Final Metodología - Carrasquilla

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EL FENÓMENO RELIGIOSO COMO ARQUETIPO LITERARIO EN LOS CUENTOS

“ROGELIO” Y “LA MATA” DE TOMÁS CARRASQUILLA

Estudiante: María Camila Roldan Restrepo

mariacamila.roldan@upb.edu.co

Universidad Pontificia Bolivariana

Resumen: Este artículo analiza la presencia del fenómeno religioso en los cuentos “Rogelio” y
“La Mata” de Tomás Carrasquilla y su influencia en el desarrollo de los personajes principales, los
cuales revelan un cambio en su actuación a partir de una relación particular con lo sagrado en el
contexto de la religiosidad popular, aspecto ligado a la construcción de la identidad del individuo
como miembro de una comunidad local de costumbres y tradiciones regionales establecidas como
patrones de comportamiento general, regulados por el dominio ideológico de la institución
eclesiástica oficial aliada con el conservadurismo en la Antioquia de comienzos del siglo XX.

Palabras clave: Literatura popular, religión, Tomás Carrasquilla, mitología, control social

La obra de Tomás Carrasquilla (1858-1940) es reconocida por la configuración de paisajes y


locaciones agrestes en los que es común la ambientación de las relaciones sociales y culturales de
una comunidad campesina que se desenvuelve con unas tradiciones populares y unas costumbres
que reflejan la identidad antioqueña de la transición del siglo XIX al siglo XX. Cada una de sus
construcciones narrativas se refiere a unos modos de organización social y territorial en los que sus
personajes son representantes del folclor y el estilo de vida en las montañas de la Antioquia de
aquella época. También hay que agregar las expresiones coloquiales que caracterizan sus historias
y describen el estilo costumbrista del autor quien observa atentamente los movimientos de su
contexto local para trasladarlos a una obra marcada por la huella de la idiosincrasia antioqueña. En
ese sentido, la religión no es ajena a esa consideración creativa del mencionado autor, en tanto que
es un asunto que se involucra directamente en su producción literaria.
El vínculo entre literatura y religión se reconoce en diferentes acontecimientos culturales,
históricos, antropológicos y sociales que han aportado a la construcción de la identidad de cada
individuo en relación con el contexto en el que se desenvuelve, el cual abarca unos fenómenos y
condiciones particulares que proponen unos parámetros de organización social y territorial, y a su
vez, pasan a ser fundamentos capaces de movilizar una serie de conductas y prácticas que se
instalan en el pensamiento humano y se tornan necesarias para asimilar el panorama con su cúmulo
de influencias, tradiciones e instituciones orientadas a caracterizar un determinado lugar y periodo
histórico. Además, la literatura se concibe como el escenario de un mundo posible susceptible de
ser percibido a través de los sentidos, con una lógica propia, que, aunque no se puede constatar en
la realidad fáctica, contiene unos elementos que le otorgan verosimilitud. Más aún, la comprensión
que se hace del mundo exterior se comunica a través de la palabra, es decir, la posibilidad de una
nueva visión se enuncia en el discurso literario por medio de un lenguaje autónomo a partir de una
perspectiva previa del entorno. Ahora bien, la religión es un aspecto inherente a la interpretación
que se hace de las ideas y hechos que confluyen en el tiempo y el espacio y concede una apreciación
revestida de cargas simbólicas y semánticas que han elaborado tanto un patrimonio histórico,
cultural y literario, como arquitectónico, pictórico y musical.

En consonancia con lo anterior, esta simbiosis literaria-religiosa comienza con las


inquietudes por el origen del cosmos, del universo palpable regido por leyes naturales que delimitan
la materialidad y sus efectos mientras que generan cierta necesidad de explorar lo que hay más allá
de las sensaciones inmediatas. Es así como la literatura ofrece una respuesta plausible desde la
concepción del mito puesto que se refiere a “[…]la relación permanente que ha buscado el hombre
entre su realidad y aquellas cosas que le resultan inexplicables” (Torres y Camacho 75). De ahí
que, se hace evidente la conciencia mítica del hombre como un método literario para resolver la
incertidumbre sobre la génesis cosmológica y que genera acercamientos con lo que está más allá
de la aprehensión de los sentidos humanos, de modo que, recibe el calificativo de lo trascendente,
definido como una zona en la que intervienen seres y fuerzas sobrenaturales los cuales tienen
dominio de la acción creadora y sus implicaciones en la dimensión humana traducida en términos
de temporalidad y finitud. En esa misma línea, lo sagrado se describe como la actuación de lo
divino sobre lo humano y su constante interacción en actos ceremoniales, ritos o cultos que sirven
de vehículo para dicha comunicación.

