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Final Metodología - Carrasquilla
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Final Metodología - Carrasquilla
mariacamila.roldan@upb.edu.co
Resumen: Este artículo analiza la presencia del fenómeno religioso en los cuentos “Rogelio” y
“La Mata” de Tomás Carrasquilla y su influencia en el desarrollo de los personajes principales, los
cuales revelan un cambio en su actuación a partir de una relación particular con lo sagrado en el
contexto de la religiosidad popular, aspecto ligado a la construcción de la identidad del individuo
como miembro de una comunidad local de costumbres y tradiciones regionales establecidas como
patrones de comportamiento general, regulados por el dominio ideológico de la institución
eclesiástica oficial aliada con el conservadurismo en la Antioquia de comienzos del siglo XX.
Palabras clave: Literatura popular, religión, Tomás Carrasquilla, mitología, control social
Desde la cotidianidad asentada en los hábitos y relaciones sociales, desde los lugares en que el ser
humano se establece bajo la necesidad de un progreso integral definido en múltiples ámbitos como
el económico, intelectual y político-social; ese interrogante acerca de lo que es artífice de la
existencia que le concierne está implícito en el pensamiento humano. Sus reacciones toman
distintas direcciones, ya sea en la argumentación sustentada quizás en pruebas reales o en teorías
que transmutan en su constante actualización. La exploración de lo sagrado surge como una opción
segura y tal vez coherente que “[…] fundamenta realmente el mundo y lo que lo hace tal como es
hoy en día: más aún, el hombre es lo que es hoy, un ser mortal, sexuado y cultural, como
consecuencia de las intervenciones de los seres sobrenaturales” (Torres y Camacho 75). Ante esta
búsqueda incesante, se gesta una vinculación casi afectiva con lo sagrado, que se manifiesta en
diferentes ocasiones; en el caso de “Rogelio”, hay tres momentos que son claves: la celebración
del Viernes de Dolores, la peregrinación del Domingo de Ramos y la sorpresiva conversión del
personaje principal al catolicismo.
Para hacer alusión al primer momento, el relato narra la encrucijada de la familia Borja-
Daza en el casco urbano del municipio de Santa Rita del Barcino. Su objetivo es acudir a los actos
litúrgicos de la Semana Santa que han venido preparando con antelación los habitantes de aquel
pueblo. No obstante, el punto de partida de esta travesía religiosa es la ceremonia del Viernes de
Dolores que se realiza el viernes anterior a la inauguración de la Semana Mayor. La asistencia a
esta celebración de don Francisco Borja Palmerín y Gumersinda Daza de Palacín en compañía de
su pequeño hijo Rogelio, descolorido por su permanente anemia, resulta insólita y objeto de
comentarios y rumores. Seguido a esto, se expone frente a ellos un conjunto de elementos que
representan esa inicial irrupción sagrada. La lista contiene a la Virgen de los Dolores, el velo
cuaresmal, los altares y cuadros, las columnas y las naves. La identificación de esta manifestación
masiva de objetos santificados es posible en la medida en que la conciencia mítica de los personajes
es más aguda, es decir, la facultad de incorporar la operación de la divinidad que se da mediante
una variada serie de instrumentos a su propia visión del entorno. Sin embargo, aparecen contrastes
en la recepción de este hecho: en el caso de la pareja, comprenden claramente la exposición que se
abre ante ellos y entran en las reglas del juego que les permite asumir una aparente reverencia en
respuesta a ese contacto sobrenatural. En cambio, Rogelio no reacciona de la misma manera en que
lo hacen sus padres debido a su desconocimiento de los protocolos propios del culto que, a su vez,
se interpreta en una falta de conciencia mítica: “Está quieto, casi lelo. ¿Cómo no? Hállase ante lo
desconocido. El velo cuaresmal le sobrecoge como algo fatídico; de altares y de cuadros no
discierne; tan solo le sugieren la noción de lo raro. De la Virgen ni se da cuenta […] Siente ansias
y no entiende el sermón. ¡Qué va a entender el pobre!” (Carrasquilla, “Rogelio” 69).
Después de este acervo dogmático inmanente a este tipo de población, la religión en función
de la identidad antioqueña se reconoce como una estructura semántica o genotexto. Las narraciones
que son objetos de análisis ponen de manifiesto la importancia de los eventos religiosos no solo
como organizaciones rituales, sino también como una vía de acceso a la convivencia con grupos
élite que configuran el ideal de raza antioqueña predominante en la transición del siglo XIX al XX.
