Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Friedman, G. (1986) - La Filosofía Política de La Escuela de Frankfurt. Capítulo "Prefacio". Fondo de Cultura Económica. Pp. 11-25
Friedman, G. (1986) - La Filosofía Política de La Escuela de Frankfurt. Capítulo "Prefacio". Fondo de Cultura Económica. Pp. 11-25
IÓ
C
C
U
D
O
R
EP
R
SU
A
ID
IB
H
O
PR
Todos los derechos de autor son de la exclusiva propiedad de UNIACC o de los otorgantes de sus licencias. No está
permitido copiar, reproducir, reeditar, descargar, publicar, emitir, difundir, poner a disposición del público ni utilizar
los contenidos de forma alguna, excepto para su uso personal, nunca comercial.
N
IÓ
LA ESCUELA de Frankfurt fue tanto una institución como un estilo
de pensamiento. El Instituto de Investigación Social, fundado en
C
Frankfurt. Alemania. en 1923, alcanzó su madurez en 1931 al asu-
mir Max Horkheimer la dirección. Continuó su labor en los Esta-
C
dos Unidos durante el exilio que siguió a la subida de Hitler al po-
U
der y del que no retornó a Alemania hasta 1950.
En aquella época, sus miembros ejercieron una crítica contun-
D
dente y sin par del modo de vida actual. Dicha crítica sirvió como
O
punto de referencia a muchos de los movimientos estudiantiles de
la década de los sesenta y, de este modo, se derivaron consecuencias
R
extra-académicas allí donde el talento y la erudición de la Escuela
de Frankfurt dejaron una huella duradera e intensa.
EP
autorizados.
Resulta tan arduo hablar de la crisis de la modernidad como lo
ID
fianza.
O
11
12 LA FILOSOFIA POLITICA DE LA ESCUELA DE FRANKFURT
N
razón como instrumento al servicio de los intereses de la humani-
dad. Maquiavelo intenta abolir la escisión estre filosofía y existen-
IÓ
cia, entre razón y realidad.
Fue Hegel quien hizo madurar el proyecto de Maquiavelo cuan-
C
do, al proclamar el triunfo de la humanidad sobre las depredaciones
de la realidad, sostiene que lo real y lo racional han consumado su
C
unidad. Carlos Marx afirma la esencia de la postura hegeliana, si
U
bien sustituye la administración civil del Estado alemán por el pro-
letariado como clave de resolución del proceso histórico. Marx com-
D
parte la confianza hegeliana en la existencia del acontecer histórico
O
y afirma la posibilidad de resolver el problema de la Historia.
La filosofía moderna, en consecuencia, . está marcada por una
R
autoconfianza radical: cree posible el que todo pueda ser tal como
EP
debe ser. Los signos externos de la modernidad —la tecnología so-
cial e industrial— testimonian la confianza que tiene en sí misma.
Lo que mantiene unidas a la medicina, la ingeniería civil, la planifi-
R
cación urbana y a las diversas ciencias que regulan hoy nuestra vida
es la confianza en disponer del criterio adecuado y suficiente para
SU
N
lo deseable en justicia? Ser humano implica el querer, pero, ¿cuáles
IÓ
son los fundamentos desde los que vamos a ejercer nuestra opción?
Quizá resulte más accesible comenzar por lo que no deseamos
escoger. A este fin, a la Escuela de Frankfurt le ha bastado con un
C
simple nombre: Auschwitz. Fue allí donde el problema de la moder-
C
nidad se hizo patente. Si la modernidad alcanza su momento supre-
mo de autoconfianza con la afirmación hegeliana de la identidad con-
U
sumada de lo real y lo racional, Auschwitz revela la vaciedad de la
D
proclama.
En Auschwitz, se manifiesta la alianza entre la visión específica-
O
mente moderna de la razón como medio esencial de administración
y la locura que dimana de tal razón. Los propios compatriotas de
R
Hegel han demostrado la capacidad de la razón para el mal cuando
EP
ésta deviene instrumento de los poderosos en un mundo donde la
razón crítica ha sido desterrada. La horrible novedad de Auschwitz
es la de una fría carnicería considerada en sí misma como fin. Desde
R
dad porque aúna razón y sinrazón de modo tal que resulta imposi-
ble disociarlas.
IB
N
de la razón científica socava el potencial crítico de la racionalidad.
IÓ
La obligación de asumir seriamente la cuestión del mal significa que
no sólo somos libres para condenarlo. Los científicos sociales y los
filósofos percibían la iniquidad de Auschwitz, pero sus metodologías
C
y procedimientos racionales impedían que el rechazo personal se tra-
C
dujera en un principio científico. Sus métodos exigían neutralidad.