A continuación, esta investigación tiene el propósito de estudiar la presencia del fenómeno


religioso en el hilo narrativo de los cuentos de “La Mata” y “Rogelio”, y que determina el
desenvolvimiento de los personajes principales y sus cambios internos y externos. En primer lugar,
se aborda la manifestación del vínculo con lo sagrado, luego se aproxima al panorama de
comienzos del siglo XX, por último, se habla del papel de la oralidad de las obras en estudio.

Vinculación con lo sagrado en “Rogelio” y “La Mata”.

Desde la cotidianidad asentada en los hábitos y relaciones sociales, desde los lugares en que el ser
humano se establece bajo la necesidad de un progreso integral definido en múltiples ámbitos como
el económico, intelectual y político-social; ese interrogante acerca de lo que es artífice de la
existencia que le concierne está implícito en el pensamiento humano. Sus reacciones toman
distintas direcciones, ya sea en la argumentación sustentada quizás en pruebas reales o en teorías
que transmutan en su constante actualización. La exploración de lo sagrado surge como una opción
segura y tal vez coherente que “[…] fundamenta realmente el mundo y lo que lo hace tal como es
hoy en día: más aún, el hombre es lo que es hoy, un ser mortal, sexuado y cultural, como
consecuencia de las intervenciones de los seres sobrenaturales” (Torres y Camacho 75). Ante esta
búsqueda incesante, se gesta una vinculación casi afectiva con lo sagrado, que se manifiesta en
diferentes ocasiones; en el caso de “Rogelio”, hay tres momentos que son claves: la celebración
del Viernes de Dolores, la peregrinación del Domingo de Ramos y la sorpresiva conversión del
personaje principal al catolicismo.

Para hacer alusión al primer momento, el relato narra la encrucijada de la familia Borja-
Daza en el casco urbano del municipio de Santa Rita del Barcino. Su objetivo es acudir a los actos
litúrgicos de la Semana Santa que han venido preparando con antelación los habitantes de aquel
pueblo. No obstante, el punto de partida de esta travesía religiosa es la ceremonia del Viernes de
Dolores que se realiza el viernes anterior a la inauguración de la Semana Mayor. La asistencia a
esta celebración de don Francisco Borja Palmerín y Gumersinda Daza de Palacín en compañía de
su pequeño hijo Rogelio, descolorido por su permanente anemia, resulta insólita y objeto de
comentarios y rumores. Seguido a esto, se expone frente a ellos un conjunto de elementos que
representan esa inicial irrupción sagrada. La lista contiene a la Virgen de los Dolores, el velo
cuaresmal, los altares y cuadros, las columnas y las naves. La identificación de esta manifestación
masiva de objetos santificados es posible en la medida en que la conciencia mítica de los personajes
es más aguda, es decir, la facultad de incorporar la operación de la divinidad que se da mediante
una variada serie de instrumentos a su propia visión del entorno. Sin embargo, aparecen contrastes
en la recepción de este hecho: en el caso de la pareja, comprenden claramente la exposición que se
abre ante ellos y entran en las reglas del juego que les permite asumir una aparente reverencia en
respuesta a ese contacto sobrenatural. En cambio, Rogelio no reacciona de la misma manera en que
lo hacen sus padres debido a su desconocimiento de los protocolos propios del culto que, a su vez,
se interpreta en una falta de conciencia mítica: “Está quieto, casi lelo. ¿Cómo no? Hállase ante lo
desconocido. El velo cuaresmal le sobrecoge como algo fatídico; de altares y de cuadros no
discierne; tan solo le sugieren la noción de lo raro. De la Virgen ni se da cuenta […] Siente ansias
y no entiende el sermón. ¡Qué va a entender el pobre!” (Carrasquilla, “Rogelio” 69).