Así es que, el ejercicio del catolicismo trae consigo un abanico de estereotipos que asignan una
carga semántica al antioqueño de este periodo histórico. En primer lugar, Rogelio descubre el mito
detrás del rito y se adhiere a su celebración para hacer parte de una masiva congregación de
creyentes, responsable de delegarle un paradigma ético-religioso que le motiva a restituir el orden
familiar, más claramente, la disolución de una relación de adulterio entre sus padres: “Apenas
comprendió la vida se impuso a sí mismo, con la ayuda de Dios, una misión sagrada, ineludible:
romper la unión vitanda que le dio la vida, devolver a su esposa y a sus hijos un hombre arrepentido;
recoger a una madre desgraciada para volverla a Dios […]” (Carrasquilla, “Rogelio” 80). El joven
feligrés se propone detener la marcha de sus progenitores en contra de los preceptos morales y
divinos del contexto conservador al que pertenecen, a causa del peso legal y social que tenía el
concepto de familia designada como la institución en la que “[…] hombre y mujer, por naturaleza,
mandato de Dios, y disposiciones legales, cumplieron unos roles específicos […]” (David 95). La
iniciativa de uno de sus padres de asistir al itinerario litúrgico de la Semana Mayor en este pueblo
de costumbres montañeras va tras la intención de refugiarse en cada una de sus ceremonias para
evitar el escándalo que suscitaría en Medellín su desaprobada unión: “[…] no podemos asomar las
narices los dos juntos; allá saben quién soy yo, y que tengo mujer y familia, y que los dejé por vos
[…]” (Carrasquilla, “Rogelio” 77).
Por otro lado, María Engracia es un personaje que se reconcilia con la tradición católica al
retornar a la vida social luego de compartir su residencia con la planta a la que acogió como a su
propia hija. Es víctima del abandono de sus familiares y su única alternativa para sobrevivir es
ocuparse en los oficios domésticos, labor correspondiente a su rol como mujer en situación de
abandono; no obstante, se halla en condiciones precarias de supervivencia ante la desigualdad, la
pobreza y el rechazo social. Los flagelos de exclusión y marginalidad eran comunes en las mujeres
de ese tiempo que se encontraban bajo las mismas circunstancias, de acuerdo con Alba Inés David,
Walter Ong define la oralidad como “[…] el estado básico y permanente del lenguaje […]” (Ctd
en Rojas 13). La obra de Carrasquilla hace énfasis en un lenguaje popular dotado de expresiones
regionales propios de la idiosincrasia antioqueña. La cotidianidad del mundo que habita entre las
montañas ocupó gran parte de su narrativa, mientras que, en su momento, el Modernismo miraba
hacia afuera señalando los modelos extranjeros a los que debía estar supeditada la literatura
colombiana (12). La tradición oral tiene lugar en ambos relatos y sus rasgos destacados en esta
ocasión son la defensa de creencias, la noción del “otro” y el chisme o habladurías.
Los efectos sociales que tiene la religión son variados en diferentes culturas. La comunidad
campesina de los textos se ha dividido entre los seguidores de la confesión católica como parte de
su status social y los excluidos de este círculo. La convivencia de estos dos sectores de la población
revela las desavenencias y tensiones que los separa uno del otro; la asimilación de esquemas
impuestos desde la conquista española en territorio americano desencadenó la hegemonía eclesial
que regularía el comportamiento de nativos frente al poder establecido, y las acciones y creencias
inclinados hacia lo aborigen debían sortear la censura y el desprecio. Ese mismo clima pululaba al
comienzo del siglo XX en Antioquia, pero la hibridación cultural que implicaba las prácticas
mestizas en torno a lo sagrado, permanecía latente hasta ligarse al catolicismo y hacer de éste una
doctrina amañada con el mito popular y campesino de la región. Las rivalidades que aparecen en
este ámbito cuentístico solo señalan la defensa de un arquetipo complejo de religiosidad popular
ortodoxo y excluyente. Hay un fragmento en “Rogelio” que llama la atención sobre este tema al
mencionar la burla de un juez hacia una imagen sagrada:
¡Pero vaya un forastero a ponerle reparos ante un santarritense y verá lo que le pasa! Todo
un señor juez de aquel circuito, oriundo de Palmares, se permitió decir en cierta ocasión
que el San Juan Evangelista de su cabecera tenía carita de muchacha boba, y tal fué la
inquina que le cogieron, tales las acusaciones que le urdieron, que hubo de perder la tierra
y el destino por escapar el pellejo del acero aleve (Carrasquilla 67).
