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Orlando Fales Borda

Nació el 11 de julio de 1925 en Barranquilla en el seno de una familia presbiteriana


de clase media. Desde adolescente se familiarizó con el inglés, el cual hablaba,
leía y escribía con fluidez, lo que le ayudó a difundir sus ideas en escenarios más
amplios que el mundo de habla hispana. Falleció el 12 de agosto de 2008 en
Bogotá a la edad de 83 años, lleno de respeto y reconocimiento de la comunidad
científica nacional e internacional. De pronunciarse, su nombre podría referirse al
fundador de la sociología moderna del país y una de las mentes más productivas
de las ciencias sociales latinoamericanas.

LA INVESTIGACIÓN-ACCIÓN
Tal proyecto no puede llevarse a cabo en un ámbito universitario, que no se rige
por leyes de evaluación neutras y currículos ajenos al estudio de las comunidades
campesinas, para rebelarse contra ellas. Los más relevantes fueron
organizaciones políticas o centros de investigación privados dispuestos a
cambiarlos. Fals eligió la última opción.
Su obra ahora era política, científica y subversiva. Quisiera saber para cambiar,
para despertar la conciencia de los habitantes de las ciudades, pueblos y aldeas.
Esto lo obligó a cambiar el lenguaje, el estilo y la presentación de los informes de
investigación. Los jueces de las obras ya no serán sus compañeros de
monasterios universitarios, sino hombres y mujeres de poca capacidad
académica. Su larga experiencia de investigador del medio rural debía pasar por
serias transformaciones. En primer lugar, debía tener una mente abierta, sin
cortapisas teóricas que le coartaran la mirada de las múltiples dimensiones de lo
real y, en segundo lugar, estar atento a lo que pensaban, musitaban y deseaban
las personas con las que trabajaba para devolverles un resultado apropiado. Si en
el pasado los campesinos se ruborizaban por su dificultad para responder un
cuestionario, ahora era el intelectual quien se sonrojaba por la torpeza de sus
conceptos y de sus marcos de referencia. El investigador debía ser investigado, su
rol de sujeto debía trocarse en el de objeto, y aprender que el conocimiento se
adquiere en una relación igualitaria con quien lo posee y tiene el deseo de
transmitirlo. En medio de estas experiencias difundió la noción, tomada de los
campesinos momposinos, de sentipensante: el trance de pensar-sintiendo.
Rápidamente la tradujo a la condición del saber más acabado, al acto de combinar
la mente con el corazón, la razón con el sentimiento, estrategia del saber empático
que recuerda los mecanismos diltheyanos de vivencia (vida experimentada) y de
comprensión (reconstrucción y vivificación imaginaria de una experiencia ajena
para conocerla mejor).
Los frutos de estos esfuerzos se plasmaron en dos publicaciones de saber
pedagógico –Capitalismo, hacienda y poblamiento en la Costa Atlántica (1973 y
1975) e Historia de la cuestión agraria en Colombia (1975)–, redactados en un
lenguaje directo con ilustraciones, mapas y fotografías que ayudaban a entender
los temas de estudio. Las portadas llevaban el nombre de Fals, aunque él insistía
en que eran trabajos colectivos fruto de un saber ventilado con campesinos,
intelectuales y dirigentes de las regiones analizadas. El objetivo de los textos era
claramente político: hacer avanzar la causa de la revolución socialista en
Colombia. Sus páginas se leyeron en los cursos universitarios más militantes de
introducción a las ciencias sociales, pero, en general, el sector académico los
encontró elementales, esquemáticos y demasiado ideológicos. Los labriegos y
líderes de base debieron considerarlos, por el contrario, bastante encumbrados,
academicistas y teóricos. Sus capítulos ostentaban citas, pies de página y
bibliografías con títulos en inglés, elementos que, unidos al frecuente uso de
conceptos tomados de la economía y de la sociología, debían resultar bastante
exóticos para las culturas orales de las empobrecidas áreas rurales.

