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Escritora Libre

@ladriana22
Contenido
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Epílogo
Conoce la próxima novela de la autora:
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Biografía

El querido enemigo
Laura A. López
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Una frase para alegrar tu día:

«Lee y deja leer»


Capítulo 1

Como cada año, William Sanders, marqués de Asthon, sobrevivía a la


temporada social. Llevaba varios años asistiendo en solitario a cada salón
de baile. Ninguna joven había logrado conquistarlo, ni tenerlo pensando o
esperando como un tonto enamorado. Él no era como su amigo Spencer,
felizmente casado con una bella mujer, con su primera hermana casada y
con otras a punto de entrar al mercado matrimonial.
No veía el momento de dejar atrás el asunto de los bailes. Estaba
cansado de no sentirse animado para el matrimonio. Sabía que era su
obligación y que, en cualquier momento desafortunado, acabaría casándose
con alguien, pero ¿quién sería esa persona?
El marqués había estado investigando para encontrar una dama adecuada
para Spencer, pero al final acabó casándose con la menos esperada, aunque
la más conveniente. Mientras recopilaba información, era consciente de lo
difícil que era elegir a alguien a quien odiar el resto de su vida. Ya estaba a
punto de cumplir treinta y seis años.
Había pasado los últimos cinco años perdiendo el tiempo en los grandes
salones para complacer a su familia. Su madre y su abuela eran personas
bastante convencionales que deseaban que se casara, pero él no había
encontrado el aliento suficiente para hacerlo, o tal vez, fuera porque en cada
año no sufría tanto por la ingrata compañía de cierta dama a la que desde un
principio había rechazado, aunque últimamente le había tocado pasar varias
navidades y acontecimientos amistosos con Emma Malorie, la prima de
Victoria, la condesa de Nottingham.
Ambos se habían conocido tiempo atrás en una de las veladas a la que
asistió en compañía de Spencer con la intención de que este consiguiera una
mujer con varios requisitos. En un primer momento, William se había
sentido atraído por Victoria, pues la belleza de ella era deslumbrante. Sin
embargo, el escogido había sido Spencer. Todavía no podía creer que una
dama se decidiera por un conde con cinco hermanas. No tenía nada en
contra de su amigo, mas creía que era algo que, en definitiva, podría ser
descrito como una locura. En fin, ese mismo día, hacía más de cinco años
Emma se había cruzado en la vida de William.
Ella era su inseparable pareja de baile todos esos años. Sin duda, esa
noche no sería la excepción, de hecho, la estaba esperando apartado de toda
la muchedumbre. Durante el tiempo que llevaban conociéndose, la alta
sociedad londinense, al igual que los padres de Emma y la familia del
mismo marqués, esperaban con ansias un matrimonio que nunca llegaba y
que tampoco llegará, y la razón era muy sencilla: no se soportaban. Tenían
un pacto implícito de no agredirse verbalmente, aunque sí con sutileza. Los
dos sacaban provecho de sus situaciones, no se habían casado y era un
refugio seguro para no hacerlo en un futuro cercano.
—Señoría, señoría... —Un criado apresurado se acercó a William.
—¿Qué ocurre? —interpeló al reconocer a su criado.
—Su madre pide que vaya a casa de su abuela, milady se ha
desvanecido.
William palideció en ese mismo segundo. Su queridísima abuela había
estado enferma en los últimos días, pero consideraba que esa señora era un
roble, que era una mujer eterna.
Dejó a un lado la copa de brandi y siguió a su criado para tomar su
carruaje y regresar a su residencia. Por esa noche, la señorita Malorie
tendría que sobrevivir sin él.
Apresuró el paso para llegar a la casa. Estaba preocupado por lo que
pudiera ocurrir. Su abuela era la persona más dulce y simpática que había
conocido en la vida y quizá a la que más había defraudado. Ella le insistía
para que se casara cada vez que lo veía. Su ilusión era verlo casado con la
señorita Malorie, pero como él sabía, era imposible.
Al mismo tiempo que William entraba a la casa, también lo hacía el
médico. Si habían ido a por él, significaba que las cosas con la anciana
condesa de Waterford no estaban bien.
—Madre... —pronunció al ver a su progenitora subiendo las escaleras.
—¡Oh, William! Tu abuela...
—No me diga que ha muerto... Por favor...
—Todavía no se ha ido, pero no le queda mucho. Se siente tan débil. He
pedido que mis hermanos vengan por si no pasa la noche.
El espíritu de William se encontraba en el suelo. No quería perder a su
abuela.
—Iré a verla.
Él marqués se apresuró a subir las escaleras para poder ver a la gran
dama antes de que sucediera todo lo que decía su madre como ave de mal
agüero. Al entrar a la habitación de la condesa, ella se encontraba en la
cama y William no podía resistir a correr y arrodillarse ante ella.
—Abuela... —habló ansioso para que ella le respondiera.
—Creo que he quedado ciega, William...
—Tiene los ojos cerrados, abuela.
—Oh, qué vergüenza. Consideraba que me había ocurrido eso porque
casi nunca te veo.
—Si esto ha sido una artimaña para que yo viniera y...
—Para que vinieras y yo pudiera convencerte de que te cases —dijo la
anciana—. Mírate, William, eres tan atractivo que siento que te
desperdicias. Me queda poco tiempo y no podré ver a mi nieto favorito
cumpliendo con su obligación. Desde que eras un pequeño bebé de cabellos
marrones y ojos avellana tuve la esperanza de que tuvieras una gran familia
como la mía. Te pareces tanto a tu abuelo...
—No quiero que hable de fatalidades. El médico está en la casa y no
tarda en venir para verla.
—Estoy cansada, cariño. Si no sobrevivo a esta ocasión, ¿me prometes
que te casarás con quien sea la próxima temporada? Ya no me importa si es
o no la señorita Malorie. Me he convencido de que no le interesas, por eso
no ha intentado una trampa para que se casen. Tantos años bailando,
compartiendo y no ha pasado nada... Creo que la decepción es lo que me
empujará al abismo.
No podía alargar por más tiempo el asunto de su soltería. Había llegado
el día en que estaba entre la espada y la pared.
—Se lo prometo, abuela, me casaré la próxima temporada.
Después de aquella promesa, el médico se presentó para atender a la
condesa. William se quedó mirando lo que sucedía con su abuela. Escuchó
que la condesa había tropezado con sus bastones, ya que usaba dos para
moverse, y luego se había golpeado la cabeza con uno de los muebles.
Lo que estaba escuchando lo alentaba a creer que su querida abuela
sobreviviría, aunque el pecado era que él había prometido casarse la
próxima temporada.
No lamentaba su promesa, no había mucho que hacer. Se acercaba a los
cuarenta años y cada vez los eventos nocturnos le generaban más pereza. Al
menos con una esposa tendría la tranquilidad de que no iría a ningún lugar.
El momento había llegado.
Una vez que dejó a su abuela descansando, encontró a toda la familia
reunida en el salón.
—¿Cómo está? —preguntó la marquesa viuda.
—Ella nos sobrevivirá a todos. Por alharaca estamos todos aquí. No se
atemoricen —respondió tratando de dar tranquilidad a todos sus parientes.
—Entonces puedes regresar al baile, querido mío —dijo la madre.
—¿Tiene algún sentido que vaya? No lo creo. Prefiero quedarme a beber
un poco de brandi en familia...
Su tío, hermano de la marquesa viuda, se acercó a él para acompañarlo
en su trago.
—¿Para cuándo el compromiso, querido sobrino? Ya no eres un
jovenzuelo —pronunció el conde de Waterford.
—Lo sé, tío. Acabo de prometerle a mi abuela que me casaré la próxima
temporada. ¿Con quién? Solo Dios lo sabrá.
—Es muy sencillo, William. ¿Para qué esperar a la próxima temporada?
Tienes a una dama que quizá esté muy enamorada de ti.
—¿Una dama muerta de amor por mí? Lo dudo mucho, tío.
—La señorita Malorie es esa dama. Puedo asegurarlo, porque no se ha
casado después de haberte conocido.
Una carcajada musical escapó de la boca de William. En ningún
momento ni él ni Emma se habían insinuado nada. Los dos cumplían con un
pacto no pactado de salvarse de forma recíproca, pero eso no significaba
nada.
—La señorita Malorie es una solterona y así se quedará. No tiene
esperanzas y menos conmigo. Me detesta y yo también la detesto. Si nos
ven juntos en las fiestas es por absoluta conveniencia. Ella está destinada a
ser soltera y yo no, porque no puedo permitirme tal privilegio. Si fuera el
segundo hijo, el tercero... Pero soy el único y por causas de fuerza mayor
todo recae sobre mí.
—Es la maldición del privilegio. También soy el primero de tres.
¿Imaginas lo que fueron dos hermanas en mi hombro? Si una de ellas
hubiera quedado soltera, sería una desgracia para mí y para mis hijas.
—Lo sé. Por la señorita Malorie no me preocupo. No pertenece a la
aristocracia, es un ser inferior a nosotros, por lo cual puede hacer lo que
guste con su dinero, siempre y cuando su padre la deje protegida.
—No creas que todo es beneficioso para ella por no ser de la
aristocracia. Las cosas pueden salir mal y puede quedar desamparada.
—Ese no será un problema nuestro. No tenemos la culpa de que tal vez
la consideren poco agraciada para el matrimonio. Ella me ha servido por
estos años como un repelente efectivo para las damas.
—Aunque todos esperan que le propongas matrimonio...
—Esperarán sentados, ya que eso no ocurrirá.
El marqués continuó compartiendo con su tío. Sus primos llegaron unos
minutos más tarde. Era notable cómo la condesa lograba unir a toda la
familia por una caída, pero podía asegurar que su madre tenía algo que ver
con eso al exagerar lo que le pasaba a la vieja matrona de la familia.
Una vez que decidió mirar su reloj, se dio cuenta de que todavía no era
muy tarde para regresar al salón. Pensaba en que la señorita Malorie estaría
sola y a su suerte. No era algo para preocuparse, pues ella sabía cómo
defenderse en cualquier escenario, solo que llevaba cinco años siendo su
pareja de baile menos deseada, aunque la única que tenía. Después de
intentar huir de la madre casamentera de la joven y de que ambos
coincidieran en que no se atraían ni lo harían a largo plazo, comenzaron esa
extraña relación que los unía y que pronto llegaría a su fin. A partir de la
próxima temporada, Emma aprendería la supervivencia por su cuenta.
Llevaban cinco años complementándose, él para no terminar casado, y ella
quizá para no sentirse abandonada, porque la mayoría de sus amistades ya
se había casado, empezando por la misma Victoria, su prima.
Se despidió de todos sus familiares y partió rumbo al baile en el que
había estado con anterioridad. Ya él sentía haber cumplido con su abuela al
hacerle aquella promesa. Era consciente de que no lo había hecho en un
lecho de muerte, pero eso no importaba. Su palabra estaba empeñada y su
ánimo se encontraba muy cansado para continuar siendo un codiciado
soltero. Se arrojaría al abismo para que la más apta se presentara ante él; sin
embargo, quizá acudiera a una pesquisa más elaborada como una lista de
candidatas aptas para ser una marquesa. ¿Cuáles serían los requisitos? El
dinero no era un aliciente para un marqués con todos los recursos que tenía
disponible. Cuando elaboró la lista de Spencer, debían primar dos puntos
importantes: el dinero y la gracia con la que había sido dotada la dama,
entre otras palabras, la dote y la belleza.
William podría tomar como requisito indispensable que fuera bella, por
más que ese fuera un cupo fácil de llenar y no daba muchas soluciones al
asunto. Podría agregar que fuera educada, aristócrata, debutante, joven para
dar hijos saludables y que no molestara mucho. Acostumbraba a estar solo o
a ir a casa de Spencer. Al menos ahí lograba divertirse con las hermanas de
él, en especial con Eugenia, a quien le había enseñado un par de trucos para
que siempre diera de qué hablar en las reuniones familiares. Esa niña
terminaría enterrando a su pobre hermano, mientras William se divertía con
su malicia. Ya no salía en demasía con otras amistades, puesto que lord
Nottingham era su inseparable amigo.
Capítulo 2

Dentro del carruaje y en compañía de su progenitora se encontraba


Emma Malorie, una de las nuevas solteronas de Londres. Ella sabía a la
perfección lo que decían de su persona. Siempre era comparada con la
condesa de Nottingham, su prima, en especial por su propia madre, que
alguna vez despreció a Victoria siendo esta su sobrina de sangre. Sabía que
siempre había envidiado la suerte de la joven por ser bonita e inteligente; no
obstante, eso fue hasta que logró comprometerse y contraer matrimonio.
Una vez casada, incluso Victoria había pasado a tener un mejor lugar en el
corazón y los pensamientos de la señora Malorie.
—No sé para qué sigo acompañándote, Emma, no cazas ni un resfriado
—se quejó la señora Malorie.
—Porque me divierto, no hay mucho que hacer en casa —replicó Emma
con sencillez.
—Tu padre ha comprado una granja para ti. Ya está preparándote para
cuando él llegue a faltar —dijo la mujer, fatalista—. Guardará dinero para ti
y para mí a través de un albacea. Esperemos que no termine robándonos y
que quedemos desamparadas.
—Eso no pasará, madre. Debería tranquilizarse, y en caso de que llegara
a ocurrir, tiene a Victoria que puede acogerla.
—No molestaré a Victoria, para eso tengo una hija... Una que solo me ha
dado decepciones y un futuro incierto.
—Lamento no ser más bonita.
—Y lo que yo lamento es que el marqués no se case contigo. No has
sabido seducirlo en todos estos años.
—Seducir a un caimán es más sencillo que seducirlo a él. Prefiero bailar
desnuda en una embarcación sobre el Támesis antes que considerar ser la
esposa de alguien como él.
—Pero si son el uno para el otro, y no lo digo yo, lo dicen todos quienes
los han visto durante estos años dentro de los salones.
—Qué la gente lo diga, no significa que él lo crea...
Al mencionar su última frase, Emma se había puesto a pensar en los
últimos años que llevaba en los salones junto al marqués. Siempre estaba
expectante de verlo, era su compañero en las largas noches de soledad.
Nadie más que ella misma sabía la frustración que tenía al no haber
conseguido una sola propuesta decente en los últimos años. Ni por más
dinero que tuviera, nadie la quería. Entre tantas beldades, Emma parecía
una infame joven deforme que pasaba desapercibida entre las demás.
Su madre no comprendía que sus palabras resultaban dolorosas. Siempre
trataba de fingir que todo estaba bien, que no le dolía que su soltería era una
elección; sin embargo, eso era lejano. La mala fortuna había decretado que
sería soltera por siempre, sin posibilidades de una bella familia como la que
tenían otras.
La envidia siempre estaba presente en ella, pero jamás se le había
ocurrido hacer algo malo por envidiar la suerte de otras. A ella solo le
quedaba soñar, porque su destino cambiaría. A veces se perdía en medio de
su imaginación. Por lo general, el despreciable marqués de Asthon era
quien siempre rondaba su mente y por tal motivo lo utilizaba con mayor
frecuencia para su efímera felicidad.
Soñaba con que alguna vez se besarían, por más que él nunca le hubiera
atraído de la misma manera en la que se sintió atraída por lord Nottingham
en el pasado. Su señoría era poco amable y nada agraciado con ella, pero
como siempre él le decía que se beneficiaban de manera mutua, a ella no le
importaba, porque lo que Emma deseaba era divertirse y olvidar el gran
fracaso de su vida. ¿Qué haría el día en que el marqués decidiera que era
suficiente de ella y quisiera buscar una esposa? Se hundiría en el pozo de la
desolación. Después de eso, esperaba enfermar y morir para no vivir infeliz
por el resto de su vida por la carga de no haber sido suficiente para un
caballero. Tanto entrenamiento para ser una esposa no le había servido de
nada. Era un fracaso rotundo en todos los aspectos. ¿Podría alguien sentirse
peor que ella? Por más que intentara sonreír ante las adversidades, cada día
se sentía con menos ánimos de hacerlo y más con esa temporada acabando.
Tendría que esperar medio año para volver a convivir con su despreciable
compañero de baile.
El carruaje en el que viajaban ella y su madre se detuvo frente a una
residencia que quizá Emma ya conocía de memoria. Su progenitora no
había tardado mucho en dejarla sola y abandonada para que ella pudiera
hacer lo de siempre: perder el tiempo.
Emma estaba segura de que su madre estaba esperando a que algún
codicioso caballero se interesara en su dote y que la raptara o que la llevara
a una situación escandalosa que la orillara al matrimonio. La idea no
parecía tan mala si solo pensaba en un hombre, pero no la alentaba
demasiado en cuestiones económicas. Si bien su madre había limitado el
gasto para su guardarropa, todavía tenía otros privilegios como hija de un
comerciante. Su padre era un hombre rico, aunque sin el poder para casar a
su única hija. Con el tiempo él también se había olvidado de esa idea. Ya
nadie tenía esperanzas por ella.
Para no hundirse en la miseria mental, colocó una sonrisa en su rostro y
comenzó su búsqueda del marqués de Asthon. Juraba haber recorrido esa
casa rincón por rincón hasta debajo de las estatuas del jardín. Era la primera
vez en cinco años que su señoría no se hallaba en un lugar. Podría tener
paciencia y esperar, pero lo haría lejos de las damas maliciosas que no
hacían más que criticarla por algo que escapaba de sus manos.
En medio de su espera, optó por unos bocadillos y una copa de la mesa
del tentempié. Después caminó por el salón para no desesperarse en un
rincón solitario.
Ella ya no tenía esperanzas, habían pasado más de dos horas en el baile y
el marqués no aparecía. De repente, sintió que su corazón se decepcionaba,
pues ya imaginaba que su vida sería tan miserable en ausencia de ese varón.
Si aquel desaparecía de su vida, Emma moriría de aburrimiento pronto.
El panorama del futuro era poco prometedor para una solterona. Estaba
destinada a morir sola sin haber conocido el amor y sin haber besado
siquiera a una rata.
Siguió sumando copas a su desolada noche. Quizá ese fuera el último
evento antes de que la aristocracia terminara de retirarse a sus residencias
solariegasy regresar antes del otoño.
Tan desganada y perdida en sus pensamientos, no se había dado cuenta
de que alguien había llegado hasta ella.
—¿Pensó que después de cinco años podría librarse de mí, aunque fuera
una noche? —cuestionó William para sacar a Emma de sus cavilaciones.
La sorpresa había invadido a la joven que había considerado que toda su
noche estaba perdida. Trató de no demostrar su emoción al verlo y buscó
algo con qué replicar.
—Oh, es una pena. Me estaba divirtiendo... —mintió con una sonrisa.
—Lamento arruinar sus felices planes para esta noche. ¿Sería tan amable
de concederme una pieza, señorita Malorie?
—¿Tengo otras opciones? Por esta vez lo aceptaré —dijo Emma en tono
socarrón.
William había decidido regresar a ese baile que dejó horas atrás para ir a
ver a su querida abuela, porque sentía una gran necesidad de cumplir con
esa cábala de años atrás. Sabía que no tenía sentido, mas en su interior algo
se lo pedía. No era un interés particular, era algo difícil de describir.
Él le ofreció el brazo a Emma y esta lo cogió sin inconvenientes. Fueron
caminando con lentitud hacia donde se encontraban los danzantes para
integrarse en la siguiente pieza.
—No es por inmiscuirme en sus asuntos; sin embargo, soy curiosa. ¿Se
ha despertado un poco tarde? —indagó Emma, bufona.
—Es una suerte que se dé cuenta de que no son sus asuntos, pero le
responderé porque soy amable. Mi abuela ha tenido un accidente casero y
mi madre ha exagerado la situación para poder juntar a toda la familia.
—Me había comentado unos bailes atrás que la salud de la condesa se ha
deteriorado mucho en las últimas semanas...
—Sí, y supongo que las cosas tampoco mejorarán. Admitámoslo,
señorita Malorie, ella tiene una edad avanzada, no puedo decirle que será
eterna, el día menos pensado me avisarán que ha muerto.
—Al menos lo hará contenta por haber tenido una gran familia, aunque
creo que le ha quedado un nieto sin casar —musitó Emma refiriéndose a él.
Mientras bailaban seguían conversando sobre la abuela del marqués,
porque al parecer el caballero aún no había acabado con lo que tenía que
decir sobre la anciana.
—Ciertamente no me he casado... todavía... —habló William dejando
eso en el aire.
La mirada de Emma se dirigió a los ojos de William. Pensaba que quizá
bromearían con eso como siempre lo hacían; no obstante, notó algo extraño
en su compañero, una sombra que antes no había percibido.
—¿Acaso ha pensado en contraer matrimonio? —curioseó con ese tonito
burlesco que siempre utilizaba con él.
—Más bien se lo he prometido a mi abuela —contó—. Tengo casi treinta
y seis años, es momento de que tenga que buscar a la futura marquesa.
Los latidos de Emma se habían detenido al oír esas palabras. Este debía
ser el peor día de su vida. El marqués le estaba diciendo que pronto se
dedicaría a buscar a una dama para que lo acompañara. ¿Qué sería de su
vida sin su querido enemigo?
—Era tiempo de que lo considerara como algo importante. Lo mejor del
mundo es que para los varones no existe un tiempo límite para conseguir
una esposa. Puede encontrarla incluso llegando a los cien años... —logró
articular con sorna. Le costaba mucho armar frases para que pudiera
comunicarse con él.
—Es cierto. Desde la próxima temporada ya no podremos seguir
bailando juntos, señorita Malorie...
Esas palabras eran como un doloroso puñal que se abría paso en su
pecho una y otra vez. Ya no existían esperanzas ni siquiera de diversión en
su vida. Sin el marqués ya no tenía sentido seguir asistiendo a los eventos
sociales. Buscaría dedicarse a la granja que su padre había conseguido para
ella desde la próxima temporada. No existían razones para regresar a los
salones.
—Por fin me libraré de usted —alegó ella con suficiencia, aunque su
corazón se partía al saber que perdería a su excelso compañero de baile
cada noche.
—Sé que no me extrañará y yo tampoco la extrañaré. ¿Qué piensa hacer
la próxima temporada? —investigó William, a quien le había incomodado
dar la información de que buscaría esposa.
—Mi padre ha comprado unas tierras y creo que me encargaré de ellas.
Como dice mi madre: él ya está preparando todo para su ausencia.
Aprenderé muchas cosas nuevas.
—¿Esto lo ha decidido porque no estaré a su lado en las noches o ya lo
tenía pensado?
—Se da demasiada importancia, señoría. Lo había pensado antes de lo
que usted me ha dicho.
—Me gustaría desearle un esposo, pero supongo que eso no ocurrirá.
Los caballeros han pasado cinco años de su vida ignorándola...
—Estar en el campo me ayudará a no seguir soportando que me ignoren.
Algún día comprenderán mis razones para estar soltera.
—Considero que la razón de su soltería es su veneno. Pocas personas
son capaces de tolerar tanta maldad en un pequeño cuerpo.
—Ajá, señoría, se está dando baños de pureza cuando sabemos que usted
no es un manso cordero. Es igual de venenoso que yo. Ambos somos como
serpientes enroscadas en un rincón esperando hacer cotilleo. Si no
bailamos, cotilleamos.
—En eso tiene razón. Gracias a su mala influencia terminé haciendo
chismes de la sociedad. Prefiero el cotilleo a las juergas con amigos y
también las navidades en casa de Spencer en donde lo pongo al día...
Los dos sonrieron ante lo que recordaban como anécdotas.
—Es probable que siga asistiendo a la casa de lord Nottingham. Usted ya
tendrá su familia para la próxima navidad.
A William no le agradaba hacer otros planes distintos que estar cerca de
sus amistades y su familia. Todos se quedaban en Londres para la cena de
navidad y él podía saltar de casa en casa como picaflor de flor en flor. Una
esposa no debería alterar sus planes.
—Es probable que convivamos todos juntos para la próxima navidad
incluyendo a mi futura esposa.
Capítulo 3

Para Emma pensar en ver al marqués con otra dama no era la mejor
experiencia del mundo. Lo único que deseaba era que esa noche terminara
para irse a dormir y despertar al día siguiente creyendo que todo había sido
una pesadilla y que su rutina de esos años no desaparecería.
En cierto momento los dos guardaron silencio, como si la situación se
tornara incómoda. Cuando acabó la pieza, los dos se reverenciaron y
comenzaron su caminata para ir hacia la mesa del tentempié.
—Tal vez como nuestra última noche como pareja de baile, pudiera
acompañarla por el jardín. Ya que, entiendo que será también su última
temporada en los salones —comentó el marqués.
—¿Me veo tan sofocada para necesitar un paseo por el jardín? —
preguntó la joven.
—Quizá la palidez que noto en su rostro se deba a la tenue iluminación a
la que nos tiene acostumbrada esta misma residencia desde hace tiempo.
—Habla como si fuéramos muy viejos. Es probable que seamos muy
asiduos a los bailes, es todo.
—Envejecimos juntos y no nos hemos dado cuenta.
Emma y William cogieron cada uno una copa del licor de su preferencia
y fueron caminando hacia el jardín. Muchas personas se hallaban en el sitio,
por lo que no había nada qué temer. Además, la buena sociedad ya sabía
que ninguno de los dos, era capaz de tocarse un pelo o eso era lo que creían
ellos.
La joven dirigió sus ojos al cielo mientras sorbía su copa, pensaba en
cómo sería su vida de esa noche en adelante.
—Brindemos... —propuso William al ver distraída a Emma. Ella no
parecía ser la misma serpiente de cada año.
—La ocasión de no vernos nunca más amerita un brindis... —musitó
sabiendo que esas palabras le causaban más dolor que satisfacción.
Comenzaba a sentir que le dolían las mejillas a causa de las mentiras que
decía y para las cuales debía forzar una sonrisa.
—Por nuestra despedida —pronunció el marqués que no perdía de vista
a su acompañante.
—Por nuestra despedida —repitió Emma antes de chocar las copas y
beber cada uno un sorbo de ella—. ¿Cómo empezará su búsqueda?
—Mmm... He considerado hacer una lista.
—Las listas del marqués creo que nunca se usan. Según lo que usted
mismo me ha contado, terminó sonándose la nariz con la lista que hizo para
las candidatas de su amigo.
—No me recuerde ese evento. Tuve que hacer muchos sacrificios,
demasiados, diría yo. Ningún soltero debería exponerse a tantas cosas como
lo hice yo por el afecto a un amigo. No lo volvería a hacer y más cuando
este caballero hizo lo que quiso.
—Yo lo llamaría: las cosas que uno hace por amor.
—Ay, señorita Malorie, que injuriosa palabra ha pronunciado. Amor... El
amor solo puede sentirse por la familia más cercana y uno que otro gato. Un
amigo es...
—Es un ser cercano. Supongo que lord Nottingham es su mejor amigo.
—Lo era hasta que se casó con quien usted ya sabe. Fui perdiendo
terreno e importancia en su vida.
—Debió seguir su ejemplo y casarse en aquel entonces.
—Si vamos por ese principio, usted debería haberse casado.
—Las cosas son distintas. Usted puede escoger y yo espero que me
escojan. Nadie me ha escogido, nadie cree que yo pueda ser una buena
esposa. Si hoy cualquiera me pide matrimonio, lo aceptaría por no estar sola
y también para poner a prueba lo que usted ha dicho del amor. Porque ya
sabe, no será un matrimonio por amor, sino que será algo desesperado para
no dañar más a mis padres.
—Lo sabía, siempre lo supe. La vocación de soltera no existe, todo lo
que me ha dicho durante estos años han sido mentiras.
—Es un genio por haberme descubierto mintiéndole —alegó socarrona
—. Pensé que sería más inteligente y que se daría cuenta de cómo era el
asunto. No se trata de que una mujer elija, sino que la elijan. No todas son
afortunadas.
—No podemos hacer mucho para cambiar nuestras desgracias o
privilegios.
—Solo queda resignarse y seguir...
—¿No ha pensado en utilizar alguna artimaña para casarse?
—No, porque si estuviera desesperada por casarme, usted sería la
primera presa, y todavía no me considero tan desesperada.
—Pero si ha dicho con cualquiera...
—Con cualquiera menos con usted, por supuesto. Entre nosotros existe
un código, como una promesa de desprecio mutuo desde nuestro primer
saludo.
—Debería sentirme ofendido, pero más bien me siento halagado por el
selecto sector del respeto que ocupo en su mente.
Para no buscar agredirse directamente, lo hacían con poca sutileza. Uno
respondía a la falta de delicadeza del otro con la misma cortesía. De esa
manera se habían mantenido hasta esa noche, la que podría ser llamada
como la última de todas. Quizá volvieran a encontrarse alguna vez, aunque
no era seguro que eso ocurriera, pues Emma tal vez nunca regresara a
Londres, el campo solitario y desolado era lo único que le esperaba.
Ellos caminaron en silencio, mientras tomaban sus bebidas a pequeños
sorbos. Era posible que en ese instante las palabras malsonantes no fueran
lo ideal. Habían sido cinco años de fortuna e infortunio compartido entre
dos enemigos. Se llamaban así, ya que nunca habían podido tratarse como
amigos. No era correcto que una dama tuviera amistad con un caballero.
Muchas cosas se murmuraban sobre ellos, desde que se casarían hasta que
también existía la posibilidad de que fueran amantes. Muchas habladurías
sin que nada pudiera comprobarse, aunque desde la próxima temporada
sabrían que todo lo que pensaban o creían no existía.
—Entonces es nuestra despedida, su señoría. Si necesita un buen ojo
para buscar a una esposa, lo ayudaré. Tendré en cuenta que no quiere
ninguna serpiente. Con eso nos quedarán pocas... —musitó intentando
animarse.
—Es un gran ofrecimiento, aunque me temo que desee darme lo peor
para que sufra por el resto de mi vida.
—Sufrirá de cualquier manera, puesto que usted es insufrible. Además,
dudo que una esposa le dure más de tres años. Qué paciencia deberá tener...
—¿Tanta como usted? Señorita Malorie, este es nuestro adiós.
Sin previo aviso, William cogió la mano de Emma y dejó en él un largo
beso que incluía su agradecimiento.
Para Emma eso había sido algo extraño, pues llevaba bastante tiempo de
no recibir esa clase de atenciones.
—Adiós, su señoría...
—Tal vez le escriba para visitarla alguna vez en su propiedad, quizá me
regale un vaso de leche.
—Apresúrese para escribirme, pronto me iré...
La despedida había sido un golpe de realidad, un tufo que la mareaba.
Haberle dicho adiós al marqués de Asthon le había producido mucha
tristeza, aunque no deseaba que nadie lo supiera, ni siquiera su madre.
Podría comentarle que el caballero buscaría una esposa, pero quizá eso la
desolara más a ella que a la misma Emma.
¿Sería probable que volvieran a coincidir alguna vez o que él requiriera
sus servicios para ayudarlo a buscar una esposa acorde a sus necesidades?
Imaginarlo casado comenzaba a resultar tan desalentador como vomitivo y
no porque él y ella fueran amigos, sino porque prefería a su querido y
despreciable compañero de soltería.
—Estás extraña —dijo la señora Malorie una vez que estuvieron en el
carruaje y se dirigían a su casa—. Paseaste con el marqués todo el tiempo...
—Es algo sencillo: el marqués ha decidido que ya es suficiente de
soltería y que buscará una esposa...
—¡Oh, te ha escogido! ¡Ya era momento de que lo hiciera! Es la noticia
más feliz que he tenido en años. ¡Lo sabía! ¡Sabía que estabas destinada
para grandes cosas, cariño!
Emma vio que la señora Malorie estaba exaltada y muy emocionada,
aunque pronto se le pasaría, pues eso nada tenía que ver con ella. Él se
casaría, pero no con ella.
—Madre, no quisiera estropear su festejo, pero de mí solo se ha
despedido. La mujer que él busca no soy yo.
La señora cruzó los brazos y colocó un rostro enfurruñado.
—No sé para qué me ilusionas, Emma. Contigo siempre hay una nueva
desilusión —masculló la madre, enfadada.
—Y eso que acaba de decir que sabía que yo estaba hecha para grandes
cosas, madre, aunque coincido con que he sido un gran fracaso...
Un llanto desbordado se apoderó de la señora Malorie. Ella era incapaz
de seguir soportando la situación de su única hija. Había conservado la
esperanza de que el marqués voltearía a ver a Emma. Se le partía el corazón
al saber el camino incierto que le esperaba a la joven.
Al ver que su madre lloraba sin consuelo, Emma se sentó junto a ella
para abrazarla y consolarla; no obstante, quizá ella también necesitaba un
abrazo, pero nadie lo sabía, las personas solo sabían juzgarla por ser
solterona, tampoco les importaban los sentimientos que ella pudiera
albergar en su pecho. Quizá fuera porque no demostraba su debilidad frente
a nadie, prefería morir sola con lo que la aquejaba.
—Ya pasará, madre. Solo es una decepción más, mañana tendrá otras
nuevas. No sufra por esto que es absurdo.
—¡Ay! ¡Eres tan ingrata! —lamentó la dama entre sollozos. Su hija
parecía burlarse de su desgracia.
—Madre, no es ingratitud, es resignación. Tal y como yo logré aceptar
mi futuro, le ruego por su mente que lo acepte de la misma manera. Sufrir
en vano no le traerá nada bueno.
—¡No! Moriré sin aceptar la cruel realidad que te espera. Esto no está
cerca de ser la vida que pensé para ti.
—Es probable que lo que ocurre sea una venganza contra usted por lo
que le ha hecho a Victoria durante tantos años.
—Eres una malagradecida. Quería que tú resaltaras y fueras mejor que
ella.
—Pero no lo fui. Yo solo quería una prima, una amiga y no una
competencia que usted deseaba establecer entre nosotras. Gracias a Dios
apareció lord Sharp para rescatar a su sobrina de sus garras. Después de
recordar esto, no debería ni siquiera consolarla, madre.
—Nadie quiere tu consuelo. Es por tu culpa que me he puesto a llorar. —
La señora sorbió sus flemas y se alejó de su hija.
Se habían enfadado la una con la otra. Eso era algo que en los últimos
años se había agudizado. Se podría decir que las relaciones habían
empeorado.
Cuando llegaron a la residencia, la señora Malorie no saludó a su esposo
que se encontraba junto a sus amistades en el salón. En cambio, Emma se
acercó a ellos.
—Buenas noches, caballeros —saludó con una venia.
—Tu madre no está de humor, ¿no es así? —preguntó el señor Malorie.
—Como siempre, padre. Me iré a dormir —se despidió después de que
los demás correspondieran a su saludo.
Las amistades de su padre la conocían desde siempre y hasta eran
testigos de varios conflictos. Esa noche no tenía mucho ánimo para
quedarse y reír con las tonterías que aquellos pudieran decir.
Con cansancio en las piernas, ella entró a su habitación y con lentitud fue
sacándose cada uno de sus accesorios y sus prendas. A la vez que lo hacía,
las lágrimas de tristeza comenzaban a agobiarla, se rindió ante el sollozo y
un fuerte dolor en el pecho. Se acostó en la cama para mirar al techo de su
cama con dosel. Las lágrimas llegaban a entrar hasta en sus oídos. Su
desconsuelo no hallaba un refugio.
¿Por qué lloraba? ¿Qué le dolía? Lo confesaría: tal vez sí estaba
enamorada del marqués de Asthon. Su confesión le dolía, pues ella era feliz
a su manera cada temporada. Esperaba ansiosa regresar a los salones, pero
para verlo a él. Lo que aquel le había dicho esa noche, destruyó su felicidad
y su consuelo. Suponía que ese momento llegaría; sin embargo, no imaginó
que fuera tan rápido. Lo consideraba apto para casarse casi a los cincuenta
años. Emma todavía tenía esperanzas de odiarlo como las primeras veces
que se habían visto, pero el sufrimiento que sentía le indicaba que también
esas esperanzas debía enterrarlas. William no había caído en el juego de la
convivencia o de la diversión que habían compartido esos años en compañía
de los demás.
Ya no le quedan esperanzas de nada. Esperaba conversar con su padre
sobre la propiedad que había comprado para ella. Recluirse lejos de William
era lo mejor. No podría soportar el dolor de verlo caminar con una niñata
debutante. Él un caballero tan poco agraciado, aunque muy viril y divertido,
no encajaba con una imagen diferente a la de ambos. Ninguno de los dos
era la típica belleza de varón y mujer y eso tal vez era lo que los unía.
Capítulo 4

Le había llevado muchas horas poder dormir. Juraba que no le quedaba


una sola lágrima en el cuerpo. No volvería a llorar hasta dentro de un año,
al menos eso era un aliciente.
Recuperó un poco de su brío para ir a desayunar. Al llegar al comedor,
vio que su madre tenía unas ojeras que le llegaban hasta los pómulos. En el
fondo de su alma, Emma sabía cuánto hacía sufrir a sus padres, pero se
consolaba con saber que no era del todo su culpa. Cumplió con su
educación, con una dote envidiable y con el protocolo de los salones. Había
intentado mejorar su imagen por si ese fuera el problema. No era la más
bella de los salones, pero tampoco resultaba ser tan fea. Se consideraba
aceptable. ¿Qué de malo había en los ojos grandes, labios gruesos, unas
cejas gruesas y un poco de delgadez? Juraba que comía bastante para que
no pensaran que en su casa escaseaba el alimento.
—Buen día —saludó la joven a sus padres.
—Buen día, Emma, ¿cómo amaneciste? Espero que de mejor ánimo que
tu madre —correspondió el padre.
La madre de la joven solo le dedicó una mirada hasta que ella tomó
asiento.
—Sí, padre. Estoy de buen humor.
El bufido de la señora Malorie demostraba que sería un día pesado para
su hija.
—De buen humor después de que quedaras sin oportunidades de ser una
marquesa —farfulló su progenitora.
—Mujer, deja en paz a Emma —pidió el señor Malorie.
—Paz es lo que yo necesito, querido mío. Tu hija es una solterona y tú
no has hecho nada para remediar el problema. Compras tierras para
alentarla a no buscar una compañía. No eres eterno para respaldar a tu hija
—se quejó.
Emma presenciaba con frecuencia las discusiones que tenía su madre
con el cuerpo de su padre, pues la mente de aquel se despegaba de su
cuerpo en un viaje astral para no oír nada de lo que ella tuviera para decirle.
Él huía de los conflictos familiares con demasiada frecuencia, al punto de
parecer desinteresado.
—Tienes amistades a quienes puedes presionar para que envíen a algún
buen candidato para desposar a Emma —siguió la señora.
—Ya hemos conversado de eso en un principio y puse frente a ti los
hijos de grandes comerciantes, pero dijiste que no eran suficientes para ella.
Ya estos caballeros están casados. No volveré a mencionar este tema con
ellos. Saben que Emma morirá soltera y es todo.
—Te exijo que hagas algo...
—¿Alguien se ha dado cuenta de que estoy aquí? ¿Importa mi opinión en
esto? Han estado hablando de mí, de mi vida, de mi falta de candidatos. ¿Al
menos se dignarán a preguntarme algo? —gruñó Emma, enfadada al ser
ignorada con tanta alevosía.
—Nos importa tu opinión, pero no pasará nada. Hablarás de resignación
y esa es una palabra que no quiero escuchar. Para una madre esa palabra no
existe.
—Tal vez exista una oportunidad. Ayer el señor Clement, me dijo que su
sobrino, un caballero un poco maduro estará en Londres en un par de días.
Pertenece a la aristocracia rural, tiene grandes extensiones de tierras y buen
dinero en sus arcas y su objetivo es conseguir esposa para la próxima
temporada —dijo el señor Malorie.
—Pues aquí está la esposa ideal: Emma —pronunció la señora Malorie
—. Si hay un último suspiro que dar, ella lo dará.
La joven suspiró y prefirió comenzar su desayuno. Un nuevo caballero
no se escuchaba tan mal. Ella debía entender que el marqués no era el único
hombre del mundo. El enamoramiento no era un requisito indispensable
para el matrimonio, aunque de esa forma sería más satisfactorio pasar el
resto de la vida con el otro. Anoche se ahogaba en lágrimas por ser
desechada después de años y por la mañana una nueva ventana de
oportunidad se abría. Sin dudas su madre haría mucho esfuerzo para que ese
noble que llegaría pudiera fijarse en ella.
Debía enfocarse en conseguir a alguien para no morir sola una vez que
sus padres partieran de este mundo. Emma también le temía a lo incierto.
La incertidumbre de no saber qué ocurriría con ella por más que tuviera
dinero. Había mucho en qué pensar y no solo en sufrir por lo que no fue ni
será. El marqués no sentía remordimiento alguno al contarle con mucha
confianza que buscaba una esposa, pues no sabía que ella; en su excesiva
tontería, sentía más que odio por él. Con el tiempo lo olvidaría y este
momento de su vida sería un mal recuerdo.
Con lo que el señor Malorie había dicho, era suficiente para exaltar la
demencia de su esposa para conseguir por cualquier medio casar a Emma
con un buen partido. Podrían admirar mucho a esa mujer por su paciencia,
su entereza y no darse por vencida pese a tenerlo todo en contra. Se
rebuscaba por lo que ella creía que sería lo mejor para su hija.
Luego de ese día, la señora Malorie arrastró a la joven hasta la modista.
Al menos mandaría hacer dos vestidos para que diera la mejor impresión
para un caballero maduro. Concluía que Emma era más que perfecta. Tenía
experiencia de sobra en salones y una educación impecable. Por eso debía
empezar a vender a su hija.
—Madre, no necesito vestidos nuevos... —refunfuñó Emma a quien su
madre ignoraba por completo cuando algo se le metía en la cabeza.
—Por supuesto que necesitas más prendas. Hay que invertir por la última
oportunidad de que te cases. Si me piden que dé mi vida para que te cases
no dudes que lo haré, también daré la de tu padre y de quienes tenga que
dar...
—Anoche renegaba de mí, madre.
—¿Y eso importa? Todos los días tenemos conflictos, pero cuando algo
es bueno, compartimos la felicidad. Tengo mucha esperanza en ese
caballero que dijo tu padre.
—Yo quisiera ilusionarme. Le prometo como siempre poner lo mejor de
mí para que esta sea mi oportunidad de conseguir un matrimonio.
—Eso es justamente lo que esperaba oír de ti, cariño. Las cosas
mejorarán. Una corazonada me dice que acabarás casada antes del invierno.
***
Para los días posteriores a su despedida de Emma, William no había
acudido a ningún baile. Prefirió visitar a su abuela y preocuparse por sus
necesidades para mantenerse ocupado. Sin embargo, aquella ancianita que
de tonta no tenía un pelo todavía deseaba hacer de las suyas. Había escrito
cartas a sus amistades para que éstos le sugirieran alguna dama para que
fuera la próxima marquesa.
Con eso que había hecho su abuela, él sería colocado en la mira de todas
las damas de la sociedad. Podía pensar que, a medida que más candidatas
tenía, podría escoger a la más apta, o también podría ocurrir que, al final,
terminara indeciso y con amplias ganas de correr en búsqueda de Emma
para seguir juntos el camino de la soledad.
Desde que le había dicho que ya no se verían, algo se removió dentro de
él. Se percibía sin mucho ánimo. ¿Con quién tendría pequeñas y
elementales riñas que lo mantendrían expectante cada temporada? Emma no
había desaparecido de su mente en esos días, pues pensaba que en algún
momento ella iría a las últimas fiestas de esta temporada que se negaba a
terminar y estaría sola en un lugar con una copa en su mano.
Una vez que William dejó la casa de su abuela y regresó a su residencia
para seguir cultivando uno de sus hábitos en lugar de sentir tentación por ir
a un sitio de esos en que los escotes de las señoritas llegaban hasta el
ombligo. A su madre no le gustaba que fuera asiduo a esos lugares por más
que de vez en cuando se escabullía para sentirse querido por unos instantes.
—¿Cómo está tu abuela? —preguntó su madre que se acercó a él para
darle un beso en la mejilla.
—Muy bien, madre. Tiene muchas ganas de seguir viviendo al menos
hasta verme casado. En su residencia están realizando cambios. Ella
necesitará dormir en la planta baja. ¿Y a usted cómo le va con la
organización de su tarde del té en el jardín?
—Bien, querido. Mis amistades pronto comenzarán a llegar. Estoy
segura de que recordaremos nuestro glorioso pasado. Lamento que solo sea
para damas.
—No lo lamenta, madre. Usted lo pensó así desde un primer momento.
Yo puedo tomar mi té en la biblioteca. Primero leeré un poco y después veré
los planos de la construcción en Bath. Sabe que soy un gran aficionado a la
arquitectura.
—Por supuesto, William.
El marqués fue hacia la biblioteca y la marquesa sonrió maliciosa. Ella
estaba pensando en cómo vendería a su hijo con sus amistades, sabiendo
que este había decidido casarse. Sabía que la señorita Malorie no tenía
posibilidades porque según su hermano, le había dicho que William la
consideraba inferior y poco atractiva para ser su sucesora, por eso ella se
tomaría el tiempo de escoger en el círculo cercano y decente que conocía.
De hecho, con lady Kirby, ya habían pensado en una pequeña trampa para
que él conociera a varias damas. Habían preparado una fiesta en el campo
en donde solo personas escogidas por ellas irían. Lady Kirby no deseaba
invitar a la señorita Malorie, porque cada vez que estaba la joven, el
marqués solo le prestaba atención a ella y eso no era lo que buscaban.
Cuando las damas se reunieron en el salón, la marquesa, como anfitriona
fue la primera en tomar la palabra para dirigirse a sus congéneres para
hablar del hecho que las había llevado hasta ahí.
—Mis estimadas damas, hoy es un día especial para todas las que tienen
una casadera en sus filas. Deseaba informarles que mi adorado William ha
decidido casarse... —comunicó sonriente.
—No lo hará con la señorita Malorie, ¿no es así, querida? —indagó una
de las asistentes.
—Para desgracia de las románticas damas de la sociedad, no. Mi hijo ha
decidido buscar entre las jóvenes de cuna.
Las mujeres aplaudieron casi como si celebraran esa decisión. Muchas
de ellas no estaban de acuerdo con que un marqués se involucrara con la
hija de un comerciante.
—Y eso no es todo —siguió diciendo la marquesa—. Lady Kirby y yo
hemos quedado en que invitaremos a una fiesta de campo que durará un
aproximado de una semana, en la que algunas de las hijas o nietas de
ustedes pueden tener una oportunidad. Como es bien sabido, no podemos
solo dejar a varias mujeres con un caballero. Invitaremos a todo varón que
cumpla con los requisitos de la aristocracia, de esa manera todas tendrán a
alguien para no quedar sentadas en la propiedad de lady Kirby.
El panorama para la organización del evento era alentador, pues no solo
habría damas buscando ser la marquesa, sino que también intentarían
concretar los matrimonios de esas jóvenes con los solteros que buscaban
esposa o que eran codiciados.
Desde la biblioteca, William oía los aplausos y un par de risas
escandalosas. Se había quitado el monóculo que usaba para mirar los
planos. Era difícil concentrarse con tanto barullo. Nunca imaginó que los
tés de jardín fueron tan bulliciosos. Más bien parecía una de esas tabernas
que frecuentaba en sus momentos de debilidad.
Después de unos momentos, el mayordomo de la casa golpeó la puerta
de la biblioteca y entró con una bandeja que contenía una invitación.
—Disculpe, señoría, su madre ha pedido que le hiciera llegar esta
invitación de lady Kirby. También dice que considere la misma como una
última oportunidad antes del otoño —musitó el criado.
William cogió la invitación y la leyó. Sonrió por un instante y negó con
la cabeza. Querían encerrarlo una semana con mujeres. Tanto lady Kirby
como la marquesa no conocían límites para conseguir objetivos, para ellas
el cielo era el límite.
—Gracias, Angus. Si la marquesa ha pedido una confirmación, dile que
lo consideraré.
—Por supuesto, señoría. Con permiso.
Él vio que su sirviente se retiraba y dejó de lado la invitación. De
cualquier manera, lo obligarían a ir. Lo que deseaba saber era si habían
invitado a Emma Malorie. Si ella iba él estaría ahí, pero ¿cómo sabría si ella
asistiría? Lo ideal era escribirle una carta para saber, aunque si no la
invitaban, quedaría mal visto que él hiciera eso. Lo mejor era que un criado
averiguara el asunto a través de otro sirviente que perteneciera a la
residencia de los Malorie.
Capítulo 5