El chisme es otro de los recursos de la tradición oral utilizados por el autor para reflejar la
jerga de un lenguaje común con un sello auténtico y coloquial. Los rumores en cuanto a lo que
genera el escándalo se transforman en una voz colectiva que revela el punto de vista del
campesinado local (Rojas 18). La opulencia de los padres de Rogelio y la renovada apariencia de
María Engracia son dos versiones de escándalo halladas en cada uno de los cuentos; puesto que la
pareja Borja-Daza procede de las minas de Gallonegro y ostentan un aspecto adornado de lujos en
su visita a Santa Rita del Barcino para ser parte de la comitiva eclesiástica de la Semana Santa. Así
es que, las habladurías no se hacen esperar y aparecen en los diálogos y expresiones de los
personajes: “Mientras andan y trasiegan por las calles, callejones y afueras del poblacho, la gente
dicta el fallo: muy ricos, muy en grande; pero eran unos ñapangos, unos montaraces” (Carrasquilla,
“Rogelio” 70). La murmuración estalla en un escándalo frente a la particular estadía de Francisco
Borja y su compañera quienes convocan a la fiesta y el banquete en aquel municipio de costumbres
mojigatas, porque toda actuación que no esté sujeta a la regulación institucional es calificada de
“irreligión” y “cinismo”. El chisme, el insulto y la injuria son formas de escandalizar relacionadas
con la causa ideológica de la Iglesia y el Estado (Arango 17).
María Engracia, la mujer que en un principio carecía de nombre, pasa a ser el centro de
atención, tanto por su llamativa planta como por su cambio interior y exterior evidenciado en su
retorno a los espacios religiosos. Al regresar al templo, el asombro es notorio a su alrededor. Pese
a que el autor no utiliza diálogos en esta narración, en sus descripciones sostiene la voz colectiva
de la comunidad, la cual ejerce parte del control social en la emisión de sus juicios, en este caso
“No fue poco el pasmo de los vecinos cuando la vieron arrodillada en el comulgatorio para recibir
la Santa Forma” (Carrasquilla, “La Mata” 60). En estas líneas se observa al individuo expuesto a
la opinión pública y sesgada, quien debe responder a las exigencias de un localismo que ilustraba,
en palabras de Gloria Mercedes Arango, unas “[...]sociedades encerradas en sí mismas […]” (17).
Conclusión:
Los personajes de estas obras hallan las respuestas que justifican la presencia de lo sobrenatural a
través de una conciencia mítica que se ilumina en la experiencia ritualista afirmada en el mito como
explicación primigenia del cosmos y de la intervención de las deidades en el plano humano. La
necesidad de comunicarse con esta dimensión que trasciende la realidad fáctica, genera un
acercamiento con un tipo de elementos legítimos para vincularse a ella, en el caso de Rogelio, el
hallazgo de una impactante imagen del “Nazareno” que selló su conversión definitiva y transformó
su visión del entorno tras una sentida peregrinación en la que poco a poco fue descubriendo el mito
judeocristiano. A continuación, la mujer que inicialmente era anónima, entabla una relación
particular con una planta que le sirve de vehículo para restituir su comunicación con los seres
divinos, y a su vez, se interpreta como un acontecimiento sobrenatural que resignifica su
vulnerabilidad y le otorga un reconocimiento social. Lo sagrado es el diálogo entre lo humano y lo
divino materializado en el lugar del rito que reúne un conjunto de instrumentos habilitados para su
realización, entre ellos, los altares, las peregrinaciones, las imágenes sagradas; una serie de
ornamentos que caracterizan la religiosidad popular de la época que Carrasquilla refleja en su
escritura. El discurso religioso oficial ejerce un control ideológico por medio de unos parámetros
morales y cívicos, por lo tanto, toda conducta que vaya en dirección contraria, es susceptible de
recibir censura, situación en la que se ven implicados los personajes principales por ser miembros
de un grupo poblacional que guarda las costumbres que lo caracterizan como región. Sin embargo,
su visión renovada de la religión les permite abrirse a nuevas posibilidades de inscribirse en ella,
lo que genera cambios importantes tanto internos como externos.
Referencias bibliográficas
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