así que no grité.
Entonces se acercó un poco más a mí y se agachó como haces con los perros
para mostrarles que no eres un Agresor y dijo:
—Quería preguntarte cómo te ha ido el examen.
Pero yo no dije nada. Y Madre dijo:
—Díselo, Christopher.
Pero yo seguía sin decir nada. Y Madre dijo:
—Por favor, Christopher.
Así que dije:
—No sé si respondí bien a todas las preguntas, porque estaba muy cansado y
no había comido nada, así que no podía pensar correctamente.
Y entonces Padre movió la cabeza para decir que sí y no dijo nada durante
un ratito. Entonces dijo:
—Gracias.
Y yo dije:
—¿Por qué?
Y él dijo:

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—Sólo... gracias. —Entonces dijo—: Estoy muy orgulloso de ti, Christopher.
Muy orgulloso. Estoy seguro de que lo has hecho muy bien.
Y entonces se fue y vi el resto de University Challenge.
Y la semana siguiente Padre le dijo a Madre que tenía que irse de la casa,
pero ella no podía porque no tenía dinero para pagar el alquiler de un piso. Yo
pregunté si a Padre lo arrestarían y lo meterían en la cárcel por matar a
Wellington, porque podríamos vivir en la casa si él estaba en la cárcel. Pero Madre
dijo que la policía sólo arrestaría a Padre si la señora Shears hacía lo que se llama
presentar cargos, que es decirle a la policía que quieres que arresten a alguien por
un crimen, porque la policía no arresta a la gente por crímenes menores a menos
que tú se lo pidas, y Madre dijo que matar a un perro sólo era un crimen menor.
Pero entonces todo fue bien porque Madre encontró un trabajo de cajera en
un centro de jardinería, y el médico le dio píldoras para que se las tomara cada
mañana para evitar sentirse triste, sólo que a veces la dejaban un poco aturdida y
se caía si se levantaba demasiado rápido. Así que nos mudamos a una habitación
en una casa grande que estaba hecha de ladrillos rojos. La cama estaba en la
misma habitación que la cocina y no me gustaba porque era pequeña y el pasillo
estaba pintado de marrón y había un aseo y un baño que otras personas utilizaban,
y Madre tenía que limpiarlo antes de que yo lo usara, o de lo contrario no lo usaba,
y a veces me mojaba los pantalones porque otra persona estaba en el baño. Y el
pasillo olía a salsa de carne y a la lejía que usan para limpiar los lavabos en el
colegio. Y dentro de la habitación olía a calcetines y a ambientador con olor a pino.
No me hacía gracia tener que esperar para saber algo de mi examen de
matemáticas. Cuando pensaba en el futuro no conseguía ver nada claro en mi
cabeza y eso hacía que me entrara el pánico. Así que Siobhan me dijo que no debía
pensar en el futuro. Dijo:
—Piensa sólo en el día de hoy. Piensa en cosas que hayan pasado. En
especial en las cosas buenas que hayan pasado.
Y una de las cosas buenas era que Madre me compró un rompecabezas de
madera que era así

Tenías que separar la parte de arriba de la parte de abajo, y era muy difícil.
Otra cosa buena fue que ayudé a Madre a pintar su habitación de Blanco con
un toque pajizo, sólo que me cayó pintura en el pelo y ella quiso quitármela
frotándome champú en la cabeza cuando estaba en la bañera, pero yo no la dejé,
así que tuve pintura en el pelo durante 5 días, hasta que me lo corté con unas
tijeras.

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Pero había más cosas malas que cosas buenas.
Una de ellas era que Madre no volvía del trabajo hasta las 17.30 o sea que
tenía que irme a casa de Padre entre las 15.39 y las 17.30, porque no se me
permitía estar solo y Madre dijo que no tenía elección, así que colocaba la cama
contra la puerta por si Padre trataba de entrar. Y a veces trataba de hablarme a
través de la puerta, pero yo no le contestaba. Y otras veces lo oía sentarse en el
suelo al otro lado de la puerta, en silencio, durante mucho rato.
Otra cosa mala fue que Toby se murió, porque tenía 2 años y 7 meses, que
es mucho para una rata, y yo dije que quería enterrarlo, pero Madre no tenía
jardín, así que lo enterré en una gran maceta de plástico. Dije que quería otra rata
pero Madre dijo que no podía tener una, porque la habitación era demasiado
pequeña.
Resolví el rompecabezas, porque deduje que había dos tornillos dentro y
túneles con varillas de metal, así

Tenías que sujetar el rompecabezas de forma que ambos tornillos se


deslizaran hasta el final de sus túneles y no se cruzaran en la intersección.
Entonces se podían separar las dos piezas.
Madre me recogió de casa de Padre un día, después de trabajar, y Padre me
dijo:
—Christopher, ¿puedo hablar contigo?
Y yo dije:
—No.
Y Madre dijo:
—No te preocupes. Yo estaré aquí.
Y yo dije:
—Yo no quiero hablar con Padre.
Y Padre dijo:
—Te propongo un trato. —Y sostenía el reloj automático de cocina que es un
gran tomate rojo partido por la mitad y lo hizo girar y empezó a hacer tictac. Y dijo
—: Cinco minutos, ¿de acuerdo? Eso es todo. Entonces puedes irte.
Así que me senté en el sofá y él se sentó en la butaca y Madre estaba en el
pasillo y Padre dijo:
—Christopher, mira... Las cosas no pueden seguir así. No sé a ti, pero a mí
esto... esto simplemente me duele demasiado. Lo de que tú estés en casa pero te
niegues a hablar conmigo... Tienes que aprender a confiar en mí... Y no me
importa cuánto tiempo haga falta... Si es un minuto un día y dos minutos al

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siguiente y tres minutos al otro y hacen falta años, no me importa. Porque es
importante. Esto es más importante que cualquier otra cosa.
Y entonces se arrancó una pequeña tira de piel del costado de la uña del
pulgar de su mano izquierda. Y entonces dijo:
—Digamos que es... un proyecto. Un proyecto que tenemos que hacer
juntos. Tú tienes que pasar más tiempo conmigo. Y yo... yo tengo que demostrarte
que puedes confiar en mí. Y al principio será difícil porque... porque es un proyecto
difícil. Pero cada vez será mejor. Te lo prometo.
Entonces se frotó los lados de la frente con las yemas de los dedos y dijo:
—No tienes que decir nada, ahora mismo no. Sólo tienes que pensar en ello.
Y... esto... tengo un regalo. Para demostrarte que estoy hablando en serio. Y para
decirte que lo siento. Y porque... bueno, ya verás qué quiero decir.
Entonces se levantó de la butaca y fue hasta la puerta de la cocina y la abrió
y había una caja grande de cartón en el suelo y había una manta en ella y se
agachó y metió las manos dentro de la caja y sacó un perrito de color arena.
Entonces volvió y me dio al perro. Y dijo:
—Tiene dos meses. Y es un golden retriever.
Y el perro se sentó en mi regazo y yo lo acaricié.
Y nadie dijo nada durante un rato. Entonces Padre dijo:
—Christopher. Nunca, jamás, te haré ningún daño. Entonces nadie dijo nada.
Entonces Madre entró en la habitación y dijo:
—Me temo que no podrás llevártelo. Nuestra habitación alquilada es
demasiado pequeña. Pero tu padre va a cuidar de él aquí. Y puedes venir y sacarlo
a pasear siempre que quieras.
Y yo dije:
—¿Tiene nombre?
Y Padre dijo:
—No. Puedes ponérselo tú.
El perro me mordisqueó un dedo.
Y entonces se cumplieron los 5 minutos y la alarma del tomate sonó. Así que
Madre y yo nos fuimos otra vez a su habitación.
La semana siguiente hubo una tormenta de rayos y un rayo cayó en el árbol
grande del parque, cerca de casa de Padre, y lo echó abajo y vinieron hombres y
cortaron las ramas con motosierras y se llevaron los troncos en un camión, y todo
lo que quedó fue un gran tocón negro y puntiagudo, de madera carbonizada.
Y me dieron los resultados de mi examen de bachiller en Matemáticas, y
saqué un sobresaliente, que es el mejor resultado, e hizo que me sintiera así

Y llamé al perro Sandy. Y Padre le compró un collar y una correa y me


dejaron ir con él hasta la tienda y volver. Y jugaba con él con un hueso de goma.

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Madre cogió la gripe y tuve que pasar tres días con Padre y quedarme en su
casa. Pero estaba bien, porque Sandy dormía en mi cama, así que si alguien
entraba en la habitación durante la noche ladraría. Padre hizo una parcela para
verduras en el jardín y yo lo ayudé. Plantamos zanahorias y guisantes y espinacas,
y voy a recogerlas y a comérmelas cuando estén listas.
Y fui a una librería con Madre y compré un libro llamado Curso de
especialización en Matemáticas y Padre le dijo a la señora Gascoyne que iba a
sacarme el curso de especialización en Matemáticas el año que viene y ella dijo
«De acuerdo».
Y voy a sacar un sobresaliente. Y dentro de dos años voy a sacarme el título
de bachiller en Física también con sobresaliente.
Y entonces, cuando haya hecho eso, voy a ir a la universidad en otra ciudad.
Y no tiene que ser en Londres, porque a mí no me gusta Londres, y hay
universidades en montones de sitios y no todas están en ciudades grandes. Puedo
vivir en un piso con un jardín y un cuarto de baño adecuado. Y puedo llevarme a
Sandy y mis libros y mi ordenador.
Y entonces me licenciaré con matrícula de honor y me convertiré en un
científico.
Y sé que puedo hacer eso porque fui a Londres yo solo, y porque resolví el
misterio de ¿Quién Mató a Wellington? y encontré a mi madre y fui valiente y
escribí un libro y eso significa que puedo hacer cualquier cosa.

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Apéndice

Pregunta

Demuestra el siguiente resultado:


«Un triángulo cuyos lados pueden escribirse en la forma n2 + 1, n2 — 1 y 2n
(donde n > 1) es rectángulo.»
Demuestra, mediante un ejemplo opuesto, que el caso inverso es falso.

Respuesta

Primero tenemos que determinar cuál es el lado mayor de un triángulo cuyos


lados pueden escribirse en la forma n2 + 1, n2 — 1 y 2n (donde n > 1)

n2 + 1 — 2n = (n — 1)2

y si n > 1 entonces (n — 1)2 > 0

por tanto n2 + 1 — 2n > 0


por tanto n2 + 1 > 2n
asimismo (n2 + 1) — (n2 — 1) = 2
por tanto n2 + 1 > n2 — 1.

Eso significa que n2 + 1 es el lado mayor de un triángulo cuyos lados pueden


escribirse en la forma n2 + 1, n2 — 1 y 2n (donde n > 1).
Esto puede mostrarse también mediante el siguiente gráfico (aunque esto no
prueba nada):

Según el teorema de Pitágoras, si la suma de


los cuadrados de los catetos es igual al cuadrado de la hipotenusa, el triángulo es

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rectángulo. Por lo tanto, para probar que el triángulo es rectángulo, necesitamos
demostrar que ése es el caso.

La suma de los cuadrados de los dos catetos es (n2 — 1)2 + (2n)2 (n2 —
1)2 + (2n)2 = n4 — 2 n2 + 1 + 4 n2 = n + 2n + 1.

El cuadrado de la hipotenusa es (n2 + 1)2


(n2 + 1)2 = n + 2 n + 1.

Por tanto la suma de los cuadrados de los dos catetos es igual al cuadrado
de la hipotenusa, y el triángulo es rectángulo.

Y lo inverso a «Un triángulo cuyos lados pueden escribirse en la forma n2 +


2
1, n — 1 y 2n (donde n > 1) es rectángulo» es «Un triángulo que es rectángulo
tiene unos lados cuyas longitudes pueden escribirse en la forma n2 + 1, n2 — 1 y
2n (donde n > 1)».

Y un ejemplo opuesto significa encontrar un triángulo que sea rectángulo,


pero cuyos lados no puedan escribirse en la forma n2 + 1, n2 — 1 y 2n (donde n >
1).

Así, pongamos que la hipotenusa del triángulo rectángulo ABC sea AB

y pongamos que AB = 65
y pongamos que BC = 60.

Entonces
CA = √ (AB2—BC2)
= √ (652 — 602) = √ (4.225 — 3.6oo) = √ 625 = 25.

Pongamos que AB = n2 + 1 = 65

entonces n = √ (65 — 1) = √ 64 = 8

por tanto (n2 — 1) = 64 — 1 = 63 ≠ BC = 60 ≠ CA = 25

y 2n = 16 ≠ BC = 60 ≠ CA = 25.

Por lo tanto el triángulo ABC es rectángulo pero sus lados no pueden


escribirse en la forma n2 + 1, n2 — 1 y 2n (donde n> 1). QED

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Agradecimientos

El logotipo del metro de Londres, el mapa de una de las líneas y el diseño de


la tapicería de los asientos se reproducen con la amable autorización de Transport
for London. El anuncio de Kuoni, con la amable autorización de Kuoni Advertising.
La pregunta del examen de matemáticas de las pruebas de ingreso a la universidad
se reproduce con la amable autorización de OCR. Se ha hecho todo lo posible por
identificar a otros poseedores de copyrights. Los editores expresan su disposición a
rectificar errores u omisiones, si los hubiere, en futuras reediciones.

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Análisis de DRACULA
Abraham Stoker

"Drácula" es una novela escrita por el autor irlandés Bram Stoker y fue publicada por
primera vez en 1897. Esta obra literaria es uno de los clásicos indiscutibles del género
de terror y ha dejado una profunda huella en la cultura popular. A continuación, se
presenta un análisis de la novela "Drácula" que explora sus elementos clave:
1. Temas Atemporales de Bien y Mal: Uno de los temas centrales de "Drácula" es
la lucha entre el bien y el mal. El conde Drácula representa el mal encarnado,
mientras que los personajes principales, como el profesor Van Helsing y Jonathan
Harker, encarnan el bien. Esta lucha entre fuerzas opuestas ha sido un tema
recurrente en la literatura y la mitología a lo largo de la historia.
2. La Seducción del Mal: La novela explora el poder de seducción de Drácula y
cómo manipula y atrae a sus víctimas, convirtiendo su maldad en algo seductor y
peligroso. Este aspecto se ha convertido en una característica icónica de los vampiros
en la literatura y el cine.
3. El Miedo a lo Desconocido: "Drácula" también juega con el miedo a lo
desconocido y a lo extranjero. Drácula es un extranjero en Inglaterra, y su llegada
desencadena ansiedad y temor en la sociedad victoriana. Este temor a lo diferente es
un tema que resuena en muchas obras de la época.
4. La Sexualidad Reprimida: La novela aborda temas de sexualidad reprimida y
deseo prohibido. La mordida de Drácula en el cuello de sus víctimas se interpreta a
menudo como una metáfora del acto sexual y el deseo prohibido, lo que añade una
capa de sensualidad y tabú a la historia.
5. Narrativa Epistolar: La novela se presenta en formato epistolar, a través de
diarios, cartas y registros de viaje escritos por los personajes. Esta estructura
narrativa múltiple permite al lector obtener una visión íntima de los pensamientos y
experiencias de los personajes, lo que aumenta la inmersión en la historia.
6. Personajes Memorables: La novela presenta una serie de personajes
memorables, desde el propio Drácula hasta el profesor Van Helsing, Mina Harker y
Renfield. Cada uno tiene su propia personalidad y contribuye a la trama de manera
significativa.
7. Influencia Duradera: La influencia de "Drácula" en la literatura y la cultura
popular es innegable. Ha inspirado innumerables obras de terror, películas, programas
de televisión y adaptaciones teatrales. El arquetipo del vampiro tal como se presenta
en la novela de Bram Stoker sigue siendo una figura icónica en la cultura
contemporánea.
En conclusión, "Drácula" es una obra maestra del terror gótico que explora temas
universales como el bien y el mal, el miedo a lo desconocido y la sexualidad
reprimida. Su influencia perdura hasta hoy y continúa fascinando a los amantes del
género de terror y la literatura clásica. La novela es un ejemplo sobresaliente de
cómo una historia puede perdurar y seguir siendo relevante a lo largo de los años.

Un análisis histórico de "Drácula" de Bram Stoker implica considerar tanto el contexto


histórico en el que se escribió la novela como cómo la obra misma refleja y se
relaciona con la sociedad victoriana de finales del siglo XIX. Aquí se presentan algunos
aspectos clave del análisis histórico de "Drácula":
1. Contexto Histórico:

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 "Drácula" fue publicada por primera vez en 1897, en el apogeo de la era
victoriana en Gran Bretaña.
 La novela se escribió en un momento en que la sociedad victoriana estaba
experimentando cambios significativos en términos de avances tecnológicos,
cambios sociales y científicos, y la expansión del imperio británico.
2. La Época Victoriana:
 La era victoriana es conocida por su énfasis en la moralidad, la rectitud y la
represión de los impulsos sexuales.
 "Drácula" se insinúa en temas relacionados con la sexualidad reprimida, lo que
puede considerarse una crítica sutil a las restricciones victorianas.
3. El Miedo a lo Desconocido:
 La novela aborda el miedo a lo desconocido y lo extranjero. Drácula es un
extranjero en Inglaterra, y su llegada desencadena ansiedad y temor en la
sociedad victoriana, lo que refleja las preocupaciones de la época sobre la
inmigración y la alteración de la pureza nacional.
4. La Ciencia y la Tecnología:
 La novela incorpora elementos científicos de la época, como la fotografía y la
tipografía, que reflejan los avances tecnológicos de la era victoriana.
 El profesor Van Helsing es un personaje que utiliza el conocimiento científico
para enfrentarse a lo sobrenatural, lo que puede interpretarse como una
representación de la confianza en la ciencia en esa época.
5. La Sociedad Victoriana en Transición:
 La novela se desarrolla en un período de cambio y transición en la sociedad
victoriana. La industrialización y la urbanización estaban transformando la vida
de las personas.
 La historia de Mina Harker y Lucy Westenra refleja las expectativas sociales y
de género de la época, donde las mujeres eran vistas como frágiles y
necesitadas de protección.
6. Imperialismo Británico:
 La expansión del Imperio Británico y el interés en lo desconocido se reflejan en
la búsqueda de Drácula por expandir su influencia más allá de Transilvania.
 La novela también puede interpretarse como una metáfora del imperialismo
británico y la dominación de otras culturas y territorios.
En resumen, "Drácula" no solo es una obra de terror gótico, sino también un reflejo
de la sociedad y los valores de la época victoriana en la que fue escrita. Bram Stoker
aprovechó las ansiedades y los debates culturales de su tiempo para crear una
historia que sigue siendo relevante y fascinante para los lectores contemporáneos, al
tiempo que ofrece una ventana al pasado histórico y social de la era victoriana.

"Drácula" de Bram Stoker ha tenido un impacto profundo en la cultura popular y ha


influido en una amplia gama de medios, desde la literatura y el cine hasta la música y
la moda. Aquí hay una mirada más detallada a cómo "Drácula" ha moldeado la cultura
a lo largo de los años:
1. Vampiros en la Literatura y el Cine: "Drácula" estableció muchos de los
tropos y características asociadas con los vampiros en la literatura y el cine. La
figura de Drácula, con su sed de sangre y su inmortalidad, ha sido una
influencia fundamental en la creación de personajes vampíricos en numerosas
obras posteriores, como "Entrevista con el Vampiro" de Anne Rice y
"Crepúsculo" de Stephenie Meyer. Además, la historia de Stoker inspiró
numerosas películas y series de televisión, incluyendo la película de 1931

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protagonizada por Bela Lugosi y la serie "Buffy, la cazavampiros."
2. El Atractivo de lo Sobrenatural: La fascinación por lo sobrenatural y lo
oscuro que se encuentra en "Drácula" ha perdurado a lo largo de los años. La
novela capitaliza el temor a lo desconocido y la atracción por lo peligroso, lo
que sigue siendo un tema recurrente en la literatura y el cine de terror.
3. Iconografía Vampírica: La iconografía de los vampiros, incluyendo los
colmillos afilados, la incapacidad de soportar la luz del sol y la necesidad de
sangre humana, se originó en gran medida en "Drácula". Esta representación
ha influido en la representación de los vampiros en la cultura popular y ha sido
reinterpretada en numerosas ocasiones.
4. Romanticismo Oscuro: "Drácula" también ayudó a popularizar el género del
romanticismo oscuro. La relación compleja y a menudo perturbadora entre
Drácula y Mina Harker ha sido una fuente de interés y debate, y ha influido en
otros romances oscuros en la literatura y el cine.
5. Parodias y Adaptaciones Creativas: La historia de Drácula ha sido objeto de
numerosas parodias y adaptaciones creativas, como "Drácula, un muerto muy
contento y feliz" y "Lo que hacemos en las sombras". Estas obras se burlan y
subvierten los tropos establecidos por "Drácula", mostrando su duradera
relevancia y capacidad para la reinterpretación.
6. Estética Gótica: La estética gótica, influenciada por "Drácula", ha dejado su
huella en la moda, la arquitectura y el arte. La moda gótica, caracterizada por
su uso de negro y elementos victorianos, se inspira en gran medida en la
atmósfera sombría de la novela.
7. Mitos y Leyendas Urbanas: La historia de Drácula ha contribuido a la
creación y propagación de mitos y leyendas urbanas relacionados con
vampiros, cementerios y castillos misteriosos. Estas historias populares siguen
intrigando a las personas y alimentando la cultura del misterio.

"Drácula" de Bram Stoker ha tenido una profunda influencia en el cine a lo largo de


los años. Desde la película muda de 1922 hasta las adaptaciones modernas, la
historia del conde Drácula ha sido un tema recurrente en la cinematografía. Aquí se
destacan algunos de los aspectos más importantes de la relación entre "Drácula" y el
cine:
1. Nosferatu (1922): Aunque no se hizo una adaptación oficial de "Drácula" debido
a problemas de derechos de autor, la película muda "Nosferatu" dirigida por F.W.
Murnau es ampliamente reconocida como la primera película de vampiros y se basa
en la novela de Stoker. El personaje principal, llamado Conde Orlok, es esencialmente
el conde Drácula bajo un nombre diferente.
2. Drácula (1931): La película de 1931 dirigida por Tod Browning y protagonizada
por Bela Lugosi es una de las adaptaciones más icónicas de la novela de Stoker. Bela
Lugosi se convirtió en un ícono al interpretar a Drácula y estableció muchas de las
características del vampiro en el cine, incluyendo su acento distintivo y su estilo de
vestir.
3. Drácula de Universal Pictures: La película de 1931 fue la primera de una serie
de películas de Universal Pictures que incluyeron a monstruos clásicos como
Frankenstein, El Hombre Lobo y La Momia. Estas películas ayudaron a definir el
género de terror y crearon la base para el Universo Cinematográfico de Monstruos de
Universal.
4. Hammer Horror Films: En la década de 1950 y 1960, los estudios Hammer
Productions produjeron una serie de películas de terror con Christopher Lee como
Drácula y Peter Cushing como el profesor Van Helsing. Estas películas revitalizaron el

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género y ofrecieron una versión más sangrienta y sensual de Drácula.
5. Adaptaciones Modernas: A lo largo de las décadas, ha habido numerosas
adaptaciones y reinterpretaciones de "Drácula" en el cine, incluyendo la película de
Francis Ford Coppola en 1992 titulada "Drácula de Bram Stoker", protagonizada por
Gary Oldman y Winona Ryder. Además, la figura del vampiro ha sido explorada en
películas contemporáneas como la saga "Crepúsculo".
6. Vampiros en el Cine de Terror: La representación de los vampiros en el cine,
influenciada por "Drácula", ha influido en numerosas películas y series de terror.
Desde películas de vampiros modernas hasta programas de televisión como "Buffy, la
cazavampiros", los elementos y tropos establecidos por "Drácula" siguen siendo una
fuente de inspiración.
7. La Estética Gótica: La estética gótica, influenciada por "Drácula", ha sido un
elemento importante en muchas películas de terror. Esto incluye la ambientación en
castillos oscuros, cementerios y la moda gótica.
En resumen, "Drácula" de Bram Stoker ha sido una fuente inagotable de inspiración
para el cine de terror y ha dejado una marca indeleble en la historia del cine. La figura
del conde Drácula y los temas de la novela siguen siendo relevantes y atractivos para
los cineastas y el público, lo que asegura que la influencia de esta obra maestra
literaria perdure en la pantalla grande.

La novela "Drácula" de Bram Stoker está impregnada de elementos que exploran los
instintos y las pasiones humanas desde diversas perspectivas. Aquí analizamos cómo
la obra aborda estos aspectos:

1. Instinto de Supervivencia vs. Deseo de Inmortalidad: El personaje de Drácula


representa un choque entre el instinto de supervivencia y el deseo de inmortalidad.
Drácula busca prolongar su vida a través de la vampirización y la ingesta de sangre,
lo que simboliza un deseo humano fundamental de evitar la muerte. Sin embargo,
este deseo entra en conflicto con la necesidad de que otros sufran para mantener su
inmortalidad.

2. La Sed de Sangre: El deseo de Drácula por la sangre humana es un elemento


central de la historia y se relaciona con los instintos primarios de alimentación y
supervivencia. La sed de sangre se convierte en una metáfora de los impulsos oscuros
y las necesidades más básicas que todos los seres humanos tienen, pero que a
menudo se reprimen en la sociedad.

3. La Seducción y la Pasión: Drácula es un personaje altamente seductor que utiliza


su carisma y su atractivo sexual para atraer a sus víctimas. Esto representa una
exploración de las pasiones humanas, el deseo y la atracción sexual, pero también
plantea preguntas sobre la influencia de estas pasiones cuando se desbordan y se
convierten en una amenaza.

4. La Lucha de los Personajes Principales: Los personajes principales, como el


profesor Van Helsing, Mina Harker y Jonathan Harker, están en una lucha constante
contra los instintos oscuros que Drácula despierta en ellos y en otros personajes
vampirizados, como Lucy. Esta lucha refleja la tensión entre la civilización y la
naturaleza salvaje, así como la lucha interna que muchos experimentan cuando
enfrentan sus propias pasiones y deseos.

5. La Dualidad Humana: La novela sugiere una dualidad en la naturaleza humana. Por

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un lado, los personajes luchan por mantener su humanidad, sus valores y su
moralidad ante la amenaza vampírica. Por otro lado, también se ven tentados por los
instintos y deseos oscuros que Drácula representa, lo que pone de manifiesto la
complejidad de la experiencia humana.

6. Metáfora de la Vida y la Muerte: La vampirización se convierte en una metáfora de


la vida y la muerte. Drácula se alimenta de la vida de otros para mantenerse vivo, lo
que plantea cuestiones profundas sobre el precio que uno está dispuesto a pagar por
la inmortalidad y la perpetuación de los propios deseos y necesidades.

7. La Redención y la Liberación: A medida que los personajes luchan contra Drácula y


sus propios instintos oscuros, se produce un proceso de redención y liberación. Esto
muestra que, a pesar de los impulsos y deseos oscuros, los seres humanos tienen la
capacidad de cambiar y redimirse, superando sus instintos más primitivos.

En resumen, "Drácula" de Bram Stoker es una novela que explora profundamente los
instintos y las pasiones humanas a través de la figura de Drácula y sus interacciones
con los personajes principales. La obra plantea preguntas sobre la dualidad de la
naturaleza humana, la lucha entre la civilización y la barbarie, y la capacidad de
redimirse frente a los impulsos oscuros. Estos temas universales siguen siendo
relevantes y fascinantes para los lectores y cinéfilos de todo el mundo.

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DRÁCULA

Abraham Stoker

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I.- DEL DIARIO DE JONATHAN HARKER

Bistritz, 3 de mayo. Salí de Münich a las 8:35 de la noche del primero de mayo, llegué a
Viena a la mañana siguiente, temprano; debí haber llegado a las seis cuarenta y seis;
el tren llevaba una hora de retraso. Budapest parece un lugar maravilloso, a juzgar por
lo poco que pude ver de ella desde el tren y por la pequeña caminata que di por sus calles.
Temí alejarme mucho de la estación, ya que, como habíamos llegado tarde, saldríamos lo
más cerca posible de la hora fijada. La impresión que tuve fue que estábamos saliendo del
oeste y entrando al este. Por el más occidental de los espléndidos puentes sobre el
Danubio, que aquí es de gran anchura y profundidad, llegamos a los lugares en otro tiempo
sujetos al dominio de los turcos.
Salimos con bastante buen tiempo, y era noche cerrada cuando llegamos a Klausenburg,
donde pasé la noche en el hotel Royale. En la comida, o mejor dicho, en la cena, comí pollo
preparado con pimentón rojo, que estaba muy sabroso, pero que me dio mucha sed.
(Recordar obtener la receta para Mina). Le pregunté al camarero y me dijo que se llamaba
"paprika hendl", y que, como era un plato nacional, me sería muy fácil obtenerlo en
cualquier lugar de los Cárpatos. Descubrí que mis escasos conocimientos del alemán me
servían allí de mucho; de hecho, no sé cómo me las habría arreglado sin ellos.
Como dispuse de algún tiempo libre cuando estuve en Londres, visité el British Museum y
estudié los libros y mapas de la biblioteca que se referían a Transilvania; se me había
ocurrido que un previo conocimiento del país siempre sería de utilidad e importancia
para tratar con un noble de la región. Descubrí que el distrito que él me había
mencionado se encontraba en el extremo oriental del país, justamente en la frontera de
tres estados: Transilvania, Moldavia y Bucovina, en el centro de los montes Cárpatos;
una de las partes más salvajes y menos conocidas de Europa. No pude descubrir ningún
mapa ni obra que arrojara luz sobre la exacta localización del castillo de Drácula,
pues no hay mapas en este país que se puedan comparar en exactitud con los nuestros;
pero descubrí que Bistritz, el pueblo de posta mencionado por el conde Drácula, era un
lugar bastante conocido. Voy a

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incluir aquí algunas de mis notas, pues pueden refrescarme la memoria cuando le relate
mis viajes a Mina.
En la población de Transilvania hay cuatro nacionalidades distintas: sajones en el sur, y
mezclados con ellos los valacos, que son descendientes de los dacios; magiares en el oeste,
y escequelios en el este y el norte. Voy entre estos últimos, que aseguran ser
descendientes de Atila y los hunos. Esto puede ser cierto, puesto que cuando los
magiares conquistaron el país, en el siglo XI, encontraron a los hunos, que ya se habían
establecido en él. Leo que todas las supersticiones conocidas en el mundo están reunidas
en la herradura de los Cárpatos, como si fuese el centro de alguna especie de remolino
imaginativo; si es así, mi estancia puede ser muy interesante. (Recordar que debo
preguntarle al conde acerca de esas supersticiones).
No dormí bien, aunque mi cama era suficientemente cómoda, pues tuve toda clase de
extraños sueños. Durante toda la noche un perro aulló bajo mi ventana, lo cual puede
haber tenido que ver algo con ello; o puede haber sido también el pimentón, puesto que
tuve que beberme toda el agua de mi garrafón, y todavía me quedé sediento.
Ya de madrugada me dormí, pero fui despertado por unos golpes insistentes en mi puerta,
por lo que supongo que en esos momentos estaba durmiendo profundamente. Comí más
pimentón en el desayuno, una especie de potaje hecho de harina de maíz que dicen
era "mamaliga", y berenjena rellena con picadillo, un excelente plato al cual llaman
"impletata" (recordar obtener también la receta de esto). Me apresuré a desayunarme, ya
que el tren salía un poco después de las ocho, o, mejor dicho, debió haber salido, pues
después de correr a la estación a las siete y media tuve que aguardar sentado en el vagón
durante más de una hora antes de que nos pusiéramos en movimiento. Me parece que
cuanto más al este se vaya, menos puntuales son los trenes. ¿Cómo serán en China?
Pareció que durante todo el día vagábamos a través de un país que estaba lleno de
toda clase de bellezas. A veces vimos pueblecitos o castillos en la cúspide de empinadas
colinas, tales como se ven en los antiguos misales; algunas veces corrimos a la par de ríos
y arroyuelos, que por el amplio y pedregoso margen a cada lado de ellos, parecían estar
sujetos a grandes inundaciones. Se necesita gran cantidad de agua, con una
corriente muy fuerte, para poder limpiar la orilla exterior de un río. En todas las estaciones
había grupos de gente, algunas veces multitudes, y con toda clase de atuendos. Algunos de
ellos eran exactamente iguales a los campesinos de mi país, o a los que había visto cuando
atravesaba Francia y Alemania, con chaquetas cortas y sombreros redondos y pantalones
hechos por ellos mismos; pero otros eran muy pintorescos. Las mujeres eran bonitas,
excepto cuando uno se les acercaba, pues eran bastante gruesas alrededor de la cintura.
Todas llevaban largas mangas blancas, y la mayor parte de ellas tenían anchos cinturones
con un montón de flecos de algo que les colgaba como en los vestidos en un ballet, pero
por supuesto que llevaban enaguas debajo de ellos. Las figuras más extrañas que vimos
fueron los eslovacos, que eran más bárbaros que el resto, con sus amplios sombreros de
vaquero, grandes pantalones bombachos y sucios, camisas blancas de lino y enormes y
pesados cinturones de cuero, casi de un pie de ancho, completamente tachonados con
clavos de hojalata. Usaban botas altas, con los pantalones metidos dentro de ellas, y tenían
el pelo largo y negro, y bigotes negros y pesados. Eran muy pintorescos, pero no parecían
simpáticos. En cualquier escenario se les reconocería inmediatamente como alguna vieja
pandilla de bandoleros. Sin embargo, me dicen que son bastante inofensivos y, lo que es
más, bastante tímidos.
Ya estaba anocheciendo cuando llegamos a Bistritz, que es una antigua localidad muy
interesante. Como está prácticamente en la frontera, pues el paso de Borgo conduce desde
ahí a Bucovina, ha tenido una existencia bastante agitada, y desde luego pueden verse las
señales de ella. Hace cincuenta años

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se produjeron grandes incendios que causaron terribles estragos en cinco ocasiones
diferentes. A comienzos del siglo XVII sufrió un sitio de tres semanas y perdió trece mil
personas, y a las bajas de la guerra se agregaron las del hambre y las enfermedades.
El conde Drácula me había indicado que fuese al hotel Golden Krone, el cual, para mi gran
satisfacción, era bastante anticuado, pues por supuesto, yo quería conocer todo lo que me
fuese posible de las costumbres del país. Evidentemente me esperaban, pues cuando me
acerqué a la puerta me encontré frente a una mujer ya entrada en años, de rostro alegre,
vestida a la usanza campesina: ropa interior blanca con un doble delantal, por delante y
por detrás, de tela vistosa, tan ajustado al cuerpo que no podía calificarse de modesto.
Cuando me acerqué, ella se inclinó y dijo:
-¿El señor inglés?
-Sí -le respondí-: Jonathan Harker.
Ella sonrió y le dio algunas instrucciones a un hombre anciano en camisa de blancas
mangas, que la había seguido hasta la puerta. El hombre se fue, pero regresó
inmediatamente con una carta:
"Mi querido amigo: bienvenido a los Cárpatos. Lo estoy esperando ansiosamente. Duerma
bien, esta noche. Mañana a las tres saldrá la diligencia para Bucovina; ya tiene un lugar
reservado. En el desfiladero de Borgo mi carruaje lo estará esperando y lo traerá a mi casa.
Espero que su viaje desde Londres haya transcurrido sin tropiezos, y que disfrute de su
estancia en mi bello país.
Su amigo, DRÁCULA"

4 de mayo. Averigüé que mi posadero había recibido una carta del conde, ordenándole
que asegurara el mejor lugar del coche para mí; pero al inquirir acerca de los detalles, se
mostró un tanto reticente y pretendió no poder entender mi alemán. Esto no podía ser
cierto, porque hasta esos momentos lo había entendido perfectamente; por lo menos
respondía a mis preguntas exactamente como si las entendiera. Él y su mujer, la anciana
que me había recibido, se miraron con temor. Él murmuró que el dinero le había
sido enviado en una carta, y que era todo lo que sabía. Cuando le pregunté si conocía al
Conde Drácula y si podía decirme algo de su castillo, tanto él como su mujer se
persignaron, y diciendo que no sabían nada de nada, se negaron simplemente a decir nada
más.
Era ya tan cerca a la hora de la partida que no tuve tiempo de preguntarle a nadie más,
pero todo me parecía muy misterioso y de ninguna manera tranquilizante.
Unos instantes antes de que saliera, la anciana subió hasta mi cuarto y dijo, con voz
nerviosa:
-¿Tiene que ir? ¡Oh! Joven señor, ¿tiene que ir?
Estaba en tal estado de excitación que pareció haber perdido la noción del poco alemán
que sabía, y lo mezcló todo con otro idioma del cual yo no entendí ni una palabra.
Apenas comprendí algo haciéndole numerosas preguntas. Cuando le dije que me tenía que
ir inmediatamente, y que estaba comprometido en negocios importantes, preguntó otra
vez:
-¿Sabe usted qué día es hoy?
Le respondí que era el cuatro de mayo. Ella movió la cabeza y habló otra vez:
-¡Oh, sí! Eso ya lo sé. Eso ya lo sé, pero, ¿sabe usted qué día es hoy? Al
responderle yo que no le entendía, ella continuó:
-Es la víspera del día de San Jorge. ¿No sabe usted que hoy por la noche, cuando el reloj
marque la medianoche, todas las cosas demoníacas del mundo tendrán pleno poder? ¿Sabe
usted adónde va y a lo que va?
Estaba en tal grado de desesperación que yo traté de calmarla, pero sin efecto. Finalmente,
cayó de rodillas y me imploró que no fuera; que por lo menos esperara uno o dos días
antes de partir. Todo aquello era bastante ridículo, pero yo no me sentí tranquilo. Sin
embargo, tenía un negocio que

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arreglar y no podía permitir que nada se interpusiera. Por lo tanto traté de levantarla, y le
dije, tan seriamente como pude, que le agradecía, pero que mi deber era imperativo y
yo tenía que partir. Entonces ella se levantó y secó sus ojos, y tomando un crucifijo de
su cuello me lo ofreció. Yo no sabía qué hacer, pues como fiel de la Iglesia Anglicana, me
he acostumbrado a ver semejantes cosas como símbolos de idolatría, y sin embargo, me
pareció descortés rechazárselo a una anciana con tan buenos propósitos y en tal estado
mental. Supongo que ella pudo leer la duda en mi rostro, pues me puso el rosario alrededor
del cuello, y dijo: "Por amor a su madre", y luego salió del cuarto. Estoy escribiendo esta
parte de mi diario mientras, espero el coche, que por supuesto, está retrasado; y el
crucifijo todavía cuelga alrededor de mi cuello. No sé si es el miedo de la anciana o las
múltiples tradiciones fantasmales de este lugar, o el mismo crucifijo, pero lo cierto es
que no me siento tan tranquilo como de costumbre. Si este libro llega alguna vez a manos
de Mina antes que yo, que le lleve mi adiós ¡Aquí viene mi coche!

5 de mayo. El castillo. La oscuridad de la mañana ha pasado y el sol está muy alto sobre el
horizonte distante, que parece perseguido, no sé si por árboles o por colinas, pues está tan
alejado que las cosas grandes y pequeñas se mezclan. No tengo sueño y, como no se me
llamará hasta que despierte solo, naturalmente escribo hasta que llegue el sueño. Hay
muchas cosas raras que quisiera anotar, y para que nadie al leerlas pueda imaginarse que
cené demasiado bien antes de salir de Bistritz, también anotaré exactamente mi cena.
Cené lo que ellos llaman "biftec robado", con rodajas de tocino, cebolla y carne de
res, todo sazonado con pimiento rojo ensartado en palos y asado. ¡En el estilo sencillo de la
"carne de gato" de Londres! El vino era Mediasch Dorado, que produce una rara picazón en
la lengua, la cual, sin embargo, no es desagradable. Sólo bebí un par de vasos de este
vino, y nada más.
Cuando llegué al coche, el conductor todavía no había tomado su asiento, y lo vi hablando
con la dueña de la posada. Evidentemente hablaban de mí, pues de vez en cuando se
volvían para verme, y algunas de las personas que estaban sentadas en el banco fuera de
la puerta (a las que llaman con un nombre que significa "Portadores de palabra") se
acercaron y escucharon, y luego me miraron, la mayor parte de ellos compadeciéndome.
Pude escuchar muchas palabras que se repetían a menudo: palabras raras, pues había
muchas nacionalidades en el grupo; así es que tranquilamente extraje mi diccionario
políglota de mi petaca, y las busqué. Debo admitir que no me produjeron ninguna alegría,
pues entre ellas estaban "Ordog" (Satanás), "pokol" (infierno), "stregoica" (bruja), "vrolok"
y "vlkoslak" (las que significan la misma cosa, una en eslovaco y la otra en servio,
designando algo que es un hombre lobo o un vampiro). (Recordar: debo preguntarle al
conde acerca de estas supersticiones.) Cuando partimos, la multitud alrededor de la puerta
de la posada, que para entonces ya había crecido a un número considerable, todos hicieron
el signo de la cruz y dirigieron dos dedos hacia mí. Con alguna dificultad conseguí que un
pasajero acompañante me dijera qué significaba todo aquello; al principio no quería
responderme, pero cuando supo que yo era inglés, me explicó que era el encanto o hechizo
contra el mal de ojo. Esto tampoco me agradó mayormente cuando salía hacia un lugar
desconocido con un hombre desconocido; pero todo el mundo parecía tan bondadoso, tan
compasivo y tan simpático que no pude evitar sentirme emocionado.
Nunca olvidaré el último vistazo que eché al patio interior de la posada y su multitud de
pintorescos personajes, todos persignándose, mientras estaban alrededor del amplio
pórtico, con su fondo de rico follaje de adelfas y árboles de naranjo en verdes tonelitos
agrupados en el centro del patio. Entonces nuestro conductor, cuyo amplio pantalón de lino
cubría todo el asiento frontal (ellos lo llaman "gotza"), fustigó su gran látigo sobre los

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cuatro pequeños caballos que corrían de dos en dos, e iniciamos nuestro viaje...
Pronto perdí de vista y de la memoria los fantasmales temores en la belleza de la escena
por la que atravesábamos, aunque si yo hubiese conocido el idioma, o mejor, los idiomas
que hablaban mis compañeros de viaje, es muy posible que no hubiese sido capaz de
deshacerme de ellos tan fácilmente. Ante nosotros se extendía el verde campo inclinado
lleno de bosques con empinadas colinas aquí y allá, coronadas con cúmulos de tréboles o
con casas campesinas, con sus paredes vacías viendo hacia la carretera.
Por todos lados había una enloquecedora cantidad de frutos en flor: manzanas, ciruelas,
peras y fresas. Y a medida que avanzábamos, pude ver cómo la verde hierba bajo los
árboles estaba cuajada con pétalos caídos. La carretera entraba y salía entre estas verdes
colinas de lo que aquí llaman "Tierra Media", liberándose al barrer alrededor de las curvas,
o cerrada por los estrangulantes brazos de los bosques de pino, que aquí y allá corrían
colina abajo como lenguas de fuego. El camino era áspero, pero a pesar de ello parecía que
volábamos con una prisa excitante. Entonces no podía entender a qué se debía esa prisa,
pero evidentemente el conductor no quería perder tiempo antes de llegar al desfiladero de
Borgo. Se me dijo que el camino era excelente en verano, pero que todavía no había sido
arreglado después de las nieves del invierno. A este respecto era diferente a la
mayoría de los caminos de los Cárpatos, pues es una antigua tradición que no deben ser
mantenidos en tan buen estado. Desde la antigüedad los hospadares no podían repararlos,
pues entonces los turcos pensaban que se estaban preparando para traer tropas
extranjeras, y de esta manera atizar la guerra que siempre estaba verdaderamente a
punto de desatarse.
Más allá de las verdes e hinchadas lomas de la Tierra Media se levantaban imponentes
colinas de bosques que llegaban hasta las elevadas cumbres de los Cárpatos.
Se levantaban a la izquierda y a la derecha de nosotros, con el sol de la tarde cayendo
plenamente sobre ellas y haciendo relucir los gloriosos colores de esta bella cordillera, azul
profundo y morado en las sombras de los picos, verde y marrón donde la hierba y las
piedras se mezclaban, y una infinita perspectiva de rocas dentadas y puntiagudos riscos,
hasta que ellos mismos se perdían en la distancia, donde las cumbres nevadas se alzaban
grandiosamente. Aquí y allá parecían descubrirse imponentes grietas en las montañas, a
través de las cuales, cuando el sol comenzó a descender, vimos en algunas ocasiones el
blanco destello del agua cayendo. Uno de mis compañeros me tocó la mano mientras nos
deslizábamos alrededor de la base de una colina y señaló la elevada cima de una montaña
cubierta de nieve, que parecía, a medida que avanzábamos en nuestra serpenteante
carretera, estar frente a nosotros.
-¡Mire! ¡Ilsten szek! "¡El trono de Dios!" -me dijo, y se persignó nuevamente.
A medida que continuamos por nuestro interminable camino y el sol se hundió más y más
detrás de nosotros, las sombras de la tarde comenzaron a rodearnos. Este hecho quedó
realzado porque las cimas de las nevadas montañas todavía recibían los rayos del sol, y
parecían brillar con un delicado y frío color rosado. Aquí y allá pasamos ante checos y
eslovacos, todos en sus pintorescos atuendos, pero noté que el bocio prevalecía
dolorosamente. A lo largo de la carretera había muchas cruces, y a medida que pasamos,
todos mis compañeros se persignaron ante ellas. Aquí y allá había una campesina
arrodillada frente a un altar, sin que siquiera se volviera a vernos al acercarnos, sino que
más bien parecía, en el arrobamiento de la devoción, no tener ni ojos ni oídos para el
mundo exterior. Muchas cosas eran completamente nuevas para mí; por ejemplo, hacinas
de paja en los árboles, y aquí y allá, muy bellos grupos de sauces llorones, con sus blancas
ramas brillando como plata a través del delicado verde de las hojas. Una y otra vez
pasamos un carromato (la carreta ordinaria de los campesinos) con su vértebra larga,
culebreante, calculada

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para ajustarse a las desigualdades de la carretera. En cada uno de ellos iba sentado un
grupo de campesinos que regresaban a sus hogares, los checos con sus pieles de oveja
blancas y los eslovacos con las suyas de color. Estos últimos llevaban a guisa de lanzas sus
largas duelas, con un hacha en el extremo. Al comenzar a caer la noche se sintió mucho
frío, y la creciente penumbra pareció mezclar en una sola bruma la lobreguez de los
árboles, robles, hayas y pinos, aunque en los valles que corrían profundamente a
través de los surcos de las colinas, a medida que ascendíamos hacia el desfiladero, se
destacaban contra el fondo de la tardía nieve los oscuros abetos. Algunas veces, mientras
la carretera era cortada por los bosques de pino que parecían acercarse a nosotros en la
oscuridad, grandes masas grisáceas que estaban desparramadas aquí y allá entre los
árboles producían un efecto lóbrego y solemne, que hacía renacer los pensamientos y las
siniestras fantasías engendradas por la tarde, mientras que el sol poniente parecía arrojar
un extraño consuelo a las fantasmales nubes que, entre los Cárpatos, parece que
vagabundean incesantemente por los valles. En ciertas ocasiones las colinas eran tan
empinadas que, a pesar de la prisa de nuestro conductor, los caballos sólo podían avanzar
muy lentamente. Yo quise descender del coche y caminar al lado de ellos, tal como
hacemos en mi país, pero el cochero no quiso saber nada de eso.
-No; no -me dijo-, no debe usted caminar aquí. Los perros son muy fieros - dijo, y luego
añadió, con lo que evidentemente parecía ser una broma macabra, pues miró a su
alrededor para captar las sonrisas afirmativas de los demás-: Ya tendrá usted suficiente
que hacer antes de irse a dormir.
Así fue que la única parada que hizo durante un momento sirvió para que encendiera las
lámparas.
Al oscurecer pareció que los pasajeros se volvían más nerviosos y continuamente le
estuvieron hablando al cochero uno tras otro, como si le pidieran que aumentara la
velocidad. Fustigó a los caballos inmisericordemente con su largo látigo, y con salvajes
gritos de aliento trató de obligarlos a mayores esfuerzos. Entonces, a través de la
oscuridad, pude ver una especie de mancha de luz gris adelante de nosotros, como si
hubiese una hendidura en las colinas. La intranquilidad de los pasajeros aumentó; el loco
carruaje se bamboleó sobre sus grandes resortes de cuero, y se inclinó hacia uno y otro
lado como un barco flotando sobre un mar proceloso. Yo tuve que sujetarme. El camino
se hizo más nivelado y parecía que volábamos sobre él. Entonces, las montañas
parecieron acercarse a nosotros desde ambos lados, como si quisiesen estrangularnos, y
nos encontramos a la entrada del desfiladero de Borgo. Uno por uno todos los pasajeros me
ofrecieron regalos, insistiendo de una manera tan sincera que no había modo de negarse a
recibirlos. Desde luego los regalos eran de muy diversas y extrañas clases, pero cada
uno me lo entregó de tan buena voluntad, con palabras tan amables, y con una
bendición, esa extraña mezcla de movimientos temerosos que ya había visto en las
afueras del hotel en Bistritz: el signo de la cruz y el hechizo contra el mal de ojo.
Entonces, al tiempo que volábamos, el cochero se inclinó hacia adelante y, a cada lado, los
pasajeros, apoyándose sobre las ventanillas del coche, escudriñaron ansiosamente la
oscuridad. Era evidente que se esperaba que sucediera algo raro, pero aunque le pregunté
a cada uno de los pasajeros, ninguno me dio la menor explicación. Este estado de ánimo
duró algún tiempo, y al final vimos cómo el desfiladero se abría hacia el lado oriental.
Sobre nosotros pendían oscuras y tenebrosas nubes, y el aire se encontraba pesado,
cargado con la opresiva sensación del trueno. Parecía como si la cordillera separara dos
atmósferas, y que ahora hubiésemos entrado en la tormentosa. Yo mismo me puse a
buscar el vehículo que debía llevarme hasta la residencia del conde. A cada instante
esperaba ver el destello de lámparas a través de la negrura, pero todo se quedó en la
mayor oscuridad. La única luz provenía de los parpadeantes rayos de luz de nuestras
propias lámparas, en las cuales los

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vahos de nuestros agotados caballos se elevaban como nubes blancas. Ahora pudimos ver
el arenoso camino extendiéndose blanco frente a nosotros, pero en él no había ninguna
señal de un vehículo. Los pasajeros se reclinaron con un suspiro de alegría, que parecía
burlarse de mi propia desilusión. Ya estaba pensando qué podía hacer en tal situación
cuando el cochero, mirando su reloj, dijo a los otros algo que apenas pude oír, tan suave
y misterioso fue el tono en que lo dijo. Creo que fue algo así como "una hora antes
de tiempo". Entonces se volvió a mí y me dijo en un alemán peor que el mío:
-No hay ningún carruaje aquí. Después de todo, nadie espera al señor. Será mejor que
ahora venga a Bucovina y regrese mañana o al día siguiente; mejor al día siguiente.
Mientras hablaba, los caballos comenzaron a piafar y a relinchar, y a encabritarse tan
salvajemente que el cochero tuvo que sujetarlos con firmeza. Entonces, en medio de
un coro de alaridos de los campesinos que se persignaban apresuradamente,
apareció detrás de nosotros una calesa, nos pasó y se detuvo al lado de nuestro coche. Por
la luz que despedían nuestras lámparas, al caer los rayos sobre ellos, pude ver que los
caballos eran unos espléndidos animales, negros como el carbón. Estaban conducidos por
un hombre alto, con una larga barba grisácea y un gran sombrero negro, que parecía
ocultar su rostro de nosotros. Sólo pude ver el destello de un par de ojos muy
brillantes, que parecieron rojos al resplandor de la lámpara, en los instantes en que el
hombre se volvió a nosotros. Se dirigió al cochero:
-Llegó usted muy temprano hoy, mi amigo. El
hombre replicó balbuceando:
-El señor inglés tenía prisa. Entonces el
extraño volvió a hablar:
-Supongo entonces que por eso usted deseaba que él siguiera hasta Bucovina. No puede
engañarme, mi amigo. Sé demasiado, y mis caballos son veloces.
Y al hablar sonrió, y cuando la luz de la lámpara cayó sobre su fina y dura boca, con labios
muy rojos, sus agudos dientes le brillaron blancos como el marfil. Uno de mis compañeros
le susurró a otro aquella frase de la "Leonora" de Burger:
"Denn die Todten reiten schnell" (Pues los
muertos viajan velozmente)
El extraño conductor escuchó evidentemente las palabras, pues alzó la mirada con una
centelleante sonrisa. El pasajero escondió el rostro al mismo tiempo que hizo la señal con
los dos dedos y se persignó.
-Dadme el equipaje del señor -dijo el extraño cochero.
Con una presteza excesiva mis maletas fueron sacadas y acomodadas en la calesa. Luego
descendí del coche, pues la calesa estaba situada a su lado, y el cochero me ayudó con una
mano que asió mi brazo como un puño de acero; su fuerza debía ser prodigiosa. Sin
decir palabra agitó las riendas, los caballos dieron media vuelta y nos deslizamos hacia
la oscuridad del desfiladero. Al mirar hacia atrás vi el vaho de los caballos del coche a la luz
de las lámparas, y proyectadas contra ella las figuras de mis hasta hacia poco compañeros,
persignándose. Entonces el cochero fustigó su látigo y gritó a los caballos, y todos
arrancaron con rumbo a Bucovina. Al perderse en la oscuridad sentí un extraño escalofrío, y
un sentimiento de soledad se apoderó de mí.
Pero mi nuevo cochero me cubrió los hombros con una capa y puso una manta sobre mis
rodillas, hablando luego en excelente alemán:
-La noche está fría, señor mío, y mi señor el conde me pidió que tuviera buen cuidado de
usted. Debajo del asiento hay una botella de slivovitz, un licor regional hecho de ciruelas,
en caso de que usted guste...
Pero yo no tomé nada, aunque era agradable saber que había una provisión de licor. Me
sentí un poco extrañado, y no menos asustado. Creo que si hubiese habido otra alternativa,
yo la hubiese tomado en vez de proseguir aquel misterioso viaje nocturno.

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El carruaje avanzó a paso rápido, en línea recta; luego dimos una curva completa y nos
internamos por otro camino recto. Me pareció que simplemente dábamos vuelta una y otra
vez sobre el mismo lugar; así pues, tomé nota de un punto sobresaliente y confirmé mis
sospechas. Me hubiese gustado preguntarle al cochero qué significaba todo aquello, pero
realmente tuve miedo, pues pensé que, en la situación en que me encontraba, cualquier
protesta no podría dar el efecto deseado en caso de que hubiese habido una intención de
retraso. Al cabo de un rato, sin embargo, sintiéndome curioso por saber cuánto tiempo
había pasado, encendí un fósforo, y a su luz miré mi reloj; faltaban pocos minutos para la
medianoche. Esto me dio una especie de sobresalto, pues supongo que la superstición
general acerca de la medianoche había aumentado debido a mis recientes experiencias. Me
quedé aguardando con una enfermiza sensación de ansiedad.
Entonces un perro comenzó a aullar en alguna casa campesina más adelante del camino.
Dejó escapar un largo, lúgubre aullido, como si tuviese miedo. Su llamado fue recogido por
otro perro y por otro y otro, hasta que, nacido como el viento que ahora pasaba
suavemente a través del desfiladero, comenzó un aterrador concierto de aullidos que
parecían llegar de todos los puntos del campo, desde tan lejos como la imaginación
alcanzase a captar a través de las tinieblas de la noche. Desde el primer aullido los caballos
comenzaron a piafar y a inquietarse, pero el cochero les habló tranquilizándolos, y ellos
recobraron la calma, aunque temblaban y sudaban como si acabaran de pasar por un
repentino susto. Entonces, en la lejana distancia, desde las montañas que estaban a cada
lado de nosotros, llegó un aullido mucho más fuerte y agudo, el aullido de los lobos, que
afectó a los caballos y a mi persona de la misma manera, pues estuve a punto de saltar de
la calesa y echar a correr, mientras que ellos retrocedieron y se encabritaron
frenéticamente, de manera que el cochero tuvo que emplear toda su fuerza para impedir
que se desbocaran. Sin embargo, a los pocos minutos mis oídos se habían acostumbrado a
los aullidos, y los caballos se habían calmado tanto que el cochero pudo descender
y pararse frente a ellos. Los sobó y acarició, y les susurró algo en las orejas, tal
como he oído que hacen los domadores de caballos, y con un efecto tan extraordinario que
bajo estos mimos se volvieron nuevamente bastante obedientes, aunque todavía
temblaban. El cochero tomó nuevamente su asiento, sacudió sus riendas y reiniciamos
nuestro viaje a buen paso.
Esta vez, después de llegar hasta el lado extremo del desfiladero, repentinamente cruzó
por una estrecha senda que se introducía agudamente a la derecha.
Pronto nos encontramos obstruidos por árboles, que en algunos lugares cubrían por
completo el camino, formando una especie de túnel a través del cual pasábamos. Y además
de eso, gigantescos peñascos amenazadores nos hacían valla a uno y otro lado.
A pesar de encontrarnos así protegidos, podíamos escuchar el viento que se levantaba,
pues gemía y silbaba a través de las rocas, y las ramas de los árboles chocaban entre sí al
pasar nosotros por el camino. Hizo cada vez más frío v una fina nieve comenzó a caer, de
tal manera que al momento alrededor de nosotros todo estaba cubierto por un manto
blanco. El aguzado viento todavía llevaba los aullidos de los perros, aunque éstos fueron
decreciendo a medida que nos alejábamos. El aullido de los lobos, en cambio, se acercó
cada vez más, como si ellos se fuesen aproximando hacia nosotros por todos lados. Me
sentí terriblemente angustiado, y los caballos compartieron mi miedo. Sin embargo, el
cochero no parecía tener ningún temor; continuamente volvía la cabeza hacia la izquierda y
hacia la derecha, pero yo no podía ver nada a través de la oscuridad.
Repentinamente, lejos, a la izquierda, divisé el débil resplandor de una llama azul. El
cochero lo vio al mismo tiempo; inmediatamente paró los caballos y, saltando a tierra,
desapareció en la oscuridad. Yo no sabía qué hacer, y mucho menos debido a que los
aullidos de los lobos parecían

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acercarse; pero mientras dudaba, el cochero apareció repentinamente otra vez, y sin decir
palabra tomó asiento y reanudamos nuestro viaje.
Creo que debo haberme quedado dormido o soñé repetidas veces con el
incidente, pues éste se repitió una y otra vez, y ahora, al recordarlo, me parece que fue
una especie de pesadilla horripilante. Una vez la llama apareció tan cerca del camino que
hasta en la oscuridad que nos rodeaba pude observar los movimientos del cochero. Se
dirigió rápidamente a donde estaba la llama azul (debe haber sido muy tenue, porque no
parecía iluminar el lugar alrededor de ella), y tomando algunas piedras las colocó en una
forma significativa. En una ocasión fui víctima de un extraño efecto óptico: estando él
parado entre la llama y yo, no pareció obstruirla, porque continué viendo su fantasmal
luminosidad. Esto me asombró, pero como sólo fue un efecto momentáneo, supuse
que mis ojos me habían engañado debido al esfuerzo que hacía en la oscuridad. Luego, por
un tiempo, ya no aparecieron las llamas azules, y nos lanzamos velozmente a través de la
oscuridad con los aullidos de los lobos rodeándonos, como si nos siguieran en círculos
envolventes.
Finalmente el cochero se alejó más de lo que lo había hecho hasta entonces, y durante su
ausencia los caballos comenzaron a temblar más que nunca y a piafar y relinchar de
miedo. No pude ver ninguna causa que motivara su nerviosismo, pues los aullidos de los
lobos habían cesado por completo; pero entonces la luna, navegando a través de las negras
nubes, apareció detrás de la dentada cresta de una roca saliente revestida de pinos, y a su
luz vi alrededor de nosotros un círculo de lobos, con dientes blancos y lenguas rojas y
colgantes, con largos miembros sinuosos y pelo hirsuto. Eran cien veces más terribles en
aquel lúgubre silencio que los rodeaba que cuando estaban aullando. Por mi parte, caí en
una especie de parálisis de miedo. Sólo cuando el hombre se encuentra cara a cara con
semejantes horrores puede comprender su verdadero significado.
De pronto, todos los lobos comenzaron a aullar como si la luz de la luna produjera un
efecto peculiar en ellos. Los caballos se encabritaron y retrocedieron, y miraron impotentes
alrededor con unos ojos que giraban de manera dolorosa; pero el círculo viviente de terror
los acompañaba a cada lado; forzosamente tuvieron que permanecer dentro de él. Yo le
grité al cochero que regresara, pues me pareció que nuestra última alternativa era tratar
de abrirnos paso a través del círculo, y para ayudarle a su regreso grité y golpeé a un lado
de la calesa, esperando que el ruido espantara a los lobos de aquel lado y así él tuviese
oportunidad de subir al coche.
Cómo finalmente llegó es cosa que no sé; pero escuché su voz alzarse en un tono de
mando imperioso, y mirando hacia el lugar de donde provenía, lo vi parado en medio del
camino. Agitó los largos brazos como si tratase de apartar un obstáculo impalpable, y
los lobos se retiraron, justamente en esos momentos una pesada nube pasó a través de la
cara de la luna, de modo que volvimos a sumirnos en la oscuridad.
Cuando pude ver otra vez, el conductor estaba subiendo a la calesa y los lobos
habían desaparecido. Todo esto fue tan extraño y misterioso que fui sobrecogido por un
miedo pánico, y no tuve valor para moverme ni para hablar. El tiempo pareció interminable
mientras continuamos nuestro camino, ahora en la más completa oscuridad, pues las
negras nubes oscurecían la luna. Continuamos ascendiendo, con ocasionales períodos de
rápidos descensos, pero ascendiendo la mayor parte del tiempo.
Repentinamente tuve conciencia de que el conductor estaba deteniendo a los caballos en el
patio interior de un inmenso castillo ruinoso en parte, de cuyas altas ventanas negras no
salía un sólo rayo de luz, y cuyas quebradas murallas mostraban una línea dentada que
destacaba contra el cielo iluminado por la luz de la luna.

II.- DEL DIARIO DE JONATHAN HARKER (continuación)

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5 de mayo. Debo haber estado dormido, pues es seguro que si hubiese estado plenamente
despierto habría notado que nos acercábamos a tan extraordinario lugar. En la oscuridad,
el patio parecía ser de considerable tamaño, y como de él partían varios corredores
negros de grandes arcos redondos, quizá parecía ser más grande de lo que era en realidad.
Todavía no he tenido la oportunidad de verlo a la luz del día.
Cuando se detuvo la calesa, el cochero saltó y me ofreció la mano para ayudarme a
descender. Una vez más, pude comprobar su prodigiosa fuerza. Su mano prácticamente
parecía una prensa de acero que hubiera podido estrujar la mía si lo hubiese querido. Luego
bajó mis cosas y las colocó en el suelo a mi lado, mientras yo permanecía cerca de la gran
puerta, vieja y tachonada de grandes clavos de hierro, acondicionada en un zaguán de
piedra maciza. Aun en aquella tenue luz pude ver que la piedra estaba profusamente
esculpida, pero que las esculturas habían sido desgastadas por el tiempo y las lluvias.
Mientras yo permanecía en pie, el cochero saltó otra vez a su asiento y agitó las riendas;
los caballos iniciaron la marcha, y desaparecieron debajo de una de aquellas negras
aberturas con coche y todo.
Permanecí en silencio donde estaba, porque realmente no sabía que hacer. No había
señales de ninguna campana ni aldaba, y a través de aquellas ceñudas paredes y oscuras
ventanas lo más probable era que mi voz no alcanzara a penetrar. El tiempo que esperé me
pareció infinito, y sentí cómo las dudas y los temores me asaltaban. ¿A qué clase de lugar
había llegado, y entre qué clase de gente me encontraba? ¿En qué clase de lúgubre
aventura me había embarcado? ¿Era aquél un incidente normal en la vida de un empleado
del procurador enviado a explicar la compra de una propiedad en Londres a un extranjero?
¡Empleado del procurador! A Mina no le gustaría eso. Mejor procurador, pues justamente
antes de abandonar Londres recibía la noticia de que mi examen había sido aprobado; ¡de
tal modo que ahora yo ya era un procurador hecho y derecho!
Comencé a frotarme los ojos y a pellizcarme, para ver si estaba despierto. Todo me parecía
como una horrible pesadilla, y esperaba despertar de pronto encontrándome en mi casa
con la aurora luchando a través de las ventanas, tal como ya me había sucedido en otras
ocasiones después de trabajar demasiado el día anterior. Pero mi carne respondió a la
prueba del pellizco, y mis ojos no se dejaban engañar. Era indudable que estaba despierto
y en los Cárpatos. Todo lo que podía hacer era tener paciencia y esperar a que
llegara la aurora.
En cuanto llegué a esta conclusión escuché pesados pasos que se acercaban detrás de la
gran puerta, y vi a través de las hendiduras el brillo de una luz que se acercaba. Se
escuchó el ruido de cadenas que golpeaban y el chirrido de pesados cerrojos que se corrían.
Una llave giró haciendo el conocido ruido producido por el largo desuso, y la inmensa
puerta se abrió hacia adentro. En ella apareció un hombre alto, ya viejo, nítidamente
afeitado, a excepción de un largo bigote blanco, y vestido de negro de la cabeza a los pies,
sin ninguna mancha de color en ninguna parte. Tenía en la mano una antigua lámpara de
plata, en la cual la llama se quemaba sin globo ni protección de ninguna clase, lanzando
largas y ondulosas sombras al fluctuar por la corriente de la puerta abierta. El anciano me
hizo un ademán con su mano derecha, haciendo un gesto cortés y hablando en excelente
inglés, aunque con una entonación extraña:
-Bienvenido a mi casa. ¡Entre con libertad y por su propia voluntad!
No hizo ningún movimiento para acercárseme, sino que permaneció inmóvil como una
estatua, como si su gesto de bienvenida lo hubiese fijado en piedra. Sin embargo, en el
instante en que traspuse el umbral de la puerta, dio un paso impulsivamente hacia
adelante y, extendiendo la mano, sujetó la mía con una fuerza que me hizo retroceder, un
efecto que no fue aminorado por el hecho de que parecía fría como el hielo; de que
parecía más la mano de un muerto que de un hombre vivo. Dijo otra vez:

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-Bien venido a mi casa. Venga libremente, váyase a salvo, y deje algo de la alegría que
trae consigo.
La fuerza del apretón de mano era tan parecida a la que yo había notado en el cochero,
cuyo rostro no había podido ver, que por un momento dudé si no se trataba de la misma
persona a quien le estaba hablando; así es que para asegurarme, le pregunté:
-¿El conde Drácula?
Se inclinó cortésmente al responderme.
-Yo soy Drácula; y le doy mi bienvenida, señor Harker, en mi casa. Pase; el aire de la
noche está frío, y seguramente usted necesita comer y descansar.
Mientras hablaba, puso la lámpara sobre un soporte en la pared, y saliendo, tomó mi
equipaje; lo tomó antes de que yo pudiese evitarlo. Yo protesté, pero él insistió:
-No, señor; usted es mi huésped. Ya es tarde, y mis sirvientes no están a mano. Deje que
yo mismo me preocupe por su comodidad.
Insistió en llevar mis cosas a lo largo del corredor y luego por unas grandes escaleras de
caracol, y a través de otro largo corredor en cuyo piso de piedra nuestras pisadas
resonaban fuertemente. Al final de él abrió de golpe una pesada puerta, y yo tuve el
regocijo de ver un cuarto muy bien alumbrado en el cual estaba servida una mesa para la
cena, y en cuya chimenea un gran fuego de leños, seguramente recién llevados, lanzaba
destellantes llamas.
El conde se detuvo, puso mis maletas en el suelo, cerró la puerta y, cruzando el cuarto,
abrió otra puerta que daba a un pequeño cuarto octogonal alumbrado con una simple
lámpara, y que a primera vista no parecía tener ninguna ventana. Pasando a través de
éste, abrió todavía otra puerta y me hizo señas para que pasara. Era una vista agradable,
pues allí había un gran dormitorio muy bien alumbrado y calentado con el fuego de
otro hogar, que también acababa de ser encendido, pues los leños de encima todavía
estaban frescos y enviaban un hueco chisporroteo a través de la amplia chimenea. El
propio conde dejó mi equipaje adentro y se retiró, diciendo antes de cerrar la puerta:
-Necesitará, después de su viaje, refrescarse un poco y arreglar sus cosas. Espero que
encuentre todo lo que desee. Cuando termine venga al otro cuarto, donde encontrará su
cena preparada.
La luz y el calor de la cortés bienvenida que me dispensó el conde parecieron disipar todas
mis antiguas dudas y temores. Entonces, habiendo alcanzado nuevamente mi estado
normal, descubrí que estaba medio muerto de hambre, así es que me arreglé lo más
rápidamente posible y entré en la otra habitación.
Encontré que la cena ya estaba servida. Mi anfitrión estaba en pie al lado de la gran fogata,
reclinado contra la chimenea de piedra; hizo un gracioso movimiento con la mano,
señalando la mesa, y dijo:
-Le ruego que se siente y cene como mejor le plazca. Espero que usted me excuse por no
acompañarlo; pero es que yo ya comí, y generalmente no ceno.
Le entregué la carta sellada que el señor Hawkins me había encargado. Él la abrió y la
leyó seriamente; luego, con una encantadora sonrisa, me la dio para que yo la leyera.
Por lo menos un pasaje de ella me proporcionó gran placer:
"Lamento que un ataque de gota, enfermedad de la cual estoy constantemente sufriendo,
me haga absolutamente imposible efectuar cualquier viaje por algún tiempo; pero me
alegra decirle que puedo enviarle un sustituto eficiente, una persona en la cual tengo la
más completa confianza. Es un hombre joven, lleno de energía y de talento, y de gran
ánimo y disposición. Es discreto y silencioso, y ha crecido y madurado a mi servicio. Estará
preparado para atenderlo cuando usted guste durante su estancia en esa ciudad, y tomará
instrucciones de usted en todos los asuntos."
El propio conde se acercó a mí y quitó la tapa del plato, y de inmediato ataqué un excelente
pollo asado. Esto, con algo de queso y ensalada, y una botella de Tokay añejo, del cual
bebí dos vasos, fue mi cena. Durante el

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tiempo que estuve comiendo el conde me hizo muchas preguntas acerca de mi viaje, y yo
le comuniqué todo lo que había experimentado.
Para ese tiempo ya había terminado la cena, y por indicación de mi anfitrión había acercado
una silla al fuego y había comenzado a fumar un cigarro que él me había ofrecido al mismo
tiempo que se excusaba por no fumar. Así tuve oportunidad de observarlo, y percibí que
tenía una fisonomía de rasgos muy acentuados.
Su cara era fuerte, muy fuerte, aguileña, con un puente muy marcado sobre la fina nariz y
las ventanas de ella peculiarmente arqueadas; con una frente alta y despejada, y el pelo
gris que le crecía escasamente alrededor de las sienes, pero profusamente en otras
partes. Sus cejas eran muy espesas, casi se encontraban en el entrecejo, y con un pelo
tan abundante que parecía encresparse por su misma profusión.
La boca, por lo que podía ver de ella bajo el tupido bigote, era fina y tenía una apariencia
más bien cruel, con unos dientes blancos peculiarmente agudos; éstos sobresalían sobre los
labios, cuya notable rudeza mostraba una singular vitalidad en un hombre de su edad. En
cuanto a lo demás, sus orejas eran pálidas y extremadamente puntiagudas en la parte
superior; el mentón era amplio y fuerte, y las mejillas firmes, aunque delgadas. La tez era
de una palidez extraordinaria.
Entre tanto, había notado los dorsos de sus manos mientras descansaban sobre sus rodillas
a la luz del fuego, y me habían parecido bastante blancas y finas; pero viéndolas más de
cerca, no pude evitar notar que eran bastante toscas, anchas y con dedos rechonchos.
Cosa rara, tenían pelos en el centro de la palma. Las uñas eran largas y finas, y
recortadas en aguda punta. Cuando el conde se inclinó hacia mí y una de sus manos me
tocó, no pude reprimir un escalofrío. Pudo haber sido su aliento, que era fétido, pero lo
cierto es que una terrible sensación de náusea se apoderó de mí, la cual, a pesar del
esfuerzo que hice, no pude reprimir. Evidentemente, el conde, notándola, se retiró, y con
una sonrisa un tanto lúgubre, que mostró más que hasta entonces sus protuberantes
dientes, se sentó otra vez en su propio lado frente a la chimenea. Los dos permanecimos
silenciosos unos instantes, y cuando miró hacia la ventana vi los primeros débiles fulgores
de la aurora, que se acercaba. Una extraña quietud parecía envolverlo todo; pero
al escuchar más atentamente, pude oír, como si proviniera del valle situado más abajo, el
aullido de muchos lobos. Los ojos del conde destellaron, y dijo:
-Escúchelos. Los hijos de la noche. ¡Qué música la que entonan!
Pero viendo, supongo, alguna extraña expresión en mi rostro, se apresuró a agregar:
-¡Ah, sir! Ustedes los habitantes de la ciudad no pueden penetrar en los sentimientos de un
cazador.
Luego se incorporó, y dijo:
-Pero la verdad es que usted debe estar cansado. Su alcoba esta preparada, y mañana
podrá dormir tanto como desee. Estaré ausente hasta el atardecer, así que ¡duerma bien, y
dulces sueños!
Con una cortés inclinación, él mismo me abrió la puerta que comunicaba con el cuarto
octogonal, y entró en mi dormitorio.
Estoy desconcertado. Dudo, temo, pienso cosas extrañas, y yo mismo no me atrevo a
confesarme a mi propia alma. ¡Que Dios me proteja, aunque sólo sea por amor a mis seres
queridos!

7 de mayo. Es otra vez temprano por la mañana, pero he descansado bien las últimas 24
horas. Dormí hasta muy tarde, entrado el día. Cuando me hube vestido, entré al cuarto
donde habíamos cenado la noche anterior y encontré un desayuno frío que estaba
servido, con el café caliente debido a que la cafetera había sido colocada sobre la hornalla.
Sobre la mesa había una tarjeta en la cual estaba escrito lo siguiente:
"Tengo que ausentarme un tiempo.

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No me espere. D."
Me senté y disfruté de una buena comida. Cuando hube terminado, busqué una campanilla,
para hacerles saber a los sirvientes que ya había terminado, pero no pude encontrar
ninguna. Ciertamente en la casa hay algunas deficiencias raras, especialmente si se
consideran las extraordinarias muestras de opulencia que me rodean. El servicio de la mesa
es de oro, y tan bellamente labrado que debe ser de un valor inmenso. Las cortinas y los
forros de las sillas y los sofás, y los cobertores de mi cama, son de las más costosas y
bellas telas, y deben haber sido de un valor fabuloso cuando las hicieron, pues parecen
tener varios cientos de años, aunque se encuentran todavía en buen estado.
Vi algo parecido a ellas en Hampton Court, pero aquellas estaban usadas y rasgadas por las
polillas. Pero todavía en ningún cuarto he encontrado un espejo. Ni siquiera hay un espejo
de mano en mi mesa, y para poder afeitarme o peinarme me vi obligado a sacar mi
pequeño espejo de mi maleta. Todavía no he visto tampoco a ningún sirviente por ningún
lado, ni he escuchado ningún otro ruido cerca del castillo, excepto el aullido de los lobos.
Poco tiempo después de que hube terminado mi comida (no sé cómo llamarla, si desayuno
o cena, pues la tomé entre las cinco y las seis de la tarde) busqué algo que leer, pero no
quise deambular por el castillo antes de pedir permiso al conde. En el cuarto no pude
encontrar absolutamente nada, ni libros ni periódicos ni nada impreso, así es que abrí otra
puerta del cuarto y encontré una especie de biblioteca. Traté de abrir la puerta opuesta a la
mía, pero la encontré cerrada con llave.
En la biblioteca encontré, para mi gran regocijo, un vasto número de libros en inglés,
estantes enteros llenos de ellos, y volúmenes de periódicos y revistas encuadernados. Una
mesa en el centro estaba llena de revistas y periódicos ingleses, aunque ninguno de ellos
era de fecha muy reciente. Los libros eran de las más variadas clases: historia, geografía,
política, economía política, botánica, biología, derecho, y todos refiriéndose a Inglaterra y a
la vida y costumbres inglesas. Había incluso libros de referencia tales como el directorio de
Londres, los libros "Rojo" y "Azul", el almanaque de Whitaker, los catálogos del Ejército y
la Marina, y, lo que me produjo una gran alegría ver, el catálogo de Leyes.
Mientras estaba viendo los libros, la puerta se abrió y entró el conde. Me saludó de manera
muy efusiva y deseó que hubiese tenido buen descanso durante la noche.
Luego, continuó:
-Me agrada que haya encontrado su camino hasta aquí, pues estoy seguro que aquí habrá
muchas cosas que le interesarán. Estos compañeros -dijo, y puso su mano sobre unos
libros han sido muy buenos amigos míos, y desde hace algunos años, desde que tuve la
idea de ir a Londres, me han dado muchas, muchas horas de placer. A través de ellos
he aprendido a conocer a su gran Inglaterra; y conocerla es amarla. Deseo vehemente
caminar por las repletas calles de su poderoso Londres; estar en medio del torbellino y la
prisa de la humanidad, compartir su vida, sus cambios y su muerte, y todo lo que la hace
ser lo que es. Pero, ¡ay!, hasta ahora sólo conozco su lengua a través de libros. A usted, mi
amigo, ¿le parece que sé bien su idioma?
-Pero, señor conde -le dije -, ¡usted sabe y habla muy bien el inglés! Hizo una
grave reverencia.
-Le doy las gracias, mi amigo, por su demasiado optimista estimación; sin embargo, temo
que me encuentro apenas comenzando el camino por el que voy a viajar. Verdad es que
conozco la gramática y el vocabulario, pero todavía no me expreso con fluidez.
-Insisto -le dije- en que usted habla en forma excelente.
-No tanto -respondió él-. Es decir, yo sé que si me desenvolviera y hablara en su
Londres, nadie allí hay que no me tomara por un extranjero. Eso no es suficiente para mí.
Aquí soy un noble, soy un boyar; la gente común me conoce

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y yo soy su señor. Pero un extranjero en una tierra extranjera, no es nadie; los hombres no
lo conocen, y no conocer es no importar. Yo estoy contento si soy como el resto, de modo
que ningún hombre me pare si me ve, o haga una pausa en sus palabras al escuchar mi
voz, diciendo: "Ja, ja, ¡un extranjero!" He sido durante tanto tiempo un señor que seré
todavía un señor, o por lo menos nadie prevalecerá sobre mí. Usted no viene a mí solo
como agente de mi amigo Peter Hawkins, de Exéter, a darme los detalles acerca de mi
nueva propiedad en Londres. Yo espero que usted se quede conmigo algún tiempo, para
que mediante muestras conversaciones yo pueda aprender el acento inglés; y me gustaría
mucho que usted me dijese cuando cometo un error, aunque sea el más pequeño, al
hablar. Siento mucho haber tenido que ausentarme durante tanto tiempo hoy, pero espero
que usted perdonará a alguien que tiene tantas cosas importantes en la mano.
Por supuesto que yo dije todo lo que se puede decir acerca de tener buena voluntad, y le
pregunté si podía entrar en aquel cuarto cuando quisiese. Él respondió que sí, y agregó:
-Puede usted ir a donde quiera en el castillo, excepto donde las puertas están
cerradas con llave, donde por supuesto usted no querrá ir. Hay razón para que todas las
cosas sean como son, y si usted viera con mis ojos y supiera con mi conocimiento,
posiblemente entendería mejor.
Yo le aseguré que así sería, y él continuó:
-Estamos en Transilvania; y Transilvania no es Inglaterra. Nuestra manera de ser no es
como su manera de ser, y habrá para usted muchas cosas extrañas. Es más, por lo que
usted ya me ha contado de sus experiencias, ya sabe algo de qué cosas extrañas pueden
ser.
Esto condujo a mucha conversación; y era evidente que él quería hablar aunque sólo fuese
por hablar. Le hice muchas preguntas relativas a cosas que ya me habían pasado o de las
cuales yo ya había tomado nota. Algunas veces esquivó el tema o cambió de conversación
simulando no entenderme; pero generalmente me respondió a todo lo que le pregunté de
la manera más franca. Entonces, a medida que pasaba el tiempo y yo iba entrando en más
confianza, le pregunté acerca de algunos de los sucesos extraños de la noche anterior,
como por ejemplo, por qué el cochero iba a los lugares a donde veía la llama azul. Entonces
él me explicó que era creencia común que cierta noche del año (de hecho la noche pasada,
cuando los malos espíritus, según se cree, tienen ilimitados poderes) aparece una llama
azul en cualquier lugar donde haya sido escondido algún tesoro.
Que hayan sido escondidos tesoros en la región por la cual usted pasó anoche
-continuó él-, es cosa que está fuera de toda duda. Esta ha sido tierra en la que han
peleado durante siglos los valacos, los sajones y los turcos. A decir verdad, sería difícil
encontrar un pie cuadrado de tierra en esta región que no hubiese sido enriquecido por la
sangre de hombres, patriotas o invasores. En la antigüedad hubo tiempos agitados, cuando
los austriacos y húngaros llegaban en hordas y los patriotas salían a enfrentárseles,
hombres y mujeres, ancianos y niños, esperaban su llegada entre las rocas arriba de los
desfiladeros para lanzarles destrucción y muerte a ellos con sus aludes artificiales. Cuando
los invasores triunfaban encontraban muy poco botín, ya que todo lo que había era
escondido en la amable tierra.
-¿Pero cómo es posible -pregunté yo- que haya pasado tanto tiempo sin ser descubierto,
habiendo una señal tan certera para descubrirlo, bastando con que el hombre se tome el
trabajo solo de mirar?
El conde sonrió, y al correrse sus labios hacia atrás sobre sus encías, los caninos, largos y
agudos, se mostraron insólitamente. Respondió:
-¡Porque el campesino es en el fondo de su corazón cobarde e imbécil! Esas llamas sólo
aparecen en una noche; y en esa noche ningún hombre de esta tierra, si puede evitarlo, se
atreve siquiera a espiar por su puerta. Y, mi querido señor, aunque lo hiciera, no sabría qué
hacer. Le aseguro que ni siquiera el campesino que usted me dijo que marcó los
lugares de la llama

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sabrá donde buscar durante el día, por el trabajo que hizo esa noche. Hasta usted, me
atrevo a afirmar, no sería capaz de encontrar esos lugares otra vez. ¿No es cierto?
-Sí, es verdad -dije yo-. No tengo ni la más remota idea de donde podría buscarlos.
Luego pasamos a otros temas.
-Vamos -me dijo al final-, cuénteme de Londres y de la casa que ha comprado a mi
nombre.
Excusándome por mi olvido, fui a mi cuarto a sacar los papeles de mi portafolios. Mientras
los estaba colocando en orden, escuché un tintineo de porcelana y plata en el otro cuarto, y
al atravesarlo, noté que la mesa había sido arreglada y la lámpara encendida, pues para
entonces ya era bastante tarde. También en el estudio o biblioteca estaban encendidas las
lámparas, y encontré al conde yaciendo en el sofá, leyendo, de todas las cosas en el
mundo, una Guía Inglesa de Bradshaw. Cuando yo entré, él quitó los libros y papeles de la
mesa; y entonces comencé a explicarle los planos y los hechos, y los números. Estaba
interesado por todo, y me hizo infinidad de preguntas relacionadas con el lugar y sus
alrededores. Estaba claro que él había estudiado de antemano todo lo que podía esperar en
cuanto al tema de su vecindario, pues evidentemente al final él sabía mucho más que yo.
Cuando yo le señalé eso, respondió:
-Pero, mi amigo, ¿no es necesario que sea así? Cuando yo vaya allá estaré completamente
solo, y mi amigo Harker Jonathan, no, perdóneme, caigo siempre en la costumbre de mi
país de poner primero su nombre patronímico; así pues, mi amigo Jonathan Harker no va a
estar a mi lado para corregirme y ayudarme. Estaré en Exéter, a kilómetros de distancia,
trabajando probablemente en papeles de la ley con mi otro amigo, Peter Hawkins. ¿No es
así?
Entramos de lleno al negocio de la compra de la propiedad en Purfleet. Cuando le hube
explicado los hechos y ya tenía su firma para los papeles necesarios, y había escrito una
carta con ellos para enviársela al señor Hawkins, comenzó a preguntarme cómo había
encontrado un lugar tan apropiado. Entonces yo le leí las notas que había hecho en aquel
tiempo, y las cuales transcribo aquí: "En Purfleet, al lado de la carretera, me encontré
con un lugar que parece ser justamente el requerido, y donde había expuesto un rótulo
que anunciaba que la propiedad estaba en venta. Está rodeado de un alto muro, de
estructura antigua, construido de pesadas piedras, y que no ha sido reparado durante un
largo número de años. Los portones cerrados son de pesado roble viejo y hierro,
todo carcomido por el moho.
"La propiedad es llamada Carfax, que sin duda es una corrupción del antiguo Quatre Face,
ya que la casa tiene cuatro lados, coincidiendo con los puntos cardinales. Contiene en total
unos veinte acres, completamente rodeados por el sólido muro de piedra arriba
mencionado. El lugar tiene muchos árboles, lo que le da un aspecto lúgubre, y
también hay una poza o pequeño lago, profundo, de apariencia oscura, evidentemente
alimentado por algunas fuentes, ya que el agua es clara y se desliza en una corriente
bastante apreciable. La casa es muy grande y de todas las épocas pasadas, diría yo, hasta
los tiempos medievales, pues una de sus partes es de piedra sumamente gruesa, con solo
unas pocas ventanas muy arriba y pesadamente abarrotadas con hierro.
"Parece una parte de un castillo, y está muy cerca a una vieja capilla o iglesia. No pude
entrar en ella, pues no tenía la llave de la puerta que conducía a su interior desde la
casa, pero he tomado con mi kodak vistas desde varios puntos. La casa ha sido
agregada, pero de una manera muy rara, y solo puedo adivinar aproximadamente la
extensión de tierra que cubre, que debe ser mucha. Sólo hay muy pocas casas cercanas,
una de ellas es muy larga, recientemente ampliada, y acondicionada para servir de asilo
privado de lunáticos. Sin embargo, no es visible desde el terreno.
Cuando hube terminado, el conde dijo:

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-Me alegra que sea grande y vieja. Yo mismo provengo de una antigua familia, y vivir en
una casa nueva me mataría. Una casa no puede hacerse habitable en un día, y, después de
todo, qué pocos son los días necesarios para hacer un siglo. También me regocija que haya
una capilla de tiempos ancestrales. Nosotros, los nobles transilvanos, no pensamos con
agrado que nuestros huesos puedan algún día descansar entre los muertos comunes. Yo no
busco ni la alegría ni el júbilo, ni la brillante voluptuosidad de muchos rayos de sol y aguas
centelleantes que agradan tanto a los jóvenes alegres. Yo ya no soy joven; y mi corazón, a
través de los pesados años de velar sobre los muertos, ya no está dispuesto para el
regocijo. Es más: las murallas de mi castillo están quebradas; muchas son las sombras, y
el viento respira frío a través de las rotas murallas y casamatas. Amo la sombra y la
oscuridad, y prefiero, cuando puedo, estar a solas con mis pensamientos.
De alguna forma sus palabras y su mirada no parecían estar de acuerdo, o quizá era
que la expresión de su rostro hacía que su sonrisa pareciera maligna y saturnina.
Al momento, excusándose, me dejó, pidiéndome que recogiera todos mis papeles. Había
estado ya un corto tiempo ausente, y yo comencé a hojear algunos de los libros que tenía
más cerca. Uno era un atlas, el cual, naturalmente, estaba abierto en Inglaterra, como si el
mapa hubiese sido muy usado. Al mirarlo encontré ciertos lugares marcados con pequeños
anillos, y al examinar éstos noté que uno estaba cerca de Londres, en el lado este,
manifiestamente donde su nueva propiedad estaba situada. Los otros dos eran Exéter y
Whitby, en la costa de Yorkshire.
Transcurrió aproximadamente una hora antes de que el conde regresara.
-¡Ajá! -dijo él-, ¿todavía con sus libros? ¡Bien! Pero no debe usted trabajar siempre. Venga;
me han dicho que su cena ya esta preparada.
Me tomó del brazo y entramos en el siguiente cuarto, donde encontré una excelente cena
ya dispuesta sobre la mesa. Nuevamente el conde se disculpó, ya que había cenado
durante el tiempo que había estado fuera de casa. Pero al igual que la noche anterior, se
sentó y charló mientras yo comía. Después de cenar yo fumé, e igual a la noche
previa, el conde se quedó conmigo, charlando y haciendo preguntas sobre todos los
posibles temas, hora tras hora. Yo sentí que ya se estaba haciendo muy tarde, pero no
dije nada, pues me sentía con la obligación de satisfacer los deseos de mi anfitrión en
cualquier forma posible. No me sentía soñoliento, ya que la larga noche de sueño del día
anterior me había fortalecido; pero no pude evitar experimentar ese escalofrío que lo
sobrecoge a uno con la llegada de la aurora, que es a su manera, el cambio de marea.
Dicen que la gente que está agonizando muere generalmente con el cambio de la aurora o
con el cambio de la marea; y cualquiera que haya estado cansado y obligado a mantenerse
en su puesto, ha experimentado este cambio en la atmósfera y puede creerlo. De pronto,
escuchamos el cántico de un gallo, llegando con sobrenatural estridencia a través de la
clara mañana; el conde Drácula saltó sobre sus pies, y dijo:
-¡Pues ya llegó otra vez la mañana! Soy muy abusivo obligándole a que se quede
despierto tanto tiempo. Debe usted hacer su conversación acerca de mi querido nuevo país
Inglaterra menos interesante, para que yo no olvide cómo vuela el tiempo entre nosotros.
Y dicho esto, haciendo una reverencia muy cortés, se alejó rápidamente.
Yo entré en mi cuarto y abrí las cortinas, pero había poco que observar; mi ventana daba
al patio central, y todo lo que pude ver fue el caluroso gris del cielo despejado. Así es
que volví a cerrar las ventanas, y he escrito lo relativo a este día.

8 de mayo. Cuando comencé a escribir este libro temí que me estuviese explayando
demasiado; pero ahora me complace haber entrado en detalle desde un principio, pues
hay algo tan extraño acerca de este lugar y de todas las cosas que suceden, que no puedo
sino sentirme inquieto. Desearía estar lejos

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de aquí, o jamás haber venido. Puede ser que esta extraña existencia de noche me esté
afectando, ¡pero cómo desearía que eso fuese todo! Si hubiese alguien con quien pudiera
hablar creo que lo soportaría, pero no hay nadie. Sólo tengo al conde para hablar, ¡y
él...! Temo ser la única alma viviente el lugar. Permítaseme ser prosaico tanto como los
hechos lo sean; me ayudará esto mucho a soportar la situación; y la imaginación no debe
corromperse conmigo. Si lo hace, estoy perdido. Digamos de una vez por todas en qué
situación me encuentro, o parezco encontrarme.
Dormí sólo unas cuantas horas al ir a la cama, y sintiendo que no podía dormir más, me
levanté. Colgué mi espejo de afeitar en la ventana y apenas estaba comenzando a
afeitarme. De pronto, sentí una mano sobre mi hombro, y escuché la voz del conde
diciéndome: "Buenos días." Me sobresaltó, pues me maravilló que no lo hubiera visto, ya
que la imagen del espejo cubría la totalidad del cuarto detrás de mí. Debido al sobresalto
me corté ligeramente, pero de momento no lo noté. Habiendo contestado al saludo del
conde, me volví al espejo para ver cómo me había equivocado. Esta vez no podía haber
ningún error, pues el hombre estaba cerca de mí y yo podía verlo por sobre mi hombro
¡pero no había ninguna imagen de él en el espejo! Todo el cuarto detrás de mí estaba
reflejado, pero no había en él señal de ningún hombre, a excepción de mí mismo. Esto era
sorprendente, y, sumado a la gran cantidad de cosas raras que ya habían sucedido,
comenzó a incrementar ese vago sentimiento de inquietud que siempre tengo cuando el
conde está cerca. Pero en ese instante vi que la herida había sangrado ligeramente y que
un hilillo de sangre bajaba por mi mentón. Deposité la navaja de afeitar, y al hacerlo me di
media vuelta buscando un emplasto adhesivo. Cuando el conde vio mi cara, sus ojos
relumbraron con una especie de furia demoníaca, y repentinamente se lanzó sobre mi
garganta. Yo retrocedí y su mano tocó la cadena del rosario que sostenía el crucifijo. Hizo
un cambio instantáneo en él, pues la furia le pasó tan rápidamente que apenas podía yo
creer que jamás la hubiera sentido.
-Tenga cuidado -dijo él-, tenga cuidado de no cortarse. Es más peligroso de lo que usted
cree en este país -añadió, tomando el espejo de afeitar-. Y esta maldita cosa es la que ha
hecho el follón. Es una burbuja podrida de la vanidad del hombre. ¡Lejos con ella!
Al decir esto abrió la pesada ventana y con un tirón de su horrible mano lanzó por
ella el espejo, que se hizo añicos en las piedras del patio interior situado en el fondo.
Luego se retiró sin decir palabra. Todo esto es muy enojoso, porque ahora no veo cómo
voy a poder afeitarme, a menos que use la caja de mi reloj o el fondo de mi vasija de
afeitar, que afortunadamente es de metal.
Cuando entré al comedor el desayuno estaba preparado; pero no pude encontrar al conde
por ningún lugar. Así es que desayuné solo. Es extraño que hasta ahora todavía no he visto
al conde comer o beber. ¡Debe ser un hombre muy peculiar! Después del desayuno hice
una pequeña exploración en el castillo. Subí por las gradas y encontré un cuarto que
miraba hacia el sur. La vista era magnífica, y desde donde yo me encontraba tenía toda la
oportunidad para apreciarla. El castillo se encuentra al mismo borde de un terrible
precipicio. ¡Una piedra cayendo desde la ventana puede descender mil pies sin tocar nada!
Tan lejos como el ojo alcanza a divisar, solo se ve un mar de verdes copas de árboles,
con alguna grieta ocasional donde hay un abismo. Aquí y allí se ven hilos de plata de los
ríos que pasan por profundos desfiladeros a través del bosque.
Pero no estoy con ánimo para describir tanta belleza, pues cuando hube contemplado la
vista exploré un poco más; por todos lados puertas, puertas, puertas, todas cerradas y con
llave. No hay ningún lugar, a excepción de las ventanas en las paredes del castillo, por el
cual se pueda salir.
¡El castillo es en verdad una prisión, y yo soy un prisionero! III.- DEL

DIARIO DE JONATHAN HARKER (continuación)

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Cuando me di cuenta de que era un prisionero, una especie de sensación salvaje se
apoderó de mí. Corrí arriba y abajo por las escaleras, pulsando cada puerta y mirando a
través de cada ventana que encontraba; pero después de un rato la convicción de mi
impotencia se sobrepuso a todos mis otros sentimientos. Ahora, después de unas horas,
cuando pienso en ello me imagino que debo haber estado loco, pues me comporté muy
semejante a una rata cogida en una trampa. Sin embargo, cuando tuve la convicción de
que era impotente, me senté tranquilamente, tan tranquilamente como jamás lo he
hecho en mi vida, y comencé a pensar que era lo mejor que podía hacer. De una cosa sí
estoy seguro: que no tiene sentido dar a conocer mis ideas al conde. Él sabe perfectamente
que estoy atrapado; y como él mismo es quien lo ha hecho, e indudablemente tiene sus
motivos para ello, si le confieso completamente mi situación sólo tratará de engañarme.
Por lo que hasta aquí puedo ver, mi único plan será mantener mis conocimientos y mis
temores para mí mismo, y mis ojos abiertos. Sé que o estoy siendo engañado como un
niño, por mis propios temores, o estoy en un aprieto; y si esto último es lo verdadero,
necesito y necesitaré todos mis sesos para poder salir adelante.
Apenas había llegado a esta conclusión cuando oí que la gran puerta de abajo se cerraba, y
supe que el conde había regresado. No llegó de inmediato a la biblioteca, por lo que yo
cautelosamente regresé a mi cuarto, y lo encontré arreglándome la cama. Esto era raro,
pero sólo confirmó lo que yo ya había estado sospechando durante bastante tiempo: en la
casa no había sirvientes. Cuando después lo vi a través de la hendidura de los goznes de la
puerta arreglando la mesa en el comedor, ya no tuve ninguna duda; pues si él se
encargaba de hacer todos aquellos oficios minúsculos, seguramente era la prueba de que
no había nadie más en el castillo, y el mismo conde debió haber sido el cochero que me
trajo en la calesa hasta aquí. Esto es un pensamiento terrible; pues si es así, significa que
puede controlar a los lobos, tal como lo hizo, por el solo hecho de levantar la mano en
silencio. ¿Por qué habrá sido que toda la gente en Bistritz y en el coche sentían tanto
temor por mí?
¿Qué significado le daban al crucifijo, al ajo, a la rosa salvaje, al fresno de montaña?
¡Bendita sea aquella buena mujer que me colgó el crucifijo alrededor del cuello! Me da
consuelo y fuerza cada vez que lo toco. Es divertido que una cosa a la cual me enseñaron
que debía ver con desagrado y como algo idolátrico pueda ser de ayuda en tiempo de
soledad y problemas. ¿Es que hay algo en la esencia misma de la cosa, o es que es un
medio, una ayuda tangible que evoca el recuerdo de simpatías y consuelos? Puede ser que
alguna vez deba examinar este asunto y tratar de decirme acerca de él. Mientras
tanto debo averiguar todo lo que pueda sobre el conde Drácula, pues eso me puede ayudar
a comprender. Esta noche lo haré que hable sobre él mismo, volteando la conversación en
esa dirección. Sin embargo, debo ser muy cuidadoso para no despertar sus sospechas.
Medianoche. He tenido una larga conversación con el conde. Le hice unas cuantas
preguntas acerca de la historia de Transilvania, y él respondió al tema en forma
maravillosa. Al hablar de cosas y personas, y especialmente de batallas, habló como si
hubiese estado presente en todas ellas. Esto me lo explicó posteriormente diciendo que
para un boyar el orgullo de su casa y su nombre es su propio orgullo, que la gloria de ellos
es su propia gloria, que el destino de ellos es su propio destino. Siempre que habló de su
casa se refería a ella diciendo "nosotros", y casi todo el tiempo habló en plural, tal
como hablan los reyes. Me gustaría poder escribir aquí exactamente todo lo que él dijo,
pues para mí resulta extremadamente fascinante. Parecía estar ahí toda la historia del país.
A medida que hablaba se fue excitando, y se paseó por el cuarto tirando de sus grandes
bigotes blancos y sujetando todo lo que tenía en sus manos como si fuese a estrujar lo a
pura fuerza. Dijo una

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cosa que trataré de describir lo más exactamente posible que pueda; pues a su manera, en
ella está narrada toda la historia de su raza:
"Nosotros los escequelios tenemos derecho a estar orgullosos, pues por nuestras venas
circula la sangre de muchas razas bravías que pelearon como pelean los leones por su
señorío. Aquí, en el torbellino de las razas europeas, la tribu ugric trajo desde Islandia el
espíritu de lucha que Thor y Wodin les habían dado, y cuyos bersequers demostraron tan
clara e intensamente en las costas de Europa (¿qué digo?, y de Asia y de África también)
que la misma gente creyó que habían llegado los propios hombres- lobos.
Aquí también, cuando llegaron, encontraron a los hunos, cuya furia guerrera había barrido
la tierra como una llama viviente, de tal manera que la gente moribunda creía que en
sus venas corría la sangre de aquellas brujas antiguas, quienes expulsadas de
Seythia se acoplaron con los diablos en el desierto. ¡Tontos, tontos! ¿Qué diablo o qué
bruja ha sido alguna vez tan grande como Atila, cuya sangre está en estas venas? -dijo,
levantando sus brazos -. ¿Puede ser extraño que nosotros seamos una raza conquistadora;
que seamos orgullosos; que cuando los magiares, los lombardos, los avares, los búlgaros o
los turcos se lanzaron por miles sobre nuestras fronteras nosotros los hayamos rechazado?
¿Es extraño que cuando Arpad y sus legiones se desparramaron por la patria húngara nos
encontraran aquí al llegar a la frontera; que el Honfoglalas se completara aquí? Y cuando la
inundación húngara se desplazó hacia el este, los escequelios fueron proclamados parientes
por los misteriosos magiares, y fue a nosotros durante siglos que se nos confió la guardia
de la frontera de Turquía. Hay más que eso todavía, el interminable deber de la guardia
de la frontera, pues como dicen los turcos el agua duerme, y el enemigo vela. ¿Quién
más feliz que nosotros entre las cuatro naciones recibió "la espada ensangrentada", o corrió
más rápidamente al lado del rey cuando éste lanzaba su grito de guerra? ¿Cuándo fue
redimida la gran vergüenza de la nación, la vergüenza de Cassova, cuando las banderas de
los valacos y de los magiares cayeron abatidas bajo la creciente? ¿Quién fue sino uno de
mi propia raza que bajo el nombre de Voivode cruzó el Danubio y batió a los turcos en
su propia tierra? ¡Este era indudablemente un Drácula! ¿Quién fue aquel que a su propio
hermano indigno, cuando hubo caído, vendió su gente a los turcos y trajo sobre ellos la
vergüenza de la esclavitud? ¡No fue, pues, este Drácula, quien inspiró a aquel otro de
su raza que en edades posteriores llevó una y otra vez a sus fuerzas sobre el gran río y
dentro de Turquía; que, cuando era derrotado regresaba una y otra vez, aunque tuviera
que ir solo al sangriento campo donde sus tropas estaban siendo mortalmente
destrozadas, porque sabía que sólo él podía garantizar el triunfo! Dicen que él solo
pensaba en él mismo.
¡Bah! ¿De qué sirven los campesinos sin un jefe? ¿En qué termina una guerra que no tiene
un cerebro y un corazón que la dirija? Más todavía, cuando, después de la batalla de
Mohacs, nos sacudimos el yugo húngaro, nosotros los de sangre Drácula estábamos entre
sus dirigentes, pues nuestro espíritu no podía soportar que no fuésemos libres. Ah, joven
amigo, los escequelios (y los Drácula como la sangre de su corazón, su cerebro y sus
espadas) pueden enorgullecerse de una tradición que los retoños de los hongos como los
Hapsburgo y los Romanoff nunca pueden alcanzar. Los días de guerra ya terminaron. La
sangre es una cosa demasiado preciosa en estos días de paz deshonorable; y las glorias de
las grandes razas son como un cuento que se narra.
Para aquel tiempo ya se estaba acercando la mañana, y nos fuimos a acostar. (Rec., este
diario parece tan horrible como el comienzo de las "Noches Árabes", pues todo tiene que
suspenderse al cantar el gallo -o como el fantasma del padre de Hamlet.)

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12 de mayo. Permítaseme comenzar con hechos, con meros y escuetos hechos, verificados
con libros y números, y de los cuales no puede haber duda alguna. No debo confundirlos
con experiencias que tendrán que descansar en mi propia observación, o en mi memoria de
ellas. Anoche, cuando el conde llegó de su cuarto, comenzó por hacerme preguntas de
asuntos legales y en la manera en que se tramitaban cierta clase de negocios. Había
pasado el día fatigadamente sobre libros y, simplemente para mantener mi mente ocupada,
comencé a reflexionar sobre algunas cosas que había estado examinando en la posada de
Lincoln. Hay un cierto método en las pesquisas del conde, de tal manera que trataré de
ponerlas en su orden de sucesión. El conocimiento puede de alguna forma y alguna vez
serme útil.
Primero me preguntó si un hombre en Inglaterra puede tener dos procuradores o más. Le
dije que si deseaba podía tener una docena, pero que no sería oportuno tener más de un
procurador empleado en una transacción, debido a que sólo podía actuar uno cada vez, y
que estarlos cambiando sería seguro actuar en contra de su interés. Pareció que entendió
bien lo que le quería decir y continuó preguntándome si habría una dificultad práctica al
tener un hombre atendiendo, digamos, las finanzas, y a otro preocupándose por los
embarques, en caso de que se necesitara ayuda local en un lugar lejano de la casa del
procurador financiero. Yo le pedí que me explicara más completamente, de tal manera que
no hubiera oportunidad de que yo pudiera darle un juicio erróneo. Entonces dijo:
-Pondré un ejemplo. Su amigo y mío, el señor Peter Hawkins, desde la sombra de su
bella catedral en Exéter, que queda bastante retirada de Londres, compra para mí a
través de sus buenos oficios una propiedad en Londres. ¡Muy bien! Ahora déjeme decirle
francamente, a menos que usted piense que es muy extraño que yo haya solicitado los
servicios de alguien tan lejos de Londres, en lugar de otra persona residente ahí, que mi
único motivo fue que ningún interés local fuese servido excepto mis propios deseos. Y como
alguien residiendo en Londres pudiera tener, tal vez, algún propósito para sí o para amigos
a quienes sirve, busqué a mi agente en la campiña, cuyos trabajos sólo serían para mi
interés. Ahora, supongamos, yo, que tengo muchos asuntos pendientes, deseo embarcar
algunas cosas, digamos, a Newcastle, o Durham, o Harwich, o Dover, ¿no podría ser que
fuese más fácil hacerlo consignándolas a uno de estos puertos?
Yo le respondí que era seguro que sería más fácil, pero que nosotros los procuradores
teníamos un sistema de agencias de unos a otros, de tal manera que el trabajo local podía
hacerse localmente bajo instrucción de cualquier procurador, por lo que el cliente,
poniéndose simplemente en las manos de un hombre, podía ver que sus deseos se
cumplieran sin tomarse más molestias.
-Pero -dijo él-, yo tendría la libertad de dirigirme a mí mismo. ¿No es así?
-Por supuesto -le repliqué -; y así hacen muchas veces hombres de negocios, quienes no
desean que la totalidad de sus asuntos sean conocidos por una sola persona.
-¡Magnífico! -exclamó.
Y entonces pasó a preguntarme acerca de los medios para enviar cosas en consignación y
las formas por las cuales se tenían que pasar, y toda clase de dificultades que pudiesen
sobrevenir, pero que pudiesen ser previstas pensándolas de antemano. Le expliqué todas
sus preguntas con la mejor de mis habilidades, y ciertamente me dejó bajo la impresión de
que hubiese sido un magnífico procurador, pues no había nada que no pensase o previese.
Para un hombre que nunca había estado en el país, y que evidentemente no se ocupaba
mucho en asuntos de negocios, sus conocimientos y perspicacia eran maravillosos. Cuando
quedó satisfecho con esos puntos de los cuales había hablado, y yo había verificado todo
también con los libros que tenía a mano, se puso repentinamente de pie y dijo:
-¿Ha escrito desde su primera carta a nuestro amigo el señor Peter Hawkins, o a cualquier
otro?

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Fue con cierta amargura en mi corazón que le respondí que no, ya que hasta entonces no
había visto ninguna oportunidad de enviarle cartas a nadie.
-Entonces escriba ahora, mi joven amigo -me dijo, poniendo su pesada mano sobre mi
hombre-; escriba a nuestro amigo y a cualquier otro; y diga, si le place, que usted se
quedara conmigo durante un mes más a partir de hoy.
-¿Desea usted que yo me quede tanto tiempo? -le pregunté, pues mi corazón se heló con la
idea.
-Lo deseo mucho; no, más bien, no acepto negativas. Cuando su señor, su patrón, como
usted quiera, encargó que alguien viniese en su nombre, se entendió que solo debían
consultarse mis necesidades. Yo no he escatimado,
¿no es así?
¿Qué podía hacer yo sino inclinarme y aceptar? Era el interés del señor Hawkins y no el
mío, y yo tenía que pensar en él, no en mí. Y además, mientras el conde Drácula
estaba hablando, había en sus ojos y en sus ademanes algo que me hacía recordar
que era su prisionero, y que aunque deseara realmente no tenía dónde escoger. El conde
vio su victoria en mi reverencia y su dominio en la angustia de mi rostro, pues de
inmediato comenzó a usar ambos, pero en su propia manera suave e irresistible.
-Le suplico, mi buen joven amigo, que no hable de otras cosas sino de negocios en sus
cartas. Indudablemente que le gustará a sus amigos saber que usted se encuentra bien, y
que usted está ansioso de regresar a casa con ellos, ¿no es así?
Mientras hablaba me entregó tres hojas de papel y tres sobres. Eran finos, destinados al
correo extranjero, y al verlos, y al verlo a él, notando su tranquila sonrisa con los agudos
dientes caninos sobresaliéndole sobre los rojos labios inferiores, comprendí también como
si se me hubiese dicho con palabras que debía tener bastante prudencia con lo que
escribía, pues él iba a leer su contenido. Por lo tanto, tomé la determinación de
escribir por ahora sólo unas notas normales, pero escribirle detalladamente al señor
Hawkins en secreto. Y también a Mina, pues a ella le podía escribir en taquigrafía, lo cual
seguramente dejaría perplejo al conde si leía la carta. Una vez que hube escrito mis dos
cartas, me senté calmadamente, leyendo un libro mientras el conde escribía varias
notas, acudiendo mientras las escribía a algunos libros sobre su mesa. Luego tomó mis
dos cartas y las colocó con las de él, y guardó los utensilios con que había escrito. En el
instante en que la puerta se cerró tras él, yo me incliné y miré los sobres que estaban boca
abajo sobre la mesa. No sentí ningún escrúpulo en hacer esto, pues bajo las
circunstancias sentía que debía protegerme de cualquier manera posible.
Una de las cartas estaba dirigida a Samuel F. Billington, número 7, La Creciente, Whitby;
otra a herr Leutner, Varna; la tercera era para Coutts & Co., Londres, y la cuarta para
Herren Klopstock & Billreuth, banqueros, Budapest. La segunda y la cuarta no estaban
cerradas. Estaba a punto de verlas cuando noté que la perilla de la puerta se movía.
Me dejé caer sobre mi asiento, teniendo apenas el tiempo necesario para colocar las cartas
como habían estado y para reiniciar la lectura de mi libro, antes de que el conde entrara
llevando todavía otra carta en la mano. Tomó todas las otras misivas que estaban sobre la
mesa y las estampó cuidadosamente, y luego, volviéndose a mí, dijo:
-Confío en que usted me perdonará, pero tengo mucho trabajo en privado que hacer esta
noche. Espero que usted encuentre todas las cosas que necesita.
Ya en la puerta se volvió, y después de un momento de pausa, dijo:
-Permítame que le aconseje, mi querido joven amigo; no, permítame que le advierta con
toda seriedad que en caso de que usted deje estos cuartos, por ningún motivo se quede
dormido en cualquier otra parte del castillo. Es viejo y tiene muchas memorias, y hay
muchas pesadillas para aquellos que no duermen sabiamente. ¡Se lo advierto! En caso de
que el sueño lo dominase ahora o en otra oportunidad o esté a punto de dominarlo,
regrese deprisa a su propia

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habitación o a estos cuartos, pues entonces podrá descansar a salvo. Pero no siendo usted
cuidadoso a este respecto, entonces... -terminó su discurso de una manera horripilante,
pues hizo un movimiento con las manos como si se las estuviera lavando.
Yo casi le entendí. Mi única duda era de si cualquier sueño pudiera ser más terrible que la
red sobrenatural, horrible, de tenebrosidad y misterio que parecía estarse cerrando a mi
alrededor.
Más tarde. Endoso las últimas palabras escritas, pero esta vez no hay ninguna duda en el
asunto. No tendré ningún miedo de dormir en cualquier lugar donde él no esté. He colocado
el crucifijo sobre la cabeza de mi cama porque así me imagino que mi descanso está más
libre de pesadillas. Y ahí permanecerá.
Cuando me dejó, yo me dirigí a mi cuarto. Después de cierto tiempo, al no escuchar ningún
ruido, salí y subí al graderío de piedras desde donde podía ver hacia el sur. Había
cierto sentido de la libertad en esta vasta extensión, aunque me fuese inaccesible,
comparada con la estrecha oscuridad del patio interior. Al mirar hacia afuera, sentí sin
ninguna duda que estaba prisionero, y me pareció que necesitaba un respiro de aire fresco,
aunque fuese en la noche. Estoy comenzando a sentir que esta existencia nocturna me está
afectando. Me está destruyendo mis nervios. Me asusto de mi propia sombra, y estoy lleno
de toda clase de terribles imaginaciones. ¡Dios sabe muy bien que hay motivos para mi
terrible miedo en este maldito lugar! Miré el bello paisaje, bañado en la tenue luz amarilla
de la luna, hasta que casi era como la luz del día. En la suave penumbra las colinas
distantes se derretían, y las sombras se perdían en los valles y hondonadas de un negro
aterciopelado. La mera belleza pareció alegrarme; había paz y consuelo en cada
respiración que inhalaba. Al reclinarme sobre la ventana mi ojo fue captado por algo que se
movía un piso más abajo y algo hacia mi izquierda, donde imagino, por el orden de las
habitaciones, que estarían las ventanas del cuarto del propio conde. La ventana en la cual
yo me encontraba era alta y profunda, cavada en piedra, y aunque el tiempo y el
clima la habían gastado, todavía estaba completa. Pero evidentemente hacía mucho que
el marco había desaparecido. Me coloqué detrás del cuadro de piedras y miré atentamente.
Lo que vi fue la cabeza del conde saliendo de la ventana. No le vi la cara, pero supe que
era él por el cuello y el movimiento de su espalda y sus brazos. De cualquier modo,
no podía confundir aquellas manos, las cuales había estudiado en tantas oportunidades.
En un principio me mostré interesado y hasta cierto punto entretenido, pues es maravilloso
cómo una pequeña cosa puede interesar y entretener a un hombre que se encuentra
prisionero. Pero mis propias sensaciones se tornaron en repulsión y terror cuando vi que
todo el hombre emergía lentamente de la ventana y comenzaba a arrastrarse por la pared
del castillo, sobre el profundo abismo, con la cabeza hacia abajo y con su manto extendido
sobre él a manera de grandes alas. Al principio no daba crédito a mis ojos. Pensé que se
trataba de un truco de la luz de la luna, algún malévolo efecto de sombras. Pero continué
mirando y no podía ser ningún engaño. Vi cómo los dedos de las manos y de los pies se
sujetaban de las esquinas de las piedras, desgastadas claramente de la argamasa por el
paso de los años, y así usando cada proyección y desigualdad, se movían hacia abajo a una
considerable velocidad, de la misma manera en que una lagartija camina por las
paredes.
¿Qué clase de hombre es éste, o qué clase de ente con apariencia de hombre? Siento que
el terror de este horrible lugar me esta dominando; tengo miedo, mucho miedo, de que no
haya escape posible para mí. Estoy rodeado de tales terrores que no me atrevo a pensar en
ellos...

15 de mayo. Una vez más he visto al conde deslizarse como lagartija. Caminó hacia abajo,
un poco de lado, durante unos cien pies y tendiendo hacia la izquierda. Allí desapareció en
un agujero o ventana. Cuando su cabeza hubo

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desaparecido, me incliné hacia afuera tratando de ver más, pero sin resultado, ya que la
distancia era demasiado grande como para proporcionarme un ángulo visual favorable.
Pero entonces ya sabía yo que había abandonado el castillo, y pensé que debía aprovechar
la oportunidad para explorar más de lo que hasta entonces me había atrevido a ver.
Regresé al cuarto, y tomando una lámpara, probé todas las puertas. Todas estaban
cerradas con llave, tal como lo había esperado, y las cerraduras eran comparativamente
nuevas. Entonces, descendí por las gradas de piedra al corredor por donde había entrado
originalmente.
Encontré que podía retirar suficientemente fácil los cerrojos y destrabar las grandes
cadenas; ¡pero la puerta estaba bien cerrada y no había ninguna llave! La llave debía
estar en el cuarto del conde. Tengo que vigilar en caso de que su puerta esté sin llave, de
manera que pueda conseguirla y escaparme. Continué haciendo un minucioso examen de
varias escalinatas y pasadizos y pulsé todas las puertas que estaban ante ellos. Una o dos
habitaciones cerca del corredor estaban abiertas, pero no había nada en ellas, nada que ver
excepto viejos muebles, polvorientos por el viento y carcomidos de la polilla.
Por fin, sin embargo, encontré una puerta al final de la escalera, la cual, aunque parecía
estar cerrada con llave, cedió un poco a la presión. La empujó más fuertemente y descubrí
que en verdad no estaba cerrada con llave, sino que la resistencia provenía de que los
goznes se habían caído un poco y que la pesada puerta descansaba sobre el suelo. Allí
había una oportunidad que bien pudiera ser única, de tal manera que hice un esfuerzo
supremo, y después de muchos intentos la forcé hacia atrás de manera que podía entrar.
Me encontraba en aquellos momentos en un ala del castillo mucho más a la derecha que los
cuartos que conocía y un piso más abajo. Desde las ventanas pude ver que la serie de
cuartos estaban situados a lo largo hacia el sur del castillo, con las ventanas de la
última habitación viendo tanto al este como al sur. De ese último lado, tanto como
del anterior, había un gran precipicio. El castillo estaba construido en la esquina de una
gran peña, de tal manera que era casi inexpugnable en tres de sus lados, y grandes
ventanas estaban colocadas aquí donde ni la onda, ni el arco, ni la culebrina podían
alcanzar, siendo aseguradas así luz y comodidad, a una posición que tenía que ser
resguardada. Hacia el oeste había un gran valle, y luego, levantándose allá muy lejos, una
gran cadena de montañas dentadas, elevándose pico a pico, donde la piedra desnuda
estaba salpicada por fresnos de montaña y abrojos, cuyas raíces se agarraban de las
rendijas, hendiduras y rajaduras de las piedras. Esta era evidentemente la porción del
castillo ocupada en días pasados por las damas, pues los muebles tenían un aire más
cómodo del que hasta entonces había visto. Las ventanas no tenían cortinas, y la
amarilla luz de la luna reflejándose en las hondonadas diamantinas, permitía incluso
distinguir los colores, mientras suavizaba la cantidad de polvo que yacía sobre todo, y en
alguna medida disfrazaba los efectos del tiempo y la polilla. Mi lámpara tenía poco
efecto en la brillante luz de la luna, pero yo estaba alegre de tenerla conmigo, pues en
el lugar había una tenebrosa soledad que hacía temblar mi corazón y mis nervios. A
pesar de todo era mejor que vivir solo en los cuartos que había llegado a odiar debido a la
presencia del conde, y después de tratar un poco de dominar mis nervios, me sentí
sobrecogido por una suave tranquilidad. Y aquí me encuentro, sentado en una pequeña
mesa de roble donde en tiempos antiguos alguna bella dama solía tomar la pluma, con
muchos pensamientos y más rubores, para mal escribir su carta de amor, escribiendo en
mi diario en taquigrafía todo lo que ha pasado desde que lo cerré por última vez. Es el
siglo XIX, muy moderno, con toda su alma. Y sin embargo, a menos que mis sentidos me
engañen, los siglos pasados tuvieron y tienen poderes peculiares de ellos, que la mera
"modernidad" no puede matar.

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Más tarde: mañana del 16 de mayo. Dios me preserve cuerdo, pues a esto estoy reducido.
Seguridad, y confianza en la seguridad, son cosas del pasado. Mientras yo viva aquí sólo
hay una cosa que desear, y es que no me vuelva loco, si de hecho no estoy loco ya. Si
estoy cuerdo, entonces es desde luego enloquecedor pensar que de todas las cosas
podridas que se arrastran en este odioso lugar, el conde es la menos tenebrosa para mí;
que sólo en él puedo yo buscar la seguridad, aunque ésta sólo sea mientras pueda servir a
sus propósitos. ¡Gran Dios, Dios piadoso! Dadme la calma, pues en esa dirección
indudablemente me espera la locura. Empiezo a ver nuevas luces sobre ciertas cosas que
antes me tenían perplejo. Hasta ahora no sabía verdaderamente lo que quería dar a
entender Shakespeare cuando hizo que Hamlet dijera:
"¡Mis libretas, pronto, mis libretas! es
imprescindible que lo escriba", etc.,
pues ahora, sintiendo como si mi cerebro estuviese desquiciado o como si hubiese llegado
el golpe que terminará en su trastorno, me vuelvo a mi diario buscando reposo. El hábito
de anotar todo minuciosamente debe ayudarme a tranquilizar.
La misteriosa advertencia del conde me asustó; pero más me asusta ahora cuando
pienso en ella, pues para lo futuro tiene un terrorífico poder sobre mí. ¡Tendré dudas de
todo lo que me diga! Una vez que hube escrito en mi diario y que hube colocado
nuevamente la pluma y el libro en el bolsillo, me sentí soñoliento. Recordé inmediatamente
la advertencia del conde, pero fue un placer desobedecerla. La sensación de sueño me
había aletargado, y con ella la obstinación que trae el sueño como un forastero. La suave
luz de la luna me calmaba, y la vasta extensión afuera me daba una sensación de
libertad que me refrescaba. Hice la determinación de no regresar aquella noche a las
habitaciones llenas de espantos, sino que dormir aquí donde, antaño, damas se habían
sentado y cantado y habían vivido dulces vidas mientras sus suaves pechos se entristecían
por los hombres alejados en medio de guerras cruentas. Saqué una amplia cama de su
puesto cerca de una esquina, para poder, al acostarme, mirar el hermoso paisaje al este y
al sur, y sin pensar y sin tener en cuenta el polvo, me dispuse a dormir. Supongo que debo
haberme quedado dormido; así lo espero, pero temo, pues todo lo que siguió fue tan
extraordinariamente real, tan real, que ahora sentado aquí a plena luz del sol de la
mañana, no puedo pensar de ninguna manera que estaba dormido.
No estaba solo. El cuarto estaba lo mismo, sin ningún cambio de ninguna clase desde que
yo había entrado en él; a la luz de la brillante luz de la luna podía ver mis propias pisadas
marcadas donde había perturbado la larga acumulación de polvo. En la luz de la luna al
lado opuesto donde yo me encontraba estaban tres jóvenes mujeres, mejor dicho tres
damas, debido a su vestido y a su porte. En el momento en que las vi pensé que estaba
soñando, pues, aunque la luz de la luna estaba detrás de ellas, no proyectaban ninguna
sombra sobre el suelo. Se me acercaron y me miraron por un tiempo, y entonces
comenzaron a murmurar entre ellas. Dos eran de pelo oscuro y tenían altas narices
aguileñas, como el conde, y grandes y penetrantes ojos negros, que casi parecían ser rojos
contrastando con la pálida luna amarilla. La otra era rubia; increíblemente rubia, con
grandes mechones de dorado pelo ondulado y ojos como pálidos zafiros. Me pareció que
de alguna manera yo conocía su cara, y que la conocía en relación con algún sueño
tenebroso, pero de momento no pude recordar dónde ni cómo. Las tres tenían dientes
blancos brillantes que refulgían como perlas contra el rubí de sus labios voluptuosos.
Algo había en ellas que me hizo sentirme inquieto; un miedo a la vez nostálgico y mortal.
Sentí en mi corazón un deseo malévolo, llameante, de que me besaran con esos labios
rojos. No está bien que yo anote esto, en caso de que algún día encuentre los ojos de Mina
y la haga padecer; pero es la verdad. Murmuraron entre sí, y entonces las tres rieron, con
una risa argentina, musical, pero tan dura como si su sonido jamás hubiese pasado a
través de la

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suavidad de unos labios humanos. Era como la dulzura intolerable, tintineante, de los
vasos de agua cuando son tocados por una mano diestra. La mujer rubia sacudió
coquetamente la cabeza, y las otras dos insistieron en ella. Una dijo:
-¡Adelante! Tú vas primero y nosotras te seguimos; tuyo es el derecho de comenzar.
La otra agregó:
-Es joven y fuerte. Hay besos para todas.
Yo permanecí quieto, mirando bajo mis pestañas la agonía de una deliciosa expectación. La
muchacha rubia avanzó y se inclinó sobre mí hasta que pude sentir el movimiento de su
aliento sobre mi rostro. En un sentido era dulce, dulce como la miel, y enviaba, como su
voz, el mismo tintineo a través de los nervios, pero con una amargura debajo de lo dulce,
una amargura ofensiva como la que se huele en la sangre.
Tuve miedo de levantar mis párpados, pero miré y vi perfectamente debajo de las
pestañas. La muchacha se arrodilló y se inclinó sobre mí, regocijándose simplemente.
Había una voluptuosidad deliberada que era a la vez maravillosa y repulsiva, y en el
momento en que dobló su cuello se relamió los labios como un animal, de manera que
pude ver la humedad brillando en sus labios escarlata a la luz de la luna y la lengua roja
cuando golpeaba sus blancos y agudos dientes. Su cabeza descendió y descendió a medida
que los labios pasaron a lo largo de mi boca y mentón, y parecieron posarse sobre mi
garganta. Entonces hizo una pausa y pude escuchar el agitado sonido de su lengua que
lamía sus dientes y labios, y pude sentir el caliente aliento sobre mi cuello. Entonces la
piel de mi garganta comenzó a hormiguear como le sucede a la carne de uno cuando la
mano que le va a hacer cosquillas se acerca cada vez más y más. Pude sentir el toque
suave, tembloroso, de los labios en la piel supersensitiva de mi garganta, y la fuerte
presión de dos dientes agudos, simplemente tocándome y deteniéndose ahí; cerré mis
ojos en un lánguido éxtasis y esperé; esperé con el corazón latiéndome fuertemente.
Pero en ese instante, otra sensación me recorrió tan rápida como un
relámpago.
Fui consciente de la presencia del conde, y de su existencia como envuelto en una tormenta
de furia. Al abrirse mis ojos involuntariamente, vi su fuerte mano sujetando el delicado
cuello de la mujer rubia, y con el poder de un gigante arrastrándola hacia atrás, con sus
ojos azules transformados por la furia, los dientes blancos apretados por la ira y sus pálidas
mejillas encendidas por la pasión. ¡Pero el conde! Jamás imaginé yo tal arrebato y furia ni
en los demonios del infierno. Sus ojos positivamente despedían llamas. La roja luz en ellos
era espeluznante, como si detrás de ellos se encontraran las llamas del propio infierno. Su
rostro estaba mortalmente pálido y las líneas de él eran duras como alambres retorcidos;
las espesas cejas, que se unían sobre la nariz, parecían ahora una palanca de metal
incandescente y blanco. Con un fiero movimiento de su mano, lanzó a la mujer lejos de él,
y luego gesticuló ante las otras como si las estuviese rechazando; era el mismo gesto
imperioso que yo había visto se usara con los lobos. En una voz que, aunque baja y casi
un susurro, pareció cortar el aire y luego resonar por toda la habitación, les dijo:
-¿Cómo se atreve cualquiera de vosotras a tocarlo? ¿Cómo os atrevéis a poner vuestros
ojos sobre él cuando yo os lo he prohibido? ¡Atrás, os digo a todas!
¡Este hombre me pertenece! Cuidaos de meteros con él, o tendréis que véroslas conmigo.
La muchacha rubia, con una risa de coquetería rival, se volvió para responderle:
-Tú mismo jamás has amado; ¡tú nunca amas!
Al oír esto las otras mujeres le hicieron eco, y por el cuarto resonó una risa tan
lúgubre, dura y despiadada, que casi me desmayé al escucharla.

