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La Fe
La Fe
2023
“Así que somos declarados justos a los ojos de Dios por medio de la fe y no
por obedecer la ley.” Romanos 3:28.
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Lo que más molestaba a Lutero era el hecho de que, a pesar de haber sido un
monje impecable, no encontraba paz para su alma; lo que le llevó a confesarse
hasta dos y tres horas diariamente. Lutero describió este período de su vida
como uno de gran desesperación. Él dijo haber perdido el contacto con el
Cristo Salvador y Consolador de su vida, quien se convirtió en su carcelero y
torturador de su alma. Esto llegó a atormentarle tanto que cuando alguien le
preguntó en un momento de su vida si él amaba a Dios, Lutero respondió:
“¿Amar a Dios?... ¡a veces, yo lo odio!”.
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En 1516, mientras enseñaba el libro de Romanos, Lutero llegó a entender la
esencia del evangelio, el mensaje de las Buenas Nuevas, y comprendió
finalmente que “el justo por la fe vivirá”, Romanos 1:17 . Esta verdad ya había
sido proclamada en el Antiguo Testamento, como vemos en Habacuc 2:4.
Entendida esta verdad, Lutero llegó a expresar lo siguiente: (d4) “Finalmente,
meditando día y noche, por la misericordia de Dios, yo…comencé a entender
que la justicia de Dios es aquella a través de la cual el justo vive como un regalo
de Dios, por fe…con esto me sentí como si hubiese nacido de nuevo por
completo, y que hubiese entrado al paraíso mismo a través de las puertas que
habían sido abiertas ampliamente”.
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Más el justo por la fe vivirá
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Si le preguntáramos a cualquier persona en la calle de qué forma él o ella
piensa ir al cielo, con mucha probabilidad nos dirá algo como esto: “Bueno, yo
no he matado a nadie, nunca he robado, nunca le he sido infiel a mi esposa…
es posible que haya dicho algunas mentiras, pero realmente, ¿quién no las ha
dicho? No soy el más santo de todos, pero tampoco soy el peor; de manera
que espero que Dios pueda tomar eso en cuenta”. Palabras similares a estas
son empleadas con frecuencia por aquellos que viven a nuestro alrededor
cuando se le cuestiona acera de la próxima vida. Pero esto dista mucho de las
enseñanzas de la Palabra. El apóstol Pablo escribió en Romanos 3:20 que “por
las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de Él…”. En otras
palabras, ninguna de las obras que hacemos tienen el peso para darnos
entrada ante el trono de Dios. Notemos cómo en un momento dado, el pueblo
hebreo se había desviado tanto del camino que Dios dijo a través del profeta
Isaías, en Isaías 64:6, que sus mejores obras eran como trapos de inmundicia.
En el original, la frase traducida como trapos de inmundicia hace referencia a
paños que han sido usados para la menstruación. Así lucen mis obras cuando
pasan por el escrutinio de la justicia de Dios. Y esas son mis mejores obras;
imaginémonos ahora las peores.
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Lutero, entendió eso, y casi perdió la cabeza, puesto que la idea de
permanecer bajo condenación le atemorizaba grandemente, conociendo a la
vez que le era imposible vivir una vida perfecta que le permitiera entrar a la
presencia de Dios. Finalmente, Lutero entendió que era posible tener un
carácter moral perfecto para entrar a la presencia de Dios, pero que ese
carácter moral perfecto no lo adquiero yo a través de mis obras de
santificación, porque ninguna de mis obras es perfecta para pasar el estándar
de Dios. Esa rectitud moral me la da Cristo y me la da la por la fe puesta en Él.
Romanos 3:21-22 nos dice: “Pero ahora, aparte de la ley, la rectitud moral de
Dios ha sido manifestada, atestiguada por la ley y los profetas; es decir, la
rectitud moral de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que
creen”. La rectitud moral de Dios se manifestó ahora aparte de la ley; la ley no
me la puede dar. Pero es una rectitud moral que yo obtengo por medio de la
fe en Jesucristo, como dice el versículo 21. De ahí la frase Sola Fide, o solo por
fe.
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El día que Cristo murió, mis pecados le fueron cargados (imputados) a su
cuenta de una manera real. Por eso Cristo sufrió un puro infierno en la cruz,
un infierno de dolor y de separación temporal del Padre, expresado en su grito:
“Dios mío, Dios mío por qué me has abandonado”. De esa misma manera, el
día que yo deposito mi fe en Cristo como mi Señor y Salvador, su carácter
moral perfecto me es cargado a mi cuenta. A esto que acabamos de explicar
es que llamamos la doble imputación en teología.