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YOUNG La Justicia y La Politica de La Diferencia
YOUNG La Justicia y La Politica de La Diferencia
La justicia y !a política
de la diferencia
EDICIONES CÁTEDRA
UNIVERSITAT DE VALENCIA
INSTITUTO DE LA MUJER
Feminismos
Consejo asesor:
N.I.P.O.: 207-00-044-0
O 1990 by Princeton University Press.
O Ediciones Cátedra (Grupo Anaya, S. A ), 2000
Juan Ignacio Lúea de Tena, 15. 28027 Madrid
Depósito legal: M. 26.033-2000
I.S.B.N.: 84-376-1826-6
PríMcí/ ín SpdM
Impreso en Lave!. 8. A.
Pora Doví?
Agradecimientos
10
Introducción
* /V. ¿fe /a y..- Se utilizará ta palabra «gay» para hacer referencia a la con
dición de género de los varones homosexuales, ya que se entiende que la pala
bra «homosexual» se refiere únicamente a la condición sexual y no a la posi
ción social y cultural que tal condición genera. A pesar de no tratarse de una
palabra castellana, la ausencia de un vocablo equivalente, la especificidad del
término y el creciente uso de la palabra «gay» en los países de habla castellana
son las razones que se han tenido en cuenta para mantener el término inglés.
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gación que se lleva a cabo en este libro. Para indagar en
ellas exploro algunos de los problemas que plantean el po
sitivismo y el reduccionismo en teoría política. El positivis
mo en teoría política consiste en presuponer —demasiado a
menudo— como dadas estructuras institucionales que deben
ser sometidas a una evaluación normativa. El reduccionismo
al que me refiero consiste en la tendencia de la teoría polí
tica moderna a reducir los temas políticos a una unidad y a
valorar lo común o lo idéntico por encima de lo específico
y lo diferente.
Sostengo que, en lugar de centrarse en la distribución,
una concepción de la justicia debería comenzar por los con
ceptos de dominación y opresión. Un cambio como éste
saca a relucir cuestiones relativas a la toma de decisiones,
la división de! trabajo y cultura, que pesan sobre la justicia
social, pero que a menudo son ignoradas en las discusiones
filosóficas. Dicho cambio también pone de relieve la im
portancia de las diferencias de grupo social en la estructu
ración de las relaciones sociales y la opresión; normalmen
te las teorías filosóficas de la justicia han operado con una
ontología social que no da lugar al concepto de grupos so
ciales. Sostengo, por el contrario, que allí donde existen di
ferencias de grupo social y algunos grupos son privilegiados
mientras otros son oprimidos, la justicia social requiere re
conocer y atender explícitamente a esas diferencias de grupo
para socavar la opresión.
A pesar de que analizo la justiciay argumento sobre ella,
no construyo una teoría de la justicia. Generalmente, una
teoría de la justicia extrae unas pocas premisas generales so
bre la naturaleza de los seres humanos, la naturaleza de las
sociedades y la naturaleza de la razón, principios funda
mentales de justicia que se aplican a todas o la mayor par
te de las sociedades —cualquiera que sea su configuración
concreta y sus relaciones sociales—. Fiel al significado de
f/rgona, aquélla quiere ver la justicia. Con el ñn de obtener
una visión comprensiva, una teoría de la justicia supone la
existencia de un punto de vista que está fuera del contexto
social en el que surgen las cuestiones de justicia. Toda teo
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ría de la justicia pretende ser autosuficiente, dado que pre
senta sus propias bases. En tanto discurso, apunta a ser com
pleto y señalar la unidad de la justicia. La teoría de la jus
ticia es atemporal, en el sentido de que no hay nada anterior
a ella y los hechos futuros no afectarán su verdad o rele
vancia para la vida social.
Quienes se ocupan de la teoría de la justicia tienen una
buena razón para abstraerse de las circunstancias particula
res de la vida social que plantean reivindicaciones concretas
de justicia, es decir, para ubicarse fuera de la vida social, en
una posición que se apoya en la razón. Una teoría racional
como ésta sería independiente de las instituciones y relacio
nes sociales reales, y por esta razón podría servir como pauta
normativa fidedigna y objetiva para evaluar dichas institu
ciones y relaciones. A menudo se supone que sin una teoría
de la justicia normativa y universal —con fundamentos in
dependientes de la experiencia de una sociedad en particu
lar— quienes se ocupan de la filosofía, y quienes son actoras
sociales, no pueden distinguir las legítimas reivindicaciones
de justicia de los prejuicios sociales especíñcos o de los re
clamos autointeresados de poder.
Sin embargo, el intento de desarrollar una teoría de la
justicia que sea independiente del contexto social dado y
que, a pesar de ello, evalúe al mismo tiempo su justicia, fra
casa en uno de los dos propósitos. Si la teoría es verdade
ramente universal e independiente, y no presupone situacio
nes sociales, instituciones o prácticas particulares, entonces es
simplemente demasiado abstracta para ser útil al momento
de evaluar instituciones y prácticas reales. Para que pueda
servir como una medida útil de la justicia e injusticia reales,
tal teoría debe contener algunas premisas sustantivas sobre
la vida social que normalmente se derivan, explícita o im
plícitamente, del contexto social en el que tiene lugar la re
flexión sobre la teoría. Se ha sostenido que la teoría de la
justicia de Rawls, por ejemplo, debería incluir algunas pre
misas sustantivas si pretende servir de base a conclusiones
sustantivas, y dichas premisas se derivan implícitamente de
la experiencia de la gente en las modernas sociedades capi
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talistas y liberales (véanse Young, 1981; Simpson, 1980;
Wolff, 1977, parte IV).
Una teoría de la justicia que pretende ser universal,
comprensiva y necesaria, implícitamente está combinando
reflexión moral con conocimiento científico (Williams,
1985, cap. 6). Sin embargo, el discurso reflexivo sobre la
justicia no debería hacerse pasar por conocimiento en el
sentido de visto u observado, donde quien conoce es pro
pulsor y amo de lo conocido. El discurso sobre la justicia
no esta motivado originariamente en la curiosidad, en la ad
miración, o en el deseo por entender cómo funciona algo. El
sentido de la justicia no surge de mirar sino, como dice Jean-
Frangois Lyotard, de escuchar:
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sus nociones generales de ética comunicativa, critico sin
embargo su compromiso impiícito con un ámbito público
homogéneo. Estoy también en deuda con algunos otros en
foques de la filosofía y la teoría política. Amplío aquí algu
nos de los análisis feministas contemporáneos sobre el ses
go masculino en los ideales de racionalidad, ciudadanía e
igualdad, centrales en la teoría moral y política moderna. Mi
investigación sobre un sentido positivo en el que entender
las diferencias de grupo y sobre una política que se ocupe
de la diferencia en vez de reprimirla debe mucho a los aná
lisis sobre el significado de diferencia en autores postmo
dernos como Derrida, Lyotard, Foucault y Kristeva. De esta
orientación postmoderna, en la que incluyo también algunos
de los escritos de Adorno e Irigaray, tomo la crítica al dis
curso unificador para analizar y criticar conceptos tales
como los de imparcialidad, bien general y comunidad. De
las enseñanzas de estas críticas inñero una concepción al
ternativa de las relaciones sociales diferenciadas. El análisis
y argumentos de este libro recurren también a la ñlosofía
analítica —moral y política—, al marxismo, a la teoría de la
democracia participativa y a la filosofía negra —B/acA: p/n-
¿¿Mop/ry.
Los últimos años han sido testigos de una amplia discu
sión sobre las virtudes y los vicios de cada una de estas
perspectivas teóricas y podría pensarse que ellas son in
compatibles entre sí. Así, por ejemplo, recientemente se ha
desencadenado entre quienes se ocupan de la teoría crítica
un debate en tomo al tema modernismo o postmodemismo,
y un debate análogo se ha suscitado entre las teóricas femi
nistas. En este libro no trato explícitamente cuestiones me-
tateóricas respecto de los criterios para evaluar los enfoques
teóricos de las distintas teorías sociales y normativas. Cuan
do las teóricas sociales y las críticas sociales se centran en
cuestiones epistemológicas de este tipo normalmente se abs
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traen de las cuestiones sociales que originariamente hicieron
surgir las disputas, y confieren un valor intrínseco a la tarea
epistemológica. Las cuestiones metodológicas y epistemoló
gicas están presentes a lo largo de este estudio, pero me
ocupo de ellas siempre a modo de interrupciones a las cues
tiones sociales y normativas sustantivas que se tratarán. No
considero ninguna de las perspectivas teóricas a las que me
refiero como una totalidad que deba ser aceptada o recha
zada íntegramente; cada una de estas perspectivas propor
ciona herramientas útiles para el análisis y los argumentos
que quiero sostener.
