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El Querido Enemigo - Laura A. Lopez
El Querido Enemigo - Laura A. Lopez
Escritora Libre
@ladriana22
Contenido
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Epílogo
Conoce la próxima novela de la autora:
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Biografía
El querido enemigo
Laura A. López
© TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS.
Para Emma pensar en ver al marqués con otra dama no era la mejor
experiencia del mundo. Lo único que deseaba era que esa noche terminara
para irse a dormir y despertar al día siguiente creyendo que todo había sido
una pesadilla y que su rutina de esos años no desaparecería.
En cierto momento los dos guardaron silencio, como si la situación se
tornara incómoda. Cuando acabó la pieza, los dos se reverenciaron y
comenzaron su caminata para ir hacia la mesa del tentempié.
—Tal vez como nuestra última noche como pareja de baile, pudiera
acompañarla por el jardín. Ya que, entiendo que será también su última
temporada en los salones —comentó el marqués.
—¿Me veo tan sofocada para necesitar un paseo por el jardín? —
preguntó la joven.
—Quizá la palidez que noto en su rostro se deba a la tenue iluminación a
la que nos tiene acostumbrada esta misma residencia desde hace tiempo.
—Habla como si fuéramos muy viejos. Es probable que seamos muy
asiduos a los bailes, es todo.
—Envejecimos juntos y no nos hemos dado cuenta.
Emma y William cogieron cada uno una copa del licor de su preferencia
y fueron caminando hacia el jardín. Muchas personas se hallaban en el sitio,
por lo que no había nada qué temer. Además, la buena sociedad ya sabía
que ninguno de los dos, era capaz de tocarse un pelo o eso era lo que creían
ellos.
La joven dirigió sus ojos al cielo mientras sorbía su copa, pensaba en
cómo sería su vida de esa noche en adelante.
—Brindemos... —propuso William al ver distraída a Emma. Ella no
parecía ser la misma serpiente de cada año.
—La ocasión de no vernos nunca más amerita un brindis... —musitó
sabiendo que esas palabras le causaban más dolor que satisfacción.
Comenzaba a sentir que le dolían las mejillas a causa de las mentiras que
decía y para las cuales debía forzar una sonrisa.
—Por nuestra despedida —pronunció el marqués que no perdía de vista
a su acompañante.
—Por nuestra despedida —repitió Emma antes de chocar las copas y
beber cada uno un sorbo de ella—. ¿Cómo empezará su búsqueda?
—Mmm... He considerado hacer una lista.
—Las listas del marqués creo que nunca se usan. Según lo que usted
mismo me ha contado, terminó sonándose la nariz con la lista que hizo para
las candidatas de su amigo.
—No me recuerde ese evento. Tuve que hacer muchos sacrificios,
demasiados, diría yo. Ningún soltero debería exponerse a tantas cosas como
lo hice yo por el afecto a un amigo. No lo volvería a hacer y más cuando
este caballero hizo lo que quiso.
—Yo lo llamaría: las cosas que uno hace por amor.
—Ay, señorita Malorie, que injuriosa palabra ha pronunciado. Amor... El
amor solo puede sentirse por la familia más cercana y uno que otro gato. Un
amigo es...
—Es un ser cercano. Supongo que lord Nottingham es su mejor amigo.
—Lo era hasta que se casó con quien usted ya sabe. Fui perdiendo
terreno e importancia en su vida.
—Debió seguir su ejemplo y casarse en aquel entonces.
—Si vamos por ese principio, usted debería haberse casado.
—Las cosas son distintas. Usted puede escoger y yo espero que me
escojan. Nadie me ha escogido, nadie cree que yo pueda ser una buena
esposa. Si hoy cualquiera me pide matrimonio, lo aceptaría por no estar sola
y también para poner a prueba lo que usted ha dicho del amor. Porque ya
sabe, no será un matrimonio por amor, sino que será algo desesperado para
no dañar más a mis padres.
—Lo sabía, siempre lo supe. La vocación de soltera no existe, todo lo
que me ha dicho durante estos años han sido mentiras.
—Es un genio por haberme descubierto mintiéndole —alegó socarrona
—. Pensé que sería más inteligente y que se daría cuenta de cómo era el
asunto. No se trata de que una mujer elija, sino que la elijan. No todas son
afortunadas.
—No podemos hacer mucho para cambiar nuestras desgracias o
privilegios.
—Solo queda resignarse y seguir...
—¿No ha pensado en utilizar alguna artimaña para casarse?
—No, porque si estuviera desesperada por casarme, usted sería la
primera presa, y todavía no me considero tan desesperada.
—Pero si ha dicho con cualquiera...
—Con cualquiera menos con usted, por supuesto. Entre nosotros existe
un código, como una promesa de desprecio mutuo desde nuestro primer
saludo.
—Debería sentirme ofendido, pero más bien me siento halagado por el
selecto sector del respeto que ocupo en su mente.
Para no buscar agredirse directamente, lo hacían con poca sutileza. Uno
respondía a la falta de delicadeza del otro con la misma cortesía. De esa
manera se habían mantenido hasta esa noche, la que podría ser llamada
como la última de todas. Quizá volvieran a encontrarse alguna vez, aunque
no era seguro que eso ocurriera, pues Emma tal vez nunca regresara a
Londres, el campo solitario y desolado era lo único que le esperaba.
Ellos caminaron en silencio, mientras tomaban sus bebidas a pequeños
sorbos. Era posible que en ese instante las palabras malsonantes no fueran
lo ideal. Habían sido cinco años de fortuna e infortunio compartido entre
dos enemigos. Se llamaban así, ya que nunca habían podido tratarse como
amigos. No era correcto que una dama tuviera amistad con un caballero.
Muchas cosas se murmuraban sobre ellos, desde que se casarían hasta que
también existía la posibilidad de que fueran amantes. Muchas habladurías
sin que nada pudiera comprobarse, aunque desde la próxima temporada
sabrían que todo lo que pensaban o creían no existía.
—Entonces es nuestra despedida, su señoría. Si necesita un buen ojo
para buscar a una esposa, lo ayudaré. Tendré en cuenta que no quiere
ninguna serpiente. Con eso nos quedarán pocas... —musitó intentando
animarse.
—Es un gran ofrecimiento, aunque me temo que desee darme lo peor
para que sufra por el resto de mi vida.
—Sufrirá de cualquier manera, puesto que usted es insufrible. Además,
dudo que una esposa le dure más de tres años. Qué paciencia deberá tener...
—¿Tanta como usted? Señorita Malorie, este es nuestro adiós.
Sin previo aviso, William cogió la mano de Emma y dejó en él un largo
beso que incluía su agradecimiento.
Para Emma eso había sido algo extraño, pues llevaba bastante tiempo de
no recibir esa clase de atenciones.
—Adiós, su señoría...
—Tal vez le escriba para visitarla alguna vez en su propiedad, quizá me
regale un vaso de leche.
—Apresúrese para escribirme, pronto me iré...
La despedida había sido un golpe de realidad, un tufo que la mareaba.
Haberle dicho adiós al marqués de Asthon le había producido mucha
tristeza, aunque no deseaba que nadie lo supiera, ni siquiera su madre.
Podría comentarle que el caballero buscaría una esposa, pero quizá eso la
desolara más a ella que a la misma Emma.
¿Sería probable que volvieran a coincidir alguna vez o que él requiriera
sus servicios para ayudarlo a buscar una esposa acorde a sus necesidades?
Imaginarlo casado comenzaba a resultar tan desalentador como vomitivo y
no porque él y ella fueran amigos, sino porque prefería a su querido y
despreciable compañero de soltería.
—Estás extraña —dijo la señora Malorie una vez que estuvieron en el
carruaje y se dirigían a su casa—. Paseaste con el marqués todo el tiempo...
—Es algo sencillo: el marqués ha decidido que ya es suficiente de
soltería y que buscará una esposa...
—¡Oh, te ha escogido! ¡Ya era momento de que lo hiciera! Es la noticia
más feliz que he tenido en años. ¡Lo sabía! ¡Sabía que estabas destinada
para grandes cosas, cariño!
Emma vio que la señora Malorie estaba exaltada y muy emocionada,
aunque pronto se le pasaría, pues eso nada tenía que ver con ella. Él se
casaría, pero no con ella.
—Madre, no quisiera estropear su festejo, pero de mí solo se ha
despedido. La mujer que él busca no soy yo.
La señora cruzó los brazos y colocó un rostro enfurruñado.
—No sé para qué me ilusionas, Emma. Contigo siempre hay una nueva
desilusión —masculló la madre, enfadada.
—Y eso que acaba de decir que sabía que yo estaba hecha para grandes
cosas, madre, aunque coincido con que he sido un gran fracaso...
Un llanto desbordado se apoderó de la señora Malorie. Ella era incapaz
de seguir soportando la situación de su única hija. Había conservado la
esperanza de que el marqués voltearía a ver a Emma. Se le partía el corazón
al saber el camino incierto que le esperaba a la joven.
Al ver que su madre lloraba sin consuelo, Emma se sentó junto a ella
para abrazarla y consolarla; no obstante, quizá ella también necesitaba un
abrazo, pero nadie lo sabía, las personas solo sabían juzgarla por ser
solterona, tampoco les importaban los sentimientos que ella pudiera
albergar en su pecho. Quizá fuera porque no demostraba su debilidad frente
a nadie, prefería morir sola con lo que la aquejaba.
—Ya pasará, madre. Solo es una decepción más, mañana tendrá otras
nuevas. No sufra por esto que es absurdo.
—¡Ay! ¡Eres tan ingrata! —lamentó la dama entre sollozos. Su hija
parecía burlarse de su desgracia.
—Madre, no es ingratitud, es resignación. Tal y como yo logré aceptar
mi futuro, le ruego por su mente que lo acepte de la misma manera. Sufrir
en vano no le traerá nada bueno.
—¡No! Moriré sin aceptar la cruel realidad que te espera. Esto no está
cerca de ser la vida que pensé para ti.
—Es probable que lo que ocurre sea una venganza contra usted por lo
que le ha hecho a Victoria durante tantos años.
—Eres una malagradecida. Quería que tú resaltaras y fueras mejor que
ella.
—Pero no lo fui. Yo solo quería una prima, una amiga y no una
competencia que usted deseaba establecer entre nosotras. Gracias a Dios
apareció lord Sharp para rescatar a su sobrina de sus garras. Después de
recordar esto, no debería ni siquiera consolarla, madre.
—Nadie quiere tu consuelo. Es por tu culpa que me he puesto a llorar. —
La señora sorbió sus flemas y se alejó de su hija.
Se habían enfadado la una con la otra. Eso era algo que en los últimos
años se había agudizado. Se podría decir que las relaciones habían
empeorado.
Cuando llegaron a la residencia, la señora Malorie no saludó a su esposo
que se encontraba junto a sus amistades en el salón. En cambio, Emma se
acercó a ellos.
—Buenas noches, caballeros —saludó con una venia.
—Tu madre no está de humor, ¿no es así? —preguntó el señor Malorie.
—Como siempre, padre. Me iré a dormir —se despidió después de que
los demás correspondieran a su saludo.
Las amistades de su padre la conocían desde siempre y hasta eran
testigos de varios conflictos. Esa noche no tenía mucho ánimo para
quedarse y reír con las tonterías que aquellos pudieran decir.
Con cansancio en las piernas, ella entró a su habitación y con lentitud fue
sacándose cada uno de sus accesorios y sus prendas. A la vez que lo hacía,
las lágrimas de tristeza comenzaban a agobiarla, se rindió ante el sollozo y
un fuerte dolor en el pecho. Se acostó en la cama para mirar al techo de su
cama con dosel. Las lágrimas llegaban a entrar hasta en sus oídos. Su
desconsuelo no hallaba un refugio.
¿Por qué lloraba? ¿Qué le dolía? Lo confesaría: tal vez sí estaba
enamorada del marqués de Asthon. Su confesión le dolía, pues ella era feliz
a su manera cada temporada. Esperaba ansiosa regresar a los salones, pero
para verlo a él. Lo que aquel le había dicho esa noche, destruyó su felicidad
y su consuelo. Suponía que ese momento llegaría; sin embargo, no imaginó
que fuera tan rápido. Lo consideraba apto para casarse casi a los cincuenta
años. Emma todavía tenía esperanzas de odiarlo como las primeras veces
que se habían visto, pero el sufrimiento que sentía le indicaba que también
esas esperanzas debía enterrarlas. William no había caído en el juego de la
convivencia o de la diversión que habían compartido esos años en compañía
de los demás.
Ya no le quedan esperanzas de nada. Esperaba conversar con su padre
sobre la propiedad que había comprado para ella. Recluirse lejos de William
era lo mejor. No podría soportar el dolor de verlo caminar con una niñata
debutante. Él un caballero tan poco agraciado, aunque muy viril y divertido,
no encajaba con una imagen diferente a la de ambos. Ninguno de los dos
era la típica belleza de varón y mujer y eso tal vez era lo que los unía.
Capítulo 4
Días después...
Emma había asistido a una cena en casa de una dama. Ella fue
acompañada con su madre y su padre, pues la familia tenía negocios con el
señor Malorie.
A la joven no le costaba aclimatarse a una cena, siempre era bastante
reservada, aunque sociable. Se sentó junto a otras amistades de su padre.
Los escuchaba con atención y trataba de sonreír y de aportar al menos un
poco a la conversación.
—Buenas noches, mi estimada señorita Malorie —saludó el señor
Clement que se había acercado a ella.
—Buenas noches, señor Clement —correspondió sonriente.
—Es un placer verla por aquí. Aprovechando esta oportunidad quisiera
presentarle a mi recién llegado sobrino, Frederick Case, conde de
Melbourne.
Emma no se había percatado de la presencia de una persona de
considerable altura junto al poco favorecido señor Clement. Un caballero de
al menos unos cuarenta años de cabellos negros matizados con blanco, ojos
verdes, una nariz larga y un aspecto un poco más curtido y tosco que un
caballero inglés convencional.
—Mi tío me ha hablado de usted tanto, señorita Malorie, que siento que
la conozco.
El señor Clement se carcajeó por lo que decía el conde.
La joven hizo una reverencia para corresponder a las buenas intenciones
del sobrino del señor Clement.
—Es un placer, milord. Me siento halagada al saber que usted ha
prestado atención a las probables palabras exageradas de su tío. El señor
Clement es un caballero muy simpático.