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Parecía el placer de los enemigos. Entonces el conde se volvió después de mirar
atentamente mi cara, y dijo en un suave susurro:
-Sí, yo también puedo amar; vosotras mismas lo sabéis por el pasado. ¿No es así? Bien,
ahora os prometo que cuando haya terminado con él os dejaré besarlo tanto como
queráis. ¡Ahora idos, idos! Debo despertarle porque hay trabajo que hacer.
-¿Es que no vamos a tener nada hoy por la noche? -preguntó una de ellas, con una risa
contenida, mientras señalaba hacia una bolsa que él había tirado sobre el suelo y que se
movía como si hubiese algo vivo allí.
Por toda respuesta, él hizo un movimiento de cabeza. Una de las mujeres saltó hacia
adelante y abrió la bolsa. Si mis oídos no me engañaron se escuchó un suspiro y un
lloriqueo como el de un niño de pecho. Las mujeres rodearon la bolsa, mientras yo
permanecía petrificado de miedo. Pero al mirar otra vez ya habían desaparecido, y con ellas
la horripilante bolsa. No había ninguna puerta cerca de ellas, y no es posible que hayan
pasado sobre mí sin yo haberlo notado. Pareció que simplemente se desvanecían en los
rayos de la luz de la luna y salían por la ventana, pues yo pude ver afuera las formas
tenues de sus sombras, un momento antes de que desaparecieran por completo.
Entonces el horror me sobrecogió, y me hundí en la inconsciencia. IV.- DEL

DIARIO DE JONATHAN HARKER (continuación)

Desperté en mi propia cama. Si es que no ha sido todo un sueño, el conde me debe de


haber traído en brazos hasta aquí. Traté de explicarme el suceso, pero no pude llegar
a ningún resultado claro. Para estar seguro, había ciertas pequeñas evidencias, tales
como que mi ropa estaba doblada y arreglada de manera extraña. Mi reloj no tenía
cuerda, y yo estoy rigurosamente acostumbrado a darle cuerda como última cosa antes de
acostarme, y otros detalles parecidos. Pero todas estas cosas no son ninguna prueba
definitiva, pues pueden ser evidencias de que mi mente no estaba en su estado normal, y,
por una u otra causa, la verdad es que había estado muy excitado. Tengo que observar
para probar. De una cosa me alegro: si fue el conde el que me trajo hasta aquí y me
desvistió, debe haberlo hecho todo deprisa, pues mis bolsillos estaban intactos. Estoy
seguro de que este diario hubiera sido para él un misterio que no hubiera soportado. Se lo
habría llevado o lo habría destruido. Al mirar en torno de este cuarto, aunque ha sido tan
intimidante para mí, veo que es ahora una especie de santuario, pues nada puede ser más
terrible que esas monstruosas mujeres que estaban allí - están esperando para chuparme
la sangre.

18 de mayo. He estado otra vez abajo para echar otra mirada al cuarto aprovechando la
luz del día, pues debo saber la verdad. Cuando llegué a la puerta al final de las gradas la
encontré cerrada. Había sido empujada con tal fuerza contra el batiente, que parte de
la madera se había astillado. Pude ver que el cerrojo de la puerta no se había corrido,
pero la puerta se encuentra atrancada por el lado de adentro. Temo que no haya sido un
sueño, y debo actuar de acuerdo con esta suposición.

19 de mayo. Es seguro que estoy en las redes. Anoche el conde me pidió, en el más suave
de los tonos, que escribiera tres cartas: una diciendo que mi trabajo aquí ya casi había
terminado, y que saldría para casa dentro de unos días; otra diciendo que salía a la
mañana siguiente de que escribía la carta, y una tercera afirmando que había dejado el
castillo y había llegado a Bistritz. De buena gana hubiese protestado, pero sentí que
en el actual estado de las cosas sería una locura tener un altercado con el conde, debido
a que me encuentro absolutamente en su poder; y negarme hubiera sido
despertar sus sospechas y excitar su cólera. Él sabe que yo sé demasiado, y

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que no debo vivir, pues sería peligroso para él; mi única probabilidad radica en prolongar
mis oportunidades.
Puede ocurrir algo que me dé una posibilidad de escapar. Vi en sus ojos algo de aquella ira
que se manifestó cuando arrojó a la mujer rubia lejos de sí. Me explicó que los empleos
eran pocos e inseguros, y que al escribir ahora seguramente le daría tranquilidad a mis
amigos; y me aseguró con tanta insistencia que enviaría las últimas cartas (las cuales
serían detenidas en Bistritz hasta el tiempo oportuno en caso de que el azar permitiera que
yo prolongara mi estancia) que oponérmele hubiera sido crear nuevas sospechas. Por lo
tanto, pretendí estar de acuerdo con sus puntos de vista y le pregunté qué fecha debía
poner en las cartas. Él calculó un minuto. Luego, dijo:
-La primera debe ser del 12 de junio, la segunda del 19 de junio y la tercera del 29 de
junio.
Ahora sé hasta cuando viviré. ¡Dios me ampare!

28 de mayo. Se me ofrece una oportunidad para escaparme, o al menos para enviar un par
de palabras a casa. Una banda de cíngaros ha venido al castillo y han acampado en el
patio interior. Estos no son otra cosa que gitanos; tengo ciertos datos de ellos en mi
libro. Son peculiares de esta parte del mundo, aunque se encuentran aliados a los gitanos
ordinarios en todos los países. Hay miles de ellos en Hungría y Transilvania viviendo casi
siempre al margen de la ley. Se adscriben por regla a algún noble o boyar, y se llaman a sí
mismos con el nombre de él. Son indomables y sin religión, salvo la superstición, y sólo
hablan sus propios dialectos.
Escribiré algunas cartas a mi casa y trataré de convencerlos de que las pongan en el
correo. Ya les he hablado a través de la ventana para comenzar a conocerlos. Se quitaron
los sombreros e hicieron muchas reverencias y señas, las cuales, sin embargo, no pude
entender más de lo que entiendo la lengua que hablan...
He escrito las cartas. La de Mina en taquigrafía, y simplemente le pido al señor Hawkins
que se comunique con ella. A ella le he explicado mi situación, pero sin los horrores que
sólo puedo suponer. Si le mostrara mi corazón, le daría un susto que hasta podría matarla.
En caso de que las cartas no pudiesen ser despachadas, el conde no podrá conocer mi
secreto ni tampoco el alcance de mis conocimientos...
He entregado las cartas; las lancé a través de los barrotes de mi ventana, con una
moneda de oro, e hice las señas que pude queriendo indicar que debían ponerlas en el
correo. El hombre que las recogió las apretó contra su corazón y se inclinó, y luego las
metió en su gorra. No pude hacer más. Regresé sigilosamente a la biblioteca y comencé a
leer. Como el conde no vino, he escrito aquí...
El conde ha venido. Se sentó a mi lado y me dijo con la más suave de las voces al tiempo
que abría dos cartas:
-Los gitanos me han dado éstas, de las cuales, aunque no sé de donde provienen, por
supuesto me ocuparé. ¡Ved! (debe haberla mirado antes), una es de usted, y dirigida a mi
amigo Peter Hawkins; la otra -y aquí vio él por primera vez los extraños símbolos al abrir el
sobre, y la turbia mirada le apareció en el rostro y sus ojos refulgieron malignamente-, la
otra es una cosa vil, ¡un insulto a la amistad y a la hospitalidad! No está firmada, así es que
no puede importarnos.
Y entonces, con gran calma, sostuvo la carta y el sobre en la llama de la lámpara hasta que
se consumieron. Después de eso, continuó:
-La carta para Hawkins, esa, por supuesto, ya que es suya, la enviaré. Sus cartas son
sagradas para mí. Perdone usted, mi amigo, que sin saberlo haya roto el sello. ¿No quiere
usted meterla en otro sobre?
Me extendió la carta, y con una reverencia cortés me dio un sobre limpio. Yo sólo pude
escribir nuevamente la dirección y se lo devolví en silencio.

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Cuando salió del cuarto escuché que la llave giraba suavemente. Un minuto después fui a
ella y traté de abrirla. La puerta estaba cerrada con llave.
Cuando, una o dos horas después, el conde entró silenciosamente en el cuarto, su llegada
me despertó, pues me había dormido en el sofá. Estuvo muy cortés y muy alegre a su
manera, y viendo que yo había dormido, dijo:
-¿De modo, mi amigo, que usted está cansado? Váyase a su cama. Allí es donde podrá
descansar más seguro. Puede que no tenga el placer de hablar por la noche con usted, ya
que tengo muchas tareas pendientes; pero deseo que duerma tranquilo.
Me fui a mi cuarto y me acosté en la cama; raro es de decir, dormí sin soñar. La
desesperación tiene sus propias calmas.

31 de mayo. Esta mañana, cuando desperté, pensé que sacaría algunos papeles y sobres
de mi portafolios y los guardaría en mi bolsillo, de manera que pudiera escribir en
caso de encontrar alguna oportunidad; pero otra vez una sorpresa me esperaba. ¡Una gran
sorpresa!
No pude encontrar ni un pedazo de papel. Todo había desaparecido, junto con mis notas,
mis apuntes relativos al ferrocarril y al viaje, mis credenciales. De hecho, todo lo que
me pudiera ser útil una vez que yo saliera del castillo. Me senté y reflexioné unos
instantes; entonces se me ocurrió una idea y me dirigí a buscar mi maleta ligera, y al
guardarropa donde había colocado mis trajes.
El traje con que había hecho el viaje había desaparecido, y también mi abrigo y mi manta;
no pude encontrar huellas de ellos por ningún lado. Esto me pareció una nueva villanía...

17 de junio. Esta mañana, mientras estaba sentado a la orilla de mi cama devanándome los
sesos, escuché afuera el restallido de unos látigos y el golpeteo de los cascos de unos
caballos a lo largo del sendero de piedra, más allá del patio. Con alegría me dirigí
rápidamente a la ventana y vi como entraban en el patio dos grandes diligencias, cada una
de ellas tirada por ocho briosos corceles, y a la cabeza de cada una de ellas un par de
eslovacos tocados con anchos sombreros, cinturones tachonados con grandes
clavos, sucias pieles de cordero y altas botas. También llevaban sus largas duelas en la
mano. Corrí hacia la puerta, intentando descender para tratar de alcanzarlos en el corredor
principal, que pensé debía estar abierto esperándolos. Una nueva sorpresa me esperaba:
mi puerta estaba atrancada por fuera.
Entonces, corrí hacia la ventana y les grité. Me miraron estúpidamente y señalaron hacia
mí, pero en esos instantes el "atamán" de los gitanos salió, y viendo que señalaban hacia
mi ventana, dijo algo, por lo que ellos se echaron a reír. Después de eso ningún esfuerzo
mío, ningún lastimero ni agonizante grito los movió a que me volvieran a ver.
Resueltamente me dieron la espalda y se alejaron. Los coches contenían grandes cajas
cuadradas, con agarraderas de cuerda gruesa; evidentemente estaban vacías por la
manera fácil con que los eslovacos las descargaron, y por la resonancia al arrastrarlas por
el suelo. Cuando todas estuvieron descargadas y agrupadas en un montón en una esquina
del patio, los eslovacos recibieron algún dinero del gitano, y después de escupir sobre él
para que les trajera suerte, cada uno se fue a su correspondiente carruaje, caminando
perezosamente. Poco después escuché el restallido de sus látigos morirse en la distancia.

24 de junio, antes del amanecer. Anoche el conde me dejó muy temprano y se encerró en
su propio cuarto. Tan pronto como me atreví, corrí subiendo por la escalera de caracol y
miré por la ventana que da hacia el sur. Pensé que debía vigilar al conde, pues algo
estaba sucediendo. Los gitanos están acampados en algún lugar del castillo y le están
haciendo algún trabajo. Lo sé, porque de vez en cuando escucho a lo lejos el apagado
ruido como de

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zapapicos y palas, y, sea lo que sea, debe ser la terminación de alguna horrenda villanía.
Había estado viendo por la ventana algo menos de media hora cuando vi que algo salía
de la ventana del conde. Retrocedí y observé cuidadosamente, y vi salir al hombre. Fue una
sorpresa para mí descubrir que se había puesto el traje que yo había usado durante mi
viaje hacia este lugar, y que de su hombro colgaba la terrible bolsa que yo había visto que
las mujeres se habían llevado. ¡No podía haber duda acerca de sus propósitos, y además
con mi indumentaria! Esta es, entonces, su nueva treta diabólica: permitirá que otros me
vean, de manera que por un lado quede la evidencia de que he sido visto en los pueblos o
aldeas poniendo mis propias cartas al correo, y por el otro lado, que cualquier maldad que
él pueda hacer sea atribuida por la gente de la localidad a mi persona.
Me enfurece pensar que esto pueda seguir así, y mientras tanto yo permanezco encerrado
aquí, como un verdadero prisionero, pero sin esa protección de la ley que es incluso el
derecho y la consolación de los criminales.
Pensé que podría observar el regreso del conde, y durante largo tiempo me senté
tenazmente al lado de la ventana. Entonces comencé a notar que había unas pequeñas
manchas de prístina belleza flotando en los rayos de la luz de la luna. Eran como las más
ínfimas partículas de polvo, y giraban en torbellinos y se agrupaban en cúmulos en forma
parecida a las nebulosas. Las observé con un sentimiento de tranquilidad, y una especie de
calma invadió todo mi ser. Me recliné en busca de una postura más cómoda, de manera
que pudiera gozar más plenamente de aquel etéreo espectáculo.
Algo me sobresaltó; un aullido leve, melancólico, de perros en algún lugar muy lejos en
el valle allá abajo que estaba escondido a mis ojos. Sonó más fuertemente en los oídos, y
las partículas de polvo flotante tomaron nuevas formas, como si bailasen al compás de una
danza a la luz de la luna. Sentí hacer esfuerzos desesperados por despertar a algún
llamado de mis instintos; no, más bien era mi propia alma la que luchaba y mi sensibilidad
medio adormecida trataba de responder al llamado. ¡Me estaban hipnotizando! El polvo
bailó más rápidamente. Los rayos de la luna parecieron estremecerse al pasar cerca de mí
en dirección a la oscuridad que tenía detrás. Se unieron, hasta que parecieron tomar las
tenues formas de unos fantasmas. Y entonces desperté completamente y en plena posesión
de mis sentidos, y eché a correr gritando y huyendo del lugar. Las formas fantasmales que
estaban gradualmente materializándose de los rayos de la luna eran las de aquellas tres
mujeres fantasmales a quienes me encontraba condenado. Huí, y me sentí un tanto más
seguro en mi propio cuarto, donde no había luz de la luna y donde la lámpara ardía
brillantemente.
Después de que pasaron unas cuantas horas escuché algo moviéndose en el cuarto del
conde; algo como un agudo gemido suprimido velozmente. Y luego todo quedó en
silencio, en un profundo y horrible silencio que me hizo estremecer. Con el corazón
latiéndome desaforadamente, pulsé la puerta; pero me encontraba encerrado con llave en
mi prisión, y no podía hacer nada. Me senté y me puse simplemente a llorar.
Mientras estaba sentado escuché un ruido afuera, en el patio: el agonizante grito de una
mujer. Corrí a la ventana y subiéndola de golpe, espié entre los barrotes. De hecho, ahí
afuera había una mujer con el pelo desgreñado, agarrándose las manos sobre su corazón
como víctima de un gran infortunio. Estaba reclinada contra la esquina del zaguán. Cuando
vio mi cara en la ventana se lanzó hacia adelante, y grito en una voz cargada con
amenaza:
-¡Monstruo, devuélveme a mi hijo!
Cayó de rodillas, y alzando los brazos gritó algunas palabras en tonos que atormentaron mi
corazón. Luego se arrancó el pelo y se golpeó el pecho, y se abandonó a todas las
violencias de emoción extravagante. Finalmente, corrió, y, aunque yo no podía verla, podía
escuchar como golpeaba con sus desnudas manos la puerta.

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En algún lugar bastante arriba de mí, probablemente en la torre, escuché la voz del conde
llamando en su susurro duro y metálico. Su llamado pareció ser respondido desde lejos y
por todos lados por los aullidos de los lobos. Antes de que hubiesen pasado muchos
minutos, una manada de ellos entró, como una presa desbordada, a través de la amplia
entrada del patio.
No se escucharon gritos de la mujer, y los aullidos de los lobos duraron poco tiempo. Al
poco rato se retiraron de uno en uno, todavía relamiéndose los hocicos.
No sentí lástima por la mujer, pues sabía lo que le había sucedido a su hijo, y era mejor
que estuviese muerta. ¿Qué haré? ¿Qué puedo hacer? ¿Cómo puedo escapar de esta
horripilante noche de terror y miedo?

25 de junio, por la mañana. Nadie sabe hasta que ha sufrido los horrores de la noche,
qué dulce y agradable puede ser para su corazón y sus ojos la llegada de la mañana.
Cuando el sol se elevó esta mañana tan alto que alumbró la parte superior del portón
opuesto a mi ventana, el oscuro lugar que iluminaba me pareció a mí como si la
paloma del arca hubiese estado allí. Mi temor se evaporó cual una indumentaria
vaporosa que se disolviera con el calor. Debo ponerme en acción de alguna manera
mientras me dura el valor del día. Anoche una de mis cartas ya fechada fue puesta en el
correo, la primera de esa serie fatal que ha de borrar toda traza de mi existencia en la
tierra. No debo pensar en ello. ¡Debo actuar!
Siempre ha sido durante la noche cuando he sido molestado o amenazado; donde me he
encontrado en alguna u otra forma en peligro o con miedo. Todavía no he visto al conde a
la luz del día. ¿Será posible que él duerma cuando los otros están despiertos, y que esté
despierto cuando todos duermen? ¡Si sólo pudiera llegar a su cuarto! Pero no hay camino
posible. La puerta siempre está cerrada; no hay manera para mí de llegar a él.
Miento. Hay un camino, si uno se atreve a tomarlo. Por donde ha pasado su cuerpo, ¿por
qué no puede pasar otro cuerpo? Yo mismo lo he visto arrastrarse desde su ventana. ¿Por
qué no puedo yo imitarlo, y arrastrarme para entrar por su ventana? Las probabilidades
son muy escasas, pero la necesidad me obliga a correr todos los riesgos.
Correré el riesgo. Lo peor que me puede suceder es la muerte; pero la muerte de un
hombre no es la muerte de un ternero, y el tenebroso "más allá" todavía puede ofrecerme
oportunidades. ¡Que Dios me ayude en mi empresa! Adiós, Mina, si fracaso; adiós, mi fiel
amigo y segundo padre; adiós, todo, y como última cosa, ¡adiós Mina!
Mismo día, más tarde. He hecho el esfuerzo, y con ayuda de Dios he regresado a salvo a
este cuarto. Debo escribir en orden cada detalle. Fui, mientras todavía mi valor estaba
fresco, directamente a la ventana del lado sur, y salí fuera de este lado. Las piedras son
grandes y están cortadas toscamente, y por el proceso del tiempo el mortero se ha
desgastado. Me quité las botas y me aventuré como un desesperado. Miré una vez hacia
abajo, como para asegurarme de que una repentina mirada de la horripilante profundidad
no me sobrecogería, pero después de ello mantuve los ojos viendo hacia adelante. Conozco
bastante bien la ventana del conde, y me dirigí hacia ella lo mejor que pude, atendiendo a
las oportunidades que se me presentaban. No me sentí mareado, supongo que estaba
demasiado nervioso, y el tiempo que tardé en llegar hasta el antepecho de la ventana me
pareció ridículamente corto. En un santiamén me encontré tratando de levantar la
guillotina. Sin embargo, cuando me deslicé con los pies primero a través de la ventana, era
presa de una terrible agitación. Luego busqué por todos lados al conde, pero, con sorpresa
y alegría, hice un descubrimiento: ¡el cuarto estaba vacío!
Apenas estaba amueblado con cosas raras, que parecían no haber sido usadas nunca; los
muebles eran de un estilo algo parecido a los que había en los cuartos situados al sur, y
estaban cubiertos de polvo. Busqué la llave, pero no estaba en la cerradura, y no la pude
encontrar por ningún lado. Lo único

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que encontré fue un gran montón de oro en una esquina, oro de todas clases, en
monedas romanas y británicas, austriacas y húngaras, griegas y turcas. Las monedas
estaban cubiertas de una película de polvo, como si hubiesen yacido durante largo tiempo
en el suelo. Ninguna de las que noté tenía menos de trescientos años. También había
cadenas y adornos, algunos enjoyados, pero todos viejos y descoloridos.
En una esquina del cuarto había una pesada puerta. La empujé, pues, ya que no podía
encontrar la llave del cuarto o la llave de la puerta de afuera, lo cual era el principal
objetivo de mi búsqueda, tenía que hacer otras investigaciones, o todos mis esfuerzos
serían vanos. La puerta que empujé estaba abierta, y me condujo a través de un pasadizo
de piedra hacia una escalera de caracol, que bajaba muy empinada. Descendí,
poniendo mucho cuidado en donde pisaba, pues las gradas estaban oscuras, siendo
alumbradas solamente por las troneras de la pesada mampostería. En el fondo había un
pasadizo oscuro, semejante a un túnel, a través del cual se percibía un mortal y enfermizo
olor: el olor de la tierra recién volteada. A medida que avancé por el pasadizo, el olor
se hizo más intenso y más cercano. Finalmente, abrí una pesada puerta que estaba
entornada y me encontré en una vieja y arruinada capilla, que evidentemente había sido
usada como cementerio. El techo estaba agrietado, y en los lugares había gradas que
conducían a bóvedas, pero el suelo había sido recientemente excavado y la tierra había sido
puesta en grandes cajas de madera, manifiestamente las que transportaran los eslovacos.
No había nadie en los alrededores, y yo hice un minucioso registro de cada pulgada de
terreno. Bajé incluso a las bóvedas, donde la tenue luz luchaba con las sombras,
aunque al hacerlo mi alma se llenó del más terrible horror. Fui a dos de éstas, pero no vi
nada sino fragmentos de viejos féretros y montones de polvo; sin embargo, en la
tercera, hice un descubrimiento.
¡Allí, en una de las grandes cajas, de las cuales en total había cincuenta, sobre un montón
de tierra recién excavada, yacía el conde! Estaba o muerto o dormido; no pude saberlo a
ciencia cierta, pues sus ojos estaban abiertos y fijos, pero con la vidriosidad de la muerte,
y sus mejillas tenían el calor de la vida a pesar de su palidez; además, sus labios
estaban rojos como nunca. Pero no había ninguna señal de movimiento, ni pulso, ni
respiración, ni el latido del corazón. Me incliné sobre él y traté de encontrar algún
signo de vida, pero en vano. No podía haber yacido allí desde hacía mucho tiempo, pues el
olor a tierra se habría disipado en pocas horas. Al lado de la caja estaba su tapa,
atravesada por hoyos aquí y allá. Pensé que podía tener las llaves con él, pero cuando iba a
registrarlo vi sus ojos muertos, y en ellos, a pesar de estar muertos, una mirada de tal
odio, aunque inconsciente de mí o de mi presencia, que huí del lugar, y abandonando el
cuarto del conde por la ventana me deslicé otra vez por la pared del castillo. Al
llegar otra vez a mi cuarto me tiré jadeante sobre la cama y traté de pensar...

29 de junio. Hoy es la fecha de mi última carta, y el conde ha dado los pasos necesarios
para probar que es auténtica, pues otra vez lo he visto abandonar el castillo por la misma
ventana y con mi ropa. Al verlo deslizarse por la ventana, al igual que una lagartija, sentí
deseos de tener un fusil o alguna arma letal para poder destruirlo; pero me temo que
ninguna arma manejada solamente por la mano de un hombre pueda tener algún efecto
sobre él. No me atreví a esperar por su regreso, pues temí ver a sus malvadas hermanas.
Regresé a la biblioteca y leí hasta quedarme dormido.
Fui despertado por el conde, quien me miró tan torvamente como puede mirar un hombre,
al tiempo que me dijo:
-Mañana, mi amigo, debemos partir. Usted regresará a su bella Inglaterra, yo a un
trabajo que puede tener un fin tal que nunca nos encontremos otra vez. Su carta a casa
ha sido despachada; mañana no estaré aquí, pero todo estará

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listo para su viaje. En la mañana vienen los gitanos, que tienen algunos trabajos propios de
ellos, y también vienen los eslovacos. Cuando se hayan marchado, mi carruaje vendrá a
traerlo y lo llevará hasta el desfiladero de Borgo, para encontrarse ahí con la diligencia que
va de Bucovina a Bistritz. Pero tengo la esperanza de que nos volveremos a ver en
el castillo de Drácula.
Yo sospeché de sus palabras, y determiné probar su sinceridad. ¡Sinceridad! Parece una
profanación de la palabra en conexión con un monstruo como éste, de manera que le
hablé sin rodeos:
-¿Por qué no puedo irme hoy por la noche?
-Porque, querido señor, mi cochero y los caballos han salido en una misión.
-Pero yo caminaría de buen gusto. Lo que deseo es salir de aquí cuanto antes. Él sonrió,
con una sonrisa tan suave, delicada y diabólica, que inmediatamente supe que había
algún truco detrás de su amabilidad; dijo:
-¿Y su equipaje?
-No me importa. Puedo enviar a recogerlo después.
El conde se puso de pie y dijo, con una dulce cortesía que me hizo frotar los ojos, pues
parecía real:
-Ustedes los ingleses tienen un dicho que es querido a mi corazón, pues su espíritu es el
mismo que regula a nuestros boyars: "Dad la bienvenida al que llega; apresurad al
huésped que parte." Venga conmigo, mi querido y joven amigo. Ni una hora más estará
usted en mi casa contra sus deseos, aunque me entristece que se vaya, y que tan
repentinamente lo desee. Venga.
Con majestuosa seriedad, él, con la lámpara, me precedió por las escaleras y a lo largo
del corredor. Repentinamente se detuvo.
-¡Escuche!
El aullido de los lobos nos llegó desde cerca. Fue casi como si los aullidos brotaran al alzar
él su mano, semejante a como surge la música de una gran orquesta al levantarse la
batuta del conductor. Después de un momento de pausa, él continuó, en su manera
majestuosa, hacia la puerta. Corrió los enormes cerrojos, destrabó las pesadas cadenas y
comenzó a abrirla.
Ante mi increíble asombro, vi que estaba sin llave. Sospechosamente, miré por todos los
lados a mi alrededor, pero no pude descubrir llave de ninguna clase.
A medida que comenzó a abrirse la puerta, los aullidos de los lobos aumentaron
en intensidad y cólera: a través de la abertura de la puerta se pudieron ver sus rojas
quijadas con agudos dientes y las garras de las pesadas patas cuando saltaban. Me di
cuenta de que era inútil luchar en aquellos momentos contra el conde. No se podía hacer
nada teniendo él bajo su mando a semejantes aliados. Sin embargo, la puerta continuó
abriéndose lentamente, y ahora sólo era el cuerpo del conde el que cerraba el paso.
Repentinamente me llegó la idea de que a lo mejor aquel era el momento y los medios de
mi condena; iba a ser entregado a los lobos, y a mi propia instigación. Había una maldad
diabólica en la idea, suficientemente grande para el conde, y como última oportunidad,
grité:
-¡Cierre la puerta! ¡Esperaré hasta mañana!
Me cubrí el rostro con mis manos para ocultar las lágrimas de amarga decepción.
Con un movimiento de su poderoso brazo, el conde cerró la puerta de golpe, y los grandes
cerrojos sonaron y produjeron ecos a través del corredor, al tiempo que caían de regreso
en sus puestos. Regresamos a la biblioteca en silencio, y después de uno o dos minutos yo
me fui a mi cuarto. Lo último que vi del conde Drácula fue su terrible mirada, con una luz
roja de triunfo en los ojos y con una sonrisa de la que Judas, en el infierno, podría sentirse
orgulloso.
Cuando estuve en mi cuarto y me encontraba a punto de acostarme, creí
escuchar unos murmullos al otro lado de mi puerta. Me acerqué a ella en silencio y
escuché. A menos que mis oídos me engañaran, oí la voz del conde:

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-¡Atrás, atrás, a vuestro lugar! Todavía no ha llegado vuestra hora.
¡Esperad! ¡Tened paciencia! Esta noche es la mía. Mañana por la noche es la vuestra.
Hubo un ligero y dulce murmullo de risas, y en un exceso de furia abrí la puerta de golpe y
vi allí afuera a aquellas tres terribles mujeres lamiéndose los labios. Al aparecer yo, todas
se unieron en una horrible carcajada y salieron corriendo.
Regresé a mi cuarto y caí de rodillas. ¿Está entonces tan cerca el final?
¡Mañana! ¡Mañana! Señor, ¡ayudadme, y a aquellos que me aman!

30 de junio, por la mañana. Estas pueden ser las últimas palabras que jamás escriba en
este diario. Dormí hasta poco antes del amanecer, y al despertar caí de rodillas, pues estoy
determinado a que si viene la muerte me encuentre preparado.
Finalmente sentí aquel sutil cambio del aire y supe que la mañana había llegado.
Luego escuché el bien venido canto del gallo y sentí que estaba a salvo. Con alegre corazón
abrí la puerta y corrí escaleras abajo, hacia el corredor. Había visto que la puerta estaba
cerrada sin llave, y ahora estaba ante mí la libertad. Con manos que temblaban de
ansiedad, destrabé las cadenas y corrí los pasados cerrojos.
Pero la puerta no se movió. La desesperación se apoderó de mí. Tiré repetidamente de la
puerta y la empujé hasta que, a pesar de ser muy pesada, se sacudió en sus goznes. Pude
ver que tenía pasado el pestillo. Le habían echado llave después de que yo dejé al conde.
Entonces se apoderó de mi un deseo salvaje de obtener la llave a cualquier precio, y ahí
mismo determiné escalar la pared y llegar otra vez al cuarto del conde.
Podía matarme, pero la muerte parecía ahora el menor de todos los males. Sin perder
tiempo, corrí hasta la ventana del este y me deslicé por la pared, como antes, al cuarto
del conde. Estaba vacío, pero eso era lo que yo esperaba. No pude ver la llave por ningún
lado, pero el montón de oro permanecía en su puesto. Pasé por la puerta en la esquina y
descendí por la escalinata circular y a lo largo del oscuro pasadizo hasta la vieja capilla. Ya
sabía yo muy bien donde encontrar al monstruo que buscaba.
La gran caja estaba en el mismo lugar, recostada contra la pared, pero la tapa había
sido puesta, con los clavos listos en su lugar para ser metidos aunque todavía no se
había hecho esto. Yo sabía que tenía que llegar al cuerpo para buscar la llave, de tal
manera que levanté la tapa y la recliné contra la pared; y entonces vi algo que llenó mi
alma de terror. Ahí yacía el conde, pero mirándose tan joven como si hubiese sido
rejuvenecido pues su pelo blanco y sus bigotes habían cambiado a un gris oscuro; las
mejillas estaban más llenas, y la blanca piel parecía un rojo rubí debajo de ellas; la boca
estaba más roja que nunca; sobre sus labios había gotas de sangre fresca que caían en
hilillos desde las esquinas de su boca y corrían sobre su barbilla y su cuello. Hasta sus
ojos, profundos y centellantes, parecían estar hundidos en medio de la carne hinchada,
pues los párpados y las bolsas debajo de ellos estaban abotagados. Parecía como si la
horrorosa criatura simplemente estuviese saciada con sangre.
Yacía como una horripilante sanguijuela, exhausta por el hartazgo. Temblé al inclinarme
para tocarlo, y cada sentido en mí se rebeló al contacto; pero tenía que hurgar en sus
bolsillos, o estaba perdido. La noche siguiente podía ver mi propio cuerpo servir de
banquete de una manera similar para aquellas horrorosas tres. Caí sobre el cuerpo, pero no
pude encontrar señales de la llave. Entonces me detuve y miré al conde.
Había una sonrisa burlona en su rostro hinchado que pareció volverme loco. Aquél era el
ser al que yo estaba ayudando a trasladarse a Londres, donde, quizá, en los siglos
venideros podría saciar su sed de sangre entre sus

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prolíficos millones, y crear un nuevo y siempre más amplio círculo de semidemonios para
que se cebaran entre los indefensos. El mero hecho de pensar aquello me volvía loco.
Sentí un terrible deseo de salvar al mundo de semejante monstruo. No tenía a mano
ninguna arma letal, pero tomé la pala que los hombres habían estado usando para llenar
las cajas y, levantándola a lo alto, golpeé con el filo la odiosa cara. Pero al hacerlo así, la
cabeza se volvió y los ojos recayeron sobre mí con todo su brillo de horrendo
basilisco. Su mirada pareció paralizarme y la pala se volteó en mi mano esquivando la cara,
haciendo apenas una profunda incisión sobre la frente. La pala se cayó de mis manos sobre
la caja, y al tirar yo de ella, el reborde de la hoja se trabó en la orilla de la tapa, que cayó
otra vez sobre el cajón escondiendo la horrorosa imagen de mi vista. El último vistazo que
tuve fue del rostro hinchado, manchado de sangre y fijo, con una mueca de malicia que
hubiese sido muy digna en el más profundo de los infiernos.
Pensé y pensé cuál sería mi próximo movimiento, pero parecía que mi cerebro estaba en
llamas, y esperé con una desesperación que sentía crecer por momentos.
Mientras esperaba escuché a lo lejos un canto gitano entonado por voces alegres que se
acercaban, y a través del canto el sonido de las pesadas ruedas y los restallantes
látigos; los gitanos y los eslovacos de quienes el conde había hablado, llegaban. Echando
una última mirada a la caja que contenía el vil cuerpo, salí corriendo de aquel lugar y
llegué hasta el cuarto del conde, determinado a salir de improviso en el instante en que la
puerta se abriera. Con oídos atentos, escuché, y oí abajo el chirrido de la llave en la gran
cerradura y el sonido de la pesada puerta que se abría. Debe haber habido otros medios de
entrada, o alguien tenía una llave para una de las puertas cerradas. Entonces llegó hasta
mí el sonido de muchos pies que caminaban, muriéndose en algún pasaje que enviaba un
eco retumbante. Quise dirigirme nuevamente corriendo hacia la bóveda, donde tal vez
podría encontrar la nueva entrada; pero en ese momento un violento golpe de viento
pareció penetrar en el cuarto, y la puerta que conducía a la escalera de caracol se cerró de
un golpe tan fuerte que levantó el polvo de los dinteles. Cuando corrí a abrir la puerta,
encontré que estaba herméticamente cerrada. De nuevo era prisionero, y la red de mi
destino parecía irse cerrando cada vez más.
Mientras escribo esto, en el pasadizo debajo de mí se escucha el sonido de muchos pies
pisando y el ruido de pesos bruscamente depositados, indudablemente las cajas con su
cargamento de tierra. También se oye el sonido de un martillo; es la caja del conde, que
están cerrando. Ahora puedo escuchar nuevamente los pesados pies avanzando a lo largo
del corredor, con muchos otros pies inútiles siguiéndolos detrás.
Se cierra la puerta, las cadenas chocan entre sí al ser colocadas; se oye el chirrido de la
llave en la cerradura; puedo incluso oír cuando la llave se retira; entonces se abre otra
puerta y se cierra; oigo los crujidos de la cerradura y de los cerrojos.
¡Oíd! En el patio y a lo largo del rocoso sendero van las pesadas ruedas, el chasquido de los
látigos y los coros de los gitanos a medida que desaparecen en la distancia. Estoy solo en el
castillo con esas horribles mujeres.
¡Puf! Mina es una mujer, y no tiene nada en común con ellas. Estas son diablesas del
averno.
No permaneceré aquí solo con ellas; trataré de escalar la pared del castillo más lejos de
lo que lo he intentado hasta ahora. Me llevaré algún oro conmigo, pues podría
necesitarlo más tarde. Tal vez encuentre alguna manera de salir de este horrendo lugar.
Y entonces, ¡rápido a casa! ¡Rápido al más veloz y más cercano de los trenes!
¡Lejos de este maldito lugar, de esta maldita tierra donde el demonio y sus hijos todavía
caminan con pies terrenales!.

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Por lo menos la bondad de Dios es mejor que la de estos monstruos, y el precipicio es
empinado y alto. A sus pies, un hombre puede dormir como un hombre. ¡Adiós, todo!
¡Adiós, Mina!

V.- CARTA DE LA SEÑORITA MINA MURRAY A LA SEÑORITA LUCY WESTENRA

9 de mayo
"Mi muy querida Lucy
"Perdona mi tardanza en escribirte, pero he estado verdaderamente
sobrecargada de trabajo. La vida de una ayudante de director de escuela es angustiosa.
Me muero de ganas de estar contigo, y a orillas del mar, donde podamos hablar con
libertad y construir nuestros castillos en el aire. Últimamente he estado trabajando
mucho, debido a que quiero mantener el nivel de estudios de Jonathan, y he estado
practicando muy activamente la taquigrafía. Cuando nos casemos le podré ser muy útil a
Jonathan, y si puedo escribir bien en taquigrafía estaré en posibilidad de escribir de esa
manera todo lo que dice y luego copiarlo en limpio para él en la máquina, con la que
también estoy practicando muy duramente. Él y yo a veces nos escribimos en
taquigrafía, y él esta llevando un diario estenográfico de sus viajes por el extranjero.
Cuando esté contigo también llevaré un diario de la misma manera. No quiero decir uno de
esos diarios que se escriben a la ligera en la esquina de un par de páginas cuando hay
tiempo los domingos, sino un diario en el cual yo pueda escribir siempre que me sienta
inclinada a hacerlo. Supongo que no le interesará mucho a otra gente, pero no está
destinado para ella. Algún día se lo enseñaré a Jonathan, en caso de que haya algo en él
que merezca ser compartido, pero en verdad es un libro de ejercicios. Trataré de hacer lo
que he visto que hacen las mujeres periodistas: entrevistas, descripciones, tratando
de recordar lo mejor posible las conversaciones. Me han dicho que, con un poco de
práctica, una puede recordar de todo lo que ha sucedido o de todo lo que una ha oído
durante el día. Sin embargo, ya veremos. Te contaré acerca de mis pequeños planes
cuando nos veamos. Acabo de recibir un par de líneas de Jonathan desde Transilvania.
Está bien y regresará más o menos dentro de una semana.
Estoy muy ansiosa de escuchar todas sus noticias. ¡Debe ser tan bonito visitar
países extraños! A veces me pregunto si nosotros, quiero decir Jonathan y yo, alguna vez
los veremos juntos. Acaba de sonar la campana de las diez. Adiós.
"Te quiere,
MINA
"Dime todas las nuevas cuando me escribas. No me has dicho nada durante mucho tiempo.
He escuchado rumores, y especialmente sobre un hombre alto, guapo, de pelo rizado.
(???)"
Carta de Lucy Westenra a Mina Murray
Calle de Chatham, 17
Miércoles
"Mi muy querida Mina:
"Debo decir que me valúas muy injustamente al decir que soy mala para la
correspondencia. Te he escrito dos veces desde que nos separamos, y tu última carta sólo
fue la segunda. Además, no tengo nada que decirte. Realmente no hay nada que te
pueda interesar. La ciudad está muy bonita por estos días, y vamos muy a menudo a las
galerías de pintura y a caminar o a andar a caballo en el parque. En cuanto al hombre
alto, de pelo rizado, supongo que era el que estaba conmigo en el último concierto
popular. Evidentemente, alguien ha estado contando cuentos chinos. Era el señor
Holmwood. Viene a menudo a vernos, y se lleva muy bien con mamá; tienen muchas cosas
comunes de que hablar. Hace algún tiempo encontramos a un hombre que sería adecuado
para ti si no estuvieras ya comprometida con Jonathan. Es un partido excelente;
guapo, rico y de buena familia. Es médico y muy listo. ¡Imagínatelo! Tiene

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veintinueve años de edad y es propietario de un inmenso asilo para lunáticos, todo bajo
su dirección. El señor Holmwood me lo presentó y vino aquí a vernos, y ahora nos
visita a menudo. Creo que es uno de los hombres más resueltos que jamás he visto, y sin
embargo, el más calmado. Parece absolutamente imperturbable. Me puedo imaginar el
magnífico poder que tiene sobre sus pacientes. Tiene el curioso hábito de mirarlo a uno
directamente a la cara como si tratara de leerle los pensamientos. Trata de hacer
esto muchas veces conmigo, pero yo me jacto de que esta vez se ha encontrado con una
nuez demasiado dura para quebrar. Eso lo sé por mi espejo. ¿Nunca has tratado de leer tu
propia cara? Yo sí, y te puedo decir que no es un mal estudio, y te da más trabajo del que
puedes imaginarte si nunca lo has intentado todavía. Él dice que yo le proporciono un
curioso caso psicológico, y yo humildemente creo que así es. Como tú sabes, no me tomo
suficiente interés en los vestidos como para ser capaz de describir las nuevas modas. El
tema de los vestidos es aburrido. Eso es otra vez slang, pero no le hagas caso; Arthur dice
eso todos los días. Bien, eso es todo. Mina, nosotras nos hemos dicho todos nuestros
secretos desde que éramos niñas; hemos dormido juntas y hemos comido juntas, hemos
reído y llorado juntas; y ahora, aunque ya haya hablado, me gustaría hablar más. ¡Oh,
Mina! ¿No pudiste adivinar? Lo amo; ¡lo amo! Vaya, eso me hace bien. Desearía estar
contigo, querida, sentadas en confianza al lado del fuego, tal como solíamos hacerlo;
entonces trataría de decirte lo que siento; no sé siquiera cómo estoy escribiéndote esto.
Tengo miedo de parar, porque pudiera ser que rompiera la carta, y no quiero parar, porque
deseo decírtelo todo. Mándame noticias tuyas inmediatamente, y dime todo lo que pienses
acerca de esto. Mina, debo terminar. Buenas noches.
Bendíceme en tus oraciones, y, Mina, reza por mi felicidad. LUCY
"P. D. No necesito decirte que es un secreto. Otra vez, buenas noches." Carta de
Lucy Westenra a Mina Murray
24 de mayo
"Mi queridísima Mina:
"Gracias, gracias y gracias otra vez por tu dulce carta. ¡Fue tan agradable poder sentir tu
simpatía!
"Querida mía, nunca llueve sino a cántaros. ¡Cómo son ciertos los antiguos proverbios! Aquí
me tienes, a mí que tendré veinte años en septiembre, y que nunca había tenido una
proposición hasta hoy; no una verdadera, y hoy he tenido hasta tres. ¡Imagínatelo! ¡TRES
proposiciones en un día! ¿No es terrible? Me siento triste, verdadera y profundamente
triste, por dos de los tres sujetos. ¡Oh, Mina, estoy tan contenta que no sé qué hacer
conmigo misma! ¡Y tres proposiciones de matrimonio!
Pero, por amor de Dios, no se lo digas a ninguna de las chicas, o comenzarían de inmediato
a tener toda clase de ideas extravagantes y a imaginarse ofendidas, y desairadas, si en su
primer día en casa no recibieran por lo menos seis; ¡algunas chicas son tan vanas! Tú y yo,
querida Mina, que estamos comprometidas y pronto nos vamos a asentar sobriamente
como viejas mujeres casadas, podemos despreciar la vanidad.
Bien, debo hablarte acerca de los tres, pero tú debes mantenerlo en secreto, sin decírselo
a nadie, excepto, por supuesto, a Jonathan. Tú se lo dirás a él, porque yo, si estuviera
en tu lugar, se lo diría seguramente a Arthur. Una mujer debe decirle todo a su marido,
¿no crees, querida?, y yo debo ser justa. A los hombres les gusta que las mujeres, desde
luego sus esposas, sean tan justas como son ellos; y las mujeres, temo, no son
siempre tan justas como debieran serlo. Bien, querida, el número uno llegó justamente
antes del almuerzo. Ya te he hablado de él: el doctor John Seward, el hombre del asilo para
lunáticos, con un fuerte mentón y una buena frente. Exteriormente se mostró muy frío,
pero de todas maneras estaba nervioso. Evidentemente estuvo educándose a sí mismo
respecto a toda clase de pequeñas cosas, y las

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recordaba; pero se las arregló para casi sentarse en su sombrero de seda, cosa que
los hombres generalmente no hacen cuando están tranquilos, y luego, al tratar de parecer
calmado, estuvo jugando con una lanceta, de una manera que casi me hizo gritar. Me
habló, Mina, muy directamente. Me dijo cómo me quería él, a pesar de conocerme de tan
poco tiempo, y lo que sería su vida si me tenía a mí para ayudarle y alegrarlo. Estaba a
punto de decirme lo infeliz que sería si yo no lo quisiera también a él, pero cuando me vio
llorando me dijo que él era un bruto y que no quería agregar más penas a las presentes.
Entonces hizo una pausa y me preguntó si podía llegar a amarlo con el tiempo; y cuando yo
moví la cabeza negativamente, sus manos temblaron, y luego, con alguna incertidumbre,
me preguntó si ya me importaba alguna otra persona. Me dijo todo de una manera muy
bonita, alegando que no quería obligarme a confesar, pero que lo quería saber, porque si el
corazón de una mujer estaba libre un hombre podía tener esperanzas. Y entonces, Mina,
sentí una especie de deber decirle que ya había alguien. Sólo le dije eso, y él se puso en
pie, y se veía muy fuerte y muy serio cuando tomó mis dos manos en las suyas y dijo
que esperaba que yo fuese feliz, y que si alguna vez yo necesitaba un amigo debía de
contarlo a él entre uno de los mejores. ¡Oh, mi querida Mina, no puedo evitar llorar: debes
perdonar que esta carta vaya manchada. Es muy bonito que se le propongan a una y todas
esas cosas, pero no es para nada una cosa alegre cuando tú ves a un pobre tipo, que sabes
te ama honestamente, alejarse viéndose todo descorazonado, y sabiendo tú que, no
importa lo que pueda decir en esos momentos, te estás alejando para siempre de su vida.
Mi querida, de momento debo parar aquí, me siento tan mal, ¡aunque estoy tan feliz!
Noche, "Arthur se acaba de ir, y me siento mucho más animada que cuando dejé de
escribirte, de manera que puedo seguirte diciendo lo que pasó durante el día. Bien,
querida, el número dos llegó después del almuerzo. Es un tipo tan bueno, un americano de
Tejas, y se ve tan joven y tan fresco que parece imposible que haya estado en tantos
lugares y haya tenido tantas aventuras. Yo simpatizo con la pobre Desdémona cuando le
echaron al oído tan peligrosa corriente, incluso por un negro. Supongo que nosotras las
mujeres somos tan cobardes que pensamos que un hombre nos va a salvar de los miedos,
y nos casamos con él. Yo ya sé lo que haría si fuese un hombre y deseara que una
muchacha me amara. No, no lo sé, pues el señor Morris siempre nos contaba sus
aventuras, y Arthur nunca lo hizo, y sin embargo, Querida, no sé cómo me estoy
adelantando. El señor Quincey P. Morris me encontró sola. Parece ser que un hombre
siempre encuentra sola a una chica. No, no siempre, pues Arthur lo intentó en dos
ocasiones distintas, y yo ayudándole todo lo que podía; no me da vergüenza decirlo ahora.
Debo decirte antes que nada, que el señor Morris no habla siempre slang; es decir, no lo
habla delante de extraños, pues es realmente bien educado y tiene unas maneras muy
finas, pero se dio cuenta de que me hacía mucha gracia oírle hablar el slang americano, y
siempre que yo estaba presente, y que no hubiera nadie a quien pudiera molestarle, decía
cosas divertidas. Temo, querida, que tiene que inventárselo todo, pues encaja
perfectamente en cualquier otra cosa que tenga que decir. Pero esto es una cosa propia del
slang. Yo misma no sé si algún día llegaré a hablar slang; no sé si le gusta a Arthur, ya que
nunca le he oído utilizarlo. Bien, el señor Morris se sentó a mi lado y estaba tan alegre y
contento como podía estar, pero de todas maneras yo pude ver que estaba muy nervioso.
Tomó casi con veneración una de mis manos entre las suyas, y dijo, de la manera más
cariñosa:
"Señorita Lucy, sé que no soy lo suficientemente bueno como para atarle las cintas de sus
pequeños zapatos, pero supongo que si usted espera hasta encontrar un hombre que lo
sea, se irá a unir con esas siete jovenzuelas de las lámparas cuando se aburra. ¿Por qué no
se engancha a mi lado y nos vamos por el largo camino juntos, conduciendo con dobles
arneses?

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"Bueno, pues estaba de tan buen humor y tan alegre, que no me pareció ser ni la mitad
difícil de negármele como había sido con el pobre doctor Seward; así es que dije, tan
ligeramente como pude, que yo no sabía nada acerca de cómo engancharme, y que todavía
no estaba lo suficientemente madura como para usar un arnés. Entonces él dijo que había
hablado de una manera muy ligera, y que esperaba que si había cometido un error al
hacerlo así, en una ocasión tan seria y trascendental para él, que yo lo perdonara.
Verdaderamente estuvo muy serio cuando dijo esto, y yo no pude evitar sentirme
también un poco seria (lo sé, Mina, que pensarás que soy una coqueta horrorosa),
aunque tampoco pude evitar sentir una especie de regocijo triunfante por ser el número
dos en un día. Y entonces, querida, antes de que yo pudiese decir una palabra, comenzó a
expresar un torrente de palabras amorosas, poniendo su propio corazón y su alma a mis
pies. Se veía tan sincero sobre todo lo que decía que yo nunca volveré a pensar que un
hombre debe ser siempre juguetón, y nunca serio, sólo porque a veces se comporte
alegremente. Supongo que vio algo en mi rostro que lo puso en guardia, pues
repentinamente se interrumpió, y dijo, con una especie de fervor masculino que me
hubiese hecho amarlo si yo hubiese estado libre, si mi corazón no tuviera ya dueño, lo
siguiente:
"Lucy, usted es una muchacha de corazón sincero; lo sé. No estaría aquí hablando con
usted como lo estoy haciendo ahora si no la considerara de alma limpia, hasta en lo más
profundo de su ser. Dígame, como un buen compañero a otro, ¿hay algún otro hombre que
le interese? Y si lo hay, jamás volveré a tocar ni siquiera una hebra de su cabello, pero
seré, si usted me lo permite, un amigo muy sincero.
"Mi querida Mina, ¿por qué son los hombres tan nobles cuando nosotras las mujeres somos
tan inmerecedoras de ellos? Heme aquí casi haciendo burla de este verdadero caballero de
todo corazón. Me eché a llorar (temo, querida, que creerás que esta es una carta muy
chapucera en muchos sentidos), y realmente me sentí muy mal. ¿Por qué no le pueden
permitir a una muchacha que se case con tres hombres, o con tantos como la quieran, para
evitar así estas molestias? Pero esto es una 'herejía', y no debo decirla. Me alegra, sin
embargo, decirte que a pesar de estar llorando, fui capaz de mirar a los valientes ojos del
señor Morris y de hablarle sin rodeos: "Sí; hay alguien a quien amo, aunque él todavía no
me ha dicho que me quiere.
"Estuvo bien que yo le hablara tan francamente, pues una luz pareció iluminar su rostro, y
extendiendo sus dos manos, tomó las mías, o creo que fui yo quien las puso en las de
él, y dijo muy emocionado:
"Así es, mi valiente muchacha. Vale más la pena llegar tarde en la posibilidad
de ganarla a usted, que llegar a tiempo por cualquier otra muchacha en el mundo. No llore,
querida. Si es por mí, soy una nuez muy dura de romper; lo aguantaré de pie. Si ese otro
sujeto no conoce su dicha, bueno, pues lo mejor es que la busque con rapidez o tendrá que
vérselas conmigo. Pequeña, su sinceridad y ánimo han hecho de mí un amigo, y eso es
todavía más raro que un amante; de todas maneras, es menos egoísta. Querida, voy a
tener que hacer solo esta caminata hasta el Reino de los Cielos. ¿No me daría usted un
beso? Será algo para llevarlo a través de la oscuridad, ahora y entonces. Usted puede
hacerlo, si lo desea, pues ese otro buen tipo (debe ser un magnífico tipo, querida; un buen
sujeto, o usted no podría amarlo) no ha hablado todavía.
"Eso casi me ganó, Mina, pues fue valiente y dulce con él, y también noble con un rival
(¿no es así?) y él, ¡tan triste! Así es que me incliné hacia adelante y lo besé con ternura.
"Se puso en pie con mis dos manos en las suyas, y mientras miraba hacia abajo, a mi
cara, temo que yo estaba muy sonrojada, dijo:
"Muchachita, yo sostengo sus manos y usted me ha besado, y si estas cosas no hacen de
nosotros buenos amigos, nada lo hará. Gracias por su dulce sinceridad conmigo, y
adiós.

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"Soltó mi mano, y tomando el sombrero, salió del cuarto sin volverse a ver, sin derramar
una lágrima, sin temblar ni hacer una pausa. Y yo estoy llorando como un bebé. ¡Oh!, ¿por
qué debe ser infeliz un hombre como ese cuando hay muchas chicas cerca que podrían
adorar hasta el mismo suelo que pisa? Yo sé que yo lo haría si estuviera libre, pero sucede
que no quiero estar libre. Querida, esto me ha perturbado, y siento que no puedo escribir
acerca de la felicidad ahora mismo, después de lo que te he dicho; y no quiero decir nada
acerca del número tres, hasta que todo pueda ser felicidad.
"Te quiere siempre,
LUCY
"P. D.-¡Oh! Acerca del número tres, no necesito decirte nada acerca del número
tres, ¿no es cierto? Además, ¡fue todo tan confuso! Pareció que sólo había transcurrido un
instante desde que había entrado en el cuarto hasta que sus dos brazos me rodearon, y
me estaba besando. Estoy muy, muy contenta, y no sé qué he hecho para merecerlo. Sólo
debo tratar en el futuro de mostrar que no soy desagradecida a Dios por todas sus
bondades, al enviarme un amor así, un marido y un amigo.
"Adiós."
Del diario del doctor Seward (grabado en fonógrafo)
25 de mayo. Marea menguante en el apetito de hoy. No puedo comer; no puedo
descansar, así es que en su lugar, el diario. Desde mi fracaso de ayer siento una especie de
vacío; nada en el mundo parece ser lo suficientemente importante como para dedicarse a
ello. Como sabía que la única cura para estas cosas era el trabajo, me dediqué a mis
pacientes. Escogí a uno que me ha proporcionado un estudio de mucho interés. Es tan raro
que estoy determinado a entenderlo tanto como pueda. Me parece que hoy me acerqué
más que nunca al corazón de su misterio.
Lo interrogué más detalladamente que otras veces, con el propósito de adueñarme de los
hechos de su alucinación. En mi manera de hacer esto, ahora lo veo, había algo de
crueldad. Me parecía desear mantenerlo en el momento más alto de su locura, una cosa
que yo evito hacer con los pacientes como evitaría la boca del infierno. (Recordar: ¿en qué
circunstancias no evitaría yo el abismo del infierno?) Omnia Romae venalia sunt. ¡El
infierno tiene su precio! verb sap. Si hay algo detrás de este instinto será de mucho valor
rastrearlo después con gran precisión, de tal manera que mejor comienzo a hacerlo, y por
lo tanto...
R. M. Renfield, aetat. 59. Temperamento sanguíneo; gran fortaleza física; excitable
mórbidamente; períodos de decaimiento que terminan en alguna idea fija, la cual no he
podido descifrar. Supongo que el temperamento sanguíneo mismo y la influencia
perturbadora terminan en un desenlace mentalmente logrado; un hombre posiblemente
peligroso, probablemente peligroso si es egoísta. En hombres egoístas, la cautela es un
arma tan segura para sus enemigos como para ellos mismos. Lo que yo pienso sobre esto
es que cuando el yo es la idea fija, la fuerza centrípeta es equilibrada a la centrífuga;
cuando la idea fija es el deber, una causa, etc., la última fuerza es predominante, y sólo
pueden equilibrarla un accidente o una serie de accidentes.
Carta de Quincey P. Morris al honorable Arthur Holmwood
25 de mayo
"Mi querido Arthur:
"Hemos contado embustes al lado de una fogata en las praderas; y hemos atendido las
heridas del otro después de tratar de desembarcar en las Marquesas; y hemos brindado a
orillas del lago Titicaca. Hay más embustes que contar, y más heridas que sanar, y otro
brindis que hacer. ¿No permitirás que esto sea así mañana por la noche en la fogata de mi
campamento? No dudo al preguntártelo, pues sé que cierta dama está invitada a cierta
cena, y tú estás libre. Sólo habrá otro convidado: nuestro viejo compinche en Corea,
Jack Seward. El también va a venir, y los dos deseamos mezclar nuestras

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lágrimas en torno de la copa de vino, y luego hacer un brindis de todo corazón por
el hombre más feliz de este ancho mundo, que ha ganado el corazón más noble que ha
hecho Dios y es el que más merece ganárselo. Te prometemos una calurosa bienvenida y
un saludo afectuoso, y un brindis tan sincero como tu propia mano derecha. Ambos
juramos irte a dejar a casa si bebes demasiado en honor de cierto par de ojos. ¡Te espero!
"Tu sincero amigo de siempre,
QUINCEY P. MORRIS"
Telegrama de Arthur Holmwood a Quincey P. Morris
26 de mayo.
"Contad conmigo en todo momento. Llevo unos mensajes que os harán zumbar los oídos.
ART "

VI.- DIARIO DE MINA MURRAY

Whitby, 24 de julio. Encontré en la estación a Lucy, que parecía más dulce y bonita que
nunca, y de allí nos dirigimos a la casa de Crescent, en la que tienen cuartos.
Es un lugar muy bonito. El pequeño río, el Esk, corre a través de un profundo valle, que se
amplía a medida que se acerca al puerto. Lo atraviesa un gran viaducto, de altos
machones, a través del cual el paisaje parece estar algo más lejos de lo que en realidad
está. El valle es de un verde bellísimo, y es tan empinado que cuando uno se encuentra
en la parte alta de cualquier lado se ve a través de él, a menos que uno esté lo
suficientemente cerca como para ver hacia abajo. Las casas del antiguo pueblo (el lado más
alejado de nosotros) tienen todas tejados rojos, y parecen estar amontonadas unas sobre
otras de cualquier manera, como se ve en las estampas de Nüremberg.
Exactamente encima del pueblo están las ruinas de la abadía de Whitby, que fue
saqueada por los daneses, lo cual es la escena de parte de "Marmion", cuando la muchacha
es emparedada en el muro. Es una ruina de lo más noble, de inmenso tamaño, y llena de
rasgos bellos y románticos; según la leyenda, una dama de blanco se ve en una de las
ventanas. Entre la abadía y el pueblo hay otra iglesia, la de la parroquia, alrededor de la
cual hay un gran cementerio, todo lleno de tumbas de piedra. Según mi manera de ver,
este es el lugar más bonito de Whitby, pues se extiende justamente sobre el pueblo y se
tiene desde allí una vista completa del puerto y de toda la bahía donde el cabo Kettleness
se introduce en el mar. Desciende tan empinada sobre el puerto, que parte de la ribera se
ha caído, y algunas de las tumbas han sido destruidas. En un lugar, parte de las piedras de
las tumbas se desparraman sobre el sendero arenoso situado mucho más abajo. Hay
andenes, con bancas a los lados, a través del cementerio de la iglesia. La gente se sienta
allí durante todo el día mirando el magnífico paisaje y gozando de la brisa. Vendré y
me sentaré aquí muy frecuentemente a trabajar. De hecho, ya estoy ahora escribiendo
sobre mis rodillas, y escuchando la conversación de tres viejos que están sentados a mi
lado. Parece que no hacen en todo el día otra cosa que sentarse aquí y hablar.
El puerto yace debajo de mí, con una larga pared de granito que se introduce en el mar en
el lado más alejado, con una curva hacia afuera, al final de ella, en medio de la cual hay un
faro. Un macizo malecón corre por la parte exterior de ese faro. En el lado más cercano, el
malecón forma un recodo doblado a la inversa, y su terminación tiene también un faro.
Entre los dos muelles hay una pequeña abertura hacia el puerto, que de ahí en adelante se
amplía repentinamente.
Cuando hay marea alta es muy bonito; pero cuando baja la marea disminuye de
profundidad hasta casi quedar seco, y entonces sólo se ve la corriente del Esk
deslizándose entre los bancos de arena, con algunas rocas aquí y allá. Afuera del puerto,
de este lado, se levanta por cerca de media milla un gran

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arrecife, cuya parte aguda corre directamente desde la parte sur del faro. Al final de ella
hay una boya con una campana, que suena cuando hay mal tiempo y lanza sus lúgubres
notas al viento. Cuentan aquí una leyenda: cuando un barco está perdido se escuchan
campanas que suenan en el mar abierto. Debo interrogar acerca de esto al anciano; camina
en esta dirección...
Es un viejo muy divertido. Debe ser terriblemente viejo, pues su rostro está todo rugoso y
torcido como la corteza de un árbol. Me dice que tiene casi cien años, y que era
marinero de la flota pesquera de Groenlandia cuando la batalla de Waterloo. Es, temo, una
persona muy escéptica, pues cuando le pregunté acerca de las campanas en el mar y
acerca de la Dama de Blanco en la abadía, me dijo muy bruscamente:
-Señorita, si yo fuera usted, no me preocuparía por eso. Esas cosas están todas gastadas.
Es decir, yo no digo que nunca sucedieron, pero sí digo que no sucedieron en mi tiempo.
Todo eso está bien para forasteros y viajeros, pero no para una joven tan bonita como
usted. Esos caminantes de York y Leeds, que siempre están comiendo arenques curtidos
y tomando té, y viendo cómo pueden comprar cualquier cosa barata, creen en esas
cosas. Yo me pregunto quién se preocupa de contarles esas mentiras, hasta en los
periódicos, que están llenos de habladurías tontas.
Creí que sería una buena persona de quien podía aprender cosas interesantes, así es que le
pregunté si no le molestaría decirme algo acerca de la pesca de ballenas en tiempos
remotos. Estaba justamente sentándose para comenzar cuando el reloj dio las seis, y
entonces se levantó trabajosamente, y dijo:
-Señorita, ahora debo irme otra vez a casa. A mi nieta no le gusta esperar cuando el té ya
está servido, pues tarda algún tiempo.
Se alejó cojeando, y pude ver que se apresuraba, tanto como podía, gradas abajo.
Los graderíos son un rasgo distintivo de este lugar. Conducen del pueblo a la iglesia; hay
cientos de ellos (no sé cuantos) y se enroscan en delicadas curvas; el declive es tan leve
que un caballo puede fácilmente subirlos o bajarlos. Creo que originalmente deben haber
tenido algo que ver con la abadía. Me iré hacia mi casa también. Lucy salió a hacer algunas
visitas con su madre, y como sólo eran visitas de cortesía, yo no fui. Pero ya es hora de
que estén de regreso.

1 de agosto. Hace una hora que llegué aquí arriba con Lucy, y tuvimos la más interesante
conversación con mi viejo amigo y los otros dos que siempre vienen y le hacen
compañía. Él es evidentemente el oráculo del grupo, y me atrevo a pensar que en su
tiempo debe haber sido una persona por demás dictatorial. Nunca admite equivocarse, y
siempre contradice a todo el mundo. Si no puede ganar discutiendo, entonces los
amedrenta, y luego toma el silencio de los demás por aceptación de sus propios puntos de
vista. Lucy estaba dulcemente bella en su vestido de linón blanco; desde que llegamos
tiene un bellísimo color. Noté que el anciano no perdió ningún tiempo en llegar hasta ella y
sentarse a su lado cuando nosotros nos sentamos. Lucy es tan dulce con los ancianos
que creo que todos se enamoran de ella al instante. Hasta mi viejo sucumbió y no la
contradijo, sino que apoyó todo lo que ella decía. Logré llevarlo al tema de las
leyendas, y de inmediato comenzó a hablar echándonos una especie de sermón. Debo
tratar de recordarlo y escribirlo:
-Todas esas son tonterías, de cabo a rabo; eso es lo que son, y nada más. Esos dichos
y señales y fantasmotes y convidados de piedra y patochados y todo eso, sólo sirven
para asustar niños y mujeres. No son más que palabras, eso y todos esos espantos,
señales y advertencias que fueron inventados por curas y personas malintencionadas y por
los reclutadores de los ferrocarriles, para asustar a un pobre tipo y para hacer que la
gente haga algo que de otra manera no haría. Me enfurece pensar en ello. ¿Por qué son
ellos quienes, no contentos con imprimir mentiras sobre el papel y

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predicarlas desde los púlpitos, quieren grabarlas hasta en las tumbas? Miren a su
alrededor como deseen y verán que todas esas lápidas que levantan sus cabezas tanto
como su orgullo se lo permite, están inclinadas..., sencillamente cayendo bajo el peso de
las mentiras escritas en ellas. Los "Aquí yacen los restos" o "A la memoria sagrada" están
escritos sobre ellas y, no obstante, ni siquiera en la mitad de ellas hay cuerpo alguno; a
nadie le ha importado un comino sus memorias y mucho menos las han santificado.
¡Todo es mentira, sólo mentiras de un tipo o de otro! ¡Santo Dios! Pero el gran repudio
vendrá en el Día del Juicio Final, cuando todos salgan con sus mortajas, todos unidos
tratando de arrastrar con ellos sus lápidas para probar lo buenos que fueron;
algunos de ellos temblando, cayendo con sus manos adormecidas y resbalosas por
haber yacido en el mar, a tal punto que ni siquiera podrán mantenerse unidos.
Por el aire satisfecho del anciano y por la forma en que miraba a su alrededor en busca de
apoyo a sus palabras, pude observar que estaba alardeando, de manera que dije algo que
le hiciera continuar.
-¡Oh, señor Swales, no puede hablar en serio! Ciertamente todas las lápidas no pueden
estar mal.
-¡Pamplinas! Puede que escasamente haya algunas que no estén mal, excepto en las que
se pone demasiado bien a la gente; porque existen personas que piensan que un
recipiente de bálsamo podría ser como el mar, si tan sólo fuera suyo. Todo eso no son
sino mentiras. Escuche, usted vino aquí como una extraña y vio este atrio de iglesia.
Yo asentí porque creí que lo mejor sería hacer eso. Sabía que algo tenía que ver con el
templo. El hombre continuó:
-Y a usted le consta que todas esas lápidas pertenecen a personas que han sido
sepultadas aquí, ¿no es verdad?
Volví a asentir.
-Entonces, es ahí justamente en donde aparece la mentira. Escuche, hay veintenas de tales
sitios de reposo que son tumbas tan antiguas como el cajón del viejo Dun del viernes por
la noche -le dio un codazo a uno de sus amigos y todos rieron-. ¡Santo Dios! ¿Y cómo
podrían ser otra cosa? Mire esa, la que está en la última parte del cementerio, ¡léala!
Fui hasta ella, y leí:
-Edward Spencelagh, contramaestre, asesinado por los piratas en las afueras de la costa
de Andres, abril de 1845, a la edad de 30 años.
Cuando regresé, el señor Swales continuó:
-Me pregunto, ¿quién lo trajo a sepultar aquí? ¡Asesinado en las afueras de la costa de
Andres! ¡Y a ustedes les consta que su cuerpo reposa ahí!. Yo podría enumerarles una
docena cuyos huesos yacen en los mares de Groenlandia, al norte -y señaló en esa
dirección-, o a donde hayan sido arrastrados por las corrientes. Sus lápidas están
alrededor de ustedes, y con sus ojos jóvenes pueden leer desde aquí las mentiras que
hay entre líneas. Respecto a este Braithwaite Lowrey..., yo conocí a su padre, éste se
perdió en el Lively en las afueras de Groenlandia el año veinte; y a Andrew Woodhouse,
ahogado en el mismo mar en 1777; y a John Paxton, que se ahogó cerca del cabo
Farewell un año más tarde, y al viejo John Rawlings, cuyo abuelo navegó conmigo y que se
ahogó en el golfo de Finlandia en el año cincuenta. ¿Creen ustedes que todos estos
hombres tienen que apresurarse a ir a Whitby cuando la trompeta suene? ¡Mucho lo dudo!
Les aseguro que para cuando llegaran aquí estarían chocando y sacudiéndose unos con
otros en una forma que parecería una pelea sobre el hielo, como en los viejos tiempos en
que nos enfrentábamos unos a otros desde el amanecer hasta el anochecer y tratando de
curar nuestras heridas a la luz de la aurora boreal.
Evidentemente, esto era una broma del lugar, porque el anciano rió al hablar y sus
amigos le festejaron de muy buena gana.
-Pero -dije-, seguramente no es esto del todo correcto porque usted parte del supuesto de
que toda la pobre gente, o sus espíritus, tendrán que llevar

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consigo sus lápidas en el Día del Juicio. ¿Cree usted que eso será realmente necesario?
-Bueno, ¿para qué otra cosa pueden ser esas lápidas? ¡Contésteme eso, querida!
-Supongo que para agradar a sus familiares.
-¡Supone que para agradar a sus familiares! -sus palabras estaban impregnadas de un
intenso sarcasmo-. ¿Cómo puede agradarle a sus familiares el saber que todo lo que hay
escrito ahí es una mentira, y que todo el mundo, en este lugar, sabe que lo es? Señaló
hacia una piedra que estaba a nuestros pies y que había sido colocada a guisa de lápida,
sobre la cual descansaba la silla, cerca de la orilla del peñasco.
-Lean las mentiras que están sobre esa lápida -dijo.
Las letras quedaban de cabeza desde donde yo estaba; pero Lucy quedaba frente a ellas,
de manera que se inclinó y leyó:
-A la sagrada memoria de George Canon, quien murió en la esperanza de una gloriosa
resurrección, el 29 de julio de 1873, al caer de las rocas en Kettleness. Esta tumba fue
erigida por su doliente madre para su muy amado hijo. "Era el hijo único de su madre que
era viuda." A decir verdad, señor Swales, yo no veo nada de gracioso en eso -sus palabras
fueron pronunciadas con suma gravedad y con cierta severidad.
-¡No lo encuentra gracioso! ¡Ja! ¡Ja! Pero eso es porque no sabe que la doliente madre era
una bruja que lo odiaba porque era un pillo..., un verdadero pillo...; y él la odiaba de tal
manera que se suicidó para que no cobrara un seguro que ella había comprado sobre su
vida. Casi se voló la tapa de los sesos con una vieja escopeta que usaban para espantar los
cuervos; no la apuntó hacia los cuervos esa vez, pero hizo que cayeran sobre él otros
objetos. Fue así como cayó de las rocas. Y en lo que se refiere a las esperanzas de una
gloriosa resurrección, con frecuencia le oí decir, señorita, que esperaba irse al infierno
porque su madre era tan piadosa que seguramente iría al cielo y él no deseaba
encontrarse en el mismo lugar en que estuviera ella. Ahora, en todo caso, ¿no es eso una
sarta de mentiras? -y subrayó las palabras con su bastón-. Y vaya si hará reír a Gabriel
cuando Geordie suba jadeante por las rocas con su lápida equilibrada sobre la joroba, ¡y
pida que sea tomada como evidencia!
No supe qué decir; pero Lucy cambió la conversación al decir, mientras se ponía de pie:
-¿Por qué nos habló sobre esto? Es mi asiento favorito y no puedo dejarlo, y ahora
descubro que debo seguir sentándome sobre la tumba de un suicida.
-Eso no le hará ningún mal, preciosa, y puede que Geordie se alegre de tener a una chica
tan esbelta sobre su regazo. No le hará daño, yo mismo me he sentado innumerables
ocasiones en los últimos veinte años y nada me ha pasado. No se preocupe por los
tipos como el que yace ahí o que tampoco están ahí. El tiempo para correr llegará
cuando vea que todos cargan con las lápidas y que el lugar quede tan desnudo como
un campo segado. Ya suena la hora y debo irme, ¡a sus pies, señoras!
Y se alejó cojeando.
Lucy y yo permanecimos sentadas unos momentos, y todo lo que teníamos delante era tan
hermoso que nos tomamos de la mano. Ella volvió a decirme lo de Arthur y su próximo
matrimonio; eso hizo que me sintiera un poco triste, porque nada he sabido de Jonathan
durante todo un mes.
El mismo día. Vine aquí sola porque me siento muy triste. No hubo carta para mí: espero
que nada le haya sucedido a Jonathan. El reloj acaba de dar las nueve, puedo ver las luces
diseminadas por todo el pueblo, formando hileras en los sitios en donde están las calles y
en otras partes solas; suben hasta el Esk para luego desaparecer en la curva del valle. A mi
izquierda, la vista es cortada por la línea negra del techo de la antigua casa que está al
lado de la abadía. Las ovejas y corderos balan en los campos lejanos que están a mis
espaldas, y del camino empedrado de abajo sube el sonido de pezuñas de

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burros. La banda que está en el muelle está tocando un vals austero en buen tiempo, y
más allá sobre el muelle, hay una sesión del Ejército de Salvación en algún callejón.
Ninguna de las bandas escucha a la otra; pero desde aquí puedo ver y oír a ambas. ¡Me
pregunto en dónde está Jonathan y si estará pensando en mí! Cómo deseo que estuviera
aquí.
Del Diario del doctor Seward
5 de junio. El caso de Renfield se hace más interesante cuanto más logro entender al
hombre. Tiene ciertamente algunas características muy ampliamente desarrolladas:
egoísmo, sigilo e intencionalidad. Desearía poder averiguar cuál es el objeto de esto último.
Parece tener un esquema acabado propio de él, pero no sé cuál es.
Su virtud redentora es el amor para los animales, aunque, de hecho, tiene tan curiosos
cambios que algunas veces me imagino que sólo es anormalmente cruel. Juega con toda
clase de animales. Justamente ahora su pasatiempo es cazar moscas. En la actualidad tiene
ya tal cantidad que he tenido un altercado con él. Para mi asombro, no tuvo ningún
estallido de furia, como lo había esperado, sino que tomó el asunto con una seriedad muy
digna. Reflexionó un momento, y luego dijo:
-¿Me puede dar tres días? Al cabo de ellos las dejaré libres. Le dije que,
por supuesto, le daba ese tiempo. Debo vigilarlo.

18 de junio. Ahora ha puesto su atención en las arañas, y tiene unos cuantos ejemplares
muy grandes metidos en una caja. Se pasa todo el día alimentándolas con sus moscas, y
el número de las últimas ha disminuido sensiblemente, aunque ha usado la mitad de su
comida para atraer más moscas de afuera.

1 de julio. Sus arañas se están convirtiendo ahora en una molestia tan grande como sus
moscas, y hoy le dije que debe deshacerse de ellas. Se puso muy triste al escuchar esto,
por lo que le dije que por lo menos debía deshacerse de algunas. Aceptó alegremente esta
propuesta, y le di otra vez el mismo tiempo para que efectuara la reducción. Mientras
estaba con él me causó muchos disgustos, pues cuando un horrible moscardón, hinchado
con desperdicios de comida, zumbó dentro del cuarto, él lo capturó y lo sostuvo un
momento entre su índice y su pulgar, y antes de que yo pudiera advertir lo que iba a hacer,
se lo echo a la boca y se lo comió. Lo reñí por lo que había hecho, pero él me arguyó que
tenía muy buen sabor y era muy sano; que era vida, vida fuerte, y que le daba vida a él.
Esto me dio una, o el rudimento de una idea. Debo vigilar cómo se deshace de sus arañas.
Evidentemente tiene un arduo problema en la mente, pues siempre anda llevando una
pequeña libreta en la cual a cada momento apunta algo.
Páginas enteras de esa libreta están llenas de montones de números, generalmente
números simples sumados en tandas, y luego las sumas sumadas otra vez en tandas,
como si estuviese "enfocando" alguna cuenta, tal como dicen los auditores.

8 de julio. Hay un método en su locura, y los rudimentos de la idea en mi mente están


creciendo; pronto será una idea completa, y entonces, ¡oh, cerebración inconsciente!,
tendrás que ceder el lugar a tu hermana consciente. Me mantuve alejado de mi amigo
durante algunos días, de manera que pudiera notar si se producían cambios. Las cosas
permanecen como antes, excepto que ha abandonado algunos de sus animalitos y se ha
agenciado uno nuevo. Se consiguió un gorrión, y lo ha domesticado parcialmente. Su
manera de domesticar es muy simple, pues ya han disminuido considerablemente las
arañas. Sin embargo, las que todavía quedan, son bien alimentadas, pues todavía atrae a
las moscas poniéndoles de tentación su comida.

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19 de julio. Estamos progresando. Mi amigo tiene ahora casi una completa colonia de
gorriones, y sus moscas y arañas casi han desaparecido. Cuando entré corrió hacia mí y me
dijo que quería pedirme un gran favor; un favor muy, muy grande; y mientras me hablaba
me hizo zalamerías como un perro. Le pregunté qué quería, y él me dijo, con una voz
emocionada que casi se le quebraba en sollozos:
-Un gatito; un pequeño gatito, sedoso y juguetón, para que yo pueda jugar con él, y lo
pueda domesticar, ¡y lo pueda alimentar, y alimentar, y alimentar!
Yo no estaba desprevenido para tal petición, pues había notado cómo sus animalitos iban
creciendo en tamaño y vivacidad. Pero no me pareció agradable que su bonita familia de
gorriones amansados fueran barridos de la misma manera en que habían sido barridos las
moscas y las arañas; así es que le dije que lo pensaría, y le pregunté si no preferiría tener
un gato grande en lugar de un gatito. La ansiedad lo traicionó al contestar:
-¡Oh, sí!, ¡claro que me gustaría un gato grande! Yo solo pedí un gatito temiendo que usted
se negara a darme un gato grande. Nadie puede negarme un pequeño gatito, ¿verdad?
Yo moví la cabeza y le dije que de momento temía que no sería posible, pero que vería lo
que podía hacer. Su rostro se ensombreció y yo pude ver una advertencia de peligro en él,
pues me echo una mirada torva, que significaba deseos de matar. El hombre es un
homicida maniático en potencia. Lo probaré con sus actuales deseos y veré qué resulta de
todo eso: entonces sabré más.

10 p. m. Lo he visitado otra vez y lo encontré sentado en un rincón, cabizbajo.


Cuando entré, cayó de rodillas ante mí y me imploró que por favor lo dejara tener un gato;
que su salvación dependía de él. Sin embargo, yo fui firme y le dije que no podía
decírselo, por lo que se levantó sin decir palabra, se sentó otra vez en el rincón donde lo
había encontrado y comenzó a mordisquearse los dedos. Vendré a verlo temprano por la
mañana.

20 de julio. Visité muy temprano a Renfield, antes de que mi ayudante hiciera la ronda. Lo
encontré ya levantado, tarareando una tonada. Estaba esparciendo el azúcar que ha
guardado en la ventana, y estaba comenzando otra vez a cazar moscas; y estaba
comenzando otra vez con alegría. Miré en torno buscando sus pájaros, y al no verlos le
pregunté donde estaban. Me contestó, sin volverse a verme, que todos se habían
escapado. Había unas cuantas plumas en el cuarto y en su almohada había unas gotas de
sangre. No dije nada, pero fui y ordené al guardián que me reportara si le había sucedido
alguna cosa rara a Renfield durante el día.
11 a. m. Mi asistente acaba de venir a verme para decirme que Renfield está muy enfermo
y que ha vomitado muchas plumas. "Mi creencia es, doctor -me dijo-, que se ha comido
todos sus pájaros, ¡y que se los ha comido así crudos, sin más!".
11 p. m. Esta noche le di a Renfield un sedante fuerte, suficiente para hacerlo dormir
incluso a él, y tomé su libreta para echarle una mirada. El pensamiento que ha estado
rondando por mi cerebro últimamente está completo, y la teoría probada. Mi maniático
homicida es de una clase peculiar. Tendré que inventar una nueva clasificación para él y
llamarlo maniático zoófago (que se alimenta de cosas vivientes); lo que él desea es
absorber tantas vidas como pueda, y se ha impuesto la tarea de lograr esto de una manera
acumulativa. Le dio muchas moscas a cada araña, y muchas arañas a cada pájaro,
y luego quería un gato para que se comiera muchos pájaros. ¿Cuál hubiera sido su
siguiente paso? Casi hubiera valido la pena completar el experimento. Podría hacerse si
hubiera una causa suficiente. Los hombres se escandalizaron de la vivisección, y, sin
embargo, ¡véanse los resultados actuales! ¿Por qué no he de impulsar la ciencia en su
aspecto más difícil y vital, el conocimiento del cerebro humano? Si por lo menos
tuviese yo el

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secreto de una mente tal, si tuviese la llave para la fantasía de siquiera un lunático, podría
impulsar mi propia rama de la ciencia a un lugar tal que, comparada con ella, la fisiología
de Burdon Sanderson o el conocimiento del cerebro de Ferrier, serían poco menos que
nada. ¡Si hubiese una causa suficiente! No debo pensar mucho en esto, so pena de caer
en la tentación; una buena causa puede trasmutar la escala conmigo, ¿pues no es cierto
que yo también puedo ser un cerebro excepcional, congénitamente?
Qué bien razonó el hombre; los lunáticos siempre razonan bien dentro de su propio ámbito.
Me pregunto en cuántas vidas valorará a un hombre, o siquiera a uno. Ha cerrado la
cuenta con toda exactitud, y hoy comenzará un nuevo expediente. ¿Cuántos de nosotros
comenzamos un nuevo expediente con cada día de nuestra vida? Me parece que sólo fue
ayer cuando toda mi vida terminó con mi nueva esperanza, y que verdaderamente
comenzó un nuevo expediente. Así será hasta que el Gran Recordador me sume y cierre
mi libreta de cuentas con un balance de ganancias o pérdidas. ¡Oh, Lucy, Lucy!, no puedo
estar enojado contigo, ni tampoco puedo estar enojado con mi amigo cuya felicidad es la
tuya; pero sólo debo esperar en el infortunio y el trabajo. ¡Trabajo, trabajo!.
Si yo pudiese tener una causa tan fuerte como la que tiene mi pobre amigo loco, una buena
causa, desinteresada, que me hiciera trabajar, eso sería indudablemente la felicidad.
Del diario de Mina Murray
26 de julio. Estoy ansiosa y me calma expresarme por escrito; es como susurrarse a si
mismo y escuchar al mismo tiempo. Y hay algo también acerca de los símbolos
taquigráficos que lo hace diferente a la simple escritura. Estoy triste por Lucy y por
Jonathan. No había tenido noticias de Jonathan durante algún tiempo, y estaba muy
preocupada; pero ayer el querido señor Hawkins, que siempre es tan amable, me envió una
carta de él. Yo le había escrito preguntándole si había tenido noticias de Jonathan y él me
respondió que la carta que me enviaba la acababa de recibir. Es sólo una línea fechada en
el castillo de Drácula, en la que dice que en esos momentos está iniciando el viaje de
regreso a casa. No es propio de Jonathan; no acabo de comprender, y me siento muy
inquieta. Y luego, también Lucy, aunque está tan bien, últimamente ha vuelto a caer en su
antigua costumbre de caminar dormida. Su madre me ha hablado acerca de ello, y hemos
decidido que yo debo cerrar con llave la puerta de nuestro cuarto todas las noches. La
señora Westenra tiene la idea de que los sonámbulos siempre salen a caminar por los
techos de las casas y a lo largo de las orillas de los precipicios, y luego se despiertan
repentinamente y se caen lanzando un grito desesperado que hace eco por todo el lugar.
Pobrecita, naturalmente ella está ansiosa por Lucy, y me ha dicho que su marido, el padre
de Lucy, tenía el mismo hábito; que se levantaba en las noches y se vestía y salía a pasear,
si no era detenido. Lucy se va a casar en otoño, y ya está planeando sus vestidos y cómo
va a ser arreglada su casa. La entiendo bien, pues yo haré lo mismo, con la diferencia de
que Jonathan y yo comenzaremos la vida de una manera simple, y tendremos que tratar de
hacer que encajen las dos puntas. El señor Holmwood (él es el honorable Arthur Holmwood,
único hijo de lord Godalming) va a venir aquí por una breve visita, tan pronto como
pueda dejar el pueblo, pues su padre no está tan bien, y yo creo que la querida Lucy
esta contando los minutos hasta que llegue. Ella quiere llevarlo a la banca en el cementerio
de la iglesia sobre el acantilado y mostrarle la belleza de Whitby. Me atrevo a decir que
es la espera lo que la pone impaciente: se sentirá bien cuando él llegue.

27 de julio. Ninguna noticia de Jonathan. Me estoy poniendo intranquila por él, aunque no
sé exactamente por qué; pero sí me gustaría mucho que escribiera, aunque sólo fuese una
línea, Lucy camina más que nunca, y cada noche me despierto debido a que anda de arriba
abajo por el cuarto. Afortunadamente el tiempo está tan caluroso que no puede resfriarse;
pero de

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todas maneras la ansiedad y el estar perpetuamente despierta están comenzando a
afectarme, y yo misma me estoy poniendo nerviosa y padezco un poco de insomnio. A Dios
gracias, la salud de Lucy se sostiene. El señor Holmwood ha sido llamado repentinamente a
Ring para ver a su padre, quien se ha puesto seriamente enfermo. Lucy se impacienta por
la pospuesta de verlo, pero no le afecta en su semblante, está un poquitín más gorda y sus
mejillas tienen un color rosado encantador. Ha perdido el semblante anémico que tenía.
Rezo para que todo siga bien.

3 de agosto. Ha pasado otra semana y no he tenido noticias de Jonathan. Ni siquiera las ha


tenido el señor Hawkins, de quien he recibido comunicación. Oh, verdaderamente deseo
que no esté enfermo. Es casi seguro que hubiera escrito. He leído su última carta y hay
algo en ella que no me satisface. No parece ser de él, y sin embargo, está escrita con su
letra. Sobre esto último no hay error posible. La última semana Lucy ya no ha
caminado tanto en sueños, pero hay una extraña concentración acerca de ella que no
comprendo; hasta cuando duerme parece estarme observando. Hace girar la puerta, y al
encontrarla cerrada con llave, va a uno y otro lado del cuarto buscando la llave.

6 de agosto. Otros tres días, y nada de noticias. Esta espera se está volviendo un martirio.
Si por lo menos supiera adónde escribir, o adónde ir, me sentiría mucho mejor: pero nadie
ha oído palabra de Jonathan desde aquella última carta. Sólo debo elevar mis oraciones
a Dios pidiéndole paciencia. Lucy está más excitable que nunca, pero por lo demás sigue
bien. Anoche hubo mal tiempo y los pescadores dicen que pronto habrá una tormenta.
Debo tratar de observarla y aprender a pronosticar el clima. Hoy es un día gris, y mientras
escribo el sol está escondido detrás de unas gruesas nubes, muy alto sobre Kettleness.
Todo es gris, excepto la verde hierba, que parece una esmeralda en medio de todo; grises
piedras de tierra, nubes grises, matizadas por la luz del sol en la orilla más lejana,
colgadas sobre el mar gris, dentro del cual se introducen los bancos de arena como figuras
grises. El mar está golpeando con un rugido sobre las poco profundas y arenosas
ensenadas, embozado en la neblina marina que llega hasta tierra.
Todo es vasto; las nubes están amontonadas como piedras gigantescas, y sobre el mar hay
ráfagas de viento que suenan como el presagio de un cruel destino. En la playa hay aquí y
allá oscuras figuras, algunas veces envueltas por la niebla, y parecen "Árboles con formas
humanas que caminaran". Todos los lanchones de pesca se dirigen rápidamente a puerto, y
se elevan y se sumergen en las grandes olas al navegar hacia el puerto, escorando.
Aquí viene el viejo señor Swales. Se dirige directamente hacia mí, y puedo ver, por la
manera como levanta su sombrero, que desea hablar conmigo.
Me he sentido bastante conmovida por el cambio del pobre anciano. Cuando se sentó a mi
lado, dijo de manera muy tímida:
-Quiero decirle algo a usted, señorita.
Pude ver que no estaba tranquilo, por lo que tomé su pobre mano vieja y arrugada en la
mía y le pedí que hablara con plena confianza; entonces, dejando su mano entre las mías,
dijo:
-Tengo miedo, mi queridita, que debo haberle impresionado mucho por todas las cosas
malévolas que he estado diciendo acerca de los muertos y cosas parecidas estas
últimas semanas; pero no las he dicho en serio, y quiero que usted recuerde eso cuando yo
me haya ido. Nosotros, la gente vieja y un poco chiflada, y con un pie ya sobre el agujero
maldito, no nos gusta para nada pensar en ello, y no queremos sentirnos asustados; y ése
es el motivo por el cual he tomado tan a la ligera esas cosas, para poder alegrar un
poquitín mi propio corazón. Pero, Dios la proteja, señorita, no tengo miedo de la muerte,
no le tengo ni el menor miedo; sólo es que si pudiera no morirme, sería mejor. Mi tiempo
ya se está acabando, pues yo ya soy viejo, y cien años es

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demasiado para cualquier hombre que espere; y estoy tan cerca de ella que ya el Anciano
está afilando su guadaña. Ya ve usted, no puedo dejar la costumbre de reírme acerca de
estas cosas de una sola vez: las burlas van a ser siempre mi tema favorito. Algún día el
Ángel de la Muerte sonará su trompeta para mí. Pero no se aflija ni se arrepienta de mi
muerte -dijo, viendo que yo estaba llorando-, pues si llegara esta misma noche yo no me
negaré a contestar su llamado. Pues la vida, después de todo, es sólo una espera por
alguna otra cosa además de la que estamos haciendo; y la muerte es todo sobre lo que
verdaderamente podemos depender. Pero yo estoy contento, pues ya se acerca a mí,
querida, y se acerca rápidamente. Puede llegar en cualquier momento mientras estemos
mirando y haciéndonos preguntas. Tal vez está en el viento allá afuera en el mar que trae
consigo pérdidas y destrucción, y penosas ruinas, y corazones tristes. ¡Mirad, mirad! -gritó
repentinamente-. Hay algo en ese viento y en el eco más allá de él que suena, parece,
gusta y huele como muerte. Está en el aire; siento que llega. ¡Señor, haced que responda
gozoso cuando llegue mi llamada!
Levantó los brazos devotamente y se quitó el sombrero. Su boca se movió como si
estuviese rezando. Después de unos minutos de silencio, se puso de pie, me estrechó las
manos y me bendijo, y dijo adiós. Se alejó cojeando. Todo esto me impresionó mucho, y
me puso nerviosa.
Me alegré cuando el guardacostas se acercó, anteojo de larga vista bajo el brazo.
Se detuvo a hablar conmigo, como siempre hace, pero todo el tiempo se mantuvo mirando
hacia un extraño barco.
-No me puedo imaginar qué es -me dijo-. Por lo que se puede ver, es ruso. Pero se
está balanceando de una manera muy rara. Realmente no sabe qué hacer; parece que se
da cuenta de que viene la tormenta, pero no se puede decidir a navegar hacia el norte al
mar abierto, o a guarecerse aquí. ¡Mírelo, otra vez! Está maniobrando de una manera
extremadamente rara. Tal parece que no obedece a las manos sobre el timón; cambia con
cualquier golpe de viento. Ya sabremos más de él antes de mañana a esta misma hora.

VII.- RECORTE DEL "DAILYGRAPH", 8 DE AGOSTO (Pegado en el diario de Mina Murray)

De un corresponsal.
Whitby.- Una de las tormentas más fuertes y repentinas que se recuerdan acaba de pasar
por aquí, con resultados extraños. El tiempo un tanto bochornoso, pero de ninguna manera
excepcional para el mes de agosto. La noche del sábado fue tan buena como cualquier otra,
y la gran cantidad de visitantes fueron ayer a los bosques de Mulgrave, la bahía de Robin
Hood, el molino de Rig, Runswick, Staithes y los otros sitios de recreo en los alrededores de
Whitby. Los vapores Emma y Scarborough hicieron numerosos viajes a lo largo de la costa,
y hubo un movimiento extraordinario de personas que iban y venían de Whitby. El día fue
extremadamente bonito hasta por la tarde, cuando algunos de los chismosos que
frecuentan el cementerio de la iglesia de East Cliff, y desde esa prominente eminencia
observan la amplia extensión del mar visible hacia el norte y hacia el este, llamaron la
atención un grupo de "colas de caballo" muy altas en el cielo hacia el noroeste. El viento
estaba soplando desde el suroeste en un grado suave que en el lenguaje barométrico es
calificado como 2: brisa ligera. El guardacostas de turno hizo inmediatamente el informe, y
un anciano pescador, que durante más de medio siglo ha hecho observaciones del tiempo
desde East Cliff, predijo de una manera enfática la llegada de una repentina tormenta. La
puesta del sol fue tan bella, tan grandiosa en sus masas de nubes espléndidamente
coloreadas, que una gran cantidad de personas se reunieron en la acera a lo largo del
acantilado en el cementerio de la vieja iglesia, para gozar de su belleza. Antes de que el sol
se hundiera detrás de la negra masa de Kettleness, encontrándose abiertamente

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de babor a estribor sobre el cielo del oeste, su ruta de descenso fue marcada por una
miríada de nubes de todos los colores del celaje: rojas, moradas, color de rosa, verdes,
violetas, y de todos los matices dorados; había aquí y allá masas no muy grandes, pero
notoriamente de un negro absoluto, en todas clases de figuras; algunas sólo delineadas y
otras como colosales siluetas. La vista de aquel paisaje no fue desaprovechada por los
pintores, y no cabe ninguna duda de que algunos esbozos del "Preludio a una Gran
Tormenta" adornaran las paredes de R. A. y R. I. el próximo mayo. Más de un capitán
decidió en aquellos momentos y en aquel lugar que su "guijarro" o su "mula" (como llaman
a las diferentes clases de botes) permanecería en el puerto hasta que hubiera pasado
la tormenta. Por la noche el viento amainó por completo, y a la medianoche había una
calma chicha, un bochornoso calor, y esa intensidad prevaleciente que, al acercarse el
trueno, afecta a las personas de naturaleza muy sensible. Sólo había muy pocas luces en el
mar, pues hasta los vapores costeños, que suelen navegar muy cerca de la orilla, se
mantuvieron mar adentro, y sólo podían verse muy contados barcos de pesca. La única
vela sobresaliente era una goleta forastera que tenía desplegado todo su velamen, y
que parecía dirigirse hacia el oeste.
La testarudez o ignorancia de su tripulación fue un tema exhaustivamente comentado
mientras permaneció a la vista, y se hicieron esfuerzos por enviarle señales para
que arriaran velas, en vista del peligro. Antes de que cerrara la noche, se le vio con
sus velas ondear ociosamente mientras navegaba con gran tranquilidad sobre las
encrespadas olas del mar.
"Tan ociosamente como un barco pintado sobre un océano pintado."
Poco antes de las diez de la noche la quietud del viento se hizo bastante opresiva, y el
silencio era tan marcado que el balido de una oveja tierra adentro o el ladrido de un perro
en el pueblo, se escuchaban distintamente; y la banda que tocaba en el muelle, que tocaba
una vivaracha marcha francesa, era una disonancia en la gran armonía del silencio de la
naturaleza. Un poco después de medianoche llegó un extraño sonido desde el mar, y muy
en lo alto comenzó a producirse un retumbo extraño, tenue, hueco.
Entonces, sin previo aviso, irrumpió la tempestad. Con una rapidez que, en aquellos
momentos, parecía increíble, y que aún después es inconcebible; todo el aspecto de la
naturaleza se volvió de inmediato convulso. Las olas se elevaron creciendo con furia,
cada una sobrepasando a su compañera, hasta que en muy pocos minutos el vidrioso mar
de no hacía mucho tiempo estaba rugiendo y devorando como un monstruo. Olas de
crestas blancas golpearon salvajemente la arena de las playas y se lanzaron contra los
pronunciados acantilados; otras se quebraron sobre los muelles, y barrieron con su
espuma las linternas de los faros que se levantaban en cada uno de los extremos de los
muelles en el puerto de Whitby. El viento rugía como un trueno, y soplaba con tal fuerza
que les era difícil incluso a hombres fuertes mantenerse en pie, o sujetarse con un
desesperado abrazo de los puntales de acero. Fue necesario hacer que la masa de
curiosos desalojara por completo los muelles, o de otra manera las desgracias de la noche
habrían aumentado considerablemente. Por si fueran pocas las dificultades y los
peligros que se cernían sobre el poblado, unas masas de niebla marina comenzaron a
invadir la tierra, nubes blancas y húmedas que avanzaron de manera fantasmal, tan
húmedas, vaporosas y frías que se necesitaba sólo un pequeño esfuerzo de la imaginación
para pensar que los espíritus de aquellos perdidos en el mar estaban tocando a sus
cofrades vivientes con las viscosas manos de la muerte, y más de una persona sintió
temblores y escalofríos al tiempo que las espirales de niebla marina subían tierra
adentro. Por unos instantes la niebla se aclaraba y se podía ver el mar a alguna
distancia, a la luz de los relámpagos, que ahora se sucedían frecuentemente seguidos
por repentinos estrépitos de truenos, tan horrísonos que todo el cielo encima de uno
parecía temblar bajo el golpe de la tormenta. Algunas de las escenas que acontecieron
fueron de una grandiosidad inconmensurable y de un interés absorbente. El mar,
levantándose tan alto

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como las montañas, lanzaba al cielo grandes masas de espuma blanca, que la tempestad
parecía coger y desperdigar por todo el espacio; aquí y allí un bote pescador, con las
velas rasgadas, navegando desesperadamente en busca de refugio ante el peligro; de vez
en cuando las blancas alas de una ave marina ondeada por la tormenta. En la cúspide
de East Cliff el nuevo reflector estaba preparado para entrar en acción, pero todavía no
había sido probado; los trabajadores encargados de él lo pusieron en posición, y en las
pausas de la niebla que se nos venía encima barrieron con él la superficie del mar. Una o
dos veces prestó el más eficiente de los servicios, como cuando un barco de pesca, con la
borda bajo el agua, se precipitó hacia el puerto, esquivando, gracias a la guía de la luz
protectora, el peligro de chocar contra los muelles. Cada vez que un bote lograba llegar a
salvo al puerto había un grito de júbilo de la muchedumbre congregada en la orilla; un grito
que por un momento parecía sobresalir del ventarrón, pero que era finalmente opacado por
su empuje.
Al poco tiempo, el reflector descubrió a alguna distancia una goleta con todas sus
velas desplegadas, aparentemente el mismo navío que había sido avistado esa misma
noche. A esas horas, el viento había retrocedido hacia el este, y un temblor recorrió a todos
los espectadores del acantilado cuando presenciaron el terrible peligro en el que se
encontraba la nave. Entre ella y el puerto había un gran arrecife plano sobre el cual han
chocado de tiempo en tiempo tantos buenos barcos, y que, con el viento soplando en esa
dirección, sería un obstáculo casi imposible de franquear en caso de que intentase ganar la
entrada del puerto. Ya era casi la hora de la marea alta, pero las olas eran tan impetuosas
que en sus senos casi se hacían visibles las arenas de la playa, y la goleta, con todas las
velas desplegadas, se precipitaba con tanta velocidad que, en las palabras de un viejo lobo
de mar, "debía de llegar a alguna parte, aunque sólo fuese al infierno".
Luego llegó otra ráfaga de niebla marina, más espesa que todas las anteriores; una
masa de neblina húmeda que pareció envolver a todas las cosas como un sudario gris y
dejó asequible a los hombres sólo el órgano del oído, pues el ruido de la tempestad, el
estallido de los truenos y el retumbo de las poderosas oleadas que llegaban a través
del húmedo ambiente eran más fuertes que nunca. Los rayos del reflector se
mantuvieron fijos en la boca del puerto a través del muelle del este, donde se esperaba el
choque, y los hombres contuvieron la respiración. Repentinamente, el viento cambió hacia
el noreste, y el resto de la niebla marina se diluyó; y entonces, mirabile dictu, entre
los muelles, levantándose de ola en ola a medida que avanzaba a gran velocidad, entró la
rara goleta con todas sus velas desplegadas y alcanzó el santuario del puerto. El
reflector la siguió, y un escalofrío recorrió a todos los que la vieron, pues atado al timón
había un cuerpo, con la cabeza caída, que se balanceaba horriblemente hacia uno y otro
lado con cada movimiento del barco. No se podía ver ninguna otra forma sobre cubierta. Un
gran estado de reverencia y temor sobrecogió a todos cuando vieron que el barco, como
por milagro, había encontrado el puerto, ¡guiado solamente por las manos de un
hombre muerto! Sin embargo, todo se llevó a cabo más rápidamente de lo que
tardo en escribir estas palabras. La goleta no se detuvo, sino que, navegando
velozmente a través del puerto, embistió en un banco de arena y grava lavado por
muchas mareas y muchas tormentas, situado en la esquina sureste del muelle que
sobresale bajo East Cliff, y que localmente es conocido como el muelle Tate Hill.
Por supuesto que cuando la nave embistió contra el montón de arena se produjo una
sacudida considerable. Cada verga, lazo y montante sufrió la sacudida, y una parte del
mástil principal se vino abajo. Pero lo más extraño de todo fue que, en el mismo instante
en que tocó la orilla, un perro inmenso saltó a cubierta desde abajo, y como si hubiese sido
proyectado por el golpe, corrió hacia adelante y saltó desde la proa a la arena. Corriendo
directamente hacia el empinado acantilado donde el cementerio de la iglesia cuelga
sobre la

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callejuela que va hacia el muelle del este, tan pronunciadamente que algunas de las lápidas
(" transatlánticas" o "piedras atravesadas", como las llaman vernacularmente aquí en
Whitby) se proyectan de hecho donde el acantilado que la sostenía se ha derrumbado, y
desapareció en la oscuridad, que parecía intensificada justamente más allá de la luz del
reflector.
Sucedió que por casualidad en aquellos momentos no había nadie en el muelle de Tate
Hill, pues todos aquellos cuyas casas se encontraban en la proximidad estaban, o en cama,
o habían subido a las alturas para ver mejor. Por eso el capitán del guardacostas de
turno en el lado este del puerto, que de inmediato corrió hacia el pequeño muelle,
fue el primero que pudo subir a bordo. Los hombres que manejaban el reflector, después
de escudriñar la entrada al puerto sin ver nada, dirigieron la luz hacia el buque abandonado
y la mantuvieron allí. El capitán del guardacostas corrió sobre la cubierta de popa, y cuando
llegó al lado de la rueda se inclinó para examinarla, y retrocedió de pronto como si
estuviera bajo una fuerte emoción. Esto pareció picar la curiosidad general y un buen
número de personas comenzaron a correr. Es un buen trecho el que hay desde West Cliff
pasando por el puente de Drawbridge hasta el muelle de Tate Hill, pero su corresponsal es
un corredor bastante bueno, y llegué con buena ventaja sobre el resto de la gente. Sin
embargo, cuando llegué, encontré en el muelle a una muchedumbre que ya se había
reunido, y a la cual el capitán del guardacostas y la policía no permitían subir a bordo. Por
cortesía del jefe de marineros se me permitió, como corresponsal que soy, subir a bordo, y
fui uno de los del pequeño grupo que vio al marinero muerto mientras se encontraba
todavía atado a la rueda del timón.
No era de extrañar que el capitán del guardacostas se hubiera sorprendido, o que hubiera
sentido temor, pues no es muy común que puedan verse cosas semejantes. El hombre
estaba simplemente atado de manos, una sobre otra, a la cabilla de la rueda del timón.
Entre su mano derecha y la madera había un crucifijo, estando los rosarios con los cuales
se encontraba sujeto tanto alrededor de sus puños como de la rueda, y todo fuertemente
atado por las cuerdas que lo amarraban. El pobre sujeto puede ser que haya estado
sentado al principio, pero el aleteo y golpeteo de las velas habían hecho sus efectos en el
timón de la rueda y lo arrastraron hacia uno y otro lado, de tal manera que las cuerdas con
que estaba atado le habían cortado la carne hasta el hueso. Una detallada descripción del
estado de cosas fue hecha, y un médico, el cirujano J. M. Caffyn, de East Elliot Place, Nº
33, quien subió inmediatamente después de mí, declaró después de hacer un examen
que el hombre debió haber estado muerto por lo menos durante dos días. En su
bolsillo había una botella, cuidadosamente tapada con un corcho, y vacía, salvo por un
pequeño rollo de papel, que resultó ser el apéndice del diario de bitácora.
El capitán del guardacostas dijo que el hombre debió haber atado sus propias manos
apretando los nudos con sus dientes. El hecho de que el capitán del guardacostas fue el
primero en subir a bordo, puede evitar algunas complicaciones más tarde en la Corte del
Almirantazgo; pues los guardacostas no pueden reclamar el derecho de salvamento a que
pueden optar todos los civiles que sean primeros en encontrar un barco abandonado.
Sin embargo, los funcionarios legales ya se están moviendo, y un joven estudiante de leyes
está asegurando en altas y claras voces que los derechos del propietario ya están
completamente sacrificados, siendo retenida su propiedad en contravención a los estatutos
de manos muertas, ya que la caña del timón, como emblema, si no es prueba de posesión
delegada, es considerada mano muerta. Es innecesario decir que el marinero muerto ha
sido reverentemente retirado del lugar donde mantenía su venerable vigilancia y guardia
(con una tenacidad tan noble como la del joven Casablanca), y ha sido colocado en el
depósito de cadáveres en espera de futuras pesquisas.

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Ya esta pasando la repentina tormenta, y su ferocidad está menguando; la gente se
desperdiga en dirección a sus casas, y el cielo esta comenzando a enrojecer sobre la
campiña de Yorkshire. Enviaré, a tiempo para su próxima edición, más detalles del barco
abandonado que encontró tan milagrosamente la ruta hacia el puerto, en medio de la
tormenta.

9 de agosto. La secuela al extraño arribo del barco abandonado en la tormenta de anoche


es casi más asombrosa que el hecho mismo. Resulta que la goleta es rusa, de Varna, y que
es llamada Demetrio. Está llena casi enteramente de lastre de arena de plata, con sólo
una pequeña cantidad de carga: muchas cajas grandes de madera llenas de tierra. Esta
carga estaba consignada a un procurador de Whitby, el señor S. F. Billington, de La
Creciente, Nº 7, quien esta mañana fue a bordo y tomó posesión formal de los bienes
consignados a nombre de él. El cónsul ruso, también, actuando por el lado del
embarque, tomó posesión formal del barco y pagó todos los impuestos portuarios, etcétera.
No se habla de otra cosa aquí que de la extraña coincidencia; los empleados del Ministerio
de Comercio han sido exageradamente escrupulosos en ver que todos los trámites legales
se cumplan de acuerdo con las disposiciones vigentes.
Como el asunto parece que va a ser "un milagro de nueve días", están evidentemente
determinados a que no exista causa para mayores complicaciones. Se ha notado bastante
interés por el perro que saltó a tierra cuando el barco encalló, y más de un miembro de la
A. P. C. A., que es muy fuerte aquí en Whitby, ha tratado de hacerse cargo del
animal. Pero para desconsuelo general, no ha sido posible encontrarlo en ningún lado;
más bien parece que ha desaparecido por completo del pueblo. Muy bien puede ser que se
encontrara aterrorizado y que haya corrido a refugiarse en los pantanos, donde
posiblemente está todavía escondido. Hay algunos que miran con miedo esta última
posibilidad pues podría ser que después se convirtiera en un peligro, ya que evidentemente
se trata de una bestia feroz. Temprano esta mañana, un perro grande, un mastín mestizo
perteneciente a un comerciante de carbón cercano al muelle de Tate Hill, apareció muerto
en el camino situado enfrente al patio de su dueño. Había estado peleando, y,
manifiestamente tuvo a un oponente salvaje, pues tenía la garganta desgarrada y su
vientre estaba abierto como por una garra salvaje.
Más tarde. Por amabilidad del inspector del Ministerio de Comercio, se me ha permitido que
eche una mirada al cuaderno de bitácora del Demetrio, que está en orden hasta hace tres
días, pero que no contenía nada de especial interés, excepto lo relativo a los hechos de
hombres desaparecidos. El mayor interés, sin embargo, se centra respecto al papel
encontrado en la botella, que fue presentado hoy durante las averiguaciones; y puedo
asegurar que un cuento más extraño como el que parece deducirse de ambas cosas, nunca
se había atravesado en mi camino.
Como no hay motivos para guardar secreto, se me permite que los use y le envíe a
usted un relato detallado, omitiendo simplemente detalles técnicos de marinería y de
sobrecargo. Casi parece como si el capitán hubiese sido sobrecogido por una especie de
manía antes de que hubiesen llegado mar adentro, y que ésta se continuara desarrollando
persistentemente a través del viaje. Por supuesto, mi aseveración debe ser tomada cum
grano, porque estoy escribiendo según lo dictado por un empleado del cónsul ruso, quien
amablemente traduce para mí, ya que hay poco tiempo.
CUADERNO DE BITÁCORA DEL "DEMETRIO"
De Verna a Whitby
Escrito el 18 de julio. Pasan cosas tan extrañas, de las que mantendré de aquí en
adelante una detallada información hasta que lleguemos a tierra.
El 6 de julio terminamos de embarcar el cargamento, arena de plata y cajas con tierra.
Por la tarde zarpamos. Viento del este, fresco. Tripulación, cinco manos..., dos oficiales,
cocinero y yo (capitán).

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El 11 de julio al amanecer entramos al Bósforo. Subieron a bordo empleados turcos de la
aduana. Propinas. Todo correcto. Reanudamos viaje a las 4 p. m.
12 de julio a través de los Dardanelos. Más empleados de aduana y barco insignia del
escuadrón de guardia. Otra vez propinas. El trabajo de los oficiales detallado, pero rápido.
Querían deshacerse de nosotros con prontitud. Al anochecer pasamos al archipiélago.
El 13 de julio pasamos cabo Matapán. La tripulación se encuentra insatisfecha por algo.
Parece asustada, pero no dice por qué.
El 14 de julio estuve un tanto ansioso por la tripulación. Todos los hombres son de
confianza y han navegado conmigo otras veces. El piloto tampoco pudo averiguar lo que
sucede; sólo le dijeron que había algo, y se persignaron. El piloto perdió los estribos con
uno de ellos ese día y le dio un puñetazo. Esperaba una pelea feroz, pero todo está
tranquilo.
El 16 de julio el piloto informó en la mañana que uno de la tripulación, Petrovsky, ha
desaparecido. No pudo dar más datos. Tomó guardia a babor a las ocho campanas, anoche;
fue relevado por Abramov, pero no fue a acostarse a su litera. Los hombres, muy
deprimidos, dijeron todos que ya esperaban algo parecido, pero no dijeron más sino que
había algo a bordo. El piloto se está poniendo muy impaciente con ellos; temo más
incidentes enojosos más tarde.
El 17 de julio, ayer, uno de los hombres, Olgaren, llegó a mi cabina y de una manera
confidencial y temerosa me dijo que él pensaba que había un hombre extraño a bordo del
barco. Me narró que en su guardia había estado escondido detrás de la cámara de cubierta,
pues había lluvia de tormenta, cuando vio a un hombre alto, delgado, que no se parecía a
ninguno de la tripulación, subiendo la escalera de la cámara y caminando hacia adelante
sobre cubierta, para luego desaparecer. Lo siguió cautelosamente, pero cuando llegó cerca
de la proa no encontró a nadie, y todas las escotillas estaban cerradas. Le entró un
miedo pánico supersticioso, y temo que ese pánico pueda contagiarse a los demás.
Adelantándome, hoy haré que registren todo el barco cuidadosamente, de proa a popa.
Más tarde ese mismo día reuní a toda la tripulación y les dije que, como ellos
evidentemente pensaban que había alguien en el barco, lo registraríamos de proa a popa.
El primer oficial se enojó; dijo que era una tontería, y que ceder ante tan tontas ideas
desmoralizaría más a los hombres; dijo que él se comprometía a mantenerlos en orden a
punta de garrote. Lo dejé a él encargado del timón, mientras el resto comenzaba a buscar,
manteniéndonos todos unos al lado de otros, con linternas; no dejamos una esquina sin
registrar. Como todo lo que había eran unas grandes cajas de madera, no había posibles
resquicios donde un hombre se pudiera esconder. Los hombres estaban mucho más
aliviados cuando terminamos el registro, y se dedicaron a sus faenas con alegría. El primer
oficial refunfuñó, pero no dijo nada más.
22 de julio. Los últimos tres días, tiempo malo, y todas las manos ocupadas en las velas:
no hay tiempo para estar asustados. Los hombres parecen haber olvidado sus temores. El
piloto, alegre otra vez, y todo marcha muy bien. Elogié a los hombres por su magnífica
labor durante el mal tiempo. Pasamos Gibraltar y salimos de los estrechos.
Todo bien.
24 de julio. Parece que pesa una maldición sobre este barco. Ya teníamos una mano
menos, y al entrar en la bahía de Vizcaya con un tiempo de los diablos, otro hombre ha
desaparecido anoche, sin dejar rastro. Como el primero, dejó su guardia y no se lo volvió
a ver. Todos los hombres tienen un miedo pánico; envié una orden aceptando su solicitud
de que se hagan guardias dobles, pues tienen miedo de estar solos. El piloto, furioso. Temo
que podamos tener algunos problemas, ya que o él o los hombres pueden emplear la
violencia.
28 de julio. Cuatro días de infierno, bamboleándonos en una especie de tifón, y con vientos
tempestuosos. Nadie ha podido dormir. Todos los hombres están cansados. Apenas sé
cómo montar una guardia, ya que ninguno está en

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condiciones de seguir adelante. El segundo oficial se ofreció voluntariamente a timonear y
hacer guardia, permitiendo así que los hombres pudieran dormir un par de horas. El
viento está amainando; el mar todavía terrorífico, pero se siente menos, ya que el barco
ha ganado estabilidad.
29 de julio. Otra tragedia. Esta noche tuvimos guardia sencilla, ya que la tripulación está
muy cansada para hacerla doble. Cuando la guardia de la mañana subió a cubierta no pudo
encontrar a nadie a excepción del piloto. Comenzó a gritar y todos subieron a cubierta.
Minucioso registro, pero no se encontró a nadie. Ahora estamos sin segundo oficial, y con la
tripulación en gran pánico. El piloto y yo acordamos ir siempre armados de ahora
en adelante, y acechar cualquier señal de la causa.
30 de julio. Noche. Todos regocijados pues nos acercamos a Inglaterra. Tiempo magnífico,
todas las velas desplegadas. Me retiré por agotamiento; dormí profundamente; fui
despertado por el oficial diciéndome que ambos hombres, el de guardia y el piloto, habían
desaparecido. Sólo quedamos dos tripulantes, el primer oficial y yo, para gobernar el
barco.

1 de agosto. Dos días de niebla y sin avistar una vela. Había esperado que en Canal de la
Mancha podríamos hacer señales pidiendo auxilio o llegar a algún lado. No teniendo fuerzas
para trabajar las velas, tenemos que navegar con el viento. No nos atrevemos a arriarlas,
porque no podríamos izarlas otra vez. Parece que se nos arrastra hacia un terrible
desenlace. El primer oficial está ahora más desmoralizado que cualquiera de los hombres.
Su naturaleza más fuerte parece que ha trabajado en su interior inversamente en contra de
él. Los hombres están más allá del miedo, trabajando fuerte y pacientemente, con sus
mentes preparadas para lo peor. Son rusos; él es rumano.

2 de agosto, medianoche. Me desperté después de pocos minutos de dormir escuchando


un grito, que parecía dado al lado de mi puerta. No podía ver nada por la neblina. Corrí a
cubierta y choqué contra el primer oficial. Me dice que escuchó el grito y corrió, pero no
había señales del hombre que estaba de guardia. Otro menos. ¡Señor, ayúdanos! El primer
oficial dice que ya debemos haber pasado el estrecho de Dover, pues en un momento en
que se aclaró la niebla alcanzó a ver North Foreland, en el mismo instante en que escuchó
el grito del hombre. Si es así, estamos ahora en el Mar del Norte, y sólo Dios puede
guiarnos en esta niebla, que parece moverse con nosotros; y Dios parece que nos ha
abandonado.

3 de agosto. A medianoche fui a relevar al hombre en el timón y cuando llegué no


encontré a nadie ahí. El viento era firme, y como navegamos hacia donde nos lleve, no
había ningún movimiento. No me atreví a dejar solo el timón, por lo que le grité al
oficial. Después de unos segundos subió corriendo a cubierta en sus franelas. Traía los ojos
desorbitados y el rostro macilento, por lo que temo mucho que haya perdido la razón. Se
acercó a mí y me susurró con voz ronca, colocando su boca cerca de mi oído, como si
temiese que el mismo aire escuchara: "Está aquí; ahora lo sé. Al hacer guardia anoche lo
vi, un hombre alto y delgado y sepulcralmente pálido. Estaba cerca de la proa, mirando
hacia afuera. Me acerqué a él a rastras y le hundí mi cuchillo; pero éste lo atravesó, vacío
como el aire." Al tiempo que hablaba sacó su cuchillo y empezó a moverlo salvajemente en
el espacio. Luego, continuó: "Pero como está aquí, lo encontraré. Está en la bodega, quizá
en una de esas cajas. Las destornillaré una por una y veré. Usted, sujete el timón." Y, con
una mirada de advertencia, poniéndose el dedo sobre los labios, se dirigió hacia abajo. Se
estaba alzando un viento peligroso, y yo no podía dejar el timón. Lo vi salir otra vez a
cubierta con una caja de herramientas y una linterna y descender por la escotilla delantera.
Está loco; completamente delirante de locura, y no tiene sentido que trate de detenerlo. No
puede hacer daño a esas grandes cajas: están detalladas como "arcilla", y que las arrastre
de un lado

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a otro no tiene ninguna importancia. Así es que aquí me quedo, cuido del timón y
escribo estas notas.
Sólo puedo confiar en Dios y esperar a que la niebla se aclare. Entonces, si puedo pilotear
la nave hacia cualquier puerto con el viento que haya, arriaré las velas y me quedaré
descansando, haciendo señales, pidiendo auxilio...
Ya casi todo ha terminado. Justamente cuando estaba comenzando a pensar que el
primer oficial podría regresar más calmado, pues lo escuché martillando algo en la bodega,
y trabajar le hace bien, subió por la escotilla un grito repentino que me heló la sangre; y
apareció él sobre cubierta como disparado por un arma, completamente loco, con los ojos
girando y el rostro convulso por el miedo. "¡Sálvame, sálvame!", gritó, y luego miró a su
alrededor al manto de neblina. Su horror se volvió desesperación, y con voz tranquila
dijo: "Sería mejor que usted también viniera, capitán, antes de que sea demasiado tarde.
Está aquí. Ahora conozco el secreto. ¡El mar me salvará de él, y es todo lo que queda!"
Antes de que yo pudiera decir una palabra, o pudiera adelantarme para detenerlo, saltó a
la amura, y deliberadamente se lanzó al mar. Supongo que ahora yo también conozco el
secreto. Fue este loco el que despachó a los hombres uno a uno y ahora él mismo los
ha seguido.
¡Dios me ayude! ¿Cómo voy a poder dar parte de todos estos horrores cuando llegue a
puerto? ¡Cuando llegue a puerto! ¿Y cuándo será eso?

4 de agosto. Todavía niebla, que el sol no puede atravesar. Sé que el sol ha ascendido
porque soy marinero, pero no sé por qué otros motivos. No me atrevo a ir abajo; no me
atrevo a abandonar el timón; así es que pasé aquí toda la noche, y en la velada oscuridad
de la noche lo vi, ¡a él! Dios me perdone, pero el oficial tuvo razón al saltar por la borda.
Era mejor morir como un hombre; la muerte de un marinero en las azules aguas del mar
no puede ser objetada por nadie. Pero yo soy el capitán, y no puedo abandonar mi barco.
Pero yo frustraré a este enemigo o monstruo, pues cuando las fuerzas
comiencen a fallarme ataré mis manos al timón, y junto con ellas ataré eso a lo cual esto -
¡él! no se atreve a tocar; y entonces, venga buen viento o mal viento, salvaré mi alma y mi
honor de capitán. Me estoy debilitando, y la noche se acerca. Si puede verme otra vez a la
cara pudiera ser que no tuviese tiempo de actuar... Si naufragamos, tal vez se encuentre
esta botella, y aquellos que me encuentren comprenderán; si no... Bien, entonces todos los
hombre sabrán que he sido fiel a mi juramento. Dios y la Virgen Santísima y los santos
ayuden a una pobre alma ignorante que trata de cumplir con su deber...

Por supuesto, el veredicto fue de absolución. No hay evidencia que aducir; y si fue el
hombre mismo quien cometió los asesinatos, o no fue él, es algo que nadie puede
atestiguar. El pueblo aquí sostiene casi universalmente que el capitán es simplemente un
héroe, y se le va a enterrar con todos los honores. Ya está arreglado que su cuerpo debe
ser llevado con un tren de botes por un trecho a lo largo del Esk, y luego será traído de
regreso hasta el muelle de Tate Hill y subido por la escalinata hasta la abadía; pues se
ha dispuesto que sea enterrado en el cementerio de la iglesia, sobre el acantilado. Los
propietarios de más de cien barcazas ya han dado sus nombres, señalando que desean
seguir el cortejo fúnebre del capitán.
No se han encontrado rastros del inmenso perro; por esto hay mucha tristeza, ya que, con
la opinión pública en su presente estado, el animal hubiera sido, creo yo, adoptado por el
pueblo. Mañana será el funeral, y así terminará este nuevo "misterio del mar".
Del diario de Mina Murray
8 de agosto. Lucy pasó toda la noche muy intranquila, y yo tampoco pude dormir. La
tormenta fue terrible, y mientras retumbaba fuertemente entre los tiestos de la chimenea,
me hizo temblar. Al llegar una fuerte ráfaga de viento, parecía el disparo de un cañón
distante. Cosa bastante rara, Lucy no

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se despertó; pero se levantó dos veces y se vistió. Por fortuna, en cada ocasión me
desperté a tiempo y me las arreglé para desvestirla sin despertarla, metiéndola otra vez en
cama. Es cosa muy rara este su sonambulismo, pues tan pronto como su voluntad es
frustrada de cualquier manera física, su intención, si es que la tiene, desaparece, y se
entrega casi exactamente a la rutina de su vida.
Temprano esta mañana nos levantamos las dos y bajamos hasta el puerto para ver si
había sucedido algo durante la noche. Había muy poca gente en los alrededores, y aunque
el sol estaba brillando y el aire estaba claro y fresco, las grandes olas amenazantes,
que parecían más oscuras de lo que eran debido a que la espuma las coronaba con
penachos de nieve, se abrían paso a través de la estrecha boca del puerto, como un
hombre que camina a codazos entre una multitud. Sin razón aparente me sentí contenta de
que Jonathan no hubiera estado en el mar, sino en tierra. Pero, ¡oh!, ¿está en tierra o en
mar? ¿Dónde está él, y cómo? Me estoy poniendo verdaderamente ansiosa por su
paradero. ¡Si sólo supiera lo que debo hacer, y si pudiera hacer algo!

10 de agosto. Los funerales del pobre capitán, hoy, fueron de lo más conmovedor. Todos
los botes del puerto parecían estar ahí, y el féretro fue llevado en hombros por capitanes
todo el camino, desde el muelle de Tate Hill hasta el cementerio de la iglesia. Lucy vino
conmigo, y nos fuimos muy temprano a nuestro viejo asiento, mientras el cortejo de botes
remontó el río hasta el viaducto y luego descendió nuevamente. Tuvimos una vista
magnífica, y vimos la procesión casi durante todo el viaje. Al pobre hombre lo pusieron a
descansar cerca de nuestro asiento, de tal manera que nosotras nos paramos y, cuando
llegó la hora, pudimos verlo todo. La pobre Lucy parecía estar muy nerviosa. Estuvo todo el
tiempo inquieta y alterada, y no puedo sino pensar que sus sueños de la noche le están
afectando. Hay algo muy extraño: no quiere admitirme a mí que hay alguna causa para
su desasosiego; o si hay alguna causa, ella misma no la comprende. Hay un motivo
adicional en el hecho de que el pobre anciano, el señor Swales, fue encontrado muerto
esta mañana en nuestro asiento, con la nuca quebrada. Evidentemente, como dijo el
médico, cayó de espaldas sobre el asiento, presa de miedo, pues en su rostro había una
mirada de temor y horror, que los hombres decían los hacía temblar.
¡Pobre querido anciano! ¡Quizá ha visto a la muerte con sus ojos moribundos! Lucy es tan
dulce y siente las influencias más agudamente que otra gente.
Ahora mismo está muy excitada por un pequeño detalle al que yo no le presté mucha
atención, aunque yo misma quiero mucho a los animales. Uno de los hombres que siempre
subía aquí para mirar los botes era seguido por su perro. El perro siempre estaba con él.
Los dos son muy tranquilos, y yo nunca vi al hombre enojado, ni escuché que el perro
ladrara. Durante el servicio el perro no quiso acercarse a su dueño, que estaba sobre el
asiento con nosotras, sino que se mantuvo a unos cuantos metros de distancia y ladrando y
aullando. Su dueño le habló primero suavemente, luego en tono más áspero, y finalmente
muy enojado; pero el animal no quiso acercarse ni cesó de hacer ruido. Estaba poseído
como por una especie de rabia, con sus ojos brillándole salvajemente, y todos los pelos
erizados como la cola de un gato cuando se está preparando para la pelea. Finalmente,
también el hombre se enojó, y saltando del asiento le dio puntapiés al perro, y luego,
tomándolo por el pescuezo, lo arrastró y lo tiró sobre la lápida en la cual está montado el
asiento. En el momento en que tocó la lápida la pobre criatura recobró su actitud
pacífica, pero comenzó a temblar desesperadamente. No trató de irse, sino que se
enroscó, temblando y agachándose, y se encontraba en tal estado de terror que yo traté de
calmarlo, aunque sin efecto, Lucy también sintió compasión, pero no intentó tocar
al perro sino que sólo lo miró con lástima. Temo mucho que tenga una naturaleza
demasiado sensible como para que pueda andar por el mundo sin problemas. Estoy
segura de que esta misma noche soñará con todo lo que ha sucedido. Toda la acumulación
de hechos extraños (el barco piloteado

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hasta el puerto por un hombre muerto; su actitud, atado al timón con un crucifijo y
rosarios; el emotivo funeral; el perro, unas veces furioso y otras aterrorizado) le dará
abundante material para sus sueños.
Creo que para ella lo mejor sería retirarse a su cama, cansada físicamente, por lo que la
llevaré a dar una larga caminata por los acantilados de la bahía de Robin Hood, y luego de
regreso. No creo que después le queden muchas inclinaciones para caminar dormida.