En el capítulo 1 comienzo por distinguir entre un enfoque
de la justicia social que otorga primacía al tener y otro que
otorga primacía al hacer. Las teorías de la justicia contem
poráneas están dominadas por un paradigma distributivo que
tiende a centrarse en la posesión de bienes materiales y po
siciones sociales. Sin embargo, este objetivo distributivo
deja de lado otros aspectos de la organización institucional
al tiempo que con frecuencia asume como dadas determina
das prácticas e instituciones.
Algunas teorías distributivas de la justicia intentan ex
presamente tomar en cuenta cuestiones de justicia que van
más allá de la distribución de bienes materiales. Dichas teo
rías amplían el paradigma distributivo hasta alcanzar bienes
tales como la dignidad, las oportunidades, el poder y el ho
nor. Sin embargo, surgen serias confusiones conceptuales
cuando se intenta ampliar el concepto de distribución para
ir más allá de los bienes materiales hasta abarcar fenómenos
tales como el poder o las oportunidades. La lógica de la dis
tribución trata los bienes que no son materiales como cosas
identificables, como puntos distribuidos en un modelo está
tico entre individuos separables e identificables. Por otra
parte, la cosiñcación, el individualismo y la orientación se
gún modelos que presupone el paradigma distributivo, a me
nudo dejan de lado cuestiones de dominación y opresión
que requieren una conceptualización más racional y orienta
da por procesos.
Las cuestiones distributivas son sin duda importantes,
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pero el propósito de la justicia va más aüá de dichas cues
tiones para inciuir io político como tal, es decir, todos los
aspectos de la organización institucional en la medida en
que están potencialmente sujetos a la decisión colectiva. En
vez de intentar forzar la idea de distribución para que abar
que tales aspectos, sostengo que el concepto de distribución
debería limitarse a los bienes materiales, y que hay otros as
pectos importantes de la justicia, como son los procesos de
toma de decisiones, la división social del trabajo y la cultu
ra. Sostengo que la opresión y la dominación deberían ser
los términos centrales a utilizar para conceptualizar la in
justicia.
El concepto de opresión es central para el discurso de
los movimientos sociales emancipatorios contemporáneos
cuyas perspectivas inspiran las cuestiones críticas de este li
bro. No existe, sin embargo, un análisis teórico elaborado
sobre el concepto de opresión como lo entienden estos mo
vimientos. El capítulo 2 llena este llamativo vacío en la teo
ría social definiendo la opresión. Dado que en realidad se
trata de una familia de conceptos, explicaré los cinco as
pectos con que cuenta la opresión: explotación, margina-
ción, carencia de poder, imperialismo cultural y violencia.
Las injusticias distributivas pueden contribuir a estas formas
de opresión o incluso ser su consecuencia, pero ninguna de
estas formas de opresión es reducible a la distribución, sino
que todas implican estructuras sociales y relaciones que van
más allá de la distribución.
A pesar de que la opresión es soportada por grupos so
ciales, normalmente la ñlosofía y la teoría social carecen de
un concepto viable de grupo social. Es notable que en el ám
bito del debate sobre la acción afirmativa* algunas personas
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dedicadas a la filosofía o a la política se resistan incluso a
reconocer la existencia de los grupos sociales, una negación
que a menudo refuerza la opresión de los grupos. En el ca
pítulo 2 desarrollo un concepto específico de grupo social.
Aunque los grupos no existen con independencia de los in
dividuos son, sin embargo, socialmente anteriores a los indi
viduos, porque la identidad de las personas está constituida
en parte por sus afinidades de grupo. Los grupos sociales re
flejan las formas en que la gente se identifica a sí misma y
a los demás, lo cual hace que se relacione con alguna gente
más que con otra y que trate a otros individuos como dife
rentes. Los grupos se identifican al relacionarlos. Su exis
tencia es Huida y a menudo cambiante, pero no obstante real.
El concepto de justicia es coextensivo al concepto de
política. En palabras de Hannah Pitkin, la política es «la ac
tividad a través de la cual grupos de gente relativamente
grandes y permanentes deciden lo que harán colectivamen
te, establecen cómo van a vivir juntos y deciden su futuro,
cualquiera que sea la medida en que esté en su poder ha
cerlos (Pitkin, 1981, pág. 343). Roberto Unger define la po
lítica como «la lucha por los recursos y acuerdos que fijan
los términos básicos de nuestras relaciones prácticas y pa
sionales. Es preeminente en estos acuerdos —observa— el
formativo contexto institucional e imaginativo de la vida so
cial» (Unger, 1987a, pág. 145). Entendida en este sentido,
la política abarca todos los aspectos de la organización ins
titucional, la acción pública, las prácticas y hábitos sociales
y los significados culturales en la medida en que están po
tencialmente sujetos a la evaluación y toma de decisión co
éste en tos términos de Young. Las medidas de acción afirmativa no sólo se di
rigen a soiucionar situaciones de discriminación — véase Young, cap. 7— , sino
que sus objetivos son más amplios. Por otra parte, las modalidades de acción
afirmativa tampoco conllevan siempre ni necesariamente la discriminación de
otro grupo — como no lo hace, por ejemplo, la política de cuotas en institucio
nes u organismos del Estado— , e incluso en los casos en los que sí conlleva dis
criminación, ésta se presenta como una consecuencia que resulta de la consecu
ción de objetivos que, como afirma Young, se centran en socavar la opresión, y
que por tanto justificarían dicha consecuencia no deseada.
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lectivas. Cuando ia gente dice que una regla o una práctica
o un significado cultural es malo y debería ser cambiado,
normalmente está reclamando justicia social. Esta es una
forma de entender la política más abarcativa que como la
entienden generalmente la mayoría de las personas dedica
das a la filosofía y la política, quienes tienden a identificar
la política con las actividades de gobierno o con las organi
zaciones formales que defienden intereses de grupo. El capí
tulo 3 recoge una contribución centra! de los nuevos movi
mientos sociales de izquierdas como es su continuo esfuerzo
por politizar vastas áreas de la vida institucional, social y
cultural, frente a las fuerzas del liberalismo y del estado de
bienestar que operan en el sentido de despolitizar la vida pú
blica.
Junto a muchos otros teóricos y teóricas críticas y teó
ricos y teóricas de la democracia, critico la sociedad de bie
nestar capitalista por despolitizar el proceso de formación de
políticas públicas. Las prácticas del estado de bienestar de
finen la política como el territorio de los expertos y confi
nan el conflicto a la negociación sobre la distribución de los
beneficios sociales entre grupos de interés. El paradigma
distributivo de la justicia tiende a reflejar y reforzar esta
vida pública despolitizada toda vez que, por ejemplo, no lle
va a la discusión pública explícita cuestiones de poder polí
tico. Sostengo que los procesos democráticos de toma de de
cisión son elemento y condición importantes de la justicia
social.
Algunas escritoras feministas y postmodemas han suge
rido que la negación de la diferencia estructura la razón oc
cidental, entendiendo que diferencia signiñca particularidad,
heterogeneidad del cuerpo y la afectividad, o pluralidad de
relaciones lingüísticas y sociales sin un origen unitario indi
ferenciado. Este libro intenta mostrar cómo tal negación de
la diferencia contribuye a la opresión de los grupos socia
les, y argumenta a favor de una política que reconozca la di
ferencia en vez de oprimirla. Así, en el capítulo 4 se sostie
ne que el ideal de imparcialidad, una pieza clave de la
mayoría de las teorías morales modernas y de las teorías de
23
la justicia, niega ia diferencia. Ei idea! de imparcialidad su
giere que todas ias situaciones moraies deberían ser tratadas
de acuerdo con ias mismas regias. Ai decir que provee de
un punto de vista que puede ser adoptado por cualquier su
jeto, dicho ideai niega la diferencia entre sujetos; ai postu
lar un punto de vista mora) unificado y universal genera una
dicotomía entre razón y sentimiento. La idea de imparciali
dad, generalmente expresada con contrafácticos, manifiesta
una imposibilidad. Más aún, tal idea está al servicio de al
menos dos funciones ideológicas. En primer lugar, la apela
ción a la imparcialidad alimenta el imperialismo cultural al
permitir que la experiencia y la perspectiva particular de
grupos privilegiados se presente como universal. En segun
do lugar, la convicción de que los burócratas y expertos
pueden ejercer su poder en la toma de decisiones de mane
ra imparcial legitima la jerarquía autoritaria.
Sugiero también en el capítulo 4 que la imparcialidad
tiene su contrapartida política en el ideal de lo público cívi
co. La teoría crítica y la teoría de la democracia participati-
va comparten con la teoría liberal, a la que desafían, una ten
dencia a suprimir la diferencia concibiendo el estado como
universal y unificado. Este ideal universalista de lo cívico
público ha operado para excluir eficazmente de la ciudada
nía a personas identificadas con el cuerpo y los sentimientos
—mujeres, personas judías, negras, indígenas americanas y
otras. Una concepción de la justicia que desafiara la domi
nación y la opresión institucionalizadas debería ofrecer una
visión de un ámbito público heterogéneo que reconociera y
afirmara las diferencias de grupo.
