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ESCENA PRIMERA
Gregorio_ Sí
SANSÓN _Basta cualquier perro de casa de los Montescos para hacerme saltar.
GREGORIO _Quien salta, se va. El verdadero valor está en quedarse firme en su puesto. Eso que
llamas saltar es huir.
SANSÓN_ Los perros de esa casa me hacen saltar primero y me paran después. Cuando topo de
manos a boca con hembra o varón de casa de los Montescos, pongo pies en pared.
SANSÓN_ Cierto, y es condición propia de los débiles. Los Montescos al medio de la calle, y sus
mozas a la acera.
GREGORIO_ Esa discordia es de nuestros amos. Los criados no tenemos que intervenir en ella.
SANSÓN_ Lo mismo da. Seré un tirano. Acabaré primero con los hombres y luego con las mujeres.
GREGORIO_ Saca tu espada, que aquí vienen dos criados de casa Montesco.
SANSÓN_ Si quieren armarla, aquí estoy a sus órdenes. Mi amo es tan bueno como el de sustedes
GREGORIO_ (A Sansón) Dile que el nuestro es mejor, porque aquí se acerca un pariente de mi amo.
ABRAHAM_ Mentira.
TEOBALDO_ ¿Por qué destapan los aceros? Benvolio, ¿quieres ver tu muerte?
BENVOLIO_ Los estoy poniendo en paz. Guarda tu espada o tendrás que lidiar con todos nosotros
TEOBALDO_ ¡Hablarme de paz, cuando tengo el acero en la mano! Odia esa palabra como odio a
los Montesco. Ven, cobarde.
CAPULETO Mi espada, mi espada, que Montesco viene blandiendo contra mí la suya tan vieja como
la mía.
MONTESCO ¡Capuleto infame, déjame pasar, aparta! SEÑORA No te dejaré dar un paso más.
BENVOLIO_ Los criados de tu enemigo estaban ya lidiando con los nuestros cuando llegué, y
fueron inútiles mis esfuerzos para separarlos . teobaldo se arrojó sobre mí, con el hierro que
azotaba en el aire
SEÑORA DE MOTESCO_ ¿has visto a Romeo? ¡Cuánto me alegro de que no se allá presentado!
BENVOLIO_ Sólo faltaba una hora para que el sol amaneciese por las doradas puertas del Oriente,
cuando salí a pasear, solo con mis cuidados, al bosque de sicomoros que crece al poniente de la
ciudad. Allí estaba tu hijo. Apenas lo vi me dirigí a él, pero se internó en lo más profundo del
bosque. Y como yo sé que en ciertos casos la compañía estorba, seguí mi camino y mis
cavilaciones, huyendo de él con tanto gusto como él de mí.
SEÑORA DE MONTESCO_ Dicen que va allí con frecuencia a juntar su llanto con el rocío de la
mañana y contar a las nubes sus querellas, y apenas el sol, alegría del mundo, descorre los
sombríos pabellones del tálamo de la aurora, huye Romeo de la luz y torna a casa, se encierra
sombrío en su habitacion, y para esquivar la luz del día, crea artificialmente una noche. Mucho me
apena su estado, y sería un dolor que su razón no llegase a dominar sus caprichos.
MONTESCO_ Ni yo, ni nadie. No sé si pienso bien o mal, pero él es el único consejero de sí mismo.
Guarda con avaricia su secreto y se consume en él, como el germen herido por el gusano antes de
desarrollarse y encantar al sol con su hermosura. Cuando yo sepa la causa de su mal, procuraré
poner remedio.
BENVOLIO_ Aquí está. O me engaña el cariño que le tengo, o voy a saber pronto la causa de su mal.
(Entra Romeo)
ROMEO_ ¡Tristes horas, cuán lentamente caminan! ¿No era mi padre quien salía ahora de aquí?
BENVOLIO_ Sí por cierto. Pero ¿qué dolores son los que alargan tanto las horas de Romeo?
ROMEO_ Desvíos.
BENVOLIO_ ¿Por qué el amor que nace de tan débiles principios, impera luego con tanta tiranía?
ROMEO_ ¿Por qué, si pintan ciego al amor, sabe elegir tan extrañas sendas a su albedrío? ¿Dónde
vamos a comer hoy? Cuéntame lo que ha pasado. Pero no, ya lo sé. Hemos encontrado el amor
junto al odio; amor discorde, odio amante; rara confusión de la naturaleza, caos sin forma, materia
grave a la vez que ligera, fuerte y débil, humo y plomo, fuego helado, salud que fallece, sueño que
vela, esencia incógnita. No puedo acostumbrarme a tal amor. ¿Te ríes?
BENVOLIO_ De tu desesperación.
ROMEO_ Se agrava el peso de mis penas, sabiendo que tú también las sientes. Amor es fuego
aventado por el aura de un suspiro; fuego que arde y centellea en los ojos del amante. O más bien
es torrente desbordado que las lágrimas acrecen. ¿Qué más podré decir de él? Diré que es locura
sabia, hiel que emponzoña, dulzura embriagadora. primo.
ROMEO_ ¿Dime formalmente?. . ¡Oh, qué frase tan cruel! Primo, estoy enamorado de una mujer.
ROMEO_ Huye de las palabras de amor, evita el encuentro de otros ojos, no la rinde el oro. Es rica,
porque es hermosa. Pobre, porque cuando muera, sólo quedarán despojos de su perfección
soberana.
ROMEO_ Así brillará más y más su hermosura. Con el negro antifaz resalta más la blancura de la
tez. Nunca olvida el don de la vista quien una vez la perdió. La beldad más perfecta que yo viera,
sólo sería un libro donde leer que era mayor la perfección de mi adorada. ¡Adiós! No sabes
enseñarme a olvidar.
ESCENA II
Calle
CAPULETO_ La misma orden que a mí obliga a Montesco, y a nuestra edad no debía ser difícil vivir
en paz.
PARIS_ Los dos son iguales en nobleza, y no deberían estar en esta discordia. ¿Qué responden a mi
petición?
CAPULETO_ Ya he respondido. Mi hija acaba de llegar al mundo. Aún no tiene más que catorce
años, y no estará madura para el matrimonio, hasta que pasen al menos dos veranos. Paris Otras
hay más jóvenes y que son ya madres.
CRIADO_ ¡Pues es fácil encontrarlos a todos! El zapatero está condenado a usar la horma, el sastre
la vara, el pintor el pincel, el pescador las redes, y yo a buscar a todos aquellos cuyos nombres son
los que aquí están escritos. Denme su favor los sabios. Vamos.
BENVOLIO_ No digas eso. Un fuego apaga otro, un dolor mata otro dolor, a una pena antigua otra
nueva. Un nuevo amor puede curarte del antiguo.
ROMEO_ ¡Loco! Estoy atado de pies y manos como los locos, encerrado en cárcel asperísima,
hambriento, azotado y atormentado.
CRIADO_ ¡Raro alarde! ¿Sabéis leer sin haberlo aprendido? ¿Sabréis leer lo que ahí dice?
ROMEO_ Espera, que probaré a leerlo. «El señor Martín, y su mujer e hijas, el conde Anselmo y sus
hermanas, la viuda de Viturbio, el señor Plasencio y sus sobrinas, Mercutio y su hermano Valentín,
mi tío Capuleto con su mujer e hijas, Rosalía mi sobrina, Livia, Valencio y su primo Teobaldo, Lucía y
la hermosa Elena». ¡Lucida reunión! ¿Y dónde es la fiesta?
CRIADO_ Allí.
ROMEO_ ¿Dónde?
CRIADO_ En la de mi amo.
CRIADO_ Se los diré sin rodeos. Se llama Capuleto y es generoso y rico. Si no son Montesco, pieden
ir a beber a la fiesta.
(Vase)
BENVOLIO_ Rosalía a quien adoras, asistirá a esta fiesta con todas las bellezas de Verona. Allí
podrás verla y compararla con otra que yo te enseñaré,
ROMEO_ No permite tan indigna traición la santidad de mi amor. Ardan mis verdaderas lágrimas,
ardan mis ojos (que antes se ahogaban) ¿Puede haber otra más hermosa que ella? No la ha visto
desde la creación del mundo, el sol que lo ve todo.
BENVOLIO_ Tus ojos no ven más que lo que les halaga. Vas a pesar ahora en tu balanza a una mujer
más bella que esa, y verás cómo tu señora pierde de los quilates de su peso, cotejada con ella.
ROMEO_ Iré, pero no quiero ver tal cosa, sino gozarme en la contemplación de mi cielo.
ESCENA III
En casa de Capuleto
LA SEÑORA DE CAPULETO Y EL AMA
AMA_ Sea en mi ayuda mi probada paciencia de doce años. Ya la llamé. Cordero, Mariposa.
Válgame Dios. ¿Dónde estará esta niña? Julieta. .
AMA_ Tu madre.
Señora_ Sucede que… Ama, déjanos a solas un rato… Pero no, quédate. Deseo que oigas nuestra
conversación. Mi hija está en una edad decisiva.
AMA_ Apostaría catorce dientes a que no son catorce. ¿Cuándo llega el día de los Ángeles?
AMA_ Sean pares o nones, ese día, en anocheciendo, cumple Julieta años. ¡Válgame Dios¡ La
misma edad tendrían ella y mi Susana. Pero Susana está en el cielo. No merecía yo tanta dicha.
Pues como iba diciendo, cumplirá catorce años la tarde de los Ángeles. ¡Vaya si los cumplirá! Me
acuerdo bien. Hace once años, cuando el terremoto, la quitamos el pecho. Jamás confundo aquel
día con ningún otro del año. Debajo del palomar, sentada al sol, unté mi pecho con acíbar. Vos y mi
amo estabais en Mantua. ¡Me acuerdo tan bien! Pues como digo, la tonta de ella, apenas probó el
pecho y lo halló tan amargo, ¡qué furiosa se puso contra mí! ¡Temblaba el palomar! Once años van
de esto. Ya se tenía en pie, ya corría. . tropezando a veces. Por cierto que el día antes se había
hecho un chichón en la frente, y mi marido¡Con qué gracia levantó a la niña¡ y le dijo: «Vaya, ¿te
has caído de frente? No caerás así cuando te entre el juicio. ¿Verdad, Julieta?» Sí, respondió la
inocente limpiándose las lágrimas. El tiempo hace verdades las burlas. Mil años que viviera, me
acordaría de esto. «¿No es verdad, Julieta?» y ella lloraba y decía que sí.
AMA_ Me callaré, señora; pero no puedo menos de reírme, acordándome que dijo sí, y creo que
tenía en la frente un chichón tamaño como un huevo, y lloraba que no había consuelo para ella.
AMA_ Bueno, porque eres la niña más hermosa que he criado nunca. ¡Qué grande sería mi placer
en verla casada!
AMA_ ¡Honra! Pues si no fuera por haberte criado yo, te diría que habías mamado leche de
discreción y sabiduría.
SEÑORA_ Ya puedes pensar en casarte. Hay en Verona madres de familia menores que tú, y yo
misma lo era cuando apenas tenía tu edad. En dos palabras, aspira a tu mano el gallardo París.
SEÑORA_ Quiero saber si le amarás. Esta noche ha de venir. Verás escrito en su cara todo el amor
que te profesa. Fíjate en su rostro y en la armonía de sus facciones. Sus ojos servirán de
comentario a lo que haya de confuso en el libro de su persona. Este libro de amor,
desencuadernado todavía, merece una espléndida cubierta. La mar se ha hecho para el pez. Toda
belleza gana en contener otra belleza. Todo lo que él tenga será tuyo. Nada perderás en ser su
mujer.