VIII.- DEL DIARIO DE MINA MURRAY

Mismo día, 11 p. m. ¡Oh, cómo estoy cansada! Si no fuera porque he tomado como un
deber escribir en mi diario todas las noches, hoy no lo abriría. Tuvimos un paseo
encantador. Después de un rato, Lucy estaba de mejor humor, debido, creo, a unas
pacíficas vacas que llegaron a olfatearnos en el campo cerca del faro, y nos sacaron
completamente de quicio. Creo que lo olvidamos todo, excepto, por supuesto, el temor
personal, y esto pareció borrarlo todo y damos la oportunidad de comenzar de nuevo.
Tomamos un magnífico "té a la inglesa" en una pequeña y simpática posada, de antiguo
estilo, en la bahía de Robin Hood, con una ventana arqueada que daba a las rocas
cubiertas de algas marinas en la playa. Creo que hubiéramos asustado a la "Nueva Mujer"
con nuestros apetitos. ¡Los hombres son más tolerantes, benditos sean! Luego,
emprendimos la caminata de regreso a casa, haciendo alguna o más bien muchas paradas
para descansar, y con nuestros corazones en constante temor por los toros salvajes. Lucy
estaba verdaderamente cansada, y teníamos la intención de escabullirnos a cama tan
pronto como pudiéramos. Sin embargo, llegó el joven cura, y la señora Westenra
le pidió que se quedara a cenar. Lucy y yo, ambas, tuvimos una pelea por ello con el
molendero; yo sé que de mi parte fue una pelea muy dura, y soy bastante heroica.
Creo que algún día los obispos deben reunirse y ver cómo crían una nueva clase de
curas, que no acepten a quedarse a cenar, sin importar cuánto se insista, y que sepan
cuándo las muchachas están cansadas. Lucy está dormida y respira suavemente. Tiene más
color en las mejillas que otras veces, ¡y su aspecto es tan dulce! Si el Señor Holmwood se
enamoró de ella viéndola solamente en la sala, me pregunto qué diría si pudiera verla
ahora. Algunas de las escritoras de la "Nueva Mujer" pondrían en práctica algún día la idea
de que los hombres y las mujeres deben poder verse primero durmiendo antes de hacer
proposiciones o aceptar. Pero yo supongo que la "Nueva Mujer" no condescenderá en el
futuro a aceptar; ella misma hará la propuesta por su cuenta. ¡Y bonito va a ser el trabajo
que tendrá! En esto hay alguna consolación. Esta noche estoy muy contenta porque mi
querida Lucy parece estar bastante mejor.
Realmente creo que ya ha doblado la esquina, y que los problemas motivados por su
sonambulismo han sido superados. Estaría completamente feliz con sólo tener noticias de
Jonathan... Dios lo bendiga y lo guarde.

11 de agosto, 3 a. m. No tengo sueño, por lo que mejor será que escriba. Estoy
demasiado agitada para poder dormir. Hemos tenido una aventura extraordinaria; una
experiencia muy dolorosa. Me quedé dormida tan pronto como cerré mi diario...
Repentinamente desperté del todo, y me senté, con una terrible sensación de miedo en
todo el cuerpo; con un sentimiento de vacío alrededor de mí. El cuarto estaba a oscuras,
por lo que no podía ver la cama de Lucy; me acerqué a ella y la busqué a tientas. La cama
estaba vacía. Encendí un fósforo y descubrí que ella no estaba en el cuarto. La puerta
estaba cerrada, pero no con llave como yo la había dejado. Temí despertar a su madre, que
últimamente ha estado bastante enferma, por lo que me puse alguna ropa y me apresté a
buscarla. En el instante en que dejaba el cuarto se me ocurrió que las ropas

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que ella llevara puestas me podrían dar alguna pista de sus sonámbulas intenciones. La
bata significaría la casa; un vestido, la calle. Pero tanto la bata como sus vestidos
estaban en su lugar. "Dios mío", me dije a mí misma, "no puede estar lejos, ya que sólo
lleva su camisón de dormir." Bajé corriendo las escaleras y miré en la sala. ¡No estaba
allí! Entonces busqué en los otros cuartos abiertos de la casa, con un frío temor siempre
creciente en mi corazón. Finalmente llegué a la puerta del corredor y la encontré abierta.
No estaba abierta del todo, pero el pestillo de la cerradura no estaba corrido. La gente de la
casa siempre es muy cuidadosa al cerrar la puerta todas las noches, por lo que temí que
Lucy se hubiera ido tal como andaba. No había tiempo para pensar en lo que pudiera
ocurrir; un miedo vago, invencible, oscureció todos los detalles. Tomé un chal grande y
pesado, y corrí hacia afuera. El reloj estaba dando la una cuando estaba en la Creciente, y
no había ni un alma a la vista. Corrí a lo largo de la Terraza Norte, pero no pude ver
señales de la blanca figura que esperaba encontrar. Al borde de West Cliff, sobre el
muelle, miré a través del puerto hacia East Cliff, con la esperanza o el temor, no sé cuál, de
ver a Lucy en nuestro asiento favorito. Había una luna llena, brillante, con rápidas nubes
negras y pesadas, que daban a toda la escena una diorama de luz y sombra a medida que
cruzaban navegando; por unos instantes no pude ver nada, pues la sombra de una
nube oscurecía la iglesia de Santa María y todo su alrededor. Luego, al pasar la nube, pude
ver las ruinas de la abadía que se hacían visibles; y cuando una estrecha franja de luz tan
aguda como filo de espada pasó a lo largo, pude ver a la iglesia y el cementerio de la
iglesia aparecer dentro del campo de luz. Cualquiera que haya sido mi expectación, no fue
defraudada, pues allí, en nuestro asiento, la plateada luz de la luna iluminó una figura a
medias reclinada, blanca como la nieve. La llegada de la nube fue demasiado rápida para
mí, y no me permitió ver mucho, pues las sombras cayeron sobre la luz casi de inmediato;
pero me pareció como si algo oscuro estuviera detrás del asiento donde brillaba la figura
blanca, y se inclinaba sobre ella. Si era hombre o bestia, es algo que no puedo decir. No
esperé a poder echar otra mirada, sino que descendí corriendo las gradas hasta el muelle
y me apresuré a través del mercado de pescado hasta el puente, que era el único camino
por el cual se podía llegar a East Cliff. El pueblo parecía muerto, pues no había un alma por
todo el lugar. Me regocijó de que fuera así, ya que no deseaba ningún testigo de la pobre
condición en que se encontraba Lucy. El tiempo y la distancia parecían infinitos, y mis
rodillas temblaban y mi respiración se hizo fatigosa mientras subía afanosamente las
interminables gradas de la abadía. Debo haber corrido rápido, y sin embargo, a mí me
parecía que mis pies estaban cargados de plomo, y como si cada coyuntura de mi cuerpo
estuviera enmohecida.
Cuando casi había llegado arriba pude ver el asiento y la blanca figura, pues ahora ya
estaba lo suficientemente cerca como para distinguirla incluso a través del manto de
sombras. Indudablemente había algo, largo y negro, inclinándose sobre la blanca figura
medio reclinada. Llena de miedo, grité: "¡Lucy! ¡Lucy!", y algo levantó una cabeza, y desde
donde estaba pude ver un rostro blanco de ojos rojos y relucientes. Lucy no me respondió y
yo corrí hacia la entrada del cementerio de la iglesia. Al tiempo que entraba, la iglesia
quedó situada entre yo y el asiento, y por un minuto la perdí de vista.
Cuando la divisé nuevamente, la nube ya había pasado, y la luz de la luna iluminaba el
lugar tan brillantemente que pude ver a Lucy medio reclinada con su cabeza descansando
sobre el respaldo del asiento. Estaba completamente sola, y por ningún lado se veían
señales de seres vivientes.
Cuando me incliné sobre ella pude ver que todavía dormía. Sus labios estaban abiertos, y
ella estaba respirando, pero no con la suavidad acostumbrada sino a grandes y pesadas
boqueadas, como si tratara de llenar plenamente sus pulmones a cada respiro.

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Al acercarme, subió la mano y tiró del cuello de su camisón de dormir, como si sintiera
frío. Sin embargo, siguió dormida. Yo puse el caliente chal sobre sus hombros, amarrándole
fuertemente las puntas alrededor del cuello, pues temía mucho que fuese a tomar un
mortal resfrío del aire de la noche, así casi desnuda como estaba. Temí despertarla de
golpe, por lo que, para poder tener mis manos libres para ayudarla, le sujeté el chal cerca
de la garganta con un imperdible de gran tamaño; pero en mi ansiedad debo haber obrado
torpemente y la pinché con él, porque al poco rato, cuando su respiración se hizo más
regular, se llevó otra vez la mano a la garganta y gimió. Una vez que la hube envuelto
cuidadosamente, puse mis zapatos en sus pies y comencé a despertarla con mucha
suavidad. En un principio no respondía: pero gradualmente se volvió más y más inquieta en
su sueño, gimiendo y suspirando ocasionalmente. Por fin, ya que el tiempo pasaba
rápidamente y, por muchas otras razones, yo deseaba llevarla a casa de inmediato, la
zarandeé con más fuerza, hasta que finalmente abrió los ojos y despertó. No pareció
sorprendida de verme, ya que, por supuesto, no se dio cuenta de inmediato de en dónde
nos encontrábamos. Lucy se despierta siempre con bella expresión, e incluso en aquellos
momentos, en que su cuerpo debía estar traspasado por el frío y su mente espantada al
saber que había caminado semidesnuda por el cementerio en la noche, no pareció perder
su gracia. Tembló un poco y me abrazó fuertemente; cuando le dije que viniera de
inmediato conmigo de regreso a casa, se levantó sin decir palabra y me obedeció como una
niña. Al comenzar a caminar, la grava me lastimó los pies, y Lucy notó mi salto. Se detuvo
y quería insistir en que me pusiera mis zapatos, pero yo me negué. Sin embargo, cuando
salimos al sendero afuera del cementerio, donde había un charco de agua, remanente de la
tormenta, me unté los pies con lodo usando cada vez un pie sobre el otro, para que al ir a
casa, nadie, en caso de que encontráramos a alguien, pudiera notar mis pies descalzos.
La fortuna nos favoreció y llegamos a casa sin encontrar un alma. En una ocasión vimos a
un hombre, que no parecía estar del todo sobrio, cruzándose por una calle enfrente de
nosotros; pero nos escondimos detrás de una puerta hasta que desapareció por un campo
abierto como los que abundan por aquí, pequeños atrios inclinados, o winds, como los
llaman en Escocia. Durante todo este tiempo mi corazón palpitó tan fuertemente que por
momentos pensé que me desmayaría. Estaba llena de ansiedad por Lucy, no tanto por su
salud, a pesar de que podía afectarle el aire frío, sino por su reputación en caso de que la
historia de lo sucedido se hiciera pública. Cuando entramos, y una vez que hubimos lavado
nuestros pies y rezado juntas una oración de gracias, la metí en cama. Antes de quedarse
dormida me pidió, me imploró, que no dijese una palabra a nadie, ni siquiera a su
madre, de lo que había pasado aquella noche.
Al principio dudé de hacer la promesa; pero al pensar en el estado de salud de su madre,
y cómo la excitaría la noticia de un acontecimiento como aquél, y pensando además cómo
podía ser retorcida aquella historia (no, sería infaliblemente falsificada) en caso de que
fuese conocida, pensé que era más cuerdo prometer lo que se me pedía. Espero que haya
obrado bien. He cerrado la puerta y he atado la llave a mi muñeca, por lo que tal vez no
vuelva a ser perturbada. Lucy está durmiendo profundamente; el reflejo de la
aurora aparece alto y lejos sobre el mar...
Mismo día, por la tarde. Todo marcha bien. Lucy durmió hasta que yo la desperté y pareció
que no había cambiado siquiera de lado. La aventura de la noche no parece haberle
causado ningún daño; por el contrario, la ha beneficiado, pues está mucho mejor esta
mañana que en las últimas semanas. Me sentí triste al notar que mi torpeza con el
imperdible la había herido. De hecho, pudo haber sido algo serio, pues la piel de su
garganta estaba agujereada. Debo haber agarrado un pedazo de piel con el imperdible,
atravesándolo, pues hay dos pequeños puntos rojos como agujeritos de alfiler, y sobre el
cuello de su camisón de noche había una gota de sangre. Cuando me

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disculpé y le mostré mi preocupación por ello, Lucy rió y me consoló, diciendo que
ni siquiera lo había sentido. Afortunadamente, no le quedará cicatriz, ya que son orificios
diminutos.
Mismo día, por la noche. Hemos pasado el día muy contentas. El aire estaba claro, el sol
brillante y había una fresca brisa. Llevamos nuestro almuerzo a los bosques de Mulgrave; la
señora Westenra conduciendo por el camino, Lucy y yo caminando por el sendero del
desfiladero y encontrándonos con ella en la entrada. Yo me sentí un poco triste, pues pude
darme cuenta de cómo hubiera sido absolutamente feliz si hubiera tenido a Jonathan a mi
lado. Pero, ¡vaya! Sólo debo ser paciente. Por la noche dimos una caminata hasta el casino
Terraza, y escuchamos alguna buena música por Spohr y Mackenzie, y nos acostamos muy
temprano. Lucy parece estar más tranquila de lo que había estado en los últimos
tiempos, y yo me dormí de inmediato. Aseguraré la puerta y guardaré la llave de la
misma manera que antes, pues no creo que esta noche haya ningún problema.

12 de agosto. Mis predicciones fueron erróneas, pues dos veces durante la noche fui
despertada por Lucy, que estaba tratando de salir. Parecía, incluso dormida, estar un poco
impaciente por encontrar la puerta cerrada con llave, y se volvió a acostar profiriendo
quejidos de protesta. Desperté al amanecer y oí los pájaros piando fuera de la ventana.
Lucy despertó también, y yo me alegré de ver que estaba incluso mejor que ayer por
la mañana. Toda su antigua alegría parece haber vuelto, y se pasó a mi cama
apretujándose a mi lado para contarme todo lo de Arthur. Yo le dije a ella cómo estaba
ansiosa por Jonathan, y entonces, trató de consolarme. Bueno, en alguna medida lo
consiguió, ya que aunque la conmiseración no puede alterar los hechos, sí puede contribuir
a hacerlos más soportables.

13 de agosto. Otro día tranquilo, y me fui a cama con la llave en mi muñeca como antes.
Otra vez desperté por la noche y encontré a Lucy sentada en su cama, todavía dormida,
señalando hacia la ventana. Me levanté sigilosamente, y apartando la persiana, miré hacia
afuera. La luna brillaba esplendorosamente, y el suave efecto de la luz sobre el mar y el
cielo, confundidos en un solo misterio grande y silencioso, era de una belleza indescriptible.
Entre yo y la luz de la luna aleteaba un gran murciélago, que iba y venía describiendo
grandes círculos. En un par de ocasiones se acercó bastante, pero supongo que,
asustándose al verme, voló de regreso, alejándose en dirección al puerto y a la abadía.
Cuando regresé de la ventana, Lucy se había acostado de nuevo y dormía pacíficamente.
No volvió a moverse en toda la noche.

14 de agosto. He estado en East Cliff, leyendo y escribiendo todo el día. Lucy parece
haberse enamorado tanto de este lugar como yo, y es muy difícil arrancarla de aquí cuando
llega la hora de regresar a casa para comer, tomar el té, o cenar. Esta tarde hizo un
comentario muy extraño. Veníamos de camino a casa para la cena, y habíamos llegado
hasta las gradas superiores del puente Oeste, deteniéndonos para mirar el paisaje como
siempre lo hacemos. El sol poniente, muy bajo en el horizonte, se estaba ocultando detrás
de Kettleness; la luz roja caía sobre East Cliff y la vieja abadía, y parecía bañarlo todo con
un bello resplandor color de rosa. Estuvimos unos momentos en silencio, y de pronto
Lucy murmuró como para sí misma:
-¡Otra vez sus ojos rojos! Son exactamente los mismos.
Aquella fue una expresión tan rara, sin venir a colación, que me dejó perpleja.
Me aparté un poco, lo suficiente para ver a Lucy bien sin parecer estar mirándola, y vi que
estaba en un estado de duermevela, con una expresión tan rara en el rostro, que no pude
descifrar; por eso no dije nada, pero seguí

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sus ojos. Parecía estar mirando nuestro propio asiento, donde en aquellos instantes estaba
sentada una oscura y solitaria figura.
Yo misma me sentí un poco inquieta, pues por unos momentos pareció que aquel
desconocido tenía grandes ojos como llamas fulgurantes; pero una segunda mirada disipó
la ilusión. La roja luz del sol estaba brillando sobre las ventanas de la iglesia de Santa
María, situada detrás de nuestro asiento, y al ponerse el sol había justamente suficiente
cambio en la refracción y reflexión de la luz como para dar la apariencia de que la luz se
movía. Llamé la atención de Lucy hacia ese efecto peculiar, y ella pareció volver en sí
con un sobresalto, aunque al mismo tiempo pareció muy triste. Es posible que estuviera
pensando en la terrible noche que había pasado allá arriba. Nunca hablamos de ella; por
eso no dije nada, y nos fuimos a casa a cenar. Lucy tenía dolor de cabeza y se acostó
temprano. Cuando la vi dormida, salí a dar un pequeño paseo yo sola; caminé a lo largo de
los acantilados situados al oeste, y estaba llena de una dulce tristeza, pues pensaba en
Jonathan. Al regresar a casa (la luz de la luna brillaba intensamente; tan intensamente
que, aunque el frente de nuestra parte de la Creciente estaba en la sombra, todo podía
verse distintamente) eché una mirada a nuestra ventana y vi la cabeza de Lucy
reclinándose hacia fuera. Pensé que quizá estaba en espera de mi regreso, por lo que abrí
mi pañuelo y lo agité. Sin embargo, ella no lo notó, no hizo ningún movimiento. En esos
momentos, la luz de la luna se arrastró alrededor de un ángulo del edificio, y sus rayos
cayeron sobre la ventana. Allí estaba Lucy, con la cabeza reclinada contra el lado del
antepecho de la ventana, y con los ojos cerrados.
Estaba profundamente dormida, y a su lado, posado en el antepecho de la ventana, había
algo que parecía ser un pájaro de regular tamaño. Sentí temor de que pudiera resfriarse,
por lo que corrí escaleras arriba, pero cuando llegué al cuarto ella ya iba de regreso a su
cama, profundamente dormida y respirando pesadamente; se llevaba la mano al cuello,
como si lo protegiera del frío.
No la desperté, sino que la arropé lo mejor que pude; comprobé que la puerta estuviera
bien cerrada, y la ventana también. ¡Es tan dulce cuando duerme! Pero está más pálida que
de costumbre, y en sus ojos hay una mirada cansada, macilenta, que no me agrada. Temo
que esté inquieta por algo. Desearía averiguar qué es.

15 de agosto. Me levanté más tarde que de costumbre. Lucy está lánguida y cansada, y
durmió hasta después de que habíamos sido llamadas. En el desayuno tuvimos una grata
sorpresa. El padre de Arthur está mejorado, y quiere que el casamiento se efectúe lo más
pronto posible. Lucy está llena de callado regocijo, y su madre está a la vez alegre y triste.
Más tarde me dijo la causa. Está melancólica por tener que perder a Lucy, pero le
alegra que pronto ella vaya a tener alguien que la proteja. ¡Pobre señora, tan querida y
dulce! Me hizo la confidencia de que ya pronto morirá. No le ha dicho nada a Lucy, y me
hizo prometer guardar el secreto; su médico le ha dicho que dentro de unos meses, a lo
sumo, va a morir, pues su corazón se esta debilitando. En cualquier momento, incluso
ahora, una impresión repentina le produciría casi seguramente la muerte. ¡Ah! Hicimos bien
en no contarle lo ocurrido aquella terrible noche de sonambulismo de Lucy.

17 de agosto. No he escrito nada durante dos días seguidos. No he tenido ganas de


hacerlo. Una especie de oscuro sino parece estarse cirniendo sobre nuestra felicidad.
Ninguna noticia de Jonathan, y Lucy parece estar cada vez más débil, mientras las horas de
su madre se están acercando al desenlace final. No comprendo cómo Lucy se esta
apagando como lo hace. Come bien y duerme bien, y goza del aire fresco; pero todo el
tiempo las rosas en sus mejillas están marchitándose y día a día se vuelve más débil y más
lánguida; por las noches la escucho boqueando como si le faltara el aire. Siempre tengo

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la llave de la puerta atada a mi puño durante la noche, pero ella se levanta y camina de
un lado a otro del cuarto, y se sienta ante la abierta ventana. Anoche la encontré
reclinándose hacia afuera, y cuando traté de despertarla no pude; estaba desmayada.
Cuando conseguí hacer que volviera en sí estaba sumamente débil y lloraba quedamente
entre largos y dolorosos esfuerzos por aspirar aire.
Cuando le pregunté como había podido ir hacia la ventana, sacudió la cabeza y la volvió
hacia el otro lado de la almohada. Espero que su enfermedad no se deba a ese malhadado
piquete de alfiler. Observé su garganta una vez que se hubo dormido, y las punturas no
parecían haber sanado. Todavía están abiertas las cicatrices, e incluso más anchas que
antes; sus bordes aparecen blanquecinos, como pequeñas manchas blancas con centros
rojos. A menos que sanen en uno o dos días, insistiré en que las vea el médico.
Carta de Samuel F. Billington e hijo, procuradores, en Whitby, a los
señores Carter, Paterson y Cía., en Londres
17 de agosto
"Estimados señores:
"Anexas a la presente les enviamos las mercancías enviadas por el Gran Ferrocarril del
Norte. Las mismas han de ser entregadas en Carfax, cerca de Purfleet, inmediatamente
después de recibirse las mercancías en la estación de King's Cross. Actualmente la casa
está vacía, pero les enviamos también las llaves, todas ellas rotuladas.
"Sírvanse depositar las cajas, cincuenta en total, las cuales constituyen el envío, en el
edificio parcialmente derruido que forma parte de la casa, y que está marcado con 'A' en el
plano esquemático que les enviamos. Su agente reconocerá fácilmente el lugar, ya que es
la antigua capilla de la mansión. Las mercancías, salen por tren a las 9:30 de la noche;
llegarán a King's Cross mañana por la tarde a las 4:30. Como nuestro cliente desea que la
entrega se haga lo más rápidamente posible, mucho les agradeceríamos que tuvieran
preparada alguna gente en King's Cross a la hora indicada, para efectuar el traslado de la
mercancía a su destino. Para evitar cualquier demora posible debida a trámites de rutina,
tales como pagos en sus departamentos, les enviamos anexo cheque por diez libras (£ 10),
cuyo recibo le agradeceríamos nos remitieran. Si los gastos son inferiores a esta cantidad,
pueden devolver el saldo; si son más, les enviaremos de inmediato un cheque por la
diferencia al tener noticias de ustedes. Al terminar la entrega, sírvanse dejar las llaves en el
corredor principal de la casa, donde el propietario pueda recogerlas al entrar en la casa
mediante la llave que él posee.
"Por favor no piensen que nos excedemos en los límites de la cortesía mercantil, al insistir
por todos los medios en que efectúen este trabajo con la mayor rapidez posible.
"Quedamos de ustedes, estimados señores, sus Attos. y Ss. Ss.
SAMUEL F. BILLINGTON E HIJO "
Carta de los señores Carter, Paterson y Cía., en Londres, a los señores Billington e Hijo, en
Whitby
21 de agosto
"Estimados señores:
"Acusamos recibo de £ 10 y les enviamos por £ 1 17s. 9d, excedente, tal como lo muestran
los recibos incluidos. La mercancía ha sido entregada según sus instrucciones, y las llaves
quedaron en un paquete en el corredor principal, tal como se nos pidió.
"Quedamos de ustedes, estimados señores, con todo respeto,
CARTER, PATERSON Y CÍA."
Del diario de Mina Murray
18 de agosto. Hoy estoy muy contenta, y escribo sentada en el asiento del cementerio de
la iglesia. Lucy está mucho mejor. Anoche durmió bien toda la noche, y no me molestó ni
una vez. Parece que ya las rosas regresan a sus

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mejillas, aunque todavía está tristemente pálida y descolorida. Yo entendería su situación
si estuviera anémica, pero no es el caso. Está de muy buen humor, y llena de vida y
alegría. Toda aquella mórbida reticencia parece haberla abandonado, y hace justamente un
momento me recordó, como si yo necesitara que me la recordaran, aquella noche, y lo
que sucedió aquí, en este mismo asiento, donde la encontré dormida. Al tiempo que me
hablaba taconeaba juguetonamente con el tacón de su bota sobre la lápida, y dijo:
-¡Mis pobres pies no hacían mucho ruido entonces! Me atrevo a decir que el pobre señor
Swales me habría dicho que era porque yo no quería despertar a Geordie.
Como estaba tan comunicativa, le pregunté si había tenido algún sueño esa noche. Antes
de responderme, esa su mirada tan dulce y traviesa asomó a su cara, la cual dice Arthur (lo
llamo Arthur por costumbre de ella) que ama; y, de hecho, no me extraña que así sea.
Entonces, continuó de una manera ensoñadora, como si estuviera tratando de recordar lo
sucedido.
-No soñé propiamente, pero todo parecía ser muy real. Sólo quería estar aquí en este
lugar, sin saber por qué, pues tenía miedo de algo, no sé de qué. Aunque supongo que
estaba dormida, recuerdo haber pasado por las calles y sobre el puente. Al tiempo que
pasaba saltó un pez, yo me incliné para verlo y escuché muchos perros aullando; tantos,
que todo el pueblo parecía estar lleno de perros que aullaban al mismo tiempo, mientras yo
subía las gradas. Luego tuve una vaga sensación de algo largo y oscuro con ojos
rojos, semejante a lo que vimos en aquella puesta de sol, y de pronto me rodeó algo muy
dulce y muy amargo a la vez; entonces me pareció que me hundía en agua verde y
profunda, y escuché un zumbido tal como he oído decir que sienten los que se están
ahogando; y luego todo pareció evaporarse y alejarse de mí; mi alma pareció salir de mi
cuerpo y flotar en el aire. Me parece recordar que en una ocasión el faro del oeste estaba
justamente debajo de mí, y luego hubo una especie de dolor, como si me encontrara en un
terremoto, y volviera a mí, y descubrí que me estabas sacudiendo. Te vi haciéndolo
antes de que te pudiera sentir.
Entonces comenzó a reírse. A mí me pareció todo aquello pavoroso, y escuché sin aliento.
Aquello era sospechoso, y pensé que sería mejor que su mente no se detuviera más en el
tema, por lo que nos pusimos a hablar de otras cosas, y Lucy estaba como en sus buenos
tiempos. Cuando regresamos a casa, la fresca brisa la había vigorizado, y sus pálidas
mejillas estaban realmente más sonrosadas. Su madre se regocijó al verla así, y todas
pasamos muy contentas una velada juntas.

19 de agosto. ¡Alegría, alegría, alegría! Aunque no todo es alegría. Finalmente noticias de


Jonathan. El pobrecito ha estado enfermo, y por eso no había escrito. Ya no tengo miedo de
pensarlo o decirlo, ahora que lo sé. El señor Hawkins me entregó la carta, y me escribió él
mismo. ¡Oh! ¡Qué amable! Voy a salir mañana por la mañana e iré donde Jonathan, para
cuidarlo si es necesario y traerlo a casa. El señor Hawkins dice que no estaría mal si nos
pudiéramos casar allá. He llorado sobre la carta de la buena hermana, al grado que
puedo sentirla húmeda contra mi pecho, donde la guardo. Es sobre Jonathan, y debe estar
cerca de mi corazón, ya que él está en mi corazón. He proyectado y previsto mi viaje, y mi
equipaje está preparado. Sólo me llevaré una muda de ropa; Lucy se llevará mi baúl a
Londres y lo guardará hasta que yo envíe por él, pues puede ser que... Ya no debo
escribir. Debo guardármelo todo para decírselo a Jonathan, mi marido. La carta que él ha
visto y tocado debe confortarme hasta que nos encontremos.
Carta de la hermana Agatha, Hospital de San José y Santa María, en Budapest, a la
señorita Willhelmina Murray
12 de agosto
"Estimada señorita:

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"Le escribo por deseos del señor Jonathan Harker, ya que él mismo no está lo
suficientemente fuerte para escribir, aunque va mejorando gracias a Dios, a San José y a la
Virgen María. Ha estado bajo nuestro cuidado desde hace casi seis semanas, pues sufre de
una violenta fiebre cerebral. Le envía a usted su amor, y me ruega que le diga que por este
mismo correo le escribo al señor Peter Hawkins, en Exéter, para decirle, con el más
profundo respeto, que está muy afligido por su retraso, y que todo su trabajo ha sido
completamente terminado. El señor Harker tendrá que permanecer todavía unas semanas
descansando en nuestro hospital en las montañas, pero luego regresará. Desea que yo
diga que no tiene suficiente dinero consigo, y que le gustaría pagar su estancia aquí,
para que otros que necesiten no se queden sin recibir ayuda.
"Considéreme usted siempre a sus órdenes, con mi afecto y bendiciones,
HERMANA AGATHA.
"P. D. Estando mi paciente dormido, abro esta para ponerla al tanto de los acontecimientos.
El señor Harker me lo ha contado todo respecto a usted, y que dentro de pronto
usted será su esposa. ¡Todas las bendiciones para ustedes dos! Él ha sufrido una
terrible impresión, así dice nuestro médico, y en sus delirios sus desvaríos han sido
terribles; de lobos, veneno y sangre, de fantasmas y demonios, y temo decir de qué más.
Tenga siempre mucho cuidado con él para que en lo futuro no haya nada parecido
a estas cosas que puedan excitarlo; las huellas de una enfermedad como la que ha tenido
no se borran tan fácilmente. Hubiéramos escrito desde hace mucho tiempo, pero no
sabíamos nada de sus amigos, y él no decía nada que pudiéramos entenderle. Llegó en el
tren de Klausenburgo y el guardia fue avisado por el jefe de estación de aquel lugar, que
entró corriendo en la estación pidiendo a gritos un billete para regresar a casa. Viendo por
sus violentos gestos que se trataba de un inglés, le dieron un billete para la estación más
lejana en esta dirección, a la que llega el tren.
"Esté usted segura de que cuidamos bien de él. Se ha ganado todos nuestros corazones
por su dulzura y suavidad. Verdaderamente está mejorando, y no tengo ya ninguna
duda de que dentro de pocas semanas estará completamente repuesto. Pero por amor a la
seguridad cuide bien de él. Seguramente que hay, así le pido a Dios y a San José y a Santa
María, muchos, muchos felices años para ustedes dos."
Del diario del doctor Seward
19 de agosto. Extraños y repentinos cambios en Renfield anoche. Cerca de las ocho
comenzó a ponerse inquieto y a olfatear por todos lados, como un perro cuando anda de
caza. Mi ayudante se quedó asombrado por su comportamiento, y conociendo mi interés
por él lo animó para que hablara. Generalmente es muy respetuoso con mi ayudante, y a
veces hasta servil; pero anoche, me ha dicho el hombre, se comportó en forma bastante
arrogante. Por nada de este mundo quiso condescender a hablar con él.
Todo lo que dijo fue:
-No quiero hablar con usted: usted ya no cuenta ahora; el patrón está cerca. Mi ayudante
cree que es alguna repentina forma de manía religiosa la que se ha apoderado de él. Si
es así, debemos de estar alerta ante borrascas, pues un hombre fuerte con manías
homicidas y religiosas al mismo tiempo puede ser peligroso. A las nueve de la noche yo
mismo lo visité. Su actitud conmigo fue la misma que con mi ayudante; en su extremo
repliegue sobre sí mismo, la diferencia entre mi persona y la de mi ayudante le parece
nula. Me parece que es una manía religiosa; dentro de muy poco pensará que es el propio
Dios. Las infinitesimales distinciones entre un hombre y otro hombre son demasiado
mezquinas para un ser omnipotente. ¡Cómo pueden llegar a exaltarse estos locos! El
verdadero Dios pone atención hasta cuando se cae un gorrión; pero el Dios creado por la
vanidad humana no ve diferencia alguna entre un águila y un gorrión. ¡Oh, si los hombres
por lo menos supieran!

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Durante media hora o más, Renfield se estuvo poniendo cada vez más excitado. Aparenté
no estar observándolo, pero mantuve una estricta vigilancia sobre todo lo que hacía. De
pronto apareció en sus ojos esa turbia mirada que siempre vemos cuando un loco ha
captado una idea, y con ella ese movimiento sesgado de la cabeza y la espalda que los
médicos llegan a conocer tan bien. Se volvió bastante calmado, y fue y se sentó en la orilla
de su cama resignadamente, mirando al espacio vacío con los ojos opacos.
Pensé que averiguaría si su apatía era real o sólo fingida, y traté de llevarlo a una
conversación acerca de sus animales, tema que nunca había dejado de llamarle la atención.
Al principio no me respondió, pero finalmente dijo, con visible mal humor:
-¿Quién se preocupa por ellos? ¡Me importan un comino!
-¿Cómo? -dije yo-. ¿Acaso ya no le interesan las arañas?
(Las arañas son de momento su mayor entretenimiento, y su libreta se está llenando con
columnas de pequeños números.)
A esto me respondió enigmáticamente:
-Las madrinas de la boda regocijan sus ojos, que esperan la llegada de la novia; pero
cuando la novia se va a acostar, entonces las madrinas no relucen a los ojos que están
llenos.
No quiso dar ninguna explicación de lo dicho sino que permaneció obstinadamente sentado
en la cama todo el tiempo que estuve con él.
Esta noche estoy bastante cansado y desanimado. No puedo dejar de pensar en Lucy, y
de cómo hubiesen sido las cosas diferentes, Si no duermo de inmediato, cloral, el
moderno Morfeo: CHCl3CHO. Debo tener mucho cuidado para no habituarme a él. ¡No, no
tomaré nada esta noche! He pensado en Lucy, y no la deshonraré a ella mezclándola con lo
otro. Si así tiene que ser, pasaré la noche en vela...
Más tarde. Estoy contento de haber tomado esa resolución; más contento aún de haberla
realizado. Había estado dando vueltas en la cama durante algún tiempo; y sólo había
escuchado al reloj dar dos veces la hora, cuando el guardia de turno vino a verme, enviado
por mi asistente, para decirme que Renfield se había escapado. Me vestí y bajé corriendo
inmediatamente; mi paciente es una persona demasiado peligrosa como para que ande
suelta. Esas ideas que tiene pueden trabajar peligrosamente frente a extraños.
El asistente me estaba esperando. Me dijo que lo había visto hacía menos de diez minutos,
aparentemente dormido sobre su cama, cuando miró a través de la rendija de observación
en la puerta. Luego su atención fue atraída por el ruido de una ventana que estaba siendo
desencajada. Corrió de regreso y vio que sus pies desaparecían a través de la ventana, y
entonces envió rápidamente al guardia a que me llamara. Renfield estaba sólo con su ropa
de noche, por lo que no debía andar muy lejos. El asistente pensó que sería más útil mirar
hacia donde iba que perseguirlo, ya que podía perderlo de vista mientras daba vuelta para
salir por la puerta del edificio.
Era un hombre corpulento, y no podía salir por la ventana. Yo soy delgado, así es que
con su ayuda, salí, pero con los pies primero, y como sólo nos encontrábamos a unos
cuantos pies sobre la tierra, caí sin lastimarme. El asistente me dijo que el paciente había
corrido hacia la izquierda y había desaparecido en línea recta. Por lo que yo me apresuré en
la misma dirección lo más velozmente que pude; al tiempo que atravesaba el cinturón de
árboles vi una figura blanca escalando el alto muro que separa nuestros terrenos de los de
la casa desierta.
Corrí inmediatamente de regreso, y le dije al guardia que trajera tres o cuatro hombres y
me siguieran a los terrenos de Carfax, en caso de que nuestro amigo fuese a
comportarse peligrosamente. Yo mismo conseguí una escalera, y salvando el muro, salté
hacia el otro lado. Pude ver la figura de Renfield que desaparecía detrás del ángulo de la
casa, por lo que corrí tras él. En el otro extremo de la casa lo encontré reclinado
fuertemente contra la vieja puerta de roble, enmarcada en hierro, de la capilla. Estaba
hablando,

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aparentemente a alguien, pero tuve miedo de acercarme demasiado a escuchar lo que
decía, pues podía asustarlo y echaría de nuevo a correr. ¡Correr detrás de un errante
enjambre de abejas no es nada comparado con seguir a un lunático desnudo,
cuando se le ha metido en la cabeza que debe escapar! Sin embargo, después de unos
minutos pude ver que él no se daba cuenta de nada de lo que sucedía a su alrededor, y me
atreví a acercármele más, y con mayor razón ya que mis hombres habían saltado el muro y
se acercaban a él. Le oí decir:
-Estoy aquí para cumplir tus órdenes, amo. Soy tu esclavo, y tú me recompensaras, pues
seré fiel. Te he adorado desde hace tiempo y desde lejos. Ahora que estás cerca, espero
tus órdenes, y tú no me olvidarás, ¿verdad, mi querido amo?, en tu distribución de las
buenas cosas.
De todas maneras es un viejo y egoísta pordiosero. Piensa en el pan y los pescados aun
cuando cree que está en una presencia real. Sus manías hacen una combinación
asombrosa. Cuando le caímos encima peleó como un tigre; es muy fuerte, y se comportó
más como una bestia salvaje que como un hombre. Yo nunca había visto a un lunático
en un paroxismo de furia semejante; y espero no volverlo a ver. Es una buena cosa que
hayamos averiguado sus intenciones y su fuerza a tiempo. Con una fuerza y una
determinación como las de él, podría haber hecho muchas barbaridades antes de ser
enjaulado. En todo caso, está en lugar seguro. Ni el mismo Jack Sheppard habría podido
librarse de la camisa de fuerza que lo retiene, y además está encadenado a la pared en la
celda de seguridad. Sus gritos a veces son horribles, pero los silencios que siguen son
todavía más mortales, pues en cada vuelta y movimiento manifiesta sus deseos de
asesinar.
Hace unos momentos dijo estas primeras palabras coherentes:
-Tendré paciencia, amo. ¡Está llegando..., llegando..., llegando!
De tal manera que yo tomé su insinuación, y también llegué. Estaba demasiado excitado
para dormir, pero este diario me ha tranquilizado y siento que esta noche dormiré algo.

IX.- CARTA DE MINA HARKER A LUCY WESTENRA

Budapest, 24 de agosto
"Mi queridísima Lucy:
"Sé que estarás muy ansiosa de saber todo lo que ha sucedido desde que nos separamos
en la estación del ferrocarril en Whitby. Bien, querida, llegué sin contratiempos a Hull, y
tomé el barco para Hamburgo, y luego allí el tren. Siento que apenas puedo recordar lo que
pasó durante el viaje, excepto que sabía que iba de camino hacia Jonathan, y que, como
seguramente tendría que servir de enfermera, lo mejor era que durmiera lo que
pudiera... Encontré a mi amado muy delgado, pálido y débil. Toda la fuerza ha escapado de
sus queridos ojos, y aquella tranquila dignidad que te he dicho siempre mostraba en su
rostro, ha desaparecido. Sólo es una sombra de lo que era, y no recuerda nada de lo que
le ha sucedido en los últimos tiempos. Por lo menos, eso desea que yo crea, y por lo tanto
nunca se lo preguntaré. Ha tenido una experiencia terrible, y temo que su pobre cerebro
pagará las consecuencias si trata de recordar. La hermana Agatha, que es una magnífica
monja y una enfermera nata, me dice que desvariaba sobre cosas horribles mientras
tenía la cabeza trastornada. Quise que ella me dijese de qué se trataba, pero sólo se
persignó y me dijo que nunca diría nada; que los desvaríos de los enfermos eran secretos
de Dios, y que si una enfermera a través de su vocación los llegaba a escuchar, debía
respetar sus votos. Es un alma dulce, buena; y al día siguiente, cuando vio que yo estaba
muy afligida, ella misma suscitó de nuevo el tema, y después de decir que jamás
mencionaría sobre lo que desvariaba mi pobre enfermo, agregó: 'Le puedo decir esto,
querida: que no era acerca de nada malo que él mismo hubiera hecho; y usted, que será
su esposa, no tiene nada por qué preocuparse. No la ha olvidado a usted ni lo

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que le debe. Sus temores eran acerca de cosas grandes y terribles, sobre las que ningún
mortal debe hablar. Yo creo que la dulce hermana pensó que yo podría estar celosa, con
el temor de que mi amado se hubiera enamorado de otra mujer.
¡La idea de que yo pudiera estar celosa de Jonathan!. Y sin embargo, mi querida Lucy,
déjame susurrarte que cuando supe que no era otra mujer la causa de todos los
males, sentí una corriente de alegría por todo el cuerpo. Estoy sentada ahora al lado de su
cama, desde donde le puedo ver la cara mientras duerme. ¡Está despertando...!
"Al despertar me pidió su abrigo, ya que quería sacar algo de su bolsillo; le pregunté a la
hermana Agatha si podía hacerlo, y ella trajo todas sus cosas. Vi que entre ellas estaba su
libreta de apuntes, e iba a pedirle que me dejara verla (pues yo sabía que en ella podría
encontrar alguna pista de su mal), pero supongo que debe haber visto mi deseo en mis
ojos, pues me dijo que me fuese a la ventana un momento, ya que deseaba estar
solo un rato. Luego me llamó y me dijo muy solemnemente:
"Willhelmina (supe que deseaba hablarme con toda seriedad, pues nunca me había
dicho mi nombre desde que me pidió que nos casáramos), tu conoces, querida, mis ideas
sobre la confianza que tiene que haber entre marido y mujer: no debe haber entre ellos
ningún secreto, ningún escondrijo. He sufrido una gran impresión, y cuando trato de
pensar en lo que fue, siento que mi cabeza da vueltas, y no sé si todo fue real o si fueron
los sueños de un loco. Tú sabes que he tenido una fiebre cerebral, y que eso es estar loco.
El secreto esta aquí, y yo no deseo saberlo. Quiero comenzar mi vida de nuevo en este
momento, con nuestro matrimonio. (Pues, mi querida Lucy, hemos decidido casarnos tan
pronto como se arreglen las formalidades.) ¿Deseas, Willhelmina, compartir mi ignorancia?
Aquí está el libro. Tómalo y guárdalo, léelo si quieres, pero nunca menciones ante mí lo que
contiene; a menos, claro está, que algún solemne deber caiga sobre mí y me obligue a
regresar a las amargas horas registradas aquí, dormido o despierto, cuerdo o loco.
"Y al decir aquello se reclinó agotado, y yo puse el libro debajo de su almohada y lo besé.
Le he pedido a la hermana Agatha que suplique a la superiora que nuestra boda pueda
efectuarse esta tarde, y estoy esperando su respuesta...
"Ha regresado y me ha dicho que ya han ido a buscar al capellán de la iglesia de la Misión
Inglesa. Nos casaremos dentro de una hora, o tan pronto como despierte Jonathan...
"Lucy, llegó la hora y se fue. Me siento muy solemne, pero muy, muy contenta. Jonathan
despertó poco después de la hora, y todo estaba preparado; él se sentó en la cama,
rodeado de almohadas. Respondió 'sí, la acepto' con firmeza y fuerza. Yo apenas podía
hablar; mi corazón estaba tan lleno, que incluso esas palabras parecían ahogarme.
Las hermanas fueron todas finísimas. Nunca, nunca las olvidaré, ni las graves y dulces
responsabilidades que han recaído sobre mí. Debo hablarte de mi regalo de bodas...
Cuando el capellán y las hermanas me hubieron dejado a solas con mi esposo,
¡oh, Lucy!, ¡es la primera vez que he escrito las palabras 'mi esposo'!, cuando me hubieron
dejado a solas con mi esposo saqué el libro de debajo de su almohada, lo envolví en un
papel blanco, lo até con un pequeño listón azul pálido que llevaba alrededor de mi cuello y
lo sellé sobre el nudo con lacre, usando como sello mi anillo de bodas.
Entonces lo besé y se lo mostré a mi marido; le dije que así lo guardaría, y que sería una
señal exterior y visible para nosotros durante toda nuestra vida de que confiábamos el
uno en el otro; que nunca lo abriría, a menos que fuera por su propio bien o por cumplir un
deber ineludible. Entonces él tomó mi mano entre las suyas, y, ¡oh, Lucy, fue la primera
vez que él tomó las manos de su mujer!, y dijo que eran las cosas más bonitas en todo el
ancho mundo, y que si fuera necesario pasaría otra vez por todo lo pasado para

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merecerlas. El pobrecito ha de haber querido decir por parte del pasado, pero todavía no
puede pensar sobre el tiempo, y no me sorprendería que en un principio mezclara no sólo
los meses, sino también los años.
"Bien, querida, ¿qué más puedo decir? Sólo puedo decirte que soy la mujer más feliz de
todo este ancho mundo, y que yo no tenía nada que darle excepto a mí misma, mi vida y
mi confianza, y que con estas cosas fue mi amor y mi deber por todos los días de mi vida.
Y, querida, cuando me besó, y me atrajo hacia él con sus pobres débiles manos, fue como
una plegaria muy solemne entre nosotros dos...
"Lucy, querida, ¿sabes por qué te digo todo esto? No sólo porque es tan dulce para mí, sino
también porque tú has sido, y eres mi más querida amiga. Fue mi privilegio ser tu amiga y
guía cuando tú saliste del aula de la escuela para prepararte en el mundo de la vida. Quiero
verte ahora, y con los ojos de una esposa muy feliz, a lo que me ha conducido el deber,
para que en tu propia vida de matrimonio tú también puedas ser tan feliz como yo. Mi
querida, que Dios Todopoderoso haga que tu vida sea todo lo que promete ser: un largo día
de brillante sol, sin vientos adversos, sin olvidar el deber, sin desconfianza. No debo
desearte que no tengas penas, pues eso nunca puede ser; pero si te deseo que siempre
seas tan feliz como lo soy yo ahora. Adiós, querida.
Pondré esta carta inmediatamente en el correo, y quizá te escriba muy pronto otra vez.
Debo terminar ya, pues Jonathan está despertando. ¡Debo atender a mi marido! "Quien
siempre te quiere,
MINA HARKER"
Carta de Lucy Westenra a Mina Harker
Whitby, 30 de agosto
"Mi queridísima Mina:
"Océanos de amor y millones de besos, y que pronto estés en tu propio hogar con tu
marido. Me gustaría que regresaran pronto para que pudieran pasar cierto tiempo aquí con
nosotros. El fuerte aire restablecería pronto a Jonathan; lo ha logrado conmigo.
Tengo un apetito voraz, estoy llena de vida y duermo bien. Les agradará saber que ya no
camino dormida. Creo que no me he movido de la cama durante una semana, esto es,
una vez que me acuesto por la noche. Arthur dice que me estoy poniendo gorda. A
propósito, se me olvidó decirte que Arthur está aquí. Damos grandes paseos,
cabalgamos, remamos, jugamos al tenis y pescamos juntos; lo quiero más que nunca.
Me dice, que me quiere más: pero lo dudo, porque al principio me dijo que no me podía
querer más de lo que me quería ya. Pero estas son tonterías. Ahí está, llamándome, así es
que nada más por hoy.
LUCY
"P. D. -Mamá te envía recuerdos. Parece estar bastante mejor la pobrecita." "P. D. otra
vez. Nos casaremos el 28 de septiembre."
Del diario del doctor Seward
20 de agosto. El caso de Renfield se hace cada vez más interesante. Por ahora hemos
podido establecer que hay períodos de descenso en su pasión. Durante una semana
después de su primer ataque se mantuvo en perpetua violencia. Luego, una noche,
justamente al alzarse la luna, se tranquilizó, y estuvo murmurando para sí mismo: "Ahora
puedo esperar; ahora puedo esperar." El asistente me vino a llamar, por lo que corrí
rápidamente abajo para echarle una mirada. Todavía estaba con la camisa de fuerza y en el
cuarto de seguridad; pero la expresión congestionada había desaparecido de su rostro, y
sus ojos tenían algo de su antigua súplica; casi podría decir de su "rastrera" suavidad.
Quedé satisfecho con su condición actual y di órdenes para que lo soltaran. Mis
ayudantes vacilaron, pero finalmente llevaron a cabo mis deseos sin protestar. Una
cosa extraña fue que el paciente tuvo

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suficiente buen ánimo como para ver su desconfianza, pues, acercándoseme, me dijo en
un susurro, al mismo tiempo que los miraba a ellos furtivamente:
-¡Creen que puedo hacerle daño! ¡Imagínese, yo hacerle daño a usted!
¡Imbéciles!
Era un tanto consolador, para mis sentimientos, encontrarme disociado incluso en el
cerebro de este pobre loco de los otros; pero de todas maneras, no comprendo sus
pensamientos. ¿Debo aceptar que tengo algo en común con él, por lo que siendo como
somos, como fuéramos, debemos unirnos? ¿O tiene que obtener de mí un bien tan
estupendo que mi salud le es necesaria? Tendré que averiguarlo más tarde. Hoy en la
noche no hablará. Ni el ofrecimiento de un gatito, o incluso de un gato grande, es capaz de
tentarlo. Sólo dice: "No me importan nada los gatos. Ahora tengo más en qué pensar,
y puedo esperar; puedo esperar."
Después de un rato, lo dejé. El ayudante me dice que estuvo tranquilo hasta un rato
antes del amanecer y que, entonces, comenzó a dar muestras de nerviosismo.
Finalmente se puso violento, hasta que, por último, cayó en una especie de paroxismo que
lo agotó de tal manera que, finalmente, se desvaneció en una especie de coma.
... Tres noches seguidas ha sucedido lo mismo: violento todo el día y tranquilo desde la
salida de la luna hasta la salida del sol. Realmente desearía descubrir alguna pista de la
causa. Casi parecería como si hubiera alguna influencia que viniera y se fuera. ¡Vaya idea!
Esta noche vamos a enfrentar en un juego a los cerebros sanos contra los cerebros
enfermos. Una vez se escapó sin nuestra ayuda. Esta noche se escapará con ella. Le
daremos la oportunidad, y los hombres estarán preparados para seguirlo en caso de que
sea necesario...

23 de agosto. "Siempre sucede lo inesperado." Cómo conocía bien a la vida Disraeli.


Cuando nuestro pájaro encontró abierta la jaula, no quiso volar, de tal manera que todos
nuestros sutiles preparativos no sirvieron de nada. En todo caso, hemos probado una cosa:
que los períodos de tranquilidad duran un tiempo razonable. En lo futuro estaremos en
capacidad de aflojarle un poco las restricciones durante unas cuantas horas cada día. Le
he dado instrucciones a mi asistente nocturno para que sólo lo encierre en el cuarto de
seguridad, una vez que ya se haya calmado, hasta una hora antes de que suba el sol.
El pobre cuerpo del enfermo va a gozar de este beneficio, aunque su mente no pueda
apreciarlo. ¡Alto! ¡Lo inesperado! Me llaman: el paciente se ha escapado otra vez.
Más tarde. Otra noche de aventuras. Renfield esperó astutamente hasta que el asistente
estaba entrando en el cuarto para inspeccionar. Entonces, salió corriendo a su lado y voló
por el corredor. Yo envié órdenes a los asistentes para que lo siguieran. Otra vez se fue
directamente a los terrenos de la casa desierta, y lo encontramos en el mismo lugar,
reclinado contra la vieja puerta de la capilla. Cuando me vio se puso furioso, y si los
asistentes no lo hubiesen sujetado a tiempo, hubiera tratado de matarme. Mientras lo
estábamos deteniendo sucedió una cosa extraña. Repentinamente, redobló sus esfuerzos, y
luego, tan repentinamente, recobró la calma. Yo miré instintivamente a mi alrededor, pero
no pude ver nada. Luego capté el ojo del paciente y lo seguí, pero no pude descubrir nada
mientras miraba al cielo iluminado por la luna, excepto un gran murciélago, que iba
aleteando en su silenciosa y fantasmal travesía hacia el oeste. Los murciélagos
generalmente giran en círculos indecisos, pero éste parecía ir directamente, como si
supiera adónde se dirigía o como si tuviera sus propias intenciones. El paciente se calmó
más, y al cabo de un rato, dijo:
-No necesitan amarrarme; los seguiré tranquilo.
Sin ningún otro contratiempo, regresamos a la casa. Siento que hay algo amenazante en su
calma, y no olvidaré esta noche...

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Del diario de Lucy Westenra
Hillingham, 24 de agosto. Debo imitar a Mina y escribir las cosas en un libro. Así,
cuando nos veamos podremos tener largas charlas. Me pregunto cuándo será. Desearía que
estuviera otra vez conmigo aquí, pues me siento tan infeliz. Anoche me pareció que
estaba soñando otra vez como en Whitby. Tal vez es el cambio de clima, o el hecho de
que estoy otra vez en casa. Todo es oscuro y horroroso para mí, pues no puedo recordar
nada; pero estoy llena de un vago temor, y me siento débil y exhausta. Cuando Arthur vino
a comer se miró bastante preocupado al verme, y yo no tuve los ánimos para tratar de
parecer alegre. Me pregunto si tal vez pudiera dormir esta noche en el cuarto de mamá.
Inventaré una excusa y trataré...

25 de agosto. Otra mala noche. Mi madre no pareció caer en mi propuesta. Ella misma no
parece estar tan bien, y no cabe duda de que se preocupa mucho por mí. Traté de
mantenerme despierta, y durante un tiempo lo conseguí; pero cuando el reloj dio las doce,
me despertó de un sopor, por lo que debo haber estado durmiéndome. Había una especie
de aletazos y rasguños en la ventana, pero no les di importancia, y como no recuerdo qué
sucedió después, supongo que debo haberme quedado dormida. Más pesadillas. ¡Cómo
desearía poder recordarlas! Esta mañana me sentí terriblemente débil.
Mi rostro está sumamente pálido, y me duele la garganta. Algo debe andar mal en mis
pulmones, pues me parece que nunca aspiro suficiente aire. Trataré de mostrarme alegre
cuando llegue Arthur, porque de otra manera yo sé que sufrirá mucho viéndome así.
Carta de Arthur Holmwood al doctor Seward
Hotel Albemarle, 31 de agosto
"Mi querido Jack:
"Quiero que me hagas un favor. Lucy está enferma; esto es, no tiene ninguna enfermedad
especial, pero su aspecto es enfermizo y está empeorando cada día. Le he preguntado si
hay alguna causa; no me atrevo a preguntarle a su madre, pues perturbar la mente de la
pobre señora acerca de su hija sería fatal, debido a que su propia salud anda muy mal. La
señora Westenra me ha confiado que su destino ya está sellado (enfermedad del corazón),
aunque la pobre Lucy todavía no lo sabe. Estoy seguro de que algo está ejerciendo
influencia en la mente de mi amada novia. Cuando pienso en ella casi me distraigo; el
mirarla me produce siempre un sobresalto. Le dije que te pediría a ti que la vieras, y
aunque al principio puso algunas dificultades, yo sé por qué, viejo amigo, finalmente dio su
consentimiento. Será una tarea dolorosa para ti, lo sé, viejo, pero es por su bien, y yo no
debo dudar en pedírtelo ni tú en actuar. Puedes venir a almorzar a Hillingham mañana a las
dos, para que la señora Westenra no sospeche nada, y después de la comida Lucy va a
buscar una oportunidad para estar a solas contigo. Yo vendré a la hora del té, y podemos
irnos juntos; estoy lleno de ansiedad, y quisiera hablar a solas contigo tan pronto como la
hayas visto. ¡No faltes!
ARTHUR
Telegrama de Arthur Holmwood a Seward
1 de septiembre
Me llaman para ver a mi padre, que ha empeorado. Escribo. Escríbeme
detalladamente por correo nocturno a Ring. Telefonea si es necesario.
Carta del doctor Seward a Arthur Holmwood
2 de septiembre
"Mi querido y viejo amigo:
"Respecto a la salud de la señorita Westenra me apresuro a decirte inmediatamente que en
mi opinión no hay ningún trastorno funcional ni enfermedad que yo conozca. Al mismo
tiempo, de ninguna manera puedo considerarme satisfecho de su semblante; está
totalmente diferente a lo que era la última vez que la vi. Por supuesto, debes tener
presente que no tuve oportunidad de hacer un examen minucioso tal como hubiera
deseado; nuestra

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misma amistad plantea aquí una pequeña dificultad que ni siquiera la ciencia médica ni la
costumbre pueden sobrepasar. Lo mejor será que te diga exactamente lo que sucedió,
dejándote en libertad para que saques, dentro de ciertas medidas, tus propias
conclusiones. Luego te diré lo que he hecho y lo que me propongo hacer.
"Encontré a la señorita Westenra con bastantes buenos ánimos. Su madre estaba presente,
y en pocos segundos me percaté de que estaba tratando por todos los medios de engañar a
su madre, y evitarle de esa manera ansiedades. No tengo ninguna duda de que adivina, en
caso de que no lo sepa, que hay necesidad de tener cautela. Comimos solos, y como nos
esforzamos por parecer alegres, obtuvimos, como una especie de recompensa por nuestros
esfuerzos, cierta alegría real, entre nosotros. Entonces, la señora Westenra se retiró a
descansar, y Lucy se quedó conmigo. Fuimos a su boudoir, y hasta que llegamos ahí su
reserva no se modificó, pues los sirvientes iban y venían.
Sin embargo, tan pronto como se cerró la puerta, la máscara cayó de su rostro y se hundió
en un sillón dando un gran suspiro y escondiendo sus ojos con la mano.
Cuando yo vi que su animosidad había fallado, me aproveché inmediatamente de su
reacción para hacer un diagnóstico. Me dijo muy dulcemente:
"No puedo decirle a usted cuánto detesto tener que hablarle acerca de mi persona.
"Yo le recordé que las confidencias de un doctor eran sagradas, pero que tú estabas
verdaderamente muy ansioso por ella. Ella captó inmediatamente el significado de mis
palabras, y arregló todo el asunto con un par de palabras. "Dígale a Arthur cualquier cosa
que usted crea conveniente. ¡Yo no me preocupo por mí misma, sino por él!
"Por lo tanto, tengo libertad de hablar.
"Fácilmente pude darme cuenta de que le hace falta un poco de sangre, pero no pude ver
los síntomas típicos de la anemia, y por una casualidad tuve de hecho la oportunidad
de probar la cualidad de su sangre, pues al abrir una ventana que estaba remachada, un
cordón se rompió y ella se cortó ligeramente la mano con el vidrio quebrado. En sí mismo
fue un hecho insignificante, pero me dio una oportunidad evidente, de tal manera que
yo me apoderé de unas pocas gotas de sangre, y las he analizado. El análisis
cualitativo muestra que existen condiciones normales, y además, puedo inferir, señalan la
existencia de un vigoroso estado de salud. En otros asuntos físicos quedé plenamente
convencido de que no hay necesidad de temer; pero como en alguna parte debe haber una
causa, he llegado a la conclusión de que debe ser algo mental. Ella se queja de tener a
veces dificultades al respirar, y de tener sueños pesados, letárgicos, con pesadillas que la
asustan, pero de las cuales no se puede acordar. Dice que cuando niña solía caminar
dormida, y que estando en Whitby la costumbre regresó, y que una vez salió caminando
en la noche y fue hasta East Cliff, donde la encontró la señorita Murray; pero me asegura
que últimamente esta costumbre ha vuelto a desaparecer. He quedado con dudas, por
lo que he hecho lo mejor que sé: le he escrito a mi viejo amigo y maestro, el profesor
van Helsing, de Ámsterdam, que es una de las personas que más conocimientos tiene sobre
enfermedades raras en el mundo. Le he pedido que venga, y como tú me dijiste que todas
estas cosas estarían a tu cargo, te he mencionado a ti y tus relaciones con la señorita
Westenra. Esto, mi viejo amigo, es en obsequio de tus deseos, pues yo me siento
demasiado orgulloso y demasiado feliz de poder hacer lo que pueda por ella. Yo sé que Van
Helsing hará cualquier cosa por mí por una razón personal, así es que no importa por qué
motivos venga, debemos aceptar sus deseos. Es un hombre aparentemente muy arbitrado,
pero esto es porque él sabe de lo que habla más que ninguna otra persona. Es un filósofo y
un metafísico, y uno de los científicos más avanzados de nuestra época; y tiene, supongo,
una mente absolutamente abierta. Esto, con unos nervios de acero, un temperamento frío,
una resolución indomable, un autocontrol y una tolerancia exaltada de

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virtudes y bendiciones, y el más amable de los más sinceros corazones que laten, forman
su equipo para la noble tarea que está realizando por la humanidad, trabajo tanto en la
teoría como en la práctica, pues su visión es tan amplia como lo es su simpatía. Te
cuento esto para que tú puedas saber por qué tengo tanta confianza en él. Le he pedido
que venga inmediatamente.
Mañana veré otra vez a la señorita Westenra. Nos veremos en la ciudad, de manera que yo
no alarme a su madre con mi visita.
"Tu amigo,
JOHN
SEWARD"
Carta de Abraham Helsing, Doctor en Medicina, Filosofía y Letras, etc., al doctor Seward
3 de septiembre
"Mi buen amigo:
"Cuando he recibido su carta ya estoy de camino hacia usted. Por buena fortuna
puedo partir de inmediato, sin mal para ninguno de aquellos que han confiado en mí.
Fueran otras las circunstancias, sería perjudicial para esos que han confiado en mí, pues yo
voy adonde mi amigo cuando él me llama para ayudar a aquellos a quienes tiene cariño.
Dígale a su amigo que cuando aquella vez usted chupó de mi herida tan rápidamente el
veneno de la gangrena de aquel cuchillo que nuestro otro amigo, tan nervioso, dejó
deslizar, hizo usted más por él cuando él quiere mi ayuda y usted la solicita, que todo lo
que puede hacer su gran fortuna. Pero es un doble placer hacerlo por él, su amigo; y hacia
usted voy. Tenga ya dispuesto, y por favor así arreglado, que podamos ver a la joven
dama no tan tarde mañana mismo, pues es probable que yo tenga que regresar aquí
esa noche. Pero si hay necesidad, regresaré otra vez tres días después, y estaré más
tiempo si es preciso. Hasta entonces, mi buen amigo John, adiós. VAN HELSING "
Carta del doctor Seward al honorable Arthur Holmwood
3 de septiembre
"Querido Art:
"Vino Van Helsing y se fue. Fue conmigo a Hillingham, y encontré que, por discreción de
Lucy, su madre había salido invitada a comer, de tal manera que quedamos solos con ella.
Van Helsing hizo un examen muy minucioso de la paciente.
Quedó en comunicármelo a mí, y yo te aconsejaré a ti, pues por supuesto yo no estuve
presente. Está, lo temo, muy preocupado, pero me dijo que debía reflexionar.
Cuando yo le dije de nuestra amistad y cómo tú me habías confiado el asunto, él
dijo: 'Debe usted decirle todo lo que piensa. Dígale lo que pienso yo, si usted puede
adivinar, y usted adivinará. No; no estoy bromeando. Esta no es broma, sino vida y
muerte; quizá más.' Le pregunté qué quería decir con aquello, pues estaba muy serio.
Esto sucedió cuando ya habíamos regresado a la ciudad, y estaba tomando una taza
de té antes de iniciar su regreso a Ámsterdam. No me dio ninguna pista más. No debes
estar enojado conmigo, Art, porque su misma reticencia significa que todo su
cerebro está trabajando por el bien de ella. Puedes estar seguro de que, a su debido
tiempo, hablará con toda claridad. Así es que yo le dije que escribiría
simplemente un registro de nuestra visita, justamente como si estuviese haciendo un
artículo descriptivo especial para el Daily Telegraph. Pareció no tomar nota de ello, y sólo
comentó que el hollín de Londres no era tan malo como solía ser cuando él era estudiante
aquí. Yo recibiré su informe mañana, si tiene tiempo para hacerlo. En todo caso, recibiré
una carta. "Bien, ahora, a la visita. Lucy estaba más alegre que el día que la vi por
primera vez, y desde luego parecía estar mucho mejor. Había perdido algo de aquella
mirada fantasmal que tanto te inquieta, y su respiración era normal. Fue muy dulce con
el profesor (siempre lo es), y trató de que se sintiera tranquilo; sin embargo, yo pude
ver que la pobre muchacha estaba haciendo un

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gran esfuerzo. Creo que Van Helsing también lo notó, pues bajo sus espesas cejas vi
aquella rápida mirada que tan bien conozco.
Entonces, comenzó a charlar de todas las cosas posibles menos de nosotros y las
enfermedades, y lo hizo con tanto ingenio que yo pude ver cómo la pretendida animación
de Lucy se convertía en realidad. Entonces, sin que se notara el cambio, mi maestro llevó la
conversación suavemente al motivo de su visita, y dijo calmadamente:
"Mi querida joven, tengo este gran placer porque usted es encantadora. Eso es mucho,
querida, aunque estuviera aquí ese a quien no veo. Me dijeron que estaba usted
desanimada, y que tenía una palidez fantasmal. A ellos les digo:
¡bah! (y tronó los dedos, agregando a continuación): Pero usted y yo les vamos a
demostrar cuán equivocados están. Cómo puede él (dijo, y me señaló con la misma
mirada y gesto con el que me había sacado de su clase en cierta ocasión, o mejor dicho,
después de esa ocasión), ¿cómo puede él saber nada acerca de jóvenes? Él tiene sus locos
con quienes juega, y a quienes devuelve la felicidad, juntamente con la felicidad de
aquellos que lo quieren. Es bastante lo que hace, y, ¡oh!, pero hay recompensas, en el
mismo hecho de poder restaurar esa felicidad. ¡Más de jovencitas! No tiene mujer ni hija, y
los jóvenes no confían en los jóvenes, sino en los viejos como yo, que han conocido ya
tantos dolores y las causas de ellos. Así es, querido, que lo enviaremos a que se fume un
cigarro en el jardín, mientras usted y yo tenemos una pequeña charla confidencial.
"Acepté la sugestión y salí del cuarto, hasta que al cabo de un rato el profesor salió por la
ventana y me pidió que entrara. Parecía preocupado, pero dijo: "He efectuado un
minucioso examen, pero no hay ninguna causa funcional.
Estoy de acuerdo con usted en que ha habido mucha pérdida de sangre; ha habido, pero no
la hay. Además, el estado general de la joven no muestra ningún síntoma de anemia.
Le he pedido que me envíe a su sirvienta para que yo pueda hacerle un par de preguntas,
de tal manera que no quede oportunidad de perder algo. Yo sé muy bien lo que dirá. Y
sin embargo, hay una causa; siempre hay una causa para todo. Debo regresar a casa y
pensar. Usted debe enviarme el telegrama todos los días; y si hay motivo, vendré otra
vez. La enfermedad, pues no estar del todo bien es enfermedad, me interesa y también
me interesa ella, la dulce jovencita. Me encanta, y por ella, si no por usted, o por
enfermedad, vendré. "Y como te digo, no quiso decir más, ni cuando estuvimos solos. Así
es, Art, que ya sabes todo lo que yo sé. Mantendré una estricta vigilancia. Espero que tu
pobre padre siga mejor. Debe ser una cosa terrible para ti, mi querido viejo, estar
situado en una posición tal entre dos personas que son tan queridas para ti. Yo
conozco tu idea del deber para con tu padre, y haces bien en ser fiel a ella; pero si hay
necesidad, te enviaré un mensaje para que vengas de inmediato a donde Lucy; de tal
manera que no te acongojes de más, a menos que recibas noticias mías."
Del diario del doctor Seward
4 de septiembre. Mi paciente zoófago siempre me mantiene interesado. Sólo ha tenido un
ataque, y eso fue ayer a una hora inusitada. Poco antes del mediodía comenzó a
mostrarse inquieto. El asistente reconoció los síntomas y pidió de inmediato ayuda.
Afortunadamente, los hombres llegaron corriendo, y apenas a tiempo, pues al dar el
mediodía se volvió tan furioso que tuvieron que usar toda su fuerza para sujetarlo. Sin
embargo, como a los cinco minutos comenzó a tranquilizarse paulatinamente, hasta que
finalmente se hundió en una especie de melancolía, estado en el cual ha permanecido hasta
ahora. El asistente me dice que sus gritos, durante el paroxismo, fueron realmente
escalofriantes; cuando entré, me encontré con las manos llenas, atendiendo a algunos de
los otros pacientes que estaban asustados por su comportamiento. De hecho, puedo
entender bastante bien el efecto, pues el ruido de sus gritos me perturbó

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incluso a mí, aunque yo me encontraba alejado, a cierta distancia. Ahora acabamos de
cenar en el asilo, y sin embargo, todavía mi paciente está sentado en una esquina
murmurando, con una mirada sombría, amenazadora y angustiosa. Su rostro más bien
parece indicar, en vez de mostrar algo directamente. No puedo acabar de comprenderlo.
Más tarde. Otro cambio en mi paciente. A las cinco de la tarde lo fui a ver y lo encontré
casi tan alegre como solía estar antes. Estaba capturando moscas y comiéndoselas, y
mantenía registro de sus capturas haciendo unas rayas con las uñas en el borde de la
puerta entre los canales del relleno. Cuando me vio, se dirigió a mí y pidió disculpas por su
mala conducta, y me suplicó de una manera muy humilde y atenta que le permitiera
regresar otra vez a su cuarto y que le diera su libreta. Pensé que convenía complacerlo; de
tal manera que está de regreso en su cuarto con la ventana abierta. Ha regado el azúcar de
su té por el antepecho de la ventana, y está entregado otra vez a su colección de
moscas. De momento no se las está comiendo, sino que las está poniendo en una caja,
igual que antes, y ya está examinando los rincones de su cuarto para encontrar arañas.
Traté de hacerle hablar sobre lo sucedido en los últimos días, pues cualquier pista sobre sus
pensamientos me sería muy útil, pero él no quiso entrar en conversación. Durante unos
momentos puso una expresión bastante triste, y dijo con apagada voz, como si más bien
hablara consigo mismo en vez de hablar conmigo:
-¡Todo ha terminado! ¡Todo ha terminado! Me ha abandonado. ¡No tengo esperanza, a
menos de que yo mismo lo haga!
Luego, repentinamente, volviéndose a mí de manera resuelta, me dijo:
-Doctor, ¿sería usted tan amable de darme un poquito más de azúcar? Creo que me haría
muy bien.
-¿Y las moscas? -le pregunté.
-¡Sí! A las moscas les gusta también, y a mí me gustan las moscas; por lo tanto, a mí
me gusta.
¡Y pensar que hay gente tan ignorante que piensa que un loco no tiene
argumentos! Le di doble ración de azúcar y lo dejé feliz, como supongo que puede ser
feliz un hombre en este mundo. Desearía poder penetrar en su mente. Medianoche. Otro
cambio en él. Había ido yo a visitar a la señorita Westenra, a quien encontré mucho mejor,
y acababa de regresar; estaba parado en nuestro propio portón mirando la puesta del sol,
cuando escuché que el loco gritaba. Como su cuarto está en este lado de la casa, pude
oírlo mejor que en la mañana. Fue una sorpresa muy fuerte para mí, y con desagrado
aparté la vista de la maravillosa belleza humeante del sol poniente sobre Londres, con
sus fantásticas luces y sus sombras tintáceas, y todos los maravillosos matices que se
ven en las sucias nubes tanto como en el agua sucia, para darme cuenta de la triste
austeridad de mi propio frío edificio de piedra, con su riqueza de miserias respirantes, y mi
propio corazón desolado que la soporta. Llegué junto al paciente en el momento en que el
sol se estaba hundiendo, y desde su ventana vi desaparecer el disco rojo. Al hundirse,
el paciente empezó a calmarse, y al desaparecer por completo se deslizó de las
manos que lo sostenían, como una masa inerte, cayendo al suelo. Sin embargo, es
maravilloso el poder intelectual recuperativo que tienen los lunáticos, pues al cabo de unos
minutos se puso en pie bastante calmado y miró en torno suyo. Hice una seña a los
asistentes para que no lo sujetaran, pues estaba ansioso de ver lo que iba a hacer. Fue
directamente hacia la ventana y limpió los restos del azúcar; luego tomó su caja de
moscas y la vació afuera, arrojando posteriormente la caja; después cerró la ventana y,
atravesando el cuarto, se sentó en su propia cama. Todo esto me sorprendió, por lo que le
pregunté:
-¿Ya no va a seguir cazando más moscas?
-No -me respondió él-, ¡estoy cansado de tanta basura!
Desde luego es un formidable e interesante caso de estudio. Desearía poder tener una
ligera visión de su mente, o de las causas de su repentina pasión. Alto: puede haber,
después de todo, una pista, si podemos averiguar por qué

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hoy sus paroxismos se produjeron a mediodía y no al ocultarse el sol. ¿Sería posible que
hubiera malignas influencias del sol en períodos que afectan ciertas naturalezas, así como
la luna afecta a otros? Lo veremos.
Telegrama de Seward, en Londres, a van Helsing, en Ámsterdam
4 de septiembre.
Paciente todavía mejor hoy.
Telegrama de Seward, en Londres, a van Helsing, en Ámsterdam
5 de septiembre.
Paciente muy mejorada. Buen apetito; duerme bien; buen humor; color regresa. Telegrama
de Seward, en Londres, a van Helsing, en Ámsterdam
6 de septiembre.
Terrible cambio para mal. Venga enseguida; no pierda una hora. No enviaré telegrama
a Holmwood hasta verle a usted.

X.- CARTA DEL DOCTOR SEWARD AL HONORABLE ARTHUR HOLMWOOD

6 de septiembre.
"Mi querido Art:
"Mis noticias hoy no son muy buenas. Esta mañana Lucy había retrocedido un poquito. Sin
embargo, una cosa buena ha resultado de ello: la señora Westenra estaba naturalmente
ansiosa respecto a Lucy, y me ha consultado a mí profesionalmente acerca de ella.
Aproveché la oportunidad y le dije que mi antiguo maestro, van Helsing, el gran
especialista, iba a pasar conmigo unos días, y que yo la pondría a su cuidado; así es que
ahora podemos entrar y salir sin causarle alarma, pues una impresión para ella significaría
una repentina muerte, y esto, aunado a la debilidad de Lucy, podría ser desastroso para
ella. Estamos todos llenos de tribulaciones, pero, mi viejo, Dios mediante, vamos a poder
sobrellevarlas y vencerlas. Si hay alguna necesidad, te escribiré, por lo que si no tienes
noticias de mí, puedes estar seguro de que simplemente estoy a la expectativa. Tengo
prisa. Adiós.
"Tu amigo de siempre,
JOHN SEWARD"
Del diario del doctor Seward
7 de septiembre. Lo primero que van Helsing me dijo cuando nos encontramos en la calle
Liverpool, fue: "¿Ha dicho usted algo a su amigo, el novio de ella?"
-No -le dije-. Quería esperar hasta verlo a usted antes, como le dije en mi telegrama. Le
escribí una carta diciéndole simplemente que usted venía, ya que la señorita Westenra
no estaba bien de salud, y que le enviaría más noticias después.
-Muy bien, muy bien, mi amigo -me dijo-. Mejor será que no lo sepa todavía; tal vez nunca
lo llegue a saber. Eso espero; pero si es necesario, entonces lo sabrá todo. Y, mi viejo
amigo John, déjeme que se lo advierta: usted trata con los locos. Todos los hombres están
más o menos locos; y así como usted trata discretamente con sus locos, así trate
discretamente con los locos de Dios: el resto del mundo. Usted no le dice a sus locos lo que
hace ni por qué lo hace; usted no les dice lo que piensa. Así es que debe mantener el
conocimiento en su lugar, donde pueda descansar; donde pueda reunirse con los de su
clase y procrear. Usted y yo nos guardaremos como hasta ahora lo que sabemos...
Y al decir esto me tocó en el corazón y en la frente, y luego él mismo se tocó de
manera similar.
-Por mi parte tengo algunas ideas, de momento. Más tarde se las expondré a usted.
-¿Por qué no ahora? -le pregunté-. Puede que den buen resultado; podríamos llegar a
alguna conclusión.
Él me miró fijamente, y dijo:
-Mi amigo John, cuando ha crecido el maíz, incluso antes de que haya
madurado, mientras la savia de su madre tierra está en él, y el sol todavía

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no ha comenzado a pintarlo con su oro, el marido se tira de la oreja y la frota entre sus
ásperas manos, y limpia la verde broza, y te dice: "¡Mira!: es buen maíz; cuando llegue el
tiempo, será un buen grano."
Yo no vi la aplicación, y se lo dije. Como respuesta extendió su brazo y tomó mi oreja entre
sus manos tirando de ella juguetonamente, como solía hacerlo antiguamente durante sus
clases, y dijo:
-El buen marido dice así porque conoce, pero no hasta entonces. Pero usted no encuentra
al buen marido escarbando el maíz sembrado para ver si crece; eso es para niños que
juegan a sembradores. Pero no para aquellos que tienen ese oficio como medio de
subsistencia. ¿Entiende usted ahora, amigo John? He sembrado mi maíz, y la naturaleza
tiene ahora el trabajo de hacerlo crecer; si crece, entonces hay cierta esperanza; y yo
esperaré hasta que comience a verse el grano.
Al decir esto se interrumpió, pues evidentemente vio que lo había comprendido.
Luego, prosiguió con toda seriedad:
-Usted siempre fue un estudiante cuidadoso, y su estuche siempre estaba más lleno que los
demás. Entonces usted era apenas un estudiante; ahora usted es maestro, y espero que
sus buenas costumbres no hayan desaparecido. Recuerde, mi amigo, que el conocimiento
es más fuerte que la memoria, y no debemos confiar en lo más débil. Aunque usted no
haya mantenido la buena práctica, permítame decirle que este caso de nuestra querida
señorita es uno que puede ser, fíjese, digo puede ser, de tanto interés para nosotros y para
otras personas que todos los demás casos no sean nada comparados con él. Tome,
entonces, buena nota de él. Nada es demasiado pequeño. Le doy un consejo: escriba en el
registro hasta sus dudas y sus conjeturas. Después podría ser interesante para usted ver
cuánta verdad puede adivinar. Aprendemos de los fracasos; no de los éxitos.
Cuando le describí los síntomas de Lucy (los mismos que antes, pero infinitamente más
marcados) se puso muy serio, pero no dijo nada. Tomó un maletín en el que había muchos
instrumentos y medicinas, "horrible atavío de nuestro comercio benéfico", como él mismo
lo había llamado en una de sus clases, el equipo de un profesor de la ciencia médica.
Cuando nos hicieron pasar, la señora Westenra salió a nuestro encuentro. Estaba alarmada,
pero no tanto como yo había esperado encontrarla.
La naturaleza, en uno de sus momentos de buena disposición, ha ordenado que hasta la
muerte tenga algún antídoto para sus propios errores. Aquí, en un caso donde cualquier
impresión podría ser fatal, los asuntos se ordenan de tal forma que, por una causa o por
otra, las cosas no personales (ni siquiera el terrible cambio en su hija, a la cual quería
tanto) parecen alcanzarla. Es algo semejante a como la madre naturaleza se reúne
alrededor de un cuerpo extraño y lo envuelve con algún tejido insensible, que puede
protegerlo del mal al que de otra manera se vería sometido por contacto. Si esto es un
egoísmo ordenado, entonces deberíamos abstenernos un momento antes de condenar a
nadie por el defecto del egoísmo, pues sus causas pueden tener raíces más profundas de
las que hasta ahora conocemos.
Puse en práctica mi conocimiento de esta fase de la patología espiritual, y asenté la regla
de que ella no debería estar presente con Lucy, o pensar en su enfermedad, más que
cuando fuese absolutamente necesario. Ella asintió de buen grado; tan de buen grado, que
nuevamente vi la mano de la naturaleza protegiendo la vida. Van Helsing y yo fuimos
conducidos hasta el cuarto de Lucy. Si me había impresionado verla a ella ayer, cuando la
vi hoy quedé horrorizado. Estaba terriblemente pálida; blanca como la cal. El rojo parecía
haberse ido hasta de sus labios y sus encías, y los huesos de su rostro resaltaban
prominentemente; se dolía uno de ver o escuchar su respiración. El rostro de van Helsing
se volvió rígido como el mármol, y sus cejas convergieron hasta que casi se encontraron
sobre su nariz. Lucy yacía inmóvil y no parecía tener la fuerza suficiente para hablar,
así es que por un

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instante todos permanecimos en silencio. Entonces, van Helsing me hizo una seña y
salimos silenciosamente del cuarto. En el momento en que cerramos la puerta, caminó
rápidamente por el corredor hacia la puerta siguiente, que estaba abierta. Entonces me
empujó rápidamente con ella, y la cerró.
-¡Dios mío! -dijo él-. ¡Esto es terrible! No hay tiempo que perder. Se morirá por falta de
sangre para mantener activa la función del corazón. Debemos hacer inmediatamente
una transfusión de sangre. ¿Usted, o yo?
-Maestro, yo soy más joven y más fuerte; debo ser yo.
-Entonces, prepárese al momento. Yo traeré mi maletín. Ya estoy preparado.
Lo acompañé escaleras abajo, y al tiempo que bajábamos alguien llamó a la puerta del
corredor. Cuando llegamos a él, la sirvienta acababa de abrir la puerta y Arthur estaba
entrando velozmente. Corrió hacia mí, hablando en un susurro angustioso.
-Jack, estaba muy afligido. Leí entre líneas tu carta, y he estado en un constante tormento.
Mi papá está mejor, por lo que corrí hasta aquí para ver las cosas por mí mismo. ¿No es
este caballero el doctor van Helsing? Doctor, le estoy muy agradecido por haber venido.
Cuando los ojos del profesor cayeron por primera vez sobre él, había en ellos un brillo de
cólera por la interrupción en tal momento: pero al mirar sus fornidas proporciones y
reconocer la fuerte hombría juvenil que parecía emanar de él, sus ojos se alegraron.
Sin demora alguna le dijo, mientras extendía la mano:
-Joven, ha llegado usted a tiempo. Usted es el novio de nuestra paciente,
¿verdad? Está mal; muy, muy mal. No, hijo, no se ponga así -le dijo, viendo que
repentinamente mi amigo se ponía pálido y se sentaba en una silla casi desmayado-. Usted
le va a ayudar a ella. Usted puede hacer más que ninguno para que viva, y su valor es su
mejor ayuda.
-¿Qué puedo hacer? -preguntó Arthur, con voz ronca-. Dígamelo y lo haré. Mi vida es de
ella, y yo daría hasta la última gota de mi sangre por ayudarla.
El profesor tenía un fuerte sentido del humor, y por conocerlo tanto yo pude detectar un
rasgo de él, en su respuesta:
-Mi joven amigo, yo no le pido tanto; por lo menos no la última.
-¿Qué debo hacer?
Había fuego en sus ojos, y su nariz temblaba de emoción. Van Helsing le dio palmadas en
el hombro.
-Venga -le dijo-. Usted es un hombre, y un hombre es lo que necesitamos. Usted está
mejor que yo, y mejor que mi amigo John.
Arthur miró perplejo y entonces mi maestro comenzó a explicarle en forma bondadosa:
-La joven señorita está mal, muy mal. Quiere sangre, y sangre debe dársele, o muere. Mi
amigo John y yo hemos consultado; y estamos a punto de realizar lo que llamamos una
transfusión de sangre: pasar la sangre de las venas llenas de uno a las venas vacías de
otro que la está pidiendo. John iba a dar su sangre, ya que él es más joven y más fuerte
que yo (y aquí Arthur tomó mi mano y me la apretó fuertemente en silencio), pero ahora
usted está aquí; usted es más fuerte que cualquiera de nosotros, viejo o joven, que nos
gastamos mucho en el mundo del pensamiento. ¡Nuestros nervios no están tan tranquilos
ni nuestra sangre es tan rica como la suya!
Entonces Arthur se volvió hacia el eminente médico, y le dijo:
-Si usted supiera qué felizmente moriría yo por ella, entonces entendería... Se detuvo,
con una especie de asfixia en la voz.
-¡Bien, muchacho! -dijo van Helsing-. En un futuro no muy lejano estará contento de haber
hecho todo lo posible por ayudar a quien ama. Ahora venga y guarde silencio. Antes de que
lo hagamos la besará una vez, pero luego debe usted irse: y debe irse a una señal mía. No
diga ni palabra de esto a la señora; ¡usted ya sabe cuál es su estado! No debe tener
ninguna impresión; cualquier contrariedad la mataría. ¡Venga!

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Todos entramos en el cuarto de Lucy. Por indicación del maestro, Arthur permaneció fuera.
Lucy volvió la cabeza hacia nosotros y nos miró, pero no dijo nada.
No estaba dormida, pero estaba simplemente tan débil que no podía hacer esfuerzo
alguno. Sus ojos nos hablaron; eso fue todo. Van Helsing sacó algunas cosas de su
maletín y las colocó sobre una pequeña mesa fuera del alcance de su vista. Entonces,
mezcló un narcótico y, acercándose a la cama, le dijo alegremente:
-Bien, señorita, aquí está su medicina. Tómesela toda como una niña buena. Vea; yo la
levantaré para que pueda tragar con facilidad. Así.
Hizo el esfuerzo con buen resultado.
Me sorprendió lo mucho que tardó la droga en surtir efecto. Esto, de hecho, era un claro
síntoma de su debilidad. El tiempo pareció interminable hasta que el sueño comenzó a
aletear en sus párpados. Sin embargo, al final, el narcótico comenzó a manifestar su
potencia, y se sumió en un profundo sueño. Cuando el profesor estuvo satisfecho, llamó a
Arthur al cuarto y le pidió que se quitara la chaqueta. Luego agregó:
-Puede usted dar ese corto beso mientras yo traigo la mesa. ¡Amigo John, ayúdeme!
Así fue que ninguno de los dos vimos mientras él se inclinaba sobre ella. Entonces,
volviéndose a mí, van Helsing me dijo:
-Es tan joven y tan fuerte, y de sangre tan pura, que no necesitamos desfibrinarla.
Luego, con rapidez, pero metódicamente, van Helsing llevó a cabo la operación.
A medida que se efectuaba, algo como vida parecía regresar a las mejillas de la pobre
Lucy, y a través de la creciente palidez de Arthur parecía brillar la alegría de su rostro.
Después de un corto tiempo comencé a sentir angustia, pues a pesar de que Arthur era un
hombre fuerte, la pérdida de sangre ya lo estaba afectando. Esto me dio una idea de la
terrible tensión a que debió haber estado sometido el organismo de Lucy, ya que lo que
debilitaba a Arthur apenas la mejoraba parcialmente a ella. Pero el rostro de mi maestro
estaba rígido, y estuvo con el reloj en la mano y con la mirada fija ora en la paciente, ora
en Arthur. Yo podía escuchar los latidos de mi corazón. Finalmente dijo, en voz baja:
-No se mueva un instante. Es suficiente. Usted atiéndalo a él; yo me ocuparé de ella.
Cuando todo hubo terminado, pude ver cómo Arthur estaba debilitado. Le vendé la herida y
lo tomé del brazo para ayudarlo a salir, cuando van Helsing habló sin volverse; el hombre
parecía tener ojos en la nuca.
-El valiente novio, pienso, merece otro beso, el cual tendrá de inmediato.
Y como ahora ya había terminado su operación, arregló la almohada bajo la cabeza de la
paciente. Al hacer eso, el estrecho listón de terciopelo que ella siempre parecía usar
alrededor de su garganta, sujeto con un antiguo broche de diamante que su novio le
había dado, se deslizó un poco hacia arriba y mostró una marca roja en su garganta.
Arthur no la notó, pero yo pude escuchar el profundo silbido de aire inhalado, que es una
de las maneras en que van Helsing traiciona su emoción. No dijo nada de momento, pero
se volvió hacia mí y dijo:
-Ahora, baje con nuestro valiente novio, dele un poco de vino y que descanse un rato.
Luego debe irse a casa y descansar; dormir mucho y comer mucho, para que pueda
recuperar lo que le ha dado a su amor. No debe quedarse aquí. ¡Un momento! Presumo,
señor, que usted está ansioso del resultado; entonces lléveselo consigo, ya que de todas
maneras la operación ha sido afortunada. Usted le ha salvado la vida esta vez, y puede irse
a su casa a descansar tranquilamente, pues ya se ha hecho todo lo que tenía que hacerse.
Yo le diré a ella lo sucedido cuando esté bien; no creo que lo deje de querer por lo que ha
hecho. Adiós.

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Cuando Arthur se hubo ido, regresé al cuarto. Lucy estaba durmiendo tranquilamente, pero
su respiración era más fuerte; pude ver cómo se alzaba la colcha a medida que
respiraba. Al lado de su cama se sentaba van Helsing, mirándola intensamente. La
gargantilla de terciopelo cubría la marca roja. Le pregunté al profesor:
-¿Qué piensa usted de esa señal en su garganta?
-Y usted, ¿qué piensa?
-Yo todavía no la he examinado -respondí, y en ese mismo momento procedí a desabrochar
la gargantilla.
Justamente sobre la vena yugular externa había dos pinchazos, no grandes, pero que
tampoco presagiaban nada bueno. No había ninguna señal de infección, pero los bordes
eran blancos y parecían gastados, como si hubiesen sido maltratados. De momento se me
ocurrió que aquella herida, o lo que fuese, podía ser el medio de la manifiesta pérdida de
sangre; pero abandoné la idea tan pronto como la hube formulado, pues tal cosa no podía
ser. Toda la cama hubiera estado empapada de rojo con la sangre que la muchacha debió
perder para tener una palidez como la que había mostrado antes de la transfusión.
-¿Bien? -dijo van Helsing.
-Bien -dije yo-, no me explico qué pueda ser. Mi
maestro se puso en pie.
-Debo regresar a Ámsterdam hoy por la noche -dijo-. Allí hay libros y documentos que
deseo consultar. Usted debe permanecer aquí toda la noche, y no debe quitarle la vista
de encima.
-¿Debo contratar a una enfermera? -le pregunté.
-Nosotros somos los mejores enfermeros, usted y yo. Usted vigílela toda la noche; vea que
coma bien y que nada la moleste. Usted no debe dormir toda la noche. Más tarde podremos
dormir, usted y yo. Regresaré tan pronto como sea posible, y entonces podremos
comenzar.
-¿Podremos comenzar? -dije yo-. ¿Qué quiere usted decir con eso?
-¡Ya lo veremos! -respondió mi maestro, al tiempo que salía precipitadamente. Regresó un
momento después, asomó la cabeza por la puerta y dijo, levantando un dedo en señal de
advertencia: -Recuérdelo: ella está a su cargo. ¡Si usted la deja y sucede algo, no podrá
dormir tranquilamente en lo futuro!
Del diario del doctor Seward (continuación)
8 de septiembre. Estuve toda la noche sentado al lado de Lucy. El soporífero perdió su
efecto al anochecer, y despertó naturalmente; parecía un ser diferente del que había sido
antes de la operación. Su estado de ánimo era excelente, y estaba llena de una alegre
vivacidad, pero pude ver las huellas de la extrema postración por la que había pasado.
Cuando le dije a la señora Westenra que el doctor van Helsing había ordenado que yo
estuviese sentado al lado de ella, casi se burló de la idea señalando las renovadas fuerzas
de su hija y su excelente estado de ánimo. Sin embargo, me mostré firme, e hice los
preparativos para mi larga vigilia. Cuando su sirvienta la hubo preparado para la
noche, entré, habiendo entretanto cenado, y tomé asiento al lado de su cama. No hizo
ninguna objeción, sino que se limitó a mirarme con gratitud siempre que pude captar sus
ojos. Después de un largo rato pareció estar a punto de dormirse, pero con un esfuerzo
pareció recobrarse y sacudirse el sueño. Esto se repitió varias veces, con más esfuerzo y
pausas más cortas a medida que el tiempo pasaba. Era aparente que no quería dormir, de
manera que yo abordé el asunto de inmediato:
-¡No quiere usted dormirse?
-No. Tengo miedo.
-¡Miedo de dormirse! ¿Por qué? Es una bendición que todos anhelamos.
-¡Ah! No si usted fuera como yo. ¡Si el sueño fuera para usted presagio de horror...!
-¡Un presagio de horror! ¿Qué quiere usted decir con eso?

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-No lo sé, ¡ay!, no lo sé. Y eso es lo que lo hace tan terrible. Toda esta debilidad me llega
mientras duermo; de tal manera que ahora me da miedo hasta la idea misma de dormir.
-Pero, mi querida niña, usted puede dormir hoy en la noche. Yo estaré aquí velando su
sueño, y puedo prometerle que no sucederá nada.
-¡Ah! ¡Puedo confiar en usted!
Aproveché la oportunidad, y dije:
-Le prometo que si yo veo cualquier evidencia de pesadillas, la despertaré
inmediatamente.
-¿Lo hará? ¿De verdad? ¡Qué bueno es usted conmigo! Entonces, dormiré.
Y casi al mismo tiempo dejó escapar un profundo suspiro de alivio, y se hundió en la
almohada, dormida.
Toda la noche estuve a su lado. No se movió ni una vez, sino que durmió con un sueño
tranquilo, reparador. Sus labios estaban ligeramente abiertos, y su pecho se elevaba y
bajaba con la regularidad de un péndulo. En su rostro se dibujaba una sonrisa, y era
evidente que no habían llegado pesadillas a perturbar la paz de su mente.
Temprano por la mañana llegó su sirvienta; yo la dejé al cuidado de ella y regresé a casa,
pues estaba preocupado por muchas cosas. Envié un corto telegrama a van Helsing y a
Arthur, comunicándoles el excelente resultado de la transfusión. Mi propio trabajo, con
todos sus contratiempos, me mantuvo ocupado durante todo el día; ya había oscurecido
cuando tuve oportunidad de preguntar por mi paciente zoófago. El informe fue bueno;
había estado tranquilo durante el último día y la última noche.
Mientras estaba cenando, me llegó un telegrama de van Helsing, desde Ámsterdam,
sugiriéndome que me dirigiera a Hillingham por la noche, ya que quizá sería conveniente
estar cerca, y haciéndome saber que él saldría con el correo de la noche y que me
alcanzaría temprano por la mañana.

9 de septiembre. Estaba bastante cansado cuando llegué a Hillingham. Durante dos


noches apenas había podido dormir, y mi cerebro estaba comenzando a sentir ese
entumecimiento que indica el agotamiento cerebral. Lucy estaba levantada y animosa.
Al estrecharme la mano me miró fijamente a la cara, y dijo:
-Usted no se sentará hoy toda la noche. Está acabado. Yo ya estoy bastante bien otra vez;
de hecho, me siento perfectamente, y si alguien va a cuidar a alguien, entonces yo seré
quien lo cuide a usted.
No tuve ánimos para discutir, sino que me fui a cenar.
Lucy subió conmigo, y avivado por su encantadora presencia, comí con bastante apetito y
me tomé un par de vasos del más excelente oporto. Entonces Lucy me condujo arriba y me
mostró un cuarto contiguo al de ella, donde estaba encendido un acogedor fogón.
-Ahora -dijo ella-, usted debe quedarse aquí. Dejaré esta puerta abierta, y también mi
puerta. Puede acostarse en el sofá, pues sé que nada podría inducir a un médico a
descansar debidamente en una cama mientras hay un paciente al lado. Si quiero cualquier
cosa gritaré, y usted puede estar a mi lado al momento.
No pude sino asentir, pues estaba muerto de cansancio, y no hubiera podido mantenerme
sentado aunque lo hubiese intentado. Así es que, haciendo que renovara su promesa de
llamarme en caso de que necesitase algo, me acosté en el sofá y me olvidé completamente
de todo.
Del diario de Lucy Westenra
9 de septiembre. Me siento feliz hoy por la noche. He estado tan tremendamente débil,
que ser capaz de pensar y moverme es como sentir los rayos del sol después de un largo
período de viento del este y de cielo nublado y gris. Arthur se siente muy cerca de mí. Me
parece sentir su presencia caliente alrededor de mí. Supongo que es porque la enfermedad
y la debilidad vuelven egoísta, y vuelven nuestros ojos internos y nuestra

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simpatía sobre nosotros mismos, mientras que la salud y la fuerza dan rienda suelta al
amor, y en pensamiento y sentimiento puede uno andar donde uno quiera. Yo sé donde
están mis pensamientos. ¡Si Arthur lo supiese! Querido mío, tus oídos deben zumbar
mientras duermes, tal como me zumban los míos al caminar. ¡Oh, el maravilloso descanso
de anoche! Cómo dormí, con el querido, buen doctor Seward vigilándome. Y hoy por la
noche no tendré miedo de dormir, ya que está muy cerca y puedo llamarlo. ¡Gracias a
todos por ser tan buenos conmigo! ¡Gracias a Dios! Buenas noches, Arthur.
Del diario del doctor Seward
10 de septiembre. Fui consciente de la mano del profesor sobre mi cabeza, y me
desperté de golpe en un segundo. Esa es una de las cosas que por lo menos aprendemos
en un asilo.
-¿Y cómo está nuestra paciente?
-Bien, cuando la dejé, o mejor dicho, cuando ella me dejó a mí -le respondí.
-Venga, veamos -dijo él, y juntos entramos al cuarto contiguo.
La celosía estaba bajada, y yo la subí con mucho cuidado mientras van Helsing avanzó, con
su pisada blanda, felina, hacia la cama.
Cuando subí la celosía y la luz de la mañana inundó el cuarto, oí el leve siseo de aspiración
del profesor, y conociendo su rareza, un miedo mortal me heló la sangre. Al acercarme yo
él retrocedió, y su exclamación de horror, "¡Gott in Himmel!" ,no necesitaba el refuerzo de
su cara doliente. Alzó la mano y señaló en dirección a la cama, y su rostro de hierro estaba
fruncido y blanco como la ceniza. Sentí que mis rodillas comenzaron a temblar.
Ahí sobre la cama, en un aparente desmayo, yacía la pobre Lucy, más terriblemente blanca
y pálida que nunca. Hasta los labios estaban blancos, y las encías parecían haberse
encogido detrás de los dientes, como algunas veces vemos en los cuerpos después de una
prolongada enfermedad. Van Helsing levantó su pie para patear de cólera, pero el instinto
de su vida y todos los largos años de hábitos lo contuvieron, y lo depositó otra vez
suavemente.
-¡Pronto! -me dijo-. Traiga el brandy,
Volé, al comedor y regresé con la garrafa. Él humedeció con ella los pobres labios blancos y
juntos frotamos las palmas, las muñecas y el corazón. Él escuchó el corazón, y después de
unos momentos de agonizante espera, dijo: - No es demasiado tarde. Todavía late, aunque
muy débilmente. Todo nuestro trabajo se ha perdido; debemos comenzar otra vez. No hay
aquí ningún joven Arthur ahora; esta vez tengo que pedirle a usted mismo que done su
sangre, amigo John.
Y a medida que hablaba, metía la mano en el maletín y sacaba los instrumentos para la
transfusión; yo me quité la chaqueta y enrollé la manga de mi camisa. En tal situación no
había posibilidad de usar un soporífero, pero además no había necesidad de él; y así, sin
perder un momento, comenzamos la transfusión. Después de cierto tiempo (tampoco
pareció ser tan corto, pues el fluir de la propia sangre no importa con qué alegría se vea, es
una sensación terrible), van Helsing levantó un dedo en advertencia:
-No se mueva -me dijo-, pues temo que al recobrar las fuerzas ella despierte; y eso sería
muy, muy peligroso. Pero tendré precaución. Le aplicaré una inyección hipodérmica de
morfina.
Entonces procedió, veloz y seguramente, a efectuar su proyecto. El efecto en Lucy no fue
malo, pues el desmayo pareció transformarse sutilmente en un sueño narcótico. Fue
con un sentimiento de orgullo personal como pude ver un débil matiz de color regresar
lentamente a sus pálidas mejillas y labios. Ningún hombre sabe, hasta que lo experimenta,
lo que es sentir que su propia sangre se transfiere a las venas de la mujer que ama.
El profesor me miraba críticamente.
-Eso es suficiente -dijo.
-¿Ya? -protesté yo-. Tomó usted bastante más de Art.
A lo cual él sonrió con una especie de sonrisa triste, y me respondió:

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-Él es su novio, su fiancé. Usted tiene trabajo, mucho trabajo que hacer por ella y por
otros; y con lo que hemos puesto es suficiente.
Cuando detuvimos la operación, él atendió a Lucy mientras yo aplicaba presión digital a mi
propia herida. Me acosté, mientras esperaba a que tuviera tiempo de atenderme, pues me
sentí débil y un poco mareado. Al cabo de un tiempo me vendó la herida y me envió abajo
para que bebiera un vaso de vino. Cuando estaba saliendo del cuarto, vino detrás de mí y
me susurró:
-Recuerde: nada debe decir de esto. Si nuestro joven enamorado aparece
inesperadamente, como la otra vez, ninguna palabra a él. Por un lado lo asustaría, y
además de eso lo pondría celoso. No debe haber nada de eso,
¿verdad?
Cuando regresé, me examinó detenidamente, y dijo:
-No está usted mucho peor. Vaya a su cuarto y descanse en el sofá un rato; luego tome un
buen desayuno, y regrese otra vez acá.
Seguí sus órdenes, pues sabía cuán correctas y sabias eran. Había hecho mi parte y ahora
mi siguiente deber era recuperar fuerzas. Me sentí muy débil, y en la debilidad perdí algo
del placer de lo que había ocurrido. Me quedé dormido en el sofá; sin embargo,
preguntándome una y otra vez como era que Lucy había hecho un movimiento tan
retrógrado, y como había podido perder tanta sangre, sin dejar ninguna señal por ningún
lado de ella. Creo que debo haber continuado preguntándome esto en mi sueño, pues,
durmiendo y caminando, mis pensamientos siempre regresaban a los pequeños pinchazos
en su garganta y la apariencia marchita y maltratada de sus bordes a pesar de lo pequeños
que eran.
Lucy durmió hasta bien entrado el día, y cuando despertó estaba bastante bien y fuerte,
aunque no tanto como el día anterior. Cuando van Helsing la hubo visto, salió a dar un
paseo, dejándome a mí a cargo de ella, con instrucciones estrictas de no abandonarla ni
por un momento. Pude escuchar su voz en el corredor, preguntando cuál era el camino
para la oficina de telégrafos más cercana.
Lucy conversó conmigo alegremente, y parecía completamente inconsciente de lo que
había sucedido. Yo traté de mantenerla entretenida e interesada. Cuando su madre subió
a verla, no pareció notar ningún cambio en ella, y sólo me dijo agradecida: ¡Le
debemos tanto a usted, doctor Seward, por todo lo que ha hecho! Pero realmente ahora
debe usted tener cuidado de no trabajar en exceso. Se ve usted mismo un poco
pálido. Usted necesita una mujer para que le sirva de enfermera y que lo cuide un poco;
¡eso es lo que usted necesita! A medida que ella hablaba, Lucy se ruborizó, aunque sólo fue
momentáneamente, pues sus pobres venas desgastadas no pudieron soportar el súbito
flujo de sangre a la cabeza. La reacción llegó como una excesiva palidez al volver ella
sus ojos implorantes hacia mí. Yo sonreí y moví la cabeza, y me llevé el dedo a los labios;
exhalando un suspiro, la joven se hundió nuevamente entre sus almohadas.
Van Helsing regresó al cabo de unas horas, y me dijo:
-Ahora usted váyase a su casa, y coma mucho y beba bastante. Repóngase. Yo me quedaré
aquí hoy por la noche, y me sentaré yo mismo junto a la señorita. Usted y yo debemos
observar el caso, y no podemos permitir que nadie más lo sepa. Tengo razones de peso.
No, no me las pregunte; piense lo que quiera. No tema pensar incluso lo más improbable.
Buenas noches.
En el corredor, dos de las sirvientas llegaron a mí y me preguntaron si ellas o cualquiera de
ellas podría quedarse por la noche con la señorita Lucy. Me imploraron que las dejara, y
cuando les dije que era una orden del doctor van Helsing que fuese él o yo quienes
veláramos, me pidieron que intercediera con el "caballero extranjero". Me sentí muy
conmovido por aquella bondad. Quizá porque estoy débil de momento, y quizá porque fue
por Lucy que se manifestó su devoción; pues una y otra vez he visto similares
manifestaciones de la bondad de las mujeres. Regresé aquí a tiempo para comer;
hice todas mis

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visitas y todos mis pacientes estaban bien; y luego me senté mientras esperaba
que llegara el sueño. Ya viene.

11 de septiembre. Esta tarde fui a Hillingham. Encontré a van Helsing de excelente humor
y a Lucy mucho mejor. Poco después de mi llegada, el correo llevó un paquete muy
grande para el profesor. Lo abrió con bastante prisa, así me pareció, y me mostró un
gran ramo de flores blancas.
-Estas son para usted, señorita Lucy -dijo.
-¿Para mí? ¡Oh, doctor van Helsing!
-Sí, querida, pero no para que juegue con ellas. Estas son medicinas. Lucy hizo un
encantador mohín.
-No, pero no es para que se las tome cocidas ni en forma desagradable; no necesita fruncir
su encantadora naricita, o tendré que indicarle a mi amigo Arthur los peligros que tendrá
que soportar al ver tanta belleza, que él quiere tanto, distorsionarse en esa forma. Ajá,
mi bella señorita, eso es: tan bonita nariz esta muy recta otra vez. Esto es medicinal, pero
usted no sabe cómo. Yo lo pongo en su ventana, hago una bonita guirnalda y la cuelgo
alrededor de su cuello, para que usted duerma bien. Sí; estas flores, como las flores de
loto, hacen olvidar las penas. Huelen como las aguas de Letos, y de esa fuente de la
juventud que los conquistadores buscaron en la Florida, y la encontraron, pero demasiado
tarde.
Mientras hablaba, Lucy había estado examinando las flores y oliéndolas. Luego las tiró,
diciendo, medio en risa medio en serio:
-Profesor, yo creo que usted sólo me está haciendo una broma. Estas flores no son más
que ajo común.
Para sorpresa mía, van Helsing se puso en pie y dijo con toda seriedad, con su
mandíbula de acero rígida y sus espesas cejas encontrándose:
-¡No hay ningún juego en esto! ¡Yo nunca bromeo! Hay un serio propósito en lo que hago,
y le prevengo que no me frustre. Cuídese, por amor a los otros si no por amor a usted
misma -añadió, pero viendo que la pobre Lucy se había asustado como tenía razón de
estarlo, continuó en un tono más suave-: ¡Oh, señorita, mi querida, no me tema! Yo sólo
hago esto por su bien; pero hay mucha virtud para usted en esas flores tan comunes. Vea,
yo mismo las coloco en su cuarto. Yo mismo hago la guirnalda que usted debe
llevar. ¡Pero cuidado! No debe decírselo a los que hacen preguntas indiscretas. Debemos
obedecer, y el silencio es una parte de la obediencia; y obediencia es llevarla a usted fuerte
y llena de salud hasta los brazos que la esperan. Ahora siéntese tranquila un rato. Venga
conmigo, amigo John, y me ayudará a cubrir el cuarto con mis ajos, que vienen desde muy
lejos, desde Haarlem, donde mi amigo Vanderpool los hace crecer en sus invernaderos
durante todo el año. Tuve que telegrafiar ayer, o no hubieran estado hoy aquí.
Entramos en el cuarto, llevando con nosotros las flores. Las acciones del profesor eran
verdaderamente raras y no creo que se pudiera encontrar alguna farmacopea en la cual
yo encontrara noticias. Primero cerró las ventanas y las aseguró con aldaba; luego,
tomando un ramo de flores, frotó con ellas las guillotinas, como para asegurarse de que
cada soplo de aire que pudiera pasar a través de ellas estuviera cargado con el olor a ajo.
Después, con el manojo frotó los batientes de la puerta, arriba, abajo y a cada lado, y
alrededor de la chimenea de la misma manera. Todo me pareció muy grotesco, y al
momento le dije al profesor:
-Bien, profesor, yo sé que usted siempre tiene una razón por lo que hace, pero esto
me deja verdaderamente perplejo. Está bien que no hay ningún escéptico a los
alrededores, o diría que usted está haciendo un conjuro para mantener alejado a un
espíritu maligno.
-¡Tal vez lo esté haciendo! -me respondió rápidamente, al tiempo que
comenzaba a hacer la guirnalda que Lucy tenía que llevar alrededor del cuello.

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Luego esperamos hasta que Lucy hubo terminado de arreglarse para la noche, y cuando ya
estaba en cama entramos y él mismo colocó la guirnalda de ajos alrededor de su cuello.
Las últimas palabras que él le dijo a ella, fueron:
-Tenga cuidado y no la perturbe; y aunque el cuarto huela mal, no abra hoy por la
noche la ventana ni la puerta.
-Lo prometo -dijo Lucy, y gracias mil a ustedes dos por todas sus bondades conmigo. ¡Oh!
¿Qué he hecho para ser bendecida con amigos tan buenos?
Cuando dejamos la casa en mi calesín, que estaba esperando, van Helsing dijo:
-Hoy en la noche puedo dormir en paz, y quiero dormir: dos noches de viaje, mucha
lectura durante el día intermedio, mucha ansiedad al día siguiente y una noche en vela,
sin pegar los ojos. Mañana temprano en la mañana pase por mí, y vendremos juntos a ver
a nuestra bonita señorita, mucho más fuerte por mi "conjuro" que he hecho. ¡Jo!, ¡jo!
Estaba tan confiado que yo, recordando mi misma confianza de dos noches antes y los
penosos resultados, sentí un profundo y vago temor. Debe haber sido mi debilidad lo que
me hizo dudar de decírselo a mi amigo pero de todas maneras lo sentí, como lágrimas
contenidas.

XI.- EL DIARIO DE LUCY WESTENRA

12 de septiembre. ¡Qué buenos son todos conmigo! Casi siento que quiero a ese adorable
doctor van Helsing. Me pregunto por qué estaba tan ansioso acerca de estas flores.
Realmente me asustó. ¡Parecía tan serio! Sin embargo, debe haber tenido razón, pues ya
siento el alivio que me llega de ellas. Por algún motivo, no temo estar sola esta noche, y
puedo acostarme a dormir sin temor. No me importará el aleteo fuera de la ventana. ¡Oh,
la terrible lucha que he tenido contra el sueño tan a menudo últimamente!
¡El dolor del insomnio o el dolor del miedo a dormirme, y con los
desconocidos horrores que tiene para mí! ¡Qué bendición tienen esas personas cuyas vidas
no tienen temores, ni amenazas; para quienes el dormir es una dicha que llega cada noche,
y no les lleva sino dulces sueños! Bien, aquí estoy hoy, esperando dormir, y haciendo como
Ofelia en el drama: con virgin crants and maiden strewments. ¡Nunca me gustó el ajo antes
de hoy, pero ahora lo siento admirable! Hay una gran paz en su olor; siento que ya viene el
sueño. Buenas noches, todo el mundo.
Del diario del doctor Seward
13 de septiembre. Pasé por el Berkeley y encontré a van Helsing, como de costumbre, ya
preparado para salir. El coche ordenado por el hotel estaba esperando. El profesor tomó su
maletín, que ahora siempre lleva consigo.
Lo anotaré todo detalladamente. Van Helsing y yo llegamos a Hillingham a las ocho en
punto. Era una mañana agradable; la brillante luz del sol y todo el fresco ambiente de la
entrada del otoño parecían ser la culminación del trabajo anual de la naturaleza. Las hojas
se estaban volviendo de todos los bellos colores, pero todavía no habían comenzado a
caer de los árboles. Cuando entramos encontramos a la señora Westenra saliendo del
recibidor. Ella siempre se levanta temprano. Nos saludó cordialmente, y dijo:
-Se alegrarán ustedes de saber que Lucy está mejor. La pequeñuela todavía duerme. Miré
en su cuarto y la vi, pero no entré, para no perturbarla.
El profesor sonrió, y su mirada era alegre. Se frotó las manos, y dijo:
-¡Ajá! Pensé que había diagnosticado bien el caso. Mi tratamiento está dando buenos
resultados.
A lo cual ella respondió:
-No debe usted llevarse todas las palmas solo, doctor. El buen estado de Lucy esta mañana
se debe en parte a mi labor.
-¿Qué quiere usted decir con eso, señora? -preguntó el profesor.
-Bueno, estaba tan ansiosa acerca de la pobre criatura por la noche, que fui a su cuarto.
Dormía profundamente; tan profundamente, que ni mi llegada la despertó. Pero el aire
del cuarto estaba terriblemente viciado. Por todos

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lados había montones de esas flores horribles, malolientes, e incluso ella tenía un montón
alrededor del cuello. Temí que el pesado olor fuese demasiado para mi querida criatura en
su débil estado, por lo que me las llevé y abrí un poquito la ventana para dejar entrar aire
fresco. Estoy segura de que la encontrarán mejor.
Se despidió de nosotros y se dirigió a su recámara donde generalmente se desayunaba
temprano. Mientras hablaba, observé la cara del profesor y vi que se volvía gris como la
ceniza. Fue capaz de retenerse por autodominio mientras la pobre dama estaba
presente. Pues conocía su estado y el mal que le produciría una impresión; de hecho,
llegó hasta a sonreírse y le sostuvo la puerta abierta para que ella entrara en su cuarto.
Pero en el instante en que ella desapareció me dio un tirón repentino y fuerte,
llevándome al comedor y cerrando la puerta tras él.
Allí, por primera vez en mi vida, vi a van Helsing abatido. Se llevó las manos a la
cabeza en una especie de muda desesperación, y luego se dio puñetazos en las palmas de
manera impotente; por último, se sentó en una silla, y cubriéndose el rostro con las manos
comenzó a sollozar, con sollozos ruidosos, secos, que parecían salir de su mismo corazón
roto. Luego alzó las manos otra vez, como si implorara a todo el universo.
-¡Dios! ¡Dios! ¡Dios! -dijo-. ¿Qué hemos hecho, qué ha hecho esta pobre criatura, que nos
ha causado tanta pena? ¿Hay entre nosotros todavía un destino, heredado del antiguo
mundo pagano, por el que tienen que suceder tales cosas, y en tal forma? Esta pobre
madre, ignorante, y según ella haciendo todo lo mejor, hace algo como para perder el
cuerpo y el alma de su hija; y no podemos decirle, no podemos siquiera advertirle, o ella
muere, y entonces mueren ambas. ¡Oh, cómo estamos acosados! ¡Cómo están todos los
poderes de los demonios contra nosotros! -añadió, pero repentinamente saltó-. Venga -
dijo-, venga; debemos ver y actuar. Demonios o no demonios, o todos los demonios de
una vez, no importa: nosotros luchamos con él, o ellos y por todos.
Salió otra vez a la puerta del corredor con su maletín, y juntos subimos al cuarto de Lucy.
Una vez más yo subí la celosía, mientras van Helsing fue hacia su cama. Esta vez él no
retrocedió espantado al mirar el pobre rostro con la misma palidez de cera, terrible, como
antes. Sólo puso una mirada de rígida tristeza e infinita piedad.
-Tal como lo esperaba -murmuró, con esa siseante aspiración que significaba tanto.
Sin decir una palabra más fue y cerró la puerta con llave, y luego comenzó a poner sobre
la mesa los instrumentos para hacer otra transfusión de sangre. Yo había reconocido su
necesidad de inmediato y comencé a quitarme la chaqueta, pero él me detuvo con una
advertencia de la mano.
-No -dijo-. Hoy debe usted efectuar la operación. Yo seré el donante. Usted ya está débil.
Y al decir esto, se despojó de su chaqueta y se enrolló la manga de la camisa.
Otra vez la operación; nuevamente el narcótico. Una vez más regresó el color a las
mejillas cenizas, y la respiración regular del sueño sano. Esta vez yo la vigilé mientras van
Helsing se recluía y descansaba.
Poco después aprovechó una oportunidad para decirle a la señora Westenra que no debía
quitar nada del cuarto de Lucy sin consultarlo. Que las flores tenían un valor
medicinal, y que respirar su olor era parte del sistema de curación. Entonces se hizo cargo
del caso él mismo, diciendo que velaría esa noche y la siguiente, y que me enviaría decir
cuándo debería yo venir.
Al cabo de otra hora, Lucy despertó de su sueño, fresca y brillante, y desde luego
mirándose mucho mejor de lo que se podía esperar debido a su terrible prueba.

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¿Qué significa todo esto? Estoy comenzando a preguntarme si mi larga
costumbre de vivir entre locos no estará empezando a ejercer influencia sobre mi propio
cerebro.
Del diario de Lucy Westenra
17 de septiembre. Cuatro días y noches de paz. Me estoy poniendo otra vez tan fuerte que
apenas me reconozco. Es como si hubiera pasado a través de una larga pesadilla, y
acabara de despertar para ver alrededor de mí los maravillosos rayos del sol, y
para sentir el aire fresco de la mañana. Tengo un ligero recuerdo de largos y ansiosos
tiempos de espera y temor; una oscuridad en la cual no había siquiera la más ligera
esperanza de hacer menos punzante la desesperación. Y luego, los largos períodos de
olvido, y el regreso hacia la vida como un buzo que sale a la superficie después
de sumergirse. Sin embargo, desde que el doctor van Helsing ha estado conmigo, todas
estas pesadillas parecen haberse ido; los ruidos que solían asustarme hasta sacarme de
quicio, el aleteo contra las ventanas, las voces distantes que parecían tan cercanas a mí,
los ásperos sonidos que venían de no sé dónde y me ordenaban hacer no sé qué, todo ha
cesado. Ahora me acuesto sin ningún temor de dormir. Ni siquiera trato de mantenerme
despierta. Me he acostumbrado bastante bien al ajo; todos los días me llega desde
Haarlem una caja llena. Hoy por la noche se irá el doctor van Helsing, ya que tiene que
estar un día en Ámsterdam. Pero no necesito que me cuiden; ya estoy lo
suficientemente bien como para quedarme sola. ¡Gracias a Dios en nombre de mi madre, y
del querido Arthur, y de todos nuestros amigos que han sido tan amables! Ni siquiera
sentiré el cambio, pues anoche el doctor van Helsing durmió en su cama bastante
tiempo. Lo encontré dormido dos veces cuando desperté; pero no temí volver a
dormirme, aunque las ramas o los murciélagos, o lo que fuese, aleteaban furiosamente
contra los cristales de mi ventana. Recorte de La Gaceta de Pall Mall, 18 de septiembre
EL LOBO QUE ESCAPO PELIGROSA AVENTURA DE NUESTRO REPORTERO
Entrevista con el guardián del Jardín Zoológico
Después de muchas pesquisas y otras tantas negaciones, y usando repetidamente las
palabras Gaceta de Pall Mall como una especie de talismán, logré encontrar al
guardián de la sección del Jardín Zoológico en el cual se encuentra incluido el departamento
de lobos. Thomas Bilder vive en una de las cabañas detrás del recinto de los elefantes, y
estaba a punto de sentarse a tomar el té cuando lo encontré. Thomas y su esposa son
gente hospitalaria, y sin niños, y si la muestra de hospitalidad de que yo gocé es el término
medio de su comportamiento, sus vidas deben ser bastante agradables. El guardián no
quiso entrar en lo que llamó "negocios" hasta que hubimos terminado la cena y todos
estábamos satisfechos. Entonces, cuando la mesa había sido limpiada, y él ya había
encendido su pipa, dijo:
-Ahora, señor, ya puede adelantarse y preguntarme lo que quiera. Perdonará que me
haya negado a hablar de temas profesionales antes de comer. Yo le doy a los lobos, a los
chacales y a las hienas en todo nuestra sección su té antes de comenzar a hacerles
preguntas.
-¿Qué quiere usted decir con "antes de hacerles preguntas"? -inquirí deseando ponerlo en
situación de hablar.
-Golpeándolos sobre la cabeza con un palo es una manera; rascarles en las orejas es
otra, cuando algún macho quiere impresionar un poco a sus muchachas. A mí no
me importa mucho el barullo, pegarles con un palo antes de meterles su cena, pero espero,
por así decirlo, a que se hayan tomado su brandy y su café, antes de intentar rascarles las
orejas. ¿Sabe usted? - agregó filosóficamente -, hay bastante de la misma naturaleza a
nosotros que en esos animales. Aquí está usted, viniendo y preguntando acerca de
mi oficio, cuando no tenía yo nada en la barriga. Mi primer intento fue despedirlo sin decirle
nada. Ni siquiera cuando usted me preguntó en forma medio sarcástica si quisiera que
usted le preguntara al superintendente si

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usted podía hacerme algunas preguntas. Sin ofenderlo, ¿le dije que se fuera al diablo?
-Sí, me lo dijo.
-Y cuando usted dijo que daría un informe sobre mí por usar lenguaje obsceno, eso fue
como si me golpeara sobre la cabeza; pero me contuve: lo hice muy bien. Yo no iba a
pelear, así es que esperé por la comida e hice con mi escudilla como hacen los lobos, los
leones y los tigres. Pero, que Dios tenga compasión de usted ahora que la vieja me ha
metido un trozo de su pastel en la barriga, me ha remojado con su floreciente tetera, y
que yo he encendido mi tabaco. Puede usted rascarme las orejas todo lo que quiera, y no
dejaré escapar ni un gruñido. Comience a preguntarme. Ya sé a lo que viene: es por ese
lobo que se escapó.
-Exactamente. Quiero que usted me dé su punto de vista sobre ello. Sólo dígame
cómo sucedió, y cuando conozca los hechos haré que me diga sus opiniones sobre la causa
de ellos, y cómo piensa que va a terminar todo el asunto.
-Muy bien, gobernador. Esto que le digo es casi toda la historia. El lobo ese que
llamábamos Bersicker era uno de los tres grises que vinieron de Noruega para Jamrach, y
que compramos hace cuatro años. Era un lobo bueno, tranquilo, que nunca causó molestias
de las que se pudiera hablar. Estoy verdaderamente sorprendido de que haya sido él, entre
todos los animales, quien haya deseado irse de aquí. Pero ahí tiene, no puede fiarse uno de
los lobos, así como no puede uno fiarse de las mujeres.
-¡No le haga caso, señor! -interrumpió la señora Bilder, riéndose alegremente-. Este viejo
ha estado cuidando durante tanto tiempo a los animales, ¡que maldita sea si no es él
mismo como un lobo viejo! Pero todo lo dice sin mala intención.
-Bien, señor, habían pasado como dos horas después de la comida, ayer, cuando escuché
por primera vez el escándalo. Yo estaba haciendo una cama en la casa de los monos para
un joven puma que está enfermo; pero cuando escuché los gruñidos y aullidos vine
inmediatamente a ver. Y ahí estaba Bersicker arañando como un loco los barrotes,
como si quisiera salir. No había mucha gente ese día, y cerca de él sólo había un hombre,
un tipo alto, delgado, con nariz aguileña y barba en punta. Tenía una mirada dura y fría, y
los ojos rojos, y a mí como que me dio mala espina desde un principio, pues parecía
que era con él con quien estaban irritados los animales. Tenía guantes blancos de niño en
las manos; señaló a los animales, y me dijo:
"Guardián, estos lobos parecen estar irritados por algo.
"Tal vez es por usted -le dije yo, pues no me agradaban los aires que se daba.
"No se enojó, como había esperado que lo hiciera, sino que sonrió con una especie de
sonrisa insolente, con la boca llena de afilados dientes blancos. "-¡Oh, no, yo no les
gustaría! -me dijo.
"-¡Oh, sí!, yo creo que les gustaría -respondí yo, imitándolo-. Siempre les gusta uno o dos
huesos para limpiarse los dientes después de la hora del té. Y usted tiene una bolsa llena
de ellos.
"Bien, fue una cosa rara, pero cuando los animales nos vieron hablando se echaron, y yo
fui hacia Bersicker y él me permitió que le acariciara las orejas como siempre. Entonces se
acercó también el hombre, ¡y bendito sea si no él también extendió su mano y acarició las
orejas del lobo viejo!
"Tenga cuidado -le dije yo-. Bersicker es rápido.
"No se preocupe -me contestó él-. ¡Estoy acostumbrado a ellos!
"-¿Es usted también del oficio? -le pregunté, quitándome el sombrero, pues un hombre que
tenga algo que ver con lobos, etc., es un buen amigo de los guardianes.
"No -respondió él-, no soy precisamente del oficio, pero he amansado a varios de ellos.