Una consecuencia del ideal de la racionalidad moral
como imparcialidad es la separación teórica de la razón res
pecto del cuerpo y el sentimiento. En el capítulo 5 analizo
algunas de las implicaciones que tiene la actitud de despre
ciar el cuerpo que mantiene la sociedad moderna. A través
de la identificación de algunos grupos con cuerpos desagra
dables o feos, la cultura racionalista contribuye a las opre
siones del imperialismo cultural y a la violencia. La lógica
cultural que jerarquiza los cuerpos según una «mirada nor
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mativa» tos ubica en una única escaia estética que constru
ye aigunas ciases de cuerpos como feos, desagradables o de
generados. Utilizando la teoría de lo abyecto de Kristeva
analizo la importancia política que tienen los sentimientos
de belleza y fealdad, limpieza e inmundicia, en la dinámica
interactiva y en la acción cultura! de estereotipar que con
llevan el racismo, el sexismo, la homofobia y la discrimina
ción en razón de la edad y la discapacidad.
En nuestra sociedad las reacciones de inquietud y aver
sión frente a la presencia física de los otros contribuyen a la
opresión. Sin embargo, tales reacciones culturales son gene
ralmente inconscientes, y a menudo las percibimos en per
sonas de pensamiento liberal que pretenden tratar a todos
los individuos con igual respeto. Dado que las teorías mo
rales tienden a centrarse en la acción deliberada para la cual
buscan distintas vías de justificación, generalmente no so
meten a consideración las fuentes sociales de opresión no
intencionada. Sin embargo, una concepción de la justicia
que no encuentre o no busque soluciones que pongan fin a
estas fuentes culturales de opresión resulta inadecuada. Ana
lizo en este libro algunas soluciones relativas al proceso de
toma de conciencia y a la toma de decisiones culturales.
Un cambio cultural de este tipo tiene lugar en parte
cuando los grupos marginados consiguen desarrollar formas
de expresión cultura! para redefinir una imagen positiva de
ellos mismos. En los últimos veinte años, feministas, acti
vistas de los movimientos de liberación de la gente negra,
indígenas americanas, gente discapacitada y otros grupos
oprimidos, al ser catalogados como cuerpos temerosos, han
reafirmado tales imágenes de diferencia positiva. Tales mo
vimientos de orgullo de grupo han cuestionado el ideal de
liberación entendido como la eliminación en la vida políti
ca e institucional de las diferencias de grupo. En el capítu
lo 6 defiendo, en cambio, principios y prácticas que identi
fican la liberación con la igualdad social que afirma las
diferencias de grupo y promueve la inclusión y la participa
ción de todos los grupos en la vida pública.
Originariamente, el principio de igualdad de trato se
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presentó como una garantía forma! de tratamiento equitati
vo e inctusivo. Sin embargo, esta interpretación mecánica de
!a equidad también elimina !a diferencia. La poiítica de !a
diferencia a veces implica ignorar e! principio de igua! tra
tamiento a favor de! principio que postu!a que tas diferen
cias de grupo deberían ser reconocidas en !as políticas pú-
bücas y en tas políticas y procedimientos de tas instituciones
económicas, con et objetivo de reducir !a opresión rea! o po
tencia). A través de ejemplos tomados det debate legal con
temporáneo —que incluye debates sobre la igualdad y la
diferencia en la liberación de las mujeres, la educación bi
lingüe y los derechos de la gente indígena—, sostengo que,
a veces, reconocer derechos especiales a los grupos es el
único camino para promover una participación completa.
Hay quien teme que un tratamiento diferencial de este tipo
estigmatice una vez más a estos grupos. Muestro aquí cómo
esto puede ser así solo si continuamos entendiendo la dife
rencia como oposición, identificando la igualdad con ser
idénticos y la diferencia con desviación o desvalorización.
El reconocimiento de la diferencia de grupo requiere tam
bién un principio de toma de decisiones políticas que alien
te la organización autónoma de los grupos en la sociedad.
Esto significa establecer procedimientos para asegurar que
la voz de cada grupo sea oída en la sociedad a través de ins
tituciones con representación de grupo.
Dentro del contexto de un principio general que pro
mueva el prestar atención a las diferencias de grupo con vis
tas a socavar la opresión, los programas de acción afirmati
va no son tan extraordinarios como a veces quiere hacer
pensar la retórica contemporánea. En el capítulo 7 defiendo
los programas de acción afirmativa no por razones de com
pensación por la discriminación del pasado, sino como un
medio importante para socavar la opresión, especialmente la
opresión que resulta de aversiones inconscientes y de la crea
ción de estereotipos, así como de la pretensión de que el
punto de vista de los individuos privilegiados es neutral. La
discusión en tomo a la acción afirmativa tiende, sin embar
go, a reducirse al paradigma distributivo de la justicia. Cen
26
trada solo en la distribución entre los grupos de posiciones
de alto reconocimiento y prestigio, la discusión tiende a pre
suponer instituciones y prácticas cuya justicia no se cues
tiona. Examino en particular dos presupuestos: la idea de
que las posiciones pueden y deberían ser distribuidas de
acuerdo con criterios de mérito, y la división jerárquica del
trabajo que hace que ciertas posiciones escasas sean alta
mente reconocidas mientras que la mayoría de las posicio
nes se vuelven menos deseables.
El ideal de distribución de posiciones conforme al méri
to es un caso particular del ideal de imparcialidad. Los cri
terios de mérito presuponen la existencia de medidas objetivas
y de formas de predecir los resultados del trabajo técnico, in
dependientes de atributos culturales y normativos. Sostengo,
en cambio, que ninguna de tales medidas existen realmente;
la asignación de trabajo es inevitablemente política, en el
sentido de que implica valores y normas específicas que no
se pueden separar de las cuestiones de competencia técnica.
Si la distribución de posiciones escasas en razón del mérito
es imposible, la legitimidad de las propias posiciones pasa a
ser cuestionable. La división jerárquica del trabajo, que lo
clasifique según se trate de tareas de deñnición o de tareas
de ejecución, instaura la dominación y produce o refuerza al
menos tres formas de opresión: explotación, carencia de po
der e imperialismo cultural. Parte de esta injusticia puede ser
mitigada indirectamente a través de la democratización del
trabajo. Pero la división del trabajo entre tareas de deñnición
y tareas de ejecución debe ser atacada también de manera di
recta para eliminar los privilegios de la formación especiali
zada y asegurar que todas las personas tengan un trabajo que
les permita desarrollar sus capacidades.
Las críticas al liberalismo y a la burocracia del bienes
tar a menudo apelan al idea! de comunidad como una visión
distinta de la vida social. La comunidad representa un ideal
de vida pública compartida, de mutuo reconocimiento e
identificación. El capítulo ñnal de este trabajo sostiene que
el ideal de comunidad elimina también la diferencia entre
los sujetos y los grupos. La incitación a la comunidad a me
27
nudo coincide con el deseo de preservar !a identidad y en ia
práctica excluye a ios individuos que amenazan ese sentido
de la identidad. Propongo aquí otro ideal de relaciones so
ciales y de política que parte de nuestra experiencia real so
bre la vida en la ciudad. Idealmente, la vida en la ciudad en
cierra cuatro virtudes que representan la heterogeneidad más
que la unidad: diferenciación social sin exclusión, diversi
dad, erotismo y publicidad.
Lejos del ideal, las ciudades norteamericanas contempo
ráneas presentan en verdad numerosas injusticias. Los movi
mientos de capitales y las decisiones sobre el uso del terre
no urbano producen y reproducen injusticias que una teoría
centrada principalmente en modelos de distribución no pue
de captar adecuadamente. Injusticias adicionales se derivan
de la separación de funciones y de la segregación de grupos
que producen la división de las ciudades por zonas y el fe
nómeno de los asentamiento suburbanos. Sin embargo, al
contrario de lo que sostienen muchas teorías de la democra
cia, pienso que el incrementar la autonomía local exacerba
ría estos problemas. El ideal normativo de la vida en la ciu
dad se realizaría mejor a través de un gobierno regional
metropolitano basado en instituciones representativas, empe
zando por las asambleas vecinales. Termino el libro con un
breve análisis sobre cómo se podrían aplicar las cuestiones
aquí presentadas a cuestiones de justicia internacional.
Con el propósito de lograr una teoría sistemática, gran
parte de los escritos filosóficos se dirigen a un público in
tegrado abstractamente en su totalidad por personas razona
bles desde el punto de vista de cualquier persona razonable.
Dado que entiendo que la teoría crítica parte de una ubica
ción específica en una sociedad especíñca, puedo afirmar
que en este escrito ni soy imparcial ni pretendo abarcarlo
todo. No pretendo hablar para todos los públicos, ni a todos,
ni sobre todo.