Días después...
Emma había asistido a una cena en casa de una dama. Ella fue
acompañada con su madre y su padre, pues la familia tenía negocios con el
señor Malorie.
A la joven no le costaba aclimatarse a una cena, siempre era bastante
reservada, aunque sociable. Se sentó junto a otras amistades de su padre.
Los escuchaba con atención y trataba de sonreír y de aportar al menos un
poco a la conversación.
—Buenas noches, mi estimada señorita Malorie —saludó el señor
Clement que se había acercado a ella.
—Buenas noches, señor Clement —correspondió sonriente.
—Es un placer verla por aquí. Aprovechando esta oportunidad quisiera
presentarle a mi recién llegado sobrino, Frederick Case, conde de
Melbourne.
Emma no se había percatado de la presencia de una persona de
considerable altura junto al poco favorecido señor Clement. Un caballero de
al menos unos cuarenta años de cabellos negros matizados con blanco, ojos
verdes, una nariz larga y un aspecto un poco más curtido y tosco que un
caballero inglés convencional.
—Mi tío me ha hablado de usted tanto, señorita Malorie, que siento que
la conozco.
El señor Clement se carcajeó por lo que decía el conde.
La joven hizo una reverencia para corresponder a las buenas intenciones
del sobrino del señor Clement.
—Es un placer, milord. Me siento halagada al saber que usted ha
prestado atención a las probables palabras exageradas de su tío. El señor
Clement es un caballero muy simpático.
—Los dos se esfuerzan en avergonzarme, pero yo prefiero sonreír ante lo
que dicen. Anda, Frederick, invita a un paseo a la señorita Malorie o si no
pueden salir, al menos una bebida. —El señor Clement golpeó a su sobrino
varias veces en el brazo antes de dejarlos.
Frederick miraba con diversión a Emma y ella no sabía cómo reaccionar.
Nadie la había observado con tanto entusiasmo en todos estos años. Eso la
halagaba, pero a la vez le asustaba un poco.
El conde de Melbourne observaba a la mujer con interés. Era con
exactitud lo que su tío había descrito. Él le había dicho que buscaba una
esposa que no fuera una debutante hueca, sino que fuera alguien que quizá
estuviera dispuesta a vivir en las asperezas de la vida y la sociedad.
Frederick era mitad inglés y mitad escocés, pero amaba más su lado escocés
que el inglés, por eso prefería trabajar su propia tierra y por ese motivo no
había salido en mucho tiempo de su propiedad para ningún trámite, ni había
utilizado su título o sus influencias. Era alguien cerrado hasta que su tía, la
señora Clement, la había visitado para decirle que ya era el momento en que
debía darle un heredero a su título. No le quitaba razón, pues de nada le
servía morir en sus acres si nadie con su sangre continuaría su legado. No se
había dado cuenta de que había llegado su tiempo para contraer
matrimonio. En un primer instante consideró buscar una esposa escocesa,
pero ninguna de ellas dejaría su bella Escocia para vivir en el chiquero que
representaba Inglaterra para un escocés puro. Entonces, el señor Clement
había mencionado a una solterona inglesa, hija de un amigo suyo.
Después de oír que no era una niñata malcriada a la que solo le
importaba la apariencia o la gran vida, concluyó que era mejor lidiar con
una dama así antes que con una debutante descocada. No tenía paciencia
para terminar la crianza por unos padres que lo habían hecho mal. Le daría
una oportunidad a la señorita Malorie.
—¿Me acompaña a caminar hacia la mesa del tentempié? Usted me
enseñará muchas cosas, señorita Malorie. No venía a Londres al menos
desde que tenía nueve años... —pidió el conde.
—¿Por qué no ha venido a Londres? ¿Usted no tiene experiencia
moviendo los pies en una danza? —curioseó con sorpresa. El acento de lord
Melbourne le resultaba un poco extraño. No tenía un pleno acento inglés.
—Tuve un preceptor que me enseñó mucho, pero no he tenido tiempo de
poner en práctica mucho de lo aprendido. Admito que varias de esas cosas
las he olvidado. Tampoco he ido a Eton. No he sentido atracción por vivir
detrás de un escritorio.
A medida que Emma escuchaba al conde, quedaba más asombrada. En
verdad que carecía de una educación social.
—No creo que sea tan grave, milord. Solo es cuestión de hacer memoria
y desempolvar algunos conocimientos.
—¿Me ayudará a desempolvar cómo tomar los cubiertos en una cena?
Espero no avergonzarla...
A Emma se le escapó una sonrisa y negó con la cabeza mientras llegaban
al borde de la mesa.
—Usted solo siga lo que hago y no tendrá problemas. Tengo mucha
experiencia en cenas y bailes. Le puedo decir que la soltería es beneficiosa
para acumular experiencia. Tengo curiosidad por saber más de usted. Si no
le gustan las leyes, la filosofía o la política, ¿cuáles son sus intereses?
Él cogió una copa de whisky y sonrió al probarla y darse cuenta de que
era escocés y del bueno.
—Tierras y caballos aquí en Inglaterra y en Escocia produzco whisky,
este que estoy bebiendo ahora. Es uno de los mejores del mercado.
—Lo bebería, pero está mal visto que una dama no beba vino o jerez. El
champagne no es algo que me agrade mucho.
—Le convido de mi bebida si se anima a degustar...
—¡Oh, milord! —expresó ruborizada al ver que él colocaba su copa de
whisky frente a ella—. Tal vez en un lugar más privado o en otra ocasión.
Hay muchos ojos viéndonos —alegó avergonzada.
Lord Melbourne también se sonrojó y llevó de nuevo la copa a su boca.
—Después de la cena, ¿está de acuerdo?
—Sí, por supuesto —acepto para salvar la situación que se había puesto
divertida, pese al bochorno que sintió por un segundo.
El caballero le parecía tan natural y verdadero. Vivía alejado de la
falsedad de la sociedad y eso resultaba intrigante para alguien que
acostumbraba seguir órdenes y protocolos que hasta ese día no le habían
servido para nada.
Después de una larga y entretenida conversación, pasaron a la mesa para
comenzar con los platillos.
Emma se había dado cuenta de que el conde no le quitaba la mirada de
encima. Al parecer si servían alguna carne, aquel se la llevaría a la boca con
las manos. Después de todo lo que le había contado no le sorprendería. Era
la primera vez que alguien no estaba acostumbrado a respetar los
protocolos.
Ella levantó la servilleta y le mostró cómo debía colocarlo, y él de
manera exagerada la emuló. Después intentó mostrarle qué cubiertos debía
utilizar y la copa con la que acompañaría ese platillo. Aquel había hecho lo
mismo de antes. A Emma le costaba mantenerse seria, lord Melbourne era
juguetón y divertido y solo tenía su atención puesta en ella. Frederick era lo
que durante años había esperado en su vida y no alguien que la ignorara
como el marqués. ¿Sería posible que se estuviera apresurando? Si ese
hombre era una oportunidad de abandonar la soltería se aferraría a él para
lograr su familia. ¿Qué importaba que su inglés fuera extraño y que sus
modales fueran toscos? Un esposo era un esposo. Quizá este era el fin del
marqués de Asthon en su vida.
La cena había transcurrido con dos escapadas de un mismo hueso por
parte del comensal escocés. Además, podría decir que los cubiertos le
quedaban un poco pequeños a esas grandes manos.
—Vergonzoso... —musitó el conde, avergonzado. Con lo que había
pasado en la mesa, mínimamente había perdido a su candidata y quizá a
otras cinco jóvenes que lo miraban con curiosidad.
—¿Vergonzoso? A mí me resultó muy gracioso. La cena era aburrida
entre tanta política de la cámara de lores —replicó la joven para que aquel
no se sintiera mal.
—En verdad que sí era muy aburrido. Ya comprende las razones por las
que prefiero la tierra y los caballos. He salido de mis dominios con un solo
objetivo...
—Casarse. Me lo ha dicho mi padre.
—Soy un tanto curioso, pero me gustaría saber por qué no se ha casado.
—Tenemos el mismo cuestionamiento. En verdad desconozco las
razones. Quizá no soy del agrado de la mayoría, tal vez mis ojos no aleteen
bien mis pestañas o no estoy tan rellena como debería...
—Es delgada. No la podría poner a hacer arado, es probable que se
rompa los brazos o la espalda.
—Lamentaría mucho que usted deseara que alguna dama hiciera trabajos
tan pesados...
—Fue un desliz lo que dije. No conozco a mucha gente, soy un animal,
excúseme por la barbarie que acabo de decir.
—Las damas somos una fina compañía para un caballero. Alguien que
ejecute el piano y lo acompañe a una tarde de té es lo ideal.
—Prefiero cabalgar y tomar whisky. Si una adorable dama tiene esos
gustos me complacerá.
—Encuentro difícil que una dama beba mucho whisky.
—Con un trago como el que usted aceptó me sentiría complacido.
De nuevo el conde le colocaba el whisky frente a ella. En esa ocasión ya
no podía escapar de lo que ella misma había aceptado.
—Lo complaceré en esta ocasión —dijo Emma que cogió la copa que él
le ofreció. Observó al conde antes de darle un sorbo. Distinguía unas
pequeñas patas de gallo al costado de los ojos, al igual que unas arrugas
cerca de la boca y un hoyuelo en el lado izquierdo que lo dejaba como un
pillo.
Una vez que acercó la copa a sus labios sorbió su contenido y sin
dilación comenzó a toser después de haberlo tragado. Eso le había quemado
hasta los intestinos.
—¡Señorita Malorie! —exclamó el conde que comenzó a golpearla en la
espalda por si ella se había atragantado.
Después de un instante, ella comenzó a reír de la situación tan ridícula en
la que estaba envuelta y también por la reacción del caballero que la
acompañaba.
—Milord... —Tosió un par de veces entre risas—. Quiero conservar la
espalda intacta.
—Lo lamento, soy una bestia con título.
Cada vez que Frederick hacía algo parecía hundirse más y más en la
vergüenza. Esa mujer debía tener el cielo ganado.
—No se preocupe, me siento muy bien. La bebida me ha quemado hasta
el pensamiento. —Ella quitó su pañuelo del ridículo y comenzó a secar su
frente y su cuello por el excesivo sudor que escapaba de su piel.
—Señorita Malorie, permítame enmendar mi error, por favor.
—No hay nada que enmendar, milord. Esta noche me he divertido más
que nunca. Lo más extraño es que mi madre no me ha molestado en medio
de mi diversión, pero entiendo las razones.
Las sospechas de Emma crecían al notar que nadie los rondaba o se
escandalizaba por el comportamiento del conde. Suponía que esa cena había
sido tramada para que ellos se conocieran. En primera instancia no lo había
considerado, pero a medida que avanzaba la velada, lo comprendía porque
todo le comenzaba a resultar sospechoso.
—Me siento culpable. En este otoño la invito a mi propiedad con su
familia...
—Mi padre estará encantado de recibir su invitación. Recuerde que debe
hacerlo por la vía correcta —pronunció la joven.
En el salón se encontraba lady Kirby que había sido invitada a esa cena,
pues lord Melbourne también era su sobrino. Era hijo de su fallecido
hermano. Todavía no podía creer cuál era el encanto de la señorita Malorie.
No solo el marqués buscaba su compañía en cada baile, sino que de la
misma forma lo comenzaba a hacer un conde recién llegado. Por más que
no estuviera de acuerdo con la forma de vida de aquel, la descendencia de
su hermano dependía de él, entonces no podía dejar que se encariñara con
una solterona como esa joven.
La mujer cogió valor y se acercó hasta Frederick y Emma para
interrumpirlos.
—¡Mi queridísimo Frederick! —expresó la dama con los brazos abiertos
para recibirlo.
Emma le devolvió su copa al conde de manera apresurada e hizo una
reverencia para saludar a esa aristócrata.
—Tía... —pronunció Frederick, avergonzado de que su familia inglesa le
hiciera mucho festejo al verlo.
—Querido mío, me dijeron que te encontraría en esta cena, pero la
señorita Malorie no te ha liberado para que otros te conozcan y gocen de tu
compañía —alegó la mujer.
—Lo lamento, milady. Con permiso, milord. Fue un placer conocerlo.
La joven volvió a hacer una reverencia para despedirse de los dos y
regresó al salón un poco abochornada por lo que había insinuado la dama.
—Frederick, quiero que conozcas a mis amistades. Todos conocían a tu
padre. Debes presentarte ante ellos. Además, tengo un presente para ti. —
La mujer le enseñó la invitación que tenía para su propiedad en el campo—.
Es una fiesta campestre para que conozcas a las mejores solteras.
—¿Irá la señorita Malorie?
—Dije solteras, cariño, no solteronas.
—Si ella no va, yo tampoco iré...
Capítulo 6

Al llegar a su casa después de la cena, el ama de llaves de su residencia


se acercó a ella y le enseñó la bandeja de la correspondencia.
—Señorita, esto ha llegado en su ausencia —manifestó la mujer.
—Gracias —musitó Emma que cogió lo que parecía ser una carta.
Mientras iba caminando por el pasillo, miraba con interés lo que llevaba
en su mano. No creía que su prima le enviara una carta, Victoria como
mucho le enviaría una escueta nota para que se encontraran en su residencia
para conversar de los cotilleos sociales. Alguna vez soñó con ser tan feliz
como lo era su pariente con una casa llena de alegría. Las hermanas de lord
Nottingham eran divertidas y soñadoras, le hubiera gustado que alguien le
ofreciera algo similar que la quitara de su soledad. Siempre debía estar
fingiendo que le daba igual no estar casada, pero por dentro lo lamentaba a
profundidad.
Al llegar a su habitación, ella se acercó a la lámpara que estaba
posicionada sobre un mueble junto a su lecho. Ahí pudo observar que tenía
el sello de cierto conocido suyo: el marqués de Asthon.
En todos esos años jamás le había escrito una sola carta y encontrar una
le resultaba toda una sorpresa y una que hacía latir su corazón con mucha
violencia.
Se apresuró a romper el sello y comenzar su curiosa lectura.
Mi no tan estimada señorita Malorie.
Me dirijo a usted con un objetivo en particular. No piense que la he
extrañado, quizá usted a mí sí, pero ese es otro asunto. Mis cortas palabras
quieren hacer una averiguación con respecto a una fiesta campestre que
organiza lady Kirby. Deseaba saber si usted ha sido invitada, de no ser así,
preferiría no ir si no me deleitaré en su poco grata presencia.
Mi madre dice que es una buena oportunidad para conocer a alguna
dama que pueda desempeñarse para el papel de esposa, aunque yo prefiero
saber si usted se presentará.
Aguardaré su respuesta.
Atentamente.
William.
Para la desgracia de su querido enemigo, ella no había sido invitada a tal
fiesta y lo lamentaba mucho, porque no eran muchas las fiestas de campo a
las cuales la invitaban.
Suspiró al darse cuenta de que debía hacer lo correcto y responder de
manera adecuada con toda la verdad y falsos deseos de resignación para que
él fuera a la fiesta. Ella se distraería con la novedad en Londres: lord
Melbourne.
Ella cogió un papel del cajón de su escritorio de la habitación, al igual
que una pluma y un tintero. Se disponía a responderle al marqués esa
misma noche, aunque la respuesta la recibiría al día siguiente.
Antes de comenzar su escritura, se cambió el vestido por un cómodo
camisón de algodón y comenzó a atar cada uno de sus bucles en los retazos
de tela para que mañana estuvieran bien formados y brillantes.
Una vez que terminó con su arregló, regresó al escritorio y se acomodó
para responder a la carta del marqués con toda la diplomacia que la
caracterizaba.
***
Al fin de cuentas y después de un par de días, William había decidido
enviarle a Emma la pregunta que le sacaría de dudas. No le había enviado la
carta inmediatamente después de recibir la invitación, puesto que quizá ella
no llegara aún. Esperó un tiempo prudente para hacerlo y así quizá
asegurarse de no estar solo en aquel lugar al que irían.
Su madre había salido muy temprano esa mañana. Sin dudas le estaría
haciendo una visita a la querida condesa.
Su desayuno lo había tenido que comer en soledad. No estaba muy
acostumbrado a eso. Su madre siempre estaba ahí dispuesta a meter su nariz
en donde no la llamaban. Eso le daba un poco más de ánimo a la monotonía
de la vida.
Debería tener altas expectativas por la fiesta campestre, pero ante la duda
de la asistencia de la señorita Malorie algo dentro de él no le permitía estar
tranquilo. Necesitaba de la presencia de esa joven y no sabía la razón. Debía
ser por la familiaridad. Quizá ella lo conociera más que cualquiera por la
cantidad de veces que le había hablado como ninguna persona debería: con
sinceridad.
—Su señoría, le ha llegado una correspondencia —anunció su
mayordomo que se colocó junto a él mientras el marqués desayunaba.
William tomó la carta y supuso que era la respuesta que esperaba. Sin
desearlo llevó el papel hacia su nariz y percibió el tenue aroma que él
reconocía de tantos años. Sí, era lo que necesitaba. Además, conocería los
trazos de la señorita Malorie.
Estimado marqués.
Su carta me ha tomado por sorpresa. Para su desgracia y mi buena
fortuna, le respondo que no. Lady Kirby no me ha invitado. Tendré que
quedarme en compañía de su sobrino, lord Melbourne, al que conocí
anoche. Se ha mostrado atento y amable, prometió invitarme a su
propiedad en otoño. Debo decir que desde que no tengo contacto con usted
la suerte ha comenzado a sonreírme.
Le recomiendo que escuche a su madre y aproveche la oportunidad para
encontrar a su futura esposa.
Le deseo el mayor de los éxitos en su empresa.
Atentamente.
Señorita Malorie.
Para la mala fortuna de William, él estaba tomando un zumo de bayas al
leer semejante respuesta de la señorita Malorie y por eso se había
atragantado con su bebida.
Su mayordomo apareció detrás de él como para ayudarlo a respirar si
hacía falta, pero William le indicó con su mano abierta que no hiciera nada.
Tan solo debía calmarse y no desfallecer por las escandalosas líneas de
Emma.
—¿Lord Melbourne? ¿Quién es este incordio? —increpó a la carta una
vez que recuperó el aliento.
¿Quién era ese hombre? ¿De dónde había salido? Según el escrito aquel
era sobrino de lady Kirby. ¿Qué pretendía ese caballero detrás de Emma?
Debía saberlo. Ella era una tonta desesperada que podía caer embaucada en
manos de cualquiera. No lo permitiría. A toda costa debía conocer al
sobrino de esa mujer para evaluarlo. En el tiempo que llevaba conociendo a
Emma, ninguna mosca se había asomado hacia ella. Era incomprensible o
quizá, desde un principio él había echado al fuego todas las oportunidades
de matrimonio de la joven al empeñarse en que fuera su compañera cada
temporada. Si llegara a ser así, William sería el único culpable de la soltería
de una dama.
Con el tal lord Melbourne metido hasta en la sopa, William concluyó que
debía averiguar de dónde había salido ese noble al cual Emma se refería
como si no fuera de este planeta. ¿Amable? Cualquiera con malas
intenciones podría serlo.
Una vez que William dejó de ser acosado por sus pensamientos porque
su progenitora había regresado, él se acercó a ella para hacerle algunas
preguntas.
—Nunca me recibes con tanta cercanía, cariño —musitó su madre que
fue a sentarse a uno de los sillones del salón.
—¿Es cierto que lady Kirby tiene un sobrino?
—Por supuesto. Es el que tiene el título de la familia. Su hermano se
había casado con una escocesa. Ella nunca logró adaptarse a la vida
londinense y después de un tiempo de vivir aquí fueron con su hijo al
campo y no se los volvió a ver por estos rumbos.
—Entonces lord Melbourne existe...
—Sí. Ella estaba esperando a su sobrino. Por fin alguien lo convenció de
que tenía que casarse. Él debe tener casi cuarenta años si no los ha pasado.
—¡Casarse! —exclamó William a quien la palidez le invadió el rostro.
—¿Qué ocurre, William? ¿Por qué te preocupa que alguien más quiera
contraer matrimonio? Ya ha perdido bastante tiempo, más que tú. Lo bueno
es que has entrado en razón.
William no podía estar tranquilo al pensar en ese tal lord Melbourne y en
que lanzaba su señuelo hacia una desesperada y necesitada señorita
Malorie. No debería importarle lo que ocurriera con ella. Debería dejar que
cualquiera la embaucara, pero era mejor asegurarse de que no iría tan mal
casada. Debía conocer a ese nuevo caballero que se había inmiscuido en sus
vidas.
Por la noche, intentando encontrar algún tipo de pista sobre ese hombre
había ido a White's.
—Ajá... —pronunció Scott Bradbury, conde de Felton, al escuchar a
William hablando como si nunca se le acabara la cuerda—. Déjame
entender, ¿te preocupa que alguien esté cortejando a la señorita Malorie?
—Por supuesto —respondió William.
—¿Prefieres que se quede solterona?
—Absolutamente si es que ese caballero es un sinvergüenza. ¿Quién lo
ha visto por Londres? Solo quiere burlarse de la señorita Malorie.
—Comprendo. Eres de los que no come ni deja comer. Escucha,
William, deberías beber un poco más para que se te pase la tontería.
Estuviste cinco años junto a ella y no puede ser que ahora te preocupe.
—No me preocupa...
—Entonces deja que cometa sus errores. Ya estuvo contigo mucho
tiempo, es momento de que alguien ocupe tu lugar —opinó Scott,
desinteresado, pues consideraba que el marqués se estaba ahogando en un
charco de agua.
—La he respetado durante este tiempo. Ese hombre no lo hará. Además,
es medio escocés. Debe ser una bestia.
—Lo es. He tenido el gusto de conocerlo en la cena de ayer. Como
sabrás, el señor Malorie tiene muchos negocios con varios nobles, por eso
es aceptado en los círculos en los que nos movemos. Durante toda la noche,
lord Melbourne no soltó a la señorita Malorie. Incluso se sentaron juntos a
la mesa. Al pobre conde se le quiso ir corriendo la cena. Al parecer las patas
de su comida no estaban del todo muertas.
—Un cavernario —espetó William que negaba con la cabeza. Estaba
más preocupado que antes. Era alguien sin educación y que jamás sabría
tratar a alguien con el ingenio de la señorita Malorie. Eso comenzaba a
darle dolores de cabeza.
—A esa clase de caballeros; valga llamarlo caballero, lo puedes hallar en
una taberna, arrastrando del cabello a una dama de dudosa reputación. —El
conde sorbió su bebida y después le sonrió a su amigo que cada vez se
ponía más errático.
—Entonces iré a conocerlo.
—Si crees que es beneficioso...
—Me acompañarás.
—No, no y no. No estoy interesado en frecuentar ese tipo de lugares,
tampoco quiero que me vean por esos barrios bajos. Soy un hombre de
apetitos sexuales un poco más cuidados.
—No iremos por eso. Quizá bebamos whisky.
—¿Piensas que en ese tipo de lugares te darán buen alcohol? Con suerte
no morirás por alguno que esté adulterado. Sabes que mi paladar es
demasiado exigente, mi estómago un tanto quisquilloso y mi olfato... Es
mejor que no hablemos de él.
—Solo ponte un pañuelo en la nariz y nadie sabrá que eres el impoluto
conde de Felton acompañando al marqués de Asthon.
—Prefiero no hacerlo. Es difícil que me convenzas de eso.
Una hora después ambos iban montados en el carruaje del marqués de
Asthon. Scott no permitiría que su carruaje transitara por un sitio tan
horrible.
—Te lo señalaré y saldré corriendo de ahí —avisó lord Felton que tenía
los brazos cruzados como lo que era, un hombre caprichoso y acostumbrado
a que se hiciera su voluntad.
—Solo por eso te he traído, porque no conozco al susodicho.
—No te pierdes de ningún encanto al conocerlo.
—Lo sé, pero lo que quiero es desenmascararlo si llegara a hacer falta.
—Comienzo a pensar que eso que dicen de ti con la señorita Malorie es
cierto.
—¿Cuál de todas las cosas? Se dice mucho y no saben nada. Dicen que
me casaré con ella porque tengo preferencia por su compañía, que es mi
amante, que siento lástima y un par de cosas más que tienen que ver con la
magia negra.
—Pues yo sí creo que es tu amante y por esa razón no quieres que nadie
ocupe tu lugar.
—¿Amante? Por favor, la señorita Malorie no sirve ni siquiera como
amante del alcohol. Me hiciste la noche con ese chasco. ¿La imaginas
desnuda?
—Es probable que sí y a muchas otras mujeres. ¿Acaso tú no?
El marqués guardó silencio y comenzó a darle vueltas a la pregunta que
le había hecho Scott. ¿Alguna vez había mirado con otros ojos a Emma?
Quizá un par de veces. Unas noches le parecía esplendorosa y en otras
ocasiones no mucho. A veces la observaba en el movimiento de sus caderas
y miraba de reojo al escote de su vestido. ¿Qué significaba eso? ¿Sería
posible que sintiera atracción por la mujer que nunca le había agradado del
todo?
Capítulo 7

Una vez que llegaron a una de las tabernas, el conde de Felton quitó un
pañuelo blanco de su bolsillo, lo extendió y colocó sobre su nariz y boca.
Prefería morir asfixiado antes que soportar aromas indecentes.
Cuando se abrió la portezuela del carruaje, William sintió el golpe de un
aire contaminado con ciertos aromas de la gente sin clase. Por un segundo
miró a su amigo y comprendió sus razones para no acudir a un lugar de tan
baja categoría. Él también llevaba tiempo sin ir a una taberna como esa.
Esto le pasaba por pedirle referencias a su cochero.
—Acompáñame, Scott —mandó William.
—Aquí huele a Versalles, William, hay que apresurarse.
Primero descendió William y al hacerlo sus botas cayeron en lo que sería
un charco.
—Ten cuidado con tanto barro para tus botas tan finas —se burló el
marqués.
—Cuidaría que mis pies no estuvieran en ese líquido desconocido. Lo
mejor que podría pasar es que fuera agua estancada y no orina con heces de
personas.
Ese comentario había hecho que William corriera del lugar, mientras que
el conde le pidió al cochero que moviera el carruaje para no tener que
ensuciarse con líquidos desconocidos.
Al lograr superar los obstáculos a los que se enfrentaban dos aristócratas
cultos, entraron a la taberna y en primer momento Scott buscaba a lord
Melbourne. Después de un buen rato ahí, concluyó que no estaba en ese
lugar.
La locura del marqués no se vio satisfecha con una sola taberna. Solicitó
otras direcciones para poder acudir. Entraron a dos más y en la última, lord
Felton logró encontrar al buscado conde de Melbourne.
—¡Es aquel! —expresó Scott, emocionado. Con eso él creyó que ya
regresarían a la zona segura de Londres.
Los ojos de William recorrieron al caballero que estaba sentado en una
de las mesas. Era alto, corpulento y quizá un tanto intimidante al
compararse con aquel. Mientras que el marqués era solo atlético, el otro
podría estallar por los músculos. El traje de aristócrata parecía absorberlo.
Un mal movimiento y podría romperse.
—Olvidaste decirme que era un poco... grande —manifestó William
como un reclamo a Scott.
—No pensé que eso importara mucho, no quieres pelear con él, ¿no es
así?
—¿Por qué razón pelearía?
—Por tu amante.
—¡No es mi amante! —espetó molesto.
—Lo que sea. ¿Podemos irnos?
—No, hemos venido a ver, a espiarlo.
—Esto es innecesario, William. ¿Qué harías si estuviera con una joven?
Ahora está solo, sentado, tomando algo... Yo no bebería nada de aquí. Por el
color podría ser orina y no brandi o whisky...
—Es un animal, supongo que es capaz de beber cualquier cosa que le
pongan frente a sus garras.
Scott suspiró por tener que estar en esa situación sin poder respirar con
tranquilidad por una obsesión de William que según su opinión no lo
llevaría a ningún lugar.
Por su parte, Frederick no había aceptado la invitación de su tío para
acudir a White's. No estaba interesado en convivir con otros nobles, prefería
a la gente común y ellos se alojaban en sitios como tabernas por las noches
y en mercados durante el día.
Lo que estaba tomando lo remontaba a sus dominios y a los lugares que
él acostumbraba a frecuentar. Era como estar en casa, esperaba pronto poder
regresar y hacerlo casado con una dama, con una a la que tenía en mente: la
señorita Malorie.
La joven era la dama perfecta para tolerar una convivencia con él. No
comprendía la razón por la que estaba soltera. Quizá el destino había
esperado el tiempo prudente para cruzarlos y que terminaran conociéndose.
—¿Puedo acompañarlo? —preguntó una voz empalagosa que se acercó a
él.
Frederick miró a la sugerente dama de la noche y observó que llevaba
poca ropa. Lo poco que tapaba era lo que intentaba vender.
—Adelante —aceptó para que ella se acomodara. Sin embargo, la mujer
se acomodó en su regazo.
Los ojos de William se desorbitaron al ver que el susodicho lord
Melbourne tenía a una mujerzuela en los brazos. Eso significaba que sus
intenciones con la señorita Malorie no podían ser las mejores. Era probable
que solo quisiera jugar con ella o hacerle perder más tiempo del que ya
había perdido.
—¿Lo ves? Es un cínico que quiere engatusar a la señorita Malorie —
comentó para que Scott lo escuchara.
—No lo veo haciendo nada más que mirar sin pagar. Además, todos los
nobles lo hacen. Tienen amantes y mujerzuelas por doquier. No puedes
escandalizarte por algo que también prácticas. Eres un hipócrita.
—¡Bah! Es un sinvergüenza, lo único que puedo hacer es advertir a esa
señorita para que no caiga en las fauces de este granuja.
—Te meterás en asuntos que no te competen. ¿Por qué mejor no te
ocupas de conseguir una esposa para ti? Preocuparte por alguien que
durante años te resultó indiferente es algo que carece de sentido común.
—Haré lo que mi conciencia me pide que haga. La señorita Malorie
puede ser nefasta, pero no deja de ser una dama adecuada para alguien de
buenas intenciones y este caballero no lo es. La convenceré de cualquier
manera para que se aparte de esta sanguijuela.
Después de observar por unos minutos más William y Scott decidieron
regresar a White's por más que fuera bastante tarde. Habían perdido el
tiempo recorriendo lugares para encontrar al sátrapa que deseaba adueñarse
de la inocencia de Emma.
William tenía una inexplicable preocupación por la joven. Lo que ocurría
lo llevaba a pensar en las cosas que habían ocurrido desde que se conocían.
Se cuestionaba las razones por las que nunca ninguno había insinuado nada.
No existían vestigios de interés mutuo ni tampoco una atracción a primera
vista. De hecho, él recordaba que no le parecía atractiva en comparación a
Victoria, pero más le había molestado la actitud casamentera de la señora
Malorie. Esa mujer era la razón del rechazo hacia Emma de desde el
principio. Aquella los obligaba a bailar, tanto, que con los años se había
convertido en un hábito, uno que al parecer era dañino.
***
Al día siguiente de responder la pregunta de que si la habían invitado al
retiro en el campo, Emma había recibido la invitación. Estaba sorprendida y
no quería pensar que el marqués le hubiera pedido a lady Kirby que la
invitara. Eso solo la ilusionaba para al final de cuentas terminar
desilusionada. Sus pensamientos seguían perteneciendo a William por más
que frente a ella apareciera una nueva ilusión como el conde salvaje y que
le resultaba un poco gracioso.
Desde que el marqués había decidido que era tiempo de buscar una
esposa, cayó en cuenta de que sin percatarse había perdido su tiempo
esperando algo, y ese algo quizá ella creía que llegaría de ese lado, pero no
había sido así. Quedó distraída con una ilusión, mas era probable que
tuviera una oportunidad de que su vida no fuera un fracaso. Si pudiera usar
sus artimañas femeninas para atraerlo y conseguir un matrimonio, eso sería
ideal. Ya no tendría que preocuparse por nada, solo de ser feliz con un
desconocido. De nada le había servido escuchar los desvaríos de William
por tantos años. Una vez que se hartó de ella, la dejó a un lado.
Pensar de esa manera le enfadada. Sentirse utilizada y a la vez inútil, no
era agradable. Se decían tantas cosas de ella que siempre había hecho caso
omiso de ellas, aunque a la larga tal vez eso era lo que más le había
afectado. Los caballeros podrían pensar que era la eterna admiradora del
marqués o peor aún, la amante. Divertirse con una sola persona era una de
las cosas que debía evitar una dama y Emma no lo había hecho. Pasó por
encima de los principios más básicos que le habían enseñado con tal de
estar al lado de William, ¡grave error!
—¡La fiesta es en dos días! —exclamó la señora Malorie que cogió el
papel que Emma tenía en la mano—. ¡Hay que preparar tus baúles!
—¿Por qué tanto entusiasmo, madre? Es una invitación del montón. No
hay nada de especial.
—¿Nada de especial? ¡Crédula! Por supuesto que hay algo especial y se
llama conde de Melbourne. Si quieres puedo traducirte su nombre a cómo
debería ser: esposo.
—Tiene mucha fe en que eso ocurrirá.
—Esta vez no serás tonta. Te harás una joven más difícil...
—¿Qué? —preguntó Emma, sorprendida. No esperaba que su madre le
dijera algo así.
—Por supuesto. A medida que ese hombre más te busque, pondrás
distancia y eso lo volverá loco. Se obsesionará contigo. No cometerás el
mismo error que tuviste con el marqués.
—Madre, nunca he intentado conquistarlo.
—Él no es un tonto y tú tampoco. Jugaban al filo del escándalo con su
exhibición en los bailes y sus paseos por el salón, también olvidé decir que
la mayoría de la sociedad se ha enterado de que también coincidían en la
residencia de Victoria. Hemos sido descuidadas.
A medida que Emma escuchaba lo que decía su madre, más se convencía
de que la misma joven había truncado su futuro y su madre lo había
permitido porque quería a «ese marqués» como yerno. A su padre no le
interesaba nada que no fueran sus amistades, su negocio o su ocio.
—Tiene razón, madre —admitió la joven—, pero le recuerdo que usted
estaba obsesionada con que su señoría se fijara en mí, aunque lo único que
consiguió fue que todo saliera mal.
—¿Intentas culparme de esto? —increpó la señora Malorie.
—Si usted no hubiera asfixiado al marqués presionando con mi
presencia, quizá todo sería distinto.
—¡Por supuesto que sería distinto! ¡Tendrías que soportar a las cinco
hermanas de lord Nottingham!
—¡Al menos tendría un esposo! —reprochó Emma con el mismo ahínco
que su madre.
—¿Qué son esos gritos? A este paso el vecindario se enterará de que esto
es un gallinero —espetó el señor Malorie que se dignó a intervenir después
de escuchar cómo su esposa y su hija estaban a punto de desollarse.
—Sería un mal matrimonio —insistió la madre.
—Al menos sería un matrimonio... —replicó ante la respuesta de su
madre.
—Tu hija es una desagradecida. Hoy tiene una nueva oportunidad de
pescar a un buen candidato y olvidarse de lo que no fue —continuó la
señora Malorie esta vez dirigiéndose a su esposo.
—En caso de que no resulte, siempre está la propiedad que compré para
Emma. Considero que no deberían pelear más por el mismo asunto. Si
nuestra hija se queda solterona, no nos queda otra cosa que hacer. Nadie
más será perjudicado.
—Será perjudicada, claro que sí. Si te mueres, ella se queda en la calle
por más propiedades que le otorgues y lo sabes. No puedes esconder el
polvo bajo la alfombra, querido. Emma tiene que casarse y esta vez lo
logrará. Por más ingrata que sea, no se morirá de hambre, lo juro por mi
vida.
—Iré a preparar mis baúles —masculló Emma, enfurecida.
Ella se retiró con premura. Su madre era más cínica de lo que pensaba.
Esa señora tenía al menos el mayor porcentaje de culpa en su fracaso. Tanto
William como Emma morían de vergüenza al saber que la mujer se
encargaría de obligarlos a bailar y a pasear. Por esa causa tenían tales
hábitos que habían permanecido inquebrantables hasta que el marqués dijo
que sería la última vez que estarían juntos.
Tal vez si tanto su madre como ella, hubieran sido más inteligentes cinco
años atrás, era probable que se hubiera convertido en la marquesa, pero el
hecho de sentirse obligados a convivir lo único que causó en ellos fue un
rechazo mutuo.
Esperaba que los mismos errores no la persiguieran en su nueva
empresa. Si lord Melbourne le insinuaba algo, se arrojaría a sus brazos y
hasta le declararía un amor que no existía con tal de atraparlo y tener un
esposo. A esas alturas quién fuera el marido no importaba, lo único
importante era estar casada y cumplir con lo que se esperaba de ella. No le
deseaba a nadie la cruel soltería, era la enemiga de la felicidad y más si
terminaba destinada a permanecer con sus progenitores.
Capítulo 8

Había llegado el día de partir rumbo a la propiedad rural de lady Kirby.