JULIETA_ Lo pensaré, si es que el ver predispone a amar. Pero el dardo de mis ojos sólo tendrá la
fuerza que le preste la obediencia.
(Entra un criado)
CRIADO_ Los huéspedes se acercan. La cena está pronta. Los llaman. La señorita hace falta. En la
cocina están diciendo mil pestes del ama. Todo está dispuesto. les suplico que venga en seguida.
ESCENA IV
ENCENDIDAS
BENVOLIO_ Nada de rodeos. Para nada nos hace falta un amorcillo de latón con venda por
pañuelo, y con arco, espantapájaros de doncellas. Para nada repetir con el apuntador, en voz
medrosa, un prólogo inútil. Mídannos por el compás que quieran, y hagamos nosotros unas
cuantas mudanzas de baile.
ROMEO_ No por cierto. Ustedes llevan zapatos de baile, y yo estoy como tres en un zapato, sin
poder moverme.
MERCUCIO_ No has debido cargar con tanto peso al amor, que es muy delicado.
MERCUCIO_ Si es duro, sé tú duro con él. Si te hiere, hiérele tú, y verás cómo se da por vencido.
Dadme un antifaz para cubrir mi rostro. ¡Una máscara sobre otra máscara¡
BENVOLIO_ Llama a la puerta, y cuando estemos dentro, cada uno baile como pueda.
ROMEO_ ¡Una antorcha! Yo, imitando la frase de mi abuelo, seré quien lleve la luz en esta
empresa, porque el gato escaldado huye del agua.
MERCUCIO_ De noche todos los gatos son pardos, como decía muy bien el Condestable. Nosotros
te sacaremos de esa caldera de amor en que te escaldaste. ¡Vamos, que la luz se va acabando!
MERCUCIO_ Mientras andamos en vanas palabras, se gastan las antorchas. Entiende tú bien lo que
quiero decir.
ROMEO_ ¿Tienes ganas de entrar en el baile? ¿Crees que eso tiene sentido?
MERCUCIO_ ¿Y lo dudas?
MERCUCIO_ Sin duda te ha visitado la reina Mab, nodriza de las hadas. Es tan pequeña como el
ágata que brilla en el anillo de un regidor. Su carroza va arrastrada por caballos leves y sus radios
son patas de tarántula, las correas son de gusano de seda, los frenos de rayos de luna; huesos de
grillo e hilo de araña forman el látigo; y un mosquito de oscura librea, dos veces más pequeño que
el insecto que la aguja sutil extrae del dedo de ociosa dama, guía el espléndido equipaje. Una
cáscara de avellana forma el coche elaborado por la ardilla, eterna carpintera de las hadas. En ese
carro discurre de noche y día por cabezas enamoradas, y les hace concebir vanos deseos, y anda
por las cabezas de los cortesanos, y les inspira vanas cortesías. Corre por los dedos de los
abogados, y sueñan con procesos. Recorre los labios de las damas, y sueñan con besos. Anda por
las narices de los pretendientes, y sueñan que han alcanzado un empleo. Azota con la punta de un
rabo de puerco las orejas del cura, produciendo en ellas sabroso cosquilleo, indicio cierto de
beneficio o canonjía cercana. Se adhiere al cuello del soldado, y le hace soñar que vence y triunfa
de sus enemigos y los degüella con su truculento acero toledano, hasta que oyendo los sones del
cercano tambor, se despierta sobresaltado, reza un padrenuestro, y vuelve a dormirse. La reina
Mab es quien enreda de noche las crines de los caballos, y enmaraña el pelo de los duendes, e
infecta el lecho de la cándida virgen, y despierta en ella por primera vez impuros pensamientos.
BENVOLIO_ Tú sí que estás arrojando viento y humo por esa boca. Ya nos espera la cena, y no es
cosa de llegar tarde .
ROMEO_ Demasiado temprano llegaran. que las estrellas están de mal talante, y que mi mala
suerte va a empezarse en este banquete, hasta que llegue la negra muerte a cortar esta inútil
existencia. Pero en fin, el piloto de mi nave sabrá guiarla. Adelante, amigos míos.
ESCENA V
CAPULETO_ Celebro su venida. Los invitan al baile los ligeros pies de estas damas. A la danza,
jóvenes. ¿Quién se resiste a tan imperiosa tentación? Ni siquiera la que por melindre dice que
tiene callos. Bien venidos sean. En otro tiempo también yo gustaba de enmascararme, y decir al
oído de las hermosas, secretos que a veces no les desagradaban. Pero el tiempo llevó consigo tales
flores. Comience la música. ¡Que pasen delante las muchachas! (Comienza el baile). ¡Luz, más luz!
¡Fuera las mesas! Nada de fuego, que harto calor hace. ¡Cómo te agrada el baile, picarillo!, que
nosotros no estamos para danzas.
Romeo (A su criado)_Dime, ¿qué dama es la que enriquece la mano de ese galán con tal tesoro?
CRIADO_ No la conozco.
ROMEO_ El brillo de su rostro afrenta al del sol. No merece la tierra tan soberano prodigio. Parece
entre las otras como paloma entre grajos. Cuando el baile acabe, me acercaré a ella, y estrecharé
su mano con la mía. No fue verdadero mi antiguo amor, que nunca belleza como ésta vieron mis
ojos.
TEOBALDO_ Por la voz parece Montesco.(Al criado). Tráeme la espada. ¿Cómo se atreverá ese
malvado a venir con máscara a perturbar nuestra fiesta? Juro por los huesos de mi linaje que sin
cargo de conciencia le voy a quitar la vida
TEOBALDO_ Sin duda es un Montesco, enemigo jurado de mi casa, que ha venido aquí para
burlarse de nuestra fiesta.
TEOBALDO_ cuando se introduce en nuestra casa tan ruin huésped. ¡No lo consentiré ¡
CAPULETO_ Sí lo consentirás. Te lo mando. Yo sólo tengo autoridad aquí. ¡Pues no faltaba más!
¡Favor divino! ¡Maltratar a mis huéspedes dentro de mi propia casa! ¡Armar quimera con ellos,
sólo por echárselas de valiente!
CAPULETO_ Lejos, lejos de aquí. Cara te va a costar la desobediencia, basta ya! ¡Pues esto sólo
faltaba! ¡A bailar, niñas!
ROMEO (agarra la mano de Julieta)_Si con mi mano he profanado tan divino altar, perdonadme. Mi
boca borrará la mancha, cual peregrino ruboroso, con un beso.
ROMEO_ Truequen pues de oficio mis manos y mis labios. Rece el labio y concededme lo que pido.
ROMEO_ Pues mientras mis labios rezan, y los tuyos me purifican. (La besa)
ROMEO_ ¿Del pecado de mis labios? Ellos se arrepentirán con otro beso. (Torna a besarla)
CAPULETO_ No se vayan tan pronto, amigos. Aún nos espera una cena ¿se van ? Tengo que darles a
todos las gracias. Buenas noches.
(Quedan solas Julieta y el Ama)
AMA_ Lo ignoro.
JULIETA_ ¡Amor nacido del odio, harto pronto te he visto, sin conocerte! ¡Harto tarde te he
conocido! Quiere mi negra suerte que consagre mi amor al único hombre a quien debo aborrecer.
AMA_ Te están llamando. Ya va. No te detengas, que ya se han ido todos los huéspedes..
ACTO II
ESCENA PRIMERA
ROMEO_ ¿Cómo me he de ir de aquí, si mi corazón queda en esas tapias, y mi cuerpo inerte viene
a buscar su centro?
BENVOLIO_ Para acá viene: le he distinguido a lo lejos saltando la tapia de una huerta. Mercutio.
MERCUCIO_ Le voy a exorcizar como si fuera el diablo. ¡Romeo, amante insensato, esclavo de la
pasión! Ven en forma de suspiro amoroso: respóndeme con un verso solo en que bien y donde
eches un requiebro a la madre del amor y al niño ciego, que hirió con sus dardos al rey Cofetua, y
le hizo enamorarse de una pobre zagala. ¿Ves? no me contesta ni da señales de vida. por los
radiantes ojos, y por los róseos labios, y por el breve pie y los llenos muslos de Rosalía, que te
aparezcas en tu verdadera forma.
BENVOLIO_ Sígueme; se habrá escondido en esas ramas para pasar la noche. El amor como es
ciego, busca tinieblas.
ESCENA II
Jardín de Capuleto
ROMEO_ ¡Qué bien se burla del dolor ajeno quien nunca sintió dolores...! (Julieta a la ventana).
¿Pero qué luz es la que asoma por allí? ¿El sol que sale ya por los balcones de oriente? Sal,
hermoso sol, y mata de envidia con tus rayos a la luna, que está pálida y porque vence tu
hermosura .Por eso se viste de amarillo color. ¡Qué necio el que se arree con sus galas marchitas!
¡Es mi vida, es mi amor el que aparece! Pero ¿qué importa? Sus ojos hablarán, y yo responderé.
¡Pero qué atrevimiento es el mío, si no me dijo nada! Los dos más hermosos luminares del cielo la
suplican que les sustituya durante su ausencia. Si sus ojos resplandecieran como astros en el cielo,
bastaría su luz para ahogar los restantes como el brillo del sol mata el de una antorcha. Tal torrente
de luz brotaría de sus ojos, que haría despertar a las aves a media noche, y entonar su canción
como si hubiese venido la aurora!
JULIETA_ ¡Ay de mí! ROMEO ¡Habló! Vuelvo a sentir su voz. ¡Ángel de amores que en medio de la
noche te me apareces, cual nuncio de los cielos a la atónita vista de los mortales, que
deslumbrados le miran traspasar con vuelo rapidísimo las esferas, y mecerse en las alas de las
nubes! ¡Romeo, Romeo! ¿Por qué eres tú Romeo? ¿Por qué no reniegas del nombre de tu padre y
de tu madre? Y si no tienes valor para tanto, ámame, y no me tendré por Capuleto.
JULIETA_ No eres tú mi enemigo. Es el nombre de Montesco, que llevas. ¿Y qué quiere decir
Montesco?¿Por qué no tomas otro nombre? La rosa no dejaría de ser rosa, y de esparcir su aroma,
aunque se llamase de otro modo. De igual suerte mi querido Romeo, aunque tuviese otro nombre,
conservaría todas las buenas cualidades de su alma, que no le vienen por herencia. Deja tu
nombre, Romeo, y en cambio de tu nombre, que no es cosa alguna sustancial, toma toda mi alma.
JULIETA_ ¿Y quién eres tú que, en medio de las sombras de la noche, vienes a sorprender mis
secretos?
ROMEO_ No sé de cierto mi nombre, porque tú aborreces ese nombre, amada mía, y si yo pudiera,
lo arrancaría de mi pecho.
JULIETA_ Pocas palabras son las que aún he oído de esa boca, y sin embargo te reconozco. ¿No
eres Romeo? ¿No eres de la familia de los Mostescos?
ROMEO_ No seré ni una cosa ni otra, ángel mío, si cualquiera de las dos te enfada.
JULIETA_ ¿Cómo has llegado hasta aquí, y para qué? Las paredes de esta huerta son altas y difíciles
de escalar, y aquí podrías tropezar con la muerte, siendo quien eres, si alguno de mis parientes te
hallase.
ROMEO_ Las paredes salté con las alas que me dio el amor, ante quien no resisten aun los muros
de roca. Ni siquiera a tus parientes temo.