Mi pasión política personal empieza por el feminismo,
y de mi participación en el movimiento de mujeres contem
poráneo aprendí por primera vez a identificar la opresión y
a desarrollar reflexiones teóricas sociales y normativas so
28
bre este fenómeno. Mi feminismo, sin embargo, siempre ha
sido complementado por ei compromiso y ia participación
en movimientos contra la intervención miiitar en e! extran
jero y a favor de la reestructuración sistemática de ias cir
cunstancias sociales que mantienen a tanta gente recluida en
sus hogares, en condiciones de pobreza y en situación de
desventaja. La interacción del feminismo con el marxismo,
así como con la teoría y la práctica democrática de la parti
cipación, dan cuenta de! entendimiento plural de la opresión
y la dominación que presento en estas páginas.
Mis propias reflexiones sobre la política de la diferencia
causaron una incendiaria discusión en el movimiento de mu
jeres respecto de la importancia y la dificultad de reconocer
las diferencias de clase, raza, sexualidad, edad, capacidad y
cultura entre las mujeres. En la medida en que mujeres de
color, mujeres discapacitadas, mujeres ancianas y otras mu
jeres han dado a conocer cada vez más —y a través del dis
curso feminista— sus experiencias de exclusión, invisibili
dad o sometimiento a estereotipos, se ha hecho cada vez
más insostenible la presunción de que el feminismo identi
fica y busca cambiar una común posición de las mujeres.
No pienso en absoluto que esto signiñque el fin del discur
so específicamente feminista ya que sigo experimentando,
como lo hacen muchas mujeres, la afinidad que me une con
otras mujeres, incluso a través de las diferencias y que he
mos llamado hermandad. No obstante, esta discusión me ha
obligado a ir más allá de una perspectiva específicamente
centrada en la opresión de las mujeres para intentar enten
der también la posición social de otros grupos oprimidos.
Como mujer blanca, heterosexual, de clase media, capa
citada físicamente y no anciana, no puedo pretender hablar
para los movimientos radicales de personas negras, latinas, in
dígenas, gente pobre, lesbianas, gente anciana y discapacita
das. Pero el compromiso político con la justicia social que
motivan mis reflexiones filosóficas me dice que al mismo
tiempo no puedo prescindir de ellos. Así, aunque mi pasión
personal comienza por el feminismo y reflexiono sobre la ex
periencia y las ideas de la paz, el medio ambiente y los mo
29
vimientos contra e] intervencionismo, en ios que he participa
do, ios argumentos que desarroiio en este iibro surgen de ia re
flexión sobre ia experiencia y ias ideas de otros movimientos
de grupos oprimidos, en ia medida en que puedo entender esa
experiencia a través de ia iectura y ei diáiogo con personas que
están en eiios. Así, a pesar de que no intento aquí habiar para
todas ias personas razonables, sí me propongo hablar desde po
siciones múitipies y sobre ia base de ia experiencia de aigunos
movimientos sociaies contemporáneos.
Tengo ia sensación de que quienes se dedican a ia filo
sofía reconocen menos aún ia parcialidad de ia audiencia
hacia ia que se dirigen sus argumentos que ia particuiaridad
de ia perspectiva de sus escritos. En este iibro hago aigunas
afirmaciones que tai vez no todos ios individuos razonables
compartan: que ia igualdad básica para todas ias personas
respecto de su situación vitai es un valor mora!; que hay
profundas injusticias en nuestra sociedad que pueden ser
rectificadas soio a través de cambios institucionales básicos;
que ias estructuras de dominación impregnan injustamente
nuestra sociedad. Seguramente muchas intelectuales y per
sonas de la política simpatizan hoy !o suficiente con estas
afirmaciones como para querer participar en ia discusión so
bre aigunas de sus impiicaciones en ia concepción e imagi
nación de ia justicia social. Respecto de quienes no com
partan una o varias de estas afirmaciones espero, no obstante,
que ei análisis y los argumentos volcados en este iibro esti
mulen un fructífero diáiogo.
30
CAPÍTULO PRtMERO
E L PARADIGMA DISTRIBUTIVO
69
CAPÍTULO II
Et/y/oíacíón
91
cismo existe )a presunción, más o menos aceptada, de que
ios miembros de tos grupos raciaies oprimidos son o debe
rían ser sirvientes de quienes —o de aigunos de quienes—
se ubican en e) grupo priviiegiado. En ia mayoría de ias so
ciedades biancas racistas esto significa que mucha gente
bianca tiene sirvientes domésticos de pie) oscura o amaríiia,
y hoy en día en Estados Unidos subsiste una significativa
estructuración raciai dei servicio doméstico privado. Pero
gran parte de! trabajo en ei sector servicios de ese país se
ha vueito púbiico: cuaiquiera que va a un buen hote) o a un
buen restaurante puede tener sirvientes. Son sirvientes quie
nes a menudo asisten en ias actividades diarias —y noctur
nas— a tos ejecutivos de negocios, funcionarios de gobierno
y otros profesionaics de aito nivei. En nuestra sociedad exis
te aún una fuerte presión cuiturai para ocupar ios trabajos de
sirviente —botones, portero, camarera, conductor, etc.— con
trabajadores o trabajadoras negras y iatinas. Estos trabajos
coniievan una transferencia de energías a través de ia cuai
ios servidores refuerzan ia categoría de ios servidos.
Sin embargo, ai habiar de trabajo de servir generaimen-
te se hace referencia no soto ai hecho de servir, sino tam
bién a un trabajo servii, no cuaiiñcado, mai pagado, caren
te de autonomía, en ei cuai una persona está sujeta a recibir
órdenes de mucha gente. Ei trabajo de servir tiende a ser un
trabajo auxiiiar, instrumenta) ai trabajo de otras personas
que son ias que reciben ei principa) reconocimiento por ha
cer ei trabajo. Los obreros en una obra en construcción, por
ejempio, están sometidos a ia voiuntad de ios soidadores,
ios eiectricistas, ios carpinteros y otros trabajadores cualifi
cados que reciben un reconocimiento por ei trabajo hecho.
Antiguamente, en ios Estados Unidos ia discriminación ra
ciai expiícita reservaba ei trabajo de servir para ias personas
negras, chicanas, indígenas y chinas, y ei trabajo de servir
aún tiende a vincuiarse a ios trabajadores y trabajadoras ne
gras y iatinas (Symanski, 1985). Presento esta categoría dei
trabajo de servir en tanto forma de explotación raciaimente
específica como una categoría provisionai que necesita ser
expiorada.
92
La injusticia de ]a expiotación se entiende usuaímente
sobre !a base de un modeio distributivo. Bruce Ackerman,
por ejempio, y aunque no ofrece una definición explícita dei
concepto, parece entender por «expiotación» una distribu
ción gravemente desiguai de riqueza, ingresos y otros re
cursos, basada en ios grupos y estructuraimente persistente
(Ackerman, i 980, cap. 8). La definición de expiotación de
John Roemer es más iimitada y rigurosa: «Un sujeto es ex
plotado cuando !a cantidad de trabajo incorporado a cim/-
conjunto de bienes que pueda recibir en una distribu
ción factible dei producto neto de ia sociedad es menor que
el trabajo que éi realizó» (Roemer, 1982, pág. 122). Tam
bién esta definición desvia el núcleo conceptual, de las re
laciones y procesos institucionales a los resultados distri
butivos.
Jeffrey Reiman sostiene que tal concepción distributiva
de la explotación reduce la injusticia de los procesos de clase
a una función de la desigualdad en las ventajas productivas
que poseen las clases. De acuerdo con Reiman, este enfoque
omite la relación de fuerzas entre capitalistas y trabajadores,
el hecho de que el desigual intercambio en cuestión ocurre
dentro de estructuras coercitivas que dan pocas opciones a
las personas trabajadoras (Reiman, 1987; cfr. Buchanan, 1982,
págs. 44-49; Holmstrom, 1977). La injusticia de la explota
ción radica en los procesos sociales que llevan a cabo una
transferencia de energías de un grupo a otro para producir
distribuciones desiguales, y en el modo en que las institu
ciones sociales permiten la acumulación por parte de pocas
personas, al tiempo que limitan al resto de la gente. Las in
justicias de la explotación no se eliminan a través de la re
distribución de bienes, ya que mientras no se modifiquen las
prácticas institucionalizadas y las relaciones estructurales,
los procesos de transferencia volverán a crear una desigual
distribución de beneficios. Hacer justicia donde hay explo
tación requiere reorganizar las instituciones y las prácticas
de toma de decisiones, modificar la división del trabajo, y
tomar medidas similares para el cambio institucional, es
tructural y cultural.