El rechazo se reducía a juicios de valor Puesto que los valores mo-
U
rales se consideraban irracionales, y lo irracional no encontraba ca-
D
bida en el pensamiento científico, los científicos sociales debían es-
tar abiertos a la sospecha de que no había nada manifiestamente ini-
cuo en Auschwitz.
O
Eliminado lo sagrado, cualquier hecho puede resultar meritorio.
R
Cuando la razón renuncia a priori al derecho de renegar de Ausch-
EP
witz, nos reduce a una condición completamente irracional en la que
debe negarse toda referencia al sentido común del humanitarismo.
La gran preocupación de la Escuela de Frankfurt es esta paradoja
R
N
zar su proyecto. A la escuela le preocupan, no la razón como tal,
IÓ
ni la igualdad entre los hombres, ni la conquista de la naturaleza;
sino la racionalidad del siglo xx, la sociedad de masas y la destruc-
C
ción de la naturaleza. La tentativa de establecer la distinción entre
un hecho y su aura constituye el nudo problemático de la escuela,
C
lo que le valió verse envuelta en la acusación de ultraconservaduris-
U
El radicalismo aparece en Europa como un movimiento integra-
D
do por intelectuales, pertenecientes o no a los círculos universitarios.
Estos intelectuales se sentían constantemente perturbados por la in-
O
diferencia de las masas ante sus provocaciones. Todo un conjunto
R
de teorizaciones no puede ocultar el hecho de que ha sido el intelec-
tual, y no la clase trabajadora, quien ha actuado como caja de reso-
EP
nancia de la crítica de la vida burguesa. En principio, los trabajado-
res no se opusieron al burgués: la polémica que mantuvieron era pro-
pia de hombres de igual índole. La riqueza y la comodidad eran fuen-
R
gués educa a sus hijos para que sean ornamento de su vida; como
tales y en virtud de su propia naturaleza, los niños son graciosos e
O
nal.
De este modo, burgueses e intelectuales libran una lucha conti-
16 LA FILOSOFÍA POLÍTICA DE LA ESCUELA DE FRANKFURT
nua del todo desigual. Cada uno triunfa de modo categórico. Gene-
ración tras generación —Voltaire, Flaubert, Marx—, los intelectuales
modernos han mostrado su desprecio por el burgués. Según una in-
terpretación fácil, dejan al descubierto el vacío de la vida burguesa.
¡ Ay!, alejado del apacible sosiego tanto como del inquietante hastío
de sí, el burgués no se percata de su derrota. Por su naturaleza, más
N
que reflexionar, actúa. Su victoria es absoluta en su propio domi-
IÓ
nio. Juzga a los intelectuales alternativamente con benigno menos-
precio condescendiente o con saña feroz. El trabajador, acostumbrado
C
a habérselas con quienquiera que ofreciese más, se entiende ahora
con aquellos que distribuyen los bienes. El triunfo de la burguesía
C
reside en que efectúa el reparto.
Ello, y nada más, condena al burgués a los ojos del intelectual.
U
Lo que éste más aborrece es no tanto el sufrimiento humano cuanto
D
la indiferencia humana ante el dolor. Lo que repugna al intelectual
y lo conduce al radicalismo es el carácter reaccionario de la sensibili-
O
dad burguesa y no la práctica burguesa misma.
R
Este rechazo yace en el corazón de los frankfurtianos. Su pro-
yecto, en parte, fue educar a los hijos de la burguesía, empujarlos
EP
a que se convirtieran en ornamentos de la vida de sus aburridos pa-
dres para luchar contra la vaciedad de sus vidas. Como genuinos
progenitores de las revueltas juveniles de la década de los sesenta,
R
N
sometidos a la crítica en cuanto fracasan en su proyecto de liberar
IÓ
auténtica y radicalmente al hombre. Sus respectivos fracasos no tie-
nen tanto que ver con los modos concretos de entender lo político
cuanto con la sensibilidad que engendran. Ambos movimientos ele-
C
van lo profano sobre lo sagrado, sustentan la idea del esfuerzo con-
C
secuente. Esta concepción de la consecuencialidad, el deseo deses-
perado de hacer impacto en la sustancia concreta de la historia, los
U
conduce al compromiso. Deseosos de defender al burgués como hom-
D
bre, lo hacen al precio de permitir el triunfo de la burguesía, al me-
nos en principio. Conforme Blum y Stalin prevalecen políticamen-
O
te, sucumben a la teoría burguesa de la acción irreflexiva y causalis-
ta. El compromiso histórico entre la burguesía y su oponente, el so-
R
cialismo ortodoxo, radica en la concepción del trabajo entendido co-
EP
mo un fin en sí mismo, en la indiferencia ante una sensibilidad hu-
mana renovada, en el rechazo de una auténtica liberación de los sen-
tidos enjuiciada como romanticismo infantil. En estos términos, y
R
N
siderará a la escuela. No resulta sencilla la respuesta, ya que tampo-
IÓ
co está claro si la filosofía es todavía posible 2 .