La peregrinación del Domingo de Ramos es un fragmento en el que se concentran la


expresión del mito y la ejecución del rito. La función ritualista de dicho evento religioso arroja la
evidencia de que el campo de los seres supraterrenales está inmerso en el campo de los seres
terrenales en el que se enmarca una suerte de enlace entre ficción y realidad; pero, más allá de esta
apreciación, la muestra fehaciente de un lazo afectivo con lo sagrado se enuncia en términos de
una festividad colectiva en donde “[…] las diferentes comunidades edifican su sentido de lo
sagrado y consolidan sus formas de relacionarse […] (Torres y Camacho 80). Rogelio observa con
profunda emoción este festejo abierto al público. Aunque el elemento que ocasiona un vuelco
interno en el personaje es la contemplación de la imagen del Señor del Triunfo, que transita entre
la multitud delante de su grupo de doce Apóstoles a hombros de los cargueros denominados
“sayones”. En este episodio en el que el impacto visual con esta figura emblemática estalla, atrae
para este joven peregrino la reflexión y la reivindicación del sentido ulterior de este sacro y mítico
escenario. Después de la conmoción, Rogelio identifica la composición del mito judeocristiano
patentizado en el desfile ritual al que se agrega emprendiendo una procesión interior de
padrenuestros y avesmaría que coincide con lo mítico, lo religioso y lo festivo (Torres y Camacho
80).
Ahora bien, la continuidad del señalado recorrido colectivo en el que se encuentra el
personaje principal, además del cortejo para evocar la entrada triunfal de Cristo entre sus fieles, se
convierte en un proceso de conversión paulatino al catolicismo en el que emerge un notable deseo
de llevarlo a la práctica. El trayecto del peregrinaje conduce a Rogelio al templo para enfilarse
entre los feligreses de quienes escucha con honda extrañeza los rezos y plegarias que ignora, razón
por la cual imita sus gestos de reverencia al arrodillarse visiblemente conmovido. Luego, se dirige
cautelosamente hacia la sacristía, lugar en el que se halla rodeado de adornos, santos y crucifijos.
En ese orden de ideas, hay una circunstancia que promueve el cambio de Rogelio en el relato, y es
el descubrimiento sorprendente de un inusual ornamento religioso: “[…]la cara ensangrentada de
un Nazareno sin cabellera” (Carrasquilla, “Rogelio” 76). Tropezar con esta curiosa pieza causa un
fuerte impacto en este niño proveniente de las minas de Gallonegro hasta caer en un estado de
desvanecimiento. En efecto, al despertar del repentino síncope, demuestra una férrea convicción
en los sacramentos a manera de revelación de lo que hasta ahora le era irreconocible y ajeno, en
otras palabras, adquiere una verdadera conciencia mítica asociada a una plena conexión con la
divinidad.

En cuanto a “La Mata”, la relación hombre-ídolo se presenta en la interacción con la


naturaleza y el medio social. Expone un vínculo estrecho entre una mujer desvalida con una planta
en un tiesto que de forma inesperada cae a la calle desde un vehículo de una familia en mudanza.
La mujer toma la raíz y la siembra en un cacharro para situarla junto a la entrada de su casa; le
brinda un trato cuidadoso al despertar el recuerdo de su hija, y, asimismo, estimula su crecimiento
en un abundante follaje que llama la atención de los transeúntes. Esta nueva compañía materializa
la presencia de lo divino interviniendo en la frágil situación de la protagonista de esta historia: “La
planta iba creciendo a la sombra, como si Dios la bendijese. Y Dios la bendecía porque consolaba
a un alma triste” (Carrasquilla 59). Por consiguiente, le confiere un reconocimiento social que antes
no tenía al acaparar la atención de quienes transitan a su alrededor, lo que, es más, le restituye su
identidad, la capacidad de tener un nombre propio entre los demás, porque “[s]u mata la iba
volviendo al trato con las gentes; le iba dando nombre” (Carrasquilla, “La Mata” 59). La mata se
convierte en un artefacto revestido de la influencia sagrada, conciliador del contacto entre
individuos, y de éstos con la naturaleza.
Esta singular relación de María Engracia trae consigo el interés por adoptar de nuevo el
ejercicio religioso a su rutina y espacio, equivalente a la recuperación de esa intimidad mental y
emocional con la deidad. Al reingresar al lugar del culto católico tras la iniciativa de volver a acoger
sus representaciones y símbolos, se exhibe un sincretismo en el que se mezcla una tradición
originaria con el ámbito religioso, esto es, la participación de un ser natural para venerar a un ser
superior y así legitimar el sentido del rito anclado al mito. Al emplear parte de la mata como ofrenda
a “la Dolorosa”, la concepción de lo que se considera sacro se amplía desde una especie de
hibridación cultural, a saber, “[…] los rituales se convierten en una simbiosis entre los sentidos
religiosos, de los aborígenes y las celebraciones religiosas propias del cristianismo” (Torres y
Camacho 76).