—Los dos se esfuerzan en avergonzarme, pero yo prefiero sonreír ante lo
que dicen. Anda, Frederick, invita a un paseo a la señorita Malorie o si no
pueden salir, al menos una bebida. —El señor Clement golpeó a su sobrino
varias veces en el brazo antes de dejarlos.
Frederick miraba con diversión a Emma y ella no sabía cómo reaccionar.
Nadie la había observado con tanto entusiasmo en todos estos años. Eso la
halagaba, pero a la vez le asustaba un poco.
El conde de Melbourne observaba a la mujer con interés. Era con
exactitud lo que su tío había descrito. Él le había dicho que buscaba una
esposa que no fuera una debutante hueca, sino que fuera alguien que quizá
estuviera dispuesta a vivir en las asperezas de la vida y la sociedad.
Frederick era mitad inglés y mitad escocés, pero amaba más su lado escocés
que el inglés, por eso prefería trabajar su propia tierra y por ese motivo no
había salido en mucho tiempo de su propiedad para ningún trámite, ni había
utilizado su título o sus influencias. Era alguien cerrado hasta que su tía, la
señora Clement, la había visitado para decirle que ya era el momento en que
debía darle un heredero a su título. No le quitaba razón, pues de nada le
servía morir en sus acres si nadie con su sangre continuaría su legado. No se
había dado cuenta de que había llegado su tiempo para contraer
matrimonio. En un primer instante consideró buscar una esposa escocesa,
pero ninguna de ellas dejaría su bella Escocia para vivir en el chiquero que
representaba Inglaterra para un escocés puro. Entonces, el señor Clement
había mencionado a una solterona inglesa, hija de un amigo suyo.
Después de oír que no era una niñata malcriada a la que solo le
importaba la apariencia o la gran vida, concluyó que era mejor lidiar con
una dama así antes que con una debutante descocada. No tenía paciencia
para terminar la crianza por unos padres que lo habían hecho mal. Le daría
una oportunidad a la señorita Malorie.
—¿Me acompaña a caminar hacia la mesa del tentempié? Usted me
enseñará muchas cosas, señorita Malorie. No venía a Londres al menos
desde que tenía nueve años... —pidió el conde.
—¿Por qué no ha venido a Londres? ¿Usted no tiene experiencia
moviendo los pies en una danza? —curioseó con sorpresa. El acento de lord
Melbourne le resultaba un poco extraño. No tenía un pleno acento inglés.
—Tuve un preceptor que me enseñó mucho, pero no he tenido tiempo de
poner en práctica mucho de lo aprendido. Admito que varias de esas cosas
las he olvidado. Tampoco he ido a Eton. No he sentido atracción por vivir
detrás de un escritorio.
A medida que Emma escuchaba al conde, quedaba más asombrada. En
verdad que carecía de una educación social.
—No creo que sea tan grave, milord. Solo es cuestión de hacer memoria
y desempolvar algunos conocimientos.
—¿Me ayudará a desempolvar cómo tomar los cubiertos en una cena?
Espero no avergonzarla...
A Emma se le escapó una sonrisa y negó con la cabeza mientras llegaban
al borde de la mesa.
—Usted solo siga lo que hago y no tendrá problemas. Tengo mucha
experiencia en cenas y bailes. Le puedo decir que la soltería es beneficiosa
para acumular experiencia. Tengo curiosidad por saber más de usted. Si no
le gustan las leyes, la filosofía o la política, ¿cuáles son sus intereses?
Él cogió una copa de whisky y sonrió al probarla y darse cuenta de que
era escocés y del bueno.
—Tierras y caballos aquí en Inglaterra y en Escocia produzco whisky,
este que estoy bebiendo ahora. Es uno de los mejores del mercado.
—Lo bebería, pero está mal visto que una dama no beba vino o jerez. El
champagne no es algo que me agrade mucho.
—Le convido de mi bebida si se anima a degustar...
—¡Oh, milord! —expresó ruborizada al ver que él colocaba su copa de
whisky frente a ella—. Tal vez en un lugar más privado o en otra ocasión.
Hay muchos ojos viéndonos —alegó avergonzada.
Lord Melbourne también se sonrojó y llevó de nuevo la copa a su boca.
—Después de la cena, ¿está de acuerdo?
—Sí, por supuesto —acepto para salvar la situación que se había puesto
divertida, pese al bochorno que sintió por un segundo.
El caballero le parecía tan natural y verdadero. Vivía alejado de la
falsedad de la sociedad y eso resultaba intrigante para alguien que
acostumbraba seguir órdenes y protocolos que hasta ese día no le habían
servido para nada.
Después de una larga y entretenida conversación, pasaron a la mesa para
comenzar con los platillos.
Emma se había dado cuenta de que el conde no le quitaba la mirada de
encima. Al parecer si servían alguna carne, aquel se la llevaría a la boca con
las manos. Después de todo lo que le había contado no le sorprendería. Era
la primera vez que alguien no estaba acostumbrado a respetar los
protocolos.
Ella levantó la servilleta y le mostró cómo debía colocarlo, y él de
manera exagerada la emuló. Después intentó mostrarle qué cubiertos debía
utilizar y la copa con la que acompañaría ese platillo. Aquel había hecho lo
mismo de antes. A Emma le costaba mantenerse seria, lord Melbourne era
juguetón y divertido y solo tenía su atención puesta en ella. Frederick era lo
que durante años había esperado en su vida y no alguien que la ignorara
como el marqués. ¿Sería posible que se estuviera apresurando? Si ese
hombre era una oportunidad de abandonar la soltería se aferraría a él para
lograr su familia. ¿Qué importaba que su inglés fuera extraño y que sus
modales fueran toscos? Un esposo era un esposo. Quizá este era el fin del
marqués de Asthon en su vida.
La cena había transcurrido con dos escapadas de un mismo hueso por
parte del comensal escocés. Además, podría decir que los cubiertos le
quedaban un poco pequeños a esas grandes manos.
—Vergonzoso... —musitó el conde, avergonzado. Con lo que había
pasado en la mesa, mínimamente había perdido a su candidata y quizá a
otras cinco jóvenes que lo miraban con curiosidad.
—¿Vergonzoso? A mí me resultó muy gracioso. La cena era aburrida
entre tanta política de la cámara de lores —replicó la joven para que aquel
no se sintiera mal.
—En verdad que sí era muy aburrido. Ya comprende las razones por las
que prefiero la tierra y los caballos. He salido de mis dominios con un solo
objetivo...
—Casarse. Me lo ha dicho mi padre.
—Soy un tanto curioso, pero me gustaría saber por qué no se ha casado.
—Tenemos el mismo cuestionamiento. En verdad desconozco las
razones. Quizá no soy del agrado de la mayoría, tal vez mis ojos no aleteen
bien mis pestañas o no estoy tan rellena como debería...
—Es delgada. No la podría poner a hacer arado, es probable que se
rompa los brazos o la espalda.
—Lamentaría mucho que usted deseara que alguna dama hiciera trabajos
tan pesados...
—Fue un desliz lo que dije. No conozco a mucha gente, soy un animal,
excúseme por la barbarie que acabo de decir.
—Las damas somos una fina compañía para un caballero. Alguien que
ejecute el piano y lo acompañe a una tarde de té es lo ideal.
—Prefiero cabalgar y tomar whisky. Si una adorable dama tiene esos
gustos me complacerá.
—Encuentro difícil que una dama beba mucho whisky.
—Con un trago como el que usted aceptó me sentiría complacido.
De nuevo el conde le colocaba el whisky frente a ella. En esa ocasión ya
no podía escapar de lo que ella misma había aceptado.
—Lo complaceré en esta ocasión —dijo Emma que cogió la copa que él
le ofreció. Observó al conde antes de darle un sorbo. Distinguía unas
pequeñas patas de gallo al costado de los ojos, al igual que unas arrugas
cerca de la boca y un hoyuelo en el lado izquierdo que lo dejaba como un
pillo.
Una vez que acercó la copa a sus labios sorbió su contenido y sin
dilación comenzó a toser después de haberlo tragado. Eso le había quemado
hasta los intestinos.
—¡Señorita Malorie! —exclamó el conde que comenzó a golpearla en la
espalda por si ella se había atragantado.
Después de un instante, ella comenzó a reír de la situación tan ridícula en
la que estaba envuelta y también por la reacción del caballero que la
acompañaba.
—Milord... —Tosió un par de veces entre risas—. Quiero conservar la
espalda intacta.
—Lo lamento, soy una bestia con título.
Cada vez que Frederick hacía algo parecía hundirse más y más en la
vergüenza. Esa mujer debía tener el cielo ganado.
—No se preocupe, me siento muy bien. La bebida me ha quemado hasta
el pensamiento. —Ella quitó su pañuelo del ridículo y comenzó a secar su
frente y su cuello por el excesivo sudor que escapaba de su piel.
—Señorita Malorie, permítame enmendar mi error, por favor.
—No hay nada que enmendar, milord. Esta noche me he divertido más
que nunca. Lo más extraño es que mi madre no me ha molestado en medio
de mi diversión, pero entiendo las razones.
Las sospechas de Emma crecían al notar que nadie los rondaba o se
escandalizaba por el comportamiento del conde. Suponía que esa cena había
sido tramada para que ellos se conocieran. En primera instancia no lo había
considerado, pero a medida que avanzaba la velada, lo comprendía porque
todo le comenzaba a resultar sospechoso.
—Me siento culpable. En este otoño la invito a mi propiedad con su
familia...
—Mi padre estará encantado de recibir su invitación. Recuerde que debe
hacerlo por la vía correcta —pronunció la joven.
En el salón se encontraba lady Kirby que había sido invitada a esa cena,
pues lord Melbourne también era su sobrino. Era hijo de su fallecido
hermano. Todavía no podía creer cuál era el encanto de la señorita Malorie.
No solo el marqués buscaba su compañía en cada baile, sino que de la
misma forma lo comenzaba a hacer un conde recién llegado. Por más que
no estuviera de acuerdo con la forma de vida de aquel, la descendencia de
su hermano dependía de él, entonces no podía dejar que se encariñara con
una solterona como esa joven.
La mujer cogió valor y se acercó hasta Frederick y Emma para
interrumpirlos.
—¡Mi queridísimo Frederick! —expresó la dama con los brazos abiertos
para recibirlo.
Emma le devolvió su copa al conde de manera apresurada e hizo una
reverencia para saludar a esa aristócrata.
—Tía... —pronunció Frederick, avergonzado de que su familia inglesa le
hiciera mucho festejo al verlo.
—Querido mío, me dijeron que te encontraría en esta cena, pero la
señorita Malorie no te ha liberado para que otros te conozcan y gocen de tu
compañía —alegó la mujer.
—Lo lamento, milady. Con permiso, milord. Fue un placer conocerlo.
La joven volvió a hacer una reverencia para despedirse de los dos y
regresó al salón un poco abochornada por lo que había insinuado la dama.
—Frederick, quiero que conozcas a mis amistades. Todos conocían a tu
padre. Debes presentarte ante ellos. Además, tengo un presente para ti. —
La mujer le enseñó la invitación que tenía para su propiedad en el campo—.
Es una fiesta campestre para que conozcas a las mejores solteras.
—¿Irá la señorita Malorie?
—Dije solteras, cariño, no solteronas.
—Si ella no va, yo tampoco iré...
Capítulo 6
Una vez que llegaron a una de las tabernas, el conde de Felton quitó un
pañuelo blanco de su bolsillo, lo extendió y colocó sobre su nariz y boca.
Prefería morir asfixiado antes que soportar aromas indecentes.
Cuando se abrió la portezuela del carruaje, William sintió el golpe de un
aire contaminado con ciertos aromas de la gente sin clase. Por un segundo
miró a su amigo y comprendió sus razones para no acudir a un lugar de tan
baja categoría. Él también llevaba tiempo sin ir a una taberna como esa.
Esto le pasaba por pedirle referencias a su cochero.
—Acompáñame, Scott —mandó William.
—Aquí huele a Versalles, William, hay que apresurarse.
Primero descendió William y al hacerlo sus botas cayeron en lo que sería
un charco.
—Ten cuidado con tanto barro para tus botas tan finas —se burló el
marqués.
—Cuidaría que mis pies no estuvieran en ese líquido desconocido. Lo
mejor que podría pasar es que fuera agua estancada y no orina con heces de
personas.
Ese comentario había hecho que William corriera del lugar, mientras que
el conde le pidió al cochero que moviera el carruaje para no tener que
ensuciarse con líquidos desconocidos.
Al lograr superar los obstáculos a los que se enfrentaban dos aristócratas
cultos, entraron a la taberna y en primer momento Scott buscaba a lord
Melbourne. Después de un buen rato ahí, concluyó que no estaba en ese
lugar.
La locura del marqués no se vio satisfecha con una sola taberna. Solicitó
otras direcciones para poder acudir. Entraron a dos más y en la última, lord
Felton logró encontrar al buscado conde de Melbourne.
—¡Es aquel! —expresó Scott, emocionado. Con eso él creyó que ya
regresarían a la zona segura de Londres.
Los ojos de William recorrieron al caballero que estaba sentado en una
de las mesas. Era alto, corpulento y quizá un tanto intimidante al
compararse con aquel. Mientras que el marqués era solo atlético, el otro
podría estallar por los músculos. El traje de aristócrata parecía absorberlo.
Un mal movimiento y podría romperse.
—Olvidaste decirme que era un poco... grande —manifestó William
como un reclamo a Scott.
—No pensé que eso importara mucho, no quieres pelear con él, ¿no es
así?
—¿Por qué razón pelearía?
—Por tu amante.
—¡No es mi amante! —espetó molesto.
—Lo que sea. ¿Podemos irnos?
—No, hemos venido a ver, a espiarlo.
—Esto es innecesario, William. ¿Qué harías si estuviera con una joven?
Ahora está solo, sentado, tomando algo... Yo no bebería nada de aquí. Por el
color podría ser orina y no brandi o whisky...
—Es un animal, supongo que es capaz de beber cualquier cosa que le
pongan frente a sus garras.
Scott suspiró por tener que estar en esa situación sin poder respirar con
tranquilidad por una obsesión de William que según su opinión no lo
llevaría a ningún lugar.
Por su parte, Frederick no había aceptado la invitación de su tío para
acudir a White's. No estaba interesado en convivir con otros nobles, prefería
a la gente común y ellos se alojaban en sitios como tabernas por las noches
y en mercados durante el día.