Luis Eduardo Nieto Arteta (1913-1956)


Filósofo, sociólogo y ensayista colombiano. Estudia derecho en la Universidad
Nacional de Colombia; se gradúa con la tesis De Lombroso a Pende (1938). En su
juventud se dedica a la investigación de la teoría marxista; es el primer pensador
colombiano en mencionarla en sus escritos, aunque después examina otras
tendencias filosóficas. Escribe sobre filosofía, sociología, economía y política, e
introduce el pensamiento moderno en Colombia. Busca la explicación de la
dinámica social por medio de la fenomenología, y rompe con la concepción
tradicional de la historia. Ocupa varios cargos diplomáticos, representa a su país
en la Conferencia de San Francisco, donde se redacta la carta de constitución de
la ONU (Organización de Naciones Unidas); consejero de la embajada de
Colombia en Rio de Janeiro desde 1947. Columnista del diario El Heraldo, de
Barranquilla. Su obra comprende ensayos y libros filosóficos, entre los que
sobresalen Posibilidad teórica de un marxismo spengleriano (1938); Economía y
cultura en la historia de Colombia (1941); Lógica, fenomenología y formalismo
jurídico (1942); La interpretación de las normas jurídicas (1944); Lógica y antología
(1945); Mi primer libro orgánico (1948); El café en la sociedad colombiana (1948),
y las obras póstumas El capital y la acumulación del capital y Ensayos históricos y
sociológicos, recopilación que aparece en 1978.

CRÍTICA DEL MARXISMO


En las críticas de Nieto a los sistemas y a las ortodoxias que los acompañaban,
había un elemento político que lo alejaba del marxismo: los procesos de Moscú.
Desde mediados de los años treinta, Stalin se había dado a la tarea de aniquilar la
generación bolchevique y de eliminar todo rastro de oposición en Rusia. En agosto
de 1936 fueron fusilados Zinoviev y quince dirigentes más; en junio del año
siguiente cayeron Radek y otros diecisiete líderes de la Revolución de Octubre, y
en marzo de 1938, “el proceso de los veintiunos”, el más sonado de todos, acabó
con la vida de Nikolai Bujarin. Este “juicio”, que tuvo lugar entre el 2 y el 13 de
marzo, fue seguido con interés, perplejidad y asombro por los lectores de los
diarios bogotanos. Día a día la prensa de la capital transmitía los cables
internacionales sin mayores explicaciones. En sus páginas los antiguos
bolcheviques eran calificados de mercenarios del fascismo, de terroristas, espías y
asesinos, además de trotskistas, traidores y rabiosos enemigos de los ideales
socialistas. El II de marzo, cuando ya se acercaba el final, El Espectador informó
que el fiscal “del proceso más sensacional que se haya ventilado en los estrados
judiciales de la Rusia Soviética, pidió la sentencia de muerte para diecinueve de
los veintiún acusados de traición, espionaje y otros crímenes en contra del
régimen de Stalin”. Al pedir la pena de muerte para Bujarin y sus amigos, el ente
acusador declaró “que se sentía plenamente convencido de que el jurado tendría
el sentido común de enviar a los acusados ante una escuadra de fusileros”. Y
dirigiéndose a la audiencia en el tono de la arenga letal, concluyó: “este montón de
carne mal oliente no tiene derecho alguno a permanecer entre nosotros. Al
eliminar a los reos se prestaría una ayuda a la paz del mundo y a las
democracias”. Cuatro días después, el 15 de marzo de 1938, el gobierno soviético
anunció que las ejecuciones se habían llevado a cabo según el anuncio del fiscal.
Pero esta noticia apenas llegó a los lectores europeos y americanos. El mismo
día, los periódicos de todo el mundo llamaron la atención sobre un acontecimiento
de gran importancia para el destino de Europa: la entrada ceremonial de Hitler en
Viena y la declaración de Austria en el Tercer Reich.

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