93
Cada vez más en tos Estados Unidos ta opresión racial
tiene tugar en forma de marginación más que de exptota-
ción. Las personas marginates son aquéttas a tas que et sis
tema de trabajo no puede o no quiere usar. No soto en tos
países capitatistas det tercer mundo, sino también en ta ma
yor parte de tas sociedades capitatistas de occidente, existe
una subctase en crecimiento de gente confinada permanen
temente a una vida de marginación sociat, que en su mayo
ría está marcada raciatmente —gente negra o indígena en
América Latina, y gente negra, india proveniente de orien
te, europea det este o norafricana, en Europa.
Sin embargo, ta marginación no es de ningún modo et
destino soto de grupos raciatmente marcados. En tos Estados
Unidos, una proporción vergonzosamente grande de ta po-
btación es margina): ta gente mayor —y cada vez más ta
gente que no es muy mayor, pero que ha sido despedida de
su trabajo y no puede encontrar uno nuevo— ; ta gente
joven, especialmente negra o tatina, que no puede encon
trar su primer o segundo trabajo: muchas madres sotteras
y sus hijos e hijas; otra gente invotuntariamente desemptea-
da; mucha gente menta) y físicamente discapacitada; gente
indígena, especialmente aquéttas personas que viven en re
servas.
La marginación es ta) vez ta forma más petigrosa de
opresión. Una categoría compteta de gente es expulsada de ta
participación útit en ta sociedad, quedando así potenciat-
mente sujeta a graves privaciones materiates e incluso al ex
terminio. Las privaciones materiates que a menudo causan
ta marginación son sin duda injustas, especialmente en so
ciedades donde otras personas tienen de todo en abundan
cia. Las sociedades capitatistas avanzadas de nuestros días
han reconocido, en principio, ta injusticia de tas privaciones
materiales causadas por ta marginación, y han dado algunos
pasos para hacerle frente proporcionando subsidios y servi
cios de asistencia sociat. La continuidad de este estado de
bienestar no está en absoluto asegurada, y en ta mayor par-
94
te de tas sociedades en tas que existe un estado de bienes
tar, especiatmente en tos Estados Unidos, tas redistribucio
nes de bienestar no etiminan et sufrimiento y tas privacio
nes a gran escata.
Sin embargo, tas privaciones materiates, que pueden ser
enfrentadas a través de potfticas sociates redistributivas, no
agotan et atcance det daño causado por ta marginación.
Existen dos categorías de injusticia que van más attá de ta
distribución y que en tas sociedades capitatistas avanzadas
se asocian a ta marginación. En primer tugar, ta provisión
de bienestar en sí misma produce nuevas injusticias at pri
var a quienes dependen de etta de tos derechos y libertades
que tienen otras personas. En segundo tugar, aun cuando tas
privaciones materiates sean mitigadas de alguna manera por
et estado de bienestar, ta marginación es injusta porque blo
quea tas oportunidades de ejercer tas capacidades en modos
sociatmente definidos y reconocidos. Explicaré por separa
do cada una de estas categorías.
Tradicionatmente, et liberalismo ha afirmado et derecho
de todo agente racional autónomo a una ciudadanía igual. El
primer liberalismo burgués exctuía explícitamente de la ciu
dadanía a todas aquellas personas cuya razón era cuestiona
r e o no plenamente desarrollada, y a todas aquellas que no
eran independientes (Pateman, 1988, cap. 3; cfr. Bowtes y
Gintis, 1986, cap. 2). De este modo, ta gente pobre, tas mu
jeres, tas personas dementes o enfermas mentales y tos me
nores quedaban exptícitamente excluidos de la ciudadanía, y
mucha de esta gente era atojada en instituciones diseñadas
a imitación de ta prisión moderna: asilos de pobres, mani
comios, escuetas.
Hoy en día ta privación de iguales derechos de ciuda
danía que padecen tas personas dependientes está levemen
te escondida bajo ta superficie. Dado que dependen de ins
tituciones burocráticas que tes faciliten apoyo o servicios,
tas personas mayores, pobres o discapacitadas mentales o fí
sicas están sujetas a un tratamiento paternalista, punitivo,
degradante y arbitrario por parte de ta gente y tas potíticas
asociadas a tas burocracias det bienestar. Ser dependiente en
95
nuestra sociedad impiica estar legítimamente sujeta a la fre
cuentemente arbitraria e invasiva autoridad de quienes su
ministran servicios sociaies, y de otros administradores pú
blicos y privados que aplican reglas que la persona marginal
debe acatar, ejerciendo además poder sobre sus condiciones
de vida. En la tarea de satisfacer las necesidades de las per
sonas marginadas, a menudo con la ayuda de disciplinas
científico-sociales, tos organismos de bienestar crean ellos
mismos las necesidades. Las profesionales del servicio mé
dico y sociat saben qué es bueno para las personas a las que
sirven, y las propias personas marginales y dependientes no
tienen el derecho de solicitar saber qué es bueno para ellas
(Fraser, 1987a; K. Ferguson, 1984, cap. 4). Es así como de
pendencia implica en nuestra sociedad, como ha significado
en todas las sociedades liberales, autorización suficiente
para suspender los derechos básicos a la privacidad, el res
peto y la elección individua!.
A pesar de que en nuestra sociedad la dependencia pro
duce condiciones de injusticia, en sí misma no es necesa
riamente opresiva. No podemos imaginar una sociedad en la
que no existan personas que necesiten depender de otras al
menos durante parte del tiempo: menores, gente enferma,
mujeres que se recuperan de un parto, gente mayor que se
ha vuelto frágil, deprimida o necesitada emocionalmente,
tienen todas ellas el derecho moral a depender de otras per
sonas para su subsistencia y sostén.
Una contribución importante de la teoría mora! feminis
ta ha sido el cuestionar la presunción, profundamente arrai
gada, de que el ser moral y la ciudadanía plena requieren
que la persona sea autónoma e independiente. Las feministas
han mostrado que esta presunción es inadecuadamente indi
vidualista y deriva de una experiencia específicamente mas
culina de las relaciones sociales, que valora la competencia
y el éxito individual (véase Gilligan, 1982; Friedman, 1985).
La experiencia de las mujeres respecto de las relaciones so
ciales, surgida tanto de las responsabilidades de cuidado do
méstico típicas de las mujeres como del tipo de trabajo pa
gado que hacen muchas de ellas, tiende a reconocer la
96
dependencia como una condición humana básica (cfr. Hart-
sock, i 983, cap. 10). Mientras que en el modelo de la auto
nomía una sociedad justa daría a la gente —tanto como fue
ra posible— la oportunidad de ser independiente, el modelo
feminista concibe la justicia como el reconocimiento de res
peto y participación en la toma de decisiones, tanto a quie
nes son dependientes como a quienes son independientes
(Held, 1987b). La dependencia no debería ser una razón
para ser privada de la posibilidad de elección y respeto, y
gran parte de la opresión que experimentan muchas perso
nas marginales podría disminuir si prevaleciera un modelo
de derechos menos individualista.
La marginación no deja de ser opresiva cuando se tiene
refugio y comida. Mucha gente mayor, por ejemplo, tie
ne medios suficientes para vivir de manera confortable y sin
embargo está oprimida en su estatus marginal. Aun en el
caso de que se proporcionara a las personas marginales una
vida confortable en términos materiales dentro del marco de
instituciones que respetaran su libertad y dignidad, las in
justicias de la marginación subsistirían bajo la forma de
aburrimiento, inutilidad y falta de autoestima. La mayor par
te de las actividades productivas y reconocidas de nuestra
sociedad tienen lugar en contextos de cooperación social or
ganizada, y las estructuras y procesos sociales que dejan a
las personas fuera de la participación en dicha cooperación
social son injustas. De modo que aunque la marginación im
plica claramente importantes cuestiones de justicia distribu
tiva, conlleva además la privación de condiciones culturales,
prácticas e institucionales, para el ejercicio de las capacida
des en un contexto de reconocimiento e interacción.
El hecho de la marginación plantea cuestiones estructu
rales básicas de justicia, en particular cuestiones vinculadas
a la conveniencia de la conexión entre la participación en
actividades productivas de cooperación social, por un lado,
y el acceso a los medios de consumo, por el otro. Dado que
la marginación está aumentando sin que se vean signos de
disminución, algunos análisis de política social han introdu
cido la idea de un «salario social» como un ingreso asegü-
97
rado proporcionado por ¡a sociedad, no vinculado al sistema
de salarios. Sin embargo, la reestructuración de la actividad
productiva con vistas a conseguir un derecho de participa
ción, implica organizar alguna actividad socialmente pro
ductiva fuera del sistema de salarios (véase Offe, 1985,
págs. 95-100), a través de trabajo público o de colectivos de
autoempleo.
Carencia de peder
cH/íMro/
108
La violencia de grupo, además, se aproxima a la legiti
midad, en el sentido de que es tolerada. A menudo quienes
son observadores no se sorprenden ante la violencia porque
es un hecho frecuente y se la ve como una posibilidad cons
tante en el horizonte del imaginario social. Aun en el caso
de que sean atrapados, quienes han perpetrado actos de vio
lencia o acoso dirigidos a grupos, a menudo no reciben nin
gún castigo o reciben solo castigos leves; en este sentido la
sociedad hace que sus actos sean aceptables.