Lo que estaba tomando lo remontaba a sus dominios y a los lugares que
él acostumbraba a frecuentar. Era como estar en casa, esperaba pronto poder
regresar y hacerlo casado con una dama, con una a la que tenía en mente: la
señorita Malorie.
La joven era la dama perfecta para tolerar una convivencia con él. No
comprendía la razón por la que estaba soltera. Quizá el destino había
esperado el tiempo prudente para cruzarlos y que terminaran conociéndose.
—¿Puedo acompañarlo? —preguntó una voz empalagosa que se acercó a
él.
Frederick miró a la sugerente dama de la noche y observó que llevaba
poca ropa. Lo poco que tapaba era lo que intentaba vender.
—Adelante —aceptó para que ella se acomodara. Sin embargo, la mujer
se acomodó en su regazo.
Los ojos de William se desorbitaron al ver que el susodicho lord
Melbourne tenía a una mujerzuela en los brazos. Eso significaba que sus
intenciones con la señorita Malorie no podían ser las mejores. Era probable
que solo quisiera jugar con ella o hacerle perder más tiempo del que ya
había perdido.
—¿Lo ves? Es un cínico que quiere engatusar a la señorita Malorie —
comentó para que Scott lo escuchara.
—No lo veo haciendo nada más que mirar sin pagar. Además, todos los
nobles lo hacen. Tienen amantes y mujerzuelas por doquier. No puedes
escandalizarte por algo que también prácticas. Eres un hipócrita.
—¡Bah! Es un sinvergüenza, lo único que puedo hacer es advertir a esa
señorita para que no caiga en las fauces de este granuja.
—Te meterás en asuntos que no te competen. ¿Por qué mejor no te
ocupas de conseguir una esposa para ti? Preocuparte por alguien que
durante años te resultó indiferente es algo que carece de sentido común.
—Haré lo que mi conciencia me pide que haga. La señorita Malorie
puede ser nefasta, pero no deja de ser una dama adecuada para alguien de
buenas intenciones y este caballero no lo es. La convenceré de cualquier
manera para que se aparte de esta sanguijuela.
Después de observar por unos minutos más William y Scott decidieron
regresar a White's por más que fuera bastante tarde. Habían perdido el
tiempo recorriendo lugares para encontrar al sátrapa que deseaba adueñarse
de la inocencia de Emma.
William tenía una inexplicable preocupación por la joven. Lo que ocurría
lo llevaba a pensar en las cosas que habían ocurrido desde que se conocían.
Se cuestionaba las razones por las que nunca ninguno había insinuado nada.
No existían vestigios de interés mutuo ni tampoco una atracción a primera
vista. De hecho, él recordaba que no le parecía atractiva en comparación a
Victoria, pero más le había molestado la actitud casamentera de la señora
Malorie. Esa mujer era la razón del rechazo hacia Emma de desde el
principio. Aquella los obligaba a bailar, tanto, que con los años se había
convertido en un hábito, uno que al parecer era dañino.
***
Al día siguiente de responder la pregunta de que si la habían invitado al
retiro en el campo, Emma había recibido la invitación. Estaba sorprendida y
no quería pensar que el marqués le hubiera pedido a lady Kirby que la
invitara. Eso solo la ilusionaba para al final de cuentas terminar
desilusionada. Sus pensamientos seguían perteneciendo a William por más
que frente a ella apareciera una nueva ilusión como el conde salvaje y que
le resultaba un poco gracioso.
Desde que el marqués había decidido que era tiempo de buscar una
esposa, cayó en cuenta de que sin percatarse había perdido su tiempo
esperando algo, y ese algo quizá ella creía que llegaría de ese lado, pero no
había sido así. Quedó distraída con una ilusión, mas era probable que
tuviera una oportunidad de que su vida no fuera un fracaso. Si pudiera usar
sus artimañas femeninas para atraerlo y conseguir un matrimonio, eso sería
ideal. Ya no tendría que preocuparse por nada, solo de ser feliz con un
desconocido. De nada le había servido escuchar los desvaríos de William
por tantos años. Una vez que se hartó de ella, la dejó a un lado.
Pensar de esa manera le enfadada. Sentirse utilizada y a la vez inútil, no
era agradable. Se decían tantas cosas de ella que siempre había hecho caso
omiso de ellas, aunque a la larga tal vez eso era lo que más le había
afectado. Los caballeros podrían pensar que era la eterna admiradora del
marqués o peor aún, la amante. Divertirse con una sola persona era una de
las cosas que debía evitar una dama y Emma no lo había hecho. Pasó por
encima de los principios más básicos que le habían enseñado con tal de
estar al lado de William, ¡grave error!
—¡La fiesta es en dos días! —exclamó la señora Malorie que cogió el
papel que Emma tenía en la mano—. ¡Hay que preparar tus baúles!
—¿Por qué tanto entusiasmo, madre? Es una invitación del montón. No
hay nada de especial.
—¿Nada de especial? ¡Crédula! Por supuesto que hay algo especial y se
llama conde de Melbourne. Si quieres puedo traducirte su nombre a cómo
debería ser: esposo.
—Tiene mucha fe en que eso ocurrirá.
—Esta vez no serás tonta. Te harás una joven más difícil...
—¿Qué? —preguntó Emma, sorprendida. No esperaba que su madre le
dijera algo así.
—Por supuesto. A medida que ese hombre más te busque, pondrás
distancia y eso lo volverá loco. Se obsesionará contigo. No cometerás el
mismo error que tuviste con el marqués.
—Madre, nunca he intentado conquistarlo.
—Él no es un tonto y tú tampoco. Jugaban al filo del escándalo con su
exhibición en los bailes y sus paseos por el salón, también olvidé decir que
la mayoría de la sociedad se ha enterado de que también coincidían en la
residencia de Victoria. Hemos sido descuidadas.
A medida que Emma escuchaba lo que decía su madre, más se convencía
de que la misma joven había truncado su futuro y su madre lo había
permitido porque quería a «ese marqués» como yerno. A su padre no le
interesaba nada que no fueran sus amistades, su negocio o su ocio.
—Tiene razón, madre —admitió la joven—, pero le recuerdo que usted
estaba obsesionada con que su señoría se fijara en mí, aunque lo único que
consiguió fue que todo saliera mal.
—¿Intentas culparme de esto? —increpó la señora Malorie.
—Si usted no hubiera asfixiado al marqués presionando con mi
presencia, quizá todo sería distinto.
—¡Por supuesto que sería distinto! ¡Tendrías que soportar a las cinco
hermanas de lord Nottingham!
—¡Al menos tendría un esposo! —reprochó Emma con el mismo ahínco
que su madre.
—¿Qué son esos gritos? A este paso el vecindario se enterará de que esto
es un gallinero —espetó el señor Malorie que se dignó a intervenir después
de escuchar cómo su esposa y su hija estaban a punto de desollarse.
—Sería un mal matrimonio —insistió la madre.
—Al menos sería un matrimonio... —replicó ante la respuesta de su
madre.
—Tu hija es una desagradecida. Hoy tiene una nueva oportunidad de
pescar a un buen candidato y olvidarse de lo que no fue —continuó la
señora Malorie esta vez dirigiéndose a su esposo.
—En caso de que no resulte, siempre está la propiedad que compré para
Emma. Considero que no deberían pelear más por el mismo asunto. Si
nuestra hija se queda solterona, no nos queda otra cosa que hacer. Nadie
más será perjudicado.
—Será perjudicada, claro que sí. Si te mueres, ella se queda en la calle
por más propiedades que le otorgues y lo sabes. No puedes esconder el
polvo bajo la alfombra, querido. Emma tiene que casarse y esta vez lo
logrará. Por más ingrata que sea, no se morirá de hambre, lo juro por mi
vida.
—Iré a preparar mis baúles —masculló Emma, enfurecida.
Ella se retiró con premura. Su madre era más cínica de lo que pensaba.
Esa señora tenía al menos el mayor porcentaje de culpa en su fracaso. Tanto
William como Emma morían de vergüenza al saber que la mujer se
encargaría de obligarlos a bailar y a pasear. Por esa causa tenían tales
hábitos que habían permanecido inquebrantables hasta que el marqués dijo
que sería la última vez que estarían juntos.
Tal vez si tanto su madre como ella, hubieran sido más inteligentes cinco
años atrás, era probable que se hubiera convertido en la marquesa, pero el
hecho de sentirse obligados a convivir lo único que causó en ellos fue un
rechazo mutuo.
Esperaba que los mismos errores no la persiguieran en su nueva
empresa. Si lord Melbourne le insinuaba algo, se arrojaría a sus brazos y
hasta le declararía un amor que no existía con tal de atraparlo y tener un
esposo. A esas alturas quién fuera el marido no importaba, lo único
importante era estar casada y cumplir con lo que se esperaba de ella. No le
deseaba a nadie la cruel soltería, era la enemiga de la felicidad y más si
terminaba destinada a permanecer con sus progenitores.
Capítulo 8
Sin dudarlo ni un segundo sonrió al ver que ella sonreía, aunque con un
rostro un poco preocupado. También decidió que se acercaría a Emma para
poder conversar con ella. Era su oportunidad perfecta para que se acercaran
y él no solo pudiera decirle algo que lo tenía mortificado, sino que se
permitiría disfrutar de la compañía que siempre perseguía.
Tomó impulso para dejar a Scott e ir por el sendero que lo llevaba hacia
ella; sin embargo, frente a William se había colocado la gran figura del
conde de Melbourne para aventajarlo.
Emma vio que lord Melbourne caminaba hacia ella como lo hacía el
marqués. ¡Dios, se le estaban juntando los problemas! ¿Qué haría en ese
momento? ¡Lo evidente! Darle su atención al caballero que no la había
desechado como si ya no sirviera. Tan rápido como sus pensamientos la
invadían ella colocó una sonrisa en su rostro para que el conde supiera que
estaba complacida con su caballerosidad. Además, deseaba que William se
alejara para no distraerle ni hacerle perder el tiempo.
—Lord Melbourne —dijo animada y sonriente sin dirigirle la mirada a
William. Ella extendió la mano para que Frederick la besara.
—Señorita Malorie... No había tenido demasiadas expectativas al venir
aquí; sin embargo, ahora estoy más que feliz de no haber faltado —
correspondió Frederick que plantó un beso al dorso de la mano de la joven.
Estaba asombrado por su cambio y por lo que un escote distinto podría
hacer.
William resopló por la frustración al ver lo que estaba sucediendo.
Emma estaba coqueteando con ese salvaje.
—Supongo que desistirás del asunto de salvar a la señorita Malorie, ¿no
es así? Porque a mi parecer no tiene muchas ganas de ser salvada —musitó
Scott que se acercó a William que se había escapado en un descuido.
—Por supuesto que voy a hacerlo. Observa como está a punto de entrar
en el escote de la señorita Malorie... —alegó el marqués, indignado.
—Yo haría lo mismo con una dama soltera. Esto hace que la decisión de
ese conde sea más rápida para contraer matrimonio con la señorita Malorie.
Una mujer bella, solterona...
—Scott, tú solo echas aceite en mi lámpara. No me provoques...
—No debería molestarte que tenga un pretendiente. Tú pudiste ser ese
caballero, pero nunca quisiste, William. Deja que en este momento todos
los buitres de este salón sobrevuelen a esa joven. Además, no significa que
se casarán con ella. Te saldrán pústulas por los nervios.
—Me ha ignorado cuando nunca antes se había atrevido a hacerlo.
William todavía no daba crédito a todo lo que estaba viviendo. Emma lo
había abandonado para darle sus atenciones al recién llegado a su vida. Era
evidente que se encontraba desesperada para arrojarse a los brazos de
alguien que seguía matando a su comida en una cena elegante. La situación
era comprensible. Cinco años de soltería no eran agradables para alguien
que entre confesiones le había dicho que deseaba casarse, pese a no haberlo
conseguido en años. El conde de Melbourne debía representar el agua en el
desierto para ella y no dudaba que lo tomaría como su salvación. Quizá él
también lo haría si estuviera en la misma situación, pedo no se permitía
considerar a alguien como ese caballero para estar con Emma. No, Emma
no se arrojaría al abismo de esta manera. Si bien, no eran los mejores
amigos, no significaba que la dejaría cometer una tremenda tontería.
Sin disimular su desagrado, él buscó la mirada de Emma, que lo ignoró
con gran éxito. Ni siquiera volteó a saludarlo después de la primera mirada
que se habían dado mientras ella bajaba la escalera. Ver que aquel
sinvergüenza le besaba la mano, le miraba el busto y casi introducía su nariz
en su escote escandalosamente, representaba una tortura.
No los dejaría respirar tranquilos, los seguiría hasta que sintieran su
presencia. Que fueran a lugares oscuros podría ser preocupante y su
objetivo era evitarlo a toda costa.
De reojo, Emma podía distinguir que el marqués no estaba feliz por
haber pasado desapercibido para ella. Le había dado un golpe directo a su
ego. Por un lado, se sentía satisfecha, aunque la otra parte deseaba correr
junto a él, darle un saludo agrio y comenzar una plática que se extendería
por horas junto a varias copas de vino que acabarían en medio de sus
amplios intercambios de opinión.
La señora Malorie seguía a su hija y celebraba su determinación para
ignorar al marqués. Ya había sido suficiente el tiempo que ese hombre había
consumido a Emma como una sanguijuela. Sus ojos estaban abiertos en esta
ocasión al igual que los de Emma. Le había dado fin a sus ilusiones de que
Emma fuera la marquesa de Asthon, ella se convertiría en la condesa de
Melbourne y lo podía oler, al igual que el mal ánimo de lady Kirby. Esa
mujer se ahogaría en su saliva una vez que Emma consiguiera la propuesta
de su sobrino, ya podía saborear esa victoria como una bofetada en su rostro
por hacerlas de menos y mirarlas por sobre el hombro.
—Señora Malorie —llamó William a la madre de Emma.
—¡Oh, su señoría! —replicó la señora fingiendo estar sorprendida—. Es
un gusto verlo, al igual que a milord —siguió, refiriéndose al conde de
Felton.
—¿Con quién está Emma, señora Malorie? —preguntó el marqués
fingiendo desconocimiento.
—Es el sobrino de lady Kirby, lord Melbourne.
—He oído hablar de él y no ha sido muy grato lo que escuché...
Estaba dispuesto a inventar cualquier cosa con tal de que Emma se
alejara de ese caballero.
—¿Dígame qué ha oído? —La señora Malorie no era tonta. Escucharía y
luego evaluaría la situación.