Emma iba en el carruaje acompañada por su madre que había llevado
muchos accesorios de costura para no morir de aburrimiento tantos días,
pues ella solo había ido como carabina de su hija. Era probable que pasara
esos días en compañía de la anfitriona y de otras damas.
Entre el traqueteo y el variado paisaje de la naturaleza, Emma iba
perdida en sus pensamientos; no obstante, en su mano llevaba un libro que
no había logrado llamar la atención. Su mente no le permitía considerar los
buenos momentos que podría pasar en la propiedad a la que se dirigían,
prefería vagar con sus ideas, saltar de una a otra sin concentrarse en nada en
particular.
Las tensiones entre su madre habían disminuido, pues eso ocurría con
frecuencia gracias a las frustraciones que ambas tenían por el mismo
problema: la soltería. Ni siquiera su progenitora sabía lo difícil que era para
ella aceptar su situación con una sonrisa cuando otros le preguntaban la
razón por la que estaba soltera. Ignoraban que detrás de cada sonrisa y una
mentira, caían lágrimas por no haber podido conseguir lo que esperaba.
Emma deseaba resignarse a su cruel existencia
Mientras seguía sumergida en sus pensamientos, el carruaje cayó en un
gran pozo. El sonido de la rueda cuando se rompía alertó a Emma y a su
madre. De repente, el coche quedó desestabilizado. Había ocurrido lo
impensable.
—¡Condenación! —exclamó la señora Malorie, molesta, por la pésima
suerte que tenían—. ¡No puede ser que tengamos que perdernos este
evento!
A la par que la señora Malorie destilaba barrabasadas, Emma salió del
carruaje para observar el daño. Le había costado un poco, pero lo logró.
—Esto es muy malo, señorita Malorie —comentó el cochero al ver la
rueda desecha.
—¿Qué soluciones tenemos? ¿Cómo podríamos regresar? —indagó
Emma.
—¿Regresar? ¡Ni lo pienses! —intervino la madre de Emma.
—Quitaré las riendas de uno de los caballos de tiro, señorita Malorie, e
iré a mandarla reparar —dijo el sirviente.
—Pero dejaría a dos mujeres solas —espetó la señora que fue hacia su
hija.
—Pues hay cuatro tiros, madre. Usted y yo podríamos tomar otros dos y
seguir al cochero. Tomaré esto como una señal de que no debo ir a esa
fiesta.
—Tonterías. Tú y yo nos quedaremos aquí y esperaremos a que pasen
otros carruajes para solicitar ayuda, de preferencia que sean otros invitados
de lady Kirby.
—Madre, los nobles no nos consideran tan importantes para prestarnos
ayuda y menos en la ausencia de mi padre. Sabe que frecuentamos esos
círculos por los negocios que tiene, pero si no lo tuviera nos escupirían en la
cara.
—Lo dudo mucho, tienes una prima condesa. Estás emparentada con la
nobleza. Ven, Emma, apártate para que el cochero pueda trabajar.
Volteó los ojos y obedeció. Las dos damas observaban al sirviente
mientras trabajaba para sacar la rueda y poder solucionar el inconveniente.
El hecho de estar ahí sin hacer nada, había incentivado la fallida lectura de
Emma. Cogió una tela de las que tenía para sentarse en la hierba.
En ese lugar estuvo en compañía de su madre una vez que el cochero se
había ido para reparar la rueda. Esperaba que el plan de su progenitora
funcionara para que pudieran irse pronto o terminarían de ser devoradas por
los mosquitos durante la noche. Por suerte todavía le quedaba mucha luz al
día.
La señora Malorie que hacía sus costuras bostezó sin delicadeza y cerró
los ojos.
Por un instante Emma escuchó los tenues ronquidos de su compañera.
Seguido a eso, ella también comenzaba a tener mucho sueño y a bostezar.
La espera lejos de las comodidades era difícil y más aburrida que nunca. No
podía dejar sola a su madre para poder dar unas vueltas y conocer el
bosquecito que las rodeaba, podría ser peligroso.
En un momento se rindió ante el sueño y comenzó a cabecear sobre su
libro. Ambas mujeres se habían quedado dormidas al costado de un camino.
Un carruaje se acercaba al que pertenecía a Emma, el cochero vio que
dos mujeres se encontraban apostadas en el sitio, por lo que por su mente
había pasado lo peor. Abrió la ventanilla de comunicación para conversar
con su patrón.
—Milord, hay un carruaje sin una rueda y dos mujeres que están
acostadas en la hierba. Temo que pudiera ocurrir algo.
—Nos quedaremos para saber si están vivas y si requieren de algo —
respondió el conde de Melbourne. Él no había aceptado ir con su tía a la
propiedad, sino que deseaba ir por su cuenta y moverse a su voluntad si se
le antojaba. No quería estar atado a nada y menos a los caprichos de lady
Kirby.
Cuando el coche se detuvo, Frederick evaluaba la situación, cuando pudo
distinguir mejor, él se apresuró a correr hacia las damas. Había reconocido a
la señorita Malorie. Su mente quizá fuera más negativa que la de su
cochero. Dos mujeres en un carruaje pudieron ser asaltadas y hasta
ultrajadas.
—¡Señorita Malorie! —la llamó Frederick al encontrarse arrodillado
junto a ella para saber si respiraba.
De un respingo y con un grito Emma se había levantado y comenzó a dar
vueltas a su alrededor sin entender lo que ocurría. Una vez que pudo
recuperar su razonamiento, distinguió la figura del conde de Melbourne.
—¡Qué está ocurriendo! —exclamó la señora Malorie que no
comprendía ni siquiera en donde se encontraba.
—Lord Melbourne. —Emma hizo una reverencia.
—¿Se encuentran bien? —indagó el caballero.
La señora Malorie sentía que estaba en un sueño. Ahí estaba el salvador
de su hija, podía distinguirlo hasta con un halo de luz sobre la cabeza.
—Nosotras...
—¡Oh, milord! ¡Nuestra suerte es tan desgraciada! —La madre de
Emma la interrumpió y tomó la palabra por su hija—. Se nos ha roto una
rueda del carruaje.
—Puedo verlo, señora. ¿Y el cochero?
La joven carraspeó la garganta para responder, pero su madre la sostuvo
con sus garras para que solo ella pudiera hablar.
—Ha ido a repararla. No sabemos cuánto tiempo podría tardar...
—Pensé que les había ocurrido algo peor al verlas acostadas. No tienen
que preocuparse por nada. Mi carruaje está a su disposición.
La emoción de la señora Malorie avergonzaba a Emma. Si no hacía algo,
su madre arruinaría lo que podría ser un matrimonio. Debería encadenarla a
un árbol y dejarla ahí en medio del monte.
—Le agradecemos su predisposición, milord, pero sería mejor que nos
dedicara un poco de su compañía hasta que regrese nuestro cochero —alegó
Emma imponiéndose ante su madre.
—Por supuesto, jamás las dejaría solas. Su madre puede pasar a
descansar en mi carruaje si gusta —ofreció Frederick.
—Sí, milord, lo necesito —replicó la señora Malorie fingiendo que
bostezaba. Su hija había hecho una jugada magistral al dejarlo junto a ella.
La vergüenza consumía a la pobre jovencita. No daba una con la suerte
que tenía. Definitivamente su progenitora era la culpable de todo lo que le
ocurría en cuestiones de soltería.
—He quedado preocupado al creer que le ha ocurrido algo, señorita
Malorie —habló Frederick.
—Lo que me ha ocurrido es que quedé dormida por tanto aburrimiento.
No deseaba dejar sola a mi madre por un antojo de recorrer el sitio.
—Su madre ahora estará segura en mi carruaje. Puede pasear conmigo si
no le molesta —ofreció Frederick.
—Me apetece esa caminata.
Frederick le ofreció su brazo musculoso para que ella lo cogiera y
pudieran caminar con seguridad.
—Es bueno saber que asistirá a este compromiso, señorita Malorie. Eso
me da la oportunidad de conocerla mejor —musitó el conde que observaba
el paisaje a su alrededor.
—Me sorprendió la invitación de lady Kirby, pero aquí estoy. Sé que es
la última actividad antes del frío y las lluvias. No quisiera perderme de esto
y más cuando sé que la próxima temporada ya estaré en un nuevo lugar.
—¿Se casará y no me lo ha dicho?
—¿Me ha inventado un esposo y no me lo ha dicho? —contestó con
humor—. Estoy por cumplir veinticuatro años. ¿Qué le dice eso, milord?
—Me dice que yo cumpliré cuarenta y sigo soltero. Poseo grandes
extensiones de tierra en Inglaterra y un castillo en Escocia y no tengo con
quien compartirlos.
—Yo tengo unas tierras que compró mi padre para que mi soltería sea
más llevadera. Podría invitarlo a conocer el lugar en el futuro.
—Soy un poco curioso, pero sigo sin entender por qué una mujer tan
bella como usted no se ha casado.
Ella rio ante eso y miró al horizonte antes de responder.
—Nadie se acercó a mí y quien se acercó solo lo hacía para bailar y no
estar solo. Con los años nos hicimos compañeros en la soledad y cada
temporada que transcurría, no me daba cuenta de que mis oportunidades se
desvanecían hasta que desaparecieron por completo.
—¿Por qué se desvanecerían?
—¿Usted no lo comprende? Cuando una mujer pasa más de tres
temporadas sin conseguir esposo es considerada una solterona. Yo ya he
pasado de las tres reglamentarias.
—¿Desde cuándo se puede imponer algo así? Lo creo injusto. Usted es
joven y bella. Considero que no está siquiera en la mitad de su vida.
—Milord, no me desanime. Me gustaría haber pasado al menos la mitad
de mi vida —dijo Emma entre risas.
Él también sonrió ante el sentido del humor de la joven.
—No debería darse por vencida. Todavía está a tiempo de encontrar a
alguien...
—Como mucho tendré de compañía a unos caballos, quizá perros o tal
vez gatos. Recién lo sabré cuando conozca cuál será mi morada.
—¿No le gustaría un paseo por Escocia? Le he ofrecido mi propiedad en
Inglaterra para que la visite, pero en Escocia está la magia.
—Es probable que lo visitemos con mi familia si a su futura esposa no le
llegara a molestar.
—Usted no se preocupe por nada. Hay dos formas en las que usted
puede ir a esa propiedad: como invitada o como la dueña.
Por un instante Emma se permitió sonreír y soñar con que así sería. Si el
conde le hablaba de esa manera era porque en realidad la barajaba como
una oportunidad de matrimonio, aunque sería cuestión de confirmarlo con
el paso de los días. No le hacía daño esperar un poco por una oportunidad si
había esperado un lustro.
Siguieron su caminata unos metros más y no había demasiado que ver.
Plantas, aves comunes y mucha maleza a causa del bosquecito.
A medida que pasaban las horas y por la sombra que iba tomando a las
personas, comenzaban a sentir un ambiente más fresco y por ese motivo
Frederick resguardó a las damas en su carruaje acompañadas por unas
mantas, mientras él esperaba la agónica llegada del cochero con la rueda.
—Su criado ya está aquí, señora, señorita Malorie —anunció Frederick
—. Lo ayudaré a cambiar la rueda.
—Nuestro cochero puede hacerlo, milord. Usted no debería ensuciarse
—declaró Emma, preocupada.
—No se preocupe, siempre hago estos trabajos en mi propiedad. Para mí
esto será un suspiro.
Emma y su madre observaron cómo el conde comenzaba a quitarse las
prendas superiores para no ensuciarlas. Se había quedado sin camisa. Las
dos mujeres no dejaban de observar la musculosa y marcada figura del
hombre. A la joven se le había subido el calor a la cara y comenzó a sudar.
Se quitó la manta que la mantenía tibia y comenzó a abanicarse.
—Y yo sufriendo porque no te has casado con el escuálido marqués de
Asthon. Mira lo que puedes tener. En ocasiones Dios tiene a sus favoritas.
Sé que él te pedirá matrimonio, mi instinto no falla —aseguró la señora
Malorie.
—Supongo que su instinto ha fallado demasiadas veces, madre, por ese
motivo sigo soltera, aunque también he sentido que es probable que me vea
como una esposa. Le pido que no se meta en esto y que me deje hacer lo
que debo. Es metiche y gracias a usted el conde puede espantarse.
—Eres una malagradecida, Emma, pero pese a todo la librarás bien. Mira
a ese espécimen salvaje... Este es un hombre de verdad...
—¡Madre! —exclamó presa de la vergüenza.
—En lugar de hacerte la digna mira eso, pues te aseguro que, si te
llegaras a casar con otro, no tendrías la oportunidad de ver un cuerpo así y
si te quedas soltera mucho menos. Aprovecha.
Capítulo 9

Los pensamientos de su madre la abochornaban, pero no dejaba de tener


razón por lo que hizo caso y con una mirada un tanto libidinosa comenzó a
observar con interés el cuerpo del conde de Melbourne. Ciertamente el
marqués no alcanzaba a semejante figura. Brazos anchos, una gran espalda
y ni hablar de la fuerza que tenía para casi levantar un carruaje completo.
Tanto ella como su progenitora estaban hipnotizadas con la gran labor de
aquel.
Para cuando estuvo colocada la rueda, el conde se secó la frente y parte
del cuerpo con un pañuelo. Después se colocó sus prendas y regresó junto a
las damas.
—El carruaje está listo, queridas damas. Las estaré escoltando con mi
coche para que puedan estar seguras, aunque he colocado tan bien esa
rueda, que dudo que puedan quitarla con facilidad —comentó Frederick,
conforme con haber ayudado a dos mujeres desamparadas.
—Tiene nuestra infinita gratitud, milord. Es usted un verdadero caballero
—halagó Emma, sonriente. Se sentía coquetear con el hombre, porque con
lentitud comenzaba a sentir entusiasmo por él. Ser la esposa de ese conde
podría ser el mayor orgullo de su vida. No le importaba que fuera un tanto
salvaje y hasta perdido en cuestiones sociales. Era mejor de esa manera,
pues él parecía valorar mejor a la otra persona sin los prejuicios típicos de
la sociedad que desea condenar a las solteronas al ostracismo social.
La señora Malorie y Emma regresaron a su carruaje para continuar el
trayecto a la propiedad de lady Kirby, mientras que lord Melbourne las
seguía con su carruaje.
—Emma, hubieras ido con el conde. Estarían solos en el carruaje y
representaría una gran ventaja. En el sitio al que vamos encontraremos todo
tipo de arpías que desearán arrojarse a sus pies y sabes que tienes las de
perder por ser mayor —dijo la madre, pensativa.
—Considero que a milord no le importa mucho la edad de una dama. Él
quiere una esposa. Le diré algo, madre: él me ha insinuado que puedo ir a
su propiedad de Escocia de dos maneras: como invitada o como la dueña.
La mujer dio un grito que casi hizo estallar los tímpanos de Emma.
—¡Lo tienes! ¡Lo tienes, Emma! —exclamó la dama.
—Todavía no es seguro, pero esperemos que esas palabras permanezcan
y que no se las diga a otra fulana.
Por la cabeza de la señora Malorie solo pasaban artimañas para casar a
su hija con el sobrino de lady Kirby y del señor Clement.
***
En Londres, William había llegado a casa de su amigo Spencer para
anunciarle que estaría lejos una semana. Como había visto al llegar,
Eugenia lo distinguió a través de la ventana, por lo que no le sorprendería
que ella lo recibiera.
—¡Yo quiero saludarlo primero! —espetó Eugenia que empujó a Rose
para que se quitara del camino una vez que vio entrar a William.
—Mi estimada lady Eugenia, ¿cómo se encuentra hoy? ¿Y usted, lady
Rose? —preguntó William con amabilidad.
—¿Es cierto que usted se casará con Eugenia? —increpó Rose sin
dilación—. Ella se lo ha estado diciendo a todos en la casa.
—El marqués está soltero porque espera a que crezca, Rose. Todavía me
faltan ocho años...
—No es justo que Eugenia sea la escogida —espetó Rose, enfurruñada.
—Traje obsequios para ustedes, ¿se conforman con eso si no me caso
con ninguna?
—Yo sí, pero no sé si Eugenia lo haga. Si ella no lo quiere, me quedaré
con su presente.
La más pequeña de las hermanas Fane frunció su ceño y extendió la
mano para que él le diera lo que llevaba para ellas. William sabía que nunca
debía acudir a casa de Spencer sin un obsequio para sus hermanas. Cada
visita a lord Nottingham le costaba mucho dinero, pero todo fuera por ver
feliz a esas niñas.
—Aceptaré el presente, pero no debe olvidar casarse conmigo —replicó
Eugenia, ofendida por haberse vendido.
—Lamento decirle, milady, que estoy buscando una esposa un poco
mayor que usted y más alta.
—Entonces no ha resultado, lo intentaré con lord Felton —expresó la
menor de las Fane.
—Su señoría, disculpe la impertinencia de las niñas. En un descuido son
capaces de quemar esta casa —dijo la señorita Harting, avergonzada.
—Señorita Harting, en un instante lady Eugenia me ha reemplazado por
lord Felton. Sus afectos son fugaces, eso es preocupante.
—Espero que eso no sea un problema en el futuro. Creo que ella está
entusiasmada por el matrimonio de lady Kitty.
—El duque es adorable. Spencer dijo que una vez que pasen unos meses
del matrimonio me enviarían con ella —contó Eugenia, feliz—. Bien, su
señoría, mucho cotilleo y poco obsequio...
La niña seguía con la mano extendida. William sentía que lo estaban
asaltando. Rose lo miraba con paciencia y esperaba su turno para que le
dieran lo que llevaba con él. Quitó de su levita cuatro broches de brillantes
iguales. Eran pequeños y hechos de manera exclusiva para ellas. En esta
ocasión se había esmerado más por los obsequios. A veces las sentía como
sus hermanas y por eso caía en el juego del afecto con ellas.
Las dos niñas comenzaron a saltar al ver sus nuevos y valiosos
obsequios. Llamaron a las otras y también se pusieron muy contentas.
—Deja de consentirlas —pronunció Spencer al ver a sus hermanas
consumidas en la locura.
—No puedo hacerlo. Venir aquí con las manos vacías no es una opción,
nunca tendríamos privacidad —respondió William.
—¿Te han hecho algo en esta oportunidad?
—Estoy preocupado por Eugenia, primero ha deseado casarse conmigo y
al decirle que estoy buscando una esposa ha pensado en Scott.
—Ya no sé qué hacer con ellas. La única que no me da dolores de cabeza
es Meredith y Kitty ha resultado ser mi mayor felicidad. Espero no estar
vivo para cuando llegue el momento de buscar esposo para Eugenia.
—No lo buscarás tú, ella lo encontrará y solo Dios sabrá la forma en que
lo cazará.
—Espera un momento, acabo de analizar lo que me has dicho, ¿quieres
casarte?
—Sí.
—¿Por fin te casarás con Emma?
—¿Por qué tengo que casarme con ella? ¿Cuál es el empeño con eso? —
curioseó William. Al parecer todos a su espalda habían hecho una vida
paralela en la que él le pedía matrimonio a Emma. ¿Qué ocurría con sus
conocidos y amistades?
Sorprendido por esa pregunta, Spencer sonrió.
—¿Acaso no lo sospechabas? Eres muy cínico y desconsiderado, mi
querido marqués.
—¿Cínico y desconsiderado? Me ofende, pero no me mortifica, ya que
no lo comprendo.
—¿No comprendes que esa jovencita estuvo esperando por años a que le
pudieras matrimonio? Era solo tuya y de nadie más. Y ahora, después de
tanto, resulta que le pedirás a una completa extraña para que sea tu esposa.
Eso me decepciona, pero más decepcionará a Victoria. Es mejor que no le
diga nada porque no puedo verla triste. El nacimiento de nuestro hijo ha
sido lo mejor de nuestra vida y no lo oscureceré con semejante noticia.
—Se supone que es mi vida y no la de ustedes. Elijo con quién me
casaré, no obligaré a nadie que no quiere contraer matrimonio a que lo
haga. ¿Piensan que la rechacé? Ni un segundo de su existencia me ha
demostrado interés. La señorita Malorie es más fría que un témpano. Ni una
sola insinuación, ni una mirada, ni una señal, Spencer, nada.
—¿Estar a tu lado no era suficiente señal para ti?
—Pero si nadie deseaba estar con ella.
—Porque tú te habías apoderado de su tiempo y de su voluntad. ¿Qué
oportunidades le diste? Quizá la ilusión.
—Me escandalizo al pensar que soy el malo de esta historia. Ni ella ni
yo hemos demostrado interés mutuo. Lo que percibieron fue una ilusión,
pero de ustedes. Nosotros siempre estuvimos conscientes de que nuestra
relación estaba basada en el beneficio mutuo del baile y de la compañía
bajo el manto de enemistades por diferentes pensamientos, ni siquiera nos
llevábamos bien...
A William se le agotaban las palabras para defenderse. No comprendía
las razones de tantas acusaciones. Él no sentía haber hecho algo tan horrible
como lo que decía Spencer, aunque suponía que esa era la imagen que
habían proyectado Emma y él con todos sus encuentros.
—Te confesaré que has roto nuestras esperanzas de unir a nuestras
familias en esta amistad tal y como lo llevamos haciendo. Tener que aceptar
a otra mujer será algo difícil...
—O quizá les toque aceptar a un hombre. La santa señorita Malorie al
parecer está siendo cortejada por un tal lord Melbourne, alguien que es
asiduo a los lugares poco recomendados para los caballeros con buenas
intenciones.
—No conozco a un tal lord Melbourne.
—Es sobrino de lady Kirby. Eso me lo ha dicho la misma señorita
Malorie. Dijo que ella no había sido invitada al mismo lugar que yo y que
me fuera a disfrutar y a escoger esposa, pues ella se quedaría con lord
Melbourne. Me ha dejado perplejo su indecencia —masculló recordando la
rabia que le provocaba recordar las palabras de la joven y las acciones del
caballero.
—Entonces no todo está perdido para Emma. Si tú puedes hacer tu vida,
ella también lo hará.
—¿No lo entiendes, Spencer? ¡Ese hombre no es honorable!
—No creo que alguien puede ser menos honorable que tú.
—¡Oh, por favor!
—Si has decidido casarte, deja que la cortejen.
—No lo voy a hacer hasta que ese patán demuestre que es el indicado
para ella. Ella es una solterona que es capaz de arrojarse a los brazos de
cualquiera por no morir sola. Quiero convencerla de que ese cualquiera sea
un buen cualquiera, no alguien como lord Melbourne.
—Nadie lo conoce. Escucha, William, deja las tonterías y la paranoia.
Nada es inmediato. Si ella está interesada en otro caballero, no queda otra
opción más que resignarse. Resígnate, la perdiste.
¿Podría en realidad perder algo que nunca había tenido? Él nunca la
tuvo, ni por un instante. ¿Por qué se cuestionaba algo semejante? Spencer
debía estar equivocado. No podía perder algo que no tenía. Todo se resumía
en esa expresión. Eran enemigos de una buena relación, pero amigos de la
compañía, socios de la diversión y esclavos de los cotilleos.
La despedida con Emma en esta temporada estaba dejando demasiadas
piezas fuera de lugar. Su decisión de casarse le acarreaba demasiados
problemas. Sentía que a su alrededor todo escapaba de sus manos. Si no
hubiera hecho esa promesa, si no le contaba a Emma sus intenciones y si él
no escuchaba el nombre del tal Melbourne, todo seguiría su curso normal.
Lo que le ocurría podría definirse como un disparo que se había
infringido él mismo en su pie. Lo dejaba incapacitado para alcanzar la paz.
Al parecer su tranquilidad estaba en que Emma fuera soltera, porque eso era
lo único que lo mantenía con la mente ocupada y trabajando hasta en los
sueños. ¿Por qué le resultaba tan ofensivo que Emma tuviera una
oportunidad de acabar con su soltería? ¿Por qué odiaba tanto a un
desconocido? ¿Serían celos?
Los celos no eran parte de su vocabulario habitual. Estaba acostumbrado
a ser elogiado, escogido y respetado en todas partes. Un hombre salvaje sin
educación no podía ganarle a un marqués, no a él. Quizá en el físico lo
aventajara, pero eso no significaba que todo estaba perdido.
William continuó su conversación con Spencer antes de ir rumbo a la
propiedad de lady Kirby. No tenía ilusiones con respecto a ese lugar al saber
que Emma no estaría. Lo único que lograría era morir ahogado con sus
pensamientos de que Emma tendría citas clandestinas con un recién llegado,
con un salvaje sinvergüenza. El peor enemigo de un ser humano era su
propia mente.
Una vez que se despidió de su amigo y de las hermanas de aquel, regresó
a su carruaje. Trataría de entretenerse con una lectura. El trayecto sería un
poco largo y a él no le gustaba quedarse dormido en el coche por los
dolores que eso podría darle. Trataría de hacer lo posible por abandonarse a
un libro y evitar pensar en las cosas que escapaban de su control. Debía
tomar esa salida como la oportunidad de oro para encontrar a una esposa
que conformara a su familia, en especial a su abuela antes de que muriera.
Tenía poco tiempo para ello. La vida de su querida abuela no duraría
demasiado. Había perdido mucho tiempo para darse cuenta de que no
quería que ella se fuera de este mundo decepcionada de él.
Capítulo 10

Emma, su madre y el conde de Melbourne habían llegado a la lujosa


residencia solariega de lady Kirby. Era incontable la cantidad de ventanas
que existían y ni siquiera podían hablar sobre medidas. Esa casa había sido
pensada para albergar a un ejército. Juraba que podrían perderse dentro si
no tenían una instrucción correcta.
—¡Frederick! —llamó lady Kirby a su sobrino.
Él sabía que no podría huir del cariño bruto de su pariente. Ya tenía
cuarenta años y todavía lo trataban como a un niño.
—Tía... —musitó.
Lady Kirby miró de reojo a Emma y a su madre. Aquellas estaban ahí
solo por capricho de su sobrino. Esa joven había logrado convencerlo de ser
una dama divertida. No sabía qué tenía esa dama para atraer a los caballeros
y adueñarse de la voluntad de ellos.
—Ven a conocer la casa, querido. Lord Kirby ha hecho muchas mejoras
en esta casa. Sabe que me encanta organizar fiestas y fungir de casamentera.
—Por supuesto que la acompañaré, tía, pero primero acompañaré a la
señorita Malorie y a su madre. Han tenido un día difícil después de que la
rueda de su carruaje se rompiera.
La gran dama levantó una ceja y miró con suspicacia a la señora Malorie
y a su hija. Imaginaba que aquellas eran capaces de cualquier cosa ya que
habían perdido la atención del marqués.
—Qué curioso que el carruaje sufriera un percance en tu camino, cariño.
—Ella hizo un gesto con la cabeza para saludar a Emma y a su madre.
—Fue un evento desafortunado —reaccionó la señora Malorie que, al
igual que su hija, respondió a la aristócrata con una reverencia.
—¿Pueden acompañarnos a recorrer la propiedad? —preguntó Frederick
a Emma.
La joven observó a lady Kirby que no estaba muy feliz con su presencia
en ese lugar. Lo podía notar por su rostro y por los comentarios que hacía.
Esa dama sabía que ellas no eran aristócratas, sino que eran mujeres ricas y
sin títulos.
—Por supuesto, querido —replicó lady Kirby, disconforme. Esperaba
poder separar a su sobrino de Emma. Ella le haría perder el tiempo a
Frederick y no conseguiría una esposa a su altura.
Iniciaron el recorrido con poco entusiasmo, aunque después de unas
cuantas habitaciones lady Kirby ya sonreía por cualquier motivo, pues
adoraba enseñar su casa, era su gran orgullo. Para ella organizar eventos era
su vida.
También Emma y la señora Malorie estaban entusiasmadas por el
recorrido. Les interesaba toda esa casa y calculaban cuánto habían gastado
en toda la remodelación y construcción de una nueva ala.
Mientras las damas se divertían, Frederick rogaba para que eso
terminara. No le gustaba la arrogancia con la que su tía presumía la
residencia a sus invitadas. A él no le gustaba presumir y hasta le resultaba
desagradable e incómodo que sus acompañantes tuvieran que soportar los
delirios de grandeza. Ellas le seguían la corriente a la anfitriona para no
quedar mal, podía asegurarlo.
Terminaron el recorrido, tan exhaustos que ya no daban con el peso de
sus almas.
Los invitados iban llegando para llenar cada espacio de esa enorme
morada. Todos eran guiados a sus habitaciones en donde había
instrucciones de qué harían ese día. Lady Kirby era extremadamente
ordenada con lo que hacía. Se notaba que era una experta en organizar esa
clase de eventos, no se trataba de una persona improvisada. En realidad,
nada alrededor de ellos era improvisado.
A Emma la colocaron en una habitación junto a la de su madre. En un
ala de la residencia en donde solo estarían las damas. Del otro lado se
encontraban los caballeros. Era evidente que lady Kirby no deseaba
escándalos y por eso mantenía bien separados a los varones de las mujeres.
El lado de las damas estaba más poblado, ya que las jovencitas no podían
ir sin una carabina.
Emma se acomodó en la habitación y observó que no era tan amplia
como otras que habían visto en el recorrido. Comenzaba a percibir cierto
rechazo por parte de la anfitriona de la casa. Juraba que no la quería ahí,
pero si fuera de esa manera, ¿por qué razón la había invitado? La pregunta
le llevaba a considerar al marqués de Asthon como el encargado de haberle
pedido a la mujer que la invitara. No sabía si William asistiría; recordaba
que él había tenido dudas de asistir por su ausencia. También era tarde en la
residencia de lady Kirby y él no había llegado, lo que podría significar que
se ausentará de ese evento. Ella creía que era lo mejor, así Emma no
ocuparía su tiempo en distraerse con alguien que no le convenía y descuidar
al pez que estaba muy cerca de picar su anzuelo.
En el área de los caballeros, Frederick no podía proceder a cambiarse
gracias a que su tía inspeccionaba la habitación para que todo fuera de su
gusto, cuando a él lo único que le importaba era que lo dejaran solo.
—No te dejes embaucar por la señorita Malorie y por su madre,
Frederick. Esa joven ha intentado cazar al marqués de Asthon durante los
últimos cinco años. Apenas se enteró de que él dejaría de verla, ella te
encontró a ti. Quiere hincarte los dientes. Además, se rumorea que ha sido
amante del marqués sin conseguir que la desposaran por no tener sangre
aristócrata.
—Con sinceridad la señorita Malorie me parece una persona interesante,
tímida e inteligente. Está muy lejos de ser lo que usted insinúa. También le
recuerdo que soy el que escogerá a una esposa y ella tiene la ventaja de que
la prefiero por muchos motivos y uno de ellos es por no ser aristócrata.
—Tu madre ha sido la causante de eso. ¿Por qué se ha casado con un
aristócrata si odiaba esta forma de vida? Una salvaje de las Highlands
debería haberse acostumbrado a la excelente vida que le dio mi hermano.
—No le gustaba la falsedad y prefirió criarme sin eso y lo agradezco.
Ahora, si me disculpa, quiero cambiarme de ropa.
—Escucha, Frederick, te quiero como lo que eres, pero no permitiré que
cometas un error como el de tu padre. Ya verás que esa joven no dudará en
correr a los brazos de su amante que estará aquí...
Al lograr que su tía la dejara en paz, él suspiró y recostó su figura en la
cama. ¿Quién era el marqués de Asthon? Era curioso y solo por eso deseaba
saber lo que su tía había dicho con tanta malicia. Por algo su madre había
preferido un alejamiento de la familia paterna, puesto que nunca la habían
aceptado por no someterse a la sociedad londinense pese a que el conde
había hecho todo lo posible para que su esposa se adaptara, pero el rechazo
de ellos a su acento era demasiado crítico para que una escocesa se quedara
callada.
No consideraba posible que la señorita Malorie fuera amante de un
caballero. Sabía que ella perseguía un objetivo y, aunque no lo conseguía,
no se encontraba desesperada, sino que más bien resignada, con un padre
que comenzaba a pensar en que su hija no se casaría y por eso le había
comprado unas acres de tierra. Comprendía la preocupación de un padre por
una hija que no había contraído matrimonio en años. Siendo un varón, era
evidente que le preocuparía una dama soltera en la familia, no era algo
bueno en ningún país.
***
William había llegado a la residencia de la lady Kirby casi al caer la
noche. Se había atrasado bastante al salir de la casa de su amigo Spencer.
Discutir con alguien que lo consideraba culpable de un hecho tan detestable
como el engaño de una dama había sido una pérdida de tiempo y también
de saliva para que al final de cuentas lo condenaran sin derecho a
defenderse.
Al pasar la puerta había sido recibido por la anfitriona con mucho
entusiasmo, él diría demasiado, como si hubiera estado esperándolo. Sin
mucha dilación lo habían guiado a su habitación para que se preparara para
la primera noche de la fiesta.
Él se fijó en que existía un cronograma bien estructurado de lo que se
haría en esos días que estarían ahí: caminatas, montar a caballo, retos de
ajedrez, juegos en el jardín, tardes de té, jornada de arte, desayunos,
almuerzos, cenas, bailes y más bailes. De ese sitio en verdad que debería
salir con una prometida a cuestas o como mínimo una candidata. Lo
obligarían a convivir más que nunca con las jovencitas y él lamentaba no
poder ver a Emma en ese lugar y advertirle sobre lo que ese tal Melbourne
deseaba con ella. Mientras estaba exiliado en este lugar aquel aprovecharía
el tiempo para hipnotizar a una desesperanzada señorita Malorie para
después alzarse con sus atenciones descaradamente. Era probable que
llegara tarde para salvarla de un peor futuro del que le esperaba.
Una vez que descansó por unos instantes, después se cambió la ropa de
viaje por una más cómoda para asistir a la velada nocturna que se llevaría a
cabo en media hora.
Desde sus aposentos podía oír las pisadas de las botas y zapatos de los
caballeros de ese lado de la casa. Sabía que estaban divididos de las damas
para evitar cualquier contacto inaceptable y escandaloso entre ellos.
Al salir de su habitación se fijó en ambos lados del pasillo, él parecía ser
el último que faltaba por descender, pero después vio la sombra de uno de
sus amigos.
—¿Listo para que las damas nos atrapen en sus fauces? —preguntó Scott
que también había sido invitado—. Ni siquiera digas que te sorprende
verme aquí. Fui invitado, no tenía nada que hacer. Preferí poner a prueba mi
paciencia o quizá divertirme en el ínterin.
—¿Por qué no me dijiste que te invitaron?
—Tú no lo preguntaste, ¿por qué respondería algo que no has
preguntado?
—Dios, Scott, haces añicos mi paciencia. Al menos te tengo aquí para no
morir de aburrimiento.
—Tampoco puedes pasar todo el tiempo conmigo. Habrá mujeres y tú
tienes que escoger a una.
—¿Te sientes inmune a las damas? Pues te comentaré tu gran infortunio.
Lady Eugenia está esperando a por ti para que le pidas matrimonio. Me lo
ha dicho esta mañana al decirle que buscaría una esposa. Con tanta
simpleza y hasta arrogancia, me ha cambiado por ti.
—Ha recapacitado por su bien. No creo que desee casarme con esa niña
deslenguada, quizá alguna otra de sus hermanas... Tiene más...
—¿No estuviste mirando a ninguna no es así? Existen códigos de
amistad y entre ellos está nunca enamorar a una de las hermanas de tus
amistades, ni a sus hijas.
—Fue solo un chasco. No quiero que me enloquezcan esas niñas. Ahí te
casas con una, pero a la vez con todas. En algún momento encontraré a mi
dama, este puede ser el lugar perfecto para hacerlo.
—Recuerda que aquí solo somos carne, mi buen amigo...
Los dos se dirigieron al salón principal. Al estar ahí, tanto William como
Scott reconocieron los mismos rostros de siempre. Era como una velada
más de todas las que habían sufrido antes, con la diferencia de que estarían
varios días conviviendo.
Los dos comenzaron a criticar y a hacer chascos de la mala fortuna que
tenían. Esperaba que pronto descendieran otras nuevas damas, jóvenes que
quizá debutarán la próxima temporada. A veces algunos acostumbraban a
enviar a sus hijas antes del debut para que tuvieran una ventaja desleal
sobre la competencia femenina. Todos querían casar a sus hijas con el mejor
candidato. El mercado matrimonial era sanguinario.
—Madre... No puedo respirar con este corpiño —masculló Emma que se
sentía sofocada por la prenda interior que le había dado su madre en una
renovación de guardarropa para la ocasión.
—Este resalta mejor figura, y menos mal que te he ayudado con el
cabello o serías un espantapájaros.
—Al menos hay que aflojarlo un poco. No podré cenar y ya estoy
delgada —dijo en su caminata por el pasillo. Debía fingir que no estaba
muriendo para que otras damas no la juzgaran.
—Te acostumbrarás pronto. Serás la más bonita de esta noche. Tus senos
resaltan mucho con el nuevo corpiño.
—Por supuesto que lo harán, porque mi estómago ha empujado mis
senos para salir...
Cuando Emma y su madre llegaron al salón, ella pudo distinguir a
William entre los invitados. Se había quedado perpleja, con el corazón
latiendo desenfrenado. ¿Por qué estaba ahí?
William alzó los ojos hacia las escaleras y vio a Emma más hermosa que
nunca. Este era el instante en que quizá sin darse cuenta la flecha de cupido
lo había atravesado.
Capítulo 11

Sin dudarlo ni un segundo sonrió al ver que ella sonreía, aunque con un
rostro un poco preocupado. También decidió que se acercaría a Emma para
poder conversar con ella. Era su oportunidad perfecta para que se acercaran
y él no solo pudiera decirle algo que lo tenía mortificado, sino que se
permitiría disfrutar de la compañía que siempre perseguía.
Tomó impulso para dejar a Scott e ir por el sendero que lo llevaba hacia
ella; sin embargo, frente a William se había colocado la gran figura del
conde de Melbourne para aventajarlo.
Emma vio que lord Melbourne caminaba hacia ella como lo hacía el
marqués. ¡Dios, se le estaban juntando los problemas! ¿Qué haría en ese
momento? ¡Lo evidente! Darle su atención al caballero que no la había
desechado como si ya no sirviera. Tan rápido como sus pensamientos la
invadían ella colocó una sonrisa en su rostro para que el conde supiera que
estaba complacida con su caballerosidad. Además, deseaba que William se
alejara para no distraerle ni hacerle perder el tiempo.
—Lord Melbourne —dijo animada y sonriente sin dirigirle la mirada a
William. Ella extendió la mano para que Frederick la besara.
—Señorita Malorie... No había tenido demasiadas expectativas al venir
aquí; sin embargo, ahora estoy más que feliz de no haber faltado —
correspondió Frederick que plantó un beso al dorso de la mano de la joven.
Estaba asombrado por su cambio y por lo que un escote distinto podría
hacer.
William resopló por la frustración al ver lo que estaba sucediendo.
Emma estaba coqueteando con ese salvaje.
—Supongo que desistirás del asunto de salvar a la señorita Malorie, ¿no
es así? Porque a mi parecer no tiene muchas ganas de ser salvada —musitó
Scott que se acercó a William que se había escapado en un descuido.
—Por supuesto que voy a hacerlo. Observa como está a punto de entrar
en el escote de la señorita Malorie... —alegó el marqués, indignado.
—Yo haría lo mismo con una dama soltera. Esto hace que la decisión de
ese conde sea más rápida para contraer matrimonio con la señorita Malorie.
Una mujer bella, solterona...
—Scott, tú solo echas aceite en mi lámpara. No me provoques...
—No debería molestarte que tenga un pretendiente. Tú pudiste ser ese
caballero, pero nunca quisiste, William. Deja que en este momento todos
los buitres de este salón sobrevuelen a esa joven. Además, no significa que
se casarán con ella. Te saldrán pústulas por los nervios.
—Me ha ignorado cuando nunca antes se había atrevido a hacerlo.
William todavía no daba crédito a todo lo que estaba viviendo. Emma lo
había abandonado para darle sus atenciones al recién llegado a su vida. Era
evidente que se encontraba desesperada para arrojarse a los brazos de
alguien que seguía matando a su comida en una cena elegante. La situación
era comprensible. Cinco años de soltería no eran agradables para alguien
que entre confesiones le había dicho que deseaba casarse, pese a no haberlo
conseguido en años. El conde de Melbourne debía representar el agua en el
desierto para ella y no dudaba que lo tomaría como su salvación. Quizá él
también lo haría si estuviera en la misma situación, pedo no se permitía
considerar a alguien como ese caballero para estar con Emma. No, Emma
no se arrojaría al abismo de esta manera. Si bien, no eran los mejores
amigos, no significaba que la dejaría cometer una tremenda tontería.
Sin disimular su desagrado, él buscó la mirada de Emma, que lo ignoró
con gran éxito. Ni siquiera volteó a saludarlo después de la primera mirada
que se habían dado mientras ella bajaba la escalera. Ver que aquel
sinvergüenza le besaba la mano, le miraba el busto y casi introducía su nariz
en su escote escandalosamente, representaba una tortura.
No los dejaría respirar tranquilos, los seguiría hasta que sintieran su
presencia. Que fueran a lugares oscuros podría ser preocupante y su
objetivo era evitarlo a toda costa.
De reojo, Emma podía distinguir que el marqués no estaba feliz por
haber pasado desapercibido para ella. Le había dado un golpe directo a su
ego. Por un lado, se sentía satisfecha, aunque la otra parte deseaba correr
junto a él, darle un saludo agrio y comenzar una plática que se extendería
por horas junto a varias copas de vino que acabarían en medio de sus
amplios intercambios de opinión.
La señora Malorie seguía a su hija y celebraba su determinación para
ignorar al marqués. Ya había sido suficiente el tiempo que ese hombre había
consumido a Emma como una sanguijuela. Sus ojos estaban abiertos en esta
ocasión al igual que los de Emma. Le había dado fin a sus ilusiones de que
Emma fuera la marquesa de Asthon, ella se convertiría en la condesa de
Melbourne y lo podía oler, al igual que el mal ánimo de lady Kirby. Esa
mujer se ahogaría en su saliva una vez que Emma consiguiera la propuesta
de su sobrino, ya podía saborear esa victoria como una bofetada en su rostro
por hacerlas de menos y mirarlas por sobre el hombro.
—Señora Malorie —llamó William a la madre de Emma.
—¡Oh, su señoría! —replicó la señora fingiendo estar sorprendida—. Es
un gusto verlo, al igual que a milord —siguió, refiriéndose al conde de
Felton.
—¿Con quién está Emma, señora Malorie? —preguntó el marqués
fingiendo desconocimiento.
—Es el sobrino de lady Kirby, lord Melbourne.
—He oído hablar de él y no ha sido muy grato lo que escuché...
Estaba dispuesto a inventar cualquier cosa con tal de que Emma se
alejara de ese caballero.
—¿Dígame qué ha oído? —La señora Malorie no era tonta. Escucharía y
luego evaluaría la situación.
—Barbaries de este barbaján —respondió de inmediato—. Es un hombre
que gusta de clubes baratos y que busca mujerzuelas en esos lugares...
La madre de Emma ni siquiera movió un músculo de su rostro. Le
parecía una completa tontería.
—Señoría, eso no es ni siquiera la mitad de lo que se dice de usted.
También, todos los caballeros tienen sus secretos a voces. El conde de
Melbourne no será la excepción ni la perfección, es solo una oportunidad
para Emma. Siendo usted un amigo de ella, debería apoyarla dándole un
consejo para que lo conquiste.
El marqués no podía creer cómo la señora Malorie estaba dando vuelta la
situación a su favor. ¡Jamás le recomendaría a nadie para Emma! ¡Qué
ridiculez!
—Primero estaría muerto antes de desearle el mal a la señorita Malorie
—aseguró ofendido por las palabras de la mujer.
—Es peor para ella estar soltera. Un esposo, por mujeriego que este sea,
es un esposo. Solo alguien que no puede ver el sol piensa como algo malo
un marido de esos. Son los mejores, pues nunca molestarán.
La mente de William comenzaba a marearse al responder varias
preguntas de las que tenía acerca de los pensamientos de Emma. Frente a él
estaba la razón de las tonterías de la joven.
—No creo que él sea lo que desea la señorita —insistió.
—¿Considera que a estas alturas todavía puede importar lo que desea
sobre lo conveniente? Déjeme decirle que no. Ella es mucho más inteligente
que hace unos días atrás, al igual que usted: los dos han escogido el camino
del que nunca debieron desviarse. Emma busca un matrimonio al igual que
su señoría. Espero que lord Felton tome esa determinación muy pronto. Se
dará cuenta de que tener una esposa es lo mejor que le podría ocurrir.
—Por supuesto, señora Malorie, por eso estoy aquí —habló Scott para
agradarle a la mujer y no hacer discusiones innecesarias como las que
realizaba William con imprudencia. La mujer había arrastrado al marqués
entre las patas y después le pasó un carruaje encima al decirle que tanto ella
como él iban por el camino correcto.
—Si me disculpan, iré a saludar a algunas amistades, mientras mi
querida Emma pasea con el conde. Espero que después todos ustedes
puedan divertirse con los juegos que ha preparado lady Kirby.
Tanto William como Scott despidieron a la mujer con una inclinación de
cabeza.
—¿Por qué das la razón a una mujer que carece de ella? —increpó
William a su amigo.
—No discutiré con una mujer. Tengo muchas posibilidades de perder en
esta ocasión. Hay que saber escoger las batallas para pelear, esta era para
retirarse con honor. No me avergonzaría como tú. La señora te ha dado una
bofetada con guante blanco por la insinuación que te ha hecho. Ha sido
genial y no ha guardado nada con respecto a que tú hiciste que su hija
perdiera el tiempo. Siento admiración por ella.
Él no sabía si tenía un amigo o un enemigo junto a su persona. Scott se
había convertido en la voz de su conciencia, a la vivió ignorando; sin
embargo, sentía que podían acusarlo de cualquier infamia, salvo de
frecuentar mujerzuelas, era bastante delicado con ese asunto, no quería
contagiarse de sífilis por andar de picaflor en donde no debería, eso se lo
dejaba a las clases menos acomodadas.
Su amigo el conde de Felton fue abordado por unas matronas. A él se lo
notaba cómodo y sereno, con su arma más certera en la lengua: la
diplomacia. En cambio, William hacía lo mismo de siempre. Se colocó en
un rincón, cogió una copa y se dedicó a mirar el salón como si fuera el
anfitrión. No perdía de vista a Emma que se deshacía en sonrisas para el
conde de Melbourne. No la había visto sonreír tanto en esos tiempos, salvo
cuando se sentaba para hacer divertidas pláticas navideñas con las hermanas
de Spencer o hacer chascos junto a la señorita Harting.
Sobre la compañía de Emma podía decir que aquel no era alguien
refinado. A medida que más lo veía, más rechazo sentía por él, puesto que
no se comportaba como un aristócrata común lo haría. No mantenía una
distancia prudente de Emma y esto no ayudaba a la reputación de una dama.
Que no tuviera un título de cortesía no la habilitaba a vivir a sus anchas de
una manera tan grotesca aceptando cortesías de un orangután.
A Emma la sensación de cuchillos clavados en su espalda no le
desaparecían. Sentía temor de mirar a su alrededor y distinguir que William
la estaba atravesando. ¿Sería posible escapar de él durante esos días que
estarían ahí?
—Señorita Malorie, hoy mi tía me ha hecho un comentario sobre usted
—comentó Frederick—. Le hablaré con la verdad, pues a mí no me mueven
los convencionalismos de Londres, sino que más bien lo hace mi
conciencia.
—Creo que su tía pudo haberle dicho que me agrada quedarme en un
rincón con cierto caballero...
—El marqués de Asthon...
—No hable muy fuerte o lo atraerá y no podremos librarnos de él —
alegó Emma entre broma y realidad.
—Me dijo que...
—Se dicen muchas cosas sobre él y yo, pero le digo que ninguna de ellas
es cierta. Absolutamente ninguna. Solo fuimos dos personas incapaces de
encontrar algo mejor que hacer que molestarnos de mutuo acuerdo. Mi
querida prima Victoria está casada con su amigo, por eso tenemos mucha
comunicación y nada más.
—Lo suponía. Mi tía fue un poco malintencionada con sus palabras.
—No me sorprende. Me ha mirado de pies a cabeza desde que estoy aquí
con usted.
—También hay otra persona que no le ha quitado los ojos de encima —
indicó Frederick con un gesto de cabeza refiriéndose a William. Aquel lo
había notado desde hace tiempo rondándolos como una rata.
Las mejillas de Emma se tiñeron con un ligero tono colorado. Al parecer
todos se darían cuenta de que el marqués no podía ocultar su mirada y
tampoco su locura.
—Él es el marqués de Asthon... —contó la señorita.
—Debería ir a saludarlo siendo amigo suyo.
—Yo creo que...
—Es bueno que lo salude. Supongo que la mira de esa manera porque yo
la he acaparado desde que entró al salón. La acompañaré a hacerlo.
Emma se sentía presionada y acorralada. No quería saludar al marqués,
pero el conde no le daba otras opciones. Lo que menos deseaba era estar a
su lado para conversar, ya que era probable que se perdiera en medio de la
conversación y que terminara prestando más atención a William que a
cualquiera como siempre había ocurrido.
Capítulo 12