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"Y al decir esto levantó su sombrero como un lord, y se fue. El viejo Bersicker lo siguió con
la mirada hasta que desapareció, y luego se fue a echar en una esquina y no quiso salir de
ahí durante toda la noche. Bueno, anoche, tan pronto como salió la luna, todos los lobos
comenzaron a aullar. No había nada ni nadie a quien le pudieran aullar. Cerca de ellos no
había nadie, con excepción de alguien que evidentemente estaba llamando a algún perro
en algún lugar, detrás de los jardines de la calle del Parque. Una o dos veces salí a ver
que todo estuviera en orden, y lo estaba, y luego los aullidos cesaron. Un poco antes de las
doce de la noche salí a hacer una última ronda antes de acostarme y, que me parta un
rayo, cuando llegué frente a la jaula del viejo Bersicker vi los barrotes quebrados y
doblados, y la jaula vacía. Y eso es todo lo que sé."
-¿No hubo nadie más que viera algo?
-Uno de nuestros jardineros regresaba a casa como a esa hora de una celebración, cuando
ve a un gran perro gris saliendo a través de las jaulas del jardín. Por lo menos así dice él,
pero yo no le doy mucho crédito por mi parte, porque no le dijo ni una palabra del asunto a
su mujer al llegar a su casa, y sólo hasta después de la escapada del lobo se conoció; y ya
habíamos pasado toda la noche buscando por el parque a Bersicker, cuando recordó haber
visto algo. Yo más bien creo que el vino de la celebración se le había subido a la cabeza.
-Bien, señor Bilder, ¿y puede usted explicarse la huida del lobo?
-Bien, señor -dijo él, con una modestia un tanto sospechosa -, creo que puedo; pero yo no
sé si usted quedará completamente satisfecho con mi teoría.
-Claro que quedaré. Si un hombre como usted, que conoce a los animales por experiencia,
no puede aventurar una buena hipótesis, ¿quién es el que puede hacerlo?
-Bien, señor, entonces le diré la manera como yo me explico esto. A mí me parece que este
lobo se escapó... simplemente porque quería salir.
Por la manera tan calurosa como ambos, Thomas y su mujer, se rieron de la broma, pude
darme cuenta de que ya había dado resultados otras veces, y que toda la explicación era
simplemente una treta ya preparada. Yo no podía competir en pillerías con el valeroso
Thomas, pero creí que conocía un camino mucho más seguro hasta su corazón, por lo que
dije:
-Ahora, señor Bilder, consideraremos que este primer medio soberano ya ha sido
amortizado, y este hermano de él está esperando ser reclamado cuando usted me diga qué
piensa que va a suceder.
-Tiene usted razón, señor -dijo él rápidamente-. Me tendrá que disculpar, lo sé, por haberle
hecho una broma, pero la vieja aquí me guiñó, que era tanto como decirme que siguiera
adelante.
-¡Pero..., nunca! -dijo la vieja.
-Mi opinión es esta: el lobo ese está escondido en alguna parte, el jardinero dice que lo vio
galopando hacia el norte más velozmente que lo que lo haría un caballo; pero yo no le
creo, pues, ¿sabe usted, señor?, los lobos no galopan más de lo que galopan los perros,
pues no están construidos de esa manera. Los lobos son muy bonitos en los libros de
cuentos, y yo diría cuando se reúnen en manadas y empiezan a acosar a algo que está más
asustado que ellos, pueden hacer una bulla del diablo y cortarlo en pedazos, lo que sea.
Pero, ¡Dios lo bendiga!, en la vida real un lobo es sólo una criatura inferior, ni la mitad de
inteligente que un buen perro; y no tienen la cuarta parte de su capacidad de lucha. Este
que se escapó no está acostumbrado a pelear, ni siquiera a procurarse a sí mismo sus
alimentos, y lo más probable es que esté en algún lugar del parque escondido y temblando,
si es capaz de pensar en algo, preguntándose dónde va a poder conseguirse su
desayuno; o a lo mejor se ha retirado y está metido en una cueva de hulla. ¡Uf!, el susto
que se va a llevar algún cocinero cuando baje y vea sus ojos verdes brillando en la
oscuridad. Si no puede conseguir comida es muy posible que salga a

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buscarla, y pudiera ser que por casualidad fuera a dar a tiempo a una carnicería.
"Si no sucede eso y alguna institutriz sale a pasear con su soldado, dejando al infante en su
cochecillo de niño, bien, entonces no estaría sorprendido si el censo da un niño menos. Eso
es todo.
Le estaba entregando el medio soberano cuando algo asomó por la ventana, y el rostro del
señor Bilder se alargó al doble de sus dimensiones naturales, debido a la sorpresa.
¡Dios me bendiga! -exclamó -. ¡Allí está el viejo Bersicker de regreso, sin que nadie lo
traiga!
Se levantó y fue hacia la puerta a abrirla; un procedimiento que a mí me pareció
innecesario. Yo siempre he pensado que un animal salvaje nunca es tan atractivo como
cuando algún obstáculo de durabilidad conocida está entre él y yo; una experiencia
personal ha intensificado, en lugar de disminuir, esta idea.
Después de todo, sin embargo, no hay nada como la costumbre, pues ni Bilder ni su
mujer pensaron nada más del lobo de lo que yo pensaría de un perro. El animal mismo era
tan pacífico como el padre de todos esos cuentos de lobos, el amigo de otros tiempos de
Caperucita Roja, mientras está disfrazado tratando de ganarse su confianza.
Toda la escena fue una complicada mezcla de comedia y tragedia. El maligno lobo que
durante un día y medio había paralizado a Londres y había hecho que todos los niños del
pueblo temblaran en sus zapatos, estaba allí con mirada penitente, y estaba siendo recibido
y acariciado como una especie de hijo pródigo vulpino. El viejo Bilder lo examinó por todos
lados con la más tierna atención, y cuando hubo terminado el examen del penitente, dijo:
-¡Vaya, ya sabía que el pobre animal se iba a meter en alguna clase de lío!
¿No lo dije siempre? Aquí está su cabeza toda cortada y llena de vidrio quebrado.
Seguramente que quiso saltar sobre algún muro u otra cosa. Es una vergüenza que se
permita a la gente que ponga pedazos de botellas en la parte superior de sus paredes.
Estos son los resultados. Ven conmigo, Bersicker.
Se llevó al lobo y lo encerró en una jaula con un pedazo de carne que satisfacía, por lo
menos en lo relativo a la cantidad, las condiciones elementales de un ternero gordo, y
luego se fue a hacer el informe.
Yo también me marché a hacer el informe de la única y exclusiva información que se da
hoy referente a la extraña escapada del zoológico.
Del diario del doctor Seward
17 de septiembre. Estaba ocupado, después de cenar, en mi estudio fechando mis
libros, los cuales, debido a la urgencia de otros trabajos y a las muchas visitas a Lucy, se
encontraban tristemente atrasados. De pronto, la puerta se abrió de golpe y mi
paciente entró como un torbellino, con el rostro deformado por la ansiedad. Yo me
sobresalté, pues es una cosa casi desconocida que un paciente entre de esa manera y por
su propia cuenta en el despacho del superintendente. Sin hacer ninguna pausa se dirigió
directamente hacia mí. En su mano había un cuchillo de cocina, y como vi que era
peligroso, traté de mantener la mesa entre nosotros. Sin embargo, fue demasiado rápido y
demasiado fuerte para mí; antes de que yo pudiera alcanzar mi equilibrio me había lanzado
el primer golpe, cortándome bastante profundamente la muñeca izquierda. Pero antes de
que pudiera lanzarme otro golpe, le di un derechazo y cayó con los brazos y piernas
extendidos por el suelo. Mi muñeca sangraba profusamente, y un pequeño charco se formó
sobre la alfombra. Vi que mi amigo no parecía intentar otro esfuerzo, por lo que me ocupé
en vendar mi muñeca, manteniendo todo el tiempo una cautelosa vigilancia sobre la figura
postrada. Cuando mis asistentes entraron corriendo y pusimos nuestra atención sobre él,
su aspecto positivamente me enfermó. Estaba acostado sobre el vientre en el suelo,
lamiendo como un perro la sangre que había caído de mi muñeca herida. Lo sujetamos
con facilidad, y,

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para sorpresa mía, se dejó llevar con bastante docilidad por los asistentes, repitiendo una y
otra vez:
-¡La sangre es la vida! ¡La sangre es la vida!
No puedo permitirme perder sangre en la actualidad; ya he perdido demasiada
últimamente como para estar sano, además de que la prolongada tensión de la enfermedad
de Lucy y sus horribles fases me están minando. Estoy muy irritado y cansado, y necesito
reposo, reposo, reposo. Afortunadamente, van Helsing no me ha llamado, por lo que no
necesito privarme esta vez de dormir; no creo que podría prescindir de un buen descanso
esta noche.
Telegrama de van Helsing a Seward, en Carfax
(Enviado a Carfax, Sussex, ya que no mencionaba ningún condado; entregado con
veintidós horas de retraso.)
17 de septiembre. No deje de estar hoy por la noche en Hillingham. Si no observando todo
el tiempo, visitando frecuentemente y viendo que las flores estén colocadas; muy
importante; no falle. Estaré con usted tan pronto como posible después de llegada.
Del diario del doctor Seward
18 de septiembre. Acabo de tomar el tren para Londres. La llegada del telegrama de van
Helsing me llenó de ansiedad. Una noche entera perdida, y por amarga experiencia sé lo
que puede suceder en una noche. Por supuesto que es posible que todo esté bien, pero,
¿qué puede haber sucedido? Seguramente que hay un horrible sino pendiendo sobre
nosotros, que hace que todo accidente posible nos frustre aquello que tratamos de
hacer. Me llevaré conmigo este cilindro, y entonces podré completar mis apuntes en el
fonógrafo de Lucy.
Memorando dejado por Lucy Westenra
17 de septiembre. Noche. Escribo esto y lo dejo para que lo vean, de manera que nadie
pueda verse en problemas por mi causa. Este es un registro exacto de lo que sucedió hoy
por la noche. Siento que estoy muriendo de debilidad y apenas tengo fuerza para escribir,
pero debo hacerlo, aunque muera en el intento.
Fui a la cama como siempre, cuidando de que las flores estuvieran colocadas como lo ha
ordenado el doctor van Helsing, y pronto me quedé dormida.
Fui despertada por el aleteo en la ventana, que había comenzado desde aquella noche en
que caminé sonámbula hasta el desfiladero de Whitby, donde Mina me salvó, y que ahora
conozco tan bien. No tenía miedo, pero si deseé que el doctor Seward estuviera en el
cuarto contiguo (tal como había dicho el doctor van Helsing que estaría), de manera que yo
pudiera hablarle en cualquier momento. Traté de dormirme nuevamente, pero no pude.
Entonces volvió la antigua angustia de antes de dormirme, y decidí permanecer despierta.
Perversamente, el sueño trató de regresar cuando yo ya no quería dormir; de tal manera
que, como temía estar sola, abrí mi puerta y grité: "¿Hay alguien allí?" No obtuve
respuesta. Tuve miedo de despertar a mamá, y por eso cerré la puerta nuevamente.
Entonces, afuera, en los arbustos, oí una especie de aullido de perro, pero más fiero y
más profundo. Me dirigí a la ventana y miré hacia afuera, mas no alcancé a distinguir
nada, excepto un gran murciélago, que evidentemente había estado pegando con sus alas
contra la ventana. Por ello regresé de nuevo a la cama, pero con la firme determinación de
no dormirme. Al momento se abrió la puerta y mi madre miró a través de ella; viendo por
mi movimiento que no estaba dormida, entró y se sentó a mi lado. Me dijo, más dulce y
suavemente que de costumbre:
-Estaba intranquila por ti, querida, y entré a ver si estabas bien.
Temí que pudiera resfriarse sentándose ahí, y le pedí que viniera y durmiera conmigo, por
lo que se metió en la cama y se acostó a mi lado; no se quitó su bata, pues dijo que sólo
iba a estar un momento y que luego regresaría a su propia cama. Mientras yacía ahí en mis
brazos, y yo en los de ella, el aleteo y roce volvió a la ventana. Ella se sorprendió, y un
poco asustada, preguntó: "¿Qué es eso?" Yo traté de calmarla; finalmente pude hacerlo,
y ella yació

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tranquila; pero yo pude oír cómo su pobre y querido corazón todavía palpitaba
terriblemente. Después de un rato se escuchó un estrépito en la ventana y un montón de
pedazos de vidrio cayeron al suelo. La celosía de la ventana voló hacia adentro con el
viento que entraba, y en la abertura de las vidrieras quebradas apareció la cabeza de un
lobo grande y flaco. Mi madre lanzó un grito de miedo y se incorporó rápidamente
sentándose sobre la cama, sujetándose nerviosamente de cualquier cosa que pudiera
ayudarla. Entre otras cosas se agarró de la guirnalda de flores que el doctor van Helsing
insistió en que yo llevara alrededor de mi cuello, y me la arrancó de un tirón.
Durante un segundo o dos se mantuvo sentada, señalando al lobo, y repentinamente hubo
un extraño y horrible gorgoteo en la garganta; luego se desplomó, como herida por un
rayo, y su cabeza me golpeó en la frente, dejándome por unos momentos un tanto
aturdida. El cuarto y todo alrededor parecía girar. Mantuve mis ojos fijos en la ventana,
pero el lobo retiró la cabeza y toda una miríada de pequeñas manchas parecieron entrar
volando a través de la rota ventana, describiendo espirales y círculos como la columna de
polvo que los viajeros describen cuando hay un simún en el desierto. Traté de moverme,
pero había una especie de hechizo sobre mí, y el pobre cuerpo de mamá que parecía ya
estarse enfriando, pues su querido corazón había cesado de latir, pesaba sobre mí; y por
un tiempo no recuerdo más.
No pareció transcurrir mucho rato, sino más bien que fue muy, muy terrible, hasta que
pude recobrar nuevamente la conciencia. En algún lugar cercano, una campana doblaba;
todos los perros de la vecindad estaban aullando, y en nuestros arbustos, aparentemente
muy cercanos, cantaba un ruiseñor. Yo estaba aturdida y embotada de dolor, terror y
debilidad, pero el sonido del ruiseñor pareció la voz de mi madre muerta que regresaba
para consolarme. Los ruidos parece que también despertaron a las sirvientas, pues pude oír
sus pisadas descalzas corriendo fuera de mi puerta. Las llamé y entraron, y cuando vieron
lo que había sucedido, y qué era lo que descansaba sobre mí en la cama, dieron gritos. El
viento irrumpió a través de la rota ventana y la puerta se cerró de golpe. Levantaron el
cuerpo de mi amada madre y la acostaron, cubriéndola con una sábana, sobre la cama,
después de que yo me hube levantado. Estaban tan asustadas y nerviosas que les ordené
fueran al comedor a tomar cada una un vaso de vino. La puerta se abrió de golpe unos
instantes y luego se cerró otra vez. Las sirvientas gritaron horrorizadas, y luego se fueron
en grupo compacto al comedor, y yo puse las flores que había tenido alrededor de mi cuello
sobre el pecho de mi querida madre. Cuando ya estaban allí recordé lo que me había dicho
el doctor van Helsing, pero no quise retirarlas, y, además, alguna de las sirvientas
podría sentarse conmigo ahora. Me sorprendió que las criadas no regresaran. Las llamé,
pero no obtuve respuesta, por lo que bajé al comedor a buscarlas.
Mi corazón se encogió cuando vi lo que había sucedido. Las cuatro yacían indefensas en el
suelo, respirando pesadamente. La garrafa del jerez estaba sobre la mesa medio llena,
pero había alrededor un raro olor acre. Tuve mis sospechas y examiné la garrafa. Olía a
láudano, y mirando en la alacena encontré que la botella que el doctor de mi madre usa
para ella (¡oh, usaba!) estaba vacía. ¿Qué debo hacer? ¿Qué debo hacer? Estoy de
regreso en el cuarto, con mamá. No puedo abandonarla, y estoy sola, salvo por
las sirvientas dormidas, que alguien ha narcotizado. ¡Sola con la muerte! No me atrevo a
salir, pues oigo el leve aullido del lobo a través de la rota ventana. El aire parece lleno de
manchas, flotando y girando en la corriente de la ventana, y las luces destellan azules y
tenues. ¿Qué debo hacer? ¡Dios me proteja de cualquier mal esta noche! Esconderé
este papel en mi seno, donde lo encontrarán cuando vengan a amortajarme. ¡Mi
querida madre se ha ido! Ya es tiempo de que yo también me vaya.
Adiós, querido Arthur, si no logro sobrevivir esta noche. Que Dios te proteja,
querido, ¡y que Dios me ayude!.

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XII.- DEL DIARIO DEL DOCTOR SEWARD

18 de septiembre. Me dirigí de inmediato a Hillingham, y llegué temprano. Dejando mi


calesa en el portón, corrí por la avenida solo. Toqué suavemente el timbre, lo más
delicadamente posible, pues temía perturbar a Lucy o a su madre, y esperaba que me
abriera la puerta sólo una sirvienta. Después de un rato, no encontrando respuesta, toqué
otra vez; tampoco me respondieron. Maldije la haraganería de las sirvientas que todavía
estuvieran en cama a esa hora, ya que eran las diez de la mañana, por lo que toqué otra
vez, pero más impacientemente, sin obtener tampoco respuesta. Hasta aquí yo había
culpado sólo a las sirvientas, pero ahora me comenzó a asaltar un terrible miedo.
¿Era esta desolación otro enlace en la cadena de infortunios que parecía estar
cercándonos? ¿Sería acaso a una mansión de la muerte a la que habría llegado, demasiado
tarde? Yo sé que minutos, o incluso segundos de tardanza pueden significar horas de
peligro para Lucy, si ella hubiese tenido otra vez una de esas terribles recaídas; y fui
alrededor de la casa para ver si podía encontrar por casualidad alguna otra entrada.
No pude encontrar ningún medio de entrar. Cada ventana y puerta tenía echado el cerrojo
y estaba cerrada con llave, por lo que regresé desconcertado al pórtico. Al hacerlo,
escuché el rápido golpeteo de las patas de un caballo que se acercaba velozmente, y que
se detenía ante el portón. Unos segundos después encontré a van Helsing que corría por la
avenida. Cuando me vio, alcanzó a murmurar:
-Entonces era usted quien acaba de llegar. ¿Cómo está ella? ¿Llegamos demasiado tarde?
¿No recibió usted mi telegrama?
Le respondí tan veloz y coherentemente como pude, advirtiéndole que su telegrama no lo
había recibido hasta temprano por la mañana, que no había perdido ni un minuto en llegar
hasta allí, y que no había podido hacer que nadie en la casa me oyera. Hizo una pausa y se
levantó el sombrero, diciendo solemnemente:
-Entonces temo que hayamos llegado demasiado tarde. ¡Que se haga la voluntad de Dios! -
pero luego continuó, recuperando su habitual energía-: Venga. Si no hay ninguna puerta
abierta para entrar, debemos hacerla. Creo que ahora tenemos tiempo de sobra.
Dimos un rodeo y fuimos a la parte posterior de la casa, donde estaba abierta una ventana
de la cocina. El profesor sacó una pequeña sierra quirúrgica de su maletín, y
entregándomela señaló hacia los barrotes de hierro que guardaban la ventana. Yo
los ataqué de inmediato y muy pronto corté tres. Entonces, con un cuchillo largo y delgado
empujamos hacia atrás el cerrojo de las guillotinas y abrimos la ventana. Le ayudé al
profesor a entrar, y luego lo seguí. No había nadie en la cocina ni en los cuartos de servicio,
que estaban muy cerca. Pulsamos la perilla de todos los cuartos a medida que caminamos,
y en el comedor, tenuemente iluminado por los rayos de luz que pasaban a través de las
persianas, encontramos a las cuatro sirvientas yaciendo en el suelo. No había ninguna
necesidad de pensar que estuvieran muertas, pues su estertorosa respiración y el acre
olor a láudano en el cuarto no dejaban ninguna duda respecto a su estado. Van Helsing y
yo nos miramos el uno al otro, y al alejarnos, él dijo: "Podemos atenderlas más tarde."
Entonces subimos a la habitación de Lucy. Durante unos breves segundos hicimos
una pausa en la puerta y nos pusimos a escuchar, pero no pudimos oír ningún sonido. Con
rostros pálidos y manos temblorosas, abrimos suavemente la puerta y entramos en el
cuarto.
¿Cómo puedo describir lo que vimos? Sobre la cama yacían dos mujeres, Lucy y su madre.
La última yacía más hacia adentro, y estaba cubierta con una sábana blanca cuyo extremo
había sido volteado por la corriente que entraba a través de la rota ventana, mostrando el
ojeroso rostro blanco, con una mirada de terror fija en él. A su lado yacía Lucy, con el
rostro blanco y todavía más ojeroso. Las flores que habían estado alrededor de su cuello
se encontraban

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en el pecho de su madre, y su propia garganta estaba desnuda, mostrando las dos
pequeñas heridas que ya habíamos visto anteriormente, pero esta vez terriblemente
blancas y maltratadas. Sin decir una palabra el profesor se inclinó sobre la cama con la
cabeza casi tocando el pecho de la pobre Lucy; entonces giró rápidamente la cabeza, como
alguien que escuchara, y poniéndose en pie, me gritó:
-¡Todavía no es demasiado tarde! ¡Rápido, rápido! ¡Traiga el brandy!
Volé escaleras abajo y regresé con él, teniendo cuidado de olerlo y probarlo, por si acaso
también estuviera narcotizado como el jerez que encontré sobre la mesa. Las sirvientas
todavía respiraban, pero más descansadamente, y supuse que los efectos del
narcótico ya se estaban disipando. No me quedé para asegurarme, sino que regresé
donde van Helsing. Como en la ocasión anterior, le frotó con brandy los labios y las encías,
las muñecas y las palmas de las manos. Me dijo:
-Puedo hacer esto; es todo lo que puede ser hecho de momento. Usted vaya y despierte a
esas sirvientas. Golpéelas suavemente en la cara con una toalla húmeda, y golpéelas
fuerte. Hágalas que reúnan calor y fuego y calienten agua. Esta pobre alma está casi
fría como la otra. Necesitará que la calentemos antes de que podamos hacer algo más.
Fui inmediatamente y encontré poca dificultad en despertar a tres de las mujeres. La cuarta
sólo era una jovencita y el narcótico la había afectado evidentemente con más fuerza, por
lo que la levanté hasta el sofá y la dejé dormir. Las otras estaban en un principio aturdidas,
pero al comenzar a recordar lo sucedido sollozaron en forma histérica. Sin embargo, yo fui
riguroso con ellas y no les permití hablar. Les dije que perder una vida era suficientemente
doloroso, y que si se tardaban mucho iban a sacrificar también a la señorita Lucy.
Así es que, sollozando, comenzaron a hacer los arreglos, a medio vestir como estaban, y
prepararon el fuego y el agua.
Afortunadamente, el fuego de la cocina y del calentador todavía funcionaba, por lo que no
hacía falta el agua caliente. Arreglamos el baño y llevamos a Lucy tal como estaba a la
bañera. Mientras estábamos ocupados frotando sus miembros alguien llamó a la puerta
del corredor. Una de las criadas corrió, se echo encima apresuradamente alguna ropa
más, y abrió la puerta. Luego regresó y nos susurró que era un caballero que había llegado
con un mensaje del señor Holmwood. Le supliqué simplemente que le dijera que debía
esperar, pues de momento no podíamos ver a nadie. Ella salió con el recado, y
embebidos en nuestro trabajo, olvidé por completo la presencia de aquel hombre.
En toda mi experiencia nunca vi trabajar a mi maestro con una seriedad tan solemne. Yo
sabía, como lo sabía él, que se trataba de una lucha desesperada contra la muerte, y en
una pausa se lo dije. Me respondió de una manera que no pude comprender, pero con
la mirada más seria que podía reflejar su rostro:
-Si eso fuera todo, yo pararía aquí mismo donde estamos ahora y la dejaría desvanecerse
en paz, pues no veo ninguna luz en el horizonte de su vida.
Continuó su trabajo con un vigor, si es posible, renovado y más frenético.
Al cabo de un rato ambos comenzamos a ser conscientes de que el calor estaba
comenzando a tener algún efecto. El corazón de Lucy latió un poco más audiblemente al
estetoscopio, y sus pulmones tuvieron un movimiento perceptible. La cara de van Helsing
casi irradió cuando la levantamos del baño y la enrollamos en una sábana caliente para
secarla. Me dijo:
-¡La primera victoria es nuestra! ¡Jaque al rey!
Llevamos a Lucy a otra habitación, que para entonces ya había sido preparada, y la
metimos en cama y la obligamos a que bebiera unas cuantas gotas de brandy. Yo noté que
van Helsing ató un suave pañuelo de seda alrededor de su cuello. Ella todavía estaba
inconsciente, y estaba tan mal, si no peor, de como jamás la hubiéramos visto.

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Van Helsing llamó a una de las mujeres y le dijo que se quedara con ella y que no le
quitara los ojos de encima hasta que regresáramos. Luego me hizo una seña para que
saliéramos del cuarto.
-Debemos consultar sobre lo que vamos a hacer -me dijo, mientras descendíamos por las
gradas.
En el corredor abrió la puerta del comedor y entramos en él, cerrando cuidadosamente la
puerta. Las persianas habían quedado abiertas, pero las celosías ya estaban bajadas, con
esa obediencia a la etiqueta de la muerte que la mujer británica de las clases inferiores
siempre observa con rigidez. Por lo tanto, el cuarto estaba bastante oscuro. Sin embargo,
había suficiente luz para nuestros propósitos. La seriedad de van Helsing se mitigaba un
tanto por una mirada de perplejidad. Evidentemente estaba torturando su cerebro acerca
de algo, por lo que yo esperé unos instantes, al cabo de los cuales dijo:
-¿Qué vamos a hacer ahora? ¿A quién podemos recurrir? Debemos hacer otra transfusión
de sangre, y eso con prontitud, o la vida de esa pobre muchacha no va a durar una hora.
Usted ya está agotado; yo estoy agotado también. Yo temo confiar en esas mujeres, aun
cuando tuviesen el valor de someterse. ¿Qué debemos hacer por alguien que desee abrir
sus venas por ella?
-Bien, entonces, ¿qué pasa conmigo?
La voz llegó desde el sofá al otro lado del cuarto, y sus tonos llevaron aliento y alegría a mi
corazón, pues eran los de Quincey Morris. Van Helsing lo miró enojado al primer sonido,
pero su rostro se suavizó y una mirada alegre le asomó por los ojos cuando yo grité:
"¡Quincey Morris!", y corrí hacia él con los brazos extendidos.
-¿Qué te trajo aquí? -le pregunté, al estrecharnos las manos.
-Supongo que la causa es Art. Me
entregó un telegrama:
"No he tenido noticias de Seward durante tres días, y estoy terriblemente ansioso. No
puedo ir. Mi padre en el mismo estado. Envíame noticias del estado de Lucy. No
tardes. HOLMWOOD ."
-Creo que he llegado apenas a tiempo. Sabes que sólo tienes que decirme qué debo hacer.
Van Helsing dio unos pasos hacia adelante y tomó su mano, mirándolo fijamente a los ojos
mientras le decía:
-La mejor cosa que hay en este mundo cuando una mujer está en peligro, es la sangre de
un hombre valiente. Usted es un hombre, y no hay duda. Bien, el diablo puede trabajar
contra nosotros haciendo todos sus esfuerzos, pero Dios nos envía hombres cuando los
necesitamos.
Una vez más tuvimos que efectuar la horrenda operación. No tengo valor para describirla
nuevamente en detalle. Lucy estaba terriblemente débil, y la debilidad la había afectado
más que las otras veces, pues aunque bastante sangre penetró en sus venas, su cuerpo no
respondió al tratamiento tan rápidamente como en otras ocasiones.
Su lucha por mantenerse en vida era algo terrible de ver y escuchar. Sin embargo, el
funcionamiento, tanto de su corazón como de sus pulmones, mejoró, y van Helsing practicó
inyección subcutánea de morfina, como antes, y con buenos resultados. Su desmayo se
convirtió en un sueño profundo. El profesor la observó mientras yo bajaba con Quincey
Morris, y envié a una de las sirvientas a que le pagara al cochero que estaba esperando.
Dejé a Quincey acostado después de haberle servido un vaso de vino, y le dije a la cocinera
que preparara un buen desayuno. Entonces tuve una idea y regresé al cuarto donde estaba
Lucy. Cuando entré, sin hacer ruido, encontré a van Helsing con una o dos hojas de papel
en las manos. Era evidente que las había leído, y que ahora estaba reflexionando sobre
su contenido, sentado con una mano en su frente. Había una mirada de torva satisfacción
en su cara, como la de alguien que ha resuelto una duda.
Me entregó los papeles, diciendo solamente:

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-Se cayó del pecho de Lucy cuando la llevábamos hacia el baño.
Cuando los hube leído, me quedé mirando al profesor, y después de una pausa le
pregunté:
-En nombre de Dios, ¿qué significa todo esto? ¿Estaba ella, o está loca? ¿O qué clase de
horrible peligro es?
Estaba tan perplejo que no encontré otra cosa que decir. Van Helsing extendió la mano y
tomó el papel diciendo:
-No se preocupe por ello ahora. De momento, olvídelo. Todo lo sabrá y lo comprenderá
a su tiempo; pero será más tarde. Y ahora, ¿qué venía a decirme? Esto me regresó a los
hechos, y nuevamente fui yo mismo.
-Vine a hablarle acerca del certificado de defunción. Si no actuamos como es debido y
sabiamente, puede haber pesquisas, y tendríamos que mostrar ese papel. Yo espero que no
haya necesidad de pesquisas, pues si las hubiera, eso seguramente mataría a la pobre
Lucy, si no la mata otra cosa. Yo sé, y usted sabe, y el otro doctor que la atendía a ella
también, que la señora Westenra padecía de una enfermedad del corazón; nosotros
podemos certificar que murió de ella. Llenemos inmediatamente el certificado y yo mismo
lo llevaré al registro, y pasaré al servicio de pompas fúnebres.
-¡Bien, amigo John! ¡Muy bien pensado! Verdaderamente, si la señorita Lucy tiene que
estar triste por los enemigos que la asedian, al menos puede estar contenta de los amigos
que la aman. Uno, dos, tres, todos abren sus venas por ella, además de un viejo como yo.
¡Ah sí!, yo lo sé, amigo John; no estoy ciego; ¡lo quiero a usted más por ello! Ahora,
váyase.
En el corredor encontré a Quincey Morris con un telegrama para Arthur diciéndole que la
señora Westenra había muerto; que Lucy también había estado enferma, pero que ya
estaba mejorando; y que van Helsing y yo estábamos con ella. Le dije adónde iba, y me
instó a que me apresurara. Pero cuando estaba a punto de hacerlo, me dijo:
-Cuando regreses, Jack, ¿puedo hablarte a solas?
Moví la cabeza afirmativamente y salí. No encontré ninguna dificultad para hacer el
registro, y convine con la funeraria local en que llegaran en la noche y tomaran las medidas
del féretro e hiciesen los demás preparativos.
Cuando regresé, Quincey me estaba esperando. Le dije que lo vería tan pronto como
supiera algo acerca de Lucy, y subí a su cuarto. Todavía estaba durmiendo, y
aparentemente mi maestro no se había movido de su asiento al lado de ella. Por la
manera como se puso el dedo sobre los labios, adiviné que esperaba que se despertara
de un momento a otro, y estaba temeroso de adelantarse a la naturaleza. Así es que bajé
donde Quincey y lo llevé al desayunador, donde las celosías no estaban bajadas y por lo
cual era un poco más alegre, o mejor dicho, menos triste que los otros cuartos. Cuando
estuvimos solos, me dijo:
-Jack Seward, no quiero entrometerme en ningún lugar donde no tenga derecho a estar,
pero esto no es ningún caso ordinario. Tú sabes que yo amaba a esta muchacha y quería
casarme con ella; pero, aunque todo eso está pasado y enterrado, no puedo evitar
sentirme ansioso acerca de ella. ¿Qué le sucede?
¿De qué padece? El holandés, y bien me doy cuenta de que es un viejo formidable, dijo, en
el momento en que ustedes dos entraron en el cuarto, que debían hacer otra transfusión
de sangre y que ustedes dos ya estaban agotados. Ahora, yo sé muy bien que
ustedes los médicos hablan in camera, y que uno no debe esperar saber lo que consultan
en privado. Pero este no es un asunto común, y, sea lo que fuera, yo he hecho mi parte.
¿No es así?
-Así es -le dije yo, y él continuó:
-Supongo que ustedes dos, tú y van Helsing, ya hicieron lo que yo hice hoy.
¿No es así?
-Así es.
-E imagino que Art también está en el asunto. Cuando lo vi hace cuatro días en su casa,
parecía bastante raro. Nunca había visto a nadie que enflaqueciera tan rápidamente,
desde que estuve en las Pampas y tuve una
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yegua que le gustaba ir a pastar por las noches. Uno de esos grandes murciélagos a los que
ellos llaman vampiros la agarró por la noche y la dejó con la garganta y la vena abiertas,
sin que hubiera suficiente sangre dentro de ella para permitirle estar de pie, por lo que tuve
que meterle una bala mientras yacía. Jack, si puedes hablarme sin traicionar la
confianza que hayan depositado en ti, dime, Arthur fue el primero, ¿no es así?
A medida que hablaba mi pobre amigo daba muestras de estar terriblemente ansioso.
Estaba en una tortura de inquietud por la mujer que amaba, y su total ignorancia del
terrible misterio que parecía rodearla a ella intensificaba su dolor. Le sangraba el propio
corazón, y se necesitó toda la hombría en él (de la cual había bastante, puedo asegurarlo)
para evitar que cayera abatido. Hice una pausa antes de responder, pues sentía que no
debía decir nada que traicionara los secretos que el médico desea guardar; pero de todas
maneras él ya sabía tanto, y adivinaba tanto, que no había ninguna razón para no
responder, por lo que le contesté con la misma frase:
-Así es.
-¿Y durante cuánto tiempo ha estado sucediendo esto?
-Desde hace cerca de diez días,
-¡Diez días! Entonces supongo, Jack Seward, que la pobre criatura que todos amamos se ha
puesto en sus venas durante ese tiempo la sangre de cuatro hombres fuertes. Un hombre
mismo no podría soportarlo mucho tiempo -añadió, y luego, acercándoseme, habló en una
especie de airado susurro-: ¿Qué se la sacó?
Yo moví la cabeza negativamente.
-He ahí el problema. Van Helsing simplemente se pone frenético acerca de ello, y yo
estoy a punto de devanarme los sesos. Ya no puedo ni aventurar una adivinanza. Ha habido
una serie de pequeñas circunstancias que han echado por tierra todos nuestros cálculos
para que Lucy sea vigilada adecuadamente. Pero esto no ocurrirá otra vez. Nos
quedaremos aquí hasta que todo esté bien... o mal.
Quincey extendió su mano.
-Cuenten conmigo -dijo-. Tú y el holandés sólo tienen que decirme lo que haga, y yo
lo haré.
Cuando Lucy despertó por la tarde, su primer movimiento fue de palparse el pecho, y, para
mi sorpresa, extrajo de él el papel que van Helsing me había dado a leer.
El cuidadoso profesor lo había colocado otra vez en su sitio, para evitar que al despertarse
ella pudiera sentirse alarmada. Sus ojos se dirigieron a van Helsing y a mí y se alegraron.
Entonces miró alrededor del cuarto y, viendo donde se encontraba, tembló; dio un grito
agudo y puso sus pobres y delgadas manos sobre su pálido rostro. Ambos entendimos lo
que significaba (se había dado plena cuenta de la muerte de su madre), por lo que
tratamos de consolarla. No cabe la menor duda de que nuestra conmiseración la tranquilizó
un poco, pero de todas maneras siguió muy desalentada y se quedó sollozando silenciosa y
débilmente durante largo tiempo. Le dijimos que cualquiera de nosotros dos, o ambos,
permaneceríamos con ella todo el tiempo, y eso pareció consolarla un poco. Hacia el
atardecer cayó en una especie de aturdimiento. Entonces ocurrió algo muy extraño.
Mientras todavía dormía sacó el papel de su pecho y lo rompió en dos pedazos. Van
Helsing se adelantó y le quitó los pedazos de las manos.
De todas maneras, ella siguió con la intención de romper, como si todavía tuviese el
material en los dedos; finalmente levantó las manos y las abrió, como si esparciera los
fragmentos. Van Helsing pareció sorprendido y sus cejas se unieron como si pensara, pero
no dijo nada.

19 de septiembre. Toda la noche pasada durmió precariamente, sintiendo siempre miedo


de dormirse y aparentando estar un poco más débil cada vez que despertaba. El profesor y
yo nos turnamos en la vigilancia, y no la dejamos

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ni un solo momento sin atender. Quincey Morris no dijo nada acerca de su intención, pero
yo sé que toda la noche se estuvo paseando alrededor de la casa.
Cuando llegó el día, su esclarecedora luz mostró los estragos en la fortaleza de la pobre
Lucy. Apenas si era capaz de volver su cabeza, y los pocos alimentos que pudo tomar
parecieron no hacer ningún provecho. Por ratos durmió, y tanto van Helsing como yo
anotamos la diferencia en ella, mientras dormía y mientras estaba despierta.
Mientras dormía se veía más fuerte, aunque más trasnochada, y su respiración era más
suave; su abierta boca mostraba las pálidas encías retiradas de los dientes, que de esta
manera positivamente se veían más largos y agudos que de costumbre; al despertarse, la
suavidad de sus ojos cambiaba evidentemente la expresión, pues se veía más parecida a sí
misma, aunque agonizando. Por la tarde preguntó por Arthur, y nosotros le telegrafiamos.
Quincey fue a la estación a encontrarlo.
Cuando llegó ya eran cerca de las seis de la tarde y el sol se estaba ocultando con todo
esplendor y colorido, y la luz roja fluía a través de la ventana y le daba más color a las
pálidas mejillas. Al verla, Arthur simplemente se ahogó de emoción, y ninguno de nosotros
pudo hablar. En las horas que habían pasado, los períodos de sueño, o la condición
comatosa que simulaba serlo, se habían hecho más frecuentes, de tal manera que las
pausas durante las cuales la conversación era posible se habían reducido. Sin embargo, la
presencia de Arthur pareció actuar como un estimulante; se reanimó un poco y
habló con él más lúcidamente de lo que lo había hecho desde nuestra llegada. Él también
se dominó y habló tan alegremente como pudo, de tal manera que se hizo lo mejor.
Va a dar la una de la mañana, y él y van Helsing están sentados con ella. Yo los relevaré
dentro de un cuarto de hora, y estoy consignando esto en el fonógrafo de Lucy.
Tratarán de descansar hasta las seis. Temo que mañana se termine nuestra vigilancia, pues
la impresión ha sido demasiado grande; la pobre chiquilla no se puede reanimar.
Dios nos ayude a todos.
Carta de Mina Harker a Lucy Westenra (sin abrir)
17 de septiembre
"Mi querida Lucy:
"Me parece que han pasado siglos desde que tuve noticias de ti, o más bien desde que te
escribí. Sé que me perdonarás por todas mis faltas cuando hayas leído las noticias que te
voy a dar. Bien, pues traje a mi marido de regreso en buenas condiciones; cuando
llegamos a Exéter nos estaba esperando un carruaje, y en él, a pesar de tener un ataque
de gota, el señor Hawkins nos llevó a su casa, donde había habitaciones para nosotros,
todas arregladas y cómodas, y cenamos juntos. Después de cenar, el señor Hawkins dijo:
"Queridos míos, quiero brindar por vuestra salud y prosperidad, y que todas las
bendiciones caigan sobre vosotros dos. Os conozco desde niños, y he visto, con
amor y orgullo, como crecíais. Ahora deseo que hagáis vuestro hogar aquí conmigo. Yo
no dejo tras de mí ni descendientes ni hijos; todos se han ido, y en mi testamento os
instituyo herederos universales.
"Yo lloré, Lucy querida, mientras Jonathan y el anciano señor Hawkins se estrechaban las
manos. Tuvimos una velada muy, muy feliz.
"Así es que aquí estamos, instalados en esta bella y antigua casa, y tanto desde mi
dormitorio como desde la sala puedo ver muy cerca los grandes olmos de la catedral, con
sus fuertes troncos erectos contra las viejas piedras amarillas de la catedral, y puedo
escuchar a las cornejas arriba graznando y cotorreando, chismorreando a la manera de las
cornejas... y de los humanos. Estoy muy ocupada, y no necesito decírtelo, arreglando cosas
y haciendo trabajos del hogar. Jonathan y el señor Hawkins pasan ocupados todo el día;

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pues ahora que Jonathan es su socio, el señor Hawkins quiere que sepa todo lo
concerniente a sus clientes.
"¿Cómo sigue tu querida madre? Yo desearía poder ir a la ciudad durante uno o dos días
para verte, querida, pero no me atrevo a ir todavía, con tanto trabajo sobre mis espaldas;
y Jonathan todavía necesita que lo cuiden. Está comenzando a cubrir con carne sus huesos
otra vez, pero estaba terriblemente debilitado por la larga enfermedad; incluso ahora
algunas veces despierta sobresaltado de su sueño de una manera repentina, y se pone a
temblar hasta que logro, con mimos, que recobre su placidez habitual. Sin embargo,
gracias a Dios estas ocasiones son cada vez menos frecuentes a medida que pasan los días,
y yo confío en que con el tiempo terminarán por desaparecer del todo. Y ahora que te he
dado mis noticias, déjame que pregunte por las tuyas. ¿Cuándo vas a casarte, y dónde, y
quién va a efectuar la ceremonia, y qué vas a ponerte? ¿Va a ser una ceremonia pública, o
privada? Cuéntame todo lo que puedas acerca de ello, querida; cuéntame todo acerca de
todo, pues no hay nada que te interese a ti que no me sea querido a mí. Jonathan me pide
que te envíe sus 'respetuosos saludos', pero yo no creo que eso esté a la altura del socio
juvenil de la importante firma Hawkins & Harker; y así como tú me quieres a mí, y él me
quiere a mí, y yo te quiero a ti con todos los modos y tiempos del verbo, simplemente te
envío su 'cariño'. Adiós, mi queridísima Lucy, y todas las bendiciones para ti.
"Tu amiga,
MINA
HARKER"
Informe de Patrick Hennessey, M. D.: M. R. C. S. L. K. Q. C. P. I., etc., para John
Seward. M. D.
"Estimado señor:
"En obsequio de sus deseos envío adjunto un informe sobre las condiciones de todo lo que
ha quedado a mi cargo... En relación con el paciente, hay algo más que decir. Ha
tenido otro intento de escapatoria, que hubiera podido tener un final terrible, pero que,
como sucedió, afortunadamente, no llegó al desenlace trágico que se esperaba.
Esta tarde, un carruaje con dos hombres llegó a la casa vacía cuyos terrenos colindan con
los nuestros, la casa hacia la cual, usted recordará, el paciente se escapó en dos
ocasiones. Los hombres se detuvieron ante el portón para preguntarle al portero por el
camino, ya que eran forasteros. Yo mismo estaba viendo por la ventana del estudio,
mientras fumaba después de la cena, y vi como uno de los hombres se acercaba a la casa.
Al pasar por la ventana del cuarto de Renfield, el paciente comenzó a retarlo desde adentro
y a llamarlo por todos los nombres podridos que pudo poner en su lengua. El hombre, que
parecía un tipo decente, se limitó a decirle que "cerrara su podrida boca de mendigo", ante
lo cual nuestro recluso lo acusó de robarle y querer matarlo, y agregó que frustraría sus
planes aunque lo colgaran por ello. Yo abrí la ventana y le hice señas al hombre para
que no tomara en serio las cosas, por lo que él se contentó con echar un vistazo por el
lugar, quizá para hacerse una idea sobre la clase de sitio al que había ido a dar. Y luego
dijo: 'Dios lo bendiga, señor; yo no me altero por lo que me digan en una casa de locos
como esta. Usted y el director más bien me dan lástima por tener que vivir en una casa con
una bestia salvaje como esa. Luego preguntó por el camino con bastante cortesía, y yo le
indiqué dónde quedaba el portón de la casa vacía; se alejó, seguido de amenazas e
improperios de nuestro hombre. Bajé a ver si podía descubrir la causa de su enojo, ya que
habitualmente a un hombre correcto, y con excepción de los periodos violentos nunca le
ocurre nada parecido. Para mi asombro, lo encontré bastante tranquilo y
comportándose de la manera más cordial. Traté de hacerlo hablar sobre el incidente,
pero él me preguntó suavemente que de qué estaba hablando, y me condujo a
creer que había olvidado completamente el asunto. Era, sin embargo, lamento tener que
decirlo, sólo otra instancia de su astucia, pues media hora después tuve noticias de él
otra vez. En esta

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ocasión se había escapado otra vez de la ventana de su cuarto, y corría por la avenida.
Llamé a los asistentes para que me siguieran y corrí tras él, pues temía que estuviera
intentando hacer alguna treta. Mi temor fue justificado cuando vi que por el camino bajaba
el mismo carruaje que había pasado frente a nosotros anteriormente, cargado con algunas
cajas de madera. Los hombres se estaban limpiando la frente y tenían las caras
encendidas, como si acabaran de hacer un violento ejercicio. Antes de que pudiera
alcanzarlo, el paciente corrió hacia ellos y, tirando a uno de ellos del carruaje, comenzó a
pegar su cabeza contra el suelo. Si en esos momentos no lo hubiera sujetado, creo que
habría matado a golpes al hombre allí mismo. El otro tipo saltó del carruaje y lo golpeó
con el mango de su pesado látigo. Fue un golpe terrible, pero él no pareció sentirlo, sino
que agarró también al hombre y luchó con nosotros tres tirándonos para uno y otro lado
como si fuésemos gatitos. Usted sabe muy bien que yo no soy liviano, y los otros dos
hombres eran fornidos. Al principio luchó en silencio, pero a medida que comenzamos a
dominarlo, y cuando los asistentes le estaban poniendo la camisa de fuerza, empezó a
gritar: 'Yo lo impediré. ¡No podrán robarme! ¡No me asesinarán por pulgadas! ¡Pelearé por
mi amo y señor!', y toda esa clase de incoherentes fruslerías. Con bastante dificultad
lograron llevarlo de regreso a casa y lo encerramos en el cuarto de seguridad. Uno de los
asistentes, Hardy, tiene un dedo lastimado. Sin embargo, se lo entablilló bien, y está
mejorando. "En un principio, los dos cocheros gritaron fuertes amenazas de acusarnos por
daños, y prometieron que sobre nosotros lloverían todas las sanciones de la ley. Sin
embargo, sus amenazas estaban mezcladas con una especie de lamentación indirecta por la
derrota que habían sufrido a manos de un débil loco. Dijeron que si no hubiese sido por la
manera como habían gastado sus fuerzas en levantar las pesadas cajas hasta el carruaje,
habrían terminado con él rápidamente. Dieron otra razón de su derrota: el extraordinario
estado de sequía a que habían sido reducidos por la naturaleza misma de su ocupación, y la
reprensible distancia de cualquier establecimiento de entretenimiento público a que se
encontraba la escena de sus labores. Yo entendí bien su insinuación, y después de un buen
vaso de grog, o mejor, de varios vasos de la misma cosa, y teniendo cada uno de ellos un
soberano en la mano, empezaron a hacer bromas sobre el ataque, y juraron que
encontrarían cualquier día a un loco peor que ese sólo por tener el placer de conocer
así a 'un tonto tan encantador' como el que esto escribe. Anoté sus nombres y direcciones,
en caso de que los necesitemos. Son los siguientes: Jack Smollet, de Dudding's Rents, King
George's Road. Great Walworth, y Thomas Snelling, Peter Farley's Row, Guide Court,
Bethnal Green. Ambos son empleados de Harris e Hijos, Compañía de Mudanzas y
Embarques, Orange Master's Yard, Soho.
"Le informaré de cualquier asunto de interés que ocurra aquí, y le telefonearé
inmediatamente en caso de que suceda algo de importancia.
"Quedo de usted, estimado señor, su atento servidor,
PATRICK HENNESSEY"
Carta de Mina Harker a Lucy Westenra (sin abrir)
18 de septiembre
"Mi queridísima Lucy:
Hemos sufrido un terrible golpe. El señor Hawkins murió repentinamente. Algunos podrán
pensar que esto no es triste para nosotros, pero ambos habíamos llegado a
quererlo tanto que realmente parece como si hubiésemos perdido a un padre.
Yo nunca conocí ni a mi padre ni a mi madre, de tal manera que la muerte de este querido
anciano ha sido un verdadero golpe para mí. Jonathan está también muy abatido. No
sólo se siente triste, muy triste, por el querido viejo que le ha ayudado tanto en su vida, y
que ahora al final lo ha tratado como si fuera su propio hijo y le ha dejado una fortuna que
para gente de nuestro modesto origen es una riqueza más allá de los sueños de
avaricia.

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Jonathan siente también otra cosa: dice que la gran responsabilidad que recae sobre él lo
pone nervioso. Empieza a dudar de sí mismo. Yo trato de animarlo, y mi fe en él le ayuda a
tener fe en sí mismo. Pero es precisamente en esto como la gran impresión que ha
experimentado ejerce más en él. ¡Oh! Es demasiado duro que una naturaleza tan dulce,
simple, noble y fuerte como la de él (una naturaleza que le posibilitó, con la ayuda de
nuestro amigo, elevarse desde simple empleado hasta el puesto que hoy tiene) se
encuentre tan dañada que haya desaparecido la misma esencia de su fuerza. Perdóname,
querida, si te importuno con mis problemas en medio de tu propia felicidad; pero, Lucy
querida, yo debo hablar con alguien, pues el esfuerzo que hago por mantener una
apariencia alegre ante Jonathan me cansa, y aquí no tengo a nadie en quien confiar.
Temo llegar a Londres, como debemos hacerlo pasado mañana, pues el pobre señor
Hawkins dejó dispuesto en su testamento que deseaba ser enterrado en la tumba con su
padre. Como no hay ningún pariente, Jonathan tendrá que presidir los funerales. Trataré de
pasar un momento a verte, querida, aunque sólo sea unos minutos. Perdona nuevamente
que te cause aflicciones. Con todas las bendiciones, te quiere,
MINA HARKER"
Del diario del doctor Seward
20 de septiembre. Sólo un gran esfuerzo de voluntad y la costumbre me permiten
hacer estas anotaciones hoy por la noche. Me siento demasiado desgraciado, demasiado
abatido, demasiado hastiado del mundo y de todo lo que hay en él, incluida la vida
misma, de tal manera que no me importaría escuchar en este mismo momento el
aleteo de las alas del ángel de la muerte. Y han estado aleteando esas tenebrosas alas
últimamente por algún motivo: la madre de Lucy y el padre de Arthur, y ahora...
Continuemos mi trabajo.
Relevé puntualmente a van Helsing en su guardia sobre Lucy. Queríamos que Arthur
también se fuese a descansar, pero al principio se negó. Sólo accedió cuando le dije que lo
necesitaríamos durante el día para que nos ayudara, y que no debíamos agotarnos todos al
mismo tiempo porque Lucy podría sufrir las consecuencias. Van Helsing fue muy amable
con él.
-Venga, hijo -le dijo-; venga conmigo. Usted está enfermo y débil y ha tenido muchas
tristezas y muchos dolores, asimismo como un desgaste de su fuerza que nosotros
conocemos bien. No debe usted estar solo, pues estar solo es estar lleno de temores y
alarmas. Venga a la sala, donde hay una buena lumbre y dos sofás. Usted se acostará en
uno y yo en el otro, y nuestra compañía nos dará cierto alivio, aun cuando no hablemos, y
aun en caso de que durmamos.
Arthur se fue con él, echando una nostálgica mirada al rostro de Lucy, que yacía en su
almohada casi más blanca que la sábana. Yacía bastante tranquila, y yo miré alrededor del
cuarto para ver que todo estuviera en orden. Pude ver que el profesor había realizado en
este cuarto, al igual que en el otro, su propósito de usar el ajo; todas las guillotinas de las
ventanas olían fuertemente a él. Y alrededor del cuello de Lucy, sobre el pañuelo de
seda que van Helsing le había hecho usar, había tosca gargantilla hecha de las mismas
olorosas flores. Lucy estaba respirando un tanto estertorosamente y su rostro estaba
descompuesto, pues la boca abierta mostraba las pálidas encías. A la tenue e incierta luz,
sus dientes parecían más largos y más agudos de lo que habían estado en la mañana. En
particular, debido quizá a algún juego de luz, los caninos parecían más largos y agudos que
el resto. Yo me senté a su lado, y al poco tiempo ella se movió inquieta. En el mismo
instante llegó una especie de sordo aleteo o arañazos desde la ventana. Fui
silenciosamente hacia ella y espié por una esquina de la celosía.
Había luna llena, y pude ver que el ruido era causado por un gran murciélago que
revoloteaba, indudablemente atraído por la luz, aunque fuese tan tenue, y de vez en
cuando golpeaba la ventana con las alas. Cuando regreso a mi asiento, vi que Lucy se
había movido ligeramente y se habían desprendido las

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flores de ajo del cuello. Las coloqué nuevamente en su sitio lo mejor que pude, y me senté,
observándola.
Al poco rato despertó, y yo le di alimentos tal como los había prescrito van Helsing. Sólo
tomó unos pocos, y de mala gana. Parecía que ya no estaba con ella su antigua
inconsciente lucha por la vida, y la fortaleza que hasta entonces había marcado su
enfermedad. Me sorprendió como un hecho curioso el que en el momento de volverse
consciente ella apretara las flores de ajo contra su pecho. Ciertamente era muy raro que
cuando quiera que ella entrara a ese estado letárgico, con respiración estertórea, tratara
de quitarse las flores, pero que al despertar las sujetara. No había ninguna posibilidad de
cometer un error acerca de esto, pues en las largas horas que siguieron tuvo muchos
períodos de sueño y vigilia, y repitió ambas acciones muchas veces.
A las seis de la mañana, van Helsing llegó a relevarme. Arthur había caído en un sopor, y
bondadosamente él le permitió que siguiera durmiendo. Cuando vio el rostro de Lucy pude
escuchar la siseante aspiración de su boca, y me dijo en un susurro agudo:
-Suba la celosía; ¡quiero luz!
Luego se inclinó y, con su rostro casi tocando el de Lucy, la examinó cuidadosamente.
Quitó las flores y luego retiró el pañuelo de seda de su garganta. Al hacerlo retrocedió, y yo
pude escuchar su exclamación: "¡Mein Gott!..." , que se quedó a media garganta. Yo me
incliné y miré también, y cuando lo hice, un extraño escalofrío me recorrió el cuerpo.
Las heridas en la garganta habían desaparecido por completo.
Durante casi cinco minutos van Helsing la estuvo mirando, con el rostro serio y crispado
como nunca. Luego se volvió hacia mí y me dijo calmadamente:
-Se está muriendo. Ya no le quedará mucho tiempo. Habrá mucha diferencia, créamelo, si
muere consciente o si muere mientras duerme. Despierte al pobre muchacho y déjelo que
venga y vea lo último; él confía en nosotros, y se lo habíamos prometido.
Bajé al comedor y lo desperté. Estuvo aturdido por un momento, pero cuando vio la luz
del sol entrando a través de las rendijas de las persianas pensó que ya era tarde, y me
expresó su temor. Yo le aseguré que Lucy todavía dormía, pero le dije tan suavemente
como pude que tanto van Helsing como yo temíamos que el fin estaba cerca. Se cubrió el
rostro con las manos y se deslizó sobre sus rodillas al lado del sofá, donde permaneció,
quizá un minuto, con la cabeza agachada, rezando, mientras sus hombros se agitaban con
el pesar. Yo lo tomé de la mano y lo levanté.
-Ven -le dije, mi querido viejo amigo; reúne toda tu fortaleza: será lo mejor y lo más fácil
para ella. Cuando llegamos al cuarto de Lucy pude ver que van Helsing, con su habitual
previsión, había estado poniendo todas las cosas en su sitio y haciendo que todo estuviera
tan agradable como fuera posible. Incluso le había cepillado el pelo a Lucy, de manera que
éste se desparramaba por la almohada en sus habituales rizos de oro. Cuando entramos en
el cuarto, ella abrió los ojos, y al verlo a él susurró débilmente:
-¡Arthur! ¡Oh, mi amor, estoy tan contenta de que hayas venido!
Él se detuvo para besarla, pero van Helsing le ordenó que se retirara.
-No -le susurró-, ¡todavía no! Sostenga su mano; le dará más consuelo.
Así es que Arthur le tomó la mano y se arrodilló al lado de ella, y ella resplandeció, con
todas las suaves líneas haciendo juego con la angelical belleza de sus ojos. Entonces,
gradualmente, sus ojos se cerraron y se hundió en el sueño. Por un corto tiempo su pecho
se elevó suavemente; y subió y bajó como el de un niño cansado.
Luego, insensiblemente, llegó el extraño cambio que yo había notado durante la noche.
Su respiración se volvió estertórea, abrió la boca, y las pálidas encías estiradas hacia atrás
hicieron que los dientes parecieran más largos y agudos que nunca. Abrió los ojos de una
manera vaga, sonámbula, como inconsciente,

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reflejando ahora al mismo tiempo vaguedad y dureza, y dijo en una voz suave y
voluptuosa, tal como yo nunca la había escuchado en sus labios:
-¡Arthur! ¡Oh, mi amor, estoy tan feliz de que hayas venido! ¡Bésame!
Arthur se inclinó ansiosamente para besarla, pero en ese mismo instante van Helsing,
quien, como yo, había estado asombrado por la voz de la joven, se precipitó sobre el novio
y, sujetándolo por el cuello con ambas manos, lo arrastró hacia atrás con una fuerza que yo
nunca creí pudiera poseer, y de hecho lo lanzó casi al otro lado del cuarto.
-¡Nunca en su vida! -le dijo-; ¡no lo haga, por amor a su alma y a la de ella!
Y luego, se situó entre los dos como un león acorralado. Arthur estaba tan sorprendido que
por un momento no encontró qué hacer ni qué decir; y antes de que ningún impulso de
violencia pudiera apoderarse de él, se dio cuenta del lugar y de las circunstancias y se
quedó en silencio, esperando.
Yo mantuve los ojos fijos en Lucy, lo mismo que van Helsing, y vimos un espasmo de ira
pasar rápidamente como una sombra por su rostro; los agudos dientes se cerraron de
golpe. Luego sus ojos se cerraron y ella respiró pesadamente.
Al poco tiempo sus ojos se abrieron con toda su suavidad, y extendiendo su pobre mano
pálida y delgada, tomó la pesada y oscura mano de van Helsing; acercándosela, la besó.
-Mi verdadero amigo -dijo ella, en una débil voz pero con un acento doloroso
indescriptible-. ¡Mi verdadero amigo, y amigo de él! ¡Oh, protéjalo, y deme paz a mí!
-¡Lo juro! -dijo él solemnemente, arrodillándose al lado de ella y sosteniendo su mano,
como alguien que presta juramento. Luego se volvió a Arthur y le dijo-: Venga, hijo, tome
la mano de ella entre las suyas, y bésela en la frente, y sólo una vez.
Se unieron sus ojos en vez de sus labios; y así se despidieron.
Los ojos de Lucy se cerraron; y van Helsing, que había estado observando desde
cerca, tomó del brazo a Arthur y lo alejó del lecho.
Luego la respiración de Lucy se volvió estertórea una vez más, y repentinamente cesó del
todo.
-Ya todo terminó -dijo van Helsing ¡Está muerta!
Tomé a Arthur del brazo y lo conduje a la sala, donde se sentó y se cubrió la cara con las
manos, sollozando como un chiquillo.
Regresé al cuarto y encontré a van Helsing mirando a la pobre Lucy, y su rostro estaba más
serio que nunca. El cuerpo de ella había cambiado algo. La muerte le había regresado parte
de su belleza, pues sus cejas y mejillas habían recobrado algo de sus suaves líneas; hasta
los labios habían perdido su mortal palidez. Era como si la sangre, innecesaria ya para el
funcionamiento del corazón, hubiera querido mitigar en lo posible la rigidez y la desolación
de la muerte.
"Pensamos que moría mientras estaba durmiendo, y durmiendo cuando murió." Me
situé al lado de van Helsing, y le dije:
-¡Ah! ¡pobre muchacha! Al fin hay paz para ella. ¡Es el final! Él se volvió hacia mí, y dijo
con grave solemnidad:
-Nada de eso. ¡Ay!, nada de eso. ¡Es sólo el comienzo!
Cuando le pregunté qué quería decir, movió la cabeza y me respondió:
-No podemos hacer nada por ella todavía. Espere. Ya verá usted... XIII.-

DEL DIARIO DEL DOCTOR SEWARD (continuación)

Se dispuso el funeral para el día siguiente, de manera que Lucy y su madre pudieran ser
enterradas juntas. Yo me encargué de todos los desagradables trámites, y el cortés
empresario de pompas fúnebres me probó que sus empleados estaban afectados, o
bendecidos, por algo de su propia gratuita suavidad. Hasta la mujer que efectuaba los
últimos oficios para los muertos

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me comentó, de una manera confidencial, como entre compañeros de profesión, cuando
hubo salido de la cámara de la muerte:
-Señor, la joven es un magnífico cadáver. Es verdaderamente un privilegio atenderla. ¡No
exagero cuando digo que atender a semejantes clientes acredita a nuestro establecimiento!
-Noté que van Helsing nunca se alejaba mucho. Esto era posible debido al desordenado
estado de la casa. No había parientes a mano, y como Arthur tenía que estar de regreso al
día siguiente para atender a los funerales de su padre, fuimos incapaces de notificar a
alguien que hubiera llevado la dirección de los asuntos. Bajo esas circunstancias, van
Helsing y yo iniciamos el examen de los papeles, etc. Mi maestro insistió en hacerse cargo
de los papeles de Lucy personalmente. Yo le pregunté por qué, pues temía que él, siendo
extranjero no estuviera al tanto de los requerimientos legales ingleses, y pudiera de esta
manera, por ignorancia causar algunos contratiempos innecesarios. Él me contestó:
-Lo sé; lo sé. Usted olvida que yo también soy abogado, además de médico. Pero esto
no es de todas maneras para la ley. Usted previó claramente eso cuando evitó al forense.
Yo tengo que evitar a otros además de él. Puede haber otros papeles...
Al hablar sacó de su libreta de bolsillo el memorando que había estado en el pecho de Lucy,
y que ella había roto mientras dormía.
-Cuando usted descubra algo del abogado de la difunta señora Westenra, selle todos sus
papeles y escríbale hoy por la noche. Yo, por mi parte, vigilaré aquí en el cuarto y en el
viejo cuarto de la señorita Lucy toda la noche, y yo mismo buscaré por lo que sea. No es
bueno que sus pensamientos más íntimos vayan a manos de gente extraña.
Yo me dediqué a mi parte del trabajo, y a la media hora había encontrado el nombre y la
dirección del abogado de la señora Westenra, y le había escrito. Todos los papeles de la
pobre dama estaban en orden; se daban en ellos órdenes explícitas respecto al lugar
del entierro. No había terminado de sellar la carta cuando, para mi sorpresa, van Helsing
entró en el cuarto, diciendo:
-¿Puedo ayudarle, amigo John? Estoy libre, y si me lo permite colaboraré con usted.
-¿Encontró lo que buscaba? -le pregunté, a lo cual él respondió:
-No busqué ninguna cosa específica. Sólo esperaba encontrar, y he encontrado algunas
cartas y unas cuantas notas, y un diario recientemente comenzado. Pero los tengo
aquí, y por el momento no diremos nada de ellos. Yo veré al pobre muchacho mañana por
la noche, y, con su anuencia, utilizaré estos documentos.
Cuando terminamos el trabajo que teníamos entre manos, me dijo:
-Y ahora, amigo John, creo que podemos ir a la cama. Queremos dormir, tanto usted como
yo, y descansar para recuperarnos. Mañana tendremos ambos mucho que hacer, pero
por la noche de hoy no hay necesidad de nosotros.
Antes de retirarnos fuimos a ver a la pobre Lucy. El empresario de pompas fúnebres había
hecho un trabajo indudablemente bueno, pues el cuarto se había transformado en una
pequeña chapelle ardente. Había una multitud de bellas flores blancas, y la muerte había
sido hecha lo menos repulsiva posible. El extremo del sudario estaba colocado sobre su
cara; cuando el profesor se inclinó y lo retiró suavemente hacia atrás, ambos nos
sorprendimos de la belleza que estaba ante nosotros, dando los altos cirios de cera
suficiente luz para que la notáramos. Toda la hermosura de Lucy había regresado a ella
en la muerte, y las horas que habían transcurrido, en lugar de dejar trazos de los
"aniquiladores de la muerte" habían restaurado la belleza de la vida, de tal manera que
positivamente no daba crédito a mis ojos de estar mirando un cadáver.
El profesor miró con grave seriedad. No la había amado como yo, y por ello no había
necesidad de lágrimas en sus ojos. Me dijo: "Permanezca aquí hasta que

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regrese", y salió del cuarto. Volvió con un puñado de ajo silvestre de la caja que
estaba en el corredor pero que aún no había sido abierta, y colocó las flores entre las otras,
encima y alrededor de la cama. Luego, tomó de su cuello, debajo de su camisa, un
pequeño crucifijo de oro, y lo colocó sobre la boca de la muerta. Regresó la sábana
a su lugar y salimos de la habitación.
Me estaba desvistiendo en mi propio cuarto cuando, con unos golpecitos de advertencia,
entró, y de inmediato comenzó a hablar:
-Mañana quiero que usted me traiga, antes del anochecer, un juego de bisturíes
de disección.
-¿Debemos hacer una autopsia? -le pregunté.
-Sí, y no. Quiero operar, pero no como usted piensa. Déjeme que se lo diga ahora, pero ni
una palabra a otro. Quiero cortarle la cabeza y sacarle el corazón. ¡Ah!, usted es un
cirujano y se espanta. Usted, a quien he visto sin temblor en la mano o en el corazón
haciendo operaciones de vida y muerte que hacen temblar a los otros. ¡Oh! Pero no debo
olvidar, mi querido amigo John, que usted la amaba; y no lo he olvidado, pues soy yo el
que va a operar y usted no debe ayudar. Me gustaría hacerlo hoy por la noche, pero por
Arthur no lo haré; él estará libre después de los funerales de su padre mañana y querrá
verla a ella, ver eso. Luego, cuando ella ya esté en el féretro al día siguiente, usted y yo
vendremos cuando todos duerman. Destornillaremos la tapa del féretro y haremos
nuestra operación; luego lo pondremos todo en su lugar, para que nadie se entere, salvo
nosotros.
-Pero, ¿por qué debemos hacer eso? La muchacha está muerta. ¿Por qué mutilar
innecesariamente su pobre cuerpo? Y si no hay necesidad de una autopsia y nada se
puede ganar con ella (no se beneficia a Lucy, no nos beneficiamos nosotros, ni la
ciencia, ni el conocimiento humano), ¿por qué debemos hacerlo? Tal cosa es
monstruosa.
Por toda respuesta, él puso la mano sobre mi hombro, y dijo después, con infinita ternura:
-Amigo John, me compadezco de su pobre corazón sangrante; y lo quiero más porque
sangra de esa manera. Si pudiera, yo mismo tomaría la carga que usted lleva. Pero hay
cosas que usted ignora, y que sin embargo conocerá, y me bendecirá por saberlas, aunque
no son cosas agradables. John, hijo mío, usted ha sido amigo mío desde hace muchos
años, pero, ¿supo usted que alguna vez yo hiciera alguna cosa sin una buena razón? Puedo
equivocarme, sólo soy un hombre: pero creo en todo lo que hago. ¿No fue por esto por lo
que usted envió por mí cuando se presentó el gran problema? ¡Sí! ¿No estaba usted
asombrado, más bien horrorizado, cuando yo no permití que Arthur besara a su amada, a
pesar de que ella se estaba muriendo, y lo arrastré con todas mis fuerzas? ¡Sí! Sin
embargo, usted vio como ella me agradeció, con sus bellos ojos moribundos, su voz
también tan débil, y besó mi ruda y vieja mano y me bendijo. ¿Y no me oyó usted hacer
una promesa a ella para que así cerrara agradecida los ojos? ¡Sí!
"Bien, ahora tengo una buena razón para todo lo que quiero hacer. Muchos años usted ha
confiado en mí; en las semanas pasadas usted ha creído en mí, cuando ha habido cosas tan
extrañas que bien hubiera podido dudar. Confíe en mí todavía un poco más, amigo John. Si
no confía en mí, entonces debo decir lo que pienso; y eso tal vez no esté bien. Y si yo
trabajo, como trabajaré, no importa la confianza ni la desconfianza, sin la confianza de mi
amigo en mí, trabajo con el corazón pesado, y siento, ¡oh!, que estoy solo cuando deseo
toda la ayuda y el valor que puede haber hizo una pausa un momento, y continuó
solemnemente-: Amigo John, ante nosotros hay días extraños y terribles. Seamos no dos,
sino uno, para poder trabajar con éxito. ¿Tendrá usted fe en mí?"
Tomé su mano y se lo prometí. Mientras él se alejaba, mantuve mi puerta abierta y lo
observé entrar en su cuarto y cerrar la puerta. Mientras estaba sin moverme, vi a una de
las sirvientas pasar silenciosamente a lo largo del

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corredor (iba de espaldas a mí, por lo que no me vio) y entrar en el cuarto donde yacía
Lucy. Esto me impresionó. ¡La devoción es tan rara, y nos sentimos tan
agradecidos para con aquellos que la demuestran hacia nuestros seres queridos sin que
nosotros se lo pidamos...! Allí estaba una pobre muchacha sobreponiéndose a los
terrores que naturalmente sentía por la muerte, para ir a hacer guardia solitaria junto
al féretro de la patrona a quien amaba, para que la pobre no estuviese solitaria
hasta que fuese colocada para su eterno descanso...
Debo haber dormido larga y profundamente, pues ya era pleno día cuando van Helsing me
despertó al entrar en mi cuarto. Llegó hasta cerca de mi cama, y dijo:
-No necesita molestarse por los bisturíes. No lo haremos.
-¿Por qué no? -le pregunté, pues la solemnidad que había manifestado la noche anterior
me había impresionado profundamente.
Porque -dijo, solemnes demasiado tarde... o demasiado temprano. ¡Vea! - añadió,
sosteniendo en su mano el pequeño crucifijo dorado. Esto fue robado durante la noche.
-¿Cómo? ¿Robado? -le pregunté con asombro-. Si usted lo tiene ahora...
-Porque lo he recobrado de la inútil desventurada que lo robó; de la mujer que robó a
los muertos y a los vivos. Su castigo seguramente llegará, pero no por mi medio: ella no
sabía lo que hacía, y por ignorancia, sólo robó. Ahora, debemos esperar.
Se alejó al decir esto, dejándome con un nuevo misterio en que pensar, un nuevo
rompecabezas con el cual batirme.
La mañana pasó sin incidentes, pero al mediodía llegó el abogado: el señor Marquand, de
Wholeman, hijos, Marquand & Lidderdale. Se mostró muy cordial y agradecido por lo que
habíamos hecho, y nos quitó de las manos todos los cuidados relativos a los detalles.
Durante el almuerzo nos dijo que la señora Westenra había estado esperando una muerte
repentina por su corazón desde algún tiempo, y había puesto todos sus asuntos en absoluto
orden; nos informó que, con la excepción de cierta propiedad con título del padre de Lucy,
que ahora, a falta de heredero directo, se iba a una rama distante de la familia, todo el
patrimonio quedaba absolutamente para Arthur Holmwood. Cuando nos hubo dicho
todo eso, continuó:
-Francamente, nosotros hicimos lo posible por impedir tal disposición testamentaria, y
señalamos ciertas contingencias que podían dejar a su hija ya sea sin un centavo, o no
tan libre como debiera ser para actuar teniendo en cuenta una alianza matrimonial. De
hecho, presionamos tanto sobre el asunto que casi llegamos a un choque, pues ella
nos preguntó si estábamos o no estábamos preparados para cumplir sus deseos. Por
supuesto, no tuvimos otra alternativa que aceptar. En principio, nosotros teníamos
razón, y noventa y nueve veces de cada cien hubiéramos podido probar, por la lógica de
los acontecimientos, la cordura de nuestro juicio. Sin embargo, francamente, debo admitir
que en este caso cualquier otra forma de disposición hubiera resultado en la imposibilidad
de llevar a cabo sus deseos. Pues su hija hubiera entrado en posesión de la propiedad y,
aunque ella sólo le hubiera sobrevivido a su madre cinco minutos, su propiedad, en caso de
que no hubiera testamento, y un testamento era prácticamente imposible en tal caso,
hubiera sido tratada a su defunción como ab intestato. En cuyo caso, lord Godalming,
aunque era un amigo íntimo de ellas, no podría tener ningún derecho. Y los herederos,
siendo parientes lejanos, no abandonarían tan fácilmente sus justos derechos, por
razones sentimentales referidas a una persona totalmente extraña. Les aseguro, mis
estimados señores, que estoy feliz por el resultado; muy feliz.
Era un buen tipo, pero su felicidad por aquella pequeña parte (en la cual estaba
oficialmente interesado) en medio de una tragedia tan grande, fue una lección objetiva de
las limitaciones de la conmiseración.

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No permaneció mucho tiempo, pero dijo que regresaría más tarde durante el día y vería a
lord Godalming. Su llegada, sin embargo, había sido un cierto alivio para nosotros, ya
que aseguraba que no tendríamos la amenaza de críticas hostiles por ninguno de nuestros
actos. Se esperaba que Arthur llegara a las cinco, por lo que poco antes de esa hora
visitamos la cámara mortuoria. Y así podía llamarse de verdad, pues ahora tanto madre
como hija yacían en ella. El empresario de pompas fúnebres, fiel a su habilidad, había
hecho la mejor exposición de sus bienes que poseía, y en todo el lugar había una atmósfera
tétrica que inmediatamente nos deprimió. Van Helsing ordenó que se pusiera todo como
estaba antes, explicando que, como pronto llegaría lord Godalming, sería menos
desgarrador para sus sentimientos ver todo lo que quedaba de su fiancée a solas. El
empresario pareció afligido por su propia estupidez y puso todo empeño en volver a
arreglarlo todo tal como había estado la noche anterior, para que cuando llegara Arthur
se evitaran tantas malas impresiones como fuera posible.
¡Pobre hombre! Estaba desesperadamente triste y abatido; hasta su hombría de acero
parecía haberse reducido algo bajo la tensión de sus múltiples emociones. Había estado, lo
sé, genuina y devotamente vinculado a su padre; y perderlo, en una ocasión como aquella,
era un amargo golpe para él. Conmigo estuvo más afectuoso que nunca, y fue dulcemente
cortés con van Helsing; pero no pude evitar ver que había alguna reticencia en él. El
profesor lo notó también y me hizo señas para que lo llevara arriba.
Lo hice y lo dejé a la puerta del cuarto, ya que sentí que él desearía estar completamente
solo con ella, pero él me tomó del brazo y me condujo adentro, diciendo secamente:
-Tú también la amabas, viejo amigo; ella me contó todo acerca de ello, y no había amigo
que tuviese un lugar más cercano en su corazón que tú. Yo no sé como agradecerte todo lo
que has hecho por ella. Todavía no puedo pensar...
Y aquí repentinamente mostró su abatimiento, y puso sus brazos alrededor de mis hombros
haciendo descansar su cabeza en mi pecho, llorando:
-¡Oh, Jack! ¡Jack! ¿Qué haré? Toda la vida parece habérseme ido de golpe, y no hay
nada en el ancho mundo por lo que desee vivir.
Lo consolé lo mejor que pude. En tales casos, los hombres no necesitan mucha expresión.
Un apretón de manos, o palmadas sobre los hombros, un sollozo al unísono, son
expresiones agradables para el corazón del hombre. Yo permanecí quieto y en silencio
hasta que dejó de sollozar, y luego le dije suavemente:
-Ven y mírala.
Juntos caminamos hacia la cama, y yo retiré el sudario de su cara. ¡Dios! Qué bella estaba.
Cada hora parecía ir acrecentando su hermosura. En alguna forma aquello me asombró y
me asustó; y en cuanto a Arthur, él cayó temblando, y finalmente fue sacudido con la duda
como si fuese un escalofrío. Después de una larga pausa, me dijo, exhalando un suspiro
muy débil:
-Jack, ¿está realmente muerta?
Yo le aseguré con tristeza que así era, y luego le sugerí (pues sentí que una duda tan
terrible no debía vivir ni un instante más del que yo pudiera permitirlo) que sucedía
frecuentemente que después de la muerte los rostros se suavizaban y aun recobraban su
belleza juvenil; esto era especialmente así cuando a la muerte le había precedido cualquier
sufrimiento agudo o prolongado. Pareció que mis palabras desvanecían cualquier duda, y
después de arrodillarse un rato al lado de la cama y mirarla a ella larga y amorosamente,
se alejó. Le dije que ese tenía que ser el adiós, ya que el féretro tenía que ser preparado,
por lo que regresó y tomó su mano muerta en la de él, la besó, y se inclinó y besó su
frente. Luego se retiró, mirando amorosamente sobre su hombro hacia ella a medida que
se alejaba.
Lo dejé en la sala y le conté a van Helsing que Arthur ya se había despedido de su
amada; por lo que fue a la cocina a decir a los empleados del empresario de
pompas fúnebres que continuaran los preparativos y atornillaran

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el féretro. Cuando salió otra vez del cuarto, le referí la pregunta de Arthur, y él
replicó:
-No me sorprende. ¡Precisamente hace un momento yo dudaba de lo mismo! Cenamos
todos juntos, y pude ver como el pobre Art trataba de hacer las cosas lo mejor posible.
Van Helsing guardó silencio durante todo el tiempo de la cena, pero cuando encendimos
nuestros cigarrillos, dijo:
-Lord...
Mas Arthur lo interrumpió:
-No, no, eso no, ¡por amor de Dios! De todas maneras, todavía no. Perdóneme, señor, no
quise ofenderlo; es sólo porque mi pérdida es muy reciente.
El profesor respondió muy amablemente:
-Sólo usé ese título porque estaba en duda. No debo llamarlo a usted "señor" y le he
tomado mucho cariño; sí, mi querido muchacho, mucho cariño; le llamaré Arthur.
Arthur extendió la mano y estrechó calurosamente la del viejo.
-Llámeme como usted quiera -le dijo-. Y espero que siempre tenga el título de amigo. Y
déjeme decirle que no encuentro palabras para agradecerle todas sus bondades para con
mi pobre amada -hizo una pausa y luego continuó-. Yo sé que ella comprendió sus
bondades incluso mejor que yo; y si fui rudo o de cualquier forma molesto cuando usted
actuó extrañamente, ¿lo recuerda? -el profesor asintió -, debe usted perdonarme.
Mi maestro contestó con solemne bondad:
-Sé que fue terrible para usted darme su confianza entonces, pues para confiar en
tales violencias se necesita comprender; y yo supongo que usted no confía en mí ahora, no
puede confiar, pues todavía no lo comprende. Y puede haber otras ocasiones en que yo
quiera que usted confíe cuando no pueda, o no deba, y todavía no llegue a comprender.
Pero llegará el tiempo en que su confianza en mí será irrestricta, y usted comprenderá,
como si la misma luz del sol penetrara en su mente. Entonces, me bendecirá por su propio
bien, por el bien de los demás y por el bien de aquella a quien juró proteger.
-Y, de hecho, señor -dijo Arthur calurosamente-, confiaré en usted de todas maneras. Yo sé
y creo que usted tiene un corazón noble, y es amigo de Jack, y fue amigo de ella. Haga
usted lo que juzgue conveniente.
El profesor se aclaró la garganta un par de veces, como si estuviese a punto de hablar, y
finalmente dijo:
-¿Puedo preguntarle algo ahora?
-Por supuesto.
-¿Sabe usted que la señora Westenra le dejó todas sus propiedades?
-No. ¡Pobre señora! Nunca pensé en ello.
-Y como todo es de usted, tiene usted el derecho de hacer con ello lo que le plazca. Deseo
que usted me dé su autorización para leer todas los papeles y cartas de la señorita Lucy.
Créame, no es mera curiosidad. Yo tengo un motivo que, puede usted estar seguro, ella
habría aprobado. Aquí los tengo todos. Los tomé antes de que supiéramos que todo era
de usted, para que ninguna mano extraña los tocara, para que ningún ojo extraño pudiera
ver a través de las palabras en su alma. Yo los guardaré, si me lo permite; ni usted mismo
los podrá ver todavía, pero los guardaré bien. No se perderá ni una palabra, y en tiempo
oportuno se los devolveré a usted. Es una cosa dura la que pido, pero usted la hará, ¿no es
así?, por amor a Lucy...
Arthur habló sinceramente, como solía hacerlo:
-Doctor van Helsing, puede usted hacer lo que desee. Siento que al decir esto estoy
haciendo lo que mi Lucy habría aprobado. No lo molestaré con preguntas hasta que llegue
la hora.
El anciano profesor se puso en pie al tiempo que decía solemnemente:
-Y tiene usted razón. Habrá mucho dolor para todos nosotros; pero no todo será dolor,
ni este dolor será el último. Nosotros y usted también, usted más que nadie, mi querido
amigo, tendremos que pasar a través del agua amarga

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antes de llegar a la dulce. Pero debemos ser valientes y desinteresados, y cumplir con
nuestro deber; todo saldrá bien.
Yo dormí en un sofá en el cuarto de Arthur esa noche. Van Helsing no se acostó.
Caminó de un lado a otro, como si estuviera patrullando la casa, y nunca se alejó mucho
del cuarto donde Lucy yacía en su féretro, salpicada con las flores de ajo silvestre, que
despedían, a través del aroma de las lilas y las rosas, un pesado y abrumador olor en el
silencio de la noche.
Del diario de Mina Harker
22 de septiembre. En el tren hacia Exéter, Jonathan duerme. Parece que sólo fue ayer
cuando hice los íntimos apuntes, y sin embargo, ¡cuánto ha transcurrido entre ellos, en
Whitby y en todo el mundo ante mí! Jonathan estaba lejos y yo sin noticias de él; y ahora,
casada con Jonathan, Jonathan de procurador, socio de una empresa, rico, dueño de su
negocio, el señor Hawkins muerto y enterrado, y Jonathan con otro ataque que puede
perjudicarlo mucho. Algún día me puede preguntar acerca de ello. Todo va para abajo.
Estoy enmohecida en mi taquigrafía; véase lo que la prosperidad inesperada hace por
nosotros, por lo que no está mal que la refresque otra vez ejercitándome un poco.
El servicio fue muy simple y solemne. Sólo asistimos nosotros mismos y los sirvientes, uno
o dos viejos amigos de él de Exéter, su agente en Londres y un caballero representando
a sir John Paxton, el presidente de la Sociedad Jurídica. Jonathan y yo estuvimos tomados
de la mano, y sentimos que nuestro mejor y más querido amigo nos había abandonado.
Regresamos a la ciudad en silencio y tomamos un autobús hasta la esquina de Hyde Park,
Jonathan pensó que me interesaría ir un momento al Row, por lo que nos sentamos; pero
había tan poca gente ahí, que era triste y desolado ver tantas sillas vacías. Nos hizo pensar
en la silla vacía que teníamos en casa; así es que nos levantamos y caminamos en
dirección a Piccadilly. Jonathan me llevaba de la mano, tal como solía hacerlo antiguamente
antes de que yo fuera a la escuela. A mí me parecía aquello muy osado, pues no se pueden
pasar años dando clases de etiqueta y decoro a las niñas sin que la pedantería de ello lo
impresione a uno un poquito. Pero era Jonathan, y era mi marido, y nosotros no
conocimos a nadie de los que vimos (y no nos importaba si ellos nos conocían), por lo que
seguimos caminando en la misma forma.
Yo estaba mirando a una muchacha muy bella, con un sombrero de rueda de carruaje, que
estaba sentada en una victoria afuera de Giuliano's, cuando sentí que Jonathan me apretó
la mano tan fuerte que me hizo daño, y dijo como en un susurro: "¡Dios mío!" Yo siempre
estoy ansiosa por Jonathan, pues siempre temo que algún ataque nervioso pueda
enfermarlo otra vez; así es que me volví hacia él rápidamente y le pregunté qué le había
molestado.
Estaba muy pálido, y sus ojos parecían salirse de sus órbitas, mientras, con una mezcla de
terror y asombro, miraba fijamente a un hombre alto y delgado, de nariz aguileña, bigote
negro y barba en punta, que también estaba observando a la muchacha bonita. La estaba
mirando tan embebido que no se percató de nuestra presencia, y por ello pude echarle
un buen vistazo. Su cara no era una buena cara; era dura y cruel, y sensual, y sus
grandes dientes blancos, que se miraban más blancos por el encendido rojo de sus labios,
estaban afilados como los de un animal. Jonathan estuvo mirándolo tan fijamente que yo
tuve hasta miedo de que el individuo lo notara. Y temí que lo tomara a mal, ya que se
veía tan fiero y detestable. Le pregunté a Jonathan por qué estaba perturbado, y él me
respondió, pensando evidentemente que yo sabía tanto como él cuando lo hizo:
-¿No ves quién está allí?
-No, querido -dije yo-; no lo conozco, ¿quién es?
Su respuesta me impresionó y me llenó de ansias, pues la dio como si no supiera que era
yo su Mina a quien hablaba:
-Es el hombre en persona.

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Mi pobre amado estaba evidentemente aterrorizado por algo; muy aterrorizado. Creo en
verdad que si no me hubiese tenido a mí para apoyarse y para que lo sujetara, se habría
desplomado. Se mantuvo mirando fijamente con asombro; un hombre salió de la tienda con
un pequeño paquete y se lo dio a la dama, quien entonces reanudó su caminata. El hombre
misterioso mantuvo sus ojos fijos en la bella dama, y cuando el carruaje se alejó por
Piccadilly él siguió en la misma dirección, y alquiló un cabriolé.
Jonathan lo siguió con la mirada, y dijo, como para sí mismo:
-Creo que es el conde, pero ha rejuvenecido mucho. ¡Dios mío! ¡Oh, Dios mío!
¡Dios mío! ¡Si yo supiera, si yo supiera!
Estaba tan nervioso que yo temí hacerle daño al hacerle preguntas, por lo que guardé
silencio. Muy suavemente lo comencé a alejar del lugar, y él, asido a mi brazo, me siguió
con facilidad. Caminamos un poco más y luego nos sentamos un rato en el Green Park. Era
un día caluroso para ser otoño, y había un asiento bastante cómodo en un lugar
sombreado. Después de mirar unos minutos fijamente al vacío, Jonathan cerró los ojos y
rápidamente se sumió en un sueño, con la cabeza apoyada en mi hombro.
Pensé que era lo mejor para él, y no lo desperté. Como a los veinte minutos despertó, y me
dijo bastante alegre:
-¡Pero, Mina, me he quedado dormido! ¡Oh, perdóname por ser tan desatento! Ven; nos
tomaremos una taza de té en cualquier parte.
Evidentemente había olvidado todo lo relacionado con el extraño forastero, de la misma
manera que durante su enfermedad había olvidado todo aquello que este episodio le había
recordado nuevamente. No me gustan estos ataques de amnesia; puede causarle o
prolongarle algún mal cerebral. Pero no debo preguntárselo, por temor a causarle más
daño que bien; sin embargo, debo de alguna manera conocer los hechos de su viaje al
extranjero. Temo que ha llegado la hora en que debo abrir aquel paquete y saber lo que
contiene. ¡Oh, Jonathan, tú me perdonarás, lo sé, si hago mal, pero es por tu propio y
sagrado bien!
Más tarde. Fue un regreso triste a casa en todos aspectos: la casa vacía del querido difunto
que fuera tan bondadoso con nosotros: Jonathan todavía pálido y aturdido bajo una ligera
recaída de su enfermedad, ahora un telegrama de van Helsing, quienquiera que sea:
"Tengo la pena de participarle que la señora Westenra murió hace cinco días, y que
Lucy murió anteayer. Ambas fueron enterradas hoy."
¡Oh, qué cúmulo de dolores en tan pocas palabras! ¡Pobre señora Westenra!
¡Pobre Lucy! ¡Se han ido; se han ido para no regresar nunca más a nosotros!
¡Y pobre, pobre Arthur, que ha perdido una dulzura tal de su vida! Dios nos ayude a
sobrellevar todos nuestros pesares.
Del diario del doctor Seward
22 de septiembre. Todo ha culminado. Arthur ha regresado a Ring y se ha llevado consigo
a Quincey Morris. ¡Qué magnífico tipo es este Quincey! Creo en lo más profundo de mi
corazón que él sufrió tanto como cualquiera de nosotros dos por la muerte de Lucy; pero
supo sobreponerse a su dolor como un estoico. Si América puede seguir produciendo
hombres como este, no cabe la menor duda de que llegará a ser una gran potencia en el
mundo. Van Helsing está acostado, tomándose un descanso preparatorio para su viaje. Se
va a ir hoy por la noche a Ámsterdam, pero dice que regresará mañana por la noche;
que sólo quiere hacer algunos arreglos que únicamente pueden efectuarse en persona.
Cuando regrese, si puede, se quedará en mi casa; dice que tiene trabajo que hacer en
Londres que le puede llevar cierto tiempo. ¡Pobre viejo amigo! Temo que el esfuerzo de las
últimas semanas ha roto hasta su fortaleza de hierro.
Durante todo el tiempo del funeral, pude ver que él estaba haciendo un terrible esfuerzo
por refrenarse. Cuando todo hubo pasado, estábamos parados al lado de Arthur, quien,
pobrecito, estaba hablando de su parte en la operación cuando su sangre fue transferida a
las venas de Lucy; pude ver que

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el rostro de van Helsing se ponía blanco y morado alternadamente. Arthur estaba diciendo
que desde entonces sentía como si los dos hubiesen estado realmente casados y que ella
era su mujer a los ojos de Dios. Ninguno de nosotros dijo una palabra de las otras
operaciones, y ninguno de nosotros la dirá jamás. Arthur y Quincey se fueron juntos a la
estación, y van Helsing y yo nos vinimos para acá. En el momento que estuvimos solos en
el carruaje dio rienda suelta a un ataque regular de histeria. Desde entonces se ha negado
a admitir que fue histeria, e insiste que sólo fue su sentido del humor manifestándose bajo
condiciones muy terribles. Rió hasta que se puso a llorar y yo tuve que bajar las
celosías para que nadie nos pudiera ver y malinterpretar la situación; y entonces
lloró hasta que rió otra vez; y río y lloró al mismo tiempo, tal como hace una mujer. Yo
traté de ser riguroso con él, de la misma manera que se es con una mujer en iguales
circunstancias; pero no dio efecto. ¡Los hombres y las mujeres son tan diferentes en su
fortaleza o debilidad nerviosa!
Luego, cuando su rostro se volvió nuevamente grave y serio, le pregunté el motivo de su
júbilo y por qué precisamente en aquellos momentos. Su réplica fue en cierta manera
característica de él, pues fue lógica, llena de fuerza y misterio. Dijo:
-Ah, usted no comprende, amigo John. No crea que no estoy triste, aunque río. Fíjese, he
llorado aun cuando la risa me ahogaba. Pero no piense más que estoy todo triste
cuando lloro, pues la risa hubiera llegado de la misma manera. Recuerde siempre que la
risa que toca a su puerta, y dice: "¿puedo entrar?", no es la verdadera risa. ¡No! La risa es
una reina, y llega cuando y como quiere. No pregunta a persona alguna; no escoge tiempo
o adecuación. Dice: "aquí estoy". Recuerde, por ejemplo, yo me dolí en el corazón por esa
joven chica tan dulce; yo doy mi sangre por ella, aunque estoy viejo y gastado; di mi
tiempo, mi habilidad, mi sueño; dejo a mis otros que sufran necesidad para que ella pueda
tener todo. Y sin embargo, puedo reír en su propia tumba, reír cuando la tierra de la pala
del sepulturero caía sobre su féretro y decía ¡tud!, ¡tud!, sobre mi corazón, hasta que éste
retiró de mis mejillas la sangre. Mi corazón sangró por ese pobre muchacho, ese muchacho
querido, tan de la edad en que estuviera mi propio muchacho si bendecidamente viviera, y
con su pelo y sus ojos tan iguales. Vaya, ahora usted sabe por qué yo lo quiero tanto. Y sin
embargo, cuando él dice cosas que conmueven mi corazón de hombre tan profundamente,
y hacen mi corazón de padre nostálgico de él como de ningún otro hombre, ni siquiera de
usted, amigo John, porque nosotros estamos más equilibrados en experiencias que un
padre y un hijo, pues aun entonces, en esos momentos, la reina risa viene a mí y grita y
ruge en mi oído: "¡aquí estoy, aquí estoy!", hasta que la risa viene bailando nuevamente y
trae consigo algo de la luz del sol que ella me lleva a las mejillas. Oh, amigo John, es un
mundo extraño, un mundo lleno de miserias, y amenazas, y problemas, y sin embargo,
cuando la reina risa viene hace que todos bailemos al son de la tonada que ella toca.
Corazones sangrantes, y secos huesos en los cementerios, y lágrimas que queman al
caer..., todos bailan juntos la misma música que ella ejecuta con esa boca sin risa que
posee. Y créame, amigo John, que ella es buena de venir, y amable. Ah, nosotros hombres
y mujeres somos como cuerdas en medio de diferentes fuerzas que nos tiran de diferentes
rumbos. Entonces vienen las lágrimas; y como la lluvia sobre las cuerdas nos atirantan,
hasta que quizá la tirantez se vuelve demasiado grande y nos rompemos. Pero la reina risa,
ella viene como la luz del sol, y alivia nuevamente la tensión; y podemos soportar y
continuar con nuestra labor, cualquiera que sea.
No quise herirlo pretendiendo que no veía su idea; pero, como de todas maneras
no entendía las causas de su regocijo, le pregunté. Cuando me respondió, su rostro se puso
muy serio, y me dijo en un tono bastante diferente:

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-Oh, fue la triste ironía de todo eso, esta encantadora dama engalanada con flores, que se
veía tan fresca como si estuviese viva, de modo que uno por uno dudamos de si en
realidad estaba muerta; ella yaciendo en esa fina casa de mármol en el cementerio
solitario, donde descansan tantas de su clase, yacía allí con su madre que tanto la amaba,
y a quien ella amaba a su vez; y aquella sagrada campana haciendo: ¡dong!, ¡dong!,
¡dong!, tan triste y despacio; y aquellos santos hombres, con los blancos vestidos del
ángel, pretendiendo leer libros, y sin embargo, todo el tiempo sus ojos nunca
estaban en una página; y todos nosotros con la cabeza inclinada. ¿Y todo para qué? Ella
está muerta; así pues, ¿o no?
-Bien, pues por mi vida, profesor -le dije yo-, yo no veo en todo eso nada que cause
risa. La verdad es que su explicación lo hace más difícil de entender todavía. Pero aunque
el servicio fúnebre haya sido cómico, ¿qué hay del pobre Art y de sus problemas? Pues yo
creo que su corazón se estaba sencillamente rompiendo.
-Justamente. ¿Dijo él que la transfusión de su sangre a las venas de ella la había hecho su
verdadera esposa?
-Sí, y fue una idea dulce y consoladora para él.
-Así es. Pero había una dificultad, amigo John. Si así era, ¿qué hay de los otros? ¡Jo, jo!
Pues esta pobre y dulce doncella es una poliándrica, y yo, con mi pobre mujer muerta
para mí pero viva para la ley de la iglesia, aunque sin chistes, libre de todo, hasta yo, que
soy fiel marido a esta actual no esposa, soy un bígamo.
-Pues tampoco veo aquí donde está el chiste -dije yo, y no me sentí muy alegre con él
porque estuviese diciendo esas cosas. Él puso su mano sobre mi brazo y dijo:
-Amigo John, perdóneme si causo dolor. No le mostré mis sentimientos a otros cuando
hubieran herido, sino sólo a usted, mi viejo amigo, en quien puedo confiar. Si usted hubiera
podido mirar dentro de mi propio corazón entonces, cuando yo quería reír; si usted hubiera
podido hacerlo cuando la risa llegó, si usted lo pudiera hacer, cuando la reina risa ha
empacado sus coronas, y todo lo que es de ella, pues se va lejos, muy lejos de mí, y por un
tiempo largo, muy largo, tal vez usted quizá se compadecería de mí más que nadie.
Me conmovió la ternura de su tono y le pregunté por qué.
-¡Porque yo sé!
Y ahora estamos todos regados; y durante muchos largos días la soledad se va a sentar
sobre nuestros techos con las alas desplegadas. Lucy descansa en la tumba de su familia,
un señorial mausoleo en un solitario cementerio, lejos del prolífico Londres, donde el aire es
fresco y el sol se levanta sobre el Hampstead Hill, y donde las flores salvajes crecen según
su propio acuerdo.
Así es que puedo terminar este diario; y sólo Dios sabe si alguna vez comenzaré otro. Si lo
comienzo, o si tan sólo vuelvo a abrir éste otra vez, tratará con gente diferente y con
temas diferentes; pues aquí al final, donde se narra el romance de mi vida, aquí vuelvo yo
a tomar el hilo de mi trabajo cotidiano, y lo digo triste y sin esperanza.
FINIS
"Gaceta de Westminster", 25 de septiembre UN
MISTERIO DE HAMPSTEAD
La vecindad de Hampstead está de momento siendo acosada por una serie de sucesos que
parecen correr en líneas paralelas con aquellos que fueron conocidos por los escritores de
titulares como "El horror de Kensington", o "La Asesina del Puñal", o "La Mujer de Negro".
Durante los últimos dos o tres días han acontecido varios casos de pequeños niños que
vagabundean de su hogar o se olvidan de regresar de su juego en el Brezal. En todos
estos casos los niños han sido demasiado pequeños como para poder dar adecuadamente
una explicación inteligible de lo sucedido, pero el consenso de sus culpas es que han
estado con la "dama fanfarrona". Siempre ha sido tarde por la noche cuando se ha
notado su ausencia, y en dos ocasiones los niños no han sido

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encontrados sino hasta temprano a la mañana siguiente. En el vecindario se supone
generalmente que, como el primer niño perdido dio como su razón de haberse ausentado
que una "dama fanfarrona" le había pedido que se fuera con ella a dar un paseo, los otros
han recogido la frase y la han usado en su debida ocasión. Esto es tanto más natural
cuanto el juego favorito de los pequeñuelos es actualmente atraerse unos a otros mediante
engaños. Un corresponsal nos escribe que ver a los chiquilines pretendiendo ser la "dama
fanfarrona", es verdaderamente divertido. Dice que algunos de nuestros caricaturistas
debieran tomar una lección en ironía de lo grotesco comparando la realidad y el teatro.
Sólo es de acuerdo con los principios generales de la naturaleza humana que la "dama
fanfarrona" deba ser el papel popular en estas representaciones al fresco. Nuestro
corresponsal dice ingenuamente que ni Ellen Terry podría ser tan felizmente atractivo como
pretenden ser algunos de estos pequeñuelos de cara arrugada, e incluso se imaginan que
son.
Sin embargo, posiblemente hay un lado serio de la cuestión, pues algunos de los niños, de
hecho todos los que han sido perdidos durante la noche, han estado ligeramente rasgados
o heridos en la garganta. Las heridas parecen tales que pudieran haber sido hechas por
una rata o un pequeño perro, y aunque individualmente carecen de mucha importancia,
tienden a mostrar que cualquiera que sea el animal que las causa, tiene un sistema o
método propio. La policía del lugar ha sido instruida para que mantenga una aguda
vigilancia sobre niños vagabundos, especialmente si son muy jóvenes, en los alrededores
y dentro del Brezal de Hampstead, y también por cualquier perro vagabundo que ande en
los alrededores.
"Gaceta de Westminster". 25 de septiembre
Extra Especial
EL HORROR DE HAMPSTEAD OTRO NIÑO HERIDO
La "Dama Fanfarrona"
Acabamos de recibir noticias de que otro niño perdido anoche, sólo pudo ser encontrado
tarde esta mañana bajo un arbusto de retama en el lado de Shooter's Hill del
Brezal de Hampstead, que es, tal vez, menos frecuentado que las otras partes. Tenía las
mismas diminutas heridas en la garganta que han sido notadas en otros casos.
Estaba terriblemente débil y parecía bastante extenuado. También él, cuando se hubo
recuperado parcialmente, tuvo la misma historia de haber sido engañado a irse por la
"dama fanfarrona".

XIV.- DEL DIARIO DE MINA HARKER

23 de septiembre. Jonathan ha mejorado después de una mala noche. Estoy contenta de


que tenga bastante trabajo que hacer, pues eso le mantiene la mente alejada de cosas
terribles; y, ¡oh, estoy feliz de que ahora ya no esté abrumado por la responsabilidad de su
nueva posición! Yo sabía que sería fiel a sí mismo, y ahora estoy orgullosa de ver a mi
Jonathan elevándose hasta las alturas de su avanzada posición y manteniendo el paso en
toda forma con los deberes que recaen sobre él. Estará fuera de casa todo el día hasta
tarde, pues dijo que no regresaría a la hora de comer. He terminado mis quehaceres
domésticos, por lo que tomaré su diario extranjero y me encerraré en mi cuarto para
leerlo...

24 de septiembre. No tuve ánimos de escribir anoche; ese terrible registro de Jonathan me


sobresaltó. ¡Pobre querido mío!, cómo debe haber sufrido, sea verdad o sólo su
imaginación. Me pregunto si hay alguna verdad en todo eso.
¿Tuvo primero la fiebre cerebral y luego escribió todas esas cosas terribles, o había otra
causa para todo ello? Supongo que nunca lo sabré, pues no me atrevo a abrir conversación
sobre el tema con él... ¡Y sin embargo, ese hombre que vio ayer! Parecía estar bastante
seguro de él...
¡Pobre Jonathan! Supongo que fue el funeral lo que le intranquilizó y envió su mente de

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regreso en una cadena de pensamientos... Él mismo lo cree todo.

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Recuerdo cómo en nuestro día de casamiento dijo: "A menos que algún solemne deber
caiga sobre mí para hacerme regresar a las amargas horas, dormido o despierto, loco o
cuerdo." Parece haber a través de esto un hilo de continuidad... Ese terrible conde iba a
venir a Londres... Si así fuera y viniera a Londres, con sus prolíficos millones... Puede haber
un deber solemne; y si llega ese deber no debemos encogernos ante él... Yo estaré
preparada. Tomaré mi máquina de escribir en este mismo momento y comenzaré la
transcripción. Entonces estaremos listos para otros ojos si es necesario. Y si así se
quiere, entonces, tal vez, si estoy lista, el pobre Jonathan no necesita sobresaltarse, pues
yo puedo hablar por él y no dejar nunca que se moleste o preocupe por el asunto para
nada. Si alguna vez, Jonathan se sobrepone a su nerviosismo, puede ser que quiera
decirme todo, y yo puedo hacerle preguntas y averiguar las cosas, y ver cómo puedo
consolarlo.
Carta de van Helsing a la señora Harker
24 de septiembre (Confidencial)
"Querida señora:
"Le ruego que perdone que le escriba, ya que soy un amigo tan lejano, y que le envié las
malas noticias de la muerte de la señorita Lucy Westenra. Por la bondad de lord Godalming,
tengo poder para leer sus cartas y papeles, pues estoy profundamente interesado en
ciertos asuntos vitalmente importantes. En ellos encuentro algunas cartas de usted, que
muestran cuán gran amiga era usted de ella y cómo la quería. ¡Oh, señora Mina, por ese
amor yo le imploro que me ayude! Por el bien de otros le pido, para evitar mucho mal, y
para evitar muchos y muy terribles trastornos que pueden ser mucho mayores de lo que
usted se imagina, ¿me concedería usted una entrevista? Puede usted confiar en mí. Soy
amigo del doctor John Seward y de lord Godalming (ese era el Arthur de la señorita Lucy).
De momento debo guardar estricta reserva. Yo acudiría a Exéter a verla a usted
inmediatamente si usted me dice que puedo tener el honor de verla, y dónde y cómo.
Señora, le imploro perdón. He leído sus cartas para la pobre Lucy, y sé cuán buena es
usted y cómo sufre su marido; por eso le ruego, si puede ser, no le diga nada a él, pues
pudiera causarle daño. Otra vez le pido perdón y quedo de usted, respetuosamente,
VAN HELSING "
Telegrama de la señora Harker al doctor van Helsing
25 de septiembre. Venga hoy tren cuarto pasadas las diez si puede alcanzarlo. Puedo
recibirlo en cualquier momento que usted llegue.
WILLHELMINA HARKER
Del diario de Mina Harker
25 de septiembre. No puedo evitar sentirme terriblemente ansiosa a medida que se acerca
la hora de la visita del doctor van Helsing, pues espero que me iluminará sobre la triste
experiencia de Jonathan; y como él ha atendido a la pobre Lucy en su última enfermedad,
me puede contar muchas cosas acerca de ella. Esa es la razón por la que viene; es debido
a Lucy y a su sonambulismo, y no acerca de Jonathan. ¡Entonces nunca sabré la verdadera
realidad! ¡Qué tonta soy! Ese horroroso diario se apodera de mi imaginación y tiñe todo con
algo de su propio color. Por supuesto que es algo acerca de Lucy. La enfermedad le volvió
a la pobrecita, y la terrible noche en el acantilado debe haberla enfermado. Debido a
todos los asuntos que tengo entre manos, ya casi había olvidado cómo había estado
enferma después. Ella debe haberle contado a él su aventura de sonámbula en el
acantilado, y que yo sabía todo acerca de ello; y ahora él quiere que yo le diga lo que sé,
de manera que él pueda entenderlo.
Espero haber obrado bien al no decirle nada a la señora Westenra; nunca me podría
perdonar a mí misma si algún acto mío, aunque fuese por descuido, le hubiese causado
daño a mi pobre Lucy. Espero, también, que el doctor van Helsing no me culpe a mí; he
tenido tantos problemas y tanta ansiedad últimamente, que siento no poder soportar más
de momento.

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Supongo que a todos nos hace bien llorar de vez en cuando... Las lágrimas limpian el
ambiente, así como la lluvia. Tal vez fue la lectura del diario de ayer lo que me inquietó, y
luego Jonathan se fue hoy por la mañana para no regresar durante un día entero y la
noche, siendo esta la primera vez que nos separamos desde nuestro casamiento.
Realmente espero que mi amado esposo pueda cuidarse, y que no ocurra nada que lo
intranquilice. Son las dos de la tarde, y el doctor estará por llegar. No le diré nada del
diario de Jonathan, a menos que él me lo pregunte. Celebro ahora haber pasado a
máquina mi diario, para que, en caso de que me pregunte algo sobre Lucy, yo pueda
entregárselo a él; eso ahorrará muchas preguntas.
Más tarde. Ha venido, y ya se fue. ¡Oh, qué encuentro más extraño, y cómo hace que
todo gire en mi cabeza! Me siento como si estuviera en un sueño.
¿Puede ser todo posible, o siquiera parte de ello? Si yo no hubiese leído primero el diario de
Jonathan, jamás habría aceptado ni siquiera una posibilidad... ¡Pobre, pobre querido
Jonathan! ¡Cómo debe haber sufrido! Quiera Dios que todo esto no lo vuelva a
intranquilizar. Yo trataré de salvarlo de ello, pero incluso puede ser un consuelo o ayuda
para él, aunque sea muy terrible y horroroso en sus consecuencias, el saber con certeza
que sus ojos, sus oídos y su cerebro no lo engañaron, y que todo es realidad.
Puede ser que sea la duda la que lo inquiete; que cuando la duda termine,
independientemente de la verdad, vigilia o sueño, estará más satisfecho y más capaz de
soportar la impresión. El doctor van Helsing debe ser un hombre bueno y además
inteligente, si es amigo de Arthur y del doctor Seward, y si ellos lo trajeron de Holanda
sólo para que cuidara a Lucy. Tengo la impresión, después de haberlo visto, de que
es bueno, amable y noble. Cuando regrese mañana, le preguntaré acerca de Jonathan; y
entonces, ojalá que toda esta tristeza y ansiedad nos conduzca a un desenlace feliz. Yo
solía pensar que me gustaban las entrevistas; el amigo de Jonathan en Las Noticias de
Exéter le dijo que la memoria era todo en un trabajo como ese; que uno debe ser capaz
de escribir exactamente casi todas las palabras que se dicen, aunque posteriormente
se tenga que refinar algo. Esta fue una entrevista rara; trataré de registrarla verbatim.
Eran las dos y media de la tarde cuando llamaron a la puerta. Hice de tripas corazón, y
esperé. Poco después Mary abrió la puerta y anunció: "El doctor van Helsing."
Me puse en pie e hice una inclinación de cabeza y él se acercó a mí; es un hombre de peso
medio, fornido, de hombros echados hacia atrás, pecho amplio y profundo y el cuello bien
asentado sobre el tronco tal como la cabeza sobre el cuello. Su cabeza me impresionó
inmediatamente como indicativa de fuerza de pensamiento e inteligencia; la cabeza es
noble, de regular tamaño, amplia, y ancha detrás de las orejas.
El rostro, afeitado, muestra un mentón duro y cuadrado, una boca larga, resuelta e
inquieta, una nariz de tamaño regular, más bien recta, pero con ventanas muy sensibles,
que parecen dilatarse a medida que caen las espesas cejas y que se aprieta la boca. La
frente es amplia y fina, levantándose al principio casi recta y luego echándose hacia atrás
sobre dos protuberancias muy separadas; es una frente en la que el pelo rojizo no puede
caer sobre ella, sino que naturalmente cae hacia atrás o hacia los lados. Los ojos azul
oscuro están muy separados, y son rápidos y tiernos o serios, según el estado de ánimo del
hombre. Me dijo:
-¿La señora Harker?
Incliné la cabeza, asintiendo.
-¿Fue usted la señorita Mina Murray?
Asentí nuevamente.
-Es a Mina Murray a quien vengo a ver; a la que fue amiga de la infortunada, querida Lucy
Westenra. Señora Mina, en nombre de la muerta vengo.
-Caballero -dije yo-, no puede usted tener mejor carta de presentación que haber sido
amigo y médico de Lucy Westenra.

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Y le extendí la mano. Él la tomó y dijo tiernamente:
-¡Oh, señora Mina!, yo sé que la amiga de esa pobre muchachita debe ser buena,
pero todavía tenía que saber...
Terminó su discurso haciendo una reverencia cortés. Yo le pregunté para qué me quería
ver, por lo que él comenzó de inmediato:
-He leído sus cartas a la señorita Lucy. Perdóneme, pero yo tenía que comenzar
las investigaciones en algún lado, y no había nadie a quien preguntar. Sé que usted estuvo
con ella en Whitby. Ella algunas veces llevó un diario, no necesita usted mirar
sorprendida, señora Mina; lo comenzó después de que usted se hubo venido y era una
imitación del suyo, y en ese diario ella rastrea por inferencia ciertas cosas relacionadas con
un sonambulismo, y anota que usted la salvó. Con gran perplejidad entonces yo vengo a
usted, y le pido, abusando de su mucha amabilidad, que me diga todo lo que pueda
recordar acerca de eso.
-Creo que le puedo decir a usted, doctor van Helsing, todo lo que sucedió.
-¡Ah! ¡Entonces usted tiene buena memoria para los hechos, para los detalles! No siempre
sucede lo mismo con todas las jóvenes.
-No, doctor, pero sucede que escribí todo lo que sucedía. Puedo mostrárselo, si usted
quiere.
-¡Oh, señora Mina, se lo agradezco mucho! Me honrará y me ayudará usted muchísimo.
No pude evitar la tentación de hacerle una broma; supongo que ese es el gusto de la
manzana original que todavía permanece en nosotras, de tal manera que le entregué el
diario estenográfico. Él lo tomó, haciendo una reverencia de agradecimiento, y me dijo:
-¿Puedo leerlo?
-Si usted quiere -le respondí, tan modestamente como pude.
Él lo abrió y durante un instante su rostro se fijó en el papel. Luego se puso en pie e
hizo una reverencia.
-¡Oh, usted es una mujer muy lista! -me dijo él-. Desde hace tiempo sabía que el señor
Jonathan era un hombre de muchos merecimientos; pero vea, su mujer no le va a la
zaga. ¿Y no me haría usted el honor de ayudarme a leer esto?
¡Ay! No sé taquigrafía.
Para aquel tiempo, ya mi broma había pasado, y me sentí casi avergonzada; de manera
que tomé la copia mecanográfica de mi cesto de costura, y se la entregué
-Perdóneme -le dije-, no pude evitarlo; pero yo había estado pensando que era algo acerca
de la querida Lucy que usted deseaba preguntarme, y para que usted no tenga que
esperar mucho tiempo, no de mi parte, sino porque yo sé que el tiempo debe ser
precioso para usted, he sacado una copia de esto a máquina para usted.
La tomó, y sus ojos brillaron.
-Es usted muy amable -dijo-. ¿Puedo leerlo ahora? Quizá me gustaría hacerle unas
preguntas después de haberlo leído.
-No faltaba más -le dije yo-, léalo todo mientras yo ordeno la comida; y luego me
puede usted preguntar lo que quiera, mientras comemos.
Hizo una reverencia y se acomodó en una silla, de espaldas a la luz, y se absorbió en los
papeles, mientras yo iba a ver cómo estaba la comida, principalmente para dejarlo leer a
sus anchas. Cuando regresé lo encontré caminando rápidamente de uno a otro lado del
cuarto, con el rostro todo encendido de emoción. Se dirigió rápidamente hacia mí y me
tomó ambas manos.
-¡Oh, señora Mina! -me dijo-, ¿cómo puedo decirle lo que le debo? Este papel es claro como
el sol. Me abre las puertas. Estoy aturdido, deslumbrado por tanta luz, y sin embargo,
unas nubes rondan siempre detrás de la luz. Pero eso usted no lo comprende; no lo
puede comprender. ¡Oh! Pero le estoy muy agradecido. Es usted una mujer muy lista.
Señora agregó esta vez con tono solemne-, si alguna vez Abraham van Helsing puede
hacer algo por usted o los suyos, espero que usted me lo comunique. Será un verdadero
placer y una dicha

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si puedo servirla a usted como amigo; como amigo, pero con todo lo que he sabido, todo lo
que puedo hacer, para usted y los que usted ama. Hay oscuridades en la vida y hay
claridades; usted es una de esas luces. Usted tendrá una vida feliz y una vida buena, y su
marido será bendecido en usted.
-Pero, doctor, usted me alaba demasiado, y no me conoce.
-¡No la conozco...! Yo, que ya soy un viejo, y toda mi vida he estudiado a hombres y
mujeres; yo, que he hecho del cerebro y de todo lo que con él se relaciona y de todo lo que
surge de él, mi especialidad. Y he leído su diario, que usted tan bondadosamente ha
escrito para mí, y que respira en cada línea veracidad. Yo, que he leído su carta tan
dulce para la pobre Lucy contándole de su casamiento y confiándole sus cuitas. ¡Cómo no la
voy a conocer! ¡Oh! señora Mina, las buenas mujeres dicen toda su vida, y día a día,
hora por hora y minuto a minuto, muchas cosas que los ángeles pueden leer; y nosotros
los hombres que deseamos saber tenemos dentro algo de ojos de ángel. Su marido es de
muy noble índole, y usted también es noble, pues confía, y la confianza no puede existir
donde hay almas mezquinas. Y su marido, dígame, ¿está bien? ¿Ya cesó la fiebre, y está
fuerte y contento?
Aquí vi yo una oportunidad para consultarlo acerca de Jonathan, por lo que dije:
-Ya casi se había alentado, pero se ha puesto muy inquieto por la muerte del señor
Hawkins.
El médico me interrumpió:
-¡Oh, sí! Ya lo sé. Leí sus últimas dos cartas. Yo
continué:
-Supongo que esto lo puso nervioso, pues cuando estuvimos el jueves en la ciudad
sufrió una especie de impresión.
-¡Un susto, y después de la fiebre cerebral tan cercana! Eso no es bueno.
¿Qué clase de susto fue?
-Pensó que vio a alguien que le recordaba cosas terribles; acontecimientos que le
causaron la fiebre cerebral.
Y al decir aquello toda la historia pareció sobrecogerme repentinamente. La lástima por
Jonathan, el horror que había experimentado, todo el aterrador misterio de su diario, y
el temor que me había estado rondando desde entonces, todo se me representó en
tumulto. Supongo que yo estaba histérica, pues caí de rodillas y levanté mis dos
manos hacia él, implorándole que curara a mi marido y lo dejara sano otra vez.
Él me tomó de las manos y me levantó, y me hizo sentarme en el sofá, sentándose él a mi
lado; me sujetó las manos en las suyas, y me dijo con una indecible ternura:
-Mi vida es yerma y solitaria, y tan llena de trabajo que no he tenido mucho tiempo para la
amistad, pero desde que he sido llamado aquí por mi amigo John Seward he llegado a
conocer a tanta gente buena, y he visto tanta nobleza que siento más que nunca, y esto ha
ido creciendo al avanzar mis años, la soledad de mi vida. Créame, entonces, que yo vengo
aquí lleno de respeto por usted, y usted me ha dado esperanza... Esperanza, no de lo que
yo estoy buscando, sino de que todavía quedan mujeres buenas para hacer la vida feliz...
Mujeres buenas, cuyas vidas y cuyas verdades pueden ser buenas lecciones para los
hombres del mañana. Estoy muy contento de poderle ser útil a usted, pues si su marido
sufre, sufre dentro de los dominios de mis estudios y experiencias. Le prometo a usted que
haré con gusto todo lo que pueda por él; todo lo que pueda por hacer su vida más fuerte, y
que también la vida de usted sea feliz. Ahora debe usted comer. Está usted agotada y tal
vez emocionada. A su esposo no le gustará verla pálida; y lo que no le gusta de la que
ama, no es bueno para él. Por lo tanto, por amor a él debe usted comer y sonreír. Ya me lo
ha dicho usted todo acerca de Lucy, así es que ahora no hablaremos sobre ello, pues puede
molestarla. Me quedaré esta noche en Exéter, pues quiero pensar mucho sobre lo que
usted me dijo, y cuando haya pensado le haré a usted preguntas, si me lo permite. Y
luego, también me contará usted los problemas

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de su esposo tanto como pueda, pero todavía no. Ahora debe comer; después hablaremos
largo y tendido.
Después de la comida, cuando ya habíamos regresado a la sala, me dijo:
-Y ahora, cuénteme acerca de él.
En el momento en que iba a comenzar a hablarle a este gran hombre, empecé a sentir
miedo de que creyese que yo era una tontuela y Jonathan un loco (siendo su diario
tan extraordinariamente extraño), y por un momento dudé cómo proseguir. Pero él fue
muy dulce y amable, y me había prometido tratar de ayudarme, por lo que tuve confianza
en él, y le dije:
-Doctor van Helsing, lo que yo tengo que decirle a usted es muy raro, pero usted no debe
reírse de mí ni de mi marido. Desde ayer he estado en una especie de fiebre de
incertidumbre; debe tener usted paciencia conmigo, y no creer que soy tonta por haber
creído algunas cosas muy raras.
Él me volvió a tranquilizar con sus maneras y sus palabras cuando dijo:
-¡Oh, mi querida amiga!, si usted supiera qué raro es el asunto por el cual yo estoy aquí,
entonces sería usted la que reiría. He aprendido a no pensar mal de las creencias de
cualquiera, por más extrañas que sean. He tratado de mantener una mente abierta; y no
son las cosas ordinarias de la vida las que pueden cerrarla, sino las cosas extrañas; las
cosas extraordinarias, las cosas que lo hacen dudar a uno si son locura o realidad.
-¡Gracias, gracias, mil veces gracias! Me ha quitado usted un peso de la mente. Si usted
me lo permite, yo le daré un papel para que lo lea. Es largo, pero lo he mecanografiado. En
él está descrito mi problema y el de Jonathan. Es una copia del diario que llevó mientras
estuvo fuera del país y de todo lo que sucedió. No me atrevo a decir nada de él. Usted debe
leerlo por su cuenta y juzgar. Y después de que lo haya visto, tal vez sea usted tan amable
de decirme lo que piensa acerca de él.
-Lo prometo -me dijo, al tiempo que yo le entregaba los papeles-; en la misma mañana,
tan pronto como pueda, vendré a verla a usted y a su marido, si me lo permite.
-Jonathan estará aquí a las once y media, y usted debe venir a comer con nosotros y verlo
a él entonces; podría usted tomar el tren rápido de las 3:34, que lo dejará en
Paddington antes de las ocho.
Se quedó sorprendido sobre mi conocimiento del horario de trenes, pero no sabe que he
aprendido de memoria todos los trenes que salen y llegan a Exéter, de manera que
pueda ayudarle a Jonathan en caso de que él tenga prisa.
Así es que tomó los papeles consigo y se fue, y yo estoy sentada pensando... Pensando no
sé qué.
Carta (manuscrita) de van Helsing a la señora Harker
25 de septiembre, 6 de la tarde
"Querida señora Mina:
"He leído el maravilloso diario de su marido. Usted puede dormir sin duda.
¡Extraño y terrible como es, es verdad! Yo podría apostar mi vida a ello. Puede ser peor
para otros; pero para usted y él no hay amenaza. Él es un tipo muy noble; y permítame
decirle, por la experiencia de hombres, que uno que hiciera como hizo él bajando por la
pared y entrando por ese cuarto (¡ay!, y entrando por segunda vez), no es alguien que
pueda ser perjudicado permanentemente por una impresión. Su cerebro y su corazón están
muy bien; esto lo juro, antes de siquiera haberlo visto; por lo tanto, tranquilícese.
Tendré muchas preguntas que hacerle sobre otras cosas. Estoy muy contento de poder
llegar hoy a verlos, pues de golpe he aprendido tantas cosas que otra vez estoy
deslumbrado... Deslumbrado más que nunca, y debo pensar.
"Su fiel servidor,
ABRAHAM VAN HELSING
"
Carta de la señora Harker al doctor van Helsing
25 de septiembre, 6:30 p. m. "Mi
querido doctor van Helsing:

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"Mil gracias por su amable carta, que me ha quitado un gran peso de la mente. Y sin
embargo, a decir verdad, qué cosas más terribles hay en el mundo, y qué cosas más
horrorosas si ese hombre, ese monstruo, está realmente en Londres. Temo pensarlo. En
estos momentos, mientras escribía, he recibido una llamada de Jonathan, diciéndome que
sale de Launceston con el tren de las 6:25 hoy por la noche, y que estará aquí a las
10:18 para que yo no tenga miedo por la noche. Entonces, ¿podría usted en vez, de venir a
comer con nosotros mañana, pasar a desayunarse a las ocho de la mañana si no es muy
temprano para usted? Si tiene prisa, puede irse con el tren de las 10:30, que lo dejará en
Paddington a las 2:35. No me conteste ésta, pues en caso de que no tenga noticias de
usted sabré que vendrá a desayunarse con nosotros.
"Quedo de usted, su fiel y agradecida amiga, MINA
HARKER"
Del diario de Jonathan Harker
26 de septiembre. Yo creí que nunca volvería a escribir en este diario, pero ha llegado la
hora. Cuando llegué a casa anoche, Mina ya había preparado la cena, y cuando terminamos
de cenar me refirió la visita de van Helsing y de que le había entregado a él copias
mecanográficas de los dos diarios, y de que había estado muy preocupada por mí. Me
mostró que en la carta del doctor se aseguraba que todo lo que yo había escrito era
verdad. Me parece que eso ha hecho un nuevo hombre de mí. Lo que verdaderamente me
atormentaba era la duda acerca de la realidad de todo el asunto.
Me sentía impotente, en la oscuridad, y desconfiado. Pero ahora, ahora que sé, no le
tengo miedo ni siquiera al conde. Ha logrado, a pesar de todo, realizar sus designios de
llegar a Londres, y seguramente fue a él a quien
vi. Ha rejuvenecido, pero, ¿cómo? Van Helsing es el hombre que puede desenmascararlo y
perseguirlo si es como Mina me lo ha descrito. Estuvimos despiertos hasta muy tarde y
hablamos sobre todo esto. Mina se está vistiendo y yo iré dentro de unos minutos al hotel,
a buscar al doctor.
Creo que se asombró de verme. Cuando entré en la habitación en que se encontraba y me
presenté, me tomó por un hombro, volvió mi cabeza hacia la luz, y dijo, después de un
detenido escrutinio:
-Pero la señora Mina me dijo que usted estaba enfermo y bajo una fuerte impresión.
Fue muy divertido oír que este anciano de rostro fuerte y amable llamara a mi esposa
"señora Mina". Sonreí, y le dije:
-Estaba enfermo, y tuve una fuerte impresión: pero usted ya me curó.
-¿Y cómo?
-Mediante su carta a Mina, anoche. Yo sentía incertidumbre, y entonces todo tomaba un
halo de sobrenaturalidad, y yo no sabía en qué confiar; ni siquiera en la evidencia de mis
sentidos. No sabiendo en qué confiar, no sabía tampoco qué hacer; y entonces sólo podía
mantenerme trabajando en lo que hasta aquí había sido la rutina de mi vida. La rutina cesó
de serme útil, y yo desconfié de mí mismo. Doctor, usted no sabe lo que es dudar de todo;
incluso de uno mismo. No, usted no lo sabe, usted no podría saberlo con esas cejas
que tiene.
Pareció complacido, y rió mientras dijo:
-¡Así es que usted es un fisonomista! Cada hora que pasa aprendo algo más aquí.
Voy a desayunarme con ustedes con mucho gusto, y, ¡oh, señor!, usted
permitirá una alabanza de un viejo como yo, pero usted tiene una mujer que es una
bendición.
Yo escucharía alabanzas de él para Mina durante un día entero, por lo que simplemente
hice un movimiento con la cabeza y guardé silencio.
-Ella es una de las mujeres de Dios, confeccionadas por sus propias manos para
mostrarnos a los hombres y a otras mujeres que existe un cielo en donde podemos entrar,
y que su luz puede estar aquí en la tierra. Tan veraz, tan dulce, tan noble, tan
desinteresada, y eso, permítame decirle a usted, es

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mucho en esta edad tan escéptica y egoísta. Y usted, señor, he leído todas las cartas
para la pobre señorita Lucy, y algunas de ellas hablan de usted, de tal manera que por
medio del conocimiento de otros lo conozco a usted desde hace algunos días; pero he
conocido su verdadera personalidad desde anoche. Me dará usted su mano, ¿verdad que
sí? Y seamos amigos para toda la vida.
Nos estrechamos las manos, y él se comportó tan serio y tan amable que por un momento
me sentí sofocado.
-Y ahora -dijo él-, ¿podría pedirle un poco de ayuda más? Tengo que llevar a cabo una gran
tarea, y al principio debo saber algo más. En eso me puede ayudar usted. ¿Puede usted
decirme qué pasó antes de irse usted a Transilvania? Más tarde puede ser que le pida más
ayuda, de diferente índole; pero de momento con esto bastará.
-Mire, un momento, señor -le dije-, ¿lo que usted tiene que hacer está relacionado con el
conde?
-Lo está -me dijo solemnemente.
-Entonces estoy con usted en cuerpo y alma. Como va a partir en el tren de las 10: 30
no tendrá usted tiempo para leerlos, pero le traeré el rollo de papeles. Puede llevárselos y
leerlos en el tren durante el viaje.
Después del desayuno lo acompañé a la estación. Cuando nos estábamos despidiendo, dijo:
-Tal vez vendrá usted a la ciudad cuando yo lo llame, y traiga también a la señora Mina.
-Ambos llegaremos cuando usted nos lo pida.
Yo le había comprado los periódicos de la mañana y los periódicos de Londres de la noche
anterior, mientras hablábamos por la ventanilla del coche, esperando que el tren partiera;
él comenzó a hojearlos. Sus ojos parecieron repentinamente captar algo en uno de ellos: La
Gaceta de Westminster; yo lo reconocí por el color, y se puso bastante pálido. Leyó algo
intensamente murmurando para sí mismo: "¡Mein Gott! ¡Mein Gott! ¡Tan pronto! ¡Tan
pronto!" No creo que se acordase de mí en esos momentos. En esos mismos instantes sonó
el silbato y el tren arrancó. Esto pareció volverlo en sí, y se inclinó por la ventanilla
agitando su mano y gritando: "Recuerdos a la señora Mina; escribiré tan pronto como me
sea posible."
Del diario del doctor Seward
26 de septiembre. Verdaderamente no hay cosa que sea definitiva. No ha pasado una
semana desde que dije "Finis", y aquí estoy comenzando de nuevo, o más bien,
continuando mi antiguo registro. Hasta esta tarde no tenía ningún motivo para
pensar en lo que estoy haciendo. Renfield se había vuelto, contra todos los pronósticos,
tan cuerdo como siempre. Ya estaba muy adelantado en su negocio de las moscas, y
había comenzado en la línea de las arañas; de tal manera que no me había causado
ninguna molestia. Recibí una carta de Arthur escrita el domingo, y por el contenido de ella
me parece que lo está soportando muy bien. Quincey Morris está con él y eso le ayuda
mucho, Pues él mismo es una burbujeante fuente de buen humor. Quincey también me
escribió una línea, y por él sé que Arthur está recobrando algo de su antigua animación;
por lo que respecta a ellos, pues, mi mente está tranquila. En cuanto a mí mismo, me
estaba acomodando en el trabajo con el entusiasmo que solía tener por él, por lo que bien
pude haber dicho que la herida causada por la desaparición de la pobre Lucy había
comenzado a cicatrizar. Sin embargo, todo se ha vuelto a abrir nuevamente; y cómo irá a
terminar, es cosa que sólo Dios sabe. Tengo la vaga impresión de que van Helsing también
cree que sabe algo, pero no deja entrever más que lo suficiente para estimular la
curiosidad. Ayer fue a Exéter, y se quedó allí por la noche. Regresó hoy, y casi saltó a mi
cuarto como a las cinco y media poniendo en mis manos la Gaceta de Westminster de
anoche.
-¿Qué piensa usted de eso? -me preguntó, mientras se retiraba y se cruzaba de brazos.