ROMEO_ Más homicidas son tus ojos, que las espadas de veinte parientes tuyos. Mírame sin
enojos, y mi cuerpo se hará invulnerable.
ROMEO_ De ellos me defiende el velo tenebroso de la noche. Más quiero morir a sus manos,
amándome, que esquivarlos y salvarme de ellos, cuando me falte tu amor.
ROMEO_ El amor que me dijo dónde vivías. De él me aconsejo, él guió mis ojos que yo le había
entregado. te juro que navegaría hasta la playa más remota de los mares por conquistar joya tan
preciada.
ROMEO_ Juro, amada mía, por los rayos de la luna que platean la copa de estos árboles...
JULIETA_ No jures por la luna, que en su rápido movimiento cambia de aspecto cada mes. No vayas
a imitar su inconstancia.
JULIETA_ No hagas ningún juramento. Si acaso, jura por ti mismo, por tu persona que es el dios que
adoro y en quien he de creer.
JULIETA_ No jures. Aunque me llene de alegría el verte, no quiero esta noche oír tales promesas
que parecen violentas y demasiado rápidas. Son como el rayo que se extingue, apenas aparece.
Aléjate ahora
ROMEO_ ¿Y no me das más consuelo que ése?
JULIETA_ Antes te la di que tú acertaras a pedírmela. Lo que siento es no poder dártela otra vez.
JULIETA_ Sí, para dártela otra vez, aunque esto fuera codicia de un bien que tengo ya. Pero mi afán
de dártelo todo es tan profundo y tan sin límite. ¡Cuanto más te doy, más quisiera darte!... Pero
oigo ruido dentro. ¡Adiós! no engañes mi esperanza... Ama, allá voy... Guárdame fidelidad,
Montesco mío. Espera un instante, que vuelvo en seguida.
ROMEO_ ¡Noche, deliciosa noche! Sólo temo que, por ser de noche, no pase todo esto de un
delicioso sueño.
JULIETA (Asomada otra vez a la ventana). _Sólo te diré dos palabras. Si el fin de tu amor es
honrado, si quieres casarte, avisa mañana al mensajero que te enviaré, de cómo y cuándo quieres
celebrar la sagrada ceremonia
AMA ¡Julieta!
ROMEO_ No. ¿Cómo han de ser buenas sin tus rayos? El amor va en busca del amor como el
estudiante huyendo de sus libros, y el amor se aleja del amor como el niño que deja sus juegos
para tornar al estudio.
JULIETA (Otra vez a la ventana) _ ¡Romeo! ¡Romeo! ¡Oh, si yo tuviese la voz del cazador de cetrería,
para llamar de lejos a los halcones! Si yo pudiera hablar a gritos, penetraría mi voz hasta la gruta
de la ninfa Eco, y llegaría a ensordecerla repitiendo el nombre de mi Romeo.
ROMEO_ ¡Cuán grato suena el acento de mi amada en la apacible noche, protectora de los
amantes! Más dulce es que música en oído atento.
JULIETA_ ¡Romeo!
JULIETA_ No faltará. Las horas se me harán siglos hasta que esa llegue.
ROMEO_ ¡Déjame quedar aquí hasta que lo pienses!
JULIETA_ Con el contento de verte cerca me olvidaré eternamente de lo que pensaba, recordando
tu dulce compañía.
JULIETA_ Ya es de día. Vete... Pero no quisiera que te alejaras más que el breve trecho que
consiente alejarse al pajarillo la niña que le tiene sujeto de una cuerda de seda, y que a veces le
suelta de la mano, y luego le coge ansiosa, y le vuelve a soltar...
JULIETA_ ¿Y que quisiera yo sino que lo fueras? aunque recelo que mis caricias habían de matarte.
¡Adiós, adiós! Triste es la ausencia y tan dulce la despedida, que no sé cómo arrancarme de los
hierros de esta ventana.
ROMEO_ ¡Qué el sueño descanse en tus dulces ojos y la paz en tu alma! ¡Ojalá fuera yo el sueño,
ojalá fuera yo la paz en que se duerme tu belleza! De aquí voy a la celda donde mora mi piadoso
confesor, para pedirle ayuda y consejo en este trance.
ESCENA III
FRAY LORENZO_ Ya la aurora se sonríe mirando huir a la oscura noche. Ya con sus rayos dora las
nubes de oriente. Huye la noche con perezosos pies, tropezando, al ver la lumbre del sol que se
despierta y monta en el carro de Titán. Antes que tienda su dorada lumbre, alegrando el día y
enjugando el llanto que vertió la noche, he de llenar este cesto de bien olientes flores y de yerbas
primorosas.
FRAY LORENZO_ Él sea en tu guarda. ¿Quién me saluda con tan dulces palabras, al apuntar el día?
Levantado y a tales horas, revela sin duda intranquilidad de conciencia, hijo mío. En las pupilas del
anciano viven los cuidados veladores, y donde reina la inquietud ¿cómo habitará el sosiego? Pero
en lecho donde reposa la juventud ajena de todo pesar y duelo, infunde en los miembros deliciosa
calma el blanco sueño. Tu visita tan de mañana me indica que alguna triste ocasión te hace
abandonar tan pronto el lecho. Y si no... será que has pasado la noche desvelado.
ROMEO_ ¿Con Rosalía? Ya su nombre no suena dulce en mis oídos, ni pienso en su amor.
FRAY LORENZO_ Dime con claridad el motivo de tu visita, si es que puedo ayudarte en algo.
ROMEO_ Pues te diré en dos palabras que estoy enamorado de la hija del noble Capuleto, y que
ella me corresponde con igual amor. Ya está concertado todo: sólo falta que vos bendigas esta
unión. Luego les diré con más espacio dónde y cómo nos conocimos y nos juramos constancia
eterna. Ahora lo que importa es que nos case al instante.
FRAY LORENZO_ ¡Por vida de mi padre San Francisco! ¡Qué pronto olvidaste a Rosalía, en quien
cifrabas antes tu cariño! El amor de los jóvenes nace de los ojos y no del corazón. ¡Cuánto lloraste
por Rosalía! y ahora tanto amor y tanto enojo se ha disipado como el eco. Aún no ha disipado el sol
los vapores de tu llanto. Aún resuenan en mis oídos tus quejas. Aún se ven en tu rostro las huellas
de antiguas lágrimas. ¿No decías que era más bella y gentil que ninguna? y ahora te has mudado.
ROMEO_ ¿Y no me dijiste que hiciera todo lo posible por ahogar ese amor?
FRAY LORENZO_ Pero no para que de la sepultura de ese amor brotase otro amor nuevo y más
ardiente.
ROMEO_ No te enojes conmigo, porque mi señora me quiere tanto como yo a ella y con su amor
responde al mío, y la otra no.
FRAY LORENZO_ Es que Rosalía quizás adivinara la ligereza de tu amor. Ven conmigo, inconstante
mancebo. Yo te ayudaré a conseguir lo que deseas para que esta boda sea lazo de amistad que
extinga el rencor de nuestras familias.
ESCENA IV
Calle
BENVOLIO Y MERCUCIO
MERCUTIO_ ¡Válgame Dios! Esa pálida muchachuela, esa Rosalía de duras entrañas acabará por
tornarlo loco.
BENVOLIO_ Quiero decir que Romeo sabrá tratar como se merece al dueño de la carta.
MERCUTIO_ ¡Pobre Romeo! Esa rubia y pálida niña le ha atravesado el corazón a estocadas, le ha
traspasado los oídos con una canción de amor, y el centro del alma con las anchas flechas del
volador Cupido... ¿Y quién resistirá a Teobaldo?
MERCUCIO_ Algo más que el rey de los gatos; es el mejor y más diestro esgrimidor. Maneja la
espada como tú la lengua, guardando tiempo, distancia y compás. Gran cortador de ropillas.
MERCUCIO_ Mala landre devore a esos nuevos elegantes que han venido con gestos y cortesías a
reformar nuestras antiguas costumbres. «¡Qué buena espada, qué buen mozo, qué hermosa
mujer!»
(Sale Romeo)
MERCUCIO_ Bien roma trae el alma. No eres carne ni pescado. ¡Oh materia digna de los versos del
Petrarca! Comparada con su amor Laura era una fregona, Hero y Elena dos rameras, pesar de sus
negros ojos, no podría competir con la suya. Bon jour, Romeo. Saludo francés corresponde a
vuestras calzas francesas. Anoche nos dejaste en blanco.
ROMEO_ Perdón. Mercucio . Tenía algo que hacer, y no estaba el tiempo para cortesías.
MERCUCIO_ ¿De suerte que tú también las usas a veces y doblas las rodillas?
ROMEO_ Cállate.
MERCUCIO_ ¿Y no es mejor esto que andar en lamentaciones exóticas? Ahora te reconozco: eres
Romeo, nuestro antiguo y buen amigo. Andabas hecho un necio con ese amor insensato.
(Salen Pedro y el Ama)
AMA_ ¡Pedro!
PEDRO_ ¿Qué?
MERCUCIO_ Dáselo, Pedro, que siempre será más agradable mirar su abanico que su cara.
MERCUCIO_ No, pero la mano lasciva del reloj está señalando las doce.
AMA_ ¿Pero me podría decir alguno de ustedes dónde está el joven Romeo?
ROMEO_ Yo te lo podré decir, y por cierto que ese joven será ya más viejo cuando le encuentres,
que cuando empieces a buscarlo. Yo soy Romeo, a falta de otro más joven.
MERCUCIO_ ¿Conque a falta de otro mejor, les parece joven? Discretamente lo entienden.
AMA_ Si verdaderamente eres Romeo, tengo que decirte secretamente una palabra.
MERCUCIO_ No es que haya encontrado yo ninguna liebre, ni es cosa de seguir la liebre, aunque
como dice el cantar: «En cuaresma bien se puede comer una liebre vieja, pero tan vieja llega a
podrirse, si se la guarda, que no hay quien la pueda mascar». ¿Vas a casa de tu padre, Romeo? Allá
iremos a comer.
(Vanse él y Benvolio)
AMA_ Bendito sea Dios, que ya se fue éste. ¿Me podríais decir (a Romeo) quién es este majadero,
tan pagado de sus chistes?
ROMEO_ Ama, es un amigo mío que se escucha a sí mismo y gusta de reírse sus gracias y que habla
más en una hora que lo que escuchas tú en un mes.
AMA_ Pues si se atreve a hablar mal de mí, él me lo pagará, aunque vengan en su ayuda otros
veinte de su calaña. Y si yo misma no puedo, otros sacarán la cara por mí. Pues no faltaba más. ¡El
grandísimo impertinente! ¿Si creerá que yo soy una mujer de esas?... Y tú (a Pedro) que estás ahí
tan reposado, y dejas que cualquiera me insulte.
PEDRO_ Yo no he visto que nadie te insulte, porque si lo viera, no tardaría un minuto en sacar mi
espada. Nadie me gana en valor cuando mi causa es justa, y cuando me favorece la ley.
AMA_ ¡Válgame Dios! todavía me dura el enojo y las carnes me tiemblan... Una palabra sola,
caballero. mi señorita me manda con un recado para usted . No voy a repetir todo lo que me ha
dicho. Pero si su objeto es engañarla, ciertamente será cosa indigna, porque mi señorita es una
muchacha joven, y el engañarla sería muy mala obra, y no tendría perdón de Dios.