William se dio cuenta de que Emma y el conde estaban hablando de su


persona y se dirigían hacia donde él estaba. Parecía que iban a saludarlo.
—Su señoría —saludó Emma, obligada.
—Es un placer verla, señorita Malorie.
—Quería presentarle al conde de Melbourne. Es sobrino de lady Kirby.
—Es un placer conocer a los amigos de la señorita Malorie, su señoría
—saludó Frederick.
El marqués odiaba la voz gruesa y con acento extraño del nuevo amigo y
pretendiente de Emma. Esperaba poder fingir un poco de educación.
—El placer es mío, milord —correspondió forzado.
—Lamento tener que robarme el tiempo de la señorita Malorie. Es que
su compañía es exquisita y usted lo sabrá mejor que nadie.
—A mí nunca me ha parecido divertida, es una serpiente —replicó
William como si fuera que estaba jugando con Emma; sin embargo, al ver
que ella abría los ojos con sorpresa a lo que decía, supo que debía
reivindicarse—. Es un chasco, la señorita Malorie es el alma de las fiestas.
Emma no había quedado conforme con la salida de William. Sabía que
era un completo error acercarse a él y más al saberlo resentido, porque lo
que había pronunciado era puro resentimiento.
—Coincido con que es el alma de las fiestas, al menos para mí...
—¡Frederick, querido! —llamó su tía lady Kirby que lo había
encontrado. Apartó a Emma de su sobrino y lo cogió del brazo—.
Disculpen que les robe a mi sobrino. La señorita Malorie no debería ser tan
egoísta para acaparar a los mejores solteros de la noche.
—Tía, por favor... —masculló Frederick, avergonzado.
—Volverás con ella después. Quiero que conozcas a algunas amistades.
Nadie conoce al hijo de mi hermano, así que ven conmigo.
—Regresaré pronto, señorita Malorie. Ha sido un gusto, señoría —se
despidió el conde antes de ser secuestrado por su tía.
La señorita Malorie y el marqués se habían quedado solos. Sus miradas
se cruzaban, pero nadie decía nada.
—Con permiso… —dijo Emma para retirarse del lugar. La relación entre
ambos había cambiado después de que él decidiera buscar esposa. Existía
demasiada tensión entre ellos.
—¿Está huyendo de mí, señorita Malorie? No puedo creerlo. Está
corriendo tras un pantalón. ¿Creen que le van a robar a su malhablado
conde? Por favor, es un cavernario.
—¿Cómo ha dicho? ¿Cómo se atreve a hablar así de un caballero?
—Yo soy un caballero, ese es un mono en un traje elegante que le aprieta
en los lugares equivocados. Es un exhibicionista.
El asombro no salía del rostro de Emma. Nunca había imaginado
semejante forma que tenía el marqués para hablar de otros.
—¿Qué le ha hecho el conde? —increpó enfadada.
—¿No se da cuenta de que piensa que usted es un blanco fácil para sus
intenciones? Es mejor que se mantenga aquí conmigo, la cuidaré.
—¿Cuidarme? No necesito que me cuide. Usted lo que hace es espantar
a los candidatos. No me había dado cuenta de eso hasta que dejé de verlo y
gracias a eso pudo acercarse alguien.
—Es evidente que se acercó, porque la ve sola y vulnerable. Esta clase
de sinvergüenza busca aprovecharse de la ignorancia de las solteronas y
usted es una...
—¿Soy ignorante? —interpeló ofendida.
—No, no, es solterona, no creo que sea ignorante —reaccionó William al
ver que ella echaba fuego por la mirada.
—Aléjese de mí. Voy a buscar mi destino. Usted lo único que ha hecho
por mí es perjudicarme. Hasta mi reputación está en el fango por su causa.
—Siempre hemos estado juntos, señorita Malorie. ¿Ahora cree que no es
culpable de su soltería? Me hubiera dado una patada el mismo día en que
nos conocimos.
—Lo hubiera hecho. No quiero verlo más, señoría.
—Seguirá viéndome le guste o no. Estaremos aquí muchos días.
—Entonces no se acerque a mí.
—Eso no será posible, puesto que mi obligación es salvarla de una
tontería.
—Yo no necesito que me salven. Necesito un esposo y no dejaré que lo
arruine.
—Le arruinaré una mala elección.
—¿Se está escuchando? ¿Desde cuándo un conde es una mala elección?
—Desde que lo vi entrar a un lugar indecente y tener en su regazo a una
mujer de dudosa reputación.
Los ojos de Emma se habían salido de sus cuencas al oír lo que decía
William. Le sorprendía que estuviera tan preparado para dejarla soltera otra
vez. No tenía nada asegurado con lord Melbourne, pero se aferraría a él
hasta que se diera cuenta de que no existiría nada. ¿Por qué no hacerlo si
eso fue lo que hizo durante todas sus temporadas sociales sin darse cuenta?
—Sí, sabía que pondría esa cara, señorita Malorie. Ahora espero que se
alegre por advertirle sobre la situación —se jactó William.
—Lo único que me sorprende es su desfachatez. ¿Cómo puede acusar a
lord Melbourne si usted estaba en el mismo lugar? —acusó la joven.
Esa había sido una respuesta que William no había barajado. Creyó que
la tendría corriendo a su lado para que fueran los mismos compañeros de
siempre. Sin embargo, lo que había conseguido era no poder responder de
buena manera a un cuestionamiento.
—Eso tiene una explicación lógica —expresó.
—Sí. Significa que son iguales. No puede señalar al conde con ninguna
de sus garras. Lamento que desee mi mal, señoría, cuando yo me he
ofrecido a ayudarlo en su búsqueda de una esposa. Si a usted le gusta la más
bonita yo lo apoyaré y si le agrada la más fea, también. No entiendo la
razón por la que ha llegado a este punto.
—Por supuesto que no soy igual a ese hombre, señorita Malorie. Yo
quiero lo mejor para usted. Podremos ser enemigos, pero no la odio para
desearle que se case con un pésimo candidato. Deben existir otras opciones.
—No existen, nunca existieron. Esta es la oportunidad que he estado
esperando desde que me educaron para ser una mujer de su casa. Tengo
veintitrés años y soy una preocupación para mis padres. Si lord Melbourne
me pide matrimonio o cualquier otro por malo que este sea, lo aceptaré y no
puede cambiarlo. Las oportunidades no aparecen dos veces para alguien
como yo.
—No puede darse tan poco valor, señorita. Espero que recapacite y no
cometa un acto desesperado —musitó William que no perdía de vista los
ojos enfadados de su antigua compañera de salón.
—Lo que yo espero es que usted recapacite en su acto egoísta. ¿Espera
que yo muera sola, mientras usted se casa y tiene hijos? Si puedo tener la
misma oportunidad que un caballero, la aceptaré.
—Qué casquivana, señorita Malorie. Puede buscar un esposo en otro
sitio.
—En los lugares correctos no lo he conseguido. Fomentaré la relación
amistosa que tengo con el conde de Melbourne y asunto arreglado. No tiene
razones para seguir dándome consejos que no le he pedido.
—No los ha pedido, pero los necesita con urgencia. Puedo apartarlo de
usted, solo quédese a mi lado.
—¡No lo entiende! —espetó haciendo que varias personas a su alrededor
se dieran la vuelta para verla. Comenzaba a montar un buen espectáculo
gracias a su impaciencia y la impertinencia del marqués—. No quiero que
me aparte de él. En todo caso le rogaría que usted se aparte.
—Emma querida, ven conmigo —pidió su madre que corrió hacia ella al
notar que perdía los estribos con el marqués—. Con permiso, su señoría.
A Emma no le dio tiempo de despedirse de William, su madre la cogió
con mucha fuerza y la llevó hacia un lugar alejado de los demás asistentes.
—Emma, no pierdas la cabeza por culpa de él. Es un provocador y está
muy celoso de ti —aseguró la señora Malorie.
—Él jamás estaría celoso de mí. Lo que tiene es una gran malicia, un
odio desmedido...
—No, querida. Él se muere de celos porque no tiene tu atención, no te
tiene en sus manos. Mira qué sorpresa —rio la mujer.
—Madre, él está dispuesto a echar por los suelos lo que yo haga para
casarme. Es tan malvado.
—No puede hacer nada más que morir de celos. Te tuvo durante años a
su merced y nunca quiso tomar la delantera, ahora que ha quedado rezagado
piensa que puede mantenerte como su sabueso. Está muy equivocado. Si mi
intuición no falla, tienes dos pretendientes.
—No es así, madre. Él quiere hacerme daño, pero no dejaré que lo haga.
Le dije que si alguien me pide matrimonio lo aceptaré y si ese alguien es
lord Melbourne lo haré con mayor ánimo.
—Es así como debes hacerlo. Estás muy cerca de conseguirlo. Trata de
mantenerlo lejos para que muera de inanición mientras te ve ser feliz con
lord Melbourne. Esto lo disfrutaré mucho, Emma, lo juro. Este es su castigo
por haberte despreciado.
—Madre, él nunca me ha despreciado.
—Por supuesto que sí. Te ha cortado las alas y te ha tenido junto a él con
el objetivo de que siempre fueras su paño de lágrimas después de que lord
Nottingham se casara con Victoria.
Los ojos de Emma se dirigieron a William de manera desafiante. Si
intentaba algo, ella saldría triunfante. Ambos debían entender que su tiempo
de falsos enemigos había terminado, en ese instante lo consideraba un
enemigo de verdad.
A William no le había dado tiempo de nada más. Emma se rehusaba a
ser engañada y utilizada. Él podría tomar sus buenos deseos, colocarlos en
un bolsillo y buscar a una dama para charlar, pero nada de eso le apetecía,
pues solo deseaba la compañía de esa señorita.
Hacerla entrar en razón se había convertido en una odisea. Emma estaba
enloqueciendo de desesperación y la situación se tornaba más grave. Ella
vivía cegada por la idea del matrimonio y él no estaba ajeno a eso. No
obstante, algo dentro de su mente le decía que nadie era indicado para la
joven. Pensar en que alguien llegaría y pediría la mano de Emma, lo llenaba
de una terrible sensación de odio e incertidumbre. Ella era algo constante en
su vida a quien él esperaba de una manera insana. Lo que él no deseaba era
descubrir que quizá siempre estuvo enamorado y que por comodidad o por
temor a no ser correspondido, prefirió callar.
Podría ser definido como un gran egoísta que no quería la felicidad de
ella, pero juraba por su vida que Emma no podría ser feliz sin él. Eran el
complemento perfecto, nadie jamás podría igualarlos al compartir.
Fomentaron un cariño extraño con tantos bailes y copas que habían bebido.
Algunos decían que el amor nacía con el baile, mas William siempre se
había creído inmune a esos sentimientos, porque no conocía más que el
afecto familiar o amistoso. Sobre el amor no tenía conocimientos, no sabía
cómo se sentía estar enamorado. Emma tampoco era la criatura más
esplendorosa para caer desarmado abre ella. Conocía lo que era una
atracción hacia una fémina y eso se trataba de observar a una jovencita por
su gracia, belleza y atributos, aunque esa noche podía decir que observaba
de una manera mucho más detallada a Emma. Su pelo parecía más corto, su
cuello largo se notaba esbelto y suave, esto lo invitaba a desear acariciar esa
zona hasta su huesuda clavícula y descender hasta los confines de sus
montañas. Ella era hermosa, atractiva y decidida. ¿Por qué no lo había
notado antes? Como él mismo la había considerado como no muy bella, su
cabeza se quedó con la idea y por eso no le había dejado ver la realidad de
que Emma también tenía su atractivo, una belleza diferente.
Su ceguera había sido demasiado larga para recién notar a Emma
después de mucho tiempo. De ser el afortunado que la tenía en los mejores
momentos pasó a ser el olvidado. Alguien más estaba ocupando su lugar,
ese que él había tenido y al que no le prestó la debida atención. Se sentía
miserable al ser el espectador y no el protagonista. Verla desfilar con otro
era algo que golpeaba su ego de una manera desconocida. A él le habían
enseñado a ganar, no estaba preparado para perder y por eso sabía que
lograría su cometido de separar a Emma del lord Melbourne. Podría tomarle
un tiempo, pero lo conseguiría.
Capítulo 13

Ni siquiera una serpiente hambrienta era tan evidente como William


cuando espiaba a Emma. Estaba a punto de volverse loco al mirar que ella
llamaba mucho la atención con su escote. No solo el caballero que la
acompañaba se encontraba con la punta de la nariz dentro, sino que también
los que pasaban junto a ella. Esto evidenciaba que Emma no escatimaba en
nada para conseguir su objetivo una vez que lo trazaba en su mente.
Durante la cena no había dejado de observarla y tampoco había pasado
desapercibido que la anfitriona no quería que su sobrino se acercara a ella.
Lo había acaparado por completo y lo había colocado lejos de Emma, al
igual que a William. Ella estaba colocada al final de la mesa junto a su
madre, como si se tratara de una marginada, alejada de las mejores
conversaciones. Ciertamente, ellas eran las únicas personas sin sangre noble
que habían sido invitadas. Lady Kirby no se comportaba de manera correcta
con sus invitadas, se notaba que no deseaba que Emma tuviera notoriedad.
¿Para qué la había invitado si la humillaría de una forma tan aborrecible?
Eran alrededor de doce damas y once caballeros, todos en edad casadera.
El resto eran acompañantes o carabinas de las jóvenes y solo a Emma la
habían alejado del resto para colocarla junto a los demás invitados sin
mucha importancia, pues todos sabían a qué habían ido hasta ahí, buscaban
la oportunidad para que se orquestaran compromisos.
William había pensado que encontrar a una mujer que cumpliera sus
requerimientos sería sencillo. Para él había sido fácil elaborar una lista de
solteras elegibles para lord Nottingham, pero para sí mismo no tenía idea de
cómo empezar. De hecho, no podía pensar en nadie teniendo a Emma en su
cabeza. Desde que se habían despedido la última vez y con un pretendiente
en su escote, ya no era posible que él sopesara cosas con claridad. Nadie le
importaba más que ella. Que ella fuera soltera por siempre tampoco resolvía
sus problemas. La lucha entre su egoísmo y su razonamiento comenzaba a
ser brutal. Una parte de William le decía que ella merecía un matrimonio
como cualquier otra joven, pero su parte irracional le decía que nadie podía
tener a Emma, que nadie debería gozar de su compañía más que él. No
sabía del incalculable valor que tenía la compañía de esa dama hasta verla
perdida.
Cuando acabaron la cena, William intentó alcanzar a Emma, pero fue
interceptado por lady Kirby.
—¿Se está divirtiendo, señoría? ¿Qué hará usted ahora? Tenemos
ajedrez, cartas, adivinanzas... —preguntó lady Kirby—. O quizá desea estar
cerca de las jóvenes que harán un pequeño concierto.
—Es bastante. Por el momento no tengo una actividad a elección. Veré a
qué grupo me acomodaré —respondió para librarse de la mujer, pero no
había dado resultado.
—Déjeme hacerle una sugerencia...
—La escucharé, pero no le prometo nada.
Para la anfitriona, las palabras de William eran como música para sus
oídos, ya que deseaba encontrar una excelente candidata para el hijo de su
estimada amiga. Lo único desafortunado del caso era que había visto al
marqués y a su propio sobrino perseguir la falda de la señorita Malorie. Qué
pésima suerte tenía al contar a dos buenos candidatos detrás de una mujer
que resultaría ser la perdición de ellos, alguien que quizá fuera una
mujerzuela y por eso todos deseaban acercarse para obtener beneficios.
Nada bueno se podía esperar de una solterona.
—Lady Beatrice Bruster debutará el próximo año, es hija de un marqués
y encajaría a la perfección con usted. Es tan bella con su cabellera rubia y
de bucles perfectos... —comentó la dama —. Ella nos ofrecerá un concierto
para deleitarnos esta noche. Mi consejo es que se acerque a escuchar alguna
pieza, le aseguro que quedará impresionado.
—Espero que la impresión sea para bien —alegó en tono sarcástico.
Sabía que las veladas musicales no eran de las mejores cuando más
exageraban las habilidades de una joven, lo sabía a la perfección.
Lady Kirby se sintió más que satisfecha con la respuesta del marqués.
Todavía tenía muchos días para conseguir llevarlo por el camino que
deseaba. Se despidió de él y fue hacia su sobrino, mas aquel estaba
conversando de caballos con uno de los padres de las damas que se hallaban
ahí. Pese a que Frederick era un salvaje por ser mitad escocés al parecer
sabía cómo tratar con otras personas y congraciarse con ellas.
Emma no encontraba una actividad que le llamara la atención. Lady
Kirby tampoco le había propuesto tocar en el concierto del cual estuvieron
conversando en la cena y que ella apenas pudo escuchar por la posición que
le había tocado en la mesa. Nunca se había sentido tan rechazada, pero no
era capaz de decir nada. Su madre intentaba mantener el buen ánimo y ella
no lo echaría a perder. Suficiente había hecho con sus años desperdiciados y
muchas preocupaciones.
—Señorita Malorie... —dijo William que se acercó a ella con sigilo.
—¡Dios! ¡Su señoría! —exclamó asustada. Ella se había perdido en sus
pensamientos sin darse cuenta de que William había llegado hasta ella.
—¿Qué tan sucia está su conciencia? Me imagino que mucho para
preferir a un salvaje que mata a su cena con su tenedor.
—No discutiré eso con usted. ¿Por qué mejor no hablamos de otra cosa
si me molestará?
—Estaré encantado de olvidar a lord Salvaje al menos por unos
instantes. ¿Qué pasó de su idea de irse a una granja?
—Por el momento ha sido pospuesto para otra oportunidad. ¿Y su
búsqueda de una esposa?
—No logró encontrar nada. De hecho, no he dedicado mucho esfuerzo
en eso.
—¿Para qué invertir tiempo y esfuerzo si lady Kirby lo ha hecho todo
por usted? Lo que le recomiendo es que se apresure a escoger. Hay muchas
jóvenes que debutarán pronto y según oí, hay una jovencita prodigio para el
pianoforte. Los aristócratas aman los instrumentos...
—Los instrumentos bien ejecutados. ¿Usted no nos deleitará esta noche?
—No, supongo que he sido muy escuchada a lo largo de tantas
temporadas. Están hartos de mí.
—¿Quién podría hartarse de usted?
—Usted...
—Si en algún momento lo insinué, me arrepiento, señorita Malorie. ¿Por
qué mejor no dejamos esto que nos rodea y damos un par de vueltas por el
jardín?
Emma miró a su alrededor y sintió la tentación de huir hacia los jardines
en su compañía. Después dirigió su mirada hacia él y comenzó a morderse
los labios sin saber qué hacer. Una parte de ella quería correr detrás de
William y que la llevara al jardín, pero ella no estaba ahí para caer en las
mismas distracciones de antes. Ir a charlar en el jardín no tenía ningún
atractivo.
—Lo lamento, señoría, pero es mejor que me quede aquí. ¿Qué podría
esperarme fuera? —respondió Emma, razonable.
—Yo. ¿No soy suficiente? —curioseó William.
—No. Usted no me da ningún beneficio.
—¿Y estas personas de aquí sí se lo darán? ¿Cree que alguno de ellos
caerá en sus redes para atraparlo en un matrimonio?
—Es lo que espero.
—Lo único que atrapa son miradas en su escote.
—¿Cómo ha dicho? —increpó escandalizada.
—Lo sabe a la perfección y no se lo repetiré.
—No puedo creer hasta donde llega, señoría. Creí que nuestro
compañerismo había acabado de buena manera, pero veo que no es así.
Busca molestarme cada segundo que tiene libre. ¿Por qué mejor no invierte
ese tiempo en buscar una víctima para que se case con usted? Hay muchas
aquí dispuestas a vivir una buena vida, o al menos es lo que creen que
podrían tener con un marqués.
—Me han sugerido a una tal lady Beatrice Bruster, ¿qué opina usted?
—¿Qué opino? Pues que se lo lleve y lo esconda lejos de mí. Estaría
feliz de que corriera junto a ella y la molestara.
—Tiene más ahínco que mi madre para casarme, señorita Malorie. Seré
sincero con usted. No tengo mucho ánimo de casarme en este momento,
tengo un problema con cierta dama que no quiere entender de razones.
Emma alzó el mentón y luego observó a su acompañante por sobre el
hombro.
—Le aseguro que no le doy problemas, si tiene algunos es porque su
mente los crea y no hay razones para tal cosa. ¿Por qué no disfrutamos de la
velada cada quien por su lado?
—No me apetece hacerlo por mi cuenta. Quisiera estar en su compañía,
como siempre.
—¿No comprende que eso es imposible si ambos queremos lograr
nuestro objetivo de casarnos? Este es mi último suspiro de casadera. Le
ruego que me deje tranquila, solo quiero un matrimonio y si siempre estoy a
su lado nunca lograré nada más que perder tiempo. Si quiero algo distinto
debo hacer cosas diferentes... Alejarme de usted es una de ellas.
A William le resultaba difícil comprender las palabras de Emma, ya que
él deseaba seguir teniendo su compañía por más que ella no lo quisiera.
Como todo ser irracional, entendía el problema, pero lo ignoraba.
—Mejor debería alejarse de cierto conde...
—No le permito que insulte a un caballero...
—Y si lo insulto, ¿qué hará? ¿Me morderá porque ha compartido mucho
tiempo con él? Señorita Malorie, no puedo creer que tenga mayor
preferencia por él que por mí que he dedicado mucho tiempo a esperarla.
La quijada de Emma había llegado hasta el centro de la tierra. El
marqués era un caradura completo. Reclamarle eso que había dicho
sobrepasaba los límites de la cordura.
—Disculpe, pero le digo que usted fue quien me despachó. Ya no
consideró mi presencia como necesaria. Además, ¿quién se ha creído para
reclamar mi atención? Yo no le daré una esposa y usted tampoco me dará
un esposo. Ambos necesitamos casarnos...
—No tengo explicación de lo que ocurre, pero no quiero que se case y si
de mí depende se quedará soltera, lo prometo.
Ella negó con la cabeza al escuchar su discurso tan egoísta y lo dejó
conversando solo. Él se había vuelto loco y no exactamente de amor. Quería
tenerla y no sabía para qué, porque William no se casaría con ella, ya que
no era lo que buscaba. Hubiera festejado que le dijera algo que
comprometiera sentimientos, mas lo único que había oído eran palabras
burdas, vacías y egoístas. Una palabra de amor de los labios del marqués
podría cambiar su vida y darle otro sentido a todo. Soñar no costaba más
que robarle unos suspiros y desgastar sus esperanzas de que quien Emma
esperaba se interesara en ella.
Una vez que lo abandonaron, William siguió buscando a Emma con la
mirada. Poco le había importado el concierto de la dichosa hija de un
marqués. Tampoco las insinuaciones de otras jovencitas que estaban cerca.
No las quería escuchar cacareando en su oído sobre lo que sabían hacer. Sus
conversaciones eran vacías e intrascendentes. A este paso terminaría
desmayado. La verdad no era tan joven como hacía cinco años atrás en los
que había conversado y bailado con cuánta dama se le había puesto enfrente
para conseguir algo para su amigo Spencer. No obstante, para él era
imposible encontrar a alguien para casarse. No quería hablar con ninguna
joven. Si lo hacía quizá terminara muerto de aburrimiento.
A su querido problema lo veía en las adivinanzas junto al despreciable
conde de Melbourne. William rezaba para que pronto terminara todo ese
suplicio que era estar bajo el mismo techo que toda esa gente.
Él decidió retirarse una vez que Emma también lo hizo. No pensaba
dejarla sin supervisión y no le importaba lo malvada y maleducada que
pudiera llegar a ser para sacarlo del camino. Juraba por su alma inmortal
que lord Melbourne no se quedaría con ella y tampoco le interesaba que
aquel fuera un mal hombre o uno bueno, solo no lo quería cerca de Emma.
El marqués quiso ir hacia el sector de las damas, pero un lacayo con
impecable librea le impidió el paso diciéndole que los caballeros no podían
pasar a esa parte de la casa. La mente de William era un torbellino de
boberías. Estaba pensando en cómo ir a la habitación de Emma y conversar
con ella.
—Estoy volviéndome loco... Un demente completo —masculló antes de
ir a su habitación que estaba junto a la del conde de Felton.
Le quedaba esperar que la noche terminara y que un nuevo día empezara
para replantear su estrategia para que Emma siguiera siendo soltera.
Capítulo 14

A la mañana siguiente, la señora Malorie estaba al pie del cañón o, mejor


dicho, al pie de la cama de Emma para prepararla para las actividades del
día que serían largas.
—¿Has decidido qué harás por la mañana? —indagó la señora Malorie.
—Buen día, madre. —Emma bostezó y siguió entre las sábanas—. ¿Qué
actividades tenemos?
—Aquí dice arquería, pintura, montar a caballo, recoger bayas...
—No tengo la capacidad suficiente para decidirme.
—Te ayudaré —dijo la madre que le arrebató la manta que la cubría—.
Irás a montar a caballo.
—No quiero...
—Los caballeros irán a montar y tú irás con ellos. Ninguno se quedará
en esas actividades burdas para jovencitas. Tú tienes experiencia y podrás
acercarte al conde.
—Anoche me di cuenta de que a él le importan más los caballos y la
herrería que estar con una dama o jugar alguna de las cosas que teníamos de
actividad por la noche.
—¿Te das cuenta de que puedes aprovechar la oportunidad para
conquistarlo?
—Madre, quien aprovechará la situación, pero para hacerme la vida
imposible es el marqués.
—¡A ese lo traes arrastrado por ti! De saber que esa era la técnica la
hubiéramos puesto en práctica años atrás, pero ahora no nos interesa. Puede
ladrar todo lo que quiera, tú solo tienes ojos para el conde, ¿cierto? —El
silencio en los labios de su hija era un claro indicador de que algo no
andaba bien—. ¡No me digas que a ese es a quien tú quieres!
—No lo sé, pero es con quien me siento feliz...
—¡Emma, Emma! No eches a perder esta oportunidad por un amor
absurdo. Él no te corresponde. Si el marqués sintiera lo mismo que tú,
estarían casados. No desperdicies tu tiempo, es valioso.
—Lo sé, madre, es lo que estoy haciendo. Sé lo que me conviene e
intento no ir hacia quien me ha arruinado.
—Por fin lo has comprendido. Ese hombre solo te traerá desgracias y
soledad. Aquí tienes una luz de esperanza y deseo que no dejes que esa luz
se apague. Con los años quizá lo llegues a apreciar. El matrimonio es
complicado, son dos personas desconocidas uniéndose por un bien común.
No hay nada más después de eso.
—Lord Melbourne no se escapará de mis garras, lo prometo. Me casaré
con él si me lo llegara a pedir.
—Es lo mejor. No siempre los sentimientos son buenos consejeros. No
estás en las mismas condiciones que tu prima Victoria. Ella ha tenido
mucha suerte al encontrar alguien que la quiera no solo por su dote o su
belleza. La mayoría no lo consigue y sé que eres parte de esa mayoría.
Las palabras de su madre podrían sonar crueles, pero eran reales. Ella
sabía que no sería amada. Quizá un esposo la apreciara, aunque nunca
recibiría más que un buen trato. Tal vez no alcanzara el mismo nivel de
intimidad que tenía con el marqués. Ellos eran divertidos juntos, cuando se
encontraban no solo Emma era feliz, sino que podía notar que él también lo
era; sin embargo, no lo suficiente para que se casaran. No habían barajado
esa posibilidad, ni lo habían insinuado.
Dejó que su madre la preparara para montar. De nuevo le había puesto
un corsé que no le permitía respirar bien. Temía desmayarse algún día por
falta de aire. Sus pechos serían los protagonistas una vez más. Odiaba al
marqués por decirle que todos tenían la nariz dentro de su escote. Esto era
lo que ganaba por dar tanta confianza a alguien que no lo merecía.
Las dos mujeres bajaron al comedor para desayunar. Muchas damas ya
estaban allí y, al parecer, todas habían tenido el mismo pensamiento que su
madre: estaban vestidas con traje de montar
—Madre, espero que no falten caballos. Lady Kirby no nos quiere aquí.
—¿Y por qué razón te ha invitado?
—No lo sé. Quizá para humillarnos como lo hace. Estoy segura de que el
marqués le ha rogado para que me invite.
—Es probable. Entonces tú no desayunarás e irás sin dilación a las
caballerizas.
—Tengo hambre, madre...
—En la vida hay prioridades y una de esas no es comer en este
momento.
A Emma no le quedó más que suspirar, resignarse y oír el grito
desesperado de su estómago que requería de un poco de comida.
—Buen día, señorita Malorie —saludó Frederick que la había tomado
por sorpresa cuando se disponía a salir de la residencia.
—Buen día, milord —respondió con una reverencia.
—¿No desayunará?
—Mmm... No, quisiera cabalgar temprano.
—No puede ir con el estómago vacío. Necesita fuerzas para montar.
Venga conmigo a la mesa.
—Pero...
Frederick no la escuchaba. Colocó su mano en la cintura de ella para
guiarla al comedor.
La madre de Emma tenía los ojos desorbitados al verla ahí con el conde,
no había sido la orden que recibió, pero era ventajoso.
—¡Frederick! —lo llamó su tía.
—Buen día, tía.
—Ven junto a mí. Te sentarás aquí... —ordenó lady Kirby—. Y usted,
señorita Malorie, siéntese junto a su madre.
De nuevo lady Kirby había extendido sus tentáculos para atrapar a su
sobrino y alejarlo de Emma. De esa forma conquistar al conde sería algo
difícil.
—Buen día —saludó William que también se acercó a la mesa y pensaba
sentarse junto a Emma.
—¡Su señoría! Venga a sentarse junto a mi sobrino. Es bueno que como
aristócratas se conozcan un poco.
Lady Kirby estaba dispuesta a vender su alma para que ninguno de esos
dos aristócratas se acercara a Emma. No tenía nada en contra de ella, pero
era lo más bajo e inconveniente para un aristócrata y peor aún para dos.
Los ojos verdes de Frederick recorrieron la estilizada figura del marqués.
Aquel noble le parecía demasiado engreído. Lo miraba como si no fueran
del mismo país, aunque en realidad a él no le importaba mucho ser inglés
por más que de ahí viniera la mayor parte de su dinero.
William no tenía intenciones de conversar con nadie y menos con
alguien que le robaba la atención de Emma. Aquel musculoso y
escandaloso conde era el hombre al que perseguía ella para lograr su
objetivo en la vida y por eso lo odiaba.
—Su señoría, ¿practica equitación? —indagó Frederick para conversar
con su vecino cercano.
—Me gusta montar —respondió con acritud.
—Yo adiestro caballos, me ejercito arrojando troncos, nado en agua
helada, pero mi tía ha sugerido actividades fuera de mi ámbito.
—Puede cazar una liebre con los dientes, pero ¿no puede subirse al lomo
de un caballo?
—Por supuesto que puedo, solo que es aburrido, pero estoy dispuesto al
aburrimiento si sé que estaré con la señorita Malorie. Sé que usted es un
buen amigo de ella.
El marqués le dirigió una mirada ardiente a Frederick. Estaba a punto de
calcinarlo.
—No somos amigos, nunca lo fuimos.
—Entonces me extraña mucho que me comentaran sobre ustedes. Espero
que en verdad no sean amantes.
—¿Cómo se atreve a decir semejante aberración? No será el mejor
partido, pero es intachable —masculló molesto.
—¿Y cómo explica que no exista una amistad entre ustedes?
—No tengo que explicarle nada por mi parte, pero por ella le diré que
tenemos a nuestros amigos casados y nada más. Aprendimos a convivir de
manera grata por unos años en las temporadas. La señorita Malorie me ha
salvado de bailar con personas indeseables.
—Le ha hecho tanto favor que se quedó solterona, aunque creo que será
por poco tiempo. En mis intenciones está convertirla en mi esposa en poco
tiempo, antes del invierno para que podamos vivir juntos en mi propiedad.
El pecho de William pareció estallar. Sentía como si un líquido frío
recorriera su abdomen al escuchar esas palabras. Quería calumniar a Emma
para que el conde de Melbourne no tuviera intenciones con ella. Sus
pensamientos comenzaban a nublarse con rapidez. No sabía qué hacer para
evitarlo. Debía convencer a la joven de que él no era un buen candidato.
—A ella no le gustan los hombres que van a tabernas y tienen prostitutas
en su regazo —farfulló William para que el otro supiera que él estaba al
tanto de sus andanzas londinenses.
Una risita se escapó de los labios del conde.
—No acostumbro a esos hábitos, pero admito que he ido a una taberna y
que una mujer se sentó en mi regazo, pero no más que eso.
—No soy quién para poner las manos al fuego por usted, pero le advierto
que no intente nada malo con la señorita Malorie porque puede ganarse un
enemigo.
—Creo que no hay peor enemigo que uno mismo. No la considera su
amiga, tampoco es su amante, entonces, ¿por qué desearía protegerla?
—Porque es una dama y es todo.
Lord Felton vio a William con los nervios crispados y se acercó a darle
un toque en el hombro.
—Buen día, caballeros, ¿saldremos a montar? —curioseó Scott.
—Yo no quiero hacerlo —declaró William que se encontraba demasiado
enfadado para estar cerca del conde de Melbourne. Tendría la tentación de
tirarlo del caballo y luego pisarlo muchas veces.
—Pero si te gusta montar...
—Hoy no me apetece.
—Tienes puesto tu traje de montar...
—Pues me lo quitaré, porque dejó de apetecerme.
—Lord Felton, ¿usted gusta de las carreras de caballos? —indagó
Frederick para molestar a William.
—Soy un gran fanático del Royal Ascot —replicó—. De hecho, soy un
excelente jinete.
—Entonces lo reto a unas carreras sin que mi tía lo sepa.
—Estaré encantado de tomar ese desafío. ¿Estás seguro de que no
quieres ir, William?
—No, y ahora mismo tampoco me apetece el desayuno.
William prefirió ignorar a su amigo y a lord Melbourne. Los dos seguían
hablando, teniéndolo a él en medio. Su mirada se dirigía a Emma que
evitaba mirar hacia donde se encontraba. Ella tenía un precioso traje de
montar, no podía dejarla ir con el conde y más si sabía que la tenía como
potencial esposa. ¿Por qué se empeñaba en ella? Era más sencillo seguir su
camino y desearle suerte. Entre creer que estaba enamorado y deseaba estar
al lado de ella, prefería creer que había perdido la cordura o que estaba
haciendo una buena acción para salvarla, pero eso se encontraba lejos de la
verdad, pues el conde tenía la predisposición para que Emma se casara con
él y una mujer solo necesitaba un esposo para acomodar su vida, que esa
mezcla de salvajismo y aristocracia la engañaran era lo último que podría
interesarle a una mujer desesperada.
La joven trataba de desayunar al mismo ritmo que el conde de
Melbourne. Ella se ponía orejeras en la mente para no mirar a William. Su
concentración debía estar puesta en el que sería su potencial esposo. No
quería que su corazón comandara a sus ojos. Su mente debía tener el control
de todo.
—Ellos irán a montar. Debemos esperar a que terminen de comer para
seguirlos —dijo la señora Malorie.
—Sí, madre...
La mayoría de las damas y caballeros fueron hacia las caballerizas,
mientras que lord Melbourne y lord Felton conversaban sobre caballos y
razas. Una vez que ellos se levantaron, también lo hizo el marqués. Los dos
condes fueron juntos y Emma se había decidido a seguirlos.
Cuando salía de la casa, William la cogió de la muñeca y la estiró hacia
el otro lado de la casa.
—¿Irá a montar? —increpó William.
—Buen día, excelencia. ¿No ve que estoy vestida para montar? —replicó
zarandeando su brazo para liberarse del agarre.
—La invito a quedarse conmigo aquí. Podríamos pasear juntos.
—No me haga perder el tiempo.
—No puedo creer que corra tras una calza ajustada.
—¿Y qué quiere? ¿Que corra detrás de usted para nada? Disculpe, pero
ya ha pasado mi tiempo de tonta y no me permito perder un minuto más
aquí.
—Señorita Malorie, recapacite...
—Lo haré si jura que no se casará con nadie.
—No puedo, se lo prometí a mi abuela.
—Entonces no espere nada de mí, porque juré que me casaría. Adiós...
A Emma le temblaba el cuerpo por el enfrentamiento que había tenido
con el marqués. ¿Sería probable que todos los días de su estancia ahí
peleara con él? Corrió hacia las caballerizas para coger un caballo, pero
lady Kirby se lo había impedido.
—Jovencita, llegas tarde. Los demás se han ido y ya no quedan caballos
para alcanzarlos. Tendrá que tomar otras actividades...
Capítulo 15