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Miré el periódico, pues realmente no sabía qué me quería decir; pero él me lo quitó y
señaló unos párrafos acerca de algunos niños que habían sido atraídos con engaños en
Hampstead. La noticia no me dio a entender mucho, hasta que llegué a un pasaje donde
describía pequeñas heridas de puntos en sus gargantas. Una idea me pasó por la mente, y
alcé la vista.
-¿Bien? -dijo él.
-Son como las de la pobre Lucy.
-¿Y qué saca en conclusión de ello?
-Simplemente que hay alguna causa común. Aquello que la hirió a ella los ha herido a
ellos.
No comprendí del todo su respuesta.
-Eso es verdad indirectamente, pero no directamente.
-¿Qué quiere decir con eso, profesor? -le pregunté yo. Estaba un tanto inclinado a tomar en
broma su seriedad, pues, después de todo, cuatro días de descanso y libertad de la
ansiedad horripilante y agotadora, le ayudan a uno a recobrar el buen ánimo. Pero cuando
vi su cara, me ensombrecí. Nunca; ni siquiera en medio de nuestra desesperación por la
pobre Lucy, había puesto expresión tan seria.
-¿Cómo? -le dije yo-. No puedo aventurar opiniones. No sé qué pensar, y no tengo ningún
dato sobre el que fundar una conjetura.
-¿Quiere usted decirme, amigo John, que usted no tiene ninguna sospecha del motivo por
el cual murió la pobre Lucy; no la tiene después de todas las pistas dadas, no sólo por los
hechos sino también por mí?
-De postración nerviosa, a consecuencia de una gran pérdida o desgaste de sangre.
-¿Y cómo se perdió o gastó la sangre?
Yo moví la cabeza. El maestro se acercó a mí y se sentó a mi lado.
-Usted es un hombre listo, amigo John; y tiene un ingenio agudo, pero tiene también
demasiados prejuicios. No deja usted que sus ojos vean y que sus oídos escuchen, y
lo que está más allá de su vida cotidiana no le interesa.
¿No piensa usted que hay cosas que no puede comprender, y que sin embargo existen?
¿Qué algunas personas pueden ver cosas y que otras no pueden? Pero hay cosas antiguas y
nuevas que no deben contempladas por los ojos de los hombres, porque ellos creen o
piensan creer en cosas que otros hombres les han dicho. ¡Ah, es error de nuestra ciencia
querer explicarlo todo! Y si no puede explicarlo, dice que no hay nada que explicar. Pero
usted ve alrededor de nosotros que cada día crecen nuevas creencias, que se consideran a
sí mismas nuevas, y que sin embargo son las antiguas, que pretenden ser jóvenes como las
finas damas en la ópera. Yo supongo que usted no cree en la transferencia corporal. ¿No?
Ni en la materialización. ¿No? Ni en los cuerpos astrales. ¿No? Ni en la lectura del
pensamiento. ¿No? Ni en el hipnotismo...
-Sí -dije yo-. Charcot ha probado esto último bastante bien. Mi maestro
sonrió, al tiempo que continuaba:
-Entonces usted está satisfecho en cuanto a eso. ¿Sí? Y por supuesto, entonces
usted entiende cómo actúa y puede seguir la mente del gran Charcot.
¡Lástima que ya no viva! Estaba dentro del alma misma del paciente que él trataba. ¿No?
Entonces, amigo John, debo deducir que usted simplemente acepta los hechos, y se
satisface en dejar completamente en blanco desde la premisa hasta la conclusión. ¿No?
Entonces, dígame, pues soy un estudioso del cerebro, ¿cómo acepta usted el
hipnotismo y rechaza la lectura del pensamiento? Permítame decirle, mi amigo, que hay
actualmente cosas en las ciencias físicas que hubieran sido consideradas impías por el
mismo hombre que descubrió la electricidad, quien a su vez no hace mucho tiempo habría
podido ser quemado por hechicero. Siempre hay misterios en la vida. ¿Por qué vivió
Matusalén novecientos años, y el "Old Parr" ciento sesenta y nueve, y sin embargo esa
pobre Lucy, con la sangre de cuatro hombres corriéndole en las venas no pudo vivir ni
un día? Pues, si hubiera vivido un día más, la habríamos podido salvar. ¿Conoce usted
todos los misterios de la vida y de la

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muerte? ¿Conoce usted toda la anatomía comparada para poder decir por qué las
cualidades de los brutos se encuentran en algunos hombres, y en otros no?
¡Puede usted decirme por qué, si todas las arañas se mueren pequeñas y rápidamente, por
qué esa gran araña vivió durante siglos en la torre de una vieja iglesia española, y creció,
hasta que al descender se podía beber el aceite de todas las lámparas de la iglesia? ¿Puede
usted decirme por qué en las pampas, ¡oh!, y en muchos otros lugares, existen murciélagos
que vienen durante la noche y abren las venas del ganado y los caballos para chuparlos y
secarles las venas? ¿Cómo en algunas islas de los mares occidentales hay murciélagos que
cuelgan todo el día de los árboles, y que los que los han visto los describen como nueces
o vainas gigantescas, y que cuando los marinos duermen sobre cubierta, debido a que
está muy caliente, vuelan sobre ellos y entonces en la mañana se encuentran sus
cadáveres, tan blancos como el de la señorita Lucy?
-¡Santo Dios, profesor! -dije yo, poniéndome en pie-. ¿Quiere usted decirme que Lucy fue
mordida por un murciélago de esos, y que una cosa semejante a ésa está aquí en
Londres, en el siglo XIX?
Movió la mano, pidiéndome silencio, y continuó:
-¿Puede usted decirme por qué una tortuga vive mucho más tiempo que muchas
generaciones de hombres? ¿Por qué el elefante sigue viviendo hasta que ha visto
dinastías, y por qué el loro nunca muere si no es de la mordedura de un gato o un perro, u
otro accidente? ¿Puede usted decirme por qué en todas las edades y lugares los hombres
creen que hay unos hombres que viven si se les permite, es decir, que hay unos
hombres y mujeres que no mueren de muerte natural? Todos sabemos, porque la
ciencia ha atestiguado el hecho, que algunos sapitos han estado encerrados en
formaciones rocosas durante miles de años, en un pequeño agujero que los ha sostenido
desde los primeros años del mundo. ¿Puede usted decirme cómo el faquir hindú
puede dejarse morir y enterrar, y sellar su tumba plantando sobre ella maíz, y que el
maíz madure y se corte y desgrane y se siembre y madure y se corte otra vez, y que
entonces los hombres vengan y retiren el sello sin romper y que ahí se encuentre el
faquir hindú, no muerto, sino que se levante y camine entre ellos como antes? Y al llegar
aquí lo interrumpí. Me estaba descontrolando; de tal manera estaba amontonando en
mi mente su lista de todas las excentricidades e imposibilidades "posibles" que mi
imaginación parecía haber cogido fuego. Tuve la vaga idea de que me estaba dando
alguna clase de lección, como solía hacerlo hacía algún tiempo en su estudio en
Ámsterdam; pero él solía decirme la cosa de manera que yo pudiera tener el objeto en la
mente todo el tiempo. Mas ahora yo estaba sin esta ayuda, y sin embargo lo quería
seguir, por lo que dije:
-Maestro, permítame que sea otra vez su discípulo predilecto. Dígame la tesis, para
que yo pueda aplicar su conocimiento a medida que usted avanza. De momento voy de
un punto a otro como un loco, y no como un cuerdo que sigue una idea. Me siento como un
novicio dando traspiés a través de un pantano envuelto en la niebla, saltando de un
matorral a otro en el esfuerzo ciego de andar sin saber hacia dónde voy.
-Esa es una buena imagen -me dijo él-. Bien, se lo diré a usted. Mi tesis es esta: yo quiero
que usted crea.
-¿Qué crea qué?
-Que crea en cosas que no pueden ser. Permítame que lo ilustre. Una vez escuché a un
norteamericano que definía la fe de esta manera: "Es esa facultad que nos permite
creer en lo que nosotros sabemos que no es verdad." Por una vez, seguí a ese hombre. Él
quiso decir que debemos tener la mente abierta, y no permitir que un pequeño pedazo de
la verdad interrumpa el torrente de la gran verdad, tal como una piedra puede hacer
descarrilar a un tren. Primero obtenemos la pequeña verdad. ¡Bien! La guardamos y la
evaluamos; pero al mismo tiempo no debemos permitir que ella misma se crea toda la
verdad del universo.

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-Entonces, usted no quiere que alguna convicción previa moleste la receptividad de mi
mente en relación con algo muy extraño. ¿Interpreto bien su lección?
-¡Ah! Usted todavía es mi alumno favorito. Vale la pena enseñarle. Ahora que está deseoso
de entender, ha dado el primer paso para entender. ¿Piensa usted que esos pequeños
agujeros en las gargantas de los niños fueron hechos por lo mismo que hizo los orificios en
la señorita Lucy?
-Así lo supongo.
Se puso en pie y dijo solemnemente:
-Entonces, se equivoca usted. ¡Oh, que así fuera! ¡Pero no lo es! Es mucho peor, mucho,
pero mucho peor.
-En nombre de Dios, profesor van Helsing, ¿qué es lo que usted quiere decir? Se dejó caer
con un gesto de desesperación en una silla, y puso sus codos sobre la mesa cubriéndose
el rostro con las manos al hablar.
-¡Fueron hechos por la señorita Lucy!.

XV.- EL DIARIO DEL DOCTOR SEWARD (continuación)

Por un momento me dominó una fuerte cólera; fue como si en vida hubiese abofeteado a
Lucy. Golpeé fuertemente la mesa y me puse en pie al mismo tiempo que le decía:
-Doctor van Helsing, ¿está usted loco?
Él levantó la cabeza y me miró: la ternura que reflejaba su rostro me calmó de
inmediato.
-¡Me gustaría que así fuera! -dijo él-. La locura sería más fácil de soportar comparada con
verdades como esta. ¡Oh, mi amigo!, ¿por qué piensa que yo di un rodeo tan grande?
¿Por qué tomé tanto tiempo para decirle una cosa tan simple? ¿Es acaso porque lo odio y lo
he odiado a usted toda mi vida? ¿Es porque deseaba causarle daño? ¿Era porque yo quería,
ahora, después de tanto tiempo, vengarme por aquella vez que usted salvó mi vida, y de
una muerte terrible? ¡Ah! ¡No!.
-Perdóneme -le dije yo. Mi
maestro continuó:
-Mi amigo, fue porque yo deseaba ser cuidadoso en darle la noticia, porque yo sé que usted
amó a esa niña tan dulce. Pero aun ahora no espero que usted me crea. Es tan difícil
aceptar de golpe cualquier verdad muy abstracta, ya que nosotros podemos dudar que sea
posible si siempre hemos creído en su imposibilidad..., y es todavía más difícil y duro
aceptar una verdad concreta tan triste, y de una persona como la señorita Lucy. Hoy por la
noche iré a probarlo. ¿Se atreve a venir conmigo?
Esto me hizo tambalear. Un hombre no gusta que le prueben tales verdades; Byron
decía de los celos: "Y prueban la verdad pura de lo que más aborrecía." Él vio mi indecisión,
y habló:
-La lógica es simple, aunque esta vez no es lógica de loco, saltando de un montecillo a otro
en un pantano con niebla. Si no es verdad, la prueba será un alivio; en el peor de los
casos, no hará ningún daño. ¡Si es verdad...!
¡Ah!, ahí está la amenaza. Sin embargo, cada amenaza debe ayudar a mi causa, pues en
ella hay necesidad de creer. Venga; le digo lo que me propongo: primero, salimos ahora
mismo y vamos a ver al niño al hospital. El doctor Vincent, del Hospital del Norte, donde el
periódico dice que se encuentra el niño, es un amigo mío, y creo que de usted también, ya
que estudió con él en Ámsterdam. Permitirá que dos científicos vean su caso, si no quiere
que lo hagan dos amigos. No le diremos nada, sino sólo que deseamos aprender. Y
entonces...
-¿Y entonces?
Sacó una llave de su bolsillo y la sostuvo ante mí.

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-Entonces, pasamos la noche, usted y yo, en el cementerio donde yace Lucy. Esta es la
llave que cierra su tumba. Me la dio el hombre que hizo el féretro, para que se la
diera a Arthur.
Mi corazón se encogió cuando sentí que una horrorosa aventura parecía estar ante
nosotros. Sin embargo, no podía hacer nada, así es que hice de tripas corazón y dije que
sería mejor darnos prisa, ya que la tarde estaba pasando...
Encontramos despierto al niño. Había dormido y había comido algo, y en conjunto iba
mejorando notablemente. El doctor Vincent retiró la venda de su garganta y nos mostró los
puntos. No había ninguna duda con su parecido de aquellos que habían estado en la
garganta de Lucy. Eran más pequeños, y los bordes parecían más frescos; eso era todo. Le
preguntamos a Vincent a qué los atribuía, y él replicó que debían ser mordiscos de algún
animal; tal vez de una rata; pero se inclinaba a pensar que era uno de uno de esos
murciélagos que eran tan numerosos en las alturas del norte de Londres.
-Entre tantos inofensivos -dijo él-, puede haber alguna especie salvaje del sur de algunos
tipos más malignos. Algún marinero pudo haberlo llevado a su casa, y puede habérsele
escapado; o incluso algún polluelo puede haberse salido de los jardines zoológicos, o
alguno de los de ahí puede haber sido creado por un vampiro. Estas cosas suceden; ¿saben
ustedes?, hace sólo diez días se escapó un lobo, y creo que lo siguieron en esta
dirección. Durante una semana después de eso, los niños no hicieron más que jugar a
"Caperucita Roja" en el Brezal y en cada callejuela del lugar hasta que el espanto de
esta "dama fanfarrona" apareció. Desde entonces se han divertido mucho. Hasta este pobre
pequeñuelo, cuando despertó hoy, le preguntó a una de las enfermeras si podía irse.
Cuando ella le preguntó por qué quería irse, él dijo que quería ir a jugar con la "dama
fanfarrona"
-Espero -dijo van Helsing- que cuando usted envíe a este niño a casa tomará sus
precauciones para que sus padres mantengan una estricta vigilancia sobre él. Dar libre
curso a estas fantasías es lo más peligroso; y si el niño fuese a permanecer otra noche
afuera, probablemente sería fatal para él. Pero en todo caso supongo que usted no lo
dejará salir hasta dentro de algunos días,
¿no es así?
-Seguramente que no; permanecerá aquí por lo menos una semana; más tiempo si la
herida todavía no le ha sanado.
Nuestra visita al hospital se prolongó más tiempo del que habíamos previsto, y antes de
que saliéramos el sol ya se había ocultado. Cuando van Helsing vio que estaba oscuro, dijo:
-No hay prisa. Es más tarde de lo que yo creía. Venga; busquemos algún lugar donde
podamos comer, y luego continuaremos nuestro camino.
Cenamos en el Castillo de Jack Straw, junto con un pequeño grupo de ciclistas y otros que
eran alegremente ruidosos. Como a las diez de la noche, salimos de la posada.
Ya estaba entonces bien oscuro, y las lámparas desperdigadas hacían la oscuridad aún
mayor una vez que uno salía de su radio individual. El profesor había evidentemente
estudiado el camino que debíamos seguir, pues continuó con toda decisión; en cambio, yo
estaba bastante confundido en cuanto a la localidad. A medida que avanzamos fuimos
encontrando menos gente, hasta que finalmente nos sorprendimos cuando encontramos
incluso a la patrulla de la policía montada haciendo su ronda suburbana normal. Por último,
llegamos a la pared del cementerio, la cual escalamos. Con alguna pero no mucha dificultad
(pues estaba oscuro, y todo el lugar nos parecía extraño) encontramos la cripta de los
Westenra. El profesor sacó la llave, abrió la rechinante puerta y apartándose cortésmente,
pero sin darse cuenta, me hizo una seña para que pasara adelante. Hubo una deliciosa
ironía en este ademán; en la amabilidad de ceder el paso en una ocasión tan lúgubre. Mi
compañero me siguió inmediatamente y cerró la puerta con cuidado, después de ver que el
candado estuviera abierto y no cerrado. En este último caso hubiésemos estado en un

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buen lío. Luego, buscó a tientas en su maletín, y sacando una caja de fósforos y
un pedazo de vela, procedió a hacer luz. La tumba, durante el día y cuando estaba
adornada con flores frescas, era ya suficientemente lúgubre; pero ahora, algunos días
después, cuando las flores colgaban marchitas y muertas, con sus pétalos mustios y sus
cálices y tallos pardos; cuando la araña y el gusano habían reanudado su acostumbrado
trabajo; cuando la piedra descolorida por el tiempo, el mortero cubierto de polvo, y el
hierro mohoso y húmedo, y los metales empañados, y las sucias filigranas de plata
reflejaban el débil destello de una vela, el efecto era más horripilante y sórdido de lo que
puede ser imaginado.
Irresistiblemente pensé que la vida, la vida animal, no era la única cosa que pasaba y
desaparecía.
Van Helsing comenzó a trabajar sistemáticamente. Sosteniendo su vela de manera que
pudiera leer las inscripciones de los féretros, y sosteniéndola de manera que el esperma de
ballena caía en blancas gotas que se congelaban al tocar el metal, buscó y encontró el
sarcófago de Lucy. Otra búsqueda en su maletín, y sacó un destornillador.
-¿Qué va a hacer? -le pregunté.
-Voy a abrir el féretro. Entonces estará usted convencido.
Sin perder tiempo comenzó a quitar los tornillos y finalmente levantó la tapa, dejando
al descubierto la cubierta de plomo bajo ella. La vista de todo aquello casi fue demasiado
para mí. Me parecía que era tanto insulto para la muerta como si se le hubiesen quitado
sus vestidos mientras dormía estando viva; de hecho le sujeté la mano y traté de
detenerlo. Él sólo dijo: "Verá usted", y buscando a tientas nuevamente en su maletín sacó
una pequeña sierra de calados. Atravesando un tornillo a través del plomo mediante
un corto golpe hacia abajo, cosa que me estremeció, hizo un pequeño orificio que, sin
embargo, era suficientemente grande para admitir la entrada de la punta de la sierra. Yo
esperé una corriente de gas del cadáver de una semana. Los médicos, que tenemos
que estudiar nuestros peligros, nos tenemos que acostumbrar a tales cosas, y yo retrocedí
hacia la puerta. Pero mi maestro no se detuvo ni un momento; aserró unos sesenta
centímetros a lo largo de uno de los costados del féretro, y luego a través y luego por el
otro lado hacia abajo. Tomando luego el borde de la pestaña suelta, lo dobló hacia atrás en
dirección a los pies del féretro, y sosteniendo la vela en la abertura me indicó que echara
una mirada.
Me acerqué y miré. El féretro estaba vacío.
Ciertamente me causó una gran sorpresa, y me dio una fuerte impresión; pero van Helsing
permaneció inmóvil. Ahora estaba más seguro que antes sobre lo que hacía, y más
decidido a proseguir su tarea.
-¿Está usted ahora satisfecho, amigo John? -me preguntó.
Yo sentí que toda la rebeldía agazapada de mi carácter se despertaba dentro de mí, y le
respondí:
-Estoy satisfecho de que el cuerpo de Lucy no está en el féretro; pero eso sólo prueba una
cosa...
-¿Y qué es lo que prueba, amigo John?.
-Que no está ahí.
-Eso es buena lógica -dijo él-, hasta cierto punto. Pero, ¿cómo puede usted explicarse que
no esté ahí?
-Tal vez un ladrón de cadáveres -sugerí yo-. Alguno de los empleados del empresario de
pompas fúnebres pudo habérselo robado.
Yo sentí que estaba diciendo tonterías, y sin embargo, aquella fue la única causa real que
pude sugerir. El profesor suspiró.
-¡Ah! Debemos tener más pruebas. Venga conmigo, John.
Cerró otra vez la tapa del féretro, recogió todas sus cosas y las metió en el maletín, apagó
la luz y colocó la vela en el mismo lugar de antes. Abrimos la puerta y salimos. Detrás de
nosotros cerró la puerta y le echó llave. Me entregó la llave, diciendo:

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-¿Quiere guardarla usted? Sería mejor que estuviese bien guardada.
Yo reí, con una risa que me veo obligado a decir que no era muy alegre, y le hice señas
para que la guardara él.
-Una llave no es nada -le dije-, puede haber duplicados; y de todas maneras, no es muy
difícil abrir un candado de esa clase.
Mi maestro no dijo nada, sino que guardó la llave en su bolsillo. Luego me dijo que vigilara
un lado del cementerio mientras él vigilaba el otro. Ocupé mi lugar detrás de un árbol de
tejo, y vi su oscura figura moviéndose hasta que las lápidas y los árboles lo ocultaron a mi
vista.
Fue una guardia muy solitaria. Al poco rato de estar en mi lugar escuché un reloj distante
que daba las doce, y a su debido tiempo dio la una y las dos. Yo estaba tiritando de frío,
muy nervioso, y enojado con el profesor por llevarme a semejante tarea y conmigo mismo
por haber acudido. Estaba demasiado frío y demasiado adormilado para mantener una
aguda observación, pero no estaba lo suficientemente adormilado como para traicionar la
confianza del maestro; en resumen, pasé un largo rato muy desagradable.
Repentinamente, al darme vuelta, pensé ver una franja blanca moviéndose entre dos
oscuros árboles de tejo, en el extremo más lejano de la tumba al otro lado del
cementerio; al mismo tiempo, una masa oscura se movió del lado del profesor y se
apresuró hacia ella. Luego yo también caminé: pero tuve que dar un rodeo por unas lápidas
y unas tumbas cercadas, y tropecé con unas sepulturas. El cielo estaba nublado, y en algún
lugar lejano un gallo tempranero lanzó su canto. Un poco más allí, detrás de una línea de
árboles de enebros, que marcaban el sendero hacia la iglesia, una tenue y blanca figura se
apresuraba en dirección a la tumba. La propia tumba estaba escondida entre los
árboles, y no pude ver donde desapareció la figura. Escuché el crujido de unos pasos
sobre las hojas en el mismo lugar donde había visto anteriormente a la figura blanca, y
al llegar allí encontré al profesor sosteniendo en sus brazos a un niño tierno.
Cuando me vio lo puso ante mí, y me dijo:
-¿Está usted satisfecho ahora?
-No -dije yo en una manera que sentí que era agresiva.
-¿No ve usted al niño?
-Sí; es un niño, pero, ¿quién lo trajo aquí? ¿Está herido?
-Veremos -dijo el profesor, y movidos por el mismo impulso buscamos la salida del
cementerio, llevando con nosotros al niño dormido.
Cuando nos hubimos alejado un pequeño trecho, nos recogimos tras un macizo de árboles,
encendimos un fósforo y miramos la garganta del niño. No tenía ni un arañazo ni cicatriz
alguna.
-¿Tenía yo razón? -pregunté triunfalmente.
-Llegamos apenas a tiempo -dijo el profesor, como meditando.
Ahora teníamos que decidir qué íbamos a hacer con el niño, por lo que consultamos acerca
de él. Si lo llevábamos a una estación de policía tendríamos que dar declaración de nuestro
movimiento durante la noche; por lo menos, tendríamos que declarar de alguna manera
como habíamos encontrado al niño. Así es que finalmente decidimos que lo llevaríamos al
Brezal, y que si oíamos acercarse a un policía lo dejaríamos en un lugar en donde él tuviera
que encontrarlo. Luego podríamos irnos a casa lo más pronto posible, A la orilla del Brezal
de Hampstead, oímos los pesados pasos de un policía y dejamos al niño a la orilla del
camino, y luego esperamos y observamos hasta que vimos que él lo había iluminado con su
linterna. Escuchamos sus exclamaciones de asombro y luego nos alejamos en silencio. Por
suerte encontramos un coche cerca de "Los Españoles", y nos fuimos en él a la
ciudad.
No puedo dormir, por lo que estoy haciendo estas anotaciones. Pero debo tratar de
dormir siquiera unas horas, ya que van Helsing vendrá por mí al mediodía. Insiste en que lo
acompañe en otra expedición semejante a la de hoy.

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27 de septiembre. Dieron las dos de la tarde antes de que encontráramos una oportunidad
para realizar nuestro intento. Un funeral efectuado al mediodía había terminado, y los
últimos dolientes rezagados se alejaban perezosamente en grupos, cuando, mirando
cuidadosamente detrás de un macizo de árboles de aliso, vimos cómo el sepulturero
cerraba la verja detrás de él. Sabíamos que estaríamos a salvo hasta la mañana en caso de
que lo deseáramos; pero mi maestro me dijo que no necesitaríamos más que una hora, a lo
sumo. Nuevamente sentí esa horrible sensación de la realidad de las cosas, en la
cual cualquier esfuerzo de la imaginación parece fuera de lugar; y me di cuenta
distintamente de las amenazas de la ley que pendían sobre nosotros debido a nuestro impío
trabajo. Además, sentí que todo era inútil. Delictuoso como fuese el abrir un féretro de
plomo, para ver si una mujer muerta cerca de una semana antes estaba realmente
muerta, ahora me parecía la mayor de las locuras abrir otra vez esa tumba, cuando
sabíamos, por haberlo visto con nuestros propios ojos, que el féretro estaba vacío. Me
encogí de hombros, sin embargo, permanecí en silencio, pues van Helsing tenía una
manera de seguir su propio camino, sin importarle quién protestara. Sacó la llave, abrió la
cripta y nuevamente me hizo una cortés seña para que lo precediera. El lugar no estaba
tan espantoso como la noche anterior, pero, ¡oh!, cómo se sentía una indescriptible
tristeza cuando le daba la luz del sol. Van Helsing caminó hacia el féretro de Lucy y yo lo
seguí. Se inclinó sobre él y nuevamente torció hacia atrás la pestaña de plomo. Un
escalofrío de sorpresa y espanto me recorrió el cuerpo.
Allí yacía Lucy, aparentemente igual a como la habíamos visto la noche anterior a su
entierro. Estaba, si era posible, más bella y radiante que nunca; no podía creer que
estuviera muerta. Sus labios estaban rojos, más rojos que antes, y sus mejillas
resplandecían ligeramente.
-¿Qué clase de superchería es esta? -dije a van Helsing.
-¿Está usted convencido ahora? -dijo el profesor como respuesta, y mientras hablaba
alargó una mano de una manera que me hizo temblar, levantó los labios muertos y mostró
los dientes blancos. Vea -continuó-, están incluso más agudos que antes. Con éste y
éste -y tocó uno de los caninos y el diente debajo de ellos pequeñuelos pueden ser
mordidos. ¿Lo cree ahora, amigo John? Una vez más la hostilidad se despertó en mí. No
podía aceptar una idea tan abrumadora como la que me sugería; así es que, con una
intención de discutir de la que yo mismo me avergonzaba en esos momentos, le dije:
-La pudieron haber colocado aquí anoche.
-Es verdad. Eso es posible. ¿Quién?
-No lo sé. Alguien lo ha hecho.
-Y sin embargo, hace una semana que está muerta. La mayor parte de la gente no
tendría ese aspecto después de tanto tiempo...
Para esto no tenía respuesta y guardé silencio. Van Helsing no pareció notar mi silencio;
por lo menos no mostró ni disgusto ni triunfo. Estaba mirando atentamente el rostro de la
muerta; levantó los párpados, la miró a los ojos y, una vez más, le separó los labios y
examinó sus dientes. Luego, se volvió hacia mí, y me dijo:
-Aquí hay algo diferente a todo lo conocido; hay alguna vida dual que no es como las
comunes. Fue mordida por el vampiro cuando estaba en un trance, caminando dormida.
¡Oh!, se asombra usted. No sabe eso, amigo John, pero lo sabrá más tarde; y en trance
sería lo mejor para regresar a tomar más sangre. Ella murió en trance, y también en trance
es una "nomuerta". Por eso es distinta a todos los demás.
Generalmente, cuando los "nomuertos" duermen en casa -y al hablar hizo un amplio
ademán con los brazos para designar lo que para un vampiro era "casa" su rostro muestra
lo que son, pero éste es tan dulce, que cuando ella es "nomuerta" regresa a la nada de
los muertos comunes. Vea; no hay nada

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aparentemente maligno aquí, y es muy desagradable que yo tenga que matarla mientras
duerme.
Esto me heló la sangre, y comencé a darme cuenta de que estaba aceptando las teorías de
van Helsing; pero si ella estaba realmente muerta, ¿qué había de terrorífico en la idea de
matarla? Él levantó su mirada hacia mí, y evidentemente vio el cambio en mi cara, pues
dijo casi alegre:
-¡Ah! ¿Cree usted ahora?
Respondí:
-No me presione demasiado. Estoy dispuesto a aceptar. ¿Cómo va a hacer usted este
trabajo macabro?
-Le cortaré la cabeza y llenaré su boca con ajo, y atravesaré su corazón con una estaca.
Me hizo temblar pensar en la mutilación del cuerpo de la mujer que yo había amado. Sin
embargo, el sentimiento no fue tan fuerte como lo hubiera esperado. De hecho,
comenzaba a sentir repulsión ante la presencia de aquel ser, de aquella "nomuerta", como
lo había llamado van Helsing, y a detestarlo. ¿Es posible que el amor sea todo subjetivo, o
todo objetivo?
Esperé un tiempo bastante considerable para que van Helsing comenzara, pero él se
quedó quieto, como si estuviese absorto en profundas meditaciones. Finalmente, cerró de
un golpe su maletín, y dijo:
-Lo he estado pensando, y me he decidido por lo que considero lo mejor. Si yo actuara
simplemente siguiendo mi inclinación, haría ahora, en este momento, lo que debe
hacerse; pero otras cosas seguirán, y cosas que son mil veces más difíciles y que todavía
no conocemos. Esto es simple. Ella todavía no ha matado a nadie, aunque eso es cosa de
tiempo; y el actuar ahora sería quitar el peligro de ella para siempre. Pero luego podemos
necesitar a Arthur, ¿y cómo le diremos esto? Si usted, que vio las heridas en la garganta de
Lucy, y vio las heridas tan similares en el niño, en el hospital; si usted, que vio anoche el
féretro vacío y lo ha visto hoy lleno, con una mujer que no sólo no ha cambiado sino que
se ha vuelto más rosada y más bella en una semana después de muerta, si usted
sabe esto y sabe de la figura blanca que anoche trajo al niño al cementerio, y sin
embargo, no cree a sus propios sentidos,
¿cómo entonces puedo esperar que Arthur, quien desconoce todas estas cosas, crea? Dudó
de mí cuando evité que besara a la moribunda. Yo sé, que él me ha perdonado, pero
creyendo que por ideas equivocadas yo he hecho algo que evitó que él se despidiera como
debía; y puede pensar que debido a otro error esta mujer ha sido enterrada viva; y en la
más grande de todas las equivocaciones, que la hemos matado. Entonces argüirá que
nosotros, los equivocados, somos quienes la hemos matado debido a nuestras ideas; y
entonces se quedará muy triste para siempre. Sin embargo, nunca podrá estar seguro de
nada, y eso es lo peor de todo. Y algunas veces pensará que aquella a quien amaba fue
enterrada viva, y eso pintará sus sueños con los horrores que ella debe haber sufrido; y
otra vez, pensará que pueda ser que nosotros tengamos razón, y que después de todo, su
amada era una "nomuerta". ¡No! Ya se lo dije una vez, y desde entonces yo he aprendido
mucho. Ahora, desde que sé que todo es verdad, cien mil veces más sé que debe pasar a
través de las aguas amargas para llegar a las dulces. El pobre muchacho, debe tener una
hora que le hará parecer negra la faz del mismo cielo; luego podremos actuar
decisivamente y a fondo, y ponerlo en paz consigo mismo. Me he decidido. Vámonos. Usted
regrese a su casa, por la noche, a su asilo, y vea que todo esté bien. En cuanto a mí,
pasaré esta noche aquí en el cementerio. Mañana por la noche vaya a recogerme al hotel
Berkeley a las diez. Avisaré a Arthur para que venga también, y también a ese fino joven
de América que dio su sangre. Más tarde, todas tendremos mucho que hacer. Yo iré con
usted hasta Piccadilly y cenaré ahí, pues debo estar de regreso aquí antes de la salida del
sol.
Así pues, echamos llave a la tumba y nos fuimos, y escalamos el muro del cementerio, lo
cual no fue una tarea muy difícil, y condujimos de regreso a Piccadilly.

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Nota dejada por van Helsing en su abrigo, en el hotel Berkeley, y dirigida a John Seward, M.
D. (sin entregar).
27 de septiembre
"Amigo John:
"Le escribo esto por si algo sucediera. Voy a ir solo a vigilar ese cementerio de
la iglesia. Me agradaría que la muerta viva, o "nomuerta", la señorita Lucy, no saliera esta
noche, con el fin de que mañana a la noche esté más ansiosa. Por consiguiente, debo
preparar ciertas cosas que no serán de su agrado: ajos y un crucifijo, para sellar la
entrada de la tumba. No hace mucho tiempo que es muerta viva, y tendrá cuidado.
Además, esas cosas tienen el objeto de impedir que salga, puesto que no pueden vencerla
si desea entrar; porque, en ese caso, el muerto vivo está desesperado y debe encontrar la
línea de menor resistencia, sea cual sea. Permaneceré alerta durante toda la noche, desde
la puesta del sol hasta el amanecer, y si existe algo que pueda observarse, lo haré. No
tengo miedo de la señorita Lucy ni temo por ella; en cuanto a la causa a la que debe el ser
muerta viva, tenemos ahora el poder de registrar su tumba y guarecernos. Es
inteligente, como me lo ha dicho el señor Jonathan, y por el modo en que nos ha
engañado durante todo el tiempo que luchó con nosotros por apoderarse de la señorita
Lucy. La mejor prueba de ello es que perdimos. En muchos aspectos, los muertos vivos son
fuertes. Tienen la fuerza de veinte hombres, e incluso la de nosotros cuatro, que le dimos
nuestras fuerzas a la señorita Lucy. Además, puede llamar a su lobo y no sé qué pueda
suceder. Por consiguiente, si va allá esta noche, me encontrará allá; pero no me verá
ninguna otra persona, hasta que sea ya demasiado tarde. Empero, es posible que no le
resulte muy atractivo ese lugar. No hay razón por la que debiera presentarse, ya que su
coto de caza contiene piezas más importantes que el cementerio de la iglesia donde
duerme la mujer muerta viva y vigila un anciano.
"Por consiguiente, escribo esto por si acaso... Recoja los papeles que se encuentran junto a
esta nota: los diarios de Harker y todo el resto, léalos, y, después, busque a ese gran
muerto vivo, córtele la cabeza y queme su corazón o atraviéselo con una estaca, para
que el mundo pueda estar en paz sin su presencia.
"Si sucede lo que temo, adiós. VAN
HELSING"
Del diario del doctor Seward
28 de septiembre. Es maravilloso lo que una buena noche de sueño reparador puede hacer
por uno. Ayer estaba casi dispuesto a aceptar las monstruosas ideas de van Helsing, pero,
en estos momentos, veo con claridad que son verdaderos retos al sentido común. No me
cabe la menor duda de que él lo cree todo a pie juntillas. Me pregunto si no habrá perdido
el juicio. Con toda seguridad debe haber alguna explicación lógica de todas esas cosas
extrañas y misteriosas. ¿Es posible que el profesor lo haya hecho todo él mismo? Es tan
anormalmente inteligente que, si pierde el juicio, llevaría a cabo todo lo que se
propusiera, con relación a alguna idea fija, de una manera extraordinaria. Me niego a
creerlo, puesto que sería algo tan extraño como lo otro descubrir que van Helsing está loco;
pero, de todos modos, tengo que vigilarlo cuidadosamente. Es posible que así descubra
algo relacionado con el misterio.

29 de septiembre, por la mañana... Anoche, poco antes de las diez, Arthur y Quincey
entraron en la habitación de van Helsing; éste nos dijo todo lo que deseaba que
hiciéramos; pero, especialmente, se dirigió a Arthur, como si todas nuestras voluntades
estuvieran concentradas en la suya. Comenzó diciendo que esperaba que todos nosotros
lo acompañáramos.
-Puesto que es preciso hacer allí algo muy grave, ¿viene usted? ¿Le asombró mi carta?
Las preguntas fueron dirigidas a lord Godalming.

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-Sí. Me sentí un poco molesto al principio. Ha habido tantos enredos en torno a mi casa en
los últimos tiempos que no me agradaba la idea de uno más. Asimismo, tenía curiosidad
por saber qué quería usted decir. Quincey y yo discutimos acerca de ello; pero, cuanto más
ahondábamos la cuestión tanto más desconcertados nos sentíamos. En lo que a mí
respecta, creo que he perdido por completo la capacidad de comprender.
-Yo me encuentro en el mismo caso -dijo Quincey Morris, lacónicamente.
-¡Oh! -dijo el profesor-. En ese caso, se encuentran ustedes más cerca del principio que
nuestro amigo John, que tiene que desandar mucho camino para acercarse siquiera al
principio.
A todas luces había comprendido que había vuelto a dudar de todo ello, sin que yo
pronunciara una sola palabra. Luego, se volvió hacia los otros dos y les dijo, con mucha
gravedad:
-Deseo que me den su autorización para hacer esta noche lo que creo conveniente. Aunque
sé que eso es mucho pedir; y solamente cuando sepan qué me propongo hacer
comprenderán su importancia. Por consiguiente, me veo obligado a pedirles que me
prometan el permiso sin saber nada, para que más tarde, aunque se enfaden conmigo y
continúen enojados durante cierto tiempo, una posibilidad que no he pasado por alto,
no puedan culparse ustedes de nada.
-Me parece muy leal su proceder -interrumpió Quincey-. Respondo por el profesor. No
tengo ni la menor idea de cuáles sean sus intenciones; pero les aseguro que es un caballero
honrado, y eso basta para mí.
-Muchas gracias, señor -dijo van Helsing con orgullo-. Me he honrado considerándolo a
usted un amigo de confianza, y su apoyo me es muy grato.
Extendió una mano, que Quincey aceptó.
Entonces, Arthur tomó la palabra:
-Doctor van Helsing, no me agrada "comprar un cerdo en un saco sin verlo antes", como
dicen en Escocia, y si hay algo en lo que mi honor de caballero o mi fe como cristiano
puedan verse comprometidos, no puedo hacer esa promesa. Si puede usted
asegurarme que esos altos valores no están en peligro de violación, le daré mi
consentimiento sin vacilar un momento; aunque le aseguro que no comprendo qué se
propone.
-Acepto sus condiciones -dijo van Helsing-, y lo único que le pido es que si considera
necesario condenar alguno de mis actos, reflexione cuidadosamente en ello, para
asegurarse de que no se hayan violado sus principios morales.
-¡De acuerdo! -dijo Arthur-. Me parece muy justo. Y ahora que ya hemos terminado las
negociaciones, ¿puedo preguntar qué tenemos que hacer?
-Deseo que vengan ustedes conmigo en secreto, al cementerio de la iglesia de Kingstead.
El rostro de Arthur se ensombreció, al tiempo que decía, con tono que denotaba
claramente su desconcierto:
-¿En donde está enterrada la pobre Lucy?
El profesor asintió con la cabeza, y Arthur continuó:
-¿Y una vez allí...?
-¡Entraremos en la tumba!
Arthur se puso en pie.
-Profesor, ¿está usted hablando en serio, o se trata de alguna broma
monstruosa? Excúseme, ya veo que lo dice en serio.
Volvió a sentarse, pero vi que permanecía en una postura rígida y llena de altivez, como
alguien que desea mostrarse digno. Reinó el silencio, hasta que volvió a preguntar:
-¿Y una vez en la tumba?
-Abriremos el ataúd.
-¡Eso es demasiado! -exclamó, poniéndose en pie lleno de ira-. Estoy dispuesto a ser
paciente en todo cuanto sea razonable; pero, en este caso..., la profanación de una
tumba... de la que...
Perdió la voz, presa de indignación. El profesor lo miró tristemente.

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-Si pudiera evitarle a usted un dolor semejante, amigo mío -dijo-, Dios sabe que lo haría;
pero esta noche nuestros pies hollarán las espinas; o de lo contrario, más tarde y para
siempre, ¡los pies que usted ama hollarán las llamas!
Arthur levantó la vista, con rostro extremadamente pálido y descompuesto, y dijo:
-¡Tenga cuidado, señor, tenga cuidado!
-¿No cree usted que será mejor que escuche lo que tengo que decirles? -dijo van Helsing-.
Así sabrá usted por lo menos cuáles son los límites de lo que me propongo. ¿Quieren que
prosiga?
-Me parece justo -intervino Morris.
Al cabo de una pausa, van Helsing siguió hablando, haciendo un gran esfuerzo por ser
claro:
-La señorita Lucy está muerta; ¿no es así? ¡Sí! Por consiguiente, no es posible hacerle
daño; pero, si no está muerta...
Arthur se puso en pie de un salto.
-¡Santo Dios! -gritó-. ¿Qué quiere usted decir? ¿Ha habido algún error? ¿La hemos
enterrado viva?
Gruñó con una cólera tal que ni siquiera la esperanza podía suavizarla.
-No he dicho que estuviera viva, amigo mío; no lo creo. Solamente digo que es posible que
sea una "muerta viva", o "no muerta".
-¡Muerta viva! ¡No muerta! ¿Qué quiere usted decir? ¿Es todo esto una pesadilla, o qué?
-Existen misterios que el hombre solamente puede adivinar, y que desentraña en parte
con el paso del tiempo. Créanme: nos encontramos actualmente frente a uno de ellos.
Pero no he terminado. ¿Puedo cortarle la cabeza al cadáver de la señorita Lucy?
-¡Por todos los diablos, no! -gritó Arthur, con encendida pasión-. Por nada del mundo
consentiré que se mutile su cadáver. Doctor van Helsing, está usted abusando de mi
paciencia. ¿Qué le he hecho para que desee usted torturarme de este modo? ¿Qué hizo esa
pobre y dulce muchacha para que desee usted causarle una deshonra tan grande en su
tumba? ¿Está usted loco para decir algo semejante, o soy yo el alienado al escucharlo? No
se permita siquiera volver a pensar en tal profanación. No le daré mi consentimiento en
absoluto. Tengo el deber de proteger su tumba de ese ultraje. ¡Y les prometo que voy a
hacerlo!
Van Helsing se levantó del asiento en que había permanecido sentado durante todo aquel
tiempo, y dijo, con gravedad y firmeza:
-Lord Godalming, yo también tengo un deber; un deber para con los demás, un deber para
con usted y para con la muerta. ¡Y le prometo que voy a cumplir con él! Lo único que le
pido ahora es que me acompañe, que observe todo atentamente y que escuche; y si
cuando le haga la misma petición más adelante no está usted más ansioso que yo mismo
porque se lleve a cabo, entonces... Entonces cumpliré con mi deber, pase lo que pase.
Después, según los deseos de usted, me pondré a su disposición para rendirle cuentas de
mi conducta, cuando y donde usted quiera -la voz del maestro se apagó un poco, pero
continuó, en tono lleno de conmiseración-: Pero le ruego que no siga enfadado conmigo. En
el transcurso de mi vida he tenido que llevar a cabo muchas cosas que me han resultado
profundamente desagradables, y que a veces me han destrozado el corazón; sin embargo,
nunca había tenido una tarea, tan ingrata entre mis manos. Créame que si llegara un
momento en que cambiara usted su opinión sobre mí, una sola mirada suya borraría toda la
tristeza enorme de estos momentos, puesto que voy a hacer todo lo humanamente posible
por evitarle a usted la tristeza y el pesar. Piense solamente, ¿por qué iba a tomarme tanto
trabajo y tantas penas? He venido desde mi país a hacer lo que creo que es justo;
primeramente, para servir a mi amigo John, y, además, para ayudar a una dama que yo
también llegué a amar. Para ella, y siento tener que decirlo, aun cuando lo hago para un
propósito constructivo, di lo mismo que

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usted: la sangre de mis venas. Se la di, a pesar de que no era como usted, el hombre que
amaba, sino su médico y su amigo. Le consagré mis días y mis noches... antes de su
muerte y después de ella, y si mi muerte puede hacerle algún bien, incluso ahora, cuando
es un "muerto vivo", la pondré gustosamente a su disposición.
Dijo esto con una dignidad muy grave y firme, y Arthur quedó muy impresionado por ello.
Tomó la mano del anciano y dijo, con voz entrecortada:
-¡Oh! Es algo difícil de creer y no lo entiendo. Pero, al menos, debo ir con usted y observar
los acontecimientos.

XVI.- DEL DIARIO DEL DOCTOR SEWARD (continuación)

Eran las doce menos cuarto en punto de la noche cuando penetramos en el cementerio de
la iglesia, pasando por encima de la tapia, no muy alta. La noche era oscura, aunque, a
veces, la luz de la luna se infiltraba entre las densas nubes que cubrían el firmamento. Nos
mantuvimos muy cerca unos de otros, con van Helsing un poco más adelante,
mostrándonos el camino. Cuando llegamos cerca de la tumba, miré atentamente a Arthur,
porque temía que la proximidad de un lugar lleno de tan tristes recuerdos lo afectaría
profundamente; pero logró controlarse. Pensé que el misterio mismo que envolvía todo
aquello estaba mitigando su enojo. El profesor abrió la puerta y, viendo que vacilábamos, lo
cual era muy natural, resolvió la dificultad entrando él mismo el primero. Todos nosotros lo
imitamos, y el anciano cerró la puerta. A continuación, encendió una linterna sorda e
iluminó el ataúd. Arthur dio un paso al frente, no muy decidido, y van Helsing me dijo:
-Usted estuvo conmigo aquí el día de ayer. ¿Estaba el cuerpo de la señorita Lucy en este
ataúd?
-Así es.
El profesor se volvió hacia los demás, diciendo:
-Ya lo oyen y además, no creo que haya nadie que no lo crea.
Sacó el destornillador y volvió a quitarle la tapa al féretro. Arthur observaba, muy pálido,
pero en silencio.
Cuando fue retirada la tapa dio un paso hacia adelante. Evidentemente, no sabía que había
una caja de plomo o, en todo caso, no pensó en ello. Cuando vio la luz reflejada en el
plomo, la sangre se agolpó en su rostro durante un instante; pero, con la misma rapidez,
volvió a retirarse, de tal modo que su rostro permaneció extremadamente pálido. Todavía
guardaba silencio. Van Helsing retiró la tapa de plomo y todos nosotros miramos y
retrocedimos.
¡El féretro estaba vacío!
Durante varios minutos, ninguno de nosotros pronunció una sola palabra. El silencio fue
interrumpido por Quincey Morris:
-Profesor, he respondido por usted. Todo lo que deseo es su palabra... No haría esta
pregunta de ordinario..., deshonrándolo o implicando una duda; pero se trata de un
misterio que va más allá del honor o el deshonor. ¿Hizo usted esto?
-Le juro por todo cuanto considero sagrado que no la he retirado de aquí, y que ni siquiera
la he tocado. Lo que sucedió fue lo siguiente: hace dos noches, mi amigo Seward y yo
vinimos aquí... con buenos fines, créanme. Abrí este féretro, que entonces estaba bien
cerrado, y lo encontramos como ahora, vacío. Entonces esperamos y vimos una forma
blanca que se dirigía hacia acá, entre los árboles. Al día siguiente volvimos aquí, durante
el día, y vimos que el cadáver reposaba ahí. ¿No es cierto, amigo John?
-Sí.
-Esa noche llegamos apenas a tiempo. Otro niñito faltaba de su hogar y lo encontramos,
¡gracias a Dios!, indemne, entre las tumbas. Ayer vine aquí antes de la puesta de sol,
ya que al ponerse el sol pueden salir los "muertos vivos". Estuve esperando aquí durante
toda la noche, hasta que volvió a salir el sol; pero no vi nada. Quizá se deba a que puse en
los huecos de todas esas

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puertas ajos, que los "no muertos" no pueden soportar, y otras cosas que procuran
evitar. Esta mañana quité el ajo y lo demás. Y ahora hemos encontrado este
féretro vacío. Pero créanme: hasta ahora hay ya muchas cosas que parecen extrañas; sin
embargo, permanezcan conmigo afuera, esperando, sin hacer ruido ni dejarnos ver, y se
producirán cosas todavía más extrañas. Por consiguiente -dijo, apagando el débil rayo de
luz de la linterna-, salgamos. Abrió la puerta y salimos todos apresuradamente; el profesor
salió al último y, una vez fuera, cerró la puerta. ¡Oh! ¡Qué fresco y puro nos pareció el
aire de la noche después de aquellos horribles momentos! Resultaba muy agradable
ver las nubes que se desplazaban por el firmamento y la luz de la luna que se filtraba de
vez en cuando entre jirones de nubes..., como la alegría y la tristeza de la vida de un
hombre. ¡Qué agradable era respirar el aire puro que no tenía aquel desagradable olor de
muerte y descomposición!
¡Qué tranquilizador poder ver el resplandor rojizo del cielo, detrás de la colina, y oír a lo
lejos el ruido sordo que denuncia la vida de una gran ciudad! Todos, cada quien a su modo,
permanecimos graves y llenos de solemnidad. Arthur guardaba todavía obstinado silencio
y, según pude colegir, se estaba esforzando por llegar a comprender cuál era el propósito y
el significado profundo del misterio. Yo mismo me sentía bastante tranquilo y paciente, e
inclinado a rechazar mis dudas y a aceptar las conclusiones de van Helsing. Quincey
Morris permanecía flemático, del modo que lo es un hombre que lo acepta todo con
sangre fría, exponiéndose valerosamente a todo cuanto pueda suceder.
Como no podía fumar, tomó un puñado bastante voluminoso de tabaco y comenzó a
masticarlo. En cuanto a van Helsing, estaba ocupado en algo específico. Sacó de su maletín
un objeto que parecía ser un bizcocho semejante a una oblea y que estaba envuelto
cuidadosamente en una servilleta blanca; a continuación, saco un buen puñado de una
sustancia blancuzca, como masa o pasta. Partió la oblea, desmenuzándola cuidadosamente,
y lo revolvió todo con la masa que tenía en las manos. A continuación, cortó estrechas
tiras del producto y se dio a la tarea de colocar en todas las grietas y aberturas que
separaban la puerta de la pared de la cripta. Me sentí un tanto confuso y, puesto que me
encontraba cerca de él, le pregunté qué estaba haciendo. Arthur y Quincey se acercaron
también, movidos por la curiosidad. El profesor respondió:
-Estoy cerrando la tumba, para que la "muerta viva" no pueda entrar.
-¿Va a impedirlo esa sustancia que ha puesto usted ahí?
-Así es.
-¿Qué está usted utilizando?
Esa vez, fue Arthur quien hizo la pregunta.
Con cierta reverencia, van Helsing levantó el ala de su sombrero y respondió:
-La Hostia. La traje de Ámsterdam. Tengo autorización para emplearla aquí. Era una
respuesta que impresionó a todos nosotros, hasta a los más escépticos, y sentimos
individualmente que en presencia de un fin tan honrado como el del profesor, que
utilizaba en esa labor lo que para él era más sagrado, era imposible desconfiar. En
medio de un respetuoso silencio, cada uno de nosotros ocupó el lugar que le había
sido asignado, en torno a la tumba; pero ocultos, para que no pudiera vernos
ninguna persona que se aproximase. Sentí lástima por los demás, principalmente por
Arthur. Yo mismo me había acostumbrado un poco, debido a que ya había hecho otras
visitas y había estado en contacto con aquel horror; y aun así, yo, que había rechazado las
pruebas hacía aproximadamente una hora, sentía que el corazón me latía con fuerza.
Nunca me habían parecido las tumbas tan fantasmagóricamente blancas; nunca los
cipreses, los tejos ni los enebros me habían parecido ser, como en aquella ocasión, la
encarnación del espíritu de los funerales. Nunca antes los árboles y el césped me
habían parecido tan amenazadores. Nunca antes crujían las ramas de manera tan
misteriosa, ni el lejano ladrar de los perros envió nunca un presagio tan horrendo en
medio de la oscuridad de la noche.

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Se produjo un instante de profundo silencio: un vacío casi doloroso. Luego, el profesor
ordenó que guardáramos silencio con un siseo. Señaló con la mano y, a lo lejos, entre los
tejos, vimos una figura blanca que se acercaba... Una figura blanca y diminuta, que
sostenía algo oscuro apretado contra su pecho. La figura se detuvo y, en ese momento, un
rayo de la luna se filtró entre las nubes, mostrando claramente a una mujer de cabello
oscuro, vestida con la mortaja encerada de la tumba. No alcanzamos a verle el rostro,
puesto que lo tenía inclinado sobre lo que después identificamos como un niño de pelo
rubio. Se produjo una pausa y, a continuación, un grito agudo, como de un niño en
sueños o de un perro acostado cerca del fuego, durmiendo. Nos disponíamos a lanzarnos
hacia adelante, pero el profesor levantó una mano, que vimos claramente contra el tejo
que le servía de escondrijo, y nos quedamos inmóviles; luego, mientras permanecíamos
expectantes, la blanca figura volvió a ponerse en movimiento. Se encontraba ya lo
bastante cerca como para que pudiéramos verla claramente, y la luz de la luna daba
todavía de lleno sobre ella. Sentí que el corazón se me helaba, y logré oír la exclamación y
el sobresalto de Arthur cuando reconocimos claramente las facciones de Lucy Westenra. Era
ella. Pero, ¡cómo había cambiado! Su dulzura se había convertido en una crueldad terrible e
inhumana, y su pureza en una perversidad voluptuosa. Van Helsing abandonó su escondite
y, siguiendo su ejemplo, todos nosotros avanzamos; los cuatro nos encontramos alineados
delante de la puerta de la cripta. Van Helsing alzó la linterna y accionó el interruptor, y
gracias a la débil luz que cayó sobre el rostro de Lucy, pudimos ver que sus labios
estaban rojos, llenos de sangre fresca, y que había resbalado un chorro del líquido por
el mentón, manchando la blancura inmaculada de su mortaja.
Nos estremecimos, horrorizados, y me di cuenta, por el temblor convulsivo de la luz, de
que incluso los nervios de acero de van Helsing habían flaqueado. Arthur estaba a mi lado,
y si no lo hubiera tomado del brazo, para sostenerlo, se hubiera desplomado al suelo.
Cuando Lucy... (llamo Lucy a la cosa que teníamos frente a nosotros, debido a que
conservaba su forma) nos vio, retrocedió con un gruñido de rabia, como el de un gato
cuando es sorprendido; luego, sus ojos se posaron en nosotros. Eran los ojos de Lucy
en forma y color; pero los ojos de Lucy perversos y llenos de fuego infernal, que no los ojos
dulces y amables que habíamos conocido. En esos momentos, lo que me quedaba de
amor por ella se convirtió en odio y repugnancia; si fuera preciso matarla, lo habría hecho
en aquel preciso momento, con un deleite inimaginable. Al mirar, sus ojos brillaban con
un resplandor demoníaco, y el rostro se arrugó en una sonrisa voluptuosa.
¡Oh, Dios mío, como me estremecí al ver aquella sonrisa! Con un movimiento descuidado,
como una diablesa llena de perversidad, arrojó al suelo al niño que hasta entonces había
tenido en los brazos y permaneció gruñendo sobre la criatura, como un perro hambriento al
lado de un hueso. El niño gritó con fuerza y se quedó inmóvil, gimiendo. Había en aquel
acto una muestra de sangre fría tan monstruosa que Arthur no pudo contener un grito;
cuando la forma avanzó hacia él, con los brazos abiertos y una sonrisa de voluptuosidad en
los labios, se echó hacia atrás y escondió el rostro en las manos.
No obstante, la figura siguió avanzando, con movimientos suaves y graciosos.
-Ven a mí, Arthur -dijo-. Deja a todos los demás y ven a mí. Mis brazos tienen
hambre de ti. Ven, y podremos quedarnos juntos. ¡Ven, esposo mío, ven! Había algo
diabólicamente dulce en el tono de su voz... Algo semejante al ruido producido por el
vidrio cuando se golpea que nos impresionó a todos los presentes, aun cuando las palabras
no nos habían sido dirigidas. En cuanto a Arthur, parecía estar bajo el influjo de un
hechizo; apartó las manos de su rostro y abrió los brazos. Lucy se precipitó hacia ellos;
pero van Helsing avanzó, se interpuso entre ambos y sostuvo frente a él un crucifijo de
oro. La forma retrocedió ante la cruz y, con un rostro repentinamente descompuesto por la
rabia, pasó a su lado, como para entrar en la tumba.

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Cuando estaba a treinta o sesenta centímetros de la puerta, sin embargo, se detuvo, como
paralizada por alguna fuerza irresistible. Entonces se volvió, y su rostro quedó al
descubierto bajo el resplandor de la luna y la luz de la linterna, que ya no temblaba, debido
a que van Helsing había recuperado el dominio de sus nervios de acero. Nunca antes había
visto tanta maldad en un rostro; y nunca, espero, podrán otros seres mortales volver a
verla. Su hermoso color desapareció y el rostro se le puso lívido, sus ojos parecieron lanzar
chispas de un fuego infernal, la frente estaba arrugada, como si su carne estuviera formada
por las colas de las serpientes de Medusa, y su boca adorable, que entonces estaba
manchada de sangre, formó un cuadrado abierto, como en las máscaras teatrales de los
griegos y los japoneses. En ese momento vimos un rostro que reflejaba la muerte como
ningún otro antes. ¡Si las miradas pudieran matar!
Permaneció así durante medio minuto, que nos pareció una eternidad, entre el crucifijo
levantado y los sellos sagrados que había en su puerta de entrada. Van Helsing interrumpió
el silencio, preguntándole a Arthur.
-Respóndame, amigo mío: ¿quiere que continúe adelante?
Arthur se dejó caer de rodillas y se cubrió el rostro con las manos, al tiempo que
respondía:
-Haga lo que crea conveniente, amigo mío. Haga lo que quiera. No es posible que pueda
existir un horror como éste -gimió.
Quincey y yo avanzamos simultáneamente hacia él y lo cogimos por los brazos. Alcanzamos
a oír el chasquido que produjo la linterna al ser apagada. Van Helsing se acercó
todavía más a la cripta y comenzó a retirar el sagrado emblema que había colocado en
las grietas. Todos observamos, horrorizados y confundidos, cuando el profesor
retrocedió, cómo la mujer, con un cuerpo humano tan real en ese momento como el
nuestro, pasaba por la grieta donde apenas la hoja de un cuchillo hubiera podido pasar.
Todos sentimos un enorme alivio cuando vimos que el profesor volvía a colocar
tranquilamente la masa que había retirado en su lugar.
Después de hacerlo, levantó al niño y dijo:
-Vámonos, amigos. No podemos hacer nada más hasta mañana. Hay un funeral al
mediodía, de modo que tendremos que volver aquí no mucho después de esa hora. Los
amigos del difunto se irán todos antes de las dos, y cuando el sacristán cierre la puerta del
cementerio deberemos quedarnos dentro. Entonces tendremos otras cosas que hacer;
pero no será nada semejante a lo de esta noche. En cuanto a este pequeño, no está mal
herido, y para mañana por la noche se encontrará perfectamente. Debemos dejarlo donde
la policía pueda encontrarlo, como la otra noche, y a continuación regresaremos a casa.
Se acercó un poco más a Arthur, y dijo:
-Arthur, amigo mío, ha tenido usted que soportar una prueba muy dura; pero, más tarde,
cuando lo recuerde, comprenderá que era necesaria. Está usted lleno de amargura en este
momento; pero, mañana a esta hora, ya se habrá consolado, y quiera Dios que haya tenido
algún motivo de alegría; por consiguiente, no se desespere demasiado. Hasta entonces no
voy a rogarle que me perdone.
Arthur y Quincey regresaron a mi casa, conmigo, y tratamos de consolarnos unos a otros
por el camino. Habíamos dejado al niño en lugar seguro y estábamos cansados. Dormimos
todos de manera más o menos profunda.

29 de septiembre, en la noche. Poco antes de las doce, los tres, Arthur, Quincey Morris y
yo, fuimos a ver al profesor. Era extraño el notar que, como de común acuerdo, nos
habíamos vestido todos de negro. Por supuesto, Arthur iba de negro debido a que llevaba
luto riguroso; pero los demás nos vestimos así por instinto. Fuimos al cementerio de la
iglesia hacia la una y media, y nos introdujimos en el camposanto, permaneciendo en
donde no nos pudieran ver, de tal modo que, cuando los sepultureros hubieron concluido
su trabajo, y el sacristán, creyendo que no quedaba nadie en el cementerio, cerró el

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portón, nos quedamos tranquilos en el interior. Van Helsing, en vez de su portafolios negro,
llevaba una funda larga de cuero que parecía contener un bastón de criquet; era obvio que
pesaba bastante.
Cuando nos encontramos solos, después de oír los últimos pasos perderse calle arriba, en
silencio y como de común acuerdo, seguimos al profesor hacia la cripta. Van Helsing abrió
la puerta y entramos, cerrando a nuestras espaldas. Entonces el anciano sacó la linterna, la
encendió y también dos velas de cera que, dejando caer unas gotitas, colocó sobre otros
féretros, de tal modo que difundían un resplandor que permitía trabajar. Cuando volvió a
retirar la tapa del féretro de Lucy, todos miramos, Arthur temblando violentamente, y
vimos el cadáver acostado, con toda su belleza póstuma.
Pero no sentía amor en absoluto, solamente repugnancia por el espantoso objeto
que había tomado la forma de Lucy, sin su alma. Vi que incluso el rostro de Arthur se
endurecía, al observar el cuerpo muerto. En aquel momento, le preguntó a van
Helsing:
-¿Es realmente el cuerpo de Lucy, o solamente un demonio que ha tomado su forma?
-Es su cuerpo, y al mismo tiempo no lo es. Pero, espere un poco y volverá a verla como era
y es.
El cadáver parecía Lucy vista en medio de una pesadilla, con sus colmillos afilados y la
boca voluptuosa manchada de sangre, que lo hacía a uno estremecerse a su sola
vista. Tenía un aspecto carnal y vulgar, que parecía una caricatura diabólica de la dulce
pereza de Lucy. Van Helsing, con sus movimientos metódicos acostumbrados, comenzó
a sacar todos los objetos que contenía la funda de cuero y fue colocándolos a su
alrededor, preparados para ser utilizados. Primeramente, sacó un cautín de soldar y
una barrita de estaño, y luego, una lamparita de aceite que, al ser encendida en un
rincón de la cripta, dejó escapar un gas que ardía, produciendo un calor extremadamente
fuerte; luego, sus bisturíes, que colocó cerca de su mano, y después una estaca redonda
de madera, de unos seis u ocho centímetros de diámetro y unos noventa centímetros
de longitud. Uno de sus extremos había sido endurecido, metiéndolo en el fuego, y la
punta había sido afilada cuidadosamente. Junto a la estaca había un martillito,
semejante a los que hay en las carboneras, para romper los pedazos demasiado gruesos
del mineral. Para mí, las preparaciones llevadas a cabo por un médico para llevar a cabo
cualquier tipo de trabajo eran estimulantes y me tranquilizaban; pero todas aquellas
manipulaciones llenaron a Quincey y a Arthur de consternación. Sin embargo, ambos
lograron controlarse y permanecieron inmóviles y en silencio. Cuando todo estuvo
preparado, van Helsing dijo:
-Antes de hacer nada, déjenme explicarles algo que procede de la sabiduría y la
experiencia de los antiguos y de todos cuantos han estudiado los poderes de los "muertos
vivos". Cuando se convierten en muertos vivos, el cambio implica la inmortalidad; no
pueden morir y deben seguir a través de los tiempos cobrando nuevas víctimas y haciendo
aumentar todo lo malo de este mundo; puesto que todos los que mueren a causa de los
ataques de los "muertos vivos" se convierten ellos mismos en esos horribles monstruos y, a
su vez, atacan a sus semejantes. Así, el círculo se amplía, como las ondas provocadas por
una piedra al caer al agua. Amigo Arthur, si hubiera aceptado usted el beso aquel antes de
que la pobre Lucy muriera, o anoche, cuando abrió los brazos para recibirla, con el tiempo,
al morir, se convertiría en un nosferatu, como los llaman en Europa Oriental, y seguiría
produciendo cada vez más "muertos vivos", como el que nos ha horrorizado. La carrera de
esta desgraciada dama acaba apenas de comenzar. Esos niños cuya sangre succiona no son
todavía lo peor que puede suceder; pero si sigue viviendo, como "muerta viva", pierden
cada vez más sangre, y a causa de su poder sobre ellos, vendrán a buscarla; así, les
chupará la sangre con esa horrenda boca.
Pero si muere verdaderamente, entonces todo cesa; los orificios de las gargantas
desaparecen, y los niños pueden continuar con sus juegos, sin

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acordarse siquiera de lo que les ha estado sucediendo. Pero lo mejor de todo es que cuando
hagamos que este cadáver que ahora está "muerto vivo" muera realmente, el alma de la
pobre dama que todos nosotros amamos, volverá a estar libre. En lugar de llevar a
cabo sus horrendos crímenes por las noches y pasarse los días digiriendo su espantoso
condumio, ocupará su lugar entre los demás ángeles, De modo que, amigo mío, será una
mano bendita por ella la que dará el golpe que la liberará. Me siento dispuesto a hacerlo,
pero, ¿no hay alguien entre nosotros que tiene mayor derecho de hacerlo? ¿No será una
alegría el pensar, en el silencio de la noche, cuando el sueño se niega a envolverlo: "Fue mi
mano la que la envió al cielo; fue la mano de quien más la quería; la mano que ella
hubiera escogido de entre todas, en el caso de que hubiera podido hacerlo."? Díganme,
¿hay alguien así entre nosotros?
Todos miramos a Arthur. Comprendió, lo mismo que todos nosotros, la infinita gentileza
que sugería que debía ser la suya la mano que nos devolvería a Lucy como un recuerdo
sagrado, no ya infernal; avanzó de un paso y dijo valientemente, aun cuando sus manos
le temblaban y su rostro estaba tan pálido como si fuera de nieve:
-Mi querido amigo, se lo agradezco desde el fondo de mi corazón destrozado.
¡Dígame qué tengo que hacer y no fallaré!
Van Helsing le puso una mano en el hombro, y dijo:
-¡Bravo! Un momento de valor y todo habrá concluido. Debe traspasar su cuerpo con esta
estaca. Será una prueba terrible, no piense otra cosa; pero sólo durará un instante, y a
continuación, la alegría que sentirá será mucho mayor que el dolor que esa acción le
produzca; de esta triste cripta saldrá usted como si volara en el aire. Pero no debe fallar
una vez que ha comenzado a hacerlo. Piense solamente en que todos nosotros, sus
mejores amigos, estaremos a su alrededor, sin cesar de orar por usted.
Tome esa estaca en la mano izquierda, listo para colocarle la punta al cadáver
sobre el corazón, y el martillo en la mano derecha. Luego, cuando iniciemos la oración de
los difuntos..., yo voy a leerla. Tengo aquí el libro y los demás recitarán conmigo. Entonces,
golpee en nombre de Dios, puesto que así todo irá bien para el alma de la que amamos y la
"muerta viva" morirá.
Arthur tomó la estaca y el martillo, y, puesto que su mente estaba ocupada en algo preciso,
sus manos ya no le temblaban en absoluto. Van Helsing abrió su misal y comenzó a leer, y
Quincey y yo repetimos lo que decía del mejor modo posible. Arthur colocó la punta de la
estaca sobre el corazón del cadáver y, al mirar, pude ver la depresión en la carne blanca.
Luego, golpeó con todas sus fuerzas.
El objeto que se encontraba en el féretro se retorció y un grito espeluznante y horrible salió
de entre los labios rojos entreabiertos. El cuerpo se sacudió, se estremeció y se retorció,
con movimientos salvajes; los agudos dientes blancos se cerraron hasta que los labios se
abrieron y la boca se llenó de espuma escarlata. Pero Arthur no vaciló un momento. Parecía
una representación del dios escandinavo Thor, mientras su brazo firme subía y bajaba sin
descanso, haciendo que penetrara cada vez más la piadosa estaca, al tiempo que la
sangre del corazón destrozado salía con fuerza y se esparcía en torno a la herida. Su
rostro estaba descompuesto y endurecido a causa de lo que creía un deber; el verlo nos
infundió valor y nuestras voces resonaron claras en el interior de la pequeña cripta.
Paulatinamente, fue disminuyendo el temblor y también los movimientos bruscos del
cuerpo, los dientes parecieron morder y el rostro temblaba. Finalmente, el cadáver
permaneció inmóvil. La terrible obra había concluido.
El martillo se le cayó a Arthur de las manos. Giró sobre sus talones, y se hubiera caído al
suelo si no lo hubiéramos sostenido. Gruesas gotas de sudor aparecieron en su frente y
respiraba con dificultad. En realidad, había estado sujeto a una tensión tremenda, y de no
verse obligado a hacerlo por consideraciones más importantes que todo lo humano, nunca
hubiera podido llevar a feliz término aquella horrible tarea.

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Durante unos minutos estuvimos tan ensimismados con él que ni miramos al féretro en
absoluto. Cuando lo hicimos, sin embargo, un murmullo de asombro salió de todas nuestras
bocas. Teníamos un aspecto tan extraño que Arthur se incorporó, puesto que había estado
sentado en el suelo, y se acercó también para mirar; entonces, una expresión llena de
alegría, con un brillo extraño, apareció en su rostro, reemplazando al horror que estaba
impreso hasta entonces en sus facciones.
Allí, en el ataúd, no reposaba ya la cosa espantosa que habíamos odiado tanto, de la
que considerábamos como un privilegio su destrucción y que se la confiamos a la persona
más apta para ello, sino Lucy, tal y como la habíamos conocido en vida, con su rostro de
inigualable dulzura y pureza. Es cierto que sus facciones reflejaban el dolor y la
preocupación que todos habíamos visto en vida; pero eso nos pareció agradable, debido a
que eran realmente parte integrante de la verdadera Lucy. Sentimos todos que la calma
que resplandecía como la luz del sol sobre el rostro y el cuerpo de la muerta, era sólo
un símbolo terrenal de la tranquilidad de que disfrutaría durante toda la eternidad.
Van Helsing se acercó, colocó su mano sobre el hombro de Arthur, y le dijo:
-Y ahora, Arthur, mi querido amigo, ¿no me ha perdonado?
La reacción a la terrible tensión se produjo cuando tomó entre las suyas la mano del
anciano, la levantó hasta sus labios, la apretó contra ellos y dijo:
-¿Perdonarlo? ¡Que Dios lo bendiga por haber devuelto su alma a mi bienamada y a mí la
paz!
Colocó sus manos sobre el hombro del profesor y, apoyando la cabeza en su pecho, lloró en
silencio, mientras nosotros permanecíamos inmóviles. Cuando volvió a levantar la cabeza,
van Helsing le dijo:
-Ahora, amigo mío, puede usted besarla, Bésele los labios muertos si lo desea, como
ella lo desearía si pudiera escoger. Puesto que ya no es una diablesa sonriente..., un objeto
maldito para toda la eternidad. Ya no es la diabólica "muerta viva". ¡Es una muerta que
pertenece a Dios y su alma esta con Él!.
Arthur se inclinó y la besó. Luego, enviamos a Arthur y a Quincey fuera de la cripta. El
profesor y yo cortamos la parte superior de la estaca, dejando la punta dentro del cuerpo.
Luego, le cortamos la cabeza y le llenamos la boca de ajo. Soldamos cuidadosamente la
caja de plomo, colocamos en su sitio la cubierta del féretro, apretando los tornillos, y luego
de recoger todo cuanto nos pertenecía, salimos de la cripta. El profesor cerró la
puerta y le entregó la llave a Arthur.
Al exterior el aire era suave, el sol brillaba, los pájaros gorjeaban y parecía que toda la
naturaleza había cambiado por completo. Había alegría, paz y tranquilidad por todas
partes. Nos sentíamos todavía nosotros mismos y llenos de alegría, aunque no se trataba
de un gozo intenso, sino más bien de algo suave y muy agradable.
Antes de que nos pusiéramos en movimiento para alejarnos de aquel lugar, van Helsing
dijo:
-Ahora, amigos míos, hemos concluido ya una etapa de nuestro trabajo, la más dura para
nosotros. Pero nos espera una tarea bastante más difícil: descubrir al autor de todos estos
sufrimientos que hemos debido soportar y liquidarlo. Tengo indicios que podemos
seguir, pero se trata de una tarea larga y difícil, llena de peligros y de dolor. ¿No
van a ayudarme todos ustedes? Hemos aprendido a creer todos nosotros, ¿no es así? Y,
siendo así, ¿no vemos cuál es nuestro deber? ¡Sí! ¿No prometemos ir hasta el fin, por
amargo que sea?
Todos aceptamos su mano, uno por uno, y prometimos. Luego, al tiempo que nos
alejábamos del cementerio, el profesor dijo:
-Dentro de dos noches deberán reunirse conmigo para cenar juntos en casa de nuestro
amigo John. Debo hablar con otros dos amigos, dos personas a las que ustedes no conocen
todavía; y debo prepararme para tener listo el programa de

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trabajo y todos nuestros planes. Amigo John, venga conmigo a casa, ya que tengo muchas
cosas que consultarle y podrá ayudarme. Esta noche saldré para Ámsterdam, pero
regresaré mañana por la noche. Entonces comenzará verdaderamente nuestro trabajo.
Pero, antes de ello, tendré muchas cosas que decirles, para que sepan qué tenemos que
hacer y qué es lo que debemos temer. Luego, volveremos a renovar nuestra promesa, unos
a otros, ya que nos espera una tarea terrible, y una vez que hayamos echado a andar
sobre ese terreno ya no podremos retroceder.

XVII.- DEL DIARIO DEL DOCTOR SEWARD (continuación)

Cuando llegamos al hotel Berkeley, van Helsing encontró un telegrama que había
llegado en su ausencia:
"Llegaré por tren. Jonathan en Whitby. Noticias importantes. MINA
HARKER ."
El profesor estaba encantado.
-¡Ah!, esa maravillosa señora Mina -dijo-. ¡Una perla entre las mujeres! Va a llegar; pero
no puedo quedarme a esperarla. Debe llevarla a su casa, amigo John. Debe ir a recibirla a
la estación. Mándele un telegrama en camino para que esté preparada.
Cuando enviamos el telegrama, el profesor tomó una taza de té; a continuación, me habló
de un diario de Jonathan Harker y me entregó una copia mecanografiada, así como el diario
que escribió Mina Harker en Whitby.
-Tómelos -me dijo y examínelos atentamente. Para cuando regrese, estará usted al
corriente de todos los hechos y así podremos emprender mejor nuestras investigaciones.
Cuídelos, puesto que su contenido es un verdadero tesoro. Necesitará toda su fe, a pesar
de la experiencia que ha tenido hoy mismo. Lo que se dice aquí -colocó pesadamente la
mano, con gravedad, sobre el montón de papeles, al tiempo que hablaba-, puede ser
el principio del fin para usted, para mí y para muchos otros; o puede significar el fin del
"muerto vivo" que tantas atrocidades comete en la tierra. Léalo todo, se lo ruego, con
atención. Y si puede añadir usted algo a la historia que aquí se relata, hágalo, puesto que
en este caso todo es importante. Ha consignado en su diario todos esos extraños
sucesos, ¿no es así? ¡Claro! Bueno, pues entonces, pasaremos todo en revista juntos,
cuando regrese.
A continuación, hizo todos los preparativos para su viaje y, poco después, se dirigió a
Liverpool Street. Yo me encaminé a Paddington, a donde llegué como un cuarto de hora
antes de la llegada del tren.
La multitud se fue haciendo menos densa, después del movimiento característico en los
andenes de llegada. Comenzaba a intranquilizarme, temiendo no encontrar a mi invitada,
cuando una joven de rostro dulce y apariencia delicada se dirigió hacia mí, y después de
una rápida ojeada me dijo:
-Es usted el doctor Seward, ¿verdad?
-¡Y usted la señora Harker! -le respondí inmediatamente. Entonces, la
joven me tendió la mano.
-Lo conocía por la descripción que me hizo la pobre Lucy; pero... guardó silencio
repentinamente y un fuerte rubor cubrió sus mejillas.
El rubor que apareció en mi propio rostro nos tranquilizó a los dos en cierto modo, puesto
que era una respuesta tácita al suyo. Tomé su equipaje, que incluía una máquina de
escribir, y tomamos el metro hasta Fenchurch Street, después de enviar recado a mi ama
de llaves para que dispusiera una salita y una habitación dormitorio para la recién llegada.
Pronto llegamos. La joven sabía, por supuesto, que el lugar era un asilo de alienados; pero
vi que no lograba contener un estremecimiento cuando entramos.

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Me dijo que si era posible le gustaría acompañarme a mi estudio, debido a que tenía mucho
de que hablarme. Por consiguiente, estoy terminando de registrar los conocimientos en mi
diario fonográfico, mientras la espero.
Como todavía no he tenido la oportunidad de leer los papeles que me confió van
Helsing, aunque se encuentran extendidos frente a mí, tendré que hacer que la señora
se interese en alguna cosa para poder dedicarme a su lectura. No sabe cuán precioso es
el tiempo o de qué índole es la tarea que hemos emprendido. Debo tener cuidado para no
asustarla. ¡Aquí llega!
Del diario de Mina Harker
29 de septiembre. Después de instalarme, descendí al estudio del doctor Seward.
En la puerta me detuve un momento, porque creí oírlo hablar con alguien. No obstante,
como me había rogado que no perdiera el tiempo, llamé a la puerta y entré al estudio una
vez que me dio permiso para hacerlo.
Me sorprendí mucho al constatar que no había nadie con él. Estaba absolutamente solo, y
sobre la mesa, frente a él, se encontraba lo que supe inmediatamente, por las
descripciones, que se trataba de un fonógrafo. Nunca antes había visto uno y me interesó
mucho.
-Espero no haberlo hecho esperar mucho -le dije-; pero me detuve ante la puerta, ya que
creí oírlo a usted hablando y supuse que habría alguna persona en su estudio.
-¡Oh! -replicó, con una sonrisa-. Solamente estaba registrando en mi diario los últimos
acontecimientos.
-¿Su diario? -le pregunté, muy sorprendida.
-Sí -respondió -, lo registro en este aparato. Al tiempo que hablaba, colocó la mano sobre
el fonógrafo. Me sentí muy excitada y exclamé:
-¡Vaya! ¡Esto es todavía más rápido que la taquigrafía! ¿Me permite oír el aparato un poco?
-Naturalmente -replicó con amabilidad y se puso en pie para preparar el artefacto de modo
que hablara.
Entonces, se detuvo y apareció en su rostro una expresión confusa.
-El caso es -comenzó en tono extraño que sólo registro mi diario; y se refiere
enteramente..., casi completamente..., a mis casos. Sería algo muy desagradable... Quiero
decir...
Guardó silencio y traté de ayudarlo a salir de su confusión.
-Usted ayudó en la asistencia a mi querida Lucy en los últimos instantes. Déjeme escuchar
cómo murió. Le agradeceré mucho todo lo que pueda saber sobre ella. Me era
verdaderamente muy querida.
Para mi sorpresa, respondió, con una expresión de profundo horror en sus facciones:
-¿Quiere que le hable de su muerte? ¡Por nada del mundo!
-¿Por qué no? -pregunté, mientras un sentimiento terrible se iba apoderando de mí.
El doctor hizo nuevamente una pausa y pude ver que estaba tratando de buscar una
excusa. Finalmente, balbuceó:
-¿Ve usted? No sé como retirar todo lo particular que contiene el diario. Mientras hablaba se
le ocurrió una idea, y dijo, con una simplicidad llena de inconsciencia, en un tono de voz
diferente y con el candor de un niño:
-Esa es la verdad, le doy mi palabra de ello. ¡Sobre mi honor de indio honrado!
No pude menos de sonreír y el doctor hizo una mueca.
-¡Esta vez me he traicionado! -dijo-. Pero, ¿sabe usted que aún cuando hace ya varios
meses que mantengo al día el diario, nunca me preocupé de cómo podría encontrar
cualquier parte en especial de él que deseara examinar?
Pero esta vez me convencí de que el diario del doctor que asistió a Lucy tendría algo que
añadir a nuestra suma de conocimientos sobre el terrible ser, y dije llanamente:

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-Entonces, doctor Seward, lo mejor será que me deje que le haga una copia en mi máquina
de escribir.
Se puso intensamente pálido, al tiempo que me decía:
-¡No! ¡No! ¡No! ¡Por nada en el mundo dejaré que usted conozca esa terrible historia!
Por consiguiente, era terrible. ¡Mi intuición no me había engañado! Por unos instantes
estuve pensando, y mientras mis ojos examinaban cuidadosamente la habitación, buscando
algo o alguna oportunidad que pudiera ayudarme, vi un montón de papeles escritos a
máquina sobre su mesa. Los ojos del doctor se fijaron en los míos, e involuntariamente,
siguió la dirección de mi mirada. Al ver los papeles, comprendió qué era lo que estaba
pensando.
-Usted no me conoce -le dije-. Cuando haya leído esos papeles, el diario de mi esposo y
el mío propio, que yo misma copié en la máquina de escribir, me conocerá un poco mejor.
No he dejado de expresar todos mis pensamientos y los sentimientos de mi corazón en ese
diario; pero, naturalmente, usted no me conoce... todavía; y no puedo esperar que
confíe en mí para revelarme algo tan importante.
Desde luego, es un hombre de naturaleza muy noble; mi pobre Lucy tenía razón respecto a
él. Se puso en pie y abrió un amplio cajón, en el que estaban guardados en orden varios
cilindros metálicos huecos, cubiertos de cera oscura, y dijo:
-Tiene usted razón. No confiaba en usted debido a que no la conocía. Pero ahora la
conozco; y déjeme decirle que debí conocerla hace ya mucho tiempo. Ya sé que Lucy le
habló a usted de mí, del mismo modo que me habló a mí de usted. ¿Me permite que haga
el único ajuste que puedo? Tome los cilindros y óigalos. La primera media docena son
personales y no la horrorizarán; así podrá usted conocerme mejor. Para cuando termine de
oírlos, la cena estará ya lista. Mientras tanto, debo leer parte de esos documentos, y así
estaré en condiciones de comprender mejor ciertas cosas.
Llevó él mismo el fonógrafo a mi salita y lo ajustó para que pudiera oírlo. Ahora voy a
conocer algo agradable, estoy segura de ello, ya que me va a mostrar el otro lado de un
verdadero amor del que solamente conozco una parte...
Del diario del doctor Seward
29 de septiembre. Estaba tan absorto en la lectura del diario de Jonathan Harker y en el de
su esposa que dejé pasar el tiempo sin pensar. La señora Harker no había descendido
todavía cuando la sirvienta anunció que la cena estaba servida.
-Es probable que esté cansada. Será mejor que retrasemos la cena una hora -le dije, y
volví a enfrascarme en mi lectura.
Acababa de terminar la lectura del diario de la señora Harker cuando ella entró al estudio.
Se veía muy bonita y dulce, pero un poco triste, y sus ojos estaban un poco hinchados,
signo inequívoco de que había estado llorando. Por alguna razón, eso me emocionó
profundamente. Unos instantes antes había tenido yo mismo ganas de llorar, ¡Dios lo
sabe!; pero el alivio que las lágrimas procuran me había sido negado, y entonces, el ver
aquellos ojos de mirada dulce, que habían estado llenos de lágrimas, me impresionó. Por
consiguiente, le dije con toda la amabilidad que pude:
-Me temo que mi diario la ha desconsolado.
-¡Oh, no! No estoy desconsolada -replicó-; pero me han emocionado más de lo que puedo
decir sus lamentaciones. Es una máquina maravillosa, pero cruelmente verdadera. Me
hizo escuchar, en el tono exacto, las angustias de su corazón. Era como un alma que se
dirige a Dios Todopoderoso. ¡Nadie debe volver a escribir nunca eso! He tratado de
serle útil. He copiado sus palabras en mi máquina de escribir y nadie más necesita oír
ahora los latidos de su corazón, como lo he hecho yo.
-Nadie necesita saberlo nunca, ni lo sabrá -le dije, en tono muy bajo. Ella colocó
su mano sobre las mías y me dijo con gravedad:

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-¡Deben conocerlo!
-¡Deben! ¿Por qué? -preguntó.
-Porque es una parte de la terrible historia, una parte de la muerte de la pobre y
querida Lucy y de las causas que la provocaron; porque en la lucha que nos espera,
para librar a la tierra de ese terrible monstruo, debemos adquirir todos los
conocimientos y toda la ayuda que es posible obtener. Creo que los cilindros que me confió
contienen más de lo que usted deseaba que yo conociera; pero he visto que en ese
registro hay muchos indicios para la solución de este negro misterio. ¿No va a dejarme
usted que le ayude? Conozco todo hasta cierto punto; y comprendo ya, aunque su diario
me condujo sólo hasta el siete de septiembre, cómo estaba siendo acosada la pobre Lucy y
cómo se iba desarrollando su terrible destino. Jonathan y yo hemos estado
trabajando día y noche desde que el profesor van Helsing estuvo con nosotros. Mi esposo
ha ido a Whitby a conseguir más información y llegará aquí mañana, para tratar de
ayudarnos a todos. No debemos tener secretos entre nosotros; trabajando juntos y con
entera confianza podremos ser, con toda seguridad, más útiles y efectivos que si alguno
de nosotros está sumido en la oscuridad. Me miró de modo tan suplicante, y al mismo
tiempo manifestando tanto valor y resolución en su actitud, que cedí inmediatamente ante
sus deseos.
-Haga usted lo que mejor le parezca con respecto a este asunto -le dije -.
¡Que Dios me perdone si hago mal! Hay aún cosas terribles que va a conocer; pero si ha
recorrido ya tanto trecho en lo referente a la muerte de la pobre Lucy, no se contentará, lo
sé, permaneciendo en la ignorancia. No, el fin mismo podrá darle a usted un poco de
paz. Venga, la cena está servida. Debemos fortalecernos para soportar lo que nos
espera; tenemos ante nosotros una tarea cruel y peligrosa. Cuando haya cenado podrá
conocer todo el resto y responderé a todas las preguntas que usted quiera hacerme..., en
el caso de que haya algo que no comprenda; aunque estaba claro para todos los que
estábamos presentes.
Del diario de Mina Harker
29 de septiembre. Después de cenar, acompañé al doctor Seward a su estudio. Llevó el
fonógrafo de mi salita y yo tomé mi máquina de escribir. Hizo que me instalara en un
asiento cómodo y colocó el fonógrafo de tal modo que pudiera manejarlo sin necesidad de
levantarme, y me mostró como detenerlo, en el caso de que deseara hacer una pausa.
Entonces, muy preocupado, tomó asiento de espaldas a mí, para que me sintiera con
mayor libertad, y comenzó a leer. Yo me coloqué en los oídos el casco, y escuché.
Cuando conocí la terrible historia de la muerte de Lucy y de todo lo que siguió, permanecí
reclinada en mi asiento, como paralizada, absolutamente sin fuerzas.
Afortunadamente no soy dada a desmayarme. En cuanto el doctor Seward me vio, se puso
en pie de un salto, con expresión horrorizada, y apresurándose a sacar de una alacena
una botella me dio una copita de brandy, que, en unos minutos, me devolvió las fuerzas. Mi
cerebro era un verdadero caos, y solamente entre todos los horrores surgía un ligero rayo
de luz al saber que mi pobre y querida Lucy estaba finalmente en paz. De no ser por eso,
no creo haber podido tolerarlo sin hacer una escena. Era todo tan salvaje, misterioso y
extraño, que si no hubiera conocido la experiencia de Jonathan en Transilvania, no hubiera
podido creerlo. En realidad, no sabía qué creer y procuré salir del paso ocupándome de otra
cosa. Le quité la cubierta a mi máquina de escribir, y le dije al doctor Seward:
-Déjeme que le escriba todo esto. Debemos estar preparados para cuando regrese
el doctor van Helsing. Le he enviado un telegrama a Jonathan para que venga aquí en
cuanto llegue a Londres, procedente de Whitby. En este caso, las fechas son
importantes, y creo que si preparamos todo el material y lo disponemos todo en orden
cronológico, habremos adelantado mucho. Me ha dicho usted que lord Godalming y el señor
Morris van a venir también. Así podremos estar en condiciones de ponerlo al corriente de
todo en cuanto llegue.

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El doctor, de acuerdo con lo dicho, hizo que el fonógrafo funcionara más lentamente y
comencé a escribir a máquina desde el principio del séptimo cilindro.
Usaba papel carbón y saqué tres copias, lo mismo que había hecho con todo el resto. Era
ya tarde cuando concluí el trabajo, pero el doctor fue a cumplir con su deber, en su ronda
de visita a los pacientes; cuando terminó, regreso y se sentó a mi lado, leyendo, para
que no me sintiera demasiado sola mientras trabajaba. ¡Qué bueno y comprensivo es!
¡El mundo parece estar lleno de hombres buenos, aun cuando haya también monstruos!
Antes de despedirme de él recordé lo que Jonathan había escrito en su diario sobre la
perturbación del profesor cuando leyó algo en un periódico de la tarde en la estación de
Exéter; así, al ver que el doctor Seward guardaba clasificados sus periódicos, me llevé a la
habitación, después de pedirle permiso para ello, los álbumes de The Westminster Gazette
y The Pall Mall Gazette. Recordaba lo mucho que nos habían ayudado los periódicos The
Dailygraph y The Whitby Gazette ,de los que había guardado recortes, para comprender los
terribles sucesos de Whitby cuando llegó el conde Drácula. Por consiguiente, tengo el
propósito de examinar cuidadosamente, desde entonces, los periódicos de la tarde, y
quizá pueda así encontrar algún indicio. No tengo sueño, y el trabajo servirá para
tranquilizarme.
Del diario del doctor Seward
30 de septiembre. El señor Harker llegó a las nueve en punto. Había recibido el telegrama
de su esposa poco antes de ponerse en camino. Tiene una inteligencia poco común, si es
posible juzgar eso por sus facciones, y está lleno de energía. Si su diario es verdadero, y
debe ser, a juzgar por las maravillosas experiencias que hemos tenido, es también un
hombre enérgico y valiente. Su ida a la tumba por segunda vez era una obra maestra de
valor. Después de leer su informe, estaba preparado a encontrarme con un buen
espécimen de la raza humana, pero no con el caballero tranquilo y serio que llegó aquí hoy.
Más tarde. Después del almuerzo, Harker y su esposa regresaron a sus habitaciones, y al
pasar hace un rato junto a su puerta, oí el ruido que producía su máquina de escribir.
Trabajan mucho. La señora Harker me dijo que estaban poniendo en orden cronológico
todas las pruebas que poseían. Harker había recibido las cartas entre la consigna de las
cajas en Whitby y los mozos de cuerda que se ocuparon de ellas en Londres. Ahora esta
leyendo la copia mecanografiada por su esposa de mi diario. Me pregunto qué conclusiones
sacarán. Aquí está...
¡Es extraño que no se me ocurriera pensar que la casa vecina pudiera ser el escondrijo del
conde! ¡Sin embargo, Dios sabe que habíamos tenido suficientes indicios a causa del
comportamiento del pobre Renfield! El montón de cartas relativas a la adquisición de la
casa se encontraba con las copias mecanografiadas. ¡Si lo hubiéramos sabido antes,
hubiéramos podido salvarle la vida a la pobre Lucy! ¡Basta! ¡Esos pensamientos conducen
a la locura! Harker ha regresado a sus habitaciones y está otra vez poniendo en orden el
material que posee. Dice que para la hora de la cena estarán en condiciones de
presentar una narración que tenga una relación absoluta entre todos los hechos. Piensa
que, mientras tanto, debo ir a ver a Renfield, puesto que hasta estos momentos ha
sido una especie de guía sobre las entradas y salidas del conde. Me es difícil verlo todavía;
pero, cuando examine las fechas, supongo que veré claramente la relación existente. ¡Qué
bueno que la señora Harker mecanografió el contenido de mis cilindros! Nunca hubiéramos
podido encontrar las fechas de otro modo...
Encontré a Renfield sentado plácidamente en su habitación y sonriendo como un bendito.
En ese momento parecía tan cuerdo como cualquier otra persona de las que conozco. Me
senté a su lado y hablé con él de infinidad de temas, que él desarrolló de una manera
absolutamente natural. Entonces, por su propia voluntad, me habló de regresar a su casa,
un tema que nunca había tocado, que

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yo sepa, durante su estancia en el asilo. En efecto, me habló confiado de que podría ser
dado de alta inmediatamente.
Creo que de no haber conversado antes con Harker y haber leído las cartas y las fechas de
sus ataques, me hubiera sentido dispuesto a firmar su salida, al cabo de un corto tiempo
de observación. Tal y como están las cosas, sospecho de todo. Todos esos ataques estaban
ligados en cierto modo a la presencia del conde en las cercanías. ¿Qué significaba entonces
aquella satisfacción absoluta? ¿Quiere decir que sus instintos están satisfechos a causa del
convencimiento del triunfo final del vampiro? Es el mismo zoófago y en sus terribles furias,
al exterior de la puerta de la capilla de la casa, habla siempre del "amo". Todo esto parece
ser una confirmación de nuestra idea. Sin embargo, al cabo de un momento, lo dejé; mi
amigo estaba en esos instantes demasiado cuerdo para poder ponerlo a prueba seriamente
con preguntas. Puede comenzar a reflexionar y, entonces... Por consiguiente, me alejé de
él. Desconfío de esos momentos de calma que tiene a veces, y le he dado al enfermero la
orden de que lo vigile estrechamente y que tenga lista una camisa de fuerza para utilizarla
en caso de necesidad.
Del diario de Jonathan Harker
29 de septiembre, en el tren hacia Londres. Cuando recibí el amable mensaje del señor
Billington, en el que me decía que estaba dispuesto a facilitarme todos los informes que
obraban en su poder, creí conveniente ir directamente a Whitby y llevar a cabo, en el lugar
mismo, todas las investigaciones que deseaba. Mi objeto era el de seguir el horrible
cargamento del conde hasta su casa de Londres. Más tarde podríamos ocuparnos de ello. El
hijo de Billington, un joven muy agradable, fue a la estación a recibirme y me
condujo a casa de su padre, en donde habían decidido que debería pasar la noche. Eran
hospitalarios, con la hospitalidad propia de Yorkshire: dando todo a los invitados y
dejándolos en entera libertad para que hicieran lo que deseaban. Sabían que tenía mucho
quehacer y que mi estancia iba a ser muy corta, y el señor Billington tenía preparados en
su oficina todos los documentos relativos a la consignación de las cajas.
Me llevé una fuerte impresión al volver a ver una de las cartas que había visto sobre la
mesa del conde, antes de tener conocimiento de sus planes diabólicos. Todo había sido
pensado cuidadosamente y ejecutado sistemáticamente y con precisión. Parecía haber
estado preparado para vencer cualquier obstáculo que pudiera surgir por accidente para
impedir que se llevaran a cabo sus intenciones. No había dejado nada a la casualidad, y la
absoluta exactitud con la que sus instrucciones fueron seguidas era simplemente un
resultado lógico de su cuidado. Vi la factura y tomé nota de ella: "Cincuenta cajas de tierra
común, para fines experimentales." También la copia de la carta dirigida a Carter Paterson
y su respuesta; saqué copias de las dos. Esa era toda la información que podía facilitarme
el señor Billington, de modo que me dirigí al puerto a ver a los guardacostas, a los oficiales
de la aduana y al comandante de puerto. Todos ellos tenían algo que decir sobre la entrada
extraña del barco, que ya comenzaba a tener su lugar en las tradiciones locales; pero no
pudieron añadir nada a la simple descripción "cincuenta cajas de tierra común". A
continuación fui a ver al jefe de estación, que me puso amablemente en contacto con los
hombres que habían recibido en realidad las cajas. Su descripción coincidía con las
listas y no tuvieron nada que añadir, excepto que las cajas eran "extraordinariamente
pesadas" y que su embarque había sido un trabajo muy duro. Uno de ellos dijo que
era una pena que no hubiera habido algún caballero presente "como usted, señor",
para recompensar en cierto modo sus esfuerzos, con una propina en metálico; otro
expresó lo mismo, diciendo que el esfuerzo hecho les había producido una sed tan
grande que todavía no habían logrado calmarla del todo. No es necesario añadir que,
antes de dejarlos, me encargué de que no volvieran a tener que hacer ningún reproche
al respecto.

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30 de septiembre. El jefe de estación tuvo la amabilidad de darme unas líneas escritas para
su colega de King's Cross, de manera que cuando llegué allá por la mañana, pude hacerle
preguntas sobre la llegada de las cajas. Él también me puso inmediatamente en contacto
con los empleados apropiados y vi que sus explicaciones coincidían con la factura original.
Las oportunidades de tener una sed anormal habían sido pocas en este último caso; sin
embargo, habían sido aprovechadas generosamente y me vi obligado a ocuparme del
resultado de un modo ex post facto.
De allí me dirigí a las oficinas centrales de Carter Paterson, donde fui recibido con la mayor
cortesía. Examinaron la transacción en su diario y sus archivos de correspondencia y
telefonearon inmediatamente a su oficina de King's Cross para obtener más detalles.
Afortunadamente, los hombres que se encargaron del acarreo estaban esperando trabajo y
el funcionario los envió inmediatamente, mandando asimismo con uno de ellos el certificado
de tránsito y todos los documentos relativos a la entrega de las cajas en Carfax.
Nuevamente, descubrí que el duplicado correspondía exactamente; los portadores estaban
en condiciones de complementar la parquedad de los documentos con unos cuantos
detalles. Pronto supe que esos detalles estaban relacionados con lo sucio del trabajo y con
la terrible sed que les produjo a los trabajadores. Al ofrecerles la oportunidad, más tarde,
para que la calmaran, uno de los hombres hizo notar:
-Esa casa, señor, es la más abandonada que he visto en toda mi vida.
¡Caramba! Parece que hace ya un siglo que nadie la ha tocado. Había una capa tan gruesa
de polvo que hubiéramos podido dormir en el suelo sin lastimarnos los riñones, y tan en
desorden que parecía el antiguo templo de Jerusalén. Pero la vieja capilla... ¡Fue el colmo
de todo! Mis compañeros y yo pensamos que nunca saldríamos de esa casa bastante
pronto. ¡Cielo santo! ¡Por nada del mundo me quedaría allí un solo instante después de
anochecer!
Puesto que yo había estado en la casa, no tuve inconveniente en creerle; pero, si
hubiera sabido lo que yo, es seguro que habría empleado palabras más duras.
Hay algo de lo que estoy satisfecho, sin embargo: que todas las cajas que llegaron a
Whitby de Varna, en el Demetrio, estaban depositadas en la vieja capilla de Carfax. Debía
haber allí cincuenta, a menos que hubieran retirado ya alguna..., como lo temía,
basándome en el diario del doctor Seward.
Tengo que tratar de entrevistarme con el portador que se llevaba las cajas de Carfax,
cuando Renfield los atacó. Siguiendo esa pista, es posible que lleguemos a saber muchas
cosas importantes.
Más tarde. Mina y yo hemos trabajado durante todo el día y hemos puesto en orden todos
los papeles.
Del diario de Mina Harker
30 de septiembre. Estoy tan contenta que me es difícil contenerme. Supongo que se
trata de la reacción natural después del horrible temor que tenía: de que ese terrible
asunto y la reapertura de sus antiguas heridas podrían actuar en detrimento de
Jonathan.
Lo vi salir hacia Whitby con un rostro tan animado como era posible; pero me sentía
enferma de aprensión. Sin embargo, el esfuerzo le había sentado bien. Nunca había estado
tan resuelto, fuerte y con tanta energía volcánica, como ahora. Es exacto lo que me dijo el
excelente profesor van Helsing: es verdaderamente resistente y mejora bajo tensiones que
matarían a una persona de naturaleza más débil. Ha regresado lleno de vida, de esperanza
y de determinación. Lo hemos ordenado todo para esta noche. Me siento muy emocionada.
Supongo que es preciso tener lástima de alguien que es tan perseguido como el conde.
Solamente que... esa cosa no es humana... No es ni siquiera una bestia. Leer el relato del
doctor Seward sobre la muerte de la pobre Lucy y todo lo que siguió, es suficiente para
ahogar todos los sentimientos de conmiseración.

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Más tarde. Lord Godalming y el señor Morris llegaron más temprano de lo que los
esperábamos. El doctor Seward había salido a arreglar unos asuntos y se había hecho
acompañar por Jonathan; por consiguiente, tuve que recibirlos yo. Fue para mí algo muy
desagradable, debido a que me recordó todas las esperanzas de la pobre Lucy, de hacía
solamente unos meses. Naturalmente, habían oído a Lucy hablar de mí y parecía que el
doctor van Helsing había estado también "haciéndome propaganda", como lo expresó
el señor Morris.
¡Pobres amigos! Ninguno de ellos sabe que estoy al corriente de todas las proposiciones
que le hicieron a Lucy. No sabían exactamente qué decir o hacer, ya que ignoraban
hasta que punto estaba yo al corriente de todo; por consiguiente, tuvieron que hablar de
trivialidades. Sin embargo, reflexioné profundamente y llegué a la conclusión de que lo
mejor que podía hacer era ponerlos al corriente de todo. Sabía, por el diario del doctor
Seward, que habían asistido a la muerte de la pobre Lucy..., a la muerte verdadera..., y
que no debía tener miedo de revelar un secreto antes de tiempo. Por consiguiente, les dije
de la mejor manera posible, que había leído todos los documentos y diarios, y que mi
esposo y yo, después de mecanografiarlos, acabábamos de terminar de ponerlos en orden.
Les di una copia a cada uno de ellos, para que pudieran leerlos en la biblioteca. Cuando lord
Godalming recibió la suya y la leyó cuidadosamente (era un legajo considerable de
documentos), dijo:
-¿Ha escrito usted todo esto, señora Harker?
Asentí, y él agregó:
-No comprendo muy bien el fin de todo esto; pero son todos ustedes tan buenos y amables
y han estado trabajando de manera tan enérgica y honrada, que lo único que puedo hacer
es aceptar todas sus ideas a ciegas y tratar de ayudarlos. Ya he recibido una lección al
tener que aceptar hechos que son suficientes para hacer que un hombre se sienta triste
hasta los últimos momentos de su vida. Además, sé que usted amaba a mi pobre Lucy...
Al llegar a este punto, se volvió y se cubrió el rostro con las manos. Alcancé a
percibir el llanto en el tono de su voz. El señor Morris, con delicadeza instintiva, le puso una
mano en el hombro, durante un momento, y luego salió lentamente de la habitación.
Supongo que hay algo en la naturaleza de una mujer que hace que un hombre se sienta
libre para desplomarse frente a ella y expresar sus sentimientos emotivos o de ternura, sin
creer que sean humillantes para su virilidad; porque cuando lord Godalming se vio solo
conmigo, se sentó en el diván y dio rienda suelta al llanto sincera y abiertamente.
Me senté a su lado y le tomé la mano. Espero que no haya pensado que fuera un
atrevimiento mío, y que si piensa en ello después, nunca se le ocurrirá nada semejante.
Lo estoy denigrando un poco; sé que nunca lo hará... Es demasiado caballeresco para eso.
Comprendí que su corazón estaba destrozado, y le dije:
-Quería a Lucy y sé lo que ella representaba para usted, y lo que era usted para ella.
Éramos como hermanas, y, ahora que ella se ha ido, ¿no va a permitirme que sea como
una hermana para usted en medio de su dolor? Sé la tristeza que lo ha embargado, aunque
no puedo medir exactamente su profundidad. Si la simpatía y la comprensión pueden
ayudarlo a usted en su aflicción, ¿no me permite que lo ayude..., por amor de Lucy?
En un instante, el pobre hombre se encontró abrumado por el dolor. Me pareció que todo lo
que había tenido que sufrir en silencio hasta entonces brotaba de golpe. Se puso fuera de sí
y, levantando las manos abiertas, hizo chocar las palmas, expresando la magnitud de su
dolor. Se puso en pie y, un instante después, volvió a tomar asiento y las lágrimas no
cesaban de correrle por las mejillas. Sentí una enorme lástima por él, y sin pensarlo, abrí
los brazos. Con un sollozo, apoyó su cabeza en mi hombro y lloró como un niño cansado, al
tiempo que temblaba de emoción.

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Nosotras, las mujeres, tenemos algo de madres que nos hace elevarnos sobre las cosas
menos importantes cuando se invoca la maternidad; sentí que aquella cabeza de hombre
presa del dolor reposaba sobre mí, como si fuera la del bebé que algún día podré tener en
el regazo, y le acaricié el pelo, como si se tratara de mi hijo. En aquel momento no pensé
en lo extraño que era todo aquello.
Al cabo de un rato, sus sollozos cesaron y se irguió, excusándose, aunque no trató de
esconder su emoción. Me dijo que durante muchos días y noches, días llenos de fatiga y
noches sin sueño, se había sentido incapaz de hablar con nadie, como debe hacerlo un
hombre en momentos de aflicción como aquellos. No había ninguna mujer cuyo consuelo
pudiera serle entregado o con el que, debido a las terribles circunstancias que rodeaban
a su dolor, pudiera hablar libremente.
-Ahora sé como sufría -dijo, al tiempo que se secaba los ojos-. Pero, no sé ni siquiera en
este momento y ninguna otra persona podrá comprenderlo nunca, lo mucho que ha
significado hoy para mí su dulce consuelo. Con el tiempo lo comprenderé mejor, y créame
que, aunque se lo agradezco infinitamente ahora, mi agradecimiento irá en aumento al
mismo tiempo que mi comprensión. ¿Me permite usted que seamos como hermanos
durante todas nuestras vidas..., por amor de Lucy?
-Por el amor de nuestra Lucy -le dije, al tiempo que le daba la mano.
-Y por usted misma -añadió él-, puesto que si la estimación de un hombre y su gratitud
tienen algún valor, usted las ha ganado hoy. Si alguna vez en el futuro llega usted a tener
necesidad de la ayuda de un hombre, créame que no me llamará usted en vano. Dios
quiera que nunca se presente ese momento en que la luz del sol desaparezca de su vida;
pero si llegara a presentarse, prométame que acudirá a mí.
Era tan sincero y su dolor había sido tan profundo, que comprendí que sería un consuelo
para él, y le dije:
-Se lo prometo.
Cuando salí al pasillo vi al señor Morris, que estaba mirando al exterior por una de las
ventanas. Se volvió al oír el ruido de mis pasos.
-¿Cómo está Art? -inquirió.
Luego, viendo mis ojos enrojecidos, siguió diciendo:
-¡Ah! Ya veo que lo ha estado usted consolando. ¡Pobre amigo mío! Eso es lo que necesita.
Nadie que no sea una mujer puede consolar a un hombre cuando tiene el corazón
destrozado, y él no tiene a ninguna...
Enterró su propio dolor con tanta entereza que mi corazón sangró por él. Vi que tenía el
manuscrito en la mano y sabía que en cuanto lo leyera se daría cuenta de cuanto sabía; por
consiguiente, le dije:
-Desearía poder consolar a todos los que sufren profundamente. ¿Quiere usted ser mi
amigo y venir a mí si necesita consuelo? Más tarde comprenderá usted de qué le estoy
hablando.
Vio que se lo decía con sinceridad y, haciéndome una reverencia, me tomó la mano, se la
llevó a los labios y la besó. Parecía ser un consuelo demasiado pobre para un alma tan
valerosa y desinteresada. Entonces, impulsivamente, me incliné y lo besé.
Sus ojos se le llenaron de lágrimas y se le hizo un nudo en la garganta. Luego, dijo, en
tono tranquilo:
-¡Pequeña, nunca olvidará usted esa bondad sincera, en toda su vida! Luego, se
dirigió hacia el estudio, donde se encontraba su amigo.
-¡Pequeña!
La misma palabra con que se había referido a Lucy.
¡Pero demostró ser un amigo!.

XVIII.- DEL DIARIO DEL DOCTOR SEWARD

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30 de septiembre. Llegué a casa a las cinco y descubrí que Godalming y Morris no
solamente habían llegado, sino que también habían estudiado las transcripciones de los
diversos diarios y cartas que Harker y su maravillosa esposa habían preparado y ordenado.
Harker no había regresado todavía de su visita a los portadores, sobre los que me había
escrito el doctor Hennessey. La señora Harker nos dio una taza de té, y puedo decir con
toda sinceridad que, por primera vez desde que vivía allí, aquella vieja casona me pareció
un hogar. Cuando terminamos, la señora Harker dijo:
-Doctor Seward, ¿puedo pedirle un favor? Deseo ver a su paciente, al señor Renfield.
Déjeme verlo. Me interesa mucho lo que dice usted de él en su diario.
Parecía tan suplicante y tan bonita que no pude negárselo; por consiguiente, la llevé
conmigo. Cuando entré en la habitación, le dije al hombre que había una dama a la que le
gustaría verlo, a lo cual respondió simplemente:
-¿Por qué?
-Está visitando toda la casa y desea ver a todas las personas que hay en ella
-le contesté.
-¡Ah, muy bien! -dijo-. Déjela entrar, sea como sea; pero espere un minuto, hasta que
ponga en orden el lugar.
Su método de ordenar la habitación era muy peculiar.
Simplemente se tragó todas las moscas y arañas que había en las cajas, antes de que
pudiera impedírselo. Era obvio que temía o estaba celoso de cualquier interferencia.
Cuando hubo concluido su desagradable tarea, dijo amablemente:
-Haga pasar a la dama.
Y se sentó sobre el borde de su cama con la cabeza inclinada hacia abajo; pero con los
párpados alzados, para poder ver a la dama en cuanto entrara en la habitación.
Por espacio de un momento estuve pensando que quizá tuviera intenciones homicidas.
Recordaba lo tranquilo que había estado poco antes de atacarme en mi propio estudio, y
me mantuve en un lugar tal que pudiera sujetarlo inmediatamente si intentaba saltar sobre
ella.
La señora Harker entró en la habitación con una gracia natural que hubiera hecho que fuera
respetada inmediatamente por cualquier lunático..., ya que la desenvoltura y la gracia son
las cualidades que más respetan los locos. Se dirigió hacia él, sonriendo agradablemente, y
le tendió la mano.
-Buenas tardes, señor Renfield -le dijo-. Como usted puede ver, lo conozco. El doctor
Seward me ha hablado de usted.
El alienado no respondió enseguida, sino que la examinó con el ceño fruncido. Su expresión
cambió, su rostro reflejó el asombro y, luego, la duda; luego, con profunda sorpresa de mi
parte, le oí decir:
-No es usted la mujer con la que el doctor deseaba casarse, ¿verdad? No puede usted
serlo, puesto que está muerta.
La señora Harker sonrió dulcemente, al tiempo que respondía:
-¡Oh, no! Tengo ya un esposo, con el que estoy casada desde mucho antes de conocer
siquiera al doctor Seward. Soy la señora Harker.
-Entonces, ¿qué está usted haciendo aquí?
-Mi esposo y yo hemos venido a visitar al doctor Seward.
-Entonces no se quede.
-Pero, ¿por qué no?
Pensé que aquel estilo de conversación no podía ser más agradable para la señora Harker
que lo que lo era para mí. Por consiguiente, intervine:
-¿Cómo sabe usted que deseaba casarme?
Su respuesta fue profundamente desdeñosa y la dio en una pausa en que apartó sus ojos
de la señora Harker y posó su mirada en mí, para volverla a fijar inmediatamente después
en la dama.
-¡Qué pregunta tan estúpida!

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-Yo no lo creo así en absoluto, señor Renfield -le dijo la señora Harker, defendiéndome.
Renfield le habló entonces con tanta cortesía y respeto como desdén había mostrado hacia
mí unos instantes antes.
-Estoy seguro de que usted comprenderá, señora Harker, que cuando un hombre es tan
querido y honrado como nuestro anfitrión, todo lo relativo a él resulta interesante en
nuestra pequeña comunidad. El doctor Seward es querido no solamente por sus servidores
y sus amigos, sino también por sus pacientes, que, puesto que muchos de ellos tienen
cierto desequilibrio mental, están en condiciones de distorsionar ciertas causas y efectos.
Puesto que yo mismo he sido un paciente de un asilo de alienados, no puedo dejar de notar
que las tendencias mitómanas de algunos de los asilados conducen hacia errores de non
causa e ignoratio elenchi.
Abrí mucho los ojos ante ese desarrollo completamente nuevo. Allí estaba el peor de todos
mis lunáticos, el más afirmado en su tipo que he encontrado en toda mi vida, hablando
de filosofía elemental, con los modales de un caballero refinado. Me pregunté si sería
la presencia de la señora Harker la que había tocado alguna cuerda en su memoria. Si
aquella nueva fase era espontánea o debida a la influencia inconsciente de la señora, la
dama debía poseer algún don o poder extraño.
Continuamos hablando, durante un rato y, viendo que en apariencia razonaba a la
perfección, se aventuró, mirándome a mí interrogadoramente al principio, llevándolo hacia
su tema favorito de conversación. Volví a asombrarme al ver que Renfield enfocaba la
cuestión con la imparcialidad característica de una cordura absoluta; incluso se puso de
ejemplo al mencionar ciertas cosas.
-Bueno, yo mismo soy ejemplo de un hombre que tiene una extraña creencia. En realidad,
no es extraño que mis amigos se alarmaran e insistieran en que debía ser controlado.
Acostumbraba pensar que la vida era una entidad positiva y perpetua, y que al consumir
multitud de seres vivos, por muy bajos que se encuentren éstos en la escala de la creación,
es posible prolongar la vida indefinidamente. A veces creía en ello con tanta firmeza que
trataba de comer carne humana. El doctor, aquí presente, confirmara que una vez traté de
matarlo con el fin de fortalecer mis poderes vitales, por la asimilación en mi propio
cuerpo de su vida, por medio de su sangre, Basándome, desde luego, en la frase bíblica:
"Porque la sangre es vida." Aunque, en realidad, el vendedor de cierta panacea ha
vulgarizado la perogrullada hasta llegar al desprecio. ¿No es cierto eso, doctor?
Asentí distraídamente, debido a que estaba tan asombrado que no sabía exactamente qué
pensar o decir; era difícil creer que lo había visto comerse sus moscas y arañas menos de
cinco minutos antes. Miré mi reloj de pulsera y vi que ya era tiempo de que me dirigiera a
la estación para esperar a van Helsing; por consiguiente, le dije a la señora Harker que ya
era hora de irnos. Ella me acompañó enseguida, después de decirle amablemente al señor
Renfield:
-Hasta la vista. Espero poder verlo a usted con frecuencia, bajo auspicios un poco más
agradables para usted.
A lo cual, para asombro mío, el alienado respondió:
-Adiós, querida señora. Le ruego a Dios no volver a ver nunca su dulce rostro. ¡Que
Él la bendiga y la guarde!
Cuando me dirigí a la estación, dejé atrás a los muchachos. El pobre Arthur parecía estar
más animado que nunca desde que Lucy enfermara, y Quincey estaba mucho más alegre
que en muchos días.
Van Helsing descendió del vagón con la agilidad ansiosa de un niño. Me vio inmediatamente
y se precipitó a mi encuentro, diciendo:
-¡Hola, amigo John! ¿Cómo está todo? ¿Bien? ¡Bueno! He estado ocupado, pero he
regresado para quedarme aquí en caso necesario. He arreglado todos mis asuntos y tengo
mucho de qué hablar. ¿Está la señora Mina con usted? Sí. ¿Y

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su simpático esposo también? ¿Y Arthur y mi amigo Quincey están asimismo en su casa?
¡Bueno!
Mientras nos dirigíamos en el automóvil hacia la casa, lo puse al corriente de todo lo
ocurrido y cómo mi propio diario había llegado a ser de alguna utilidad por medio de la
sugestión de la señora Harker. Entonces, el profesor me interrumpió:
-¡Oh! ¡Esa maravillosa señora Mina! Tiene el cerebro de un hombre; de un hombre muy
bien dotado, y corazón de mujer. Dios la formó con algún fin excelso, créame, cuando hizo
una combinación tan buena. Amigo John, hasta ahora la buena suerte ha hecho que esa
mujer nos sea de gran auxilio; después de esta noche no deberá tener nada que hacer en
este asunto tan terrible. No es conveniente que corra un peligro tan grande. Nosotros los
hombres, puesto que nos hemos comprometido a ello, estamos dispuestos a destruir a ese
monstruo; pero no hay lugar en ese plan para una mujer. Incluso si no sufre daños físicos,
su corazón puede fallarle en muchas ocasiones, debido a esa multitud de horrores; y a
continuación puede sufrir de insomnios a causa de sus nervios, y al dormir, debido a las
pesadillas. Además, es una mujer joven y no hace mucho tiempo que se ha casado; puede
que haya otras cosas en que pensar en otros tiempos, aunque no en la actualidad. Me ha
dicho usted que lo ha escrito todo; por consiguiente, lo consultará con nosotros; pero
mañana se apartará de este trabajo, y continuaremos solos.
Estuve sinceramente de acuerdo con él, y a continuación le relaté todo lo que habíamos
descubierto en su ausencia y que la casa que había adquirido Drácula era la contigua a la
mía. Se sorprendió mucho y pareció sumirse en profundas reflexiones.
-¡Oh! ¡Si lo hubiéramos sabido antes! -exclamó-. Lo hubiéramos podido alcanzar a tiempo
para salvar a la pobre Lucy. Sin embargo, "la leche derramada no se puede recoger",
como dicen ustedes. No debemos pensar en ello, sino continuar nuestro camino hasta el
fin.
Luego, se sumió en un silencio que duró hasta que entramos en mi casa. Antes de ir a
prepararnos para la cena, le dijo a la señora Harker:
-Mi amigo John me ha dicho, señora Mina, que su esposo y usted han puesto en orden todo
lo que hemos podido obtener hasta este momento.
-No hasta este momento -le dijo ella impulsivamente-, sino hasta esta mañana.
-Pero, ¿por qué no hasta este momento? Hemos visto hasta ahora los buenos resultados
que han dado los pequeños detalles. Hemos revelado todos nuestros secretos y, no
obstante, ninguno de ellos va a ser lo peor de cuanto tenemos que aprender aún.
La señora Harker comenzó a sonrojarse, y sacando un papel del bolsillo, dijo:
-Doctor van Helsing, ¿quiere usted leer esto y decirme si es preciso que lo incluyamos? Es
mi informe del día de hoy. Yo también he comprendido la necesidad de registrarlo ahora
todo, por muy trivial que parezca; pero, en esto hay muy poco que no sea personal.
¿Debemos incluirlo?
El profesor leyó la nota gravemente y se la devolvió a Mina, diciendo:
-No es preciso que lo incluyamos, si usted no lo desea así; pero le ruego que acepte
hacerlo. Solamente hará que su esposo la ame todavía más y que todos nosotros, sus
amigos, la honremos, la estimemos y la queramos más aún.
La señora Harker volvió a tomar el pedazo de papel con otro sonrojo y una amplia sonrisa.
Y de ese modo, hasta este preciso instante, todos los registros que tenemos están
completos y en orden. El profesor se llevó una copia para examinarla después de la cena y
antes de nuestra reunión, que ha sido fijada para las nueve de la noche. Los demás lo
hemos leído ya todo; así, cuando nos reunamos en el estudio, estaremos bien informados
de todos los hechos y podremos preparar nuestro plan de batalla contra ese terrible y
misterioso enemigo.
Del diario de Mina Harker
30 de septiembre. Cuando nos reunimos en el estudio del doctor Seward, dos horas
después de la cena, que tuvo lugar a las seis de la tarde, formamos de

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manera inconsciente una especie de junta o comité. El profesor van Helsing se instaló en la
cabecera de la mesa, en el sitio que le indicó el doctor Seward en cuanto entró en la
habitación. Me hizo sentarme inmediatamente a su derecha y me rogó que actuara
como secretaria: Jonathan se sentó a mi lado, y frente a nosotros se encontraban Lord
Godalming, el doctor Seward y el señor Morris. Lord Godalming se encontraba al lado del
profesor y el doctor Seward en el centro. El profesor dijo:
-Creo que puedo dar por sentado que todos estamos al corriente de los hechos que figuran
en esos documentos.
Todos asentimos, y el doctor continuó:
-Entonces, creo que sería conveniente que les diga algo sobre el tipo de enemigo al que
vamos a tener que enfrentarnos. Así pues, voy a revelarles parte de la historia de ese
hombre, que he podido llegar a conocer. A continuación podremos discutir nuestro método
de acción, y podremos tomar de común acuerdo todas las disposiciones necesarias.
"Existen seres llamados vampiros; todos nosotros tenemos pruebas de su existencia.
Incluso en el caso de que no dispusiéramos de nuestras desafortunadas experiencias, las
enseñanzas y los registros de la antigüedad proporcionan pruebas suficientes para las
personas cuerdas. Admito que, al principio, yo mismo era escéptico al respecto. Si no me
hubiera preparado durante muchos años para que mi mente permaneciera clara, no lo
habría podido creer en tanto los hechos me demostraran que era cierto, con pruebas
fehacientes e irrefutables. Si, ¡ay!, hubiera sabido antes lo que sé ahora e incluso lo que
adivino, hubiéramos podido quizá salvar una vida que nos era tan preciosa a todos cuantos
la amábamos. Pero eso ya no tiene remedio, y debemos continuar trabajando, de tal modo
que otras pobres almas no perezcan, en tanto nos sea posible salvarlas. El nosferatu no
muere como las abejas cuando han picado, dejando su aguijón. Es mucho más fuerte y,
debido a ello, tiene mucho más poder para hacer el mal. Ese vampiro que se encuentra
entre nosotros es tan fuerte personalmente como veinte hombres; tiene una inteligencia
más aguda que la de los mortales, puesto que ha ido creciendo a través de los tiempos;
posee todavía la ayuda de la nigromancia, que es, como lo implica su etimología, la
adivinación por la muerte, y todos los muertos que fallecen a causa suya están a sus
órdenes; es rudo y más que rudo; puede, sin limitaciones, aparecer y desaparecer a
voluntad cuando y donde lo desee y en cualquiera de las formas que le son propias; puede,
dentro de sus límites, dirigir a los elementos; la tormenta, la niebla, los truenos; puede dar
órdenes a los animales dañinos, a las ratas, los búhos y los murciélagos... A las polillas, a
los zorros y a los lobos; puede crecer y disminuir de tamaño; y puede a veces hacerse
invisible. Así pues, ¿cómo vamos a llevar a cabo nuestro ataque para destruirlo? ¿Cómo
podremos encontrar el lugar en que se oculta y, después de haberlo hallado, destruirlo?
Amigos míos, es una gran labor. Vamos a emprender una tarea terrible, y puede haber
suficiente para hacer que los valientes se estremezcan. Puesto que si fracasamos en
nuestra lucha, él tendrá que vencernos necesariamente y, ¿dónde terminaremos nosotros
en ese caso? La vida no es nada; no le doy importancia. Pero, fracasar en este caso no
significa solamente vida o muerte. Es que nos volveríamos como él; que en adelante
seríamos seres nefandos de la noche, como él... Seres sin corazón ni conciencia, que se
dedican a la rapiña de los cuerpos y almas de quienes más aman. Para nosotros, las
puertas del cielo permanecerán cerradas para siempre, porque, ¿quién podrá abrírnoslas?
Continuaremos existiendo, despreciados por todos, como una mancha ante el resplandor de
Dios; como una flecha en el costado de quien murió por nosotros. Pero, estamos frente a
frente con el deber y, en ese caso, ¿podemos retroceder? En lo que a mi respecta, digo que
no; pero yo soy viejo, y la vida, con su brillo, sus lugares agradables, el canto de los
pájaros, su música y su amor, ha quedado muy atrás. Todos los demás son jóvenes.
Algunos de ustedes han conocido el dolor, pero les esperan todavía días muy dichosos.
¿Qué dicen ustedes?"