ROMEO_ Dile que invente algún pretexto para ir esta tarde a confesarse al convento de fray
Lorenzo, y él nos confesará y casará. Toma este regalo.
ROMEO_ Yo te lo mando.
ROMEO_ Espérame detrás de las tapias del convento, y antes de una hora, mi criado te llevará una
escala de cuerdas para poder yo subir por ella hasta la cima de mi felicidad. Adiós y seme fiel. Yo te
lo premiaré todo. Mis recuerdos a Julieta.
AMA_ ¿Es de fiar su criado? ¿Nunca oísteis que a nadie fía sus secretos el varón prudente?
AMA_ Bien, caballero. No hay señorita más hermosa que la mía. ¡Y si la hubierais conocido cuando
pequeña!... ¡Ah! Por cierto que hay en la ciudad un tal Paris que de buena gana la abordaría. Pero
ella, bendita sea su alma, más quisiera a un sapo feísimo que a él. A veces me divierto en enojarla,
diciéndole que Paris es mejor que tu y ¡si vieras cómo se pone entonces! Más pálida que la cera.
Decirme ahora: ¿Romero y Romeo no tienen la misma letra inicial?
AMA_ Eso es burla. Yo sé que nuestro nombre empieza con otra letra menos áspera... ¡Si vieras
qué graciosos equívocos hace con nuestro nombre y con Romero!
PEDRO_ ¡Qué!
AMA_ Torna el abanico, y guíame.
ESCENA V
Jardín de Capuleto
JULIETA Y EL AMA
JULIETA_ Las nueve eran cuando envié al ama, y dijo que antes de media hora volvería. ¿Si no lo
habrá encontrado? ¡Pero sí!¡Qué torpe y perezosa! Sólo el pensamiento debiera ser nuncio del
amor. Él corre más que los rayos del sol cuando ahuyentan las sombras de los montes. Por eso
pintan al amor con alas. Tres horas van pasadas desde las nueve a las doce, y no vuelve todavía. Si
ella tuviese sangre juvenil y alma, volvería con las palabras de su boca; pero la vejez es pesada
como un plomo.
JULIETA_ Ama mía, querida ama... ¿Qué noticias traes? ¿Hablaste con él? Que se vaya Pedro.
JULIETA_ Y bien, ama querida. ¡Qué triste estás! ¿Acaso traes malas noticias? Dímelas, a lo menos,
con rostro alegre. Y si son buenas, no las eches a perder con esa mirada torva.
JULIETA_ ¿Cómo sin aliento, cuándo te sobra para decirme que no lo tienes? Menos que en
volverlo a decir, tardarías en darme las noticias.
AMA_ ¡Qué mala elección de marido has tenido! ¡Vaya, que el tal Romeo! Aunque tenga mejor
cara que los demás, todavía es mejor su pie y su mano y su gallardía. No diré que la flor de los
cortesanos, pero tengo para mí que es humilde como una oveja. ¡Bien has hecho, hija! y que Dios
te ayude.
JULIETA_ Calla, calla; eso ya me lo sabía yo. ¿Pero qué hay de la boda? dímelo.
AMA_ ¡Jesús! ¡Qué cabeza la mía! Pues, y la espalda... ¡Cómo me mortifican los riñones! ¡La culpa
es tuya que me haces andar por esos andurriales, abriéndome la sepultura antes de tiempo.
JULIETA_ Mucho, siento tus males, pero acaba de decirme, querida ama, lo que te contestó mi
amor.
AMA_ Habló como un caballero lleno de discreción y gentileza; puedes creerme. ¿Dónde está tu
madre?
JULIETA_ ¿Mi madre? Allá dentro. ¡Vaya una pregunta! Ama ¡Válgame Dios! ¿Te enojas conmigo?
¡Buen emplasto para curar mis quebraduras! Otra vez vas tú misma a esas comisiones. Pero ¡qué
confusión! ¿Qué es en suma lo que te dijo Romeo?
AMA_ ¿Te dejarán ir sola a confesar?
JULIETA_ Sí.
AMA_ Pues allí mismo te casarás. Vete a la celda de fray Lorenzo. Ya se cubren de rubor tus mejillas
con tan sencilla nueva. Vete al convento. Yo, iré por otra parte a buscar la escalera, con que tu
amante ha de escalar el nido del amor. A la celda.
ESCENA VI
FRAY LORENZO_ ¡El cielo mire con buenos ojos la ceremonia que vamos a cumplir, y no nos
castigue por ella en adelante!
ROMEO_ ¡Así sea, Pero por muchas penas que vengan no bastarán a destruir la impresión de este
momento de ventura. Junta nuestras manos, y con tal que yo pueda llamarla mía, no temeré ni
siquiera a la muerte, verdugo del amor.
FRAY LORENZO_ Nada violento es duradero: ni el placer ni la pena: ellos mismos se consumen
como el fuego y la pólvora al usarse , Aquí está la dama
(sale Julieta)
ROMEO_ ¡Oh, Julieta! Si tu dicha es como la mía y puedes expresarla con más arte, alegra con tus
palabras el aire de este aposento y deja que tu voz proclame la ventura que hoy agita el alma de
los dos.
ACTO III
ESCENA PRIMERA
Plaza de Verona
MERCUCIO, BENVOLIO
BENVOLIO_ Amigo Mercucio, pienso que debíamos refrenarnos, porque hace mucho calor, y los
Capuletos andan encalabrinados, y ya sabes que en verano hierve mucho la sangre.
MERCUCIO_ Tú eres uno de esos hombres que cuando entran en una taberna, ponen la espada
sobre la mesa, como diciendo: «ojalá que no te necesite», y luego, a los dos tragos, la sacan, sin
que nadie les provoque.
MERCUTIO_ Si hubiera otro como tú, pronto los mataríais. Capaz eres de reñir por un solo pelo de
la barba. Donde nadie vería ocasión de camorra, la ves tú. Llena está de riña tu cabeza, como de
yema un huevo, y eso que a porrazos te han puesto tan blanda como una yema, la cabeza…
BENVOLIO_ Si yo fuera tan camorrista como tú, ¿quién me aseguraría la vida ni siquiera un cuarto
de hora?... Mira, aquí vienen los CAPULETOS.
(Teobaldo y otros)
TEOBALDO_ tengo que decirles dos palabras. Buenas tardes, Quisiera hablar con uno de ustedes
MERCUCIO_ ¿Hablar sólo? Más valiera que la palabra viniese acompañada de algo.
MERCUTIO_ ¡De acuerdo! ¿Has creído que somos músicos? Pues aunque lo seamos, no dudes que
en esta ocasión vamos a desafinar. Yo te haré bailar con mi arco de violín. ¡De acuerdo! ¡Válgame
Dios!
MERCUCIO_ Para eso tienen ojos. No me voy de aquí por dar gusto a nadie.
(Entra Romeo)
MERCUCIO_ Mátenme si él lleva los colores de Nuestro escudo. y por eso le llamas doncel.
TEOBALDO_ Romeo, sólo una palabra me consiente decirte el odio. Eres un infame.
ROMEO_ Teobaldo, tales razones tengo para quererte que me hacen perdonar hasta la bárbara
grosería de ese saludo. Nunca he sido infame. No me conoces.
TEOBALDO_ no intentes cobardemente excusar los agravios que me has hecho. No te vayas, y
defiéndete.
ROMEO_ Nunca te agravié. Te lo afirmo con juramento. Al contrario hoy te amo más que nunca, y
quizá sepas pronto la razón de este cariño. Vete en paz, buen Capuleto, nombre que estimo tanto
como el mío.
MERCUCIO_ Rey de los gatos, sólo quiero una de tus siete vidas
MERCUCIO_ Mal me han herido. ¡Mala peste a Capuletos y Montescos! Me hirieron y no los herí.
MERCUCIO_ No es tan honda como un pozo, ni tan ancha como el pórtico de una iglesia, pero
basta. Ya estoy escabechado para el otro mundo
MERCUTIO_ Llévame de aquí, Benvolio, que me voy a desmayar. ¡Mala landre devore a entrambas
casas! Ya soy una gusanera. ¡Maldita sea la discordia de Capuletos y Montescos!
ROMEO_ Por culpa mía sucumbe este noble caballero, tan cercano deudo del Príncipe. Estoy
afrentado por Teobaldo, por Teobaldo que ha de ser mi pariente dentro de poco. Tus amores,
Julieta, me han quitado el brío y ablandado el temple de mi acero.
BENVOLIO (Que vuelve)._ ¡Ay, Romeo! Mercucio ha muerto. Aquella alma audaz, que hace poco
despreciaba la tierra, se ha lanzado ya a las nubes.
ROMEO_ Y de este día sangriento nacerán otros que extremarán la copia de mis males.
ROMEO_ Vuelve vivo y triunfante. ¡Y Mercucio muerto! Huye de mí, dulce templanza. Sólo la ira
guíe mi brazo. Teobaldo, ese mote de infame que tú me diste, yo te le devuelvo ahora, porque el
alma de Mercucio está desde las nubes llamando a la tuya, y tú o yo o los dos hemos de seguirle
forzosamente.
TEOBALDO_ Pues vete a acompañarle tú, necio, que con él ibas siempre.
BENVOLIO_ Huye, Romeo. La gente acude y Teobaldo está muerto. Si te alcanzan, vas a ser
condenado a muerte. No te detengas como pasmado. Huye, huye.
ROMEO_ Soy triste juguete de la suerte.
BENVOLIO_ Ilustre Príncipe, yo puedo referiros todo lo que aconteció. Teobaldo mató al fuerte
Mercucio, y Romeo mató a Teobaldo.
BENVOLIO_ Teobaldo, que luego murió a manos de Romeo. En vano Romeo con dulces palabras le
exhortaba a la concordia, y le traía al recuerdo sus ordenes: todo esto con mucha cortesía y
apacible además. Nada bastó a calmar los furores de Teobaldo, que ciego de ira, arremetió con el
acero desnudo contra el infeliz Mercucio. Éste le esquiva con ligereza. Romeo se interpone,
clamando: «Paz, , amigos». En pos de su lengua va su brazo a interponerse entre las armas
matadoras, pero de súbito, por debajo de ese brazo, asesta Teobaldo una estocada que arrebata la
vida al pobre Mercucio; Teobaldo huye a toda prisa, pero a poco rato vuelve, y halla a Romeo, cuya
cólera estalla. Arrójanse como rayos al combate, y antes de poder atravesarme yo, cae Teobaldo y
huye Romeo. Esta es la verdad lisa y llana, por vida de Benvolio.
LA SEÑORA DE CAPULETO_ No ha dicho verdad. Es pariente de los Montescos, y la afición que les
tiene le ha obligado a mentir. Más de veinte espadas se desenvainaron sobre mi pobre sobrino.
Justicia, Príncipe. Si Romeo mató a Teobaldo, que muera Romeo.
PRÍNCIPE_ Él mató a Mercutio, según se infiere del relato. ¿Y quién pide justicia, por una sangre tan
cara? MONTESCO No era Teobaldo el deudor, aunque fuese amigo de Mercucio, ni debía haberse
tomado la justicia por su mano, hasta que las leyes decidiesen.
ESCENA II
JULIETA Y EL AMA
JULIETA_ Ama, ¿qué noticias traes? ¿Esa es la escala que te dijo Romeo?
JULIETA_ ¡Ay, Dios! ¿Qué sucede? ¿Por qué tienes las manos cruzadas?
AMA_ ¡Ay, señora! murió, murió. No hay remedio... Murió. Le mataron... Está muerto.