Molesta por la situación de haberse perdido el paseo en el que esperaba


conversar con lord Melbourne. Ella miró las caballerizas que estaban llenas
de caballos. Lady Kirby; en toda su malicia, le había impedido ir para que
ella no tuviera oportunidad de acercarse a su sobrino. Era su segundo día en
esa propiedad y no hacía más que sentirse humillada, pero no le daría el
gusto a la vieja aristócrata. Conseguiría su objetivo porque era quedarse
sola o tener un esposo atractivo, rico, aunque un poco salvaje.
Regresó a la residencia para poder cambiarse.
—¡Qué haces aquí, Emma! —increpó su madre al verla pasar el umbral
de la puerta.
—Lady Kirby me ha dicho que ya no hay caballos.
—¡Pero si fuiste tras los caballeros!
—El marqués me detuvo en el camino y no pude alcanzarlos antes de
partir.
—¡Oh, este patán!
—Ay, madre. Lady Kirby hace lo posible por alejarme de lord
Melbourne y también el marqués. ¿Usted cree que es una señal de que no
me conviene?
—Lo que creo es que esa gente no hace más que envidiarte. El marqués
no quiere que te cases, porque es resentido.
—Considero que tengo más oportunidades con lord Melbourne en
Londres que aquí con tanta alimaña. Es un nido de víboras, madre.
—Puede que tengas razón, pero tú no desistas. Si te hacen la vida
imposible, también se la harás a ellos. Nadie te humilla en la vida y sale
impune. Toma justicia por tu mano.
—Es maliciosa, madre.
—Nadie se entromete con mi hija sin alguna represalia.
—Acompáñeme, madre. Necesito un vestido de paseo y un delantal, creo
que iré a pintar.
La madre de Emma siguió a su hija para ayudarla con el cambio de
prendas para que realizara alguna de las actividades y no quedarse aburrida
en su habitación.
Mientras tanto, William había vuelto a su habitación sin sospechar que
Emma estaba en la casa. Él también abandonaría sus prendas de montar
para colocarse algo más cómodo que le permitiera recorrer la propiedad a
pie. Sin Emma no tenía mucho que hacer.
Una vez que terminó de vestirse con sus nuevas prendas, él descendió y
salió fuera de la casa. Tomó rumbo hacia donde había distinguido un
caballete ocupado de los al menos diez que estaban en el lugar. De espaldas
y por el color de cabello, William pudo distinguir que era Emma quien se
hallaba en el sitio, sola. Como mantis religiosa a punto de atrapar un
insecto, se apresuró a caminar hacia la joven. Él no era bueno con la
pintura, pero no le importaba, se quedaría ahí para hacer su mejor esfuerzo.
Emma mezclaba los colores para pintar el paisaje que estaba frente a
ella. Árboles, verdes praderas y pequeñas florecillas se extendían a lo largo
del horizonte bajo el cielo azul. Al menos le gustaba pintar y se sentía muy
tranquila al hacerlo.
Ella escuchó unos sonidos cerca de ella. Alguien cogía los pinceles y
mezclaba los colores en una paleta.
—No sé pintar, pero estoy seguro de que me ayudará a hacerlo bien —
dijo William.
Sin dilación la joven dirigió su mirada hacia él. Ahí su ceño se frunció
por el enfado, después alzó el mentón y comenzó a realizar sus primeros
trazos.
—No quiero hablar con usted. Hay muchos caballetes y una institutriz
para resolver sus dudas.
—¿Qué he hecho ahora?
—¿Y todavía lo pregunta? No pude ir a montar, porque los demás ya me
habían dejado.
—Lo lamento...
—¡No lo lamenta! Usted me atrapó al salir de la casa.
—La he salvado del aburrimiento. Ahora nos tenemos mutuamente para
divertirnos.
—Usted tiene el rostro de acero, señoría...
Él sonrió e intentó hacer trazos como Emma, pero su situación era
lamentable.
Pese a su enfado, Emma miraba de reojo lo que hacía el marqués. Si
seguía por ese camino su obra quedaría mal.
—Así no debe hacerlo —masculló Emma que le arrebató el pincel a
William—. Esta es la forma correcta. Usted no está apuñalando a nadie.
El marqués sonrió y admiró las facciones de Emma, que estaba muy
cerca de él. Además, pudo olfatear su delicado aroma. Hacerse el tonto era
la mejor artimaña para tenerla en este momento.
—Es muy talentosa, señorita Malorie. ¿Por qué no me había contado de
sus dotes con la pintura?
—Porque nunca me ha preguntado.
—Pensé que solo tenía talento con los instrumentos.
—Le aseguro que no es mi mejor talento —respondió Emma, sonrojada.
Ella miró hacia el rostro del marqués y lo descubrió viéndola. Sus miradas
se cruzaban y hablaban sin que sus labios se movieran. En ellos existía algo
que no deseaban exteriorizar por temor, pero ahí estaba, ansioso por salir—.
Bien, ahora hágalo usted...
Emma devolvió el pincel para que William continuara realizando sus
trazados.
—¿Cuál es su habitación? La casa de lady Kirby es enorme. Los
caballeros no podemos pasar al área de las damas —comentó William.
—Si no me equivoco, mi ventana está abierta. ¿Para qué quiere saberlo?
—Para arrojarle piedras en la noche, ¿para qué más podría ser?
—¿Sus intenciones son de que yo no duerma toda la noche? Lamento
decirle que los dos no dormiremos.
—Tal vez tenga razón, pero prefiero eso a que descanse y sueñe con el
conde de Melbourne.
—¿Y si yo quiero soñar con él? Usted no puede impedirlo.
—¿Y si mejor sueña conmigo?
—¿Quiere que tenga pesadillas? No sea tan cruel. Le he dicho que no
deseo perder mi tiempo. Yo quiero casarme y no puedo casarme con usted.
—Otra vez quizá tenga razón, pero debo admitir que no me gusta que
usted le dedique tanto tiempo a ese conde que tiene malas intenciones.
—De quien me constan las malas intenciones es de usted. Ahora que nos
sinceramos, le confieso que yo siempre he deseado casarme y que por
vergüenza he callado muchas cosas y he dicho otras que nunca sentí. La
soltería no me da felicidad. Quiero un esposo e hijos, una gran casa, bailes y
bellas propiedades de verano. No sé si lograré mi objetivo, pero con un
esposo e hijos todo lo más importante se cumpliría. No quiero ir a la
propiedad de mi padre para morir sola.
En ocasiones William llegaba a sentirse culpable por las palabras de
Emma. Al final creía que él tenía algo que ver con la soltería de la joven.
No quería preguntarle, pues le daba miedo la respuesta que pudiera darle.
—La soltería no es mala... —alegó William sin convicción.
—No es mala para usted, pero sí para mí.
—¿Por qué usted está tan interesada en casarse después de que le dije
que yo me casaría?
—Pensé que lo habíamos aclarado tiempo atrás. Éramos compañeros de
baile en todas las temporadas. Yo no tenía propuestas, y con el fin de bailar
me tuve que conformar con usted.
—Ajá. —aceptó irritado. ¿Cómo lo podía ofender de esa manera?
—Continúe con lo suyo, señoría —ordenó Emma.
Entre ellos había una tensión mayor. Estaban destinados a pelearse todos
los días por razones desconocidas.
William no podía contener su furia. Después de unos momentos, arrojó
su paleta por el cuadro que él estaba realizando. Había manchado todo y
luego se fue sin despedirse.
La joven solo se había asustado por el gruñido y el golpe en el cuadro.
Aquel ni la había mirado antes de irse. Sin dudas ella logró molestarlo en
alguna fibra sensible de su cuerpo. Emma continuó con su pintura y cuando
casi la acababa, escuchó unos pasos hacia ella.
—Señorita Malorie... Disculpe por no haberme dado cuenta antes de que
no se encontraba con nosotros para montar —habló Frederick, agitado. Él
había corrido desde las caballerizas buscándola. Estuvo tan entusiasmado
con retar a lord Felton que no se había percatado de nada más.
Emma ni siquiera había recordado que no fue a cabalgar. La presencia
del conde la tomó por sorpresa, puesto que ella tenía su mente en el
conflicto con el marqués que se había retirado muy molesto. No estaba
acostumbrado a ser la última opción para nadie y ella le dijo que era lo
único que tenía. Debía estar demasiado ofendido en su orgullo masculino.
—He llegado tarde y ustedes ya habían partido. No me quedó más
remedio que resignarme a hacer una pintura.
—Veo que esta no le ha salido muy bien —dijo refiriéndose al desastre
que había hecho el marqués.
—A veces tenemos momentos de ira por algún que otro trazo —justificó
para no decirle que ahí había estado con William a solas.
—Al menos puedo ver que se ha recuperado de un mal momento. Espero
que me disculpe, señorita Malorie. Desde ahora en más prometo no
separarme de usted ni un instante. Mi tía no conseguirá su objetivo de que
me interese en otra dama. Ninguna es tan inteligente, divertida y talentosa
como usted.
La cabeza de Emma se hallaba tan lejos de todo que esos cumplidos no
habían hecho mucho por mejorar la imagen del conde. Su entusiasmo por él
se diluía por las constantes y desgastantes peleas con el marqués. Ella sabía
que, pese a que no tenía sentimientos por el conde más que un interés
genuino en ser su esposa, no debía desistir. Tener un esposo era lo
importante y estaba cerca de lograrlo. Debía concentrarse en conquistarlo y
agradarle. Tenía mucho atractivo para que lograra quererlo en el futuro.
Incluso era más guapo que el marqués, mucho más fuerte y menos
caprichoso.
—Muchas gracias, milord. Estaré muy feliz de tenerlo conmigo durante
toda la noche.
Ellos dos siguieron juntos por la tarde en la reunión de jardín. Frederick
apenas pudo coger la taza con el dedo. No era alguien que bebía mucho té,
prefería el whisky. En cambio, Emma parecía un pez en el agua con una
taza frente a ella. La joven había logrado conseguir su concentración para
lograr su objetivo. Casarse con lord Melbourne debía ser su destino. Debía
olvidar a William para lograrlo y con su ausencia en ese momento todo
estaba mejor.
Desde su habitación, William tenía la mirada puesta en el jardín, en
donde todos se divertían tomando té, menos él que había preferido
encerrarse en sus aposentos para serenarse después de la ofensa que le había
hecho la señorita Malorie. Tiempo atrás hubiera bromeado sobre eso y no le
hubiera afectado; sin embargo, no podía tolerar ser algo como un repuesto o
de lo malo lo mejor.
Fue algo tan ofensivo para su ego sabiendo que dentro de él las cosas
habían cambiado y que veía Emma de otra forma, una que estaba lejos de
ser la enemistad o una amistad. La miraba con celos y una sensación de
posesión. En su interior juraba que Emma le pertenecía por más que no
fuera así. ¿Qué debería hacer? ¿Dejar de luchar y ceder ante lo que su
corazón le pedía? Su interior le rogaba que corriera tras ella, que impidiera
cualquier matrimonio con otro y que le pidiera que acabara con su locura
que comenzaba a parecer una prolongada agonía, pero él tenía prejuicios
contra Emma, no era suficiente para un aristócrata, ya no era una jovencita
y se rumoreaba cosas que no la dejaban bien parada, aunque esos chismes
tuvieran que ver con el mismo William. ¿Qué importaba todo eso si lo que
le pedía su corazón era su verdadero deseo? ¿Cómo superar su propia
negación hacia ella? ¿Sería el amor lo que podría impulsarlo a cometer tal
acto?
Sus ojos no abandonaban el jardín. Notaba a Emma sonriente junto al
conde, enseñándole cómo debía usar la taza. Aquel hombre utilizaba la
misma técnica que él: fingir ignorancia para tener a la dama dispuesta a
ayudar y conversar.
Lo envidiaba. Envidiaba a lord Melbourne por su gran influencia en
Emma y más por estar decidido a casarse con ella tan solo a los días de
conocerla siendo que él tenía años de conocer a Emma. Sabía mucho de
ella, mucho más de lo que ese conde podría saber en toda su vida.
La competencia lo había despertado de un extraño letargo. En el fondo
siempre había considerado que tenía a Emma comiendo de su mano, mas
ella le demostraba que no importaba cuánto habían convivido, ella tenía una
oportunidad de lograr lo que en todo ese tiempo él había impedido por
celos, orgullo y maldad. Nadie podría tener la compañía de Emma más que
él.
Capítulo 16

Durante la noche el marqués había evitado a Emma. Su orgullo seguía


resentido con ella, aunque sus ojos siempre estuvieron buscándola. Quizá
ese fuera su último intento por dejarla en paz. Tal vez si intentaba ignorarla
las cosas pudieran mejorar y volver a la antigua normalidad, como cuando
no le importaba lo que hiciera ella cuando no estaban en temporada social.
Nunca le había preguntado qué hacía, aunque sí la encontraba en casa de
Spencer, mas no conversaban demasiado sobre lo que acostumbraban a
hacer. Permanecían al margen el uno del otro fuera del tiempo en el que se
encontraban. Acostumbraban a conversar sobre lo que ocurría en esas
semanas y algunos otros detalles familiares. Emma nunca le había
desvelado que estar soltera para ella era una maldición. Después de saber
eso, las cosas comenzaron a mostrarse como eran en realidad. William
buscaba su futuro por obligación y Emma por convicción. Desde ese
instante la relación entre ambos se había fracturado. Mientras ella le ofrecía
ayudarle a encontrar esposa, él se había empeñado en convertir su vida en
un infierno. Emma actuaba de manera altruista; en cambio, William era
egoísta.
Al tiempo que más vueltas le daba a esa idea en su cabeza, odiaba tener
que ver a Emma deshacerse en sonrisas para agrandar al sobrino de lady
Kirby. Las sonrisas de las que antes había disfrutado a su antojo.
—Al menos finge que miras a otro lugar y no a la señorita Malorie como
si fueras un demente —recomendó lord Felton.
—No te escucharé, Scott. Te has ido con ese... innombrable... —
masculló William que llevaba una copa de whisky a sus labios.
—Fue divertido. Corrimos como dos despavoridos por las praderas, pero
eso nos ha servido para obtener varias miradas y la aprobación de muchas
damas. Lord Melbourne también ha hecho una demostración de su fuerza.
No en vano tiene esos músculos, William. Ha cogido un tronco para
convertirlo en un obstáculo para entrenar a las mujeres para que saltaran
con el caballo después de nuestra carrera, y fue en ese instante en que se dio
cuenta de que la señorita Malorie no se encontraba con nosotros. Hubieras
visto su rostro...
—No quiero saber nada de él, ni una mención de ese hombre. Puedo
verlo con mis ojos. Ha acaparado a la señorita Malorie y estoy haciendo lo
posible por no perder los buenos modales. Fueron años de preceptores para
arrojarlos al viento por un salvaje «mata cenas».
—Olvidaba decirte que el whisky que bebes es de propiedad de lord
Melbourne. Lo produce en una propiedad que tiene en Escocia. ¿No crees
que es de excelente calidad? —cuestionó Scott golpeando más en la herida
de William.
El marqués observó su copa y la dejó a un lado.
—No seguiré bebiendo más de este veneno. Tomaré vino con las damas.
Siguiendo los consejos de su orgullo herido, William no se acercó a las
mismas actividades que haría Emma junto al marqués. Fue a jugar ajedrez
para distraerse. Su adversaria era lady Beatrice Bruster, quien había
conseguido la oportunidad de acercarse a él aprovechando que los demás
preferían las adivinanzas y la conversación.
—Mi padre me ha puesto un instructor de ajedrez —advirtió Beatrice en
tono amable, pero pretencioso.
—Ajá, pero yo tengo al mejor maestro de todos: mis años de
experiencia. No podrá ganarme porque ni siquiera ha salido de su cascarón
—replicó grosero.
La joven aristócrata hizo su primer movimiento sin pensar mucho. Se
había molestado con el hombre por cómo le había hablado. No era alguien
agradable para ser su esposo.
Cada movimiento que hacía Beatrice era a favor de William. Era
probable que ese fuera el juego más sencillo de su vida. Al parecer el padre
de la joven no había pagado lo suficiente por la educación adicional de su
hija.
—Jaque mate, milady —anunció William sin ánimo.
—Ha ganado. Hasta luego —espetó Beatrice antes de abandonarlo.
Él reía a la par que negaba con la cabeza. No se habían agradado y era
mejor así. Su actitud de no buscar agradar podría ser contraproducente para
encontrar esposa; sin embargo, a William eso le daba igual, pues en
cualquier momento podría levantar el dedo y señalar a cualquiera para que
fuera la próxima marquesa.
Después de eso, prefirió retirarse a su habitación y pidió una botella de
brandi y no de whisky para que se la llevaran a su habitación.
A Emma le dolían los labios por fingir que se divertía mucho. En
realidad, sí se sentía bien, aunque las miradas de William hacían que se
sintiera incómoda o como si se tratara de una ladrona. Algo no estaba bien y
ella solo quería que esos días en la casa de lady Kirby terminaran para
regresar a la suya, olvidar al marqués y continuar con el cortejo del conde.
Lord Melbourne era rudo en sus modales y un poco desatento, pero
divertido con sus anécdotas. No solo la mantenía entretenida a ella, sino que
también a otras damas. Sabía que muchas de ellas le habían echado un ojo
al aristócrata de acento extraño. Antes de asustar a las damas, él parecía
atraerlas con sus gracias y excentricidades. Si no lo conocía unos días antes,
pensaría que era un verdadero calavera, puesto que tenía las habilidades de
conquistar a lasmujeres sin hacer demasiado esfuerzo.
Entre su diversión y su melancolía repentina, Emma había bebido un
poco más de la cuenta.
—¿Me acompaña a la terraza, señorita Malorie? —preguntó el conde—.
Tanto humo me incitará a fumar como una chimenea inglesa.
Ella le entregó una sonrisa ante esa frase y cogió el brazo que él le
ofrecía para que pudieran ir a respirar mejor. Emma rezaba para no
equivocar sus pasos.
Una vez en la terraza, Emma fue hacia la baranda y recostó parte de su
peso en ella. Ese instante le hacía recordar acuando William y Emma iban a
conversar a lugares más privados. Sin previo aviso, sintió que unas manos
le acariciaban los antebrazos desde atrás.
—Señorita Malorie —pronunció la voz de Frederick.
Emma tenía miedo de girar sobre sus talones para ver al conde. Su pecho
latía sin parar, ya que no sabía qué esperar de alguien que la había llevado a
un rincón.
—¿Milord? —inquirió para que le dijera lo que deseaba.
—Quería preguntarle si es muy osado de mi parte pedirle un beso. No es
ajeno a su conocimiento que me agrada mucho y por eso me encantaría
besarla.
No podía cerrar la boca por causa de la impresión. Emma estaba atónita.
Un beso, nunca nadie le había dado un beso. Era la oportunidad de su vida,
y si se lo daba él tal vez se decidiera a pedirle matrimonio y que ambos se
fueran de esa casa comprometidos.
¿Cómo podría decirle que sí sin parecer desesperada? Tenía ese
inconveniente de sentirse avergonzada, mas la vergüenza no le daría un
esposo, por eso debía enfrentar la situación con valor.
—Nunca me han dado un beso... —comentó Emma diciendo la verdad.
—Entiendo que quizá puedan vernos, pero pese a lo escandaloso que
podría ser, también puede ser beneficioso. Estas fiestas no son algo a lo que
esté acostumbrado y mientras menos tiempo permanezca aquí, será mejor.
—Lo comprendo... —Emma giró sobre sus talones para ver al atractivo
conde de figura y facciones masculinas como pocos.
Él siguió acariciando los antebrazos de ella como si quisiera confortarla,
y acortaba distancia con ella. Después, Frederick alzó el mentón de Emma y
descendió para probar los labios de la joven.
—¡En el salón el calor es insoportable! —exclamó lord Felton,
apresurado. Cuando se fijó en lo que estaba a punto de pasar tuvo que tomar
la determinación de impedirlo. Lo había hecho en un impulso de empatía
por su amigo William. Un beso entre la joven y el conde terminaría en un
matrimonio y Scott tenía la esperanza de que el marqués recapacitara y se
diera cuenta de que estaba enamorado de la señorita Malorie.
Emma se había quedado con los labios abiertos esperando el beso que
nunca llegó. ¿Podría ser la criatura más desafortunada del mundo? Sin
dudas lo era. ¿Por qué lord Felton había interrumpido lo más esperado en su
vida? Qué infortunio condenable.
Frederick tampoco pudo ocultar su molestia al ser interrumpidos. Estuvo
a punto de tener a Emma en sus brazos y probar sus labios. Otra vez debía
esperar otra oportunidad para que estuvieran solos.
—Es comprensible, hay muchas personas fumando —alegó el conde.
—¿No le apetece fumar sin respirar humo ajeno? —curioseó Felton.
—Por supuesto. Con permiso, caballeros... —Emma caminó entre ambos
sin esperar a que la despidieran con algún gesto.
Se sentía tan frustrada por lo que ocurría que tenía ganas de comportarse
como una niñata malcriada, zapatear, gritar y mascullar maldiciones a
diestra y siniestra o, quizá, fuese mejor golpear a lord Felton hasta que
aprendiera a no llegar de imprevisto a ningún sitio.
Con poco ánimo y mucho cansancio en su cuerpo, no pudo evitar buscar
al marqués con insistencia. Recordaba que si no era él quien quería impedir
sus planes, era su amigo que en algún accidente lo había hecho, o tal vez,
no era un accidente que ese conde los hubiera interrumpido. Si fuera de esa
manera no podría creer que William llegara a esos extremos para que no
tuviera una sola oportunidad de casarse. Qué malvado, cruel y egoísta era el
marqués, y ella, en su interior lo anhelaba pese a ser un incordio.
Después de un par de horas, Emma se dio cuenta de que no volvería a
repetir el asunto con el conde de Melbourne, por lo que se retiró a su
habitación en compañía de su progenitora.
***
Cuando Scott agotó todas sus instancias de conversación, se despidió de
Frederick y sin mucho que decirle al resto de los invitados fue a golpear la
puerta de la habitación de William.
Dentro de sus aposentos, William se había bebido solo dos copas de
brandi, porque se había quedado dormido mientras tomaba. Ni siquiera se
había percatado de que Scott estaba en la puerta arañándola como un gato.
—William... —llamó Scott al entrar en la habitación. Se acercó hasta su
amigo que dormía en un sillón en una posición poco cómoda, como si se
tratara de un anciano.
William abrió con lentitud sus ojos y movió su boca tratando de masticar
algo.
—¿Scott?
—Vengo con cotilleo importante...
—¿No puedes esperar a que sea mañana?
—Pareces un anciano decrépito durmiendo en ese sillón. Lo que vengo a
decirte es algo que tal vez te interese.
—¿Tal vez? ¿Me despertaste por algo que «tal vez» me interese? —
increpó con ironía.
—Sí. Lord Melbourne estuvo a punto de besar a la señorita Malorie. Casi
pude notar su larga y rosada lengua deseando entrar a la boca de la dama...
El marqués dio un salto del sillón, se tomó del pecho y luego de la
frente.
—Si dices casi es porque no lo hizo, ¿no es así?
—No puedo asegurarlo, pero creo que sí. La señorita Malorie estaba
enfadada por haber sido interrumpida en su fechoría. Tuve que
interrumpirlos, pues tú te hallabas ausente y babeando por un sillón,
mientras la competencia buscaba ser descubierta para casarse con ella. Oye,
William, si te interesa la señorita Malorie, te puedo decir que no estás
haciendo las cosas correctamente.
—¡No puedo creer que apenas me duermo y ocurren estás cosas! Es un
rufián peor de lo que pensaba.
—Ella tampoco es una blanca paloma. Es muy culpable por acudir con
un caballero a una terraza.
—Está desesperada y yo no sé qué hacer, Scott. No puedo imaginar a esa
señorita con nadie, pero no puedo arrojarme al vacío para cortejarla.
—No soy ningún romántico, pero mi sugerencia es que te quedes con la
mujer con la que deseas convivir el resto de tu vida. Ninguna de estas
chiquillas descocadas es lo que te conviene. ¿Por qué no arriesgarte
enamorando a la señorita Malorie en lugar de impedir que otro se case con
ella? No puedes ser tan injusto al dejarla sin una oportunidad de hacer la
vida de una mujer normal.
El silencio de William significaba que estaba pensando, que no sabía qué
hacer y que por sobre todo se encontraba perdido. La única solución era ir
en contra de todo lo que había hecho desde un principio con Emma. No más
odio, rechazos o palabras hirientes. Él quería estar con ella por el resto de
su vida, pero ¿cómo conseguiría que Emma se interesara en un matrimonio
con su querido enemigo?
Capítulo 17

Después de la visita de Scott, William no había podido cerrar los ojos


para dormir, pues cada vez que lo hacía visualizaba la lengua del conde de
Melbourne acercándose a la pequeña boca de Emma. Hasta debía ser
musculosa y eso no le agradaba. Ella era pequeña, débil y grácil para andar
con un monstruo como ese mitad escocés. Tendría que ver la forma de estar
solos en otra ocasión al día siguiente.
Por la mañana, William se despertó, pero para la hora del almuerzo.
Había perdido medio día de vida durmiendo a causa de que no había podido
descansar por la noche, lo que significaba que había perdido terreno en lo
que significaba Emma y la delicada situación que le había comentado lord
Felton.
Durante el almuerzo tuvo la desgracia de ser acosado por lady Kirby,
haciéndole tomar un curso distinto al de Emma, aunque también al de lord
Melbourne. De cierta manera la tía del conde era como una aliada sin
saberlo, porque al separar a su sobrino de la joven, le estaba haciendo un
gran favor.
Durante el resto del día, William se había dado cuenta de que no podría
estar cerca de Emma y hablar con ella como en verdad deseaba por lo que ir
a la habitación de la joven después de la cena era la única forma de que
pudieran conversar, tendría que ser paciente y esperar a que la noche fuera
su aliada. Su idea era sencilla: en lugar de cenar iría a la habitación de la
dama.
Por la tarde había estudiado la ventana que Emma le había dicho que era
la suya, entonces sus cálculos dentro de la casa eran para medir cuál sería la
puerta. El cálculo era una ventana igual a una puerta, nada muy elaborado
para él.
Cuando llegó la hora de ir a la cena, él intentó pasar de largo, pero más
allá está un criado recorriendo.
—Los caballeros no pueden estar en este lado de la casa —advirtió el
lacayo de impecable librea.
—Oh, no me había dado cuenta de que pasé las escaleras, estaba
distraído —dijo William para regresar hacia su lugar. No le quedaba otra
solución, tendría que convivir con las personas por más que no le gustara.
Tan solo al llegar al salón distinguió la coqueta y vistosa prenda que
Emma llevaba puesta. No sabía qué pasaba por su mente, pero la veía más
hermosa que nunca. ¿Por qué? Su mente sentía que era arrasada por una
especie de torbellino de culpas y de faltas. Él era el culpable de que Emma
estuviera soltera y también por no haber sido más inteligente al convivir
con ella. ¿Cómo le habían pasado desapercibidas todas las cosas que en ese
entonces le molestaban y trastornaban?
Esta noche lady Kirby había preparado un baile, era el tercer día de los
cinco que pasarían ahí. William distinguía a Scott bailando con lady
Beatrice Bruster, al parecer ella había encontrado a alguien que encajaba a
la perfección con sus anhelos, el problema sería Felton, pues según tenía
entendido, quizá todavía no se decidiera a terminar casado en los próximos
meses.
Emma vio al marqués entrar al salón en el que estaban los demás
asistentes. Lo veía con el rostro un tanto desmejorado. ¿Sería posible que
hubiera enfermado? Ella quería saberlo, pero ir hacia él sería una gran
tentación. Además, esperaba que lord Melbourne le acercara una copa de
vino para continuar conversando. ¿Cómo haría para saber si el marqués
estaba bien?
De un momento a otro vio a una de las criadas que había dejado una
bandeja de comida y se apresuró a interrumpirle.
—Señora... —habló Emma para que la doncella la mirara.
—Diga, señorita, ¿en qué puedo ayudarla?
—¿Podría preguntarle al marqués de Asthon si se encuentra saludable
hoy?
La mujer del servicio frunció el ceño por el extraño pedido.
—La esperaré aquí... —siguió Emma.
Confundida, la criada fue a hacer lo que dijo la joven.
—Disculpe, su señoría, la dama que se encuentra allí —señaló a Emma
—, pregunta si usted se encuentra bien.
En ese instante el confundido era el marqués. Al mirar hacia donde le
había dicho la criada vio a Emma. Ella de inmediato desvió la mirada de él
y miró a otro lugar.
—Dígale que me encuentro muy desmejorado por su causa, por la
distancia que ha colocado entre nosotros y sus cuestionables preferencias
hacia cierto caballero.
La pobre sirvienta debía ser como un correo rápido entre esas personas
que al parecer no querían encontrarse frente a frente.
—Señorita, el caballero ha dicho que está desmejorado por su causa, por
la distancia que ha colocado entre ustedes y sus cuestionables preferencias
hacia cierto caballero...
Emma se sonrojó por lo que me decía la servidumbre. Era evidente que
estaba jugando al dar esa respuesta.
—Ajá. Pues dígale al caballero que mis preferencias no son de su
incumbencia. Por favor, señora, después pase por mi habitación para darle
un poco de dinero por sus favores y su silencio.
—Sí, señorita. Con permiso.
La doncella regresó junto a William que tenía su atención puesta en lo
que hacía Emma.
—La señorita dice que sus preferencias no son de su incumbencia...
¿Desea que le diga algo más a la dama? —inquirió la criada.
—No, me encargaré de la señorita en persona.
—Con permiso, señoría.
El juego entre ambos había empezado. Esperar ya no era una opción,
Emma estaba ahí sola y él la abordaría. Caminó a largas zancadas hasta ella
y esperó a que lo mirara.
—Son de mi incumbencia —alegó William con autoridad.
Ella no estaba sorprendida por la entrada imprevista de William. Le
había dado una respuesta irritante y suponía que ese sería el resultado.
—El asunto de su incumbencia está a punto de regresar con una copa de
vino para mí —replicó Emma acariciando uno de sus bucles haciendo como
si no le prestara atención al marqués.
—Ese conde puede meter la copa que trae por el lugar que guste. No me
iré de aquí. Veremos quién es peor en cuestiones de paciencia.
—No se atrevería a hacer mal tercio.
—Puedo hacer mal dúo, cuarteto o quinteto, lo que me agrade más.
—No puedo creer que sea tan atrevido.
—¿No lo cree? Me conoce muy bien, pero hoy he decidido atreverme a
más cosas, cosas que jamás hice y que debí hacer.
Esa confesión hizo que él cruzara miradas con ella. Emma se había dado
cuenta de que el marqués tenía una chispa en sus ojos. ¿En qué estaba
pensando?
—Su señoría, ¿está bien? —interpeló Frederick que tenía una copa en
cada mano.
—Por supuesto, lord Melbourne —respondió. Con gran atrevimiento
tomó la copa de whisky que el hombre tenía en la mano—. Gracias por la
bebida, comenzaba a tener sed.
Frederick entendió el gesto del marqués como una forma de decirle que
no era bienvenido y que estaba sobrando en aquel lugar. En cambio, Emma
se sentía apenada por la actitud que había tomado William de esa manera.
—Tome, señorita Malorie, iré a por una copa para mí. Ya había
contemplado que el marqués tenía sed —habló el conde que no tenía
intenciones de dejar las cosas de esa manera. Le entregó su copa a Emma y
él fue a por otra.
—No puedo creer lo que ha hecho. Le ha arrebatado su copa al conde.
Me avergüenza, su señoría.
—A mí no. Él me vio sediento, y al sediento hay que darle algo de beber.
Señorita Malorie, ¿aceptaría encontrarse conmigo fuera de la residencia?
—No lo haré.
—Pero sí se atreve a salir con ese hombre.
—Lord Felton le ha dicho algo, ¿no es así?
—Sí.
—Entonces entenderá que estoy cerca de conseguir que me pidan
matrimonio.
—No sé si está cerca de eso o de confirmar cualquier habladuría sobre
usted. Quisiera decirle algunas cosas que no puedo mencionar aquí.
—No importa lo que tenga que decirme, no acudiré a ningún lugar con
usted. ¿Para qué seguir manchando mi nombre? Hay una luz en la
oscuridad.
—No importa lo que diga, la veré después de cualquier forma. Si
pensaba que me conocía, le digo que ni siquiera yo me conocía. No espere
saber lo que haré, pues yo tampoco lo sé. Tengo un objetivo y llegaré a él
como sea. Salude al conde por mí, iré a armarme de paciencia para cuando
llegue el momento.
La joven no había entendido nada de lo que el marqués quería decirle,
solo lo vio irse sin más. ¿Qué pretendía? ¿Qué le había insinuado? Los días
ya eran tortuosos para esa instancia, y Emma comía ansias por la propuesta
del conde que todavía no llegaba. La situación incómoda con William hacía
menos llevadera la espera de ese acontecimiento. Juraba por su vida que
cuando estuviera comprometida sería la más feliz del mundo.
—¿Su señoría prefirió retirarse? —indagó Frederick al no ver a William.
—Sí. Él es un poco especial.
—Usted es la única capaz de buscar una explicación a lo que él hace. Ser
especial es una explicación general de nada.
—Entonces le diré que él está acostumbrado a muchas cosas que usted
no, al marqués le gusta que le sirvan.
—Es evidente. La invito mañana al galpón de mi tía, en donde tiene las
maderas para el invierno. Quiero mostrarle que a usted leños le sobrarán
para calentarse. Un hacha bien afilada es la herramienta perfecta para dar
calor y ser fuerte.
—Veo que le encanta sentirse poderoso...
—Poderoso y buen proveedor. Siento que puedo proteger a mi familia de
esta manera, es un instinto de supervivencia. Tal vez no tenga estudios en
Eton, pero estoy preparado para vivir.
—Siento mucha admiración por usted, lord Melbourne.
—Después puedo cazar unos patos, incluso los puedo desplumar para
usted.
—¿En qué lugar guardaría los patos muertos y desplumados?
—Es cierto. Se lo daré como ofrenda cuando lleguemos a Londres.
Presiento que mañana será un gran día para nosotros en esta propiedad —
alegó Frederick levantando la mano de Emma para llevarla a sus labios.
A Emma le gustaban tantas atenciones, se distraía con las
conversaciones, pero en el fondo seguía pensando en William. Aquel era un
completo tonto en comparación con Frederick que valía su peso en oro.
***
La paciencia de William era un cristal muy delicado. Cualquier cosa
crispaba sus nervios y más observar a Emma, mientras era feliz, pero esa
noche, él tomaría valor y conversaría con ella.
Una vez que, tanto William como los demás se fueron a dormir, él miró
por la ventana la caída que tendría al salir por ahí. No le quedaba otra
opción, era la puerta y ser enviado a su habitación o esa abertura que gritaba
por todos lados que se rompería alguna parte del cuerpo. No le importaba
mucho en ese instante, él tenía sus pensamientos nublados por Emma y su
candidato a esposo.
Con cuidado bajó por los zócalos de las ventanas. Gracias a Dios era alto
y esbelto. No le había costado demasiado descender. Después, comenzó su
trayecto hacia el otro lado de la casa. Desató su pañuelo lazado y lo colocó
como si fuera un bandolero, por encima de su nariz, cubriendo la parte baja
de su cara.
Trepar no sería nada fácil, pero lo intentaría. Nada podía detenerlo, quizá
una fuerte lluvia, pero la noche estrellada no vislumbraba ninguna amenaza
en su infinito esplendor.
Sus dotes de escalador eran tristes para no decir que se destacaban por su
pobreza. Cayó dos veces golpeándose la espalda, mas le daba poca
importancia a usar bastón en poco tiempo por sus tontas decisiones.
Cuando llegó a la ventana, la encontró entreabierta y no dudó en meterse
a la habitación. En la cama, una joven dormía en plenitud cuando él le tocó
el brazo.
La joven se levantó de golpe y comenzó a gritar.
—¡Hay un hombre en mi habitación! —exclamó la dama.
William se dio cuenta de que entró a la habitación incorrecta. Sin mucho
tiempo para pensar, salió corriendo del cuarto y se metió en la puerta de al
lado y esa sí era la de Emma, ella estaba parada junto a su cama, quizá
porque había oído el grito escandaloso de su vecina.
—¡Usted no grite, señorita Malorie! —ordenó acercándose a ella con
prontitud.
Emma tenía el corazón en la boca porque había oído un grito cuando
dormitaba en su cama. Jamás hubiera imaginado que se trataba de William
quien estaba intimidando a las damas.
—Señoría, ¿qué está haciendo aquí? —increpó sobresaltada.
—Le dije que la vería después, solo que tuve unos inconvenientes antes
de encontrar la ventana... En realidad, entré por la ventana equivocada.
Cierre la puerta por seguridad —ordenó.
Emma corrió hacia la puerta y giró la llave. Después comenzó a
acariciarse los brazos como si tuviera frío. Estaba a solas y encerrada con
un hombre, el hombre al que quería.
—¿Qué quiere?
—Quiero decirle que me volverá loco. No puedo seguir sin saber lo que
me ocurre. Usted, señorita Malorie, es la única culpable de mi demencia.
Quiero saber cómo ha logrado alojarse en mi mente para no poder
olvidarla...
Capítulo 18

Las palabras que salían de la boca de William con tanta rapidez no eran
entendibles para Emma, porque parecía que él hablaba tonterías o cosas sin
sentido alguno.
—¿Cómo? —preguntó confundida.
—No quiero repetir todo eso, señorita Malorie. Quiero decirle que no
soporto verla cerca de lord Melbourne y menos saber que este intentó
besarla. Quiero pensar que ha sido en contra de su voluntad.
—Yo quería el beso que lord Felton interrumpió. Sería el primero de mi
vida. Si lord Melbourne no se casa conmigo, al menos tendría la certeza de
lo que era un beso. Sigo viviendo de la misma manera que antes.
—¿Quiere un beso?
—Por supuesto que sí...
—Entonces yo se lo daré.
William se bajó el pañuelo de su nariz y de sus labios para después
levantar el mentón de Emma que se encontraba tiesa, observándolo con
total desorientación.
Cuando los labios de William se pegaron a los de Emma, sin darse
cuenta ella comenzó a derramar pequeñas lágrimas. Este instante era el más
anhelado de su vida y ella misma no lo había descubierto hasta que ocurrió,
el marqués la estaba besando. Con lentitud la obligaba a abrir los labios
para que dejara pasar su lengua y pudieran unirse en un encuentro
inesperado. Su cuerpo se llenaba de extrañas sensaciones y se estremecía al
sentir que una de las manos de William se dirigía a su cintura para posarse
ahí.
Para William aquel beso era algo nuevo. Si bien había besado a
demasiadas mujeres, este se sentía distinto, pues no involucraba solo al
ámbito sexual, sino que más bien a algo sentimental. Al besarla sentía como
un regocijo en su pecho. Sin darse cuenta estaba a punto de perder a la
mujer que él esperaba. Al profundizar el beso, William nublaba su mente,
porque comenzaba a acariciar la figura de Emma a través del camisón de
algodón que ella llevaba puesto. Era tan inapropiado que ambos estuvieran
en una situación semejante, pero no le importaba, ya que se sentía
inmensamente feliz y tranquilo al estar en su compañía.
Ambos estaban perdiendo el control sobre sus propios deseos. Emma
también comenzaba a aferrarse al marqués, no quería soltarlo, tanto, que le
clavaba las uñas en el cuello por temor a que ese acercamiento terminara.
Su primer beso fue maravilloso. Todo su cuerpo se hallaba envuelto en
plenitud.
Sin darse cuenta, ella había quedado atrapada contra el dosel de la cama,
a merced de los deseos de William. Él la movió un poco al costado, la tomó
de la cintura y con cuidado la depositó en la cama sin dejar de besarla.
Su peso entero estaba sobre Emma. Él no quería liberarla, deseaba
asfixiarla con su boca y con sus atenciones físicas. Su miembro se había
endurecido como no lo hacía desde tiempo atrás. Con una mano libre
levantó el camisón de Emma y comenzó a apretar el muslo de ella con
emoción. Ya su mente había dejado el sentimentalismo de lado, en ese
momento se encontraba ardiendo por ella y quería hacerle saber cuánto le
agradaba. ¿Cómo había sido posible que en esos años no hubiera intentado
un acercamiento con ella? Al menos de cualquier tipo. Él no lo había visto
posible, porque Emma nunca había demostrado interés por su persona o al
menos una insinuación. Siempre había sido respetuosa y comedida.
Mientras besaba a William, Emma abrió los ojos hasta casi el punto de
desorbitar sus globos oculares. Sentía que la mano del marqués apretaba
con fuerza su pierna y hacía un movimiento rítmico sobre ella hincándole
algo en el vientre. Quería negarse a todo, pero no podía, su voluntad se
cumplía y por eso no podía ser tan tonta de dejar pasar esa oportunidad.
—Emma... —pronunció el marqués tuteando a la joven sin darse cuenta.
Ella solo respondió con un gemido—. Algo ocurre entre nosotros, algo
inexplicable y que me lleva a desearla en mi cama.
La joven no podía mantenerse indiferente ante tal afirmación.
—Quiero saber lo que significa eso para usted —pidió esperanzada.
Quizá él también la quisiera.
—Quiero poseerla. Me estoy muriendo por hacerlo —replicó el otro sin
entender bien lo que ella buscaba.
—¿Qué significa para usted la cama?
—Felicidad para ambos...
Emma comenzó a enfadarse y lo alejó un poco.
—¿Acaso piensa que no sé lo que significa la cama? Ya no soy una tonta
debutante. Sé de todo lo que me he perdido por no estar casada. Que usted
duerma aquí lo único que haría es ensuciar mi buen nombre. Yo solo me
entregaré al que será mi esposo. A usted lo conocen todos por ser un
calavera o al menos lo fue en sus mejores tiempos. ¿Me veo tan
desesperada por caer en esto?
Tanto William como Emma se enfriaron en ese instante. Ella se había
encargado de arruinarlo todo con sus preguntas.
—No sé lo que ocurre conmigo, Emma, solo puedo pensar en usted —
respondió.
—¿Es suficiente para que usted sienta algo por mí y quiera casarse
conmigo?
Él tragó saliva y comenzó a dudar de sus convicciones y de todo lo que
suponía. ¿Era suficiente para casarse?
—Es probable que sí, pero no lo sé.
—¿Es probable? Ni siquiera lo sabe con certeza. Para mí fueron años
perdidos a su lado. Años en que algo dentro de mí se aferró a usted. Hoy
puedo confirmar otra vez que no hemos nacido el uno para el otro. Si así
fuera, no tendría dudas de que yo debería ser su esposa. Le pido que se vaya
de mi habitación... —mandó, alejándose de él. Ni siquiera se le había
ocurrido que el marqués pudiera salir por la puerta, abrió la ventana con
rapidez.
—¿Entonces siempre me ha querido, Emma?
—De nada sirve que le diga algo. Le pido que me deje en paz. Si no me
ofrece nada, buscaré a alguien que sí lo haga. Es lo que estoy haciendo,
tarde, pero lo hago. Lord Melbourne es mi esperanza. Con usted todo ha
muerto.
—Le pido tiempo para discernir mis sentimientos, por nada del mundo
se arroje al vacío de manera precipitada.
—¿De manera precipitada? ¿Se oye? He perdido mi juventud por tonta,
por esperar algo que no llegaba, su señoría, quizá por eso lo considero mi
enemigo.
—Emma...
Él quiso acercarse, pero alguien golpeaba la puerta con insistencia.
—¡Escóndase! —ordenó Emma, nerviosa. No podían ver al marqués de
Asthon en ese lugar.
—Aquí no hay un lugar en el cuál esconderse.
—¡Hágalo o lo casarán con la vecina!
William comenzó a buscar un lugar con prontitud. No quería que lo
casaran con la extraña de la habitación contigua. Se colocó tras el biombo.
—¡Emma! —llamó la señora Malorie, desesperada.
—¿Qué ocurre, madre? —interrogó Emma al abrir la puerta.
—¡Menos mal que estabas encerrada, Emma! ¡Un caballero ha entrado a
la habitación de lady Úrsula! Dice que se ha metido por la ventana.
—Pero ¿cómo ha podido hacerlo? —indagó fingiendo curiosidad. Ella
ya sabía quién era el villano.
—No lo sabemos. Debe tener buenas dotes de simio. Alguno de los
caballeros debe estar muy desesperado para atreverse a comprometer la
reputación de la dama.
—¿Le hizo algo?
—No, no le ha hecho nada malo. Salió corriendo al verse descubierto en
su fechoría. Yo creo que es un cazador de dotes. Oh, querida, escóndete de
ese sinvergüenza, está en esta casa, entre todos nosotros.
—¿Y no es mejor que entre a mi habitación? Así podría asegurar que me
casaré sea con quien sea. Lo importante a estas alturas de mi vida es un
esposo.
—Un esposo bueno, no alguien que te usará y luego te hará vivir
penurias. Me quedaré contigo toda la noche para cuidarte. Espero que lady
Kirby tome acciones y comience a buscar a todos los caballeros, habitación
por habitación...
El corazón de William estaba en su garganta. Si sabían que él había sido,
lo casarían con lady Úrsula y ni siquiera sabía quién de todas era las damas
era ella. Tampoco podía huir si la madre de Emma se quedaba en ese lugar.
—No hace falta, madre. Yo puedo quedarme encerrada aquí como estaba
antes de que usted llegara.
—No, no, querida, prefiero prevenir que lamentar. Nadie sabe en qué
otra habitación pudo haberse metido el caballero.
Las cosas se complicaban para Emma y William. ¿Qué haría para sacarlo
del lugar? Tenía que idear algo pronto.
—Por tantos nervios creo que necesito un té, madre. ¿Podría pedírselo a
alguien? A alguna criada del pasillo.
—Oh, Emma. Está bien, pero regresaré. Tú enciérrate como puedas. Qué
barbaridad, este mundo cada vez está peor —dijo la señora Malorie antes de
salir de la habitación.
Una vez que la mujer se fue, Emma cerró la puerta con llave.
—No me voy a casar con lady Úrsula, ni siquiera sé quién es —farfulló
el marqués.
—Le conviene casarse con ella. Es de la aristocracia como usted.
Además, está buscando una esposa a su altura...
—Nos volveremos a encontrar, Emma. Ahora estoy un poco urgido por
no ser encontrado.
Él se acercó a la ventana y consideró la altura. No tenía tanta
tranquilidad como hacía tiempo atrás.
—Le dolerá —aseguró Emma que también miraba al suelo desde la
ventana.
—Si lo hago hábilmente...
—No tiene mucho tiempo para pensar en ser hábil o no.
Al terminar de decir eso Emma empujó al marqués que casi cayó parado
como un gato, pero en realidad lo había tirado de cara al suelo. Eso lo debía
a su enfado por haber sido rechazada sin palabras concretas, pero rechazada
al fin de cuentas.
William intentaba despegarse del césped. Juraba que tenía cosas entre los
dientes. Emma lo había empujado sin consideración alguna. Al parecer no
le había agradado su falta de explicación respeto a sus pensamientos sobre
las razones por las cuales no respondía a ciertas preguntas. ¿Cómo le diría
que parte de él tenía prejuicios contra la hija de un comerciante? No era
culpa suya, fue criado de esa manera por su padre, aunque su madre y
abuela eran más abiertas con una señorita con recursos, aunque sin sangre
noble. Tal vez eso influyera en el trato que habían tenido durante esos años.
La ambición que había visto en el rostro de la señora Malorie en el pasado
era el que lo mantuvo espantado por siempre presionarlo y también a
Emma, mas después las cosas se habían calmado.
Con todo el cuerpo sucio y dolorido, William comenzó a correr hacia el
lado que les correspondía a los caballeros. Había tanto movimiento en la
casa que temía que lo descubrieran.
—¿William? —interpeló lord Felton al ver a su amigo corriendo.
—¡Scott! Escóndete...
—¿Por qué?
—Larga historia. Tú no me has visto, ¿entiendes?
—¡Por lo menos explícame qué ocurre!
—Entré por la ventana equivocada y no me quiero casar con la mujer
equivocada. Te pueden culpar de eso si llegan a verte.
—Pero...
—¡Por un demonio, no hay tiempo!
El marqués siguió su camino ante la mirada de Scott. Vio a su amigo
escalando la pared como un experto.
Cuando William estuvo en su habitación, intentó lavarse las manos, el
rostro, cambiarse la ropa llena de tierra y ponerse un camisón. Esperaba que
Scott pudiera salvarse de contraer matrimonio con alguien desconocido.
Por la mañana y después de todo el alboroto de la noche, Scott cogió a
William por el brazo y lo llevó a un lugar.
—¡Por poco me casan con una tal lady Úrsula! —exclamó Scott,
agitado.
—Lo bueno es que me dices que fue por poco, entonces significa que te
has salvado.
—Me he salvado, porque un mozo me ha visto caminar por las
caballerizas...
—¿Qué hacías en las caballerizas?
—No, esa no es la pregunta. ¿Qué hacías tú entrando por las ventanas
como un chimpancé?
—No podía pasar por el pasillo para llegar hasta la habitación de Emma
y por eso tuve que hacerlo... Es todo por tu causa. Quedé alarmado con lo
del beso.
—¡Pero no es motivo suficiente para la tremenda locura que has hecho!
Asustaste a las damas y dejaste la reputación de los caballeros por el piso y
yo he sido el que peor ha quedado.
—Fue una terrible equivocación, lo sé, pero si tú estás salvado y no has
dicho que me viste, yo también lo estaré...
—Debí delatarte por hacer cosas indebidas.
—Sí, fue indebido. Besé a Emma y quise hacerle el amor, pero no me ha
ido tan bien, ella quiere matrimonio.
—¿Qué más piensas que quiere? ¿Dinero? Eso no le falta, necesita un
esposo y si no eres tú, será otro. No se pondrá exquisita a estas alturas de su
vida, solo tú alargas tu agonía en lugar de pedirle que se case contigo.
Capítulo 19