El diálogo que sostiene la esfera natural y la trascendental permite a la mujer involucrarse


en un plano en el que lo infinito procede sobre lo finito y altera el orden convencional, por ejemplo,
el resurgimiento de su buen ánimo análogo al acto de resurrección se debe a [...] un milagro que le
hacía nuestro Padre Jesús de Monserrate, por medio de la mata” (Carrasquilla, “La Mata” 59).
Así pues, adquiere una percepción novedosa gracias a la convergencia de estos dos aspectos que
hacen de la planta un emblema judeocristiano y una clara manifestación de la entrega a los valores
religiosos. Después de soportar la nefasta destrucción de su “mata” a manos de su arrendador,
María Engracia se desploma y su camino hacia la muerte se describe como un delirio en el que su
amiga de ramas frondosas aparece en forma de “[…] arco del triunfo para entrar al paraíso”
(Carrasquilla, “La Mata” 60).

El fenómeno religioso y la sociedad antioqueña de principios del siglo XX

Carrasquilla es testigo ocular de distintos cambios, transformaciones y tensiones de la Antioquia


de comienzos del siglo XX. La región era caracterizada por la impronta de la religión en el
comportamiento poblacional, condición que trasladó a sus obras respecto a la creación de
ambientes que coinciden con la época en mención. El escritor de Santo Domingo integra la historia
en sus relatos y en términos de un enfoque sociocrítico, se apela a los siguientes conceptos acuñados
por Juliana Escobar en su artículo “Hacia una teoría sociocrítica del texto”: sujeto transindividual
o colectividad portadora de valores sociales e ideológicos, genotexto o campo semántico que abarca
el entramado histórico y fenotexto o expresión del genotexto en las categorías del texto (32-4).
En “Rogelio” la primera referencia de sujeto transindividual es el pueblo ficcional de Santa
Rita del Barcino, distinguido por “[…] sus tres iglesias, por sus funciones religiosas y más todavía
por la balumba de santos que colman altares y sacristías […]” (Carrasquilla 67). Esta comunidad
devota por excelencia, transfiere a sus habitantes unos principios que rigen su conducta cívica y
moral en torno a la institución eclesiástica, dado que existe entre ellos una rivalidad ferviente que
implica a todas las clases sociales por preparar la indumentaria y ornamentos para la Semana Santa.
Esta situación es paralela a la constante inscripción de los antioqueños al catolicismo de los
primeros años del siglo XX, heredero de una fuerte influencia de la Iglesia católica aliada con el
conservadurismo colombiano para preservar el control ideológico y económico que favorecía su
posición privilegiada desde la época de la colonia (Londoño 39). Esta “república de curas” […]
respondió con entusiasmo a la decisión nacional de consagrar la república de Colombia al Sagrado
Corazón de Jesús en 1902 […] (Londoño Ctd en Abel 322). La estructura del clero católico era
cada vez más amplia y sólida, y los registros dan cuenta de un aumento de sacerdotes, órdenes
religiosas y parroquias; tan solo en la ciudad de Medellín hay una gran cantidad de templos como
San Ignacio, San Juan de Dios, la Inmaculada, Cristo Rey y la catedral metropolitana; además de
las iglesias parroquiales más representativas como La Veracruz, El Sagrado Corazón y La
Candelaria. Las cifras oficiales indican que […] según el censo de 1928, el 99% de los antioqueños
se reportaba como católicos […]” (Londoño Ctd en Gobernación 49). Sin embargo, la pobreza
alcanzaba un porcentaje del 94%, un índice preocupante que muestra un incremento de la
desigualdad rural y urbana, fenómenos reflejados en “La Mata”, cuyo personaje principal enfrenta
los embates de las deficiencias económicas y la hostilidad social a raíz de ser una mujer relegada a
los oficios domésticos. La promoción de creencias religiosas es un deber en ambos cuentos a causa
de la necesidad de instaurar patrones de conducta ortodoxos sobre distintos sectores y culturas.