—Barbaries de este barbaján —respondió de inmediato—. Es un hombre
que gusta de clubes baratos y que busca mujerzuelas en esos lugares...
La madre de Emma ni siquiera movió un músculo de su rostro. Le
parecía una completa tontería.
—Señoría, eso no es ni siquiera la mitad de lo que se dice de usted.
También, todos los caballeros tienen sus secretos a voces. El conde de
Melbourne no será la excepción ni la perfección, es solo una oportunidad
para Emma. Siendo usted un amigo de ella, debería apoyarla dándole un
consejo para que lo conquiste.
El marqués no podía creer cómo la señora Malorie estaba dando vuelta la
situación a su favor. ¡Jamás le recomendaría a nadie para Emma! ¡Qué
ridiculez!
—Primero estaría muerto antes de desearle el mal a la señorita Malorie
—aseguró ofendido por las palabras de la mujer.
—Es peor para ella estar soltera. Un esposo, por mujeriego que este sea,
es un esposo. Solo alguien que no puede ver el sol piensa como algo malo
un marido de esos. Son los mejores, pues nunca molestarán.
La mente de William comenzaba a marearse al responder varias
preguntas de las que tenía acerca de los pensamientos de Emma. Frente a él
estaba la razón de las tonterías de la joven.
—No creo que él sea lo que desea la señorita —insistió.
—¿Considera que a estas alturas todavía puede importar lo que desea
sobre lo conveniente? Déjeme decirle que no. Ella es mucho más inteligente
que hace unos días atrás, al igual que usted: los dos han escogido el camino
del que nunca debieron desviarse. Emma busca un matrimonio al igual que
su señoría. Espero que lord Felton tome esa determinación muy pronto. Se
dará cuenta de que tener una esposa es lo mejor que le podría ocurrir.
—Por supuesto, señora Malorie, por eso estoy aquí —habló Scott para
agradarle a la mujer y no hacer discusiones innecesarias como las que
realizaba William con imprudencia. La mujer había arrastrado al marqués
entre las patas y después le pasó un carruaje encima al decirle que tanto ella
como él iban por el camino correcto.
—Si me disculpan, iré a saludar a algunas amistades, mientras mi
querida Emma pasea con el conde. Espero que después todos ustedes
puedan divertirse con los juegos que ha preparado lady Kirby.
Tanto William como Scott despidieron a la mujer con una inclinación de
cabeza.
—¿Por qué das la razón a una mujer que carece de ella? —increpó
William a su amigo.
—No discutiré con una mujer. Tengo muchas posibilidades de perder en
esta ocasión. Hay que saber escoger las batallas para pelear, esta era para
retirarse con honor. No me avergonzaría como tú. La señora te ha dado una
bofetada con guante blanco por la insinuación que te ha hecho. Ha sido
genial y no ha guardado nada con respecto a que tú hiciste que su hija
perdiera el tiempo. Siento admiración por ella.
Él no sabía si tenía un amigo o un enemigo junto a su persona. Scott se
había convertido en la voz de su conciencia, a la vivió ignorando; sin
embargo, sentía que podían acusarlo de cualquier infamia, salvo de
frecuentar mujerzuelas, era bastante delicado con ese asunto, no quería
contagiarse de sífilis por andar de picaflor en donde no debería, eso se lo
dejaba a las clases menos acomodadas.
Su amigo el conde de Felton fue abordado por unas matronas. A él se lo
notaba cómodo y sereno, con su arma más certera en la lengua: la
diplomacia. En cambio, William hacía lo mismo de siempre. Se colocó en
un rincón, cogió una copa y se dedicó a mirar el salón como si fuera el
anfitrión. No perdía de vista a Emma que se deshacía en sonrisas para el
conde de Melbourne. No la había visto sonreír tanto en esos tiempos, salvo
cuando se sentaba para hacer divertidas pláticas navideñas con las hermanas
de Spencer o hacer chascos junto a la señorita Harting.
Sobre la compañía de Emma podía decir que aquel no era alguien
refinado. A medida que más lo veía, más rechazo sentía por él, puesto que
no se comportaba como un aristócrata común lo haría. No mantenía una
distancia prudente de Emma y esto no ayudaba a la reputación de una dama.
Que no tuviera un título de cortesía no la habilitaba a vivir a sus anchas de
una manera tan grotesca aceptando cortesías de un orangután.
A Emma la sensación de cuchillos clavados en su espalda no le
desaparecían. Sentía temor de mirar a su alrededor y distinguir que William
la estaba atravesando. ¿Sería posible escapar de él durante esos días que
estarían ahí?
—Señorita Malorie, hoy mi tía me ha hecho un comentario sobre usted
—comentó Frederick—. Le hablaré con la verdad, pues a mí no me mueven
los convencionalismos de Londres, sino que más bien lo hace mi
conciencia.
—Creo que su tía pudo haberle dicho que me agrada quedarme en un
rincón con cierto caballero...
—El marqués de Asthon...
—No hable muy fuerte o lo atraerá y no podremos librarnos de él —
alegó Emma entre broma y realidad.
—Me dijo que...
—Se dicen muchas cosas sobre él y yo, pero le digo que ninguna de ellas
es cierta. Absolutamente ninguna. Solo fuimos dos personas incapaces de
encontrar algo mejor que hacer que molestarnos de mutuo acuerdo. Mi
querida prima Victoria está casada con su amigo, por eso tenemos mucha
comunicación y nada más.
—Lo suponía. Mi tía fue un poco malintencionada con sus palabras.
—No me sorprende. Me ha mirado de pies a cabeza desde que estoy aquí
con usted.
—También hay otra persona que no le ha quitado los ojos de encima —
indicó Frederick con un gesto de cabeza refiriéndose a William. Aquel lo
había notado desde hace tiempo rondándolos como una rata.
Las mejillas de Emma se tiñeron con un ligero tono colorado. Al parecer
todos se darían cuenta de que el marqués no podía ocultar su mirada y
tampoco su locura.
—Él es el marqués de Asthon... —contó la señorita.
—Debería ir a saludarlo siendo amigo suyo.
—Yo creo que...
—Es bueno que lo salude. Supongo que la mira de esa manera porque yo
la he acaparado desde que entró al salón. La acompañaré a hacerlo.
Emma se sentía presionada y acorralada. No quería saludar al marqués,
pero el conde no le daba otras opciones. Lo que menos deseaba era estar a
su lado para conversar, ya que era probable que se perdiera en medio de la
conversación y que terminara prestando más atención a William que a
cualquiera como siempre había ocurrido.
Capítulo 12
Las palabras que salían de la boca de William con tanta rapidez no eran
entendibles para Emma, porque parecía que él hablaba tonterías o cosas sin
sentido alguno.
—¿Cómo? —preguntó confundida.
—No quiero repetir todo eso, señorita Malorie. Quiero decirle que no
soporto verla cerca de lord Melbourne y menos saber que este intentó
besarla. Quiero pensar que ha sido en contra de su voluntad.
—Yo quería el beso que lord Felton interrumpió. Sería el primero de mi
vida. Si lord Melbourne no se casa conmigo, al menos tendría la certeza de
lo que era un beso. Sigo viviendo de la misma manera que antes.
—¿Quiere un beso?
—Por supuesto que sí...
—Entonces yo se lo daré.
William se bajó el pañuelo de su nariz y de sus labios para después
levantar el mentón de Emma que se encontraba tiesa, observándolo con
total desorientación.
Cuando los labios de William se pegaron a los de Emma, sin darse
cuenta ella comenzó a derramar pequeñas lágrimas. Este instante era el más
anhelado de su vida y ella misma no lo había descubierto hasta que ocurrió,
el marqués la estaba besando. Con lentitud la obligaba a abrir los labios
para que dejara pasar su lengua y pudieran unirse en un encuentro
inesperado. Su cuerpo se llenaba de extrañas sensaciones y se estremecía al
sentir que una de las manos de William se dirigía a su cintura para posarse
ahí.
Para William aquel beso era algo nuevo. Si bien había besado a
demasiadas mujeres, este se sentía distinto, pues no involucraba solo al
ámbito sexual, sino que más bien a algo sentimental. Al besarla sentía como
un regocijo en su pecho. Sin darse cuenta estaba a punto de perder a la
mujer que él esperaba. Al profundizar el beso, William nublaba su mente,
porque comenzaba a acariciar la figura de Emma a través del camisón de
algodón que ella llevaba puesto. Era tan inapropiado que ambos estuvieran
en una situación semejante, pero no le importaba, ya que se sentía
inmensamente feliz y tranquilo al estar en su compañía.
Ambos estaban perdiendo el control sobre sus propios deseos. Emma
también comenzaba a aferrarse al marqués, no quería soltarlo, tanto, que le
clavaba las uñas en el cuello por temor a que ese acercamiento terminara.
Su primer beso fue maravilloso. Todo su cuerpo se hallaba envuelto en
plenitud.
Sin darse cuenta, ella había quedado atrapada contra el dosel de la cama,
a merced de los deseos de William. Él la movió un poco al costado, la tomó
de la cintura y con cuidado la depositó en la cama sin dejar de besarla.
Su peso entero estaba sobre Emma. Él no quería liberarla, deseaba
asfixiarla con su boca y con sus atenciones físicas. Su miembro se había
endurecido como no lo hacía desde tiempo atrás. Con una mano libre
levantó el camisón de Emma y comenzó a apretar el muslo de ella con
emoción. Ya su mente había dejado el sentimentalismo de lado, en ese
momento se encontraba ardiendo por ella y quería hacerle saber cuánto le
agradaba. ¿Cómo había sido posible que en esos años no hubiera intentado
un acercamiento con ella? Al menos de cualquier tipo. Él no lo había visto
posible, porque Emma nunca había demostrado interés por su persona o al
menos una insinuación. Siempre había sido respetuosa y comedida.
Mientras besaba a William, Emma abrió los ojos hasta casi el punto de
desorbitar sus globos oculares. Sentía que la mano del marqués apretaba
con fuerza su pierna y hacía un movimiento rítmico sobre ella hincándole
algo en el vientre. Quería negarse a todo, pero no podía, su voluntad se
cumplía y por eso no podía ser tan tonta de dejar pasar esa oportunidad.
—Emma... —pronunció el marqués tuteando a la joven sin darse cuenta.
Ella solo respondió con un gemido—. Algo ocurre entre nosotros, algo
inexplicable y que me lleva a desearla en mi cama.
La joven no podía mantenerse indiferente ante tal afirmación.
—Quiero saber lo que significa eso para usted —pidió esperanzada.
Quizá él también la quisiera.
—Quiero poseerla. Me estoy muriendo por hacerlo —replicó el otro sin
entender bien lo que ella buscaba.
—¿Qué significa para usted la cama?
—Felicidad para ambos...
Emma comenzó a enfadarse y lo alejó un poco.
—¿Acaso piensa que no sé lo que significa la cama? Ya no soy una tonta
debutante. Sé de todo lo que me he perdido por no estar casada. Que usted
duerma aquí lo único que haría es ensuciar mi buen nombre. Yo solo me
entregaré al que será mi esposo. A usted lo conocen todos por ser un
calavera o al menos lo fue en sus mejores tiempos. ¿Me veo tan
desesperada por caer en esto?
Tanto William como Emma se enfriaron en ese instante. Ella se había
encargado de arruinarlo todo con sus preguntas.
—No sé lo que ocurre conmigo, Emma, solo puedo pensar en usted —
respondió.
—¿Es suficiente para que usted sienta algo por mí y quiera casarse
conmigo?
Él tragó saliva y comenzó a dudar de sus convicciones y de todo lo que
suponía. ¿Era suficiente para casarse?
—Es probable que sí, pero no lo sé.
—¿Es probable? Ni siquiera lo sabe con certeza. Para mí fueron años
perdidos a su lado. Años en que algo dentro de mí se aferró a usted. Hoy
puedo confirmar otra vez que no hemos nacido el uno para el otro. Si así
fuera, no tendría dudas de que yo debería ser su esposa. Le pido que se vaya
de mi habitación... —mandó, alejándose de él. Ni siquiera se le había
ocurrido que el marqués pudiera salir por la puerta, abrió la ventana con
rapidez.
—¿Entonces siempre me ha querido, Emma?
—De nada sirve que le diga algo. Le pido que me deje en paz. Si no me
ofrece nada, buscaré a alguien que sí lo haga. Es lo que estoy haciendo,
tarde, pero lo hago. Lord Melbourne es mi esperanza. Con usted todo ha
muerto.
—Le pido tiempo para discernir mis sentimientos, por nada del mundo
se arroje al vacío de manera precipitada.
—¿De manera precipitada? ¿Se oye? He perdido mi juventud por tonta,
por esperar algo que no llegaba, su señoría, quizá por eso lo considero mi
enemigo.
—Emma...
Él quiso acercarse, pero alguien golpeaba la puerta con insistencia.
—¡Escóndase! —ordenó Emma, nerviosa. No podían ver al marqués de
Asthon en ese lugar.
—Aquí no hay un lugar en el cuál esconderse.
—¡Hágalo o lo casarán con la vecina!
William comenzó a buscar un lugar con prontitud. No quería que lo
casaran con la extraña de la habitación contigua. Se colocó tras el biombo.
—¡Emma! —llamó la señora Malorie, desesperada.
—¿Qué ocurre, madre? —interrogó Emma al abrir la puerta.
—¡Menos mal que estabas encerrada, Emma! ¡Un caballero ha entrado a
la habitación de lady Úrsula! Dice que se ha metido por la ventana.
—Pero ¿cómo ha podido hacerlo? —indagó fingiendo curiosidad. Ella
ya sabía quién era el villano.
—No lo sabemos. Debe tener buenas dotes de simio. Alguno de los
caballeros debe estar muy desesperado para atreverse a comprometer la
reputación de la dama.
—¿Le hizo algo?
—No, no le ha hecho nada malo. Salió corriendo al verse descubierto en
su fechoría. Yo creo que es un cazador de dotes. Oh, querida, escóndete de
ese sinvergüenza, está en esta casa, entre todos nosotros.
—¿Y no es mejor que entre a mi habitación? Así podría asegurar que me
casaré sea con quien sea. Lo importante a estas alturas de mi vida es un
esposo.
—Un esposo bueno, no alguien que te usará y luego te hará vivir
penurias. Me quedaré contigo toda la noche para cuidarte. Espero que lady
Kirby tome acciones y comience a buscar a todos los caballeros, habitación
por habitación...