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Mientras el profesor hablaba, Jonathan me había tomado de la mano. Temía que la
naturaleza terrible del peligro lo estuviera abrumando, cuando vi que me tendía la mano;
pero el sentir su contacto me infundió vida..., tan fuerte, tan segura, con tanta
resolución... La mano de un hombre valiente puede hablar por sí misma; no necesita
ni siquiera que sea una mujer enamorada quien escuche su música.
Cuando el profesor cesó de hablar, mi esposo me miró a los ojos y yo lo miré a él; no
necesitábamos hablar para comprendemos.
-Respondo por Mina y por mí -dijo.
-Cuente conmigo, profesor -dijo Quincey Morris, lacónicamente, como de costumbre.
-Estoy con ustedes -dijo lord Godalming-, por el amor de Lucy, y no por ninguna otra
razón.
El doctor Seward se limitó a asentir. El profesor se puso en pie y después de dejar su
crucifijo de oro sobre la mesa, extendió las manos a ambos lados. Yo le tomé la mano
derecha y lord Godalming la izquierda; Jonathan me cogió la mano derecha con su
izquierda y tendió su derecha al señor Morris. Así, cuando todos nos tomamos de la
mano, nuestra promesa solemne estaba hecha. Sentí una frialdad mortal en el corazón,
pero ni por un momento se me ocurrió retractarme. Volvimos a tomar asiento en nuestros
sitios correspondientes y el doctor van Helsing siguió hablando, con una complacencia que
mostraba claramente que había comenzado el trabajo en serio. Era preciso tomarlo con
la misma gravedad y seriedad que cualquier otro asunto importante de la vida.
-Bueno, ya saben a qué tendremos que enfrentarnos; pero tampoco nosotros carecemos de
fuerza. Tenemos, por nuestra parte, el poder de asociarnos... Un poder que les es negado a
los vampiros; tenemos fuentes científicas; somos libres para actuar y pensar, y nos
pertenecen tanto las horas diurnas como las nocturnas. En efecto, por cuanto nuestros
poderes son extensos, son también abrumadores, y estamos en libertad para utilizarlos.
Tenemos una verdadera devoción a una causa y un fin que alcanzar que no tiene nada de
egoísta. Eso es mucho ya.
"Ahora, veamos hasta dónde están limitados los poderes a que vamos a enfrentarnos y
cómo está limitado el individuo. En efecto, vamos a examinar las limitaciones de los
vampiros en general y de éste en particular.
"Todo cuanto tenemos como puntos de referencia son las tradiciones y las supersticiones.
Esos fundamentos no parecen, al principio, ser muy importantes, cuando se ponen en
juego la vida y la muerte. No tenemos modo de controlar otros medios, y, en segundo
lugar porque, después de todo, esas cosas, la tradición y las supersticiones, son algo. ¿No
es cierto que otros conservan la creencia en los vampiros, aunque nosotros no? Hace
un año,
¿quién de nosotros hubiera aceptado una posibilidad semejante, en medio de nuestro siglo
diecinueve, científico, escéptico y realista? Incluso nos negábamos a aceptar una
creencia que parecía justificada ante nuestros propios ojos. Aceptemos entonces que el
vampiro y la creencia en sus limitaciones y en el remedio contra él reposan por el momento
sobre la misma base. Puesto que déjenme decirles que ha sido conocido en todos los
lugares que han sido habitados por los hombres. En la antigua Grecia, en la antigua Roma;
existió en Alemania, en Francia, en la India, incluso en el Chernoseso; y en China, que se
encuentra tan lejos de nosotros, por todos conceptos, existe todavía, y los pueblos los
temen incluso en nuestros días. Ha seguido la estela de los islandeses navegantes, de
los malditos hunos, de los eslavos, los sajones y los magiares. Hasta aquí,
tenemos todo lo que podríamos necesitar para actuar; y permítanme decirles que
muchas de las creencias han sido justificadas por lo que hemos visto en nuestra propia y
desgraciada experiencia. El vampiro sigue viviendo y no puede morir simplemente a causa
del paso del tiempo; puede fortalecerse, cuando tiene oportunidad de alimentarse de la
sangre de los seres vivos. Todavía más: hemos visto entre nos otros que puede
incluso rejuvenecerse; que sus

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facultades vitales se hacen más poderosas y que parecen refrescarse cuando tiene
suficiente provisión de sangre humana. Pero no puede prosperar sin ese régimen; no come
como los demás. Ni siquiera el amigo Jonathan, que vivió con él durante varias semanas, lo
vio comer nunca. No proyecta sombra, ni se refleja en los espejos, como observó también
Jonathan. Tiene la fuerza de muchos en sus manos, testimonio también de Jonathan,
cuando cerró la puerta contra los lobos y cuando lo ayudó a bajar de la diligencia. Puede
transformarse en lobo, como lo sabemos por su llegada a Whitby y por el amigo John, que
lo vio salir volando de la casa contigua, y por mi amigo Quincey que lo vio en la ventana
de la señorita Lucy. Puede aparecer en medio de una niebla que él mismo produce, como
lo atestigua el noble capitán del barco, que lo puso a prueba; pero, por cuanto
sabemos, la distancia a que puede hacer llegar esa niebla es limitada y solamente puede
encontrarse en torno a él. Llega en los rayos de luz de la luna como el polvo cósmico...
Como nuevamente Jonathan vio a esas hermanas en el castillo de Drácula. Se hace tan
pequeño... Nosotros mismos vimos a la señorita Lucy, antes de que recuperara la paz,
entrar por una rendija del tamaño de un cabello en la puerta de su tumba. Puede, una
vez que ha encontrado el camino, salir o entrar de o a cualquier sitio, por muy
herméticamente cerrado que esté, o incluso unido por el fuego..., soldado, podríamos decir.
Puede ver en la oscuridad..., lo cual no es un pequeño poder en un mundo que esta
siempre sumido a medias en la oscuridad. Pero, escúchenme bien: puede hacer todas
esas cosas, aunque no está libre. No, es todavía más prisionero que el esclavo en
las galeras o el loco en su celda. No puede ir a donde quiera. Aunque no pertenece a la
naturaleza debe, no obstante, obedecer a algunas de las leyes naturales... No sabemos por
qué. No puede entrar en cualquier lugar al principio, a menos que haya algún habitante de
la casa que lo haga entrar; aunque después pueda entrar cuándo y cómo quiera. Sus
poderes cesan, como los de todas las cosas malignas, al llegar el día.
"Solamente en algunas ocasiones puede gozar de cierto margen de libertad. Si no se
encuentra exactamente en el lugar debido, solamente puede cambiarse al mediodía o en el
preciso momento de la puesta del sol o del amanecer. Son cosas que hemos sabido, y que
en nuestros registros hemos probado por inferencia. Así, mientras puede hacer lo que guste
dentro de sus límites, cuando se encuentra en el lugar que le corresponde, en tierra, en su
ataúd o en el infierno, en un lugar profano, como vimos cuando se dirigió a la tumba del
suicida en Whitby; en otros lugares, solamente puede cambiarse cuando llega el momento
oportuno. Se dice también que solamente puede pasar por las aguas corrientes al reflujo de
la marea. Además, hay cosas que lo afectan de tal forma que pierde su poder, como los
ajos, que ya conocemos, y las cosas sagradas, como este símbolo, mi crucifijo, que estaba
entre nosotros incluso ahora, cuando hicimos nuestra resolución; para él todas esas
cosas no es nada; pero toma su lugar a distancia y guarda silencio, con respeto. Existen
otras cosas también, de las que voy a hablarles, por si en nuestra investigación las
necesitamos. La rama de rosal silvestre que se coloca sobre su féretro le impide salir de
él; una bala consagrada disparada al interior de su ataúd, lo mata, de tal forma que queda
verdaderamente muerto; en cuanto a atravesarlo con una estaca de madera o a cortarle la
cabeza, eso lo hace reposar para siempre. Lo hemos visto con nuestros propios ojos.
"Así, cuando encontremos el lugar en que habita ese hombre del pasado, podemos
hacer que permanezca en su féretro y destruirlo, si empleamos todos nuestros
conocimientos al respecto. Pero es inteligente. Le pedí a mi amigo Arminius, de la
Universidad de Budapest, que me diera informes para establecer su ficha y, por todos los
medios a su disposición, me comunicó lo que sabía. En realidad, debía tratarse del Voivo de
Drácula que obtuvo su nobleza luchando contra los turcos, sobre el gran río que se
encuentra en la frontera misma de las tierras turcas. De ser así, no se trataba entonces
de un hombre común; puesto que en esa época y durante varios siglos después se

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habló de él como del más inteligente y sabio, así como el más valiente de los hijos de la
"tierra más allá de los bosques". Ese poderoso cerebro y esa resolución férrea lo
acompañaron a la tumba y se enfrentan ahora a nosotros. Los Drácula eran, según
Arminius, una familia grande y noble; aunque, de vez en cuando, había vástagos que,
según sus coetáneos, habían tenido tratos con el maligno. Aprendieron sus secretos en la
Escolomancia, entre las montañas sobre el lago Hermanstadt, donde el diablo reclamaba
al décimo estudiante como suyo propio. En los registros hay palabras como..., brujo, y..
Satán e infierno; y en un manuscrito se habla de este mismo Drácula como de un
"wampyr", que todos comprendemos perfectamente. De esa familia surgieron muchos
hombres y mujeres grandes, y sus tumbas consagraron la tierra donde sólo este ser
maligno puede morar. Porque no es el menor de sus horrores que ese ser maligno esté
enraizado en todas las cosas buenas, sino que no puede reposar en suelo que tenga
reliquias santas."
Mientras hablaba el maestro, el señor Morris estaba mirando fijamente a la ventana y,
levantándose tranquilamente, salió de la habitación. Se hizo una ligera pausa y el profesor
continuó:
-Ahora debemos decidir qué vamos a hacer. Tenemos a nuestra disposición muchos
datos y debemos hacer los planes necesarios para nuestra campaña. Sabemos por la
investigación llevada a cabo por Jonathan que enviaron del castillo cincuenta cajas de tierra
a Whitby, y que todas ellas han debido ser entregadas en Carfax; sabemos asimismo
que al menos unas cuantas de esas cajas han sido retiradas. Me parece que nuestro
primer paso debe ser el averiguar si el resto de esas cajas permanecen todavía en la casa
que se encuentra más allá del muro que hemos observado hoy, o si han sido retiradas
otras. De ser así, debemos seguirlas...
En ese punto, fuimos interrumpidos de un modo asombroso. Al exterior de la casa sonó el
ruido de un disparo de pistola; el cristal de la ventana fue destrozado por una bala que,
desviada sobre el borde del marco, fue a estrellarse en el lado opuesto de la habitación.
Temo que soy en el fondo una cobarde, puesto que me estremecí profundamente. Todos
los hombres se pusieron en pie; lord Godalming se precipitó a la ventana y la abrió. Al
hacerlo, oímos al señor Morris que decía:
-¡Lo siento! Creo haberlos alarmado. Voy a subir y les explicaré todo lo relativo a mi acto.
Un minuto más tarde entró en la habitación, y dijo:
-Fue una idiotez de mi parte y le pido perdón, señora Harker, con toda sinceridad. Creo que
he debido asustarla mucho. Pero el hecho es que mientras el profesor estaba hablando un
gran murciélago se posó en el pretil de la ventana. Les tengo un horror tan grande a esos
espantosos animales desde que se produjeron los sucesos recientes, que no puedo
soportarlos y salí para pegarle un tiro, como lo he estado haciendo todas las noches,
siempre que veo a alguno. Antes acostumbraba usted reírse de mí por ello, Art.
-¿Lo hirió? -preguntó el doctor van Helsing.
-No lo sé, pero creo que no, ya que se alejó volando hacia el bosque.
Sin añadir más, volvió a ocupar su asiento, y el profesor reanudó sus declaraciones:
-Debemos encontrar todas y cada una de esas cajas, y cuando estemos preparados,
debemos capturar o liquidar a ese monstruo o, por así decirlo, debemos esterilizar esa
tierra, para que ya no pueda buscar refugio en ella. Así, al fin, podremos hallarlo en su
forma humana, entre el mediodía y la puesta del sol y atacarlo cuando más debilitado se
encuentre.
"Ahora, en cuanto a usted, señora Mina, esta noche es el fin, hasta que todo vaya bien. Nos
es usted demasiado preciosa para correr riesgos semejantes. Cuando nos separemos esta
noche, usted no deberá ya volver a hacernos preguntas. Se lo explicaremos todo a su
debido tiempo. Nosotros somos hombres, y estamos en condiciones de soportarlo, pero
usted debe ser nuestra

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estrella y esperanza, y actuaremos con mayor libertad si no se encuentra usted en
peligro, como nosotros."
Todos los hombres, incluso Jonathan, parecieron sentir alivio, pero no me parecía bueno
que tuvieran que enfrentarse al peligro y quizá reducir su seguridad, siendo la fuerza la
mejor seguridad..., sólo por tener que cuidarme; pero estaban decididos, y aunque era una
píldora difícil de tragar para mí, no podía decir nada. Me limité a aceptar aquel cuidado
quijotesco de mi persona.
El señor Morris resumió la discusión:
-Como no hay tiempo que perder, propongo que le echemos una ojeada a esa casa ahora
mismo. El tiempo es importante y una acción rápida nuestra puede salvar a otra víctima.
Sentí que el corazón me fallaba, cuando vi que se acercaba el momento de entrar en
acción, pero no dije nada, pues tenía miedo, ya que si parecía ser un estorbo o una carga
para sus trabajos, podrían dejarme incluso fuera de sus consejos. Ahora se han ido a
Carfax, lo cual quiere decir que van a entrar en la casa.
De manera muy varonil, me han dicho que me acueste y que duerma, como si una mujer
pudiera dormir cuando las personas a quienes ama se encuentran en peligro.
Tengo que acostarme y fingir que duermo, para que Jonathan no sienta más ansiedad por
mí cuando regrese.
Del diario del doctor Seward
1 de octubre, a las cuatro de la mañana. En el momento en que nos disponíamos a salir de
la casa, me llegó un mensaje de Renfield, rogándome que fuera a verlo inmediatamente,
debido a que tenía que comunicarme algo de la mayor importancia. Le dije al mensajero
que le comunicara que cumpliría sus deseos por la mañana; que estaba ocupado en esos
momentos. El enfermero añadió:
-Parece muy intranquilo, señor. Nunca lo había visto tan ansioso. Creo que si no va usted a
verlo pronto, es posible que tenga uno de sus ataques de violencia.
Sabía que el enfermero no me diría eso sin tener una causa justificada para ello y, por
consiguiente, le dije:
-Muy bien, iré a verlo ahora mismo.
Y les pedí a los otros que me esperaran unos minutos, puesto que tenía que ir a visitar a mi
"paciente".
-Lléveme con usted, amigo John -dijo el profesor -. Su caso, que se encuentra en el diario
de usted, me interesa mucho y ha tenido relación también, de vez en cuando, con nuestro
caso. Me gustaría mucho verlo, sobre todo cuando su mente se encuentra en mal estado.
-¿Puedo acompañarlos también? -preguntó lord Godalming.
-¿Yo también? -inquirió el señor Morris-. ¿Puedo acompañarlos?
-¿Me dejan ir con ustedes? -quiso saber Harker. Asentí,
y avanzamos todos juntos por el pasillo.
Lo encontramos en un estado de excitación considerable, pero mucho más razonable en su
modo de hablar y en sus modales de lo que lo había visto nunca. Tenía una comprensión
inusitada de sí mismo, que iba más allá de todo lo que había encontrado hasta entonces en
los lunáticos, y daba por sentado que sus razonamientos prevalecerían con otras personas
cuerdas. Entramos los cinco en la habitación, pero, al principio, ninguno de los otros dijo
nada. Su petición era la de que lo dejara salir inmediatamente del asilo y que lo mandara
a su casa. Apoyaba su súplica con argumentos relativos a su recuperación
completa, y ponía como ejemplo su propia cordura de ese momento.
-Hago un llamamiento a sus amigos -dijo-. Es posible que no les moleste sentarse a
examinar mi caso. A propósito, no me ha presentado usted a ellos. Estaba tan extrañado,
que el hecho de presentar a otras personas a un loco recluido en un asilo no me
pareció extraño en ese momento. Además, había

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cierta dignidad en los modales del hombre, que denunciaba tanto la costumbre de
considerarse como un igual, que hice las presentaciones inmediatamente.
-Lord Godalming, el profesor van Helsing, el señor Quincey Morris, de Texas, el señor
Jonathan Harker y el señor Renfield.
Les dio la mano a todos ellos, diciéndoles, conforme lo hacía:
-Lord Godalming, tuve el honor de secundar a su padre en el Windham; siento saber, por el
hecho de que es usted quien posee el título, que ya no existe. Era un hombre querido y
respetado por todos los que lo conocían, y he oído decir que en su juventud fue el inventor
del ponche de ron que es tan apreciado en la noche del Derby.
"Señor Morris, debe estar usted orgulloso de su gran estado. Su recepción en la Unión
puede ser un acontecimiento de gran alcance que puede tener repercusiones en lo futuro,
cuando los Polos y los Trópicos puedan firmar una alianza con las Estrellas y las Barras. El
poder del Tratado puede resultar todavía un motor de expansión, cuando la doctrina
Monroe ocupe el lugar que le corresponde como fábula política. ¿Qué puede decir cualquier
hombre sobre el placer que siente al conocer a van Helsing? Señor, no me excuso por
abandonar todas las formas de prejuicios tradicionales. Cuando un individuo ha
revolucionado la terapéutica por su descubrimiento de la evolución continua de la
materia cerebral, las formas tradicionales no son apropiadas, puesto que darían la
impresión de limitarlo a una clase específica. A ustedes, caballeros, que por
nacionalidad, por herencia o por dones naturales, están destinados a ocupar sus lugares
respectivos en el mundo en movimiento, los tomo como testigos de que estoy tan cuerdo
como, al menos, la mayoría de los hombres que están en completa posesión de su libertad.
Y estoy seguro de que usted, doctor Seward, humanista y médico jurista, así como
científico, considerará como un deber moral el tratarme como a alguien que debe ser
considerado bajo circunstancias excepcionales."
Hizo esta última súplica con un aire de convencimiento que no dejaba de tener su encanto.
Creo que estábamos todos asombrados. Por mi parte, estaba convencido, a pesar de que
conocía el carácter y la historia del hombre, que había recobrado la razón, y me sentí
impulsado a decirle que estaba satisfecho en lo tocante a su cordura y que llevaría a cabo
todo lo necesario para dejarlo salir del asilo al día siguiente. Sin embargo, creí preferible
esperar, antes de hacer una declaración tan grave, puesto que hacía mucho que estaba al
corriente de los cambios repentinos que sufría aquel paciente en particular.
Así, me contenté con hacer una declaración en el sentido de que parecía estar curándose
con mucha rapidez; que conversaría largamente con él por la mañana, y que entonces
decidiría qué podría hacer para satisfacer sus deseos. Eso no lo satisfizo en absoluto,
puesto que se apresuró a decir:
-Pero, temo, doctor Seward, que no ha comprendido usted cuál es mi deseo. Deseo irme
ahora... Inmediatamente..., en este preciso instante..., sin esperar un minuto más, si es
posible. El tiempo urge, y en nuestro acuerdo implícito con el viejo escita, esa es la
esencia del contrato. Estoy seguro de que es suficiente comunicar a un doctor tan
admirable como el doctor Seward un deseo tan simple aunque tan impulsivo, para
asegurar que sea satisfecho.
Me miró inteligentemente y, al ver la negativa en mi rostro, se volvió hacia los demás y los
examinó detenidamente. Al no encontrar una reacción suficientemente favorable, continuó
diciendo:
-¿Es posible que me haya equivocado en mi suposición?
-Así es -le dije francamente, pero, al mismo tiempo, como lo comprendí enseguida, con
brutalidad.
Se produjo una pausa bastante larga y, luego, dijo lentamente:
-Entonces, supongo que deberé cambiar solamente el modo en que he formulado mi
petición. Déjeme que le ruegue esa concesión..., don, privilegio, como quiera usted
llamarlo. En un caso semejante, me veo contento de implorar, no

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por motivos personales, sino por amor de otros. No estoy en libertad para facilitarle a usted
todas mis razones, pero puede usted, se lo aseguro, aceptar mi palabra de que son buenas,
sanas y no egoístas, y que proceden de un alto sentido del deber. Si pudiera usted mirar
dentro de mi corazón, señor, aprobaría de manera irrestricta los sentimientos que
me animan. Además, me contaría usted entre los mejores y los más sinceros de sus
amigos. Nuevamente nos miró con ansiedad. Tenía el convencimiento cada vez mayor de
que su cambio repentino de método intelectual era solamente otra forma o fase de su
locura y, por consiguiente, tomé la determinación de dejarlo hablar todavía un poco,
sabiendo por experiencia que, al fin, como todos los lunáticos, se denunciaría él mismo.
Van Helsing lo estaba observando con una mirada de extraordinaria intensidad, con sus
pobladas cejas casi en contacto una con la otra, a causa de la fija concentración de su
mirada. Le dijo a Renfield en un tono que no me sorprendió en ese momento, pero sí al
pensar en ello más adelante..., puesto que era el de alguien que se dirigía a un igual:
-¿No puede usted decirnos francamente cuáles son sus razones para desear salir del asilo
esta misma noche? Estoy seguro de que si desea usted satisfacerme incluso a mí, que soy
un extranjero sin prejuicios y que tengo la costumbre de aceptar todo tipo de ideas, el
doctor Seward le concederá, bajo su responsabilidad, el privilegio que desea.
Renfield sacudió la cabeza tristemente y con una expresión de enorme sentimiento. El
profesor siguió diciendo:
-Vamos, señor mío, piénselo bien. Pretende usted gozar del privilegio de la razón en su
más alto grado, puesto que trata usted de impresionarnos con su capacidad para razonar.
Hace usted algo cuya cordura tenemos derecho a poner en duda, debido a que no ha sido
todavía dado de alta del tratamiento médico a causa de un defecto mental precisamente.
Si no nos ayuda usted a escoger lo más razonable, ¿cómo quiere usted que llevemos a cabo
los deberes que usted mismo nos ha fijado? Sería conveniente que nos ayudara, y si
podemos hacerlo, lo ayudaremos para que sus deseos sean satisfechos.
Renfield volvió a sacudir la cabeza, y dijo:
-Doctor van Helsing, nada tengo que decir. Su argumento es completo y si tuviera libertad
para hablar, no dudaría ni un solo momento en hacerlo, pero no soy yo quien tiene que
decidir en ese asunto. Lo único que puedo hacer es pedirles que confíen en mí. Si me
niegan esa confianza, la responsabilidad no será mía.
Creí que era el momento de poner fin a aquella escena, que se estaba tornando demasiado
cómicamente grave. Por consiguiente, me dirigí hacia la puerta, al tiempo que decía:
-Vámonos, amigos míos. Tenemos muchas cosas que hacer. ¡Buenas noches!
Sin embargo, cuando me acerqué a la puerta, un nuevo cambio se produjo en el paciente.
Se dirigió hacia mí con tanta rapidez que, por un momento, temí que se dispusiera a llevar
a cabo otro ataque homicida. Sin embargo, mis temores eran infundados, ya que extendió
las dos manos, en actitud suplicante y me hizo su petición en tono emocionado. Como vio
que el mismo exceso de su emoción operaba en contra suya, al hacernos volver a nuestras
antiguas ideas, se hizo todavía más demostrativo.
Miré a van Helsing y vi mi convicción reflejada en sus ojos; por consiguiente, me convencí
todavía más de lo correcto de mi actitud e hice un ademán que significaba claramente que
sus esfuerzos no servían para nada. Había visto antes en parte la misma emoción que
crecía constantemente, cuando me dirigía alguna petición de lo que, en aquellos
momentos, significaba mucho para él, como, por ejemplo, cuando deseaba un gato; y
esperaba presenciar el colapso hacia la misma aquiescencia hosca en esta ocasión. Lo que
esperaba no se cumplió, puesto que, cuando comprendió que su súplica no servía de
nada, se puso bastante frenético. Se dejó caer de rodillas y levantó las manos juntas,
permaneciendo en esa postura, en dolorosa súplica, y repitió su ruego

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con insistencia, mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas, y tanto su rostro como
su cuerpo expresaban una intensa emoción.
-Permítame suplicarle, doctor Seward; déjeme que le implore que me deje salir de esta
casa inmediatamente. Mándeme como quiera y a donde quiera; envíe guardianes conmigo,
con látigos y cadenas; deje que me lleven metido en una camisa de fuerza, maniatado y
con las piernas trabadas con cadenas, incluso a la cárcel, pero déjeme salir de aquí. No
sabe usted lo que hace al retenerme aquí. Le estoy hablando del fondo de mi corazón...,
con toda mi alma. No sabe usted a quién causa perjuicio, ni cómo, y yo no puedo
decírselo. ¡Ay de mí! No puedo decirlo. Por todo lo que le es sagrado, por todo lo que le es
querido; por su amor perdido, por su esperanza de que viva, por amor del Todopoderoso,
sáqueme usted de aquí y evite que mi alma se sienta culpable.
¿No me oye usted, doctor? ¿No comprende usted que estoy cuerdo, y que le estoy
diciendo ahora la verdad, que no soy un lunático en un momento de locura, sino un
hombre cuerdo que está luchando por la salvación de su alma?
¡Oh, escúcheme! ¡Déjeme salir de aquí! ¡Déjeme! ¡Déjeme!
Pensé que cuanto más durara todo aquello tanto más furioso se pondría y que, así, le daría
otro ataque de locura. Por consiguiente, lo tomé de la mano e hice que se levantara.
-Vamos -le dije con firmeza -. No continúe esa escena; ya la hemos presenciado bastante.
¡Vaya a su cama y trate de comportarse de modo más discreto!
Repentinamente guardó silencio y me miró un momento fijamente. Luego, sin pronunciar
una sola palabra, se volvió y se sentó al borde de la cama. El colapso se había producido,
como en ocasiones anteriores, tal como yo lo había esperado.
Cuando me disponía a salir de la habitación, el último del grupo, me dijo, con voz
tranquila y bien controlada:
-Espero, doctor Seward, teniendo en cuenta lo que pueda suceder más adelante, que haya
yo hecho todo lo posible por convencerlo a usted esta noche.

XIX.- DEL DIARIO DE JONATHAN HARKER

1 de octubre, a las cinco de la mañana. Salí con el grupo para llevar a cabo la investigación
con la mente tranquila, debido a que creo que no había visto nunca a Mina tan firme y tan
bien. Me alegro mucho de que consintiera en apartarse y dejarnos a nosotros, los hombres,
encargarnos del trabajo. En cierto modo, era como una pesadilla para mí que estuviera
mezclada en tan terrible asunto, pero ahora que su trabajo está hecho y que se debe a su
energía e inteligencia, así como a su previsión, que toda la historia haya sido reunida, de
tal modo que cada detalle tiene significado, puede sentir con todo derecho que ya ha
llevado a cabo su parte y que, en adelante, puede dejar que nosotros nos encarguemos de
todo el resto. Creo que estábamos todos un poco molestos por la escena que había tenido
lugar con el señor Renfield. Cuando salimos de su habitación, guardamos todos silencio
hasta que regresamos al estudio. Una vez allí, el señor Morris dijo, dirigiéndose al doctor
Seward:
-Dígame, Jack, si ese hombre no estaba representando una escena con el fin de
engañarnos, creo que es el lunático más cuerdo que he conocido. No estoy seguro, pero
creo que tenía algún fin serio, y en ese caso, es muy cruel que no se le haya dado ni una
sola oportunidad.
Lord Godalming y yo guardamos silencio, pero el doctor van Helsing añadió:
-Amigo John, conoce usted a más lunáticos que yo, y me alegro de ello, porque temo que si
fuera yo quien tuviera que decidir, lo hubiera dejado en libertad antes de que se produjera
ese ataque de neurosis. Pero vivimos aprendiendo y en el momento actual no debemos
correr riesgos inútiles, como diría mi amigo Quincey. Todos están mejor como están.
El doctor Seward pareció responderles a los dos de un modo preocupado:

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-Yo lo único que sé es que estoy de acuerdo con ustedes. Si ese hombre hubiera sido un
lunático ordinario, habría corrido el riesgo de confiar en él, pero parece estar tan ligado
al conde de un modo tan extraño, que tengo miedo de hacer algo indebido al satisfacer sus
deseos. No puedo olvidar cómo suplicaba casi con el mismo fervor porque deseaba un gato,
y cómo después trató de destrozarme la garganta con los dientes.
Además, llamó al conde "señor y amo" y es posible que desee salir para ayudarlo en algún
plan diabólico. Esa cosa horrible tiene a los lobos, a las ratas y a sus iguales para que lo
ayuden, de modo que supongo que es capaz de utilizar a un pobre lunático. Sin
embargo, es cierto que parecía sincero. Sólo es pero que hayamos hecho lo mejor posible
en este caso. Esas cosas, junto al duro trabajo que nos espera, son suficientes para
afectar los nervios de un hombre.
El profesor avanzó y, poniéndole una mano en el hombro, le dijo con la gravedad y
amabilidad que le eran habituales:
-No tema, amigo John. Estamos tratando de cumplir con nuestro deber en un caso
extremadamente triste y terrible; sólo podemos hacer lo que nos parezca mejor. ¿Qué otra
cosa podemos esperar, a no ser la piedad del Altísimo?
Lord Godalming había salido durante unos minutos, pero regresó inmediatamente.
Levantó un pequeño silbato de plata, al tiempo que observaba:
-Es posible que esa vieja casona esté llena de ratas, y en ese caso, tenemos un antídoto a
mano.
Después de pasar sobre el muro, nos dirigimos hacia la casa, teniendo cuidado de
permanecer entre las sombras de los árboles, proyectadas sobre el césped, cuando salía la
luna. Cuando llegamos al porche, el profesor abrió su maletín y sacó un montón de objetos,
que colocó en uno de los escalones, formando con ellos cuatro grupos, evidentemente uno
para cada uno de nosotros. Luego dijo:
-Amigos míos, vamos a correr un riesgo tremendo, y tenemos que armarnos de diversas
formas. Nuestro enemigo no lo es solamente espiritual. Recuerden que tiene la fuerza de
veinte hombres y que, aunque nuestros cuellos o nuestros aparatos respiratorios son del
tipo común, o sea, que pueden ser rotos o aplastados, los de él no pueden ser vencidos
simplemente por la fuerza. Un hombre más fuerte, o un grupo de hombres que, en
conjunto son más fuertes que él, pueden sujetarlo a veces, pero no pueden herirlo, como
nosotros podemos ser heridos por él. Así pues, es preciso que tengamos cuidado de que no
nos toque. Mantengan esto cerca de sus corazones.
Al hablar, levantó un pequeño crucifijo de plata y me lo entregó, ya que era yo el que más
cerca de él se encontraba.
-Póngase estas flores alrededor del cuello.
Al decir eso, me tendió un collar hecho con cabezas de ajos.
-Para otros enemigos más terrenales, este revólver y este puñal, y para ayuda de todos,
esas pequeñas linternas eléctricas, que pueden ustedes sujetar a su pecho, y sobre todo y
por encima de todo, finalmente, esto, que no debemos emplear sin necesidad.
Era un trozo de la Sagrada Hostia, que metió en un sobre y me entregó. Todos los demás
fueron provistos de manera similar.
-Ahora -dijo-, amigo John, ¿dónde están las llaves maestras? Si logramos abrir la puerta,
no necesitaremos introducirnos en la casa por la ventana, como lo hicimos antes en la de la
señorita Lucy.

El doctor Seward ensayó un par de llaves maestras, con la destreza manual del cirujano,
que le daba grandes ventajas para ejecutar aquel trabajo. Finalmente, encontró una que
entraba y, después de varios avances y retrocesos, el pestillo cedió y, con un chirrido, se
retiró. Empujamos la puerta; los goznes herrumbrosos chirriaron y se abrió.
Era algo asombrosamente semejante a la imagen que me había formado de la apertura de
la tumba de la señorita Westenra, tal como la había leído en el diario del doctor Seward;
creo que la misma idea se les ocurrió a todos los

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demás, puesto que, como de común acuerdo, retrocedieron. El profesor fue el primero en
avanzar y en dirigirse hacia la puerta abierta.
-¡In manustuas, Domine! -dijo, persignándose, al tiempo que cruzaba el umbral de la
puerta.
Cerramos la puerta a nuestras espaldas, para evitar que cuando encendiéramos las
lámparas, el resplandor pudiera atraer a alguien que lo viera desde la calle. El profesor
pulsó el pestillo cuidadosamente, por si no es tuviéramos en condiciones de abrirlo
rápidamente en caso de que tuviéramos que salir de la casa a toda prisa.
Entonces, encendimos todos nuestras lámparas y comenzamos nuestra investigación.
La luz de las diminutas lámparas caía sobre toda clase de formas extrañas, cuando los
rayos se cruzaban unos con otros o nuestros cuerpos opacos proyectaban enormes
sombras. No se apartaba de mí el sentimiento de que había alguien más entre nosotros.
Supongo que era el recuerdo, sugerido de manera tan poderosa por el tétrico ambiente, de
la espantosa experiencia que yo tuviera en Transilvania. Creo que todos nosotros teníamos
el mismo sentimiento, puesto que noté que los otros no cesaban de mirar por encima del
hombro cada vez que se producía un ruidito o que se proyectaba alguna nueva sombra, tal
como lo hacía yo mismo.
Todo el lugar estaba cubierto por una espesa capa de polvo. En el suelo, esa capa tenía
varios centímetros de profundidad, excepto en los lugares en que se veían huellas de
pasos recientes en las que, bajando la lámpara, pude ver marcas de tachuelas. Los muros
estaban mohosos y cubiertos de polvo, y en los rincones había gruesas telarañas, sobre las
que se había acumulado el polvo, de tal forma que colgaban como trapos desgarrados en
los lugares en que se habían roto, a causa del peso que tenían que soportar. En una mesa,
en el vestíbulo, había un gran manojo de llaves, cada una de las cuales tenía una etiqueta
amarillenta a causa de la acción del tiempo. Habían sido usadas varias veces, puesto que
había varias marcas en el polvo similares a la que quedó cuando el profesor levantó las
llaves. Van Helsing se volvió hacia mí y me dijo:
-Usted conoce este lugar, Jonathan. Ha copiado planos de él, y lo conoce por lo menos
mejor que todos nosotros. ¿Por dónde se va a la capilla?
Tenía una idea de en dónde se encontraba, aunque durante mi última visita no había
logrado entrar en ella; por consiguiente, los guié y, después de unas cuantas vueltas
equivocadas, me encontré frente a una puerta baja, que formaba un arco de madera
de roble, cruzada por barras de hierro.
-Este es el lugar -dijo el profesor, al tiempo que hacía que reposara la lucecita de su
lámpara sobre un mapa de la casa, copiado de mis archivos sobre la correspondencia
relativa a la adquisición de la casa. Con cierta dificultad, encontramos la llave
correspondiente en el manojo y abrimos la puerta. Estábamos preparados para algo
desagradable, puesto que al estar abriendo la puerta, un aire tenue y maloliente parecía
brotar de entre las rendijas, pero ninguno de nosotros esperaba encontrarse con un olor
como el que nos llegó. Ninguno de los otros había encontrado al conde en sus cercanías, y
cuando yo lo había visto, estaba, o bien en su rápida existencia en las habitaciones o,
cuando estaba lleno de sangre fresca, en un edificio en ruinas, a cielo abierto, donde
penetraba el aire libre; pero, allí, el lugar era reducido y cerrado, y el largo tiempo que
había permanecido sin ser hallado hacía que el aire estuviera estancado y que oliera a
podrido.
Había un olor a tierra, como el de algún miasma seco, que sobresalía del aire viciado. Pero,
en cuanto al olor mismo, ¿cómo poder describirlo? No era sólo que se compusiera de todos
los males de la mortalidad y del olor acre y penetrante de la sangre, sino que daba la
impresión de que la corrupción misma se había podrido. ¡Oh! Me pongo enfermo sólo
al recordarlo. Cada vez que aquel monstruo había respirado, su aliento parecía haber
quedado estancado en aquel lugar, intensificando su repugnancia.

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Bajo circunstancias ordinarias, un olor semejante hubiera puesto punto final a nuestra
empresa, pero aquel no era un caso ordinario, y la tarea elevada y terrible en la que
estábamos empeñados nos dio fuerzas que se sobreponían a las consideraciones físicas.
Después del primer estremecimiento involuntario, consecuencia directa de la primera
ráfaga de aire nauseabundo, nos pusimos todos a trabajar, como si aquel repugnante lugar
fuera un verdadero jardín de rosas.
Examinamos cuidadosamente el lugar, y el profesor dijo, al comenzar:
-Ante todo, hay que ver cuántas cajas quedan todavía; a continuación, deberemos
examinar todos los rincones, agujeros y rendijas, para ver si podemos encontrar
alguna indicación respecto a qué ha sucedido con las otras. Una mirada era suficiente para
comprobar cuántas quedaban, ya que las grandes cajas de tierra eran muy voluminosas, y
no era posible equivocarse respecto a ellas.
¡Solamente quedaban veintinueve, de las cincuenta! En un momento dado me llevé
un buen susto, ya que al ver a lord Godalming que se volvía repentinamente y miraba por
la puerta de entrada hacia el oscuro pasadizo que había más allá, yo también miré y,
durante un instante, me pareció ver los rasgos más notables del rostro maligno del conde,
la nariz puntiaguda, los ojos rojizos, los labios rojos y la terrible palidez. Eso ocurrió
sólo durante el espacio de un segundo, ya que, como resumió lord Godalming:
-Creí haber visto un rostro, pero eran sólo las sombras.
Y volvió a dedicarse a su investigación. Volví mi lámpara hacia esa dirección y me dirigí
hacia el pasadizo. No había señales de la presencia de nadie, y como no había puertas, ni
rincones, ni aberturas de ninguna clase, sino sólo los sólidos muros del pasadizo, no podía
haber ningún escondrijo, ni siquiera para él. Supuse que el miedo había ayudado a la
imaginación, y no dije nada. Unos minutos más tarde vi que Morris retrocedía
repentinamente del rincón que estaba examinando. Todos nosotros seguimos con la
mirada sus movimientos, debido a que, indudablemente, cierto nerviosismo se estaba
apoderando de nosotros, y vimos una masa fosforescente que parpadeaba como las
estrellas. Instintivamente, todos retrocedimos. Todo el lugar estaba poblándose de
ratas.
Durante un momento permanecimos inmóviles, asombrados, todos, excepto lord
Godalming que, aparentemente, estaba preparado para una contingencia similar.
Precipitándose hacia la pesada puerta de roble y bandas de hierro, que el doctor
Seward había descrito del exterior y que yo mismo había visto, hizo girar la llave en la
cerradura, retiró los enormes pestillos y abrió de un golpe la puerta. Luego, sacando del
bolsillo su silbato de plata, hizo que sonara lenta y agudamente. De detrás de la
casa del doctor Seward le respondieron los ladridos de varios perros, y un
minuto después, tres terriers aparecieron, corriendo, por una de las esquinas de
la casa. Inconscientemente, todos nos habíamos vuelto hacia la puerta y, al hacerlo,
vimos que el polvo se había levantado mucho; las cajas que habían sido sacadas, lo
habían sido por allá. Pero incluso en un solo minuto que había pasado, el número de las
ratas había aumentado mucho. Parecían aparecer en la habitación todas a un tiempo, a tal
punto que la luz de las lámparas, que se reflejaba sobre sus cuerpos oscuros y en
movimiento y brillaba sobre sus malignos ojos, hacía que toda la habitación
pareciera estar llena de luciérnagas. Los perros aparecieron rápidamente, pero en el
umbral de la puerta se detuvieron de pronto y olfatearon; luego, simultáneamente,
levantaron las cabezas y comenzaron a aullar de manera lúgubre en extremo. Las ratas
estaban multiplicándose por miles, y salimos de la habitación.
Lord Godalming levantó a uno de los perros y, llevándolo al interior de la habitación, lo
colocó suavemente en el suelo. En el momento mismo en que sus patas tocaron el suelo
pareció recuperar su valor y se precipitó sobre sus enemigos naturales.

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Las ratas huyeron ante él con tanta rapidez, que antes de que hubiera acabado con un
número considerable, los otros perros, que habían sido transportados al centro de la
habitación del mismo modo, tenían pocas presas que hacer, puesto que toda la masa de
ratas se había desvanecido.
Con su desaparición, pareció que había dejado de estar presente algo diabólico, puesto que
los perros comenzaron a juguetear y a ladrar alegremente, al tiempo que se precipitaban
sobre sus enemigos postrados, los zarandeaban y los enviaban al aire en sacudidas feroces.
Todos nosotros nos sentimos envalentonados. Ya fuera a causa de la purificación de la
atmósfera de muerte, debido a que habíamos abierto la puerta de la capilla, o por el alivio
que sentimos al encontrarnos ante la abertura, no lo sé; pero el caso es que la sombra del
miedo pareció abandonarnos, como si fuera un sudario, y la ocasión de nuestra ida a la
casa perdió parte de su tétrico significado, aunque no perdimos en absoluto nuestra
resolución. Cerramos la puerta exterior, la atrancamos y corrimos los cerrojos; luego,
llevando los perros con nosotros, comenzamos a registrar la casa. No encontramos otra
cosa que polvo en grandes cantidades, y todo parecía no haber sido tocado en absoluto,
exceptuando el rastro de mis pasos, que había quedado de mi primera visita. Los perros no
demostraron síntomas de intranquilidad en ningún momento, e incluso cuando regresamos
a la capilla, continuaron jugueteando, como si estuvieran cazando conejos en el bosque,
durante una noche de verano.
El resplandor del amanecer estaba irrumpiendo por levante, cuando salimos por la puerta
principal. El doctor van Helsing había tomado del manojo la llave de la puerta de entrada,
cerró ésta cuidadosamente, se metió la llave en el bolsillo y se dirigió a nosotros.
-Hasta ahora -dijo-, la noche ha sido verdaderamente un éxito para nosotros. No hemos
recibido ningún daño, como hubiéramos podido temer y, además, hemos podido
cerciorarnos de qué número de cajas falta. Sobre todo, me alegro mucho de que este
primer paso que hemos dado, quizá el más difícil y peligroso de todos, hayamos podido
llevarlo a cabo sin que nuestra dulce señora Mina nos acompañara, y sin que hubiera
necesidad de turbar sus pensamientos, tanto más cuanto que estaría despierta y dormida
pensando en visiones, ruidos y olores que nunca podría olvidar. Asimismo, hemos
aprendido una lección, si es que podemos decirlo a particulari: que las bestias que están a
las órdenes del conde no son, sin embargo, dóciles al espíritu del conde, puesto que esas
ratas acudirían a su llamado, del mismo modo que llamó a los lobos desde la torre de su
castillo, para que saliera a su encuentro y al de aquella pobre madre. Aunque las ratas
acudieron, huyeron un momento después en desorden, ante la presencia de los perritos de
nuestro amigo Arthur. Tenemos ante nosotros otros asuntos, otros peligros y otros
temores; y ese monstruo no ha usado sus poderes sobre el mundo animal por última o
única vez esta noche. Sea que se haya ido a algún otro lugar... ¡Bueno! Nos ha dado la
oportunidad de dar "jaque" en esta partida de ajedrez que estamos jugando en nombre del
bien de las almas humanas. Ahora, volvamos a casa. El amanecer esta ya cerca, y tenemos
razones para sentirnos contentos del trabajo de nuestra primera noche. Es posible que nos
queden todavía muchos días y noches llenas de peligros, pero debemos seguir adelante, sin
retroceder ante ningún riesgo.
La casa estaba sumida en un profundo silencio cuando llegamos a ella, excepto por los
gritos de alguna pobre criatura que estaba en una de las alas más alejadas y un sonido
bajo y lastimero que salía de la habitación de Renfield. Indudablemente, el pobre hombre
se estaba torturando, a la manera de los orates, con pensamientos innecesariamente
dolorosos.
Entré en mi habitación de puntillas y encontré a Mina dormida, respirando con tanta
suavidad que tuve que aguzar el oído para captar el sonido. Parecía más pálida que de
costumbre. Esperaba que la reunión de aquella noche no la hubiera impresionado
demasiado. Me siento verdaderamente agradecido de que permanezca fuera de nuestro
trabajo futuro e incluso de nuestras deliberaciones. Es una tensión demasiado grande
para que la soporte una

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mujer. No pensaba así al principio, pero ahora sé mucho mejor a qué atenerme. Por
consiguiente, me alegro de que eso haya sido resuelto. Es posible que haya cosas que
la asustaran si las oyera, no obstante, ocultárselas sería peor que revelárselas, si es que
llega a sospechar que hay algo que no le decimos. A partir de este momento, tendremos
que ser para ella como libros cerrados, por lo menos hasta el momento en que podamos
anunciarle que todo ha concluido y que la tierra ha sido liberada de aquel monstruo de las
tinieblas. Supongo que será difícil guardar silencio, debido a la confianza que reina entre
nosotros, pero debo continuar en mi resolución y silenciar completamente todo lo relativo a
nuestros actos durante aquella noche, negándome a hablar de lo que ha sucedido. Me
acosté sobre el diván, para no molestarla.
1 de octubre, más tarde. Supongo que es natural que hayamos dormido todos hasta una
hora avanzada, ya que el día estaba ocupado en duros trabajos y la noche era pesada e
insomne. Incluso Mina debía haber sentido el cansancio, puesto que, aunque dormí hasta
que el sol estaba muy alto, desperté antes que ella. En realidad, estaba tan
profundamente dormida, que durante unos segundos no me reconoció siquiera y me
miró con un profundo terror, como si hubiera sido despertada en medio de una terrible
pesadilla. Se quejó un poco de estar cansada y la dejé reposar hasta una hora más
avanzada del día. Sabíamos ahora que veintiún cajas habían sido retiradas, y en el caso de
que fueran llevadas varias a la vez, era posible que pudiéramos encontrarlas. Por supuesto,
ello simplificaría considerablemente nuestro trabajo y cuanto antes solventáramos ese
asunto, tanto mejor sería. Tenía que ir a ver a Thomas Snelling.
Del diario del doctor Seward
1 de octubre. Era casi mediodía cuando fui despertado por el profesor, que entró en mi
habitación. Estaba más alegre y amable que de costumbre, y es evidente que el trabajo
de la noche anterior había servido para aligerar parte del peso que tenía en la mente.
Después de hablar de la aventura de la noche anterior, dijo repentinamente:
-Su paciente me interesa mucho. ¿Es posible que lo visite con usted esta mañana? O, en el
caso de que esté usted muy ocupado, puedo ir solo a verlo, si usted me lo permite. Es
una experiencia nueva para mí encontrar a un lunático que habla de filosofía y discurre de
manera tan cuerda.
Tenía ciertos trabajos urgentes que hacer y le dije que me gustaría que él fuera solo, ya
que así no me vería obligado a hacerlo esperar. Por consiguiente, llamé a uno de los
ayudantes y le di las debidas instrucciones. Antes de que mi maestro abandonara la
habitación, le aconsejé que no se llevara una impresión falsa sobre mi paciente.
-Deseo que me hable de sí mismo y de su decepción en cuanto a su consumo de animales
vivos. Le dijo a la señora Mina, como vi en su diario de ayer, que tuvo antes esas
creencias. ¿Por qué sonríe usted, amigo John?
-Excúseme -le dije -, pero la respuesta se encuentra aquí. Coloqué
la mano sobre las hojas mecanografiadas.
-Cuando nuestro cuerdo e inteligente lunático hizo esa declaración, tenía la boca todavía
llena de las moscas y arañas que acababa de comer, un instante antes de que la señora
Harker entrara en su habitación.
-¡Bueno! -dijo-. Su memoria es buena. Debí haberlo recordado. Y, no obstante, esa misma
desviación del pensamiento y de la memoria es lo que hace que el estudio de las
enfermedades mentales sea tan apasionante. Es posible que obtenga más conocimientos
de la locura de ese pobre alienado que lo que podría obtener de los hombres más
sabios. ¿Quién sabe?
Continué mi trabajo y, antes de que pasara mucho tiempo, había concluido con lo más
urgente. Parecía que no había pasado realmente mucho tiempo, pero van Helsing había
vuelto ya al estudio.
-¿Lo interrumpo? -preguntó cortésmente, permaneciendo en el umbral de la puerta.

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-En absoluto -respondí-. Pase. Ya he terminado mi trabajo y estoy libre. Puedo
acompañarlo, si lo desea.
-Es inútil. ¡Acabo de verlo!
-¿Y?
-Temo que no me aprecia mucho. Nuestra entrevista ha sido corta. Cuando entré en su
habitación estaba sentado en una silla, en el centro, con los codos apoyados sobre las
rodillas y en su rostro había una expresión hosca y malhumorada. Le he hablado con toda
la amabilidad posible, y con todo el respeto que he logrado aparentar. No me respondió
palabra alguna.
"-¿No me reconoce usted? -inquirí.
"Su respuesta no fue muy tranquilizadora.
"-Lo conozco perfectamente. Es usted el viejo idiota de van Helsing. Desearía que se fuera
usted con sus estúpidas teorías psicológicas a otro lado.
¡Malditos sean todos los estúpidos holandeses!
"No pronunció ni una palabra más y siguió sentado, encerrado en su descontento y
malhumor, exactamente como si yo no hubiera estado en la habitación en absoluto; tal era
su indiferencia. Así he perdido la oportunidad de aprender algo de ese inteligente lunático;
por consiguiente, debo irme para tratar de consolarme cruzando unas cuantas palabras
agradables con la dulce señora Mina. Amigo John, me alegro infinitamente de que ya no
tenga ella que sufrir más, ni que preocuparse por nuestros terribles asuntos. Aunque
echaremos en falta su ayuda, es mejor que así sea."
-Estoy absolutamente de acuerdo con usted -le dije sinceramente, puesto que no quería
que su decisión al respecto se debilitara-. La señora Harker está mejor permaneciendo
fuera de todo esto. La situación está ya bastante mala para nosotros, los hombres, que nos
hemos visto a veces en lugares poco agradables, pero no es un lugar apropiado para una
mujer y, si hubiera continuado con este asunto, es muy posible que hubiera terminado
siendo destrozada.
Así, van Helsing fue a conversar con el señor y la señora Harker. Quincey y Art han salido
para descubrir todo lo posible con respecto a la desaparición de las cajas. Yo tengo que
concluir mi ronda de trabajo, y nos reuniremos esta noche.
Del diario de Mina Harker
1 de octubre. Me resulta extraño permanecer en la oscuridad, como hoy; después
de la confianza total de Jonathan durante tantos años, me resulta desagradable verlo
evitar ciertos temas de conversación de manera manifiesta: los temas más vitales de
todos. Esta mañana dormí hasta una hora avanzada, a causa de las fatigas de ayer, y
aunque Jonathan durmió hasta tarde también, despertó antes que yo. Habló conmigo
antes de salir, y nunca antes lo había hecho con mayor dulzura o ternura, pero no
mencionó ni una sola palabra sobre lo que había sucedido en su visita a la casa del
conde. Sin embargo, debe saber la terrible ansiedad que sentía yo. ¡Pobre Jonathan!
Supongo que eso debe haberlo afligido todavía más que a mí. Todos estuvieron de
acuerdo en que no siguiera yo adelante en ese horrible asunto, y estuve de acuerdo. Pero,
¡me resulta muy desagradable pensar que me oculta algo! Y ahora estoy llorando como
una idiota, cuando, en realidad, sé que todo esto es producto del gran amor de mi
esposo y de la buena voluntad de todos esos hombres fuertes.
Eso me ha sentado bien. Bueno, algún día me lo contará todo Jonathan, y para evitar que
pueda llegar a pensar que le oculto yo también algo, continúo escribiendo mi diario, como
de costumbre. Así, si ha temido por mi confianza, debo mostrárselo, incluyendo todos los
pensamientos y los sentimientos de mi corazón, para que pueda leerlos claramente. Me
siento hoy extrañamente triste y malhumorada. Supongo que es la reacción a causa de la
tremenda emoción.
Anoche me acosté cuando se fueron los hombres, sencillamente porque me dijeron
que me acostara. No tenía sueño, y sentía una ansiedad enorme. Estuve pensando en todo
lo sucedido desde que Jonathan fue a verme a Londres y todo

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ello parecía una horrible tragedia, como si el destino impulsara todo hacia un fin
siniestro.
Todo lo que hacemos, por muy buenas intenciones que tengamos, parece conducir a algo
que debe deplorarse profundamente. Si no hubiera ido a Whitby es posible que la pobre y
querida Lucy estuviera ahora entre nosotros. No se le había ocurrido visitar el cementerio
de la iglesia hasta el momento de mi llegada, y si no hubiera ido allí durante el día no
habría regresado dormida durante la noche, y el monstruo no la hubiera destruido como
lo hizo. ¡Oh!
¿Por qué fui a Whitby? ¡Otra vez llorando! No sé qué me sucede hoy. Debo ocultárselo a
Jonathan, puesto que si sabe que he llorado ya dos veces esta mañana, yo que no lloro
nunca y que nunca he tenido que derramar una sola lágrima por él, el pobre hombre se
desanimará y se preocupará. Debo aparentar un semblante sereno, y si me siento con
ganas de llorar, él no debe saberlo. Supongo que es una de las lecciones que nosotras, las
pobres mujeres, tenemos que aprender...
No puedo dejar de recordar cómo me quedé dormida. Recuerdo haber oído el ladrido
repentino de los perros y un estruendo de sonidos extraños, como oraciones en una gama
tumultuosa, procedentes de la habitación del señor Renfield, que se encuentra en alguna
parte debajo de la mía. Luego, el silencio volvió a reinar, tan profundo, que me sobresaltó y
me levanté para mirar por la ventana. Todo estaba oscuro y en silencio.
Las negras sombras proyectadas por la luz de la luna parecían estar llenas de un misterio
que les era propio. Nada parecía moverse, pero todo parecía lúgubre y tétrico, de modo
que una ligera nubecilla de niebla blanca, que avanzaba con una lentitud que hacía que su
movimiento resultara casi imperceptible, hacia la casa, por encima del césped, parecía
tener una vitalidad propia. Creo que esos pensamientos, al hacerme olvidar los anteriores,
me hicieron bien, puesto que al volver a acostarme sentí un letargo que me embargaba
suavemente. Permanecí acostada un rato, pero no lograba conciliar el sueño, de modo que
volví a levantarme y a mirar por la ventana. La niebla se estaba extendiendo y se
encontraba ya muy cerca de la casa, de tal modo que la vi adosarse pesadamente a las
paredes, como si estuviera trepando hacia las ventanas. El pobre hombre hablaba con más
fuerza que nunca y, aunque no lograba distinguir bien sus palabras, comprendí que se
trataba de una súplica apasionada de su parte. Luego, oí el ruido de un forcejeo y
comprendí que los enfermeros se estaban encargando de él. Me sentí tan asustada, que me
cubrí la cabeza con las sábanas, tapándome los oídos con los dedos. No tenía sueño en
absoluto o, por lo menos, así lo creía, pero debo haberme quedado dormida, puesto que,
con excepción de los sueños, no recuerdo ninguna otra cosa hasta la llegada de la mañana,
cuando Jonathan me despertó. Creo que necesité cierto esfuerzo y tiempo para recordar
donde me encontraba y que era Jonathan el que estaba inclinado sobre mí. Mi sueño era
muy peculiar, y era algo típico, del modo como al despertar los pensamientos se
entremezclan con los sueños.
Creí que estaba dormida, esperando a que regresara Jonathan. Me sentía muy ansiosa por
él y no podía hacer nada; tenía las piernas, los brazos y el cuerpo con un peso encima,
de tal modo que no podía ejecutar ningún movimiento como de costumbre. Así
dormí muy intranquilamente, y seguí soñando cosas extrañas. Luego, comencé a sentir
que el aire era pesado, húmedo y frío. Retiré las sábanas de mi rostro y, con gran
sorpresa, vi que todo estaba oscuro. La lamparita de gas que había dejado encendida
para Jonathan, aunque muy débil, parecía una chispita roja y diminuta a través de la
niebla, que, evidentemente, se había hecho más densa y había entrado en la habitación.
Entonces, recordé que había cerrado la ventana antes de acostarme. Deseaba levantarme
para asegurarme de ello, pero una letargia de plomo parecía retener mis miembros y mi
voluntad. Permanecí inmóvil; eso fue todo. Cerré los ojos, pero todavía podía ver con
claridad a través de los párpados (es maravilloso ver qué trucos tienen los sueños, y de
qué manera

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tan lógica trabaja a veces nuestra imaginación). La niebla se hacía cada vez más espesa, y
ya podía ver cómo entraba en la habitación, puesto que la veía como si fuera humo..., o
como el vapor blanco del agua en ebullición..., entrando, no por la ventana, sino por
debajo de la puerta. Fue haciéndose cada vez más espesa, hasta que pareció
concentrarse en una columna de vapor sobre la que alcanzaba a ver la lucecita de la
lámpara de gas que brillaba como un ojo rojizo. Las ideas se agolparon en mi cerebro, al
tiempo que la columna de vapor comenzaba a danzar en la habitación y entre todos mis
pensamientos me llegaron las frases de las escrituras: "Una columna de vapor por las
noches y de fuego durante el día." ¿Se trataba de algún guía espiritual que me llegaba
a través del sueño? Pero la columna estaba compuesta tanto del guía diurno como
del nocturno, puesto que el fuego estaba en el ojo rojo que, al pensar en él, me fascinó en
cierto modo, puesto que, mientras lo observaba, el fuego pareció dividirse y lo vi como si
se tratara de dos ojos rojos, a través de la niebla, tal y como Lucy me dijo que los había
visto en sus divagaciones mentales, sobre el risco, cuando el sol poniente se reflejó en las
ventanas de la iglesia de Santa María. Repentinamente, recordé horrorizada que era así
como Jonathan había visto materializarse a aquellas horribles mujeres de la niebla que
giraba bajo el resplandor de la luna, y en mi sueño debo haberme desmayado, puesto que
me encontré en medio de la más profunda oscuridad.
El último esfuerzo consciente que hizo mi imaginación fue el de hacerme ver un rostro
lívido que se inclinaba sobre mí, saliendo de entre la niebla. Debo tener cuidado con esos
sueños, ya que pueden hacer vacilar la razón de una persona, si se presentan con
demasiada frecuencia. Voy a ver al doctor van Helsing o al doctor Seward para que me
receten algo que me haga dormir profundamente; lo único malo es que temo alarmarlos.
Un sueño semejante se mezclaría en estos momentos con sus temores por mí. Esta
noche deberé esforzarme por dormir de manera natural. Si no lo logro, debo lograr que me
den para mañana en la noche una dosis de cloral; eso no me causará por una vez ningún
daño y me sentará bien una buena noche de sueño. Hoy desperté más fatigada que si no
hubiera dormido en absoluto.

2 de octubre, a las diez de la noche. Anoche dormí, pero no soñé. Debo haber dormido
profundamente, puesto que no desperté cuando se acostó Jonathan, pero el sueño no me
ha sentado todo lo bien que sería de desear, puesto que hoy me he sentido débil y
desanimada. Pasé todo el día de ayer tratando de dormir o acostada, dormitando.
Por la tarde, el señor Renfield preguntó si podría verme. ¡Pobre hombre! Estuvo muy
amable, y al marcharse me besó la mano y rogó a Dios que me bendijera. En cierto modo,
eso me afectó mucho, y las lágrimas acuden a mis ojos cuando pienso en él. Esta es una
nueva debilidad de la que tengo que preocuparme y cuidarme. Jonathan se entristecería
mucho si supiera que he estado llorando. Tanto él como los demás estuvieron fuera hasta
la hora de la cena, y regresaron muy cansados. Hice todo lo posible por alegrarlos, y creo
que el esfuerzo me sentó bien, puesto que me olvidé de lo cansada que estaba yo misma.
Después de la cena me mandaron a acostarme y todos salieron a fumar juntos, según
dijeron, pero sabía perfectamente que lo que deseaban era contarse unos a otros lo que
les había sucedido a cada uno de ellos durante el día; comprendí por la actitud de
Jonathan que tenía algo muy importante que comunicarles.
No tenía tanto sueño como debería; por consiguiente, antes de que se fueran le pedí al
doctor Seward que me diera alguna pastilla para dormir, de cualquier tipo, ya que no había
dormido bien la noche anterior. Con mucha habilidad, me preparó una droga
adormecedora y me la dio, diciéndome que no me causaría ningún daño, ya que era muy
ligera... La he tomado y estoy esperando a que el sueño me venza, lo cual me parece
todavía algo lejano. Espero no haber hecho mal, ya que cuando el sueño comienza a
apoderarse de

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mí, me asalta un nuevo temor; es posible que haya cometido una tontería al privarme del
poder de despertar. Es posible que lo necesite. Ya tengo sueño.
¡Buenas noches!

XX.- DEL DIARIO DE JONATHAN HARKER

1 de octubre, por la noche. Encontré a Thomas Snelling en su casa, en Bethnal Green;


pero, desafortunadamente, no estaba en condiciones de recordar nada. El aliciente
mismo de la cerveza que mi esperada visita había abierto ante él, resultó demasiado
fuerte, y comenzó a beber demasiado pronto, antes de mi llegada. Sin embargo, supe,
gracias a su esposa, una persona decente y tímida, que era solamente el asistente de
Smollet, que de los dos era el responsable. De modo que me dirigí hacia Walworth y
encontré al señor Joseph Smollet en su casa, en mangas de camisa, tomando una taza de
té tardía, que levantaba de un platillo. Es un tipo honrado e inteligente, un trabajador de
confianza y con una inteligencia y una personalidad que le son propias. Recordaba todo
respecto al incidente de las cajas, y, sacando de un lugar misterioso de la parte posterior
de su pantalón una libreta con las puntas de las hojas dobladas y las páginas cubiertas de
jeroglíficos trazados con un lápiz de punta gruesa y con una escritura muy apoyada, me
comunicó el punto de destino de las cajas. Había seis que había tomado en Carfax y las
había depositado en el número ciento noventa y siete de Chicksand Street, en Mile End
New Town, y otras seis que había depositado en Jamaica Lane, Bermondsey. En el caso de
que el conde deseara distribuir sus fantasmales refugios por todo Londres, esos lugares
habrían sido escogidos como punto de partida, de tal modo que a continuación pudiera
distribuir completamente las cajas.
El modo sistemático en que todo aquello estaba siendo llevado a cabo me hizo pensar que
eso no podría significar que el monstruo deseaba confinarse en dos lugares de Londres.
Estaba situado ya en la parte este de la ribera norte, al este de la costa sur y al sur de la
ciudad. Era seguro que no pensaba dejar fuera de sus planes diabólicos el norte y el
oeste..., por no hablar de la City misma, y el corazón mismo del Londres elegante, al
sudoeste y al oeste. Volví a ver a Smollet y le pregunté si podría decirnos si había sido
sacada alguna otra caja de Carfax.
Entonces respondió:
-Bueno, señor, se ha portado usted muy bien conmigo -le había dado medio soberano y
voy a decirle todo lo que sé. Oí a un hombre llamado Bloxam que decía hace cuatro noches
en el "Are and Ounds" de Pincer's Alley, que él y su compañero habían tenido un trabajo
sucio y raro en una vieja casa de Purfleet. No son frecuentes aquí los trabajos de esa
índole, y creo que Sam Bloxam podrá decirle algo más al respecto.
Le pregunté si le era posible indicarme donde podría encontrarlo. Le dije que si podía
conseguirme la dirección, tendría mucho gusto en entregarle otro medio soberano.
De modo que tomó de un trago el resto de su té y se puso en pie, diciendo que iba a iniciar
sus averiguaciones. En la puerta se detuvo, y dijo:
-Escuche, señor, no tiene sentido que espere usted aquí. Es posible que encuentre pronto a
Sam, o que no lo haga, pero, de todos modos, no creo que se encuentre en condiciones
de decirle muchas cosas esta noche. Sam es un tipo raro cuando saca los pies de sus
casillas. Si puede usted darme un sobre con un sello de correos y su dirección, veré donde
es posible encontrar a Sam y le enviaré los datos por correo esta misma noche. Pero
será preciso que vaya a verlo muy de mañana si quiere encontrarlo, puesto que Sam se
levanta temprano, por muy prolongada que haya sido la juerga de la noche anterior.
Eso resultó práctico, de modo que uno de los niños salió con un penique a comprar un
sobre y una hoja de papel, y le di el cambio. Cuando regresó, le puse la dirección al sobre y
le pegué el sello, y cuando Smollet me prometió otra vez que me enviaría la dirección por
correo en cuanto la descubriera, me

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dirigí a casa. De todos modos, estamos sobre la pista. Esta noche me siento cansado y
deseo dormir. Mina está profundamente dormida y tiene un aspecto demasiado pálido; sus
ojos dan la impresión de que ha estado llorando. Pobre mujer, estoy seguro de que le es
muy duro permanecer en la ignorancia y que eso puede hacer que se sienta doblemente
ansiosa por mí y por todos los demás. Pero es mejor así. Es mejor sentirse
decepcionado y ansioso, que tener los nervios destrozados. Los médicos tenían razón al
insistir en que ella debía permanecer fuera de todo este terrible asunto. Debo mantenerme
firme, puesto que la carga del silencio debe pesar sobre todo en mí. Ni siquiera puedo
mencionar el tema ante ella, por ninguna circunstancia. En realidad, no creo que resulte
una tarea difícil y dura, después de todo, ya que ella misma se ha hecho reticente en lo
relativo a ese tema y no ha vuelto a hablar del conde ni de sus actos desde que le
comunicamos nuestra decisión.

2 de octubre, por la noche. Fue un día largo, emocionante, y de los que resultan
una verdadera prueba. Por el primer correo he recibido la carta que me era destinada y
que contenía una hoja sucia de papel, sobre el que habían escrito con un lápiz de
carpintero y una mano demasiado pesada: "Sam Bloxam, Korkrans, 4, Poters Cort, Bartel
Street, Walworth. Pregunte por el algacil." Recibí la carta en la cama y me levanté, sin
despertar a Mina. Estaba pálida y parecía dormir pesada y profundamente. Pensé no
despertarla, pero en cuanto volviera de esa investigación, tomaría las disposiciones
pertinentes para que regresara a Exéter. Creo que estará más contenta en nuestra
propia casa, interesándose en sus tareas cotidianas, que estando aquí, entre nosotros, en
la ignorancia de todo lo que está sucediendo. Vi solamente al doctor Seward durante un
momento y le dije adónde me dirigía, prometiéndole regresar a explicarle todo el
resto en cuanto pudiera descubrir algo. Me dirigí a Walworth y encontré con ciertas
dificultades Potter's Court. La ortografía del señor Smollet me engañó, debido a que
pregunté primeramente por Poter's Court en lugar de Potter's Court. Sin embargo, cuando
encontré la dirección, no tuve dificultades en encontrar la casa de huéspedes Corcoran.
Cuando le pregunté al hombre que salió a la puerta por el "algacil", movió la cabeza y
dijo:
-No lo conozco. No hay ningún tipo así aquí; no he oído hablar de él en toda mi vida. No
creo que haya nadie semejante que viva aquí o en las cercanías.
Saqué la carta de Smollet y al leerla me pareció que la lección sobre la ortografía con
que estaba escrito la dirección podría ayudarme.
-¿Quién es usted? -le pregunté.
-Soy el alguacil -respondió.
Comprendí inmediatamente que estaba en terreno seguro.
La ortografía con que estaba escrita la carta me volvió a engañar.
Una propina de media corona puso los conocimientos del alguacil a mi disposición y supe
que el señor Bloxam había dormido en la casa Corcaran, para que se difuminaran los
vapores de la cerveza que había tomado la noche anterior, pero que se había ido a su
trabajo en Poplar a las cinco de la mañana. No pudo indicarme donde se encontraba el
lugar exacto en que trabajaba, pero tenía una vaga idea de que se trataba de algún
almacén nuevo y con ese indicio tan sumamente ligero me puse en camino hacia Poplar.
Eran ya las doce antes de que lograra indicaciones sobre un edificio similar y fue en un café
donde me dieron los datos. En el salón había varias mujeres comiendo. Una de ellas me
dijo que estaban construyendo en Cross Angel Street un edificio nuevo de "almacenes
refrigerados", y puesto que se apegaba a la descripción del alguacil, me dirigí
inmediatamente hacia allá. Una entrevista con un guardián bastante hosco y con un
capataz todavía más malhumorado que el guarda, cuyo humor hice que mejorara un poco
con la ayuda de unas monedas, me puso sobre la pista de Bloxam; mandaron a
buscarlo cuando sugerí que estaba dispuesto a pagarle al capataz su sueldo del día
íntegro por el

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privilegio de hacerle unas cuantas preguntas sobre un asunto privado. Era un tipo bastante
inteligente, aunque de maneras y hablar un tanto bruscos.
Cuando le prometí pagarle por sus informes y le di un adelanto, me dijo que había hecho
dos viajes entre Carfax y una casa de Piccadilly y que había llevado de la primera dirección
a la última nueve grandes cajas, "muy pesadas", con una carreta y un caballo que había
alquilado para el trabajo. Le pregunté si podría indicarme el número de la casa de
Piccadilly, a lo cual replicó:
-Bueno, señor, me he olvidado del número, pero estaba a unas cuantas puertas de una
gran iglesia blanca, o algo semejante, que no hace mucho que ha sido construida. Era una
vieja casona cubierta de polvo, aunque no tan llena de polvo como la casa de la que saqué
las cajas.
-¿Cómo logró usted entrar, si estaban desocupadas las dos casas?
-Me estaba esperando el viejo que me contrató en la casa de Purfleet. Me ayudó a
levantar las cajas y a colocarlas en la carreta. Me insultó, pero era el tipo más fuerte que
he visto. Era un anciano, con unos bigotes blancos, tan finos que casi no se le notaban.
¡Esa frase hizo que me sobresaltara!
-Tomó uno de los extremos de la caja como si se tratara de un juego de té, mientras yo
tomaba el otro, sudando y jadeando como un oso. Me costó un gran trabajo levantar la
parte que me correspondía, pero lo conseguí y... no soy tampoco un debilucho.
-¿Cómo logró usted entrar en la casa de Piccadilly?
-Me estaba esperando también allí. Debió salir inmediatamente y llegar allí antes que yo,
puesto que cuando llamé a la puerta, salió él mismo a abrirme y me ayudó a descargar las
cajas en el vestíbulo.
-¿Las nueve? -le pregunté.
-Sí; llevé cinco en el primer viaje y cuatro en el segundo. Era un trabajo muy pesado, y
no recuerdo muy bien cómo regresé a casa.
Lo interrumpí:
-¿Se quedaron las cajas en el vestíbulo?
-Sí; era una habitación muy amplia, y no había en ella nada más. Hice otra
tentativa para saber algo más al respecto.
-¿No le dio ninguna llave?
-No tuve necesidad de ninguna llave. El anciano me abrió la puerta y volvió a cerrarla
cuando me fui. No recuerdo nada de la segunda vez, pero eso se debe a la cerveza.
-¿Y no recuerda usted el número de la casa?
-No, señor. Pero no tendrá dificultades en encontrarla. Es un edificio alto, con una fachada
de piedra y un escudo de armas y unas escaleras bastante altas que llegan hasta la
puerta de entrada. Recuerdo esas escaleras debido a que tuve que subir por ellas con las
cajas, junto con tres muchachos que se acercaron para ganarse unos peniques. El viejo
les dio chelines y, como vieron que les había dado mucho, quisieron más todavía,
pero el anciano agarró a uno de ellos por el hombro y poco faltó para que lo echara por
las escaleras; entonces, todos ellos se fueron, insultándolo.
Pensaba que con esos informes no tendría dificultades en encontrar la casa, de modo
que después de pagarle a mi informante, me dirigí hacia Piccadilly. Había adquirido una
nueva y dolorosa experiencia. El conde podía por lo visto manejar las cajas solo. De ser así,
el tiempo resultaba precioso, puesto que ya que había llevado a cabo ciertas distribuciones,
podría llevar a cabo el resto de su trabajo, escogiendo el tiempo oportuno para ello,
pasando completamente inadvertido. En Piccadilly Circus me apeé y me dirigí caminando
hacia el oeste; después de pasar el junior Constitutional, llegué ante la casa que me había
sido descrita y me satisfizo la idea de que se trataba del siguiente refugio que había
escogido Drácula. La casa parecía haber estado desocupada durante mucho tiempo. Las
ventanas estaban llenas de polvo y las persianas estaban levantadas. Toda la estructura
estaba ennegrecida por el

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tiempo, y de las partes metálicas la pintura había desaparecido. Era evidente que en el
balcón superior había habido un anuncio durante cierto tiempo, que había sido retirado
bruscamente, de tal modo que todavía quedaban los soportes verticales. Detrás de la
barandilla del balcón vi que sobresalían varias tablas sueltas, cuyos bordes parecían
blancos. Hubiera dado mucho por poder ver intacto el anuncio, puesto que quizá me
hubiera dado alguna indicación en cuanto a la identidad de su propietario. Recordaba mi
experiencia sobre la investigación y la compra de la casa de Carfax y no podía dejar
de pensar que si podía encontrar al antiguo propietario era posible que descubriera algún
medio para entrar en la casa.
Por el momento, no había nada que pudiera descubrir del lado de Piccadilly y tampoco
podía hacerse nada, de modo que me dirigí hacia la parte posterior para ver si podía verse
algo de ese lado. Las caballerizas estaban llenas de actividad, debido a que la mayoría
de las casas estaban ocupadas. Les pregunté a un par de criados y de encargados de
las cuadras, que pude encontrar, si podían decirme algo sobre la casa desocupada. Uno de
ellos me dijo que había oído decir que alguien la había comprado en los últimos tiempos,
pero no sabía quién era el nuevo propietario. Uno de ellos, sin embargo, me dijo que hasta
hacía muy poco tiempo había habido un anuncio que decía "se vende" y que era posible que
podrían facilitarme más detalles Mitchell, Sons & Candy, los agentes de mudanzas, puesto
que me dijo que creía recordar que ese era el nombre que figuraba en el anuncio para
todos los informes. No deseaba parecerle demasiado ansioso a mi informador, ni dejar
que adivinara demasiado, por lo cual, luego de darle las más cumplidas gracias, me alejé.
Estaba oscureciendo y la noche otoñal estaba errándose, de modo que no quise perder el
tiempo. Después de buscar la dirección de Mitchell, Sons & Candy en un directorio
telefónico de Berkeley, me dirigí inmediatamente a sus oficinas, que se encontraban en
Sackville Street.
El caballero que me recibió tenía unos modales particularmente suaves, pero no era muy
comunicativo. Después de decirme que la casa de Piccadilly, que en nuestra conversación
llamó "mansión", había sido vendida, consideró que mi interés debía concluir allí. Cuando
le pregunté quién la había comprado, abrió los ojos demasiado y guardó silencio un
momento antes de responder:
-Está vendida, señor.
-Excúseme -dije, con la misma cortesía-, pero tengo razones especiales para desear saber
quién adquirió ese edificio.
Volvió a hacer una pausa bastante prolongada y alzó las cejas todavía más.
-Está vendida, señor -volvió a decir, lacónicamente.
-Supongo que no le importará darme esa información -insistí.
-Pero, ¡por supuesto que me importa! -respondió-. Los asuntos de nuestros clientes son
absolutamente confidenciales en manos de Mitchell, Sons & Candy. Estaba claro que se
trataba de un pedante de la peor especie y que no merecía la pena discutir con él. Pensé
que sería mejor enfrentarme a él en su propio terreno y le dije:
-Sus clientes, señor, tienen suerte de tener un guardián tan resuelto de sus confidencias.
Yo mismo soy un profesional -al decir esto le tendí mi tarjeta-
. En este caso, no estoy interesado en este asunto por curiosidad: actúo por parte de lord
Godalming, que desea saber algo sobre la propiedad que creía que, hasta últimas fechas,
se encontraba en venta.
Esas palabras hicieron que las cosas tomaran otro cariz.
-Me gustaría darle a usted esos informes si los tuviera, señor Harker, y especialmente me
gustaría servir a su cliente. En cierta ocasión llevamos a cabo unas transacciones para él
sobre el alquiler de unas habitaciones cuando era el Honorable Arthur Holmwood. Si puede
usted darme la dirección de su señoría, tendré mucho gusto en consultar a la casa sobre el
sujeto y, en todo caso, me comunicaría con su señoría por medio del correo de esta misma
noche. Será un placer el facilitarle esos informes a su señoría, si es que podemos
apartarnos en este caso de las reglas de conducta de esta casa.

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Deseaba hacerme una amistad, no buscarme un enemigo, de modo que le di las gracias, le
entregué la dirección de la casa del doctor Seward y me fui. Era ya de noche y me sentía
cansado y hambriento. Tomé una taza de té en la Aerated Bread Company y regresé a
Purfleet en tren.
Encontré a todos los otros en la casa. Mina tenía aspecto pálido y cansado, pero hizo un
valeroso esfuerzo para parecer amable y animosa: me dolía pensar que había tenido que
ocultarle algo y que de ese modo la había inquietado. Gracias a Dios, sería la última noche
que tendría que estar cerca sin asistir a nuestras conferencias, creyendo en cierto modo
que no era merecedora de nuestra confianza. Necesité todo mi valor para mantenerla
realmente alejada de todo lo relativo a nuestro horrible trabajo. Parece estar en cierto
modo más hecha a la idea, o el sujeto se le ha hecho repugnante, puesto que cada vez que
se hace alguna alusión accidental a ese tema, se estremece verdaderamente. Me alegro de
que hayamos tomado nuestra resolución a tiempo, puesto que con sentimientos
semejantes, nuestros conocimientos cada vez mayores serían una verdadera tortura para
ella.
No podía hablarles a los demás de los descubrimientos que había efectuado durante el día
en tanto no estuviéramos solos. Así, después de la cena, y de un pequeño intermedio
musical que sirvió para guardar las apariencias, incluso para nosotros mismos,
conduje a Mina a su habitación y la dejé que se acostara. Mi adorable esposa fue más
cariñosa conmigo que nunca y me abrazó como si deseara retenerme, pero había mucho de
qué hablar y tuve que dejarla sola. Gracias a Dios, el haber dejado de contarnos todas las
cosas, no había hecho que cambiaran las cosas entre nosotros.
Cuando bajé otra vez encontré a todos sentados en torno al fuego, en el estudio.
En el tren había escrito en mi diario todo lo relativo a mis descubrimientos del día, y me
limité a leerles lo que había escrito, como el mejor medio posible en que pudieran enterarse
de los informes que había obtenido. Cuando terminé, van Helsing dijo:
-Ha tenido usted un magnífico día de trabajo, amigo Jonathan. Indudablemente, estamos
sobre la pista de las cajas que faltan. Si encontramos todas en esa casa, entonces, nuestro
trabajo se acerca a su final. Pero, si falta todavía alguna de ellas, tendremos que buscarla
hasta que la encontremos. Entonces daremos el golpe final y haremos que el monstruo
muera verdaderamente.
Permanecimos todos sentados en silencio y, de pronto, el señor Morris dijo:
-¡Digan! ¿Cómo vamos a poder entrar a esa casa?
-Lo mismo que como lo hicimos en la otra -dijo lord Godalming rápidamente.
-Pero, Art, entramos por efracción en Carfax; pero era de noche y teníamos el parque que
nos ocultaba a las miradas indiscretas. Sería algo muy diferente el cometer ese delito en
Piccadilly, tanto de noche como de día. Confieso que no veo cómo vamos a poder entrar, a
no ser que ese pedante de la agencia inmobiliaria nos consiga alguna llave.
Lord Godalming frunció el ceño, se puso en pie y se paseó por la habitación. De pronto se
detuvo y dijo, volviéndose hacia nosotros y mirándonos uno por uno:
-Quincey tiene razón. Este asunto de las entradas por efracción se hace muy serio; nos
salió muy bien una vez, pero el trabajo que tenemos ahora entre manos es muy
diferente..., a menos que encontremos el llavero del conde.
Como no podíamos hacer nada antes de la mañana y como era aconsejable que lord
Godalming esperara hasta recibir la comunicación de Mitchell's, decidimos no dar ningún
paso hasta la hora del desayuno. Durante un buen rato, permanecimos sentados,
fumando, discutiendo todas las facetas del asunto, visto desde diferentes ángulos;
aproveché la oportunidad de completar este diario y ponerlo al corriente hasta este preciso
instante. Tengo mucho sueño y debo ir a acostarme...
Sólo una línea más. Mina duerme profundamente y su respiración es regular. Tiene la
frente surcada de pequeñas arrugas, como si incluso dormida

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estuviera pensando. Está todavía muy pálida, pero no tan macilenta como esta mañana.
Mañana espero que podremos poner fin a todo esto; se irá a nuestra casa de Exéter. ¡Oh!
¡Qué sueño tengo!
Del diario del doctor Seward
1 de octubre. Estoy absolutamente asombrado por lo de Renfield. Sus saltos de humor son
tan repentinos, que tengo dificultades para poder registrarlos y adaptarme a ellos, y como
siempre tienen un significado que va más allá de su propio bienestar, forman un estudio
más que interesante. Esta mañana, cuando fui a verlo, después de que hubo rechazado a
van Helsing, sus modales eran los de un hombre que estaba dirigiendo al destino. En
efecto, estaba dándole órdenes al destino, subjetivamente. No se preocupaba en absoluto
por ninguna de las cosas terrenales; estaba en las nubes y miraba desde su atalaya a
todas las flaquezas y deseos de nosotros, los pobres mortales.
Decidí aprovecharme de la ocasión y aprender algo, de modo que le pregunté:
-¿Qué me dice usted de las moscas en estos últimos tiempos?
Me sonrió con aire muy superior..., con una sonrisa como la que hubiera podido
aparecer en el rostro de Malvolio, antes de responderme:
-La mosca, mi querido señor, tiene una característica sorprendente: sus alas son típicas del
carácter aéreo de las facultades psíquicas. ¡Los antiguos tuvieron razón cuando
representaron el alma en forma de mariposa!
Pensé agotar su analogía, y dije rápidamente:
-¡Oh! ¿Está usted buscando un alma ahora?
Su locura envolvió a la razón y una expresión de asombro se extendió sobre su rostro al
tiempo que, sacudiendo la cabeza con una energía que no le había visto nunca antes, dijo:
-¡Oh, no, no! No quiero almas. Todo lo que quiero es vida -su rostro se iluminó en ese
momento-. Siento una gran indiferencia sobre eso en la actualidad. La vida está muy bien:
tengo toda la que necesito. Tiene que buscarse usted otro paciente, doctor, si es que desea
estudiar la zoofagia.
Esa salida me sorprendió un poco, por lo cual le dije:
-Entonces, usted dirige la vida; debe ser usted un dios, ¿no es así? Sonrió con
una especie de superioridad benigna e inefable.
-¡Oh, no! No entra en mis cálculos, de ninguna manera, el arrogarme los atributos de la
divinidad. Ni siquiera me interesan sus actos especialmente espirituales. ¡Si me es posible
establecer cuál es mi posición intelectual, diría que estoy, en lo referente a las cosas
puramente terrenales, en cierto modo en la posición que ocupaba Enoch espiritualmente!
Eso representaba para mí un problema difícil, no lograba recordar en ese momento cuál
había sido la posición de Enoch. Por consiguiente, tuve que hacerle una pregunta simple,
aunque comprendí que, al hacerlo, me estaba rebajando ante los ojos del lunático...
-¿Y por qué se compara con Enoch?
-Porque andaba con Dios.
No comprendí la analogía, pero no me agradaba reconocerlo, de modo que volví al tema
que ya había negado:
-De modo que no le preocupa la vida y no quiere almas, ¿por qué?
Le hice la pregunta rápidamente y con bastante sequedad, con el fin de ver si me era
posible desconcertarlo.
El esfuerzo dio resultado y por espacio de un instante se tranquilizó y volvió a sus
antiguos modales serviles, se inclinó ante mí y me aduló servilmente, al tiempo que
respondía:
-No quiero almas. ¡Es cierto! ¡Es cierto! No quiero. No me servirían de nada si las tuviera;
no tendría modo de usarlas. No podría comérmelas o...
Guardó silencio repentinamente y la antigua expresión de astucia volvió a extenderse sobre
su rostro, como cuando un viento fuerte riza la superficie de las aguas.
-Escuche, doctor, en cuanto a la vida, ¿qué es después de todo? Cuando ha obtenido todo
lo necesario y sabe que nunca deseará otra cosa, eso es todo.

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Tengo amigos, buenos amigos, como usted, doctor Seward -esto lo dijo con una expresión
de indecible astucia-. ¡Sé que nunca me faltarán los medios de vida!
Creo que entre las brumas de su locura vio en mí cierto antagonismo, puesto que,
finalmente, retrocedió al abrigo de sus iguales..., al más profundo y obstinado silencio.
Al cabo de poco tiempo, comprendí que por el momento era inútil tratar de hablar con él.
Estaba enfurruñado. De modo que lo dejé solo y me fui.
Más tarde, en el curso del día, me mandó llamar. Ordinariamente no hubiera ido a
visitarlo sin razones especiales, pero en este momento estoy tan interesado en él que me
veo contento de hacer ese pequeño esfuerzo. Además, me alegró tener algo que me
ayude a pasar el tiempo. Harker está fuera, siguiendo pistas; y también Quincey y lord
Godalming. Van Helsing está en mi estudio, examinando cuidadosamente los registros
preparados por los Harker; parece creer que por medio de un conocimiento exacto de todos
los detalles es posible que llegue a encontrar algún indicio importante. No desea que lo
molesten mientras trabaja, a no ser por algún motivo especial. Pude hacer que me
acompañara a ver al paciente, pero pensé que después de haber sido rechazado como lo
había sido, no le agradaría ya ir a verlo. Además, había otra razón: Renfield no hablaría con
tanta libertad ante una tercera persona como lo haría estando solos él y yo.
Lo encontré sentado en la silla, en el centro de su habitación, en una postura que
indica generalmente cierta energía mental de su parte. Cuando entré, dijo inmediatamente,
como si la pregunta le hubiera estado quemando los labios:
-¿Qué me dice de las almas?
Era evidente que mi aplazamiento había sido correcto. Los pensamientos inconscientes
llevaban a cabo su trabajo, incluso en el caso de los lunáticos. Decidí acabar con
aquel asunto.
-¿Qué me dice de ellas usted mismo? -inquirí.
Renfield no respondió por el momento y miró en torno suyo, arriba y abajo, como si
esperara obtener alguna inspiración para responder.
-¡No quiero almas! -dijo en tono débil y como de excusa.
El asunto parecía ocupar su mente y decidí aprovecharme de ello... a ser "cruel sólo para
ser bueno". De modo que le dije:
-A usted le gusta la vida, ¿quiere la vida?
-¡Oh, sí! Pero, eso ya está bien. ¡No necesita usted preocuparse por eso!
-Pero -inquirí-, ¿cómo vamos a obtener la vida sin obtener el alma al mismo tiempo?
Eso pareció sorprenderlo, de modo que desarrollé la idea:
-Pasará usted un tiempo muy divertido cuando salga de aquí, con las almas de todas las
moscas, arañas, pájaros y gatos, zumbando, retorciéndose y maullando en torno suyo.
Les ha quitado usted las vidas y debe saber qué hacer con sus almas.
Algo pareció afectar su imaginación, ya que se cubrió los oídos con los dedos y cerró los
ojos, apretándolos con fuerza, como lo hace un niño cuando le están lavando la cara con
jabón. Había algo patético en él que me emocionó; asimismo, recibí una lección, puesto
que me parecía que había un niño frente a mí..., solamente un niño, aunque sus
rasgos faciales reflejaban el cansancio y la barba que aparecía sobre sus mejillas era
blanca. Era evidente que estaba sufriendo algún proceso de desarreglo mental y, sabiendo
cómo sus estados anímicos anteriores parecían haber interpretado cosas que eran
aparentemente extrañas para él, creí conveniente introducirme en sus pensamientos tanto
como fuera posible, para acompañarlo. El primer paso era el de volver a ganarme su
confianza, de modo que le pregunté, hablando con mucha fuerza, para que pudiera oírme,
a pesar de que tenía los oídos cubiertos:
-¿Quiere usted un poco de azúcar para volver a atraer a sus moscas?

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Pareció despertarse de pronto y movió la cabeza. Con una carcajada, dijo:
-¡No! ¡las moscas son de poca importancia, después de todo! -hizo una ligera pausa, y
añadió -: Pero, de todos modos, no quiero que sus almas me anden zumbando en los
oídos.
-¿O las arañas? -continué diciendo.
-¡No quiero arañas! ¿Para qué sirven las arañas? No tienen nada para comer o... -guardó
silencio repentinamente, como si se acordara de algún tópico prohibido.
"¡Vaya, vaya!", me dije para mis adentros. "Es la segunda vez que se detiene
repentinamente ante la palabra, ¿qué significa esto?"
Renfield se dio cuenta de que había cometido un error, ya que se apresuró a continuar,
como para distraer mi atención e impedir que me fijara en ello.
-No tengo ningún interés en absoluto en esos animales. "Ratas, ratones y otros
animales semejantes", como dice Shakespeare. Puede decirse que no tienen
importancia. Ya he sobrepasado todas esas tonterías. Sería lo mismo que le pidiera usted
a un hombre que comiera moléculas con palillos, que el tratar de interesarme en los
carnívoros, cuando sé lo que me espera.
-Ya comprendo -le dije-. Desea usted animales grandes en los que poder clavar sus
dientes, ¿no es así? ¿Qué le parecería un elefante para su desayuno?
-¡Está usted diciendo tonterías absolutamente ridículas!
Se estaba despertando mucho, de modo que me dispuse a ahondar un poco más el asunto.
-Me pregunto -le dije, pensativamente- a qué se parece el alma de un elefante.
Obtuve el efecto que deseaba, ya que volvió a bajar de las alturas y a convertirse en
un niño.
-¡No quiero el alma de un elefante, ni ningún alma en absoluto! -dijo. Durante unos
momentos, permaneció sentado, como abatido. Repentinamente se puso en pie, con
los ojos brillantes y todos los signos de una gran excitación cerebral.
-¡Váyase al infierno con sus almas! -gritó-. ¿Por qué me molesta con sus almas? ¿Cree que
no tengo ya bastante con qué preocuparme, sufrir y distraerme, sin pensar en las almas?
Tenía un aspecto tan hostil que pensé que se disponía a llevar a cabo otro ataque
homicida, de modo que hice sonar mi silbato. Sin embargo, en el momento en que
lo hice se calmó y dijo, en tono de excusa:
-Perdóneme, doctor; perdí el control. No necesita usted ayuda de ninguna especie. Estoy
tan preocupado que me irrito con facilidad. Si conociera usted el problema al que tengo que
enfrentarme y al que tengo que buscar una solución, me tendría lástima, me toleraría y me
excusaría. Le ruego que no me metan en una camisa de fuerza. Deseo reflexionar y no
puedo hacerlo cuando tengo el cuerpo atado. ¡Estoy seguro de que usted lo comprenderá!
Era evidente que tenía autodominio, de modo que cuando llegaron los asistentes les dije
que podían retirarse. Renfield los observó, mientras se alejaban; cuando cerraron la puerta,
dijo, con una considerable dignidad y dulzura:
-Doctor Seward, ha sido usted muy considerado conmigo. ¡Créame que le estoy muy
agradecido!
Creí que sería conveniente dejarlo en ese momento y me fui. Hay desde luego algo en que
pensar respecto al estado de ese hombre. Varios puntos parecen formar lo que los
periodistas americanos llaman "una historia", tan sólo es preciso ponerlos en orden. Vamos
a intentarlo.
No desea mencionar la palabra "beber".
Teme el sentirse cargado con el "alma" de algo.
No tiene miedo de pensar en la "vida" en el futuro.
Desprecia todas las formas inferiores de vida, aunque teme ser atormentado por sus
almas.

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¡Lógicamente, todos esos puntos indican algo! Tiene la seguridad, en cierto modo, de que
llegará a adquirir cierta forma de vida superior. Teme la consecuencia..., la carga de un
alma. Por consiguiente, ¡es una vida humana la que está buscando! ¿En cuanto a la
seguridad...? ¡Gran Dios! ¡El conde ha estado con él y se prepara algún otro tremendo
horror!
Más tarde. He ido a ver a van Helsing después de terminar mi ronda y le he comunicado
mis sospechas. Se puso muy serio y, después de reflexionar en ello por un momento, me
pidió que lo llevara a ver a Renfield. Así lo hice.
Cuando llegamos junto a la puerta de la habitación del alienado, oímos que estaba
cantando al interior con mucha alegría, como acostumbraba hacerlo en una época que
parecía encontrarse ya muy atrás. Al entrar vimos que había extendido el azúcar, como
acostumbraba hacerlo antes, y que las moscas, sumidas en el letargo del otoño,
comenzaban ya a zumbar en la habitación. Tratamos de hacerlo hablar sobre el sujeto de
nuestra conversación anterior, pero se negó a prestarnos atención. Continuó cantando, tal
y como si no estuviéramos con él en absoluto. Había conseguido un pedazo de papel y lo
estaba doblando, al interior de una libreta de notas. Tuvimos que irnos, sin haber
aprendido nada nuevo.
Es realmente un caso curioso. Tendremos que vigilarlo esta noche. Carta de
Mitchell, Sons & Candy a lord Godalming
1 de octubre
"Su señoría:
"Estamos siempre muy bien dispuestos a satisfacerlo en sus deseos. Estamos en
condiciones, con respecto a los deseos de Su Señoría, expresados por el señor Harker de
parte de usted, de darle los informes requeridos sobre el número trescientos cuarenta y
siete de Piccadilly. Los vendedores originales son los herederos del difunto señor Archibald
Winter Suffield. El comprador es un noble extranjero, el conde de Ville, que efectuó
personalmente la compra, pagando al contado el precio estipulado, si Su Señoría nos
excusa el empleo de una expresión tan sumamente vulgar. Aparte de esto, no conocemos
absolutamente nada más respecto al mencionado conde.
"Somos, señor, los más humildes servidores de Su Señoría,
"MITCHEL, SONS & CANDY "
Del diario del doctor Seward
2 de octubre. Coloqué a un hombre en el pasillo durante la última noche, para presentar
un informe exacto de todos los ruidos que pudiera oír en la habitación de Renfield y
dándole instrucciones para que en el caso de que se produjera algo insólito, me llamara
inmediatamente. Después de la cena, cuando estuvimos todos reunidos en torno al
fuego del estudio, y después de que la señora Harker se hubo retirado a sus habitaciones,
discutimos de las tentativas y los descubrimientos que habíamos hecho durante aquel día.
Harker era el único de nosotros que había obtenido resultados y tenemos grandes
esperanzas de que los indicios que ha obtenido puedan ser de mucha importancia.
Antes de ir a acostarme, di una vuelta por las habitaciones de los pacientes y miré por el
judas de la puerta. Renfield estaba durmiendo profundamente y su pecho se elevaba y
descendía con regularidad.
Esta mañana, el hombre que permaneció de servicio me comunicó que después de
medianoche estuvo inquieto y recitando sus oraciones con voz un poco fuerte. Le pregunté
si eso era todo y me respondió que eso era todo lo que había oído. Había algo en sus
modales que se hacía tan sospechoso que le pregunté francamente si se había dormido. Lo
negó, pero admitió haberse quedado medio dormido durante un rato. Es una desgracia que
no se pueda confiar en los hombres, a menos que se les esté vigilando.
Hoy, Harker ha salido a seguir su pista y Art y Quincey han ido a buscar caballos.
Godalming piensa que sería conveniente tener siempre preparados a los caballos, ya que
cuando dispongamos de los informes que buscamos, es posible que no haya tiempo que
perder. Debemos esterilizar toda la tierra

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importada entre el amanecer y la puesta del sol. Así podremos tomar al conde por su
punto más débil, y sin un lugar en el que pueda refugiarse. Van Helsing ha ido al
Museo Británico buscando a ciertas autoridades de medicina antigua. Los antiguos médicos
tomaron en cuenta ciertas cosas que sus seguidores no aceptaron y el profesor está
buscando curas contra los demonios y los hechizos, que pueden sernos útiles más adelante.
A veces pienso que debemos estar todos completamente locos y que vamos a recuperar la
razón, viéndonos encerrados en camisas de fuerza.
Más tarde. Nos hemos reunido nuevamente. Parece que al fin estamos sobre la pista y que
el trabajo de mañana puede muy bien ser el principio del fin. Me pregunto si la calma de
Renfield tiene algo que ver con eso. Sus saltos de humor se han ajustado tanto a los
movimientos del conde, que la destrucción inminente del monstruo puede haberle sido
revelada de algún modo sutil. Si pudiéramos tener alguna idea de lo que está ocurriendo
en su mente, sobre todo entre el momento en que estuve conversando con él y el instante
en que volvió a dedicarse a la caza de moscas, podría considerarlo como una pista valiosa.
Aparentemente iba a estar tranquilo durante una temporada... ¿Será cierto...? Ese grito
horrible parece proceder de su habitación... El asistente entró precipitadamente en mi
habitación y me dijo que de alguna forma, Renfield había tenido un accidente. Había
oído su grito y cuando acudió a su habitación lo encontró desplomado en el suelo, boca
abajo y todo cubierto de sangre.
Debo ir a verlo inmediatamente... XXI.-

DEL DIARIO DEL DOCTOR SEWARD

3 de octubre. Déjenme expresar exactamente todo lo sucedido, tal y como lo recuerdo


desde la última vez en que escribí en el diario. Debo hacerlo con toda calma, ya que no
debo pasar por alto ni uno solo de los detalles que recuerdo.
Cuando llegué a la habitación de Renfield, lo encontré tendido en el suelo sobre su costado,
en medio de un charco de sangre. Cuando me dispuse a moverlo, comprendí que había
recibido varias heridas terribles; no parecía existir esa unidad de fines entre las partes del
cuerpo, que parecen marcar incluso la cordura letárgica. Al observar su rostro pude
advertir que lo tenía horriblemente magullado, como si se lo hubieran golpeado contra el
suelo..., en realidad era de las heridas que tenía en el rostro que había surgido el charco de
sangre. El asistente que estaba arrodillado al lado del cuerpo me dijo, mientras le dábamos
la vuelta al cuerpo:
-Creo, señor, que tiene la espalda rota. Vea, tanto su brazo como su pierna derecha, así
como el lado derecho de su rostro, están paralizados.
El asistente estaba absolutamente estupefacto, debido a que no se explicaba cómo había
podido suceder algo semejante. Parecía absolutamente desconcertado y sus cejas estaban
muy fruncidas cuando dijo:
-No puedo comprender ninguna de las dos cosas. Puede marcarse el rostro así, golpeando
su cabeza contra el suelo. En cierta ocasión vi a una joven que lo hizo en el Asilo
Eversfield, antes de que nadie pudiera impedírselo. Y supongo que hubiera podido
romperse la espalda al caer de la cama, si lo hizo en una mala postura. Pero le aseguro que
me es imposible imaginarme cómo pudieron suceder ambas cosas al mismo tiempo. Si
tenía la espalda rota no podía golpearse la cabeza, y si tenía el rostro así ya antes de
caerse de la cama, entonces habría rastro de sangre.
Entonces, le dije:
-Vaya a buscar al doctor van Helsing y ruéguele que tenga la bondad de venir aquí cuanto
antes. Quiero verlo inmediatamente.
El hombre se fue corriendo y a los pocos minutos apareció el profesor, en pijama y con sus
zapatillas. Cuando vio a Renfield en el suelo, lo miró agudamente y se volvió hacia mí.
Creo que reconoció lo que estaba pensando,

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como si estuviera reflejado claramente en mis ojos, ya que dijo tranquilamente,
manifiestamente para que lo oyera el asistente:
-¡Qué triste accidente! Necesitará una vigilancia muy atenta y muchos cuidados. Voy a
quedarme con usted; pero, ante todo, voy a vestirme. Si quiere usted quedarse aquí,
me reuniré con usted en unos momentos.
El paciente estaba respirando ahora de manera estentórea y era fácil comprender que
había sufrido alguna herida terrible. Van Helsing regresó con extraordinaria celeridad,
trayendo consigo un maletín con el instrumental de cirugía. Era evidente que había estado
pensando y que se había decidido, puesto que, incluso antes de echarle una ojeada al
paciente, me susurró:
-Mande salir al asistente. Tenemos que estar solos con él para cuando se recupere de la
operación.
Por consiguiente, dije:
-Creo que eso es todo, Simmons. Hemos hecho ya todo lo que podíamos hacer. Será mejor
que vaya a ocuparse de su ronda; el doctor van Helsing va a operar al paciente. En caso de
que haya algo extraño en alguna parte, comuníquemelo inmediatamente.
El hombre se retiró y nosotros examinamos cuidadosamente al paciente. Las heridas de su
rostro eran superficiales; la verdadera herida era una fractura del cráneo, que se extendía
sobre la región motora. El profesor reflexionó durante un momento, y dijo:
-Debemos reducir la presión y volver a las condiciones normales, tanto como sea posible
hacerlo; la rapidez de la sufusión muestra la naturaleza terrible del daño. Toda la región
motora parece estar afectada. La sufusión del cerebro aumentará rápidamente,
debemos practicar la trepanación inmediatamente, si no queremos que resulte demasiado
tarde.
Mientras hablaba, se oyeron unos golpecitos suaves en la puerta; me dirigí a ella, la abrí y
encontré a Quincey y a Arthur que estaban en el pasillo, en pijama y zapatillas; este último
habló:
-Oí a su asistente que llamaba al doctor van Helsing y le hablaba de un accidente. Por
consiguiente, desperté a Quincey o, más bien, lo llamé, ya que estaba despierto. Las
cosas están sucediendo con demasiada rapidez y de manera muy extraña como para
que podamos dormir profundamente en estos tiempos. He estado pensando en que mañana
por la noche no veremos las cosas tal como han sucedido. Tendremos que mirar hacia atrás
y hacia adelante un poco más de lo que lo hemos estado haciendo. ¿Podemos entrar?
Asentí, y mantuve la puerta abierta hasta que se encontraron en el interior; luego, volví a
cerrarla. Cuando Quincey vio la actitud y el estado del paciente y notó el horrible charco de
sangre que había en el suelo, dijo suavemente:
-¡Dios santo! ¿Qué le ha sucedido? ¡Pobre diablo!
Se lo expliqué brevemente y añadí que esperábamos que recuperaría el conocimiento
después de la operación..., al menos durante un corto tiempo. Fue inmediatamente a
sentarse al borde de la cama, con Godalming a su lado, y esperamos todos pacientemente.
-Debemos esperar -dijo van Helsing para determinar el mejor sitio posible en donde poder
practicar la trepanación, para poder retirar el coágulo de sangre con la mayor rapidez y
eficiencia posibles, ya que es evidente que la hemorragia va en aumento.
Los minutos durante los cuales estuvimos esperando pasaron con espantosa lentitud. Tenía
un pensamiento terrible, y por el semblante de van Helsing comprendí que sentía cierto
temor o aprensión de lo que iba a suceder. Temía las palabras que Renfield iba a
pronunciar.
Temía verdaderamente pensar, pero estaba consciente de lo que estaba sucediendo,
puesto que he oído hablar de hombres que han oído el reloj de la muerte. La respiración del
pobre hombre se hizo jadeante e irregular. Parecía en todo momento que iba a abrir los
ojos y a hablar, pero entonces, se producía una respiración prolongada y estertórea y se
calmaba, para adquirir

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una mayor insensibilidad. Aunque estaba acostumbrado a los lechos de los enfermos y a
los muertos, aquella expectación se fue haciendo para mí cada vez más intolerable. Casi
podía oír con claridad los latidos de mi propio corazón y la sangre que fluía en mis sienes
resonaba como si fueran martillazos.
Finalmente, el silencio se hizo insoportable. Miré a mis compañeros y vi en sus rostros
enrojecidos y en la forma en que tenían fruncido el ceño que estaban soportando la
misma tortura que yo. Un suspenso nervioso flotaba sobre todos nosotros, como si
sobre nuestras cabezas fuera a sonar alguna potente campana cuando menos lo
esperábamos.
Finalmente, llegó un momento en que era evidente que el paciente se estaba debilitando
rápidamente; podía morir en cualquier momento. Miré al profesor y vi que sus ojos estaban
fijos en mí. Su rostro estaba firme cuando habló:
-No hay tiempo que perder. Sus palabras pueden contribuir a salvar muchas vidas; he
estado pensando en ello, mientras esperábamos. ¡Es posible que haya un alma que corra
un peligro muy grande! Debemos operar inmediatamente encima del oído.
Sin añadir una palabra más comenzó la operación. Durante unos minutos más la
respiración continuó siendo estertórea. Luego, aspiró el aire de manera tan prolongada que
parecía que se le iba a rasgar el pecho. Repentinamente, abrió los ojos y permanecieron
fijos, con una mirada salvaje e impotente. Permaneció así durante unos momentos y,
luego, su mirada se suavizó, mostrando una alegre sorpresa. De sus labios surgió un
suspiro de alivio. Se movió convulsivamente, y al hacerlo, dijo:
-Estaré tranquilo, doctor. Dígales que me quiten la camisa de fuerza. He tenido un terrible
sueño y me he quedado tan débil que ni siquiera puedo moverme. ¿Qué me sucede en el
rostro? Lo siento todo inflamado y me duele horriblemente.
Trató de volver la cabeza, pero, a causa del esfuerzo, sus ojos parecieron ponérsele otra
vez vidriosos y, suavemente, lo hice desistir de su empeño. Entonces, van Helsing dijo en
tono grave y tranquilo:
-Cuéntenos su sueño, señor Renfield.
Cuando oyó la voz del profesor, su rostro se iluminó, a pesar de sus magulladuras, y dijo:
-Usted es el doctor van Helsing. ¡Me alegro mucho de que esté usted aquí! Deme un
trago de agua; tengo los labios secos. Luego se lo contaré todo. He soñado.
Hizo una pausa, y pareció desvanecerse.
Llamé quedamente a Quincey.
-¡EI brandy! Está en mi estudio..., ¡dese prisa!
Se fue rápidamente y regresó con un vaso, una botella de brandy y una jarra de agua. Le
humedecimos al herido los labios magullados y recobró el sentido rápidamente. Sin
embargo, parecía que su pobre cerebro herido había estado trabajando mientras tanto,
puesto que, cuando recuperó completamente el conocimiento, me miró fijamente, con una
terrible expresión de desconcierto que nunca podré olvidar, y me dijo:
-No debo engañarme; no se trataba de un sueño, sino de una terrible realidad. Sus ojos
recorrieron la habitación, y cuando vio a las dos figuras que permanecían sentadas
pacientemente en el borde del lecho, continuó diciendo:
-Si no estuviera seguro de ello ya, lo sabría por ellos.
Cerró los ojos por un instante..., no a causa del dolor o del sueño, sino voluntariamente,
como si estuviera reuniendo todas sus fuerzas; cuando volvió a abrirlos, dijo
apresuradamente y con mayor energía de la que había mostrado hasta entonces:
-¡Rápido, doctor, rápido! ¡Me estoy muriendo! Siento que me quedan solamente unos
minutos y después caeré muerto o algo peor. Vuelva a humedecerme los labios con brandy.
Tengo que decirle algo antes de morir, o antes de que mi cerebro destrozado muera.
¡Gracias! Sucedió aquella noche, después de que

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salió usted de aquí, cuando le imploré que me dejara salir del asilo. No podía hablar,
ya que sentía que mi lengua estaba atada; pero estaba tan cuerdo entonces,
exceptuando el hecho de que no podía hablar, como ahora. Estuve desesperado durante
mucho tiempo después de que se fue usted de mi habitación; debieron pasar varias horas.
Luego, sentí una paz repentina. Mi cerebro pareció volver a funcionar fríamente y
comprendí dónde me encontraba. Oí que los perros ladraban detrás de la casa, pero, ¡no
donde estaba él!
Mientras el paciente hablaba, van Helsing lo miraba sin parpadear, pero alargó la
mano, tomó la mía y me la apretó con fuerza. Sin embargo, no se traicionó; asintió
ligeramente y dijo en voz muy baja:
-Continúe.
Renfield continuó diciendo:
-Llegó hasta la ventana en medio de la niebla, como lo había visto antes, con frecuencia;
pero entonces era algo sólido, no un fantasma, y sus ojos eran feroces, como los de un
hombre encolerizado. Su boca roja estaba riendo y sus dientes blancos y agudos brillaban
bajo el resplandor de la luna, al tiempo que miraba hacia los árboles, hacia donde los
perros estaban ladrando. No le pedí que entrara al principio, aunque sabía que deseaba
hacerlo... como había querido hacerlo siempre. Luego, comenzó a prometerme cosas...,
no con palabras sino haciéndolas verdaderamente.
Fue interrumpido por una palabra del profesor.
-¿Cómo?
-Haciendo que las cosas sucedieran; del mismo modo que acostumbraba mandarme las
moscas cuando brillaba el sol. Grandes moscas bien gordas, con acero y zafiros en sus
alas; y enormes palomillas, por las noches, con calaveras y tibias cruzadas.
Van Helsing asintió en dirección al oído, al mismo tiempo que me susurraba a mí, de
manera inconsciente:
-La Acherontia Atropos de las Esfinges, lo que ustedes llaman la "polilla de la calavera", ¿no
es así?
El paciente continuó hablando, sin hacer ninguna pausa:
-Entonces comenzó a susurrar: "¡Ratas, ratas, ratas! Cientos, miles, millones de ellas y
cada una de ellas es una vida; y perros para comerlas y también gatos. ¡Todos son vida!
Todos tienen sangre roja con muchos años de vida en ellos; ¡no sólo moscas zumbadoras!"
Yo me reí de él, debido a que deseaba ver qué podía hacer. Entonces, los perros aullaron, a
lo lejos, más allá de los árboles oscuros, en su casa. Me hizo acercarme a la ventana. Me
puse en pie, miré al exterior y él alzó los brazos y pareció estar llamando a alguien, sin
pronunciar una sola palabra. Una masa oscura se extendió sobre el césped y avanzó como
las llamas en un incendio. Apartó la niebla a derecha e izquierda y pude ver que había miles
y miles de ratas, con ojos rojos iguales a los de él, sólo que más pequeños. Mantuvo la
mano en alto, y todas las ratas se detuvieron; y pensé que parecía estar diciéndome: "¡Te
daré todas esas vidas y muchas más y más importantes, a través de los tiempos sin fin, si
aceptas postrarte y adorarme!" Y entonces, una nube rojiza, del color de la sangre, pareció
colocarse ante mis ojos y, antes de saber qué estaba haciendo, estaba abriendo el
ventanillo de esa ventana y diciéndole: "¡Entre, Amo y Señor!" Todas las ratas se habían
ido, pero él se introdujo en la habitación por la ventana, a pesar de que solamente estaba
entreabierta unos centímetros..., como la luna ha aparecido muchas veces por un pequeño
resquicio y se ha presentado frente a mí en todo su tamaño y esplendor.
Su voz se hizo más débil, de modo que volví a humedecerle los labios con el brandy y
continuó hablando, pero parecía como si su memoria hubiera continuado funcionando en
el intervalo, puesto que su relato había avanzado bastante ya, cuando volvió a tomar la
palabra. Estaba a punto de hacerlo volver al punto en que se había quedado, cuando van
Helsing me susurró:
-Déjelo seguir. No lo interrumpa; no puede volver atrás, y quizá no pueda continuar en
absoluto, una vez que pierda el hilo de sus pensamientos.

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Renfield agregó:
-Esperé todo el día tener noticias suyas, pero no me envió nada; ni siquiera una mosca, y
cuando salió la luna, yo estaba muy enfadado con él. Cuando se introdujo por la ventana, a
pesar de que estaba cerrado, sin molestarse siquiera en llamar, me enfurecí mucho. Se
burló de mí y su rostro blanco surgió de entre la niebla, mientras sus ojos rojizos
brillaban, y se paseó por la habitación como si toda ella le perteneciera y como si yo no
existiera. No tenía ni siquiera el mismo olor cuando pasó a mi lado. No pude detenerlo.
Creo que, de algún modo, la señora Harker había entrado en la habitación.
Los dos hombres que estaban sentados junto a la cama se pusieron en pie y se acercaron,
quedándose detrás del herido, de tal modo que él no pudiera verlos, pero en
donde podían oír mejor lo que estaba diciendo. Los dos estaban silenciosos, pero el
profesor se sobresaltó y se estremeció; sin embargo, su rostro adquirió una expresión
más firme y grave. Renfield continuó adelante, sin darse cuenta de nada:
-Cuando la señora Harker vino a verme aquella tarde, no era la misma; era como el
té, después de que se le ha echado agua a la tetera.
En ese momento, todos nosotros nos movimos, pero ninguno pronunció una palabra;
Renfield prosiguió:
-No supe que estaba aquí hasta que me habló, y no parecía la misma. No me intereso por
las personas pálidas; me agradan cuando tienen mucha sangre, y parecía que ella la había
perdido toda. No pensé en ello en ese momento, pero cuando salió de aquí, comencé a
reflexionar en ello y me enfurecí enormemente al comprender que él le estaba robando la
vida.
Noté que todos los presentes se estremecieron, lo mismo que yo; pero, aparte de eso,
todos permanecimos inmóviles.
-Así, cuando vino esta noche, lo estaba esperando. Vi la niebla que penetraba por la
ventana y lo así con fuerza. He oído decir que los locos tienen una fuerza sobrenatural, y
como sabrá que yo estaba loco, por lo menos a veces, resolví utilizar mi poder. Él también
lo sintió, puesto que tuvo que salir de la niebla para pelear conmigo.
Lo sujeté fuertemente y pensé que iba a vencerlo, porque no quería que continuara
robándole la vida a ella. Entonces vi sus ojos. Su mirada me traspasó, y mis fuerzas me
abandonaron. Se soltó, y cuando trataba otra vez de aferrarlo, me levantó en el aire y
me dejó caer. Había una nube roja frente a mí y oí un ruido como un trueno. La niebla
pareció escaparse por debajo de la puerta.
Su voz se estaba haciendo más débil y su respiración más jadeante. Van Helsing se
puso en pie instintivamente.
-Ahora conocemos lo peor -dijo-. Está aquí, y conocemos sus fines. Puede que no sea
demasiado tarde. Tenemos que armarnos, lo mismo que la otra noche; pero no
perdamos tiempo. No hay un instante que perder.
No era necesario expresar con palabras nuestros temores ni nuestra convicción..., puesto
que eran comunes a todos nosotros. Nos apresuramos a tomar en nuestras habitaciones las
mismas cosas que teníamos cuando entramos en la casa del conde. El profesor tenía
preparadas sus cosas, y cuando nos reunimos en el pasillo, las señaló de manera
significativa y dijo:
-Nunca las dejo, y no debo hacerlo, hasta que este desgraciado asunto concluya. Sean
prudentes también, amigos míos. No estamos enfrentándonos a un enemigo común.
¡Nuestra querida señora Mina debe sufrir! ¡Ay! ¡Qué lástima!
Al exterior de la puerta de los Harker hicimos una pausa. Art y Quincey se mantuvieron
atrás, y el último preguntó:
-¿Debemos molestarla?
-Es preciso -dijo van Helsing tristemente-. Si la puerta está cerrada, la forzaremos para
entrar.
-¿No la asustaremos terriblemente? ¡No es natural entrar por efracción en la habitación de
una dama!

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Van Helsing dijo solemnemente:
-Tiene usted toda la razón, pero se trata de una cuestión de vida o muerte. Todas las
habitaciones son iguales para un médico, e incluso si no lo fueran, esta noche son todas
como una sola. Amigo John, cuando haga girar la perilla, si la puerta no se abre, ¿quiere
usted apoyar el hombro y abrirla a la fuerza? ¿Y ustedes también, amigos míos? ¡Ahora!
Hizo girar la perilla de la puerta al tiempo que hablaba, pero la puerta no se abrió. Nos
lanzamos todos contra ella y, con un ruido seco, se abrió de par en par.
Caímos a la habitación y estuvimos a punto de perder todos el equilibrio. En efecto, el
profesor cayó de bruces, y pude ver por encima de él, mientras se levantaba sobre las
manos y las rodillas. Lo que vi me dejó estupefacto. Sentí que el cabello se me ponía
rígido, como cerdas, en la parte posterior del cuello; el corazón pareció detenérseme.
La luz de la luna era tan fuerte que, a través de los espesos visillos amarillentos, la
habitación podía verse con claridad. Sobre la cama, al lado de la ventana, estaba tendido
Jonathan Harker, con el rostro sonrojado y respirando pesadamente, como presa de
estupor. Arrodillada sobre el borde más cercano del lecho que daba al exterior, se
distinguía la figura blanca de su esposa. A su lado estaba un hombre alto y delgado, vestido
de negro. Tenía el rostro vuelto hacia el otro lado, pero en cuanto lo vimos, reconocimos
todos al conde..., con todos los detalles, incluso con la cicatriz que tenía en la frente. Con
su mano izquierda tenía sujetas las dos manos de la señora Harker, apartándolas
junto con sus brazos; su mano derecha la aferraba por la parte posterior del cuello,
obligándola a inclinar la cabeza hacia su pecho. Su camisón blanco de dormir estaba
manchado de sangre y un ligero reguero del mismo precioso líquido corría por el pecho
desnudo del hombre, que aparecía por una rasgadura de sus ropas, La actitud de los dos
tenía un terrible parecido con un niño que estuviera obligando a un gatito a meter el hocico
en un platillo de leche, para que beba. Cuando entramos precipitadamente en la habitación,
el conde volvió la cabeza y en su rostro apareció la expresión infernal que tantas veces
había oído describir. Sus ojos brillaron, rojizos, con una pasión demoníaca; las grandes
ventanas de su nariz blanca y aquilina estaban distendidas y temblaban ligeramente; y sus
dientes blancos y agudos, detrás de los labios gruesos de la boca succionadora de sangre,
estaban apretados, como los de un animal salvaje. Girando bruscamente, de tal modo
que su víctima cayó sobre la cama como si tuviera un lastre, se lanzó sobre nosotros. Pero,
para entonces, el profesor se había puesto ya en pie y tendía hacia él el sobre que contenía
la Sagrada Hostia. El conde se detuvo repentinamente, del mismo modo que la pobre Lucy
lo había hecho fuera de su tumba, y retrocedió. Retrocedió al tiempo que nosotros, con los
crucifijos en alto, avanzábamos hacia él. La luz de la luna desapareció de pronto, cuando
una gran nube negra avanzó en el cielo, y cuando Quincey encendió la lamparita
de gas con un fósforo, no vimos más que un ligero vapor que desaparecía bajo la puerta
que, con el retroceso natural después de haber sido abierta bruscamente, estaba en su
antigua posición. Van Helsing, Art y yo, nos dirigimos apresuradamente hacia la señora
Harker, que para entonces había recuperado el aliento y había proferido un grito tan agudo,
tan penetrante y tan lleno de desesperación, que me pareció que iba a poder escucharlo
hasta los últimos instantes de mi propia vida. Durante unos segundos, permaneció en su
postura llena de impotencia y de desesperación. Su rostro estaba fantasmal, con una
palidez que era acentuada por la sangre que manchaba sus labios, sus mejillas y su
barbilla; de su cuello surgía un delgado hilillo de sangre; sus ojos estaban desorbitados de
terror. Entonces, se cubrió el rostro con sus pobres manos lastimadas, que llevaban en su
blancura la marca roja de la terrible presión ejercida por el conde sobre ellas, y de detrás
de sus manos salió un gemido de desolación que hizo que el terrible grito de unos instantes
antes pareciera solamente la expresión de un

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dolor interminable. Van Helsing avanzó y cubrió el cuerpo de la dama con las sábanas, con
suavidad, mientras Art, mirando un instante su rostro pálido, con la desesperación
reflejada en el semblante, salió de la habitación.
Van Helsing me susurró:
-Jonathan es víctima de un estupor como sabemos que sólo el vampiro puede provocarlo.
No podemos hacer nada por la pobre señora Mina durante unos momentos, en tanto no se
recupere. ¡Debo despertar a su esposo!
Metió la esquina de una toalla en agua fría y comenzó a frotarle el rostro a Jonathan.
Mientras tanto, su esposa se cubría el pálido rostro con ambas manos y sollozaba de
tal modo, que resultaba desgarrador oírla. Levanté los visillos y miré por la ventana, hacia
el exterior, y en ese momento vi a Quincey Morris que corría sobre el césped y se escondía
detrás de un tejo. No logré imaginarme qué estaba haciendo allí; pero, en ese momento, oí
la rápida exclamación de Harker, cuando recuperó en parte el sentido y se volvió hacia la
cama. En su rostro, como era muy natural, había una expresión de total estupefacción.
Pareció atontado unos instantes y, entonces, pareció que la conciencia volvía a él por
completo, y empezó a erguirse. Su esposa se incorporó a causa del rápido movimiento y se
volvió hacia él, con los brazos extendidos, como para abrazarlo; sin embargo,
inmediatamente los echó hacia atrás, juntó los codos y se cubrió de nuevo el rostro,
estremeciéndose de tal modo, que el lecho temblaba violentamente bajo su cuerpo.
-¡En nombre del cielo! ¿Qué significa esto? -exclamó Harker-. Doctor Seward, doctor van
Helsing, ¿qué significa esto? ¿Qué ha sucedido? Mina, querida,
¿qué ocurre? ¿Qué significa esa sangre? ¡Dios mío, Dios mío! ¡Ha estado aquí!
-e incorporándose, hasta quedar de rodillas, juntó las manos-. ¡Dios mío!,
¡ayúdanos! ¡Ayúdala! ¡Oh, Dios mío, ayúdala!
Con un movimiento rápido, saltó de la cama y comenzó a vestirse. Todo su temple de
hombre despertó de improviso, sintiendo la necesidad de entrar en acción inmediatamente.
-¿Qué ha sucedido? ¡Explíquenmelo todo! -dijo, sin hacer ninguna pausa-. Doctor van
Helsing, sé que usted ama a Mina. ¡Haga algo por salvarla! No es posible que sea
demasiado tarde. ¡Cuídela, mientras yo voy a buscarlo a él! - su esposa, en medio de su
terror, de su horror y de su desesperación, vio algún peligro seguro para él, puesto que,
inmediatamente, olvidando su propio dolor, se aferró a él y gritó:
-¡No, no! ¡Jonathan! ¡No debes dejarme sola! Ya he sufrido bastante esta noche, Dios lo
sabe bien, sin temer que él te haga daño a ti. ¡Tienes que quedarte conmigo! ¡Quédate con
nuestros amigos, que cuidarán de ti!
Su expresión se hizo frenética, al tiempo que hablaba; y, mientras él cedía hacia ella, Mina
lo hizo inclinarse, sentándolo en el borde de la cama y aferrándose a él con todas sus
fuerzas.
Van Helsing y yo tratamos de calmarlos a ambos. El profesor conservaba en la mano su
crucifijo de oro y dijo con una calma maravillosa:
-No tema usted, querida señora. Estamos nosotros aquí con ustedes, y mientras este
crucifijo esté a su lado, no habrá ningún monstruo de esos que pueda acercársele. Está
usted a salvo esta noche, y nosotros debemos tranquilizarnos y consolarnos juntos.
La señora Harker se estremeció y guardó silencio, manteniendo la cabeza apoyada en el
pecho de su esposo. Cuando alzó ella el rostro, la camisa blanca de su esposo estaba
manchada de sangre en el lugar en que sus labios se habían posado y donde la pequeña
herida abierta que tenía en el cuello había dejado escapar unas gotitas.
En cuanto la señora Harker lo vio, se echó hacia atrás, con un gemido bajo y un susurro,
en medio de tremendos sollozos:
-¡Sucio, sucio! No debo volver a tocarlo ni a besarlo. ¡Oh! Es posible que sea yo ahora
su peor enemigo y que sea de mí de quien mayor temor deba él sentir.
Al oír eso, Jonathan habló con resolución.

