Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
VARO, F., Pentateuco y Libros Históricos
VARO, F., Pentateuco y Libros Históricos
EL ANTIGUO TESTAMENTO
1 EN LA IGLESIA
A veces, en la conversación coloquial con católicos que tienen poca for-
mación teológica es posible escuchar frases como: «yo no leo el Antiguo
Testamento porque no quiero perder la fe», «yo no leo la Biblia porque
me escandaliza», o algunas otras por el estilo. Se trata, como es obvio, de
expresiones provocativas e injustas. Pero reflejan una realidad que pesa
desde hace siglos sobre la gente sencilla, que al no saber qué responder
a cuestiones concretas que se les plantean al leer los libros del Antiguo
Testamento, los miran con recelo. Si en la Iglesia tenemos otros textos
que presentan menos problemas y parece que ayudan más, ¿por qué
gastar tiempo en estudiar unos libros, como el Pentateuco y otros análo-
gos, que sí, es verdad, hablan de la acción Dios en el origen del mundo y
en la historia de Israel, pero siempre en épocas pasadas y superadas? ¿No
es una tarea fatigosa y, al fin y al cabo, superflua? ¿No sería más útil a los
cristianos olvidarse de esos escritos y poner todo su empeño en conocer
a Jesucristo, que es el Verbo encarnado y vivo?
En esta lección vamos a aprender qué respuesta se da a esas preguntas
en el Magisterio de la Iglesia, siguiendo la enseñanza de Jesús trasmitida
en la predicación apostólica.
SUMARIO
1. EL ANTIGUO TESTAMENTO EN LA PREDICACIÓN DE JESÚS Y DE LOS APÓS-
TOLES t 2. LA RECEPCIÓN DEL ANTIGUO TESTAMENTO EN LA IGLESIA
PRIMITIVA t 3. EL ANTIGUO TESTAMENTO EN EL MAGISTERIO DE LA IGLE-
SIA t &OFM$PODJMJP7BUJDBOP** t &OFM$BUFDJTNPEFMB*HMFTJB$BUØMJDB t &O
MB&YIPSUBDJØO"QPTUØMJDBj7FSCVN%PNJOJx
1. El Antiguo Testamento en la predicación de Jesús 11
y de los Apóstoles
En los escritos del Nuevo Testamento los libros del Antiguo no son presenta-
dos como rechazables ni superfluos, sino todo lo contrario, como LPSUHVFLQ-
GLEOHV SDUDFRQRFHUDIRQGRD-HVXFULVWR\FRPSUHQGHUVXHQVHxDQ]D:
En el Sermón de la Montaña -HV~VDFHSWDOD/H\GH,VUDHO (Mt 5,17-45),
UHFRQRFHVXDXWRULGDG y HQVHxDTXHWLHQHXQYDORUSHUHQQH, pero a la vez,
esa perennidad va unida a la consecución de una plenitud que él mismo
ha venido a darle, no abrogándola para sustituirla por otra, sino llevando
a su culminación la enseñanza acerca de Dios y del hombre que contiene.
San Pablo, en su discurso en la sinagoga de Antioquía de Pisidia (Hch
13,16-41), ofrece una buena muestra del modo en que los Apóstoles leen el
Antiguo Testamento:
9 Es consciente de que en esos libros se QDUUDQORVFRPLHQ]RV del plan
de salvación de Dios.
9 Ahora bien, los acontecimientos narrados en ellos DQXQFLDQODSOHQL-
tud de ese plan que culmina con la resurrección de Jesucristo.
Por eso, con esos textos se puede entender que lo sucedido con Jesucristo
forma parte del plan salvífico de Dios.
En todos los textos del Nuevo Testamento es posible observar esa apa-
rente tensión entre continuidad con el Antiguo y superación, que sólo se
entiende bien a la luz de la SHdDJRJtDdLYLQD, de esas acciones de un Dios
que ha ido manifestándose de modo progresivo, paso a paso, con KHFKRV
TuHtLHQHQuQYDORUHQVtPLVPRV\ DODYH]SUHILJuUDQUHDOLdDdHV que los
superan sin reemplazarlos, simplemente proporcionándoles la plenitud a
la que estaban destinados.
De otra parte, el modo en que el Nuevo Testamento acude al Antiguo ma-
nifiesta que los hechos narrados en la Biblia no quedaron consignados en
ella para satisfacer nuestra curiosidad histórica, sino porque tLHQHQDOJR
TuHHQVHxDUKR\, en la plenitud de los tiempos (un buen ejemplo de esto
es lo que dice 1 Co 10,1-11).