Un aspecto importante de la violencia al azar, sistémi-
ca, es su irracionalidad. La violencia xenófoba difiere de la
violencia de Estado o la represión perpetrada por las clases
gobernantes. La violencia represiva se basa en motivos ra
cionales, aunque sean motivos perversos: los gobernantes
usan la violencia como una herramienta coercitiva para
mantener su poder. Muchos escritos sobre la violencia ra
cista, sexista u homofóbica intentan explicar sus motivacio
nes como un deseo por mantener los privilegios o poder de
un grupo. No dudo de que el temor a la violencia a menu
do funcione para mantener subordinados a los grupos opri
midos, pero no creo que la violencia xenófoba esté racio
nalmente motivada del modo en que lo está, por ejemplo, la
violencia contra las personas en huelga.
Por el contrario, la violencia que acompaña a la viola
ción, el maltrato, la matanza y acoso de mujeres, gente de
color, gays y personas de otros grupos marcados, está moti
vada por el temor u odio hacia esos grupos. A veces el mo
tivo puede ser el simple deseo de poder, de victimizar a esas
personas marcadas como vulnerables, por el propio hecho
social de que están sujetas a la violencia. Si esto es así, tal
motivo es secundario en el sentido de que depende de una
práctica social de violencia de grupo. El que las causas de
la violencia se basen en el temor u odio hacia otras perso
nas implica, al menos en parte, inseguridades por parte de
quienes ejercen la violencia; su irracionalidad sugiere la pre
sencia de procesos inconscientes. En el capítulo 5 analizaré
la lógica que hace que algunos grupos provoquen odio y te
mor al ser definidos como cuerpos feos y repugnantes; pre
109
sentó un entoque psicoanalítico que conecta el temor y el
odio hacia atgunos grupos con el temor a !a pérdida de iden
tidad. Creo que taies temores inconscientes dan cuenta de a!
menos una parte de )a opresión que aquí he Mamado violen-
cia. Los mismos temores podrían también dar cuenta, en
parte, de) imperiahsmo cuhurai.
Más aún, e) imperiahsmo cuitura! se cruza con !a vio-
tencia. Quienes están bajo e) influjo de) imperiahsmo cultu-
ra) podrían rechazar tas pretensiones dominantes e intentar
atlrmar su propia subjetividad, o e) hecho de su diferencia
cuttura) podría poner en cuestión )a pretensión de universa-
hdad imptícita en )a cuttura dominante. La disonancia ge
nerada por un desafío semejante a ias pretensiones cultura-
tes hegemónicas puede ser también una fuente de vio!encia
irraciona).
La viotencia es una forma de injusticia que !a concep
ción distributiva de )a justicia parece no poder captar. Ésta
puede ser )a razón de que )as discusiones contemporáneas
sobre )a justicia rara vez )a mencionen. He sostenido que la
viotencia dirigida a ciertos grupos está institucionalizada y
es sistémica. En ia medida en que las instituciones y las
prácticas sociales alientan, toleran o permiten que se lleve a
cabo la violencia contra miembros de grupos determinados,
dichas instituciones y prácticas son injustas y deberían re
formarse. Tal reforma podría requerir la redistribución de
recursos o de posiciones sociales, pero en gran medida esto
solo puede hacerse a través de un cambio en las imágenes
culturales, en los estereotipos, y en la reproducción munda
na de relaciones de dominación y aversión que está en los
gestos de la vida cotidiana. En el capítulo 5 planteo estrate
gias para dicho cambio.
La insurrección y la sociedad
de bienestar capitalista
119
ayudas a ta vivienda, y ayudas en dinero, intentan satisfacer
tas necesidades de atgunas ciudadanas y ciudadanos. Cier
tos aspectos de ta potítica fiscat de tos Estados Unidos du
rante tos úttimos treinta años han tenido et efecto de redis
tribuir et ingreso de tas ctases medias y attas hacia ta gente
pobre, a pesar de que tas reformas fiscates recientes han re
vertido esta tendencia. Las propias ctases medias se han be
neficiado de préstamos para estudiantes universitarios y
exenciones fiscates para tas hipotecas sobre ta vivienda. Las
ayudas a ta educación y ta formación profesionat, así como
ta apticación de ta tegistación sobre iguatdad de oportuni
dades, crean trabajadoras y trabajadores capacitados para te
ner un empteo y en cierta medida se proponen etiminar ta
discriminación raciat y sexuat. Más aún, tos organismos es-
tatates, provinciates y municipates proveen de un amptio
sector de empteos, y han sido especiatmente importantes
para amptiar tas oportunidades de trabajo profesionat de tas
personas negras, tatinas, indígenas y mujeres. La regutación
sobre ta catidad de tos productos proporciona un importan
te grado de protección para et consumidor.
Estos dos aspectos de ta actividad estatat en ta sociedad
corporativa de bienestar —ta ayuda a ta acumutación de ca-
pitat y ta satisfacción de tas necesidades de tas ciudadanas
y ciudadanos particutares— se refuerzan mutuamente. Los
programas para ta satisfacción de necesidades se deben pa
gar a través de tos ingresos provenientes de tos impuestos,
y requieren por tanto una economía en expansión. Así, bajo
¡as condiciones de ta empresa privada tos programas de bie
nestar sociat necesitan de ta regutación estatat de ta econo
mía, tanto como de ta ayuda en infraestructura. Los progra
mas de educación y formación benefician a tos individuos
que forman parte de etlos, pero también benefician a tas
corporaciones y organismos que contratan a esos individuos.
!31
LA SOCtEDAD REGLADA Y LAS NUEVAS FORMAS
DE DOMtNAOÓN
LA <NSURRECC)ÓN Y LA REPOUTtZACtÓN
DE LA V)DA PÚBUCA
151
pondré de manifiesto más en detaiie en tos capítutos que si
guen, e! que tos grupos que experimentan et imperiatismo
cutturat potiticen ta cuttura imptica examinar cómo tas imá
genes de tos medios de comunicación, et tenguaje, tos mo
dos de comportamiento y ta dinámica interactiva contribu
yen a ta opresión que define a atguna gente como diferente
y desviada.
Puesto que en ta sociedad capitatista de bienestar et Es
tado está amptiamente despoetizado, tos movimientos de in
surrección encuentran tas mejores condiciones para crear y
cuttivar púbticos autónomos en et ámbito de ta sociedad ci-
vit (Keane, )984, págs. 225-256; )988, cap. 4). Estos movi
mientos repotitizan ta vida sociat y tratan a muchas insti
tuciones y prácticas existentes que normatmente no se
cuestionan, como susceptibtes de ser atteradas y sometidas
a etección. Dichos movimientos generan discusión acerca de
cómo podrían organizarse tas instituciones o de cómo po
drían encaminarse mejor ciertas prácticas.
Como veremos en et capítuto 4, ta teoría repubticanista
moderna, que define to potítico en términos de to púbtico,
tiende a presumir una esfera púbtica unitaria estructurada
por retaciones cara a cara simuttáneas (Arendt, t958; Bar-
ber, t984). Es importante observar que ta vida púbtica de
nuestra sociedad, cuatquiera que sea et atcance que pueda
ttegar a tener, no togra satisfacer estas condiciones. La dis
cusión púbtica suscitada por tos movimientos de insurrec
ción tiene tugar muy a menudo no en una única reunión,
sino en una heterogénea protiferación de grupos, asociacio
nes y foros con distintas perspectivas y orientaciones. Más
aún, una única discusión púbtica facititada por medios de
comunicación impresos y electrónicos podría Hevar varios
meses o incluso años, e implicaría a personas separadas por
enormes distancias y que nunca se encontrarían unas con
otras. Lo que hace que una discusión sea púbtica no es ni la
unidad ni ta proximidad, sino et que se reatice abiertamente.
152
LA DIALÉCTICA ENTRE POLÍTICA DE LA CONTENCIÓN
Y DEMOCRACIA
163
CAPÍTULO IV
El ideal de imparcialidad
y lo cívico público
167
ciar la existencia de foros públicos de deliberación y proce
dimientos colectivos de toma de decisiones. En este capítu
lo, sin embargo, sostengo que el moderno idea! de lo cívico
público es inadecuado. El ámbito público tradicional de la
ciudadanía universal ha operado en el sentido de excluir a
las personas identificadas con el cuerpo y los sentimientos,
especialmente las mujeres, las personas negras, indígenas y
judías. Muchas teorías contemporáneas de democracia par-
ticipativa mantienen la idea de un ámbito de lo cívico pú
blico en el que las ciudadanas y los ciudadanos dejan tras
de sí sus particularidades y diferencias. Dado que tal idea!
universalista continúa amenazando con la exclusión de al
gunas personas, el significado de «público» debería trans
formarse para pasar a mostrar el carácter positivo de la di
ferencia, la pasión y las experiencias de grupo.