C
dental fuera posible o no, cabía un acto retroactivo: se podía resuci-
C
tar el ámbito de la filosofía trascendental. Para llevar a cabo dicha
resurreción, aquellos que juzgaban a la filosofía como problemática
U
deberían, en primer lugar, haberse enrolado en la empresa. La es-
D
cuela reconoció la necesidad de conocer la filosofía para alcanzar el
talante filosófico. Así, la comprensión filosófica de la naturaleza de
O
l-a crisis histórica los indujo a emprender la más alta tarea del saber:
la explicación.
R
La teoría crítica, método de la Escuela de Frankfurt, se preocu-
EP
pó inicialmente por la interpretación de tesis filosóficas; mas el pro-
pósito interpretativo no tenía un sentido profano; no representaba una
Claudicación ante los momentos precedentes o actuales, más bien te-
R
nía por objeto desafiarlos. Su labor consistía nada menos que en com-
prender la crisis de la modernidad desde todas las perspectivas posi-
SU
2
La Escuela de Frankfurt reconoció claramente la distinción entre filosofía y eru-
PR
N
ción que la historia parecía haber dejado abierta al albedrío —el
pasado— parecía efectivo. Los miembros de la escuela se aplican al
IÓ
saber a fin de usar dialécticamente la energía filosófica del pasado
para destruir el pasado que destruyó a la filosofía, y con ella, a la
C
justicia. Esta segunda razón expliéa más detalladamente la extraña
alianza que la escuela forja entre pensadores tan dispares como Marx
C
y Nietzsche. En parte, la coincidencia anotada reside en el rechazo
U
compartido de la vida burguesa; pero en gran medida la apelación
les llega desde el deseo de apropiarse de la fuerza presente en todo
D
aquello que había generado la crisis descubierta en Auschwitz.
O
Antes de reexaminar la naturaleza y la génesis del pensamiento
de la Escuela de Frankfurt, debemos remitirnos a una cuestión me-
R
todológica que suscita todo ensayo como el nuestro: ¿es legítimo ca-
racterizar a varios hombres, cada uno de los cuales tiene una perso-
EP
miento, que atañe con propiedad al flujo de las ideas, puede versar
con legitimidad sobre grupos de personas relacionadas personal o ins-
SU
3
Existen ya dos historias bajo este enfoque y son enteramente satisfactorias. Una
es la de Martin Jay, La imaginación dialéctica; la otra es The origins of negative dialectics,
por Susan Buck-Morss, pp. 238-42.
20 LA FILOSOFÍA POLÍTICA DE LA ESCUELA DE FRANKFURT
N
no contribuiría a la comprensión de la idea misma. De este modo,
se debe justificar porqué el trabajo se titula La filosofía política de la
IÓ
Escuela de Frankfurt, en oposición a otro denominado La filosofía políti-
ca de Marcuse, Adorno, etc.
C
La justificación es doblemente importante porque el presente tra-
bajo asume constantemente las responsabilidades y respaldos mu-
C
tuos que se atribuyen los distintos miembros de la escuela. Se valdrá
U
de la postura mantenida por un pensador para clarificar la de otro
y, más arriesgadamente, hará responsable (en ocasiones y con pre-
D
caución) a un pensador de las tesis de otro. En consecuencia, la jus-
O
tificación de la existencia del grupo como tal es crucial y debe prece-
der al désarrollo del presente ensayo.
R
El primer punto de apoyo de tal justificación es el más simple.
Quienes estuvieron vinculados a la escuela mantuvieron relaciones
EP
N
con Gershom Scholem, como albacea literario.
IÓ
Más importante que los vínculos institucionales o los manifesta-
dos en la coautoría de sus obras fue el constante y abierto intercam-
C
bio de ideas. La crítica cultural de Horkheimer aparece firmemente
en la obra de Marcuse; el análisis de la estructura del arte en la so-
C
ciedad de masas desarrollado por Benjamin fue contestado por Ador-
no; el freudismo de Marcuse se reflejó más tarde en Adorno y Hork-
U
heimer. Los casos son numerosos y se expondrán posteriormente en
D
este libro. Lo que aquí importa es que la escuela compartió el deseo
de desarrollar una investigación conjunta, comprometida en proyectos
O
comunes y, consecuentemente, intercambió interpretaciones e ideas
R
hasta el punto que considerar a uno de sus integrantes aisladamente
ocasionaría más perjuicio a la integridad de este trabajo que un tra-
EP
tamiento de conjunto.