Para Emma la mañana sería muy difícil. Tenía la mente en otro lugar y
mucho de eso era a causa del pedido que le había hecho William de no
tomar ninguna decisión, aunque tampoco tenía nada por lo cual decidirse.
El beso que él le había dado avivó en ella una luz de esperanza en ese
sentimiento que buscaba enterrar de la forma que fuera.
Aún con tantas distracciones ella pudo bajar las escaleras junto a su
madre que no se había despegado de su presencia en toda la noche. Cuando
Emma distinguió al marqués conversando enérgicamente con el conde de
Felton, sintió que su rostro se calentaba y enrojecía. No solo había sido un
beso, él quiso más de lo que ella estaba dispuesta a ofrecer. William no la
quería de la misma manera, tal vez ella se conformara con ser su esposa,
pero no con entregarse a cambio de una ilusión. No era una debutante que
caería en cualquier artimaña, ya tenía experiencia y edad suficiente para
estar advertida sobre los comportamientos masculinos.
—Buen día, señorita Malorie —saludó Frederick, sonriente—. Hoy es un
bello día, aunque un poco nublado.
—Buen día, milord —saludó y apresuró una reverencia al igual que su
madre—. Todavía no he podido mirar fuera de la casa...
—Escuché lo que ha ocurrido por la noche —comentó el conde.
—Oh, fue algo tan horrible —opinó la señora Malorie exagerando la
situación.
—He sabido que la reputación de una dama ha quedado comprometida.
Se ha dicho que fue lord Felton quien entró a la habitación que está junto a
la suya, señorita Malorie.
—¿Lord Felton? No fue lord Felton —replicó Emma sin darse cuenta.
—¿Entonces usted ha visto al caballero? —preguntó lord Melbourne,
curioso.
—No he dicho eso —rio Emma, nerviosa—. Solo digo que lord Felton
es incapaz de hacer algo así. Siempre ha sido un caballero respetable.
—Es cierto. En el poco tiempo que conozco a lord Felton, puedo decir
que tampoco creo que él fuera el intruso. ¿Quién sería tan demente para
trepar las paredes y entrar a una habitación?
—Alguien desesperado, milord, por supuesto. Le he dicho a Emma que
se quede conmigo. Puede ser un cazador de dotes. Ningún caballero es
confiable, más que usted —respondió la señora Malorie.
Emma conocía al demente. El pobre marqués en un acto de locura y
desobediencia hizo caso a su profundo rechazo hacia el conde de
Melbourne. No quería que ella estuviera con él. Le resultaba un acto egoísta
de su parte que no quisiera verla feliz. Quizá el marqués exteriorizaba lo
que ella no quería. Emma tampoco quería verlo casado, pero no podía
obligarlo a que la quisiera o la prefiriera sobre mujeres más bellas y de más
clase social que la simple hija de un comerciante sin sangre de la
aristocracia en sus venas.
Todos fueron a desayunar al comedor. Dentro no se habían hecho esperar
los chismes y teorías. La mayoría decía que el asunto de la ventana era para
robar alguna joya y que solo un criado pudo entrar por ahí, pues un noble
no se atrevería a algo semejante. También se hablaba de lord Felton, mas
toda persona que lo conocía ponía las manos al fuego por él. Los asistentes
no sospechaban que había sido el marqués de Asthon en su faceta más
demente.
—Hoy pienso invitarla a cabalgar, señorita Malorie, por eso he reservado
dos caballos. En esta ocasión mi tía no logrará dejarla fuera del paseo. Solo
nos quedan dos días aquí y usted no ha salido a conocer los bellos paisajes...
William no decía mucho, se centraba en escuchar. Él no se delataría en
sus próximos planes, porque tampoco sabía qué haría. Conversar con Felton
le había hecho pensar en que era mejor arriesgarse a un matrimonio con
Emma que con cualquier otra mujer. Con ella alcanzaba un nivel de
entendimiento que ninguna otra lograría. Le llevó un tiempo imprudente
darse cuenta de que siempre había tenido a la mujer perfecta, bailando,
caminando, cenando y riendo con él, pero sus propios prejuicios habían
puesto un vendaje sobre sus ojos, impidiendo que viera la que tenía a su
lado.
Él vio salir a Emma en compañía de los demás para coger un caballo.
William se quedaría junto a Scott por el daño moral que le había provocado
por su mal paso la noche anterior. Además, recordaba que Emma no lo
consideraba alguien merecedor de respeto después de haberlo empujado con
maldad y alevosía desde la segunda planta de la esa residencia. Todavía se
preguntaba cómo pudo haberse equivocado de ventana siendo que Emma le
señaló cuál era. Todo ese error desencadenó en aquel problema.
***
Emma por fin consiguió un caballo. A lady Kirby no le había agradado
ver a su sobrino tan servil con ella. Para su buena fortuna, la anfitriona no
iría con ellos al paseo al campo. Por el camino varias damas y caballeros se
desviaban del camino, y pese a que Emma y Frederick seguían lo trazado, él
le indicó un lugar con una seña.
—Cuando vine la primera vez por aquí, quité ese gran tronco... —contó
con orgullo.
—Con usted sería un gusto perderse. ¿Qué más sabe hacer? —inquirió
Emma, sonriente. No le faltaba buen ánimo para una conversación.
—Soy buen herrero, leñador, domador, comerciante, aunque un pésimo
conde como puede verlo. No soy un noble de buena educación o con
grandes conocimientos de política y economía. Hago lo que quiero sin
dañar a nadie. Me gustan los paseos a caballo... Mi mundo es sencillo y yo
soy fácil de comprender.
—Entre todos los que están aquí, usted es el más respetable y
caballeroso. Carecer de una educación en Eton no lo hizo menos persona.
Lo admito por la confianza que tiene en sí mismo. Quisiera ser tan confiada
como usted. Me siento ingenua y sin mucho que entregar entre tanta
aristocracia. Su tía no me quiere y tiene sus razones. Entre ellas está lo que
piensa de mí y mi origen.
—Ella es clasista. Por esa razón mi padre decidió alejarse de su familia.
Nunca aceptaron a mi madre, pero él era feliz. Yo haré lo mismo, escogeré a
la mujer que será mi esposa.
—Será una joven afortunada...
—Señorita Malorie, ¿le importaría ser esa mujer afortunada?
Frederick bajó de su caballo y ayudó a Emma a desmontar del suyo. La
joven parecía un poco aturdida por lo que le había dicho, pero no deseaba
retroceder en lo que ya había iniciado. Quitó un anillo de su bolsillo y se lo
enseñó a Emma.
Emma no alcanzaba a dimensionar lo que ocurría. Al ver esa esmeralda
empotrada en un anillo entendió que su pregunta se refería a si se casaría
con él. ¿Qué debía hacer?
Tenía en su cabeza lo que William le había dicho, pero debía ser
racional: él no la quería de la misma manera y no estaba dispuesto a pedirla
en matrimonio. No había otro camino más que ser esposa de lord
Melbourne. Ser lady Melbourne no sonaba mal, para nada, en comparación
con la eterna y solterona señorita Emma Malorie. Adiós, soltería, adiós
soledad, sea bienvenida esa propuesta salvadora.
—Lord Melbourne...
—No hace falta que me conteste en este instante por si desea conversar
con su familia o si quiere que yo lo haga...
—Antes de que se arrepienta quiero decirle que sí acepto ser su esposa
—dijo sonriente.
Él también sonrió y, pese al guante de cuero que tenía para montar, de
igual forma le colocó el anillo.
Ella todavía estaba incrédula ante lo que ocurría. Un anillo en su dedo
cambiaba todo su futuro. Tendría hijos, una casa, un esposo y la vida que
estaba destinada para alguien con su costosa educación. Ya quedarían atrás
los suspiros, ilusiones y lágrimas que le había dedicado a William en esos
años perdidos. Dios demostraba que todavía era digna de compasión para
considerarse afortunada por ganar el afecto de un caballero de tan alto valor
como lord Melbourne.
—Me hace muy feliz que acepte mi propuesta —alegó contento—. Por
fin podremos comenzar a hacer planes. Espero que mi propiedad sea de su
absoluto agrado.
—Lo es sin que la conozca... A su lado las cosas serán perfectas. A lady
Kirby no le gustará saber que le pidió matrimonio a una solterona.
—Quien se casará seré yo y no ella. Será mi esposa y no de ella. No
tenga miedo o vergüenza de una persona como mi tía.
El conde cogió ambas manos de Emma y se las llevó a los labios para
besarlas de manera intercalada.
—¿Le molestaría sentarse en el tronco? —indagó Frederick.
—Es lo más cómodo que he visto jamás...
La joven peleaba con sus sentimientos interiores. Se sentía feliz, aunque
también la invadía una tristeza sin precedentes. Se daba cuenta de que ese
era el verdadero fin de su relación con el marqués de Asthon. Ese beso que
se dieron la noche anterior había sido el último suspiro de un afecto infértil.
Al menos moriría sabiendo lo que había sido el toque de sus labios y el
goce efímero de ese acercamiento. Otra boca la besaría y otro le pediría
acostarse juntos. William había quedado tan fuera del juego que ambos
habían inventado. El odio jamás había existido, sino que era el vivo reflejo
de un sentimiento sin realizar.
En aquel tronco se quedaron a conversar por un tiempo. El conde de
Melbourne tenía muchos planes en su cabeza y comenzaba a compartirlos
con ella. Frederick la veía de la misma manera en la que su padre se había
enamorado de su madre. Ambos eran opuestos y sabía que esa era la forma
perfecta de encontrar la felicidad.
Frederick le dijo que durante la noche tomaría la palabra en la cena para
anunciar que estaban comprometidos. Emma solo tenía que comunicarle
aquello a su madre para que estuviera al tanto de lo que ocurriría.
—Volvamos a la residencia —pidió Frederick—. Me queda hacer varios
favores a mi tía.
—Lo que hace es que usted impresione a las damas con su salvajismo...
—¿No se siente impresionada por mi salvajismo?
—Mucho, milord, pero eso no lo deben saber más personas que usted y
yo. Quisiera quedarme aquí un momento antes de regresar. No sabe lo que
significa este anillo para una solterona.
—Era el anillo de mi madre, cuídelo mucho...
—Así lo haré.
Dejó que lord Melbourne se fuera al lomo de su caballo, mientras el de
ella quedaba pastando cerca de Emma.
Sus ojos no se despegaban de la piedra verde en la que se reflejaba. Una
lágrima traicionera cayó sobre la esmeralda y ella la limpió de
inmediato.Estar comprometida era un sueño. Lo había conseguido, pero a
costa de que su amor terminara sepultado por sus anhelos. No lamentaba su
suerte, porque ella misma había forjado su destino con su capricho y con
sus esperanzas. Solo un desconocido podría verla entre tantas personas que
acostumbraban a distinguirla en la compañía del único hombre al que
conocía y al que era asidua: el marqués de Ashton. Lord Melbourne había
llegado para romper el molde de la sociedad. Alguien diferente podía
reconocer a su similar. Sería feliz, algo en su pecho se lo decía. Los
próximos días serían de dolor y luto, pero el futuro estaría lleno de risas y
alegría.
Las nubes sobre ella amenazaban con descargar su furia en el campo. Al
darse cuenta de ello, Emma subió a su caballo para regresar a la casa de
lady Kirby.
En las caballerizas, William estaba preocupado por ella. Había visto al
conde volver sin la compañía de Emma.No podía evitar pensar en que aquel
le había hecho algo. Primero un beso y después... ¡Debía alejar esos
terribles pensamientos de su mente! Él estaba dispuesto a tomar un caballo
e ir a por ella; sin embargo, eso no hacía falta. Al igual que la lluvia llegaba
ella también lo hacía.
Quería acercarse, aunque no sabía qué decirle. No quería que ella le
diera un zarpazo con su fusta, mas se atrevería a hacerle conversación.
Emma descendió de su caballo y vio a William acercándose.
—Buen día, Emma —saludó William.
—Buen día, señoría, ¿cómo lo trata la vida? —preguntó refiriéndose a la
noche anterior, mientras ella ocultaba el anillo con su otra mano. No quería
que él lo viera.
—Quería conversar sobre lo que ha ocurrido anoche y decirle que he
cambiado de opinión sobre un par de cosas que he dicho.
—Su señoría, ya no quiero conversar con usted sobre nada. Me limitaré a
mantener una relación cortés con usted... Ahora si me deja, iré a mi
habitación.
Capítulo 20

Ante los ojos de William, Emma lo había tratado con demasiada dureza,
sin contar que no se comportaba de forma normal. Ni siquiera le había
dirigido la mirada parecía nerviosa y esquiva.
La vio retirarse como si el apuro la devorara. ¿Qué cosa tan urgente
debía hacer en su habitación?
William no tenía forma de frenar la agónica separación con Emma. Ese
acercamiento de labios y piel había abierto sus ojos sobre lo que en realidad
ocurría entre ambos. Ella le había insinuado un sentimiento, algo que no
llegaba. Suponía que siempre había estado enamorada de él y que William
no se había dado cuenta de ello.
Quizá entre los dos siempre existió el amor, pero no lograron
reconocerlo hasta los últimos acontecimientos que enfrentaban. Que él
tomara la decisión de casarse había sido el detonante para que Emma
reconociera que necesitaba con urgencia y con desesperación a cualquier
hombre que le propusiera matrimonio, y como artimaña del diablo se
presentaba lord Melbourne para despertar en William las sensaciones más
desagradables del mundo. No toleraba que aquel cortejara a Emma, porque
él sentía que Emma le pertenecía por más que no fuera de esa manera.
No podía resignarse a perderla y por eso era mejor echarse la soga al
cuello con ella y no con otra. Scott había sido claro en sus sugerencias y
razones por las que Emma Malorie era la mujer ideal para ser su marquesa
y todo radicaba en que los dos sentían lo mismo. Otros debían decirle lo que
ocurría, ya que William era incapaz de notar que la joven era lo único que
necesitaba para ser feliz. Si Dios lo quería y el diablo lo hiciera posible,
pronto terminaría casado con Emma.
***
La conciencia de Emma no podía enfrentar a William. Ella había seguido
su instinto y no a su corazón, pues este último hasta el momento no le había
dado ningún consejo decente que la quitara del apuro. Para su corazón lo
más importante era ser fiel a sus sentimientos, mas no era lo conveniente.
La guerra entre la razón y el corazón había iniciado y sería a muerte, pese a
que ella ya había declarado al ganador: su razón.
—Madre, necesito hablar con usted... —pidió Emma a su madre que
estaba bordando junto a otras damas, mientras conversaban cosas malas de
sus esposos.
—Oh, querida. Es un mal momento para esto. Estoy muy contenta aquí
—alegó la señora Malorie considerando que Emma no tendría nada
interesante que contarle.
—En el dedo tengo algo que le interesará —dijo en voz baja,
mostrándole con su mirada para que su progenitora dirigiera sus ojos al
pequeño espacio que dejaba su mano para que ella viera la joya.
A la señora Malorie se le había escapado el aliento. Pudo lograr suprimir
su felicidad por un instante, aunque no sería por mucho tiempo.
—Regresaré en un momento, mis estimadas damas... —se disculpó antes
de tomar el brazo de su hija y apresurar el paso hacia las habitaciones.
La madre de Emma la estiraba con mucha fuerza. Aquella ya no podía
con la emoción de lo que presentía. Al abrir la puerta de la joven, retiró la
mano de su hija que cubría a la otra y no podía contener la emoción, se
había quedado muda, poseída por los sollozos y lágrimas de emoción.
Emma se sentía más emocionada por la reacción de su madre que por lo
que el compromiso representaba para ella.
—Me casaré, madre. No hemos fracasado —anunció sonriente.
—¡Lord Melbourne es un verdadero caballero, querida mía! ¡Qué joya te
ha dado! —expresó la señora Malorie—. Ha valido la pena esta espera. La
emoción es más grande que nunca...
Su progenitora la abrazaba con mucha fuerza para después alejarla,
coger el dedo y mirarlo. Ese proceso lo repetía una y otra vez. Estaba tan
aturdida que creía estar en un sueño.
—El conde lo anunciará en la cena... —comentó Emma.
—Estaré tan feliz de ver todos esos rostros envidiosos en la mesa. Será la
cena más deliciosa de mi vida. Me deleitaré en la desgracia de lady Kirby,
vieja urraca malvada... La próxima vez tendrá más cuidado de cómo trata a
los demás, porque pueden terminar siendo sus parientes políticos. También,
me alegraré de ver la cara del marqués de Asthon. A ese la noticia le caerá
como agua helada.
Al oír las palabras de su madre, Emma no sabía qué pensar. ¿Por qué le
importaría a William lo que ocurriera con ella? A lo mejor se alegraba por
ella o tal vez su egoísmo fuera más grande yle dijera cosas peores de las que
había escuchado antes.
—¿Acaso no quieres ver su rostro? Pensó que te había dejado sin
oportunidades y llorando en un rincón como una perdedora. Se golpeará
contra una pared.
—A él no le importará, madre. Si no le importé cuando era soltera,
menos ahora que estoy comprometida.
—Mujer de poca fe. Se morirá de envidia, te lo puedo jurar por mis
padres que en paz descansen. Reconozco a un posesivo y celoso caballero
en su señoría. Le costará resignarse a perder a su más devota admiradora.
Ya te ha hecho mucho daño al privarte de la atención de otros caballeros.
Ha sido una verdadera fortuna que se alejara de ti.
—Sí, una verdadera fortuna —repitió mirando el anillo en su dedo. Era
la mujer más afortunada del mundo y no alcanzaba a ver ese suceso.
Tendría que esperar a la noche para darse cuenta de quiénes se alegrarán y
quiénes no. Tal como había dicho su madre, lady Kirby quizá terminara
muerta a causa de que no soportaba a Emma y que no la quería cerca de
ninguno de los mejores candidatos. Cuando supiera que su propio sobrino la
había preferido moriría de rabia o se ahogaría en su bilis.
La emoción de la señora Malorie era tanta que no resistió preparar las
prendas para su hija. Un vestido lavanda con un listón blanco en el pecho y
sus guantes de algodón, sería la vestimenta adecuada para lucir el precioso
anillo con el que lord Melbourne había terminado con la larga soltería de
Emma.
Para la noche la madre de Emma la había arreglado para ser la estrella de
la cena. Ella no pasaría desapercibida por nada del mundo.
—Madre, parece una mosca sobre un festín —se quejó Emma al ver a su
madre a través del espejo sobando sus manos como si fuera un insecto
impertinente.
—Es que me deleito pensando en cuántas caras veré hoy y más por la de
lady Kirby. Ese anillo debe ser el que perteneció a su madre, tal vez por
segunda vez tenga que verlo en el dedo de una mujer a la que desprecia. Es
el día más feliz de nuestras vidas, querida. Disfruta de este momento. Una
sola vez en tu vida te comprometerás.
—Haré todo lo posible para disfrutar del rostro de lady Kirby. Desde que
llegamos no ha hecho más que arrojarnos a los peores lugares y con el peor
trato. Merece este buen golpe.
—Así se habla, cariño. Ya quiero ir a casa para contarle esta buena nueva
a tu padre. Bendita la hora en que el señor Clement te presentó a su sobrino.
Te esperaré abajo. Termina de perfumarte.
Respiró profundamente un par de veces después de ver salir a su madre
de la habitación y continuó colocándose un poco de perfume. Al echar una
mirada al espejo, podía notar que ese compromiso la entristecía, pero la
hacía más bonita. Se percibía más bella y segura. Pronto comenzaría una
vida distinta, pues el conde le había dicho que estaría casado antes del
invierno. Le quedaban unos meses de soltería, pero ya no serían inciertos.
Sería dueña de su casa y sabía que sería feliz junto a Frederick, ¿cómo
podría ser infeliz al lado de un hombre tan divertido?
Este día aprendió lo que era ser inteligente y razonable. Valía la pena
darse otra oportunidad de vivir una vida plena que vivir del recuerdo de un
beso. ¿Por qué Emma debía sufrir viendo al marqués casado y teniendo
familia, mientras ella se marchitaba sin haber dado vida? No, no era justo ni
razonable. En parte ella tenía la culpa por dejarse estar tantos años
esperando nada. Él la había desestimado sin culpa ni pena. William estaba
encaprichado con ella y era todo, no existían sentimientos de amor de su
parte.
Una vez que acabó de arreglarse, enderezó su espalda para dar la
impresión de ser una mujer segura y poderosa. Se sentiría como si estuviera
en la piel de Victoria. A ella la distinguía regía, elegante y segura del amor
de su esposo. Podía controlar la situación de cualquier manera y ella
deseaba ser así. Toda envidia bien dirigida convertía a las personas en
mejores seres humanos.
Al dejar de perderse en sus pensamientos, tomó el camino que la llevaría
a ser protagonista en ese nido de serpientes en el que estaba. Al llegar a la
escalera, distinguió a su prometido en compañía de una dama que era
probable que pretendiera conquistarlo. Era una lástima que él ya estuviera
comprometido con ella.
Como cada día y noche, su vestuario acentuaba su presencia frente a las
miradas desdeñosas y envidiosas que sin una buena instrucción la
descarnaban.
—Disculpe si los interrumpo, milady —pronunció con atrevimiento.
—Señorita Malorie, por supuesto que no molesta. Lady Pippa solo me
estaba contando de su invernadero.
—Qué pecado, milady. Hablarle a un escocés de invernaderos no es
saludable. A él le gustan los caballos. Le sugiero que conversen sobre eso si
no quiere aburrirlo.
Lady Pippa le entregó una sonrisa forzada a Emma. Era increíble que la
hija de un comerciante intentara desmoralizar a una lady de esa manera.
—¿Y usted de qué le habla a lord Melbourne? Tal vez de tallas de ropa
más pequeñas que usted... —insinuó refiriéndose al escote de Emma.
—Al menos eso le genera más interés que un invernadero. Esfuércese un
poco más en su conversación. Yo tengo mucha experiencia conversando y
le llevo ventaja por una cabeza...
—Fue muy agradable su compañía, lady Pippa. Gracias a usted montaré
un invernadero en mi propiedad —agradeció Frederick—. Con permiso,
milady. ¿Me acompaña, señorita Malorie?
Ella asintió y siguió a su prometido para alejarse de Pippa, a quien
escuchó decir: «grosera».
—Me siento halagado, fascinado y quizá un poco asustado por su
astucia, señorita Malorie —musitó Frederick con una sonrisa.
—Debo cuidar con uñas y dientes al prometido que Dios me envió. He
cogido la última diligencia... —agregó con humor—. ¿En verdad montará
un invernadero?
—Por supuesto que no, salvo que a usted le guste.
—Me gustan las flores, pero no soy tan diestra en la jardinería. Con
algunas plantas hay que ser inteligentes. Una mala poda y puede morir.
—Señorita Malorie, me gustaría hacerle una pregunta.
—Soy casi de su propiedad, puede preguntar lo que guste.
—¿Cree que al marqués de Asthon le moleste este compromiso?
—No, lo dudo mucho. Considero que de la misma forma en la que yo me
ofrecí para ayudarlo a buscar una esposa, él festejará este logro que he
tenido —habló tratando de sacar algo de su cabeza para no decir tonterías.
—Es alguien bastante resentido y espero que no la incomode y si lo
hace, solo dígame y yo lo arrojaré tan lejos como lo hago con los troncos en
las tierras altas.
—Él es tan liviano que no dudo que pueda llegar a volar como un
pajarillo, pero como le digo, su señoría se alegrará de que su compañera de
baile contraerá matrimonio.
Cuando llegó la cena, todos se reunieron en la mesa. Como cada noche,
lady Kirby ordenó los lugares. A su sobrino y a William los había puesto
juntos.
William odiaba la hora de la cena, por Dios que odiaba compartir aire
con lord Melbourne. Al ver que el gran conde se levantaba de su lugar,
cogía una copa y un cuchillo para llamar la atención de todos, William bufó
y cogió la copa de vino de acompañamiento. Quién sabía lo que tenía que
decir.
—Vuestra atención, por favor. —Frederick daba unos pequeños
golpecitos a la copa hasta que logró romperla por accidente—. Lamento
este pequeño incidente, tía, pero quisiera comunicar algo importante.
—No te preocupes, querido, era un simple cristal. Puedes hablar... —
replicó su tía, expectante.
Frederick carraspeó la garganta y extendió su mano en dirección a
Emma.
—Esta noche es grata para mí y para la señorita Emma Malorie...
Al oír el nombre de Emma, William miró en dirección de la joven que se
levantó de su asiento para caminar hacia el escocés.
—Frederick... —advirtió lady Kirby al comprender lo que venía.
—Quiero anunciarles a todos que la señorita Malorie ha aceptado ser mi
esposa. —Él cogió la mano de la joven para besarla y que todos pudieran
ver el anillo que llevaba en el dedo.
Capítulo 21

Las personas del comedor enmudecieron al ver el gran anillo brillante en


el dedo de una solterona.
William había reaccionado en ese momento. Ni siquiera sabía qué lo
había golpeado para dejarlo en un estado de desorientación. Él miró el
anillo de Emma y comprendió lo que ocurría, ella estaba comprometida, se
casaría.
«Emma se casaría», esa idea nefasta no dejaba de dar vueltas en su
cabeza. Intentó buscar los ojos de ella, pero Emma solo desviaba su mirada,
como si no quisiera explicar nada. Su rostro en sí indicaba que no quería
estar en ese lugar.
La única persona que comenzó a aplaudir fue la señora Malorie. El resto
de las personas lo hacía con lentitud. La palidez se había acentuado en el
rostro del marqués de Ashton y lady Kirby, y verlos sufrir le regocijaba.
Por su parte, Emma no podía mirar a William. Ella sabía que él deseaba
una explicación que lo compensara, mas eso no ocurriría. La decisión
estaba tomada y nadie cambiaría lo ocurrido.
—Frederick querido, acompáñame un momento —pidió lady Kirby que
todavía no podía creer la humillación que había recibido por parte de su
sobrino.
—Por supuesto, tía, pero primero agradeceré a todos por sus buenos
deseos y también quiero desearles a los caballeros que encuentren a alguien
tan maravillosa como la señorita Malorie —terminó diciendo Frederick, que
sabía que su tía no estaba feliz con la situación—. Volveré en un momento,
señorita Malorie.
—Lo esperaré aquí... —dijo Emma que todavía no podía creer lo que
ocurría. Casi nadie le deseaba felicidad, era evidente que no la consideraban
alguien apto para casarse con un conde.
Las primeras curiosas corrieron a mirar el ostentoso anillo y la rodeaban
para preguntarle detalles sobre la pedida de mano.
Cerca de ella, William continuaba ensimismado, pues no podría pedirle
que se casaran si ella se casaría con otro.
—William... —habló lord Felton que se acercó a él al verlo pálido.
Al escuchar la voz de su amigo, esta retumbaba en su mente como si no
fuera real. Estaba tan afectado por la noticia que lo que se encontraba a su
alrededor había desaparecido como por arte de magia. Siguió bebiendo su
copa antes de dirigir su vista a Scott.
—¿William? —insistió Scott.
—No creo que tenga algo más que hacer aquí... —articuló con dificultad.
—¿Prefieres que abandonemos la propiedad? Te acompañaré si hace
falta.
—No es necesario que sacrifiques tu diversión por mí, pero al menos por
lo que queda de la noche, merezco unas copas más de las debidas.
—Te acompañaré...
Los dos abandonaron el comedor para dirigirse al balcón. William se
mantenía en silencio, su falta de ánimo para charlar era evidente. Era la
primera vez que podía hablar de que algo dentro de él se rompía y le
producía un gran dolor. Desde donde se encontraba podía distinguir a
Emma que era asediada por los demás para saber más de lo que ocurría.
Ella se veía espléndida al contar su buena nueva. Saber que él pudo haber
sido el hombre orgulloso de comunicar eso, le hacía doler el pecho. Su
sonrisa sarcástica y sus jugueteos habían desaparecido. Emma era la
persona que lo alentaba y la única que debería ser su compañera por el resto
de su vida. Quería zarandearla y darle bofetadas por no haber creído en él.
—¿Quieres hablar de lo que ha pasado, William? —indagó el Scott que
se acercó con dos copas y una botella de brandi.
—¿De qué hablaríamos? ¿De cómo Emma me ha dado una puñalada en
el pecho? —increpó William con la mirada perdida a través de un cristal por
el que distinguía a Emma.
—Considero que no te ha traicionado, sino que ha visto las cosas de
manera práctica. No podía seguir esperándote, ya se le acaba el tiempo.
Debería alegrarte que no serás el culpable de su desgracia.
—¿Alegrarme? Lo que quiero ahora es apretar su fino cuello de cisne
hasta dejarla sin aliento. Anoche le dije que no tomara decisiones
precipitadas y lo primero que ha hecho es arrojarse en los brazos de lord
Salvaje. Es humillante saber que me han rechazado por un ser inferior.
—William, no te han rechazado, el que siempre la rechazó has sido tú.
No deberías culparla por solo defender su bienestar. Ha encontrado a
alguien que será capaz de darle lo que tú no quieres.
—¡Quiero que me diga en la cara que no le importo! Eso hará que me
sienta mejor...
—Pregúntale y no caigas en suspicacias. Ya no puedes perder nada más.
—Si querías ofrecerme consuelo, te digo que no ha funcionado. Eres
maléfico, cruel y despiadado. Es como verme en suelo golpeado y continuar
causándome más daño.
—El daño no te lo hice yo. Has sido tú mismo siendo egoísta y frívolo
con la señorita Malorie. Durante este tiempo no has hecho nada bueno por
ella, solo te preocupaste por ti y por nadie más. Todo siempre se ha tratado
de ti y de tu felicidad. Nunca viste un futuro para la persona que te dedicaba
su tiempo, a la que esperanzaste y tal vez hasta engatusaste sin darte cuenta.
El único culpable eres tú.
William se sirvió una copa llena de brandi y la bebió como si fuera agua.
Apenas Emma estuviera sola le contaría lo que tenía atorado en la garganta
y que lo dejaba sin aliento. Ya no podía ocultar sus celos y el
enamoramiento del que era víctima.
***
Después de abandonar el comedor las personas pasaron al salón para
divertirse entre ellos. Emma esperaba que pronto regresara su prometido.
No sabía qué tanto podía hablar lady Kirby con él, pero era evidente que
intentaba persuadirlo de que recapacitara y la dejara libre.
Tanto el conde como ella, tenían sus propios problemas. Emma no estaba
festejando su compromiso porque había notado que William no se
encontraba feliz, las miradas de él le exigían muchas cosas y ella no
deseaba explicar nada, por eso necesitaba que Frederick regresara para que
pudiera sentirse protegida y apoyada, sin él se sentía presa fácil del
marqués. Emma no quería caer en su juego, pues ella no tenía tiempo para
perder.
Mientras esperaba a su prometido, vio un gran movimiento de la
servidumbre hacia la biblioteca de la residencia. No solo Emma quería
saber lo que ocurría, también los otros invitados estaban con la nariz metida
en el pasillo que los llevaba a ese sitio.
Después de un instante pudieron ver que a lady Kirby, su propio sobrino
la llevaba en brazos escaleras arriba para dejarla en su habitación. Uno de
los lacayos que salió de la biblioteca corrió hacia fuera de la casa y nadie
sabía la razón, aunque suponían que la anfitriona había sufrido un soponcio.
—Oh, Emma, creo que han matado a lady Kirby —dijo la señora
Malorie, sonriente.
—Madre, no se burle de esto. Esa mujer debe odiarme mucho para estar
inconsciente —aseguró Emma.
—No es de toda tu culpa, cariño. Es culpa de ella por no aceptar las
decisiones ajenas.
—Usted ha estado al borde de la inconsciencia demasiadas veces.
Debería empatizar con lady Kirby.
—En lo único que empatizo es en que ha sido por tu causa. Cada
temporada que terminaba sin que el odioso marqués te pidiera matrimonio
era un suplicio. Veía el tiempo pasar frente a mis ojos. Cada año era peor
que el anterior. Una hija soltera es una desgracia. Quizá lo entiendas algún
día. Jamás te desearía el mal, pero la suerte no siempre está de nuestro lado.
Un par de minutos después, Emma vio a su prometido que se dirigía a
ella.
—¿Todo está bien, milord? —preguntó al verlo acercarse. Ella se levantó
para recibirlo.
—Espero que sí. Un lacayo ha ido a por un médico para mi tía. La
noticia de nuestro compromiso no le ha sentado muy bien, pero no se
preocupe, con mi tía viva o muerta, nosotros nos casaremos.
—No es momento de preocuparnos por eso, sino que lo importante es su
salud.
—¡Frederick! —gritó la voz de su tía.
—Creo que deberé quedarme con ella un par de minutos más.
—Milord, considero que los demás invitados deben saber lo que ocurre
para solidarizarnos con milady.
—Ella quiere que todo siga su curso. No dejará que ninguna
organización suya se vea opacada ni siquiera por su muerte. Estos ingleses
no tienen las prioridades muy claras. Con permiso, señorita Malorie. Estaré
aquí en cuanto pueda.
La joven lo vio desaparecer otra vez. Se tendría que quedar en ese lugar,
aunque ella pretendía otra cosa: ir a encerrarse a la habitación. Había hecho
demasiado daño en un solo instante.
Desde el cristal del balcón, William observaba a Emma y sabía que ella
se disponía a retirarse y él no la dejaría. Había bebido demasiado en poco
tiempo, estaba ebrio, mareado y muy enfadado.
—Iré a por Emma —sentenció para que su amigo lo escuchara.
—No podré detenerte. Ve y haz el ridículo que más te plazca.
—Gracias, querido Felton. Me llevaré lo que queda de mi copa...
Scott lo despidió con mucho ahínco. Ya estaba cansado de verlo
ahogarse en alcohol, pues aquel era tan orgulloso que no una sola lágrima ni
por más que le doliera algo.
William no miró a nadie. Su mente tenía un objetivo que no dejaría ir por
nada del mundo. Emma tendría que enfrentarlo.
Cuando Emma llegaba a las escaleras, sintió que alguien la tomaba de la
muñeca. Al voltear su rostro, pudo ver a William.
—Lamento interrumpir a la señorita comprometida, pero necesito
conversar. —masculló el marqués, sarcástico.
—Si quiere felicitarme, puede hacerlo aquí...
—Prefiero felicitarle en privado.
Él jaló el brazo de ella que oponía resistencia para que no la llevara, pero
el caballero era más fuerte.
Los dos salieron al jardín y se adentraron un poco en la oscuridad.
—¡Es suficiente, su señoría! ¡Me está lastimando! —espetó Emma que
era probable que al día siguiente tuviera marcada las garras del duque en su
muñeca.
La liberó para después beber el contenido de su copa sin delicadeza y
arrojar el cristal con ira al suelo.
—¿Lastimarla, Emma? Suena ridículo cuando ha sido usted quien me ha
lastimado —acusó agitado.
—¡De qué habla! —reclamó airosa.
—¡De qué no ha podido esperarme!
—¡No podía hacerlo más! ¡Han sido cinco malditos años en los que
esperaba una sola palabra de sus labios para caer rendida a sus pies! —
confesó Emma—. Llevo tanto tiempo intentando matar este sentimiento con
un falso odio. Me sofoca, me mata y me arde como una quemadura. No
podía esperar a que se decidiera. Es mi vida. A usted nunca le he importado.
No seré un capricho más.
Esa confesión de Emma había sido otro golpe más a su agotado corazón.
—¿Por qué nunca me habló de esto?
—¿Para qué, señoría? Para escuchar palabras más duras. Era suficiente
con escucharlo decir que no superaba a otras en belleza y que nadie se
acercaba a mí por eso. Hoy entiendo que nadie se acercaba a mí, porque
usted estaba a mi lado. Espantaba a los pretendientes, puesto que, ¿cómo
explica que al separarme de usted pude comprometerme?
—No sabía que yo era el causante de su ruina, nunca pretendí serlo. Solo
anhelaba su compañía. Si entiende que yo era el problema, yo comprendo
que nunca pude estar sin usted, porque yo también quizá ya tenía
sentimientos, mas nunca fui de su agrado. Desde el principio siempre quiso
casarse con Spencer y no conmigo. No diga que yo quería casarme con
Victoria, solo me parecía hermosa.
Emma rompió en llanto al darse cuenta de que tal vez era correspondida
en sus sentimientos.
—Ya es tarde, muy tarde... —alegó la joven, destrozada.
—No es tarde para el que quiere intentarlo. Emma, no sabía lo que
significaba hasta que la vi sonreírle a otro... Pensé que no tenía corazón y
que conseguir una esposa sería una encomienda sencilla, pero me
equivoqué. Descubrí que soy vulnerable cuando la tengo lejos de mí. No
quería admitir mis propios sentimientos...
—No hay vuelta atrás...
—Si me ama... ¿cómo podrá estar con él?
—Por cariño y anhelos. Realizaré mi objetivo de vida. ¿Qué más puedo
pedir?
—Puedes pedir que sea yo quien la acompañe en ese objetivo. Emma,
acepte mi mano y yo me haré cargo de todo frente a lord Melbourne...
El aliento de Emma se perdía, William le estaba pidiendo matrimonio.
¿Qué debía hacer? ¿Dejarse llevar por la razón o su corazón?
Capítulo 22

Él cogió a Emma de sus manos y no solo le rogaba con sus palabras, sino
que también lo hacía con sus ojos. El silencio de la joven le otorgaba una
luz de esperanza para estar juntos como antes; sin embargo, al sentir que
ella retiraba sus extremidades de las suyas, suponía que una negativa se
acercaba.
—No, su señoría. Tal vez si esto lo proponía semanas atrás en lugar de
decirme que buscaría una esposa, las cosas serían distintas. Le he dado mi
palabra a lord Melbourne y no la retiraré por nadie que quizá mañana
prefiera a otra dama —declaró Emma. Sabía que esas palabras le hacían
daño más a ella que al marqués.
William nunca se había sentido más desolado y ninguna palabra le había
herido tanto como lo que era capaz de pronunciar Emma. Retrocedió unos
pasos y la observó con resentimiento.
—Qué sea feliz, señorita Malorie, se lo deseo, aunque no lo será.
Llámeme resentido, pero no lo logrará, pues me ama y eso no puede
cambiarlo —farfulló.
—No puede culparme por no escogerlo cuando siempre ha sido mi
deseo, pero yo nunca he sido su prioridad. Ahora he decidido escuchar a mi
razón y dejar de lado mis sentimientos por mi bien, porque pensar con el
corazón solo me ha acarreado ruina y lágrimas.
—Su razonamiento le traerá ruina y lágrimas, pero con hijos y una gran
casa. Me extrañará tanto como yo y lamentará su decisión, señorita Malorie
—se despidió William sin volver a tutearle. Le echó una última mirada
antes de retirarse con rapidez hacia la oscuridad. No tenía mucho ánimo de
regresar a la residencia.
A Emma le dolía mucho lo que ocurría. Ya no eran enemigos, eran unos
amantes no correspondidos. En su pecho no solo acumulaba dolor, también
rabia e ira, y en lugar de dejarlo ir con tranquilidad corrió tras él y lo golpeó
en la espalda con los puños.
—¡Te odio, William! —exclamó perdiendo el respeto entre lágrimas,
mientras lo golpeaba.
El marqués giró sobre sus talones y cogió las manos de ella para que
dejara de golpearlo. Después la acercó junto a su pecho para escucharla
llorar en ese lugar a la vez que Emma se aferraba a su pecho y seguía
golpeándolo, pero como si careciera de fuerzas. William nunca había
consolado a nadie, y menos a quien lo había descorazonado.
Emma abrazaba el torso de William como si se tratara de una despedida
y, de hecho, así era. No había nada más que hacer con ellos. El amor había
llegado tarde a sus vidas o, al menos ellos se habían dado cuenta de eso
muy tarde.
—Me arrepiento de haber perdido el tiempo, pero no hay forma de que
lo entienda... —pronunció William que también se aferraba a la figura de
Emma.
—Nunca entenderé nada. Nadie se acercaba a mí, porque no me dejaba
ser libre, William.
—Tal vez desde un principio yo me adueñé de usted y no quería verlo.
Sé que soy el mayor culpable de su soltería, pues yo mismo lo construí para
tenerla solo para mí y no me había dado cuenta. Me sentí cómodo con los
chismes a nuestro alrededor... Y quizá yo intentaba mentirme con una poca
gracia suya que en verdad no existía.
—Cada temporada quería estar a su lado. La esperanza no se perdía...
—Ahora la esperanza no está perdida, sino que está muerta. Si en algún
momento se arrepiente, Emma...
—No me arrepentiré. Lord Melbourne merece que yo lo aprecie, mucho
más de lo que usted merece. Espero que pronto encuentre a una dama que lo
alegre o al menos a una que no lo haga sentirse miserable.
—La única dama que podía hacerme feliz prefirió a otro hombre...
Las palabras de William eran dolorosas.Ella ya no podía deshacer el
compromiso. Había sido anunciado frente a demasiadas personas y, pese a
que lady Kirby al parecer no estaba de acuerdo, tampoco lo impediría, ya
que su prometido estaba convencido de que se casaría con ella.
Unos minutos después del abrazo y de un silencio abrumador, llegó algo
que los despediría para siempre: un beso.
Lo más lamentable para William era tener que despedirse de esa manera,
descubriendo que deseaba estar por siempre con Emma y que ella prefería
su bienestar porque no le creía. Mientras la abrazaba, cogió el mentón de la
joven y con eso acercó la boca de ella a la suya. La besó como si su vida se
desvaneciera en ese instante. Los tersos labios de Emma quedarían en su
memoria como la rosa con más espinas que había tocado en su vida. El
golpe brutal de su vida había llegado de la persona que menos esperaba, de
la única a la que había adorado en secreto, en uno que era secreto hasta para
él.
Ella le correspondía abriendo la boca como si estuviera hambrienta. Era
el fin de los cinco años, del amor silencioso y de los deseos ocultos. Todo
había quedado a la luz y no existían más secretos. Las palabras por más
crueles que fueran de ambos lados dejaban claro lo que ocurría. El amor no
era suficiente para todo lo que habían tenido que pasar.
La joven sintió que el caballero se fue alejando y luego se perdió en la
oscuridad. William la había dejado sola.El corte del beso fue abrupto y él
decidió huir sin mucho más que decir. Todo lo que pudieron decirse salió de
los labios de los dos. Debía consolarse con la idea de que hacía lo mejor
para su futuro, aunque eso no disminuía su enorme tristeza. Era la
prometida más triste. Antes de saber que William estaba dispuesta a pedirle
matrimonio, era más feliz, puesto que lo creía indiferente a ella, mas todas
las confesiones de esa noche le habían abierto los ojos. Comprendía que los
dos vivieron una mentira durante demasiado tiempo. Los insultos no eran
más que cortinas para ocultar sus verdaderos pensamientos y sentimientos.
El futuro podría ser distinto si ambos hubieran abierto los ojos mucho antes.
Emma no quería volver a la residencia, por lo que comenzó a vagar por
la oscuridad. Estaba tan decaída que no deseaba que nadie la viera en ese
estado, porque se convertiría en la comidilla para todos. Desde un principio
su compromiso no era bien recibido por el lado vivo de la familia del conde
y todo era por el clasismo de lady Kirby, eso sin contar los pésimos deseos
del marqués para su vida. A la única conclusión que podía llegar era que no
volvería a ver a William una vez que regresara a Londres y menos lo haría
cuando estuviera casada, pues seguiría a su esposo y él no era alguien a
quien le gustara Londres. Eso también significaba que no visitaría con
frecuencia a su querida Victoria, ya no podrían convivir como antes.
La situación del futuro la entristecía, pero debía tomar fuerzas de donde
podía para ser feliz. Su futuro ya no era responsabilidad de nadie más que
de ella. No existían más culpables por su desgracia o su soltería.
En medio de su caminata se había dado cuenta de que el clima
comenzaba a cambiar. Un viento frío soplaba por la noche, moviendo las
hojas y ramas de los arbustos y árboles. Los relámpagos iluminaban la
noche dejándola ver que había caminado demasiado y que para su desgracia
no lo había hecho en círculo. Los truenos no tardaron en oírse como
estruendos furiosos que atormentaban la paz del silencio.
La dama comenzó a buscar el camino de regreso y solo esperaba hacerlo
antes de terminar mojada.
***
En la residencia de lady Kirby, William había regresado tiempo atrás y
se dirigió a su habitación. También había pedido a los lacayos de la
anfitriona que le ayudaran a preparar sus pertenencias para partir al día
siguiente. Él no tenía nada más que hacer en aquel lugar. ¿Qué razones lo
mantendrían ahí? Tendría que ver a Emma todo el tiempo en compañía de
otro y su ego, orgullo y celos eran incapaces de tolerar tal aberración. Ella
continuaría con su vida y lo dejaría de lado. William debía aprender a
perder, pero no entendía cómo hacer eso. Estaba acostumbrado a ganar, él
no se consideraba un perdedor por más que todo le señalaba que había
perdido a Emma.
Recuperarla o al menos tenerla no parecía algo que pudiera ocurrir, salvo
que se deshiciera de lord Melbourne, pero él no era ningún asesino.
Tampoco quería rogarle a nadie. A Emma le pidió que cambiara de parecer
y ella se había negado. ¿Qué opciones tenía para que ella lo prefiriera? Su
mente creativa comenzaba a barajar las peores opciones y entre ellas estaba
raptar a Emma. Esa idea denotaba falta de resignación y de elocuencia.
También pensaba en hablar con Spencer y Victoria para que ellos
persuadieran a Emma, que le hicieran creer que su decisión era un absurdo
y que, para mantener las costumbres amistosas entre todos era mejor que lo
escogiera a él. Sonaba descabellado, pero con su nivel de desesperación
cualquier idea era buena.
Permanecer en la propiedad de lady Kirby no le aportaría nada más que
sufrimiento. En Londres, con el conde lejos y Emma en su normalidad, él
tendría formas de realizar unas últimas artimañas. Se daría por vencido
cuando la joven ya estuviera casada y fuera de su alcance, si era soltera
todavía existían oportunidades.
Las demás personas en la residencia seguían en el salón cuando
Frederick por fin pudo dejar a su tía. Buscó a Emma por el lugar, pero no la
había encontrado.
—Disculpe, señora Malorie, ¿y su hija? ¿Se ha retirado para dormir? —
indagó Frederick.
—Hace buen rato que no veo a Emma, debe estar en el jardín ¿cómo está
su tía?
—El médico dice que está bien. Ella está descansando por el disgusto...
—¿Cree que eso influirá en su compromiso con mi hija?
—No, señora Malorie. Estoy seguro de que Emma es la mujer perfecta
para mí.
—Me alegro mucho de que así sea. Lo ayudaré a buscar a Emma. No me
ha mostrado bien ese precioso anillo.
—Iré a mirar en el jardín...
Frederick fue al jardín, pero caía una copiosa lluvia. Era evidente que
ella no estaría ahí; sin embargo, vio que desde la oscuridad se acercaba una
figura. Al fijarse mejor se dio cuenta de que era su prometida que estaba
empapada y su vestido se notaba más pesado y se arrastraba.
—¡Señorita Malorie! —la llamó.
Emma que tenía la mirada en el suelo, escuchó la voz de Frederick y se
apresuró hacia él. Gracias a Dios había encontrado el camino a la casa,
aunque no fue antes de que lloviera.
—Lord Melbourne... —pronunció aliviada.
—Pero ¿qué le ha ocurrido, señorita Malorie?
—Estaba preocupada y salí a pasear, pero me perdí. ¿Cómo se encuentra
lady Kirby?
—No se preocupe por ella, créame, es una mala pariente. Por favor, vaya
a su habitación, las muertas no se casan. Si llega a enfermar será muy malo.
—Dios no lo permita, justo ahora que estoy comprometida —bromeó.
El conde le sonrió y la acompañó dentro de la residencia hasta llegar
junto a su madre.
—¡Por el amor de Dios, Emma! —expresó su madre, sorprendida—.
Tienes que dar muchas explicaciones, señorita.
Madre e hija fueron a la habitación de Emma para que la joven pudiera
cambiarse las prendas.
—¿Por qué estás mojada, Emma?
—Necesito cambiarme, madre.
—No respondes mis preguntas, niña insensata.
—Solo me perdí y me tomó la lluvia.
—¿Por qué te perdiste? ¿Tiene que ver con la ausencia del marqués de
Asthon?
—Madre...
—¡No arriesgues tu compromiso por un desgraciado!
—Él me ha llevado y también me ha gritado tantas cosas...
—¿Cómo se atreve a hacerlo? ¡Con qué derecho!
—Me ha pedido matrimonio, madre, ¿sabe lo que eso significa? Me ha
pedido que abandone a lord Melbourne para casarme con él.
La señora Malorie guardó silencio y quedó impactada con lo que su hija
le contaba; sin embargo, poco le había durado la sorpresa.
—¡En Londres no creerán que rechazaste al marqués! ¡Oh, la gran
solterona! —festejó la mujer—. ¡Rompes corazones, cariño! Callarás tantas
bocas...
—¡Madre! ¡No entiende que esto me lástima y estoy sufriendo!
—Sufres porque eres tonta. Ya estás comprometida y ahora tienes que
continuar con él. Tienes que asegurar este compromiso a como dé lugar,
pues tienes a una familia en tu contra. Deberías preocuparte por eso y yo me
ocuparé de que respeten a mi hija.
Capítulo 23