Después de este acervo dogmático inmanente a este tipo de población, la religión en función
de la identidad antioqueña se reconoce como una estructura semántica o genotexto. Las narraciones
que son objetos de análisis ponen de manifiesto la importancia de los eventos religiosos no solo
como organizaciones rituales, sino también como una vía de acceso a la convivencia con grupos
élite que configuran el ideal de raza antioqueña predominante en la transición del siglo XIX al XX.
Así es que, el ejercicio del catolicismo trae consigo un abanico de estereotipos que asignan una
carga semántica al antioqueño de este periodo histórico. En primer lugar, Rogelio descubre el mito
detrás del rito y se adhiere a su celebración para hacer parte de una masiva congregación de
creyentes, responsable de delegarle un paradigma ético-religioso que le motiva a restituir el orden
familiar, más claramente, la disolución de una relación de adulterio entre sus padres: “Apenas
comprendió la vida se impuso a sí mismo, con la ayuda de Dios, una misión sagrada, ineludible:
romper la unión vitanda que le dio la vida, devolver a su esposa y a sus hijos un hombre arrepentido;
recoger a una madre desgraciada para volverla a Dios […]” (Carrasquilla, “Rogelio” 80). El joven
feligrés se propone detener la marcha de sus progenitores en contra de los preceptos morales y
divinos del contexto conservador al que pertenecen, a causa del peso legal y social que tenía el
concepto de familia designada como la institución en la que “[…] hombre y mujer, por naturaleza,
mandato de Dios, y disposiciones legales, cumplieron unos roles específicos […]” (David 95). La
iniciativa de uno de sus padres de asistir al itinerario litúrgico de la Semana Mayor en este pueblo
de costumbres montañeras va tras la intención de refugiarse en cada una de sus ceremonias para
evitar el escándalo que suscitaría en Medellín su desaprobada unión: “[…] no podemos asomar las
narices los dos juntos; allá saben quién soy yo, y que tengo mujer y familia, y que los dejé por vos
[…]” (Carrasquilla, “Rogelio” 77).

Por otro lado, María Engracia es un personaje que se reconcilia con la tradición católica al
retornar a la vida social luego de compartir su residencia con la planta a la que acogió como a su
propia hija. Es víctima del abandono de sus familiares y su única alternativa para sobrevivir es
ocuparse en los oficios domésticos, labor correspondiente a su rol como mujer en situación de
abandono; no obstante, se halla en condiciones precarias de supervivencia ante la desigualdad, la
pobreza y el rechazo social. Los flagelos de exclusión y marginalidad eran comunes en las mujeres
de ese tiempo que se encontraban bajo las mismas circunstancias, de acuerdo con Alba Inés David,

La excluyente denominación de “oficios propios al sexo”, en virtud a la asignación de roles,


jerarquías sociales e ideal de domesticidad, le atribuyó al trabajo femenino un carácter
distintivo de la clase y la etnia, y definió su área de actuación con un efecto directo en la
remuneración y calidad de vida de la trabajadora evidenciando un vínculo entre mujer,
pobreza y trabajo. (99)
La recuperación del fervor sagrado es el medio por el cual María Engracia resignifica su
vulnerable condición, y más que situarla en un colectivo con un estándar sociocultural
predeterminado, le permite vincularse a su entorno minimizando la brecha de clases y de género,
“[t]anta limpieza le atrajo más clientela y se hizo célebre en el barrio” (Carrasquilla, “La Mata”
69). La reivindicación de su identidad es posible a partir de la posibilidad de socializar mediante la
actividad religiosa la cual era asidua, que bien podría afirmarse en palabras de Torres Caicedo: “El
pueblo de Medellín, como en general el del Estado de Antioquia, es esencialmente religioso, y
prefiere las ceremonias religiosas a los bailes y los espectáculos” (Ctd en P. Londoño 70). Aunque
se intuye la expansión de la huella ideológica proveniente de la Iglesia católica puesto que
necesitaba insertarse en las problemáticas sociales de los pobres y asegurar el contrapeso del
partido conservador frente a la difusión de las doctrinas y políticas de los liberales (Alzate 176).