JULIETA_ ¿Y quién eres tú, demonio, que así vienes a atormentarme? Suplicio igual sólo debe de
haberle en el infierno. Dime, ¿qué pasa? ¿Se ha matado Romeo? Dime que sí, y esta palabra basta.
Será más homicida que mirada de basilisco. Di que sí o que no, que vive o que muere. Con una
palabra puedes calmar o serenar mi pena.
AMA_ Sí: yo he visto la herida. La he visto por mis ojos. Estaba muerto: amarillo como la cera,
cubierto todo de grumos de sangre cuajada. Yo me desmayé al verle.
JULIETA_ ¡Estalla, corazón mío, estalla! ¡Ojos míos, desde ahora en prisión tenebrosa, sin tornar a
ver la luz del día! ¡Tierra, vuelve a la tierra! Sólo resta morir, y que un mismo túmulo cubra mis
restos y los de Romeo.
AMA_ ¡Oh, Teobaldo amigo mío, caballero sin igual, Teobaldo! ¿Por qué he vivido yo para verte
muerto?
JULIETA_ Pero ¡qué confusión es esta en que me pones! ¿Dices que Romeo ha muerto, y que ha
muerto Teobaldo, mi dulce primo? Toquen, pues, la trompeta del juicio final. Si esos dos han
muerto, ¿qué importa que vivan los demás?
JULIETA_ ¡Válgame Dios! ¿Conque Romeo derramó la sangre de Teobaldo? ¡Alma de sierpe, oculta
bajo capa de flores! Hermoso tirano, demonio angelical, cuervo con plumas de paloma, cordero
rapaz como lobo, materia vil de forma celeste, santo maldito, honrado criminal, ¿en qué pensabas,
naturaleza de los infiernos, cuando encerraste en el paraíso de ese cuerpo el alma de un
condenado?¿Cómo en tan magnífico palacio pudo habitar la traición y el dolo?
AMA_ Los hombres son todos unos. No hay en ellos verdad, ni fe, ni constancia. Malvados,
pérfidos, trapaceros... ¿Dónde está mi escudero? Dame unas gotas de licor. Con tantas penas voy a
envejecer antas de tiempo. ¡Qué afrenta para Romeo!
JULIETA_ ¡Maldita la lengua que tal palabra osé decir! En la noble cabeza de Romeo no es posible
deshonra. En su frente reina el honor como soberano monarca. ¡
JULIETA_ ¿Y cómo he de decir mal de quien es mi esposo? Mató a mi primo, porque si no, mi primo
le hubiera matado a él. ¡Atrás, lágrimas mías, tributo que erradamente ofrecí al dolor, en vez de
ofrecerle al gozo! Vive mi esposo, a quien querían dar muerte, y su matador yace por tierra. ¿A qué
es el llanto? Pero creo haberte oído otra palabra que me angustia mucho más que la muerte de
Teobaldo Tú dijiste que Teobaldo había sido muerto y Romeo desterrado. Esta palabra desterrado
me pesa más que la muerte de diez mil Teobaldos. Aun entonces no hubiera sido mayor mi pena.
¡Pero decir: «Romeo desterrado»¡ Esta palabra basta a causar la muerte a mi padre y a mi madre, y
a Romeo y a Julieta. «¡Desterrado Romeo!» Dime, ¿podrá encontrarse término o límite a la
profundidad de este abismo? ¿Dónde están mi padre y mi madre? Dímelo.
JULIETA_ Ellos con su llanto enjugarán las heridas. Yo entre tanto lloraré por el destierro de Romeo.
Toma tú esa escalera, a quien su ausencia priva de su dulce objeto. Pero yo moriré virgen y casada.
¡Adiós, nodriza! Me espera el tálamo de la muerte.
AMA_ Retírate a tu aposento. Voy a buscar a Romeo sin pérdida de tiempo. Está escondido en la
celda de Fray Lorenzo. Esta noche vendrá a verte.
JULIETA_ Dale en nombre mío esta sortija, y dile que quiero oír su postrera despedida.
ESCENA III
ROMEO_ padre. ¿Qué es lo que manda el Príncipe? ¿Hay alguna pena nueva que yo no haya
sentido?
Romeo_ ¡De destierro! Clemencia, padre. El destierro me infunde más temor que la muerte.
ROMEO_ Fuera de Verona no hay mundo, sino purgatorio, infierno y desesperación. Desterrarme
de Verona es como desterrarme de la tierra.
FRAY LORENZO_ ¡Oh, qué negro pecado es la ingratitud! Tu crimen merecía muerte, pero la
indulgencia del Príncipe trueca la muerte en destierro, y aún no se lo agradeces.
ROMEO_ Tal clemencia es crueldad. El cielo está aquí donde vive Julieta.
FRAY LORENZO_ Oye, joven loco y apasionado Yo te daré tal filosofía que te sirva de escudo y vaya
aliviándote.
ROMEO_ ¡Destierro! ¡Filosofía! Si no basta para crear otra Julieta, para arrancar un pueblo de su
lugar, o para hacer variar de voluntad a un príncipe, no me sirve de nada, ni la quiero.
ROMEO_ No puedes hablar de lo que no sientes. Si fueras joven, y recién casado con Julieta, y la
adorarias ciegamente como yo, y hubieras dado muerte a Teobaldo
(Llaman dentro)
FRAY LORENZO_ ¿No oyes? ¿Quién va?... Levántate, Romeo, que te van a prender... Ya voy...
Levántate. Pero, Dios mío, ¡qué terquedad, qué locura! Ya voy. ¿Quién llama? ¿Qué quiere decir
esto?
(Entra el Ama)
AMA_ Lo mismo que él: llorar y gritar Levanta, levanta del suelo: Por amor de ella, por amor de
Julieta. Levantate
ROMEO_ Ama.
ROMEO_ Decías no sé qué de Julieta. ¿Qué es de ella? ¿No llama asesino a mí que manché con
sangre la infancia de nuestra ventura? ¿Dónde está? ¿Qué dice?
AMA_ Nada, señor. Llorar y más llorar. Unas veces se recuesta en el lecho, otras se levanta, grita:
«Teobaldo», «Romeo», y vuelve a acostarse.
ROMEO_ como lo fue la infame mano de Romeo que mató a su pariente. Decidme, padre, ¿en qué
parte de mi cuerpo está mi nombre? Decídmelo, porque quiero saquear su odiosa morada.
(Saca el puñal)
FRAY LORENZO_ Detén esa diestra homicida. ¿Eres hombre? Tu exterior dice que sí, pero tu llanto
es de mujer, y tus acciones de bestia falta de libre albedrío. Horror me causas. Juro por mi santo
hábito que yo te había creído de voluntad más firme. ¡Matarte después de haber matado a
Teobaldo! Y matar además a la dama que sólo vive por ti. Dime, ¿por qué maldices de tu linaje, y
del cielo y de la tierra? Todo lo vas a perder en un momento, y a deshonrar tu nombre y tu familia,
y tu amor y tu juicio. Tienes un gran tesoro, tesoro de avaro, y no lo empleas en realzar tu persona,
tu amor y tu ingenio Otro consuelo más. Caen sobre ti las bendiciones del cielo, y tú, como mujer
liviana, recibes de mal rostro a la dicha que llama a tus puertas. Vete a ver a tu esposa; sube por la
escala, como lo dejamos convenido. Consuélala, y huye de su lado antes que amanezca. Irás a
Mantua, y allí permanecerás, hasta que se pueda divulgar tu casamiento, hechas las paces entre
nuestras familias y aplacada la indignación del Príncipe. Entonces volverás, mil veces más alegre
que triste te vas ahora. Vete, nodriza. Mil recuerdos a tu ama. Haz que todos se recojan presto, lo
cual será fácil por el disgusto de hoy. Dila que allá va Romeo.
AMA_ Toda la noche me estaría oyéndoos. ¡Qué gran cosa es el saber! Voy a animar a mi ama con
vuestra venida.
AMA_ Toma este anillo que ella me dio, y vete, que ya cierra la noche.
(Vase)
FRAY LORENZO_ Adiós. No olvides lo que te he dicho. Sal antes que amanezca, y si sales después,
vete disfrazado Tendrás con frecuencia noticias mías, y sabrás todo lo que pueda interesarte.
Adiós. Dame la mano. Buenas noches.
ESCENA IV
CAPULETO_ La reciente desgracia me ha impedido hablar con mi hija. Tanto ella como yo
queríamos mucho a Teobaldo. Pero la muerte es forzosa. Ya es tarde para que esta noche nos
veamos, y a fe mía les juro que si no fuera por sustedes, ya hace una hora que me habría acostado.
PARIS_ Ni es esta ocasión de galanterías sino de duelo. Dad mis recuerdos a su hija.
CAPULETO_ Paris, prometo solemnemente la mano de mi hija. Creo que ella me obedecerá. Puedo
asegurároslo. Esposa mía, antes de acostarte, ve a contarla el amor de Paris, y dile que el miércoles
próximo... Pero ¿qué día es hoy!
PARIS_ Lunes
CAPULETO_ ¡Lunes! Pues no puede ser el miércoles. Que sea el jueves. Dile que el jueves se casará
con el conde. No tendremos fiesta. Sólo convidaré a los amigos íntimos, porque estando tan fresca
la muerte de Teobaldo, el convidar a muchos parecería indicio de poco sentimiento. ¿ te parece
bien el jueves?
CAPULETO_ Adelante, pues: que sea el jueves. Avisa a Julieta, antes de acostarte. Adiós, amigo.
Alumbradme. Voy a mi alcoba. Es tan tarde, que pronto amanecerá. Buenas noches.
ESCENA V
Galería cerca del cuarto de Julieta con una ventana que da al jardín
ROMEO Y JULIETA
ROMEO_ Es la alondra que anuncia el alba; no es el ruiseñor. Mira, amada mía, cómo se van
tiñendo las nubes del oriente con los colores de la aurora. Ya se apagan las antorchas de la noche.
Ya se adelanta el día con rápido paso sobre las húmedas cimas de los montes. Tengo que partir, o si
no, aquí me espera la muerte.
ROMEO_ ¡Que me prendan, que me maten! Mandándolo tú, poco importa. Diré que aquella luz
gris que allí veo no es la de la mañana sino el pálido reflejo de la luna. Diré que no es el canto de la
alondra el que resuena. Más quiero quedarme que partir. Ven, muerte, pues Julieta lo quiere.
Amor mío, hablemos, que aún no amanece.
JULIETA_ Sí, vete, que es la alondra la que canta con voz áspera y destemplada. ¡Y dicen que son
armoniosos sus sones, cuando a nosotros viene a separarnos! Dicen que cambia de ojos como el
sapo. ¡Ojalá cambiara de voz! Maldita ella que me aparta de tus atractivos. Vete, que cada vez se
clarea más la luz.
(Entra el Ama)
AMA_ ¡Julieta!
JULIETA_ ¿Te vas? Mi señor, mi dulce dueño, dame nuevas de ti todos los días, a cada instante. Tan
pesados corren los días infelices, que temo envejecer antes de tornar a ver a mi Romeo.
ROMEO_ Adiós. Te mandaré noticias mías y mi bendición por todos los medios que yo alcance.
ROMEO_ Sí
JULIETA_ ¡Válgame Dios! ¡Qué présaga tristeza la mía! Parece que te veo difunto sobre un
catafalco.
ROMEO_ Pues también a ti te ven los míos pálida y ensangrentada. ¡Adiós, adiós!