El corazón de William estaba en su garganta. Si sabían que él había sido,
lo casarían con lady Úrsula y ni siquiera sabía quién de todas era las damas
era ella. Tampoco podía huir si la madre de Emma se quedaba en ese lugar.
—No hace falta, madre. Yo puedo quedarme encerrada aquí como estaba
antes de que usted llegara.
—No, no, querida, prefiero prevenir que lamentar. Nadie sabe en qué
otra habitación pudo haberse metido el caballero.
Las cosas se complicaban para Emma y William. ¿Qué haría para sacarlo
del lugar? Tenía que idear algo pronto.
—Por tantos nervios creo que necesito un té, madre. ¿Podría pedírselo a
alguien? A alguna criada del pasillo.
—Oh, Emma. Está bien, pero regresaré. Tú enciérrate como puedas. Qué
barbaridad, este mundo cada vez está peor —dijo la señora Malorie antes de
salir de la habitación.
Una vez que la mujer se fue, Emma cerró la puerta con llave.
—No me voy a casar con lady Úrsula, ni siquiera sé quién es —farfulló
el marqués.
—Le conviene casarse con ella. Es de la aristocracia como usted.
Además, está buscando una esposa a su altura...
—Nos volveremos a encontrar, Emma. Ahora estoy un poco urgido por
no ser encontrado.
Él se acercó a la ventana y consideró la altura. No tenía tanta
tranquilidad como hacía tiempo atrás.
—Le dolerá —aseguró Emma que también miraba al suelo desde la
ventana.
—Si lo hago hábilmente...
—No tiene mucho tiempo para pensar en ser hábil o no.
Al terminar de decir eso Emma empujó al marqués que casi cayó parado
como un gato, pero en realidad lo había tirado de cara al suelo. Eso lo debía
a su enfado por haber sido rechazada sin palabras concretas, pero rechazada
al fin de cuentas.
William intentaba despegarse del césped. Juraba que tenía cosas entre los
dientes. Emma lo había empujado sin consideración alguna. Al parecer no
le había agradado su falta de explicación respeto a sus pensamientos sobre
las razones por las cuales no respondía a ciertas preguntas. ¿Cómo le diría
que parte de él tenía prejuicios contra la hija de un comerciante? No era
culpa suya, fue criado de esa manera por su padre, aunque su madre y
abuela eran más abiertas con una señorita con recursos, aunque sin sangre
noble. Tal vez eso influyera en el trato que habían tenido durante esos años.
La ambición que había visto en el rostro de la señora Malorie en el pasado
era el que lo mantuvo espantado por siempre presionarlo y también a
Emma, mas después las cosas se habían calmado.
Con todo el cuerpo sucio y dolorido, William comenzó a correr hacia el
lado que les correspondía a los caballeros. Había tanto movimiento en la
casa que temía que lo descubrieran.
—¿William? —interpeló lord Felton al ver a su amigo corriendo.
—¡Scott! Escóndete...
—¿Por qué?
—Larga historia. Tú no me has visto, ¿entiendes?
—¡Por lo menos explícame qué ocurre!
—Entré por la ventana equivocada y no me quiero casar con la mujer
equivocada. Te pueden culpar de eso si llegan a verte.
—Pero...
—¡Por un demonio, no hay tiempo!
El marqués siguió su camino ante la mirada de Scott. Vio a su amigo
escalando la pared como un experto.
Cuando William estuvo en su habitación, intentó lavarse las manos, el
rostro, cambiarse la ropa llena de tierra y ponerse un camisón. Esperaba que
Scott pudiera salvarse de contraer matrimonio con alguien desconocido.
Por la mañana y después de todo el alboroto de la noche, Scott cogió a
William por el brazo y lo llevó a un lugar.
—¡Por poco me casan con una tal lady Úrsula! —exclamó Scott,
agitado.
—Lo bueno es que me dices que fue por poco, entonces significa que te
has salvado.
—Me he salvado, porque un mozo me ha visto caminar por las
caballerizas...
—¿Qué hacías en las caballerizas?
—No, esa no es la pregunta. ¿Qué hacías tú entrando por las ventanas
como un chimpancé?
—No podía pasar por el pasillo para llegar hasta la habitación de Emma
y por eso tuve que hacerlo... Es todo por tu causa. Quedé alarmado con lo
del beso.
—¡Pero no es motivo suficiente para la tremenda locura que has hecho!
Asustaste a las damas y dejaste la reputación de los caballeros por el piso y
yo he sido el que peor ha quedado.
—Fue una terrible equivocación, lo sé, pero si tú estás salvado y no has
dicho que me viste, yo también lo estaré...
—Debí delatarte por hacer cosas indebidas.
—Sí, fue indebido. Besé a Emma y quise hacerle el amor, pero no me ha
ido tan bien, ella quiere matrimonio.
—¿Qué más piensas que quiere? ¿Dinero? Eso no le falta, necesita un
esposo y si no eres tú, será otro. No se pondrá exquisita a estas alturas de su
vida, solo tú alargas tu agonía en lugar de pedirle que se case contigo.
Capítulo 19
Para Emma la mañana sería muy difícil. Tenía la mente en otro lugar y
mucho de eso era a causa del pedido que le había hecho William de no
tomar ninguna decisión, aunque tampoco tenía nada por lo cual decidirse.
El beso que él le había dado avivó en ella una luz de esperanza en ese
sentimiento que buscaba enterrar de la forma que fuera.
Aún con tantas distracciones ella pudo bajar las escaleras junto a su
madre que no se había despegado de su presencia en toda la noche. Cuando
Emma distinguió al marqués conversando enérgicamente con el conde de
Felton, sintió que su rostro se calentaba y enrojecía. No solo había sido un
beso, él quiso más de lo que ella estaba dispuesta a ofrecer. William no la
quería de la misma manera, tal vez ella se conformara con ser su esposa,
pero no con entregarse a cambio de una ilusión. No era una debutante que
caería en cualquier artimaña, ya tenía experiencia y edad suficiente para
estar advertida sobre los comportamientos masculinos.
—Buen día, señorita Malorie —saludó Frederick, sonriente—. Hoy es un
bello día, aunque un poco nublado.
—Buen día, milord —saludó y apresuró una reverencia al igual que su
madre—. Todavía no he podido mirar fuera de la casa...
—Escuché lo que ha ocurrido por la noche —comentó el conde.
—Oh, fue algo tan horrible —opinó la señora Malorie exagerando la
situación.
—He sabido que la reputación de una dama ha quedado comprometida.
Se ha dicho que fue lord Felton quien entró a la habitación que está junto a
la suya, señorita Malorie.
—¿Lord Felton? No fue lord Felton —replicó Emma sin darse cuenta.
—¿Entonces usted ha visto al caballero? —preguntó lord Melbourne,
curioso.
—No he dicho eso —rio Emma, nerviosa—. Solo digo que lord Felton
es incapaz de hacer algo así. Siempre ha sido un caballero respetable.
—Es cierto. En el poco tiempo que conozco a lord Felton, puedo decir
que tampoco creo que él fuera el intruso. ¿Quién sería tan demente para
trepar las paredes y entrar a una habitación?
—Alguien desesperado, milord, por supuesto. Le he dicho a Emma que
se quede conmigo. Puede ser un cazador de dotes. Ningún caballero es
confiable, más que usted —respondió la señora Malorie.
Emma conocía al demente. El pobre marqués en un acto de locura y
desobediencia hizo caso a su profundo rechazo hacia el conde de
Melbourne. No quería que ella estuviera con él. Le resultaba un acto egoísta
de su parte que no quisiera verla feliz. Quizá el marqués exteriorizaba lo
que ella no quería. Emma tampoco quería verlo casado, pero no podía
obligarlo a que la quisiera o la prefiriera sobre mujeres más bellas y de más
clase social que la simple hija de un comerciante sin sangre de la
aristocracia en sus venas.
Todos fueron a desayunar al comedor. Dentro no se habían hecho esperar
los chismes y teorías. La mayoría decía que el asunto de la ventana era para
robar alguna joya y que solo un criado pudo entrar por ahí, pues un noble
no se atrevería a algo semejante. También se hablaba de lord Felton, mas
toda persona que lo conocía ponía las manos al fuego por él. Los asistentes
no sospechaban que había sido el marqués de Asthon en su faceta más
demente.
—Hoy pienso invitarla a cabalgar, señorita Malorie, por eso he reservado
dos caballos. En esta ocasión mi tía no logrará dejarla fuera del paseo. Solo
nos quedan dos días aquí y usted no ha salido a conocer los bellos paisajes...
William no decía mucho, se centraba en escuchar. Él no se delataría en
sus próximos planes, porque tampoco sabía qué haría. Conversar con Felton
le había hecho pensar en que era mejor arriesgarse a un matrimonio con
Emma que con cualquier otra mujer. Con ella alcanzaba un nivel de
entendimiento que ninguna otra lograría. Le llevó un tiempo imprudente
darse cuenta de que siempre había tenido a la mujer perfecta, bailando,
caminando, cenando y riendo con él, pero sus propios prejuicios habían
puesto un vendaje sobre sus ojos, impidiendo que viera la que tenía a su
lado.
Él vio salir a Emma en compañía de los demás para coger un caballo.
William se quedaría junto a Scott por el daño moral que le había provocado
por su mal paso la noche anterior. Además, recordaba que Emma no lo
consideraba alguien merecedor de respeto después de haberlo empujado con
maldad y alevosía desde la segunda planta de la esa residencia. Todavía se
preguntaba cómo pudo haberse equivocado de ventana siendo que Emma le
señaló cuál era. Todo ese error desencadenó en aquel problema.
***
Emma por fin consiguió un caballo. A lady Kirby no le había agradado
ver a su sobrino tan servil con ella. Para su buena fortuna, la anfitriona no
iría con ellos al paseo al campo. Por el camino varias damas y caballeros se
desviaban del camino, y pese a que Emma y Frederick seguían lo trazado, él
le indicó un lugar con una seña.
—Cuando vine la primera vez por aquí, quité ese gran tronco... —contó
con orgullo.
—Con usted sería un gusto perderse. ¿Qué más sabe hacer? —inquirió
Emma, sonriente. No le faltaba buen ánimo para una conversación.
—Soy buen herrero, leñador, domador, comerciante, aunque un pésimo
conde como puede verlo. No soy un noble de buena educación o con
grandes conocimientos de política y economía. Hago lo que quiero sin
dañar a nadie. Me gustan los paseos a caballo... Mi mundo es sencillo y yo
soy fácil de comprender.
—Entre todos los que están aquí, usted es el más respetable y
caballeroso. Carecer de una educación en Eton no lo hizo menos persona.
Lo admito por la confianza que tiene en sí mismo. Quisiera ser tan confiada
como usted. Me siento ingenua y sin mucho que entregar entre tanta
aristocracia. Su tía no me quiere y tiene sus razones. Entre ellas está lo que
piensa de mí y mi origen.
—Ella es clasista. Por esa razón mi padre decidió alejarse de su familia.
Nunca aceptaron a mi madre, pero él era feliz. Yo haré lo mismo, escogeré a
la mujer que será mi esposa.
—Será una joven afortunada...
—Señorita Malorie, ¿le importaría ser esa mujer afortunada?
Frederick bajó de su caballo y ayudó a Emma a desmontar del suyo. La
joven parecía un poco aturdida por lo que le había dicho, pero no deseaba
retroceder en lo que ya había iniciado. Quitó un anillo de su bolsillo y se lo
enseñó a Emma.
Emma no alcanzaba a dimensionar lo que ocurría. Al ver esa esmeralda
empotrada en un anillo entendió que su pregunta se refería a si se casaría
con él. ¿Qué debía hacer?
Tenía en su cabeza lo que William le había dicho, pero debía ser
racional: él no la quería de la misma manera y no estaba dispuesto a pedirla
en matrimonio. No había otro camino más que ser esposa de lord
Melbourne. Ser lady Melbourne no sonaba mal, para nada, en comparación
con la eterna y solterona señorita Emma Malorie. Adiós, soltería, adiós
soledad, sea bienvenida esa propuesta salvadora.
—Lord Melbourne...
—No hace falta que me conteste en este instante por si desea conversar
con su familia o si quiere que yo lo haga...
—Antes de que se arrepienta quiero decirle que sí acepto ser su esposa
—dijo sonriente.
Él también sonrió y, pese al guante de cuero que tenía para montar, de
igual forma le colocó el anillo.
Ella todavía estaba incrédula ante lo que ocurría. Un anillo en su dedo
cambiaba todo su futuro. Tendría hijos, una casa, un esposo y la vida que
estaba destinada para alguien con su costosa educación. Ya quedarían atrás
los suspiros, ilusiones y lágrimas que le había dedicado a William en esos
años perdidos. Dios demostraba que todavía era digna de compasión para
considerarse afortunada por ganar el afecto de un caballero de tan alto valor
como lord Melbourne.
—Me hace muy feliz que acepte mi propuesta —alegó contento—. Por
fin podremos comenzar a hacer planes. Espero que mi propiedad sea de su
absoluto agrado.
—Lo es sin que la conozca... A su lado las cosas serán perfectas. A lady
Kirby no le gustará saber que le pidió matrimonio a una solterona.
—Quien se casará seré yo y no ella. Será mi esposa y no de ella. No
tenga miedo o vergüenza de una persona como mi tía.
El conde cogió ambas manos de Emma y se las llevó a los labios para
besarlas de manera intercalada.
—¿Le molestaría sentarse en el tronco? —indagó Frederick.
—Es lo más cómodo que he visto jamás...
La joven peleaba con sus sentimientos interiores. Se sentía feliz, aunque
también la invadía una tristeza sin precedentes. Se daba cuenta de que ese
era el verdadero fin de su relación con el marqués de Asthon. Ese beso que
se dieron la noche anterior había sido el último suspiro de un afecto infértil.
Al menos moriría sabiendo lo que había sido el toque de sus labios y el
goce efímero de ese acercamiento. Otra boca la besaría y otro le pediría
acostarse juntos. William había quedado tan fuera del juego que ambos
habían inventado. El odio jamás había existido, sino que era el vivo reflejo
de un sentimiento sin realizar.
En aquel tronco se quedaron a conversar por un tiempo. El conde de
Melbourne tenía muchos planes en su cabeza y comenzaba a compartirlos
con ella. Frederick la veía de la misma manera en la que su padre se había
enamorado de su madre. Ambos eran opuestos y sabía que esa era la forma
perfecta de encontrar la felicidad.