Los cuentos citados para esta investigación engloban el postulado de la identidad


antioqueña patrocinada principalmente por quienes son católicos y miembros de las altas esferas
del poder político e ideológico. Una etiqueta que respondía a conveniencias e intereses de unos
cuantos con el fin de contrarrestar la influencia liberal sobre la economía, educación y medios de
comunicación. Sin duda alguna, Carrasquilla anuncia la entrada de esta imposición en la regulación
ciudadana y familiar, y cuestiona la exclusión y represión de los menos favorecidos (motivo por el
que muere María Engracia) que se desprende del “[…] conservadurismo moral de la sociedad
antioqueña […]” (Moreno 72). El concepto de fenotexto recoge estas consideraciones
historiográficas para enunciar la estructura semántica o genotextual en las diferentes categorías de
tiempo, lugar, género y clase expuestas en las obras analizadas. El asunto de la religión en favor de
la antioqueñidad es frecuente en cada uno de estos niveles narrativos.

La oralidad en la construcción narrativa de lo sagrado

Walter Ong define la oralidad como “[…] el estado básico y permanente del lenguaje […]” (Ctd
en Rojas 13). La obra de Carrasquilla hace énfasis en un lenguaje popular dotado de expresiones
regionales propios de la idiosincrasia antioqueña. La cotidianidad del mundo que habita entre las
montañas ocupó gran parte de su narrativa, mientras que, en su momento, el Modernismo miraba
hacia afuera señalando los modelos extranjeros a los que debía estar supeditada la literatura
colombiana (12). La tradición oral tiene lugar en ambos relatos y sus rasgos destacados en esta
ocasión son la defensa de creencias, la noción del “otro” y el chisme o habladurías.

Los efectos sociales que tiene la religión son variados en diferentes culturas. La comunidad
campesina de los textos se ha dividido entre los seguidores de la confesión católica como parte de
su status social y los excluidos de este círculo. La convivencia de estos dos sectores de la población
revela las desavenencias y tensiones que los separa uno del otro; la asimilación de esquemas
impuestos desde la conquista española en territorio americano desencadenó la hegemonía eclesial
que regularía el comportamiento de nativos frente al poder establecido, y las acciones y creencias
inclinados hacia lo aborigen debían sortear la censura y el desprecio. Ese mismo clima pululaba al
comienzo del siglo XX en Antioquia, pero la hibridación cultural que implicaba las prácticas
mestizas en torno a lo sagrado, permanecía latente hasta ligarse al catolicismo y hacer de éste una
doctrina amañada con el mito popular y campesino de la región. Las rivalidades que aparecen en
este ámbito cuentístico solo señalan la defensa de un arquetipo complejo de religiosidad popular
ortodoxo y excluyente. Hay un fragmento en “Rogelio” que llama la atención sobre este tema al
mencionar la burla de un juez hacia una imagen sagrada:

¡Pero vaya un forastero a ponerle reparos ante un santarritense y verá lo que le pasa! Todo
un señor juez de aquel circuito, oriundo de Palmares, se permitió decir en cierta ocasión
que el San Juan Evangelista de su cabecera tenía carita de muchacha boba, y tal fué la
inquina que le cogieron, tales las acusaciones que le urdieron, que hubo de perder la tierra
y el destino por escapar el pellejo del acero aleve (Carrasquilla 67).

En el párrafo anterior, el funcionario se encuentra en calidad de forastero que choca con la


visión extremista de los santarritenses, hasta el punto de poner en riesgo su seguridad. La escritura
exclamativa de las frases es un recurso empleado en el marco de la oralidad para reforzar el carácter
amenazante de la voz con un tono apologético. El juez simboliza ese “otro” que está al margen del
discurso arraigado a la construcción cultural del pueblo y crea un conflicto de perspectivas. La
naturaleza de “otredad” también es realzada en los personajes principales de los cuentos, descritos
con adjetivos que oscilan entre lo rudimentario y jocoso del habla montañera; en primer lugar, el
pequeño Rogelio es caracterizado como un niño anémico, desconcertado y desconectado de la
nueva realidad que atestigua como visitante, es decir, “[…] una criatura de once años, ojeroso,
desvaído, casi lívido […]” (Carrasquilla, “Rogelio” 70). María Engracia, figura central de “La
Mata”, es descrita como una víctima de la precariedad e indiferencia, por ejemplo “[d]os veces
tuvo loro, y uno y otro murieron de inanición. Su desgracia les alcanza hasta los pobres
animales”(Carrasquilla, “La Mata” 59).