L A )M POStB)HDAD DE LA tMPARCIAUDAD
178
acción sobre ia que decido será mía, y ei que sea mía
significa no soio que se llegará a eiia a través de esta de
liberación, sino que impiicará cambios en ei mundo res
pecto de ios cuaies yo seré empíricamente ia causa, y
respecto de ios cuaies estos deseos y esta deiiberación
serán eiio s m ism os, en aiguna medida, ia causa (W i-
iiiams, i 985, pág. 68).
205
CAPÍTULO V
* /V. /o 71. !Q son las iniciales de /ntfM gence gMottenf. o cociente inte
lectual, mal traducido hasta recientemente como coeficiente.
224
tán más extendidas que ios prejuicios y ia desvaiorización
discursiva, y no necesitan de esta úitima para reproducir ias
relaciones de privilegio y opresión. Los juicios sobre la
fealdad o la belleza, la atracción o la aversión, la inteligen
cia o la estupidez, la competencia o la ineptitud, etc., se ha
cen de manera inconsciente en los contextos interactivos y
en la cultura generalizada de los medios de comunicación,
y estos juicios a menudo marcan, estereotipan, devalúan o
degradan a algunos grupos.
Sostuve en el capítulo 2 que las diferencias de grupo no
son hechos «naturales». Dichas diferencias se hacen y se re
hacen constantemente en las interacciones sociales en las
que las personas se identifican a sí mismas y entre sí. En la
medida en que las diferencias de grupo son importantes para
la propia identificación y para la identificación de las demás
—como de hecho lo son en nuestra sociedad—, es imposi
ble ignorar esas diferencias en los encuentros cotidianos. En
mis interacciones, el sexo, raza y edad de una persona afec
tan mi conducta respecto de esa persona, y cuando el esta
tus de clase, ocupación, orientación sexual u otras formas de
estatus social de una persona se conocen o se sospechan, és
tas afectan también a la conducta. La gente blanca tiende a
ponerse nerviosa entre la gente negra, los hombres tienden
a ponerse nerviosos entre mujeres, especialmente en esce
narios públicos. En la interacción social el grupo social
mente superior a menudo evita estar cerca del grupo de me
nor estatus, evita el contacto con la mirada, no mantiene su
cuerpo en una actitud abierta.
Un hombre negro camina por una habitación grande en
una convención de negocios y nota que el nivel de ruido
disminuye, no completamente, pero decididamente disminu
ye. Una mujer que está con su marido en una agencia in
mobiliaria nota que el empleado, de manera continua y per
sistente, no se dirige a ella ni la mira, ni siquiera cuando
ella se dirige directamente a él. Una ejecutiva se molesta
porque su jefe normalmente la toca cuando están hablando,
pone su mano sobre su codo, su brazo alrededor de su hom
bro, con gestos paternales y de poder. Un hombre de ochen
225
ta años cuya audición es tan buena como ia de uno de vein
te nota que mucha gente ie grita cuando te habta, utitizando
oraciones infantites y cortas que podrían utitizar también
para habtar con un niño (Vesperi, 1985, págs. 50-59).
Los miembros de grupos oprimidos con frecuencia expe
rimentan esta sensación de ser evitados, de aversión, detec
tan expresiones de nerviosismo, condescendencia y tenden
cia a crear estereotipos. Para estas personas tat conducta, en
rcatidad ei encuentro en su totatidad, a menudo ttena de ma
nera dotorosa su conciencia discursiva. Tat conducta tas de-
vuetve a su identidad de grupo, haciendo que se sientan ob
servadas, señatadas o, a ta inversa, invisibtes, no tomadas en
serio o, aún peor, degradadas.
Sin embargo, quienes exhiben tat conducta raramente
son conscientes de sus acciones o de cómo hacen sentir a
tas otras personas. Mucha gente está comprometida de ma
nera bastante consciente con ta iguatdad y et respeto por tas
mujeres, ta gente de cotor, tos gays y tas tesbianas, y ta gen
te discapacitada, y no obstante etto en sus cuerpos y senti
mientos tienen reacciones de aversión o tendencia a¡ recha
zo de tos miembros de estos grupos. La gente elimina taies
reacciones de su conciencia discursiva por varias razones.
En primer tugar, como anatizaré más adetante en otro apar
tado, estos encuentros y tas reacciones que ettos provocan
amenazan en cierto grado ta estructura de su sistema básico
de seguridad. En segundo tugar, nuestra cuttura continúa se
parando ta razón de! cuerpo y ta afectividad, y por tanto
continúa ignorando y devatuando et significado de tas reac
ciones corporales y tos sentimientos. Finalmente, e! impera
tivo tiberat de que tas diferencias no deberían marcar nin
guna diferencia, sanciona con et silencio a esas cosas que en
et nivet de ta conciencia práctica ta gente «sabe» sobre et
significado de tas diferencias de grupo.
De este modo, tos grupos oprimidos por tas estructuras
de imperialismo cuiturat que tos señaian como tos «otros»,
como diferentes, no soto sufren la humillación de una con
ducta de aversión, rechazo o condescendencia, sino que ge
neralmente deben experimentar dicha conducta en silencio,
226
incapaces de contrastar sus percepciones con las percepcio
nes de otras personas. La etiqueta sociat dominante a me
nudo considera indecoroso y poco discreto el señalar la di
ferencia racial, sexual, de edad o capacidad en escenarios y
encuentros públicos e impersonales. La incomodidad y el
enfado de las personas oprimidas frente a esta conducta que
otras personas manifiestan hacia ellas debe por tanto per
manecer en silencio si esperan ser incluidas en dichos con
textos públicos, y no alterar la rutina llamando la atención
respecto de las formas de interacción. Cuando las más au
daces nos quejamos por estos signos mundanos de opresión
sistemática, somos acusadas de ser criticonas, exageradas,
de hacer un mundo de la nada, o de no comprender en ab
soluto la situación. El coraje de presentar a la conciencia
discursiva la conducta y las reacciones que tienen lugar en
el nivel de la conciencia práctica se topa con negativas y
con potentes gestos que apuntan a silenciar la cuestión, lo
cual puede hacer que la gente oprimida sienta que enloque
ce un poco.
El racismo, el sexismo, la homofobia y la discriminación
en razón de la edad y la discapacidad, cuando son incons
cientes se manifiestan no solo en reacciones corporales y
sentimientos y en su expresión a través de la conducta, sino
también en las opiniones sobre las personas y las políticas.
Cuando la moral pública está comprometida con los princi
pios de igual trato e igual valor de todas las personas, la
moral pública requiere que los juicios sobre la superioridad
o inferioridad de las personas se hagan individualmente de
acuerdo con las aptitudes individuales. Sin embargo, como
desarrollaré más en profundidad en el capítulo 7, los temo
res, aversiones y desvalorizaciones de los grupos señalados
como diferentes a menudo intervienen inconscientemente en
los juicios sobre las aptitudes. A través de un fenómeno que
Adrián Piper (1988) llama discriminación de orden superior,
la gente con frecuencia menosprecia atributos que en otra
persona se considerarían dignos de elogio, porque están li
gados a miembros de ciertos grupos. La asertividad y el
pensamiento independiente pueden verse como signos de
227
buen carácter, de atguien a quien quisieras tener en tu equi
po, pero cuando se encuentran en una mujer se pueden
transformar en estridencia o incapacidad para cooperar. Una
mujer podría vaiorar la amabilidad y !a suavidad en e) tono
de voz de un hombre, pero si estos atributos se encuentran
en un hombre gay pasan a ser signos de reserva y falta de
integridad. La aversión hacia ciertos grupos o su desvalori
zación es reemplazada por el juicio sobre el carácter o la ap
titud supuestamente desconectadas de los atributos de gru
po. Dado que quien juzga o emite una opinión reconoce y
cree sinceramente que la gente no debería ser desvalorizada
o rechazada simplemente por ser miembro de un grupo,
quien juzga niega que los juicios sobre las aptitudes tengan
un sesgo racista, sexista u homofóbico.
Procesos similares de sustitución tienen lugar a menudo
en los argumentos que aparecen en las políticas públicas
y en las razones que los sustentan. Dado que el derecho y
la política están formalmente comprometidos con la igual
dad, las afirmaciones relativas a los privilegios de raza o gé
nero están en clave o se ubican bajo rúbricas distintas a la
afirmación de la superioridad racial o sexual (Omi y Wi-
nant, 1983). La discusión sobre la acción afirmativa es un
centro importante de racismo y sexismo encubierto o in
consciente. Charles Lawrence (1987) sostiene que el racis
mo inconscientemente subyace a muchas decisiones de po
líticas públicas, aunque la raza no está explícitamente en
cuestión y quienes formulan las políticas no tienen inten
ciones racistas. Hacia finales de los años 70, por ejemplo, la
ciudad de Memphis levantó un muro entre las secciones
blanca y negra de la ciudad; los motivos de los funcionarios
de la ciudad se basaban en la preservación del orden y la
protección de la propiedad. En muchas ciudades hay con
flictos por la ubicación y el tipo de viviendas públicas, en
las que las personas blancas que participan no discuten so
bre la raza y puede ser que no piensen en términos de raza.