Frederick le dijo que durante la noche tomaría la palabra en la cena para
anunciar que estaban comprometidos. Emma solo tenía que comunicarle
aquello a su madre para que estuviera al tanto de lo que ocurriría.
—Volvamos a la residencia —pidió Frederick—. Me queda hacer varios
favores a mi tía.
—Lo que hace es que usted impresione a las damas con su salvajismo...
—¿No se siente impresionada por mi salvajismo?
—Mucho, milord, pero eso no lo deben saber más personas que usted y
yo. Quisiera quedarme aquí un momento antes de regresar. No sabe lo que
significa este anillo para una solterona.
—Era el anillo de mi madre, cuídelo mucho...
—Así lo haré.
Dejó que lord Melbourne se fuera al lomo de su caballo, mientras el de
ella quedaba pastando cerca de Emma.
Sus ojos no se despegaban de la piedra verde en la que se reflejaba. Una
lágrima traicionera cayó sobre la esmeralda y ella la limpió de
inmediato.Estar comprometida era un sueño. Lo había conseguido, pero a
costa de que su amor terminara sepultado por sus anhelos. No lamentaba su
suerte, porque ella misma había forjado su destino con su capricho y con
sus esperanzas. Solo un desconocido podría verla entre tantas personas que
acostumbraban a distinguirla en la compañía del único hombre al que
conocía y al que era asidua: el marqués de Ashton. Lord Melbourne había
llegado para romper el molde de la sociedad. Alguien diferente podía
reconocer a su similar. Sería feliz, algo en su pecho se lo decía. Los
próximos días serían de dolor y luto, pero el futuro estaría lleno de risas y
alegría.
Las nubes sobre ella amenazaban con descargar su furia en el campo. Al
darse cuenta de ello, Emma subió a su caballo para regresar a la casa de
lady Kirby.
En las caballerizas, William estaba preocupado por ella. Había visto al
conde volver sin la compañía de Emma.No podía evitar pensar en que aquel
le había hecho algo. Primero un beso y después... ¡Debía alejar esos
terribles pensamientos de su mente! Él estaba dispuesto a tomar un caballo
e ir a por ella; sin embargo, eso no hacía falta. Al igual que la lluvia llegaba
ella también lo hacía.
Quería acercarse, aunque no sabía qué decirle. No quería que ella le
diera un zarpazo con su fusta, mas se atrevería a hacerle conversación.
Emma descendió de su caballo y vio a William acercándose.
—Buen día, Emma —saludó William.
—Buen día, señoría, ¿cómo lo trata la vida? —preguntó refiriéndose a la
noche anterior, mientras ella ocultaba el anillo con su otra mano. No quería
que él lo viera.
—Quería conversar sobre lo que ha ocurrido anoche y decirle que he
cambiado de opinión sobre un par de cosas que he dicho.
—Su señoría, ya no quiero conversar con usted sobre nada. Me limitaré a
mantener una relación cortés con usted... Ahora si me deja, iré a mi
habitación.
Capítulo 20
Ante los ojos de William, Emma lo había tratado con demasiada dureza,
sin contar que no se comportaba de forma normal. Ni siquiera le había
dirigido la mirada parecía nerviosa y esquiva.
La vio retirarse como si el apuro la devorara. ¿Qué cosa tan urgente
debía hacer en su habitación?
William no tenía forma de frenar la agónica separación con Emma. Ese
acercamiento de labios y piel había abierto sus ojos sobre lo que en realidad
ocurría entre ambos. Ella le había insinuado un sentimiento, algo que no
llegaba. Suponía que siempre había estado enamorada de él y que William
no se había dado cuenta de ello.
Quizá entre los dos siempre existió el amor, pero no lograron
reconocerlo hasta los últimos acontecimientos que enfrentaban. Que él
tomara la decisión de casarse había sido el detonante para que Emma
reconociera que necesitaba con urgencia y con desesperación a cualquier
hombre que le propusiera matrimonio, y como artimaña del diablo se
presentaba lord Melbourne para despertar en William las sensaciones más
desagradables del mundo. No toleraba que aquel cortejara a Emma, porque
él sentía que Emma le pertenecía por más que no fuera de esa manera.
No podía resignarse a perderla y por eso era mejor echarse la soga al
cuello con ella y no con otra. Scott había sido claro en sus sugerencias y
razones por las que Emma Malorie era la mujer ideal para ser su marquesa
y todo radicaba en que los dos sentían lo mismo. Otros debían decirle lo que
ocurría, ya que William era incapaz de notar que la joven era lo único que
necesitaba para ser feliz. Si Dios lo quería y el diablo lo hiciera posible,
pronto terminaría casado con Emma.
***
La conciencia de Emma no podía enfrentar a William. Ella había seguido
su instinto y no a su corazón, pues este último hasta el momento no le había
dado ningún consejo decente que la quitara del apuro. Para su corazón lo
más importante era ser fiel a sus sentimientos, mas no era lo conveniente.
La guerra entre la razón y el corazón había iniciado y sería a muerte, pese a
que ella ya había declarado al ganador: su razón.
—Madre, necesito hablar con usted... —pidió Emma a su madre que
estaba bordando junto a otras damas, mientras conversaban cosas malas de
sus esposos.
—Oh, querida. Es un mal momento para esto. Estoy muy contenta aquí
—alegó la señora Malorie considerando que Emma no tendría nada
interesante que contarle.
—En el dedo tengo algo que le interesará —dijo en voz baja,
mostrándole con su mirada para que su progenitora dirigiera sus ojos al
pequeño espacio que dejaba su mano para que ella viera la joya.
A la señora Malorie se le había escapado el aliento. Pudo lograr suprimir
su felicidad por un instante, aunque no sería por mucho tiempo.
—Regresaré en un momento, mis estimadas damas... —se disculpó antes
de tomar el brazo de su hija y apresurar el paso hacia las habitaciones.
La madre de Emma la estiraba con mucha fuerza. Aquella ya no podía
con la emoción de lo que presentía. Al abrir la puerta de la joven, retiró la
mano de su hija que cubría a la otra y no podía contener la emoción, se
había quedado muda, poseída por los sollozos y lágrimas de emoción.
Emma se sentía más emocionada por la reacción de su madre que por lo
que el compromiso representaba para ella.
—Me casaré, madre. No hemos fracasado —anunció sonriente.
—¡Lord Melbourne es un verdadero caballero, querida mía! ¡Qué joya te
ha dado! —expresó la señora Malorie—. Ha valido la pena esta espera. La
emoción es más grande que nunca...
Su progenitora la abrazaba con mucha fuerza para después alejarla,
coger el dedo y mirarlo. Ese proceso lo repetía una y otra vez. Estaba tan
aturdida que creía estar en un sueño.
—El conde lo anunciará en la cena... —comentó Emma.
—Estaré tan feliz de ver todos esos rostros envidiosos en la mesa. Será la
cena más deliciosa de mi vida. Me deleitaré en la desgracia de lady Kirby,
vieja urraca malvada... La próxima vez tendrá más cuidado de cómo trata a
los demás, porque pueden terminar siendo sus parientes políticos. También,
me alegraré de ver la cara del marqués de Asthon. A ese la noticia le caerá
como agua helada.
Al oír las palabras de su madre, Emma no sabía qué pensar. ¿Por qué le
importaría a William lo que ocurriera con ella? A lo mejor se alegraba por
ella o tal vez su egoísmo fuera más grande yle dijera cosas peores de las que
había escuchado antes.
—¿Acaso no quieres ver su rostro? Pensó que te había dejado sin
oportunidades y llorando en un rincón como una perdedora. Se golpeará
contra una pared.
—A él no le importará, madre. Si no le importé cuando era soltera,
menos ahora que estoy comprometida.
—Mujer de poca fe. Se morirá de envidia, te lo puedo jurar por mis
padres que en paz descansen. Reconozco a un posesivo y celoso caballero
en su señoría. Le costará resignarse a perder a su más devota admiradora.
Ya te ha hecho mucho daño al privarte de la atención de otros caballeros.
Ha sido una verdadera fortuna que se alejara de ti.
—Sí, una verdadera fortuna —repitió mirando el anillo en su dedo. Era
la mujer más afortunada del mundo y no alcanzaba a ver ese suceso.
Tendría que esperar a la noche para darse cuenta de quiénes se alegrarán y
quiénes no. Tal como había dicho su madre, lady Kirby quizá terminara
muerta a causa de que no soportaba a Emma y que no la quería cerca de
ninguno de los mejores candidatos. Cuando supiera que su propio sobrino la
había preferido moriría de rabia o se ahogaría en su bilis.
La emoción de la señora Malorie era tanta que no resistió preparar las
prendas para su hija. Un vestido lavanda con un listón blanco en el pecho y
sus guantes de algodón, sería la vestimenta adecuada para lucir el precioso
anillo con el que lord Melbourne había terminado con la larga soltería de
Emma.
Para la noche la madre de Emma la había arreglado para ser la estrella de
la cena. Ella no pasaría desapercibida por nada del mundo.
—Madre, parece una mosca sobre un festín —se quejó Emma al ver a su
madre a través del espejo sobando sus manos como si fuera un insecto
impertinente.
—Es que me deleito pensando en cuántas caras veré hoy y más por la de
lady Kirby. Ese anillo debe ser el que perteneció a su madre, tal vez por
segunda vez tenga que verlo en el dedo de una mujer a la que desprecia. Es
el día más feliz de nuestras vidas, querida. Disfruta de este momento. Una
sola vez en tu vida te comprometerás.
—Haré todo lo posible para disfrutar del rostro de lady Kirby. Desde que
llegamos no ha hecho más que arrojarnos a los peores lugares y con el peor
trato. Merece este buen golpe.
—Así se habla, cariño. Ya quiero ir a casa para contarle esta buena nueva
a tu padre. Bendita la hora en que el señor Clement te presentó a su sobrino.
Te esperaré abajo. Termina de perfumarte.
Respiró profundamente un par de veces después de ver salir a su madre
de la habitación y continuó colocándose un poco de perfume. Al echar una
mirada al espejo, podía notar que ese compromiso la entristecía, pero la
hacía más bonita. Se percibía más bella y segura. Pronto comenzaría una
vida distinta, pues el conde le había dicho que estaría casado antes del
invierno. Le quedaban unos meses de soltería, pero ya no serían inciertos.
Sería dueña de su casa y sabía que sería feliz junto a Frederick, ¿cómo
podría ser infeliz al lado de un hombre tan divertido?
Este día aprendió lo que era ser inteligente y razonable. Valía la pena
darse otra oportunidad de vivir una vida plena que vivir del recuerdo de un
beso. ¿Por qué Emma debía sufrir viendo al marqués casado y teniendo
familia, mientras ella se marchitaba sin haber dado vida? No, no era justo ni
razonable. En parte ella tenía la culpa por dejarse estar tantos años
esperando nada. Él la había desestimado sin culpa ni pena. William estaba
encaprichado con ella y era todo, no existían sentimientos de amor de su
parte.
Una vez que acabó de arreglarse, enderezó su espalda para dar la
impresión de ser una mujer segura y poderosa. Se sentiría como si estuviera
en la piel de Victoria. A ella la distinguía regía, elegante y segura del amor
de su esposo. Podía controlar la situación de cualquier manera y ella
deseaba ser así. Toda envidia bien dirigida convertía a las personas en
mejores seres humanos.
Al dejar de perderse en sus pensamientos, tomó el camino que la llevaría
a ser protagonista en ese nido de serpientes en el que estaba. Al llegar a la
escalera, distinguió a su prometido en compañía de una dama que era
probable que pretendiera conquistarlo. Era una lástima que él ya estuviera
comprometido con ella.
Como cada día y noche, su vestuario acentuaba su presencia frente a las
miradas desdeñosas y envidiosas que sin una buena instrucción la
descarnaban.
—Disculpe si los interrumpo, milady —pronunció con atrevimiento.
—Señorita Malorie, por supuesto que no molesta. Lady Pippa solo me
estaba contando de su invernadero.
—Qué pecado, milady. Hablarle a un escocés de invernaderos no es
saludable. A él le gustan los caballos. Le sugiero que conversen sobre eso si
no quiere aburrirlo.
Lady Pippa le entregó una sonrisa forzada a Emma. Era increíble que la
hija de un comerciante intentara desmoralizar a una lady de esa manera.
—¿Y usted de qué le habla a lord Melbourne? Tal vez de tallas de ropa
más pequeñas que usted... —insinuó refiriéndose al escote de Emma.
—Al menos eso le genera más interés que un invernadero. Esfuércese un
poco más en su conversación. Yo tengo mucha experiencia conversando y
le llevo ventaja por una cabeza...
—Fue muy agradable su compañía, lady Pippa. Gracias a usted montaré
un invernadero en mi propiedad —agradeció Frederick—. Con permiso,
milady. ¿Me acompaña, señorita Malorie?
Ella asintió y siguió a su prometido para alejarse de Pippa, a quien
escuchó decir: «grosera».
—Me siento halagado, fascinado y quizá un poco asustado por su
astucia, señorita Malorie —musitó Frederick con una sonrisa.
—Debo cuidar con uñas y dientes al prometido que Dios me envió. He
cogido la última diligencia... —agregó con humor—. ¿En verdad montará
un invernadero?
—Por supuesto que no, salvo que a usted le guste.
—Me gustan las flores, pero no soy tan diestra en la jardinería. Con
algunas plantas hay que ser inteligentes. Una mala poda y puede morir.
—Señorita Malorie, me gustaría hacerle una pregunta.
—Soy casi de su propiedad, puede preguntar lo que guste.
—¿Cree que al marqués de Asthon le moleste este compromiso?
—No, lo dudo mucho. Considero que de la misma forma en la que yo me
ofrecí para ayudarlo a buscar una esposa, él festejará este logro que he
tenido —habló tratando de sacar algo de su cabeza para no decir tonterías.
—Es alguien bastante resentido y espero que no la incomode y si lo
hace, solo dígame y yo lo arrojaré tan lejos como lo hago con los troncos en
las tierras altas.
—Él es tan liviano que no dudo que pueda llegar a volar como un
pajarillo, pero como le digo, su señoría se alegrará de que su compañera de
baile contraerá matrimonio.
Cuando llegó la cena, todos se reunieron en la mesa. Como cada noche,
lady Kirby ordenó los lugares. A su sobrino y a William los había puesto
juntos.