A Emma no le terminaban de convencer las palabras de su madre. En


ningún momento aquella se había ocupado de consolarla por lo que sufría.
No podía contar con su madre en ningún aspecto, ella solo se preocupaba
por callar bocas, cuando su hija moría por dentro, debatiéndose entre lo
correcto y lo que anhelaba.
Durante toda la noche estuvo sorbiendo las flemas que escapaban por su
nariz. La lluvia que le cayó encima había sido bastante fría y era probable
que estuviera resfriado por tonta.
Al despertar por la mañana, estornudaba sin parar. Lo más probable era
que no bajara a desayunar. Sería desagradable estar en el salón intentando
respirar.
—¡Levántate de esa cama, Emma! —exclamó su madre.
—Madre, no me siento bien...
—Te levantas como sea. Debes enfrentar la vida, y sabes cómo lo harás:
con una buena noticia.
—¿Una buena noticia?
—Sí, esta es excelente para que dejes de pensar en lo que no debes.
—¿De qué se trata, madre?
—El marqués de Ashton se ha ido. Esta mañana ni siquiera se ha
despedido. Los criados han dicho que anoche pidió que todas sus cosas
fueran puestas en baúles. Desayunó en su habitación y partió poco antes de
que todos los demás lo vieran. Un típico aristócrata sin un ápice de
educación. Debe estar con el orgullo arrastrado por el suelo después de
haber sido rechazado por nada más y nada menos que por ti, la mujer con la
que debió casarse. Uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde. Ahora
levántate, ponte elegante y bonita para lucir ese anillo. Nuestra anfitriona no
se va a morir y, además, nos queda un día aquí.
Emma sopesaba que en realidad había herido los sentimientos de
William, pero como le había dicho a él había escogido el camino más
conveniente. No tenía tiempo para probar suerte con él, cinco años sin
recibir atenciones fueron suficientes.
Con más desánimo que antes, Emma se levantó de la cama y fue a
sentarse frente al tocador en donde su madre la comenzó a arreglar hasta
dejarla como ella quería y luego se retiró.
Cuando Emma se colocó el anillo para salir de su habitación, alguien
golpeó la puerta.
—Adelante —dijo para hacer pasar a quien fuera.
La dama creía que sería alguna doncella para arreglar el desastre de la
cama, mas resultó ser la propia lady Kirby quien la visitaba en sus
aposentos. La aristócrata cerró la puerta con fuerza y entró a la habitación
regia y con el rostro pétreo.
—Lady Kirby —saludó Emma que apresuró una reverencia.
—Señorita Emma Malorie, no vengo a hacer relaciones amistosas con
usted. Vine aquí con un claro propósito —habló lady Kirby.
—Dígame en qué puedo ayudarla...
—Me ayudará declinando la propuesta de mi sobrino. Es evidente que
Frederick no piensa con claridad al pedirle matrimonio a una señorita como
usted que no pertenece a nuestra clase.
—Déjeme decirle, milady, que su sobrino es mitad escocés. No es lo más
puro de la raza inglesa. No venga aquí con esos cuentos absurdos. Yo debo
preocuparme por este compromiso, porque lo he anhelado mucho.
—¡Ninguna amante de un libertino se convertirá en condesa y ensuciará
el nombre de mi familia! —Lady Kirby se acercó a Emma y le dio una
bofetada.
La joven ni siquiera se acarició la mejilla antes de devolver la cortesía
que había recibido por parte de la anfitriona. El sonido de su mano contra el
rostro de la mujer retumbaba en la habitación.
—No soy amante de nadie. Lord Melbourne es lo suficientemente
inteligente para escoger una buena esposa. Yo lo soy y no entiendo por qué
usted es tan petulante conmigo. Desde que llegué no ha hecho más que
degradarme.
—¡Se largará de mi casa y le diré a Frederick que me ha golpeado!
—Hágalo y yo le diré lo mismo, milady.
—Haga lo que le pido por las buenas o tendrá problemas. No toleraré a
otra mujer sin abolengo. Frederick debe corregir los errores de su padre y
no cometer peores. La hija de un comerciante es una bajeza para un noble.
—A milord eso no le importa y a mí tampoco. No se preocupe, lady
Kirby, desocuparé esta habitación a la brevedad, pero primero conversaré
con su sobrino sobre esta situación...
La mujer alzó la nariz y se apresuró a salir de la habitación. Emma la
siguió y fue a la planta baja para encontrar a su madre que momentos antes
la había dejado para que terminara de arreglarse.
—Madre, prepare sus cosas, nos vamos —murmuró Emma en el oído de
su madre.
—¿Qué ocurre, Emma? —cuestionó confundida.
—Le devolví una bofetada a lady Kirby y me ha echado de su propiedad,
no sin antes pedirme que reconsidere el hecho de casarme con su sobrino.
—Vieja arpía... El peor castigo para ella es casarte pronto con lord
Melbourne.
—¿Lord Melbourne todavía no ha bajado?
—No, querida, todavía no lo he visto.
—Vaya a guardar sus cosas, yo intentaré conversar con lord Melbourne
antes de irme. No quisiera que él pensara cosas malas de mí.
—Piensa más cosas malas de su tía que de ti.
—Este compromiso comienza a ser una pesadilla...
—Dices sandeces. Busca al conde mientras que voy a por nuestro
carruaje y nuestras cosas.
Aún consternada por lo sucedido, Emma subió las escaleras y quiso
pasar hacia el lado de los caballeros, mas un sirviente se lo impedía.
—Con su aprobación o sin la suya pasaré junto a lord Melbourne —
decidió molesta. En ese momento era mejor que nadie se atravesara en su
camino, pues tenía muchas cosas en su mente y no se responsabilizaba por
lo que pudiera salir de sus labios en un arranque de ira. Había tenido una
noche terrible y su día no mejoraba.
—Buen día, señorita Malorie, es muy temprano para amenazar a la
servidumbre —alegó Frederick, sonriente. Él había despertado de buen
ánimo para disfrutar del día.
—Buen día, milord —saludó con una reverencia.
—Acompáñeme a desayunar, señorita Malorie.
—Prefiero conversar en un lugar más privado. Lo que tengo que decirle
es delicado.
Frederick frunció el ceño para demostrar su preocupación. Su prometida
parecía con el espíritu turbado. ¿Qué ocurría?
—La llevaré a la biblioteca de mi tía...
Él le enseñó el brazo para que ella pudiera cogerlo y que fueran
caminando hacia el sitio que le había dicho.
La mente de Emma se convertía en una maraña a la vez que caminaba
junto a Frederick. Tenía problemas por todas partes, en pocas palabras era
un barco que hacía agua. Primero peleaba con William y después con lady
Kirby. Lord Melbourne no merecía nada de lo que tenía a su alrededor y
mucho menos la infidelidad de sus sentimientos.
—Aquí puede hablar sin problemas, señorita Malorie —aseguró el conde
luego de cerrar la puerta de la biblioteca a la espalda de Emma.
—He tenido un altercado con lady Kirby. Ella me ha proferido insultos y
yo no tengo razones para soportarlos... —confesó—. Ella me dio una
bofetada y yo se la devolví. Pretende que yo lo abandone y le cause
vergüenza...
El conde exhaló el aire contenido en sus pulmones como si se tratara de
un toro.
—Lamento que tuviera pasar por esta situación tan lamentable. Si yo no
le he cuestionado su amistad con alguien, ella no es nadie para hacerlo. Yo
seré quien se casará y no ella. Anoche fingió estar enferma para intentar
manipularme y conseguir desbaratar nuestro compromiso. Odia a mi madre
y también a usted por ser otra mujer que no cumple con los requerimientos
para volver al buen camino —contó—. Después de que nos casemos no
pienso ir a Londres. Si usted desea visitar a sus padres y amistades no
tendré inconvenientes, pero yo prefiero alejarme de personas que nunca se
han preocupado por mí y hoy me persiguen por interés. La felicito por
ganarle la partida a mi tía.
—Ella me ha echado de su propiedad. Mi madre se encuentra preparando
todas sus pertenencias al igual que las mías. Estas son las consecuencias de
mis decisiones.
—Si a usted la echaron, también me han echado. Pediré que preparen mi
carruaje. No he traído demasiado, acostumbro a ir con lo justo. Yo he
conseguido lo que vine a buscar. —Frederick acortó distancias con Emma y
descendió su rostro para besarla en los labios por sorpresa.
Su beso era sencillo y suave, no se comparaba a la fuerza salvaje del
beso del marqués, pero ni siquiera estaba cerca de ser comparable la
situación. Emma y Frederick tenían problemas con su entorno, pero no
dudaba que serían felices a su manera.
—Todo estará bien, señorita Malorie. Lo mejor que podemos hacer es
preparar el matrimonio en mi propiedad lo más pronto posible. Esperaré en
Londres para una licencia especial, mientras tanto tendré que mantener a
raya a mi tía para que no vuelva a molestarnos, ¿está de acuerdo? —
preguntó acariciando su mano.
—Sí, mientras más rápido será mejor —aceptó.
El corazón de Emma palpitaba como si tuviera un montón de caballos
salvajes corriendo en su pecho. Lo que el conde le decía significaba que
pronto estaría casada, lejos de todas las personas a las que quería, pero lo
haría con la certeza de que tendría lo que se esperaba.
Cuando ambos se alejaban después del beso, la puerta de la biblioteca se
abrió con brusquedad.
—Esta culebra debió decirte un par de mentiras, ¿no es así, Frederick?
—increpó lady Kirby.
—Ella no me ha dicho nada descabellado y más después de que usted
misma se delatara con sus intenciones. Le pido que se mantenga al margen
de mi compromiso con la señorita Malorie. No hunda su imagen frente a
mí, al menos no más de lo que ha hecho. Primero me habló de mi
progenitora y eso no se lo perdonaré, seguido a eso insultó a la señorita
Malorie. Es suficiente para que cualquier pariente quiera apartarse.
—¡Frederick! Escucha una cosa. Ella es amante del marqués de Asthon.
¿Piensas que a esta clase de alimañas podrás mantenerla con la falda
quieta? Esta mujer no tiene nada de pura, ni sus pensamientos, ni sus
palabras y mucho menos su cuerpo. Hemos visto por tanto tiempo cómo
han sido cómplices en cada velada y eso lo logran los amantes.
—¿Ha tenido varios para comprobar semejante teoría, tía? No la
escucharé más, y tal como echó a mi prometida, significa que me ha echado
a mí.
—Frederick querido, tú eres el único que puede cambiar las cosas que tu
padre ha hecho mal. Es cuestión de que te cases con una dama de tu
condición.
—¿De mi condición? Una salvaje podría ser si se refiere a mi condición.
¿Acaso piensa que no sé lo que hablan de mí sus invitadas? Les gusta mirar,
pero al momento de la verdad, todas son tímidas para hablar con el hombre
que no pudo cortar su cordero.
—Eso tiene solución, Frederick, y se llama educación. Esta señorita no
es apta para un linaje digno, incluso puedo decir que tu madre tenía más
virtudes que esta...
—Tenga cuidado, tía, puede que sus palabras no tengan retorno.
—Eres un hombre perturbado si piensas que ella es mejor que cualquier
otra dama de aquí, Frederick. Quédate y hazme caso. Una corazonada me
dice que te arrepentirás de lo que haces.
—Puede que me arrepienta, pero seré yo quien sufra las consecuencias
como debe ser. Soy bastante maduro para solucionar mis problemas. Le
agradezco su invitación y también por haberme hecho caso cuando le pedí
que invitara a la señorita Malorie. Desde un principio ninguna tuvo
oportunidad. Ella fue la única que me ha recibido con los brazos abiertos,
sus necesidades son compatibles con las mías.
Emma miró a Frederick y supo que desde el primer día él ya había
decidido que sería su esposa. ¿Cómo no sería feliz con alguien que la
defendía de esa forma? William no tenía una sola de las virtudes de lord
Melbourne, pero tenía lo más importante que era la correspondencia de su
amor. Más que nunca debía volcar ese afecto en la persona que lo merecía.
Capítulo 24

Londres...
El marqués había llegado a su residencia y en el lugar se encontraba su
madre sentada en el salón leyendo un libro. Solo el ruido de su entrada
había hecho que su madre levantara la mirada.
—William —pronunció con su voz melodiosa—, no te esperaba,
querido.
La marquesa viuda se levantó del sillón y fue a darle un beso cariñoso a
su hijo.
—He regresado.
—Se supone que tu regreso debería ser mañana. ¿Qué ha pasado? Si
volviste es porque has escogido esposa, ¿no es así? —preguntó la
aristócrata.
Con un suave toque a la espalda de su madre, él la guió hasta el sillón
para que volviera a sentarse y William la acompañó.
—Sí —respondió con seriedad.
—Me preocupa que no te veo tan sonriente y juguetón como antes. Tu
abuela te ha presionado demasiado, ¿no es así? Si no has pedido
matrimonio todo está bien, no hay que apresurarse tanto...
—No se trata de presiones, madre. Me he dado cuenta muy tarde de que
en realidad con quién quiero casarme es con la señorita Malorie...
—No le veo inconveniente a eso, querido mío. Es cuestión de ir a casa
de la familia Malorie y conversar con el padre de la joven. En esta familia
ya sabes que apreciamos a la señorita Malorie y que desde hace tiempo
esperábamos este momento. Mi madre se sentirá tan complacida. Te
aseguro que con eso le devolverás la vida.
—No se podrá, madre. Por desgracia, alguien se ha dado cuenta de que
la señorita Malorie era valiosa, lo supo antes que yo y por eso ella está
comprometida con el sobrino de lady Kirby.
—¡Cómo que está comprometida! —exaltó la dama.
—Él le pidió matrimonio ayer y yo también, pero ella ha preferido
cumplir con su palabra y casarse con quien para Emma es el hombre
perfecto...
—¿Cómo pudiste tardar tanto tiempo en darte cuenta de que era la mujer
de tu vida? Fuiste muy cómodo con ella hasta el punto de no darle
importancia. Ahora no queda otra cosa más que hacer que resignarse y
buscar a una jovencita para suplir ese lugar que ha dejado la señorita
Malorie.
—No quiero a otra, la quiero a ella y la tendré.
—No estarás pensando en retar a ningún noble. No dejaré que te maten,
¿oíste?
—No haré eso. Tengo poco tiempo para recibir un buen consejo y
convencimiento o robarme a la prometida ajena dejando a mi familia en la
ruina social.
—No harás nada que te perjudique. Lamentablemente ella ya está lejos
de tu alcance, es mejor que tú sigas tu camino y calles esta humillación. Un
conde te ha robado a una joven y eso es vergonzoso.
Él no estaba dispuesto a dejar ir con tanta facilidad a Emma. Haría que
regresara a él, no sabía cómo, pero lo lograría de alguna manera.
—Usted debería darme una idea y no arrojarse al charco de la miseria
como yo mismo lo he hecho.
—¿Por qué debería pensar por ti si tú no lo hiciste antes? Te lo hemos
insinuado durante años y nos callamos en estas últimas semanas. Nos has
ignorado por completo. No quieras hacerte pasar por inocente y mucho
menos por una víctima que no eres. Si estás en esta situación es por tu
entera culpa.
—Le agradezco el consuelo, madre, quizá mi abuela tenga más
consideración conmigo.
—¡Ni se te ocurra decírselo a mi madre! Le causarás más penas y
agonías aparte de su enfermedad. Oh, William, qué decepción me has
causado este día.
—Le aseguro que no está más decepcionada de lo que yo me puedo
encontrar desde que me rechazaron sin culpa ni pena. Sé que ella no se
casará porque ame a lord Melbourne, sino que lo hace porque no puede
arrepentirse de dar su palabra, es cuestión de convencerla de que peque a mi
favor.
—¿Y piensas que lo hará después de ser ignorada por ti? Lo dudo
mucho, hijo.
—Disculpe que no la secunde en lo que piensa, ¿y sabe por qué? Porque
usted, mi padre y mi abuela no han criado a alguien que se deje vencer. Si
algún defecto tengo es la persistencia y el rostro hecho de acero —sentenció
decidido a no dejarse derrotar por la desgracia.
Después de conversar con su madre, fue a su habitación para descansar
del largo viaje, pero no dejaba de pensar en lo que había ocurrido en esos
días. Su vida había cambiado bastante, de no tener opciones de esposa a
tener una sola y que era la que él pensó durante años que era una persona
con la que le agradaba pelear; sin embargo, todo iba más allá de eso.
***
Por la noche, William fue a casa de su abuela. Aquella pasaba sus días
en ese lugar sin molestar a nadie, prefería no abandonar su morada que ir
junto a sus hijos.
—¡Oh, mi querido nieto ha venido a visitarme! —expresó la condesa de
Waterford que le dio un beso en la mejilla a William.
—Abuela, no se exalte ni se emocione demasiado por verme.
—¿Cómo no emocionarme? En vida recibo pocas visitas. Solo espero mi
muerte para saber que vendrán muchas personas a visitarme.
—No hable de esas cosas, es desagradable.
—No lo es. La muerte es parte de la vida...
—Sí, la parte final.
La abuela del marqués sonrió y con su bastón golpeó el sillón para que él
se sentara.
—Querido, has llegado para la cena, ¿hueles el faisán? Desde ahora en
más solo pediré comida elegante para morir con buena comida. Disfruta tus
momentos conmigo. Dime, ¿has visto a alguna agradable jovencita que te
agrade?
—Mi madre me pidió que no le dijera nada...
—Qué mujer más ingrata he parido. Ella no tiene por qué saberlo, ¿no es
así? Dime, querido, no sientas pena.
El marqués suspiró y recostó su espalda en el sillón.
—Vine a buscar un consejo bueno, abuela, uno que de verdad me ayude
a saber si lo que pienso es correcto. La señorita Malorie está comprometida
con un caballero y yo no soy capaz de aceptarlo.
—¿Por qué no quieres aceptarlo?
—Porque he descubierto que amo a la señorita Malorie como un
demente, pero la he perdido por tonto.
—No diré lo evidente, aunque dime, ¿cuáles son tus opciones?
—La primera es resignarme y tratar de vivir como siempre, pero sé que
no lo lograré y la otra es raptar a la señorita Malorie y avergonzarlos a
ustedes...
La anciana abrió los ojos con sorpresa por lo que decía su nieto, mas una
vez que se calmó comenzó a pensar en qué decir.
—El mejor consejo que te puedo dar es olvidarte...
—¿Olvidarme de ella? —preguntó desanimado.
—Por supuesto que no, lo que tienes que olvidar es eso de resignarte. Yo
no he criado a un perdedor. Mírate, William, eres un marqués, guapo,
adorable y simpático. Si yo fuera tú raptaba a la señorita Malorie y no me
importaría la vergüenza. Por mí no te preocupes, que me queda poco
tiempo, estoy segura de que el resto de la familia puede vivir con eso en los
hombros.
Una sonrisa partió el rostro de William en dos. Su abuela era adorable y
era alguien que comprendía su sentir y no lo culpaba por haber sido tan
ciego.
—No esperaba menos de usted, abuela.
—Ahora debes idear la forma de acercarte a ella y alejar a su prometido.
Déjame sugerirte que converses con el caballero en cuestión. Quizá él no
esté tan interesado en ella como tú.
—El maldito está muy interesado en ella y Emma no parece que esté en
desacuerdo con él. Es probable que ese hombre le agrade más de lo que
pueda admitir...
—No le agrada más que tú. Ella correrá a tus brazos si está en libertad.
Oh, cariño, cómo te gusta complicar tu vida. La vida es complicada, porque
uno hace cosas complicadas y se complica sin ayuda. Ahora lo que debes
hacer es pensar con el carisma de la sencillez. Coges a esa joven de la
cintura, la metes a un carruaje y huyen a Gretna Green, como el conde de
Nottingham.
—Primero me ganaré la confianza de la señorita Malorie considerando
unos días hasta que regrese y crea que me he resignado para después darle
el zarpazo. Ni siquiera sabrá quién la secuestró... —William rio al ver su
plan bien pensado, mientras su abuela asentía.
Después de compartir tiempo con su abuela, William fue a White's a
sentarse con la mirada perdida en un sitio. No quería que le ofrecieran
Whisky, se sentía hasta insultado cuando le preguntaban qué deseaba beber.
Esa noche la suerte parecía sonreírle, pues consideraba que su maléfico plan
no tendría ningún inconveniente para lograr el objetivo. Por unos días se
mantendría tranquilo en casa o al menos lo intentaría para no levantar
sospechas, aunque quizá Spencer sirviera como el conducto perfecto para
lograr lo que esperaba. Las buenas relaciones entre él, Victoria y Emma era
la fórmula perfecta para llevarla a una trampa. Debía convencer a esa
familia de que fueran partícipes. Suponía que tendría pleno apoyo de ellos,
porque deseaban un buen relacionamiento entre todos.
Una vez que se aburrió de la monotonía de la vida, salió del White's y se
dirigió a su morada para seguir disfrutando de su inminente victoria.
Los días pasaban y William comenzaba a sentir la presión de la ansiedad
con la publicación del periódico que había llegado ese día hasta sus manos.
Anunciaron el compromiso del que él ya estaba al tanto. Ellos seguían con
sus planes sin tenerlo en cuenta. Lord Melbourne no dejaría ir tan
fácilmente a Emma, aunque William tampoco lo haría.
En medio de su ansiedad, fue a la residencia de Spencer. Para su buena
fortuna, no todas las hermanas de su amigo se encontraban en su casa.
Eugenia había salido el día anterior con rumbo a la casa de Kitty, la
hermana mayor que pocas semanas atrás había contraído matrimonio, y
Fanny estaba de visita en la propiedad de su tía en Londres. Solo quedaban
Meredith y Rose, dos de las hermanas más tranquilas.
—Su señoría... —saludaron las tiernas jóvenes de la casa.
—Buen día, mis estimadas hermanas Fane, es grato regresar por aquí —
replicó ante la amabilidad y el cariño con la que ellas lo trataban.
—Lo mejor de todo es que no están Eugenia, Fanny y tampoco la
señorita Harting... ¡Estamos libres! —exclamó Rose, divertida.
—Libre de la señorita Harting, pero nuestra querida cuñada es como si el
alma de nuestra institutriz siguiera aquí... —replicó Meredith.
—¡Vuelen, palomas! —ordenó Spencer. No quería que ninguna de sus
hermanas se avergonzara y lo avergonzaran. Estaban bastante grandes como
para utilizar artimañas más peligrosas que las que tenía Eugenia.
—¿Así tratas a tus hermanas, Spencer? —preguntó Rose tratando de
manipular a su hermano con unos gestos de tristeza en su rostro. Ella sabía
a la perfección que Spencer sentía una gran debilidad por su persona y por
eso trataba de aprovecharse de él.
—Mi adorable Rose, espero que no te enfades, pero quisiera conversar a
solas con mi amigo. No tiene nada que ver con ustedes, porque esto también
va para ti, Meredith...
—¿Por qué nunca podemos oír sus conversaciones? —indagó Meredith.
—Porque no son tus conversaciones, son nuestras. Vayan al jardín... —
ordenó el conde, impaciente.
Enfurecidas, ambas chismosas se habían quedado con ganas de saber qué
llevaba al marqués a esa casa y más sin presentes para ellas.
—Deben estar enfadadas porque no he traído nada. Salí de mi residencia
y vine aquí —contó William.
—Imagino que has venido por el asunto del periódico. Victoria todavía
está asimilando que su prima se ha comprometido sin avisarle.
—Esto no me ha tomado por sorpresa. Lo sabía desde hace un par de
días. Ella ha decidido casarse con ese hombre pese a haber recibido una
propuesta de mí parte, el problema ha sido que le pedí que fuera mi esposa
después de que otro lo hiciera. Aceptó al primero.
—Si hubieras sido más inteligente... Ahora tendremos aquí al tal lord
Melbourne en las navidades o quizá ni siquiera volvamos a verla. Esto tiene
muy triste a Victoria y también a mí.
—No todo está perdido, Spencer... Quisiera comentarte algo que quiero
hacer para evitar que ocurra...
Spencer miró a su alrededor y notó que dos cortinas del salón se movían.
Era evidente que había intrusas en el lugar.
—Mi despacho es el mejor lugar para discutirlo... —El conde le hizo un
gesto a su amigo para que guardara silencio, mientras él se acercaba a las
cortinas. Las corrió con violencia y ahí estaban sus hermanas, a las que
creía un poco más responsables—. ¡Lárguese de aquí, cotillas!
Las dos niñas se tropezaban para huir de su hermano. Se habían delatado
por tontas.
—Siguen haciéndolo... Hay que cuidarse mucho en esta casa —comentó
William, riendo por las ocurrencias de las niñas. Al menos eso lo hacía
olvidar su desgracia por un momento.
—Ahora vamos a mi despacho y me cuentas lo que crees que puedes
hacer, aunque dudo que algo resulte.
—Lo que pienso hacer es infalible. Nadie podría interponerse ante mi
objetivo, ni siquiera un delito.
Capítulo 25

Ese mismo día en que William se hallaba en la residencia de Spencer,


Emma también decidió acudir después de recibir una corta misiva de su
prima en la que le pedía una explicación de lo que había leído en el
periódico.
—Buen día, lady Meredith, lady Rose —saludó Emma al ver a las dos
niñas que se encontraban en el jardín.
—¡Buen día, señorita Malorie! —exclamaron al unísono.
—Victoria nos ha dicho que usted se casará. La felicitamos por su
decisión, pues sabe que no contraer matrimonio es casi un pecado. Es bueno
que recapacitara... —alegó Meredith.
—Por supuesto que recapacité. Es bueno que ninguna tomara mi pésimo
ejemplo. Si ven a alguien que quiere ser solterona, deben persuadirla, no la
dejen hacer eso por nada del mundo y menos una hermana de ustedes,
porque atraería la desgracia a las demás.
—¡Dios no lo permita! Queremos casarnos —aseguró Rose,
sobresaltada.
—Así será si siguen las instrucciones de su institutriz y el ejemplo de
Victoria. Ahora iré junto a ella...
Emma fue al interior de la casa y Calvin, el ayuda de cámara del conde,
la llevó a la habitación del pequeño bebé de la familia.
—Perdón por no haber venido antes —se disculpó Emma al entrar con
cuidado. No quería hacer mucho ruido. Su prima mecía a su hijo que estaba
dormido.
Victoria, la condesa de Nottingham, dejó al niño en su cuna y después
miró hacia la puerta. Con sigilo se acercó a su prima y la abrazó.
—¿Cómo puedes ocultarme algo así? —reprochó Victoria.
—Te lo explicaré después, ¿puedo mirar al bebé?
—Philip es un niño muy tranquilo...
La joven dio unos pasos hacia la cuna y miró al pequeño ángel de
cabellos rubios y mejillas rosadas que dormía con tranquilidad. Emma
miraba al crío con mucho afecto. Había estado presente el día que nació y
cada día crecía más. Al estar comprometida, suponía que pronto tendría un
hijo y ya no debería envidiar la buena fortuna de su prima. Sería esposa y
tendría hijos que pudieran heredar el título de su padre. Apenas podía
imaginar las posibilidades de felicidad al ser una mujer casada.
—Cada día es más grande y más hermoso. Lord Nottingham ha hecho un
buen trabajo —rio Emma al regresar junto a su prima y abandonar la
habitación del niño.
—Yo lo he cargado y sufrido, espero que no se parezca a él. Ahora,
dime... He tardado un tiempo en recuperarme de la impresión. Pensé que...
—Pensaste lo mismo que todos. El marqués me dejó ir. Te lo digo
porque se ha dado cuenta muy tarde de que le interesaba. El mismo día en
que me comprometí, él me ha pedido matrimonio. Victoria, no sabes el
dolor que cargo en el pecho, nunca he deseado contar mi vergüenza, pero
llevo demasiado tiempo enamorada de su señoría. He soportado mucho por
él. Cuando por fin lo conseguí ya está a comprometida... ¿Qué clase de
suerte es esta?
—Emma, en el fondo yo lo sabía. Todas esas veces que te has llenado la
boca con cosas malas para el marqués solo hablaban de tu gran
disconformidad con el papel que jugabas en su vida. Me hubiera gustado
que se casaran para estar juntos siempre, pero yo apoyo que pienses en ti.
Verás que es maravilloso estar casada.
—Pero, Victoria, ¿sería tan maravilloso estar casada si lo hicieras con
alguien a quien no amas?
—No lo sé. Creo que no soy la indicada para responder. Yo lo dejé todo
en una noche para huir con Spencer porque me amaba y yo a él.
—Yo no puedo dejar al conde. Él es bueno y desde un primer momento
me consideró como su esposa. Jamás me dejaría en un rincón, me aprecia,
pero me da lástima no amarlo. Sé todo lo que tendré a su lado. Hay
instantes en que me ilusiono y otros en que pienso que me han gustado más
los besos del marqués.
—¿Se han besado?
—Sí. Me ha besado y lo he sufrido y disfrutado al mismo tiempo.
Necesito olvidarlo y eso significa irme lejos con mi futuro esposo. Lord
Melbourne tiene una propiedad en Escocia y varias en Inglaterra, pero no
quiere estar en Londres. Espera la licencia para nuestro matrimonio. Todo
será muy rápido, ya que no contamos con la aprobación de su tía.
—Te deseo mucha felicidad, mi querida prima. Si no puedes amar,
puedes disfrutar de la vida. Los maridos no molestan todos los días. Tendrás
tu propio espacio, hijos, ropas y por fortuna no tienes cuñadas, aunque ellas
siempre me divierten, tienen muchos dilemas que tú y yo no teníamos a
esas edades.
Victoria llevó a su prima al salón del té para que pudieran sentarse a
conversar mejor. Las dos damas ignoraban que en la estancia contigua se
encontraba William conversando de manera amena con Spencer y
contándole lo que tenía planeado para evitar la boda de Emma.
—Debo regresar a casa para el almuerzo —anunció William que
abandonó su silla para poder dirigirse a la puerta del despacho.
—Te acompañaré... —dijo Spencer que entreabrió la puerta.
Al mismo tiempo que ellos salían del despacho, Victoria y Emma
también lo hacían del salón del té.
Cuando William distinguió a Emma, sonrió como pocas veces lo hacía.
Estaba verdaderamente complacido al verla.
Emma vio a William y con el dolor de su corazón, prefirió ignorarlo.
—¡Su señoría! —exclamó Victoria, sonriente, al ver a William.
—Usted siempre tan hermosa, milady. Me siento tan dichoso al verla —
correspondió William que cogió la mano de Victoria para dejar un beso en
ella, mientras la condesa hacía una reverencia hacia él.
—Señorita Malorie, bienvenida —saludó Spencer, que se acercó a
Emma para hacer lo mismo que el marqués hizo con Victoria.
—Es un placer verlo, milord.
—Enhorabuena por su compromiso, señorita Malorie —siguió Spencer.
—Gracias, milord.
—Señorita Malorie... —pronunció William.
—Es un gusto saludarlo, señoría. Me retiraré. Me he quedado mucho
tiempo.
—Espere... —pidió el marqués que la cogió de la muñeca.
Los ojos de Emma observaron la mano que la mantenía cautiva y luego
levantó su mirada al rostro de él para hacerle saber que esto la disgustaba.
—Quería hablar con usted... —declaró William.
—No tengo nada que hablar con usted...
—Por supuesto que sí. Quería pedirle un favor.
—¿Qué favor podría hacerle?
—¿Podría ayudarme a buscar una buena esposa antes de que se case?
No solo Emma estaba sorprendida, sino que también los condes de
Nottingham.
El marqués no había tenido mejor idea en ese momento para evitar que
se fuera. Toda su maquinaria mental estaba al servicio de no dejar ir a
Emma.
—Me atrevo a hacer este pedido para continuar con mi vida. Si se casa
también lo haré para evitar cualquier tentación de extrañarla —justificó el
marqués.
—Prefiero mantener distancia con usted, señoría.
—No se preocupe que yo la visitaré en su residencia con una lista. Usted
solo tendrá que analizar lo que pongo ante sus ojos.
—No importa lo que diga...
—No sea resentida o sabré que me ama y desea casarse conmigo y no
con otro.
Emma observó a Victoria y a Spencer, hizo una reverencia y se apresuró
a seguir su camino dejando a William atrás.
—¿Qué pretendes, William? Hablamos de tu plan... —citó Spencer.
—¿De qué plan están hablando? —increpó Victoria.
—Parece que me quedaré a almorzar para que tu esposa se ponga al
corriente de la situación.
A William no le quedó más remedio que repetir todo lo que le había
dicho a su amigo con anterioridad y añadir los cambios que había hecho
sobre la marcha.
A Victoria la idea de un rapto le resultaba hermosa, aunque lord Sharp
no sería adepto a ese tipo de ideas y era mejor no contarle lo que tenían en
mente. Ella y su esposo suponían que por la noche los visitaría para hacer
cotilleo sobre la próxima boda de Emma. También Victoria había contado
que el futuro esposo de la joven estaba pendiente de la licencia especial, por
lo que todo debía hacerse con premura o, de lo contrario, terminarían con
una mano adelante y la otra atrás, perdiendo a un miembro importante de
las reuniones del círculo de amigos. Por ningún motivo ella sentía que
traicionaba a su prima. De hecho, sabía que lo mejor para ella era casarse
con William porque ambos se amaban.
***
Al salir de la residencia, Emma maldijo, sigilosa. William había
rebasado los límites de lo adecuado. ¿Cómo creía posible que ella pudiera
soportar el dolor de escoger una esposa para él si aquel sabía que lo amaba?
Tiempo atrás lo hubiera hecho sin problemas; sin embargo, las cosas habían
cambiado demasiado. Ambos se habían confesado amor. ¿Sería posible que
él estuviese orquestando una terrible venganza en su contra? Lo creía capaz
de todo, pues era rencoroso y no aceptaba su compromiso con lord
Melbourne. Sí, la idea de una venganza cobraba sentido.
Al regresar a su residencia, se encontró sola en el salón, no tenía mucho
que hacer por lo que se sentó a mirar hacia un punto fijo en la pared.
Durante los días anteriores, ella no había salido, pues se encontraba enferma
después de haberse mojado en la lluvia. Tampoco había visto a su
prometido, porque no había ido a verla, ya que sabía que ella se encontraba
convaleciente.
—Deberíamos pensar en tu vestido de matrimonio... —dijo la señora
Malorie interrumpiendo a su hija en sus pensamientos.
Emma suspiró como si se sintiera cansada.
—Solo quiero casarme y terminar con esta agonía. No quiero pensar que
todavía tengo posibilidades de salir corriendo hacia los brazos del marqués,
madre. Mientras más sola me deja lord Melbourne, me siento devorada por
ese sentimiento.
—Quita esa tontería de tu cabeza. Sabes que no es mejor que el conde.
—Lo sé, pero ¿cómo le hago entender esto a mi corazón? En casa de
Victoria lo he visto...
—Es solo por eso que te sientes así. Ya no lo verás más. Mantén la calma
y no sucumbas ante la estupidez que te ha mantenido soltera. No hagas que
te dé bofetadas para que despiertes en la valiosa realidad que te rodea. No
cometas los mismos errores, Emma. Tienes que pensar en lo afortunada que
eres.
—¡Lo sé, lo sé! ¡Soy muy afortunada en la vida, pero desafortunada en
el amor!
—El amor no te dará nada. Me cuesta entender tus pensamientos.
Escucha, no me casé con tu padre por amor. El amor no me daría de
comer...
—¿Cree que no me di cuenta de que ustedes no se casaron por amor? Es
lo más evidente del mundo.
—Entonces entiendes que lo más importante no es el amor, sino que se
trata de bienestar. Tienes que forjarte ese bienestar como sea. No puedes
creer en las declaraciones amorosas de alguien que te ha ignorado durante
años, Emma. Siempre quise que te casaras con él, presioné todo tipo de
encuentros, mas nunca ha movido un dedo.
—Yo lo detestaba, madre, pero en una noche comencé a verlo de manera
diferente. Fue cuando Victoria escapó con lord Nottingham...
—Eso ya pasó. De deslumbrante no tiene mucho. Recuerda al prometido
que tienes, es un hombre muy atractivo que no te dejará indiferente al
engendrar al heredero. Lo harás con gusto.
A Emma le causaba desesperación que su madre no hiciera el mínimo
esfuerzo por comprenderla, pero debía admitir que su progenitora pensaba
con la cabeza fría, de otra manera. Los años le habían demostrado que un
esposo era lo mejor y lo más seguro para ella. No podía culparla, solo
quería lo mejor para su hija.
Dos días después, Emma estaba en su jardín podando unas plantas.
Había salido con un abrigo, porque las temperaturas en esos días
descendían cada vez más por la cercanía de un cambio de estación.
Mientras se disponía a tomar una cuchara de entre sus utensilios, Emma
sintió que no se encontraba sola. Levantó la vista y vio al marqués de pie
frente a ella. Él extendió un papel hacia Emma.
—Buen día, señorita Malorie. He venido para que me ayude a escoger
una esposa —dijo William, sonriente.
La joven arrugó el ceño y no cogió lo que él deseaba darle.
—No lo ayudaré. No soy la persona adecuada para hacerlo. —Emma
fingió concentrarse en la actividad que realizaba.
—¿Por qué no es la persona indicada, Emma?
—Porque... No me pregunte tonterías. Debería quitar su indecente rostro
de esta propiedad.
—¿Me echa sin darme la oportunidad de presentarle mi lista?
—Por supuesto que sí. No tengo interés en su lista, puede guardarla en
su bolsillo.
—Veremos qué opina cuando empiece a leer los nombres.
Capítulo 26