Evidentemente, cada uno de ellos desempeñó diversas funciones;
también, en algunos puntos discreparon, aunque por lo general eran
R
todo.
Una cuestión más decisiva que la de la unidad del grupo, podría
IB
N
lencia a toda su obra.
El problema consistió en escoger aquellos teóricos que estuvie-
IÓ
ron vinculados con la filosofía política de la escuela durante un más
largo período. Wittfogel y Mannheim, por tanto, no están incluídos
C
por dos motivos. En primer lugar, ambos se ocuparon de las cues-
tiones políticas, a veces desde una perspectiva sumamente abstrac-
C
ta, mas ni el propósito ni el método fueron filosóficos. La metodolo-
U
gía fue casi exclusivamente sociológica y la finalidad, descriptiva. Co-
mo tantos otros, cada uno de ellos se consagró, ciertamente, al de-
D
bate general de la teoría crítica; recibieron la influencia de los fun-
O
dadores de dicha teoría y, a su vez, influyeron en ellos; pero a la
larga se situaron en los límites de la formulación de la crítica general
R
de la sociedad actual. Ninguno se comprometió fundamentalmente
con la búsqueda de una solución histórica para aquella sociedad. En
EP
y, por lo tanto, queda fuera del grupo. Las causas de su ruptura fue-
ron complejas. La circunstancia inmediata fue la discrepancia en re-
ID
era menos irónica que L. de los demás miembros del círculo interno,
su aproximación a la vida menos coloreada por los matices estéticos
PR
4
Jay, La imaginación dialéctica, p. 101.
5
Véase Marcuse, Eros and Civilization, pp. 238-43.
J
I NTRODUCCIÓN 23
N
de síntesis del freudomarxismo, que debía ir más allá de la exhorta-
ción popular, para lograr la corrección erudita.
IÓ
Quienes han sido incluídos en este ensayo mantuvieron relacio-
nes mutuas a lo largo de sus vidas y un interés dominante en la for-
C
mulación de una filosofia política (hasta donde les era posible en aque-
lla época). Horkheimer fue el segundo director del instituto de Frank-
C
furt. Como tal, definió sus objetivos y elaboró un manifiesto: Teoría
U
tradicional y teoría crítica. La relación íntima entre Adorno y Horkhei-
mer se pone de manifesto en la coautoría de Dialéctica de la Ilustración.
D
Marcuse estuvo unido a ellos durante toda su vida. Más aún, su sín-
O
tesis de Marx y Freud, junto a sus popularizadas críticas de la socie-
dad actual (que encontraron puntos de apoyo en otros frankfurtia-
R
nos) exige que se lo incluya.
EP
La inclusión más cuestionable es la de Benjamin. Como he ad-
vertido, nunca tuvo relaciones formales con el instituto ni abrazó ex-
presamente la teoría crítica. Lo incluí porque algunos aspectos de
R
N
Sabemos que a los judíos se les prohibía investigar sobre el futuro.
IÓ
Sin embargo, la Torah y sus oraciones los adoctrinaban en la remem-
branza. Esto despojó al futuro de su magia, y al futuro sucumbieron
todos aquellos que recurrieron a los profetas para su educación. Ello
C
no supuso para los judíos que el futuro se convirtiera en un tiempo
C
vacío u homogéneo. Cada segundo de tiempo era una estrecha puer-
ta a través de la cual el Mesías podía entrar 7 .
U
Marx, de algún modo, había sido un profeta. Para aquellos que
D
lo estudiaban, la historia se había convertido en algo mágico. Cuan-
O
do la historia se volvió contra el hombre, en un tiempo cuyo símbolo
descollante era Auschwitz, Marx seguía apareciendo mágico y su ma-
R
gia histórica, negra. Sus discípulos llegaron a sentirse impotentes con-
EP
tra Auschwitz, porque la historia era su totem y Auschwitz era irre-
mediablemente histórico. Sólo en la vuelta hacia atrás, en la nostal-
gia de lo efectivamente perdido, en la reverencia por el sufrimiento
R
car al Mesías que podría venir, aún sin la ayuda humana, en cual-
quier fragmento del tiempo.
Tal fue la sensibilidad que informó el proyecto de la Escuela de
A
7
Benjamin, Illuminations, p. 264.
I NTRODUCCIÓN 25
N
humano y como búsqueda de lo divino en ambos.
IÓ
C
C
U
D
O
R
EP
R
SU
A
ID
IB
H
O
PR