12 2. La recepción del Antiguo Testamento
en la Iglesia primitiva
El empleo del Antiguo Testamento en los textos más antiguos del cristianismo
primitivo no incluidos en el Nuevo Testamento es análogo al que se ha obser-
vado en los textos canónicos. Dentro de su sencillez, es interesante fijarse en lo
que hace la Didaché, tal vez el más antiguo de tales escritos conocido hasta el
momento. Esa obra comienza así:
«Doctrina del Señor a las naciones por medio de los doce apóstoles. Dos caminos
hay, uno de la vida y otro de la muerte (Jer 21,8), pero grande es la diferencia entre
estos caminos. Ahora bien, el camino de la vida es éste: En primer lugar, amarás a
Dios, que te ha creado; en segundo lugar a tu prójimo como a ti mismo (Mt 22,37-39; Mc
12,30-31; cfr. Dt 6,5; Lv 19,18). Y todo aquello que no quieres que se haga contigo, no lo
hagas tú tampoco a otro (Mt 7,12; Lc 6,31)» (Didaché I,1-2).
Desde su inicio se puede comprobar que HO SuQtR dH UHIHUHQFLD EiVLFR OR
FRQVtLtu\HODHQVHxDQ]DdH-HVuFULVtRHQFRQtLQuLdDdFRQORHQVHxDdRSRU
'LRVHQHO$QtLJuR7HVtDPHQtR, como es el caso de los mandamientos del
Deuteronomio o del Levítico. Y especialmente significativa es la amonestación
que hace tras exponer los mandamientos y deberes de los cristianos en los
diversos ámbitos de su vida:
«Mira no abandones los mandamientos del Señor, sino que guardarás lo que has
recibido, sin añadir ni quitar nada» (Didaché IV,13).
La fórmula «sin añadir ni quitar nada» es típica del Antiguo Testamento cuan-
do se amonesta al pueblo a mantener una estricta fidelidad a lo mandado por
el Señor en la Torah (cf. Dt 13,1). Pero esos «mandamientos del Señor» en la
Didaché no son los de la Torah tal cual, sino los del Evangelio, aunque se da
por supuesto que éste no contradice a aquellos mandamientos, sino que con-
creta el modo de cumplirlos en plenitud.
La convicción reflejada en el propio Nuevo Testamento de que el Antiguo sólo
se entiende en plenitud a la luz del misterio de Cristo se mantuvo inalterable
en la teología patrística. Es bien conocida la anotación de San Jerónimo en el
prólogo de su Comentario a Isaías:
«Cumplo con mi deber, obedeciendo los preceptos de Cristo, que dice: Estudiad
las Escrituras, y también: Buscad, y encontraréis, para que no tenga que decirme,
como a los judíos: Estáis muy equivocados, porque no comprendéis las Escrituras ni el
poder de Dios. Pues, si, como dice el apóstol Pablo, Cristo es el poder de Dios y la
sabiduría de Dios, y el que no conoce las Escrituras no conoce el poder de Dios
ni su sabiduría, de ahí se sigue que LJQRUDUODV(VFULtuUDVHVLJQRUDUD&ULVtR».
3. El Antiguo Testamento 13
en el Magisterio de la Iglesia
Así, pues, para los cristianos todo el plan salvífico de Dios se va desarrollando