El chisme es otro de los recursos de la tradición oral utilizados por el autor para reflejar la
jerga de un lenguaje común con un sello auténtico y coloquial. Los rumores en cuanto a lo que
genera el escándalo se transforman en una voz colectiva que revela el punto de vista del
campesinado local (Rojas 18). La opulencia de los padres de Rogelio y la renovada apariencia de
María Engracia son dos versiones de escándalo halladas en cada uno de los cuentos; puesto que la
pareja Borja-Daza procede de las minas de Gallonegro y ostentan un aspecto adornado de lujos en
su visita a Santa Rita del Barcino para ser parte de la comitiva eclesiástica de la Semana Santa. Así
es que, las habladurías no se hacen esperar y aparecen en los diálogos y expresiones de los
personajes: “Mientras andan y trasiegan por las calles, callejones y afueras del poblacho, la gente
dicta el fallo: muy ricos, muy en grande; pero eran unos ñapangos, unos montaraces” (Carrasquilla,
“Rogelio” 70). La murmuración estalla en un escándalo frente a la particular estadía de Francisco
Borja y su compañera quienes convocan a la fiesta y el banquete en aquel municipio de costumbres
mojigatas, porque toda actuación que no esté sujeta a la regulación institucional es calificada de
“irreligión” y “cinismo”. El chisme, el insulto y la injuria son formas de escandalizar relacionadas
con la causa ideológica de la Iglesia y el Estado (Arango 17).

María Engracia, la mujer que en un principio carecía de nombre, pasa a ser el centro de
atención, tanto por su llamativa planta como por su cambio interior y exterior evidenciado en su
retorno a los espacios religiosos. Al regresar al templo, el asombro es notorio a su alrededor. Pese
a que el autor no utiliza diálogos en esta narración, en sus descripciones sostiene la voz colectiva
de la comunidad, la cual ejerce parte del control social en la emisión de sus juicios, en este caso
“No fue poco el pasmo de los vecinos cuando la vieron arrodillada en el comulgatorio para recibir
la Santa Forma” (Carrasquilla, “La Mata” 60). En estas líneas se observa al individuo expuesto a
la opinión pública y sesgada, quien debe responder a las exigencias de un localismo que ilustraba,
en palabras de Gloria Mercedes Arango, unas “[...]sociedades encerradas en sí mismas […]” (17).
Conclusión:

Los personajes de estas obras hallan las respuestas que justifican la presencia de lo sobrenatural a
través de una conciencia mítica que se ilumina en la experiencia ritualista afirmada en el mito como
explicación primigenia del cosmos y de la intervención de las deidades en el plano humano. La
necesidad de comunicarse con esta dimensión que trasciende la realidad fáctica, genera un
acercamiento con un tipo de elementos legítimos para vincularse a ella, en el caso de Rogelio, el
hallazgo de una impactante imagen del “Nazareno” que selló su conversión definitiva y transformó
su visión del entorno tras una sentida peregrinación en la que poco a poco fue descubriendo el mito
judeocristiano. A continuación, la mujer que inicialmente era anónima, entabla una relación
particular con una planta que le sirve de vehículo para restituir su comunicación con los seres
divinos, y a su vez, se interpreta como un acontecimiento sobrenatural que resignifica su
vulnerabilidad y le otorga un reconocimiento social. Lo sagrado es el diálogo entre lo humano y lo
divino materializado en el lugar del rito que reúne un conjunto de instrumentos habilitados para su
realización, entre ellos, los altares, las peregrinaciones, las imágenes sagradas; una serie de
ornamentos que caracterizan la religiosidad popular de la época que Carrasquilla refleja en su
escritura. El discurso religioso oficial ejerce un control ideológico por medio de unos parámetros
morales y cívicos, por lo tanto, toda conducta que vaya en dirección contraria, es susceptible de
recibir censura, situación en la que se ven implicados los personajes principales por ser miembros
de un grupo poblacional que guarda las costumbres que lo caracterizan como región. Sin embargo,
su visión renovada de la religión les permite abrirse a nuevas posibilidades de inscribirse en ella,
lo que genera cambios importantes tanto internos como externos.
Referencias bibliográficas

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