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Había una vez una pareja llamada Juan y Ana, quienes siempre habían querido aprender a

bailar tango. Un día, decidieron tomar clases juntos en una pequeña escuela de baile en el
centro de la ciudad.

Al principio, se sentían un poco torpes y se pisaban los pies mutuamente. Pero con el tiempo,
comenzaron a sentir la música y a moverse juntos con gracia y elegancia.

A medida que avanzaban en las clases, Juan y Ana se daban cuenta de que bailar juntos era
algo más que simplemente seguir los pasos. Había una conexión especial entre ellos, una
química que se reflejaba en cada movimiento.

Pronto, se encontraron practicando fuera de las clases y asistiendo a milongas juntos. Cada vez
que bailaban, sentían que el mundo desaparecía a su alrededor y solo existían ellos dos.

Finalmente, en una noche de tango bajo las estrellas, Juan tomó la mano de Ana y le confesó
sus sentimientos. Ella respondió con una sonrisa y un abrazo, y juntos continuaron bailando
bajo la luz de la luna.

Desde entonces, Juan y Ana se convirtieron en inseparables compañeros de baile y de vida. Y


aunque habían comenzado su viaje juntos con el deseo de aprender a bailar tango, habían
descubierto algo mucho más valioso: el amor verdadero.

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