William odiaba la hora de la cena, por Dios que odiaba compartir aire
con lord Melbourne. Al ver que el gran conde se levantaba de su lugar,
cogía una copa y un cuchillo para llamar la atención de todos, William bufó
y cogió la copa de vino de acompañamiento. Quién sabía lo que tenía que
decir.
—Vuestra atención, por favor. —Frederick daba unos pequeños
golpecitos a la copa hasta que logró romperla por accidente—. Lamento
este pequeño incidente, tía, pero quisiera comunicar algo importante.
—No te preocupes, querido, era un simple cristal. Puedes hablar... —
replicó su tía, expectante.
Frederick carraspeó la garganta y extendió su mano en dirección a
Emma.
—Esta noche es grata para mí y para la señorita Emma Malorie...
Al oír el nombre de Emma, William miró en dirección de la joven que se
levantó de su asiento para caminar hacia el escocés.
—Frederick... —advirtió lady Kirby al comprender lo que venía.
—Quiero anunciarles a todos que la señorita Malorie ha aceptado ser mi
esposa. —Él cogió la mano de la joven para besarla y que todos pudieran
ver el anillo que llevaba en el dedo.
Capítulo 21
Él cogió a Emma de sus manos y no solo le rogaba con sus palabras, sino
que también lo hacía con sus ojos. El silencio de la joven le otorgaba una
luz de esperanza para estar juntos como antes; sin embargo, al sentir que
ella retiraba sus extremidades de las suyas, suponía que una negativa se
acercaba.
—No, su señoría. Tal vez si esto lo proponía semanas atrás en lugar de
decirme que buscaría una esposa, las cosas serían distintas. Le he dado mi
palabra a lord Melbourne y no la retiraré por nadie que quizá mañana
prefiera a otra dama —declaró Emma. Sabía que esas palabras le hacían
daño más a ella que al marqués.
William nunca se había sentido más desolado y ninguna palabra le había
herido tanto como lo que era capaz de pronunciar Emma. Retrocedió unos
pasos y la observó con resentimiento.
—Qué sea feliz, señorita Malorie, se lo deseo, aunque no lo será.
Llámeme resentido, pero no lo logrará, pues me ama y eso no puede
cambiarlo —farfulló.
—No puede culparme por no escogerlo cuando siempre ha sido mi
deseo, pero yo nunca he sido su prioridad. Ahora he decidido escuchar a mi
razón y dejar de lado mis sentimientos por mi bien, porque pensar con el
corazón solo me ha acarreado ruina y lágrimas.
—Su razonamiento le traerá ruina y lágrimas, pero con hijos y una gran
casa. Me extrañará tanto como yo y lamentará su decisión, señorita Malorie
—se despidió William sin volver a tutearle. Le echó una última mirada
antes de retirarse con rapidez hacia la oscuridad. No tenía mucho ánimo de
regresar a la residencia.
A Emma le dolía mucho lo que ocurría. Ya no eran enemigos, eran unos
amantes no correspondidos. En su pecho no solo acumulaba dolor, también
rabia e ira, y en lugar de dejarlo ir con tranquilidad corrió tras él y lo golpeó
en la espalda con los puños.
—¡Te odio, William! —exclamó perdiendo el respeto entre lágrimas,
mientras lo golpeaba.
El marqués giró sobre sus talones y cogió las manos de ella para que
dejara de golpearlo. Después la acercó junto a su pecho para escucharla
llorar en ese lugar a la vez que Emma se aferraba a su pecho y seguía
golpeándolo, pero como si careciera de fuerzas. William nunca había
consolado a nadie, y menos a quien lo había descorazonado.
Emma abrazaba el torso de William como si se tratara de una despedida
y, de hecho, así era. No había nada más que hacer con ellos. El amor había
llegado tarde a sus vidas o, al menos ellos se habían dado cuenta de eso
muy tarde.
—Me arrepiento de haber perdido el tiempo, pero no hay forma de que
lo entienda... —pronunció William que también se aferraba a la figura de
Emma.
—Nunca entenderé nada. Nadie se acercaba a mí, porque no me dejaba
ser libre, William.
—Tal vez desde un principio yo me adueñé de usted y no quería verlo.
Sé que soy el mayor culpable de su soltería, pues yo mismo lo construí para
tenerla solo para mí y no me había dado cuenta. Me sentí cómodo con los
chismes a nuestro alrededor... Y quizá yo intentaba mentirme con una poca
gracia suya que en verdad no existía.
—Cada temporada quería estar a su lado. La esperanza no se perdía...
—Ahora la esperanza no está perdida, sino que está muerta. Si en algún
momento se arrepiente, Emma...
—No me arrepentiré. Lord Melbourne merece que yo lo aprecie, mucho
más de lo que usted merece. Espero que pronto encuentre a una dama que lo
alegre o al menos a una que no lo haga sentirse miserable.
—La única dama que podía hacerme feliz prefirió a otro hombre...
Las palabras de William eran dolorosas.Ella ya no podía deshacer el
compromiso. Había sido anunciado frente a demasiadas personas y, pese a
que lady Kirby al parecer no estaba de acuerdo, tampoco lo impediría, ya
que su prometido estaba convencido de que se casaría con ella.
Unos minutos después del abrazo y de un silencio abrumador, llegó algo
que los despediría para siempre: un beso.
Lo más lamentable para William era tener que despedirse de esa manera,
descubriendo que deseaba estar por siempre con Emma y que ella prefería
su bienestar porque no le creía. Mientras la abrazaba, cogió el mentón de la
joven y con eso acercó la boca de ella a la suya. La besó como si su vida se
desvaneciera en ese instante. Los tersos labios de Emma quedarían en su
memoria como la rosa con más espinas que había tocado en su vida. El
golpe brutal de su vida había llegado de la persona que menos esperaba, de
la única a la que había adorado en secreto, en uno que era secreto hasta para
él.
Ella le correspondía abriendo la boca como si estuviera hambrienta. Era
el fin de los cinco años, del amor silencioso y de los deseos ocultos. Todo
había quedado a la luz y no existían más secretos. Las palabras por más
crueles que fueran de ambos lados dejaban claro lo que ocurría. El amor no
era suficiente para todo lo que habían tenido que pasar.
La joven sintió que el caballero se fue alejando y luego se perdió en la
oscuridad. William la había dejado sola.El corte del beso fue abrupto y él
decidió huir sin mucho más que decir. Todo lo que pudieron decirse salió de
los labios de los dos. Debía consolarse con la idea de que hacía lo mejor
para su futuro, aunque eso no disminuía su enorme tristeza. Era la
prometida más triste. Antes de saber que William estaba dispuesta a pedirle
matrimonio, era más feliz, puesto que lo creía indiferente a ella, mas todas
las confesiones de esa noche le habían abierto los ojos. Comprendía que los
dos vivieron una mentira durante demasiado tiempo. Los insultos no eran
más que cortinas para ocultar sus verdaderos pensamientos y sentimientos.
El futuro podría ser distinto si ambos hubieran abierto los ojos mucho antes.
Emma no quería volver a la residencia, por lo que comenzó a vagar por
la oscuridad. Estaba tan decaída que no deseaba que nadie la viera en ese
estado, porque se convertiría en la comidilla para todos. Desde un principio
su compromiso no era bien recibido por el lado vivo de la familia del conde
y todo era por el clasismo de lady Kirby, eso sin contar los pésimos deseos
del marqués para su vida. A la única conclusión que podía llegar era que no
volvería a ver a William una vez que regresara a Londres y menos lo haría
cuando estuviera casada, pues seguiría a su esposo y él no era alguien a
quien le gustara Londres. Eso también significaba que no visitaría con
frecuencia a su querida Victoria, ya no podrían convivir como antes.
La situación del futuro la entristecía, pero debía tomar fuerzas de donde
podía para ser feliz. Su futuro ya no era responsabilidad de nadie más que
de ella. No existían más culpables por su desgracia o su soltería.
En medio de su caminata se había dado cuenta de que el clima
comenzaba a cambiar. Un viento frío soplaba por la noche, moviendo las
hojas y ramas de los arbustos y árboles. Los relámpagos iluminaban la
noche dejándola ver que había caminado demasiado y que para su desgracia
no lo había hecho en círculo. Los truenos no tardaron en oírse como
estruendos furiosos que atormentaban la paz del silencio.
La dama comenzó a buscar el camino de regreso y solo esperaba hacerlo
antes de terminar mojada.
***
En la residencia de lady Kirby, William había regresado tiempo atrás y
se dirigió a su habitación. También había pedido a los lacayos de la
anfitriona que le ayudaran a preparar sus pertenencias para partir al día
siguiente. Él no tenía nada más que hacer en aquel lugar. ¿Qué razones lo
mantendrían ahí? Tendría que ver a Emma todo el tiempo en compañía de
otro y su ego, orgullo y celos eran incapaces de tolerar tal aberración. Ella
continuaría con su vida y lo dejaría de lado. William debía aprender a
perder, pero no entendía cómo hacer eso. Estaba acostumbrado a ganar, él
no se consideraba un perdedor por más que todo le señalaba que había
perdido a Emma.
Recuperarla o al menos tenerla no parecía algo que pudiera ocurrir, salvo
que se deshiciera de lord Melbourne, pero él no era ningún asesino.
Tampoco quería rogarle a nadie. A Emma le pidió que cambiara de parecer
y ella se había negado. ¿Qué opciones tenía para que ella lo prefiriera? Su
mente creativa comenzaba a barajar las peores opciones y entre ellas estaba
raptar a Emma. Esa idea denotaba falta de resignación y de elocuencia.
También pensaba en hablar con Spencer y Victoria para que ellos
persuadieran a Emma, que le hicieran creer que su decisión era un absurdo
y que, para mantener las costumbres amistosas entre todos era mejor que lo
escogiera a él. Sonaba descabellado, pero con su nivel de desesperación
cualquier idea era buena.
Permanecer en la propiedad de lady Kirby no le aportaría nada más que
sufrimiento. En Londres, con el conde lejos y Emma en su normalidad, él
tendría formas de realizar unas últimas artimañas. Se daría por vencido
cuando la joven ya estuviera casada y fuera de su alcance, si era soltera
todavía existían oportunidades.
Las demás personas en la residencia seguían en el salón cuando
Frederick por fin pudo dejar a su tía. Buscó a Emma por el lugar, pero no la
había encontrado.
—Disculpe, señora Malorie, ¿y su hija? ¿Se ha retirado para dormir? —
indagó Frederick.
—Hace buen rato que no veo a Emma, debe estar en el jardín ¿cómo está
su tía?
—El médico dice que está bien. Ella está descansando por el disgusto...
—¿Cree que eso influirá en su compromiso con mi hija?
—No, señora Malorie. Estoy seguro de que Emma es la mujer perfecta
para mí.
—Me alegro mucho de que así sea. Lo ayudaré a buscar a Emma. No me
ha mostrado bien ese precioso anillo.
—Iré a mirar en el jardín...
Frederick fue al jardín, pero caía una copiosa lluvia. Era evidente que
ella no estaría ahí; sin embargo, vio que desde la oscuridad se acercaba una
figura. Al fijarse mejor se dio cuenta de que era su prometida que estaba
empapada y su vestido se notaba más pesado y se arrastraba.
—¡Señorita Malorie! —la llamó.
Emma que tenía la mirada en el suelo, escuchó la voz de Frederick y se
apresuró hacia él. Gracias a Dios había encontrado el camino a la casa,
aunque no fue antes de que lloviera.
—Lord Melbourne... —pronunció aliviada.
—Pero ¿qué le ha ocurrido, señorita Malorie?
—Estaba preocupada y salí a pasear, pero me perdí. ¿Cómo se encuentra
lady Kirby?
—No se preocupe por ella, créame, es una mala pariente. Por favor, vaya
a su habitación, las muertas no se casan. Si llega a enfermar será muy malo.
—Dios no lo permita, justo ahora que estoy comprometida —bromeó.
El conde le sonrió y la acompañó dentro de la residencia hasta llegar
junto a su madre.
—¡Por el amor de Dios, Emma! —expresó su madre, sorprendida—.
Tienes que dar muchas explicaciones, señorita.
Madre e hija fueron a la habitación de Emma para que la joven pudiera
cambiarse las prendas.
—¿Por qué estás mojada, Emma?
—Necesito cambiarme, madre.
—No respondes mis preguntas, niña insensata.
—Solo me perdí y me tomó la lluvia.
—¿Por qué te perdiste? ¿Tiene que ver con la ausencia del marqués de
Asthon?
—Madre...
—¡No arriesgues tu compromiso por un desgraciado!
—Él me ha llevado y también me ha gritado tantas cosas...
—¿Cómo se atreve a hacerlo? ¡Con qué derecho!
—Me ha pedido matrimonio, madre, ¿sabe lo que eso significa? Me ha
pedido que abandone a lord Melbourne para casarme con él.
La señora Malorie guardó silencio y quedó impactada con lo que su hija
le contaba; sin embargo, poco le había durado la sorpresa.
—¡En Londres no creerán que rechazaste al marqués! ¡Oh, la gran
solterona! —festejó la mujer—. ¡Rompes corazones, cariño! Callarás tantas
bocas...
—¡Madre! ¡No entiende que esto me lástima y estoy sufriendo!
—Sufres porque eres tonta. Ya estás comprometida y ahora tienes que
continuar con él. Tienes que asegurar este compromiso a como dé lugar,
pues tienes a una familia en tu contra. Deberías preocuparte por eso y yo me
ocuparé de que respeten a mi hija.
Capítulo 23
Londres...
El marqués había llegado a su residencia y en el lugar se encontraba su
madre sentada en el salón leyendo un libro. Solo el ruido de su entrada
había hecho que su madre levantara la mirada.
—William —pronunció con su voz melodiosa—, no te esperaba,
querido.
La marquesa viuda se levantó del sillón y fue a darle un beso cariñoso a
su hijo.
—He regresado.
—Se supone que tu regreso debería ser mañana. ¿Qué ha pasado? Si
volviste es porque has escogido esposa, ¿no es así? —preguntó la
aristócrata.
Con un suave toque a la espalda de su madre, él la guió hasta el sillón
para que volviera a sentarse y William la acompañó.
—Sí —respondió con seriedad.
—Me preocupa que no te veo tan sonriente y juguetón como antes. Tu
abuela te ha presionado demasiado, ¿no es así? Si no has pedido
matrimonio todo está bien, no hay que apresurarse tanto...