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-¡Nada de eso, Mina! Me avergüenzo de oír esas palabras; no quiero que digas nada
semejante de ti misma, ni quiero que pienses siquiera una cosa semejante. ¡Que Dios me
juzgue con dureza y me castigue con un sufrimiento todavía mayor que el de estos
momentos, si por cualquier acto o palabra mía hay un alejamiento entre nosotros!
Extendió los brazos y la atrajo hacia su pecho. Durante unos instantes, su esposa
permaneció abrazada a él, sollozando. Jonathan nos miró por encima de la cabeza inclinada
de su esposa, con ojos brillantes, que parpadeaban sin descanso, al tiempo que las
ventanas de su nariz temblaban convulsivamente y su boca adoptaba la dureza del acero.
Al cabo de unos momentos, los sollozos de la señora Harker se hicieron menos frecuentes y
más suaves y, entonces, Jonathan me dijo, hablando con una calma estudiada que debía
estar poniendo a ruda prueba sus nervios:
-Y ahora, doctor Seward, cuénteme todo lo ocurrido. Ya conozco demasiado bien lo que
sucedió, pero reláteme todos los detalles, por favor.
Le expliqué exactamente qué había sucedido y me escuchó con impasibilidad forzada, pero
las ventanas de la nariz le temblaban y sus ojos brillaban cuando le expliqué cómo las
manos del conde sujetaban a su esposa en aquella terrible y horrenda posición, con su boca
apoyada en la herida abierta de su garganta. Me interesó, incluso en ese momento, el ver
que, aunque el rostro blanco por la pasión se contorsionaba convulsivamente sobre la
cabeza inclinada de la señora Harker, las manos acariciaban suave y cariñosamente el
cabello ensortijado de su esposa.
Cuando terminé de hablar, Quincey y Godalming llamaron a la puerta. Entraron, después
de que les dimos permiso para hacerlo. Van Helsing me miró interrogadoramente.
Comprendí que quería indicarme que quizá sería conveniente aprovecharnos de la llegada
de nuestros dos amigos para distraer la atención de los esposos atribulados, con el fin de
que no se fijaran por el momento uno en el otro; así pues, cuando le hice un signo de
asentimiento, el profesor les preguntó a los recién llegados qué habían visto o hecho. Lord
Godalming respondió:
-No lo encontré en el pasillo ni en ninguna de nuestras habitaciones. Miré en el estudio;
pero, aun cuando había estado allí, ya se había ido. Sin embargo...
Guardó silencio un instante, mirando a la pobre figura tendida en el lecho. Van Helsing le
dijo gravemente:
-Continúe, amigo Arthur. No debemos ocultar nada más. Nuestra esperanza reposa
ahora en saberlo todo. ¡Hable libremente!
Por consiguiente, Art continuó:
-Había estado allí y, aunque solamente pudo estar unos segundos, puso todo el estudio en
desorden. Todos los manuscritos han sido quemados y las llamas azules estaban
lamiendo todavía las cenizas blancas -hizo una pausa-.
¡Gracias a Dios que está la otra copia en la caja fuerte!
Su rostro se iluminó un instante, pero volvió a entristecerse al agregar:
-Corrí entonces escaleras abajo, pero no encontré ningún signo de él. Miré en la habitación
de Renfield, pero... no había rastro de él, excepto... -volvió a guardar silencio.
-Continúe -le dijo Harker, con voz ronca.
Lord Godalming inclinó la cabeza, se humedeció los labios y continuó:
-Excepto que el pobre tipo está muerto.
La señora Harker levantó la cabeza, nos miró uno por uno a todos, y dijo
solemnemente:
-¡Que se haga la voluntad de Dios!
No pude dejar de pensar que Art estaba ocultándonos algo, pero como supuse que lo
haría con un fin determinado, no dije nada. Van Helsing se volvió a Morris y le preguntó:
-Y usted, amigo Quincey, ¿no tiene nada que contarnos?

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-Un poco -dijo Morris-. Es posible que sea algo importante, pero, por el momento, no
puedo asegurarlo. Creía que sería conveniente saber adónde iba el conde al salir de la casa.
No lo vi, pero advertí un murciélago que remontaba el vuelo desde la ventana de Renfield y
volaba hacia el oeste. Esperaba verlo regresar a Carfax en alguna de sus formas, pero,
evidentemente, se dirigió hacia algún otro refugio. Ya no volverá esta noche, debido a que
el cielo comienza a enrojecer por el este y se acerca el amanecer. ¡Debemos trabajar
mañana!
Pronunció las últimas palabras con los dientes apretados. Durante unos dos minutos, reinó
el silencio y me imaginé que podíamos oír el ruido producido por los latidos de nuestros
corazones. Entonces, van Helsing, colocando cariñosamente su mano sobre la cabeza de la
señora Harker, dijo:
-Ahora, querida señora Harker, díganos qué ha sucedido, con exactitud. Dios sabe que no
quiero causarle ninguna pena, pero es preciso que lo sepamos todo, ya que ahora, más
que nunca, tenemos que llevar a cabo todo el trabajo con rapidez y eficacia y con una
urgencia mortal. Se acerca el día en que debe terminarse todo, si es posible, y si
tenemos la oportunidad de poder vivir y aprender.
La pobre señora se estremeció violentamente y pude advertir la tensión de sus nervios,
abrazándose a su esposo con mayor fuerza y haciendo que su cabeza descendiera todavía
más sobre su pecho. Luego, levantó la cabeza orgullosamente y tendió una mano que van
Helsing tomó y, haciendo una reverencia, la besó respetuosamente y la conservó entre sus
propias manos. La otra mano de la señora Harker estaba sujeta en una de las de su
esposo, que, con el otro brazo, rodeaba su talle protectoramente. Al cabo de una pausa en
la que estuvo obviamente ordenando sus pensamientos, comenzó:
-Tomé la droga que usted, con tanta amabilidad, me entregó, pero durante bastante
tiempo no me hizo ningún efecto. Me pareció estar cada vez más despierta, e infinidad de
fantasmas comenzaron a poblar mi imaginación... Todas ellas relativas a la muerte y a los
vampiros, a la sangre, al dolor y a la desesperación -su esposo gruñó involuntariamente, al
tiempo que ella se volvía hacia Jonathan y le decía amorosamente-: No te irrites, cariño. De
es ser valeroso y fuerte, para ayudarme en esta terrible prueba. Si supieras qué esfuerzo
tan grande me cuesta simplemente hablar de este asunto tan horrible, comprenderías lo
mucho que necesito tu ayuda. Bueno, comprendí que debía tratar de ayudar a la
medicina para que hiciera efecto, por medio de mi propia voluntad, si es que quería
que me sirviera de algo. Por consiguiente, resueltamente, me esforcé en dormir. Estoy
segura de que debí dormirme inmediatamente, puesto que no recuerdo nada más.
Jonathan, al entrar, no me despertó, puesto que mi recuerdo siguiente es que estaba a mi
lado. Había en la habitación la misma niebla ligera que había visto antes. Pero no recuerdo
si tienen ustedes conocimiento de ello; encontrarán todo al respecto en mi diario, que les
mostraré más tarde. El mismo terror vago de la otra vez se apoderó de mí y tuve el mismo
sentimiento de que había alguien en la habitación. Me volví para despertar a Jonathan, pero
descubrí que dormía tan profundamente, que más bien parecía que era él y no yo quien
había tomado la droga.
Me esforcé todo lo que pude, pero no logré que despertara. Eso hizo que me asustara
mucho y miré en torno mío, aterrorizada. Entonces, el corazón me dio un vuelco: al lado de
la cama, como si hubiera surgido de la niebla o mejor dicho, como si la niebla se hubiera
transformado en él, puesto que había desaparecido por completo, había un hombre alto y
delgado, vestido de negro. Lo reconocí inmediatamente por la descripción que me hicieron
los otros. Por su rostro blanco como la cera; la nariz larga y aquilina, sobre la que la luz
formaba una delgada línea blanca; los labios entreabiertos, entre los que aparecían los
dientes blancos y agudos y los ojos rojos que me parecía haber visto a la puesta del sol en
la Iglesia de Santa María, en Whitby. Conocía también la cicatriz roja que tenía en la
frente, donde Jonathan lo golpeó.

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Durante un momento, mi corazón se detuvo y quise gritar, pero estaba paralizada.
Mientras tanto, el monstruo habló, con un susurro seco y cortante, mostrando con el dedo
a Jonathan:
"-¡Silencio! Si profiere usted un solo sonido, lo cogeré a él y le aplastaré la cabeza.
"Yo estaba aterrorizada y demasiado estupefacta como para poder hacer o decir algo. Con
una sonrisa burlona, me puso una mano en el hombro y, manteniéndome bien sujeta me
desnudó la garganta con la otra, diciendo al mismo tiempo:
"-Primeramente, un pequeño refresco, como pago por mis esfuerzos. Será mejor que esté
inmóvil; no es la primera vez ni la segunda que sus venas me han calmado la sed.
"Yo estaba atolondrada y, por extraño que pueda parecer, no deseaba estorbarle. Supongo
que es parte de su terrible poder, cuando está tocando a una de sus víctimas. Y, ¡oh, Dios
mío, oh, Dios mío, ten piedad de mí! ¡Apoyó sus labios asquerosos en mi garganta!
"Sentí que mis fuerzas me estaban abandonando y estaba medio desmayada. No sé cuanto
tiempo duró esa terrible escena, pero me pareció que pasaba un buen rato antes de que
retirara su boca asquerosa, maloliente y sucia. ¡Vi que estaba llena de sangre fresca!"
El recuerdo pareció ser superior a sus fuerzas y se hubiera desplomado a no ser por el
brazo de su esposo que la sostenía. Con un enorme esfuerzo, se controló, y siguió diciendo:
-Luego, me habló burlonamente: "¡De modo que usted, como los demás, quería enfrentar
su inteligencia a la mía! ¡Quería ayudar a esos hombres a aniquilarme y a frustrar mis
planes! Ahora ya sabe usted y todos ellos saben en parte y sabrán plenamente antes de
que pase mucho tiempo, qué significa cruzarse en mi camino. Debieron guardar sus
energías para usarlas más cerca de sus hogares. Mientras hacían planes para enfrentarse
a mí... A mí que he dirigido naciones, que he intrigado por ellas y he luchado por ellas,
cientos de años antes de que ellos nacieran, yo los estaba saboteando. Y usted, la
bienamada de todos ellos, es ahora mía; es carne de mi carne, sangre de mi sangre,
familiar de mi familia; mi prensa de vino durante cierto tiempo; y, más adelante, será mi
compañera y ayudante. Será usted vengada a su vez, puesto que ninguno de ellos podrá
suplir sus necesidades. Pero ahora debo castigarla por lo que ha hecho aliándose a los
demás para combatirme. De ahora en adelante acudirá a mi llamado. Cuando mi mente
ordene, pensando en usted, cruzará tierras y mares si es preciso para acudir a mi lado y
hacer mi voluntad, y para asegurarme de ello, ¡mire lo que hago!" Entonces, se abrió la
camisa, y con sus largas y agudas uñas, se abrió una vena en el pecho. Cuando la sangre
comenzó a brotar, tomó mis manos en una de las suyas, me las apretó con firmeza y, con
su mano libre, me agarró por el cuello y me obligó a apoyar mi boca contra su herida, de
tal modo que o bien me ahogaba o estaba obligada a tragar... ¡Oh, Dios mío! ¡Dios mío!
¿Qué he hecho? ¿Qué he hecho para merecer un destino semejante, yo, que he intentado
permanecer en el camino recto durante todos los días de mi vida? ¡Ten piedad de mí, Dios
mío!
¡Baja tu mirada sobre mi pobre alma que está sujeta a un peligro más que mortal!
¡Compadécete de mí!
Entonces, comenzó a frotarse los labios, como para evitar la contaminación. Mientras
narraba su terrible historia, el cielo, al oriente, comenzó a iluminarse, y todos los
detalles de la habitación fueron apareciendo con mayor claridad. Harker permanecía
inmóvil y en silencio, pero en su rostro, conforme el terrible relato avanzaba, apareció una
expresión grisácea que fue profundizándose a medida que se hacía más clara la luz del
día; cuando el resplandor rojizo del amanecer se intensificó, su piel resaltaba, muy oscura,
contra sus cabellos, que se le iban poniendo blancos.
Hemos tomado disposiciones para permanecer siempre uno de nosotros atento al llamado
de la infeliz pareja, hasta que podamos reunirnos todos y dispongamos

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todo lo necesario para entrar en acción. Estoy seguro de que el sol no se elevará hoy sobre
ninguna casa que esté más sumida en la tristeza que ésta.

XXII.- DEL DIARIO DE JONATHAN HARKER

3 de octubre. Tengo que hacer algo, si no quiero volverme loco; por eso estoy escribiendo
en este diario. Son ahora las seis de la mañana, y tenemos que reunirnos en el estudio
dentro de media hora, para comer algo, puesto que el doctor Seward y el profesor van
Helsing están de acuerdo en que si no comemos nada no estaremos en condiciones de
hacer nuestro mejor trabajo. Dios sabe que hoy necesitaremos dar lo mejor de cada uno
de nosotros. Tengo que continuar escribiendo, cueste lo que cueste, ya que no puedo
detenerme a pensar. Todo, los pequeños detalles tanto como los grandes, debe quedar
asentado; quizá los detalles insignificantes serán los que nos sirvan más, después. Las
enseñanzas, buenas o malas, no podrán habernos hecho mayor daño a Mina y a mí que el
que estamos sufriendo hoy. Sin embargo, debemos tener esperanza y confianza. La pobre
Mina me acaba de decir hace un momento, con las lágrimas corriéndole por sus adoradas
mejillas, que es en la adversidad y la desgracia cuando debemos demostrar nuestra fe...
Que debemos seguir teniendo confianza, y que Dios nos ayudará hasta el fin. ¡El fin! ¡Oh,
Dios mío! ¿Qué fin...? ¡A trabajar! ¡A trabajar!
Cuando el doctor van Helsing y el doctor Seward regresaron de su visita al pobre Renfield,
discutimos gravemente lo que era preciso hacer. Primeramente, el doctor Seward nos dijo
que cuando él y el doctor van Helsing habían descendido a la habitación del piso inferior,
habían encontrado a Renfield tendido en el suelo. Tenía el rostro todo magullado y
aplastado y los huesos de la nariz rotos.
El doctor Seward le preguntó al asistente que se encontraba de servicio en el pasillo si
había oído algo. El asistente le dijo que se había sentado y estaba semidormido,
cuando oyó fuertes voces en la habitación del paciente y a Renfield que gritaba con
fuerza varias veces: "¡Dios! ¡Dios! ¡Dios!" Después de eso, oyó el ruido de una caída
y, cuando entró en la habitación, lo encontró tendido en el suelo, con el rostro contra el
suelo, tal y como el doctor lo había visto. Van Helsing le preguntó si había oído "voces" o
"una sola voz" y el asistente dijo que no estaba seguro de ello; que al principio le había
parecido que eran dos, pero que, puesto que solamente había una persona en la
habitación, tuvo que ser una sola. Podía jurarlo, si fuera necesario, que la palabra
pronunciada por el paciente había sido "¡Dios!". El doctor Seward nos dijo, cuando
estuvimos solos, que no deseaba entrar en detalles sobre ese asunto; era preciso tener
en cuenta la posibilidad de una encuesta, y no contribuiría en nada a demostrar la
verdad, puesto que nadie sería capaz de creerla. En tales circunstancias, pensaba que, de
acuerdo con las declaraciones del asistente, podría extender un certificado de defunción
por accidente, debido a una caída de su cama. En caso de que el forense lo exigiera,
habría una encuesta que conduciría exactamente al mismo resultado. Cuando comenzamos
a discutir lo relativo a cuál debería ser nuestro siguiente paso, lo primero de todo que
decidimos era que Mina debía gozar de entera confianza y estar al corriente de todo;
que nada, absolutamente nada, por horrible o doloroso que fuera, debería ocultársele.
Ella misma estuvo de acuerdo en cuanto a la conveniencia de tal medida, y era
una verdadera lástima verla tan valerosa y, al mismo tiempo, tan llena de dolor y
de desesperación.
-No deben ocultarme nada -dijo-. Desafortunadamente ya me han ocultado demasiadas
cosas. Además, no hay nada en el mundo que pueda causarme ya un dolor mayor que el
que he tenido que soportar..., ¡que todavía estoy sufriendo! ¡Sea lo que sea lo que suceda,
significará para mí un consuelo y una renovación de mis esperanzas!

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Van Helsing la estaba mirando fijamente, mientras hablaba, y dijo, repentinamente,
aunque con suavidad:
-Pero, querida señora Mina, ¿no tiene usted miedo, si no por usted, al menos por los
demás, después de lo que ha pasado?
El rostro de Mina se endureció, pero sus ojos brillaron con la misma devoción de una mártir,
cuando respondió:
-¡No! ¡Mi mente se ha acostumbrado ya a la idea!
-¿A qué idea? -preguntó el profesor suavemente, mientras permanecíamos todos inmóviles,
ya que todos nosotros, cada uno a su manera, teníamos una ligera idea de lo que deseaba
decir.
Su respuesta fue dada con toda sencillez, como si estuviera simplemente constatando un
hecho seguro:
-Porque si encuentro en mí (y voy a vigilarme con todo cuidado) algún signo de que
pueda ser causa de daños para alguien a quien amo, ¡debo morir!
-¿Se matará usted misma? -preguntó van Helsing, con voz ronca.
-Lo haré, si no hay ningún amigo que desee salvarme, evitándome ese dolor y ese esfuerzo
desesperado.
Mina miró al profesor gravemente, al tiempo que hablaba. Van Helsing estaba sentado,
pero de pronto se puso en pie, se acercó a ella y, poniéndole suavemente la mano sobre la
cabeza, declaró solemnemente:
-Amiga mía, hay alguien que estaría dispuesto a hacerlo si fuera por su bien. Puesto que yo
mismo estaría dispuesto a responder de un acto semejante ante Dios, si la eutanasia para
usted, incluso en este mismo momento, fuera lo mejor, resultara necesaria. Pero, querida
señora...
Durante un momento pareció ser víctima de un choque emocional y un enorme sollozo fue
ahogado en su garganta; tragó saliva y continuó:
-Hay aquí varias personas que se levantarían entre usted y la muerte. No debe usted morir
de ninguna manera, y menos todavía por su propia mano. En tanto el otro, que ha
intoxicado la dulzura de su vida, no haya muerto, no debe usted tampoco morir; porque si
existe él todavía entre los muertos vivos, la muerte de usted la convertiría exactamente en
lo mismo que es él. ¡No! ¡Debe usted vivir! Debe luchar y esforzarse por vivir, ya que la
muerte sería un horror indecible. Debe usted luchar contra la muerte, tanto si le llega a
usted en medio de la tristeza o de la alegría; de día o de noche; a salvo o en peligro.
¡Por la salvación de su alma le ruego que no muera y que ni siquiera piense en la
muerte, en tanto ese monstruo no haya dejado de existir!
Mi pobre y adorada esposa se puso pálida como un cadáver y se estremeció violentamente,
como había visto que se estremecían las arenas movedizas cuando alguien caía entre
ellas. Todos guardábamos silencio; nada podíamos hacer. Finalmente, Mina se calmó un
poco, se volvió hacia el profesor y dijo con dulzura, aunque con una infinita tristeza,
mientras el doctor van Helsing le tomaba la mano:
-Le prometo, amigo mío, que si Dios permite que siga viviendo, yo me esforzaré
en hacerlo, hasta que, si es su voluntad, este horror haya concluido para mí.
Ante tan buena y valerosa actitud, todos sentimos que nuestros corazones se fortalecían,
disponiéndonos a trabajar y a soportarlo todo por ella. Y comenzamos a deliberar sobre
qué era lo que debíamos hacer. Le dije a Mina que tenía que guardar todos los
documentos en la caja fuerte y todos los papeles, diarios o cilindros de fonógrafo que
pudiéramos utilizar más adelante, y que debería encargarse de tenerlo todo en orden,
como lo había hecho antes, Vi que le agradaba la perspectiva de tener algo que hacer... si
el verbo "agradar" puede emplearse, con relación a un asunto tan horrendo.
Como de costumbre, van Helsing nos había tomado la delantera a todos, y estaba
preparado con un plan exacto para nuestro trabajo.
-Es quizá muy conveniente el hecho de que cuando visitamos Carfax decidiéramos no
tocar las cajas de tierra que allí había -dijo-. Si lo

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hubiéramos hecho, el conde podría adivinar cuáles eran nuestras intenciones y, sin duda
alguna, hubiera tomado las disposiciones pertinentes, de antemano, para frustrar un
esfuerzo semejante en lo que respecta a las otras cajas, pero, ahora, no conoce nuestras
intenciones.
Además, con toda probabilidad no sabe que tenemos el poder de esterilizar sus refugios, de
tal modo que no pueda volver a utilizarlos. Hemos avanzado tanto en nuestros
conocimientos sobre la disposición de esas cajas, que cuando hayamos visitado la casa de
Piccadilly, podremos seguir el rastro a las últimas de las cajas. Por consiguiente, el día de
hoy es nuestro, y en él reposan nuestras esperanzas. El sol que se eleva sobre nosotros, en
medio de nuestra tristeza, nos guía en su curso. Hasta que se ponga el astro rey, esta
noche, el monstruo deberá conservar la forma que ahora tiene. Está confinado en las
limitaciones de su envoltura terrestre. No puede convertirse en aire, ni desaparecer,
pasando por agujeros, orificios, rendijas ni grietas. Para pasar por una puerta, tiene que
abrirla, como todos los mortales. Por consiguiente, tenemos que encontrar en este día
todos sus refugios, para esterilizarlos. Entonces, si todavía no lo hemos atrapado y
destruido, tendremos que hacerlo caer en alguna trampa, en algún lugar en el que su
captura y aniquilación resulten seguras, en tiempo apropiado.
En ese momento me puse en pie, debido a que no me era posible contenerme al pensar
que los segundos y los minutos que estaban cargados con la vida preciosa de mi adorada
Mina y con su felicidad, estaban pasando, puesto que mientras hablábamos, era imposible
que emprendiéramos ninguna acción. Pero van Helsing levantó una mano,
conteniéndome.
-No, amigo Jonathan -me dijo-. En este caso, el camino más rápido para llegar a casa es el
más largo, como dicen ustedes. Tendremos que actuar todos, con una rapidez
desesperada, cuando llegue el momento de hacerlo. Pero creo que la clave de todo este
asunto se encuentra, con toda probabilidad, en su casa de Piccadilly. El conde debe haber
adquirido varias casas, y debemos tener de todas ellas las facturas de compra, las llaves y
diversas otras cosas. Tendrá papel en que escribir y su libreta de cheques. Hay muchas
cosas que debe tener en alguna parte y, ¿por qué no en ese lugar central, tan tranquilo, al
que puede entrar o del que puede salir, por delante o por detrás, en todo momento, de tal
modo que en medio del intenso tráfico, no haya nadie que se fije siquiera en él? Debemos
ir allá y registrar esa casa y, cuando sepamos lo que contiene, haremos lo que nuestro
amigo Arthur diría, refiriéndose a la caza: "detendremos las tierras", para perseguir a
nuestro viejo zorro. ¿Les parece bien?
-¡Entonces, vamos inmediatamente! -grité-. ¡Estamos perdiendo un tiempo que nos es
precioso!
El profesor no se movió, sino que se limitó a decir:
-¿Y cómo vamos a poder entrar a esa casa de Piccadilly?
-¡De cualquier modo! -exclamé-. Por efracción, si es necesario.
-Y la policía de ustedes, ¿dónde estará y qué dirá?
Estaba desesperado, pero sabía que, si esperaba, tenía una buena razón para hacerlo. Por
consiguiente, dije, con toda la calma de que fui capaz:
-No espere más de lo que sea estrictamente necesario. Estoy seguro de que se da
perfectamente cuenta de la tortura a que estoy siendo sometido.
-¡Puede estar seguro de ello, amigo mío! Y créame que no tengo ningún deseo de añadir
todavía mas sufrimiento al que ya está soportando. Pero tenemos que pensar antes de
actuar, hasta el momento en que todo el mundo esté en movimiento. Entonces llegará el
momento oportuno para entrar en acción. He reflexionado mucho, y me parece que el
modo más simple es el mejor de todos. Deseamos entrar a la casa, pero no tenemos llave.
¿No es así?
Asentí.
-Supongamos ahora que usted fuera realmente el dueño de la casa, que hubiera perdido la
llave y que no tuviera conciencia de delincuente, puesto que estaría en su derecho... ¿Qué
haría?

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-Buscaría a un respetable cerrajero, y lo pondría a trabajar, para que me franqueara la
entrada.
-Pero, la policía intervendría, ¿no es así?
-¡No! No intervendría, sabiendo que el cerrajero estaba trabajando para el dueño de la
casa.
-Entonces -me miró fijamente, al tiempo que continuaba -, todo lo que estará en duda es la
conciencia y la opinión de la policía en cuanto a si es el propietario quien recurrió al
cerrajero y la opinión de la policía en cuanto a si el artesano está trabajando o no de
acuerdo con las leyes. Su policía debe estar compuesta de hombres cuidadosos e
inteligentes, extraordinariamente inteligentes para leer el corazón humano, si es que han
de estar seguros de lo que deben hacer. No, no, amigo Jonathan, puede usted ir a abrir
las cerraduras de un centenar de casas vacías en su Londres o en cualquier ciudad del
mundo, y si lo hace de tal modo que parezca correcto, nadie intervendrá en absoluto. He
leído algo sobre un caballero que tenía una hermosa casa en Londres y cuando fue a pasar
los meses del verano en Suiza, dejando su casa cerrada, un delincuente rompió una de
las ventanas de la parte posterior y entró. Luego se dirigió al frente, abrió las ventanas,
levantó las persianas y salió por la puerta principal, ante los mismos ojos de la policía. A
continuación, hizo una pública subasta en la casa, la anunció en todos los periódicos y,
cuando llegó el día establecido, vendió todas las posesiones del caballero que se
encontraba fuera. Luego, fue a ver a un constructor y le vendió la casa, estableciendo el
acuerdo de que debería derribarla y retirar todos los escombros antes de una fecha
determinada. Tanto la policía como el resto de las autoridades inglesas lo ayudaron todo
lo que pudieron. Cuando el verdadero propietario regresó de Suiza encontró solamente un
solar vacío en el lugar en que había estado su casa. Ese delito fue llevado a cabo en régle,
y nuestro trabajo debe llevarse a cabo también en régle. No debemos ir tan temprano que
los policías sospechen de nuestros actos; por el contrario, debemos ir después de las diez
de la mañana, cuando haya muchos agentes en torno nuestro, y nos comportaremos como
si fuéramos realmente los propietarios de la casa.
No pude dejar de comprender que tenía toda la razón y hasta la terrible desesperación
reflejada en el rostro de Mina se suavizó un poco, debido a las esperanzas que cabía
abrigar en un consejero tan bueno. Van Helsing continuó:
-Una vez dentro de la casa, podemos encontrar más indicios y, de todos modos, alguno de
nosotros podrá quedarse allá, mientras los demás van a visitar los otros lugares en los que
se encuentran otras cajas de tierra... en Bermondsey y en Mile End.
Lord Godalming se puso en pie.
-Puedo serles de cierta utilidad en este caso -dijo-. Puedo ponerme en comunicación con los
míos para conseguir caballos y carretas en cuanto sea necesario.
-Escuche, amigo mío -intervino Morris-, es una buena idea el tenerlo todo dispuesto para el
caso de que tengamos que retroceder apresuradamente a caballo, pero, ¿no cree usted
que cualquiera de sus vehículos, con sus adornos heráldicos, atraería demasiado la
atención para nuestros fines, en cualquier camino lateral de Walworth o de Mile End? Me
parece que será mejor que tomemos coches de alquiler cuando vayamos al sur o al oeste;
e incluso dejarlos en algún lugar cerca del punto a que nos dirigimos.
-¡El amigo Quincey tiene razón! -dijo el profesor -. Su cabeza está, como se dice, al ras del
horizonte. Vamos a llevar a cabo un trabajo delicado y no es conveniente que la gente nos
observe, si es posible evitarlo.
Mina se interesaba cada vez más en todos los detalles y yo me alegraba de que las
exigencias de esos asuntos contribuyeran a hacerla olvidar la terrible experiencia que había
tenido aquella noche. Estaba extremadamente pálida..., casi espectral y tan delgada que
sus labios estaban retirados, haciendo que los dientes resaltaran en cierto modo. No
mencioné nada, para evitar causarle

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un profundo dolor, pero sentí que se me helaba la sangre en las venas al pensar en lo que
le había sucedido a la pobre Lucy, cuando el conde le había sorbido la sangre de sus venas.
Todavía no había señales de que los dientes comenzaran a agudizarse, pero no había
pasado todavía mucho tiempo y había ocasión de temer.
Cuando llegamos a la discusión de la secuencia de nuestros esfuerzos y de la disposición de
nuestras fuerzas, hubo nuevas dudas. Finalmente, nos pusimos de acuerdo en que antes
de ir a Piccadilly, teníamos que destruir el refugio que tenía el conde cerca de allí. En el
caso de que se diera cuenta demasiado pronto de lo que estábamos haciendo, debíamos
estar ya adelantados en nuestro trabajo de destrucción, y su presencia, en su forma
natural y en el momento de mayor debilidad, podría facilitarnos todavía más indicaciones
útiles.
En cuanto a la disposición de nuestras fuerzas, el profesor sugirió que, después de nuestra
visita a Carfax, debíamos entrar todos a la casa de Piccadilly; que los dos doctores y yo
deberíamos permanecer allí, mientras Quincey y lord Godalming iban a buscar los refugios
de Walworth y Mile End y los destruían. Era posible, aunque no probable, que el conde
apareciera en Piccadilly durante el día y, en ese caso, estaríamos en condiciones de acabar
con él allí mismo. En todo caso, estaríamos en condiciones de seguirlo juntos. Yo
objeté ese plan, en lo relativo a mis movimientos, puesto que pensaba quedarme a cuidar a
Mina; creía que estaba bien decidido a ello; pero ella no quiso escuchar siquiera esa
objeción. Dijo que era posible que se presentara algún asunto legal en el que yo pudiera
resultar útil; que entre los papeles del conde podría haber algún indicio que yo pudiera
interpretar debido a mi estancia en Transilvania y que de todos modos, debíamos emplear
todas las fuerzas de que disponíamos para enfrentarnos al tremendo poder del monstruo.
Tuve que ceder, debido a que Mina había tomado su resolución al respecto; dijo que su
última esperanza era que pudiéramos trabajar todos juntos.
-En cuanto a mí -dijo-, no tengo miedo. Las cosas han sido ya tan sumamente malas que
no pueden ser peores, y cualquier cosa que suceda debe encerrar algún elemento de
esperanza o de consuelo. ¡Vete, esposo mío! Dios, si quiere hacerlo, puede ayudarme y
defenderme lo mismo si estoy sola que si estoy acompañada por todos ustedes.
Por consiguiente, volví a comenzar a dar gritos:
-¡Entonces, en el nombre del cielo, vámonos inmediatamente! ¡Estamos perdiendo el
tiempo! El conde puede llegar a Piccadilly antes de lo que pensamos.
-¡De ninguna manera! -dijo van Helsing, levantando una mano.
-¿Por qué no? -inquirí.
-¿Olvida usted que anoche se dio un gran banquete y que, por consiguiente, dormirá hasta
una hora muy avanzada? -dijo, con una sonrisa.
¡No lo olvidé! ¿Lo olvidaré alguna vez..., podré llegar a olvidarlo? ¿Podrá alguno de
nosotros olvidar alguna vez esa terrible escena? Mina hizo un poderoso esfuerzo para no
perder el control, pero el dolor la venció y se cubrió el rostro con ambas manos,
estremeciéndose y gimiendo. Van Helsing no había tenido la intención de recordar esa
terrible experiencia. Sencillamente, se había olvidado de ella y de la parte que había
tenido, debido a su esfuerzo mental. Cuando comprendió lo que acababa de decir, se
horrorizó a causa de su falta de tacto y se esforzó en consolar a mi esposa.
-¡Oh, señora Mina! -dijo-. ¡No sabe cómo siento que yo, que la respeto tanto, haya podido
decir algo tan desagradable! Mis estúpidos y viejos labios y mi inútil cabeza no merecen su
perdón; pero lo olvidará, ¿verdad?
El profesor se inclinó profundamente junto a ella, al tiempo que hablaba. Mina le tomó la
mano y, mirándolo a través de un velo de lágrimas, le dijo, con voz ronca:
-No, no debo olvidarlo, puesto que es justo que lo recuerde; además, en medio de todo
ello hay muchas cosas de usted que son muy dulces, debo recordarlo

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todo. Ahora, deben irse pronto todos ustedes. El desayuno está preparado y debemos
comer todos algo, para estar fuertes.
El desayuno fue una comida extraña para todos nosotros. Tratamos de mostrarnos alegres
y de animarnos unos a otros y Mina fue la más alegre y valerosa de todos. Cuando
concluimos, van Helsing se puso en pie y dijo:
-Ahora, amigos míos, vamos a ponernos en marcha para emprender nuestra terrible tarea.
¿Estamos armados todos, como lo estábamos el día en que fuimos por primera vez a
visitar juntos el refugio de Carfax, armados tanto contra los ataques espirituales como
contra los físicos?
Todos asentimos.
-Muy bien. Ahora, señora Mina, está usted aquí completamente a salvo hasta la puesta del
sol y yo volveré antes de esa hora..., sí... ¡Volveremos todos! Pero, antes de que nos
vayamos quiero que esté usted armada contra los ataques personales. Yo mismo,
mientras estaba usted fuera, he preparado su habitación, colocando cosas que
sabemos que le impiden al monstruo la entrada. Ahora, déjeme protegerla a usted
misma. En su frente, le pongo este fragmento de la Sagrada Hostia, en el nombre del
Padre, y del Hijo, y del... Se produjo un grito de terror que casi heló la sangre en
nuestras venas. Cuando el profesor colocó la Hostia sobre la frente de Mina, la
había traspasado..., había quemado la frente de mi esposa, como si se tratara de un metal
al rojo vivo. Mi pobre Mina comprendió inmediatamente el significado de aquel acto, al
mismo tiempo que su sistema nervioso recibía el dolor físico, y los dos sentimientos la
abrumaron tanto que fueron expresados en aquel terrible grito. Pero las palabras que
acompañaban a su pensamiento llegaron rápidas. Todavía no había cesado
completamente el eco de su grito, cuando se produjo la reacción, y se desplomó de rodillas
al suelo, humillándose.
Se echó su hermoso cabello sobre el rostro, como para cubrirse la herida, y exclamó:
-¡Sucia! ¡Sucia! ¡Incluso el Todopoderoso castiga mi carne corrompida!
¡Tendré que llevar esa marca de vergüenza en la frente hasta el Día del Juicio Final!
Todos guardaron silencio. Yo mismo me había arrojado a su lado, en medio de una
verdadera agonía, sintiéndome impotente, y, rodeándola con mis brazos, la mantuve
fuertemente abrazada a mí. Durante unos minutos, nuestros corazones angustiados
batieron al unísono, mientras que los amigos que se encontraban cerca de nosotros,
volvieron a otro lado sus ojos arrasados de lágrimas. Entonces, van Helsing se volvió y dijo
gravemente, en tono tan grave que no pude evitar el pensar que estaba siendo inspirado
en cierto modo, y estaba declarando algo que no salía de él mismo:
-Es posible que tenga usted que llevar esa marca hasta que Dios mismo lo disponga o para
que la vea durante el Juicio Final, cuando enderece todos los errores de la tierra y de Sus
hijos que ha colocado en ella. Y mi querida señora Mina, ¡deseo que todos nosotros,
que la amamos, podamos estar presentes cuando esa cicatriz rojiza desaparezca,
dejando su frente tan limpia y pura como el corazón que todos conocemos!. Ya que estoy
tan seguro como de que estoy vivo de que esa cicatriz desaparecerá en cuanto Dios
disponga que concluya de pesar sobre nosotros la carga que nos abruma. Hasta entonces,
llevaremos nuestra cruz como lo hizo Su Hijo, obedeciendo Su voluntad. Es posible que
seamos instrumentos escogidos de Su buena voluntad y que obedezcamos a Su mandato
entre estigmas y vergüenzas; entre lágrimas y sangre; entre dudas y temores, y por medio
de todo lo que hace que Dios y los hombres seamos diferentes.
Había esperanza en sus palabras y también consuelo. Además, nos invitaban a resignarnos.
Mina y yo lo comprendimos así y, simultáneamente, tomamos cada uno de nosotros una de
las manos del anciano y se la besamos humildemente. Luego, sin pronunciar una sola
palabra, todos nos arrodillamos juntos y, tomándonos de la mano, juramos ser sinceros
unos con otros y pedimos ayuda y guía en la terrible tarea que nos esperaba. Todos los
hombres nos esforzamos

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en retirar de Mina el velo de profunda tristeza que la cubría, debido a que todos, cada
quien a su manera, la amábamos.
Era ya hora de partir. Así pues, me despedí de Mina, de una manera tal que ninguno de
nosotros podremos olvidarla hasta el día de nuestra muerte, y nos fuimos. Había algo para
lo que estaba ya preparado: si descubríamos finalmente que Mina resultaba un vampiro,
entonces, no debería ir sola a aquella tierra terrible y desconocida. Supongo que era así
como en la antigüedad un vampiro se convertía en muchos; sólo debido a que sus horribles
cuerpos debían reposar en tierra santa, asimismo el amor más sagrado era el mejor
sargento para el reclutamiento de su ejército espectral.
Entramos en Carfax sin dificultad y encontramos todo exactamente igual que la primera vez
que estuvimos en la casona. Era difícil creer que entre aquel ambiente prosaico de
negligencia, polvo y decadencia, pudiera haber una base para un horror como el que ya
conocíamos. Si nuestras mentes no estuvieran preparadas ya y si no nos espolearan
terribles recuerdos, no creo que hubiéramos podido llevar a cabo nuestro cometido. No
encontramos papeles ni ningún signo de uso en la casa, y en la vieja capilla, las grandes
cajas parecían estar exactamente igual que como las habíamos visto la última vez. El
doctor van Helsing nos dijo solemnemente, mientras permanecíamos en pie ante ellas:
-Ahora, amigos míos, tenemos aquí un deber que cumplir. Debemos esterilizar esta tierra,
tan llena de sagradas reliquias, que la han traído desde tierras lejanas para poder usarla.
Ha escogido esta tierra debido a que ha sido bendecida. Por consiguiente, vamos a
derrotarlo con sus mismas armas, santificándola todavía más. Fue santificada para el uso
del hombre, y ahora vamos a santificarla para Dios.
Mientras hablaba, sacó del bolsillo un destornillador y una llave y, muy pronto, la tapa de
una de las cajas fue levantada. La tierra tenía un olor desagradable, debido al tiempo
que había estado encerrada, pero eso no pareció importarnos a ninguno de
nosotros, ya que toda nuestra atención estaba concentrada en el profesor. Sacando
del bolsillo un pedazo de la Hostia Sagrada, lo colocó reverentemente sobre la tierra y,
luego, volviendo a colocar la tapa en su sitio, comenzó a ponerle otra vez los tornillos.
Nosotros lo ayudamos en su trabajo.
Una después de otra, hicimos lo mismo con todas las grandes cajas y, en apariencia, las
dejamos exactamente igual que como las habíamos encontrado, pero en el interior de cada
una de ellas había un pedazo de Hostia. Cuando cerramos la puerta a nuestras espaldas, el
profesor dijo solemnemente:
-Este trabajo ha terminado. Es posible que logremos tener el mismo éxito en los demás
lugares, y así, quizá para cuando el sol se ponga hoy, la frente de la señora Mina esté
blanca como el marfil y sin el estigma.
Al pasar sobre el césped, en camino hacia la estación, para tomar el tren, vimos la fachada
del asilo. Miré ansiosamente, y en la ventana de nuestra habitación vi a Mina.
La saludé con la mano y le dirigí un signo de asentimiento para darle a entender que
nuestro trabajo allí había concluido satisfactoriamente. Ella me hizo una señal en respuesta,
para indicarme que había comprendido. Lo último que vi de ella fue que me saludaba con la
mano. Buscamos la estación con el corazón lleno de tristeza y tomamos el tren
apresuradamente, debido a que para cuando llegamos ya estaba junto al andén de la
estación, disponiéndose a ponerse nuevamente en marcha. He escrito todo esto en el tren.
Piccadilly, las doce y media en punto. Poco antes de que llegáramos a Fenchurch Street,
lord Godalming me dijo:
-Quincey y yo vamos a buscar un cerrajero. Será mejor que no venga usted con nosotros,
por si se presenta alguna dificultad, ya que, en las circunstancias actuales, no sería
demasiado malo para nosotros el irrumpir en una casa desocupada. Pero usted es
abogado, y la Incorporated Law Society puede decirle que debía haber sabido a qué
atenerse.

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Yo protesté, porque no deseaba dejar de compartir con ellos ningún peligro, pero él
continuó diciendo:
-Además, atraeremos mucho menos la atención si no somos demasiados. Mi título me
ayudará mucho para contratar al cerrajero y para entendérmelas con cualquier policía que
pueda encontrarse en las cercanías. Será mejor que vaya usted con Jack y el profesor y
que se queden en Green Park, en algún lugar desde el que puedan ver la casa, y cuando
vean que la puerta ha sido abierta y que el cerrajero se ha ido, acudan. Los estaremos
esperando y les abriremos la puerta en cuanto lleguen.
-¡El consejo es bueno! -dijo van Helsing.
Por consiguiente no discutimos más del asunto. Godalming y Morris se adelantaron en un
coche de alquiler y los demás los seguimos en otro. En la esquina de Arlington Street,
nuestro grupo descendió del vehículo y nos internamos en Green Park.
Mi corazón latió con fuerza cuando vi la casa en que estaban centradas nuestras
esperanzas y que sobresalía, siniestra y silenciosa, en condiciones de abandono, entre los
edificios más alegres y llenos de vida del vecindario. Nos sentamos en un banco, a la
vista de la casa y comenzamos a fumar unos cigarros puros, con el fin de atraer lo
menos posible la atención. Los minutos nos parecieron eternos, mientras esperábamos
la llegada de los demás. Finalmente, vimos un coche de cuatro ruedas que se detenía
cerca. De él se apearon tranquilamente lord Godalming y Morris y del pescante
descendió un hombre rechoncho vestido con ropas de trabajo, que llevaba consigo una
caja con las herramientas necesarias para su cometido. Morris le pagó al cochero, que se
tocó el borde de la gorra y se alejó. Ascendieron juntos los escalones y lord Godalming le
dijo al obrero qué era exactamente lo que deseaba que hiciera. El trabajador se quitó
la chaqueta, la colocó tranquilamente sobre la barandilla del porche y le dijo algo a un
agente de policía que acertó a pasar por allí en ese preciso momento. El policía asintió,
y el hombre se arrodilló, colocando la caja de herramientas a su lado. Después de
buscar entre sus útiles de trabajo, sacó varias herramientas que colocó en orden a su
lado.
Luego, se puso en pie, miró por el ojo de la cerradura, sopló y, volviéndose hacia nuestros
amigos, les hizo algunas observaciones. Lord Godalming sonrió y el hombre levantó un
manojo de llaves; escogió una de ellas, la metió en la cerradura y comenzó a probarla,
como si estuviera encontrando a ciegas el camino. Después de cierto tiempo, probó una
segunda y una tercera llaves. De pronto, al empujar la puerta el empleado un poco, tanto
él como nuestros dos amigos entraron en el vestíbulo. Permanecimos inmóviles, mientras
mi cigarro ardía furiosamente y el de van Helsing, al contrario, se apagaba. Esperamos
pacientemente hasta que vimos al cerrajero salir con su caja de herramientas. Luego,
mantuvo la puerta entreabierta, sujetándola con las rodillas, mientras adaptaba una llave a
la cerradura. Finalmente, le tendió la llave a lord Godalming, que sacó su cartera y le
entregó algo. El hombre se tocó el ala del sombrero, recogió sus herramientas, se puso
nuevamente la chaqueta y se fue. Nadie observó el desarrollo de aquella maniobra.
Cuando el hombre se perdió completamente de vista, nosotros tres cruzamos la calle y
llamamos a la puerta. Esta fue abierta inmediatamente por Quincey Morris, a cuyo lado
se encontraba lord Godalming, encendiendo un cigarro puro.
-Este lugar tiene un olor extremadamente desagradable -comentó este último, cuando
entramos.
En verdad, la atmósfera era muy desagradable y maloliente, como la vieja capilla de Carfax
y, con nuestra experiencia previa, no tuvimos dificultad en comprender que el conde había
estado utilizando aquel lugar con toda libertad.
A continuación, nos dedicamos a explorar la casa, y permanecimos todos juntos, en
previsión de algún ataque, ya que sabíamos que nos enfrentábamos a

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un enemigo fuerte, cruel y despiadado y todavía no sabíamos si el conde estaba o
no en la casa. En el comedor, que se encontraba detrás del vestíbulo,
encontramos ocho cajas de tierra.
¡Ocho de las nueve que estábamos buscando! Nuestro trabajo no estaba todavía terminado
ni lo estaría en tanto no encontráramos la caja que faltaba. Primeramente, abrimos las
contraventanas que daban a un patio cercado con muros de piedra, en cuyo fondo había
unas caballerizas encaladas, que tenían el aspecto de una pequeña casita.
No había ventanas, de modo que no teníamos miedo de que nos vieran. No perdimos el
tiempo examinando los cajones. Con las herramientas que habíamos llevado con nosotros,
abrimos las cajas, una por una, e hicimos exactamente lo mismo que habíamos hecho con
las que estaban en la vieja capilla. Era evidente que el conde no se hallaba en la
casa en esos momentos, y registramos todo el edificio, buscando alguno de sus
efectos. Después de examinar rápidamente todas las habitaciones, desde la planta baja al
ático, llegamos a la conclusión de que en el comedor debían encontrarse todos los efectos
que pertenecían al conde y, por consiguiente, procedimos a examinarlo todo con extremo
cuidado. Se encontraban todos en una especie de desorden ordenado en el centro de la
gran mesa del comedor. Había títulos de propiedad de la casa de Piccadilly en un
montoncito; facturas de la compra de las casas de Mile End y Bermondsey; papel para
escribir, sobres, plumas y tinta. Todo estaba envuelto en papel fino, para preservarlo del
polvo. Había también un cepillo para la ropa, un cepillo y un peine y una jofaina... Esta
última contenía agua sucia, enrojecida, como si tuviera sangre. Lo último de todo era
un llavero con llaves de todos los tamaños y formas, probablemente las que pertenecían
a las otras casas. Cuando examinamos aquel último descubrimiento, lord Godalming y
Quincey Morris tomaron notas sobre las direcciones de las casas al este y al sur, tomaron
consigo las llaves y se pusieron en camino para destruir las cajas en aquellos lugares. El
resto de nosotros estamos, con toda la paciencia posible, esperando su regreso..., o la
llegada del conde.

XXIII.- DEL DIARIO DEL DOCTOR SEWARD

3 de octubre. El tiempo nos pareció extremadamente largo, mientras esperábamos a lord


Godalming y a Quincey Morris. El profesor trataba de mantenernos distraídos, utilizando
nuestras mentes sin descanso. Comprendí perfectamente cuál era el benéfico objetivo que
perseguía con ello, por las miradas que lanzaba de vez en cuando a Harker. El pobre
hombre está abrumado por una tristeza que da dolor. Anoche era un hombre franco,
de aspecto alegre, de rostro joven y fuerte, lleno de energía y con el cabello de color
castaño oscuro. Hoy, parece un anciano macilento y enjuto, cuyo cabello blanco se
adapta muy bien a sus ojos brillantes y profundamente hundidos en sus cuencas y con sus
rasgos faciales marcados por el dolor. Su energía permanece todavía intacta, en realidad,
es como una llama viva. Eso puede ser todavía su salvación, puesto que, si todo sale bien,
le hará remontar el período de desesperación; entonces, en cierto modo, volverá a
despertar a las realidades de la vida. ¡Pobre tipo! Pensaba que mi propia desesperación y
mis problemas eran suficientemente graves; pero, ¡esto...! El profesor lo comprende
perfectamente y está haciendo todo lo que está en su mano por mantenerlo activo. Lo que
estaba diciendo era, bajo las circunstancias, de un interés extraordinario. Estas fueron más
o menos sus palabras:
-He estado estudiando, de manera sistemática y repetida, desde que llegaron a mis manos,
todos los documentos relativos a ese monstruo, y cuanto más lo he examinado tanto mayor
me parece la necesidad de borrarlo de la faz de la tierra. En todos los papeles hay señales
de su progreso; no solamente de su poder, sino también de su conocimiento de ello. Como
supe, por las investigaciones de mi amigo Arminius de Budapest, era, en vida, un
hombre

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extraordinario. Soldado, estadista y alquimista..., cuyos conocimientos se encontraban
entre los más desarrollados de su época. Poseía una mente poderosa, conocimientos
incomparables y un corazón que no conocía el temor ni el remordimiento. Se permitió
incluso asistir a la Escolomancia, y no hubo ninguna rama del saber de su tiempo que no
hubiera ensayado. Bueno, en él, los poderes mentales sobrevivieron a la muerte física,
aunque parece que la memoria no es absolutamente completa. Respecto a algunas
facultades mentales ha sido y es como un niño, pero está creciendo y ciertas cosas que
eran infantiles al principio, son ahora de estatura de hombre. Está experimentando y lo
está haciendo muy bien, y a no ser porque nos hemos cruzado en su camino,
podría ser todavía, o lo será si fracasamos, el padre o el continuador de seres
de un nuevo orden, cuyos caminos conducen a través de la muerte, no de la vida.
Harker gruñó, y dijo:
-¡Y todo eso va dirigido contra mi adorada esposa! Pero, ¿cómo está experimentando? ¡El
conocimiento de eso puede ayudarnos a destruirlo!
-Desde su llegada, ha estado ensayando sus poderes sin cesar, lenta y seguramente; su
gran cerebro infantil está trabajando, puesto que si se hubiera podido permitir ensayar
ciertas cosas desde un principio, hace ya mucho tiempo que estarían dentro de sus
poderes. Sin embargo, desea triunfar, y un hombre que tiene ante sí varios siglos de
existencia puede permitirse esperar y actuar con lentitud. Festina lente puede ser muy bien
su lema.
-No lo comprendo -dijo Harker cansadamente-. Sea más explícito, por favor. Es posible que
el sufrimiento y las preocupaciones estén oscureciendo mi entendimiento.
El profesor le puso una mano en el hombro, y le dijo:
-Muy bien, amigo mío, voy a ser más explícito. ¿No ve usted cómo, últimamente, ese
monstruo ha adquirido conocimientos de manera experimental? Ha estado utilizando al
paciente zoófago para lograr entrar en la casa del amigo John. El vampiro, aunque después
puede entrar tantas veces como lo desee, al principio solamente puede entrar en un edificio
si alguno de los habitantes así se lo pide. Pero esos no son sus experimentos más
importantes.
¿No vimos que al principio todas esas pesadas cajas de tierra fueron desplazadas por otros?
No sabía entonces a qué atenerse, pero, a continuación, todo cambió. Durante todo este
tiempo su cerebro infantil se ha estado desarrollando, y comenzó a pensar en si no podría
mover las cajas él mismo. Por consiguiente, más tarde, cuando descubrió que no le era
difícil hacerlo, trató de desplazarlas solo, sin ayuda de nadie. Así progresó y logró distribuir
sus tumbas, de tal modo, que sólo él conoce ahora el lugar en donde se encuentran.
Es posible que haya pensado en enterrar las cajas profundamente en el suelo de tal manera
que solamente las utilice durante la noche o en los momentos en que puede cambiar de
forma; le resulta igualmente conveniente, ¡y nadie puede saber donde se encuentran sus
escondrijos! ¡Pero no se desesperen, amigos míos, adquirió ese conocimiento demasiado
tarde! Todos los escondrijos, excepto uno, deben haber sido esterilizados ya, y antes de la
puesta del sol lo estarán todos. Entonces, no le quedará ningún lugar donde poder
esconderse. Me retrasé esta mañana para estar seguro de ello. ¿No ponemos en juego
nosotros algo mucho más preciado que él? Entonces,
¿por qué no somos más cuidadosos que él? En mi reloj veo que es ya la una y, si todo
marcha bien, nuestros amigos Arthur y Quincey deben estar ya en camino para
reunirse con nosotros. Hoy es nuestro día y debemos avanzar con seguridad, aunque
lentamente y aprovechando todas las oportunidades que se nos presenten. ¡Vean!
Seremos cinco cuando regresen nuestros dos amigos ausentes.
Mientras hablábamos, nos sorprendimos mucho al escuchar una llamada en la puerta
principal de la casona: la doble llamada del repartidor de mensajes telegráficos.

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Todos salimos al vestíbulo al mismo tiempo, y van Helsing, levantando la mano hacia
nosotros para que guardáramos silencio, se dirigió hacia la puerta y la abrió. Un joven le
tendió un telegrama. El profesor volvió a cerrar la puerta y, después de examinar la
dirección, lo abrió y leyó en voz alta: "Cuidado con D. Acaba de salir apresuradamente de
Carfax en este momento, a las doce cuarenta y cinco, y se ha dirigido rápidamente hacia el
sur. Parece que está haciendo una ronda y es posible que desee verlos a ustedes. Mina."
Se produjo una pausa, que fue rota por la voz de Jonathan Harker.
-¡Ahora, gracias a Dios, pronto vamos a encontrarnos! Van Helsing se volvió rápidamente
hacia él, y le dijo:
-Dios actuará a su modo y en el momento que lo estime conveniente. No tema ni se
alegre todavía, puesto que lo que deseamos en este momento puede significar
nuestra destrucción.
-Ahora no me preocupa nada -dijo calurosamente-, excepto el borrar a esa bestia de la faz
de la tierra. ¡Sería capaz de vender mi alma por lograrlo!
-¡No diga usted eso, amigo mío! -dijo van Helsing-. Dios en su sabiduría no compra almas,
y el diablo, aunque puede comprarlas, no cumple su palabra. Pero Dios es misericordioso
y justo, y conoce su dolor y su devoción hacia la maravillosa señora Mina, su esposa. No
temamos ninguno de nosotros; todos estamos dedicados a esta causa, y el día de hoy verá
su feliz término. Llega el momento de entrar en acción; hoy, ese vampiro se encuentra
limitado con los poderes humanos y, hasta la puesta del sol, no puede cambiar. Tardará
cierto tiempo en llegar... Es la una y veinte..., y deberá pasar un buen rato antes de que
llegue. Lo que debemos esperar ahora es que lord Arthur y Quincey lleguen antes
que él.
Aproximadamente media hora después de que recibiéramos el telegrama de la señora
Harker, oímos un golpe fuerte y resuelto en la puerta principal, similar al que darían
cientos de caballeros en cualquier puerta. Nos miramos y nos dirigimos hacia el vestíbulo;
todos estábamos preparados para usar todas las armas de que disponíamos..., las
espirituales en la mano izquierda y las materiales en la derecha. Van Helsing retiró el
pestillo y, manteniendo la puerta entornada, dio un paso hacia atrás, con las dos manos
dispuestas para entrar en acción. La alegría de nuestros corazones debió reflejarse
claramente en nuestros rostros cuando vimos cerca de la puerta a lord Godalming y a
Quincey Morris. Entraron rápidamente, y cerraron la puerta tras ellos, y el último de ellos
dijo, al tiempo que avanzábamos todos por el vestíbulo:
-Todo está arreglado. Hemos encontrado las dos casas. ¡Había seis cajas en cada una de
ellas, y las hemos destruido todas!
-¿Las han destruido? -inquirió el profesor.
-¡Para él!
Guardamos silencio unos momentos y, luego, Quincey dijo:
-No nos queda más que esperar aquí. Sin embargo, si no llega antes de las cinco de la
tarde, tendremos que irnos, puesto que no podemos dejar sola a la señora Harker después
de la puesta del sol.
-Ya no tardará mucho en llegar aquí -dijo van Helsing, que había estado consultando su
librito de notas-. Nota bene. En el telegrama de la señora Harker decía que había salido
de Carfax hacia el sur, lo cual quiere decir que tenía que cruzar el río y solamente podría
hacerlo con la marea baja, o sea, poco antes de la una. El hecho de que se haya
dirigido hacia el sur tiene cierto significado para nosotros. Todavía sospecha solamente, y
fue de Carfax al lugar en donde menos puede sospechar que pueda encontrar algún
obstáculo. Deben haber estado ustedes en Bermondse y muy poco rato antes que él. El
hecho de que no haya llegado aquí todavía demuestra que fue antes a Mile End. En eso se
tardará algún tiempo, puesto que tendrá que volver a cruzar el río de algún modo.
Créanme, amigos míos, que ahora ya no tendremos que esperar mucho rato. Tenemos
que tener preparado algún plan de ataque,

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para que no desaprovechemos ninguna oportunidad. Ya no tenemos tiempo.
¡Tengan todos preparados las armas! ¡Manténganse alerta!
Levantó una mano, a manera de advertencia, al tiempo que hablaba, ya que todos
pudimos oír claramente que una llave se introducía suavemente en la cerradura.
No pude menos que admirar, incluso en aquel momento, el modo como un espíritu
dominante se afirma a sí mismo. En todas nuestras partidas de caza y aventuras
de diversa índole, en varias partes del mundo, Quincey Morris había sido siempre el que
disponía los planes de acción y Arthur y yo nos acostumbramos a obedecerle de manera
implícita. Ahora, la vieja costumbre parecía renovarse instintivamente. Dando una ojeada
rápida a la habitación, estableció inmediatamente nuestro plan de acción y, sin pronunciar
ni una sola palabra, con el gesto, nos colocó a todos en nuestros respectivos puestos. Van
Helsing, Harker y yo estábamos situados inmediatamente detrás de la puerta, de tal
manera que, en cuanto se abriera, el profesor pudiera guardarla, mientras Harker y yo nos
colocaríamos entre el recién llegado y la puerta. Godalming detrás y Quincey enfrente,
estaban dispuestos a dirigirse a las ventanas, escondidos por el momento donde no podían
ser vistos. Esperamos con una impaciencia tal que hizo que los segundos pasaran con una
lentitud de verdadera pesadilla. Los pasos lentos y cautelosos atravesaron el vestíbulo...
El conde, evidentemente, estaba preparado para una sorpresa o, al menos, la temía.
Repentinamente, con un salto enorme, penetró en la habitación, pasando entre nosotros
antes de que ninguno pudiera siquiera levantar una mano para tratar de detenerlo. Había
algo tan felino en el movimiento, algo tan inhumano, que pareció despertarnos a todos del
choque que nos había producido su llegada. El primero en entrar en acción fue Harker,
que, con un rápido movimiento, se colocó ante la puerta que conducía a la habitación del
frente de la casa. Cuando el conde nos vio, una especie de siniestro gesto burlón apareció
en su rostro, descubriendo sus largos y puntiagudos colmillos; pero su maligna sonrisa se
desvaneció rápidamente, siendo reemplazada por una expresión fría de profundo desdén.
Su expresión volvió a cambiar cuando, todos juntos, avanzamos hacia él. Era una lástima
que no hubiéramos tenido tiempo de preparar algún buen plan de ataque, puesto que en
ese mismo momento me pregunté qué era lo que íbamos a hacer. No estaba convencido
en absoluto de si nuestras armas letales nos protegerían. Evidentemente, Harker estaba
dispuesto a ensayar, puesto que preparó su gran cuchillo kukri y le lanzó al conde un tajo
terrible. El golpe era poderoso; solamente la velocidad diabólica de desplazamiento del
conde le permitió salir con bien.
Un segundo más y la hoja cortante le hubiera atravesado el corazón. En realidad, la punta
sólo cortó el tejido de su chaqueta, abriendo un enorme agujero por el que salieron un
montón de billetes de banco y un chorro de monedas de oro. La expresión del rostro
del conde era tan infernal que durante un momento temí por Harker, aunque él estaba
ya dispuesto a descargar otra cuchillada. Instintivamente, avancé, con un impulso
protector, manteniendo el crucifijo y la Sagrada Hostia en la mano izquierda. Sentí que un
gran poder corría por mi brazo y no me sorprendí al ver al monstruo que retrocedía ante el
movimiento similar que habían hecho todos y cada uno de mis amigos. Sería imposible
describir la expresión de odio y terrible malignidad, de ira y rabia infernales, que apareció
en el rostro del conde. Su piel cerúlea se hizo verde amarillenta, por contraste con sus
ojos rojos y ardientes, y la roja cicatriz que tenía en la frente resaltaba fuertemente, como
una herida abierta y palpitante. Un instante después, con un movimiento sinuoso, pasó
bajo el brazo armado de Harker, antes de que pudiera éste descargar su golpe, recogió un
puñado del dinero que estaba en el suelo, atravesó la habitación y se lanzó contra una de
las ventanas. Entre el tintineo de los cristales rotos, cayó al patio, bajo la ventana. En
medio del

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ruido de los cristales rotos, alcancé a oír el ruido que hacían varios soberanos al caer
al suelo, sobre el asfalto.
Nos precipitamos hacia la ventana y lo vimos levantarse indemne del suelo. Ascendió los
escalones a toda velocidad, cruzó el patio y abrió la puerta de las caballerizas. Una vez allí,
se volvió y nos habló:
-Creen ustedes poder confundirme... con sus rostros pálidos, como las ovejas en el
matadero. ¡Ahora van a sentirlo, todos ustedes! Creen haberme dejado sin un lugar en
el que poder reposar, pero tengo otros. ¡Mi venganza va a comenzar ahora! Ando por la
tierra desde hace siglos y el tiempo me favorece. Las mujeres que todos ustedes aman son
mías ya, y por medio de ellas, ustedes y muchos otros me pertenecerán también... Serán
mis criaturas, para hacer lo que yo les ordene y para ser mis chacales cuando desee
alimentarme. ¡Bah!
Con una carcajada llena de desprecio, pasó rápidamente por la puerta y oímos que el
oxidado cerrojo era corrido, cuando cerró la puerta tras él. Una puerta, más allá, se abrió y
se cerró nuevamente. El primero de nosotros que habló fue el profesor, cuando,
comprendiendo lo difícil que sería perseguirlo por las caballerizas, nos dirigimos hacia el
vestíbulo.
-Hemos aprendido algo... ¡Mucho! A pesar de sus fanfarronadas, nos teme; teme al tiempo
y teme a las necesidades. De no ser así, ¿por qué iba a apresurarse tanto? El tono mismo
de sus palabras lo traicionó, o mis oídos me engañaron,
¿Por qué tomó ese dinero? ¡Van a comprenderme rápidamente! Son ustedes cazadores de
una bestia salvaje y lo comprenden. En mi opinión, tenemos que asegurarnos de que no
pueda utilizar aquí nada, si es que regresa.
Al hablar, se metió en el bolsillo el resto del dinero; tomó los títulos de propiedad del
montoncito en que los había dejado Harker y arrojó todo el resto a la chimenea,
prendiéndole fuego con un fósforo.
Godalming y Morris habían salido al patio y Harker se había descolgado por la ventana para
seguir al conde. Sin embargo, Drácula había cerrado bien la puerta de las caballerizas, y
para cuando pudieron abrirla, ya no encontraron rastro del vampiro. Van Helsing y yo
tratamos de investigar un poco en la parte posterior de la casa, pero las caballerizas
estaban desiertas y nadie lo había visto salir.
La tarde estaba ya bastante avanzada y no faltaba ya mucho para la puesta del sol.
Tuvimos que reconocer que el trabajo había concluido y, con tristeza, estuvimos de acuerdo
con el profesor, cuando dijo:
-Regresemos con la señora Mina... Con la pobre señora Harker. Ya hemos hecho todo lo
que podíamos por el momento y, al menos, vamos a poder protegerla. Pero es preciso
que no desesperemos. No le queda al vampiro más que una caja de tierra y vamos a tratar
de encontrarla; cuando lo logremos, todo irá bien. Comprendí que estaba hablando tan
valerosamente como podía para consolar a Harker. El pobre hombre estaba
completamente abatido y, de vez en cuando, gemía, sin poder evitarlo... Estaba pensando
en su esposa.
Llenos de tristeza, regresamos a mi casa, donde hallamos a la señora Harker
esperándonos, con una apariencia de buen humor que honraba su valor y su espíritu de
colaboración. Cuando vio nuestros rostros, el suyo propio se puso tan pálido como el de un
cadáver: durante uno o dos segundos, permaneció con los ojos cerrados, como si estuviera
orando en secreto y, después, dijo amablemente:
-Nunca podré agradecerles bastante lo que han hecho. ¡Oh, mi pobre esposo! - mientras
hablaba, tomó entre sus manos la cabeza grisácea de su esposo y la besó-. Apoya tu pobre
cabeza aquí y descansa. ¡Todo estará bien ahora, querido! Dios nos protegerá, si así lo
desea.
El pobre hombre gruñó. No había lugar para las palabras en medio de su sublime
tristeza.
Cenamos juntos sin apetito, y creo que eso nos dio ciertos ánimos a todos. Era quizá el
simple calor animal que infunde el alimento a las personas hambrientas, ya que ninguno de

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nosotros había comido nada desde la hora del desayuno, o es probable que sentir la
camaradería que reinaba entre nosotros

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nos consolara un poco, pero, sea como fuere, el caso es que nos sentimos después menos
tristes y pudimos pensar en lo porvenir con cierta esperanza. Cumpliendo nuestra promesa,
le relatamos a la señora Harker todo lo que había sucedido, y aunque se puso intensamente
pálida a veces, cuando su esposo estuvo en peligro, y se sonrojó otras veces, cuando se
puso de manifiesto la devoción que sentía por ella, escuchó todo el relato valerosamente y
conservando la calma. Cuando llegamos al momento en que Harker se había lanzado sobre
el conde, con tanta decisión, se asió con fuerza del brazo de su marido y permaneció así,
como si sujetándole el brazo pudiera protegerlo contra cualquier peligro que hubiera podido
correr. Sin embargo, no dijo nada, hasta que la narración estuvo terminada y cuando ya
estaba al corriente de todo lo ocurrido hasta aquel preciso momento, entonces, sin soltar la
mano de su esposo, se puso en pie y nos habló. No tengo palabras para dar una idea de la
escena. Aquella mujer extraordinaria, dulce y buena, con toda la radiante belleza de su
juventud y su animación, con la cicatriz rojiza en su frente, de la que estaba consciente y
que nosotros veíamos apretando los dientes... al recordar dónde, cuándo y cómo había
ocurrido todo; su adorable amabilidad que se levantaba contra nuestro odio siniestro;
su fe tierna contra todos nuestros temores y dudas. Y sabíamos que, hasta donde
llegaban los símbolos, con toda su bondad, su pureza y su fe, estaba separada de Dios.
-Jonathan -dijo, y la palabra pareció ser música, por el gran amor y la ternura que puso en
ella-, mi querido Jonathan y todos ustedes, mis maravillosos amigos, quiero que tengan
en cuenta algo durante todo este tiempo terrible. Sé que tienen que luchar..., que
deben destruir incluso, como destruyeron a la falsa Lucy, para que la verdadera
pudiera vivir después; pero no es una obra del odio. Esa pobre alma que nos ha
causado tanto daño, es el caso más triste de todos. Imaginen ustedes cuál será su alegría
cuando él también sea destruido en su peor parte, para que la mejor pueda gozar de la
inmortalidad espiritual. Deben tener también piedad de él, aun cuando esa piedad no debe
impedir que sus manos lleven a cabo su destrucción.
Mientras hablaba, pude ver que el rostro de su marido se obscurecía y se ponía
tenso, como si la pasión que lo consumía estuviera destruyendo todo su ser.
Instintivamente, su esposa le apretó todavía más la mano, hasta que los nudillos se le
pusieron blancos. Ella no parpadeó siquiera a causa del dolor que, estoy seguro, debía
estar sufriendo, sino que lo miró con ojos más suplicantes que nunca. Cuando ella dejó de
hablar, su esposo se puso en pie bruscamente, arrancando casi su mano de la de ella, y
dijo:
-¡Qué Dios me lo ponga en las manos durante el tiempo suficiente para destrozar su vida
terrenal, que es lo que estamos tratando de hacer! ¡Si además de eso puedo enviar su
alma al infierno ardiente por toda la eternidad, lo haré gustoso!
-¡Oh, basta, basta! ¡En el nombre de Dios, no digas tales cosas!, Jonathan, esposo mío, o
harás que me desplome, víctima del miedo y del horror. Piensa sólo, querido...; yo he
estado pensando en ello durante todo este largo día..., que quizá... algún día... yo
también puedo necesitar esa piedad, y que alguien como tú, con las mismas causas
para odiarme, puede negármela.
¡Oh, esposo mío! ¡Mi querido Jonathan! Hubiera querido evitarte ese pensamiento si
hubiera habido otro modo, pero suplico a Dios que no tome en cuenta tus palabras y que
las considere como el lamento de un hombre que ama y que tiene el corazón destrozado.
¡Oh, Dios mío! ¡Deja que sus pobres cabellos blancos sean una prueba de todo lo que ha
sufrido, él que en toda su vida no ha hecho daño a nadie, y sobre el que se han acumulado
tantas tristezas!
Todos los hombres presentes teníamos ya los ojos llenos de lágrimas. No pudimos resistir,
y lloramos abiertamente. Ella también lloró al ver que sus dulces consejos habían
prevalecido. Su esposo se arrodilló a su lado y,

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rodeándola con sus brazos, escondió el rostro en los vuelos de su vestido. Van Helsing
nos hizo una seña y salimos todos de la habitación, dejando a aquellos dos corazones
amantes a solas con su Dios.
Antes de que se retiraran a sus habitaciones, el profesor preparó la habitación para
protegerla de cualquier incursión del vampiro, y le aseguró a la señora Harker que podía
descansar en paz. Ella trató de convencerse de ello y, para calmar a su esposo, aparentó
estar contenta. Era una lucha valerosa y quiero creer que no careció de recompensa. Van
Helsing había colocado cerca de ellos una campana que cualquiera de ellos debía hacer
sonar en caso de que se produjera cualquier eventualidad. Cuando se retiraron, Quincey,
Godalming y yo acordamos que debíamos permanecer en vela, repartiéndonos la noche
entre los tres, para vigilar a la pobre dama y custodiar su seguridad. La primera guardia le
correspondió a Quincey, de modo que el resto de nosotros debía acostarse tan pronto como
fuera posible. Godalming se ha acostado ya, debido a que él tiene el segundo turno de
guardia. Ahora que he terminado mi trabajo, yo también tengo que acostarme.
Del diario de Jonathan Harker
3-4 de octubre, cerca de la medianoche. Creí que el día de ayer no iba a terminar nunca.
Tenía el deseo de dormirme, con la esperanza de que al despertar descubriría que las cosas
habían cambiado y que todos los cambios serían en adelante para mejor. Antes de
separarnos, discutimos sobre cuál debería ser nuestro siguiente paso, pero no pudimos
llegar a ningún resultado. Lo único que sabíamos era que quedaba todavía una caja de
tierra y que solamente el conde sabía dónde se encontraba. Si desea permanecer
escondido, puede confundirnos durante años enteros y, mientras tanto, el pensamiento es
demasiado horrible; no puedo permitirme pensar en ello en este momento. Lo que si sé es
que si alguna vez ha existido una mujer absolutamente perfecta, esa es mi adorada y
herida esposa. La amo mil veces más por su dulce piedad de anoche; una piedad que
hizo que incluso el odio que le tengo al monstruo pareciera despreciable. Estoy seguro de
que Dios no permitirá que el mundo se empobrezca por la pérdida de una criatura
semejante. Esa es una esperanza para mí. Nos estamos dirigiendo todos hacia los escollos,
y la esperanza es la única ancla que me queda. Gracias a Dios, Mina está dormida y no
tiene pesadillas. Temo pensar en cuáles podrían ser sus pesadillas, con recuerdos tan
terribles que pueden provocarlas. No ha estado tan tranquila, por cuanto he podido ver,
desde la puesta del sol. Luego, durante un momento, se extendió en su rostro una calma
tal, que era como la primavera después de las tormentas de marzo.
Pensé en ese momento que debía tratarse del reflejo de la puesta del sol en su rostro,
pero, en cierto modo, ahora sé que se trataba de algo mucho más profundo. No tengo
sueño yo mismo, aunque estoy cansado... Terriblemente cansado. Sin embargo, debo
tratar de conciliar el sueño, ya que tengo que pensar en mañana, y en que no podrá haber
descanso para mí hasta que...
Más tarde. Debo haberme quedado dormido, puesto que me ha despertado Mina, que
estaba sentada en el lecho, con una expresión llena de asombro en el rostro. Podía ver
claramente, debido a que no habíamos dejado la habitación a oscuras; Mina me había
puesto la mano sobre la boca y me susurró al oído:
-¡Chist! ¡Hay alguien en el pasillo!
Me levanté cautelosamente y, cruzando la habitación, abrí la puerta sin hacer ruido.
Cruzado ante el umbral, tendido en un colchón, estaba el señor Morris, completamente
despierto. Levantó una mano, para imponerme silencio, y me susurró:
-¡Silencio! Vuelva a acostarse; no pasa nada. Uno de nosotros va a permanecer aquí
durante toda la noche. ¡No queremos correr ningún riesgo!
Su expresión y su gesto impedían toda discusión, de modo que volví a
acostarme y le dije a Mina lo que sucedía. Ella suspiró y la sombra de una

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sonrisa apareció en su rostro pálido, al tiempo que me rodeaba con sus brazos y me decía
suavemente:
-¡Oh, doy gracias a Dios, por todos los hombres buenos!
Dio un suspiro y volvió a acostarse de espaldas, para tratar de volver a dormirse.
Escribo esto ahora porque no tengo sueño, aunque voy a tratar también de dormirme.

4 de octubre, por la mañana. Mina me despertó otra vez en el transcurso de la noche. Esta
vez, habíamos dormido bien los dos, ya que las luces del amanecer iluminaban ya las
ventanas débilmente, y la lamparita de gas era como un punto, más que como un disco de
luz.
-Vete a buscar al profesor -me dijo apresuradamente-. Quiero verlo enseguida.
-¿Por qué? -le pregunté.
-Tengo una idea. Supongo que debe habérseme ocurrido durante la noche, y que ha
madurado sin darme cuenta de ello. Debe hipnotizarme antes del amanecer, y entonces
podré hablar. Date prisa, querido; ya no queda mucho tiempo.
Me dirigí a la puerta, y vi al doctor Seward que estaba tendido sobre el colchón y que, al
verme, se puso en pie de un salto.
-¿Sucede algo malo? -me preguntó, alarmado.
-No -le respondí-, pero Mina desea ver al doctor van Helsing inmediatamente. Dos o tres
minutos después, van Helsing estaba en la habitación, en sus ropas de dormir, y el señor
Morris y lord Godalming estaban en la puerta, con el doctor Seward, haciendo
preguntas. Cuando el profesor vio a Mina, una sonrisa, una verdadera sonrisa, hizo
que la ansiedad abandonara su rostro; se frotó las manos, y dijo:
-¡Mi querida señora Mina! ¡Vaya cambio! ¡Mire! ¡Amigo Jonathan, hemos recuperado a
nuestra querida señora Mina nuevamente, como antes! -luego, se volvió hacia ella y le dijo
amablemente-: ¿Y qué puedo hacer por usted? Supongo que no me habrá llamado usted a
esta hora por nada.
-¡Quiero que me hipnotice usted! -dijo Mina -. Hágalo antes del amanecer, ya que creo que,
entonces, podré hablar libremente. ¡Dése prisa; ya no nos queda mucho tiempo!
Sin decir palabra, el profesor le indicó que tomara asiento en la cama.
La miró fijamente y comenzó a hacer pases magnéticos frente a ella, desde la parte
superior de la cabeza de mi esposa, hacía abajo, con ambas manos, repitiendo los
movimientos varias veces. Mina lo miró fijamente durante unos minutos, durante los cuales
mi corazón latía como un martillo pilón, debido a que sentía que iba a presentarse pronto
alguna crisis. Gradualmente, sus ojos se fueron cerrando y siguió sentada, absolutamente
inmóvil. Solamente por la elevación de su pecho, al ritmo de su respiración, podía verse
que estaba viva. El profesor hizo unos cuantos pases más y se detuvo; entonces vi que
tenía la frente cubierta de gruesas gotas de sudor. Mina abrió los ojos, pero no parecía ser
la misma mujer. Había en sus ojos una expresión de vacío, como si su mirada estuviera
perdida a lo lejos, y su voz tenía una tristeza infinita, que era nueva para mí. Levantando la
mano para imponerme silencio, el profesor me hizo seña de que hiciera pasar a los demás.
Entraron todos sobre la punta de los pies, cerrando la puerta tras ellos y permanecieron en
pie cerca de la cama, mirando atentamente. Mina no pareció verlos. El silencio
fue interrumpido por el profesor van Helsing, hablando en un tono muy bajo de voz,
para no interrumpir el curso de los pensamientos de mi esposa:
-¿Dónde se encuentra usted?
La respuesta fue dada en un tono absolutamente carente de inflexiones:
-No lo sé. El sueño no tiene ningún lugar que pueda considerar como real. Durante varios
minutos reinó el silencio. Mina continuaba sentada
rígidamente, y el profesor la miraba fijamente; el resto de nosotros apenas nos
atrevíamos a respirar.

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La habitación se estaba haciendo cada vez más clara. Sin apartar los ojos del rostro de
Mina, el profesor me indicó con un gesto que corriera las cortinas, y el día pareció
envolvernos a todos. Una raya rojiza apareció, y una luz rosada se difundió por la
habitación. En ese instante, el profesor volvió a hablar:
-¿Dónde está usted ahora?
La respuesta fue de sonámbula, pero con intención; era como si estuviera interpretando
algo. La he oído emplear el mismo tono de voz cuando lee sus notas escritas en taquigrafía.
-No lo sé. ¡Es un lugar absolutamente desconocido para mí!
-¿Qué ve usted?
-No veo nada; está todo oscuro.
-¿Qué oye usted?
Noté la tensión en la voz paciente del profesor.
-El ruido del agua. Se oye un ruido de resaca y de pequeñas olas que chocan. Puedo oírlas al
exterior.
-Entonces, ¿está usted en un barco?
Todos nos miramos, unos a otros, tratando de comprender algo. Teníamos miedo de
pensar. La respuesta llegó rápidamente:
-¡Oh, sí!
-¿Qué otra cosa oye?
-Ruido de pasos de hombres que corren de un lado para otro. Oigo también el ruido de una
cadena y un gran estrépito, cuando el control del torno cae al trinquete.
-¿Qué está usted haciendo?
-Estoy inmóvil; absolutamente inmóvil. ¡Es algo como la muerte!
La voz se apagó, convirtiéndose en un profundo suspiro, como de alguien que está
dormido, y los ojos se le volvieron a cerrar.
Pero esta vez el sol se había elevado ya y nos encontramos todos en plena luz del día. El
doctor van Helsing colocó sus manos sobre los hombros de Mina, e hizo que su cabeza
reposara suavemente en las almohadas. Ella permaneció durante unos momentos como
una niña dormida y, luego, con un largo suspiro, despertó y se extrañó mucho al vernos a
todos reunidos en torno a ella.
-¿He hablado en sueños? -fue todo lo que dijo.
Sin embargo, parecía conocer la situación, sin hablar, puesto que se sentía ansiosa por
saber qué había dicho. El profesor le repitió la conversación, y Mina le dijo:
-Entonces, no hay tiempo que perder. ¡Es posible que no sea todavía demasiado tarde!
El señor Morris y lord Godalming se dirigieron hacia la puerta, pero la voz tranquila del
profesor los llamó y los hizo regresar sobre sus pasos:
-Quédense, amigos míos. Ese barco, dondequiera que se encuentre, estaba levando anclas
mientras hablaba la señora. Hay muchos barcos levando anclas en este momento, en su
gran puerto de Londres. ¿Cuál de ellos buscamos? Gracias a Dios que volvemos a tener
indicios, aunque no sepamos adónde nos conducen. Hemos estado en cierto modo
ciegos, de una manera muy humana,
¡puesto que al mirar atrás, vemos lo que hubiéramos podido ver al mirar hacia adelante, si
hubiéramos sido capaces de ver lo que era posible ver! ¡Vaya!
¡Esa frase es un rompecabezas!, ¿no es así? Podemos comprender ahora qué estaba
pensando el conde cuando recogió el dinero, cuando el cuchillo esgrimido con rabia por
Jonathan lo puso en un peligro al que todavía teme. Quería huir. ¡Escúchenme: HUIR!
Comprendió que con una sola caja de tierra a su disposición y un grupo de hombres
persiguiéndolo como los perros a un zorro, Londres no era un lugar muy saludable para él.
¡Adelante!, como diría nuestro amigo Arthur, al ponerse su casaca roja para la caza.
Nuestro viejo zorro es astuto, muy astuto, y debemos darle caza con ingenio. Yo también
soy astuto y voy a pensar en él dentro de poco. Mientras tanto, vamos a descansar en paz,
puesto que hay aguas entre nosotros que a él no le agrada cruzar y

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que no podría hacerlo aunque quisiera... A menos que el barco atracara y, en ese caso,
solamente podría hacerlo durante la pleamar o la bajamar.
Además, el sol ha salido y todo el día nos pertenece, hasta la puesta del sol. Vamos a
bañarnos y a vestirnos. Luego, nos desayunaremos, ya que a todos nos hace buena falta.
Además, podremos comer con tranquilidad, puesto que el monstruo no se encuentra en la
misma tierra que nosotros.
Mina lo miró suplicantemente, al tiempo que preguntaba:
-Pero, ¿por qué necesitan ustedes seguir buscándolo, si se ha alejado de nosotros?
El profesor le tomó la mano y le dio unas palmaditas al tiempo que respondía:
-No me pregunte nada al respecto por el momento. Después del desayuno
responderé a sus preguntas.
No aceptó decir nada más, y nos separamos todos para vestirnos.
Después del desayuno, Mina repitió su pregunta. El profesor la miró gravemente
durante un minuto, y luego respondió en tono muy triste:
-Porque, mi querida señora Mina, ahora más que nunca debemos encontrarlo,
¡aunque tengamos que seguirlo hasta los mismos infiernos! Mina se
puso más pálida, al tiempo que preguntaba:
-¿Por qué?
-Porque -respondió van Helsing solemnemente- puede vivir durante varios siglos, y usted
es solamente una mujer mortal. Debemos temer ahora al tiempo..., puesto que ya le dejó
esa marca en la garganta.
Apenas tuve tiempo de recogerla en mis brazos, cuando cayó hacia adelante, desmayada.

XXIV.- DEL DIARIO FONOGRÁFICO DEL DOCTOR SEWARD, NARRADO POR VAN HELSING

Esto es para Jonathan Harker.


Debe usted quedarse con su querida señora Mina. Nosotros debemos ir a ocuparnos de
nuestra investigación..., si es que puedo llamarla así, ya que no es una investigación,
sino algo que ya sabemos, y solamente buscamos una confirmación. Pero usted quédese y
cuídela durante el día de hoy. Esa es lo mejor y lo más sagrado para todos nosotros. De
todos modos, el monstruo no podrá presentarse hoy. Déjeme ponerlo al corriente de lo que
nosotros cuatro sabemos ya, debido a que se lo he comunicado a los demás. El
monstruo, nuestro enemigo, se ha ido; ha regresado a su castillo, en Transilvania. Lo sé
con tanta seguridad como si una gigantesca mano de fuego lo hubiera dejado escrito en la
pared. En cierto modo, se había preparado para ello, y su última caja de tierra estaba
preparada para ser embarcada. Por eso tomó el dinero y se apresuró tanto; para evitar que
lo atrapáramos antes de la puesta del sol. Era su única esperanza, a menos que pudiera
esconderse en la tumba de la pobre Lucy, que él pensaba que era como él y que, por
consiguiente, estaba abierta para él. Pero no le quedaba tiempo. Cuando eso le falló, se
dirigió directamente a su último recurso..., a su última obra terrestre podría decir, si
deseara una double entente. Es inteligente; muy inteligente. Comprendió que había perdido
aquí la partida, y decidió regresar a su hogar. Encontró un barco que seguía la ruta que
deseaba, y se fue en él. Ahora vamos a tratar de descubrir cuál era ese barco y, sin perder
tiempo, en cuanto lo sepamos, regresaremos para comunicárselo a usted. Entonces lo
consolaremos y también a la pobre señora Mina, con nuevas esperanzas. Puesto que es
posible conservar esperanzas, al pensar que no todo se ha perdido. Esa misma criatura a la
que perseguimos tardó varios cientos de años en llegar a Londres y, sin embargo, en un
solo día, en cuanto tuvimos conocimiento de sus andanzas, lo hicimos huir de aquí. Tiene
limitaciones, puesto que tiene el poder de hacer mucho daño, aunque no puede
soportarlo como nosotros. Pero somos fuertes, cada cual a nuestro modo; y somos
todavía mucho más fuertes, cuando estamos

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todos reunidos. Anímese usted, querido esposo de nuestra señora Mina. Esta batalla no ha
hecho más que comenzar y, al final, venceremos...
Estoy tan seguro de ello como de que en las alturas se encuentra Dios vigilando a sus hijos.
Por consiguiente, permanezca animado y consuele a su esposa hasta nuestro regreso.
VAN HELSING
Del diario de Jonathan Harker
4 de octubre. Cuando le leí a Mina el mensaje que me dejó van Helsing en el fonógrafo, mi
pobre esposa se animó considerablemente. La certidumbre de que el conde había salido
del país le proporcionó consuelo ya, y el consuelo es la fortaleza para ella. Por mi parte,
ahora que ese terrible peligro no se encuentra ya cara a cara con nosotros, me resulta casi
imposible creer en él. Incluso mis propias experiencias terribles en el castillo de Drácula
parecen ser como una pesadilla que se hubiese presentado hace mucho tiempo y que
estuviera casi completamente olvidada, aquí, en medio del aire fresco del otoño y bajo la
luz brillante del sol...
Sin embargo, ¡ay!, ¿cómo voy a poder olvidarlo? Entre las nieblas de mi imaginación, mi
pensamiento se detiene en la roja cicatriz que mi adorada y atribulada esposa tiene en la
frente blanca. Mientras esa cicatriz permanezca en su frente, no es posible dejar de creer.
Mina y yo tememos permanecer inactivos, de modo que hemos vuelto a revisar varias
veces todos los diarios. En cierto modo, aunque la realidad parece ser cada vez más
abrumadora, el dolor y el miedo parecen haber disminuido. En todo ello se manifiesta, en
cierto modo, una intención directriz, que resulta casi reconfortante. Mina dice que quizá
seamos instrumentos de un buen final. ¡Puede ser!
Debo tratar de pensar como ella. Todavía no hemos hablado nunca sobre lo futuro. Será
mejor esperar a ver al profesor y a todos los demás, después de su investigación.
El día ha pasado mucho más rápidamente de lo que hubiera creído que podría volver a
pasar para mí. Ya son las tres de la tarde.
Del diario de Mina Harker
5 de octubre, a las cinco de la tarde. Reunión para escuchar informes. Presentes: el
profesor van Helsing, lord Godalming, el doctor Seward, el señor Quincey Morris,
Jonathan Harker y Mina Harker.
El doctor van Helsing describió los pasos que habían dado durante el día, para
descubrir sobre qué barco y con qué rumbo había huido el conde Drácula.
-Sabíamos que deseaba regresar a Transilvania. Estaba seguro de que remontaría la
desembocadura del Danubio; o por alguna ruta del Mar Negro, puesto que vino siguiendo
esa ruta. Teníamos una tarea muy difícil ante nosotros. Omne ignotum pro magnifico; así,
con un gran peso en el corazón, comenzamos a buscar los barcos que salieron anoche para
el Mar Negro. Estaba en un barco de vela, puesto que la señora Mina nos habló de las velas
en su visión. Esos barcos no son tan importantes como para figurar en la lista que aparece
en el Times y, por consiguiente, fuimos, aceptando una sugestión de lord Godalming, a
Lloyd's, donde están anotados todos los barcos que aparejan, por pequeños que
sean. Allí descubrimos que sólo un barco con destino al Mar Negro había salido
aprovechando las mareas. Es el Czarina Catherine y va de Doolittle Wharf con destino a
Varna, a otros puertos y, luego, remontará por el río Danubio.
"Entonces", dije yo, "ese es el barco en que navega el conde." Por
consiguiente, fuimos a Doolittle's Wharf y encontramos a un hombre en una oficina tan
diminuta que el hombre parecía ser mayor que ella. Le preguntamos todo lo relativo a las
andanzas del Czarina Catherine. Maldijo mucho, su rostro se enrojeció y su voz era muy
ríspida; pero no era mal tipo, de todos modos, y cuando Quincey sacó algo del bolsillo y
se lo entregó, produciendo un crujido cuando el hombre lo tomó y lo metió en una
pequeña billetera que llevaba en las profundidades de sus ropas, se convirtió en un tipo
todavía mejor, y humilde servidor nuestro. Nos acompañó y les hizo preguntas a varios

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hombres sudorosos y rudos; esos también resultaron mejores tipos cuando aplacaron su
sed.
Hablaron mucho de sangre y de otras cosas que no entendí, aunque adiviné qué era lo que
querían decir. Sin embargo, nos comunicaron todo lo que deseábamos saber.
"Nos comunicaron, entre otras cosas, que ayer, más o menos a las cinco de la tarde, llegó
un hombre con mucho apresuramiento. Un hombre alto, delgado y pálido, con nariz
aquilina, dientes muy blancos y unos ojos que parecían estar ardiendo. Que iba
vestido todo de negro, con excepción de un sombrero de paja que llevaba y que no le
sentaba bien ni a él ni al tiempo que estaba haciendo, y que distribuyó generosamente su
dinero, haciendo preguntas para saber si había algún barco que se dirigiera hacia el Mar
Negro, y hacia qué punto. Lo llevaron a las oficinas y al barco, a bordo del cual no quiso
subir, sino que se detuvo en el muelle y pidió que el capitán fuera a verlo. El capitán
acudió, cuando le dijeron que le pagaría bien, y aunque maldijo mucho al principio, cerró
trato con él. Entonces, el hombre alto y delgado se fue, no sin que antes le indicara alguien
donde podía encontrar una carreta y un caballo. Pronto volvió, conduciendo él mismo
una carreta sobre la que había una gran caja, que descargó él solo, aunque fueron
necesarios varios hombres para llevarla a la grúa y para meterla a la bodega del barco. Le
dio muchas indicaciones al capitán respecto a cómo y dónde debería ser colocada aquella
caja, pero al capitán no le agradó aquello, lo maldijo en varias lenguas y le dijo que fuera
si quería a ver como era estibada la maldita caja. Pero él dijo que no podía hacerlo en
ese momento; que embarcaría más tarde, ya que tenía muchas cosas en qué ocuparse.
Entonces, el capitán le dijo que se diera prisa... con sangre... ya que aquel barco iba a
aparejar... con sangre... en cuanto fuera propicia la marea... con sangre. Entonces, el
hombre sonrió ligeramente y le dijo que, por supuesto, iría en tiempo útil, pero que no
sería demasiado pronto. El capitán volvió a maldecir como un poligloto y el hombre alto le
hizo una reverencia y le dio las gracias, prometiéndole embarcarse antes de que aparejara,
para no causarle ningún trastorno innecesario. Finalmente, el capitán, más rojo que
nunca, y en muchas otras lenguas, le dijo que no quería malditos franceses piojosos en su
barco. Entonces, después de preguntar dónde podría encontrar un barco no muy lejos, en
donde poder comprar impresos de embarque, se fue. "Nadie sabía adónde había ido, como
decían, puesto que pronto pareció que el Czarina Catherine no aparejaría tan pronto como
habían pensado. Una ligera bruma comenzó a extenderse sobre el río y fue haciéndose
cada vez más espesa, hasta que, finalmente, una densa niebla cubrió al barco y todos sus
alrededores. El capitán maldijo largo y tendido en todas las lenguas que conocía, pero no
pudo hacer nada. El agua se elevaba cada vez más y comenzó a pensar que de todos
modos iba a perder la marea. No estaba de muy buen humor, cuando exactamente en el
momento de la pleamar, el hombre alto y delgado volvió a presentarse y pidió que le
mostraran dónde habían estibado su caja. Entonces, el capitán le dijo que deseaba que
tanto él como su caja estuvieran en el infierno. Pero el hombre no se ofendió y bajó a la
bodega con un tripulante, para ver dónde se encontraba su caja. Luego, volvió a la
cubierta y permaneció allí un rato, envuelto en la niebla. Debió subir de la bodega
solo, ya que nadie lo vio. En realidad, no pensaron más en él, debido a que pronto la niebla
comenzó a levantarse y el tiempo aclaró completamente. Mis amigos sedientos y
malhablados sonrieron cuando me explicaron cómo el capitán maldijo en más lenguas que
nunca y tenía un aspecto más pintoresco que nunca, cuando al preguntarles a otros
marinos que se desplazaban hacia un lado y otro del río a esa hora, descubrió que muy
pocos de ellos habían visto niebla en absoluto, excepto donde se encontraba él, cerca del
muelle. Sin embargo, el navío aparejó con marea menguante, e indudablemente para la
mañana debía encontrarse lejos de la desembocadura del río. Así pues, mientras nos
explicaban todo eso, debía encontrarse lejos ya, en alta mar. "Y ahora,

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señora Mina, tendremos que reposar durante cierto tiempo, puesto que nuestro enemigo
está en el mar, con la niebla a sus órdenes, dirigiéndose hacia la desembocadura del
Danubio. El avance en un barco de vela no es nunca demasiado rápido; por
consiguiente, podremos salir por tierra con mucha mayor rapidez. y lo alcanzaremos allí.
Nuestra mejor esperanza es encontrarlo cuando esté en su caja entre el amanecer y la
puesta del sol, ya que entonces no puede luchar y podremos tratarlo como se merece.
Tenemos varios días a nuestra disposición, durante los cuales podremos hacer planes.
Conocemos todo sobre el lugar a donde debemos ir, puesto que hemos visto al propietario
del barco, que nos ha mostrado facturas y toda clase de documentos. La caja que nos
interesa deberá ser desembarcada en Varna y entregada a un agente, un tal Ristics, que
presentará allá sus credenciales. Así, nuestro amigo marino habrá concluido su parte.
Cuando nos preguntó si pasaba algo malo, ya que de ser así podría telegrafiar a Varna
para que se llevara a cabo una encuesta, le dijimos que no, debido a que nuestro trabajo
no puede llevarse a cabo por la policía ni en la aduana.
Debemos hacerlo nosotros mismos, a nuestro modo." Cuando el doctor van Helsing
concluyó su relato, le pregunté si se había cerciorado de que el conde se había
quedado a bordo del barco. El profesor respondió:
-Tenemos la mejor prueba posible de ello: sus propias declaraciones, cuando estaba usted
en trance hipnótico, esta mañana.
Volví a preguntarle si era necesario que persiguieran al conde, debido a que temía que
Jonathan me dejara sola y sabía que se iría también si los demás lo hacían.
Me habló al principio con calma y cada vez de manera más apasionada. Sin embargo,
conforme continuaba hablando, se airaba más cada vez, hasta que al final vimos que le
quedaba al menos aún parte de aquel dominio de sí mismo que lo hacía maestro entre
los hombres.
-Sí, es necesario... ¡Necesario! ¡Necesario! Por su bien en primer lugar, y por el bien de
toda la humanidad. Ese monstruo ha hecho ya demasiado daño, en el estrecho espacio en
que se encuentra y en el corto tiempo que ha transcurrido desde que era sólo un cuerpo
que estaba buscando su medida en la oscuridad y en la ignorancia. Todo eso se lo he
explicado ya a los demás; usted, mi querida señora Mina, lo escuchará en el fonógrafo de
mi amigo John o en el de su esposo. Les he explicado como el hecho de salir de su tierra
árida..., árida en habitantes..., para venir a este país en el que las personas habitan como
los granos de maíz en una plantación, había sido un trabajo de siglos. Si algún otro
muerto vivo tratara de hacer lo mismo que él, necesitaría para ello todos los siglos del
planeta y todavía no tendría bastante. En el caso del vampiro que nos ocupa, todas las
fuerzas ocultas de la naturaleza, profundas y poderosas, deben haberse unido de alguna
forma monstruosa. El lugar mismo en que permaneció como muerto vivo durante todos
esos siglos, está lleno de rarezas del mundo geológico y químico. Hay fisuras y profundas
cavernas que nadie sabe hasta dónde llegan. Hay también volcanes, algunos de los cuales
expulsan todavía aguas de propiedades extrañas, y gases que matan o vivifican.
Indudablemente, hay algo magnético o eléctrico en algunas de esas combinaciones de
fuerzas ocultas, que obran de manera extraña sobre la vida física, y que en sí mismas
fueron desde el principio grandes cualidades. En tiempos duros y de guerras, fue celebrado
como el hombre de nervios mejor templados, de inteligencia más despierta, y de mejor
corazón. En él, algún principio vital extraño encontró su máxima expresión, y mientras su
cuerpo se fortalecía, se desarrollaba y luchaba, su mente también crecía. Todo esto, con la
ayuda diabólica con que cuenta seguramente, puesto que todo ello debe atribuirse a los
poderes que proceden del bien y que son simbólicos en él. Y ahora, he aquí lo que
representa para nosotros: la ha infectado a usted; perdóneme que le diga eso, señora, pero
lo hago por su bien. La contaminó de una forma tan inteligente, que incluso en el caso de
que no vuelva a hacerlo, solamente podría usted vivir a su modo antiguo y dulce, y

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así, con el tiempo, la muerte, que es común a todos los hombres y está sancionada por el
mismo Dios, la convertirá a usted en una mujer semejante a él. ¡Eso no debe suceder!
Hemos jurado juntos que no lo permitiremos. Así, somos ministros de la voluntad misma de
Dios: que el mundo y los hombres por los que murió Su Hijo, no sean entregados a
monstruos cuya existencia misma es una blasfemia contra Él. Ya nos ha permitido redimir
un alma, y estamos dispuestos, como los antiguos caballeros de las Cruzadas, a redimir
muchas más. Como ellos, debemos ir hacia el Oriente, y como ellos, si debemos caer, lo
haremos por una buena causa.
Guardó silencio un momento y luego dije:
-Pero, ¿no aceptará sabiamente el conde su derrota? Puesto que ha sido expulsado de
Inglaterra, ¿no evitará este país, como evita un tigre el poblado del que ha sido
rechazado?
-¡Ajá! Su imagen sobre el tigre es muy buena y voy a adoptarla. Su devorador de hombres,
como llaman los habitantes de la India a los tigres que han probado la sangre humana,
se desentienden de todas las otras presas, y acechan al hombre hasta que pueden
atacarlo. El monstruo que hemos expulsado de nuestro poblado es un tigre, un devorador
de hombres, que nunca dejará de acechar a sus presas. No, por naturaleza; no es alguien
que se retire y permanezca alejado. Durante su vida, su vida verdadera, atravesó la
frontera turca y atacó a sus enemigos en su propio terreno; fue rechazado, pero, ¿se
conformó? ¡No! Volvió una y otra vez. Observe su constancia y su resistencia. En su
cerebro infantil había concebido ya desde hace mucho tiempo la idea de ir a una gran
ciudad. ¿Qué hizo? Encontró el lugar más prometedor para él de todo el mundo. Entonces,
de manera deliberada, se preparó para la tarea. Descubrió pacientemente cuál es su fuerza
y cuáles son sus poderes. Estudió otras lenguas. Aprendió la nueva vida social; ambientes
nuevos de regiones antiguas, la política, la legislación, las finanzas, las ciencias, las
costumbres de una nueva tierra y nuevos individuos, que habían llegado a existir desde que
él vivía. La mirada que pudo echar a ese mundo no hizo sino aumentar su apetito y
agudizar su deseo. Eso lo ayudó a desarrollarse, al mismo tiempo que su cerebro, puesto
que pudo comprobar cuán acertado había estado en sus suposiciones. Lo había hecho solo,
absolutamente solo, saliendo de una tumba en ruinas, situada en una tierra olvidada. ¿Qué
no podrá hacer cuando el ancho mundo del pensamiento le sea abierto? Él, que puede
reírse de la muerte, como lo hemos visto, que puede fortalecerse en medio de epidemias y
plagas que matan a todos los individuos a su alrededor... ¡Oh! Si tal ser procediera de Dios
y no del Diablo, ¡qué fuerza del bien podría ser en un mundo como el nuestro! Pero
tenemos que librar de él al mundo. Nuestro trabajo debe llevarse a cabo en silencio, y
todos nuestros esfuerzos deben llevarse a cabo en secreto. Puesto que en esta época
iluminada, cuando los hombres no creen ni siquiera en lo que ven, las dudas de los
hombres sabios pueden constituir su mayor fuerza. Serán al mismo tiempo su protección y
su escudo, y sus armas para destruirnos, a nosotros que somos sus enemigos, que
estamos dispuestos a poner en peligro incluso nuestras propias almas para salvar a la que
amamos... por el bien de la humanidad y por el honor y la gloria de Dios.
Después de una discusión general, se llegó a estar de acuerdo en que no debíamos hacer
nada esa noche; que deberíamos dormir y pensar en las conclusiones apropiadas. Mañana,
a la hora del desayuno, debemos volver a reunirnos, y después de comunicar a los demás
nuestras conclusiones, debemos decidirnos por alguna acción determinada...
Siento una maravillosa paz y descanso esta noche. Es como si una presencia espectral
fuera retirada de mí. Quizá...
Mi suposición no fue concluida, ya que vi en el espejo la roja cicatriz que tengo en la frente,
y comprendí que todavía estoy estigmatizada.
Del diario del doctor Seward

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5 de octubre. Todos nos levantamos temprano, y creo que haber dormido nos hizo
mucho bien a todos. Cuando nos reunimos para el desayuno, reinaba entre nosotros una
animación como no habíamos esperado nunca volver a tener.
Es maravilloso ver qué elasticidad hay en la naturaleza humana. Basta que una causa de
obstrucción, sea cual sea, sea retirada de cualquier forma, incluso por medio de la muerte,
para que volvamos a sentir la misma esperanza y alegría de antes. Más de una vez,
mientras permanecimos en torno a la mesa, me pregunté si los horrores de los días
precedentes no habían sido solamente un sueño. Fue solamente cuando vi la cicatriz que
tenía la señora Harker en la frente cuando volví a la realidad. Incluso ahora, cuando estoy
resolviendo el asunto gravemente, es casi imposible comprender que la causa de todos
nuestros problemas existe todavía. Incluso la señora Harker parece olvidarse de su
situación durante largos ratos; solo de vez en cuando, cuando algo se lo recuerda, se
pone a pensar en la terrible marca que lleva en la frente. Debemos reunirnos aquí, en mi
estudio, dentro de media hora, para decidir qué vamos a hacer. Solamente veo una
dificultad inmediata; la veo más por instinto que por raciocinio: tendremos que hablar
todos francamente y, sin embargo, temo que, de alguna manera misteriosa, la lengua de la
pobre señora Harker esté sujeta. Sé que llega a conclusiones que le son propias, y por
cuanto ha sucedido, puedo imaginarme cuán brillantes y verdaderas deben ser; pero no
desea o no puede expresarlas. Le he mencionado eso a van Helsing y él y yo deberemos
conversar sobre ese tema cuando estemos solos. Supongo que parte de ese horrible
veneno que le ha sido introducido en las venas comienza a trabajar. El conde tenía sus
propios propósitos cuando le dio lo que van Helsing llama "el bautismo de sangre del
vampiro". Bueno, puede haber un veneno que se destila de las cosas buenas; ¡en una
época en la que la existencia de tomaínas es un misterio, no debemos sorprendernos de
nada! Algo es seguro: que si mi instinto no me engaña respecto a los silencios de la pobre
señora Harker, existirá una terrible dificultad, un peligro desconocido, en el trabajo que
nos espera. El mismo poder que la hace guardar silencio puede hacerla hablar. No puedo
continuar pensando en ello, porque, de hacerlo, deshonraría con el pensamiento a una
mujer noble.
Más tarde. Cuando llegó el profesor, discutimos sobre la situación. Comprendía que tenía
alguna idea, que quería exponérnosla, pero tenía cierto temor de entrar de lleno en el
tema. Después de muchos rodeos, dijo repentinamente:
-Amigo John, hay algo que usted y yo debemos discutir solos, en todo caso, al principio.
Más tarde, tendremos que confiar en todos los demás.
Hizo una pausa. Yo esperé, y el profesor continuó al cabo de un momento:
-La señora Mina, nuestra pobre señora Mina, está cambiando.
Un escalofrío me recorrió la espina dorsal, al ver que mis suposiciones eran confirmadas de
ese modo. Van Helsing continuó:
-Con la triste experiencia de la señorita Lucy, debemos estar prevenidos esta vez, antes de
que las cosas vayan demasiado lejos. Nuestra tarea es, ahora, en realidad, más difícil que
nunca, y este problema hace que cada hora que pasa sea de la mayor importancia.
Veo las características del vampiro aparecer en su rostro. Es todavía algo muy ligero,
pero puede verse si se le observa sin prejuicios. Sus dientes son un poco más agudos y, a
veces, sus ojos son más duros. Pero eso no es todo; guarda frecuentemente silencio, como
lo hacía la señorita Lucy. No habla, aun cuando escribe lo que quiere que se sepa más
adelante. Ahora, mi temor es el siguiente: puesto que ella pudo, por el trance hipnótico que
provocamos en ella, decir qué veía y oía el conde, no es menos cierto que él, que la
hipnotizó antes, que bebió su sangre y le hizo beber de la suya propia, puede, si lo desea,
hacer que la mente de la señora Mina le revele lo que conoce. ¿No parece justa esa
suposición?
Asentí, y el maestro siguió diciendo:
-Entonces, lo que debemos hacer es evitar eso; debemos mantenerla en la ignorancia de
nuestro intento, para que no pueda revelar en absoluto lo que

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no conoce. ¡Es algo muy doloroso! Tan doloroso, que me duele enormemente tener
que hacerlo, pero es necesario. Cuando nos reunamos hoy, voy a decirle que, por razones
de las que no deseamos hablar, no podrá volver a asistir a nuestros consejos, pero que
nosotros continuaremos custodiándola.
Se enjugó la frente, de la que le había brotado bastante sudor, al pensar en el dolor que
podría causar a aquella pobre mujer que ya estaba siendo tan torturada. Sabía que le
serviría de cierto consuelo el que yo le dijera que, por mi parte, había llegado
exactamente a la misma conclusión, puesto que, por lo menos, le evitaría tener dudas.
Se lo dije, y el efecto fue el que yo esperaba.
Falta ya poco para que llegue el momento de nuestra reunión general. Van Helsing ha ido a
prepararse para la citada reunión y la dolorosa parte que va a tener que desempeñar en
ella. Realmente creo que lo que desea es poder orar a solas.
Más tarde. En el momento mismo en que daba comienzo la reunión, tanto van Helsing
como yo experimentamos un gran alivio. La señora Harker envió un mensaje, por
mediación de su esposo, diciendo que no iba a reunirse con nosotros entonces, puesto que
estaba convencida de que era mejor que nos sintiéramos libres para discutir sobre nuestros
movimientos, sin la molestia de su presencia. El profesor y yo nos miramos uno al otro
durante un breve instante y, en cierto modo, ambos nos sentimos aliviados. Por mi parte,
pensaba que si la señora Harker se daba cuenta ella misma del peligro, habíamos evitado
así un grave peligro y, sin duda, también un gran dolor. Bajo las circunstancias,
estuvimos de acuerdo, por medio de una pregunta y una respuesta, con un dedo en los
labios, para guardarnos nuestras sospechas, hasta que estuviéramos nuevamente en
condiciones de conversar a solas. Pasamos inmediatamente a nuestro plan de campaña.
Van Helsing nos explicó de manera resumida los hechos:
-El Czarina Catherine abandonó el Támesis ayer por la mañana. Necesitará por lo menos,
aunque vaya a la máxima velocidad que puede desarrollar, tres semanas para llegar a
Varna, pero nosotros podemos ir por tierra al mismo lugar en tres días. Ahora bien, si
concedemos dos días menos de viaje al barco, debido a la influencia que tiene sobre
el clima el conde y que nosotros conocemos, y si concedemos un día y una noche como
margen de seguridad para cualquier circunstancia que pueda retrasarnos, entonces, nos
queda todavía un margen de casi dos semanas. Por consiguiente, con el fin de estar
completamente seguros, debemos salir de aquí el día diecisiete, como fecha límite. Luego,
llegaremos a Varna por lo menos un día antes de la llegada del Czarina Catherine, en
condiciones de hacer todos los preparativos que juzguemos necesarios.
Por supuesto, debemos ir todos armados... Armados contra todos los peligros, tanto
espirituales como físicos.
En eso, Quincey Morris añadió:
-Creo haber oído decir que el conde procede de un país de lobos, y es posible que llegue allí
antes que nosotros. Por consiguiente, aconsejo que llevemos Winchesters con nosotros.
Tengo plena confianza en los rifles Winchester cuando se presenta un peligro de ese tipo.
¿Recuerda usted, Art, cuando nos seguía la jauría en Tobolsk? ¡Qué no hubiéramos dado
entonces por poseer un fusil de repetición!
-¡Bien! -dijo van Helsing-. Los Winchesters son muy convenientes. Quincey piensa
frecuentemente con mucho acierto, pero, sobre todo, cuando se trata de cazar. Las
metáforas son más deshonrosas para la ciencia que los lobos peligrosos para el hombre.
Mientras tanto, no podemos hacer aquí nada en absoluto, y como creo que ninguno de
nosotros está familiarizado con Varna,
¿por qué no vamos allá antes?
Resultará tan largo el esperar aquí como el hacerlo allá. Podemos prepararnos entre hoy y
mañana, y entonces, si todo va bien, podremos ponemos en camino nosotros cuatro.

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-¿Los cuatro? -dijo Harker, interrogativamente, mirándonos a todos, de uno en uno.
-¡Naturalmente! -dijo el profesor con rapidez-. ¡Usted debe quedarse para cuidar a su dulce
esposa!
Harker guardó silencio un momento, y luego dijo, con voz hueca:
-Será mejor que hablemos de esto mañana. Voy a consultar con Mina al
respecto.
Pensé que ése era el momento oportuno para que van Helsing le advirtiera que no debería
revelar a su esposa cuáles eran nuestros planes, pero no se dio por aludido.
Lo miré significativamente y tosí. A modo de respuesta, se puso un dedo en los labios y
se volvió hacia otro lado.
Del diario de Jonathan Harker
Octubre, por la tarde. Durante un buen rato, después de nuestra reunión de esta mañana,
no pude reflexionar. Las nuevas fases de los asuntos me dejaron la mente en un estado tal,
que me era imposible pensar con claridad. La determinación de Mina de no tomar parte
activa en la discusión me tenía preocupado y, como no me era posible discutir de eso
con ella, solamente podía tratar de adivinar. Todavía estoy tan lejos como al principio de
haber hallado la solución a esa incógnita. Asimismo, el modo en que los demás recibieron
esa determinación, me asombró; la última vez que hablamos de todo ello, acordamos que
ya no deberíamos ocultarnos nada en absoluto unos a otros. Mina está dormida ahora,
calmada y tranquila como una niñita. Sus labios están entreabiertos y su rostro sonríe de
felicidad. ¡Gracias a Dios, incluso ella puede gozar aún de momentos similares!
Más tarde. ¡Qué extraño es todo! Estuve observando el rostro de Mina, que reflejaba tanta
felicidad, y estuve tan cerca de sentirme yo mismo feliz un momento, como nunca
hubiera creído que fuera posible otra vez. Conforme avanzó la tarde y la tierra
comenzó a cubrirse de sombras proyectadas por los objetos a los que iluminaba la luz del
sol que comenzaba a estar cada vez más bajo, el silencio de la habitación comenzó a
parecerme cada vez más solemne. De repente, Mina abrió los ojos y, mirándome con
ternura, me dijo:
-Jonathan, deseo que me prometas algo, dándome tu palabra de honor. Será una promesa
que me harás a mí, pero de manera sagrada, teniendo a Dios como testigo, y que no
deberás romper, aunque me arrodille ante ti y te implore con lágrimas en los ojos.
Rápido; debes hacerme esa promesa inmediatamente.
-Mina -le dije-, no puedo hacerte una promesa de ese tipo inmediatamente. Es posible que
no tenga derecho a hacértela.
-Pero, querido -dijo con una tal intensidad espiritual que sus ojos refulgían como si fueran
dos estrellas polares-, soy yo quien lo desea, y no por mí misma. Puedes preguntarle al
doctor van Helsing si no tengo razón; si no está de acuerdo, podrás hacer lo que mejor te
parezca. Además, si están todos de acuerdo, quedarás absuelto de tu promesa.
-¡Te lo prometo! -le dije; durante un momento, pareció sentirse extraordinariamente feliz,
aunque en mi opinión, toda felicidad le estaba vedada, a causa de la cicatriz que tenía en la
frente.
-Prométeme que no me dirás nada sobre los planes que hagan para su campaña en contra
del conde -me dijo-. Ni de palabra, ni por medio de inferencias ni implicaciones, en tanto
conserve esto.
Y señaló solemnemente la cicatriz de su frente. Vi que estaba hablando en serio y le dije
solemnemente también:
-¡Te lo prometo!
Y en cuanto pronuncié esas palabras comprendí que acababa de cerrarse una puerta entre
nosotros.
Más tarde, a la medianoche. Mina se ha mostrado alegre y animada durante toda la tarde.
Tanto, que todos los demás parecieron animarse a su vez, como dejándose contagiar por
su alegría; como consecuencia de ello, yo también me sentí como si el peso tremendo
que pesa sobre todos nosotros se hubiera

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aligerado un poco. Todos nos retiramos temprano a nuestras habitaciones. Mina está
durmiendo ahora como un bebé; es maravilloso que le quede todavía la facultad de dormir,
en medio de su terrible problema. Doy gracias a Dios por ello, ya que, de ese modo, al
menos podrá olvidarse ella de su dolor. Es posible que su ejemplo me afecte, como lo hizo
su alegría de esta tarde. Voy a intentarlo. ¡Qué sea un sueño sin pesadillas!

6 de octubre, por la mañana. Otra sorpresa. Mina me despertó temprano, casi a la misma
hora que el día anterior, y me pidió que le llevara al doctor van Helsing. Pensé que se
trataba de otra ocasión para el hipnotismo y, sin vacilaciones, fui en busca del profesor.
Evidentemente, había estado esperando una llamada semejante, ya que lo encontré en su
habitación completamente vestido. Tenía la puerta entreabierta, como para poder oír el
ruido producido por la puerta de nuestra habitación al abrirse. Me acompañó
inmediatamente; al entrar en la habitación, le preguntó a Mina si deseaba que los demás
estuvieran también presentes.
-No -dijo con toda simplicidad-; no será necesario. Puede usted decírselo más tarde. Deseo
ir con ustedes en su viaje.
El doctor van Helsing estaba tan asombrado como yo mismo. Al cabo de un momento de
silencio, preguntó:
-Pero, ¿por qué?
-Deben llevarme con ustedes. Yo estoy más segura con ustedes, y ustedes mismos
estarán también más seguros conmigo.
-Pero, ¿por qué, querida señora Mina? Ya sabe usted que su seguridad es el primero y el
más importante de nuestros deberes. Vamos a acercarnos a un peligro, al que usted
está o puede estar más expuesta que ninguno de nosotros, por las circunstancias y
las cosas que han sucedido.
Hizo una pausa, sintiéndose confuso.
Al replicar, Mina levantó una mano y señaló hacia su frente.
-Ya lo sé. Por eso que debo ir. Puedo decírselo a ustedes ahora, cuando el sol va a salir;
es posible que no pueda hacerlo más tarde. Sé que cuando el conde me quiera a su lado,
tendré que ir. Sé que si me dice que vaya en secreto, tendré que ser astuta y no me
detendrá ningún obstáculo... Ni siquiera Jonathan.
Dios vio la mirada que me dirigió al tiempo que hablaba, y si había allí presente uno de los
ángeles escribanos, esa mirada ha debido quedar anotada para honor eterno de ella. Lo
único que pude hacer fue tomarla de la mano, sin poder hablar; mi emoción era
demasiado grande para que pudiera recibir el consuelo de las lágrimas. Continuó hablando:
-Ustedes, los hombres, son valerosos y fuertes. Son fuertes reunidos, puesto que pueden
desafiar juntos lo que destrozaría la tolerancia humana de alguien que tuviera que
guardarse solo. Además, puedo serles útil, puesto que puede usted hipnotizarme y hacer
que le diga lo que ni siquiera yo sé.
El profesor hizo una pausa antes de responder.
-Señora Mina, es usted, como siempre, muy sabia. Debe usted acompañarnos, y haremos
juntos lo que sea necesario que hagamos.
El largo silencio que guardó Mina me hizo mirarla. Había caído de espaldas sobre las
almohadas, dormida; ni siquiera despertó cuando levanté las persianas de la ventana y
dejé que la luz del sol iluminara plenamente la habitación. Van Helsing me hizo seña de que
lo acompañara en silencio. Fuimos a su habitación y, al cabo de un minuto, lord
Godalming, el doctor Seward y el señor Morris estuvieron también a nuestro lado. Les
explicó lo que le había dicho Mina y continuó hablando:
-Por la mañana, debemos salir hacia Varna. Debemos contar ahora con un nuevo factor: la
señora Mina. Pero su alma es pura. Es para ella una verdadera agonía decirnos lo que nos
ha dicho, pero es muy acertado, y así estaremos advertidos a tiempo. No debemos
desaprovechar ninguna oportunidad y, en

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Varna, debemos estar dispuestos a actuar en el momento en que llegue ese barco.
-¿Qué deberemos hacer exactamente? -preguntó el señor Morris, con su habitual
laconismo.
El profesor hizo una pausa, antes de responder.
-Primeramente, debemos tomar ese navío; luego, cuando hayamos identificado la caja,
debemos colocar una rama de rosal silvestre sobre ella. Deberemos sujetarla, ya que
cuando la rama está sobre la caja, nadie puede salir de ella. Al menos así lo dice la
superstición. Y la superstición debe merecemos confianza en principio; era la fe del
hombre en la antigüedad, y tiene todavía sus raíces en la fe. Luego, cuando
tengamos la oportunidad que estamos buscando... Cuando no haya nadie cerca para
vernos, abriremos la caja y..., y todo habrá concluido.
-No pienso esperar a que se presente ninguna oportunidad -dijo Morris-. En cuanto vea la
caja, la abriré y destruiré al monstruo, aunque haya mil hombres observándome, y
aunque me linchen un momento después.
Agarré su mano instintivamente y descubrí que estaba tan firme como un pedazo de acero.
Pienso que comprendió mi mirada; espero que la entendiera.
-¡Magnífico! -dijo el profesor van Helsing-. ¡Magnífico! ¡Nuestro amigo Quincey es un
hombre verdadero! ¡Que Dios lo bendiga por ello! Amigo mío, ninguno de nosotros se
quedará atrás ni será detenido por ningún temor. Estoy diciendo solamente lo que
podremos hacer... Lo que debemos hacer. Pero en realidad ninguno de nosotros puede
decir qué hará. Hay muchas cosas que pueden suceder, y sus métodos y fines son tan
diversos que, hasta que llegue el momento preciso, no podremos decirlo. De todos modos,
deberemos estar armados, y cuando llegue el momento final, nuestro esfuerzo no debe
resultar vano. Ahora, dediquemos el día de hoy a poner todas nuestras cosas en orden.
Dejemos preparadas todas las cosas relativas a otras personas que nos son queridas o que
dependen de nosotros, puesto que ninguno de nosotros puede decir qué, cuándo ni cómo
puede ser el fin. En cuanto a mí, todos mis asuntos están en orden y, como no tengo nada
más que hacer, voy a preparar ciertas cosas y a tomar ciertas disposiciones para el viaje.
Voy a conseguir todos nuestros billetes, etcétera.
No había nada más de qué hablar, y nos separamos.
Ahora debo poner en orden todos mis asuntos sobre la tierra y estar preparado para
cualquier cosa que pueda suceder...
Más tarde. Ya está todo arreglado. He hecho mi testamento y todo está completo. Mina, si
sobrevive, es mi única heredera. De no ser así, entonces, nuestros amigos, que tan buenos
han sido con nosotros, serán mis herederos.
Se acerca el momento de la puesta del sol; el desasosiego de Mina me hace darme cuenta
de ello. Estoy seguro de que existe algo en su mente que despierta en el momento de la
puesta del sol. Esos momentos están llegando a ser muy desagradables para todos
nosotros, puesto que cada vez que el sol se pone o sale, representa la posibilidad de un
nuevo peligro..., de algún nuevo dolor que, sin embargo, puede ser un medio del
Señor para un buen fin. Escribo todas estas cosas en mi diario, debido a que mi
adorada esposa no debe tener conocimiento de ellas por ahora, pero si es posible que las
pueda leer más tarde, estará preparado para que pueda hacerlo.
Me está llamando en este momento.

XXV.- DEL DIARIO DEL DOCTOR

SEWARD

11 de octubre, por la noche. Jonathan Harker me ha pedido que tome nota de todo esto, ya
que dice no estar en condiciones de encargarse de esta tarea, y que desea que
mantengamos un registro preciso de los acontecimientos.
Creo que ninguno de nosotros se sorprendió cuando nos pidieron que fuéramos a ver a la
señora Harker, poco antes de la puesta del sol. Hacía tiempo que habíamos llegado todos a

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comprender que el momento de la salida del sol y el

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de su puesta eran momentos durante los que gozaba ella de mayor libertad; cuando su
antigua personalidad podía manifestarse sin que ninguna fuerza exterior la subyugara, la
limitara o la incitara a entrar en acción. Esa condición o humor comienza siempre como
media hora antes de la puesta del sol y de su salida, y dura hasta que el sol se encuentra
alto, o hasta que las nubes, con el sol oculto, brillan todavía por los rayos de luz que brotan
del horizonte. Al principio, se trata de una especie de condición negativa, como si se
rompiera algún asidero y, a continuación, se presenta rápidamente la libertad absoluta; sin
embargo, cuando cesa la libertad, el retroceso tiene lugar muy rápidamente, precedido
solamente por un período de silencio, que es una advertencia.
Esta noche, cuando nos reunimos, parecía estar reprimida y mostraba todos los signos de
una lucha interna. Sin embargo, vi que hizo un violento esfuerzo en cuanto le fue posible.
Sin embargo, unos cuantos minutos le dieron control completo de sí misma; luego,
haciéndole a su esposo una seña para que se sentara junto a ella, en el diván, donde
estaba medio reclinada, hizo que todos los demás acercáramos nuestras sillas.
Luego, tomando una mano de su esposo entre las suyas, comenzó a decir:
-¡Estamos todos juntos aquí, libremente, quizá por última vez! Ya lo sé, querido; ya sé que
tú estarás siempre conmigo, hasta el fin -eso lo dijo dirigiéndose a su esposo, cuya mano,
como pudimos ver, tenía apretada-. Mañana vamos a irnos, para llevar a cabo nuestra
tarea, y solamente Dios puede saber lo que nos espera a cada uno de nosotros. Van a ser
muy buenos conmigo al aceptar llevarme. Sé lo que todos ustedes, hombres sinceros y
buenos, pueden hacer por una pobre y débil mujer, cuya alma está quizá perdida... ¡No,
no, no! ¡Todavía no! Pero es algo que puede producirse tarde o temprano. Y sé que lo
harán. Y deben recordar que yo no soy como ustedes. Hay un veneno en mi sangre y en mi
alma, que puede destruirme; que debe destruirme, a menos que obtengamos algún alivio.
Amigos míos, saben ustedes tan bien como yo que mi alma está en juego, y aun cuando
sé que hay un modo en que puedo salir de esta situación, ni ustedes ni yo debemos
aceptarlo.
Nos miró de manera suplicante a todos, uno por uno, comenzando y terminando con su
esposo.
-¿Cuál es ese modo? -inquirió van Helsing, con voz ronca. ¿Cuál es esa solución que no
debemos ni podemos aceptar?
-Que muera yo ahora mismo, ya sea por mi propia mano o por mano de alguno de ustedes,
antes de que el mal sea consumado. Tanto ustedes como yo sabemos que una vez muerta,
ustedes podrían liberar mi espíritu y lo harían, como lo hicieron en el caso de la pobre y
querida Lucy. Si fuera la muerte o el miedo a la muerte el único obstáculo que se
interpusiera en nuestro camino, no tendría ningún inconveniente en morir aquí, ahora
mismo, en medio de los amigos que me aman. Pero la muerte no lo es todo. No creo que
sea voluntad de Dios que yo muera en este caso, cuando todavía hay esperanzas y nos
espera a todos una difícil tarea. Por consiguiente, por mi parte, rechazo en este momento
lo que podría ser el descanso eterno y salgo al exterior, a la oscuridad, donde pueden
encontrarse las cosas más malas que el mundo o el más allá encierran.
Guardamos todos silencio, ya que comprendíamos de manera instintiva que se trataba
solamente de un preludio. Los rostros de todos los demás estaban serios, y el de Harker se
había puesto pálido como el de un cadáver; quizá adivinaba, mejor que ninguno de
nosotros, lo que iba a seguir.
La señora Harker continuó:
-Esa es mi contribución -no pude evitar el observar el empleo de esas palabras
en aquellas circunstancias y dichas con una seriedad semejante-.
¿Cuál será la contribución de cada uno de ustedes? La vida, lo sé continuó diciendo
rápidamente-; eso es fácil para los hombres valientes. Sus vidas son

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de Dios y pueden ustedes devolverle lo que le pertenece, pero, ¿qué es lo que van a darme
a mí?
Volvió a mirarnos inquisitivamente, pero esta vez evitó posar su mirada en el rostro de su
esposo.
Quincey pareció comprender, asintió y el rostro de la señora Harker se iluminó.
-Entonces, debo decirles claramente qué deseo, puesto que no deben quedar dudas a este
respecto entre todos nosotros. Deben ustedes prometerme, todos juntos y uno por uno,
incluyéndote a ti, mi amado esposo, que, si se hace necesario, me matarán.
-¿Cuándo será, eso? -la voz era de Quincey, pero era baja y llena de tensión.
-Cuando estén ustedes convencidos de que he cambiado tanto que es mejor que muera a
que continúe viviendo. Entonces, cuando mi carne esté muerta, sin un momento de
retraso, me atravesarán con una estaca, me cortarán la cabeza o harán cualquier cosa que
pueda hacerme reposar en paz.
Quincey fue el primero en levantarse después de la pausa. Se arrodilló ante ella y,
tomándole la mano, le dijo solemnemente:
-Soy un tipo vulgar que, quizá, no he vivido como debe hacerlo un hombre para merecer
semejante distinción; pero le juro a usted, por todo cuanto me es sagrado y querido que, si
alguna vez llega ese momento, no titubearé ni trataré de evadirme del deber que usted
nos ha impuesto. ¡Y le prometo también que me aseguraré, puesto que si tengo dudas,
consideraré que ha llegado el momento!
-¡Mi querido amigo! -fue todo lo que pudo decir en medio de las lágrimas que corrían
rápidamente por sus mejillas, antes de inclinarse y besarle a Morris la mano.
-¡Yo le juro lo mismo, señora Mina! -dijo van Helsing.
-¡Y yo! -dijo lord Godalming, arrodillándose ambos, por turno, ante ella, para hacer su
promesa.
Los seguí yo mismo.
Entonces, su esposo se volvió hacia ella, con rostro descompuesto y una palidez verdosa
que se confundía con la blancura de su cabello, y preguntó:
-¿Debo hacerte yo también esa promesa, esposa mía?
-Tú también, amor mío -le respondió ella, con una lástima infinita reflejada en sus ojos y en
su voz-. No debes vacilar. Tú eres el más cercano y querido del mundo para mí; nuestras
almas están fundidas en una por toda la vida y todos los tiempos.
Piensa, querido, que ha habido épocas en las que hombres valerosos han matado a sus
esposas y a sus hijas, para impedir que cayeran en manos de sus enemigos. Sus manos no
temblaron en absoluto, debido a que aquellas a quienes amaban les pedían que acabaran
con ellas. ¡Es el deber de los hombres para quienes aman, en tiempos semejantes de dura
prueba! Y, amor mío, si la mano de alguien debe darme la muerte, deja que sea la mano
de quien más me ama. Doctor van Helsing, no he olvidado la gracia que le hizo usted a la
persona que más amaba, en el caso de la pobre Lucy -se detuvo, sonrojándose
ligeramente, y cambió su frase-, al que más derecho tenía a darle la paz. Si se presenta
otra vez una ocasión semejante cuento con usted para que establezca ese recuerdo en la
vida de mi esposo, que sea su mano amorosa la que me libere de esa terrible maldición que
pesa sobre mí.
-¡Lo juro nuevamente! -dijo el profesor, con voz resonante.
La señora Harker sonrió, verdaderamente sonrió, al tiempo que con un verdadero suspiro
se echaba hacia atrás y decía:
-Ahora, quiero hacerles una advertencia; una advertencia que nunca puedan olvidar: esta
vez, si se presenta, puede hacerlo con rapidez y de manera inesperada, y en ese caso, no
deben perder tiempo en aprovechar esa oportunidad. En ese momento puedo estar yo
misma..., mejor dicho, si llega ese momento, lo estaré... Aliada a nuestro enemigo, en
contra de ustedes.