JULIETA_ ¡Oh, fortuna! te llaman mudable: a mi amante fiel poco le importan tus mudanzas. así no
le detendrás y me le restituirás luego.
SEÑORA DE CAPULETO_ ¿Todavía lloras la muerte de tu primo? Cesa en tu llanto, que aunque es
signo de amor, parece locura.
JULIETA- Llorando la pérdida, lloro también al amigo. Señora de Capuleto Más que por el muerto
¿lloras por ese infame que le ha matado? Julieta ¿Qué infame, madre?
Julieta (Aparte)_ ¡Cuánta distancia hay entre él y un infame! (Alto). Dios le perdone como le
perdono yo, aunque nadie me ha angustiado tanto como él.
SEÑORA DE CAPULETO_ Ya nos vengaremos. No llores. Yo encargaré a uno de Mantua, donde ese
vil ha sido desterrado, que le envenenen con alguna mortífera droga. Entonces irá a hacer
compañía a Teobaldo, y tú quedarás contenta y vengada.
JULIETA_ Satisfecha no estaré, mientras no vea a Romeo... muerto... Señora, si hallas alguno que se
comprometa a darle el tósigo, yo misma le prepararé, y así que lo reciba Romeo, podrá dormir
tranquilo.
SEÑORA DE CAPULETO_ Hija, tu padre es tan bueno que deseando consolarte, te prepara un día de
felicidad que ni tú ni yo esperábamos.
SEÑORA DE CAPULETO_ Pues es que el jueves, por la mañana temprano, el conde Paris, ese
gallardo y discreto caballero, se desposará contigo en la iglesia de San Pedro.
JULIETA_ Pues te juro, por la iglesia de San Pedro, y por San Pedro purísimo, que no se desposará.
¿A qué es tanta prisa? ¿Casarme con él cuando todavía no me ha hablado de amor? Decirle a mi
padre, señora, que todavía no quiero casarme. Cuando lo haga, con juramento digo que antes será
mi esposo Romeo, a quien aborrezco, que Paris. ¡Vaya una noticia que me traéis!
SEÑORA DE CAPULETO_ Sí, pero no lo agradece. ¡Insensata! Con su sepulcro debía casarse.
CAPULETO_ ¿Eh? ¿Qué es eso? Esposa mía. ¿Qué es eso de no querer y no agradecer? ¿Pues no la
enorgullece el que la hayamos encontrado para esposo un tan noble caballero?
JULIETA_ ¿Enorgullecerme? No, agradecer sí. ¿Quién ha de estar orgullosa de lo que aborrece?
Pero siempre se agradece la buena voluntad.
CAPULETO_ ¡Qué retóricas son esas! «¡Enorgullecerse!» «Sí y no». «¡Agradecer y no agradecer!»
Nada de agradecimientos ni de orgullo, señorita. Prepárate a ir por tus pies el jueves próximo a la
iglesia de San Pedro a casarte con Paris, o si no, te llevo arrastrando en un serón
JULIETA_ Padre mío, de rodillas os pido que me escuchéis una palabra sola.
CAPULETO_ ¡Escucharte! ¡Necia, malvada! Oye, el jueves irás a San Pedro, o no me volverás a mirar
la cara. No me supliques ni me digas una palabra más. El pulso me tiembla. Esposa mía, yo siempre
creí que era poca bendición de Dios el tener una hija sola, pero ahora veo que es una maldición, y
que aun ésta sobra.
CAPULETO_ ¿Y por qué no, entremetida vieja? Cállate, y habla con tus iguales.
CAPULETO_ Calla, cigarrón, y vete a hablar con tus comadres, que aquí no metes baza.
CAPULETO_ Loco sí. De noche, de día, de mañana, de tarde, durmiendo, velando, solo y
acompañado, en casa y en la calle, siempre fue mi empeño el casarla, y ahora que la encuentro un
joven de gran familia, rico, gallardo, discreto, lleno de perfecciones, según dicen, contesta esta
mocosa que no quiere casarse, que no puede amar, que es muy joven.
(Vase)
JULIETA_ ¿Y no hay justicia en el cielo que conozca todo el abismo de mis males? No me dejes,
madre. Dilatad un mes, una semana el casamiento, o si no, mi lecho nupcial será el sepulcro de
Teobaldo.
SEÑORA DE CAPULETO_ Nada me digas, porque no he de responderte. Decídete corno quieras. (Se
va)
JULIETA_ ¡Válgame Dios! Ama mía, ¿qué haré? Mi esposo está en la tierra, mi fe en el cielo. ¿Y
cómo ha de volver a la tierra mi fe, si mi esposo no la envía desde el cielo? Aconséjame,
consuélame. ¡Infeliz de mi! ¿Por qué el cielo ha de emplear todos sus recursos contra un ser tan
débil como yo? ¿Qué me dices?
AMA_Sólo te diré una cosa. Romeo está desterrado, y puede apostarse doble contra sencillo a que
no vuelve a verte, o vuelve ocultamente, en caso de volver. Lo mejor sería, pues, a mi juicio, que te
casaras con el Conde, que es mucho más gentil y discreto caballero que Romeo.Este segundo
esposo te conviene más que el primero. Y además, al primero puedes darle por muerto. Para ti
como si lo estuviera.
JULIETA_ Por nada. Buen consuelo me has dado. Vete, di a mi madre que he salido. Voy a
confesarme con Fray Lorenzo, por el enojo que he dado a mi padre. (Vase)
JULIETA_ ¡Infame vieja! ¡Aborto de los infiernos! ¿Cuál es mayor pecado en ti, querer hacerme
perjura, o mancillar con tu lengua al mismo a quien tantas veces pusiste por las nubes?
ACTO IV
ESCENA PRIMERA
FRAY LORENZO_ ¿Y todavía no sabéis si la novia os quiere? Mala manera es esa de hacer las cosas,
a mi juicio.
PARIS_ Ella no hace más que llorar por Teobaldo y no tiene tiempo para pensar en amores, porque
el amor huye de los duelos. A su padre le acongoja el que ella se angustie tanto, y por eso quiere
hacer la boda cuanto antes
FRAY LORENZO (Aparte)._ ¡Ojalá no supiera yo las verdaderas causas de la tardanza! Conde Paris,
he aquí la dama que viene a mi celda.
FRAY LORENZO_ Pobre niña, dispuesto estoy a oírte ahora. Dejenos solos, Conde.
PARIS_ No seré yo quien ponga obstáculos a tal devoción. Julieta, adiós. El jueves muy temprano te
despertaré. (Vase)
FRAY LORENZO_ Julieta, ya sé cuál es tu angustia, y también ella me tiene sin alma. Sé que el
jueves quieren casarte con el Conde .Hija mía, Aún veo una esperanza, pero tan remota y tan
violenta, como es violenta tu situación actual. Pero ya que prefieres la muerte a la boda con Paris,
pasarás por algo que se parezca a la muerte. Si te atreves a hacerlo, yo te daré el remedio.
JULIETA_ Padre, a trueque de no casarme con Paris, mandadme que me arroje de lo alto de una
torre, que recorra un camino infestado por bandoleros, que habite y duerma entre sierpes y osos,
o en un cementerio, entre huesos humanos, que crujan por la noche, y amarillas calaveras, o
enterradme con un cadáver reciente. Todo lo haré, por terrible que sea, antes que ser infiel al
juramento que hice a Romeo.
FRAY LORENZO_ Bien: vete a tu casa, fíngete alegre: di que te casarás con Paris. Mañana es
miércoles: por la noche quédate sola, sin que te acompañe ni siquiera tu ama, y cuando estés
acostada, bebe el licor que te doy en esta ampolleta. Un sueño frío embargará tus miembros. No
pulsarás ni alentarás, ni darás señal alguna de vida. Huirá el color de tus rosados labios y mejillas, y
le sucederá una palidez térrea. Tus párpados se cerrarán como puertas de la muerte que excluyen
la luz del día, y tu cuerpo quedará rígido, inmóvil, frío como el mármol de un sepulcro. Así
permanecerás 42 horas justas, y entonces despertarás como de un apacible sueño. A la mañana
anterior habrá venido el novio a despertarte, te habrá creído muerta, y ataviándote, según es uso,
con las mejores galas, te habrán llevado en ataúd abierto al sepulcro de los Capuletos. Durante tu
sueño, yo avisaré por carta a Romeo; él vendrá en seguida, y velaremos juntos hasta que
despiertes. Esa misma noche Romeo volverá contigo a Mantua. Es el único modo de salvarte del
peligro actual, si un vano y mujeril temor no te detiene.
FRAY LORENZO_ Tómala. Valor y fortuna. Voy a enviar a un lego con una carta a Mantua.
ESCENA II
Casa de Capuleto
AMA_ Sí.
CAPULETO_ ¡Cuánto me alegro! Levántate: has hecho bien en todo. Quiero hablar con el Conde!
JULIETA_ Ama, ven a mi cuarto, para que dispongamos juntas las galas de desposada.
SEÑORA DE CAPULETO_ No: eso debe hacerse el jueves; todavía hay tiempo.
Capuleto_ Todo se hará, esposa mía. Ayuda a Julieta a vestirse. Yo no me acostaré, y por esta vez
seré guardián de la casa. ¿Qué es eso? ¿Todos los criados han salido? Voy yo mismo en busca de
Paris, para avisarle que mañana es la boda. Este cambio de voluntad me da fuerzas y mocedad
nueva.
ESCENA III
Habitación de Julieta
JULIETA Y SU MADRE
JULIETA_ Sí, ama, sí: este traje está mejor, pero yo quisiera quedarme sola esta noche, para pedir a
Dios en devotas oraciones que me ilumine y guíe en estado tan lleno de peligros.
JULIETA_ No, madre. Ya estarán escogidas las galas que he de vestirme mañana. Ahora quisiera que
me dejen sola, y que el ama velase en vuestra compañía, porque es poco el tiempo, y falta mucho
que disponer.
SEÑORA DE CAPULETO_ Buenas noches, hija. Vete a descansar, que falta te hace. (Vase)
JULIETA _¡Adiós! ¡Quién sabe si volveremos a vernos! Un miedo helado corre por mis venas y casi
apaga en mí el aliento vital. ¿Les diré que vuelvan? Ama... Pero ¿a qué es llamarla? Yo sola debo
representar esta tragedia. Ven a mis manos, ampolla. Y si este licor no produjese su efecto,
¿tendría yo que ser esposa del Conde? No, no, jamás: tú sabrás impedirlo. Aquí, aquí le tengo
guardado. (Señalando el puñal). ¿Y si este licor fuera un veneno preparado por el fraile para
matarme y eludir su responsabilidad por haberme casado con Romeo? Pero mi temor es vano. ¡Si
dicen que es un santo! ¡Lejos de mi tan ruines pensamientos! ¿Y si me despierto encerrada en el
ataúd, antes que vuelva Romeo? ¡Qué horror! En aquel estrecho recinto, sin luz, sin aire... me voy a
ahogar antes que él llegue. Y la espantosa imagen de la muerte... y la noche... y el horror del sitio...
la tumba de mis mayores... aquellos huesos amontonados por tantos siglos... el cuerpo de
Teobaldo que está en putrefacción muy cerca de allí... los espíritus que, según dicen,
interrumpen... de noche, el silencio de aquella soledad... ¡Ay, Dios mío! ¿No será fácil que al
despertarme, (Bebe)
ESCENA IV
Casa de Capuleto
LA SEÑORA Y EL AMA
CAPULETO (Que entra)_ Vamos, no os detengáis, que ya ha sonado por segunda vez el canto del
gallo. Ya tocan a maitines. Son las tres. Tú, Ángela, cuida de los pasteles, y no reparéis en el gasto.