—No se trata de presiones, madre. Me he dado cuenta muy tarde de que
en realidad con quién quiero casarme es con la señorita Malorie...
—No le veo inconveniente a eso, querido mío. Es cuestión de ir a casa
de la familia Malorie y conversar con el padre de la joven. En esta familia
ya sabes que apreciamos a la señorita Malorie y que desde hace tiempo
esperábamos este momento. Mi madre se sentirá tan complacida. Te
aseguro que con eso le devolverás la vida.
—No se podrá, madre. Por desgracia, alguien se ha dado cuenta de que
la señorita Malorie era valiosa, lo supo antes que yo y por eso ella está
comprometida con el sobrino de lady Kirby.
—¡Cómo que está comprometida! —exaltó la dama.
—Él le pidió matrimonio ayer y yo también, pero ella ha preferido
cumplir con su palabra y casarse con quien para Emma es el hombre
perfecto...
—¿Cómo pudiste tardar tanto tiempo en darte cuenta de que era la mujer
de tu vida? Fuiste muy cómodo con ella hasta el punto de no darle
importancia. Ahora no queda otra cosa más que hacer que resignarse y
buscar a una jovencita para suplir ese lugar que ha dejado la señorita
Malorie.
—No quiero a otra, la quiero a ella y la tendré.
—No estarás pensando en retar a ningún noble. No dejaré que te maten,
¿oíste?
—No haré eso. Tengo poco tiempo para recibir un buen consejo y
convencimiento o robarme a la prometida ajena dejando a mi familia en la
ruina social.
—No harás nada que te perjudique. Lamentablemente ella ya está lejos
de tu alcance, es mejor que tú sigas tu camino y calles esta humillación. Un
conde te ha robado a una joven y eso es vergonzoso.
Él no estaba dispuesto a dejar ir con tanta facilidad a Emma. Haría que
regresara a él, no sabía cómo, pero lo lograría de alguna manera.
—Usted debería darme una idea y no arrojarse al charco de la miseria
como yo mismo lo he hecho.
—¿Por qué debería pensar por ti si tú no lo hiciste antes? Te lo hemos
insinuado durante años y nos callamos en estas últimas semanas. Nos has
ignorado por completo. No quieras hacerte pasar por inocente y mucho
menos por una víctima que no eres. Si estás en esta situación es por tu
entera culpa.
—Le agradezco el consuelo, madre, quizá mi abuela tenga más
consideración conmigo.
—¡Ni se te ocurra decírselo a mi madre! Le causarás más penas y
agonías aparte de su enfermedad. Oh, William, qué decepción me has
causado este día.
—Le aseguro que no está más decepcionada de lo que yo me puedo
encontrar desde que me rechazaron sin culpa ni pena. Sé que ella no se
casará porque ame a lord Melbourne, sino que lo hace porque no puede
arrepentirse de dar su palabra, es cuestión de convencerla de que peque a mi
favor.
—¿Y piensas que lo hará después de ser ignorada por ti? Lo dudo
mucho, hijo.
—Disculpe que no la secunde en lo que piensa, ¿y sabe por qué? Porque
usted, mi padre y mi abuela no han criado a alguien que se deje vencer. Si
algún defecto tengo es la persistencia y el rostro hecho de acero —sentenció
decidido a no dejarse derrotar por la desgracia.
Después de conversar con su madre, fue a su habitación para descansar
del largo viaje, pero no dejaba de pensar en lo que había ocurrido en esos
días. Su vida había cambiado bastante, de no tener opciones de esposa a
tener una sola y que era la que él pensó durante años que era una persona
con la que le agradaba pelear; sin embargo, todo iba más allá de eso.
***
Por la noche, William fue a casa de su abuela. Aquella pasaba sus días
en ese lugar sin molestar a nadie, prefería no abandonar su morada que ir
junto a sus hijos.
—¡Oh, mi querido nieto ha venido a visitarme! —expresó la condesa de
Waterford que le dio un beso en la mejilla a William.
—Abuela, no se exalte ni se emocione demasiado por verme.
—¿Cómo no emocionarme? En vida recibo pocas visitas. Solo espero mi
muerte para saber que vendrán muchas personas a visitarme.
—No hable de esas cosas, es desagradable.
—No lo es. La muerte es parte de la vida...
—Sí, la parte final.
La abuela del marqués sonrió y con su bastón golpeó el sillón para que él
se sentara.
—Querido, has llegado para la cena, ¿hueles el faisán? Desde ahora en
más solo pediré comida elegante para morir con buena comida. Disfruta tus
momentos conmigo. Dime, ¿has visto a alguna agradable jovencita que te
agrade?
—Mi madre me pidió que no le dijera nada...
—Qué mujer más ingrata he parido. Ella no tiene por qué saberlo, ¿no es
así? Dime, querido, no sientas pena.
El marqués suspiró y recostó su espalda en el sillón.
—Vine a buscar un consejo bueno, abuela, uno que de verdad me ayude
a saber si lo que pienso es correcto. La señorita Malorie está comprometida
con un caballero y yo no soy capaz de aceptarlo.
—¿Por qué no quieres aceptarlo?
—Porque he descubierto que amo a la señorita Malorie como un
demente, pero la he perdido por tonto.
—No diré lo evidente, aunque dime, ¿cuáles son tus opciones?
—La primera es resignarme y tratar de vivir como siempre, pero sé que
no lo lograré y la otra es raptar a la señorita Malorie y avergonzarlos a
ustedes...
La anciana abrió los ojos con sorpresa por lo que decía su nieto, mas una
vez que se calmó comenzó a pensar en qué decir.
—El mejor consejo que te puedo dar es olvidarte...
—¿Olvidarme de ella? —preguntó desanimado.
—Por supuesto que no, lo que tienes que olvidar es eso de resignarte. Yo
no he criado a un perdedor. Mírate, William, eres un marqués, guapo,
adorable y simpático. Si yo fuera tú raptaba a la señorita Malorie y no me
importaría la vergüenza. Por mí no te preocupes, que me queda poco
tiempo, estoy segura de que el resto de la familia puede vivir con eso en los
hombros.
Una sonrisa partió el rostro de William en dos. Su abuela era adorable y
era alguien que comprendía su sentir y no lo culpaba por haber sido tan
ciego.
—No esperaba menos de usted, abuela.
—Ahora debes idear la forma de acercarte a ella y alejar a su prometido.
Déjame sugerirte que converses con el caballero en cuestión. Quizá él no
esté tan interesado en ella como tú.
—El maldito está muy interesado en ella y Emma no parece que esté en
desacuerdo con él. Es probable que ese hombre le agrade más de lo que
pueda admitir...
—No le agrada más que tú. Ella correrá a tus brazos si está en libertad.
Oh, cariño, cómo te gusta complicar tu vida. La vida es complicada, porque
uno hace cosas complicadas y se complica sin ayuda. Ahora lo que debes
hacer es pensar con el carisma de la sencillez. Coges a esa joven de la
cintura, la metes a un carruaje y huyen a Gretna Green, como el conde de
Nottingham.
—Primero me ganaré la confianza de la señorita Malorie considerando
unos días hasta que regrese y crea que me he resignado para después darle
el zarpazo. Ni siquiera sabrá quién la secuestró... —William rio al ver su
plan bien pensado, mientras su abuela asentía.
Después de compartir tiempo con su abuela, William fue a White's a
sentarse con la mirada perdida en un sitio. No quería que le ofrecieran
Whisky, se sentía hasta insultado cuando le preguntaban qué deseaba beber.
Esa noche la suerte parecía sonreírle, pues consideraba que su maléfico plan
no tendría ningún inconveniente para lograr el objetivo. Por unos días se
mantendría tranquilo en casa o al menos lo intentaría para no levantar
sospechas, aunque quizá Spencer sirviera como el conducto perfecto para
lograr lo que esperaba. Las buenas relaciones entre él, Victoria y Emma era
la fórmula perfecta para llevarla a una trampa. Debía convencer a esa
familia de que fueran partícipes. Suponía que tendría pleno apoyo de ellos,
porque deseaban un buen relacionamiento entre todos.
Una vez que se aburrió de la monotonía de la vida, salió del White's y se
dirigió a su morada para seguir disfrutando de su inminente victoria.
Los días pasaban y William comenzaba a sentir la presión de la ansiedad
con la publicación del periódico que había llegado ese día hasta sus manos.
Anunciaron el compromiso del que él ya estaba al tanto. Ellos seguían con
sus planes sin tenerlo en cuenta. Lord Melbourne no dejaría ir tan
fácilmente a Emma, aunque William tampoco lo haría.
En medio de su ansiedad, fue a la residencia de Spencer. Para su buena
fortuna, no todas las hermanas de su amigo se encontraban en su casa.
Eugenia había salido el día anterior con rumbo a la casa de Kitty, la
hermana mayor que pocas semanas atrás había contraído matrimonio, y
Fanny estaba de visita en la propiedad de su tía en Londres. Solo quedaban
Meredith y Rose, dos de las hermanas más tranquilas.
—Su señoría... —saludaron las tiernas jóvenes de la casa.
—Buen día, mis estimadas hermanas Fane, es grato regresar por aquí —
replicó ante la amabilidad y el cariño con la que ellas lo trataban.
—Lo mejor de todo es que no están Eugenia, Fanny y tampoco la
señorita Harting... ¡Estamos libres! —exclamó Rose, divertida.
—Libre de la señorita Harting, pero nuestra querida cuñada es como si el
alma de nuestra institutriz siguiera aquí... —replicó Meredith.
—¡Vuelen, palomas! —ordenó Spencer. No quería que ninguna de sus
hermanas se avergonzara y lo avergonzaran. Estaban bastante grandes como
para utilizar artimañas más peligrosas que las que tenía Eugenia.
—¿Así tratas a tus hermanas, Spencer? —preguntó Rose tratando de
manipular a su hermano con unos gestos de tristeza en su rostro. Ella sabía
a la perfección que Spencer sentía una gran debilidad por su persona y por
eso trataba de aprovecharse de él.
—Mi adorable Rose, espero que no te enfades, pero quisiera conversar a
solas con mi amigo. No tiene nada que ver con ustedes, porque esto también
va para ti, Meredith...
—¿Por qué nunca podemos oír sus conversaciones? —indagó Meredith.
—Porque no son tus conversaciones, son nuestras. Vayan al jardín... —
ordenó el conde, impaciente.
Enfurecidas, ambas chismosas se habían quedado con ganas de saber qué
llevaba al marqués a esa casa y más sin presentes para ellas.
—Deben estar enfadadas porque no he traído nada. Salí de mi residencia
y vine aquí —contó William.
—Imagino que has venido por el asunto del periódico. Victoria todavía
está asimilando que su prima se ha comprometido sin avisarle.
—Esto no me ha tomado por sorpresa. Lo sabía desde hace un par de
días. Ella ha decidido casarse con ese hombre pese a haber recibido una
propuesta de mí parte, el problema ha sido que le pedí que fuera mi esposa
después de que otro lo hiciera. Aceptó al primero.
—Si hubieras sido más inteligente... Ahora tendremos aquí al tal lord
Melbourne en las navidades o quizá ni siquiera volvamos a verla. Esto tiene
muy triste a Victoria y también a mí.
—No todo está perdido, Spencer... Quisiera comentarte algo que quiero
hacer para evitar que ocurra...
Spencer miró a su alrededor y notó que dos cortinas del salón se movían.
Era evidente que había intrusas en el lugar.
—Mi despacho es el mejor lugar para discutirlo... —El conde le hizo un
gesto a su amigo para que guardara silencio, mientras él se acercaba a las
cortinas. Las corrió con violencia y ahí estaban sus hermanas, a las que
creía un poco más responsables—. ¡Lárguese de aquí, cotillas!
Las dos niñas se tropezaban para huir de su hermano. Se habían delatado
por tontas.
—Siguen haciéndolo... Hay que cuidarse mucho en esta casa —comentó
William, riendo por las ocurrencias de las niñas. Al menos eso lo hacía
olvidar su desgracia por un momento.
—Ahora vamos a mi despacho y me cuentas lo que crees que puedes
hacer, aunque dudo que algo resulte.
—Lo que pienso hacer es infalible. Nadie podría interponerse ante mi
objetivo, ni siquiera un delito.
Capítulo 25
Fin.
Conoce la próxima novela de la autora:
Desde el año 2016 me encuentro escribiendo lo que realmente me apasiona, que son las novelas de
romance de época, ambientadas en la época victoriana, regencia, etc.
En el 2018, empecé a publicar de manera seria, con dos editoriales. Selecta, que es del grupo Penguin
Random House y que se dedica a publicar novelas románticas en digital, y con la editorial Vestales de
Argentina. Con Selecta he publicado, seis títulos de una saga, comenzando por: Rescatando tu alma
perdida, Belleza y Venganza, Amor y dolor, Entre las sombras, Obligándote a amar y Te deseo para
mí; todas de romance histórico esta editorial es la que me abrió las puertas para que la gente me
conociera. En el 2019 se publicaron una novela contemporánea de nombre Un romance real, y otra
para novela histórica: Tan perversa como inocente. En 2020 salió a la venta Desavenencias del amor.
Con la Editorial Vestales de Argentina, tengo publicado en físico y digital las obras de nombres: Una
perfecta señorita, La ventana de los amantes y Mi amada señorita Angel.
También he incursionado en la auto —publicación en amazon, con: Los mandatos de Rey, que es un
cuento corto y Una dama infortunada. Otros títulos: Corazón de invierno, Una heredera obstinada,
Una beldad indomable, La esquiva señorita Millford, Las peripecias de los amantes, Nuestro tiempo
perfecto, La dama de Sandbeck Park, Las oscuras intenciones de lord Coventry, El amante de
Londres, Anhelos de primavera, Una candidata inadecuada, El silencio de los amantes, Amantes en
la eternidad, Amantes en guerra, La prometida desconocida, Enamorar a un lord inglés, La
acompañante del marqués, El candidato perfecto, La joven matrona, La herencia del duque de
Gloucester, El esposo ausente, Una forajida cautivadora, El preceptor, La justicia de un canalla, El
domador, La nueva esposa, Una solución para lord Nottingham, El prometido despreciado, Un beso
irreverente y El querido enemigo.
Me manejo también con el alias de Leah Heart, donde publiqué: Mi gran sueño londinense, Nuestro
tiempo perfecto y The elusive miss Millford, la traducción en inglés de la novela corta La esquiva
señorita Millford.