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"Una petición más -se hizo muy solemne al decirlo-. No es nada vital ni necesario como la
otra petición, pero deseo que hagan algo por mí, si así lo quieren."
Todos asentimos, pero nadie dijo nada; no había necesidad de hablar.
-Quiero que lean ustedes el Oficio de Difuntos.
Un fuerte gemido de su esposo la interrumpió; tomó su mano entre las suyas, se la llevó
al corazón y continuó:
-Algún día tendrás que leerlo sobre mí, sea cual sea el final de este terrible estado
de cosas. Será un pensamiento dulce para todos o para algunos de nosotros. Tú, amor mío,
espero que serás quien lo lea, porque así será tu voz la que recuerde para siempre, pase lo
que pase.
-¿Debo leer eso, querida mía? -preguntó Jonathan.
-¡Eso me consolará, esposo mío! -fue todo lo que dijo ella. Y Jonathan
comenzó a leer, después de preparar el libro.
¿Cómo voy a poder, cómo podría alguien, describir aquella extraña escena, su solemnidad,
su lobreguez, su tristeza, su horror y, sin embargo, también su dulzura?
Incluso un escéptico, que solamente pudiera ver una farsa de la amarga verdad en
cualquier cosa sagrada o emocional, se hubiera impresionado profundamente, al ver a
aquel pequeño grupo de amigos devotos y amantes, arrodillados en torno a aquella triste y
desventurada dama; o sentir la tierna pasión que tenía la voz de su esposo, cuyo tono era
tan emocionado que frecuentemente tenía que hacer una pausa, leyendo el sencillo y
hermoso Oficio de Difuntos. No... No puedo continuar, las palabras y la voz... me faltan.
Su instinto no la engañó. Por extraño que pareciera y que fuera, y que, sobre todo, pueda
parecer después incluso a nosotros, que en ese momento pudimos sentir su poderosa
influencia, nos consoló mucho; y el silencio que precedía a la pérdida de libertad espiritual
de la señora Harker, no nos pareció tan lleno de desesperación como todos nosotros
habíamos temido.
Del diario de Jonathan Harker
15 de octubre, en Varna. Salimos de Charing Cross por la mañana del día doce, llegamos a
París durante la misma noche y ocupamos las plazas que habíamos reservado en el Orient
Express. Viajamos día y noche y llegamos aquí aproximadamente a las cinco. Lord
Godalming fue al consulado, para ver si le había llegado algún telegrama, mientras el resto
de nosotros vinimos a este hotel..., "el Odessus". El viaje pudo haber resultado atractivo;
sin embargo, estaba demasiado ansioso para preocuparme de ello.
Hasta el momento en que el Czarina Catherine llegue al puerto no habrá nada en todo el
mundo que me interese en absoluto. ¡Gracias a Dios!, Mina está bien y parece estar
recuperando sus fuerzas; está recuperando otra vez el color. Duerme mucho. Durante el
día, duerme casi todo el tiempo. Sin embargo, antes de la salida y de la puesta del sol, se
encuentra muy despierta y alerta, y se ha convertido en una costumbre para van Helsing
hipnotizarla en esos momentos. Al principio, era preciso cierto esfuerzo y necesitaba hacer
muchos pases, pero ahora, ella parece responder en seguida, como por costumbre, y
apenas si se necesita alguna acción. El profesor parece tener poder en esos momentos
particulares; le basta con quererlo, y los pensamientos de mi esposa le obedecen.
Siempre le pregunta qué puede ver y oír. A la primera pregunta, Mina responde:
-Nada; todo está oscuro. Y a la segunda:
-Oigo las olas que se estrellan contra los costados del navío y el ruido característico del
agua. Las velas y las cuerdas se tensan y los mástiles y planchas crujen. El viento es
fuerte... Lo oigo sobre la cubierta, y la espuma que levanta la popa cae sobre el
puente.
Es evidente que el Czarina Catherine se encuentra todavía en el mar, apresurándose a
recorrer la distancia que lo separa de Varna. Lord Godalming acaba de regresar. Tiene
cuatro telegramas, uno para cada uno de los cuatro

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días transcurridos y todos para el mismo efecto: el de asegurarse de que el Czarina
Catherine no le había sido señalado al Lloyd's de ninguna parte. Había tomado
disposiciones para que el agente le enviara un telegrama diario, indicándole si el navío
había sido señalado. Tenía que recibir un mensaje cada día, incluso en el caso de que no
hubiera noticia alguna del barco, para que pudiera estar seguro de que montaban la
guardia realmente al otro lado de la línea telegráfica.
Cenamos y nos acostamos temprano. Mañana iremos a ver al vicecónsul, para llegar a un
acuerdo, si es posible, con el fin de subir a bordo del barco en cuanto llegue al muelle. Van
Helsing dice que nuestra mejor oportunidad consiste en llegar al barco entre el amanecer y
la puesta del sol. El conde, aunque tome la forma de murciélago, no puede cruzar el agua
por su propia voluntad y, por consiguiente, no puede abandonar el barco. Como no puede
adoptar la forma humana sin levantar sospechas, lo cual no debe ir muy de acuerdo con
sus deseos, permanecerá encerrado en la caja. Si podemos entonces subir a bordo después
de la salida del sol, estará completamente a nuestra merced, puesto que podremos abrir
la caja y asegurarnos de él, como lo hicimos con la pobre Lucy, antes de que
despierte. La piedad que pueda despertar en algunos de nosotros o en todos, no debe
tomarse en cuenta. No creemos que vayamos a tener muchas dificultades con los
funcionarios públicos o los marinos. ¡Gracias a Dios! Este es un país en el que es posible
utilizar el soborno y todos nosotros disponemos de dinero en abundancia. Solamente
debemos ver que el barco no pueda entrar en el puerto entre la puesta del sol y el
amanecer, sin que nos adviertan de ello y, así, estaremos sobre seguro. El juez Bolsa de
Dinero resolverá este caso, creo yo.

16 de octubre. El informe de Mina sigue siendo el mismo: choques de las olas y ruidos del
agua, oscuridad y vientos favorables. Evidentemente, estamos a tiempo, y para cuando
llegue el Czarina Catherine, estaremos preparados. Como debe pasar por el estrecho de los
Dardanelos, estamos seguros de recibir entonces algún informe.

17 de octubre. Todo está dispuesto ya, creo yo, para recibir al conde al regreso de su
viaje. Godalming les dijo a los estibadores que creía que la caja contenía probablemente
algo que le habían robado a un amigo suyo y obtuvo el consentimiento para abrirla,
bajo su propia responsabilidad. El armador le dio un papel en el que indicaba al capitán que
le diera todas las facilidades para hacer lo que quisiera a bordo del navío, y, asimismo, una
autorización similar, destinada a su agente en Varna. Hemos visitado al agente, que se
impresionó mucho por los modales de lord Godalming para con él, y estamos seguros de
que todo lo que pueda hacer para satisfacer nuestros deseos, lo hará. Ya hemos resuelto lo
que deberemos hacer, en el caso de que recibamos la caja abierta. Si el conde se
encuentra en el interior, van Helsing y el doctor Seward deberán cortarle la cabeza
inmediatamente y atravesarle el corazón con una estaca.
Morris, lord Godalming y yo debemos evitar las intromisiones, incluso en el caso de que sea
preciso utilizar las armas, que tendremos preparadas. El profesor dice que si podemos
tratar así el cuerpo del conde, se convertirá en polvo inmediatamente. En ese caso, no
habrá pruebas contra nosotros, en el caso de que hubiera sospechas de asesinato. Pero,
incluso si no sucediera así, deberemos salir bien o mal de nuestro acto y es posible que
algún día, en lo futuro, estos escritos puedan servir para interponerse entre algunos de
nosotros y la horca. En lo que a mí respecta, correré el riesgo sintiéndome muy
agradecido, si fuera necesario. No pensamos dejar nada al azar para llevar a cabo
nuestro intento. Hemos tomado disposiciones con varios funcionarios, para que se nos
informe por medio de un mensajero especial en cuanto el Czarina Catherine sea avistado.

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24 de octubre. Llevamos toda una semana esperando. Lord Godalming recibe diariamente
sus telegramas, pero siempre dicen lo mismo: "No ha sido señalado aún." La respuesta de
Mina por las mañanas y las tardes, siempre en trance hipnótico, no ha cambiado: choque
de olas, ruidos del agua y crujidos de los mástiles.
Telegrama, 24 de octubre
Rufus Smith, Lloyd's, Londres, a lord Godalming, a cargo
del H. Vicecónsul inglés en Varna
"Czarina Catherine señalado esta mañana en los Dardanelos." Del diario
del doctor Seward
25 de octubre. ¡Cómo echo en falta mi fonógrafo! Escribir un diario con pluma me resulta
desesperante. Pero van Helsing dice que debo hacerlo. Estuvimos todos muy nerviosos
ayer, cuando Godalming recibió su telegrama de Lloyd's. Ahora comprendo perfectamente
lo que los hombres sienten en las batallas, cuando se les da órdenes de entrar en acción.
La única de nuestro grupo que no mostró ninguna señal de emoción fue la señora Harker.
Después de todo, no es extraño que no se emocionara, ya que tuvimos especial cuidado en
no dejar que ella supiera nada sobre ello y todos tratamos de no mostrarnos turbados en
su presencia. En otros tiempos, estoy seguro de que lo hubiera notado inmediatamente,
por mucho que hubiéramos tratado de ocultárselo, pero, en realidad, ha cambiado mucho
durante las últimas tres semanas. La letargia se hace cada vez mayor en ella y está
recuperando parte de sus colores. Van Helsing y yo no nos sentimos satisfechos.
Hablamos frecuentemente de ella; sin embargo, no les hemos dicho ni una palabra a los
demás. Eso destrozaría el corazón al pobre Harker, o por lo menos su sistema nervioso,
si supiera que teníamos aunque solamente fueran sospechas al respecto. Van Helsing me
dice que le examina los dientes muy cuidadosamente, mientras está en trance hipnótico,
puesto que asegura que en tanto no comiencen a aguzarse, no existe ningún peligro activo
de un cambio en ella. Si ese cambio se produce..., ¡lo hará en varias etapas...! Ambos
sabemos cuáles serán necesariamente estas etapas, aunque no nos confiamos nuestros
pensamientos el uno al otro. No debemos ninguno de nosotros retroceder ante la tarea...
por muy tremenda que pueda parecernos. ¡La "eutanasia" es una palabra excelente y
consoladora! Le estoy agradecido a quienquiera que sea el que la haya inventado.
Hay sólo unas veinticuatro horas de navegación a vela de los Dardanelos a este lugar,
a la velocidad que el Czarina Catherine ha venido desde Londres. Por consiguiente, deberá
llegar durante la mañana, pero como no es posible que llegue antes del mediodía, nos
disponemos todos a retirarnos pronto a nuestras habitaciones.
Debemos levantarnos a la una, para estar preparados.

25 de octubre, al mediodía. Todavía no hemos recibido noticias de la llegada del navío. El


informe hipnótico de la señora Harker esta mañana fue el mismo de siempre; por
consiguiente, es posible que recibamos las noticias al respecto en cualquier momento.
Todos los hombres estamos febriles a causa de la excitación, excepto Harker, que está
tranquilo; sus manos están frías como el hielo y, hace una hora, lo encontré humedeciendo
el filo del gran cuchillo gurka que siempre lleva ahora consigo. ¡Será un mal momento para
el conde si el filo de ese "kukri" llega a tocarle la garganta, empuñado por unas manos tan
frías y firmes!
Van Helsing y yo estamos un tanto alarmados hoy respecto a la señora Harker. Cerca del
mediodía se sumió en una especie de letargo que no nos agrada en absoluto, aunque
mantuvimos el secreto, y no les dijimos nada a los demás, no nos sentimos contentos en
absoluto de ello. Estuvo inquieta toda la mañana, de tal modo que, al principio, nos
alegramos al saber que se había dormido. Sin embargo, cuando su esposo mencionó que
estaba tan profundamente dormida que no había podido despertarla, fuimos a su habitación
para verla nosotros mismos. Estaba respirando con naturalidad y tenía un aspecto tan
agradable y

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lleno de paz, que estuvimos de acuerdo en que el sueño era mejor para ella que
ninguna otra cosa. ¡Pobre mujer! Tiene tantas cosas que olvidar, que no es extraño que
el sueño, si le permite el olvido, le haga mucho bien.
Más tarde. Nuestra opinión estaba justificada, puesto que, después de un buen sueño de
varias horas, despertó; parecía estar más brillante y mejor que lo que lo había estado
durante varios días. Al ponerse el sol, dio el mismo informe que de costumbre.
Sea donde sea que se encuentre, en el Mar Negro, el conde se está apresurando en llegar a
su punto de destino. ¡Confío en que será a su destrucción!

26 de octubre. Otro día más, y no hay señales del Czarina Catherine. Ya debería haber
llegado. Es evidente que todavía está navegando hacia alguna parte, ya que el informe
hipnótico de la señora Harker, antes de la salida del sol, fue exactamente el mismo. Es
posible que el navío permanezca a veces detenido, a causa de la niebla; varios de los
vapores que llegaron en el curso de la última noche indicaron haber encontrado nubes de
niebla tanto al norte como al sur del puerto. Debemos continuar nuestra vigilancia, ya que
el barco puede sernos señalado ahora en cualquier momento.

27 de octubre, al mediodía. Es muy extraño que no hayamos recibido todavía noticias del
barco que estamos esperando. La señora Harker dio su informe anoche y esta mañana
como siempre: "Choques de olas y ruidos del agua", aunque añadió que "las olas
eran muy suaves". Los telegramas de Londres habían sido exactamente los mismos de
siempre: "No hay más informes." Van Helsing está terriblemente ansioso y me dijo hace
unos instantes que teme que el conde esté huyendo de nosotros. Añadió
significativamente:
-No me gusta ese letargo de la señora Mina. Las almas y las memorias pueden hacer cosas
muy extrañas durante los trances.
Me disponía a preguntarle algo más al respecto, pero Harker entró en ese momento y el
profesor levantó una mano para advertirme de ello. Debemos intentar esta tarde, a la
puesta del sol, hacerla hablar un poco más, cuando esté en su estado hipnótico.
28 de octubre. Telegrama.
Rufus Smith, Londres, a lord Godalming,
a cargo del H. Vicecónsul inglés en Varna
"Señalan que Czarina Catherine entró en Galatz hoy a la una en punto." Del diario
del doctor Seward
28 de octubre. Cuando llegó el telegrama anunciando la llegada del barco a Galatz, no creo
que nos produjo a ninguno de nosotros el choque que era dado esperar en aquellas
circunstancias. Es cierto que ninguno de nosotros sabíamos de dónde, cómo y
cuándo surgiría la dificultad, pero creo que todos esperábamos que ocurriera algo extraño.
El día en que debería haber llegado a Varna nos convencimos todos, individualmente, de
que las cosas no iban a suceder como nos lo habíamos imaginado; solamente esperábamos
saber dónde ocurriría el cambio. Sin embargo, de todos modos, resultó una sorpresa.
Supongo que la naturaleza trabaja de acuerdo con bases tan llenas de esperanza, que
creemos, en contra de nosotros mismos, que las cosas tienen que ser como deben ser,
no como deberíamos saber que van a ser. El trascendentalismo es una guía para los
ángeles, pero un fuego fatuo para los hombres. Van Helsing levantó la mano sobre su
cabeza durante un momento, como discutiendo con el Todopoderoso, pero no dijo ni una
sola palabra y, al cabo de unos segundos, se puso en pie con rostro duro. Lord Godalming
se puso muy pálido y se sentó, respirando pesadamente. Yo mismo estaba absolutamente
estupefacto y miraba asombrado a los demás. Quincey Morris se apretó el cinturón con un
movimiento rápido que yo conocía perfectamente: en nuestros tiempos de aventuras,
significaba "acción". La señora Harker se puso intensamente pálida, de tal modo que la
cicatriz que tenía en la frente parecía estar ardiendo, pero juntó las manos
piadosamente y levantó la

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mirada, orando. Harker sonrió, con la sonrisa oscura y amarga de quien ha perdido toda
esperanza, pero al mismo tiempo, su acción desmintió esa impresión, ya que sus manos se
dirigieron instintivamente a la empuñadura de su gran cuchillo kukri y permanecieron
apoyadas en ella.
-¿Cuándo sale el próximo tren hacia Galatz? -nos preguntó van Helsing, dirigiéndose a
todos en general.
-¡Mañana por la mañana, a las seis y media! -todos nos sobresaltamos, debido a que la
respuesta la había dado la señora Harker.
-¿Cómo es posible que usted lo sepa? -dijo Art.
-Olvida usted..., o quizá no lo sabe, aunque lo saben muy bien mi esposo y el doctor van
Helsing, que soy una maníaca de los trenes. En casa, en Exéter, siempre acostumbraba
ajustar las tablas de horarios, para serle útil a mi esposo. Sabía que si algo nos obligaba a
dirigirnos hacia el castillo de Drácula, deberíamos ir por Galatz o, por lo menos, por
Bucarest; por consiguiente, me aprendí los horarios cuidadosamente. Por desgracia, no
había muchos horarios que aprender, ya que el único tren sale mañana a la hora que les he
dicho.
-¡Maravillosa mujer! -dijo el profesor.
-¿No podemos conseguir uno especial? -preguntó lord Godalming. Van Helsing movió la
cabeza.
-Temo que no. Este país es muy diferente del suyo o el mío; incluso en el caso de que
consiguiéramos un tren especial, no llegaríamos antes que el tren regular. Además,
tenemos algo que preparar. Debemos reflexionar. Tenemos que organizarnos. Usted,
amigo Arthur, vaya a la estación, adquiera los billetes y tome todas las disposiciones
pertinentes para que podamos ponernos en camino mañana. Usted, amigo Jonathan,
vaya a ver al agente del armador para que le dé órdenes para el agente en Galatz, con el
fin de que podamos practicar un registro del barco tal como lo habíamos hecho aquí.
Quincey Morris, vea usted al vicecónsul y obtenga su ayuda para entrar en relación con
su colega en Galatz y que haga todo lo posible para allanarnos el camino, con el fin de que
no tengamos que perder tiempo cuando estemos sobre el Danubio. John deberá
permanecer con la señora Mina y conmigo y conversaremos. Así, si pasa el tiempo y
ustedes se retrasan, no importará que llegue el momento de la puesta del sol, puesto que
yo estaré aquí con la señora Mina, para que nos haga su informe.
-Y yo -dijo la señora Harker vivamente, con una expresión más parecida a la antigua, de
sus días felices, que la que le habíamos visto desde hacía muchos días-, voy a tratar de
serles útil de todas las formas posibles y debo pensar y escribir para ustedes, como lo
hacía antes. Algo está cambiando en mí de una manera muy extraña, ¡y me siento más
libre que lo que lo he estado durante los últimos tiempos!
Los tres más jóvenes parecieron sentirse más felices en el momento en que les pareció
comprender el significado de sus palabras, pero van Helsing y yo nos miramos con
gravedad y una gran preocupación. Sin embargo, no dijimos nada en ese momento.
Cuando los tres hombres salieron, para ocuparse de los encargos que les habían sido
confiados, van Helsing le pidió a la señora Harker que buscara las copias de los diarios y le
llevara la parte del diario de Harker relativo al castillo. La dama se fue a buscar lo que le
había pedido el profesor. Este, en cuanto la puerta se cerró tras ella, me dijo:
-¡Pensamos lo mismo! ¡Hable!
-Se ha producido un cambio. Es una esperanza que me pone enfermo, debido a que
podemos sufrir una decepción.
-Exactamente. ¿Sabe usted por qué le pedí a ella que me fuera a buscar el manuscrito?
-¡No! -le dije-, a menos que fuera para tener oportunidad de hablar conmigo a solas.
-Tiene usted en parte razón, amigo mío, pero sólo en parte. Quiero decirle algo y,
verdaderamente, amigo John, estoy corriendo un riesgo terrible, pero

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creo que es justo. En el momento en que la señora Mina dijo esas palabras que nos
sorprendieron tanto a ambos. Tuve una inspiración. Durante el trance de hace tres días, el
conde le envió su espíritu para leerle la mente; o es más probable que se la llevara para
que lo viera a él en su caja de tierra del navío, en medio del mar; por eso se liberaba poco
antes de la salida y de la puesta del sol. Así supo que estábamos aquí, puesto que ella tenía
más que decir en su vida al aire libre, con ojos para ver y oídos para escuchar, que él,
encerrado como está, en su féretro. Entonces, ahora debe estar haciendo un supremo
esfuerzo para huir de nosotros. Actualmente no la necesita. "Está seguro, con el gran
conocimiento que tiene, que ella acudirá a su llamada, pero eliminó su poder sobre ella,
como puede hacerlo, para que ella no vaya a su encuentro. ¡Ah! Ahora tengo la esperanza
de que nuestros cerebros de hombres, que han sido humanos durante tanto tiempo y que
no han perdido la gracia de Dios, llegarán más lejos que su cerebro infantil que permaneció
en su tumba durante varios siglos, que todavía no ha alcanzado nuestra estatura y que
solamente hace trabajos egoístas y, por consiguiente, mediocres. Aquí llega la señora
Mina. ¡No le diga usted una sola palabra sobre su trance! Ella no lo sabe, y sería
tanto como abrumarla y desesperarla justamente cuando queremos toda su esperanza,
todo su valor; cuando debemos utilizar el cerebro que tiene y que ha sido entrenado como
el de un hombre, pero es el de una dulce mujer y ha recibido el poder que le dio el conde y
que no puede retirar completamente..., aunque él no lo piensa así. ¡Oh, John, amigo mío,
estamos entre escollos terribles! Tengo un temor mayor que en ninguna otra ocasión.
Solamente podemos confiar en Dios. ¡Silencio! ¡Aquí llega!"
Pensé que el profesor iba a tener un ataque de neurosis y a desplomarse, como cuando
murió Lucy, pero con un gran esfuerzo se controló y no parecía estar nervioso en absoluto
cuando la señora Harker hizo su entrada en la habitación, vivaz y con expresión de
felicidad y, al estar ocupándose de algo, aparentemente olvidada de su tragedia. Al
entrar, le tendió a van Helsing un manojo de papeles escritos a máquina. El profesor los
hojeó gravemente y su rostro se fue iluminando al tiempo que leía. Luego, sosteniendo las
páginas entre el índice y el pulgar, dijo:
-Amigo John, para usted, que ya tiene cierta experiencia..., y también para usted que es
joven, señora Mina, he aquí una buena lección: no tengan miedo nunca de pensar. Un
pensamiento a medias ha estado revoloteando frecuentemente en mi imaginación, pero
temo dejar que pierda sus alas... Ahora, con más conocimientos, regreso al lugar de donde
procedía ese embrión de pensamiento y descubro que no tiene nada de embrionario, sino
que es un pensamiento completo; aunque tan joven aún que no puede utilizar bien
sus alas diminutas. No; como el "Patito Feo" de mi amigo Hans Andersen, no era un
pensamiento pato en absoluto, sino un pensamiento cisne, grande, que vuela con alas
muy poderosas, cuando llega el momento de que las ensaye. Miren, leo aquí lo que escribió
Jonathan:
-"Ese otro de su raza que, en una época posterior, repetidas veces, hizo que sus tropas
cruzaran El Gran Río y penetraran en territorio turco; que, cuando era rechazado, volvía
una y otra vez, aun cuando debía regresar solo del campo de batalla ensangrentada
donde sus tropas estaban siendo despedazadas, puesto que sabía que él solo podía
triunfar..."
"¿Qué nos sugiere esto? ¿No mucho? ¡No! El pensamiento infantil del conde no vela nada,
por eso habló con tanta libertad. Sus pensamientos humanos no vieron nada, ni tampoco
mi pensamiento de hombre, hasta ahora. ¡No! Pero llega otra palabra de una persona
que habla sin pensar, debido a que ella tampoco sabe lo que significa..., lo que puede
significar. Es como los elementos en reposo que, no obstante, en su curso natural, siguen
su camino, se tocan... y, ¡puf!, se produce un relámpago de luz que cubre todo el
firmamento, que ciega, mata y destruye algo o a alguien, pero que ilumina abajo toda la
tierra, kilómetros y más kilómetros alrededor. ¿No es así? Bueno, será mejor que me
explique. Para empezar, ¿han estudiado ustedes

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alguna vez la filosofía del crimen? "Sí" y "no". Usted, amigo John, sí, puesto que es
un estudioso de la locura. Usted, señora Mina, no; porque el crimen no la toca a usted...,
excepto una vez. Sin embargo, su mente trabaja realmente y no arguye a particulari ad
universale.
"En los criminales existe esa peculiaridad. Es tan constante en todos los países y los
tiempos, que incluso la policía, que no sabe gran cosa de filosofía, llega a conocerlo
empíricamente, que existe. El criminal siempre trabaja en un crimen..., ese es el verdadero
criminal, que parece estar predestinado para ese crimen y que no desea cometer ningún
otro. Ese criminal no tiene un cerebro completo de hombre. Es inteligente, hábil, y está
lleno de recursos, pero no tiene un cerebro de adulto. Cuando mucho, tiene un cerebro
infantil. Ahora, este criminal que nos ocupa, está también predestinado para el crimen; él,
también tiene un cerebro infantil y es infantil el hacer lo que ha hecho. Los pajaritos, los
peces pequeños, los animalitos, no aprenden por principio sino empíricamente, y cuando
aprenden cómo hacer algo, ese conocimiento les sirve de base para hacer algo más,
partiendo de él. Dos pousto, dijo Arquímedes, ¡dénme punto de apoyo y moveré al mundo!
El hacer una cosa una vez es el punto de apoyo a partir del cual el cerebro infantil se
desarrolla hasta ser un cerebro de hombre, y en tanto no tenga el deseo de hacer más,
continuará haciendo lo mismo repetidamente,
¡exactamente como lo ha hecho antes! Oh, mi querida señora, veo que sus ojos se abren y
que para usted, la luz del relámpago ilumina todo el terreno." La señora Harker comenzaba
a apretarse las manos y sus ojos lanzaban chispas. El profesor continuó diciendo:
-Ahora debe hablar. Díganos a nosotros, a dos hombres secos a ciencia, qué ve con esos
ojos tan brillantes.
Le tomó una mano y la sostuvo entre las suyas mientras hablaba. Su dedo índice y
su pulgar se apoyaron en su pulso, pensé instintiva e inconscientemente, al tiempo que ella
hablaba:
-El conde es un criminal y del tipo criminal. Nordau y Lombroso lo clasificarían así y, como
criminal, tiene un cerebro imperfectamente formado. Así, cuando se encuentra en
dificultades, debe refugiarse en los hábitos. Su pasado es un indicio, y la única página de él
que conocemos, de sus propios labios, nos dice que en una ocasión, antes, cuando se
encontraba en lo que el señor Morris llamaría "una difícil situación", regresó a su propio
país de la tierra que había ido a invadir y, entonces, sin perder de vista sus fines, se
preparó para un nuevo esfuerzo. Volvió otra vez, mejor equipado para llevar a cabo aquel
trabajo, y venció. Así, fue a Londres, a invadir una nueva tierra. Fue derrotado, y cuando
perdió toda esperanza de triunfo y vio que su existencia estaba en peligro, regresó por el
mar hacia su hogar; exactamente como antes había huido sobre el Danubio, procedente de
tierras turcas.
-¡Magnífico! ¡Magnífico! ¡Es usted una mujer extraordinariamente inteligente!
-dijo van Helsing, con entusiasmo, al tiempo que se inclinaba y le besaba la mano. Un
momento más tarde me dijo, con la misma calma que si hubiéramos estado llevando a
cabo una auscultación a un enfermo:
-Solamente setenta y dos y con toda esta excitación. Tengo esperanzas -se volvió
nuevamente hacia ella y dijo, con una gran expectación-: Continúe.
¡Continúe! Puede usted decirnos más si lo desea; John y yo lo sabemos. Por lo menos, yo lo
sé, y le diré si está usted o no en lo cierto. ¡Hable sin miedo!
-Voy a intentarlo; pero espero que me excusen ustedes si les parezco egoísta.
-¡No! No tema. Debe ser usted egoísta, ya que es en usted en quien pensamos.
-Entonces, como es criminal, es egoísta; y puesto que su intelecto es pequeño y sus actos
están basados en el egoísmo, se limita a un fin. Ese propósito carece de remordimientos.
Lo mismo que atravesó el Danubio, dejando que sus tropas fueran destrozadas, así, ahora,
piensa en salvarse, sin que le importe otra cosa. Así, su propio egoísmo libera a mi alma,
hasta cierto punto, del terrible poder que adquirió sobre mí aquella terrible noche. ¡Lo
siento! ¡Oh, lo siento! ¡Gracias a Dios por su enorme misericordia! Mi alma está más libre

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que lo que lo ha estado nunca desde aquella hora terrible, y lo único que me queda es el
temor de que en alguno de mis trances o sueños, haya podido utilizar mis conocimientos
para sus fines.
El profesor se puso en pie, y dijo:
-Ha utilizado su mente; por eso nos ha dejado aquí, en Varna, mientras el barco que lo
conducía avanzaba rápidamente, envuelto en la niebla, hacia Galatz, donde, sin duda, lo
había preparado todo para huir de nosotros. Pero su mente infantil no fue más allá, y es
posible que, como siempre sucede de acuerdo con la Providencia Divina, lo que el
criminal creía que era bueno para su bienestar egoísta, resulta ser el daño más
importante que recibe. El cazador es atrapado en su propia trampa, como dice el gran
salmista. Puesto que ahora que cree que está libre de nosotros y que no ha dejado rastro y
que ha logrado huir de nosotros, disponiendo de tantas horas de ventaja para poder
hacerlo, su cerebro infantil lo hará dormir. Cree, asimismo, que al dejar de conocer su
mente de usted, no puede usted tener ningún conocimiento de él; ¡ese es su error! Ese
terrible bautismo de sangre que le infligió a usted la hace libre de ir hasta él en espíritu,
como lo ha podido hacer usted siempre hasta ahora, en sus momentos de libertad, cuando
el sol sale o se pone. En esos momentos, va usted por mi voluntad, no por la de él. Y ese
poder, para bien tanto de usted como de tantos otros, lo ha adquirido usted por medio de
sus sufrimientos en sus manos. Eso nos es tanto más precioso, cuanto que él mismo no
tiene conocimiento de ello, y, para guardarse él mismo, evita poder tener conocimiento
de nuestras andanzas. Sin embargo, nosotros no somos egoístas, y creemos que Dios está
con nosotros durante toda esta oscuridad y todas estas horas terribles. Debemos seguirlo,
y no vamos a fallar; incluso si nos ponemos en peligro de volvernos como él. Amigo John,
ésta ha sido una hora magnífica; y hemos ganado mucho terreno en nuestro caso. Debe
usted hacerse escriba y ponerlo todo por escrito, para que cuando lleguen los demás
puedan leerlo y saber lo que nosotros sabemos.
Por consiguiente, he escrito todo esto mientras esperamos el regreso de nuestros amigos, y
la señora Harker lo ha escrito todo con su máquina, desde que nos trajo los manuscritos.

XXVI.- DEL DIARIO DEL DOCTOR SEWARD

29 de octubre. Esto lo escribo en el tren, de Varna a Galatz. Ayer, por la noche, todos nos
reunimos poco antes de la puesta del sol. Cada uno de nosotros había hecho su trabajo tan
bien como pudo; en cuanto al pensamiento, a la dedicación y a la oportunidad, estamos
preparados para todo nuestro viaje y para nuestro trabajo cuando lleguemos a Galatz.
Cuando llegó el momento habitual, la señora Harker se preparó para su esfuerzo hipnótico,
y después de un esfuerzo más prolongado y serio de parte de van Helsing de lo que era
necesario usualmente, la dama entró en trance. De ordinario, la señora hablaba con
una sola insinuación, pero esa vez, el profesor tenía que hacerle preguntas y hacérselas de
manera muy firme, antes de que pudiéramos saber algo; finalmente, llegó su respuesta:
-No veo nada; estamos inmóviles; no hay olas, sino un ruido suave de agua que corre
contra la estacha. Oigo voces de hombres que gritan, cerca y lejos, y el sonido de remos
en sus emplazamientos. Alguien dispara una pistola en alguna parte; el eco del disparo
parece muy lejano. Siento ruido de pasos encima y colocan cerca cadenas y sogas. ¿Qué es
esto? Hay un rayo de luz; siento el aire que me da de lleno.
Aquí se detuvo. Se había levantado impulsivamente de donde había permanecido acostada,
en el diván, y levantó ambas manos, con las palmas hacia arriba, como si estuviese
soportando un gran peso. Van Helsing y yo nos miramos, comprendiendo perfectamente.
Quince y levantó las cejas un poco y la miró fijamente, mientras Harker cerraba
instintivamente su mano sobre la empuñadura de su kukri. Se produjo una prolongada
pausa. Todos sabíamos que

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el momento en que podía hablar estaba pasando, pero pensamos que era inútil decir nada.
Repentinamente, se sentó y, al tiempo que abría los ojos, dijo dulcemente:
-¿No quiere alguno de ustedes una taza de té? Deben estar todos muy cansados.
Deseábamos complacerla y, por consiguiente, asentimos. Salió de la habitación para buscar
el té. Cuando nos quedamos solos, van Helsing dijo:
-¿Ven ustedes, amigos míos? Está cerca de la tierra: ha salido de su caja de tierra. Pero
todavía tiene que llegar a la costa. Durante la noche puede permanecer escondido en
alguna parte, pero si no lo llevan a la orilla o si el barco no atraca junto a ella, no puede
llegar a tierra. En ese caso puede, si es de noche, cambiar de forma y saltar o volar a
tierra, como lo hizo en Whitby. Pero si llega el día antes de que se encuentre en la orilla,
entonces, a menos que lo lleven a tierra, no puede desembarcar. Y si lo descargan,
entonces los aduaneros pueden descubrir lo que contiene la caja. Así, resumiendo, si no
escapa a tierra esta noche o antes de la salida del sol, perderá todo el día. Entonces,
podremos llegar a tiempo, puesto que si no escapa durante la noche, nosotros
llegaremos junto a él durante el día y lo encontraremos dentro de la caja y a nuestra
merced, puesto que no puede ser su propio yo, despierto y visible, por miedo de que lo
descubran.
No había nada más que decir, de modo que esperamos pacientemente a que
llegara el amanecer, ya que a esa hora podríamos saber algo más, por
mediación de la señora Harker.
Esta mañana temprano, escuchamos, conteniendo la respiración, las respuestas que
pudiera darnos durante su trance. La etapa hipnótica tardó todavía más en llegar que la vez
anterior, y cuando se produjo, el tiempo que quedaba hasta la salida del sol era tan corto
que comenzamos a desesperarnos. Van Helsing parecía poner toda su alma en el esfuerzo;
finalmente, obedeciendo a la voluntad del profesor, la señora Harker dijo:
-Todo está oscuro. Oigo el agua al mismo nivel que yo, y ciertos roces, como de madera
sobre madera.
Hizo una pausa y el sol rojizo hizo su aparición. Deberemos esperar hasta esta noche.
Por consiguiente, estamos viajando hacia Galatz muy excitados y llenos de expectación.
Debemos llegar entre las dos y las tres de la mañana, pero en Bucarest tenemos ya tres
horas de retraso, de modo que es imposible que lleguemos antes de que el sol se
encuentre ya muy alto en el cielo. ¡Así pues, tendremos todavía otros dos mensajes
hipnóticos de la señora Harker! Cualquiera de ellos o ambos pueden arrojar más luz sobre
lo que está sucediendo.
Más tarde. El sol se ha puesto ya. Afortunadamente, su puesta se produjo en un
momento en el que no había distracción, puesto que si hubiera tenido lugar durante
nuestra estancia en una estación, no hubiéramos tenido la suficiente calma y aislamiento.
La señora Harker respondió a la influencia hipnótica todavía con mayor retraso que esta
mañana. Temo que su poder para leer las sensaciones del conde esté desapareciendo, y en
el momento en que más lo necesitamos. Me parece que su imaginación comienza a
trabajar. Mientras ha estado en trance hasta ahora, se ha limitado siempre a los hechos
simples. Si esto puede continuar así, es posible que llegue a inducirnos a error. Si pensara
que el poder del conde sobre ella desaparecerá al mismo tiempo que el poder de ella para
conocerlo a él, me sentiría feliz, pero temo que no suceda eso. Cuando habló, sus palabras
fueron enigmáticas:
-Algo está saliendo; siento que pasa a mi lado como un viento frío. Puedo oír, a lo
lejos, sonidos confusos... Como de hombres que hablan en lenguas desconocidas; el agua
que cae con fuerza y aullidos de lobos.
Hizo una pausa y la recorrió un estremecimiento, que aumentó de intensidad durante unos
segundos, hasta que, finalmente, temblaba como en un ataque. No dijo nada más; ni
siquiera en respuesta al interrogatorio imperioso del profesor. Cuando volvió del trance,
estaba fría, agotada de cansancio y

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lánguida, pero su mente estaba bien despierta. No logró recordar nada; preguntó qué había
dicho, y reflexionó en ello durante largo rato, en silencio.

30 de octubre, a las siete de la mañana. Estamos cerca de Galatz ya y es posible que no


tenga tiempo para escribir más tarde. Todos esperamos ansiosamente la salida del sol esta
mañana. Conociendo la dificultad creciente de procurar el trance hipnótico, van
Helsing comenzó sus pases antes que nunca. Sin embargo, no produjeron ningún efecto,
hasta el tiempo regular, cuando ella respondió con una dificultad creciente, sólo un minuto
antes de la salida del sol. El profesor no perdió tiempo en interrogarla. Su respuesta fue
dada con la misma rapidez:
-Todo está oscuro. Siento pasar el agua cerca de mis orejas, al mismo nivel, y el raspar
de madera contra madera. Oigo ganado a lo lejos. Hay otro sonido, uno muy extraño,
como...
Guardó silencio y se puso pálida, intensamente pálida.
-¡Continúe, continúe! ¡Se lo ordeno! ¡Hable! -dijo van Helsing, en tono firme. Al
mismo tiempo, la desesperación apareció en sus ojos, debido a que el sol, al salir, estaba
enrojeciendo incluso el rostro pálido de la señora Harker. Esta abrió los ojos y todos nos
sobresaltamos cuando dijo dulcemente y, en apariencia, con la mayor falta de interés:
-¡Oh, profesor! ¿Por qué me pide usted que haga lo que sabe que no puedo? ¡No recuerdo
nada! -entonces, viendo la expresión de asombro en nuestros ojos, dijo, volviéndose de
unos a otros, con una mirada confusa-: ¡Qué les he dicho? ¿Qué he hecho? No sé
nada; sólo que estaba acostada aquí, medio dormida, cuando le oí decir a usted:
"¡Continúe! ¡Continúe! ¡Se lo ordeno!
¡Hable!" Me pareció muy divertido oírlo a usted darme órdenes, ¡como si fuera una niña
traviesa!
-¡Oh, señora Mina! -dijo van Helsing tristemente-. ¡Eso es una prueba, si es necesaria, de
cómo la amo y la honro, puesto que una palabra por su bien, dicha con mayor sinceridad
que nunca, puede parecer extraña debido a que está dirigida a aquella a quien me siento
orgulloso de obedecer!
Se oyen silbidos; nos estamos aproximando a Galatz. Estamos llenos de ansiedad.
Del diario de Mina Harker
30 de octubre. El señor Morris me condujo al hotel en el que habían sido reservadas
habitaciones para nosotros por telégrafo, puesto que él no hablaba ninguna lengua
extranjera y, por consiguiente, era el que resultaba menos útil. Las fuerzas fueron
distribuidas en gran parte como lo habían sido en Varna, excepto que lord Godalming fue a
ver al vicecónsul, puesto que su título podría servirle como garantía inmediata en cierto
modo, ante el funcionario, debido a que teníamos una prisa extraordinaria. Jonathan y los
dos médicos fueron a ver al agente de embarque para conocer todos los detalles
sobre la llegada del Czarina Catherine.
Más tarde. Lord Godalming ha regresado. El cónsul está fuera y el vicecónsul enfermo; de
modo que el trabajo de rutina es atendido por un secretario. Fue muy amable y ofreció
hacer todo lo que estuviera en su poder.
Del diario de Jonathan Harker
30 de octubre. A las nueve, el doctor van Helsing, el doctor Seward y yo visitamos a los
señores Mackenzie y Steinkoff, los agentes de la firma londinense de Hapgood. Habían
recibido un telegrama de Londres, en respuesta a la petición telegráfica de lord
Godalming, rogándoles que nos demostraran toda la cortesía posible y que nos ayudaran
tanto como pudieran. Fueron más que amables y corteses, y nos llevaron inmediatamente
a bordo del Czarina Catherine, que estaba anclado en el exterior, en la desembocadura del
río. Allí encontramos al capitán, de nombre Donelson, que nos habló de su viaje. Nos dijo
que en toda su vida no había tenido un viento tan favorable.

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-¡Vaya! -dijo-. Pero estábamos temerosos, debido a que temíamos tener que pagar con
algún accidente o algo parecido la suerte extraordinaria que nos favoreció durante todo el
viaje. No es corriente navegar desde Londres hasta el Mar Negro con un viento en popa que
parecía que el diablo mismo estaba soplando sobre las velas, para sus propios fines. Al
mismo tiempo, no alcanzamos a ver nada. En cuanto nos acercábamos a un barco o a
tierra, una neblina descendía sobre nosotros, nos cubría y viajaba con nosotros, hasta
que cuando se levantaba, mirábamos en torno nuestro y no alcanzábamos a ver nada.
Pasamos por Gibraltar sin poder señalar nuestro paso, y no pudimos comunicarnos hasta
que nos encontramos en los Dardanelos, esperando que nos dieran el correspondiente
permiso. Al principio, me sentía inclinado a arriar las velas y a esperar a que la niebla se
levantara, pero, entre tanto, pensé que si el diablo tenia interés en hacernos llegar
rápidamente al Mar Negro, era probable que lo hiciera, tanto si nos deteníamos, como si
no. Si efectuábamos un viaje rápido, eso no nos desacreditaría con los armadores y no
causaba daño a nuestro tráfico, y el diablo que habría logrado sus fines, estaría agradecido
por no haberle puesto obstáculos.
Esta mezcla de simplicidad y astucia, de superstición y razonamiento comercial, entusiasmó
a van Helsing, que dijo:
-¡Amigo mío, ese diablo es mucho más inteligente de lo que muchos piensan y sabe cuándo
encuentra la horma de su zapato!
El capitán no se mostró descontento por el cumplido, y siguió diciendo:
-Cuando pasamos el Bósforo, los hombres comenzaron a gruñir; algunos de ellos,
los rumanos, vinieron a verme y me pidieron que lanzara por la borda una gran caja que
había sido embarcada por un anciano de mal aspecto, poco antes de que saliéramos de
Londres. Los había visto espiar al sujeto ese y levantar sus dos dedos índices cuando lo
veían, para evitar el mal ojo.
¡Vaya! ¡Las supersticiones de esos extranjeros son absolutamente ridículas! Los mandé a
que se ocuparan de sus propios asuntos rápidamente, pero como poco después nos
encerró la niebla otra vez, sentí en cierto modo que quizá tuvieran un poco de razón,
aunque no podría asegurar que fuera nuevamente la gran caja. Bueno, continuamos
navegando y, aunque la niebla no nos abandonó durante cinco días, dejé que el viento nos
condujera, puesto que si el diablo quería ir a algún sitio... Bueno, no habría de impedírselo.
Y si no nos condujo él, pues, echaremos una ojeada de todos modos. En todo caso, tuvimos
aguas profundas y una buena travesía durante todo el tiempo, y hace dos días, cuando el
sol de la mañana pasó entre la niebla, descubrimos que estábamos en el río, justamente
frente a Galatz. Los rumanos estaban furiosos y deseaban que, ya fuera con mi
consentimiento o sin él, se arrojara la gran caja por encima de la borda, al río. Tuve que
discutir un poco con ellos, con una barra en la mano, y cuando el último de ellos
abandonó el puente con la cabeza entre las manos, había logrado convencerlos de que con
mal ojo o no, las propiedades de mis patrones se encontraban mucho mejor a bordo
de mi barco que en el fondo del Danubio. Habían subido la caja a la cubierta,
disponiéndose a arrojarla al agua, y como estaba marcada Galatz vía Varna, pensé que lo
mejor sería dejarla allí, hasta que la descargáramos en el puerto y nos liberáramos de
ella de todos modos. No hicimos mucho trabajo durante ese día, pero por la mañana, una
hora antes de la salida del sol, un hombre llegó a bordo con una orden escrita en inglés y
que le había sido enviada de Londres, para recibir una caja que iba marcada para cierto
conde Drácula.
Naturalmente, todo estaba preparado para que se la llevara. Tenía los papeles en regla y
me vi contento de deshacerme de esa maldita caja, puesto que yo mismo comenzaba a
sentirme inquieto a causa de ella. Si el diablo tenía algún equipaje a bordo, estaba
convencido de que solamente podría tratarse de aquella caja.
-¿Cómo se llamaba el hombre que se llevó esa caja? -preguntó el doctor van Helsing,
dominando su ansiedad.

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-¡Voy a decírselo enseguida! -respondió y, bajando a su camarote, nos mostró un recibo
firmado por "Immanuel Hildesheim". La dirección era Burgenstrasse 16.
Descubrimos que eso era todo lo que conocía el capitán, de modo que le dimos las gracias,
y nos fuimos.
Encontramos a Hildesheim en sus oficinas; era un hebreo del tipo del Teatro Adelphi, con
una nariz como de carnero y un fez. Sus argumentos estuvieron marcados por el dinero,
nosotros hicimos la oferta y al cabo de ciertos regateos, terminó diciéndonos todo lo que
sabía. Eso resultó simple, pero muy importante. Había recibido una carta del señor de Ville,
de Londres, diciéndole que recibiera, si posible antes del amanecer, para evitar el paso por
las aduanas, una caja que llegaría a Galatz en el Czarina Catherine. Tendría que entregarle
la citada caja a un tal Petrof Skinsky, que comerciaba con los eslovacos que comercian río
abajo, hasta el puerto. Había recibido el pago por su trabajo en la forma de un billete de
banco inglés, que había sido convenientemente cambiado por oro en el Banco Internacional
del Danubio. Cuando Skinsky se presentó ante él, le había entregado la caja, después de
conducirlo al barco, para evitarse los gastos de descarga y transporte. Eso era todo lo que
sabía.
Entonces, buscamos a Skinsky, pero no logramos hallarlo.
Uno de sus vecinos, que no parecía tenerlo en alta estima, dijo que se había ido hacía dos
días y que nadie sabía adónde. Eso fue corroborado por su casero, que había recibido por
medio de un enviado especial la llave de la casa, al mismo tiempo que el importe del
alquiler que le debía, en dinero inglés. Eso había sucedido entre las diez y las once de la
noche anterior. Estábamos nuevamente en un callejón sin salida.
Mientras estábamos hablando, un hombre se acercó corriendo y, casi sin aliento, dijo que
habían encontrado el cuerpo de Skinsky en el interior del cementerio de San Pedro y
que tenía la garganta destrozada, como si lo hubiera matado algún animal salvaje. Los
hombres y las mujeres con quienes habíamos estado hablado salieron corriendo a ver
aquello, mientras las mujeres gritaban:
-¡Eso es obra de un eslovaco!
Nos alejamos de allí apresuradamente, para no vernos envueltos en el asunto y que nos
interrogaran.
Cuando llegamos a la casa, no pudimos llegar a ninguna solución definida. Estábamos
convencidos de que la caja estaba siendo transportada por el agua hacia algún lugar,
pero tendríamos que descubrir hacia dónde. Con gran tristeza, volvimos al hotel, para
reunirnos con Mina.
Cuando nos reunimos todos, lo primero que consultamos fue si debíamos volver a
depositar nuestra confianza en Mina, revelándole todos los secretos de nuestras
conferencias. La situación es bastante crítica, y esa es por lo menos una oportunidad
aunque un poco arriesgada. Como paso preliminar, fui eximido de la promesa que le había
hecho a ella.
Del diario de Mina Harker
30 de octubre, por la noche. Estaban todos tan cansados, desanimados y tristes, que no
era posible hacer nada sin que antes descansaran; por consiguiente, les pedía todos que
se acostaran durante media hora, mientras yo lo escribo todo, poniendo al corriente
los diarios hasta el momento actual. Me siento muy agradecida hacia el inventor de la
máquina de escribir portátil y hacia el señor Morris, que me consiguió ésta. El trabajo se
me hubiera hecho un poco pesado si hubiera tenido que escribirlo todo con la pluma...
Todo está hecho; pobre y querido Jonathan, ¡cuánto ha sufrido y cuanto debe estar
sufriendo todavía! Está tendido en el diván y apenas se nota que respire; todo su cuerpo
parece ser víctima de un colapso. Tiene el ceño fruncido y su rostro refleja claramente su
sufrimiento. Pobre hombre, quizá

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está pensando y puedo ver su rostro arrugado, a causa de sus reflexiones. ¡Si pudiera
serles de alguna utilidad...! Haré todo lo posible.
Le he preguntado al doctor van Helsing, y él me ha entregado todos los papeles
que no he visto aún... Mientras ellos descansan, voy a examinar cuidadosamente todos los
documentos, y es posible que llegue a alguna conclusión. Debo tratar de seguir el ejemplo
del profesor, y pensar sin prejuicios en los hechos que tengo ante mí...
Creo que, gracias a la Divina Providencia, he hecho un descubrimiento. Tengo que
conseguir un mapa, para verificarlo...
Estoy más segura que nunca de que tengo razón. Mi nueva conclusión está preparada, de
modo que tengo que reunir a todos nuestros amigos para leérsela. Ellos podrán
juzgarla. Es bueno ser precisos, y todos los minutos cuentan.
Memorando de Mina Harker (Incluido en su diario)
Base de encuesta. El problema del conde Drácula consiste en regresar a su hogar.
a) Debe ser llevado hasta allá por alguien. Esto es evidente, puesto que si tuviera poder
para desplazarse como quisiera, lo haría en forma de hombre, de lobo, de murciélago o de
cualquier otro animal. Evidentemente, teme que lo descubran o que le pongan obstáculos,
en el estado de desamparo en que debe encontrarse..., confinado como está, entre el alba
y la puesta del sol, en su caja de madera.
b) ¿Cómo puede ser transportado? En este caso, el procedimiento del razonamiento por
eliminación puede sernos útil. ¿Por tren, por carretera, por agua?
1. Por carretera. Hay demasiadas dificultades, especialmente para salir de la ciudad.
x) Hay gente; la gente es curiosa e investiga. Una idea, una duda o una suposición
respecto a lo que hay en la caja puede significar su destrucción.
y) Hay, o puede haber, aduanas o puestos de control por donde haya que pasar.
z) Sus perseguidores pueden seguirlo. Ese es su mayor temor, y con el fin de no ser
traicionado ha repelido, tan lejos como puede hacerlo, incluso a su víctima... ¡A mí!
2. Por tren. No hay nadie que se encargue de la caja. Tendría que correr el riesgo de
retrasarse, y un retraso sería fatal para él, puesto que sus enemigos lo persiguen. Es
cierto que podría huir de noche, pero, ¿qué sería de él al encontrarse en un lugar
extraño, sin poder ir a ningún refugio? No es eso lo que desea, y no está dispuesto a
arriesgarse a eso.
3. Por agua. Este es el camino más seguro en cierto modo, pero el que mayor peligro
encierra en otros aspectos. Sobre el agua, carece de poder, con excepción de por la
noche; incluso entonces, solamente puede atraer la niebla, la tormenta, la nieve y a
sus lobos. Pero en caso de accidente, las aguas vivas lo sumergirían y estaría realmente
perdido. Podría hacer que su barca llegara a la orilla, pero si se encontraba en tierras
enemigas, donde no estaría en libertad de desplazarse, su situación sería todavía
desesperada.
Sabemos por lo sucedido hasta ahora que estaba en el agua; así pues, nos queda por
averiguar en qué aguas.
Lo primero de todo es comprender lo que ha hecho hasta ahora; entonces tendremos una
idea sobre cuál debe ser su tarea.
Primeramente. Debemos diferenciar entre lo que hizo en Londres, como parte de su plan
general, cuando tenía prisa a veces y tenía que arreglárselas lo mejor posible.
En segundo lugar debemos ponernos, lo mejor que podamos, a juzgar por los hechos que
conocemos, que ha hecho aquí.
En cuanto al primer punto, evidentemente pensaba llegar a Galatz, y envió la caja a Varna
para engañarnos, por si averiguábamos sus medios para huir de Inglaterra; entonces, su
propósito inmediato y único era escapar. Para probar

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todo eso, tenemos la carta de instrucciones enviada a Immanuel Hildesheim, en el sentido
de que debía recoger la caja y desembarcarla antes de la salida del sol. Asimismo,
las instrucciones a Petrof Skinsky. En este caso, solamente podemos adivinar, pero
debe haber habido alguna carta o mensaje, puesto que Skinsky fue a ver a Hildesheim.
Así, hasta ahora, sabemos que sus planes han tenido éxito. El Czarina Catherine hizo un
viaje extraordinariamente rápido... A tal punto, que las sospechas del capitán Donelson
fueron despertadas, pero su superstición, unida a su inercia, sirvieron al conde y navegó
con viento propicio a través de la niebla y todo lo demás, llegando a ciegas a Galatz. Ha
sido probado que las disposiciones del conde han sido bien tomadas. Hildesheim recibió la
caja, la sacó del barco y se la entregó a Skinsky. Este la tomó... y aquí es donde se pierde
la pista. Solamente sabemos que la caja se encuentra en algún lugar, sobre el agua,
desplazándose. La aduana y la oficina de consumos, si existe, han sido evitadas.
Ahora llegamos a lo que el conde debió hacer después de su llegada a tierra, en Galatz.
La caja le fue entregada a Skinsky antes de la salida del sol. Al salir éste, el conde podía
aparecerse en su verdadera forma. Aquí preguntamos: ¿por qué fue escogido Skinsky para
que llevara a cabo esa tarea? En el diario de mi esposo está indicado el tal Skinsky como
un individuo que traficaba con los eslovacos que comerciaban por el río, hasta el puerto; y
el grito de las mujeres, de que el crimen había sido cometido por eslovacos, mostraba el
sentimiento general en contra de los de su clase. El conde deseaba aislamiento.
Yo supongo que, en Londres, el conde decidió regresar a su castillo por el agua, puesto que
éste era el camino más seguro y secreto. A él lo llevaron desde el castillo los cíngaros, y
probablemente entregaron su carga a eslovacos, que la llevaron a Varna, donde fue
embarcada con destino a Londres. Así, el conde conocía a las personas que podían
efectuar ese servicio. Cuando la caja estaba en tierra, antes de la salida del sol o después
de su puesta, salió de su caja, se reunió con Skinsky y le dio instrucciones sobre lo que
tenía que hacer respecto a encontrar alguien que pudiera transportar la caja por el río.
Cuando Skinsky lo hizo, y el conde supo que todo estaba en orden, se dio a la tarea de
borrar las pistas, asesinando a su agente.
He examinado los mapas y he descubierto que el río más apropiado para que los eslovacos
hayan ascendido por él es el Pruth o el Sereth. He leído en el manuscrito que en mis
momentos de trance oí vacas a lo lejos y el ruido del agua al nivel de mis oídos, así como
también el ruido de roce de madera contra madera. Entonces, eso quiere decir que el
conde, en su caja, viajaba sobre el río, en una barca abierta..., impulsada probablemente
por medio de remos o flotadores, ya que los bancos se encuentran cerca y navega contra la
corriente. No se producirían esos ruidos si avanzara al mismo tiempo que la corriente.
Naturalmente, debe tratarse, ya sea del Sereth o del Pruth; pero, en este punto, podemos
investigar algo más. El Pruth es el más fácil para la navegación, pero el Sereth, en Fundu,
recibe al Bistritza, que corre en torno al Paso Borgo. La curva que describe se encuentra
manifiestamente tan cerca del castillo de Drácula como es posible llegar por agua.
Del Diario de Mina Harke (continuación)
Cuando concluí la lectura, Jonathan me tomó en sus brazos y me abrazó; los demás me
tomaron de ambas manos, me sacudieron y el doctor van Helsing dijo:
-Nuestra querida señora Mina es, una vez más, nuestra maestra. Sus ojos se han
posado en donde nosotros no habíamos visto nada. Ahora, estamos nuevamente sobre la
pista y, esta vez, podemos triunfar. Nuestro enemigo se encuentra en su punto más débil
y, si podemos alcanzarlo de día, sobre el agua, nuestra tarea habrá concluido. Tiene
cierta ventaja, pero no puede

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apresurarse, ya que no puede abandonar su caja con el fin de no despertar sospechas entre
quienes lo transportan; en el caso de que ellos sospecharan algo, su primera reacción sería
la de arrojarlo inmediatamente por la borda, y perecería en el agua. Naturalmente, él
sabe eso y no puede exponerse. Ahora, amigos, celebremos nuestro consejo de guerra,
puesto que es preciso que proyectemos aquí mismo, en este preciso instante, lo que cada
uno de nosotros debe hacer.
-Voy a conseguir una lancha de vapor para seguirlo -dijo lord Godalming.
-Y yo caballos para perseguirlo por tierra, en el caso de que desembarque por casualidad -
dijo Morris.
-¡Bien! -dijo el profesor-. Ambos tienen razón, pero ninguno deberá ir solo. Debemos tener
fuerzas para vencer a otras fuerzas, en caso necesario; los eslovacos son fuertes y
rudos, y van bien armados.
Todos los hombres sonrieron, ya que llevaban sobre ellos un pequeño arsenal.
-He traído varios Winchester -dijo el señor Morris-. Pueden usarse muy bien en medio de
una multitud y, además, hay lobos, El conde, si lo recuerdan ustedes, tomó otras
precauciones; dio ciertas instrucciones que la señora Harker no pudo oír ni comprender.
Debemos estar preparados para todo.
-Creo que lo mejor será que vaya yo con Quincey -dijo el doctor Seward-. Estamos
acostumbrados a cazar juntos, y los dos, bien armados, podemos ser enemigos de cuidado
para cualquiera que se nos ponga enfrente. Usted tampoco debe ir solo, Art. Puede ser
necesario luchar contra los eslovacos, y un golpe de suerte, ya que no creo que lleven
armas de fuego, puede hacer fracasar todos nuestros planes. No debemos correr riesgos
esta vez; no descansaremos en tanto la cabeza y el cuerpo del conde no hayan
sido separados y estemos seguros de que no va a poder reencarnar.
Miró a Jonathan, al tiempo que hablaba, y mi esposo me miró a mí. Comprendí que el
pobre hombre estaba desesperado. Naturalmente, deseaba estar conmigo; pero, en todo
caso, el grupo que partiría en la lancha sería el que más probabilidades tendría de destruir
al..., al... vampiro (¿por qué dudo en escribir la palabra?). Guardó silencio un momento y el
doctor van Helsing intervino, diciendo:
-Amigo Jonathan, eso le corresponde, por dos razones: primeramente, porque es usted
joven, valeroso y puede pelear. Todas las fuerzas pueden ser necesarias en el momento
final; además, tiene usted el derecho a destruirlo, puesto que tanto les ha hecho sufrir, a
usted y a los suyos. No tema por la señora Mina; yo la cuidaré, si puedo. Soy viejo y mis
piernas no me permiten correr ya como antes; además, no estoy acostumbrado a
cabalgar un trecho tan prolongado para perseguir al conde, como puede ser necesario, ni a
luchar con armas mortales. Y puedo morir, si es necesario, tan bien como los hombres más
jóvenes. Déjenme decirles que lo que deseo es lo siguiente: mientras usted, lord
Godalming y nuestro amigo Jonathan, avanzan con tanta rapidez en su hermosa lancha de
vapor, y mientras John y Quincey guardan la ribera, donde por casualidad puede haber
desembarcado Drácula, voy a llevar a la señora Mina exactamente al territorio del
enemigo. Mientras el viejo zorro se encuentra encerrado en su caja, flotando en medio de
la corriente del río, donde no puede escapar a tierra, y donde no puede permitirse levantar
la cubierta de su caja, debido a que quienes lo transportan lo arrojarían al agua y lo
dejarían perecer en ella, debemos seguir la pista recorrida por Jonathan. Desde Bistritz,
sobre el Borgo, y tenemos que encontrar el camino hacia el castillo del conde de Drácula.
Allí, el poder hipnótico de la señora Mina podrá ayudarnos seguramente, y nos pondremos
en camino, que es oscuro y desconocido, después del primer amanecer inmediato a nuestra
llegada a las cercanías de ese tétrico lugar. Hay mucho quehacer, y otros lugares en que
poder santificarse, para que ese nido de víboras sea destruido.
En ese momento, Jonathan lo interrumpió, diciendo ardientemente:

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-¿Quiere usted decir, profesor, que va a conducir a Mina, en su triste estado y
estigmatizada como está con esa enfermedad diabólica, a la guarida del lobo para que
caiga en una trampa mortal? ¡De ninguna manera! ¡Por nada del mundo! Durante un
minuto perdió la voz y continuó, más adelante:
-¿Sabe usted cómo es ese lugar? ¿Ha visto usted ese terrible antro de infernales infamias...
donde la misma luz de la luna está viva y adopta toda clase de formas, y en donde
toda partícula de polvo es un embrión de monstruo? ¿Ha sentido usted los labios del
vampiro sobre su cuello?
Se volvió hacia mí, fijó los ojos en mi frente y levantó los brazos, gritando:
-¡Dios mío!, ¿qué hemos hecho para que hayas enviado este horror sobre nosotros? -y se
desplomó sobre el diván, sintiéndose destrozado.
La voz del profesor, con su tono dulce y claro, que parecía vibrar en el aire, nos
calmó a todos.
-Amigo mío, es porque quiero salvar a la señora Mina de ese horror por lo que quiero
llevarla allí. Dios no permita que la introduzca en ese lugar. Hay cierto trabajo; un trabajo
terrible que hay que hacer allí, y que los ojos de ella no deben ver. Todos los hombres
presentes, excepto Jonathan, hemos visto qué vamos a tener que hacer antes de que ese
lugar quede purificado. Recuerde que nos encontramos en medio de un peligro terrible. Si
el conde huye de nosotros esta vez, y hay que tener en cuenta que es fuerte, inteligente y
hábil, puede desear dormir durante un siglo, y a su debido tiempo, nuestra querida dama -
me tomó de la mano irá a su lado para acompañarlo, y será como las otras que vio usted,
Jonathan. Nos ha descrito usted todo lo referente a sus labios glotones y a sus risas
horribles, cuando se llevaban el saco que se movía y que el conde les había arrojado.
Usted se estremece, pero es algo que puede suceder. Perdone que le cause tanto dolor,
pero es necesario. Amigo mío, ¿no se trata de una empresa en la que probablemente
tendré que perder la vida? En el caso de que alguno de nosotros deba ir a ese lugar para
quedarse, tendré que ser yo, para hacerles compañía.
-Haga lo que guste -dijo Jonathan, con un sollozo que hizo que temblara todo su cuerpo.
¡Estamos en las manos de Dios!
Más tarde. Me hizo mucho bien ver el modo en que esos hombres valerosos trabajan.
¿Cómo es posible que las mujeres no amen a hombres que son tan sinceros, francos y
valerosos? Asimismo, pensé en el extraordinario poder del dinero. ¿Qué no puede hacer
cuando es aplicado correctamente?, ¿qué no puede conseguir cuando es usado de manera
baja? Me siento muy contenta de que lord Godalming sea tan rico y de que tanto él como el
señor Morris, que posee también mucho dinero, estén dispuestos a gastarlo con tanta
liberalidad. Ya que, de no ser así, nuestra expedición no hubiera podido ponerse en
marcha, ni tan rápidamente ni con tan buen equipo, como va a hacerlo dentro de otra hora.
No han pasado todavía tres horas desde que se decidió qué parte íbamos a desempeñar
cada uno de nosotros, y ahora, lord Godalming y Jonathan, tienen una hermosa lancha
de vapor, y están dispuestos a partir en cualquier momento.
El doctor Seward y el señor Morris tienen media docena de excelentes caballos,
todos preparados. Poseemos todos los mapas y las ampliaciones de todos tipos que es
posible conseguir. El profesor van Helsing y yo deberemos salir esta noche, a las once y
cuarenta minutos, en tren, con destino a Veresti, en donde conseguiremos una calesa que
nos conduzca hasta el Paso del Borgo. Llevamos encima una buena cantidad de dinero, ya
que tendremos que comprar la calesa y los caballos. Deberemos conducirla nosotros
mismos, puesto que no hay nadie en quien podamos confiar en este caso. El profesor
conoce muchas lenguas, de modo que podremos salir adelante sin demasiadas dificultades.
Todos tenemos armas, e incluso me consiguieron a mí un revolver de cañón largo;
Jonathan no se sentía tranquilo, a menos que fuera armada como el resto de ellos. Pero
no puedo llevar un arma que llevan los demás; el estigma sobre mi frente me lo
prohíbe. El querido doctor van Helsing me

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consuela, diciéndome que estoy bien armada, puesto que es posible que encontremos
lobos. El tiempo se está haciendo cada hora que pasa más frío y hay copos de nieve que
flotan en el aire, como malos presagios.
Más tarde. Me armé de valor para despedirme de mi querido esposo. Es posible que no
volvamos a vernos nunca más. ¡Valor, Mina! El profesor te está mirando fijamente y esa
mirada es una advertencia. No debes derramar lágrimas ahora..., a menos que Dios
permita que sean de alegría.
Del diario de Jonathan Harker
30 de octubre, por la noche. Estoy escribiendo esto a la luz que despide la caldera de la
lancha de vapor; lord Godalming está haciendo de fogonero. Tiene experiencia en el
trabajo, puesto que tuvo durante muchos años una lancha propia en el Támesis y otra
en Norfolk Broads. Con relación a nuestros planes, hemos decidido finalmente que las
suposiciones de Mina eran pertinentes y que si el conde había escogido una vía acuática
para regresar a su castillo, debía tratarse necesariamente del río Sereth y del Bistritza.
Supusimos que en algún lugar cerca del grado cuarenta y siete de latitud norte sería
el escogido para atravesar el país entre el río y los Cárpatos. No teníamos miedo de
avanzar a buena velocidad sobre el río, en plena noche; el agua es profunda y las
orillas están lo suficientemente separadas de nosotros como para que podamos
navegar tranquilamente y sin dificultades, incluso en la oscuridad. Lord Godalming me
dice que duerma un rato; que es suficiente por el momento que se quede uno de
nosotros de guardia. Pero no puedo dormir... ¿Cómo iba a poder hacerlo, con el terrible
peligro que pesa sobre mi querida esposa y al pensar que se dirige hacia ese maldito
lugar...? Mi único consuelo es que estamos en las manos de Dios. Lo malo es que, con
esa fe, sería más fácil morir que continuar viviendo, para terminar de una vez con
todas estas preocupaciones. El señor Morris y el doctor Seward salieron para hacer
su enorme recorrido a caballo, antes de que nosotros nos pusiéramos en marcha; deben
mantenerse sobre la orilla del río, a bastante distancia, sobre las tierras altas, como
para que puedan ver una buena extensión del río sin necesidad de seguir sus
meandros. Para las primeras etapas, llevan consigo a dos hombres, para que
conduzcan a sus caballos de refresco... Cuatro en total, con el fin de no despertar la
curiosidad. Cuando despidan a los hombres, lo cual sucederá bastante pronto,
deberán cuidar ellos mismos de los caballos. Es posible que necesitemos unirnos todos y,
en ese caso, todos podremos montar en los caballos... Una de las sillas de montar
tiene un pomo móvil, que puede adaptarse para Mina, en caso necesario. Hemos
emprendido una aventura terrible. Aquí, mientras avanzamos en medio de la oscuridad,
sintiendo la frialdad del río que parece levantarse para golpearnos, rodeados de
todas las voces misteriosas de la noche, vemos todo claramente. Parecemos ir hacia
lugares desconocidos, por rutas desconocidas, y entrar en un mundo nuevo de objetos
oscuros y terribles. Godalming está cerrando la puerta de la caldera...

31 de octubre. Continuamos avanzando a buena velocidad. Ha llegado el día y Godalming


está durmiendo. Yo estoy de guardia. La mañana está muy fría y resulta muy agradable el
calor que se desprende de la caldera, a pesar de que llevamos gruesas chaquetas de piel.
Hasta ahora, solamente hemos pasado a unos cuantos botes abiertos, pero ninguno de
ellos tenía a bordo ninguna caja de equipo de ninguna clase, de tamaño aproximado a la
que estamos buscando. Los hombres se asustaban siempre que volvimos nuestra lámpara
eléctrica hacia ellos, se arrodillaban y oraban.

1 de noviembre, por la noche. No hemos tenido noticias en todo el día ni hemos


encontrado nada del tipo que buscamos. Ya hemos pasado Bistritza, y si nos equivocamos
en nuestras suposiciones, habremos perdido la oportunidad. Hemos observado todas las
embarcaciones, grandes y pequeñas. Esta mañana, temprano, la tripulación de uno de
ellos creyó que éramos una nave del

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gobierno, y nos trató muy bien. Vimos en ello, en cierto modo, un mejoramiento de
nuestra situación; así, en Fundu, donde el Bistritza converge en el Sereth. Conseguimos
una bandera rumana que ahora llevamos en la proa. Este truco ha tenido éxito en todos los
botes que hemos encontrado a continuación; todos nos han mostrado una gran deferencia
y nadie ha objetado nada sobre lo que deseábamos inspeccionar o preguntar. En Fundu no
logramos noticias sobre ningún barco semejante, de modo que debió pasar por allí de
noche. Siento mucho sueño; el frío me está afectando quizá, y la naturaleza necesita
reposar de vez en cuando. Godalming insiste en que él se encargará del primer cuarto de
guardia. Dios lo bendiga por todas sus bondades para con Mina y conmigo.

2 de noviembre, por la mañana. El día está muy claro. Mi buen amigo no quiso
despertarme. Dijo que hubiera considerado eso como un pecado, ya que estaba dormido
pacíficamente y, por el momento, me olvidaba de mis pesares. Me pareció algo
desconsiderado el haber dormido tanto tiempo y dejarlo velando durante toda la noche,
pero tenía razón. Soy un hombre nuevo esta mañana y, mientras permanezco sentado,
viéndolo dormir a él, puedo ocuparme del motor, del timón y de la vigilancia. Siento que
mis fuerzas y mis energías están volviendo a mí. Me pregunto dónde estarán ahora Mina y
van Helsing. Debieron llegar a Veresti aproximadamente al mediodía del miércoles.
Necesitarían cierto tiempo para conseguir la calesa y los caballos, de modo que si se habían
puesto en marcha, avanzando con rapidez, estarían ya cerca del Paso del Borgo. ¡Que
Dios los ayude y los cuide! Temo pensar en lo que pueda suceder. ¡Si pudiéramos avanzar
con mayor rapidez! Pero no es posible. Los motores están trabajando a plena capacidad, y
no es posible pedirles más. Me pregunto también cómo se encuentran el señor Morris
y el doctor Seward. Parece haber interminables torrentes que bajan de las montañas
hasta el río, pero como ninguno de ellos es demasiado ancho..., en este momento cuando
menos, aun cuando sean indudablemente terribles en invierno y cuando se derrite la nieve,
los jinetes no encontrarán grandes dificultades para cruzarlos. Espero alcanzar a verlos
antes de llegar a Strasba, puesto que si para entonces no hemos atrapado al conde, será
quizá preciso que nos reunamos para decidir qué vamos a hacer a continuación.
Del diario del doctor Seward
2 de noviembre. Llevamos tres días galopando. No hay nada nuevo y, de todos modos, no
hubiera tenido tiempo para escribir nada, en caso de que hubiera habido algo.
Solamente tomamos los descansos necesarios para los caballos, pero ambos lo estamos
soportando muy bien. Los días en que corríamos tantas aventuras están resultando muy
útiles. Debemos continuar adelante; nunca nos sentiremos contentos en tanto no volvamos
a ver la lancha.
3 de noviembre. En Fundu nos enteramos de que la lancha había ido por el Bistritza.
Deseé que no hiciera tanto frío. Había señales de que nevaría, y si la nieve cayera con
mucha fuerza, nos detendría. En ese caso, tendremos que conseguir un trineo para
continuar, al estilo ruso.
4 de noviembre. Hoy nos enteramos de que la lancha fue detenida por un accidente,
cuando trataba de ascender por los rápidos. Los botes eslovacos suben bien, con la ayuda
de una cuerda y dirigiéndolos correctamente. Algunos de ellos ascendieron sólo unas horas
antes. Godalming era un ajustador aficionado y, evidentemente, fue él quien puso la lancha
en marcha otra vez. Finalmente, consiguieron cruzar los rápidos, con ayuda de los
habitantes, y acaban de emprender la marcha, descansados. Temo que la lancha no
mejoró mucho con el accidente; los campesinos nos informaron que después de que volvió
nuevamente a aguas tranquilas, seguía deteniéndose de vez en cuando, mientras
permaneció a la vista. Debemos avanzar con mayor brío que nunca; es posible que pronto
necesiten nuestra ayuda.
Del diario de Mina Harker

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31 de octubre. Llegamos a Veresti por la tarde. El profesor me dice que esta mañana, al
amanecer, a duras penas pudo hipnotizarme, y que todo lo que pude decir fue: "oscuro y
tranquilo". Ahora está fuera, comprando una calesa y caballos; dice que más tarde tratará
de comprar más caballos, de manera que podamos cambiarlos en el camino. Nos quedan
todavía ciento diez kilómetros por recorrer. El paisaje es precioso y muy interesante; si
nos encontráramos en diferentes circunstancias, ¡qué encantador resultaría contemplar
todo esto! Si Jonathan y yo viajáramos solos por estas tierras, ¡qué placer sería! Podríamos
detenernos, veríamos a la gente, aprenderíamos algo sobre ella y llenaríamos nuestras
mentes con todo lo pintoresco y el colorido del campo salvaje y hermoso y las personas tan
singulares. Pero, ¡ay...!
Más tarde. El doctor van Helsing ha regresado. Consiguió la calesa y los caballos; vamos a
cenar, y emprenderemos el viaje dentro de una hora. La casera nos está preparando una
enorme canasta de provisiones; parece ser suficiente para toda una compañía de soldados.
El profesor la anima y me dice en susurros que es posible que pase una semana antes de
que podamos volver a obtener alimentos. El también ha estado de compras, y ha enviado a
su casa un conjunto maravilloso de abrigos y pellizas y toda clase de ropa de abrigo. No
tendremos ningún peligro de sentir frío.
Pronto nos pondremos en marcha. Temo pensar en lo que puede sucedernos;
verdaderamente, estamos en las manos de Dios; solamente Él sabe lo que puede suceder y
le ruego, con toda la fuerza de mi alma triste y humilde, que cuide a mi amado esposo;
que, suceda lo que suceda, Jonathan pueda saber que lo amo y que lo he honrado más de
lo que puedo expresar, y que mi último y más sincero pensamiento afectuoso será siempre
para él.

XXVII.- EL DIARIO DE MINA HARKER

1 de noviembre. Hemos viajado todo el día a buena velocidad. Los caballos parecen saber
que los estamos tratando con bondad, ya que demuestran la voluntad de avanzar al mejor
paso. Hemos tenido algunos cambios y encontramos tan constantemente lo mismo, que
nos sentimos animados a pensar que el viaje será fácil. El doctor van Helsing se muestra
lacónico; les dice a los granjeros que se apresura a ir a Bistritz y les paga bien por hacer un
cambio de caballos. Nos dan sopa caliente, café o té, y salimos inmediatamente. Es un
paisaje encantador, lleno de bellezas de todos los tipos imaginables, y las personas son
valerosas, fuertes y sencillas; parecen tener muchas cualidades hermosas. Son muy, muy
supersticiosos. En la primera casa en que nos detuvimos, cuando la mujer que nos sirvió
vio la cicatriz en mi frente, se persignó y puso dos dedos delante de mí, para mantener
alejado el mal de ojo. Creo que hasta se tomaron la molestia de poner una cantidad
adicional de ajo en nuestros alimentos, y yo no puedo soportarlo. Desde entonces,
he tenido el cuidado de no quitarme el velo, y de esa forma he logrado escapar a sus
suspicacias. Estamos viajando a gran velocidad, y puesto que no tenemos cochero que
pueda contar chismes, seguimos nuestro camino sin ningún escándalo; pero me atrevo a
decir que el miedo al mal de ojo nos seguirá constantemente por todos lados. El profesor
parece incansable; no quiso descansar en todo el día, a pesar de que me obligó a dormir un
buen rato. Al atardecer, me hipnotizó, y dice que contesté como siempre: "Oscuridad, ruido
de agua y roce de madera." De manera que nuestro enemigo continúa en el río. Tengo
miedo de pensar en Jonathan, pero de alguna manera ya no siento miedo por él ni por mí.
Escribo esto mientras esperamos en una granja, a que los caballos estén preparados. El
doctor van Helsing está durmiendo. ¡Pobre hombre! Parece estar muy cansado y haber
envejecido y encanecido. Pero su boca tiene la firmeza de un conquistador. Aun en
sueños, tiene el instinto de la resolución. Cuando hayamos emprendido el camino, deberé
hacer que descanse, mientras yo misma conduzco la calesa; le diré que tenemos
todavía

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varios días por delante, y que no debe debilitarse, cuando sea necesaria toda su fuerza...
Todo está preparado. Dentro de poco partiremos.
2 de noviembre, por la mañana. Tuve éxito y tomamos turnos para conducir durante toda
la noche; ahora ya es de día y el tiempo está claro a pesar de que hace frío.
Hay una extraña pesadez en el aire...; digo pesadez porque no encuentro una palabra
mejor; quiero decir que nos oprime a ambos. Hace mucho frío y sólo nuestras pieles
calientes nos permiten sentirnos cómodos. Al amanecer, van Helsing me hipnotizó, dice que
contesté: "Oscuridad, roces de madera y agua rugiente", de manera que el río está
cambiando a medida que ascienden. Mi gran deseo es que mi amado no corra ningún
peligro; no más de lo necesario, pero estamos en las manos de Dios.
2 de noviembre, por la noche. Hemos estado viajando todo el día. El campo se hace más
salvaje a medida que avanzamos y las grandes elevaciones de los Cárpatos, que en
Veresti parecían estar tan alejadas de nosotros y tan bajas en el horizonte, parecen
rodearnos y elevarse frente a nosotros. Ambos parecemos estar de buen humor;
creo que nos esforzamos en animarnos uno al otro y, así, nos consolamos. El doctor
van Helsing dice que por la mañana llegaremos al Paso de l Borgo. Las casas son ahora
muy escasas, y el profesor dice que el último caballo que obtuvimos tendrá que continuar
con nosotros, ya que es muy posible que no podamos volver a cambiarlo. Tenemos dos,
además de los otros dos que cambiamos, de manera que ahora poseemos un buen tiro.
Los caballos son pacientes y buenos y no nos causan ningún problema. No nos
preocupamos de otros viajeros, de manera que hasta yo puedo conducir.
Llegaremos al paso de día; no queremos llegar antes, de manera que vamos con calma y
ambos tomamos un largo descanso, por turnos. ¿Qué nos traerá el día de mañana?
Vamos hacia el lugar en donde mi pobre esposo sufrió tanto. Dios nos permita llegar con
bien hasta allí y que Él se digne cuidar a mi esposo y a los que nos son queridos, que se
encuentran en un peligro tan mortal. En cuanto a mí, no soy digna de Él. ¡Ay! ¡No estoy
limpia ante sus ojos, y así permaneceré hasta que Él se digne permitirme estar ante su
presencia, como uno de los que no han provocado su ira!
Memorando de Abraham van Helsing
4 de noviembre. Esto es para mi antiguo y sincero amigo, el doctor John Seward, de
Purefleet, Londres, en caso de que no lo pueda volver a ver. Es posible que aclare. Es de
mañana, y escribo junto al fuego que nos ha mantenido vivos durante toda la noche.
La señora Mina me ha ayudado. Hace frío; mucho frío. Tanto, que el cielo gris y pesado
está lleno de nieve que, cuando caiga, permanecerá durante todo el invierno, ya que la
tierra se está endureciendo para recibirla. Parece haber afectado a la señora Mina. Ha
tenido la cabeza tan pesada durante todo el día, que no parece ser la misma. ¡Duerme,
duerme y sigue durmiendo! Ella, que es siempre tan vivaz, no ha hecho casi absolutamente
nada en todo el día; hasta ha perdido el apetito. No hizo ninguna anotación en su diario,
ella que tan fielmente había escrito en cada una de nuestras paradas. Algo me dice que no
todo marcha bien. Sin embargo, esta noche está más vivaz. Su largo sueño del día la ha
refrescado y restaurado, y ahora está tan dulce y despierta como siempre. Traté de
hipnotizarla al amanecer, pero sin obtener ningún resultado positivo. El poder ha ido
disminuyendo continuamente, día a día, y esta noche me falló por completo. Bueno, ¡que
se haga la voluntad de Dios...!
¡Cualquiera que sea y adondequiera que nos lleve! Ahora, pasemos a lo histórico; ya que la
señora Mina no escribió en su diario, debo, en mi laborioso lenguaje antiguo, hacerlo, de
manera que ningún día que pasamos quede sin ser registrado.
Llegamos al Paso del Borgo un poco antes del amanecer, ayer por la mañana; cuando
observé los signos precursores del alba, me preparé a hipnotizarla. Detuvimos la calesa y
descendimos, con el fin de que nada nos perturbara. Hice una especie de sofá con
pieles, y la señora Mina, después de acostarse,

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se prestó a la hipnosis, como siempre, pero más lenta y brevemente que nunca. Como
antes, su respuesta fue: "Oscuridad y aguas agitadas." Luego despertó, vivaz y radiante, y
continuamos nuestro camino, para llegar pronto al Paso. En esta hora y lugar, ella se
llenó de un nuevo entusiasmo; un nuevo poder director se manifestó en ella, ya que señaló
un camino y dijo:
-Este es el camino.
-¿Cómo lo sabe? -inquirí.
-Por supuesto que lo sé -contestó ella, y al cabo de una pausa añadió-:
¿Acaso no viajó por él mi Jonathan y escribió todo lo relativo a su viaje?
En un principio, pensé que era algo extraño, pero pronto vi que sólo podía existir un camino
semejante. Es muy poco utilizado, y sumamente diferente del camino real que conduce de
Bucovina a Bistritz, que es más amplio y duro y más utilizado.
De manera que tomamos ese camino. Encontramos otros caminos (no siempre estábamos
seguros de que fueran verdaderos caminos, ya que estaban descuidados y cubiertos de
una capa ligera de nieve). Los caballos sabían y solamente ellos. Les dejaba las riendas
sueltas y los animales continuaban pacientemente. Una detrás de otra, encontramos todas
las cosas que Jonathan anotó en el maravilloso diario que escribió.
Luego, proseguimos, durante largas y prolongadas horas. En un principio, le dije a la
señora Mina que durmiera; lo intentó y logró hacerlo. Durmió todo el tiempo hasta que,
por fin, sentí que las sospechas crecían en mí e intenté despertarla, pero ella continuó
durmiendo y no logré despertarla a pesar de que lo intenté. No quise hacerlo con
demasiada fuerza por no dañarla, ya que yo sé que ha sufrido mucho y que el sueño, en
ocasiones, puede ser muy conveniente para ella. Creo que yo me adormecí, porque, de
pronto, me sentí culpable, como si hubiera hecho algo indebido. Me encontré erguido, con
las riendas en la mano y los hermosos caballos que trotaban como siempre. Bajé la mirada
y vi que la señora Mina continuaba dormida. No falta mucho para el atardecer y, sobre la
nieve, la luz del sol riela como si fuera una enorme corriente amarilla, de manera que
nosotros proyectamos una larga sombra en donde la montaña se eleva verticalmente.
Estamos subiendo y subiendo continuamente y todo es, ¡oh!, muy agreste y rocoso. Como
si fuera el fin del mundo.
Luego, desperté a la señora Mina. Esta vez despertó sin gran dificultad y, luego, traté de
hacerla dormir hipnóticamente, pero no lo logré; era como si yo no estuviera allí. Sin
embargo, vuelvo a intentarlo repetidamente, hasta que, de pronto, nos encontramos en la
oscuridad, de manera que miro a mi alrededor y descubro que el sol se ha ido. La señora
Mina se ríe y me vuelvo hacia ella. Ahora está bien despierta y tiene tan buen aspecto
como nunca le he visto desde aquella noche en Carfax, cuando entramos por primera vez
en la casa del conde. Me siento asombrado e intranquilo, pero está tan vivaz, tierna
y solícita conmigo, que olvido todo temor. Enciendo un fuego, ya que trajimos con nosotros
una provisión de leña, y ella prepara alimentos mientras yo desato los caballos y los
acomodo en la sombra, para alimentarlos. Luego, cuando regresé a la fogata, ella tenía
mi cena lista. Fui a ayudarle, pero ella me sonrió y me dijo que ya había comido, que tenía
tanta hambre que no había podido esperar. Eso no me agradó, y tengo terribles dudas,
pero temo asustarla y no menciono nada al respecto. La señora Mina me ayudó, comí, y
luego, nos envolvimos en las pieles y nos acostamos al lado del fuego. Le dije que
durmiera y que yo velaría, pero de pronto me olvido de la vigilancia y, cuando súbitamente
me acuerdo de que debo hacerlo, la encuentro tendida, inmóvil; pero despierta mirándome
con ojos muy brillantes. Esto sucedió una o dos veces y pude dormir hasta la mañana.
Cuando desperté, traté de hipnotizarla, pero, a pesar de que ella cerró obedientemente los
ojos, no pudo dormirse. El sol se elevó cada vez más y, luego, el sueño llegó a ella,
demasiado tarde; fue tan fuerte, que no despertó.

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Tuve que levantarla y colocarla, dormida, en la calesa, una vez que coloqué en varas a
los caballos y lo preparé todo. La señora continúa dormida y su rostro parece más
saludable y sonrosado que antes, y eso no me gusta. ¡Tengo miedo, mucho miedo!
Tengo miedo de todas las cosas. Hasta de pensar; pero debo continuar mi camino. Lo que
nos jugamos es algo de vida o muerte, o más que eso aún, y no debemos vacilar un
instante.
5 de noviembre, por la mañana. Permítaseme ser exacto en todo, puesto que, aunque
usted y yo hemos visto juntos cosas extrañas, puede comenzar a pensar que yo, van
Helsing, estoy loco; que los muchos horrores y las tensiones tan prolongadas sobre mi
sistema nervioso han logrado al fin trastornar mi cerebro. Viajamos todo el día de ayer,
acercándonos cada vez más a las montañas y recorriendo un terreno cada vez más agreste
y desierto. Hay precipicios gigantescos y amenazadores, muchas cascadas, y la naturaleza
parece haber realizado en alguna época su carnaval. La señora Mina sigue durmiendo
constantemente, y aunque yo sentí hambre y la satisfice, no logré despertarla, ni siquiera
para comer. Comencé a temer que el hechizo fatal del lugar se estuviera apoderando de
ella, ya que está manchada con ese bautismo de sangre del vampiro.
-Bien -me dije a mí mismo-, si duerme todo el día, también es seguro que yo no dormiré
durante la noche.
Mientras viajábamos por el camino áspero, ya que se trataba de un camino antiguo y
deteriorado, me dormí. Volví a despertarme con la sensación de culpabilidad y del tiempo
transcurrido, y descubrí que la señora Mina continuaba dormida y que el sol estaba muy
bajo, pero, en efecto, todo había cambiado. Las amenazadoras montañas parecían más
lejanas y nos encontrábamos cerca de la cima de una colina de pendiente muy
pronunciada, y en cuya cumbre se encontraba el castillo, tal como Jonathan indicaba en su
diario. Inmediatamente me sentí intranquilo y temeroso, debido a que, ahora, para bien o
para mal, el fin estaba cercano. Desperté a la señora Mina y traté nuevamente de
hipnotizarla, pero no obtuve ningún resultado. Luego, la profunda oscuridad descendió
sobre nosotros, porque aun después del ocaso, los cielos reflejaban el sol oculto sobre la
nieve y todo estaba sumido, durante algún tiempo, en una gigantesca penumbra.
Desenganché los caballos, y les di de comer en el albergue que logré encontrar. Luego,
encendí un fuego y, cerca de él, hice que la señora Mina, que ahora estaba más despierta y
encantadora que nunca, se sentara cómodamente, entre sus pieles. Preparé la cena, pero
ella no quiso comer. Dijo simplemente que no tenía hambre. No la presioné, sabiendo que
no lo deseaba, pero yo cené, porque necesitaba estar fuerte por todos. Luego, presa aún
del temor por lo que pudiera suceder, tracé un círculo grande en torno a la señora Mina
y sobre él coloqué parte de la Hostia sagrada y la desmenucé finamente, para que todo
estuviera protegido. Ella permaneció sentada tranquilamente todo el tiempo; tan tranquila
como si estuviera muerta, y empezó a ponerse cada vez más pálida, hasta que tenía casi el
mismo color de la nieve; no pronunció palabra alguna, pero cuando me acerqué a ella, se
abrazó a mí, y noté que la pobre se estremecía de la cabeza a los pies, con un temblor que
era doloroso de ver. A continuación, cuando se tranquilizó un poco, le dije:
-¿No quiere usted acercarse al fuego?
Deseaba hacer una prueba para saber si le era posible hacerlo.
Se levantó obedeciendo, pero, en cuanto dio un paso, se detuvo y permaneció inmóvil,
como petrificada.
-¿Por qué no continúa? -le pregunté.
Ella meneó la cabeza y, retrocediendo, volvió a sentarse en su lugar.
Luego, mirándome con los ojos muy abiertos, como los de una persona que acaba de
despertar de un sueño, me dijo con sencillez:
-¡No puedo! -y guardó silencio.

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Me alegró sabiendo que si ella no podía pasar, ninguno de los vampiros, a los que
temíamos, podría hacerlo tampoco. ¡Aunque era posible que hubiera peligros para
su cuerpo, al menos su alma estaba a salvo!
En ese momento, los caballos comenzaron a inquietarse y a tirar de sus riendas, hasta que
me acerqué a ellos y los calmé. Cuando sintieron mis manos sobre ellos, relincharon en
tono bajo, como de alegría, frotaron sus hocicos en mis manos y permanecieron tranquilos
durante un momento. Muchas veces, en el curso de la noche, me levanté y me acerqué a
ellos hasta que llegó el momento frío en que toda la naturaleza se encuentra en su punto
más bajo de vitalidad, y, todas las veces, mi presencia los calmaba. Al acercarse la hora
más fría, el fuego comenzó a extinguirse y me levanté para echarle más leña, debido a
que la nieve caía con más fuerza y, con ella, se acercaba una neblina ligera y muy
fría. Incluso en la oscuridad hay un resplandor de cierto tipo, como sucede siempre
sobre la nieve, y pareció que los copos de nieve y los jirones de niebla tomaban forma de
mujeres, vestidas con ropas que se arrastraban por el suelo. Todo parecía muerto, y
reinaba un profundo silencio, que solamente interrumpía la agitación de los caballos, que
parecían temer que ocurriera lo peor. Comencé a sentir un tremendo miedo, pero
entonces me llegó el sentimiento de seguridad, debido al círculo dentro del que me
encontraba. Comencé a pensar también que todo era debido a mi imaginación en medio de
la noche, a causa del resplandor, de la intranquilidad, de la fatiga y de la terrible ansiedad.
Era como si mis recuerdos de las terribles experiencias de Jonathan me engañaran, porque
los copos de nieve y la niebla comenzaron a girar en torno a mí, hasta que pude captar una
imagen borrosa de aquellas mujeres que lo habían besado. Luego, los caballos se
agacharon cada vez más y se lamentaron aterrorizados, como los hombres lo hacen en
medio del dolor. Hasta la locura del temor les fue negada, de manera que pudieran
alejarse. Sentí temor por mi querida señora Mina, cuando aquellas extrañas figuras se
acercaron y me rodearon. La miré, pero ella permaneció sentada tranquila, sonriéndome;
cuando me acerqué al fuego para echarle más leña, me cogió una mano y me retuvo;
luego, susurró, con una voz que uno escucha en sueños, sumamente baja:
-¡No! ¡No! No salga. ¡Aquí está seguro!
Me volví hacia ella y le dije, mirándola a los ojos:
-Pero, ¿y usted? ¡Es por usted por quien temo! Al oír eso, se echó a reír... con una risa
ronca, e irreal, y dijo:
-¿Teme por mí? ¿Por qué teme por mí? Nadie en todo el mundo esta mejor protegido
contra ellos que yo.
Y mientras me preguntaba el significado de sus palabras, una ráfaga de viento hizo que la
llama se elevara y vi la cicatriz roja en su frente. Luego lo comprendí. Y si no lo hubiera
comprendido entonces, pronto lo hubiera hecho, gracias a las figuras de niebla y nieve que
giraban y que se acercaban, pero manteniéndose lejos del círculo sagrado. Luego,
comenzaron a materializarse, hasta que, si Dios no se hubiera llevado mi cordura, porque
lo vi con mis propios ojos, estuvieron ante mí, en carne y hueso, las mismas tres mujeres
que Jonathan vio en la habitación, cuando le besaron la garganta.
Yo conocía las imágenes que giraban, los ojos brillantes y duros, las dentaduras blancas, el
color sonrosado y los labios voluptuosos. Le sonreían continuamente a la pobre señora
Mina, Y al resonar sus risas en el silencio de la noche, agitaban los brazos y la señalaban,
hablando con las voces resonantes y dulces de las que Jonathan había dicho que eran
insoportablemente dulces, como cristalinas.
-¡Ven, hermana! ¡ven con nosotras! ¡ven! ¡ven! -le decían.
Lleno de temor, me volví hacia mi pobre señora Mina y mi corazón se elevó como una
llama, lleno de gozo, porque, ¡oh!, el terror que se reflejaba en sus dulces ojos y la
repulsión y el horror, hacían comprender a mi corazón que aún había esperanzas,
¡gracias sean dadas a Dios porque no era aún una de ellas! Cogí uno de los leños de la
fogata, que estaba cerca de mí, y,

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sosteniendo parte de la Hostia, avancé hacia ellas. Se alejaron de mí y se rieron a
carcajadas, de manera ronca y horrible. Alimenté el fuego y no les tuve miedo, porque
sabía que estábamos seguros dentro de nuestro círculo protector. No podían acercárseme,
mientras estuviera armado en esa forma, ni a la señora Mina, en tanto permaneciera
dentro del círculo, que ella no podía abandonar, y en el que las otras no podían entrar. Los
caballos habían dejado de gemir y permanecían inmóviles echados en el suelo. La
nieve caía suavemente sobre ellos, hasta que se pusieron blancos. Supe que, para los
pobres animales, no existía un terror mayor.
Permanecimos así hasta que el rojo color del amanecer comenzó a vislumbrarse en medio
de la nieve sombría. Me sentía desolado y temeroso, lleno de presentimientos y
terrores, pero cuando el hermoso sol comenzó a ascender por el horizonte, la vida volvió a
mí. Al aparecer el alba, las figuras horribles se derritieron en medio de la niebla y la
nieve que giraba; las capas de neblina transparente se alejaron hacia el castillo y se
perdieron. Instintivamente, al llegar la aurora, me volví hacia la señora Mina, para
tratar de hipnotizarla, pero vi que se había quedado repentina y profundamente
dormida, y no pude despertarla. Traté de hipnotizarla dormida, pero no me dio ninguna
respuesta en absoluto, y el sol salió. Tengo todavía miedo de moverme. He hecho fuego y
he ido a ver a los caballos. Todos están muertos. Hoy tengo mucho quehacer aquí y
espero hasta que el sol se encuentre ya muy alto, porque puede haber lugares a donde
tengo que ir, en los que ese sol, aunque oscurecido por la nieve y la niebla, será para mí
una seguridad. Voy a fortalecerme con el desayuno, y después, voy a ocuparme de mi
terrible trabajo. La señora Mina duerme todavía y, ¡gracias a Dios!, está tranquila en su
sueño.
Del diario de Jonathan Harker
4 de noviembre, por la noche. El accidente de la lancha había sido terrible para nosotros. A
no ser por él, hubiéramos atrapado el bote desde hace mucho tiempo, y para ahora, mi
querida Mina estaría ya libre. Temo pensar en ella, lejos del mundo, en aquel horrible lugar.
Hemos conseguido caballos, y seguimos por el camino. Escribo esto mientras Godalming se
prepara. Tenemos preparadas nuestras armas y los cíngaros tendrán que tener cuidado si
es que desean pelear. ¡Si Morris y Seward estuvieran con nosotros! ¡Sólo nos queda
esperar! ¡Si no vuelvo a escribir, adiós, Mina! ¡Que Dios te bendiga y te guarde!
Del diario del doctor Seward
5 de noviembre. Al amanecer, vemos la tribu de cíngaros delante de nosotros, alejándose
del río, en sus carretas. Se reúnen en torno a ellas y se desplazan
apresuradamente, como si estuvieran siendo acosados. La nieve está cayendo lentamente
y hay una enorme tensión en la atmósfera. Es posible que se trate solamente de nuestros
sentimientos, pero la impresión es extraña. A lo lejos, oigo el aullido de los lobos; la nieve
los hace bajar de las montañas y el peligro para todos es grande y procede de todos lados.
Los caballos están casi preparados, y nos ponemos en marcha inmediatamente. Vamos
hacia la muerte de alguien. Solamente Dios sabe de quién o dónde, o qué o cuándo o cómo
puede suceder...
Memorando, por el doctor van Helsing
5 de noviembre, por la tarde. Por lo menos, estoy cuerdo. Gracias a Dios por su
misericordia en medio de tantos sucesos, aunque hayan resultado una prueba terrible.
Cuando dejé a la señora Mina dormida en el interior del círculo sagrado, me encaminé hacia
el castillo. El martillo de herrero que llevaba en la calesa desde Veresti me ha sido útil;
aunque las puertas estaban abiertas, las hice salir de sus goznes oxidados, para evitar que
algún intento maligno o la mala suerte pudieran cerrarlas de tal modo que una vez dentro
no pudiera volver a salir. Las amargas experiencias de Jonathan me sirven.

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Recordando su diario, encuentro el camino hacia la vieja capilla, ya que sé que es allí donde
voy a tener que trabajar. La atmósfera era sofocante; parecía que había en ella algún ácido
sulfuroso que, a veces, me atontó un poco. O bien oía un rugido, o me llegaban
distorsionados los aullidos de los lobos. Entonces, me acordé de mi querida señora Mina y
me encontré en medio de un terrible dilema.
No me he permitido traerla a este horrendo lugar, sino que la he dejado a salvo de los
vampiros en el círculo sagrado; sin embargo, ¡había lobos que la ponían en peligro! Resolví
que tenía que hacer el principal trabajo en el castillo, y que en lo tocante a los lobos
deberíamos someternos a la voluntad de Dios. De todos modos, eso significaría sólo la
muerte y la libertad. Así es que me decidí por ella. Si la elección hubiera sido por mí, no
me hubiera sido difícil decidirme; ¡era mil veces mejor encontrarse en medio de una jauría
de lobos que en la tumba del vampiro! Por consiguiente, decidí continuar mi trabajo.
Sabía que había al menos tres tumbas que encontrar, las cuales estaban habitadas. De
modo que busqué sin descanso, y encontré una de ellas. Estaba tendida en su sueño de
vampiro, tan llena de vida y de voluptuosa belleza que me estremecí, como si me
dispusiera a cometer un crimen. No pongo en duda que, en la antigüedad, a muchos
hombres que se disponían a llevar a cabo una tarea como la mía les fallaran el corazón y
los nervios. Por consiguiente, se retrasaba hasta que la misma belleza de la muerta viva lo
hipnotizaba; y se quedaba allí, hasta que llegaba la puesta del sol y cesaba el sueño del
vampiro. Entonces, los hermosos ojos de la mujer vampiro se abrían y lo miraban llenos de
amor, y los labios voluptuosos se entreabrían para besar... El hombre es débil. Así había
una víctima más en la guarida del vampiro; ¡uno más que engrosaba las filas terribles de
los muertos vivos...!
Desde luego, existe cierta fascinación, puesto que me conmuevo ante la sola presencia de
una mujer tan bella, aun cuando esté tendida en una tumba destartalada por los años y
llena del polvo de varios siglos, aunque había ese olor horrible que flotaba en la guarida
del conde. Sí; me sentía turbado... Yo, van Helsing, a pesar de mis propósitos y de mis
motivos de odios..., sentía la necesidad de un retraso que parecía paralizar mis facultades y
aferrarme el alma misma. Era posible que la necesidad de sueño natural y la extraña
opresión del aire me estuvieran abrumando. Estaba seguro de que me estaba dejando
dominar por el sueño; el sueño con los ojos abiertos de una persona que se entrega a una
dulce fascinación, cuando llegó a través del aire silencioso y lleno de nieve un gemido muy
prolongado, tan lleno de aflicción y de pesar, que me despertó como si hubiera sido una
trompeta, puesto que era la voz de la señora Mina la que estaba oyendo.
Luego, me dediqué a mi horrible tarea y descubrí, levantando las losas de las tumbas, a
otra de las hermanas, la otra morena. No me detuve a mirarla, como lo había hecho con su
hermana, por miedo de quedar fascinado otra vez; continúo buscando hasta que, de
pronto, descubro en una gran tumba que debió ser construida para una mujer muy amada,
a la otra hermana, a la que, como mi amigo Jonathan, he visto materializarse de la niebla.
Era tan agradable de contemplar, de una belleza tan radiante y tan exquisitamente
voluptuosa, que el mismo instinto de hombre en mí, que exigía parte de mi sexo para amar
y proteger a una de ellas, hizo que mi cabeza girara con una nueva emoción. Pero, gracias
a Dios, aquel lamento prolongado de mi querida señora Mina no había cesado todavía en
mis oídos y, antes de que el hechizo pudiera afectarme otra vez, ya me había
decidido a llevar a cabo mi terrible trabajo. Había registrado todas las tumbas de la capilla,
según creo, y como solamente había habido cerca de nosotros, durante la noche, tres de
esos fantasmas de muertas vivas, supuse que no había más muertas vivas activas que
ellas. Había una gran tumba, más señorial que todas las demás, enorme y de nobles
proporciones. Sobre ella había escrita una sola palabra: DRÁCULA

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Así pues, aquella era la tumba del Rey Vampiro, al que se debían tantos otros. El
hecho de que estuviese vacía fue lo suficientemente elocuente como para asegurarme de lo
que ya sabía. Antes de comenzar a restaurar a aquellas mujeres a su calidad de muertas
verdaderas, por medio de mi horrible trabajo, dejé una parte de la hostia sagrada en la
tumba de Drácula, haciendo así que la entrada le fuera prohibida y que permaneciera
eternamente como muerto vivo.
Entonces comenzó mi terrible tarea, y tuve horror de ella. Si solamente hubiera sido una,
no resultaría difícil, relativamente. Pero, ¡eran tres! Tenía que recomenzar dos veces
después de haber llegado al colmo del horror. Puesto que si fue terrible con la dulce Lucy,
¿cómo no iba a serlo con aquellas desconocidas, que habían sobrevivido durante varios
siglos y que habían sido fortalecidas por el paso de los años? Si pudieran, ¿lucharían por
sus horrendas vidas...?
¡Oh, amigo John, era un trabajo de carnicero! Si no me hubiera dado ánimos el pensar en
otros muertos y en los vivos sobre los que pesaba un error semejante, no habría podido
hacerlo. No ceso de temblar todavía, aunque hace tiempo ya que el trabajo ha concluido.
Gracias a Dios, mis nervios no me traicionaron. Si no hubiera visto el reposo en primer
lugar y la alegría que se extendió sobre el rostro del cadáver un momento antes de que
comenzara la disolución, como demostración de que un alma había sido liberada, no
hubiera podido concluir mi carnicería. No hubiera podido soportar el terrible ruido de la
estaca al penetrar, los labios cubiertos de espuma sanguinolenta, ni el retorcerse del
cuerpo. Debí dejar mi trabajo sin terminar, huyendo aterrorizado de allí, pero, ¡ya está
concluido! Y en cuanto a las pobres almas, puedo ahora sentir lástima por ellas y
derramar lágrimas, puesto que vi la paz que se extendía sobre sus rostros, antes de
desaparecer. Puesto que, amigo John, apenas había cortado con mi cuchillo la cabeza de
todas ellas, cuando los cuerpos comenzaron a desintegrarse hasta convertirse en el polvo
natural, como si la muerte que debía haberse producido varios siglos antes, se hubiera
finalmente establecido con firmeza, proclamando: "¡Aquí estoy!"
Antes de salir del castillo, cerré las puertas de tal modo, que nunca volviera a
poder entrar el conde como muerto vivo.
Cuando entré en el círculo sagrado, en cuyo interior dormía la señora Mina, despertó y, al
verme, me dijo llorando que yo había soportado ya demasiado.
-¡Vámonos! -dijo-. ¡Alejémonos de este horrible lugar! Vamos a salir al encuentro de mi
esposo, que ya está en camino hacia nosotros; lo sé.
Tenía un aspecto frágil, pálido y débil, pero sus ojos estaban puros y brillaban con fervor.
Estaba contento de ver su palidez y su aspecto enfermizo, ya que mi mente estaba todavía
llena del horror producido al ver aquel sueño de las mujeres vampiros.
Así, con confianza y esperanza y, sin embargo, llenos de temor, nos dirigimos hacia el este,
para reunirnos con nuestros amigos y con él, puesto que la señora Mina dice que sabe que
vienen a nuestro encuentro.
Del diario de Mina Harker
6 de noviembre. Estaba ya bastante avanzada la tarde cuando el profesor y yo nos
pusimos en marcha hacia el este, por donde sabía yo que se estaba acercando Jonathan.
No avanzamos rápidamente, debido a que el terreno era muy en pendiente y teníamos que
llevar con nosotros pesadas pieles y abrigos, porque no deseábamos correr el riesgo de
permanecer sin ropas calientes en medio del frío y de la nieve. Además, tuvimos que
llevarnos parte de nuestras provisiones, ya que estábamos en una comarca
absolutamente desolada y, en toda la extensión que abarcaba nuestra mirada, sobre la
nieve, no se veía ningún lugar habitado. Cuando hubimos recorrido aproximadamente
kilómetro y medio, me sentí cansada por la pesada caminata, y me senté un momento a
descansar. Entonces, miramos atrás y vimos el lugar en que el altivo castillo de Drácula
destacaba contra el cielo, debido a que estábamos en un lugar tan

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bajo con respecto a la colina sobre la que se levantaba, que los Cárpatos se encontraban
muy lejos detrás de él.
Lo vimos en toda su grandeza, casi pendiente sobre un precipicio enorme, y parecía que
había una gran separación entre la cima y las otras montañas que lo rodeaban por todos
lados. Alcanzábamos a oír el aullido distante de los lobos. Estaban muy lejos, pero el
sonido, aunque amortiguado por la nieve, era horripilante. Comprendí por el modo en que
el profesor van Helsing estaba mirando a nuestro alrededor, que estaba buscando un
punto estratégico en donde estaríamos menos expuestos en caso de ataque. El camino real
continuaba hacia abajo y podíamos verlo a pesar de la nieve que lo cubría.
Al cabo de un momento, el profesor me hizo señas y, levantándome, me dirigí hacia él.
Había encontrado un lugar magnífico; una especie de hueco natural en una roca, con una
entrada semejante a una puerta, entre dos peñascos. Me tomó de la mano y me hizo
entrar.
-¡Vea! -me dijo-. Aquí estará usted a salvo, y si los lobos se acercan, podrá recibirlos uno
por uno.
Llevó al interior todas nuestras pieles y me preparó un lecho cómodo; luego, sacó algunas
provisiones y me obligó a consumirlas. Pero no podía comer, e incluso el tratar de
hacerlo me resultaba repulsivo; aunque me hubiera gustado mucho poder
complacerlo, no pude hacerlo. Pareció muy entristecido. Sin embargo, no me hizo ningún
reproche. Sacó de su estuche sus anteojos y permaneció en la parte más alta de la roca,
examinando cuidadosamente el horizonte. Repentinamente, gritó:
-¡Mire, señora Mina! ¡Mire! ¡Mire!
Me puse en pie de un salto y ascendí a la roca, deteniéndome a su lado; me tendió los
anteojos y señaló con el dedo. La nieve caía con mayor fuerza y giraba en torno nuestro
con furia, debido a que se había desatado un viento muy fuerte. Sin embargo, había veces
en que la ventisca se calmaba un poco y lograba ver una gran extensión de terreno. Desde
la altura en que nos encontrábamos, era posible ver a gran distancia y, a lo lejos, más allá
de la blanca capa de nieve, el río que avanzaba formando meandros, como una cinta negra,
justamente frente a nosotros y no muy lejos..., en realidad tan cerca, que me sorprendió
que no los hubiéramos visto antes, avanzaba un grupo de hombres montados a caballo,
que se apresuraban todo lo que podían. En medio de ellos llevaban una carreta, un
vehículo largo que se bamboleaba de un lado a otro, como la cola de un perro, cuando
pasaba sobre alguna desigualdad del terreno. En contraste con la nieve, tal y como
aparecían, comprendí por sus ropas que debía tratarse de campesinos o de guanos.
Sobre la carreta había una gran caja cuadrada, y sentí que mi corazón comenzaba a latir
fuertemente debido a que presentía que el fin estaba cercano. La noche se iba acercando
ya, y sabía perfectamente que, a la puesta del sol, la cosa que estaba encerrada en aquella
caja podría salir y, tomando alguna de las formas que estaban en su poder, eludir la
persecución. Aterrorizada, me volví hacia el profesor y vi consternada que ya no estaba a
mi lado. Un instante después lo vi debajo de mí. Alrededor de la roca había trazado un
círculo, semejante al que había servido la noche anterior para protegernos. Cuando lo
terminó, se puso otra vez a mi lado, diciendo:
-¡Al menos estará usted aquí a salvo de él!
Me tomó los anteojos de las manos, y al siguiente momento de calma recorrió con la
mirada todo el terreno que se extendía a nuestros pies.
-Vea -dijo-: se acercan rápidamente, espoleando los caballos y avanzando tan velozmente
como el camino se lo permite -hizo una pausa y, un instante después, continuó, con voz
hueca-: Se están apresurando a causa de que está cerca la puesta del sol. Es posible que
lleguemos demasiado tarde. ¡Que se haga la voluntad del Señor!
Volvió a caer otra vez la nieve con fuerza, y todo el paisaje desapareció. Sin embargo,
pronto se calmó y, una vez más, el profesor escudriñó la llanura con ayuda de sus
anteojos. Luego, gritó repentinamente:

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-¡Mire! ¡Mire! ¡Mire! Vea: dos jinetes los siguen rápidamente, procedentes del sur.
Deben ser Quincey y John. Tome los anteojos. ¡Mire antes de que la nieve nos impida ver
otra vez!
Tomé los anteojos y miré. Los dos hombres podían ser el señor Morris y el doctor Seward.
En todo caso, estuve segura de que ninguno de ellos era Jonathan. Al mismo tiempo, sabía
que Jonathan no se encontraba lejos; mirando en torno mío, vi al norte del grupo que se
acercaban otros dos hombres, que galopaban a toda la velocidad que podían desarrollar sus
monturas. Comprendí que uno de ellos era Jonathan y, por supuesto, supuse que el otro
debía ser lord Godalming. Ellos también estaban persiguiendo al grupo de la carreta.
Cuando se lo dije al profesor, saltó de alegría, como un escolar y, después de mirar
atentamente, hasta que otra ventisca de nieve hizo que toda visión fuera imposible,
preparó su Winchester, colocándolo sobre uno de los peñascos, preparado para disparar.
-Están convergiendo todos -dijo-. Cuando llegue el momento, tendremos gitanos por todos
lados.
Saqué mi revólver y lo mantuve a punto de disparar, ya que, mientras hablábamos, el
aullido de los lobos sonó mucho más cerca. Cuando la tormenta de nieve se calmó un
poco, volvimos a mirar. Era extraño ver la nieve que caía con tanta fuerza en el lugar
en que nosotros nos encontrábamos y, un poco más allá, ver brillar el sol, cada vez con
mayor intensidad, acercándose cada vez más a la línea de montañas. Al mirar en torno
nuestro, pude ver manchas que se desplazaban sobre la nieve, solas, en parejas o en tríos
y en grandes números... Los lobos se estaban reuniendo para atacar a sus presas.
Cada instante que pasaba parecía una eternidad, mientras esperábamos. El viento se hizo
de pronto más fuerte y la nieve caía con furia, girando sobre nosotros sin descanso. A
veces no llegábamos a ver ni siquiera a la distancia de nuestros brazos extendidos; pero en
otros momentos, el aire se aclaraba y nuestra mirada abarcaba todo el paisaje. Durante los
últimos tiempos nos habíamos acostumbrado tanto a esperar la salida y la puesta del sol,
que sabíamos exactamente cuándo iba a producirse. No faltaba mucho para el ocaso. Era
difícil creer que, de acuerdo con nuestros relojes, hacía menos de una hora que estábamos
sobre aquella roca, esperando, mientras los tres grupos de jinetes convergían sobre
nosotros. El viento se fue haciendo cada vez más fuerte y soplaba de manera más regular
desde el norte. Parecía que las nubes cargadas de nieve se habían alejado de nosotros,
porque había cesado, salvo copos ocasionales. Resultaba bastante extraño que los
perseguidos no se percataran de que eran perseguidos, o que no se preocuparan en
absoluto de ello. Sin embargo, parecían apresurarse cada vez más, mientras el sol
descendía sobre las cumbres de las montañas.
Se iban acercando... El profesor y yo nos agazapamos detrás de una roca y mantuvimos
nuestras armas preparadas para disparar. Comprendí que estaba firmemente determinado
a no dejar que pasaran. Ninguno de ellos se había dado cuenta de nuestra presencia.
Repentinamente, dos voces gritaron con fuerza:
-¡Alto!
Una de ellas era la de mi Jonathan, que se elevaba en tono de pasión; la otra era la voz
resuelta y de mando del señor Morris. Era posible que los gitanos no comprendieran la
lengua, pero el tono en que fue pronunciada esa palabra no dejaba lugar a dudas, sin que
importara en absoluto en qué lengua había sido dicha.
Instintivamente, tiraron de las riendas y, de pronto, lord Godalming y Jonathan se
precipitaron hacia uno de los lados y el señor Morris y el doctor Seward por el otro. El líder
de los gitanos, un tipo de aspecto impresionante que montaba a caballo como un centauro,
les hizo un gesto, ordenándoles retroceder y, con voz furiosa, les dio a sus compañeros
orden de entrar en acción. Espolearon a los caballos que se lanzaron hacia adelante, pero
los cuatro jinetes levantaron sus rifles Winchester y, de una manera inequívoca,

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les dieron la orden de detenerse. En ese mismo instante, el doctor van Helsing y yo
nos pusimos en pie detrás de las rocas y apuntamos a los gitanos con nuestras armas.
Viendo que estaban rodeados, los hombres tiraron de las riendas y se detuvieron. El líder
se volvió hacia ellos, les dio una orden y, al oírla, todos los gitanos echaron mano a las
armas de que disponían, cuchillos o pistolas, y se dispusieron a atacar. El resultado no se
hizo esperar.
El líder, con un rápido movimiento de sus riendas, lanzó su caballo hacia el frente,
dirigiéndose primeramente hacia el sol, que estaba ya muy cerca de las cimas de las
montañas y, luego, hacia el castillo, diciendo algo que no pude comprender. Como
respuesta, los cuatro hombres de nuestro grupo desmontaron de sus caballos y se lanzaron
rápidamente hacia la carreta. Debía haberme sentido terriblemente aterrorizada al ver a
Jonathan en un peligro tan grande, pero el ardor de la batalla se había apoderado de
mí, lo mismo que de todos los demás; no tenía miedo, sino un deseo salvaje y apremiante
de hacer algo. Viendo el rápido movimiento de nuestros amigos, el líder de los gitanos dio
una orden y sus hombres se formaron instantáneamente en torno a la carreta, en una
formación un tanto indisciplinada, empujándose y estorbándose unos a otros, en su afán
por ejecutar la orden con rapidez.
En medio de ellos, alcancé a ver a Jonathan que se abría paso por un lado hacia la carreta,
mientras el señor Morris lo hacia por el otro. Era evidente que tenían prisa por llevar a cabo
su tarea antes de que se pusiera el sol. Nada parecía poder de tenerlos o impedirles el
paso: ni las armas que les apuntaban, ni los cuchillos de los gitanos que estaban formados
frente a ellos, ni siquiera los aullidos de los lobos a sus espaldas parecieron atraer su
atención. La impetuosidad de Jonathan y la firmeza aparente de sus intenciones parecieron
abrumar a los hombres que se encontraban frente a él, puesto que, instintivamente,
retrocedieron y lo dejaron pasar. Un instante después, subió a la carreta y, con una fuerza
que parecía increíble, levantó la caja y la lanzó al suelo, sobre las ruedas. Mientras
tanto, el señor Morris había tenido que usar la fuerza para atravesar el círculo de gitanos.
Durante todo el tiempo en que había estado observando angustiada a Jonathan, vi con el
rabillo del ojo a Quincey que avanzaba, luchando desesperadamente entre, los cuchillos de
los gitanos que brillaban al sol y se introducían en sus carnes. Se había defendido con su
puñal y, finalmente, creí que había logrado pasar sin ser herido, pero cuando se plantó de
un salto al lado de Jonathan, que se había bajado ya de la carreta, pude ver que con la
mano izquierda se sostenía el costado y que la sangre brotaba entre sus dedos. Sin
embargo, no se dejó acobardar por eso, puesto que Jonathan, con una energía
desesperada, estaba atacando la madera de la caja, con su gran cuchillo kukri, para
quitarle la tapa, y Quincey atacó frenéticamente el otro lado con su puñal. Bajo el esfuerzo
de los dos hombres, la tapa comenzó a ceder y los clavos salieron con un chirrido seco.
Finalmente, la tapa de la caja cayó a un lado.
Para entonces, los gitanos, viéndose cubiertos por los Winchesters y a merced de lord
Godalming y del doctor Seward, habían cedido y ya no presentaban ninguna resistencia. El
sol estaba casi escondido ya entre las cimas de las montañas y las sombras de todo el
grupo se proyectaban sobre la tierra. Vi al conde que estaba tendido en la caja, sobre la
tierra, parte de la cual había sido derramada sobre él, a causa de la violencia con que la
caja había caído de la carreta. Estaba profundamente pálido, como una imagen de cera, y
sus ojos rojos brillaban con la mirada vengadora y horrible que tan bien conocía yo.

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Mientras yo lo observaba, los ojos vieron el sol que se hundía en el horizonte y su
expresión de odio se convirtió en una de triunfo.
Pero, en ese preciso instante, surcó el aire el terrible cuchillo de Jonathan. Grité al ver que
cortaba la garganta del vampiro, mientras el puñal del señor Morris se clavaba en su
corazón.
Fue como un milagro, pero ante nuestros propios ojos y casi en un abrir y cerrar de ojos,
todo el cuerpo se convirtió en polvo, y desapareció.
Me alegraré durante toda mi vida de que, un momento antes de la disolución del
cuerpo, se extendió sobre el rostro del vampiro una paz que nunca hubiera esperado que
pudiera expresarse.
El castillo de Drácula destacaba en aquel momento contra el cielo rojizo, y cada una de las
rocas de sus diversos edificios se perfilaba contra la luz del sol poniente.
Los gitanos, considerándonos responsables de la desaparición del cadáver, volvieron grupas
a sus caballos y se alejaron a toda velocidad, como si temieran por sus vidas. Los que iban
a pie saltaron sobre la carreta y les gritaron a los jinetes que no los abandonaran. Los
lobos, que se mantenían a respetable distancia, los siguieron y nos dejaron solos.
El señor Morris, que se había desplomado al suelo con la mano apretada sobre su costado,
veía la sangre que salía entre sus dedos. Corrí hacia él, debido a que el círculo sagrado no
me impedía ya el paso; lo mismo hicieron los dos médicos. Jonathan se arrodilló a su lado y
el herido hizo que su cabeza reposara sobre su hombro. Con un suspiro me tomó una mano
con la que no tenía manchada de sangre. Debía estar viendo la angustia de mi corazón
reflejada en mi rostro, ya que me sonrió y dijo:
-¡Estoy feliz de haber sido útil! ¡Oh, Dios! -gritó repentinamente, esforzándose en sentarse
y señalándome-. ¿Vale la pena morir por eso? ¡Miren!
¡Miren!
El sol estaba ya sobre los picos de las montañas y los rayos rojizos caían sobre mi rostro,
de tal modo que estaba bañada en un resplandor rosado. Con un solo impulso, los
hombres cayeron de rodillas y dijeron: "Amén", con profunda emoción, al seguir con la
mirada lo que Quincey señalaba. El moribundo habló otra vez:
-¡Gracias, Dios mío, porque todo esto no ha sido en vano! ¡Vean! ¡Ni la nieve está más
limpia que su frente! ¡La maldición ha concluido!
Y, ante nuestro profundo dolor, con una sonrisa y en silencio, murió un extraordinario
caballero.
NOTA
Hace siete años, todos nosotros atravesamos las llamas; y por la felicidad de que gozamos
desde entonces algunos de nosotros, creo que bien vale la pena haber sufrido tanto. Para
Mina y para mí es una alegría suplementaria el hecho de que el cumpleaños de nuestro
hijo sea el mismo día en que murió Quincey Morris. Su madre tiene la creencia, en secreto,
aunque yo lo sé, de que parte del espíritu de nuestro querido amigo ha pasado al
niño. Su conjunto de nombres enlaza los de todo nuestro grupo de hombres, pero lo
llamamos Quincey.
Durante el verano de este año, hicimos un viaje a Transilvania, recorriendo el terreno
que para nosotros estaba y está tan lleno de terribles recuerdos. Nos resultó casi
imposible creer que las cosas que habíamos visto con nuestros propios ojos y oído
con nuestros oídos, hubieran podido existir. Todo rastro de aquello ha desaparecido por
completo. El castillo permanece como antes, elevándose ante un paisaje lleno de
desolación.

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Cuando volvimos a casa, hablamos de los viejos tiempos... que podíamos recordar sin
sentir desesperación, puesto que tanto Godalming como Seward son felices en sus
matrimonios. Saqué los papeles de la caja fuerte en que se han encontrado guardados
desde nuestro regreso, hace tanto tiempo.
Nos sorprendimos al ver que todo el conjunto de papeles que componen la totalidad de los
registros, no puede decirse que constituyan un auténtico documento; solamente son un
montón de papeles mecanografiados, con excepción de las últimas notas tomadas por Mina,
por el doctor Seward y por mí mismo, así como el memorando del doctor van Helsing. No
podemos pedirle a nadie, ni aunque lo deseemos, aceptar ese montón de papeles como
prueba de una historia tan terrible. Van Helsing resumió todo cuando dijo, teniendo a
nuestro hijito sobre sus rodillas:
-No necesitamos pruebas. ¡No le pedimos a nadie que nos crea! Este muchacho sabrá
alguna vez lo valerosa y extraordinaria que es su madre. Ahora, ya conoce su dulzura y su
cariño; más adelante, comprenderá cómo la amaban algunos hombres, que tanto
arriesgaron por su bien.

JONATHAN HARKER.

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