Lawrence sostiene que en casos como éste el racismo in
consciente tiene un efecto poderoso, y que se ve la presen
cia del racismo si se presta atención al significado cultural
228
de ciertas cuestiones y decisiones: en ei vocabulario cultu
ral de la sociedad los muros significan separación y las vi
viendas públicas significan guetos negros pobres. El signifi
cado cultural del Sida en los Estados Unidos de hoy en día
se asocia con los hombres gay y con el estilo de vida gay,
a pesar de los grandes esfuerzos por parte de mucha gente
para terminar con esta asociación; en consecuencia, gran
parte de la discusión sobre la política en relación con el
Sida implicaría la homofobia, aun cuando quienes participan
en la discusión no mencionan a los hombres gay.
He sugerido que el racismo, el sexismo, la homofobia y
la discriminación en razón de la edad y la discapacidad es
tán a menudo presentes de manera inconsciente en las inter
acciones sociales y en la elaboración de políticas públicas.
Un último ámbito en el que estas aversiones, temores y des
valorizaciones están presentes es en los medios masivos de
comunicación orientados al entretenimiento, es decir, pelí
culas, televisión, revistas y sus anuncios publicitarios, etc.
¿Cómo es posible, por ejemplo, que una sociedad proclame
en sus normas formales y en sus instituciones públicas
que las mujeres son tan competentes como los hombres
y que deberían ser tenidas en cuenta por sus méritos para el
trabajo profesional, cuando esa misma sociedad produce ma
sivamente y distribuye logradas revistas y películas que re
presentan el abuso y degradación de la mujer en imágenes
que se supone que son sexualmente estimulantes? No hay
contradicción en esto si la realidad y la razón se separan de
la fantasía y el deseo. La función de entretenimiento de los
medios de comunicación en nuestra sociedad parece ser la
de expresar la fantasía desenfrenada; así, los sentimientos,
deseos, temores, aversiones y atracciones se expresan en los
productos de la cultura de masa, pero no aparecen en nin
guna otra parte. Los estereotipos racistas, sexistas, homofó-
bicos y discriminatorios en razón de la edad y la discapaci
dad proliferan en estos medios de comunicación, a menudo
en rígidas categorías que separan la encantadora belleza de
la grotesca fealdad, el reconfortante buen chico del malva
do amenazador. Si personas politizadas llaman la atención
229
respecto de tales estereotipos y desvalorizaciones como evi
dencia de una grave y nociva opresión de los grupos estereo
tipados y degradados, a menudo se encuentran con la res
puesta de que no deberían tomar en serio estas imágenes, ya
que quienes tas observan no lo hacen; éstas son solo fanta
sías inofensivas, y todo el mundo sabe que no tienen rela
ción con )a realidad. Una vez más, la razón es separada de!
cuerpo y et deseo, y sujetos racionales niegan estar ligados
a su cuerpo y sus deseos.
XENOFOBtA y ABYECCtÓN
254
J U S T ) C ) A Y R E V O L U C IÓ N C U L T U R A L
261
CAPÍTULO VI
Los movimientos sociales y la política
de la diferencia
jEAN-FRANCOtS LYOTARD
274
EMANCÍPACtÓN A TRAVÉS DE LA POLÍTtCA
DE LA DtFERENCtA
293
direcciones para tos miembros de tas minorías cutturates.
Como miembros ptenos de ta gran sociedad, tas personas
tienen ta opción de participar en et grado que ettas escojan.
También podrían orientarse hacia et interior, buscando ta
sotidaridad dentro de su grupo cuttura!, sin ser penatizadas
por tat etección (Karst. )986, pág. 337).
32 ¡
CAPÍTULO V i l
ANDRÉ GORZ
325
L A A CC IÓ N A H R M A U V A Y EL P R tN C tP tO D E NO D tS C R ¡M )N A C !Ó N
351
¡a forma det experimento, e! despiiegue de fuerza y e! es-
tahieeim iento de !a verdad. En et centro de! procedi
m iento de d isciptin a. e! exam en m anifiesta ei som e
tim iento de quienes son percibidas com o objetos y !a
objetivación de quienes están sometidas (Foucauit. i 977,
págs. ¡84-¡85).
352
quienes teorizan sobre tos tests y tos etaboran han intentado
presentar métodos para etiminar dicho sesgo. Esta investi
gación ha ofrecido importantes y refinados métodos para
identificar ta presencia de distorsiones en tos tests, pero tas
investigadoras han conctuido que no hay un método técnico
para prevenir tates distorsiones y para asegurar que un test
sea justo respecto de todas tas personas que to reaticen. En
ta etaboración de un test intervienen inevitablemente pata-
bras, frases y símbolos cuyo significado puede entenderse
en formas cutturatmente diversas. La formulación de un test
entraña una multitud de juicios y etecciones, cuatquiera de
tas cuates puede tener impticaciones cutturatmente específi
cas. Los estudiosos de tas distorsiones de tos tests parecen
conctuir en que quienes formutan tos tests y quienes tos uti-
tizan deben reconocer ta inevitabte especificidad normativa
y cutturat de tos tests estandarizados (Shepard, 1982).
Las normas, tos vatores y tos propósitos influyen en tas
decisiones respecto det contenido de tos tests, su formato, ta
ponderación de tos ítems y secciones, los métodos estadís
ticos usados para puntuar, etc. En el apartado siguiente sos
tengo que esto no imptica necesariamente que tos tests sean
matos métodos de evaluación. Lo importante es que no pue
de decirse que tos tests estandarizados proporcionen una
medida cuantitativa precisa e individualizada de ta aptitud
técnica o cognitiva, independiente y neutra) respecto de tos
vatores y ta cuttura.
L A POLÍTICA DE LA CUAUFtCACtÓN
378
CAPÍTULO V H I
JANE JACOBS
EL SUEÑO ROUSSEAUNtANO
386
ta. At asumir este punto de vista, nos abstraem os de
aquello que tenemos en común e intentamos entender lo
que la otra persona tiene de distinto. Intentamos com
prender las necesidades de la otra persona, sus motiva
ciones, lo que busca y lo que desea. Nuestra relación con
la otra está guiada por la norma de reciprocidad cow -
pie/nenfnrin: cada persona tiene derecho a esperar de la
otra persona — y a asumir respecto de ella— formas
de conducta a través de las cuales la otra se siente reco
nocida y confirmada com o un ser concreto, individual,
con necesidades, talentos y capacidades específicas... Las
categorías morales que acompañan a tales interacciones
son las de la responsabilidad, la vinculación y el com
partir. Los correspondientes sentimientos morales son los
de amor, cuidado, simpatía y solidaridad, y la visión de
la comunidad es una visión de necesidades y solidaridad
(Behabib, 1986, pág. 341).
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EPÍLOGO
Justicia internacional
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453
índice
AGRADECIMIENTOS ..................................................................................................... 9
INTRODUCCIÓN .............................................................................................................. 11
E t p a r a d ig m a d is tr ib u tiv o ............................................................................. 33
E ) p a r a d ig m a d is tr ib u tiv o p re s u p o n e y o c u ita e) c o n te x to in s titu -
c io n a i ................................................................................................................. 37
S o b r e e x te n d e r e t c o n ce p to ) d e d i s tr ib u c ió n .......................................... 45
L o s p r o b te m a s d e t d is c u r s o s o b r e ta d is tr ib u c ió n d e t p o d e r ...... 55
D e f in ir ta i n ju s tic ia c o m o d o m in a c ió n y o p r e s ió n .......................... 60
L a o p r e s ió n c o m o c o n c e p to e s tr u c tu r a ] ................................................. 73
E t c o n c e p to d e g r u p o s o c ia t ......................................................................... 77
L a s c a r a s d e t a o p r e s i ó n .................................................................................. 86
A p tic a rto s c rite rio s .......................................................................................... H0
455
L a d i a té c tic a e n tr e p o tític a d e ta c o n te n c ió n y d e m o c r a c ia ....... ¡5 3
L a d e m o c r a c ia c o m o c o n d ic ió n d e ¡a j u s t ic i a so c ia i ...................... ¡5 6
456
Las consecuencias potíticas no deseabies de) idea! de comunidad 392
La vida en )a ciudad como idea) normativo ............................... 396
Las ciudades y ia injusticia socia) ............................................... 403
Autoridad sin autonomía .............................................................. 4)5
457