AMA Idos a dormir, señor impertinente. De seguro que por pasar la noche en vela, amanecéis
enfermo mañana.
CAPULETO_ ¡Qué bobería! Muchas noches he pasado en vela sin tanto motivo, y nunca he
enfermado.
SEÑORA DE CAPULETO_ Sí: buen ratón fuiste en otros tiempos. Ahora ya velo yo, para evitar tus
veladas.
CAPULETO_ Dice bien, a fe mía. ¡Es gracioso ese galopín! Por vida mía. Ya amanece. Pronto llegará
Paris con música, según anuncié. ¡Ahí está! Ama, mujer mía, venid aprisa! (Suena música). (Al
ama). Vete, despierta y viste a Julieta, mientras yo hablo con Paris. Y no te detengas mucho, que el
novio llega. No te detengas.
ESCENA V
EL AMA Y LA SEÑORA
AMA_ ¡Señorita, señorita! ¡Cómo duerme! ¡Señorita, novia, cordero mío! ¿No despiertas? Haces
bien: duerme para ocho días, que mañana ya se encargará Paris de no dejarte dormir. ¡Válgame
Dios, y cómo duerme! Pero es necesario despertarla. ¡Señorita, señorita! No falta más sino que
venga el Conde y te halle en la cama. Bien te asustarías. Dime, ¿no es verdad? ¿Vestida estás, y te
volviste a acostar? ¿Cómo es esto? ¡Señorita, señorita!... ¡Válgame Dios! Socorro, que mi ama se ha
muerto. ¿Por qué he vivido yo para ver esto? Maldita sea la hora en que nací. ¡Esencias, pronto!
¡Señor, señora, acudid!
(Entra Capuleto) CAPULETO_ ¿No os da vergüenza? Ya debía de haber salido Julieta. Su novio la
está esperando.
CAPULETO_ ¡Dejádmela ver! ¡Oh, Dios! qué espanto. ¡Helada su sangre, rígidos sus miembros!
Huyó la rosa de sus labios. ¡Yace tronchada como la flor por prematura y repentina escarcha! ¡Hora
infeliz!
CAPULETO_ La muerte que fiera la arrebató, traba mi lengua e impide mis palabras.
CAPULETO_ Sí irá, pero para quedarse allí. En vísperas de boda, hijo mío, vino la muerte a llevarse a
tu esposa, flor que deshojó inclemente la Parca. Mi yerno y mi heredero es el sepulcro: él se ha
desposado con mi hija. Yo moriré, y él heredará todo lo que poseo.
PARIS_ ¡Yo que tanto deseaba ver este día, y ahora es tal vista la que me ofrece!
SEÑORA DE CAPULETO_ ¡Infeliz, maldito, aciago día! ¡Hora la más terrible que en su dura
peregrinación ha visto el tiempo! ¡Una hija sola! ¡Una hija sola, y la muerte me la lleva! ¡Mi
esperanza, mi consuelo, mi ventura!...
AMA_ ¡Día aciago y horroroso, el más negro que he visto nunca! ¿El más horrendo que ha visto el
mundo! ¡Aciago día!
PARIS_ ¡Y yo burlado, herido, descasado, atormentado! ¡Cómo te mofas de mí, cómo me conculcas
a tus plantas, fiera muerte! ¡Ella, mi amor, mi vida, muerta ya!
CAPULETO_ ¡Y yo despreciado, abatido, muerto! Tiempo cruel, ¿por qué viniste con pasos tan
callados a turbar la alegría de nuestra fiesta? ¡Hija mía, que más que mi hija era mi alma! ¡Muerta,
muerta, mi encanto, mi tesoro!
FRAY LORENZO_ Callad, que no es la queja remedio del dolor. Antes vos y el cielo poseíais a esa
doncella; ahora el cielo solo la posee, y en ello gana la doncella. No pudisteis arrancar vuestra
parte a la muerte. El cielo guarda para siempre la suya. ¿No queríais verla honrada y ensalzada?
¿Pues a qué vuestro llanto, cuando Dios la ensalza y encumbra más allá del firmamento? No amáis
a vuestra hija tanto como la ama Dios. La mejor esposa no es la que más vive en el mundo, sino la
que muere joven y recién casada. Detened vuestra lágrimas. Cubrid su cadáver de romero, y
llevadla a la iglesia según costumbre, ataviada con sus mejores galas. La naturaleza nos obliga al
dolor, pero la razón se ríe.
CAPULETO_ Los preparativos de una boda se convierten en los de un entierro; nuestras alegres
músicas en solemne doblar de campanas; el festín en comida funeral; los himnos en trenos; las
flores en adornos de ataúd... todo en su contrario.
FRAY LORENZO_ Retiraos, señor, y vos, señora, y vos, conde Paris. Prepárense todos a enterrar este
cadáver. Sin duda el cielo está enojado con vosotros. Ved si con paciencia y mansedumbre lográis
desarmar su cólera. (Vanse)
ACTO V
ESCENA PRIMERA
Calle de Mantua
ROMEO Y BALTASAR
ROMEO_ Si hemos de confiar en un dulce y agradable sueño, alguna gran felicidad me espera.
Desde la aurora pensamientos de dicha agitan mi corazón, rey de mi pecho, y como que me dan
alas para huir de la tierra. Soñé con mi esposa y que me encontraba muerto. ¡Raro fenómeno: que
piense un cadáver! Pero con sus besos me dio tal vida que, al despertar, no me hubiera trocado por
un emperador. ¡Oh, cuán dulces serán las realidades del amor, cuando tanto lo son las sombras!
(Entra Baltasar). ¿Traes alguna nueva de Verona? ¿Te ha dado Fray Lorenzo alguna carta para mí?
¿Cómo está mi padre? ¿Y Julieta? Nada malo puede suceder- me si ella está buena.
BALTASAR_ Pues ya nada malo puede sucederte, porque su cuerpo reposa en el sepulcro, y su alma
está con los ángeles. Yace en el panteón de su familia. Y perdonadme que tan pronto haya venido a
traeros tan mala noticia, pero vos mismo, señor, me encargasteis que os avisara de todo. ROMEO
¿Será verdad? ¡Cielo cruel, yo desafío tu poder! Dadme papel y plumas. Busca esta tarde caballos,
y vámonos a Verona esta noche.
BALTASAR_ Señor, dejadme acompañaros, porque vuestra horrible palidez me anuncia algún mal
suceso.
ROMEO_ Nada de eso. Déjame en paz y obedece. ¿No traes para mí carta de Fray Lorenzo?
BALTASAR_ Ninguna.
ROMEO_ Lo mismo da. Busca en seguida caballos, y en marcha. (Se va Baltasar). Sí, Julieta, esta
noche descansaremos juntos. ¿Pero cómo? ¡Ah, infierno, cuán presto vienes en ayuda de un ánimo
desesperado! Ahora me acuerdo que cerca de aquí vive un boticario de torvo ceño y mala
catadura, gran herbolario de yerbas medicinales. El hambre le ha convertido en esqueleto. Del
techo de su lóbrega covacha tiene colgados una tortuga, un cocodrilo, y varias pieles de fornidos
peces: y en cajas amontonadas, frascos vacíos y verdosos, viejas semillas, cuerdas de bramante,
todo muy separado para aparentar más. Yo, al ver tal miseria, he pensado que aunque está
prohibido so pena de muerte, el despachar veneno, quizás este infeliz, si se lo pagaran, lo vendería.
Bien lo pensé, y ahora voy a ejecutarlo. Cerrada tiene la botica, ¡Hola, eh! (Sale el Boticario)
ROMEO_ Oye. Tu pobreza es manifiesta. Cuarenta ducados te daré por una dosis de veneno tan
activo que, apenas circule por las venas, extinga el aliento vital tan rápidamente como una bala de
cañón. BOTICARIO Tengo esos venenos, pero las leyes de Mantua condenan a muerte al que los
venda. ROMEO Y en tu pobreza extrema ¿qué te importa la muerte? Bien clara se ve el hambre en
tu rostro, y la tristeza y la desesperación. ¿Tiene el mundo alguna ley, para hacerte rico? Si quieres
salir de pobreza, rompe la ley y recibe mi dinero.
ROMEO_ Recibe tu dinero. Él es la verdadera ponzoña, engendradora de más asesinatos que todos
los venenos que no debes vender. La venta la he hecho yo, no tú. Adiós: compra pan, y cúbrete. No
un veneno, sino una bebida consoladora llevo conmigo al sepulcro de Julieta.
ESCENA II
ESCENA III
Cementerio, con el panteón de los Capuletos PARIS Y UN PAJE CON FLORES Y ANTORCHAS PARIS
Dame una tea. Apártate: no quiero ser visto. Ponte al pie de aquel arbusto, y estate con el oído fijo
en la tierra para que nadie huelle el movedizo suelo del cementerio, sin notarlo yo. Apenas sientas
a alguno, da un silbido. Dame las flores, y obedece. PAJE Así lo haré; (aparte) aunque mucho temor
me da el quedarme solo en este cementerio.
PARIS_ Vengo a cubrir de flores el lecho nupcial de la flor más hermosa que salió de las manos de
Dios. Hermosa Julieta, que moras entre los coros de los ángeles, recibe este mi postrer recuerdo.
Viva, te amé: muerta, vengo a adornar con tristes ofrendas tu sepulcro. (El paje silba). Siento la
señal del paje: alguien se acerca. ¿Qué pie infernal es el que se llega de noche a interrumpir mis
piadosos ritos? ¡Y trae una tea encendida! ¡Noche, cúbreme con tu manto! (Entran Romeo y
Baltasar)
ROMEO_ Dame ese azadón y esa palanca. Toma esta carta. Apenas amanezca, procurarás que la
reciba Fray Lorenzo. Dame la luz, y si en algo estimas la vida, nada te importe lo que veas u oigas,
ni quieras estorbarme en nada. La principal razón que aquí me trae no es ver por última vez el
rostro de mi amada, sino apoderarme del anillo nupcial que aún tiene en su dedo, y llevarle
siempre como prenda de amor. Aléjate, pues. Y si la curiosidad te mueve a seguir mis pasos, júrote
que he de hacerte trizas, y esparcir tus miembros desgarrados por todos los rincones de este
cementerio. Más negras y feroces son mis intenciones, que tigres hambrientos o mares
alborotadas.
ROMEO_ Es la mejor prueba de amistad que puedes darme. Toma, y sé feliz, amigo mío.
BALTASAR_ (Aparte). Pues, a pesar de todo, voy a observar lo que hace; porque su rostro y sus
palabras me espantan.
ROMEO_ ¡Abominable seno de la muerte, que has devorado la mejor prenda de la tierra, aún has
de tener mayor alimento! (Abre las puertas del sepulcro)
PARIS_ Este es Montesco, el atrevido desterrado, el asesino de Teobaldo, del primo de mi dama,
que por eso murió de pena, según dicen. Sin duda ha venido aquí a profanar los cadáveres Voy a
atajarle en su diabólico intento. Cesa, infame Montesco; ¿no basta la muerte a detener tu
venganza y tus furores? ¿Por qué no te rindes, malvado proscrito? Sígueme, que has de morir.