hasta alcanzar su plenitud en Jesucristo.
1VFTMB*HMFTJBEF$SJTUPSFDPOPDFRVFMPTDPNJFO[PTEFTVGFZEFTVFMFDDJØOTFFO-
DVFOUSBOZBFOMPT1BUSJBSDBT FO.PJTÏTZMPT1SPGFUBT DPOGPSNFBMNJTUFSJPTBMWÓöDPEF
%JPT3FDPOPDFRVFUPEPTMPTDSJTUJBOPT IJKPTEF"CSBIBNTFHÞOMBGF FTUÈOJODMVJEPT
FOMBWPDBDJØOEFMNJTNP1BUSJBSDBZRVFMBTBMWBDJØOEFMB*HMFTJBFTUÈNÓTUJDBNFOUF
QSFöHVSBEBFOMBTBMJEBEFMQVFCMPFMFHJEPEFMBUJFSSBEFFTDMBWJUVE1PSMPDVBM MB*HMF-
TJBOPQVFEFPMWJEBSRVFIBSFDJCJEPMB3FWFMBDJØOEFM"OUJHVP5FTUBNFOUPQPSNFEJP
EFBRVFMQVFCMP DPORVJFO%JPT QPSTVJOFGBCMFNJTFSJDPSEJBTFEJHOØFTUBCMFDFSMB
"OUJHVB"MJBO[B OJQVFEFPMWJEBSRVFTFOVUSFEFMBSBÓ[EFMCVFOPMJWPFORVFTFIBO
JOKFSUBEPMBTSBNBTEFMPMJWPTJMWFTUSFRVFTPOMPTHFOUJMFT$SFF QVFT MB*HMFTJBRVF
$SJTUP OVFTUSBQB[ SFDPODJMJØQPSMBDSV[B+VEÓPTZ(FOUJMFTZRVFEFBNCPTIJ[PVOB
TPMBDPTBFOTÓNJTNP
-B*HMFTJBUJFOFTJFNQSFBOUFTVTPKPTMBTQBMBCSBTEFM"QØTUPM1BCMPTPCSFTVTIFSNB-
OPTEFTBOHSF jBRVJFOFTQFSUFOFDFOMBBEPQDJØOZMBHMPSJB MB"MJBO[B MB-FZ FMDVMUP
ZMBTQSPNFTBTZUBNCJÏOMPT1BUSJBSDBT ZEFRVJFOFTQSPDFEF$SJTUPTFHÞOMBDBSOFwx
3N IJKPEFMB7JSHFO.BSÓB3FDVFSEBUBNCJÏORVFMPT"QØTUPMFT GVOEBNFOUPT
ZDPMVNOBTEFMB*HMFTJB OBDJFSPOEFMQVFCMPKVEÓP BTÓDPNPNVDIÓTJNPTEFBRVFMMPT
QSJNFSPTEJTDÓQVMPTRVFBOVODJBSPOBMNVOEPFM&WBOHFMJPEF$SJTUPx $PODJMJP7BUJDB-
OP** /PTUSBBFUBUF
20 j/PQFOTÏJTRVFIFWFOJEPBBCPMJSMB-FZPMPT1SPGFUBTOPIFWFOJEPBBCPMJSMPTTJOP
BEBSMFTTVQMFOJUVE&OWFSEBEPTEJHPRVFNJFOUSBTOPQBTFOFMDJFMPZMBUJFSSB EFMB
-FZOPQBTBSÈOJMBNÈTQFRVF×BMFUSBPUSB[PIBTUBRVFUPEPTFDVNQMBx .U
j)BCÏJTPÓEPRVFTFEJKPBMPTBOUJHVPT/PNBUBSÈT ZFMRVFNBUFTFSÈSFPEFKVJDJP1FSP
ZPPTEJHPUPEPFMRVFTFMMFOFEFJSBDPOUSBTVIFSNBOPTFSÈSFPEFKVJDJPZFMRVFJO-
TVMUFBTVIFSNBOPTFSÈSFPBOUFFM4BOFESÓOZFMRVFMFNBMEJHBTFSÈSFPEFMGVFHPEFM
JOöFSOPx .U
j)BCÏJTPÓEPRVFTFEJKP/PDPNFUFSÈTBEVMUFSJP1FSPZPPTEJHPRVFUPEPFMRVFNJSBB
VOBNVKFSEFTFÈOEPMB ZBIBDPNFUJEPBEVMUFSJPFOTVDPSB[ØOx .U
j4FEJKPUBNCJÏO$VBMRVJFSBRVFSFQVEJFBTVNVKFS RVFMFEÏFMMJCFMPEFSFQVEJP1FSP
ZPPTEJHPRVFUPEPFMRVFSFQVEJBBTVNVKFSoFYDFQUPFOFMDBTPEFGPSOJDBDJØOoMB
FYQPOFBDPNFUFSBEVMUFSJP ZFMRVFTFDBTBDPOMBSFQVEJBEBDPNFUFBEVMUFSJPx .U
j5BNCJÏOIBCÏJTPÓEPRVFTFEJKPBMPTBOUJHVPT/PKVSBSÈTFOWBOP TJOPRVFDVNQMJSÈT
MPTKVSBNFOUPTRVFMFIBZBTIFDIPBM4F×PS1FSPZPPTEJHPOPKVSÏJTEFOJOHÞONPEP
OJQPSFMDJFMP QPSRVFFTFMUSPOPEF%JPTOJQPSMBUJFSSB QPSRVFFTFMFTUSBEPEFTVT
QJFTOJQPS+FSVTBMÏO QPSRVFFTMBDJVEBEEFM(SBO3FZx .U
j)BCÏJTPÓEPRVFTFEJKP0KPQPSPKPZEJFOUFQPSEJFOUF1FSPZPPTEJHPOPSFQMJRVÏJT
BMNBMWBEPQPSFMDPOUSBSJP TJBMHVJFOUFHPMQFBFOMBNFKJMMBEFSFDIB QSFTÏOUBMFUBN-
CJÏOMBPUSBx .U
j)BCÏJTPÓEPRVFTFEJKP"NBSÈTBUVQSØKJNPZPEJBSÈTBUVFOFNJHP1FSPZPPTEJHP
BNBE B WVFTUSPT FOFNJHPT Z SF[BE QPS MPT RVF PT QFSTJHBO QBSB RVF TFÈJT IJKPT EF
WVFTUSP1BESFRVFFTUÈFOMPTDJFMPT RVFIBDFTBMJSTVTPMTPCSFCVFOPTZNBMPT ZIBDF
MMPWFSTPCSFKVTUPTZQFDBEPSFTx .U