Pese al disgusto de Emma que se encontraba de rodillas en el suelo,


William se sentó junto a ella.
—¿Le importa si me siento? —inquirió sin perder el buen humor.
—Ya lo hizo. Mejor póngase unos guantes para trabajar en la tierra si
piensa quedarse —dijo molesta.
—La ayudaré después de que lea la lista. En verdad necesito un consejo
suyo.
—No puedo darle ningún consejo. Considero que es suficiente
sufrimiento para ambos tomar rumbos diferentes. Su señoría, le ruego que
se vaya y no me confunda. Me casaré con lord Melbourne...
—Se casará con él amándome...
—¡Basta! No diga eso.
—¿A quién quiere engañar? ¿A usted o a mí? Al fin de cuentas usted
está engañando a ese conde.
—No es cierto. Pondré todo mi empeño en el matrimonio. Sé que seré
muy feliz con él.
—¿Más de lo que sería conmigo? No puede igualar nuestra diversión,
compenetración y menos las mismas amistades. Me ha costado entender
que somos el uno para el otro, la pareja ideal. Mi madre y mi abuela tenían
esperanzas de que me casara con usted. Sé que pedirle que recapacite es
perder el tiempo, porque usted es obstinada cuando se trata de una tontería.
—Ni siquiera me conoce.
—Lo que conozco de usted es suficiente para que la desee a mi lado.
Haría lo que fuera para que cambie de opinión.
—No puedo. He comprometido mi palabra. Lo que yo sienta por usted,
está destinado a morir.
—¿Qué es lo que siente por mí?
—Tal vez sea amor y no desprecio como creía.
—Yo siento lo mismo por usted...
—No es bueno que hablemos de estos asuntos. Soy una mujer
comprometida.
—Comprometida por capricho, pues había dicho que no hiciera una
tontería, que me esperara.
—¡No podía esperar más! Lo consideré por un segundo, una parte de mí
no quería comprometerse, pero esa misma parte es la que me mantiene
infeliz, amándolo. Mi corazón es fiel a sus sentimientos, pero no puedo
vivir de este amor. Necesito algo real y lord Melbourne lo es.
—Yo también soy real, solo que no soy tan maravilloso y perfecto como
él. Quizá no la merezco; sin embargo, con eso no desaparecen los
sentimientos que me agobian por usted. Estos celos que amenazan con
tomar decisiones que no son correctas.
William cogió la mano de Emma que, pese a que tenía un guante, no le
importó, solo quería tocarla, acercarse y llenarse de su esencia.
Con los ojos aguados, Emma lo miraba, anhelante de ese amor que no la
dejaba ser feliz y disfrutar de pensar en su futuro. Al ver que él acercaba su
rostro, ella se dejó llevar por sus anhelos. William comenzó a besarla con
lentitud. Eso no debería estar ocurriendo, por más que lo deseara, no era
correcto. Tal vez su corazón fuese infiel, pero su cuerpo debería ser
recatado. Con mucho pesar, alejó sus labios de él y continuó con sus
trabajos de jardinería.
Con su debilidad puesta sobre la mesa, William comenzaba a temer no
poder soportar la espera para tenerla a su lado. Ella estaba sola y podría ser
secuestrada con facilidad si él lo decidía, pero eso sería riesgoso si por una
tontería nerviosa fallaba y ponía sobre aviso a la joven.
—Le dejaré la lista para que la lea. Puede escribirme una carta para
darme su opinión —declaró William.
—No quiero verla ni tampoco le escribiré. Por favor, retírese —mandó
Emma sin desear mirarlo.
El marqués se levantó del suelo y al ponerse de pie encontró a lord
Melbourne observando con fijeza. La mirada que ambos habían cruzado no
era cordial.
—Buen día, su señoría... —saludó Frederick.
—Buen día, milord —correspondió William sin sentirse intimidado por
la presencia del gran conde.
Al oír que su prometido estaba ahí, Emma dio un respingo. Esperaba que
Frederick no hubiera escuchado nada de lo que ella había conversado con
William y rezaba para que no hubiera visto el beso.
—Lord Melbourne, buen día —musitó dejando el suelo para sacudirse
las prendas.
—Señorita Malorie, ¿cómo ha estado? No sabía que la visitaría su
señoría.
—Pasaba por aquí y no podía dejar de venir junto a la señorita Malorie.
Espero que eso no le moleste...
Frederick sonrió como si el asunto no le molestara.
—No quiero mentirle, pero ella es una mujer comprometida; soltera, mas
no así disponible. Agradecería que no volviera a visitarla —aseguró
Frederick, dejando claro que no deseaba una relación entre ellos.
—Su señoría lo comprende, milord. Él ya se iba... —contó Emma que se
quitó los guantes y los arrojó sobre la caja de herramientas del jardín.
—Es así... Con permiso... —se despidió el marqués antes de retirarse con
una inclinación de cabeza para ambos.
Emma se fijó que entre las manos del conde se encontraba un papel que
él guardó con cierto sigilo.
—Por fin lo vuelvo a ver, lord Melbourne —declaró la joven.
—Estaba un poco ocupado. Lamento el retraso. No quería molestarla en
su convalecencia. El día que dejamos la residencia de mi tía, no se veía muy
bien.
—Me he curado hace tiempo. ¿Cómo está lady Kirby?
—No se ha cansado de sugerirme nuevas candidatas.
—¿Y la licencia especial?
—Todavía no está lista... ¿Y este papel? —curioseó el conde al ver lo
que William había dejado en el suelo.
—El marqués ha tenido la pésima idea de traer una lista de damas que él
quisiera convertir en su esposa y quiere que yo lo ayude a escoger.
—¿Se ha negado?
—Por supuesto. Tiene más de treinta años, es capaz de escoger a una
mujer por sus medios.
—¿Ha visto algún nombre interesante?
—No me he fijado en ellos y tampoco me interesa.
Frederick encorvó su figura para coger el papel doblado.
—Al menos lo miraré por curioso, tal vez uno de los nombres coincida
con las damas que me ha sugerido mi tía.
—Le puede servir para algún juego.
El conde desdobló el papel y en la dichosa lista del marqués de Asthon
solo estaba el nombre de Emma. Era evidente que alguien no estaba
jugando de manera limpia, pero él pondría las cartas sobre la mesa.
En los pensamientos de Frederick consideraba que hablar con la verdad
era importante para él. Era un hombre de honor y comenzaba a darse cuenta
de que el honor solo lo tenía él. La deshonestidad no era únicamente del
lado de Emma, sino que era más aún por parte del marqués.
Él se quedó junto a ella para conversar durante muchas horas. Frederick
no le entregó a Emma el papel que dejó el marqués, eso lo tendría en su
bolsillo para sustentar su acusación en contra de aquel. Era evidente que
deseaba robarse a su prometida.
***
Para William había sido muy incómoda la situación. Sospechaba que las
palabras de lord Melbourne tenían cierta suspicacia. No sabía si había visto
o escuchado algo de lo que él conversaba con Emma. Esperaba que lo
hubiera oído, aunque no sabía para qué deseaba que ocurriera aquello.
Durante la noche, él se encontraba solo, su madre había salido a una
cena a la que no había sido invitado, porque las invitadas eran féminas de
edad avanzada. Estaba seguro de que entre ellas estaría lady Kirby.
Su cena era un tanto triste. No acostumbraba a comer en soledad, sin el
agobio de su madre o de algún miembro inoportuno de la familia. Estos
eran sus momentos más oscuros, en los que sus pensamientos se hacían más
macabros o decadentes.
—Su señoría —lo interrumpió su mayordomo, mientras tomaba su copa
de vino antes de levantarse de la mesa—, tiene una visita.
—¿Quién podrá ser? —cuestionó William.
—No ha traído una tarjeta, pero es un hombre grande y de acento
extraño.
—Ajá...—musitó intuyendo el rostro de la persona que lo buscaba.
Abandonó su lugar y partió hacia el salón y, sí, era lord Melbourne, el
escocés.
—Buenas noches, lord Melbourne —saludó William.
—Su señoría... —pronunció buscando algo en su bolsillo —. Supongo
que este papel se le ha caído en casa de la señorita Malorie.
William sabía que eso le pertenecía a Emma, se lo había dejado a ella.
—Si no puede decir algo, lo ayudaré. Ella me ha dicho que era la lista de
jóvenes para que usted se casara. Lo más curioso de esto es que solo se
encontraba el nombre de mi prometida. ¿Comprende las implicancias o las
discutimos?
Había llegado el momento de colocarse los pantalones. William debía
enfrentar sus acciones dementes.
—Lo comprendo.
—¿Admite que solo ha puesto el nombre de la señorita Malorie con la
intención de que cambiara de opinión sobre nuestro matrimonio?
—Absolutamente, y no me arrepiento.
—Me he dado cuenta de que no tiene un poco de decencia para respetar
los pedidos de una dama e incluso se ha atrevido a besarla...
Para este punto, William ya sabía que de bruto el conde solo tenía los
modales, por el resto no. Los había visto. Esta era su oportunidad de
hundirse o flotar.
—Sí, me he atrevido. Es la tercera vez que la beso y quisiera que fueran
más. Supongo que, al igual que me ha visto hacerlo, debió escuchar la
conversación que tuvimos. ¿Le ha quedado claro a quién ella ama?
Aquel golpe de marqués había sido dado con maestría y pocos podrían
levantarse después de algo como eso, pero Frederick no era cualquier
hombre.
—Lo que me ha quedado claro es que, pese a lo que ella siente, sabe lo
que es mejor, entiende lo conveniente. Puedo darle todo lo que necesita para
ser feliz, el amor puede llegar con el tiempo. ¿Qué puede ofrecerle usted?
Egoísmo, orgullo y poca importancia a los sentimientos de ella. ¿Cree que
con el amor se sustenta todo? La señorita Malorie es sensible y empática, y
usted es un antipático y egoísta que solo piensa en su propio bienestar. Ella
ha decidido darme su confianza, debería respetarla.
—No concuerdo con usted. Me ha tocado darme cuenta de que no puedo
vivir sin Emma. Se jacta de que la conoce, de que es sensible y empática,
pero yo sé que en realidad es maliciosa, cotilla, malhumorada y sarcástica.
Yo la amo en todos sus estados, mientras que usted la conoce en lo mejor.
Para ella no solo tengo dinero, amor y mucho orgullo y egoísmo, sino que
también le entregaré mi alma por tenerla. Emma no me cree, pero daría mi
vida por ella.
—¿Daría su vida por ella? Hay que ponerlo a prueba. Lo reto a un duelo
por esta ofensa... —alegó Frederick para probar hasta donde pensaba llegar
el marqués.
Frederick creía que lo que el marqués sentía era algo pasajero, impulsado
por la envidia hacia él. Esta era la oportunidad perfecta de ver hasta donde
llegaba un supuesto hombre enamorado. Suponía que terminaría
desapareciendo para siempre, dándose cuenta de que, al final de cuentas, no
amaba a la señorita Malorie. El marqués quería echar a perder lo que había
conseguido en esos pocos días con la joven. La licencia de matrimonio
estaba lista y la había llevado a la residencia de Emma para mostrarle; sin
embargo, lo que encontró al llegar había insultado a su hombría. Sabía que
ella estaba enamorada del patán que deseaba robársela y por eso no le había
contado que había obtenido la licencia. Su compromiso pendía de un hilo
muy fino que solo era la exacerbada posición de Emma por casarse pasando
por encima de sus propios sentimientos. Construiría un matrimonio sobre
arenas movedizas si no hacía algo.
¿Hasta dónde estaba dispuesto William a llegar por el amor de Emma?
¿Era mejor vivir sin el amor de Emma o morir por él? Era una terrible
encrucijada.
—¿Cuándo y dónde, lord Melbourne? ¿Qué creía? No espere que salga
huyendo. Entiendo que no tengo muchas posibilidades frente a alguien
como usted que hace de todo. Yo soy solo un aristócrata que no ha tomado
un arma en mucho tiempo, salvo en las cacerías. Emma sabe que no soy tan
diestro, pero prefiero morir a no estar a su lado después de cinco años de
una convivencia basada en un falso rechazo mutuo. Admito que soy
culpable de la soltería que la aquejaba y también de darme cuenta un poco
tarde de que no puedo vivir sin ella...
—Será en tres días, en donde usted me diga. Sé que los ingleses
acostumbran a matarse de madrugada en algún parque. Le daré la
oportunidad de escoger en dónde quiere morir...
Capítulo 27

William se había metido en un problema y no podía decírselo a su


madre. Ella moriría de pena al saber que su único hijo probablemente
acabaría muerto, aunque muerto por sus ideales.
A las únicas personas a las que podía acudir eran Spencer y a Scott, pero
nadie de su familia debía saber esto. Por la noche envió dos cortas misivas a
sus amigos para reunirlos esa misma noche. Él no podía dormir sabiendo
que tenía los días contados.
Fue a coger un caballo para partir a la casa de Spencer, ese sería el lugar
de reunión.
Podría pensar en que lograría sobrevivir, mas no era tan optimista. Ser
orgulloso y egocéntrico no significaba que fuera un tonto, las
probabilidades de supervivencia eran pocas.
Al llegar a la residencia de su amigo lo recibió Calvin y lo hizo pasar al
despacho, pues el mismo William había pedido que todo fuera privado, no
quería escandalizar a nadie.
—¿Se puede saber la razón por la que quieres reunirte en mi residencia
como si fuera la tuya? —reprochó Spencer, burlón.
—Tengo la autoridad suficiente como amigo tuyo de toda la vida. Si
quiero hasta puedo apropiarme de tu esposa y tu hijo, pero a tus hermanas
las dejaré contigo —replicó William con el mismo ánimo.
—Bien jugado...
La puerta se abrió y Scott tenía sus prendas revueltas.
—¿Qué asunto es tan urgente para sacarme de la cama de una mujer? —
increpó Scott, molesto—. Una francesa ardiente...
—No soy adivino, Scott, pero sería bueno que saludaras. Ahora que estás
aquí puedo hablarles de algo que solo ustedes sabrán...
Fuera del despacho, la señorita Harting hacía su ronda antes de dormir,
pues se le había perdido Rose. Si no era una, era la otra.
—¡Aquí está lady rufiana! —masculló la institutriz, cogiendo a la niña
del brazo.
—Cállese, señorita Harting. Si usted grita no puedo oír —dijo la niña
soltándose del agarre de la señorita Harting.
—No debería estar escuchando las conversaciones de su hermano.
—La voy a escuchar y es todo. Si quiere oír puede colocar su oreja por la
puerta y si quiere que le cuente mal el cotilleo mañana, puede irse a su
habitación, yo sé cómo regresar a la mía.
Rose volvió a pegar la cabeza a la madera para oír, mientras la señorita
Harting hizo lo mismo que su pupila. Una reunión de tres caballeros no era
algo bueno.
—¡Tieso, tieso! —exclamó Scott, asombrado por lo que William decía.
—Sé cómo queda un cadáver. Si te sirve de consuelo, por supuesto que
he considerado que voy a morir —farfulló.
—No apoyo esta tontería. Tampoco seré portador de malas noticias para
tu madre y tu abuela. Dios... ¿no piensas que las empujas a la tumba? —
expuso Spencer.
—¿Alguien de ustedes podría preocuparse por mis sentimientos?
—Es mejor que raptes a Emma esta misma noche y te cases con ella —
alegó lord Nottingham como solución.
—No soy un cobarde. He dado mi palabra de que me enfrentaré. Si no
tengo a Emma al menos le quedará la culpa de que morí por ella —aseguró
socarrón.
—No es momento para esto, William. Te van a matar y no queremos eso
—agregó lord Felton.
—Quiero que sean mis padrinos en este duelo. Lo que espero es que no
me dispare en la frente, no se verá bien en el ataúd. Nunca fui muy
agraciado, pero será peor si una bala se incrusta en mi rostro.
Scott y Spencer no sabían qué hacer con William. Lo mejor era
amarrarlo a esa silla o encerrarlo en algún lugar para no salir a cometer una
locura, al menos una nueva.
La mente de William estaba casi resignada a no vencer en el duelo. Sus
amigos aseguraron lo que él ya pensaba de antemano: que moriría.
Con esa idea rondando su cabeza, prefirió tomar la terrible decisión de ir
a la casa de Emma. En ese momento era capaz de cualquier cosa, incluso de
escalar a la ventana que fuera por verla una última vez. Sabía que ella se
negaría a recibirlo y por eso la ventana era la mejor opción.
Pasó por el jardín y vio que dentro de la casa todo estaba oscuro y las
ventanas cerradas. Miró hacia la segunda planta de la residencia y notó una
tenue luz que iluminaba una habitación. Sospechaba que esa podría ser la de
Emma.
Para su fortuna tenía una enredadera que terminaba en la chimenea. Ya
casi era un experimentado chimpancé que necesitaba ver a su amada. Tenía
más ánimo que antes para poder verla, y era evidente la razón, sus horas
disminuían.
Comenzó a escalar sin siquiera trastabillar o vacilar, su interés era
demasiado como para que algún hueso roto pudiera detenerlo. Al llegar a la
cumbre intentó abrir la ventana, aunque sin éxito. La vela estaba sobre un
escritorio que se encontraba cerca de esa abertura. En la cama podía
distinguir que había un bulto inmóvil y eso significaba que Emma
descansaba, pero a él no le importaba. Comenzó a golpear los cristales con
las uñas haciendo el sonido de piezas musicales.
Dentro de la habitación, Emma había logrado conciliar el sueño por un
instante, pero los ruidos extraños no la dejaban continuar. Se decidió mirar
hacia la ventana y vio que una mano le hacía señas. No quería pensar lo que
ya estaba pensando, ¡qué se trataba de William!
Se levantó de la cama y caminó hasta la ventana. Ahí pudo confirmar su
primer pensamiento.
—¿Le molestaría abrir? —preguntó sosteniéndose con fuerza del zócalo.
Ella tuvo que hacerlo, no lo dejaría morir ahí.
—Su señoría, sabe que no puede venir.
—¿Puede impedirlo? Soy muy bueno trepando, ¿no lo cree?
—En lo que obtiene excelencia es en no comprender la negativa de una
mujer.
Una vez que él entró a la habitación, se quedó junto a ella.
—Es probable que esta sea la última vez que la molesto...
—Siempre creo que será así y resulta que no.
—Pues esta vez está a tres días de no verme nunca más.
—¿Se irá de Londres? —inquirió Emma, preocupada.
—Es probable que en realidad me vaya al más allá.
—No lo entiendo...
—Su prometido me ha retado a un duelo y acepté...
Emma sintió en su pecho un gran peso. ¿Cómo había ocurrido eso? ¿Por
qué razón?
—Eso no puede ser posible. Lord Melbourne es un hombre pacífico... —
replicó Emma, acongojada.
—Sí, un ser tan pacífico que no tuvo reparo en retarme a un duelo.
—¡Lo matará a usted!
—Oh, señorita Malorie, lo sé. No sea la cuarta persona que lo piense.
Comprendo hasta cierto punto que el conde se sienta un poco intimidado
por mí y que todo lo quiera resolver con un balazo. Sabe que no puede
mandar en el corazón de una dama y que es mejor eliminar a quien vive
dentro. Sé que es probable que perezca y lo haré con gusto porque al menos
no la veré casada. Ese sufrimiento sería intolerable para mí.
—¡No! —exclamó Emma, cargada de culpa y pena—. Todavía está a
tiempo de no cometer una tontería.
—Como usted tiene palabra, yo también la tengo. Tal vez exista una
posibilidad de que yo termine siendo el vencedor para tenerla a mi lado.
—¡Por favor! No lo haga, no valgo el riesgo. Ninguno de los dos tiene
que hacerlo. Le pido que no acuda al duelo, se lo ruego —pidió Emma entre
lágrimas. Esto que ocurría pesaba en su corazón y en su mente. La culpa la
carcomía.
—No seré un cobarde. Me han juzgado de muchas cosas, pero no seré
cobarde.
—¡No! —insistió ella que se aferró al pecho de William.
—Señorita Malorie, quiero que sepa que la amo. Me he dado cuenta de
eso muy tarde. Estoy en paz haciendo esto. Le confesaré que en mis planes
estaba secuestrarla para que no se casara, pero en vista de que lord
Melbourne prefiere dejar las cosas claras, acepté este trato. Le he confesado
a él sobre mi amor por usted y, el conde también ha escuchado de sus labios
que me ama. Hoy nos ha visto cuando la besé. Ese es el motivo por el que
estamos en esta situación.
—No, no. No quiero que se maten por mí.
—No es algo que usted pueda evitar...
William se aferró con fuerza al cuerpo de Emma y cerró sus ojos.
Cuando estaba junto a ella, la paz lo invadía. La muerte no era tan mala si
sabía que no tendría que sufrir al verla en brazos de otro. Si él hubiera sido
inteligente, ella sería su prometida o, mejor dicho, su esposa para este
tiempo, pero estuvo cegado por su egoísmo, su orgullo y su propio prejuicio
contra Emma. Escuchaba los sollozos de ella, sufría por lo que ocurría y no
quería resignarse a lo que ocurriría, de hecho, ninguno de los dos imaginaba
que habían llegado a esta instancia, a parecer amantes imposibles cuando
sabían que sus sentimientos eran compartidos, pero el honor siempre era
más importante que el amor.
Ella no se consideraba tan tentadora para que dos aristócratas sufrieran
por su persona. Emma sabía lo que debía hacer y lo haría apenas él se fuera,
por más que no quisiera que se retirara. Estaba seguro a su lado, ahí él no
moriría.
—Le pido que recapacite. No es necesario derramar sangre.
—Yo lo creo necesario. Lord Melbourne y yo no podemos respirar el
mismo aire. No quiero pensar en la muerte como algo malo, sino que más
bien como un alivio a lo que podría ser un desafortunado futuro.
—¿Qué tan desafortunado puede ser el futuro de un marqués joven y
atractivo como usted? Las mujeres se arrojarán a sus pies cuando lo decida.
—¿De qué me sirve que todas se arrojen a mis pies, cuando la única
mujer que deseo duerme en la cama de otro? Ese es un sufrimiento que no
deseo pasar. Escoger una esposa no es algo que quiera, porque la quiero a
usted.
—Es tarde para nosotros. Las noches han sido hermosas y los bailes me
hicieron feliz. Para mí la vida estaba completa con su compañía.
El marqués la alejó de su figura y cogió las manos de ella para besarlas.
—Si hubiera sido menos egoísta y notaba algo más que mi propia nariz,
hoy estaría durmiendo junto a usted o tal vez, le estaría haciendo el amor.
¿Le molestaría tenerme aquí toda la noche? Sabe que no volverá a saber de
mí, salvo en el periódico cuando le informen de mi deceso, pues si yo
llegara a salir victorioso, me encontrará frente al portal de su casa.
Emma no pudo echarlo de su casa, lo llevó a su cama y se sentó
haciendo que él también tomara asiento en el lecho. Ella se recostó y
William la imitó.
—Podría convertirme en un salvaje y apoderarme de su cuerpo, pero eso
sería comprometerla conmigo para siempre y usted no está dispuesta a
perder su honor ni su palabra —comentó William que miraba al techo de la
cama con dosel.
—¿Con eso puedo evitar que muera? —preguntó Emma con seriedad.
—No. Si lord Melbourne sabe que la deshonré, todo terminará en lo
mismo, pero quizá con más rabia de su parte.
—En algún momento dije que sería afortunada si en algún momento me
veía como su amante. Siempre supe lo que decían de nosotros, me ofendía,
pero también soñaba.
—A mí me daba risa. Los caballeros pensamos distinto, aunque cuando
lord Melbourne lo pronunció, me pareció una ofensa para usted. Mi
intención al entrar por la ventana de su habitación en la residencia de lady
Kirby era hacerle probar un beso. Felton fue un desgraciado al contarme
que los encontró a punto de besarse. Casi muero cuando me lo contó. Creo
que ese fue el momento en que perdí la cordura.
Pese a las lágrimas que bañaban su rostro, ella logró reír por lo que él le
había contado. Emma no podía dejar morir a William. Su corazón volvía a
la carga para evitar que su razón saliera victoriosa. Debía tomar una
decisión que podría dejarla soltera por siempre o darle una felicidad eterna.
Lo que hiciera después de conocer esa información del duelo podría salvar
a dos buenos caballeros y a la vez enterrarla a ella en todos los aspectos de
la vida.
Capítulo 28

Cuando el sol iluminaba la habitación, Emma se despertó. Notó que a su


lado se encontraba William, dormido. Estaba liado con las sábanas y hasta
se había quitado las botas para acomodarse.
Se movió por la habitación en silencio para no molestarlo. Le prohibiría
salir hasta que encontrara una forma de sacarlo de la casa sin que lo vieran,
aunque todo eso se desvaneció cuando su madre entró a sus aposentos y
gritó al verlo ahí.
William se levantó de un salto de la cama y cayó al suelo por estar
enredado con la sábana, mientras que Emma gritaba desde detrás del
biombo.
—¡Qué está haciendo en la habitación de una mujer comprometida! —
exclamó escandalizada.
—Madre, puedo explicarlo todo... —alegó la joven que estaba
terminando de vestirse.
—¡Tu prometido está con tu padre en la planta baja y tú aquí...! ¡Me
desmayaré!
—Señora Malorie, ella no tiene la culpa, yo he trepado la pared de su
casa —justificó William que se fregaba los ojos.
—El marqués ha venido a contarme algo grave...
—¡No hay nada más grave que esto! Ahora mismo bajarás y conversarás
con lord Melbourne, mientras que este libertino y calavera se queda aquí
bajo mi supervisión.
—Estoy preparándome para ello, madre. Por favor, no grite o alertará a
todos y me perjudicará.
—Tú misma te perjudicas con esta clase de actitudes deshonestas,
Emma.
Su madre no entendía las explicaciones, por lo que Emma se decidió a
salir de la habitación, no sin antes tomar su anillo de compromiso antes de
hablar con lord Melbourne. Esa conversación sería larga y decisiva.
Ella fue hasta el salón en donde se encontraba su padre conversando con
lord Melbourne. A su prometido lo notaba con un semblante de
preocupación, aunque escuchaba lo que su compañero de conversación le
decía.
—Buen día, padre, lord Melbourne —saludó Emma intentando mostrar
una radiante sonrisa.
—Buen día, querida. Vamos a desayunar con lord Melbourne, ¿y tu
madre?
—Ella está ocupada arriba, es mejor que pasemos a desayunar...
—Buen día, señorita Malorie. —Frederick cogió la mano de ella para
dejar un beso y después acompañarla al comedor.
Frederick había ido a la residencia de Emma con el fin de comunicarle lo
que ocurría. Ella no podía estar ajena ante la terrible consecuencia de la
molestia que le había dado conocer tantos detalles ocultos de la vida de su
prometida.
Los tres desayunaron sin mayor inconveniente. Conversaban de cosas
convencionales, de negocios, caballos y próximas actividades.
Cuando el señor Malorie fue a su despacho, Emma y Frederick
permanecieron en el salón. Cuando la joven estaba dispuesta a tomar la
palabra, el conde la interrumpió con uncarraspeo de garganta.
—Señorita Malorie, le tengo que confesar que reté al marqués de Asthon
a un duelo por usted, por su honor —contó Frederick.
—Lo sé —replicó. Después volvió a quedarse en silencio antes de hablar
—. Le ruego que deje sin efecto ese duelo. No quiero que nadie salga
muerto o en el mejor de los casos, herido.
—Lamentó decirle que no cambiaré de opinión. Usted es una dama
excepcional a la que escogí como esposa, pero él la confunde y la manipula
al conocer sus sentimientos. El marqués dice amarla, pero no existe amor
sin obras. Si la hubiera amado realmente, estaría casado con usted y nunca
me hubiera conocido.
—No pasa solo por el marqués, sino que soy responsable en parte. Si yo
no hubiera tomado este camino años atrás las cosas serían distintas. Yo no
podría vivir sabiendo que él ha muerto. No podría, lord Melbourne, y
espero que me perdone por esto.
Emma se quitó el anillo de compromiso y se lo entregó al conde.
En su mirada podía notarse un poco de decepción ante la decisión que
había tomado Emma Malorie.
—¿Sabe que es probable que él solo le mienta? Si en tantos años no se
ha casado con usted, ¿qué le hace creer que hoy lo hará?
—Se trata de mi amor por él, no del suyo por mí. Ya tenía pensado una
vida de solterona. Necesitaba ser honesta con usted. Es un hombre
maravilloso que puede hacer feliz a cualquier mujer que desee, pero debe
ser una joven con el corazón sin ocupar. Tal vez muera sola, pero al menos
no quedaré con la carga de que dos personas con un futuro prometedor se
dañen por alguien que tiene pocas expectativas para el futuro. Fue un placer
haber sido su prometida y sé que hubiera sido feliz si no se retaban a duelo.
Frederick agachó la cabeza para mirar el anillo que le había dado y
después suspiró.
—Quizá mi tía esté contenta con esto y encuentre para mí una buena
esposa. Se lo dejaré en sus manos...
—A veces es mejor que escojan por nosotros. El corazón no hace que
tomemos buenas decisiones. Si seguía a mi razón, no le hubiera devuelto el
anillo, pero viviría con una muerte en mi conciencia. Antes de humillarlo
con mis ruegos de que no mate a su señoría, preferí ser honesta y respetarlo.
—Espero que el marqués sepa que tiene a una dama que lo ama con tanta
pasión que es capaz de abandonar un futuro feliz por un amor platónico que
quizá no se llegue a realizar. Admiro su convicción de creer en algo que no
ve... Hasta pronto...
Ella hizo una reverencia antes de ver partir a lord Melbourne. Luego se
tapó la boca para no gritar de pena por lo que había hecho, pero sabía que
era lo mejor.
En la habitación de Emma y ante la atenta mirada de la señora Malorie
como un sabueso infernal, William observaba la calle por un espacio de la
ventana. Cuando distinguió la figura del conde al salir de ahí, él decidió que
bajaría y que no le importaba más la vigilancia.
—Lord Melbourne se ha ido —comunicó William.
—Menos mal... Ahora váyase de aquí y no regrese para atormentar a mi
hija.
William caminó a largas zancadas para ir hacia el salón de la casa. Ahí
encontró a Emma, sentada, con la mirada perdida.
—Emma...
Al oír la voz de William, ella no le dirigió la mirada.
—Lo he salvado, su señoría. No tendrá que morir en manos de lord
Melbourne. Le he devuelto su anillo. Ahora puede irse, ya no hay nadie que
me pretenda. Ha conseguido que me quede sola.
Él la rodeó y se arrodilló frente a ella.
—¿Tiene miedo de que mis sentimientos no sean verdaderos? —
preguntó William
—¿Qué mayor miedo que ese puedo tener?
—Es una tonta, señorita Malorie. Si me acepta como esposo le ofrezco
todo lo que soy y tiene mi alma como su más grande ganancia. Me tendrá
para siempre en cuerpo y alma, seré su compañero eterno en los bailes y le
daré muchos hijos, demasiados hijos que creerá que casarse conmigo ha
sido un error. Emma, ¿me acepta como su más leal compañero de vida?
Los ojos de Emma observaron los de su amado y los notaba llorosos. Él
era sincero y ella lo amaba. Ya no podía negarse a ser feliz. Había
conseguido lo que su corazón por mucho tiempo persiguió.
—Sí, su señoría, sí, William, acepto ser su esposa...
Lo abrazó con fuerza y después se dirigió a los labios de él, lo cogió del
rostro con fuerza y se deleitó en esa locura que llamaban amor.
Después de aquel día en el que ambos aceptaron su amor para siempre,
siguió el día de su boda.
Emma seguía apenada por haberse comprometido con el conde de
Melbourne para luego estar comprometida con otro. En el fondo apreciaba
la oportunidad que le había dado Frederick y deseaba que encontrara a
alguien que lo amara verdaderamente.
En Londres no se hablaba de otra cosa más que del matrimonio de la
solterona y su eterno compañero y amante. Lo que la sociedad no sabía era
que nunca fueron amantes en realidad, aunque sí se amaban en silencio, sin
que nadie lo supiera, ni ellos mismos.
A finales del otoño se habían casado en la capilla de Saint James y el
marqués ofreció una gran fiesta para que todos se divirtieran. La abuela de
William podía mover todo su cuerpo por la felicidad que la embargaba, por
fin su nieto se había dado cuenta de lo que ya muchos sospechaban y se
trataba del amor que se profesaban él y Emma.
Esa noche el marqués esperaba que todos se retiraran para poder pasar su
primera noche con su marquesa. La marquesa viuda pasaría una temporada
en la casa de su madre para que los recién casados pudieran acomodarse en
su nueva vida.
—¡Oh, mí preciosa Emma es una marquesa! —expresó la señora
Malorie antes de despedirse de su hija—. Eres más importante que tu prima
Victoria.
—Madre, eso es absurdo. No vuelva a mencionarlo —reprochó Emma.
—Presumiré a mi hija marquesa cuántas veces quiera.
—Te deseo mucha felicidad, Emma. —El señor Malorie abrazó a su hija
como despedida. Sabía que ella ya no sería su hija soltera para siempre. Era
mejor que pusiera en venta la propiedad que había comprado para ella.
—Gracias, padre.
La señora Malorie también abrazó con cariño a su hija, aunque no sin
antes derramar unas lágrimas sinceras, demostrando que tenía un poco de
corazón.
Los Malorie habían sido los últimos en retirarse de la residencia. Emma
por fin pudo estar en paz. Sus pies le dolían de tanto bailar y había bebido
demasiado.
—Es momento de presentarte a tu doncella. La persona que acompañará
siempre —dijo William que agitó una campanilla para que se presentara la
criada.
Una joven de casi la misma edad de Emma se presentó frente a ellos.
—Buenas noches, milady, soy Alice, su doncella. Estoy para servirle.
—Es un placer, Alice...
—Alice ya ha puesto tus pertenencias en la habitación de la marquesa.
La hemos tenido que acondicionar para ti, aunque no pasarás mucho tiempo
ahí, sino que estarás en la mía —comentó William que cogió a Emma de la
cintura para acercarla a él.
Emma puso un poco de distancia entre los dos por vergüenza. La
doncella se había sonrojado al ver que William tomaba cierta confianza.
—Me prepararé para dormir. Alice, muéstrame la habitación que me
corresponde —mandó Emma.
—Solo una ilusa puede creer que dormirá en su noche de bodas —alegó
el marqués.
—Lo veremos más tarde, William...
Él observó cómo Emma subía las escaleras. William suspiró con fuerza y
por fin se sintió aliviado. Nadie le robaría a su esposa, tal vez la muerte,
pero no pensaba morirse pronto. Le esperaba una gran vida junto a la mujer
que lo hacía feliz. ¿Cómo estuvo a punto de perderla? No tenía una
explicación, tampoco podía explicar por qué no había abierto su mente para
tenerla a ella como primera opción. Era imposible retroceder el tiempo, y
solo le quedaba comenzar su vida esa noche, después de tantas en las que la
dejaba ir para después iniciar ese ciclo interminable de soltero
empedernido.
Cuando vio que la doncella de Emma descendía los escalones, supuso
que ella ya estaba lista para recibirlo en su habilitación. Se encontraba muy
ansioso por poseer a su esposa.
En la habitación de la marquesa, Emma caminaba de un lugar a otro sin
hallar paz. Sabía lo que ocurriría esa noche, ya había tenido charlas sobre
eso con su madre y con Victoria. Nada malo podía pasar, pero ella se sentía
ansiosa, con temor a que no le gustara la intimidad por miedo al dolor.
Al escuchar que la puerta de su habitación se abría, ella dio un salto a
causa del susto. Después miró para ver quién era y ahí estaba William, con
su mirada pícara y ardiente, una sonrisa lobuna y sus manos recorrían
inquietas el área del cuello. Su pañuelo parecía asfixiarlo.
—Milady, mi marquesa —pronunció William para estremecer a Emma.
La joven retrocedió un poco y comenzó a respirar de manera más
agitada.
—Te veo temblando como una gacela, Emma... —Él acortó distancia
con ella, colocó una de sus manos en su hombro y comenzó a recorrer la
tela con ansiedad, mientras miraba con interés su cuello.
—Son los nervios de ser una mujer casada...
—¿Ahora ya no quieres estar casada? No me digas eso, mi libido está
elevado esta noche y no estoy dispuesto a perder más tiempo, no llegaremos
a los seis años, Emma... —William comenzó a mover la ropa de ella para
poder tocar más piel. La suavidad de su tez podía llevarlo a la locura.
Al sentir los labios de su esposo en su cuello, ella gimió con fuerza y eso
fue como una invitación para que William no se detuviera hasta devorar
cada espacio de su cuerpo. A Emma ya no le daba tiempo de sentir temor o
vergüenza, tenía frente a ella al hombre que amaba y no podía cambiarlo,
era lo que esperaba.
—Estuve tan cerca de ser un redomado idiota al perderte, Emma. Eres la
única mujer que puede hacerme feliz en todos los aspectos... Perdón por ser
un tonto —se disculpó el marqués mientras continuaba su viaje por el
cuerpo de ella.
—Eres un tonto con título, pero mi tonto al fin. Quedo en tus manos,
William, y lo único que te pido es que me hagas muy feliz...
—Muy feliz y con muchos hijos, lo prometo...
Al acabar de decir esas palabras, William devoró la boca de Emma sin
descanso hasta llegar al momento en que serían amantes por primera vez.
Epílogo

Diez años después...


Sin que Emma y William se dieran cuenta, habían concebido cuatro
hijos. El primero varón y el resto niñas.
A William siempre le había gustado la idea de una familia numerosa,
pero creía que cuatro vástagos eran suficientes para cualquiera. Tres niñas
podrían ser consideradas un problema para cualquiera y más por su
experiencia con las cinco hermanas de su amigo. Esperaba sobrevivir a la
edad y lograr que todos se casaran. Era de suma importancia que sus hijas
consiguieran un buen pasar. Una solterona era algo inaceptable en la
familia.
—¿En qué piensas? —preguntó Emma a su esposo a la vez que bailaban
en un evento londinense.
—Considero que debo comenzar a relacionarme con ciertos caballeros...
—¿Ciertos caballeros?
—Me refiero a arreglar matrimonios para nuestras hijas.
—Todavía son unas niñas —masculló Emma.
—Esos monstruos crecen rápido, que te lo diga Victoria. Mi querido
vizconde, hijo mayor de Spencer es mi primera víctima. Lograré un buen
trato con mi amigo.
—No nos avergüences con eso. Es mejor que nuestros hijos escojan a su
futuro esposo o esposa.
—No quiero una solterona en la familia, ni una sola.
—¿Qué tienes en contra de las solteronas?
—Sufren mucho como tú. Por eso prefiero que no se preocupen por un
caballero si su padre puede ocuparse ahora.
—¿Y no las dejarás escoger?
—Si existe un patán para escoger, será un buen patán, lo prometo.
Emma sonrió ante lo que William le decía. El pobre estaba muy
desorientado con respecto a las niñas. Imaginaba una vida un tanto infernal
como la de su amigo; sin embargo, ella estaba feliz con la familia que había
formado.
De cierta manera estaría muy arrepentida si se casaba con lord
Melbourne, era un hombre maravilloso, pero no para ella. William tenía
demasiados defectos, pero era el esposo perfecto y la hacía muy feliz. En
ocasiones tenían sus encuentros poco agradables, pero todo se solucionaba
en el lecho.
Al acabar el baile los dos aplaudieron y abandonaron el salón con rumbo
al jardín. ¿Quién podría decirles nada? Llevaban diez años de casados y
ellos todavía no se cansaban de la rutina de los salones. En total fueron
quince años de bailes, comportándose de la misma manera frente al resto,
mas en la intimidad todo era diferente.
—Lamentaré tener que faltar en la próxima temporada —comentó
Emma llamando la atención de William.
—No faltaremos, si lo hacemos no tendremos el cotilleo suficiente para
mantener al corriente de todo a nuestros amigos que faltan con frecuencia.
Nosotros moriremos en un salón.
—Entonces deberás venir solo, porque no quiero escandalizar a nadie...
—¿Cómo que escan...? —William guardó silencio e intentó comprender
—. ¿Estás?
Ella asintió y William sintió como si un caballo lo llenara de patadas.
—Es absurdo, pero preguntaré cómo ha ocurrido.
—Supongo que fue cuando discutimos sobre lord Alcost y lady Mary
Osbourne. Ciertamente ganaste este día al saber que en cualquier momento
los encontrarían en su fechoría.
—El jardín... Entonces es fruto del jardín y no de la cama como los
anteriores. Espero que no sea una niña o no alcanzaré los cincuenta años.
—Dijiste que me darías muchos hijos...
—Cambié de opinión con el segundo. Los intestinos de oveja ya no son
tan buenos como antes.
—Todo estará bien... —Emma cogió del rostro a William. Lamentaba
tener que darle una preocupación más, pero ¿qué era la vida sin un poco de
sufrimiento?
Él acarició con cariño las manos que su esposa colocó en su rostro.
—Lo sé, Emma. Me pone feliz, aunque en el fondo me deja en
incertidumbre.
—Eres un buen esposo y padre ejemplar. Tu adiestramiento con la
familia Fane ha servido de mucho.
—Me he vuelto un caballero de pantalón ligero, más ligero que antes. Te
amo, mí marquesa, tanto que no puedo pensar en la vida sin ti.
—Te amo, William. Estoy encantada de ser tu marquesa para siempre.

Fin.
Conoce la próxima novela de la autora:

Foster Parker, conde de Earl, un conocido calavera londinense, se


jactaba de haber salido soltero en cada temporada durante años. Sin
embargo, en una noche su vida cambiaría para siempre.
Lady Meredith Fane, hermana del conde Nottingham, vivía enamorada
de cierto caballero al que había conocido, pero al descubrir que aquel no le
correspondía, varias copas de vino habían hecho su trabajo, decidiendo así
su futuro.
Un compromiso escandaloso y accidentado hará que dos desconocidos
transiten por el espinoso y difícil camino del amor.
¿Un libertino aceptará su futuro junto a una mujer que literalmente había
caído del cielo?
Sigue a Laura A. Lópezen esta romántica y humorística historia que te
robará el corazón.
Si te gustó El querido enemigo, podría
gustarte:

Spencer Faneno solo había heredado el título de conde de Nottingham,


sino que con eso también cinco problemas que no deseaba: sus hermanas de
padre. Enloquecido al tratar con ellas consideraba la penosa idea de buscar
una esposa que cumpliera el rol fundamental de niñera, institutriz y figura
femenina a seguir.

Lady Victoria Dankworth, una desesperada dama que necesitaba un


matrimonio, no encontraba mejor idea que convertiste en la solución para el
indeciso lord Nottingham. Sin experiencia en nada y menos para seducir a
un libertino, arriesgaría todo por ser la nueva condesa y salir del infierno en
el que vivía.

¿Victoria será capaz de encontrar el corazón de Spencer y que la viera más


que como una bella niñera a la que seducía con cada mirada?

Laura A. Lópezregresa con su pluma versátil dentro de un clásico de la


regencia inglesa.
Biografía
Mi nombre es Laura Adriana López, soy de nacionalidad paraguaya, nacida el 05 de Julio de 1988,
soy casada y con una hija. Estudié Ciencias contables y Auditoria en la Universidad Americana.

Desde el año 2016 me encuentro escribiendo lo que realmente me apasiona, que son las novelas de
romance de época, ambientadas en la época victoriana, regencia, etc.

También he escrito novelas contemporáneas, pero más ambientadas antes de la revolución


tecnológica que tenemos actualmente, pues tengo la creencia de que la tecnología ha entorpecido de
cierta forma las relaciones sociales, y más aún el romance. Es una razón, porque más me agrada
soñar con un romance a la antigua.

En el 2018, empecé a publicar de manera seria, con dos editoriales. Selecta, que es del grupo Penguin
Random House y que se dedica a publicar novelas románticas en digital, y con la editorial Vestales de
Argentina. Con Selecta he publicado, seis títulos de una saga, comenzando por: Rescatando tu alma
perdida, Belleza y Venganza, Amor y dolor, Entre las sombras, Obligándote a amar y Te deseo para
mí; todas de romance histórico esta editorial es la que me abrió las puertas para que la gente me
conociera. En el 2019 se publicaron una novela contemporánea de nombre Un romance real, y otra
para novela histórica: Tan perversa como inocente. En 2020 salió a la venta Desavenencias del amor.

Con la Editorial Vestales de Argentina, tengo publicado en físico y digital las obras de nombres: Una
perfecta señorita, La ventana de los amantes y Mi amada señorita Angel.

También he incursionado en la auto —publicación en amazon, con: Los mandatos de Rey, que es un
cuento corto y Una dama infortunada. Otros títulos: Corazón de invierno, Una heredera obstinada,
Una beldad indomable, La esquiva señorita Millford, Las peripecias de los amantes, Nuestro tiempo
perfecto, La dama de Sandbeck Park, Las oscuras intenciones de lord Coventry, El amante de
Londres, Anhelos de primavera, Una candidata inadecuada, El silencio de los amantes, Amantes en
la eternidad, Amantes en guerra, La prometida desconocida, Enamorar a un lord inglés, La
acompañante del marqués, El candidato perfecto, La joven matrona, La herencia del duque de
Gloucester, El esposo ausente, Una forajida cautivadora, El preceptor, La justicia de un canalla, El
domador, La nueva esposa, Una solución para lord Nottingham, El prometido despreciado, Un beso
irreverente y El querido enemigo.

Me manejo también con el alias de Leah Heart, donde publiqué: Mi gran sueño londinense, Nuestro
tiempo perfecto y The elusive miss Millford, la traducción en inglés de la novela corta La esquiva
señorita Millford.

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