ROMEO_ Sí: a morir vengo. Noble joven, no tientes a quien viene ciego y de- salentado. Huye de
mí: déjame; acuérdate de los que fueron y no son. Acuérdate y tiembla, no me provoques más,
joven insensato. Por Dios te lo suplico. No quieras añadir un nuevo pecado a los que abruman mi
cabeza. Te quiero más que lo que tú puedes quererte. He venido a luchar conmigo mismo. Huye, si
quieres salvar la vida, y agradece el consejo de un loco.
ROMEO_ ¿Te empeñas en provocarme? Pues muere... (Pelean) PAJE ¡Ay, Dios! pelean: voy a pedir
socorro. (Vase. Cae herido Paris)
PARIS_ ¡Ay de mí, muerto soy! Si tienes lástima de mí, ponme en el sepulcro de Julieta.
ROMEO_ Sí que lo haré. Veámosle el rostro. ¡El pariente de Mercucio, el conde Paris! Al tiempo de
montar a caballo, ¿no oí, como entre sombras decir, a mi escudero, que iban a casarse Paris y
Julieta? ¿Fue realidad o sueño? ¿O es que estaba yo loco y creí que me hablaban de Julieta? Tu
nombre está escrito con el mío en el sangriento libro del destino. Triunfal sepulcro te espera. ¿Qué
digo sepulcro? Morada de luz, pobre joven. Allí duerme Julieta, y ella basta para dar luz y
hermosura al mausoleo. Yace tú a su lado: un muerto es quien te entierra. Cuando el moribundo se
acerca al trance final, suele reanimarse, y a esto lo llaman el último destello. Esposa mía, amor
mío, la muerte que ajó el néctar de tus labios, no ha podido vencer del todo tu hermosura. Todavía
irradia en tus ojos y en tu semblante, donde aún no ha podido desplegar la muerte su odiosa
bandera. Ahora quiero calmar la sombra de Teobaldo, que yace en ese sepulcro. La misma mano
que cortó tu vida, va a cortar la de tu enemigo. Julieta, ¿por qué estás aún tan hermosa? ¿Será que
el descarnado monstruo te ofrece sus amores y te quiere para su dama? Para impedirlo, dormiré
contigo en esta sombría gruta de la noche, en compañía de esos gusanos, que son hoy tus únicas
doncellas. Este será mi eterno reposo. Aquí descansará mi cuerpo, libre ¿de la fatídica ley de los
astros. Recibe tú la última mirada de mis ojos, el último abrazo de mis brazos, el último beso de
mis labios, puertas de la vida, que vienen a sellar mi eterno contrato con la muer- te. Ven, áspero y
vencedor piloto: mi nave, harta de combatir con las olas, quiere quebrantarse en los peñascos.
Brindemos por mi dama. ¡Oh, cuán portentosos son los efectos de tu bálsamo, alquimista veraz!
Así, con este beso... muero. (Cae) (Llega Fray Lorenzo)
FRAY LORENZO_ ¡Por San Francisco y mi santo hábito! ¡Esta noche mi viejo pie viene tropezando en
todos los sepulcros! ¿Quién a tales horas interrumpe el silencio de los muertos?
BALTASAR_ Un amigo vuestro, y de todas veras. FRAY LORENZO Con bien seas. ¿Y para qué sirve
aquella luz, ocupada en alumbrar a gusanos y calaveras? Me parece que está encendida en el
monumento de los Capuletos.
BALTASAR_ Verdad es, padre mío, y allí se encuentra mi amo, a quien tanto queréis.
BALTASAR_ ¿Y cómo, padre, si mi amo cree que no estoy aquí, y me ha amenazado con la muerte,
si yo le seguía?
FRAY LORENZO_ Pues quédate, e iré yo solo. ¡Dios mío! Alguna catástrofe temo.
BALTASAR_ Dormido al pie de aquel arbusto, soñé que mi señor mataba a otro en desafío.
FRAY LORENZO_ ¡Romeo! Pero, ¡Dios mío! ¿Qué sangre es esta en las gradas del monumento?
¿Qué espadas estas sin dueño, y tintas todavía de sangre? (Entra en el sepulcro). ¡Romeo! ¡Pálido
está como la muerte! ¡Y Paris cubierto de sangre!... La doncella se mueve. (Despierta Julieta)
JULIETA _Padre, ¿dónde está mi esposo? Ya recuerdo dónde debía yo estar y allí estoy. Pero
¿dónde está Romeo, padre mío?
FRAY LORENZO_ Oigo ruido. Deja tú pronto ese foco de infección, ese lecho de fingida muerte. La
suprema voluntad de Dios ha venido a desbaratar mis planes. Sígueme. Tu esposo yace muerto a
tu lado, y Paris muerto también. Sígueme a un devoto convento y nada más me digas, porque la
gente se acerca. Sígueme, Julieta, que no podemos detenernos aquí. (Vase)
JULIETA_ Yo aquí me quedaré. ¡Esposo mío¡ Mas ¿qué veo? Una copa tiene en las manos. Con
veneno ha apresurado su muerte.¡Cruel! no me dejó ni una gota que beber. Pero besaré tus labios
que quizá contienen algún resabio del veneno. Él me matará y me salvará. (Le besa). Aún siento el
calor de sus labios. ALGUACIL 1.º (dentro) ¿Donde está? Guiadme.
JULIETA_ Siento pasos. Necesario es abreviar. (Coge el puñal de Romeo). ¡Dulce hierro, descansa en
mi corazón, mientras yo muero! (Se hiere y cae sobre el cuerpo de Romeo) (Entran la ronda y el
paje de Paris) PAJE Aquí es donde brillaba la luz. ALGUACIL 1.º Recorred el cementerio. Huellas de
sangre hay. Prended a todos los que encontrareis. ¡Horrenda vista! Muerto Paris, y Julieta, a quien
hace dos días enterramos por muerta, se está desangrando, caliente todavía. Llamad al Príncipe, y
a los Capuletos y a los Montescos. Sólo vemos cadáveres, pero no podemos atinar con la causa de
su muerte. (Traen algunos a Baltasar) ALGUACIL 2.º Este es el escudero de Romeo, y aquí le hemos
encontrado. ALGUACIL 1.º Esperemos la llegada del Príncipe. (Entran otros con Fray Lorenzo)
ALGUACIL 3.º Tembloroso y suspirando hemos hallado a este fraile cargado con una palanca y un
azadón: salía del cementerio. ALGUACIL 1.º Sospechoso es todo eso: detengámosle. (Llegan el
Príncipe y sus guardas) PRÍNCIPE ¿Qué ha ocurrido para despertarme tan de madrugada? (Entran
Capuleto, su mujer, etc.)
CAPULETO_ ¿Qué gritos son los que suenan por esas calles?
SEÑORA DE CAPULETO_ Unos dicen «Julieta», otros «Romeo», otros «Paris», y todos corriendo y
dando gritos, se agolpan al cementerio. EL PRÍNCIPE ¿Qué historia horrenda y peregrina es esta?
ALGUACIL 1.º Príncipe, ved. Aquí están el conde Paris y Romeo, violentamente muertos, y Julieta,
caliente todavía y desangrándose. PRÍNCIPE ¿Averiguasteis la causa de estos delitos? ALGUACIL 1.º
Sólo hemos hallado a un fraile y al paje de Romeo, cargados con picos y azadones propios para
levantar la losa de un sepulcro.
CAPULETO_ ¡Dios mío! Esposa mía, ¿no ves correr la sangre de nuestra hija? Ese puñal ha errado el
camino: debía haberse clavado en el pecho del Montesco y no en el de nuestra inocente hija.
SEÑORA DE CAPULETO_ ¡Dios mío! Siento el toque de las campanas que guían mi vejez al sepulcro.
(Llegan Montesco y otros)
PRÍNCIPE_ Mucho has amanecido, Montesco, pero mucho antes cayó tu primogénito.
MONTESCO_ ¡Poder de lo alto! Ayer falleció mi mujer de pena por el destierro de mi hijo. ¿Hay
reservada alguna pena más para mi triste vejez?
MONTESCO_ ¿Por qué tanta descortesía, hijo mío? ¿Por qué te atreviste a ir al sepulcro antes que
tu padre?
PRÍNCIPE_ Contened por un momento vuestro llanto, mientras busco la fuente de estas desdichas.
Luego procuraré consolaros o acompañaros hasta la muerte. Callad entre tanto: la paciencia
contenga un momento al dolor. Traed acá a esos presos.
FRAY LORENZO_ Yo el más humilde y a la vez el más respetable por mi estado sacerdotal, pero el
más sospechoso por la hora y el lugar, voy a acusarme y a defenderme al mismo tiempo. PRÍNCIPE
Decidnos lo que sepáis.
FRAY LORENZO_ Lo diré brevemente, porque la corta vida que me queda, no consiente largas
relaciones. Romeo se había desposado con Julieta. Yo los casé, y el mismo día murió Teobaldo. Esta
muerte fue causa del destierro del desposado y del dolor de Julieta. Vos creísteis mitigarle,
casándola con Paris. En seguida vino a mi celda, y loca y ciega me rogó que bu- scase una manera
de impedir esta segunda boda, porque si no, iba a matarse en mi presencia. Yo le di un narcótico
preparado por mí, cuyos efectos simulaban la muerte, y avisé a Romeo por una carta, que viniese
esta noche (en que ella despertaría) a ayudarme a desenterrarla. Fray Juan, a quien entregué la
carta, no pudo salir de Verona, por súbito accidente. Entonces me vine yo solo a la hora prevista,
para sacarla del mausoleo, y llevarla a mi convento, donde esperase a su marido. Pero cuando
llegué, pocos momentos antes de que ella despertara, hallé muertos a Paris y a Romeo. Despertó
ella, y le rogué por Dios que me siguiese y respetara la voluntad suprema. Ella desesperada no me
siguió, y a lo que parece, se ha dado la muerte. Hasta aquí sé. Del casamiento puede dar
testimonio su ama. Y si yo delinquí en algo, dispuesto estoy a sacrificar mi vida al fallo de la ley, que
sólo en pocas horas podrá adelantar mi muerte.
PRÍNCIPE_ Siempre os hemos tenido por varón santo y de virtudes. Oigamos ahora al criado de
Romeo.
BALTASAR_ Yo di a mi amo noticia de la muerte de Julieta. A toda prisa salimos de Mantua, y
llegamos a este cementerio. Me dio una carta para su padre y se entró en el sepulcro desatentado
y, fuera de sí amenazándome con la muerte, si en algo yo le resistía.
PRÍNCIPE_ Quiero la carta; ¿y dónde está el paje que llamó a la ronda? PAJE Mi amo vino a
derramar flores sobre el sepulcro de Julieta. Yo me quedé cerca de allí, según sus órdenes. Llegó un
caballero y quiso entrar en el panteón. Mi amo se lo estorbó, riñeron, y yo fui corriendo a pedir
auxilio. PRÍNCIPE Esta carta confirma las palabras de este bendito fraile. En ella habla Romeo de su
amor y de su muerte: dice que compró veneno a un boticario de Mantua, y que quiso morir, y
descansar con su Julieta. ¡Capuletos, Montescos, esta es la maldición divina que cae sobre vuestros
rencores! No tolera el cielo dicha en vosotros, y yo pierdo por causa vuestra dos parientes. A todos
alcanza hoy el castigo de Dios.
CAPULETO_Montesco, dame tu mano, el dote de mi hija: más que esto no puede pedir tu
hermano.
MONTESCO_ Y aún te daré más. Prometo hacer una estatua de oro de la hermosa Julieta, y tal que
asombre a la ciudad.